Odelia La Princesa

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TAIRY DOMINGUEZ PACHECO

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cUENTOS INVENTADOS

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ODELIA LA PRINCESA

Hace muchos años, hubo una joven princesa llamada Odelia. Sus

padres, que deseaban que algún día se convirtiera en una reina

justa, la habían educado con dureza y disciplina. Juegos, risas, besos

y caricias eran consideradas distracciones que podían desviarla de

su noble destino.

Un fatal día, los reyes fallecieron y Odelia tomó posesión del reino.

Asumió sus obligaciones con entereza y sin derramar ni una lágrima,

pues no había tiempo que perder.

Siguiendo el ejemplo de sus padres, trabajó duro para que aquellas

tierras fueran prósperas y sus súbditos cumplieran a rajatabla leyes

y normas. La joven reina suponía que eran felices.

Ella amaba la soledad. Y lo hacía hasta tal punto que, a veces,

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recelaba de su propia sombra. Cada anochecer, cumplidos todos

sus deberes, se retiraba allá donde el silencio se hacía audible.

Movida por un extraño deseo, un día montó su caballo y se alejó

del reino. Después de horas cabalgando por polvorientos caminos,

llegó a un bello y frondoso bosque. De pronto olvidó todas sus

obligaciones y sucumbió ante la tentación de descansar en aquel

hermoso lugar.

Estaba sentada sobre una piedra blanca cuando de repente

descubrió en ella un corazón esculpido con una inscripción dentro:

"María Abad vivió cinco años, cinco meses, una semana y tres días".

Se sobrecogió al darse cuenta de que esa piedra era una lapida.

Odelia era una mujer dura, pero sintió tristeza al pensar que una

niña tan pequeña estaba enterrada en aquel lugar.

Miró a su alrededor y vio otras piedras similares. Todas ellas tenían

esculpido un corazón con un texto grabado en su interior.

"Alfonso Ruiz vivió seis años, nueve meses y dos semanas", leyó en

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otra de ellas.

Odelia se sintió conmocionada.

Aquel hermoso lugar no era más que un cementerio de niños. Todas

las lápidas mostraban el nombre y la edad de algún difunto. Le

impactó comprobar que el que más tiempo había vivido apenas

sobrepasaba los diez años.

Embargada por un dolor terrible, se sentó y se puso a llorar por

aquellos pobres niños cuyas vidas habían sido tan breves.

El cuidador del cementerio, que pasaba por ahí en aquel momento,

la escuchó llorar y se acercó a ella. La observó en silencio un rato

antes de preguntarle:

—¿Lloras por algún familiar?

—No, no —respondió secándose las lágrimas—. Lloro por estos

niños muertos. ¿Qué le pasa a este reino? ¿Qué terrible maldición

pesa sobre él que os obliga a construir un cementerio solo para

niños?

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El anciano sonrió y dijo:

—No es una maldición. Se trata de una vieja costumbre.

—¿Tenéis acaso por costumbre matar a los niños? —dijo

incorporándose y desenvainando la espada.

—¡Claro que no! Guarde la espada y le explicaré.

Odelia obedeció.

—En este reino, cuando un joven cumple diecisiete años nuestro rey

le regala una libreta como esta que tengo aquí —dijo sacando un

cuadernito de su bolsillo.

Ella la tomó con curiosidad y abrió sus páginas.

—Anotamos en ella cada instante en el que amamos de verdad. Solo

cuentan los momentos en los que un amor puro invade nuestro

corazón dormido. —El anciano hizo una pausa antes de continuar—

. Cada vez que uno disfruta intensamente de un momento así, abre

la libreta y lo anota. A la izquierda, describe la situación: un primer

beso, una declaración apasionada, el nacimiento de un hijo... Y a la

derecha, cuánto duró esa sensación de amor intenso, esa

experiencia en la que el corazón parecía a punto de salírsele a uno

del pecho. Cuando

alguien se muere

abrimos su libreta,

sumamos lo que ha

amado y lo inscribimos

sobre su tumba. En el

bosque de los

corazones dormidos

solo cuenta ese tiempo,

porque para nosotros

es el único vivido.

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