OFICIO DE LECTURA LECCIONARIO BIENAL … · sacrificio de alabanza; ... Esto es predicar la fe en...

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OFICIO DE LECTURA LECCIONARIO BIENAL BÍBLICO-PATRÍSTICO DE LA LITURGIA DE LAS HORAS TIEMPO ORDINARIO SEMANAS 1-9 AÑO IMPAR http://www.mercaba.org/HORAS%20BIENAL/CARTEL%20TIEMPO%20ORDINARIO.htm

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OFICIO DE LECTURA

LECCIONARIO BIENAL BÍBLICO-PATRÍSTICO

DE LA LITURGIA DE LAS HORAS

TIEMPO ORDINARIO

SEMANAS 1-9

AÑO IMPAR

http://www.mercaba.org/HORAS%20BIENAL/CARTEL%20TIEMPO%20ORDINARIO.htm

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3. TIEMPO ORDINARIO

SEMANA I DEL TIEMPO ORDINARIO

En lugar del domingo 1 del tiempo ordinario se celebra la fiesta del Bautismo del Señor.

LUNES I

PRIMERA LECTURA

Comienza la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 1, 1-17

Saludo y acción de gracias

SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Comentario sobre la carta a los Romanos (1, 7-9: PG 14, 852-855)

Esta fe que profesan los romanos es la misma que se anuncia y crece en todo el mundo

Por él hemos recibido este don y esta misión: hacer que todos los gentiles respondan a la fe, para gloria de su nombre. Pablo dice haber recibido de Cristo este don y esta misión, en cuanto mediador entre Dios y los hombres. El don hemos de relacionarlo con la resistencia a las fatigas; la misión, a la autoridad de la predicación, porque el mismo Cristo es llamado apóstol, o sea, enviado del Padre, pues él se dice enviado a evangelizar a los pobres. Así pues, todo' lo que tiene. se lo transmite a sus discípulos. En sus labios –se ha dicho– se derrama la gracia.

Da también la gracia a sus apóstoles, trabajando con la cual puedan decir: He trabajado más que todos ellos: aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo. Y porque de él se ha dicho: Tenemos en Cristo al apóstol y sumo sacerdote de la fe que profesamos, quien confiere a sus discípulos la dignidad del apostolado, para que también ellos sean constituidos apóstoles de Dios.

Pues los paganos, que estaban excluidos de la ciudadanía de Israel y eran ajenos a las alianzas, no podían creer en el evangelio sino por la gracia conferida a los apóstoles. En virtud de esta gracia se dice que los paganos obedecían por la fe a la predicación de los apóstoles, y se nos recuerda que el pregón de la gracia apostólica que anunciaba el nombre de Cristo, alcanzó a toda la tierra, hasta el punto de llegar hasta Roma. A ellos, a los de Roma, les dice el Apóstol: Entre ellos estáis también vosotros, llamados por Cristo Jesús. Pablo se dice llamado a ser apóstol; los romanos también son llamados, pero no a ser apóstoles, sino a formar parte de los santos en respuesta a la fe.

Antes de nada doy gracias a mi Dios, por medio de Jesucristo, por todos vosotros, porque en el mundo entero se pondera vuestra fe. Lo mismo que escribiendo a otras comunidades Pablo dice que da gracias a Dios por todos, lo dice ahora escribiendo a los romanos. La primera palabra, es una palabra de acción de gracias. Ahora bien: dar gracias a Dios es lo mismo que ofrecerle un sacrificio de alabanza; por eso añade: por medio de Jesucristo, es decir, por medio del gran Pontífice. Conviene saber que todo el que desea ofrecer a Dios un sacrificio, debe hacerlo por mediación de un pontífice.

Pero veamos por qué el Apóstol da gracias a su Dios: Porque —dice— en el mundo entero se pondera vuestra fe. Puede entenderse de esta manera: esta fe que profesan los romanos es la misma que se predica no sólo en la tierra, sino también en el cielo. Pues Jesús reconcilió en su sangre, no sólo a los que hay en la tierra, sino también a los que hay en el cielo, y al nombre de

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Jesús se dobla toda rodilla en la tierra, en el cielo y en el abismo. Esto es predicar la fe en todo el mundo: por ella todo el universo se someterá a Dios.

MARTES I

PRIMERA LECTURA

De la carta a los Romanos 1, 18-32

SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía 3 sobre la carta a los Romanos (1: PG 60, 411-412)

El error es múltiple; la virtud, una

Desde el cielo Dios revela su reprobación de toda impiedad e injusticia de los hombres que tienen la verdad prisionera de la injusticia. Observa la prudencia de Pablo, cómo del tono persuasivo de la exhortación, pasa al más vehemente de la amenaza. Después de haber dicho que el evangelio es fuente de salvación y de vida, y que ha sido la potencia de Dios la que ha operado la salvación y la justicia, pasa seguidamente a las amenazas para infundir temor en los que no le hacen caso. Y comoquiera que son muchos los hombres que se dejan arrastrar a la virtud no tanto por la promesa del premio, cuanto por el temor al castigo, los atrae alternando exhortaciones y amenazas.

De hecho, Dios no sólo prometió el reino, sino que conminó con la gehena; y los profetas hablaban a los judíos alternando siempre premios y castigos. Por eso también Pablo varía el tono del discurso, pero no de cualquier manera, sino pasando de la suavidad a la severidad, demostrando que aquélla nacía de los designios de Dios, ésta, de la maldad e indiferencia de los hombres. Igualmente el profeta primero presenta el lado positivo cuando dice: Si sabéis obedecer, comeréis lo sabroso de la tierra; si rehusáis y os rebeláis, la espada os comerá. Idéntica pedagogía usa aquí Pablo: Vino Cristo —dice— trayéndonos el perdón, la justicia, la vida: y no de balde, sino al precio de la cruz. Y lo que mayormente suscita nuestra admiración no es sólo la munificencia de los dones, sino la acerbidad de lo que padeció. Si pues despreciarais estos dones, ellos mismos se convertirán en vuestra tristeza permanente.

Observa cómo eleva el tono diciendo: Desde el cielo Dios revela su reprobación. Esto se manifiesta con frecuencia en la vida presente: hambre, peste, guerras, pues o bien en privado o bien colectivamente todos reciben el castigo. ¿Qué de nuevo habrá entonces? Pues que el suplicio será mayor, que este suplicio será colectivo y no obedecerá a unas mismas causas: ahora tienen una finalidad pedagógica; entonces vindicativa. Esto lo da a entender Pablo cuando dice: Si el Señor nos corrige es para que no salgamos condenados con el mundo.

De momento hay muchos que piensan que nuestras calamidades no provienen de la ira de Dios, sino de la perfidia de los hombres; pero entonces se manifestará la justicia de Dios, cuando sentado el Juez en el tremendo solio, mande a unos al fuego, a otros a las tinieblas exteriores, a otros finalmente a suplicios de diverso género, eternos e intolerables.

¿Y por qué no dice abiertamente: El Hijo del hombre vendrá y con él innumerables ángeles, a pedir cuentas a cada uno, sino que dice: Revelará Dios su reprobación? Porque los oyentes eran neófitos aún. Por eso Pablo los instruye a partir de lo que en su fe era firme. Además, me parece que se dirige a los paganos. Por eso habla primero del modo que hemos visto, y luego pasa a

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hablar del juicio de Cristo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que tienen la verdad prisionera de la injusticia. Donde demuestra que son muchos los caminos que conducen a la impiedad, a la verdad sólo uno. Y en efecto el error es algo vario, multiforme y desconcertante; la verdad es una.

MIÉRCOLES I

PRIMERA LECTURA

De la carta a los Romanos 2, 1-16

El justo juicio de Dios

SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Comentario sobre la carta a los Romanos (Lib 2, 7: PG 14, 887-889)

Dios no es parcial con nadie

¿Cómo es que el Apóstol hace aquí a los paganos, inmediatamente después de los judíos, partícipes de la gloria del honor y de la paz? A mí me parece que, en este texto, establece una triple jerarquía. Primero se refiere a los que perseveran en hacer el bien, porque buscaban contemplar su gloria y superar la muerte; a éstos Dios les dará la vida eterna.

La perseverancia en hacer el bien es evidente en quienes afrontaron luchas y combates por la fe: claramente se alude aquí a los cristianos, entre los que los mártires abundan. Lo demuestra asimismo lo que el Señor dice a los apóstoles: En el mundo tendréis luchas; el mundo estará alegre, vosotros lloraréis. Y poco después añade: Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas. Es propio de los cristianos padecer tribulaciones en este mundo y llorar, pero suya es la vida eterna.

¿Y quieres saber que la vida eterna está reservada para sólo el que cree en Cristo? Escucha la voz del mismo Señor que lo declara expresamente en el evangelio: Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo. Así pues, quien no reconozca al Padre, único Dios verdadero, y a su Hijo, Jesucristo, está excluido de la eternidad de la vida. Este mismo conocimiento y esta fe son reconocidos como vida eterna. Tenemos pues, aquí el primer grado jerárquico de los cristianos, a quienes por la perseverancia en hacer el bien, porque buscaban contemplar su gloria y superar la muerte, les dará la vida eterna indudablemente aquel que dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Y en Cristo, que es la vida eterna, está la plenitud de todos los bienes.

Una segunda categoría comprende a los que, porfiados, se rebelan contra la verdad y se rinden a la injusticia. A éstos les amenaza un castigo implacable, es decir, a todo malhechor, primero al judío, pero también al griego. A estos mismos, sin embargo –pero situados en una tercera categoría–, se les promete una retribución de bienes, cuando dice: Gloria, honor y paz a todo el que practica el bien, en primer lugar al judío, pero también al griego. Esto se refiere, a mi modo de ver, a los judíos y a los griegos que todavía no han abrazado la fe.

Ahora bien: si, a lo que parece, el Apóstol condena a los paganos porque, habiendo llegado al conocimiento de Dios mediante sus luces naturales, no le dieron la gloria que como Dios se merecía, ¿cómo no pensar que hubiera podido, mejor, debido, alabarlos, caso de que entre ellos hubiera quienes, conociendo a Dios, como a Dios le hubieran glorificado? Me parece fuera de toda duda que si alguien mereciera ser condenado por sus malas obras, éste mismo sería acreedor a

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una remuneración por sus buenas obras caso de que hubiera obrado el bien. Atiende a lo que dice el Apóstol: Todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo para recibir premio o castigo por lo que hayamos hecho mientras teníamos nuestro cuerpo. Que viene a ser lo que dice en este mismo texto: Porque Dios no es parcial con nadie.

JUEVES I

PRIMERA LECTURA

De la carta a los Romanos 2, 17-29

La desobediencia de Israel

SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 36 (16: PL 14, 973-974)

Sé hombre sujeto a Cristo, súbdito de la sabiduría de Dios

Sé súbdito del Señor e invócale. No sólo se te aconseja que estés sujeto a Dios, sino que invoques al Señor y así puedas llevar a feliz término tu deseo de sujeción a Dios. Pues añade: Encomienda tu camino al Señor, confía en él. No sólo te conviene encomendar a Dios tu camino sino también confiar en él. La verdadera sumisión no es ni abyecta ni vil, sino gloriosa y sublime, pues está sujeto a Dios, quien hace la voluntad del Señor.

Además, ¿hay alguien que ignore que la sabiduría del espíritu es superior a la sabiduría de la carne? La sabiduría del espíritu está sujeta a la ley de Dios; la sabiduría de la carne no le está sometida. Sé, pues, súbdito, es decir, próximo a Cristo: así podrás cumplir la ley. Pues Cristo, cumplió la ley haciendo la voluntad del Padre. Por eso Cristo es el fin de la ley, como es la plenitud de la caridad: pues amando al Padre, centró todo su afecto en hacer su voluntad. Por eso escribió el Apóstol en elogio suyo: Y, cuando todo esté sometido, entonces también el Hijo se someterá a Dios, al que se lo había sometido todo. Y así Dios lo será todo para todos. Y Cristo mismo dice de sí: Sólo en Dios descansa mi alma, porque de él viene mi salvación.

Finalmente, estaba sujeto a sus padres, José y María, no por debilidad, sino por devoción filial. La máxima gloria de Cristo radica en insinuarse en el corazón de todos los hombres, apartándolos de la impiedad de la perfidia y de afición al paganismo, y sometérselos a sí.

Y cuando se lo hubiere sometido todo, entrare el conjunto de los pueblos y se salvare Israel, y en todo el orbe no hubiere más que un solo cuerpo en Cristo, entonces también él se someterá al Padre, ofreciéndole en don, como príncipe de todos los sacerdotes, su propio cuerpo sobre el altar celestial. La fe de todos será el sacrificio. Por tanto, esta sumisión és una sumisión de piedad filial, pues el Señor Jesús será sometido a Dios en el cuerpo. Y nosotros somos su cuerpo y miembros de su cuerpo. Sé, pues, un hombre sujeto a Cristo, esto es, súbdito de la sabiduría de Dios, súbdito del Verbo, súbdito de la justicia, súbdito de la virtud, pues todo esto es Cristo. Que todo hombre se someta a Dios. Pues no sólo a uno, sino a todos les aconseja que sometan su corazón, su alma, su carne, para que Dios lo sea todo en todos. Sujeto es, pues, quien está lleno de gracia, quien acepta el yugo de Cristo, quien animosa y decididamente observa los mandamientos del Señor.

VIERNES I

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PRIMERA LECTURA

De la carta a los Romanos 3, 1-20

Todos los hombres bajo el dominio del pecado

SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 43 (75-77: PL 14,1125-1126)

Esta carne que era sombra de muerte, comenzó a resplandecer gracias al Señor

No podemos negar que la carne puede ser humillada de muchas maneras: circunstancias de lugar, de intensidad seductora, de la misma fragilidad que da paso a la culpa. Y aun cuando fue engañado por un adversario nada despreciable, la serpiente, gozaba no obstante de una gracia singular antes de caer en el pecado: Adán vivía en presencia de Dios, en el paraíso habitaba en plena lozanía, estaba iluminado por una gracia celestial, hablaba con Dios. ¿Has leído que fuera humillado antes de que los humillara su propia prevaricación? La herencia de este vicio ha pasado hasta nosotros, de modo que mientras vivimos en esta envoltura corporal, no queremos desterrarnos del cuerpo y vivir junto al Señor. Y obrando así, humillamos nuestra alma que pugna por elevarse hacia Dios. Pero este nuestro cuerpo corruptible grava el alma y predomina el apego a la morada terrestre, hasta el punto de que el alma consagrada a Dios se inclina una y otra vez a las cosas del siglo sin lograr vivir sumisa a Dios, pues la sabiduría de la carne no sabe de sumisión, sabiduría que condiciona toda nuestra afectividad.

Si esto decimos de nosotros, ¿qué diremos de la carne de nuestro Señor Jesucristo? El, es verdad, asumió toda la realidad de esta carne, por lo cual se rebajó hasta someterse a la muerte, y a una muerte de cruz. Presta atención y sopesa cada palabra. Observa que asumió voluntariamente esta nuestra condición humana, con las obligaciones inherentes a tu condición de esclavo, y hecho semejante a cualquier hombre; no semejante a la carne, sino semejante al hombre pecador, ya que todo hombre nace bajo el dominio del pecado. Y así pasó por uno de tantos. Por eso se escribió de él: Es hombre: ¿Quién lo entenderá? (Cf. Jr 17, 9).

Hombre según la carne; superhombre según su situación. Como hombre -dice— se humilló a sí mismo, pues Dios vino a liberar a los que habían caído en la abyección. Así que él mismo se humilló por nosotros.

Por tanto, su cuerpo no es un cuerpo de muerte. ¡Todo lo contrario! Es un cuerpo de vida. Y su carne no es sombra de muerte; al revés, era fulgor de la gloria. Ni en él hay lugar para la aflicción, ya que en su cuerpo reside la gracia de la consolación para todos. Escúchale si no cuando dice: Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón. El se humilló, para que tú fueras exaltado porque el que se humilla será enaltecido. Pero no todos los que son humillados serán enaltecidos, pues a muchos el crimen los humilla para la ruina. El Señor se humilló hasta someterse a la muerte, para ser enaltecido en el mismo umbral de la muerte.

Contempla la gracia de Cristo, reflexiona sobre sus beneficios. Después de la venida de Cristo, esta carne que era sombra de muerte, comenzó a resplandecer y a tener luz propia gracias al Señor. Por eso se ha dicho: La lámpara del cuerpo es el ojo.

SÁBADO II

PRIMERA LECTURA

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De la carta a los Romanos 3, 21-31

Justicia de Dios por la fe

SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 118 (Sermón 1, 14-15: PL 15, 1270)

Dios nos amonestó por medio de la ley, los profetas, el evangelio y los apóstoles

Tú promulgas tus decretos, para que se observen exactamente; ojalá esté firme mi camino, para cumplir tus designios, entonces no sentiré vergüenza al mirar tus mandatos. No promulgas –dice– tus mandatos, para que se observen, sino para que se observen exactamente. ¿Cuándo los promulgó? En el paraíso ya le mandó a Adán que observase sus mandatos, pero quizá no añadió que los observase exactamente: por eso pecó, por eso cedió a la propuesta de su mujer, por eso fue engañado por la serpiente, pensando que si derogaba sólo en parte el mandato, el error no sería tan notable. Pero una vez desviado de la senda de los mandatos, abandonó totalmente el camino. Por eso Dios le despojó de todos los dones, dejándolo desnudo.

Por lo cual el Señor, al caer el que estaba en el paraíso, te amonestó después por medio de la ley, los profetas, el evangelio y los apóstoles, que observases exactamente los mandatos del Señor tu Dios. De toda palabra falsa –dice– que hayas pronunciado darás cuenta. No te engañes: no dejará de cumplirse hasta la última letra o tilde de un mandato. No te apartes del camino. Si andando por el camino no siempre estás a resguardo de ladrones, ¿qué ocurrirá si andas vagando fuera de la senda? Que tus pies estén firmes en el camino recto y, para que puedas conservar seguro la orientación, pídele al Señor que él mismo te indique sus senderos.

Yo esperaba con ansia al Señor: él se inclinó y escuchó mi grito; afianzó mis pies sobre roca y aseguró mis pasos. Pídele tú también que asegure los pasos de tu alma, para que puedas cumplir las consignas del Señor. No sentirás vergüenza al mirar sus mandatos. Antes te avergonzaste en Adán y Eva: quedaste desnudo, te cubriste con hojas, porque estabas avergonzado. Te ocultaste a la presencia de Dios, porque estabas corrido de vergüenza, hasta el punto de que Dios hubo de preguntarte: Adán, ¿dónde estás?

Al preguntarle a él, te está preguntando a ti, pues Adán significa «hombre». De modo que cabría decir: Hombre, ¿dónde estás? Temeroso por estar desnudo y lleno de confusión, no me atreví a comparecer en tu presencia. Así pues, para no sentir vergüenza, observemos los mandatos del Señor y observémoslos enteramente. Pues de nada sirve guardar un mandato, si se conculca otro.

DOMINGO II DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

De la carta a los Romanos 4, 1-25

Abrahán, justificado por la fe

SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Comentario sobre la carta a los Romanos (Lib 7: PG 14, 981-985)

Abrahán creyó en lo que había de venir, nosotros creemos en lo que ya ha venido

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Abrahán creyó al Señor y se le contó en su haber. No escribió esto Moisés para que lo leyera Abrahán, que hacía tiempo estaba muerto, sino para que, de su lectura, sacáramos nosotros provecho para nuestra fe, en la convicción de que si creemos en Dios como él creyó, también a nosotros se nos contará en nuestro haber, a nosotros que creemos en el que resucitó de entre los muertos a nuestro Señor Jesucristo. Veamos por qué, al confrontar nuestra fecon la de Abrahán, saca Pablo a colación el tema de la resurrección.

¿Es que Abrahán creyó en el que resucitó a Jesucristo de entre los muertos, cuando Jesús todavía no había resucitado de entre los muertos? Quisiera ahora considerar qué es lo que pensaba Pablo al prometernos que así como al creyente Abrahán la fe se le contó en su haber, así también a nosotros se nos contará si creemos en el que resucitó de entre los muertos a nuestro Señor Jesús.

Cuando le fue ordenado sacrificar a su hijo único, Abrahán creyó que Dios era capaz de resucitarlo de entre los muertos; creyó asimismo que aquel asunto no concernía únicamente a Isaac, sino que la plena realización del misterio estaba reservada a su posteridad, es decir, a Jesús. Por eso, ofrecía gozoso a su único hijo, porque en este acto veía no la extinción de su posteridad, sino la reparación del mundo y la renovación de todo el género humano, que se llevó a cabo por la resurrección del Señor. Por eso dice de él el Señor: Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo pensando en ver mi día: lo vio, y se llenó de alegría.

Consideradas así las cosas, se ve muy.oportuna la comparación entre la fe de Abrahán y la de quienes creen en aquel que resucitó al Señor Jesús; pues lo que él creyó que había de venir, eso es lo que nosotros creemos ya venido.

LUNES II

PRIMERA LECTURA

De la carta a los Romanos 5, 1-11

La justificación del hombre por medio de Jesucristo

SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Tratado 33 sobre el evangelio de san Juan (9: CCL 36, 305-306)

Emigremos por la caridad, habitemos allá arriba. por la caridad

Como quiera que el Espíritu Santo es el donador de la caridad de que hablamos, oye al Apóstol que dice: El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.

¿Por qué el Señor, sólo después de su resurrección, quiso darnos el Espíritu, de quien derivan a nosotros los mayores beneficios, ya que por él el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones? ¿Qué es lo que quiso darnos a entender? Que en la resurrección nuestra caridad ha de ser ardiente, que nos aparte del amor al mundo y corra apasionadamente hacia Dios. Aquí nacemos y morimos: no amemos esto. Emigremos por la caridad,habitemos allá arriba por la caridad. Por la misma caridad con que amamos a Dios.

Durante nuestra presente peregrinación, pensemos continuamente que nuestra permanencia en esta vida es transitoria, y así, con una vida santa, nos iremos preparando un puesto allí de donde nunca habremos de emigrar. Pues nuestro Señor Jesucristo, una vez resucitado, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él, según dice el Apóstol. Esto es lo que hemos de amar.

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Si vivimos, si tenemos fe en el resucitado, él nos dará, no lo que aquí aman los hombres que no aman a Dios, o que aman tanto más, cuanto menos le aman. Pero veamos qué es lo que nos ha prometido: no riquezas temporales y terrenas ni honores o ejecutorias de poder en este mundo, pues ya veis que todo esto se da también a los hombres malos, para que no sea sobrevalorado por los buenos. Ni, por último, la misma salud corporal; y no es que no la dé, sino que, como veis, se la da también al ganado. Ni una larga vida. ¿Cómo llamar largo lo que un día se acaba? Ni como algo extraordinario, nos prometió a nosotros los creyentes, la longevidad o una decrépita ancianidad, a la que todos aspiran antes de llegar y de la que todos se lamentan una vez que han llegado. Ni la belleza corporal, que la enfermedad o la deseada ancianidad hacen desaparecer.

Querer ser hermoso, querer ser anciano: he aquí dos deseos imposible de armonizar. Si eres anciano, no serás hermoso, pues cuando llega la ancianidad, huye la hermosura. Ni pueden coexistir en una misma persona el vigor de la hermosura y los lamentos de la ancianidad. Así que no es esto lo que nos prometió el que dijo: El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí, que beba: de sus entrañas manarán torrentes de agua viva.

Prometió la vida eterna, donde no hemos de temer, donde no seremos perturbados, de donde no emigraremos, en donde no moriremos; donde ni se llorará al predecesor ni se esperará al sucesor. Y por ser de este orden las cosas que prometió a los que le amamos y a los que nos

urge la caridad del Espíritu Santo, por eso no quiso darnos el Espíritu hasta ser glorificado. De este modo, en su propio cuerpo pudo mostrarnos la vida, que ahora no tenemos, pero que esperamos en la resurrección.

MARTES II

PRIMERA LECTURA

De la carta a los Romanos 5, 12-21

Si creció el pecado, más desbordante fue la gracia

SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 61 (4-6: PL 14, 1224-1225)

Asumió Cristo la obediencia para inoculárnosla a nosotros

Cuando nuestro Señor Jesucristo se decidió a asumir nuestra carne para purificarla en sí mismo, ¿qué es lo que primero debió abolir sino el contagio del primer pecado? Y comoquiera que la culpa había penetrado por el camino de la desobediencia, al transgredir los mandatos divinos lo primero que había que restaurar es la obediencia, para destruir de este modo el foco del error. En ella residía, en efecto, la raíz del pecado. Por eso, como buen médico, debió proceder primeramente a amputar las raíces del mal para que los bordes de la herida pudieran percibir el saludable remedio de los medicamentos. De poco serviría curar el exterior de la herida, si en el interior campan los gérmenes del contagio; más aún, la herida empeora si se cierra en el exterior, mientras en el interior los virus desencadenan los ardores de la fiebre. Porque ¿de qué serviría el perdón del pecado, si el afecto permanece intacto? Sería como cerrar una herida sin haberla sanado.

Quiso desinfectar la herida, para sanar el afecto y no dejar alternativa alguna a la desobediencia. Asumió él la obediencia para inoculárnosla a nosotros. Esto es lo que convenía, pues ya que por la desobediencia de uno la gran mayoría se convirtió en pecadora, viceversa, por la obediencia de uno, muchos se convirtieran en justos.

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De donde se deduce que yerran gravemente quienes afirman que Cristo asumió la realidad de la carne humana, pero no sus tendencias; y van contra el designio del mismo Señor Jesús, quienes intentan separar al hombre del hombre, puesto que no puede existir el hombre desposeído del afecto del hombre. Pues la carne que no es sujeto de pasiones, sería inmune tanto al premio como al castigo. Debió asumir y sanar lo que en el hombre es el hontanar de la culpa, a fin de destruir la fuente del error y cerrar aquellas puertas por las que irrumpe el delito.

¿Cómo podría yo hoy reconocer al hombre Cristo Jesús, cuya carne no veo, pero cuyas pasiones leo: cómo —repito— sabría que es hombre si no hubiera sentido hambre y sed, si no hubiera llorado, si no hubiera dicho: Me muero de tristeza? Precisamente a través de todas estas manifestaciones se nos revela el hombre, que por su obras divinas es considerado superhombre. Hasta tal punto, siendo Dios, quería que se le reconociese como hombre, que él mismo se llamó hombre cuando dijo: ¿por qué tratáis de matarme a m4 un hombre que os ha hablado de la verdad? El es, pues, ambas cosas en una única e indivisible unidad, recognoscible por la distinción de las obras, no por la variedad de personas. Pues no es un ser el nacido del Padre y otro el nacido de María; sino que el que procedía del Padre, tomó carne de la Virgen: asumió el afecto de la madre, para tomar sobre sí nuestras dolencias.

Así que, como hombre estuvo sujeto a la enfermedad y al dolor; y nosotros lo hemos visto hombre en el sufrimiento: pero como vencedor de las enfermedades, no vencido por las enfermedades, sufría por nosotros, no por él; se sometió a la enfermedad no a causa de sus pecados, sino a causa de los nuestros, para curarnos con sus cicatrices. Asumió nuestros pecados, para cargarlos sobre sí y para expiarlos. Por eso le dará una multitud como parte y tendrá como despojo una muchedumbre.

El cargar con nuestros pecados es para su perdón; el expiarlos, para nuestra corrección. Asumió, pues, nuestra compasión, asumió nuestra sujeción. El someterse todas las cosas es prerrogativa de su poder, el estar sometido es propio de nuestra naturaleza.

MIÉRCOLES II

PRIMERA LECTURA

De la carta a los Romanos 6, 1-11

Estáis muertos al pecado, pero vivís para Dios en Cristo Jesús

SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Comentario sobre la carta a los Romanos (Lib 4, 7: PG 14, 985-986)

Si creemos que Cristo resucitó para nuestra justificación, ¿cómo podemos complacemos en la injusticia?

Pero indaguemos todavía cómo es que siendo muchas las prerrogativas de Cristo —de él se dice que es la sabiduría, la virtud, la justicia, la palabra, la verdad, la vida—, el Apóstol haga especialísima mención de la resurrección de Cristo como apoyo de nuestra fe. Pues en otro sitio dices el Apóstol que Dios nos ha resucitado con Cristo y nos ha sentado en el cielo con él.

Lo que quiere decirnos es esto: Si creéis que Cristo ha resucitado de entre los muertos, creed que también vosotros habéis resucitado juntamente con él; y si creéis que en el cielo está sentado a la derecha del Padre, creeos también vosotros mismos colocados no ya en la tierra, sino en los cielos; y si creéis que habéis muerto con Cristo, creed que viviréis juntamente con él; y si creéis

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que Cristo murió al pecado y vive para Dios, estad también vosotros muertos al pecado y vivid para Dios. Esto es lo que con autoridad apostólica atestigua diciendo: Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra; pues el que esto hace, con su misma conducta confiesa creer en el que resucitó a nuestro Señor Jesucristo de entre los muertos, y a éste sí que la fe se le cuenta en su haber.

Pues resulta imposible que quien retenga en sí aunque sea sólo una mínima dosis de injusticia, la justicia se le cuente en su haber, aun cuando crea en el que resucitó al Señor Jesús de entre los muertos. Pues la injusticia nada puede tener en común con la justicia, como tampoco la luz con las tinieblas, la vida con la muerte. Así pues, a los que creyendo en Cristo no se despojan del hombre viejo, con sus obras injustas, la fe no se les puede contar en su haber.

De igual modo podemos decir, que como al injusto no se le puede contar la justicia en su haber, lo mismo ocurre con el impío, mientras no se despoje de la inveterada costumbre del vicio y se revista del hombre nuevo, que se va renovando como imagen de su Creador, hasta llegar a conocerlo. Por eso, hablando del Señor Jesús, añade: Que fue entregado –dice– por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación. Con lo cual quiere darnos aentender que hemos de detestar y rechazar todo aquello por lo que Cristo fue entregado.

Y si estamos convencidos de que fue entregado por nuestros pecados, ¿cómo no considerar como enemigo y contrario todo pecado, teniendo en cuenta que fue el pecado el que entregó a Cristo a la muerte? Ya que si en lo sucesivo mantenemos cualquier tipo de comunión o amistad con el pecado, estaríamos diciendo que nos importa un bledo la muerte de Cristo, aliándonos y secundando lo que él combatió y venció.

Y si estoy convencido de esto, ¿cómo es que amo lo que a Cristo le llevó a la muerte? Si estoy convencido de que Cristo resucitó para la justificación, ¿cómo puedo complacerme en la injusticia? Así pues, Cristo justifica solamente a quienes, a ejemplo de su resurrección, inician una vida nueva y deponen los antiguos hábitos de la injusticia y de la iniquidad, que son los causantes de su muerte.

JUEVES II

PRIMERA LECTURA

De la carta a los Romanos 6, 12-23

Instrumentos del bien al servicio de Dios

SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Tratado 41 sobre el evangelio de san Juan (4-5: CCL 36, 360)

El medio que separa es el pecado, el mediador ue reconcilia es el Señor Jesús

De balde os vendieron, y sin pagar os rescataré. Es el Señor quien habla: él entregó el precio, no en dinero, sino su propia sangre, pues nosotros continuábamos siendo esclavos y menesterosos.

De este tipo de esclavitud sólo el Señor puede liberarnos. El que no la sufrió, nos libera de ella, pues es el único que nació sin pecado. Pues los niños que veis en brazos de sus madres, todavía no andan y ya están cautivos: heredaron de Adán lo que Cristo viene a desatar. También a ellos les llega, por el bautismo, esta gracia que el Señor promete. Del pecado únicamente puede liberar,

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el que nació sin pecado y se constituyó sacrificio por el pecado. Acabáis de escuchar al Apóstol: Actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por nuestro medio. En nombre de Cristo os pedimos, es decir, como si el mismo Cristo os lo pidiese. ¿Qué? Que os reconciliéis con Dios.

Si el Apóstol nos exhorta y nos pide que nos reconciliemos con Dios, es que éramos enemigos de Dios, pues nadie se reconcilia sino con los enemigos. Y nos había enemistado no la naturaleza, sino el pecado. El origen de nuestra enemistad con Dios es el mismo de nuestra esclavitud al pecado. Ningún ser libre es enemigo de Dios: para serlo tienen que ser esclavos, y esclavos seguirán siendo mientras no sean liberados por aquel del que, pecando, quisieron ser enemigos. Así pues, en nombre de Cristo –dice– os pedimos que os reconciliéis con Dios.

¿Y cómo podemos reconciliarnos si no se elimina lo que se interpone entre él y nosotros? Pues dice Dios por boca del profeta: No es tan duro de oído que no pueda oír; son vuestras culpas las que crean separación entre vosotros y vuestro Dios.

Por tanto, no es posible la reconciliación si no se retira lo que está en medio, y se pone lo que en medio debe estar. Pues hay un medio que separa, pero hay también un mediador que reconcilia: el medio que separa es el pecado, el mediador que reconcilia es nuestro Señor Jesucristo: Uno solo es el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús.

Pues bien: para derribar el muro de separación que es el pecado, vino aquel mediador que, siendo sacerdote, él mismo se hizo víctima. Y porque Cristo se hizo víctima por el pecado, ofreciéndose a sí mismo como holocausto en la cruz de su pasión, sigue diciendo el Apóstol: Después de haber dicho: En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios, como si dijéramos: ¿Cómo podríamos reconciliarnos?, responde: Al que no había pecado, es decir, al mismo Señor, Dios lo hizo expiar nuestros pecados, para que nosotros, unidos a él, recibamos la salvación de Dios. Al mismo –dice– Cristo Dios, que no había pecado. Vino en la carne, esto es, en una carne semejante a la del pecado, pero no en una carne pecadora, pues él no cometió ni sombra de pecado; y así se hizo verdadera víctima por el pecado, ya que él no cometió pecado alguno.

VIERNES II

PRIMERA LECTURA

De la carta a los Romamos 7, 1-13

No tuve conciencia del pecado sino por la ley

SEGUNDA LECTURA

San Basilio Magno, Regla mayor (2, 2-4: PG 31, 914-915)

¿Cómo pagaremos al Señor todo el bien ue nos ha hecho?

¿Qué lenguaje será capaz de explicar adecuadamente los dones de Dios? Son tantos que no pueden contarse, y son tan grandes y de tal calidad que uno solo de ellos merece toda nuestra gratitud.

Pero hay uno al que por fuerza tenemos que referirnos, pues nadie que esté en su sano juicio dejará de hablar de él, aunque se trate en realidad del más inefable de los beneficios divinos; es el siguiente: Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, lo honró con el conocimiento de sí mismo, lo dotó de razón, por encima de los demás seres vivos, le otorgó poder gozar de la

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increíble belleza del paraíso y lo constituyó, finalmente, rey de toda la creación. Después, aunque el hombre cayó en el pecado, engañado por la serpiente, y, por el pecado, en la muerte y en las miserias que acompañan al pecado, a pesar de ello, Dios no lo abandonó; al contrario, le dio primero la ley, para que le sirviese de ayuda, lo puso bajo la custodia y vigilancia de los ángeles, le envió a los profetas, para que le echasen en cara sus pecados y le mostrasen el camino del bien, reprimió, mediante amenazas, sus tendencias al mal y estimuló con promesas su esfuerzo hacia el bien, manifestando en varias ocasiones por anticipado, con el ejemplo concreto de diversas personas, cuál sea el término reservado al bien y al mal. Y, aunque nosotros, después de todo esto, perseveramos en nuestra contumacia, no por ello se apartó de nosotros.

La bondad del Señor no nos dejó abandonados y, aunque nuestra insensatez nos llevó a despreciar sus honores, no se extinguió su amor por nosotros, a pesar de habernos mostrado rebeldes para con nuestro bienhechor; por el contrario, fuimos rescatados de la muerte y restituidos a la vida por el mismo nuestro Señor Jesucristo; y la manera como lo hizo es lo que más excita nuestra admiración. En efecto, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo.

Más aún, soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores, fue traspasado por nuestras rebeliones, sus cicatrices nos curaron; además, nos rescató de la maldición, haciéndose por nosotros un maldito, y sufrió la muerte más ignominiosa para llevarnos a una vida gloriosa. Y no se contentó con volver a dar vida a los que estaban muertos, sino que los hizo también partícipes de su divinidad y les preparó un descanso eterno y una felicidad que supera toda imaginación humana.

¿Cómo pagaremos, pues, al Señor todo el bien que nos ha hecho? Es tan bueno que la única paga que exige es que lo amemos por todo lo que nos ha dado. Y, cuando pienso en todo esto —voy a deciros lo que siento—, me horrorizo de pensar en el peligro de que alguna vez, por falta de consideración o por estar absorto en cosas vanas, me olvide del amor de Dios y sea para Cristo causa de vergüenza y oprobio.

SÁBADO II

PRIMERA LECTURA

De la carta a los Romanos 7, 14-25

Yo soy un hombre de carne y hueso vendido como esclavo al pecado

SEGUNDA LECTURA

San Buenaventura, Breviloquio (Prólogo: Opera omnia 5, 201-202)

Del conocimiento de Jesucristo dimana la comprensión de toda la sagrada Escritura

El origen de la sagrada Escritura no hay que buscarlo en la investigación humana, sino en la revelación divina, qué procede del Padre de los astros, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra, de quien, por su Hijo Jesucristo, se derrama sobre nosotros el Espíritu Santo, y, por el Espíritu Santo, que reparte y distribuye a cada uno sus dones como quiere, se nos da la fe, y por la fe habita Cristo en nuestros corazones. En esto consiste el conocimiento de Jesucristo, conocimiento que es la fuente de la que dimana la firmeza y la comprensión de toda la sagrada Escritura. Por esto, es imposible penetrar en el conocimiento de las Escrituras, si no se tiene previamente infundida en sí la fe en Cristo, la cual es como la luz, la puerta y el fundamento de toda la Escritura. En efecto, mientras vivimos en el destierro lejos del Señor, la fe es el

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fundamento estable, la luz directora y la puerta de entrada de toda iluminación sobrenatural; ella ha de ser la medida de la sabiduría que se nos da de lo alto, para que nadie quiera saber más de lo que conviene, sino que nos estimemos moderadamente, según la medida de la fe que Dios otorgó a cada uno.

La finalidad o fruto de la sagrada Escritura no es cosa de poca importancia, pues tiene como objeto la plenitud de la felicidad eterna. Porque la Escritura contiene palabras de vida eterna, puesto que se ha escrito no sólo para que creamos, sino también para que alcancemos la vida eterna, aquella vida en la cual veremos, amaremos y serán saciados todos nuestros deseos; y, una vez éstos saciados, entonces conoceremos verdaderamente lo que trasciende toda filosofía: el amor cristiano, y así llegaremos a la plenitud total de Cristo. En esta plenitud, de que nos habla el Apóstol, la sagrada Escritura se esfuerza por introducirnos. Esta es la finalidad, ésta es la intención que ha de guiarnos al estudiar, enseñar y escuchar la sagrada Escritura.

Y, para llegar directamente a este resultado, a través del recto camino de las Escrituras, hay que empezar por el principio, es decir, debemos acercarnos, sin otro bagaje que la fe, al Padre de los astros, doblando las rodillas de nuestro corazón, para que él, por su Hijo, en el Espíritu Santo, nos dé el verdadero conocimiento de Jesucristo y, con el conocimiento, el amor, para que así, conociéndolo y amándolo, fundamentados en la fe y arraigados en la caridad, podamos conocer lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo de la sagrada Escritura y, por este conocimiento, llegar al conocimiento pleno y al amor extático de la santísima Trinidad; a ello tienden los anhelos de los santos, en ello consiste la plenitud y la perfección de todo lo bueno y verdadero.

DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

De la carta a los Romanos 8,1-17

No procedemos según la carne, sino según el Espíritu

SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía 14 sobre la carta a los Romanos (3: PG 60, 527-528)

Somos, no simplemente herederos, sino coherederos con Cristo

Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un Espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: «¡Abba!» (Padre).

Cuán maravilloso sea esto, lo saben muy bien los iniciados, a quienes se les hace decir por primera vez en la oración dominical. Y ¿por qué así?, me dirás. ¿Es que los antepasados no llamaban a Dios «Padre»? ¿No oyes decir a Moisés: ¿Olvidaste al Dios que te dio a luz? Es verdad, y podrían aducirse otros pasajes más; pero nunca les vemos llamar a Dios por este nombre ni invocarle como Padre.

En cambio, a todos nosotros, sacerdotes y fieles, príncipes y súbditos, se nos ordena orar de este modo y esta es la primera palabra que pronunciamos después de aquel maravilloso nacimiento, después del nuevo y estupendo rito de los neófitos. Además, aun cuando ellos en contadas ocasiones le hubieran invocado con este nombre, lo habrían hecho instintivamente, mientras que los que viven en la economía de la gracia, lo sienten Padre movidos por el Espíritu. Pues así como existe el espíritu de sabiduría por el que los ignorantes se convirtieron en sabios, como nos lo

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demuestra su doctrina, y el espíritu de fortaleza por el que hombres débiles resucitaron a muertos y arrojaron demonios, y el espíritu o don de curar, y el espíritu de profecía y el don de lenguas, así existe también el Espíritu de hijos adoptivos.

Y así como conocemos el espíritu de profecía cuando quien lo posee predice el futuro, diciendo no lo que él piensa, sino lo que la gracia le impulsa a decir, así reconocemos el espíritu de adopción filial cuando el que lo ha recibido, movido por el Espíritu Santo, llama a Dios Padre. Y para demostrar la autenticidad de lo que afirma, el Apóstol echa mano de la lengua hebrea: pues no dice solamente «Padre», sino «Abba, Padre», expresión con que los verdaderos hijos designan a su papá.

Por esta razón, después de haber señalado la diferencia derivada del proyecto de vida, de la gracia recibida y de la libertad, aduce otro testimonio de la excelencia de esta adopción. ¿Cuál? Ese Espíritu –dice– y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios; y, si somos hijos, también herederos. Herederos ¿de quién? Herederos de Dios. Por eso añade: Herederos de Dios. Y no sólo herederos, sino lo que es más admirable todavía: Coherederos con Cristo.

¿Ves cómo se esfuerza por acercarnos a Dios? Y como quiera que no todos los hijos son herederos, precisa que nosotros somos ambas cosas: hijos y herederos. Y como no todos los herederos heredan grandes riquezas, demuestra que incluso esto lo hemos obtenido quienes somos hijos de Dios. Más aún: como puede ocurrir que uno sea heredero de Dios, pero no precisamente coheredero del Unigénito, insiste en que nosotros hemos logrado también esto. Ahora bien: si ser hijo es de suyo una gracia inefable, piensa lo maravilloso que es ser heredero. Y si esto es ya extraordinario, mucho más lo es ser también coheredero.

Y luego de haber demostrado que no es sólo don de la gracia, sintonizando la fe con sus afirmaciones, añade: Ya que sufrimos con él para ser también con él glorificados. Si compartimos sus padecimientos, mucho más compartiremos sus premios. El que fue tan pródigo en dones con quienes todavía nada bueno habían hecho, cuando vea las fatigas y los padecimientos que hemos soportado, ¿cómo no va a colmarnos con mayor abundancia de bienes?

LUNES III

PRIMERA LECTURA

De la carta a los Romanos 8, 18-39

Nada puede apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús

SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía 15 sobre la carta a los Romanos (2: PG 60, 542-543)

Lo que parecía molesto, es lo que ha salvado a todo el mundo

A los que llamó, los justificó. Los justificó por el baño regenerador. A los que justificó, los glorificó. Los glorificó por la gracia, por la adopción. ¿Cabe decir más? Que es como si dijera: No me hables más de peligros ni de insidias tramadas por todos. Pues si es verdad que hay quienes' no tienen fe en los bienes futuros, no pueden negar sin embargo la evidencia de los bienes ya recibidos: por ejemplo, el amor que Dios te ha mostrado, la justificación, la gloria.

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Y todo esto se te ha concedido en atención a lo que parecía molesto: y todo aquello que tú considerabas deshonroso: cruz, las torturas, las cadenas, fue lo que restableció el orden en todo el mundo. Y así como él se sirvió de su pasión, es decir de aquello que se presentaba como sufrimiento, para restablecer la libertad y la salvación de toda la naturaleza humana, así obra contigo: cuando sufres, se sirve de este sufrimiento para tu salvación y para tu gloria.

Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? ¿Quién no está contra nosotros?, se pregunta. Pues hemos de admitir que todo el mundo, dictadores, pueblos, parientes y conciudadanos están contra nosotros. Sin embargo, todos esos que están contra nosotros están tan lejos de hacernos mal que hasta son agentes involuntarios de nuestras victorias y de los beneficios mil que nos vienen, pues la sabiduría de Dios troca sus asechanzas en salvación y gloria para nosotros.

¿Ved cómo nadie está contra nosotros? Pues lo que más renombre dio a Job fue precisamente que el diablo en persona tomó las armas contra él: se valió contra él de sus amigos, de su esposa, de las llagas, de los criados, urdiendo contra él mil otras maquinaciones. Y no obstante no le sucedió ningún mal. Si bien todo esto, con ser una gran cosa, no es la mayor: lo realmente extraordinario es que todo esto se trocó en bien y en una ganancia. Como Dios estaba de su parte, todo lo que parecía conspirar contra él, cedía en favor suyo.

Les pasó lo mismo a los apóstoles: judíos, paganos, falsos hermanos, príncipes, pueblos, hambre, pobreza y otras muchas cosas se pusieron en contra suya. Pero nada pudo contra ellos. Y lo más maravilloso era que todo esto les hacía más espléndidos, ilustres y dignos de alabanza ante Dios y los hombres. Por eso dice: Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?

Y no contento con lo dicho, te pone en seguida ante la mayor prueba de amor de Dios para con nosotros, prueba sobre la que insiste una y otra vez: la muerte del Hijo. No sólo —dice— nos justificó, nos glorificó y nos predestinó a ser imagen suya, sino que no perdonó a su Hijo por ti. Por eso añadió: El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Cómo podrá abandonarnos quien por nosotros no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros? Piensa en el gran peso de bondad que supone no perdonar asu propio Hijo, sino entregarlo y entregarlo por todos, por los hombres viles, ingratos, enemigos y blasfemos. ¿cómo no nos dará todo con él? Es como decir: si nos ha dado a su Hijo, y no sólo nos lo ha dado, sino que lo entregó a la muerte, ¿cómo puedes dudar de lo demás, si has recibido al Señor? ¿Cómo puedes abrigar dudas respecto a las posesiones, poseyendo al Señor?

MARTES III

PRIMERA LECTURA

De la carta a los Romanos 9, 1-18

Dios tiene misericordia de quien quiere y deja endurecerse a quien quiere

SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el evangelio de san Juan (Lib 10: PG 74, 386-387)

Son peregrinos y extranjeros en la tierra quienes viven una vida celestial

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Está escrito en el libro de Moisés que Abrahán creyó en Dios y la fe se le contó en su haber y fue llamado amigo de Dios. ¿Cuál fue la razón de su fe y por qué fue llamado amigo de Dios? Se le dijo: Sal de tu tierra y de la casa de tu padre hacia la tierra que te mostraré. Y cuando le fue ordenado inmolar a su unigénito como figura de Cristo, le fue revelado el secreto designio de Dios. Justamente dijo el Salvador hablando de él a los judíos: Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo pensando en ver mi día: lo vio, y se llenó de alegría.

Así pues, a causa de su obediencia y de su sacrificio, el hombre de Dios Abrahán fue llamado amigo de Dios y fue ceñido de la gloria de la justicia. Y no sólo eso, sino que honrado con el privilegio de hablar con Dios, le fueron revelados los planes de Dios que habrían de realizarse en la plenitud de los tiempos.

Y fue precisamente en la plenitud de los siglos cuando Cristo, la víctima santa y verdaderamente sagrada que quita el pecado del mundo, murió por nosotros. Pero hazme caso, por favor, y observa cómo las mismas cosas se realizan en plenitud también en aquellos que son sublimados a la amistad de nuestro Salvador Jesucristo. También ellos escucharon: Sal de tu tierra. Orden que cumplieron tan esforzadamente como puedes deducir de sus palabras: No tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos en busca de la futura, cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios. Pues son peregrinos y extranjeros en la tierra quienes viven una vida celestial y, unidos a Dios con los vínculos del afecto y del interés sobrenatural, abandonan la tierra trabajados por el deseo de la suprema mansión. Es la mansión que les muestra el Salvador cuando dice: Me voy a prepararos sitio; y cuando vuelva os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Escucharon que era necesario salir de la casa paterna.

¿Pero cómo podremos demostrarlo? Aduciré como testigo al mismo Cristo: El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí. No cabe duda de que la amistad de Dios es muy superior a la amistad terrena y a la más allegada parentela y, para los que le aman, el amor de Cristo es más fuerte que cualquier otro amor. Y al bienaventurado Abrahán le fue ordenado ofrecer su hijo como holocausto de suave olor, mientras que a éstos se les ordena que, ceñidos de la justicia y de la fe, se ofrezcan a sí mismos y no a otros. Os exhorto —dice— a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable. También se escribió de ellos: Los que son de Cristo Jesús han crucificado su carne con sus pasiones y deseos.

Además, también ellos comprendieron el misterio de Cristo. Pues saben que, a cambio de su amor a Cristo y como premio a sus trabajos se les galardonará con las prerrogativas del siglo futuro y con la gloria de la vida eterna. Y así, lo mismo que Abrahán, serán tenidos por justos y llamados amigos de Dios.

MIÉRCOLES III

PRIMERA LECTURA

De la carta a los Romanos 9, 19-33

La libre omnipotencia del Creador

SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Comentario sobre la carta a los Gálatas (Lib 1, 27-28: CSEL 84, 92-94)

La única descendencia de Abrahán: Cristo y la Iglesia

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La ley –dice el Apóstol– fue nuestro pedagogo hasta que llegara Cristo. He aquí sus palabras: Estábamos prisioneros, custodiados por la ley. Una vez que la fe ha llegado, ya no estamos sometidos al pedagogo. Con estas palabras reprende ahora a los que anulan la gracia de Cristo: como si no hubiera llegado todavía el que debía llamarnos a la libertad, pretenden permanecer aún bajo el pedagogo.

Lo que dice que todos son hijos de Dios por la fe, en cuanto que todos los que fueron bautizados en Cristo se revistieron de Cristo, tiene un objetivo bien concreto: evitar que los paganos desesperen de su salvación, pensando que no son hijos al no estar custodiados por el pedagogo: revestidos de Cristo por la fe, todos se convierten en hijos. No hijos por naturaleza, como el Hijo único, que, además, es la Sabiduría de Dios; ni por la prepotente y singular asunción que les capacitara para ser y actuar por naturaleza en persona de la Sabiduría, a la manera como el Mediador se identificó con la Sabiduría asumida sin intervención de mediador alguno. No, son hijos por participación de la sabiduría, en virtud y gracias a la fe del Mediador.

En esta fe no hay distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres, por cuanto todos los fieles son uno en Cristo Jesús. Y si esto hace la fe, por la que se vive justamente en esta vida, ¿cuánto más perfecta y copiosamente lo hará la misma visión, cuando veamos cara a cara?

Pues de momento y aun poseyendo, por la justificación de la fe, las primicias del Espíritu, que es vida, comoquiera que todavía el cuerpo está muerto por el pecado, esta diferenciación de nacionalidad, de condición social o de sexo está ciertamente superada por lá unidad de la fe, pero se mantiene en la existencia mortal. Y que en la peregrinación de la presente vida, hayan de mantenerse tales categorías, lo preceptúan los apóstoles —quienes además nos han legado normas salubérrimas para vivir en común manteniendo las diferencias de nacionalidad, judíos y griegos, de condición social, señores y esclavos, de sexo, hombres y mujeres, y otras diferencias que eventualmente puedan presentarse—, y antes que ellos, el mismo Señor, quien afirmó: Pagadle al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios

Porque todos —dice— sois uno en Cristo Jesús. Y añade: Y si sois, de modo que se subdistinga y se sobrentienda: sois uno en Cristo Jesús, y a continuación se deduzca: luego sois descendencia de Abrahán, de suerte que el sentido sea éste: Porque todos sois uno en Cristo Jesús, luego sois descendencia de Abrahán. Antes había dicho: No se dice: «y a los descendientes», en plural, sino en singular: «y a tu descendencia», que es Cristo. Aquí, pues, nos demuestra que Cristo es el único descendiente, no refiriéndose exclusivamente a él, único mediador, sino también a la Iglesia, su cuerpo, de la que él es cabeza. Y esto para que todos sean uno en Cristo y reciban, de acuerdo con la promesa, la herencia por la fe, a la que la promesa estaba supeditada; esto es: en espera de la llegada de la fe, el pueblo estaba como custodiado por el pedagogo hasta la fecha prefijada, en cuya fecha serían llamados a la libertad todos cuantos en el pueblo hansido llamados conforme al designio de Dios, es decir, los que en aquella era fueron reconocidos como trigo.

JUEVES III

PRIMERA LECTURA

De la carta a los Romanos 10, 1-21

Dios es el Señor de todos

SEGUNDA LECTURA

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San Ambrosio de Milán, Carta 29 (6-9: PL 16, 1100-1101)

Predicamos a Cristo

¡Qué hermosos los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la Buena Noticia! ¿Quiénes son los que traen la Buena Noticia sino Pedro, sino Pablo, sino los apóstoles todos? ¿Y cuál es la Buena Noticia que nos traen, sino al Señor Jesús? El es nuestra paz, él es aquel sumo bien, pues es bueno y procede del bueno: de un árbol bueno se recogen frutos buenos. Bueno es finalmente el espíritu que de él recibe y que guía a los siervos de Dios por el recto camino.

¿Y quién, teniendo al Espíritu de Dios en sí, negará al bueno, cuando él mismo dice: ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno? Venga este bien a nuestra alma, a lo más íntimo de nuestra mente; este bien que Dios da generosamente a los que se lo piden. Este es nuestro tesoro, éste es nuestro camino, éste es nuestra sabiduría, nuestra justicia, nuestro pastor, y pastor bueno, él es nuestra vida. ¡Ya ves cuántos bienes en un solo bueno! Pues todos estos bienes nos predican los evangelistas.

El Señor Jesús es el sumo bien en persona, anunciado por los profetas, predicado por los ángeles, prometido por el Padre, evangelizado por los apóstoles. Vino a nosotros cual fruto maduro: y no sólo cual fruto maduro, sino como fruto que madura en los montes. Y para que no hubiera nada duro ni inmaduro en nuestros proyectos, nada violento ni áspero en nuestras acciones y en nuestras costumbres, él fue el primero que se presentó anunciándonos la Buena Noticia. Por eso dijo: Yo el que hablaba, aquí estoy. Esto es, yo que hablaba en los profetas, estoy presente en el cuerpo que asumí de la Virgen; estoy aquí yo que soy la imagen de Dios invisible e impronta de su sustancia, y estoy aquí también como hombre. Pero ¿quién me conoce? Vieron al hombre y le creyeron superhombre por sus obras.

Apresurémonos, pues, a él, en quien está el sumo bien: pues él es la bondad; él es la paciencia de Israel, que te llama a penitencia, a fin de que no seas convocado a juicio, sino que puedas recibir la remisión de los pecados. Haced —dice— penitencia. El es el sumo bien que de nadie necesita y abunda en todo. Y tal es su abundancia, que de su plenitud todos hemos recibido y en él fuimos colmados, como dice el evangelista.

VIERNES III

PRIMERA LECTURA

De la carta a los Romanos 11,1-12

Dios no ha desechado a su pueblo

SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 4, or 1: PG 70, 890-891)

Se nos llama cristianos o pueblo de Dios

Desde oriente traeré a tu estirpe, desde occidente te reuniré. Promete a la Sinagoga o a la Iglesia formada de páganos y judíos, reunir a todos desde oriente a occidente, es decir, de todos los climas y lugares geográficos.

Cuando habla de hijos e hijas que corren desde los cuatro puntos cardinales, alude al tiempo de la venida de Cristo, tiempo en que se dio a todos los habitantes de la tierra la gracia de la adopción

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por medio de la santificación en el Espíritu. Al decir: A todos los que llevan mi nombre, da a entender que la vocación no es privativa de una nación, sino común: la misma para todos. Pues se nos llama cristianos o pueblo de Dios. También Pedro, en la carta dirigida a los llamados por la fe, se expresa de estamanera: Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa. Antes erais «No pueblo», ahora sois «pueblo de Dios».

Hemos sido efectivamente renovados en Cristo por la santificación, recuperando el esplendor originario de la naturaleza, a saber, la imagen del que nos creó por él y en él: renunciando al pecado y a la inveterada corrupción, se nos enseña a reiniciar una vida nueva; nos despojamos del hombre viejo corrompido por las seducciones del error, y nos revestimos del hombre nuevo, renovado a imagen del que nos creó. Además, este renacimiento o, como suele decirse, esta nueva criatura, se ha efectuado en Cristo; por tanto la hemos recibido no de una estirpe corrupta, sino en virtud de la palabra del Dios que vive y permanece.

Así pues, este pueblo reunido de los cuatro puntos cardinales y llamado por mi nombre, no lo ha creado, plasmado y ejecutado otro que yo para mi gloria. Y el Hijo puede muy bien ser llamado gloria de Dios Padre, pues por él y en él es glorificado, según aquello: Yo te he glorificado sobre la tierra, idea que Cristo desarrolla ampliamente. Que los que en él creemos hemos sido plasmados por él lo sabemos con mayor certeza al sentirnos conformados a él y palpar, resplandeciente en nuestras almas, la belleza de la naturaleza divina.

Algo por el estilo dijo también el salmista: Quede esto escrito para la generación futura, y el pueblo que será creado alabará al Señor. Y cuando poco después añade: Sacad al pueblo ciego, revela maravillosamente la prestancia inexpresable y maravillosa de su poder. Ya en otro tiempo irradió como estrella mañanera sobre aquellos, cuyas mentes y corazones estaban envueltos en la tiniebla de la diabólica perversidad y en el error, y surgiendo para ellos cual sol de justicia, los hizo hijos no ya de la noche y las tinieblas, sino de la luz y del día, según la sapientísima expresión de Pablo.

SÁBADO III

PRIMERA LECTURA

De la carta a los Romanos 11, 13-24

Si está consagrada la raíz, también lo están las ramas

SEGUNDA LECTURA

Del Decreto Ad Gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, del Concilio Vaticano II (Núms 4-5)

Id y haced discípulos de todos los pueblos

El mismo Señor Jesús, antes de entregar voluntariamente su vida por la salvación del mundo, de tal manera dispuso el ministerio apostólico y prometió enviar el Espíritu Santo que ambos se encuentran asociados en la realización de la obra de la salvación en todas partes y para siempre.

El Espíritu Santo unifica en la comunión y en el ministerio, y provee de diversos dones jerárquicos y carismáticos a toda la Iglesia a través de todos los tiempos, vivificando, a la manera del alma, las instituciones eclesiales e infundiendo en el corazón de los fieles el mismo impulso de misión

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con que actuó Cristo. A veces también se anticipa visiblemente a la acción apostólica, de la misma forma que sin cesar la acompaña y dirige de diversas formas.

El Señor Jesús ya desde el principio llamó a los que él quiso, y a doce los hizo sus compañeros, para enviarlos a predicar. Los apóstoles fueron, pues, la semilla del nuevo Israel y al mismo tiempo el origen de la sagrada jerarquía.

Después, el Señor, una vez que hubo cumplido en sí mismo, con su muerte y resurrección, los misterios de nuestra salvación y la restauración de todas las cosas, habiendo recibido toda potestad en el cielo y en la tierra, antes de ascender a los cielos, fundó su Iglesia como sacramento de salvación y "envió a los apóstoles a todo el mundo, como también él había sido enviado por el Padre, mandándoles: Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. De aquí le viene a la Iglesia el deber de propagar la fe y la salvación de Cristo; tanto en virtud del mandato expreso que de los apóstoles heredó el orden episcopal, al que ayudan los presbíteros, juntamente con el sucesor de Pedro, sumo pastor de la Iglesia, como en virtud de la vida que Cristo infunde a sus miembros.

La misión de la Iglesia se realiza, pues, mediante aquella actividad por la que, obediente al mandato de Cristo y movida por la gracia y la caridad del Espíritu Santo, se hace presente en acto pleno a todos los hombres o pueblos, para llevarlos con el ejemplo de su vida y con la predicación, con los sacramentos y demás medios de gracia, a la fe, la libertad y la paz de Cristo, de suerte que se les descubra el camino libre y seguro para participar plenamente en el misterio de Cristo.

DOMINGO IV DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

De la carta a los Romanos 11, 25-36

Todo Israel se salvará

SEGUNDA LECTURA

San Cesáreo de Arlés, Sermón 11 (1.4.6: CCL 103, 54.56-57)

La sabiduría de Dios en la obra de la redención

Son muchos, amadísimos hermanos, a quienes les asalta esta sospecha; muchos los hombres de escasa ciencia a los que este pensamiento les produce escrúpulo. Se preguntan en efecto: ¿por qué Jesucristo, el Señor, poder y sabiduría del Padre, no operó la salvación del hombre con el poder divino o simplemente con su palabra, sino en la humildad del cuerpo y el sufrimiento humano? El hubiera podido muy bien echar mano del poder y la majestad celestial para abatir al diablo y liberar al hombre de su tiranía.

Los hay que se extrañan de que no destruyera la muerte con su palabra, él que —según se nos dice— al principio con su palabra dio la vida: cuál es la razón de que no reparara lo perdido con la misma majestad con que supo crear lo que no existía. ¿Qué necesidad tenía nuestro Señor Jesucristo de padecer tan dura pasión, él que con su poder era muy capaz de liberar al género humano? ¿para qué su encarnación, a qué su infancia, el curso de la edad, las injurias, la cruz, la muerte, y la sepultura que él aceptó para reparar el pecado del hombre?

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Veamos, en primer lugar, el significado de la cruz, cómo en ella se cancela el pecado del mundo, cómo la muerte es destruida y se triunfa sobre el diablo. La cruz, en rigor de justicia, es un castigo privativo de los pecadores: sabemos en efecto, que tanto la ley de Dios como la ley del mundo decretan la cruz para reos y criminales.

Por obra del diablo, actuando a través de Judas, de los reyes de la tierra y de los príncipes de los judíos que, juntos, conspiraron ante Pilato contra el Señor y contra su Mesías, Cristo es condenado a muerte; se condena al inocente, como dice el profeta en el salmo: Pero el justo ¿qué hizo? Y de nuevo: Aunque atenten contra la vida del justo y condenen a muerte al inocente...

Soportó pacientemente las injurias y los bofetones, la corona de espinas y la veste escarlata y demás escarnios de que nos habla el evangelio. Y lo soportó sin culpa alguna, para que, armado de paciencia, como oveja de matanza fuera conducido a la cruz. Soportó a los poderosos, según canta David, como hombre a quien nadie socorre, él que hubiera podido vengarse con su divina majestad. Silos que habían salido para prenderle, ante una simple pregunta: ¿A quién buscáis, retrocedieron y cayeron a tierra como muertos, ¿qué habría ocurrido si se hubiera puesto a increparles?

Pero cumplió el misterio de la cruz, que era la razón de su venida al mundo; para que mediante la cruz cancelara el recibo que nos pasaba el pecado y el poder del enemigo quedase prisionero en el anzuelo de la cruz y, sin alterar la justicia y la razón, el diablo perdiera la presa que retenía.

Amadísimos hermanos: esta es —según creo— la razón de por qué el Señor y Salvador nuestro nos liberó del poder del diablo no mediante una exhibición de poder, sino por la humildad, no acudiendo a la violencia, sino por la justicia. Por lo cual, nosotros a quienes la misericordia divina nos ha enriquecido con tan grandes beneficios sin ningún mérito precedente, colaboremos con él en la medida de nuestras posibilidades, para que la gracia de tan gran amor nos sea de provecho y no de condenación.

LUNES IV

PRIMERA LECTURA

De la carta a los Romanos 12,1-21

La vida cristiana es un culto espiritual

SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Comentario sobre la carta a los Romanos (Lib 9 1: PG 14, 1204-1205; 1206-1207)

Todos los miembros de la Iglesia ofrecen la hostia viva

Os exhorto, hermanos, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable.

Ahora Pablo exhorta a los creyentes en Cristo a que presenten sus cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios. Llama viva a la hostia portadora de vida, es decir, de Cristo, y dice: Llevamos en el cuerpó.la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se, manifieste en nuestra carne. La llama santa porque en ella inhabita el Espíritu Santo. Agradable a Dios, como separada de vicios y pecados. Todo esto constituye el culto razonable a Dios. De un culto semejante puede darse razón y demostrarse que es digno de Dios la inmolación de tales hostias.

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En cambio, ninguna razón recta y honesta consentirá en ofrecer al Dios inmortal e incorpóreo carneros, cabritos y becerros.

Resulta, pues, evidente que la hostia viva, santa, agradable a Dios es un cuerpo incontaminado. Y si bien en la Iglesia la primera hostia, después de los apóstoles, parece ser la de los mártires, la segunda la de las vírgenes y la tercera la de los continentes, pienso, sin embargo, que no se puede negar que también los que viven en el matrimonio y de común acuerdo y por cierto tiempo se dedican a la oración, si en lo demás se comportan con santidad y justicia, pueden asimismo ofrecer sus cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios. Así pues, todos los miembros de la Iglesia se ofrecen y consuman la hostia viva, santa, agradable a Dios, que ha de ser presentada de una manera razonable.

Y no os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es voluntad de, Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto.

Nos transformamos por la renovación de la mente ejercitándonos en la sabiduría, meditando la palabra de Dios y tratando de captar el sentido espiritual de su ley; y cuanto más provecho saca de la lectura diaria de las Escrituras, cuanto más penetra en ellas, tanto más se renueva según un proceso ininterrumpido y cotidiano. Dudo que pueda transformarse por la renovación de la mente el que se muestra perezoso en la lectura de las Escrituras y en el ejercicio de la inteligencia espiritual, que le capacite no sólo para entender lo que está escrito, sino para explicarlo con mayor claridad y comunicarlo con más diligencia

Y ciertamente que si la mente no ha sido renovada para un conocimiento pleno e iluminada totalmente por la sabiduría de Dios, no podrá discernir lo que es voluntad de Dios, pues muchas veces confundimos la voluntad de Dios con lo que no es. Y en esto yerran y se equivocan precisamente los que no han renovado su mente. Porque realmente es privativo no de cualquier mente, sino sólo de una mente muy renovada y transformada ya según la imagen de Dios, discernir en cada una de las cosas que hacemos, hablamos y pensamos lo que es voluntad de Dios; así como el no hacer, decir o pensar cosa alguna que viere no sintonizar con la voluntad de Dios.

MARTES IV

PRIMERA LECTURA

De la carta a los Romanos 13, 1-14

Consejos varios

SEGUNDA LECTURA

San Ignacio de Antioquía, Comienza la carta a los Romanos (1, 1-2, 2: Funck 1, 213-215)

No quiero agradar a los hombres, sino a Dios

Ignacio, por sobrenombre Teóforo, es decir, Portador de Dios, a la Iglesia que ha alcanzado misericordia por la majestad del Padre altísimo y de Jesucristo, su Hijo Unico; a la Iglesia amada e iluminada por la voluntad de aquel que ha querido todo lo que existe, según la caridad de Jesucristo, nuestro Dios; Iglesia, además, que preside en el territorio de los romanos, digna de Dios, digna de honor, digna de ser llamada dichosa, digna de alabanza, digna de alcanzar sus deseos, de una loable integridad, y que preside a todos los congregados en la caridad, que guarda la ley de Cristo, que está adornada con el nombre del Padre: para ella mi saludo en el nombre de

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Jesucristo, Hijo del Padre. Y a los que están adheridos en cuerpo y alma a todos sus preceptos, constantemente llenos de la gracia de Dios y exentos de cualquier tinte extraño, les deseo una grande y completa felicidad en Jesucristo, nuestro Dios.

Por fin, después de tanto pedirlo al Señor, insistiendo una y otra vez, he alcanzado la gracia de ir a contemplar vuestro rostro, digno de Dios; ahora, en efecto, encadenado por Cristo Jesús, espero poder saludaros, si es que Dios me concede la gracia de llegar hasta el fin. Los comienzos por ahora son buenos; sólo falta que no halle obstáculos en llegar a la gracia final de la herencia que me está reservada. Porque temo que vuestro amor me perjudique. Pues a vosotros os es fácil obtener lo que queráis, pero a mí me sería difícil alcanzar a Dios, si vosotros no me tenéis consideración.

No quiero que agradéis a los hombres, sino a Dios, como ya lo hacéis. El hecho es que a mí no se me presentará ocasión mejor de llegar hasta Dios, ni vosotros, con sólo que calléis, podréis poner vuestra firma en obra más bella. En efecto, si no hacéis valer vuestra influencia, ya me convertiré en palabra de Dios; pero, si os dejáis llevar del amor a mi carne mortal, volveré a ser sólo un simple eco. El mejor favor que podéis hacerme es dejar que sea inmolado para Dios, mientras el altar está aún preparado; así, unidos por la caridad en un solo coro, podréis cantar al Padre por Cristo Jesús, porque Dios se ha dignado hacer venir al obispo de Siria desde oriente hasta occidente. ¡Qué hermoso es que el sol de mi vida se ponga para el mundo y vuelva a salir para Dios!

MIÉRCOLES IV

PRIMERA LECTURA

De la carta a los Romanos 14, 1-23

Ninguno de nosotros vive para sí mismo

SEGUNDA LECTURA

San Ignacio de Antioquía, Carta a los Romanos, (3-4: Funck 1, 215-219)

Ser cristiano no sólo de nombre, sino también de hecho

Nunca tuvisteis envidia de nadie, y así lo habéis enseñado a los demás. Lo que yo ahora deseo es que lo que enseñáis y mandáis a otros lo mantengáis con firmeza y lo practiquéis en esta ocasión. Lo único que para mí habéis de pedir es que tenga fortaleza interior y exterior, para que no sólo hable, sino que esté también interiormente decidido, a fin de que sea cristiano no sólo de nombre, sino también de hecho. Si me porto como cristiano, tendré también derecho a este nombre y, entonces, seré de verdad fiel a Cristo, cuando haya desaparecido ya del mundo. Nada es bueno sólo por lo que aparece al exterior. El mismo Jesucristo, nuestro Dios, ahora que está con su Padre, es cuando mejor se manifiesta. Lo que necesita el cristianismo, cuando es odiado por el mundo, no son palabras persuasivas, sino grandeza de alma.

Yo voy escribiendo a todas las Iglesias, y a todas les encarezco lo mismo: que moriré de buena gana por Dios, con tal que vosotros no me lo impidáis. Os lo pido por favor: no me demostréis una benevolencia inoportuna. Dejad que sea pasto de las fieras, ya que ello me hará posible alcanzar a Dios. Soy trigo de Dios y he de ser molido por los dientes de las fieras, para llegar a ser pan limpio de Cristo.

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Halagad más bien a las fieras, para que sean mi sepulcro y no dejen nada de mi cuerpo; así, después de muerto, no seré gravoso a nadie. Entonces seré de verdad discípulo de Cristo, cuando el mundo no vea ya ni siquiera mi cuerpo. Rogad por mí a Cristo, para que, en medio de esos instrumentos, llegue a ser una víctima para Dios. No os doy mandatos como Pedro y Pablo. Ellos eran apóstoles, yo no soy más que un condenado a muerte; ellos eran libres, yo no soy al presente más que un esclavo. Pero, si logro sufrir el martirio, entonces seré liberto de Jesucristo y resucitaré libre como él. Ahora, en medio de mis cadenas, es cuando aprendo a no desear nada.

JUEVES IV

PRIMERA LECTURA

De la carta a los Romanos 15, 1-13

Procuremos cada uno dar satisfacción al prójimo en lo bueno

SEGUNDA LECTURA

San Ignacio de Antioquía, Carta a los Romanos (5-6: Funck I, 219-221)

Permitid que imite la pasión de mi Dios

Desde Siria hasta Roma vengo luchando ya con las fieras, por tierra y por mar, de noche y de día, atado como voy a diez leopardos, es decir, a un pelotón de soldados que, cuantos más beneficios se les hace, peores se vuelven. Pero sus malos tratos me ayudan a ser mejor, aunque tampoco por eso quedo absuelto. Quiera Dios que tenga yo el gozo de ser devorado por las fieras que me están destinadas; lo que deseo es que no se muestren remisas; yo las azuzaré para que me devoren pronto, no suceda como en otras ocasiones que, atemorizadas, no se han atrevido a tocar a sus víctimas. Si se resisten, yo mismo las obligaré.

Perdonadme lo que os digo; es que yo sé bien lo que me conviene. Ahora es cuando empiezo a ser discípulo. Ninguna cosa, visible o invisible, me prive por envidia de la posesión de Jesucristo. Vengan sobre mí el fuego, la cruz, manadas de fieras, desgarramientos, amputaciones, descoyuntamiento de huesos, seccionamiento de miembros trituración de todo mi cuerpo, todos los crueles tormentos del demonio, con tal de que esto me sirva para alcanzar a Jesucristo.

De nada me servirían los placeres terrenales ni los reinos de este mundo. Prefiero morir en Cristo Jesús que reinar en los confines de la tierra. Todo mi deseo y mi voluntad están puestos en aquel que por nosotros murió y resucitó. Se acerca ya el momento de mi nacimiento a la vida nueva. Por favor, hermanos, no me privéis de esta vida, no queráis que muera; si lo que yo anhelo es pertenecer a Dios, no me entreguéis al mundo ni me seduzcáis con las cosas materiales; dejad que pueda contemplar la luz pura; entonces seré hombre en pleno sentido. Permitid que imite la pasión de mi Dios. El que tenga a Dios en sí entenderá lo que quiero decir y se compadecerá de mí, sabiendo cuál es el deseo que me apremia.

VIERNES IV

PRIMERA LECTURA

De la carta a los Romanos 15, 14-33

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Ministerio de Pablo

SEGUNDA LECTURA

San Ignacio de Antioquía, Carta a los Romanos (7-8: Funck 1, 121-123)

Os escribo en vida, pero deseando morir

El príncipe de este mundo me quiere arrebatar y pretende arruinar mi deseo, que tiende hacia Dios. Que nadie de vosotros, los aquí presentes, lo ayude; poneos más bien de mi parte, esto es, de parte de Dios. No queráis a un mismo tiempo tener a Jesucristo en la boca y los deseos mundanos en el corazón. Que no habite la envidia entre vosotros. Ni me hagáis caso si, cuando esté aquí, os suplicare en sentido contrario; haced más bien caso de lo que ahora os escribo. Porque os escribo en vida, pero deseando morir. Mi amor está crucificado y ya no queda en mí el fuego de los deseos terrenos, únicamente siento en mi interior la voz de una agua viva que me habla y me dice: «Ven al Padre». No encuentro ya deleite en el alimento material ni en los placeres de este mundo. Lo que deseo es el pan de Dios, que es la carne de Jesucristo, de la descendencia de David, y la bebida de su sangre, que es la caridad incorruptible.

No quiero ya vivir más la vida terrena. Y este deseo será realidad si vosotros lo queréis. Os pido que lo queráis, y así vosotros hallaréis también benevolencia. En dos palabras resumo mi súplica: hacedme caso. Jesucristo os hará ver que digo la verdad, él que es la boca que no engaña, por la que el Padre ha hablado verdaderamente. Rogad por mí, para que llegue a la meta.

Os he escrito no con criterios humanos, sino conforme a la mente de Dios. Si sufro el martirio, es señal de que me queréis bien; de lo contrario, es que me habéis aborrecido.

SÁBADO IV

PRIMERA LECTURA

De la carta a los Romanos 16, 1-27

Recomendaciones, saludos y doxología

SEGUNDA LECTURA

San Ignacio de Antioquía, Carta a los Romanos (9-10: Funck 1, 223)

Os saluda mi espíritu y la caridad de las Iglesias

Acordaos en vuestras oraciones de la iglesia de Siria, que privada ahora de mí, no tiene otro pastor que el mismo Dios. Sólo Jesucristo y vuestro amor harán para con ella el oficio de obispo. Yo me avergüenzo de pertenecer al número de los obispos; no soy digno de ello, ya que soy el último de todos y un abortivo. Sin embargo, llegaré a ser algo, si llego a la posesión de Dios, por su misericordia.

Os saluda mi espíritu y la caridad de las Iglesias que me han acogido en el nombre de Jesucristo, y no como un transeúnte. En efecto, incluso las Iglesias que no entraban en mi itinerario corporal acudían en cada una de las ciudades por las que pasaba.

Os escribo desde Esmirna, por medio de unos efesios verdaderamente dignos de ser proclamados bienventurados. Entre otros, está también conmigo Croco, que me es muy querido. Respecto a los

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que, desde Siria, me han precedido a Roma a gloria de Dios, creo que los conocéis. Decidles que llegaré pronto. Todos son dignos de Dios y de vosotros, y conviene que les agasajéis en todo.

Adiós. Sed fuertes hasta el fin, soportándolo todo por Jesucristo.

DOMINGO V DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

Comienza la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 1, 1-17

Saludo y acción de gracias. Discordias entre los Corintios

SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía sobre la limosna (3: PG 51, 263-265)

Piensa, oh hombre, de cuántos y cuáles dones hoy has sido enriquecido

El primer día de la semana poned aparte cada uno por vuestra cuenta lo que consigáis ahorrar, para que, cuando yo vaya, no haya que andar entonces con colectas. Llama al domingo el primer día de la semana. ¿Y por qué destina este día a las ofrendas? ¿Por qué no el lunes, el martes o el mismo sábado? No lo hace ciertamente por casualidad y sin una razón: quiere tener de su parte la oportunidad del momento, para más estimular la voluntad de los oferentes. En los negocios no es lo de menos la elección del momento oportuno. Pero quizá me replicarás: ¿Es que existe una oportunidad especial para persuadir al hombre a que dé limosna?

Sí, pues ese día se dedica al descanso, el ánimo está más alegre con este reposo y, lo que es más importante, en ese día disfrutamos de innumerables bienes. En efecto, en este día, fue aniquilada la muerte, anulada la maldición, cancelado el pecado, destruidas las puertas del infierno, vencido el diablo, terminada la inacabable guerra, reconciliados los hombres con Dios, y vuelta nuestra estirpe a la prístina nobleza; qué digo, a una nobleza mucho más encumbrada; el sol contempló aquel admirable espectáculo: el hombre hecho inmortal. Queriendo Pablo que recordásemos tantos y tales beneficios, trajo a colación este día aduciéndolo como testigo, al decir a cada uno: Piensa, oh hombre, de cuántos y cuáles dones hoy has sido enriquecido, de cuántos y cuán grandes males has sido liberado: lo que eras y en qué te has convertido.

Y si solemos festejar el día de nuestro nacimiento, y si muchos siervos celebran solemnemente el día en que adquirieron la libertad, unos con banquetes y otros mostrándose más pródigos en las dádivas, ¿con cuánta mayor razón debemos venerar este día, que bien podríamos llamar, sin apartarnos de la verdad, día natalicio de toda la naturaleza humana?

Estábamos perdidos y fuimos reconciliados. Justo es, pues, solemnizarlo espiritualmente, no con comilonas, no con vino ni borracheras, sino haciendo partícipes de nuestra riqueza a nuestros hermanos pobres. Os digo esto no para que os contentéis con aprobarlo laudatoriamente, sino para que lo imitéis. No penséis que estas recomendaciones iban destinadas únicamente a los Corintios, sino también a cada uno de nosotros y a todos los que vendrán después de nosotros. Hagamos realidad lo que Pablo ordenó, y el domingo cada uno de nosotros ponga aparte en su casa el óbolo dominical. Y que esto se convierta en ley y en costumbre inmutable y así no será necesario en el futuro volver a las amonestaciones y a la persuasión. Pues la exhortación y la persuasión no valen lo que una costumbre inveterada.

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LUNES V

PRIMERA LECTURA

De la primera carta a los Corintios 1,18 -2, 5

Los apóstoles predican la cruz

SEGUNDA LECTURA

Balduino de Cantorbery, Sobre las bienaventuranzas evangélicas (9: PL 204, 501-502.504)

La sabiduría de la cruz del Señor

La sabiduría de este mundo es necedad ante Dios, y la sabiduría de Dios es necedad ante el mundo. Es necedad hablar de cruz a los que perecen. Pues bien: en cierto modo, hablar de pobreza y de llanto es hablar de cruz. Pues la pobreza y el llanto son una modalidad de la cruz. Pero la sabiduría de Dios ha quedado justificada por sus obras, obras de la luz. Los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz. Por esta razón, los hijos de este mundo y los hijos de la luz se consideran mutuamente necios y locos. Aquéllos acuden a los idólatras que se extravían con engaños, éstos aman como a la luz la necedad de la predicación, de la que quiso Dios valerse para salvar a los creyentes, luz que el hombre animal no capta, pues para él es necedad y es incapaz de comprenderla. Esta oposición entre la sabiduría de Dios y la sabiduría de este mundo ataca, en el corazón de muchos, los mismos fundamentos de la fe y es tan poderosa que amenaza con hacer caer, si fuera posible, a los mismos elegidos.

Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. La vanidad y la verdad distinguen entre llanto y llanto. Los hay que lloran por cosas que no vale la pena llorar, y, en consecuencia, son dignos de lástima, pues lloran en vano como en vano creen. Y los hay que pía y saludablemente lloran, y serán dichosos porque lloran de la manera de que habla el Señor dirigiéndose a sus discípulos: Yo os aseguro: lloraréis y os lamentaréis vosotros, mientras el mundo estará alegre. Vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría. Y el salmista: Al ir, iba llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando, trayendo sus gavillas.

De este pío llanto, como de una lluvia de gracia celeste, se riegan nuestras semillas, para que bien regada crezca más abundante la mies. Esta es la lluvia copiosa que Dios derramó en su heredad. En este valle de lágrimas en que hemos nacido, tenemos sobradas razones para llorar, en donde todo lo que ocurre, dentro o fuera de nosotros, es raro que no nos dé motivo para llorar. Con esta diferencia: que los débiles se lamentan en la tribulación, mientras que los perfectos se gozan incluso de las tribulaciones, lo que es señal de fortaleza; y se duelen no obstante, lo cual es señal de debilidad. Pues no debemos pensar que los perfectos estén exentos de toda debilidad. Pues su fuerza se realiza en la debilidad.

MARTES V

PRIMERA LECTURA

De la primera carta a los Corintios 2, 1-16

El gran misterio del designio de Dios

SEGUNDA LECTURA

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San Juan Crisóstomo, Homilía 7 sobre la primera carta a los Corintios (1-2: PG 61, 55-56)

Enseñamos una sabiduría divina, misteriosa

Enseñamos una sabiduría divina, misteriosa. El misterio no admite demostración, pero anuncia lo que es. Y no sería un misterio exclusivamente divino si le añadieras algo por tu cuenta. Por lo demás, se llama misterio porque creemos lo que no vemos: una cosa es la que vemos y otra la que creemos. Tal es de hecho la naturaleza de nuestros misterios.

Mi reacción ante el misterio es muy distinta de la reacción del infiel. Me dicen que Cristo ha sido crucificado, e inmediatamente entran en juego los mecanismos de mi admiración al comprobar su amor por los hombres; lo oye el infiel y lo considera una imbecilidad; me dicen que se ha hecho esclavo y admiro la providencia; lo oye él y lo juzga deshonroso; me dicen que murió y enmudezco ante su poder no superado por la muerte sino destructor de la muerte; lo oye él y diagnostica imbecilidad.

Cuando él oye hablar de resurrección lo considera una fábula, yo, en cambio, una vez hechas las debidas comprobaciones, adoro la economía de Dios. Oyendo hablar del bautismo piensa él que es sólo cuestión de agua, yo, en cambio, no me quedo en las meras apariencias, sino que veo además la purificación del alma por el Espíritu. Piensa él que sólo me han lavado el cuerpo, mientras que yo creo que también el alma se ha hecho pura y santa, y pienso en el sepulcro, la resurrección, la santificación, la justicia, la redención, la adopción, la herencia, el reino de los cielos, el don del Espíritu. Pues no juzgo los fenómenos con los ojos del cuerpo, sino con los ojos del alma. Oigo hablar del cuerpo de Cristo, y lo entiendo de muy diversa manera que el infiel.

Y así como los niños al ver un libro, no conocen el valor de las letras y desconocen lo que ven, lo mismo pasa con el misterio: los infieles aunque oigan, es como si no oyeran; en cambio los fieles, que poseen la pericia del Espíritu, penetran el significado oculto. Aclarando este tema decía Pablo: Si nuestro evangelio sigue velado, es para los que van a la perdición, o sea, para los incrédulos.

Así pues, misterio es sobre todo lo que, aunque predicado en todas partes, no es conocido por los que no tienen un alma recta, pues se revela no por la sabiduría, sino por el Espíritu Santo y en la medida de nuestra propia capacidad. En consecuencia, no andaría errado quien, de acuerdo con lo expuesto, llamara al misterio «arcano», ya que ni siquiera a nosotros los creyentes se nos ha dado la plena percepción y el conocimiento exacto del misterio. Por eso decía Pablo: Porque limitado es nuestro saber y limitada es nuestra profecía. Ahora vemos confusamente en un espejo, entonces veremos cara a cara. Enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria.

MIÉRCOLES V

PRIMERA LECTURA

De la primera carta a los Corintios 3, 1-23

Misión de los ministros en la Iglesia

SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía 8 sobre la primera carta a los Corintios (4: PG 61, 72-73)

Adhirámonos a Cristo, pues si estamos separados, perecemos

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Nadie puede poner otro cimiento del ya puesto, que es Jesucristo. Fíjate cómo Pablo prueba sus asertos sirviéndose de nociones corrientes. Lo que intenta decir es esto: Os anuncié a Cristo, os puse el cimiento. Atención a cómo edificáis: por vanagloria o para que los hombres no se hagan discípulos suyos. No hagamos caso a los herejes: Nadie puede poner otro cimiento del ya puesto.

Edifiquemos, pues, sobre él y adhirámonos a él como al fundamento, como el sarmiento se une a la vid, y que nada se interponga entre nosotros y Cristo, pues en el momento que algo se interponga, perecemos. El sarmiento mientras esté adherido a la vid, chupa la savia; y el edificio bien compacto se mantiene en pie, pero si está agrietado, se derrumba al no tener dónde apoyarse. No nos contentemos, pues, con estar unidos a Cristo: formemos un bloque con él, pues si estamos separados, perecemos: Sí: los que se alejan de ti se pierden.

Fusionémonos con él, y fusionémonos mediante las obras: El que guarda mis mandamientos –dice–, permanece en mí. Y nos une a él utilizando muchas comparaciones. Escucha: él es la cabeza, nosotros, el cuerpo: ¿es que puede mediar espacio alguno entre la cabeza y el cuerpo?

El es el cimiento, nosotros el edificio; él es la vid, nosotros los sarmientos; él es el esposo, nosotros la esposa; él es el pastor, nosotros las ovejas; él es el camino, nosotros los que caminamos por él; nosotros somos el templo, él él morador del templo; él es el primogénito, nosotros somos sus hermanos; él es el heredero, nosotros los coherederos; él es la vida, nosotros los vivientes; él es la resurrección, nosotros los que resucitamos; él es la luz, nosotros los iluminados. Todos estos ejemplos conllevan una vinculación y no permiten la existencia de un espacio intermedio vacío, ni el más mínimo. Quien se separa un poco, incluso hacia adelante, acabará separándose mucho.

Pasa lo mismo con el cuerpo: si, con un tajo de espada, admite una pequeña separación, perece; y si el edificio soporta una insignificante fisura, acabará desmoronándose; y si el sarmiento es separado aunque mínimamente de la raíz, se convierte en sarmiento inútil. Por consiguiente, este poco no es poco, sino que casi podría decirse que es el todo.

Pues bien: cuando cometemos un pecado leve o somos perezosos, no dejemos de darle toda su importancia, pues si lo descuidamos, pronto se agrandará. Es lo que ocurre con un vestido: si comienza a romperse y no ponemos remedio, acaba por rasgarse del todo. Y si no se arregla un tejado del que han volado algunas tejas, acabará por derrumbarse la casa. Teniendo en cuenta, pues, todo lo dicho, no despreciemos jamás lo pequeño, para no caer en lo grande, para no caer en el sopor capital. Pues luego resultaría difícil resurgir, si no se vigila mucho; y no sólo por la lejanía, sino por las dificultades inherentes al lugar en que hemos caído. El pecado es un abismo profundo y nos atrae vertiginosamente hacia el fondo. Y lo mismo que los que cayeron en un pozo, no salen fácilmente, sino que necesitan de otros que los saquen, igual ocurre con los que caen en lo profundo del pecado.

Lancémosles una soga y tiremos de ellos hacia arriba; es más, no sólo ellos tienen necesidad de esta ayuda, sino nosotros mismos, para atarnos también nosotros y subir no sólo en la proporción del descenso, sino mucho más arriba, si lo deseamos. Dios nos presta su ayuda: No quiere la muerte del pecador, sino que se convierta.

JUEVES V

PRIMERA LECTURA

De la primera carta a los Corintios 4, 1-21

Exhortación contra el orgullo

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SEGUNDA LECTURA

Balduino de Cantorbery, Tratado sobre el santísimo sacramento de la Eucaristía (PL 204, 413-414)

Dad pruebas continuamente de que sois servidores de Dios

Vosotros, sacerdotes del Señor, que como antorchas ilumináis a todo el mundo, honrad vuestro ministerio. Esmeraos en la rectitud, servid al Señor con temor: porque os han comprado pagando un precio por vosotros. Por tanto, ¡glorificad a Dios con vuestro cuerpo, llevando la muerte de Jesús! Dad pruebas continuamente de que sois servidores de Dios, llevando en vuestro cuerpo las marcas de Jesús y el distintivo de su milicia, en la abstinencia y la continencia, en la castidad y la sobriedad, en la paciencia y la humildad, en toda pureza y santidad, para que todo el que os vea sepa a quién pertenecéis y se cumpla en vosotros la palabra profética: Vosotros os llamaréis «Sacerdotes del Señor», dirán de vosotros: «Ministros de nuestro Dios».

Sacerdotes del Señor, bendecid al Señor, bendecid al que os ha bendecido con toda clase de bienes espirituales y celestiales, al que bendijo a la casa de Aarón. Que Dios sea santificado en vosotros, para que en vosotros se manifieste tal cual es: santo, puro, incontaminado. Que por vuestra culpa no maldigan su nombre; que por vuestra culpa no pongan en ridículo nuestro servicio. Que aun en medio de un pueblo depravado y pervertido, vuestra conducta sea tal, que los que os vieren puedan decir: Estos son los auténticos sacerdotes del Señor y los verdaderos discípulos de Jesucristo y vicarios de los apóstoles; realmente éstos son la estirpe que bendijo el Señor.

Pensad en la dignidad del sacerdocio que se os ha conferido para consagrar y distribuir. Que vuestras manos, a las que les es dado tocar tan venerable sacrificio, estén limpias de toda corrupción y soborno, para que no tengáis parte con aquellos que en su izquierda llevan infamias, y su derecha está llena de sobornos. Conservad limpios vuestros labios, para que podáis gustar qué bueno es el Señor. Que la boca del sacerdote rebose de acciones de gracias, de voces de alabanza, de oraciones, de súplicas, de invocaciones.

Amadísimos hermanos: mantengamos con firmeza y creamos sin ningún género de duda lo que sobre esta sagrada comunión la autoridad del mismo Dios y la de los santos Padres nos prescribe creer. En este sacramento está contenido el poder de nuestra restauración y el precio de nuestra redención. La verdad está oculta para que nuestra fe se ejercite; el modo de vivir de Cristo se nos representa como modelo de nuestra vida. Por eso, cuando el Señor instituyó este sacrificio y se lo transmitió a sus discípulos, dijo: Haced esto en conmemoración mía. Haced lo que yo hago, ofreced lo que yo ofrezco, vivid como yo os enseño, sacad de mi propio ejemplo la norma de vivir y de morir. Este sacramento produce en nosotros este efecto: Cristo vive en nosotros y nosotros en él. Nos da la posibilidad de morir por Cristo, como Cristo murió por nosotros. A los que mueren en Cristo o por Cristo, les está reservada una muerte piadosa y un magnífico premio. Se les promete y se les reserva la gloria de aquella resurrección de la que este sacramento, dignamente recibido, es prenda y saludable reparación. Su eficacia transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa. ¿Cómo podremos dignamente pagar al Señor una gracia tan grande?

VIERNES V

PRIMERA LECTURA

De la primera carta a los Corintios 5, 1-13

Juicio contra la inmoralidad

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SEGUNDA LECTURA

San Vicente de Lerins, Primer Conmonitorio (Cap 23: PL 50,667-668)

El progreso del dogma cristiano

¿Es posible que se dé en la Iglesia un progreso en los conocimientos religiosos? Ciertamente que es posible, y la realidad es que este progreso se da.

En efecto, ¿quién envidiaría tanto a los hombres y sería tan enemigo de Dios como para impedir este progreso? Pero este progreso sólo puede darse con la condición de que se trate de un auténtico progreso en el conocimiento de la fe, no de un cambio en la misma fe. Lo propio del progreso es que la misma cosa que progresa crezca y aumente, mientras lo característico del cambio es que la cosa que se muda se convierta en algo totalmente distinto.

Es conveniente, por tanto, que, a través de todos los tiempos y de todas las edades, crezca y progrese la inteligencia, la ciencia y la sabiduría de cada una de las personas y del conjunto de los hombres, tanto por parte de la Iglesia entera, como por parte de cada uno de sus miembros. Pero este crecimiento debe seguir su propia naturaleza, es decir, debe estar de acuerdo con las líneas del dogma y debe seguir el dinamismo de una única e idéntica doctrina.

Que el conocimiento religioso imite, pues, el modo como crecen los cuerpos, los cuales, si bien con el correr de los años se van desarrollando, conservan, no obstante, su propia naturaleza. Gran diferencia hay entre la flor de la infancia y la madurez de la ancianidad, pero, no obstante, los que van llegando ahora a la ancianidad son, en realidad, los mismos que hace un tiempo eran adolescentes. La estatura y las costumbres del hombre pueden cambiar, pero su naturaleza continúa idéntica y su persona es la misma.

Los miembros de un recién nacido son pequeños, los de un joven están ya desarrollados; pero, con todo, el uno y el otro tienen el mismo número de miembros. Los niños tienen los mismos miembros que los adultos y, si algún miembro del cuerpo no es visible hasta la pubertad, este miembro, sin embargo, existe ya como un embrión en la niñez, de tal forma que nada llega a ser realidad en el anciano que no se contenga como en germen en el niño.

No hay, pues, duda alguna: la regla legítima de todo progreso y la norma recta de todo crecimiento consiste en que, con el correr de los años, vayan manifestándose en los adultos las diversas perfecciones de cada uno de aquellos miembros que la sabiduría del Creador había ya preformado en el cuerpo del recién nacido.

Porque, si aconteciera que un ser humano tomara apariencias distintas a las de su propia especie, sea porque adquiriera mayor número de miembros, sea porque perdiera alguno de ellos, tendríamos que decir que todo el cuerpo perece o bien que se convierte en un monstruo o, por lo menos, que ha sido gravemente deformado. Es también esto mismo lo que acontece con los dogmas cristianos: las leyes de su progreso exigen que éstos se consoliden a través de las edades, se desarrollen con el correr de los años y crezcan con el paso del tiempo.

Nuestros mayores sembraron antiguamente, en el campo de la Iglesia, semillas de una fe de trigo; sería ahora grandemente injusto e incongruente que nosotros, sus descendientes, en lugar de la verdad del trigo, legáramos a nuestra posteridad el error de la cizaña.

Al contrario, lo recto y consecuente, para que no discrepen entre sí la raíz y sus frutos, es que de las semillas de una doctrina de trigo recojamos el fruto de un dógma de trigo; así, al contemplar cómo a través de los siglos aquellas primeras semillas han crecido y se han desarrollado, podremos alegrarnos de cosechar el fruto de los primeros trabajos.

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SÁBADO V

PRIMERA LECTURA

De la primera carta a los Corintios 6, 1-11

Pleitos ante los jueces paganos

SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán Comentario sobre el salmo 43 (36-39: CSEL 64, 288-290)

La semilla de todos es Cristo

Hay quienes están destinados a ser ovejas de matanza. Entre éstos está nuestro buen Señor Jesucristo que se ha convertido en el cordero de nuestro banquete. ¿Cómo?, me preguntas. Escucha: ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo. Piensa además cómo nuestros antepasados descuartizaban el cordero y lo comían, en figura de la pasión del Señor Jesús, de quien todos los días nos nutrimos en el sacramento. Por este Cordero, también aquéllos se convirtieron en ovejas de matanza.

Ahora bien: los santos no sólo no deben temer este suculento banquete: han de hambrearlo. De otra suerte no es posible llegar al reino de los cielos, pues el mismo Señor dijo: Si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre, no tendréis la vida eterna. Queda, pues, demostrado que nuestro Señor es comida, es banquete y alimento de los comensales, como él mismo dijo: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo.

Y para que sepas que todo esto se hizo por nosotros y por eso bajó él del cielo, de él dijo san Pablo: Todos nosotros somos un solo pan. No tengamos miedo por haber sido hechos ovejas de matanza. Pues lo mismo que la carne y la sangre del Señor nos han redimido, así también Pedro soportó muchas cosas por la Iglesia. Y lo mismo hicieron san Pablo y los demás apóstoles, al ser apaleados, lapidados, arrojados a la cárcel. Sobre aquella tolerancia de los sufrimientos y la valentía en arrostrar los peligros fue fundado el pueblo del Señor, y la Iglesia logró una nueva expansión al encaminarse los demás, presurosos, al martirio viendo que aquellos sufrimientos no sólo no mermaron un ápice la fortaleza de los apóstoles, antes bien esta breve vida les deparó la inmortalidad.

Es lo que demuestra asimismo el siguiente versículo del salmo, pues dijeron: Y nos has dispersado por las naciones. Los apóstoles en efecto fueron enviados a los pueblos y se dispersaron por las naciones lo mismo que los santos profetas, para que de aquella dispersión nacieran ubérrimos frutos. Al igual que nuestro Señor Jesucristo cayó cual grano en la tierra y murió, para poder dar mucho fruto, de igual modo se dispersaron los santos apóstoles, para llevar la buena semilla a las naciones, para que a ejemplo suyo germinase el fruto entre los pueblos. Finalmente, la Escritura nos asegura que el Señor dijo: Os he destinado para que vayáis y deis fruto abundante, y vuestro fruto dure.

Así pues, nuestro Señor Jesucristo se presentó como simiente, según lo dicho a Abrahán: Y a tu descendencia, que es Cristo. Cristo es, pues, la semilla de todos. Por eso aceptó caer en tierra y ser desparramado, para transformar nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa. Esta semilla de salvación germinó en beneficio de todos los hombres: partiendo de él y transfigurados a su imagen, los santos apóstoles fueron enviados —como otras tantas semillas—, a diversas regiones y aventados, para que las gentes, congregadas en el campo de la Iglesia,

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resplandecieran con frutos diversos en todo el orbe de la tierra. Fueron aventados para producir nuevos frutos y ser más tarde recogidos en los graneros de la Iglesia cual trigo nuevo.

DOMINGO VI DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

De la primera carta a los Corintios 6, 12-20

Vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo

SEGUNDA LECTURA

San Ireneo de Lyon, Tratado contra las herejías (Lib 3, 19, 1.3-20, 1: SC 34, 332.336-338)

Cristo, primicias de nuestra resurrección

El Verbo de Dios se hizo hombre y el Hijo de Dios se hizo Hijo del hombre para que el hombre, unido íntimamente al Verbo de Dios, se hiciera hijo de Dios por adopción.

En efecto, no hubiéramos podido recibir la incorrupción y la inmortalidad, si no hubiéramos estado unidos al que es la incorrupción y la inmortalidad en persona. ¿Y cómo hubiésemos podido unirnos al que es la incorrupción y la inmortalidad, si antes él no se hubiese hecho uno de nosotros, a fin de que nuestro ser corruptible fuera absorbido por la incorrupción, y nuestro ser mortal fuera absorbido por la inmortalidad, para que recibiésemos la filiación adoptiva?

Así, pues, este Señor nuestro es Hijo de Dios y Verbo del Padre por naturaleza, y también es Hijo del hombre, ya que tuvo una generación humana, hecho Hijo del hombre a partir de María, la cual descendía de la raza humana y a ella pertenecía.

Por esto, el mismo Señor nos dio una señal en las profundidades de la tierra y en lo alto de los cielos, señal que no había pedido el hombre, porque éste no podía imaginar que una virgen concibiera y diera a luz, y que el fruto de su parto fuera Dios con nosotros, que descendiera a las profundidades de la tierra para buscar a la oveja perdida (el hombre, obra de sus manos), y que, después de haberla hallado, subiera a las alturas para presentarla y encomendarla al Padre, convirtiéndose él en primicias de la resurrección. Así, del mismo modo que la cabeza resucitó de entre los muertos, también todo el cuerpo (es decir, todo hombre que participa de su vida, cumplido el tiempo de su condena, fruto de su desobediencia) resucitará, por la trabazón y unión que existe entre los miembros y la cabeza del cuerpo de Cristo, que va creciendo por la fuerza de Dios, teniendo cada miembro su propia y adecuada situación en el cuerpo. En la casa del Padre hay muchas moradas, porque muchos son los miembros del cuerpo.

Dios se mostró magnánimo ante la caída del hombre y dispuso aquella victoria que iba a conseguirse por el Verbo. Al mostrarse perfecta la fuerza en la debilidad, se puso de manifiesto la bondad y el poder admirable de Dios.

LUNES VI

PRIMERA LECTURA

De la primera carta a los Corintios 7, 1-24

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Cuestiones sobre el matrimonio

SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Sermón 37 sobre perícopas del AT (2-3 : CCL 41, 448-451)

Debemos amar todos a la Iglesia como a madre

Y ahora al escuchar: Una mujer hacendosa, ¿quién la hallará? no penséis que se refiere a la Iglesia que está oculta, sino a aquella Iglesia que fue hallada por Uno de modo que ya no estuviera oculta para nadie. Y se nos describe para atraer sobre ella las alabanzas y la admiración, para que sea amada por todos nosotros, pues es esposa de un solo marido.

Una mujer hacendosa, ¿quién la hallará? Y ¿quién no ve a esta mujer tan hacendosa? Pero es una mujer ya hallada, eminente, conspicua, gloriosa, adornada, lúcida, y —para decirlo de una vez— difundida ya por toda la redondez de la tierra. Esta tal vale mucho más que las perlas. ¿Qué tiene de extraño que una mujer tal valga más que las perlas? Si ahora pensáis en la codicia humana, si atendemos a la calidad de las perlas, ¿qué tiene de extraño que la Iglesia sea considerada más valiosa que las perlas? No hay comparación posible.

Y en ella existen piedras preciosas. Y hasta tal punto son preciosas estas piedras que las llamamos vivas. Existen, pues, piedras preciosas que la adornan, pero la Iglesia misma es más valiosa. Respecto a estas piedras preciosas, quisiera hacer a vuestra caridad una confidencia: lo que yo entiendo, lo que vosotros entendéis, lo que yo temo, lo que vosotros debéis temer.

En la Iglesia existen y existieron siempre piedras preciosas: hombres doctos, llenos de ciencia, de elocuencia y de un profundo conocimiento de la ley. Son realmente preciosas estas piedras. Pero algunos de entre ellos fueron sustraídos del joyero de esta mujer. Por lo que se refiere a la doctrina y a la elocuencia que les da esplendor, piedra preciosa –refulgente en la doctrina del Señor– fue Cipriano, pero permaneció en el joyero de esta mujer. Piedra preciosa fue Donato, pero se sustrajo del ajuar ornamental. Toda piedra preciosa que no figura en el joyero de esta mujer, permanece en las tinieblas. Más le hubiera valido permanecer en el joyero de esta mujer, y así pertenecería a su ajuar. Y añadiría: ¡fielmente!

Se les llama piedras preciosas, porque son caras. Quien ha desertado de la caridad se ha envilecido, se ha depreciado. Ya puede seguir jactándose de su doctrina, ya puede continuar presumiendo de su elocuencia: que escuche la valoración del especialista en determinar la autenticidadde las piedras de esta matrona. Que escuche –repito– el veredicto del experto en joyas. ¿Por qué se jacta de su elocuencia una piedra ya no preciosa, sino vil? Ya podría yo hablar —dice— las lenguas de los hombres y de los ángeles; si no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o unos platillos que aturden. ¿Qué se ha hecho de aquella piedra? Ya no brilla, aturde. Por tanto, aprended a apreciar las piedras, vosotros que negociáis el reino de los cielos. Que ninguna, piedra os atraiga, si no está en el joyero de esta mujer. Esta, que vale más que las perlas, es el mismo precio de su ornamento.

MARTES VI

PRIMERA LECTURA

De la primera carta a los Corintios 7, 25-40

La virginidad cristiana

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SEGUNDA LECTURA

San León Magno, Tratado 90 (2-3: CCL 138A, 558-561)

El momento es apremiante

Estrecho y angosto es el camino que lleva a la vida y nadie podría poner el pie en él ni avanzar un solo paso si Cristo, haciéndose él mismo camino, no hubiera facilitado el acceso; de modo que el autor del camino se ha hecho posibilidad para el caminante, pues él es al mismo tiempo el que introduce a la tarea y conduce al descanso. En efecto, en él se fundamenta nuestra esperanza de la vida eterna y en él tenemos un modelo de paciencia. Pues si padecemos con él, reinaremos con él, porque, como dice el Apóstol: Quien dice que permanece en él, debe vivir como vivió él. De otra suerte presentamos una imagen falseada de la fe si no seguimos los preceptos de aquel de cuyo nombre nos gloriamos, preceptos que no nos serían onerosos y nos librarían de todo peligro, si no amáramos más que lo que se nos manda amar.

Dos son en efecto los tipos de amor que condicionan todo el universo volitivo, tan diversificados como lo son los núcleos de que proceden. Pues es un hecho de experiencia que el animal racional, que no puede vivir sin amar, o ama a Dios o ama al mundo. En el amor a Dios no caben excesos; en el amor al mundo, en cambio, todo es nocivo. En consecuencia, hemos de adherirnos inseparablemente a los bienes eternos y utilizar eventualmente los temporales, de modo que al peregrinar por la tierra con los ojos puestos en la patria, todo cuanto de próspero pudiera salirle al paso, lo considere como viático para el camino y no como invitación a instalarse. A esto nos exhorta el Apóstol cuando dice: El momento es apremiante. Queda como solución que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; los que están alegres, como si no lo estuvieran; los que compran, como si no poseyeran; los que negocian en el mundo, como si no disfrutaran de él: porque la representación de este mundo se termina.

Pero quien se mece en la abundancia, en la belleza y variedad de las cosas, difícilmente logrará superar su atractivo a no ser que en la belleza de las cosas visibles ame más al Creador que a la criatura. Cuando él nos dice: Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, quiere que por nada del mundo aflojemos los lazos de amor que nos unen a él. Y cuando a este mandamiento une estrechamente el amor al prójimo, nos ordena que imitemos su propia bondad, amando lo que él ama y haciendo lo que él hace.

Y aunque seamos campo de Dios y edificio de Dios; y si bien el que planta no significa nada ni el que riega tampoco, sino el que hace crecer, o sea, Dios, no obstante en todas las cosas exige la colaboración de nuestro ministerio y nos quiere dispensadores de sus bienes, a fin de que quien lleva la imagen de Dios, haga la voluntad de Dios. Por eso, en la oración dominical decimos con la máxima dedicación: Venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. ¿Qué es lo que pedimos con estas palabras, sino que Dios se someta al que todavía no le está sometido, y haga en la tierra a los hombres ejecutores de su voluntad, como los ángeles lo son en el cielo? Pidiendo esto, estamos amando a Dios, amamos también al prójimo, no con dos tipos de amor, sino con una misma dilección que nos hace desear que el siervo sirva y que el Señor impere.

MIÉRCOLES VI

PRIMERA LECTURA

De la primera carta a los Corintios 8, 1-13

Sobre las carnes sacrificadas a los ídolos

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SEGUNDA LECTURA

Nicolás Cabasilas, De la vida en Cristo (6: PG 150, 678-679)

Jesús mismo es el premio y la corona de los combatientes

Los que están poseídos por el amor de Dios y de la virtud, deben estar prontos a soportar incluso las persecuciones y, si la ocasión se presenta, no han de rehusar exilarse y hasta aceptar alegremente las mayores afrentas, en la certeza de los grandes y preciosísimos premios que les están reservados en el cielo.

El amor de los combatientes hacia el caudillo y remunerador de la lucha, produce este efecto: infunde en ellos una convicción de fe en los premios que todavía no están a la vista y les comunica una sólida esperanza en los premios futuros. De esta forma, pensando y meditando continuamente en la vida de Cristo, les inspira sentimientos de moderación y les mueve a compasión de la fragilidad de la que son conscientes; les hace además delicados, justos, humanos y modestos, instrumentos de paz y de concordia, y, de tal suerte ligados a Cristo y a la virtud, que por ellos no sólo están prontos a padecer, sino que soportan serenamente los insultos y se alegran en las persecuciones. En una palabra, de estas meditaciones podemos sacar aquellos bienes inconmensurables que son el ingrediente de la felicidad. Y así, en aquel que es el sumo bien, podemos conservar la inteligencia, tutelar la habitual buena compostura, hacer mejor el alma, custodiar las riquezas recibidas en los sacramentos y mantener limpia e intacta la túnica real.

Pues bien: así como es propio de la naturaleza humana estar dotada de una inteligencia y actuar de acuerdo con la razón, así debemos reconocer que para poder contemplar las cosas de Cristo nos es necesaria la meditación. Sobre todo cuando sabemos que el arquetipo en el que los hombres han de inspirarse, tanto si se trata de hacer algo en sí mismos, como si se trata de marcar la dirección a los demás, es únicamente Cristo. El es el primero, el intermedio y el último que mostró a los hombres la justicia, tanto la justicia en relación con uno mismo, como la que regula el trato y la convivencia social. Por último, él mismo es el premio y la corona que se otorgará a los combatientes.

Por tanto, debemos tenerle siempre presente, repensando cuidadosamente todo cuanto a él se refiere y, en la medida de lo posible, tratar de comprenderlo, para saber cómo hemos de trabajar. La calidad de la lucha condiciona el premio de los atletas: fijos los ojos en el premio, arrostran los peligros, mostrándose tanto más esforzados, cuanto más bello es el premio. Y al margen de todo esto, ¿hay alguien que desconozca la razón que le indujo a Cristo a comprarnos al precio de sola su sangre? Pues esta es la razón: no hay nadie más a quien nosotros debemos servir ni por quien debemos emplearnos a fondo con todo lo que somos: cuerpo, alma, amor, memoria y toda la actividad mental. Por eso dice Pablo: No os poseéis en propiedad, porque os han comprado pagando un precio por vosotros.

JUEVES VI

PRIMERA LECTURA

De la primera carta a los Corintios 9, 1-18

Libertad y caridad de Pablo

SEGUNDA LECTURA

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San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 4, or 2: PG 70, 938-939)

Los apóstoles predican al mundo la alegría

Exulta, cielo, porque el Señor consuela a su pueblo Israel. Tocad la trompeta, fundamentos de la tierra. Mientras exultan los cielos por haber el Señor consolado a Israel, no sólo al Israel carnal, sino al llamado Israel espiritual, tocaron la trompeta los fundamentos de la tierra, es decir, los ministros de los evangélicos vaticinios, cuyo clarísimo sonido resonó por todas partes expandiéndose cual sonidos de otras tantas trompetas sagradas, anunciando por doquier la gloria del Salvador, convocando al conocimiento de Cristo tanto a los que proceden de la circuncisión, como a los que en algún tiempo pusieron el culto a la criatura sobre el culto al Creador.

¿Y por qué los llama fundamentos de la tierra? Porque Cristo es la base y el fundamento de todo, que todo lo aglutina y lo sostiene para que esté bien firme. En él efectivamente todos somos edificados como edificio espiritual, erigidos por el Espíritu Santo en templo santo, en morada suya; pues, por la fe, habita en nuestros corazones.

También pueden ser considerados como fundamentos más próximos y cercanos los apóstoles y evangelistas, testigos oculares y ministros de la palabra, con la misión de confirmar la fe. Pues en el momento mismo en que hayamos reconocido la insoslayable necesidad de seguir sus tradiciones, conservaremos una fe recta, sin alteración ni desviación posible. El mismo Cristo —cuando sabia e inculpablemente confesó su fe en él, diciendo: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo —dijo a san Pedro—: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Yo creo que al llamarle «piedra», insinúa la inconmovible fe del discípulo.

También dice por boca del salmista: El la ha cimentado sobre el monte santo. Con razón son comparados a los montes santos los apóstoles y evangelistas, cuyo conocimiento tiene la firmeza de un fundamento para la posteridad, sin peligro para quienes se mantienen en su red, de desviarse de la verdadera fe. Admirables y conspicuos fueron los apóstoles, ilustres por sus obras y palabras.

Ahora bien: los admiradores de los vaticinios evangélicos y ministros de los carismas de Cristo, predican al mundo la alegría. En efecto, donde se da la remisión de los pecados, la justificación por la fe, la participación del Espíritu Santo, el esplendor de la adopción, el reino de los cielos y no la vana esperanza de unos bienes que el hombre es incapaz de imaginar, allí se da la alegría y el gozo perennes.

VIERNES VI

PRIMERA LECTURA

De la primera carta a los Corintios 9, 19-27

El buen ejemplo de Pablo

SEGUNDA LECTURA

Balduino de Cantorbery, Tratado 12 para los sacerdotes (PL 204, 533-536)

Sed siervos de los siervos

Vosotros, eximios pastores de almas, entre las diversas tareas a que tenéis que prestar atención, atended sobre todo a esto: lo difícil que es regir almas y ponerse al servicio de la índole de cada

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cual, adaptándose a todos de modo que en nada os diferenciéis de los siervos, siendo señores de todos. Por lo cual, el mayor entre vosotros, para hacerse como el más joven, no se debe avergonzar de llamarse siervo de los siervos de Dios.

Queriendo mostrarnos el Apóstol cuál es la norma de este servicio, dice: Siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos; me he hecho todo a todos, para ganar a todos. El siguiente texto está ordenado asimismo a demostrar lo razonable de este servicio: Hazte pequeño en las grandezas humanas. Cualquier dignidad es indigna de tal nombre si desdeña las cosas humildes. La humildad es a la vez causa y guardián del honor.

Vean, pues, los que ocupan un puesto de honor, de mostrarse humildes en todo a ejemplo de Cristo. El, como maestro de humildad, siendo el que gobierna, se hizo como el que sirve; siendo el primero se portó como el menor arrodillándose a los pies de sus discípulos. Con este ejemplo de humildad, cual potente dispositivo, Cristo os urge a las cosas humildes, hasta haceros siervos de los mismos esclavos. Tened entre vosotros los sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús. Él, a pesar de su condición divina, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo.

También vosotros, aunque seáis dioses, despojaos de vuestro rango y tomad la condición de esclavo, siendo de momento hombres entre los hombres, débiles entre los débiles, cargando con las necesidades y enfermedades de todos, como aquel que dijo: ¿Quién enferma sin que yo enferme? ¿Quién cae sin que a mí me dé fiebre? Es necesario que trabajéis más que los demás, ya que trabajáis por todos.

Si amáis a Cristo, amad también la justicia. Dios ha hecho a Cristo para nosotros sabiduría y justicia, cuando al que no había pecado, Dios lo hizo expiar nuestros pecados, para que nosotros, unidos a él, recibamos la salvación de Dios. Cristo se hizo víctima del pecado y, como buen pastor, ha dado la vida por sus ovejas, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas. Con su sangre Cristo se adquirió la Iglesia y, para poner de manifiesto el exceso de amor con que la amó, derramó por ella su sangre y así dio curso a su caridad. Adquirida a tal precio, tan querida, tan amada, os la confió a vosotros, os la encomendó, fiándose de vosotros para que, por vuestro medio, también su marido se fíe de ella.

Así pues, en la medida en que amáis a Cristo y Cristo puede confiar en vosotros, custodiad a su esposa con fidelidad, mostrándoos celosos de ella, no por vosotros, sino por él; para que la presentéis como una virgen fiel a su esposo, nuestro Señor Jesucristo, que está por encima de todo: Dios bendito por los siglos. Amén.

SÁBADO VI

PRIMERA LECTURA

De la primera carta a los Corintios 10, 1-13

La historia de Israel como ejemplo para nosotros

SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Tratado 45 sobre el evangelio de san Juan (9: CCL 36, 392-393)

Han variado los tiempos, no la fe

Antes de la venida de nuestro Señor Jesucristo, que vino en la humildad de la carne, hubo justos que creyeron en el que había de venir, lo mismo que nosotros creemos en el que ya vino. Han

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variado los tiempos, no la fe. Y aunque las mismas palabras varían con las varias inflexiones de la conjugación —no es lo mismo decir «vendré» que «vino»—, sin embargo, una misma fe une tanto a los que creyeron en él futuro, como los que creen en él presente. Aunque en épocas diversas, vemos que todos entraron por la misma puerta de la fe, que es Cristo.

Nosotros creemos que nuestro Señor Jesucristo nació de la Virgen, se encarnó, padeció, resucitó y subió al cielo: todo esto lo consideramos como algo ya cumplido, como lo indican los verbos conjugados en pretérito. En idéntica comunión de fe están nuestros padres que creyeron que el Mesías había de nacer de la Virgen, tenía que padecer, resucitar y subir a los cielos. A ellos alude el Apóstol cuando dice: Teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: «Creí, por eso hablé», también nosotros creemos y por eso hablamos. El profeta había dicho: Creí, por eso hablé; y el Apóstol replica: También nosotros creemos y por eso hablamos. Y para que sepas que una misma es la fe, óyele decir: Teniendo el mismo espíritu de fe, también nosotros creemos. Y en otro lugar: No quiero que ignoréis, hermanos, que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube y todos atravesaron el mar y todos fueron bautizados en Moisés por la nube y el mar; y todos comieron el mismo alimento espiritual y todos bebieron la misma bebida espiritual. El Mar Rojo es figura del bautismo; Moisés que conduce a Israel a través del Mar Rojo, es figura de Cristo; el pueblo que pasa significa a los fieles; la muerte de los egipcios significa la abolición de los pecados. La misma fe se expresa en signos diversos: en signos diversos lo mismo que en palabras diversas, que cambian de sonido según el tiempo gramatical. Pues bien: signos y palabras son la misma realidad. Son palabras porque son significativas: quítale a la palabra su significado y queda convertida en un puro sonido no significativo. Pues el significado lo es todo.

¿Es que no creían lo mismo quienes suministraban estos signos, quienes profetizaron lo mismo que nosotros creemos? Cierto que lo creían: ellos lo creían como futuro, nosotros, como ya realizado. Por eso dice así: Bebieron la misma bebida espiritual. Espiritualmente la misma, corporalmente diversa. Porque ¿qué bebían ellos? Bebían de la roca espiritual que los seguía; y la roca era Cristo. Ahí tenéis: los signos han variado, invariada la fe. Allí la roca era Cristo, para nosotros Cristo es lo que se inmola sobre el altar de Dios. Ellos, como beneficiarios de un gran sacramento del mismo Cristo, bebieron el agua que brotaba de la roca; lo que nosotros bebemos es bien conocido de los fieles. Si te fijas en la apariencia visible, son cosas distintas; si consideras el significado inteligible, bebieron la misma bebida espiritual. Por tanto, cuantos en aquel tiempo dieron fe a Abrahán, a Isaac, a Jacob, a Moisés y a los demás patriarcas, así como a los profetas que anunciaban a Cristo, eran ovejas y escuchaban la voz de Cristo; no escucharon la voz de extraños, sino la del mismo Cristo.

DOMINGO VII DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

De la primera carta a los Corintios 10,14—11,1

La mesa del Señor y la mesa de los demonios

SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía sobre la primera carta a los Corintios 11, 19 (PG 51, 257-258)

Qué significa comer la cena del Señor

Basada en la ley y en los usos, se introdujo en la Iglesia primitiva una costumbre realmente admirable: la comunidad cristiana, después de la liturgia de la palabra, después de haber orado y haber participado en los misterios, una vez disuelta la reunión, no volvía seguidamente a sus

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casas, sino que los ricos y dotados de bienes de fortuna, traían a sus casas alimentos y bebidas e invitaban a los pobres: disfrutaban de la misma mesa, comiendo y bebiendo juntos en la misma iglesia. De esta suerte, el sentarse todos a una misma mesa y la reverencia que el lugar imponía, incrementaba recíprocamente la caridad con inmenso gozo y común utilidad.

Pues los pobres recababan no pequeña consolación y los ricos gozaban de la benevolencia tanto de aquellos a quienes alimentaban, como de Dios, por cuyo amor lo hacían: y así, ricos de gracia, regresaban a sus casas. De aquí se derivaban innumerables bienes: y lo que es más importante, después de cada asamblea se incrementaba más y más la caridad, por cuanto así los que repartían beneficios como los que los recibían, anudaban vínculos de fraternidad con grande y recíproco amor.

Con el correr de los tiempos, los Corintios deterioraron esta costumbre, pues los más ricos, sentados en mesa aparte, despreciaban a los necesitados, no esperando a los que llegaban tarde retenidos —como suele ocurrirles a los pobres— por imperativos de la vida, que les obligaban a acudir con retraso. De este modo, cuando finalmente éstos llegaban, debían retirarse avergonzados por estar ya levantada la mesa: los ricos por impaciencia, los pobres por llegar con retraso.

Por lo cual, viendo Pablo que de esta conducta se derivaban muchos males –unos ya comprobados, otros que se producirían en un futuro inmediato—, corrige con energía esta mala y perversa costumbre. Y observa con cuánta prudencia y moderación procede en la corrección. Para comenzar, dice así: Al recomendaros esto, no puedo aprobar que vuestras reuniones causen más daño que provecho. ¿Qué significa la expresión que provecho? Vuestros mayores y antepasados —dice— vendían sus bienes, campos y posesiones y lo ponían todo en común y tenían una gran caridad mutua; vosotros, en cambio, que haríais bien en imitarlos, no sólo no hacéis nada semejante, sino que habéis perdido lo que teníais: a saber, los banquetes que solíais celebrar en vuestras reuniones. Y mientras ellos ponían a disposición de los pobres todas sus posesiones, vosotros les priváis hasta de la mesa que se les había concedido: En primer lugar, he oído que cuando se reúne vuestra asamblea os dividís en bandos; y en parte lo creo, porque hasta partidos tiene que haber entre vosotros para que se vea quiénes resisten a la prueba.

Dinos, por favor, ¿qué divisiones? Prestad atención: No se refiere a los dogmas cuando dice: Porque hasta partidos tiene que haber entre vosotros; se refiere a las disensiones en la mesa. Pues luego de haber dicho: Porque hasta partidos tiene que haber, continúa precisando qué tipo de partidos: Así, cuando os reunís en comunidad, os resulta imposible comer la cena del Señor. ¿Qué quiere decir comer la cena del Señor? Eso ya no es —dice— comer la cena del Señor, aludiendo a aquella cena que nos legó Cristo la última noche, estando con él todos sus discípulos. En aquella cena, tanto el Señor como los siervos se sentaban juntos a la mesa; mientras que vosotros, que sois consiervos, disentís entre vosotros y fomentáis las divisiones. Por eso dice no es comer la cena del Señor, llamando cena del Señor a aquella que se come cuando todos están reunidos en una perfecta concordia.

LUNES VII

PRIMERA LECTURA

De la primera carta a los Corintios 11, 2-16

La mujer en la comunidad de los fieles

SEGUNDA LECTURA

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San Agustín de Hipona, Comentario sobre el salmo 44 (1920: CCL 38, 507-508)

Cristo es cabeza del hombre

Dios es ungido por Dios: cuando oyes ungido, debes entender Cristo, pues Cristo se deriva de crisma. El nombre que lleva Cristo significa unción. En ningún otro reino del mundo eran ungidos los reyes y sacerdotes fuera de aquel en el que fue profetizado y ungido Cristo, y de donde habría de derivarse el nombre de Cristo, nombre que no encontramos en ningún otro lugar, nación o reino. Luego es ungido Dios por Dios: ¿con qué aceite, sino con el aceite espiritual?

El aceite visible es un signo, el aceite invisible es un sacramento, el aceite espiritual es totalmente interior. Dios es ungido para nosotros y enviado a nosotros; y el mismo Dios, para poder ser ungido, se hizo hombre. Pero era hombre sin dejar de ser Dios, y era Dios sin desdeñarse de ser hombre: verdadero hombre, verdadero Dios. En nada falaz, en nada falso, porque es siempre veraz, siempre es la verdad. Así pues, Dios se hizo hombre y de esta suerte Dios fue ungido, porque el hombre es Dios, y se ha hecho Cristo.

Todo esto estaba prefigurado en aquella piedra que Jacob se puso a guisa de almohada. Mientras dormía apoyado en aquella piedra a guisa de almohada, tuvo un sueño: Una rampa, que arrancaba del suelo y tocaba el cielo con la cima. Angeles de Dios subían y bajaban por ella. Acabada la visión, se despertó, ungió la piedra y se marchó. Comprendió Jacob que en aquella piedra estaba prefigurado Cristo y por eso la ungió.

Fijaos desde cuándo es predicado Cristo. ¿Qué significa la unción de aquella piedra, especialmente entre los patriarcas que daban culto a un solo Dios? Sucedió en figura y pasó. Pues ungió la piedra y ya no volvió más allí a adorar o a ofrecer sacrificios. Se expresó un misterio, no se incoó un sacrilegio. Observad la piedra: La piedra que desecharon los arquitectos, es ahora la piedra angular. Y como Cristo es cabeza del hombre, la piedra se colocó a la cabeza. Prestad atención al gran misterio: La piedra es Cristo. Piedra viva –recalca Pedro–, desechada por los hombres, pero escogida y preciosa ante Dios. Y la piedra a la cabeza, porque Cristo es cabeza del hombre. Y la piedra es ungida, porque Cristo se deriva de crisma.

MARTES VII

PRIMERA LECTURA

De la primera carta a los Corintios 11, 17-34

La cena del Señor

SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía sobre la primera carta a los Corintios 11, 19 (4-5: PG 51, 259-260)

La mesa mística

Después de haber cuidadosamente demostrado que los Corintios son reos de varias culpas, Pablo adopta en la acusación un tono más suave, abandonando la vehemencia inicial. A continuación centra sus reflexiones sobre la mesa mística, para infundirles mayor temor. Yo –dice– he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido. ¿Dónde está la lógica? ¿Estás hablando de una comida fraterna y traes a colación tan estupendos misterios? Naturalmente, contesta.

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En efecto, si aquella tremenda mesa se propone indistintamente a todos, ricos y pobres, y de ella no se aprovecha más el rico y menos el pobre, sino que todos tienen igual dignidad y un mismo acceso; si hasta que todos han comulgado y participado de esta espiritual y sagrada mesa, no se retiran las ofrendas que se han presentado, sino que todos los sacerdotes esperan, de pie, hasta que llegue el más vil y miserable, con mayor razón debe observarse idéntica cortesía en esta mesa material. Por eso traje a la memoria la cena del Señor: Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por muchos para el perdón de los pecados. Haced esto en memoria mía». Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre».

Seguidamente se ocupa con detención de aquellos que participan indignamente de estos misterios, atacándolos e increpándoles con vehemencia, demostrándoles que quienes temeraria y negligentemente reciben la sangre y el cuerpo de Cristo, padecerán la misma pena que los que mataron a Cristo. Inmediatamente vuelve al tema anterior, diciendo: Así que, hermanos, cuando os reunís para comer, esperaos unos a otros; si uno está hambriento, que coma en su casa, para que vuestras reuniones no acaben con una sanción. Y concluye el discurso con el temor del suplicio diciendo: Para que vuestras reuniones no acaben con una sanción, o sea, en sentencia condenatoria y en el bochorno. No es posible —dice— compaginar una comida o una mesa con la humillación del hermano, con la falta de respeto a la asamblea, con tanta voracidad e intemperancia. Tal mesa no constituye un placer, sino que es un suplicio y una pena. Pues os atraéis una severa venganza al afrentar a los hermanos, despreciar a la asamblea y al convertir el lugar santo en casa propia, cuando tenéis mesa aparte. Oyendo esto, hermanos, tapad la boca de quienes interpretan temerariamente las palabras y la doctrina del Apóstol; corregid a los que utilizan las Escrituras en propio y ajeno perjuicio. Sabéis muy bien a propósito de qué dijo Pablo: Porque hasta partidos tiene que haber entre vosotros, a saber, de las disensiones que suelen surgir con motivo de los banquetes, ya que mientras uno pasa hambre, el otro está borracho.

Con fe sincera, demos testimonio de una vida coherente con la doctrina, mostremos una gran benevolencia para con los pobres y preocupémonos en serio de los indigentes; cuidémonos de los intereses del espíritu y no indaguemos más de lo necesario. Estas son las riquezas, esta es la especulación, este el tesoro inexhaurible, si transferimos todos nuestros bienes al cielo, y, libres de temor, confiamos plenamente en la seguridad de nuestro depósito.

Que todos nosotros, después de haber vivido esta vida según su voluntad, podamos conseguir el gozo eterno, preparado para los que obtienen la salvación, por la gracia y la misericordia del verdadero Dios y Salvador nuestro Jesucristo, de quien es la gloria y el imperio junto con el Padre y su santísimo Espíritu por los siglos de los siglos. Amén.

MIÉRCOLES VII

PRIMERA LECTURA

De la primera carta a los Corintios 12, 1-11

Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu

SEGUNDA LECTURA

Balduino de Cantorbery, Tratado 15 sobre la vida cenobítica (PL 204, 545.556-558)

La caridad no busca su propio interés, sino el de Cristo

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La institución de la vida común está avalada y se apoya sobre un estimable, firme y sólido principio de autoridad. La Iglesia primitiva fue fundada sobre el esquema de la vida común; la infancia de la Iglesia naciente tiene su origen en la vida común. La vida común recibió de los mismos apóstoles el peculiar modelo de su existencia, su timbre de honor, el privilegio de su dignidad, el testimonio de su autoridad, su abogado defensor, la firmeza de su esperanza.

Siendo muchos, somos un solo cuerpo, pero cada miembro está al servicio de los demás miembros. Un mismo espíritu anima todo nuestro cuerpo a través de los miembros, junturas y ligamentos, armonizándolos entre sí, armonía que contribuye a la conservación de la misma unidad del espíritu; este espíritu conserva a los miembros en la mutua obsequiosidad y la paciencia mutua. Amadísimos hermanos en Cristo, ¿a qué nos están invitando estos ejemplos sino a la mutua paciencia, a la mutua humildad, a la caridad mutua? ¿No es verdad que Dios grabó ennosotros la ley de su amor, que nos enseña a conocemos? El que nos dio el precepto, nos otorgue también su bendición, nos confirme en la integridad de nuestro corazón y con el discernimiento de nuestras acciones nos guíe por el camino de la paz, a fin de mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz, para conservar el amor de Dios en el amor al prójimo.

Si unánimes y concordes amamos a Dios de acuerdo con la pureza de nuestra profesión, es indudable que el amor de Dios se derrama en nuestros corazones con el Espíritu Santo. Y el único Espiritu de Dios nos vivifica como a un solo cuerpo, de modo que ninguno de nosotros viva para sí, sino para Dios; y a fin de que todos nosotros conjuntamente vivamos, por el único Espíritu que habita en nosotros, en la unidad del Espíritu.

Esta unidad de espíritu que hallamos en nosotros gracias a la caridad de Dios, la conservamos mediante el amor al prójimo, que a la vez nos radica en el amor a Dios; y permaneciendo en este amor, estemos en Dios y Dios en nosotros. Así pues, mediante el amor al prójimo, como por un nexo de amor y un vínculo de paz, se mantiene y conserva en nosotros el amor de Dios y la unidad del Espíritu. Pues el que no ama al hermano se aparta de la unidad del Espíritu, no ama a Dios ni vive del Espíritu de Dios, sino de su espíritu, como quien vive ya para sí y no para Dios.

Al amor del prójimo pertenece la comunión, y donde el amor es pleno, también es plena la comunión. Comunión plena es sólo aquella en que se ponen en común todas las cosas, como está escrito: Lo tenían todo en común. Pero lo que sigue: Lo repartían entre todos según la necesidad de cada uno, puede plantearnos este interrogante: ¿Hasta qué punto lo tenían todo en común cuando cada cual poseía algo en propiedad? Y el Apóstol hace todavía más problemática la cuestión cuando afirma: En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común; y, cada uno tiene el don particular que Dios le ha dado; unos uno y otros otro. Y de nuevo: Hay diversidad de dones, hay diversidad de ministerios, hay diversidad de funciones.

¿Cómo puede haber comunión en plenitud allí donde hay tanta diversidad de carismas, donde cada uno posee su propio don?

Por tanto, quien haya recibido de Dios su don particular, pórtese de modo que no lo tenga sólo para sí, sino para Dios y para el prójimo: para Dios, de manera que no usufructúe el don de Dios para su personal exaltación, sino para gloria de Dios; para el prójimo, de modo que atienda siempre la común utilidad y no la propia. La caridad no busca su propio interés, sino el de Jesucristo.

JUEVES VII

PRIMERA LECTURA

De la primera carta a los Corintios 12, 12-31

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Las funciones de los miembros en el cuerpo

SECUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía 30 sobre la primera carta a los Corintios (1-2: PG 61, 250-251)

La Iglesia se compara al cuerpo humano

Lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Dicho esto y habiéndolo demostrado con plena evidencia a través de un recuento pormenorizado de todos los miembros, añade: Así es también Cristo. Cuando esperábamos que dijera: Así es también la Iglesia, como era natural, no lo dijo, sino que en su lugar puso a Cristo, elevando el tono y causando así mayor impresión en el oyente.

En realidad, es esto lo que quiere decir: Así es también el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Lo mismo que el cuerpo y la cabeza forman un solo hombre, así también la Iglesia y Cristo son una sola realidad. Por eso puso Cristo en vez de Iglesia, llamando así a su cuerpo. Que es como si dijera: lo mismo que nuestro cuerpo es uno aunque lo integren muchos miembros, así también en la Iglesia todos somos uno. Y aun cuando la Iglesia consta de muchos miembros, todos esos miembros forman un solo cuerpo.

Una vez reanimado y levantado el ánimo, con este ejemplo de evidencia inmediata, del que se creía en inferioridad de condiciones, nuevamente abandona el lenguaje corriente para elevarse a hablar de otra cabeza, de la cabeza espiritual, reportándonos un consuelo más profundo, al demostrarnos que existe una gran igualdad en el honor. Y ¿cuál es esa cabeza? Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Esto es: lo que ha hecho que seamos un solo cuerpo y nos ha regenerado es un único Espíritu: pues éste y aquél no han sido bautizados uno en uno y otro en otro espíritu. Ya que no sólo es uno el que nos bautiza, sino que también es uno aquel en quien bautiza, es decir, por medio de quien bautiza. Pues no fuimos bautizados para formar cuerpos diversos, sino para que todos cooperemos unánimes por mantener la perfecta conexión del único cuerpo; o lo que es lo mismo: hemos sido bautizados para ser todos un solo cuerpo.

Así pues, tanto el que construyó el cuerpo como el cuerpo construido son uno. Y no dijo: «para que seamos un mismo cuerpo», sino: «para que todos seamos un cuerpo», procurando en todo momento utilizar aquellas palabras que den más énfasis a la expresión.

Y todos hemos bebido de un solo Espíritu. El cuerpo tiene muchos miembros, no uno solo. Esto es, hemos sido iniciados en unos mismos misterios y nos hemos sentado a una misma mesa. Y ¿por qué no dijo: «Comemos el mismo cuerpo y bebemos la misma sangre»? Pues porque al mencionar el Espíritu, significó ambas cosas: el cuerpo y la sangre: a través de ambos hemos bebido del mismo Espíritu. Todos hemos bebido del mismo Espíritu y hemos recibido la misma gracia. En efecto, si nos ha unido un solo Espíritu, es que nos ha llamado a formar todos un mismo cuerpo. Es esto precisamente lo que significa:

Hemos sido bautizados para formar un solo cuerpo; se nos ha obsequiado con una misma mesa y abrevado en una misma fuente. Es lo que significa la frase: Todos hemos bebido de un solo Espíritu.

VIERNES VII

PRIMERA LECTURA

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De la primera carta a los Corintios 12, 31-13, 13

Excelencia del amor

SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Comentario sobre la carta a los Romanos (Lib 9, 2: PG 14, 1211-1212)

En la Iglesia, que es el cuerpo de Cristo, cada uno ejercemos distintas funciones

Que cada uno sepa y entienda el cupo de gracia que Dios le ha concedido en atención a su fe. A veces recibe uno de Dios el don de ejercer la caridad, o de visitar, o de practicar la misericordia con los pobres, o de cuidar a los enfermos, o de defender a los huérfanos y a las viudas, o de ejercer la hospitalidad con solicitud. Todos estos dones los otorga Dios a cada uno según la medida de la fe.

Pero si quien ha recibido uno cualquiera de estos dones no conoce la medida de la gracia que se le ha dado, sino que pretende ser un experto en la sabiduría de Dios, en la doctrina o en el planteamiento de una ciencia más profunda, para lo cual no recibió una determinada gracia; y abriga la pretensión no ya de aprender, sino de enseñar lo que no sabe, este tal, cuanto menos sabe, más pretende saber lo que no conviene.

No tiene la necesaria moderación para mantener la medida de fe que Dios otorgó a cada uno. Y para exponer con mayor claridad su pensamiento, el Apóstol acude a un ejemplo: Pues así como nuestro cuerpo, en su unidad, posee muchos miembros y no desempeñan todos los miembros la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo, pero cada miembro está al servicio de los otros miembros. De esta forma, Pablo estructura con gran precisión todo el organismo de la Iglesia. Así como los miembros del cuerpo tienen cada uno su propia función y cada cual desempeña su particular cometido, sin que esto quiera decir que no puedan suplirse recíprocamente, así también —dice— en la Iglesia, que es el cuerpo de Cristo, cada uno ejercemos distintas funciones.

Por ejemplo: uno centra todo su interés en el estudio de la sabiduría de Dios y la docrina de la palabra, perseverando día y noche en la meditación de la ley divina: es el ojo de este macrocuerpo. Otro se ocupa del servicio a los hermanos y a los indigentes: es la mano de este santo cuerpo. Otro es ávido oyente de la palabra de Dios: es el oído del cuerpo. Otro se muestra incansable en visitar a los postrados en cama, en buscar a los atribulados y en sacar de apuros a los que se encuentran en alguna necesidad: podemos indudablemente llamar a éste pie del cuerpo de la Iglesia. Y de este modo descubrirás que cada cual tiene una especial propensión hacia un determinado servicio y a él se entrega con especialísima dedicación.

SÁBADO VII

PRIMERA LECTURA

De la primera carta a los Corintios 14, 1-19

El don de lenguas

SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 1 (9-12: CSEL 64, 7.9-10)

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Cantar salmos con el espíritu, pero cantarlos también con la mente

¿Qué cosa hay más agradable que los salmos? Como dice bellamente el mismo salmista: Alabad al Señor, que los salmos son buenos; nuestro Dios merece una alabanza armoniosa. Y con razón: los salmos, en efecto, son la bendición del pueblo, la alabanza de Dios, el elogio de los fieles, el aplauso de todos, el lenguaje universal, la voz de la Iglesia, la profesión armoniosa de nuestra fe, la expresión de nuestra entrega total, el gozo de nuestra libertad, el clamor de nuestra alegría desbordante. Ellos calman nuestra ira, rechazan nuestras preocupaciones, nos consuelan en nuestras tristezas. De noche son un arma, de día una enseñanza; en el peligro son nuestra defensa, en las festividades nuestra alegría; ellos expresan la tranquilidad de nuestro espíritu, son prenda de paz y de concordia, son como la cítara que aúna en un solo canto las voces más diversas y dispares. Con los salmos celebramos el nacimiento del día, y con los salmos cantamos a su ocaso.

En los salmos rivalizan la belleza y la doctrina; son a la vez un canto que deleita y un texto que instruye. Cualquier sentimiento encuentra su eco en el libro de los salmos. Leo en ellos: Cántico para el amado, y me inflamo en santos deseos de amor; en ellos voy meditando el don de la revelación, el anuncio profético de la resurrección, los bienes prometidos; en ellos aprendo a evitar el pecado y a sentir arrepentimiento y vergüenza de los delitos cometidos.

¿Qué otra cosa es el Salterio sino el instrumento espiritual con que el hombre inspirado hace resonar en la tierra la dulzura de las melodías celestiales, como quien pulsa la lira del Espíritu Santo? Unido a este Espíritu, el salmista hace subir a lo alto, de diversas maneras, el canto de la alabanza divina, con liras e instrumentos de cuerda, esto es, con los despojos muertos de otras diversas voces; porque nos enseña que primero debemos morir al pecado y luego, no antes, poner de manifiesto en este cuerpo las obras de las diversas virtudes, con las cuales pueda llegar hasta el Señor el obsequio de nuestra devoción.

Nos enseña, pues, el salmista que nuestro canto, nuestra salmodia, debe ser interior, como lo hacía Pablo, que dice: Quiero rezar llevado del Espíritu, pero rezar también con la inteligencia; quiero cantar llevado del Espíricu, pero cantar también con la inteligencia; con estas palabras nos advierte que debemos orientar nuestra vida y nuestros actos a las cosas de arriba, para que así el deleite de lo agradable no excite las pasiones corporales, las cuales no liberan nuestra alma, sino que la aprisionan más aún; el salmista nos recuerda que en la salmodia encuentra el alma su redención: Tocaré para ti la cítara, Santo de Israel; te aclamarán mis labios, Señor, mi alma, que tú redimiste.

DOMINGO VIII DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

De la primera carta a los Corintios 14, 20-40

Los carismas en las asambleas

SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía 25 sobre el evangelio de san Mateo (3-4: PG 57, 331)

Los misterios, tan pletóricos de gracia de salvación que celebramos en cada reunión, reciben el nombre de Eucaristía

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Demos en todo momento gracias a Dios. Sería realmente absurdo que, gozando a diario de los beneficios de Dios ni siquiera de palabra reconociéramos sus bondades, máxime cuando este reconocimiento es para nosotros fuente de nuevas gracias. Y no es que él tenga necesidad de nuestras cosas: somos nosotros quienes necesitamos de sus dones. Pues nuestras acciones de gracias en realidad nada le añaden, pero nos familiarizan a nosotros más con él. Y si al recordar los beneficios recibidos de los hombres, crece nuestro afecto hacia ellos, mucho más nos veremos impulsados a guardar fielmente sus mandamientos, si traemos asiduamente a la memoria los beneficios que del Señor hemos recibido.

La mejor custodia del beneficio es el mismo recuerdo del beneficio y la asidua acción de gracias. Justamente por eso, los tremendos misterios, tan pletóricos de gracia de salvación, que celebramos en cada reunión, reciben el nombre de Eucaristía, por ser el memorial de un sinfín de beneficios, ponernos frente a la manifestación capital de la divina providencia, y disponernos a una continua acción de gracias.

Si ya el nacer de la Virgen es un gran milagro, tanto que el evangelista, lleno de estupor decía: Todo esto sucedió, ¿cómo valoraremos, pregunto, el haberse inmolado por nosotros? Si llama todo al haber nacido, ¿qué denominación dar al hecho de haber sido crucificado, haber derramado su sangre por nosotros y el haberse dado a sí mismo como alimento y banquete espiritual? Démosle, pues, asiduas gracias y que esta manifestación de gratitud preceda a nuestras palabras y obras. Y démosle gracias, no sólo por los bienes que nosotros hemos recibido, sino también por los que otros han recibido. Así podremos eliminar la envidia, fomentar la caridad y hacerla más sincera. Imposible envidiar en función de unos bienes, por los que has dado gracias al Señor.

Por eso el sacerdote, al presentar las ofrendas, nos invita a dar gracias por todo el mundo, por los que nos precedieron, por los presentes, por los recién nacidos y por aquellos que aún están por nacer. Esto nos libera de la tierra y nos transporta al cielo, haciendo ángeles de los hombres. Pues los mismos ángeles dan, a coro, gracias a Dios por los beneficios que nos ha otorgado, diciendo: Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor.

Pero me dirás: ¿qué nos va a nosotros con unos seres que ni están en la tierra ni son hombres? Tenemos que ver y mucho: pues se nos ha ordenado amar a nuestros compañeros de servicio, hasta el punto de considerar como nuestros sus propios bienes. Por eso, en sus cartas, Pablo eleva acciones de gracias por los beneficios derramados en todo el mundo. Demos también nosotros, a imitación suya continuas acciones de gracias por los beneficios que hemos recibido, por los beneficios recibidos por los demás, por los grandes y pequeños beneficios.

LUNES VIII

PRIMERA LECTURA

De la primera carta a los Corintios 15, 1-19

La resurrección de Cristo, esperanza de los creyentes

SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Comentario sobre la carta a los Romanos (Lib 5, 8: PG 14, 1041-1042)

Qué significa resucitar con Cristo

Lo que se colige de las palabras del Apóstol a través de un conocimiento más elevado, es esto: que así como ningún vivo puede ser enterrado con un muerto, así ninguno que todavía vive para

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el pecado puede ser sepultado, en el bautismo, con Cristo que murió al pecado. Por eso, los que se preparan para el bautismo, deben procurar morir antes al pecado, para poder así ser sepultados con Cristo por el bautismo, de modo que también ellos puedan decir: Continuamente nos están entregando a la muerte, por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal.

Cómo la vida de Jesucristo pueda manifestarse en nuestra carne, nos lo aclara Pablo cuando dice: Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí. Es lo mismo que el apóstol Juan escribe en su carta, diciendo: Todo espíritu que confiesa a Jesucristo venido en carne es de Dios. Naturalmente que no es quien se limita a pronunciar estas sílabas con sus labios y a hacer pública confesión el que dará muestras de ser conducido por el Espíritu de Dios, sino el que de tal manera ha conformado su vida y ha dado en la práctica tales frutos, que manifiesta con la misma santidad de sus acciones y sentimientos que Cristo ha venido en carne y que él está muerto al pecado y vive para Dios.

Veamos nuevamente qué es lo que dice: Para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva. Si hemos sido sepultados con Cristo, tal como arriba dijimos, esto es, en cuanto que hemos muerto al pecado, es lógico que al resucitar Cristo de entre los muertos, resucitemos también nosotros con él; y al subir él a los cielos subamos también nosotros con él; y al sentarse él a la derecha del Padre, sabemos que también nosotros nos sentaremos con él en los cielos, según lo que el Apóstol dice en otro lugar: Nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él. Resucitó Cristo por la gloria del Padre; y si nosotros estamos muertos al pecado, hemos sido sepultados con Cristo, y todo el que viere nuestras buenas obras da gloria a nuestro Padre que está en el cielo, con razón se dirá de nosotros que hemos resucitado con Cristo, para que andemos en una vida nueva.

Andemos en una vida nueva, mostrándonos al que nos resucitó con Cristo, nuevos cada día y como quien dice más hermosos, reflejando en Cristo, como en un espejo, el esplendor de nuestro rostro, y proyectando en él la gloria del Señor, nos vayamos transformando en su imagen, como Cristo, resucitado de entre los muertos, subió de la humildad de nuestra tierra a la gloria de la majestad paterna.

MARTES VIII

PRIMERA LECTURA

De la primera carta a los Corintios 15, 20-34

La resurrección de los muertos

SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Libro sobre la muerte de su hermano Sátiro (Lib 2, 89-93: CSEL 73, 298-300)

Como Adán es la primicia de la muerte, así Cristo es la primicia de la resurrección

Esta es la voluntad de mi Padre, que me envió: que todo el que ve al Hijo y cree en él, tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. ¿Quién es el que esto dice? Precisamente el que, habiendo muerto, resucitó los cuerpos de muchos difuntos. Si no creemos en Dios, ¿no daremos fe a los hechos? No creemos lo que prometió, ¿cuándo realizó incluso lo que no había prometido? Y por lo que a él se refiere, ¿habría tenido razón de morir, si no hubiera tenido un motivo para resucitar?

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Y como Dios no podía morir –pues la sabiduría no puede morir–, y no podía resucitar lo que no había muerto, asumió una carne capaz de morir, para que muriendo según la ley común, resucitara lo que había muerto. No es posible la resurrección sino mediante el hombre, pues, si por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la resurrección de los muertos. Así pues, resucitó el hombre, porque era el hombre el que había muerto; resucita el hombre, pero resucitándolo Dios, entonces hombre según la carne, ahora Dios en plenitud; ahora ya no conocemos a Cristo según la carne, pero tenemos la gracia de la carne y así podemos afirmar que conocemos al que es las primicias de los que duermen, al primogénito de entre los muertos.

Y pensemos que las primicias son del mismo género y de igual naturaleza que el resto de la cosecha; se ofrecen a Dios los primeros productos en la esperanza de obtener una cosecha más abundante: don sacro en representación del conjunto y cual libación de una naturaleza renovada. Pues bien: Cristo es la primicia de los que duermen.

Pero ¿de todos los muertos o sólo de sus muertos, es decir, de aquellos que, exentos en cierto modo de la muerte, descansan en un dulce sopor? Si en Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida. Por tanto, como Adán es la primicia de la muerte, así Cristo es la primicia de la resurrección.

Todos resucitan, pero que nadie se inquiete, ni le duela al justo esta copartición global en la resurrección, pues cada cual recibirá el premio correspondiente a su virtud. Todos resucitan, pero cada uno —como dice el Apóstol— en su puesto. Es común el fruto de la divina clemencia, pero distinta la jerarquía de los méritos. El día amanece para todos, el sol caldea a todos los pueblos, todos los campos son regados y fecundados por la lluvia benéfica. Todos nacemos, todos resucitamos, pero diversa es para cada uno la gracia de vivir y de revivir, distinta la condición. En un instante, en un abrir y cerrar de ojos, al toque de la última trompeta, los muertos despertarán incorruptibles, y nosotros nos veremos transformados. Incluso en la misma muerte unos descansan, otros viven. Bueno es el descanso, pero mejor es la vida. Por eso, Pablo despierta para la vida a los que descansan, diciendo: Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz.

MIÉRCOLES VIII

PRIMERA LECTURA

De la primera carta a los Corintios 15, 35-58

La resurrección en el último día

SEGUNDA LECTURA

San Pedro Crisólogo, Sermón 117 (PL 52, 520-521) El Verbo, sabiduría de Dios, se hizo hombre

El apóstol san Pablo nos dice que dos hombres dieron origen al género humano, a saber, Adán y Cristo. Dos hombres semejantes en su cuerpo, pero muy diversos en su obrar; totalmente iguales por el número y orden de sus miembros, pero totalmente distintos por su respectivo origen. Dice, en efecto, la Escritura: El primer hombre, Adán, fue un ser animado; el último Adán, un espíritu que da vida.

Aquel primer Adán fue creado por el segundo, de quien recibió el alma con la cual empezó a vivir; el último Adán, en cambio, se configuró a sí mismo y fue su propio autor, pues no recibió la vida de nadie, sino que fue el único de quien procede la vida de todos. Aquel primer Adán fue

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plasmado del barro deleznable; el último Adán se formó en las entrañas preciosas de la Virgen. En aquél, la tierra se convierte en carne; en éste, la carne llega a ser Dios.

Y ¿qué más podemos añadir? Este es aquel Adán que, cuando creó al primer Adán, colocó en él su divina imagen. De aquí que recibiera su naturaleza y adoptara su mismo nombre, para que aquel a quien había formado a su misma imagen no pereciera. El primer Adán es, en realidad, el nuevo Adán; aquel primer Adán tuvo principio, pero este último Adán no tiene fin. Por lo cual, este último es, realmente, también el primero, como él mismo afirma: Yo soy el primero y yo soy el último.

«Yo soy el primero, es decir, no tengo principio. Yo soy el último, porque, ciertamente, no tengo fin. No es primero lo espiritual –dice–, sino lo animal. Lo espiritual viene después. El espíritu no fue lo primero –dice–, primero vino la vida y después el espíritu». Antes, sin duda, es la tierra que el fruto, pero la tierra no es tan preciosa como el fruto; aquélla exige lágrimas y trabajo, éste, en cambio, nos proporciona alimento y vida. Con razón el profeta se gloría de tal fruto, cuando dice: Nuestra tierra ha dado su fruto. ¿Qué fruto? Aquel que se afirma en otro lugar: A un fruto de tus entrañas lo pondré sobre tu trono. Y también: El primer hombre, hecho de tierra, era terreno; el segundo hombre es del cielo.

Igual que el terreno son los hombres terrenos; igual que el celestial son los hombres celestiales. ¿Cómo, pues, los que no nacieron con tal naturaleza celestial llegaron a ser de esta naturaleza y no permanecieron tal cual habían nacido, sino que perseveraron en la condición en que habían renacido? Esto se debe, hermanos, a la acción misteriosa del Espíritu, el cual fecunda con su luz el seno materno de la fuente virginal, para que aquellos a quienes el origen terreno dé su raza da a luz en condición terrena y miserable vuelvan a nacer en condición celestial, y lleguen a ser semejantes a su mismo Creador. Por tanto, renacidos ya, recreados según la imagen de nuestro Creador, realicemos lo que nos dice el Apóstol: Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seamos también imagen del hombre celestial.

Renacidos ya, como hemos dicho, a semejanza de nuestro Señor, adoptados como verdaderos hijos de Dios, llevemos íntegra y con plena semejanza la imagen de nuestro Creador: no imitándolo en su soberanía, que sólo a él corresponde, sino siendo su imagen por nuestra inocencia, simplicidad, mansedumbre, paciencia, humildad, misericordia y concordia, virtudes todas por las que el Señor se ha dignado hacerse uno de nosotros y ser semejante a nosotros.

JUEVES VIII

PRIMERA LECTURA

De la primera carta a los Corintios 16, 1-24

Recomendaciones y saludos

SEGUNDA LECTURA

Balduino de Cantorbery, Tratado sobre el santísimo sacramento de la Eucaristía (PL 204, 405-406)

¡ Ved cuánto nos ama Jesús!

Vino, pues, el que tenía que venir, vino el Santo de Israel, apareció en la tierra hecho hombre. Enseñó al mundo el sendero de la vida y, cumplida la misión por la que había venido, subió al cielo, donde ahora está sentado a la derecha de Dios.

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Antes de subir al cielo y para que los discípulos y los demás fieles que vendrían después, privados de su presencia corporal, no desconfiasen y desesperasen de su ayuda, los consoló diciendo: Y sabed que yo estoy con vosotros, hasta el fin del mundo. Luego nuestro Jesús está con nosotros. ¿Por qué no habría de llamarle nuestro si está con nosotros? Un hijo se nos ha dado. No sin razón reivindicaba a Jesús como suyo, el que dijo: Yo exultaré con el Señor, me gloriaré en Dios, mi Jesús.

Este nuestro Jesús, con el cual Dios nos lo dio todo, no sabe estar lejos de nosotros. Y nos ama tanto que él mismo, que es la sabiduría del Padre, dice: Me gozaba con los hijos de los hombres. Estuvo con nosotros en la carne, antes de morir por nosotros; estuvo con nosotros también en la muerte, con la presencia del cuerpo todavía no retirado de la tierra; estuvo con nosotros después de la muerte apareciéndose a los discípulos de muchas maneras; está con nosotros también ahora, hasta el fin del mundo, hasta que nosotros estemos con él: y así estaremos siempre con el Señor.

¡Ved cuánto nos ama Jesús! Ni la muerte ni la vida pueden separarle de nosotros: ¡tanto es el amor con que nos ama! Por lo tanto, ni la muerte ni la vida deben separarnos de su amor. ¿Qué criatura es digna de ser amada, si él no lo es? Más aún: ¿quién puede sernos tan amable como él? Pues a menos de ser ingratos y perversos, debería bastarnos para amarlo —aparte de otras razones—, que él nos ama. Al que ama, lo menos que puede dársele es una respuesta de amor, pues el que ama desea ser amado. Lo cual es perfectamente justo. Ahora bien: quien desea ser amado, sin amar, dudo que pueda justificarse ni ante su propia conciencia de la acusación de inicuo. En un juicio justo quien no devuelve amor por amor, es indigno de ser amado.

Por tanto, quien no ama a Jesús, corre un grandísimo riesgo, pues se hace acreedor de la execración y maldición del Apóstol, que dice: El que no quiere al Señor, fuera con él. Ven, Señor.

VIERNES VIII

PRIMERA LECTURA

Comienza la carta del apóstol Santiago 1, 1-18

Dicha perfecta en toda clase de pruebas

SEGUNDA LECTURA

San Ignacio de Antioquía, Comienza la carta a san Policarpo (1-2: Funck 1, 247-249)

Donde mayor es el trabajo, allí hay rica ganancia

Ignacio, por sobrenombre Teóforo, es decir, Portador de Dios, a Policarpo, obispo de la Iglesia de Esmirna, o más bien, puesto él mismo bajo la vigilancia o episcopado de Dios Padre y del Señor Jesucristo: mi más cordial saludo.

Al comprobar que tu sentir está de acuerdo con Dios y asentado como sobre roca inconmovible, yo glorifico en gran manera al Señor por haberme hecho la gracia de ver tu rostro intachable, del que ojalá me fuese dado gozar siempre en Dios. Yo te exhorto, por la gracia de que estás revestido, a que aceleres el paso en tu carrera, y a que exhortes a todos para que se salven. Desempeña el cargo que ocupas con toda diligencia corporal y espiritual. Preocúpate de que se conserve la concordia, que es lo mejor que puede existir. Llévalos a todos sobre ti, como a ti te lleva el Señor. Sopórtalos a todos con espíritu de caridad, como siempre lo haces. Dedícate continuamente a la oración. Pide mayor sabiduría de la que tienes. Mantén alerta tu espíritu, pues

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el espíritu desconoce el sueño. Háblales a todos al estilo de Dios. Carga sobre ti, como perfecto atleta, las enfermedades de todos. Donde mayor es el trabajo, allí hay rica ganancia.

Si sólo amas a los buenos discípulos, ningún mérito tienes en ello. El mérito está en que sometas con mansedumbre a los más perniciosos. No toda herida se cura con el mismo emplasto. Los accesos de fiebre cálmalos con aplicaciones húmedas. Sé en todas las cosas sagaz como la serpiente, pero sencillo en toda ocasión, como la paloma. Por eso, justamente eres a la vez corporal y espiritual, para que aquellas cosas que saltan a la vista las desempeñes buenamente, y las que no alcanzas a ver ruegues que te sean manifestadas. De este modo, nada te faltará, sino que abundarás en todo don de la gracia. Los tiempos requieren de ti que aspires a alcanzar a Dios, juntamente con los que tienes encomendados, como el piloto anhela prósperos vientos, y el navegante, sorprendido por la tormenta, suspira por el puerto.

Sé sobrio, como un atleta de Dios. El premio es la incorrupción y la vida eterna, de cuya existencia también tú estás convencido. En todo y por todo soy una víctima de expiación por ti, así como mis cadenas, que tú mismo has besado.

SÁBADO VIII

PRIMERA LECTURA

De la carta del apóstol Santiago 1, 19-27

Llevad a la práctica la palabra y no os limitéis a escucharla

SEGUNDA LECTURA

San Ignacio de Antioquía, Carta a san Policarpo (3-5: Funck 1, 249-251)

Que todo se haga para gloria de Dios

Que no te amedrenten los que se dan aires de nombres de todo crédito y enseñan doctrinas extrañas a la fe. Por tu parte, mantente firme como un yunque golpeado por el martillo. Es propio de un gran atleta el ser desollado y, sin embargo, vencer. Pues, ¡cuánto más hemos de soportarlo todo nosotros por Dios, a fin de que también él nos soporte a nosotros! Sé todavía más diligente de lo que eres. Date cabal cuenta de los tiempos. Aguarda al que está por encima del tiempo, al intemporal, al invisible, que por nosotros se hizo visible; al impalpable, al impasible, que por nosotros se hizo pasible; al que en todas las formas posibles sufrió por nosotros.

Las viudas no han de ser desatendidas. Después del Señor, tú has de ser quien cuide de ellas. Nada se haga sin tu conocimiento, y tú, por tu parte, hazlo todo contando con Dios, como efectivamente lo haces. Manténte firme. Celébrense reuniones con más frecuencia. Búscalos a todos por su nombre. No trates altivamente a esclavos y esclavas mas tampoco dejes que se engrían, sino que traten, para gloria de Dios, de mostrarse mejores servidores, a fin de que alcancen de él una libertad más excelente.

Huye de la intriga y del fraude; más aún, habla a los fieles para precaverlos contra ello. Recomienda a mis hermanas que amen al Señor y que vivan contentas con sus maridos, tanto en cuanto a la carne, como en cuanto al espíritu. Igualmente predica a mis hermanos, en nombre de Jesucristo, que amen a sus esposas como el Señor ama a la Iglesia. Si alguno se siente capaz de permanecer en castidad para honrar la carne del Señor, permanezca en ella, pero sin ensoberbecerse. Pues, si se engríe, está perdido; y, si por ello se estimare más que el obispo, está corrompido.

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Respecto a los que se casan, esposos y esposas, conviene que celebren el enlace con conocimiento del obispo, a fin de que el casamiento sea conforme al Señor y no por sólo deseo. Que todo se haga para gloria de Dios.

DOMINGO IX DEL TIEMPO ORDINARIO

PRIMERA LECTURA

De la carta del apóstol Santiago 2, 1-13

Hay que evitar la acepción de personas

SEGUNDA LECTURA

San Ignacio de Antioquía, Carta a san Policarpo (6-8: Funck 1, 251)

Me ofrezco como víctima de expiación

Escuchad al obispo, para que Dios os escuche a vosotros. Yo me ofrezco como víctima de expiación por quienes se someten al obispo, a los presbíteros y a los diáconos. ¡Y ojalá que con ellos se me concediera entrar a tener parte con Dios! Colaborad mutuamente unos con otros, luchad unidos, corred juntamente, sufrid con las penas de los demás, permaneced unidos en espíritu aun durante el sueño, así como al despertar, como administradores que sois de Dios, como sus asistentes y servidores. Tratad de ser gratos al Capitán bajo cuyas banderas militáis, y de quien habéis de recibir el sueldo. Que ninguno de vosotros se declare desertor. Vuestro bautismo ha de ser para vosotros como vuestra armadura, la fe como un yelmo, la caridad como la lanza, la paciencia como un arsenal de todas las armas; vuestras cajas de fondos han de ser vuestras buenas obras, de las que recibiréis luego magníficos ahorros. Así pues, tened unos para con otros un corazón grande, con mansedumbre, como lo tiene Dios para con vosotros. ¡Ojalá pudiera yo gozar de vuestra presencia en todo tiempo!

Como la Iglesia de Antioquía de Siria, gracias a vuestra oración, goza de paz, según se me ha comunicado, también yo gozo ahora de gran tranquilidad, con esa seguridad que viene de Dios; con tal de que alcance yo a Dios por mi martirio, para ser así hallado en la resurrección como discípulo vuestro. Es conveniente, Policarpo, felicísimo en Dios, que convoques un consejo divino y elijáis a uno a quien profeséis particular amor y a quien tengáis por intrépido, el cual podría ser llamado «correo divino», a fin de que lo deleguéis para que vaya a Siria y dé, para gloria de Dios, un testimonio sincero de vuestra ferviente caridad.

El cristiano no tiene poder sobre sí mismo, sino que está dedicado a Dios. Esta obra es de Dios, y también de vosotros cuando la llevéis a cabo. Yo, en efecto, confío, en la gracia, que vosotros estáis prontos para toda buena obra que atañe a Dios. Como sé vuestro vehemente fervor por la verdad, he querido exhortaros por medio de esta breve carta.

Pero, como no he podido escribir a todas las Iglesias por tener que zarpar precipitadamente de Troas a Neápolis, según lo ordena la voluntad del Señor, escribe tú, como quien posee el sentir de Dios, a las Iglesias situadas más allá de Esmirna, a fin de que también ellas hagan lo mismo. Las que puedan, que manden delegados a pie; las que no, que envíen cartas por mano de los delegados que tú envíes, a fin de que alcancéis eterna gloria con esta obra, como bien lo merecéis.

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Saludo a todos nominalmente y en particular a la viuda de Epitropo con toda su casa e hijos. Saludo a Attalo a quien tanto quiero. Saludo al que tengáis por digno de ser enviado a Siria: la gracia de Dios esté siempre con él y con Policarpo que lo envía.

Deseo que estéis siempre bien, viviendo en unión de Jesucristo, nuestro Dios; permaneced en él, en la unidad y bajo la vigilancia de Dios. Saludo a Alcen, cuyo nombre me es caro.

¡Adiós en el Señor!

LUNES IX

PRIMERA LECTURA

De la carta del apóstol Santiago 2, 14-26

La fe sin obras está muerta

SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Tratado 84 sobre el evangelio de san Juan (1-2: CCL 36, 536-538)

La plenitud del amor

El Señor, hermanos muy amados, quiso dejar bien claro en qué consiste aquella plenitud del amor con que debemos amarnos mutuamente, cuando dijo: Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Consecuencia de ello es lo que nos dice el mismo evangelista Juan en su carta: Cristo dio su vida por nosotros; también nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos, amándonos mutuamente como él nos amó, que dio su vida por nosotros.

Es la misma idea que encontramos en el libro de los Proverbios: Sentado a la mesa de un señor, mira bien qué te ponen delante, y pon la mano en ello pensando que luego tendrás que preparar tú algo semejante. Esta mesa de tal señor no es otra que aquella de la cual tomamos el cuerpo y la sangre de aquel que dio su vida por nosotros. Sentarse a ella significa acercarse a la misma con humildad. Mirar bien lo que nos ponen delante equivale a tomar conciencia de la grandeza de este don. Y poner la mano en ello, pensando que luego tendremos que preparar algo semejante, significa lo que ya he dicho antes: que así como Cristo dio su vida por nosotros, también nosotros debemos dar la vida por los hermanos. Como dice el apóstol Pedro: Cristo padeció por nosotros, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas. Esto significa preparar algo semejante. Esto es lo que hicieron los mártires, llevados por un amor ardiente; si no queremos celebrar en vano su recuerdo, y si nos acercamos a la mesa del Señor para participar del banquete en que ellos se saciaron, es necesario que, tal como ellos hicieron, preparemos luego nosotros algo semejante.

Por esto, al reunirnos junto a la mesa del Señor, no los recordamos del mismo modo que a los demás que descansan en paz, para rogar por ellos, sino más bien para que ellos rueguen por nosotros, a fin de que sigamos su ejemplo, ya que ellos pusieron en práctica aquel amor del que dice el Señor que no hay otro más grande. Ellos mostraron a sus hermanos la manera como hay que preparar algo semejante a lo que también ellos habían tomado de la mesa del Señor.

Lo que hemos dicho no hay que entenderlo como si nosotros pudiéramos igualarnos al Señor, aun en el caso de que lleguemos por él hasta el testimonio de nuestra sangre. El era libre para dar su vida y libre para volverla a tomar, nosotros no vivimos todo el tiempo que queremos y morimos aunque no queramos; él, en el momento de morir, mató en sí mismo a la muerte, nosotros somos librados de la muerte por su muerte; su carne no experimentó la corrupción, la nuestra ha de

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pasar por la corrupción, hasta que al final de este mundo seamos revestidos por él de la incorruptibilidad; él no necesitó de nosotros para salvarnos, nosotros sin él nada podemos hacer; él, a nosotros,sus sarmientos, se nos dio como vid, nosotros, separados de él, no podemos tener vida.

Finalmente, aunque los hermanos mueran por sus hermanos, ningún mártir derrama su sangre para el perdón de los pecados de sus hermanos, como hizo él por nosotros, ya que en esto no nos dio un ejemplo que imitar, sino un motivo para congratularnos. Los mártires, al derramar su sangre por sus hermanos, no hicieron sino mostrar lo que habían tomado de la mesa del Señor. Amémonos, pues, los unos a los otros, como Cristo nos amó y se entregó por nosotros.

MARTES IX

PRIMERA LECTURA

De la carta del apóstol Santiago 3, 1-12

Moderación en el uso de la lengua

SEGUNDA LECTURA

San Fulgencio de Ruspe, Sermón 5 (5-6: CCL 91A, 921-923)

La caridad trabaja en el mundo, descansa en Dios

Recordemos, hermanos, las palabras del Señor: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian. Ved cómo el Señor nos manda envolver en nuestra caridad hasta a los mismos enemigos; la benevolencia de nuestro corazón cristiano ha de llegar hasta nuestros perseguidores. Y ¿cuál será la recompensa de tan arduo trabajo?, ¿cuál el premio prometido a los que pongan en práctica este precepto? Que nos demuestre el premio preparado a la caridad, quien gratuitamente, por medio del Espíritu Santo, se ha dignado infundirla en nuestros corazones; que él mismo nos diga lo que en pago a esta caridad está dispuesto a dar a los dignos, él que se ha dignado derramar esta misma caridad en los indignos.

Los que amaron a sus enemigos e hicieron el bien a los que los aborrecen serán hijos de Dios. Lo que recibirán estos hijos de Dios, nos lo aclara san Pablo: Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios; y si somos hijos, también herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo.

Escuchad, pues, cristianos; escuchad, hijos de Dios; escuchad herederos de Dios y coherederos con Cristo. Para que podáis entrar en posesión de la herencia paterna, no sólo habéis de amar a los amigos, sino también a los enemigos. A nadie neguéis la caridad, que es el patrimonio común de los hombres buenos. Ejercitadla todos conjuntamente, y para que podáis hacerlo con mayor plenitud, extendedla a todos, buenos y malos. Su posesión es la herencia común de los buenos, herencia no terrena, sino celestial. La caridad es un don de Dios. La codicia, por el contrario, es un lazo del diablo; y no sólo un lazo, sino una espada. Con ella caza a los desgraciados, y con ella, una vez cazados, los asesina. La caridad es la raíz de todos los bienes, la codicia es la raíz de todos los males.

La codicia nos atormenta continuamente, pues nunca está satisfecha de sus rapiñas. En cambio, la caridad siempre está alegre, porque cuanto más tiene, tanto más da. Por eso, así como el avaro cuanto más acumula, tanto más se empobrece, el caritativo se enriquece en la medida en que da.

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Se agita la codicia queriendo vengar la injuria; está tranquila la caridad en el gozo que siente al perdonar la injuria recibida. La codicia esquiva las obras de misericordia, que la caridad practica alegremente. La codicia procura hacer daño al prójimo, el amor no hace mal a nadie. Elevándose, la codicia se precipita en el infierno; humillándose, la caridad sube al cielo.

Y ¿cómo podría, hermanos, hallar la expresión adecuada para trenzar el elogio de la caridad, que ni está aislada en el cielo ni en la tierra está jamás abandonada? Efectivamente, en la tierra se alimenta con la palabra de Dios, y en el cielo se sacia con esta misma palabra divina. En la tierra se halla rodeada de amigos, y en el cielo goza de la compañía de los ángeles. Trabaja en el mundo, descansa en Dios. Aquí día a día se va perfeccionando con el ejercicio; allí es poseída sin límites en su misma plenitud.

MIÉRCOLES IX

PRIMERA LECTURA

De la carta del apóstol Santiago 3, 13-18

La verdadera y la falsa sabiduría

SEGUNDA LECTURA

San León Magno. Tratado 16 (1-2: CCL 138, 61-62)

Dios mismo será su más preciado galardón, él que es la encarnación del precepto

La sublimidad de la gracia de Dios, dilectísimos, realiza cada día su obra en los cristianos corazones, de suerte que nuestro deseo se eleve de los bienes terrenos a los goces celestiales. Pero incluso la presente vida es regulada por la acción del Creador y sustentada por su providencia, ya que uno mismo es el dador de las cosas temporales y el garante de los bienes eternos. Pues así como, en la esperanza de la futura felicidad a la que nos dirijimos de mano de la fe, hemos da dar gracias a Dios por habernos hecho capaces de pregustar lo que con tanto amor nos está preparado, así también debemos honrar y alabar a Dios por estos frutos que, al llegar la estación propicia, cada año cosechamos. Desde el principio de la creación, infundió Dios tal fecundidad a la tierra, de tal manera ordenó las leyes que presiden en cualquier germen o simiente el desarrollo embrionario de los frutos, que nunca abandonó lo que había establecido, sino que en las cosas creadas permanece la próvida administración del Creador.

Así pues, todo lo que, para uso del hombre, han producido las mieses, las viñas y los olivos, todo brotó de la largueza de la divina bondad, que, con la alternancia de las estaciones, colaboró con los precarios esfuerzos de los agricultores, a fin de que el viento y la lluvia, el frío y el calor, el día y la noche se pusieran al servicio de nuestra propia utilidad. La razón humana no sería suficiente para llevar a feliz término el fruto de sus trabajos, si a la siembra y riegos acostumbrados, no les infundiera Dios la virtualidad del crecimiento.

Es, por tanto, un grave deber de caridad y de justicia poner al servicio de los demás lo que misericordiosamente nos ha otorgado el Padre celestial. Pues son muchos los que no poseen campos, ni viñas ni olivares. A su necesidad hemos de proveer echando mano de la abundancia que Dios nos ha concedido, para que también ellos bendigan con nosotros a Dios por la fecundidad de la tierra, alegrándose de que a los terratenientes se les haya dado lo que se ha convertido en patrimonio común de pobres y peregrinos. Dichoso el granero y digno de ser repleto con toda clase de frutos, que sacia el hambre de los necesitados y de los débiles, que previene la necesidad del peregrino y abre el apetito del enfermo. La justicia de Dios permite que todos éstos

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giman bajo el peso de diversos sufrimientos, para luego coronar la paciencia de los que sufren y la benevolencia de los misericordiosos.

La oración, secundada por la limosna y el ayuno, es un medio eficacísimo para obtener el perdón de los pecados, y sube velozmente a oídos de Dios propulsada por tales sufragios. Pues, como está escrito, el hombre bondadoso se hace bien a sí mismo, y nada es tan nuestro como lo que invertimos en provecho del prójimo. En efecto, la parte de los bienes temporales que se invierte en favor de los necesitados, pasa a los tesoros eternos, y los intereses que se acumulan como fruto de una generosidad tal, no sufre depreciación ni puede ser afectada por ninguna corruptela. Dichosos realmente los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia de Dios, y él mismo será su más preciado galardón, él que es la encarnación del precepto.

JUEVES IX

PRIMERA LECTURA

De la carta del apóstol Santiago 4, 1-12

La raíz de la discordia

SEGUNDA LECTURA

Beato Isaac de Stella, Sermón 31 (PL 194, 1292-1293)

La preeminencia de la caridad

¿Por qué, hermanos, nos preocupamos tan poco de nuestra mutua salvación, y no procuramos ayudarnos unos a otros en lo que más urgencia tenemos de prestarnos auxilio, llevando mutuamente nuestras cargas, con espíritu fraternal? Así nos exhorta el Apóstol, diciendo: Arrimad todos el hombro a las cargas de los otros, que con eso cumpliréis la ley de Cristo; y en otro lugar: Sobrellevaos mutuamente con amor. En ello consiste, efectivamente, la ley de Cristo.

Cuando observo en mi hermano alguna deficiencia incorregible –consecuencia de alguna necesidad o de alguna enfermedad física o moral—, ¿por qué no lo soporto con paciencia, por qué no lo consuelo de buen grado, tal como está escrito: Llevarán en brazos a sus criaturas y sobre las rodillas las acariciarán? ¿No será porque me falta aquella caridad que todo lo aguanta, que es paciente para soportarlo todo, que es benigna en el amor?

Tal es ciertamente la ley de Cristo, que, en su pasión, soportó nuestros sufrimientos y, por su misericordia, aguantó nuestros dolores, amando a aquellos por quienes sufría, sufriendo por aquellos a quienes amaba. Por el contrario, el que hostiliza a su hermano que está en dificultades, el que le pone asechanzas en su debilidad, sea cual fuere esta debilidad, se somete a la ley del diablo y la cumple. Seamos, pues, compasivos, caritativos con nuestros hermanos, soportemos sus debilidades, tratemos de hacer desaparecer sus vicios.

Cualquier género de vida, cualesquiera que sean sus prácticas o su porte exterior, mientras busquemos sinceramente el amor de Dios y el amor del prójimo por Dios, será agradable a Dios. La caridad ha de ser en todo momento lo que nos induzca a obrar o a dejar de obrar, a cambiar las cosas o a dejarlas como están. Ella es el principio por el cual y el fin hacia el cual todo debe ordenarse. Nada es culpable si se hace en verdad movido por ella y de acuerdo con ella.

Quiera concedérnosla aquel a quien no podemos agradar sin ella, y sin el cual nada en absoluto podemos, que vive y reina y es Dios por los siglos inmortales. Amén.

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VIERNES IX

PRIMERA LECTURA

De la carta del apóstol Santiago 4, 13-5, 11

Tened paciencia hasta la venida del Señor

SEGUNDA LECTURA

Autor desconocido, Sermón transmitido bajo el nombre de san Cipriano (PLS 1, 51-52)

Es cristiano el que en todo imita a Cristo

La voluntad de Dios es la que Cristo hizo y enseñó: Sencillez en las relaciones, estabilidad en la fe, modestia en el hablar, justicia en el actuar, misericordia en la práctica, disciplina en las costumbres; ser incapaz de hacer injuria y pronto a tolerar la que le hicieren; temblar ante la adversidad ajena como ante la suya propia; congratularse de la prosperidad del otro, como de nuestro propio mérito o provecho; tener por propios los males ajenos; estimar como nuestros los éxitos del prójimo; amar al amigo no por motivos humanos, sino por amor de Dios; soportar al enemigo hasta amarlo; no hagas a nadie lo que no quieres que te hagan; no niegues a ninguno lo que te gustaría que hiciesen contigo; socorrer al prójimo en sus necesidades no sólo según tus posibilidades, sino desear serle de provecho incluso más allá de tus fuerzas reales; mantener la paz con los hermanos; amar a Dios con todo el corazón; amarle en cuanto Padre, temerle en cuanto Señor; no anteponer nada a Cristo, pues tampoco él antepuso nada a nuestro amor.

Todo el que ame el nombre del Señor, se gloriará en él. Aceptemos ser aquí miserables, para ser luego dichosos. Sigamos a Cristo, al Señor Jesús. Quien dice que permanece en él, debe vivir como vivió él. Cristo, Hijo de Dios, no vino para reinar, sino que, siendo rey, rehúye el reino; no vino para dominar, sino para servir. Se hizo pobre, para enriquecernos; por nosotros aceptó la flagelación, para que no nos lamentásemos al ser azotados.

Imitemos a Cristo. El nombre de cristiano conlleva la justicia, la bondad, la integridad. Es cristiano el que en todo imita a Cristo y le sigue; el que es santo, inocente, incontaminado, puro. Es cristiano aquel en cuyo corazón no hay sitio para la malicia, aquel en cuyo pecho sólo la piedad y la bondad tienen carta de ciudadanía.

Cristiano es el que vive la vida de Cristo; el que está totalmente entregado a la misericordia; que desconoce la injuria; no soporta que, en su presencia, se oprima al pobre, socorre al necesitado; se entristece con los tristes; siente como propio el dolor ajeno; a quien conmueve el llanto del otro; cuya casa es casa de todos; cuya puerta a nadie se cierra; cuya mesa ningún pobre ignora; cuyo bien todos conocen y de quien nadie recibe injurias; el que noche y día sirve a Dios; cuya alma es sencilla e inmaculada; cuya conciencia es fiel y pura; cuyo pensamiento está totalmente centrado en Dios; el que desprecia las cosas humanas, para tener acceso a las celestiales.

SÁBADO IX

PRIMERA LECTURA

De la carta del apóstol Santiago 5,12-20

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Recomendaciones diversas

SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Homilía 2 sobre el libro del Levítico (4: PG 12, 417-419)

El perdón de los pecados

Escucha ahora cuántos son los canales de remisión de los pecados que hallamos en el evangelio. Primero: el bautismo, que se nos confiere para el perdón de los pecados; segundo: la pasión del martirio; tercero: la limosna, pues dice el Salvador: Dad limosna, y lo tendréis todo limpio. El cuarto canal para el perdón de los pecados es el perdón que otorgamos a nuestros hermanos. Ya lo dijo el Señor, nuestro Salvador: Si perdonáis a los demás sus culpas, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras culpas. Y en la oración dominical nos manda decir: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.

El quinto canal de remisión de los pecados es si alguien convierte al pecador de su extravío. Dice en efecto la Sagrada Escritura: Uno que convierte al pecador de su extravío se salvará de la muerte y sepultará un sinfin de pecados.

El sexto canal de perdón es una caridad intensa, como dice el mismo Señor: Por eso te digo, sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor. Y el Apóstol dice: El amor cubre la multitud de los pecados. Existe todavía un séptimo canal, aunque duro y laborioso: la remisión de los pecados por medio de la penitencia, cuando el pecador riega su cama con lágrimas, cuando las lágrimas son su pan, noche y día, cuando no se avergüenza de descubrir su pecado al sacerdote del Señor, buscando el remedio, según aquel que dijo: Propuse: «Confesaré al Señor mi culpa», y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. Así se cumple también la palabra del apóstol Santiago: ¿Hay alguno enfermo? Llame a los responsables de la comunidad, que recen por él y lo unjan con aceite invocando al Señor. La oración hecha con fe dará la salud al enfermo; si, además, tiene pecados, se le perdonarán.

También tú, cuando te acercas a la gracia del bautismo, es como si ofrecieras un becerro, pues eres bautizado en la muerte de Cristo. Cuando eres conducido al martirio, es como si ofrecieras un macho cabrío, porque has yugulado al diablo, autor del pecado. Cuando das limosna, y con afectuosa solicitud despliegas tu ternura hacia los indigentes, acumulas sobre el altar sagrado cebados cabritos. Y si perdonas de corazón la culpa de tu hermano, y es sajado el tumor de la ira, permanecieres interiormente tranquilo y sosegado, ten por cierto que has ofrecido en sacrificio un carnero o un cordero.

Finalmente, si en tu corazón abundara aquella virtud, superior a la esperanza y a la fe, es decir, la caridad, de modo que ames a tu prójimo no ya como a ti mismo, sino como nos enseña aquel que decía: Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos, has de saber que ofreces panes de flor de harina, cocidos en el óleo de la caridad, sin mezcla de levadura de corrupción y de maldad, sino con los panes ázimos de la sinceridad y la verdad.

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Domingo después de Pentecostés

LA SANTÍSIMA TRINIDAD

Solemnidad

PRIMERA LECTURA

De la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 2, 1-16

El gran misterio del designio de Dios

SEGUNDA LECTURA

San Atanasio de Alejandría, Carta 1 a Serapión (28-30)

Luz, resplandor y gracia en la Trinidad y por la Trinidad

Siempre resultará provechoso esforzarse en profundizar el contenido de la antigua tradición, de la doctrina y la fe de la Iglesia católica, tal como el Señor nos la entregó, tal como la predicaron los apóstoles y la conservaron los santos Padres. En ella, efectivamente, está fundamentada la Iglesia, de manera que todo aquel que se aparta de esta fe deja de ser cristiano y ya no merece el nombre de tal.

Existe, pues, una Trinidad, santa y perfecta, de la cual se afirma que es Dios en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que no tiene mezclado ningún elemento extraño o externo, que no se compone de uno que crea y de otro que es creado, sino que toda ella es creadora, es consistente por naturaleza, y su actividad es única. El Padre hace todas las cosas a través del que es su Palabra, en el Espíritu Santo. De esta manera, queda a salvo la unidad de la santa Trinidad. Así, en la Iglesia se predica un solo Dios, que lotrasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo. Lo trasciende todo, en cuanto Padre, principio y fuente; lo penetra todo, por su Palabra; lo invade todo, en el Espíritu Santo.

San Pablo, hablando a los corintios acerca de los dones del Espíritu, lo reduce todo al único Dios Padre, como al origen de todo, con estas palabras: Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos.

El Padre es quien da, por mediación de aquel que es su Palabra, lo que el Espíritu distribuye a cada uno. Porque todo lo que es del Padre es también del Hijo; por esto todo lo que da el Hijo en el Espíritu es realmente don del Padre. De manera semejante, cuando el Espíritu está en nosotros, lo está también la Palabra, de quien recibimos el Espíritu, y en la Palabra está también el Padre, realizándose así aquellas palabras: El Padre y yo vendremos a él y haremos morada en él. Porque, donde está la luz, allí está también el resplandor; y donde está el resplandor, allí está también su eficiencia y su gracia esplendorosa.

Es lo que nos enseña el mismo Pablo en su segunda carta a los Corintios, cuando dice: La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con todos vosotros. Porque toda gracia o don que se nos da en la Trinidad se nos da por el Padre, a través del Hijo, en el Espíritu Santo. Pues, así como la gracia se nos da por el Padre, a través del Hijo, así también no podemos recibir ningún don si no es en el Espíritu Santo, ya que, hechos partícipes del mismo, poseemos el amor del Padre, la gracia del Hijo y la comunión de este Espíritu.

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Domingo después de la Santísima Trinidad

EL SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO

Solemnidad

PRIMERA LECTURA

Del libro del Éxodo 24, 1-11

Vieron a Dios, y comieron y bebieron

SEGUNDA LECTURA

Santo Tomás de Aquino, Opúsculo 57, en la fiesta del Cuerpo de Cristo (Lect 1-4)

¡Oh banquete precioso y admirable!

El Hijo único de Dios, queriendo hacernos partícipes de su divinidad, tomó nuestra naturaleza, a fin de que, hecho hombre, divinizase a los hombres.

Además, entregó por nuestra salvación todo cuanto tomó de nosotros. Porque, por nuestra reconciliación, ofreció, sobre el altar de la cruz, su cuerpo como víctima a Dios, su Padre, y derramó su sangre como precio de nuestra libertad y como baño sagrado que nos da, para que fuésemos liberados de una miserable esclavitud y purificados de todos nuestros pecados.

Pero, a fin de que guardásemos por siempre jamás en nosotros la memoria de tan gran beneficio, dejó a los fieles, bajo la apariencia de pan y de vino, su cuerpo, para que fuese nuestro alimento, y su sangre, para que fuese nuestra bebida.

¡Oh banquete precioso y admirable, banquete saludable y lleno de toda suavidad! ¿Qué puede haber, en efecto, de más precioso que este banquete en el cual no se nos ofrece, para comer, la carne de becerros o de machos cabríos, como se hacía antiguamente, bajo la ley, sino al mismo Cristo, verdadero Dios?

No hay ningún sacramento más saludable que éste, pues por él se borran los pecados, se aumentan las virtudes y se nutre el alma con la abundancia de todos los dones espirituales.

Se ofrece, en la Iglesia, por los vivos y por los difuntos, para que a todos aproveche, ya que ha sido establecido para la salvación de todos.

Finalmente, nadie es capaz de expresar la suavidad de este sacramento, en el cual gustamos la suavidad espiritual en su misma fuente y celebramos la memoria del inmenso y sublime amor que Cristo mostró en su pasión.

Por eso, para que la inmensidad de este amor se imprimiese más profundamente en el corazón de los fieles, en la última cena, cuando, después de celebrar la Pascua con sus discípulos, iba a pasar de este mundo al Padre, Cristo instituyó este sacramento como el memorial perenne de su pasión, como el cumplimiento de las antiguas figuras y la más maravillosa de sus obras; y lo dejó a los suyos como singular consuelo en las tristezas de su ausencia.

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Viernes posterior al segundo domingo después de Pentecostés

EL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

Solemnidad

PRIMERA LECTURA

De la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 8, 28-39

El amor de Dios, manifestado en Cristo

SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía 15 sobre la carta a los Romanos (1-2: PG 60, 541-543)

Inmensa bondad de Dios, que no perdonó a su propio hijo

A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo. ¿Te das cuenta de la inmensidad del honor? Lo que el Unigénito era por naturaleza, ellos lo son por gracia. Pero no se conformó con decir que los predestinó a ser imagen de su Hijo, sino que añadió además: Para que él fuera el primogénito de muchos hermanos, queriendo poner en evidencia a toda costa el parentesco. Pienso que todo esto se refiere indudablemente a la encarnación, pues según la naturaleza divina él es el Unigénito.

¿Te das cuenta de la cantidad y calidad de los dones que nos ha hecho? Por tanto, no tienes por qué dudar de los dones futuros, pues en otro lugar nos muestra su solicitud cuando nos revela que todas estas cosas hacía ya tiempo que estaban prefiguradas. Los hombres, en efecto, cambian de parecer al ritmo de las circunstancias; en cambio, las decisiones de Dios atraviesan los tiempos sin mutación, y su atracción hacia nosotros está marcada con el sello de la benevolencia. Dice efectivamente: A los que llamó, los justificó: los justificó por medio del baño del segundo nacimiento; y a los que justificó, los glorificó: los glorificó por la gracia de la adopción.

¿Cabe decir más? Que es como si dijera: No me hables ya más de peligros ni de las insidias en que te hallas envuelto. Pues si es verdad que hay quienes desconfían de los futuros dones, no podrán en todo caso negar los bienes que ya han recibido; por ejemplo, del amor que Dios te ha tenido, de la justificación, de la gloria. Y todo esto se te ha otorgado a través de cosas que parecían penosas; ylo que tú estimabas ignominioso: la cruz, los azotes, las cadenas, es precisamente lo que ha restituido al orden primitivo a todo el mundo. Y lo mismo que él se ha servido de las cosas que padeció, cosas que parecían penosas, para devolver la libertad y la salvación a toda la naturaleza, suele seguir idéntica metodología con lo que tú padeces, sirviéndose de ello para tu propia gloria y esplendor.

Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? Contra el fiel que está atento a la ley de Dios no podrá estar ni el hombre ni el demonio ni ninguna otra potencia. Pues si le sustraes el dinero, le has hecho un buen servicio; si le maldijeras, tu maldición le hará mucho más esplendoroso ante Dios; si le haces pasar hambre, mayor será su gloria y su recompensa; si —lo que es considerado como el supremo agravio— lo entregas a la muerte, le has trenzado la corona del martirio. ¿Qué habrá, pues, comparable con una vida tal, contra la que nada puede tramarse, y a la que son útiles tanto los que parecen estar continuamente acechándola como los que la colman de beneficios? Por eso dice: Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?

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A continuación, y no contento con lo que había dicho, como máximo exponente del amor del Padre hacia nosotros, cita uno, al que alude continuamente y que vuelve a repetir aquí: la muerte del Hijo. No sólo —dice— te justificó y te glorificó, no sólo te predestinó a ser imagen de su Hijo, sino que por ti no perdonó a su propio Hijo. Por eso añadió: El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Cómo podría abandonarnos el que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por todos nosotros? Piensa cuán inmensa no sería su bondad al no perdonar a su propio Hijo y entregarlo por todos: por los hombres viles, ingratos, enemigos, blasfemos. ¿Cómo no nos dará todo con él? Esto es: si nos ha dado a su Hijo, y no sólo nos lo ha dado, sino que lo entregó a la muerte, ¿cómo puedes dudar del resto, después de haber recibido al Señor? ¿Cómo puedes dudar de los otros bienes, si posees al Señor de todos los bienes?