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OLSON. Cap. 8: La lectura del libro de la naturaleza: los orígenes conceptuales de la ciencia moderna. El propósito del autor en este cap. es examinar de qué manera los modos de lectura e interpretación de los textos que habían evolucionado durante en Renacimiento pudieron contribuir a nuevos modos de pensar la naturaleza, la mente y el lenguaje que interrumpieron en escena durante el s.XVII Discurso medieval y discurso moderno Los autores del s. XVII estaban en posesión de una nueva conciencia del lenguaje, los signos, las ideas y el discurso, lo que les permitía juzgar como imperfectos los usos anteriores de los signos y de las formas del discurso. Esta nueva concepción de los signos, consistía en una clara distinción entre el significado de un signo y la idea que éste representa y en una nueva concepción de la representación en general. Reiss contrastó el discurso medieval –Discurso Analógico- con el de la Edad Moderna temprana –Analítico-referencial. En el discurso analógico, el lector debía formar su propia síntesis y detectar los significados ocultos en los acontecimientos. Un ej. extremo de este discurso es Paracelso, la clave de su lectura era la detección de los signos que Dios había proporcionado para todas las necesidades de los hombres, así sostenía que los signos estaban en todas partes y debían ser interpretados por similitud; el razonamiento era por analogía y un vitalismo universal disponía una simpatía entre todas las cosas. Cada signo de superficie implicaba un significado más profundo y oculto que podía “adivinar” el especialista. Los autores de la Edad Moderna menospreciaron esa lectura por retórica y poco apropiada para el discurso serio, porque los textos y los signos en los cuales se basada eran polisémicos y ambiguos, aludían a los significados profundos, ocultos o místicos, e invitaban a una lectura entre líneas. Para ellos, el discurso serio requería una clase de escritura analítica o representacional, en la cual las palabras suplantaran a las cosas. Uno de los voceros de este discurso fue Francis Bacon, quien propuso una analogía entre textos y naturaleza. El saber, según Bacon, es producido cuando el intelecto se encuentra con las cosas en esa clase especial de lenguaje al que él llama “escritura”. La escritura entraña ajustar el orden de expresiones con el orden de las cosas. Bacon sostenía que uno podía aprender a leer el lenguaje de la creación, mediante observación y análisis. Este lenguaje corresponde al lenguaje en el cual el mundo natural fue escrito por el creador, y está compuesto por una especie de alfabeto, cuya lectura correcta era la correcta percepción de las cosas. Una vez leído, ese lenguaje del mundo podía transformarse en conocimiento ajustando el lenguaje hablado o escrito en correspondencia con él. No sólo el discurso cambió del diseño o la analogía a la referencia y la representación; también cambió la concepción de los signos. Antiguamente no existía distinción entre los tipos de signos; los movimientos de los planetas podían ser “leídos” al mismo título que

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OLSON. Cap. 8: La lectura del libro de la naturaleza: los orígenes conceptuales de la ciencia moderna.

El propósito del autor en este cap. es examinar de qué manera los modos de lectura e interpretación de los textos que habían evolucionado durante en Renacimiento pudieron contribuir a nuevos modos de pensar la naturaleza, la mente y el lenguaje que interrumpieron en escena durante el s.XVII

Discurso medieval y discurso moderno

Los autores del s. XVII estaban en posesión de una nueva conciencia del lenguaje, los signos, las ideas y el discurso, lo que les permitía juzgar como imperfectos los usos anteriores de los signos y de las formas del discurso. Esta nueva concepción de los signos, consistía en una clara distinción entre el significado de un signo y la idea que éste representa y en una nueva concepción de la representación en general.Reiss contrastó el discurso medieval –Discurso Analógico- con el de la Edad Moderna temprana –Analítico-referencial.En el discurso analógico, el lector debía formar su propia síntesis y detectar los significados ocultos en los acontecimientos. Un ej. extremo de este discurso es Paracelso, la clave de su lectura era la detección de los signos que Dios había proporcionado para todas las necesidades de los hombres, así sostenía que los signos estaban en todas partes y debían ser interpretados por similitud; el razonamiento era por analogía y un vitalismo universal disponía una simpatía entre todas las cosas. Cada signo de superficie implicaba un significado más profundo y oculto que podía “adivinar” el especialista.Los autores de la Edad Moderna menospreciaron esa lectura por retórica y poco apropiada para el discurso serio, porque los textos y los signos en los cuales se basada eran polisémicos y ambiguos, aludían a los significados profundos, ocultos o místicos, e invitaban a una lectura entre líneas. Para ellos, el discurso serio requería una clase de escritura analítica o representacional, en la cual las palabras suplantaran a las cosas. Uno de los voceros de este discurso fue Francis Bacon, quien propuso una analogía entre textos y naturaleza. El saber, según Bacon, es producido cuando el intelecto se encuentra con las cosas en esa clase especial de lenguaje al que él llama “escritura”. La escritura entraña ajustar el orden de expresiones con el orden de las cosas. Bacon sostenía que uno podía aprender a leer el lenguaje de la creación, mediante observación y análisis. Este lenguaje corresponde al lenguaje en el cual el mundo natural fue escrito por el creador, y está compuesto por una especie de alfabeto, cuya lectura correcta era la correcta percepción de las cosas. Una vez leído, ese lenguaje del mundo podía transformarse en conocimiento ajustando el lenguaje hablado o escrito en correspondencia con él.No sólo el discurso cambió del diseño o la analogía a la referencia y la representación; también cambió la concepción de los signos. Antiguamente no existía distinción entre los tipos de signos; los movimientos de los planetas podían ser “leídos” al mismo título que los libros. De modo que los logros del período moderno temprano son atribuibles a la distinción entre ideas y signos. Las palabras eran consideradas engaños, pero las ideas podían mantenerse independientemente de los signos, y podían basarse en fuentes no verbales como las observaciones. La observación proporcionó una nueva vía hacia el conocimiento; podía leerse directamente el libro de la Naturaleza, el libro de las criaturas de Dios.Es así que en la Edad Media, se creía que las palabras, al igual que las imágenes, poseían conexiones naturales con las cosas; se consideraba que ambas eran partes intrínsecas del objeto: la relación era metonímica. La lectura de las Sagradas Escrituras, se hacía en términos de su significado literal, dicha lectura debía estar estrictamente vinculada con las propiedades del texto, con el significado “abiertamente fundado” en el texto. Ya no se consideraba que los signos ocultaban verdades profundas y místicas, sino más bien que revelaban abiertamente sus significados para todos. Un texto requería una lectura cuidadosa, no el don de la iluminación personal, la revelación o epifanía.Los signos fueron considerados arbitrarios, recién en la Edad Moderna, cuando se creía que las palabras tenían un significado por referencia a ideas más que por referencia directa a las cosas. Cuando la palabra pierde su vínculo directo con la cosa, deja de ser el nombre correcto para ella: sólo la representa. La tentación de creer en al palabra mágica disminuye. Distinguiendo el signo de la idea, se abre el camino al problema de la corrección, la verdad y la adecuación de la representación. Para los lectores del s XVII este modo de lectura era casi algorítmico.Los lectores del s XX tal vez estarían de acuerdo en que la lectura nunca es algorítmica; toda la lectura requiere algo de inferencia para una mejor explicación. Pero la hipótesis de que esa lectura algorítmica era posible dio origen a un modo nuevo y distintivo de leer, y permitió que, por primera vez, nociones como lengua figurada, interpretación y comentario adquirieran un sentido peyorativo.

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Leer algorítmicamente implicaba que todos los lectores que confiaban en estos métodos obtenían la misma interpretación y que volvían a obtenerla en cada relectura. La interpretación correcta era obtenible porque se basaba abiertamente en el texto, y era aprensible por los sentidos. Permitía una clara distinción entre lo que estaba en un texto y lo que alguien podía leer en él. Éste, fue el modo protestante de leer las Escrituras.Pero una vez que este método se desarrolló, resultó sencillo suponer que la naturaleza podía leerse de la misma manera. De allí, la suposición de Bacon sobre el “alfabeto” de la naturaleza. Tanto la Biblia como la naturaleza podían leerse examinando cuidadosamente las propiedades superficiales de los “textos” en cuestión. Ninguno se basaba en significados profundos, en secretos ocultos, en interpretaciones místicas ni en dones del espíritu; el significado estaba escrito abiertamente para todo aquel que supiera cómo leer “de acuerdo con los sentidos”.

La lectura del Libro de la Naturaleza

Los autores de la Edad Media, trabajaron según la hipótesis de que la ciencia consistía en la lectura correcta del Libro de la Naturaleza. Fue esto lo que le permitió pensar el mundo como una suerte de alfabeto.Y si bien, con el correr del tiempo, la metáfora del libro de la naturaleza se conservó; los modos de leer ese libro cambiaron –con el desarrollo de nuevos modos de leer las Escrituras.Tanto en la práctica como en la teoría había una clara conexión entre metodología científica y teología protestante, conexión que implica un modo común de leer. Si bien la metáfora era antigua, el modo de leer, el modo metódico o mecánico o “algorítmico” de leer de acuerdo con las propiedades textuales, era nuevo. Cuando ese método de lectura se aplicó a la naturaleza, transformó los escritos de los antiguos en meros comentarios sobre el texto real (el libro de la naturaleza)Este nuevo modo de leer, tanto la Naturaleza como las Escrituras, era la base de la prueba disponible para los sentidos, lo que todos podían ver en el texto o en la Naturaleza. Los textos sin ese fundamento, debían leerse “libremente”, o no leerse. El producto no era sólo una nueva comprensión de las Escrituras, sino también una nueva y “objetiva” comprensión de la naturaleza. Pues la objetividad es justamente la lectura del Libro de la Naturaleza de acuerdo con las pruebas disponibles para los sentidos.La noción de objetividad en la ciencia presenta una dificultad para los lectores del s XX. La distinción entre el que conoce y lo conocido sigue siendo fundamental. Pero en el pensamiento epistemológico actual, lo conocido se ha vuelto subjetivo, y está compuesto por cuerpos de creencias, en lugar de verdades objetivas.Aunque los autores del s XVII eran optimistas y pensaban que la aplicación de los métodos apropiados, que ellos consideraban como el modo correcto de leer el Libro de la Naturaleza y las Escrituras, proporcionarían un acceso a la verdad religiosa y permitiría el descubrimiento de la escritura última de la realidad, nosotros, en el s XX, reconocemos el dogmatismo de sus visiones religiosas y la inaccesibilidad de sus objetivos científicos. Nuestra generación aspira a los logros más modestos de formular teorías, hipótesis y pretensiones, y de criticarlas a la luz de las mejores evidencias. En lugar de verdades objetivas, nos contentamos con aserciones avaladas y con creencias justificadas.Si consideramos una epistemología basada en el discurso, que apela a categorías discursivas como pretensión versus evidencia, podemos encontrar una interrelación más bien directa con la antigua y osada epistemología del s XVII, que distinguía entre lo dado y lo interpretado, los hechos de la teoría, y las observaciones de las inferencias. AL preocupación de ese siglo por al objetividad contribuyó al desarrollo del pensamiento científico presente; la epistemología del s XX no abandona la epistemología del s XVII; antes bien, la relativiza. Cómo leer el Libro de la Naturaleza.

LA metáfora del libro de la naturaleza, cortó dos caminos. En primer lugar, permitió que el conjunto de conceptos diseñados para “leer” las Escrituras fuera aplicado a la naturaleza. La epistemología, el método correcto para estudiarla, era una hermenéutica aplicada. La clave residía en leer de acuerdo con el “sentido”, el significado superficial o literal que todos podían ver.Leer la naturaleza y escribir sobre ella, se basaba en la distinción entre lo que estaba en la mente y lo que estaba en el mundo. La distinción entre lo que estaba en el texto o en el mundo y lo que se

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consideraba que estaba allí bastaba para dividir las religiones “verdaderas” de las “falsas”, y también las pseudociencias de las ciencias genuinas.Cuando se desarrollaron los medios para determinar el modo en que debían interpretarse correctamente los textos, el único y verdadero sentido histórico libre de fantasías y de imaginación, los mismos medios podían aplicarse a la observación de la naturaleza. (Las estrellas podían verse como estrellas, y no como mensajeros divinos)La comprensión del modo en que un texto debe ser interpretado y del modo en que debe “interpretarse” la naturaleza proveerá las bases de una teoría sobre cómo la cultura escrita contribuyó al pensamiento moderno.Pero la lectura correcta de las Escrituras y de la Naturaleza depende no sólo del método, según los rasgos superficiales, ya se trate de los sentidos de los textos o de las apariencias de la naturaleza, sino también del problema de una autoridad final. ¿Quién decide lo que un texto significa o lo que dice efectivamente el Libro de la Naturaleza?Un nuevo modo de lectura dependía entonces de nuevos medios de lectura y escritura, y del establecimiento de algún tribunal que reglara sobre la validez de las lecturas o interpretaciones. La Iglesia y la Corona habían provisto tradicionalmente la autoridad para decidir sobre la lectura correcta de las Escrituras y la correcta interpretación de la ley. El tribunal para establecer esa lectura correcta no es otro que el “testimonio de los sentidos” –lo cual, cualquiera puede ver con un ojo confiable.Pero el testimonio de los sentidos disponible para todos no es, en este caso, una causa, sino una consecuencia de la nueva epistemología. La interpretación debía “basarse abiertamente” en el texto. Basados abiertamente, significa basados en un método estricto, especificable, una vía mecánica o metódica para examinar y evaluar la evidencia. Las Escrituras, el pensamiento protestante y la naturaleza, el pensamiento de los primeros científicos modernos, podían ser leídos porque estaban escritos por la inviable mano de Dios.Leer el otro libro de Dios, el de la Naturaleza, fue una aplicación directa de los principios que se habían desarrollado para leer las Escrituras a fines de la Edad Media. Ese método consistía en leer “de acuerdo con los sentidos” el significado literal o superficial del texto. Esa lectura cerrada o estricta permitió que por primera vez se pensara peyorativamente acerca de la interpretación y el comentario. Lo que se requería para transformar el método en una institución, era un conjunto de textos –Escritura y naturaleza- un conjunto de prácticas interpretativas de acuerdo con el sentido y un tribunal de apelación para determinar la lectura correcta. Ese tribunal se democratizó mediante la suposición de que el juicio debía basarse en la evidencia manifiesta que todos pudieran ver.Las sectas protestantes, como antes los heréticos, continuaron encontrando nuevas “lecturas”, y las escuelas científicas siguen encontrando nuevos modelos. Lo importante es que el método para leer las Escrituras resultó utilizable para leer cualquier otra cosa; el protestantismo y la ciencia moderna fueron su producto.El protestantismo fracasó en su intento de llegar al significado último y verdadero de las Escrituras, y el empirismo de la ciencia moderna temprana fracasó en proveer el conocimiento verdadero del Libro de la Nat. El éxito relativo del método en ambos campos es informativo. El método algorítmico de lectura “de acuerdo con el sentido” fue inapropiado para leer los textos sagrados. Pero el nuevo modo de leer fue suficiente para suscribir una nueva “escritura” del mundo, el intento de representar el mundo sobre el papel, recientemente descubierto.