Odio los libros

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Para todos aquellos que a los libros, solo de lejos

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ODIO LOS LIBROSSOLEDAD

CÓRDOVA

©El Mangrullo LIJ 2011

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Producción ed itorial R.M.B. © Año 2011 EL MANGRULLO LIJ Todos los derechos reservados.CÓRDOVA, Soledad. Odio los libros / Soledad Córdova ; ilustraciones de Liliana Gutiérrez L. -- Quito : Libresa, 1999. -- 74 p. : il. ; 20 cm. -- (Colección Mitad del mundo ; 13). -- ISBN 978-9978-80-535-0. -- (Premio Darío Guevara 2000).

Esta publicación solamente puede circular entre bibliotecas escolares y para ser leía en pantalla. No puede imprimirse ni ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en, ni transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, elecroóptico, por fotocopia, impresión de cualquier tipo o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de su autora o ed itora.LA AUTORASoledad Córdova nació en Quito (Ecuador) el 19 de d iciembre de 1957, muy cerca de un parque cuando los pájaros cantaban con fuerza despid iendo el día.

Cuando era pequeña y tenía vacaciones, iba donde su abuelo a Cayambe; allí pasaba los días subiéndose a los tapiales, corriendo por los potreros y tratando de ordeñar las vacas. Desde entonces le gustan el sol y el viento de verano en los Andes.

Comenzó joven a escribir poesía y encontró en los libros su vocación. Cuando terminó el colegio quiso quedarse a trabajar en la biblioteca. Estud ió para ser bibliotecaria y esa ha sido su

profesión. Después de trabajar en d iferentes inst ituciones: Colegio Americano, Alianza Francesa, British Council, Congreso Nacional y Municipio de Quito, se ded icó a las bibliotecas escolares,

que le permiten el contacto d iario con niños y especializarse en animación a la lectura. Desde que empezó a escribir literatura infantil (hace más o menos cuatro años), quiso hacerlo dando

importancia a esos momentos sencillos que hacen más agradable la vida; por ejemplo, cuando nos relacionamos con una mascota (Poemas de perros y gatos).

Participa en talleres de escritura creat iva y de creación literaria y sigue yendo a la universidad para conocer mejor el trabajo de los grandes escritores. Presentó «Odio los libros» al primer Concurso Internacional de Literatura Infantil «Julio C. Coba» y el jurado recomendó a LIBRESA su publicación.

También le gustan los animales: nunca se cansa de estar en un zoológico y en su casa, perros y gatos aparte, tiene una colección de figuritas con casi todas las especies.

Cuando en el colegio donde trabaja los niños quieren ponerle un apodo, en vez de llamarle Soledad le llaman Compañía.

J.P.C.

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LA OBRAEs posible que algunos adultos se acerquen a este libro un tanto ind ignados o por lo menos curiosos ante un título tan irreverente, y también es posible que muchos niños, al tenerlo en sus manos, exclamen entusiasmados:

-¡Por fin. Alguien más, piensa igual que yo! Pero este ameno y sugestivo cuento está dedicado precisamente a los niños que detestan la lectura. Tiene la particularidad de lograr una gran empatía con ellos. Analiza en una forma real y convincente las causas del odio al libro, sin dejar de lado que existen soluciones por demás fáciles cuando hay familiaridad con la Literatura Infant il y cuando aparece el acto lúd ico, ajeno al formulismo y a las imposiciones que originan el aburrimiento.

Odio los libros está escrito con grandes dosis de humor y chispazos de aguda ironía. Soledad Fernández de Córdova, a través de las vivencias de un simpático y avispado escolar, hace una certera crítica al sistema educativo, a las tradicionales maestras de castellano, al hecho de que las bibliotecas no son sit ios acogedores... En una forma por demás graciosa critica a quienes son la causa d irecta de que nuestro país sea uno de los que menos lee. Sin ninguna duda este cuento tan entretenido, será un valioso aporte para lograr futuros lectores teniendo en cuenta que el hábito de la lectura se adquiere cuando ésta se basa en el placer y no en la obligación.

Alicia Yánez Cossío

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ESTOY DE MAL GENIO T

engo d iez años. Od io los libros. Las bibliotecas me producen claustrofobia, la bibliotecaria tiene cara de cuco y uñas postizas que se le caen cada vez que busca un libro en la vitrina, y la

profesora de Castellano me provoca sarpullidos en el cuello y unos granitos como burbujas alrededor del ombligo.

Todo empezó cuando nos hicieron aprender la Loa a la bandera...¡Oh, bandera sacrosanta de inmarcesible victoria, que nos llevaste a la gloria como saeta de luz!Prístino tu color rezuma los símbolos más amados de victoria, de coraje de heroísmo y de virtud.

¡Qué horror!, tener que aprendemos ese poema incomprensible.

Primero que «loa» parece boa, y las banderas no se arrastran por la selva. Segundo, que «sacrosanta» parece de monjitas y que «inmarcesible» parece que no es marzo o que no es posible en marzo (algo así). Tercero, que «Saeta» son las líneas aéreas de primera, y7

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no entiendo qué tienen que ver las banderas con la aviación -a no ser por el viento-. Cuarto, que «prístino» me suena a pristiño, y me da hambre de Navidad, con recuerdos de abuelita, y además, «rezuma símbolos» parece resumen de sin-bolas, o sea, unas no- bolas chiquititas...

Con todo esto DE MEMORIA, ¡de memoria!, leído un millón de veces y luego recitado con cara cívica y la amenaza de un cero terrible, he sacado una conclusión definitiva: ¡leer es un suplicio! y, por eso, apenas salga del colegio, voy a botar a la basura todos mis cuadernos y voy a quemar el libro de Castellano.

Para colmo de los colmos, a mi papá se le ha ocurrido regalarme, para que me entretenga mientras me curo... ¡un libro! ¡Aaaaag!

Se llama: El pequeño Nicolás, y tiene en la pasta unos d ibujitos de un montón de chiquitos en un pat io, saliendo del colegio -primero con cara de educad itos, y después, haciendo relajo como

locos-. Claro que los d ibujitos no están tan mal, pero seguro que no tienen nada que ver con las palabras de adentro, que deben ser una tontera. Además, tiene ¡ciento-treinta-y-nueve! páginas.

¡Quién se va a leer 139 páginas!Mi papá está loco. En vez de curarme, voy a empeorar, o me va a dar empacho de letras.

Bueno, eso si me pusiera a leer. Pero, como no voy a leer...8

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LA DISCUSIÓN C

omo les estaba contando, tengo alergia a la vieja de Castellano. ¡En serio! No es invento ni exageración.

El martes pasado, después de la clase de Matemática, nos tocó Castellano, pero, no sólo una hora, sino ¡tres horas seguidas!, hasta la última antes de la salida. Resulta que se había muerto la abuelita de la profe de Dibujo y una delegación de profesores iba al velorio; entonces, la de Castellano quedó de reemplazo.

¡Todo puede ser, todo; menos que nos dejen tres horas con la señorita Nítida!Primero, nos tocó dar la lección de la Loa a la bandera, y, uno por uno tuvimos que pasar al

frente para recitar, de una, sin respirar, Como ya habíamos repasado la recitación desde hace un mes, que fue el «Día de la Bandera», casi todos pud imos, menos el Cuico, que se trabó; tartamudeó y se «acholó». Entonces, la señorita Nítida le saltó encima y le pegó una chillada ensordecedora. Cuando acabó de hablarle, le mandó de castigo que copie treinta veces la recitación en el cuaderno de borrador.

-¡El Eduardo Ayala tenía que ser...! Si es un demonio. Incapaz de cumplir con una responsabilidad- concluyó con muy mala cara, y el pobre Cuico bajó la cabeza y pareció todavía más esmirriado y tembleque; sin embargo, al pasar por mi lado, de espaldas a la profesora, hizo una mueca graciosa, frunciendo la nariz, por lo que9

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me d i cuenta de que no estaba del todo abatido, sino que más bien había hecho un poquito de teatro para que la señorita no le caiga, todavía más, y le acabe de hacer papilla.

Después, continuamos con la clase anterior de Gramática: clasificación de los adverbios; así que nos pusimos a copiar del pizarrón en el cuaderno las definiciones y los ejemplos. Entonces, me empezó el dolor de cabeza junto con el dolor del brazo, de tanto escribir. Pero no dije nada, porque no tenía ánimo ni para hacer travesuras. Terminé la hora... ¡de una mala gana!

En la segunda hora, nos d ijo que teníamos que sacar el libro de lectura y, durante cuarenta y cinco minutos, leer en silencio. Después, de deber, hacer el resumen de lo leído, con los personajes principales y el mensaje. Les contaré que la lectura era de lo más turro del mundo, que las letras eran chiquititas y el libro es de esos sin d ibujos, que tienen hojas de papel periód ico que echan pelusas y huelen a polvo con arañas.

Mi cabeza flotaba como un globo y no me podía concentrar. Por la ventana de mi lado, entraba un sol abrigado y el aire estaba espeso, como gelatina. Se escuchaban, en el patio, las voces de los chiquititos de primero cantando «Juguemos en el bosque».

-¡Miguel, no te d istraigas! Eres el colmo. Y los demás, sigan leyendo, que no es con ustedes. ¡Te he d icho una y mil veces que la clase no está fuera de la ventana! Cuando hay que leer, ¡hay que leer! La lectura es algo serio a lo que hay que prestar una atención concentrada. Hay que en-tre-gar-se a los libros. Se trata de aprender toda la inmensa sabiduría impresa en sus hojas, y comprender el valor de los mensajes de los escritores. ¡Eso no se puede hacer alzando a ver por la ventana! Hay que poner los cinco sentidos en los libros. La lectura es algo sagrado...

La voz de la profesora se iba haciendo cada vez más chiquita y mi sueño se iba haciendo cada vez más grande. Clavé los ojos en el papel borroso y continué mi sobrehumano esfuerzo para no dormirme. Es una sensación feísima que casi duele. No sé si a ustedes les haya pasado, pero eso de tratar de no dormirse cuando se está muy aburrido, es de lo peor que puede suceder. y todavía más, si encima duele la cabeza y uno se siente mareado. Pero, no estaba10