Obispos frente a la revolución Luis Navarro García

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Revista Hispanoamericana. Publicación digital de la Real Academia Hispano Americana de Ciencias, Artes y Letras. 2011, nº 1 ARTÍCULOS Cómo citar este artículo: NAVARRO GARCÍA, Luis. El rey y la grey. El arzobispo Fonte en la independencia de México, Revista Hispanoamericana. Revista Digital de la Real Academia Hispano Americana de Ciencias, Artes y Letras. 2011, nº1 Disponible en: < http://revista.raha.es/>. [Consulta: Fecha de consulta]. ISSN: 2174-0445 EL REY Y LA GREY. EL ARZOBISPO FONTE EN LA INDEPENDENCIA DE MÉXICO Dr. Luis Navarro García Universidad de Sevilla Resumen: El último arzobispo español de México, Pedro José Fonte, regresó a España cuando el antiguo virreinato se hizo independiente en 1821, lo que ha sido censurado por varios historiadores. Se trata aquí de explicar la actitud de Fonte y conocer las razones en que se basó su decisión. Palabras clave: Pedro José Fonte, México, Independencia, Virrey, Arzobispado, Nueva España. Abstract: The last archbishop of Mexico, Pedro José Fonte, returned to Spain when the former viceroyalty became independent in 1821. This has been censored by various historians. Here the author tries to explain Fontes' attitude and to know the reasons on which he based his decision. Keywords: Pedro Jose Fonte, Mexico, independence, viceroy, Archbishopric, Iturbide, New Spain. * * * Uno de los rasgos que claramente diferencian el proceso de la Independencia de México del de Suramérica es el que se refiere a la actitud de la jerarquía eclesiástica, que en los virreinatos meridionales prácticamente desapareció, mientras que en Nueva España pasó íntegramente del dominio español a la nueva nación, con la única salvedad, precisamente, del arzobispo de México, Pedro José Fonte. Y esa diferencia dice mucho de la forma en que se desenvolvió el proceso en cada caso. El caso del arzobispo absentista En el virreinato del Río de la Plata, por ejemplo, en el actual territorio argentino, las tres sedes allí erigidas quedaron pronto vacías: en 1812 murió el obispo de Buenos Aires, y los de Córdoba y Salta fueron expulsados el mismo año por Belgrano. Lo mismo ocurrió con corta diferencia, conforme progresaba la guerra, en las diócesis venezolanas, neogranadinas y quiteñas, que –como las de Charcas al sur— fueron alternativamente dominadas por insurgentes y realistas. De Chile sabemos que el obispo de Concepción abandonó su sede en 1816, mientras que el de Santiago fue expulsado por O’Higgins en 1817. De

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Revista Hispanoamericana.  Publicación digital de la Real Academia Hispano Americana de Ciencias, Artes y Letras. 2011, nº 1   

ARTÍCULOS

Cómo citar este artículo: NAVARRO GARCÍA, Luis. El rey y la grey. El arzobispo Fonte en la independencia de México, Revista Hispanoamericana. Revista Digital de la Real Academia Hispano Americana de Ciencias, Artes y Letras. 2011, nº1 Disponible en: < http://revista.raha.es/>. [Consulta: Fecha de consulta]. ISSN: 2174-0445

EL REY Y LA GREY. EL ARZOBISPO FONTE EN LA INDEPENDENCIA DE MÉXICO

Dr. Luis Navarro García Universidad de Sevilla

Resumen: El último arzobispo español de México, Pedro José Fonte, regresó a España cuando el antiguo virreinato se hizo independiente en 1821, lo que ha sido censurado por varios historiadores. Se trata aquí de explicar la actitud de Fonte y conocer las razones en que se basó su decisión. Palabras clave: Pedro José Fonte, México, Independencia, Virrey, Arzobispado, Nueva España. Abstract: The last archbishop of Mexico, Pedro José Fonte, returned to Spain when the former viceroyalty became independent in 1821. This has been censored by various historians. Here the author tries to explain Fontes' attitude and to know the reasons on which he based his decision. Keywords: Pedro Jose Fonte, Mexico, independence, viceroy, Archbishopric, Iturbide, New Spain.

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Uno de los rasgos que claramente diferencian el proceso de la Independencia de México del de Suramérica es el que se refiere a la actitud de la jerarquía eclesiástica, que en los virreinatos meridionales prácticamente desapareció, mientras que en Nueva España pasó íntegramente del dominio español a la nueva nación, con la única salvedad, precisamente, del arzobispo de México, Pedro José Fonte. Y esa diferencia dice mucho de la forma en que se desenvolvió el proceso en cada caso. El caso del arzobispo absentista

En el virreinato del Río de la Plata, por ejemplo, en el actual territorio argentino, las tres sedes allí erigidas quedaron pronto vacías: en 1812 murió el obispo de Buenos Aires, y los de Córdoba y Salta fueron expulsados el mismo año por Belgrano. Lo mismo ocurrió con corta diferencia, conforme progresaba la guerra, en las diócesis venezolanas, neogranadinas y quiteñas, que –como las de Charcas al sur— fueron alternativamente dominadas por insurgentes y realistas. De Chile sabemos que el obispo de Concepción abandonó su sede en 1816, mientras que el de Santiago fue expulsado por O’Higgins en 1817. De

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Perú, en fin, nos dice el Dr. Puente Candamo que se dieron allí “cuatro situaciones distintas. Una es encarnada por Goyeneche, peruano, obispo de Arequipa, quien gobierna desde el virreinato hasta la república sin interrupción. Otra posición es mostrada por Las Heras, español [arzobispo de Lima], quien jura la independencia pero sale del Perú por orden de San Martín. Una tercera respuesta la expresa Gutiérrez Cos, peruano [ob. Huamanga], que sale del país por disposición de San Martín, pues no jura la Emancipación. En fin, una última postura es la que asumen los españoles Carrión Marfil [ob. Trujillo] y Sánchez Rangel [ob. Mainas], adversarios de la Emancipación, quienes por su propia voluntad se retiran del Perú”.1

El caso mexicano es muy distinto pues, en la primera fase del proceso, fase propiamente militar, todos los prelados condenaron la insurrección, aunque algunos hubieron de abandonar un tiempo su sede –los de Valladolid, Monterrey, Guadalajara y Oaxaca--, pero se mantuvieron en el país al amparo del ejército virreinal. Del mismo modo, en la segunda fase, eminentemente política, el episcopado en pleno asistió y en distintas ocasiones colaboró en la singular transición que dio paso a la Independencia y al breve Imperio de Iturbide. La experiencia no debió ser traumática para los prelados mexicanos, salvo el arzobispo, como sí lo fue para los de América del Sur. Pero en todos los casos, en algún momento, al sobrevenir el cambio de soberanía hubo de plantearse cada obispo qué actitud adoptar, problema que algunas veces fue planteado a los respectivos cabildos.

El punto era grave, sobre todo teniendo en cuenta la vigencia del Regio Patronato indiano, al que los obispos quedaban ligados por un juramento especial de obediencia al rey y respeto de sus prerrogativas. Por eso no ha de extrañar que muchos de ellos optasen por abandonar su sede antes que autorizar con su presencia la constitución de una nueva autoridad nacida de una sublevación que ellos habían previamente condenado como contraria al soberano, cuyo poder derivaba directamente de Dios. Hubo, sin embargo, casos en los que la decisión del prelado se desvió de este patrón, porque al obispo le resultaría doloroso el abandono de su Iglesia diocesana, que quedaría desatendida con su marcha. Esta oscilación entre la fidelidad al rey y la obligación hacia la grey dio lugar a conductas muy distintas, de las que podemos seleccionar tres ejemplos.

Sea el primero el del obispo Goyeneche, de Arequipa, nacido en esta ciudad y miembro de una familia firmemente realista que, sin embargo, al triunfar la independencia y encontrarse en un ambiente hostil optó por seguir al frente de su sede argumentando: “yo no soy de ninguno, sino de Jesucristo y de mi Esposa; al servicio de ella debo consagrar mis días, bienes y vínculos de carne y sangre. Tal es mi persuasión y tal el principio que me ha obligado a quedarme en mi obispado, no obstante que bien preveía que la amargura había de ser el pan de mi sustento”.2

1 Puente Candamo, José Agustín: La independencia del Perú (Madrid 1992), p. 254-255. 2 Goyeneche al Papa León XII, en Vargas Ugarte, Rubén: El episcopado en los tiempos de la emancipación sudamericana (Buenos Aires 1945), págs. 86-87.

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El segundo ejemplo, bien conocido, es el del arzobispo de Caracas, Coll y Prat, que no abandonó su puesto por más que la ciudad cambió varias veces de manos entre insurgentes y realistas, hasta que al general Morillo se le hizo sospechoso por lo que lo envió a España. Este prelado, que escribió largamente para justificar su conducta, terminaba diciendo al rey: “La conducta que imitando grandes y heroicos ejemplos de dentro y fuera de España he observado para mantener la fe, la unidad de la Iglesia y la integridad de la moral, proteger los vasallos de V. M. y defenderlos de la opresión…; en una palabra, V. M. encontrará que por medios ordinarios y extraordinarios, con afanes, sacrificios y aun exponiendo mi propia vida, he sabido durante la espantosa calamidad de mi Iglesia ser obispo sin dejar de ser constante y fiel vasallo”.3

El tercer caso a considerar es justamente el del arzobispo de México, Fonte, que constituye la excepción en el episcopado novohispano. Cuando todos los prelados del antiguo virreinato celebraban la exaltación del general Iturbide al trono imperial, el arzobispo emprendió el regreso a España. Episodio especialmente criticado más de un siglo después por el canónigo Garibay precisamente con ocasión de hacer un Elogio fúnebre de los arzobispos de México, reprochándole en sucesivos párrafos haber abandonado el país en aquellas circunstancias, con frases como éstas: “¿Quién debía ser luz en aquellas tinieblas y mano robusta en aquel desconcierto? ¿Quién? ¡El pastor que no huye cuando ve venir el lobo…! ¡No fuiste tú, Pedro José de Fonte, no fuiste tú ese pastor! ¿De qué sirvió a tu sede el más largo pontificado si sus treinta y tres años quedaron tan lejos de los años de Cristo? Seis años escasos estás frente a tu pueblo, y lo abandonas. A la hora en que él necesita luz que lo guíe, tú te oscureces; cuando exige una mano que lo sostenga, tú te sustraes; en el momento en que lanza su gemido de hijo huérfano, tú estás ausente. Pudo más en tu alma la lealtad al trono, que tus juramentos de fidelidad a Cristo…”. Todavía atribuye este crítico “pusilanimidad de espíritu” a Fonte, para acabar pidiendo oraciones para “aquella alma de prelado que no estuvo a la altura de su deber, dejando huérfana a su sede en la mayor tribulación y desconcierto social”.4

Su sigilosa pero sonada partida de México viene a ser casi el único dato que se conoce, o que ha merecido la atención de su biografía, y el P. Garibay que acabamos de citar atribuye a pusilanimidad lo que para la conciencia atormentada de Fonte pudo no ser sino un difícil deber para con el rey, al tiempo que, incurriendo en un anacronismo, supone que cuando el arzobispo se ausentó el país se hallaba éste en tinieblas y desconcierto, siendo así que ardía en fiestas por la independencia recién lograda bajo el lema de las tres garantías, una de las cuales era precisamente la de la Religión. Por eso todos los demás prelados se sentían cómodos en la nueva situación, por más que un observador atento –tal vez el mismo Fonte-- pudiera adivinar sombras en un futuro no muy lejano.

3 Coll y Prat a S. M., Sevilla 23 junio 1818. En Coll y Prat, Narciso: Memoriales sobre la independencia de Venezuela (Caracas 1960), p. 385. 4 Garibay, Ángel Mª: Elogio fúnebre de los arzobispos de México (México 1946), pág. 27-28. Este autor intercala entre el nombre y el apellido del arzobispo un “de” que al parecer no utilizó.

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La documentación más amplia hasta ahora conocida sobre el prelado

aragonés es la que en 1981 dio a conocer José Martínez Ortiz, constituida por una memoria elaborada años después de su salida de México por el mismo Font, más algunos documentos que debían acompañarla, no siendo aventurado suponer que al preparar estos “Apuntes reservados y verdaderos”, como él los llama, dirigidos a sus familiares y amigos, movía al arzobispo un propósito de autojustificación. El mismo Sr. Martínez Ortiz, en la presentación de este conjunto documental, proporcionó la más completa biografía existente de nuestro personaje. El Dr. José Manuel Cuenca Toribio, en el prólogo que precede a ese estudio biográfico, traza una penetrante visión y valoración de nuestro personaje,5 al que ya había hecho una primera aproximación en la monografía que dedicó al episcopado español e hispanoamericano en la Edad Contemporánea.6

Aparte de estas referencias, apenas se encuentran alusiones a Font en las obras históricas del siglo XIX. No es mucho lo que aportan, por ejemplo, Alamán y Bustamante, a los que recordaremos en los momentos oportunos. Están las pocas líneas que le dedica Francisco Sosa, en las que le reprocha “que por los mexicanos no sentía la menor simpatía” y que al regresar a España no renunció a su sede, hasta que el Vaticano se lo ordenó en 1838.7 Pero nada indica que Fonte se encontrara a disgusto durante su larga permanencia en México, ni como canónigo, ni como arzobispo, pudiendo en cambio temer --el mismo Iturbide se lo insinuó, como veremos— cómo sería tratado al regresar a la península. En cuanto a la retención de la sede, algo alegó ya el Dr. Cuenca Toribio y algo más podremos comentar al final de este trabajo. También resulta discutible el juicio adverso, aunque más matizado, de Basurto que habremos de comentar.8

En las abundantes obras publicadas en las últimas décadas sobre la Independencia de México la mención de Fonte resulta ocasional, por ejemplo, en Anna, o incluso en obras dedicadas a la historia eclesiástica, tales como la clásica de Mariano Cuevas, o la mucho más reciente de Nancy Farriss.

En el presente estudio, al que aportamos algunos datos y documentos inéditos, y en el que nos servimos de otros tan olvidados que pueden darse por desconocidos, intentamos volver por el buen nombre de Fonte, situándolo en la

5 “Memorias y documentos de Pedro José Fonte, último arzobispo español de México (1815-1823”. Transcripción y estudio biográfico documental por José Martínez Ortiz. Teruel, nº 65 (enero-junio 1981), pags. 5-169. Las Memorias, fechadas en Valencia, 8 de diciembre de 1829, ocupan págs. 35-106, seguidas por el Apéndice documental, hallándose al final el retrato del prelado. El interesante prólogo del Dr. Cuenca Toribio, en págs 5-13, fue incluido con el título “Pedro José de Fonte, último primado mejicano de la etapa española” en el volumen Sociedad y clero en la España del siglo XIX (Córdoba 1981), pp. 399- 406. 6 Cuenca Toribio, José Manuel: Sociología de una élite de poder en España e Hispanomérica contemporáneas: la jerarquía eclesiástica (1789-1965) (Córdoba 1976), donde presenta esquemáticamente la biografía de Font en págs. 304-305, proporciona información complementaria en texto y notas, y transcribe un fragmento de las Memorias en el Apéndice I, págs. 275-277. 7 Sosa, Francisco: El episcopado mexicano. Galería biográfica ilustrada de los Ilmos. Sres. Arzobispos de México desde la época colonial hasta nuestros días (México 1877), pág. 219. 8 Basurto, J. Trinidad: El arzobispado de México (México 1901), págs. 126-127.

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delicada coyuntura en que tuvo que desenvolverse en México y, sobre todo, dar a conocer su particular y enriquecedora visión de aquellos problemas.

El Dr. Fonte en la crisis de 1808: juez de Talamantes

El aragonés Pedro José Fonte, nacido en 1777 en Linares de Mora (Teruel) había seguido con brillantez la carrera eclesiástica en Zaragoza, hasta el doctorado en Derecho Civil y Canónico, y hasta ganar por oposición la canonjía doctoral de Teruel, y luego la de racionero penitenciario en la misma catedral, en la que ejerció además como provisor y vicario interino de su prelado, D. Francisco Javier Lizana y Beaumont. Cuando en 1802 Lizana fue promovido a la sede arzobispal de México, llevó consigo a Fonte, al que nombró igualmente provisor y vicario general. En 1805-1806 Fonte fue catedrático de la Universidad de México; luego fue párroco por oposición de la iglesia del Sagrario de México, y poco después, también por oposición, la canonjía doctoral de la catedral.9 En los años de 1810 a 1814 Fonte fue juez ordinario, visitador de testamentos, capellanías y obras pías, cargo de gran importancia en el manejo de los bienes del arzobispado para la concesión de préstamos, y así lo encontramos en una reunión con el virrey el 11 de diciembre de 1811 para la concesión de un préstamo de 252.548 pesos.10

Lizana gobernó la Iglesia mexicana desde 1803 hasta 1812 y, durante un breve tiempo, de 19 de julio de 1809 al 8 de mayo de 1810, tuvo a su cargo además el virreinato. Presenció, pues, Lizana –y a su lado Fonte-- los primeros episodios del proceso de la independencia de Nueva España, que arrancan de la pugna entablada en el verano de 1808 en torno al establecimiento de una Junta de gobierno similar a las establecidas en la metrópoli, y participó precisamente en la junta o asamblea de notables –verdadero “cabildo abierto”-- convocada al efecto por el virrey Iturrigaray, que celebró cuatro sesiones entre el 9 de agosto y el 9 de septiembre. El 16 de este mes, el golpe fidelista de Yermo11 truncó esa línea de acción y llevó a la prisión a varios de los promotores o seguidores criollos de aquella propuesta, y entre ellos a un fraile mercedario peruano, Fr. Melchor de Talamantes, para cuyo procesamiento, a tenor de las disposiciones vigentes, fueron designados conjueces el Dr. Ciriaco González de Carvajal, decano de la real audiencia, y el Dr. Fonte, por el arzobispado.12

Tras el examen de los escritos del fraile, los jueces formularon contra él el 8 de octubre el cargo de “haber turbado la tranquilidad pública, induciendo a la independencia”, y el proceso se cerró tras la confesión del acusado y las

9 Martínez Ortiz, José: “El arzobispo Fonte y sus Memorias”, Teruel, nº 65 (enero-junio 1981), p. 17. Se basa este autor en el estudio de García Alcón, Francisco: “Turolenses ilustres. El arzobispo Fonte”, Teruel, nº 23 (enero-julio 1968). 10 Costeloe, Michael P.: Church Wealth in Mexico. A Study of the “Juzgado de Capellanías” in the Archbishopric of Mexico 1800-1856 (Cambridge 1970), págs. 12, 20 y 33. 11 Navarro García, Luis: Umbral de la Independencia. El golpe fidelista de México en 1808 (Cádiz 2009). 12 El proceso de Talamantes aparece transcrito en García, Genaro (ed): Documentos Históricos Mexicanos (México 1910; 7 vols.), vol. 7. El nombramiento de Fonte como juez del caso, 17 septiembre 1808, en págs 3-4.

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declaraciones de testigos el 22 de marzo de 1809 con un informe de ambos jueces, claramente condenatorio13. Por su parte, Fonte elevó a Lizana al día siguiente un informe particular de enorme interés en el que, tras calificar al reo de inobediente y díscolo para con los superiores de su Orden, añade que “debe por esta consideración sola procederse a su pronto exterminio con arreglo al Derecho y las Leyes de Indias, pero habiendo sido su mayor delito el haber atentado contra la quietud pública y la fidelidad al soberano con los escritos sediciosos y comunicación que de ellos hizo, ni la mansedumbre de nuestro carácter, ni el privilegio de su fuero, deben impedir que se tome por el gobierno la providencia que considere justa. Ejecutarle en estos dominios pudiera ser origen de funestas consecuencias, pues el mayor número de habitantes tiene deferencia y profundo respeto al estado sacerdotal y quizá la sensación que causaría un espectáculo nuevo produciría en estas circunstancias escándalos y daños al bien público”. Concluía, por tanto, sugiriendo al arzobispo que, por lo que respectaba a la jurisdicción eclesiástica, propusiese al real acuerdo de México “que sin otros trámites remitiesen a España el reo y su causa, para que S. M. dispusiese lo que hallase por conveniente”.14 Propuesta que tanto Lizana como el acuerdo hicieron suya, por lo que Talamantes fue enviado a la península, a la que no llegó, pues murió de vómito negro en la prisión de Ulúa donde esperaba el momento de ser embarcado.15

Este episodio podría ser tomado como indicio de la dureza del criterio de Fonte y de su rechazo de las pretensiones autonomistas del ayuntamiento de México, pero también de su prudencia al intentar evitar un castigo que resultase escandaloso al público. En realidad, sin pretenderlo, Fonte abría a Talamantes el camino de su liberación –todos los presos enviados por entonces a España fueron declarados inocentes o castigados con leves penas— que sólo se truncó por efecto de la epidemia de Veracruz. Asesor de la Junta Central Suprema

Poco después, Lizana era sorprendentemente elevado al gobierno del virreinato –sería el último prelado-virrey de México—, con lo que la vida política de este se complicaría, porque Lizana, a pesar de que había aprobado el derrocamiento de Iturrigaray, se mostró ahora contrario a quienes lo habían llevado a cabo, que para él pasan a constituir “el partido inquieto” que tiene que vigilar y aun reprimir. No por eso resulta menos contrario a los criollos, y así, habiendo vacado el deanato de su catedral, escribió: “Tengo por absolutamente necesario que debe ocuparlo un europeo, y lo mismo juzgo debe hacerse en todos los empleos superiores, y aun en las dignidades y canonjías, a lo menos mientras dure el actual estado de cosas”.

Al lado de Lizana, pero secretamente, Fonte se convirtió en informante de la Junta Central establecida entonces en Sevilla, por encargo que le llegó a

13 Informe de González Carvajal y Fonte, México 22 marzo 1809. Ibid., 303-311. 14 Fonte a Lizana, México 23 marzo 1809. Ibid., 314-315. 15 El 31 de marzo se descubrió un intento de fuga de Talamantes, y el 1º anunció su propósito de suicidarse si no se despachaba rápidamente su caso (Ibid, 312-313), lo que obligó a ponerle los grillos que aún llevaba cuando murió.

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través del secretario de Gracia y Justicia de la misma, D. Benito Hermida, que le pidió que propusiese medios para mantener el orden. Fonte atendió el encargo redactando al menos dos informes, fechados en 29 de abril y 12 de agosto de 1809.

En el primero parte de los datos del Ensayo político del barón de Humboldt para mostrar que en Nueva España habría sólo 75.000 europeos frente a un millón de criollos. Y de inmediato se revela como censor de estos: “como su ocupación es en la opulencia y molicie, miran con fastidio las ocupaciones serias y caen pronto en una lánguida inercia que a un mismo tiempo los sepulta en los vicios y miseria”. “Tienen –añade luego—una oculta aversión y envidia al europeo que con sus tareas, sobriedad y afanes disfruta de consideración y haberes”. “Esta clase… quisiera ver establecida la independencia de este reino para disfrutar exclusivamente las ventajas que hoy goza en él a la par de los europeos. Todo el móvil a la independencia nace del deseo de acomodos y riquezas”. Reconoce, sin embargo, que sólo una parte de los criollos había promovido la independencia: “algunos regidores, clérigos, frailes, empleados subalternos en la real hacienda y ejército, y otros vagamundos”.

Esta fracción descontentadiza fue, según Fonte, la que atizó desde agosto de 1808 la llama de la discordia pidiendo un Congreso Nacional o Cortes. Estos dificultaban el envío de dinero a España, alegaban la necesidad de crear aquí una nueva autoridad que llenase el vacío que hay entre las superiores y la soberanía, especialmente en la provisión de empleos. También, asegura, aireaban “sofisterías” sobre la incorporación de las Indias a Castilla y León. Desde que apareció la Gaceta de México del 16 de julio de 1808 se vio a los que dudaban de los sucesos favorables de España o abultaban los adversos. El real acuerdo fue, según Fonte, apoyo de los verdaderos patriotas, y el ayuntamiento órgano de los supuestos. El virrey se plegó al ayuntamiento, pero al fin “los europeos violaron las leyes en un momento para que no fuesen holladas en muchos siglos”. Triunfaron en la madrugada del 16 de septiembre y se prendió a muchos promovedores de la independencia. Desde entonces sólo podían escribir papeles anónimos, murmurar, quejarse…

Comenta aquí Fonte el caso del P. Talamantes y sus escritos, especialmente las “Advertencias reservadas”. Ahí se probaba “el fin oculto a que podían dirigirse las disfrazadas pretensiones del ayuntamiento”. Pero presos Talamantes, Azcárate y Verdad, los que tal vez quedasen de la misma tendencia no eran temibles. También comenta el provisor el asunto de la consolidación de vales reales, plan perjudicial pero suspendido ahora por las “ideas liberales y benéficas del gobierno”.

Y pasa luego a dar unas orientaciones a la Junta Suprema. En el gobierno de México no convenía distinguir clases, pero por su conducta e ilustración eran preferibles los europeos. Convendría dar las gracias por su actuación a la audiencia, al consulado y al tribunal de minería, aunque aquí estaba el marqués de Rayas y algún otro. En cuanto al ayuntamiento, separados ya los regidores sospechosos y nombrados otros de probidad, habría que evitar que propusiese innovaciones peligrosas e ideas de

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proyectistas. Representaban los regidores el apetito y lujo de una clase “que puede llamarse no producente”. Buscaban evitar la extracción de dinero y ampliar el comercio libre. Convendría nombrar para la capital un corregidor militar, o regidores bienales mitad europeos, mitad americanos, como se había propuesto dos años antes en un expediente reservadísimo por malversación de fondos públicos.

Por supuesto, convenía que la Junta Suprema diese gracias a los obispos, cabildos y prelados seculares, y que se previniese al gobierno la vigilancia de periódicos y otros impresos. “Hace un año que no llegarían a cien los individuos de esta capital los que sabían el significado político de esta voz independencia”. Pero llegaban papeles de España. El Diario de México de Villaurrutia no gozaba de reputación de buen patriota. Había que vigilar las Gacetas de Guatemala, La Habana y Estados Unidos “con mucha cautela”.

Finalmente, pasa Fonte revista a los miembros de la audiencia. Al regente, anciano achacoso y sordo, convendría jubilarlo con sueldo, nombrando en su lugar a Ciriaco González Carvajal, que era bueno como Aguirre, Bataller y los fiscales Sagarzurieta y Robledo. Estos cuatro y Borbón, que parecía menos íntegro, deberían pasar al Consejo. Se debería jubilar a Villafañe y Mendieta, y nombrar oidor a Collado, no así a Blaya ni Villaurrutia, y enviar alguno de España. Villaurrutia, dice, estaba mal visto, como amigo de Talamantes y que daba noticias disfrazadas en el Diario. Habría que jubilarlo y ordenarle traslado a Jalapa o Tehuacán de las Granadas. En cambio, merecía honores del Consejo el gobernador de la sala del crimen González Calderón, americano.16

En su segunda misiva, siendo ya virrey su superior el arzobispo, comenta Fonte el buen efecto producido por los premios concedidos a los americanos, y formula su consejo: “dar honores a los americanos beneméritos, pero no fiarles autoridad a menos que haya una fundada seguridad de que la ejercerán bien; aun en ese caso puede ser oportuno colocarlos en distinta provincia”, y mejor en cuerpos colegiados.

Apunta la mala situación de los fondos del ayuntamiento y del tribunal de minería, donde Rayas y el coronel Obregón habían tomado cantidades por medios clandestinos en ausencia del director Fausto Elhuyar. La Gaceta del día relacionaba europeos y americanos que contribuían a un donativo. Había quejas sobre contrabando de mercancías inglesas desde La Habana, y rumores sobre la integridad del fiscal Borbón, así como escándalos de Ignacio Obregón, encargado de la lotería, y de Silvestre Díaz de la Vega, de la renta del tabaco. El primero de ellos por relaciones ilícitas, aunque esto –dice Fonte- allí no perjudicaba, sólo llamaban la atención los casos de divorcio arbitrario o concubinato, o rapto escandaloso, o dilapidación de bienes, o juegos dispendiosos, o soborno en asuntos judiciales: “esto es lo que aquí se considera por vicioso”. De Silvestre se pone en duda su integridad, estando enfermo y achacoso. Estos dos debían ser separados.

16 Fonte a Hermida, México 29 abril 1809, muy reservada. AGI México 1895.

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También propone candidatos a la sede de Valladolid por muerte del

obispo Moriana. El primer nombre apuntado es el del obispo auxiliar de Oaxaca, Casaus, que podría ser nombrado aunque no hubiese comunicación con la Santa Sede. Luego aparece el benemérito canónigo de Valladolid Abad y Queipo, seguido de otros tres de México y dos de Puebla.

Separado Iturrigaray, dice Fonte, y confundidos los americanos, quedaban “únicos y poco temibles rivales”. Algunos podían ser castigados “por la vía económica”. Alude a la “delicada salud del Jefe” y teme “que algunas personas poco favorecidas de la opinión pública influyan demasiado en su bondadoso corazón”. Finalmente sugiere que se consulte al brigadier Costanzó, al coronel Carlos Urrutia, al oidor Bataller, al alcalde del crimen Collado, al superintendente de la casa de la moneda marqués de San Román, y al fiscal de Indias, Castillo Negrete.17

La Regencia, que repentinamente sucedió a la Junta Central al frente de la Monarquía, hizo que Lizana dejase el gobierno del virreinato en manos de la real audiencia en mayo de 1810. Pocos meses después, en septiembre llegó el nuevo virrey, Francisco Javier Venegas, que habría de hacer frente al estallido de la violenta insurrección de Hidalgo, incubada durante los blandos mandatos de Lizana y la audiencia. Estos sucesivos cambios en la dirección de la nación y del virreinato alejan, al parecer, a Fonte de su breve misión como asesor del gobierno, y es poco lo que se conoce de su actividad en los años posteriores, a lo largo de los cuales se desarrolla la guerra de independencia de México. Tiene, sin embargo, una intervención importante al publicar Venegas un bando autorizando a los jefes militares a ejecutar a los clérigos insurgentes,18 lo que provocó una amplia protesta de los eclesiásticos de México, que se pasó a consulta del cabildo metropolitano. Éste, a la vista de un pedimento elaborado por Fonte, dio su conformidad a la decisión del virrey.19 De nuevo muestra aquí el provisor su apego a la autoridad política. El último arzobispo de nombramiento real

A la muerte de Lizana en mayo de 1813, debió actuar Fonte como gobernador de la mitra hasta que se hizo cargo del arzobispado el obispo de Oaxaca, Antonio Bergosa, electo por la Regencia para suceder a Lizana, pero que nunca fue aprobado por la Santa Sede. En cambio, vuelto a España Fernando VII y suprimida la Constitución, el nuevo gobierno absolutista nombró a Fonte para la sede metropolitana de México el 3 de enero de 1815. La primera noticia le llegó al interesado en Jalapa, camino de Veracruz, cuando se

17 Termina esta carta elogiando el nombramiento del nuevo virrey, lo que debe referirse a la designación de Cornel, que éste no aceptó. Fonte a Hermida, México 12 agosto 1809, muy reservada. Ibid. 18 Bustamante, Carlos Mª de: Cuadro histórico de la Revolución Mexicana, 2ª parte, carta 4ª. 19 Sobre el bando de 25 junio 1812 y la representación de 110 clérigos en 6 julio 1812, vid. Farriss, Nancy M.: La corona y el clero en el México colonial, 1579-1821. La crisis del privilegio eclesiástico (México 1995), 195-206. Antes que en México, las ejecuciones de clérigos se habían producido en España en el curso de la guerra de Independencia, cuestión sobre la que prepara un estudio el Dr. Manuel Moreno Alonso, titulado “El clero afrancesado. Los curas y frailes de José Bonaparte”.

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disponía a pasar a España, para lo que había recibido licencia por dos años.20 El encargo le fue hecho de forma terminante: “S. M. espera de V. S. que sin excusa ni dimisión, que no le admitirá, tome a su cargo el gobierno del arzobispado inmediatamente que reciba las reales cédulas que al efecto se le van a remitir, no haciendo uso de la real licencia temporal que le está concedida, por ser así la voluntad de S. M.”.21 Fonte obedeció la orden insólita: “Incluso en tiempo de tormentas como el que atravesaba el mundo hispánico, rayaba en lo asombroso el que un simple doctoral pasase a ocupar directamente una silla metropolitana”.22

El nombramiento le llegó a Fonte cuando se encontraba en Jalapa,23 población situada entre México y Veracruz pero que se hallaba aislada de ambas desde meses atrás por tener los insurgentes dominados los caminos. En el primer semestre de 1815 se llevó a cabo, en efecto, el último esfuerzo bélico de las huestes del cura Morelos en aquella zona. Hasta el 11 de junio no pudo llegar Fonte la capital y asumir el gobierno de la diócesis.24

El nuevo prelado, que sólo contaba 38 años pero de salud siempre quebradiza, se consideraba preparado para entender en negocios eclesiásticos y políticos. “Por los destinos que había desempeñado en los trece años anteriores de vicario general, catedrático, cura, juez de obras pías y canónigo doctoral, pocos me eran desconocidos, pues me había cabido una parte muy inmediata en la administración eclesiástica. Y por la confianza que los virreyes y otras autoridades me habían dispensado tampoco estaba ignorante de las ocurrencias más graves en la política”.25 Dada la situación del país, será la política la causa de sus más graves preocupaciones. Bien entendido que su actitud estuvo clara desde el primer momento: interesar al clero en la pacificación inculcando la fidelidad al rey, dando a la autoridad real, como se había hecho desde el principio, todo el apoyo posible. Por eso una de sus primeras acciones fue la de suscribir y hacer circular el manifiesto preparado para combatir la Constitución que los insurgentes habían promulgado en Apatzingán.

Aunque había tenido más intimidad con el anterior virrey Venegas, Fonte se entendió muy bien con su sucesor, Calleja, con el que estableció acuerdo para zanjar disputas entre los curas y los jefes militares de sus distritos y, más 20 “Memorias y documentos de Pedro José de Fonte, último arzobispo español de México (1815-1823)”. Transcripción y estudio biográfico documental por José Martínez Ortiz. Teruel, nº 65 (enero-junio de 1981), págs. 5-169. Las Memorias ocupan págs. 35-106, seguidas por el Apéndice documental, hallándose finalmente el retrato del prelado. 21 Ibid, pág. 36. 22 Cuenca Toribio, José Manuel: “Prólogo” a las Memorias de Fonte citadas en nota anterior, pág 6-7. De lo que dice este autor, confirmando lo escrito por el arzobispo, se desprende que el nombramiento de Fonte no se debió a ninguna iniciativa o pretensión suya. 23 Fonte había obtenido licencia de la Regencia y de su cabildo de México para pasar a España a visitar a su madre septuagenaria. Memorias, punto 2º. Seguramente a este viaje se debe la concesión de un préstamo a Fonte de 20.000 pesos que le concedió el juzgado de capellanías en 1814. Costeloe, p. 79. 24 La consagración no pudo tener lugar hasta el 29 de junio de 1816, por mano del obispo Bergosa, hasta entonces arzobispo electo, siendo padrino el cabildo. En esta ceremonia “hízose notable no solo la modestia y compostura del consagrado, sino también la resignación del consagrante”. Alamán, IV, 427-428. 25 Memorias, punto 17º.

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aún, logró la conclusión o sobreseimiento de muchos expedientes formados contra eclesiásticos por causa de infidencia y la suspensión parcial del célebre bando de 25 de junio de 1812 sobre esta materia, que había sido pretexto para hacer odiosa la autoridad real y favorecen la insurrección. El cura de Ixtapalapa le presentó al principal caudillo rebelde de la zona, Guadalupe Victoria, y Fonte lo hospedó en su casa y obtuvo el indulto del virrey. Del mismo modo actuó con el licenciado Rosains. No pudo sin embargo impedir el castigo del cura Morelos, al que un tribunal eclesiástico que Fonte presidió encontró merecedor de ser depuesto y degradado canónicamente, como se hizo, sin que luego valiera la súplica que el mismo tribunal elevó a Calleja para que se conmutara al reo la pena capital, logrando sólo que se le proporcionasen los auxilios religiosos y que no fuese ejecutado en la capital.26

Desde principios de 1816 advertía Fonte, asiduo interlocutor de los virreyes, síntomas de recuperación en el país, lo que atribuía a las victorias militares y a la influencia que ejercía el restablecimiento del gobierno monárquico –queriendo decir, claro está, absolutista. A ello pudo contribuir la encíclica de Pío VII Etsi longissimo dirigida al clero indiano, que el mismo Fonte expuso con detenimiento en la pastoral que expidió el 24 de octubre de ese año, poniendo énfasis en la fuerza religiosa del juramento de fidelidad prestado a los príncipes. Contó esta pastoral con la aprobación del virrey ya saliente, Calleja, y del entrante, Apodaca, cuyos sentimientos religiosos apreció Fonte, “al paso que echaba de menos acerca del estado de la insurrección aquella previsión y energía con que sus antecesores me descubrían sus temores y sus meditados remedios”.27 Pero la insurrección parecía reducida a algunas gavillas refugiadas en los cerros, extinguiéndose su primitivo 28foco.

Eso permitió al arzobispo dedicar los años siguientes a sus tareas

pastorales, como la administración de la confirmación, el arreglo de los curatos y la provisión de los mismos mediante oposiciones, y sobre todo la visita de la Huaxteca que realizó entre noviembre de 1819 y marzo de 1820, procurando allí también la atracción de antiguos rebeldes y la difusión de la vacuna que hasta entonces no había llegado a aquellos alejados parajes, algunos de los cuales rara vez o nunca habían sido visitados.29 También se propuso apoyar la idea de crear en aquella zona un nuevo obispado.30

26 El virrey puso a Morelos a disposición de las autoridades eclesiásticas y –dice Fonte—“declaramos a D. José Morelos… merecedor por sus delitos confesados y comprobados de ser depuesto y degradado. Entre los siete vocales cuatro eran americanos, y el sr. obispo Bergosa, el arcediano y yo europeos”. Memorias, punto 25. Carlos Mª de Bustamante: Cuadro histórico de la Revolución Mexicana (México 1961, 3 vols.) Tercera parte, Carta cuarta (vol. II, 176) al tratar este episodio silencia la intervención de Fonte en el tribunal, aunque sí dice que se opuso a que al cadáver del reo se le amputasen cabeza y manos. 27 Memorias, punto 41º. Apodaca asumió el gobierno el 20 de septiembre de 1816. 28 En 1818 la revolución estaba reducida al cerro de la Goleta, al sur de México, cercado por las tropas virreinales desde Temascaltepec a Zacoalpan. Alamán, IV, 662. 29 Recogemos aquí algunos elogios a Fonte: “Tuvo grande aceptación, no solo entre el clero, sino que también recibió benéficas distinciones por parte del virrey”. Basurto, p. 126. “No ha habido memoria de una visita verdaderamente apostólica en el arzobispado de México hasta que la hizo el prelado don Pedro Fonte”. Mora, J. M. L.: México y sus revoluciones (Paris 1836, 3 vols.) I, 107. 30 Proyecto al que se oponía el obispo de Puebla, Manuel Ignacio González delCampillo. Gómez Álvarez, Cristina: El alto clero poblano y la Revolución de Independencia.(México 1997), p. 41-45.

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La restauración de la Constitución

La sorpresa sobrevino cuando a su regreso a México tuvo noticia del pronunciamiento ocurrido en la península el 1º de enero de ese año de 1820, ocasión en la que en Arcos de la Frontera fue apresado Calleja, jefe del ejército expedicionario concentrado en aquella región para marchar al Río de la Plata. “Confieso –escribe Fonte—que experimenté un funesto presentimiento de las resultas de esta ocurrencia, y las noticias que sucesivamente nos iban llegando acabaron de privarme de las lisonjeras esperanzas que yo había concebido de la paz y prosperidad religiosa y política de mi grey”. 31 Adivinaba, por la experiencia de lo pasado, que los métodos con que se venía logrando la pacificación no serían practicables con el nuevo orden político constitucional. Y eso ahora que reinaba una tranquilidad general, de modo que en el distrito de su diócesis sólo quedaban algunas gavillas que causaban robos e incendios, y en toda la Nueva España sólo en la tierra caliente de Veracruz, en las costas del Mar del Sur y en algunos distritos de la provincia de Valladolid quedaban algunos núcleos de insurrectos guarecidos en los montes. A ello habían contribuido las victorias militares de las armas del rey y los “honrados pretextos” con que se disculpaba a los indultados, diciendo que su extravío provino de un exaltado amor al rey, que ahora de nuevo gobernaba; que ya estaban convencidos de que no se perseguiría a la religión o sus ministros, y que deseaban continuar en la vida militar al servicio del rey.

Pero Fonte consideraba que la desaparición del ejército hasta entonces concentrado en Andalucía tendría muy mala consecuencia, porque la existencia de esa fuerza física había producido en Nueva España una fuerza moral a favor de la causa legítima. Ahora esa fuerza moral operaba en sentido contrario, porque se infería que si el temor de pelear con más débiles enemigos –los de Buenos Aires, a juicio de los mexicanos— había inclinado la opinión de un ejército a resistir el embarque, más les acobardaría, en caso igual, venir a batirse con mayor número de enemigos que les presentaría Nueva España. “El proclamarse al mismo tiempo que la América debía someterse con providencias agradables y no con la fuerza; el suponer que el despotismo había impedido la unión con la Madre Patria, el ofrecer una satisfacción por los agravios que gratuitamente suponían haber recibido las colonias; el atribuir al influjo del clero y a las medidas adoptadas en apoyo de la Religión la opresión y desventajas en que se suponía a los españoles; todas estas especies estampadas y aplaudidas en impresos que teníamos a la vista nos indicaban las providencias que debían seguirse”. Y pesaba la experiencia de1812-1813: “debilitar la autoridad pública y dar intervención a la popular: no se necesitaban otros elementos para perder la dominación política de posesiones lejanas, y más cuando en ellas estaba la insurrección contenida, mas no extinguida”.32

De este análisis se desprendería una norma de conducta para el arzobispo: “si se reponía el régimen constitucional… yo ni podía ni debía resistirlo”. De modo que continuaría obedeciendo al rey y predicando el cumplimiento de la fidelidad jurada, sin permitir que trascendiese su convicción 31 Memorias, punto 54º. 32 Memorias, punto 57º.

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de que se caminaba a la desmembración y ruina de aquellas hermosas provincias. Pero como no podía oponerse a las órdenes venidas de España, acordó con el virrey el restablecimiento de la Constitución, que se llevó a cabo sin problema alguno. También se suprimió el tribunal de la Inquisición, cuyo archivo se depositó en el palacio arzobispal. Y Fonte hizo imprimir el edicto de 18 de julio de 1820 en el que aconsejaba a sus diocesanos conservar la Religión y la fidelidad al rey, atajar los males de la libertad de imprenta y de circulación de libros, y “precaver el odio y desavenencias con detrimento común de los ciudadanos”.33

Estableció Fonte, como se le ordenaba, cátedra de Constitución en el seminario conciliar, creó por propia inciativa otra de Sagrada Escritura, y trató con el joven Lucas Alamán de la de “enseñanza mutua” en el colegio de Tepotzotlán, y al mismo tiempo apresuraba el ingreso en los claustros y las profesiones religiosas, antes de que llegaran las órdenes que habían de prohibirlo. Llegaron y se efectuaron las elecciones de diputados en Cortes, y para desolación del arzobispo los elegidos discutían “si sería más útil para conseguir la independencia pasar por aquella vez a Madrid, hablar firme y conseguirla, o al menos prepararla, o rehusar el viaje protestando que el no admitir mayor número de diputados suplentes por América viciaba los actos del Congreso”. Fonte tuvo ocasión de decidir a algunos a viajar y así marcharon todos.34

Los periódicos de Madrid de septiembre y octubre –dice el prelado-- llenaron de aflicción a todos los españoles y buenos americanos: desafuero del clero, supresión de monacales, reforma de regulares, espíritu de partido, de anarquía, y además la preferencia para dar empleos en América a quienes habían sido desplazados en 1814, junto con la circulación de folletos incendiarios contra el clero y el gobierno español, y la supresión de jesuitas y hospitalarios. El gobierno virreinal quedó desprestigiado.35 “Cada buque llegado de España aumentaba las tensiones y malos efectos que los anteriores habían producido… Observábamos una calma sorda, hija de una inquietud efectiva, precursora de las grandes catástrofes”. El virrey tuvo avisos en febrero de que pronto se daría un grito y cambiaría el gobierno, y hubo pasquines y voces que hablaban de un plan de defensa de la religión contra los liberales.

33 Memorias, punto 59º. A este escrito debe referirse Medina Ascensio cuando, siguiendo a Cuevas, dice que en 1820 Fonte publicó una pastoral “fruto tanto de su debilidad y buena fe, como de su ingenua fidelidad al monarca” prescribiendo la observancia de la Constitución, puesto que esa era la voluntad del rey. Medina Ascensio, Luis: La Santa Sede y la emancipación mexicana (Guadalajara, Méx., 1946), p. 29. Fonte dice en la pastoral que “siempre inculcaremos la obediencia a la legítima autoridad constituida, mientras ésta no mande ofender a Dios” y Cuevas le reprocha su “vergonzoso aulicismo”. Cuevas, Historia de la Iglesia en México (México 1946-1947, 5 vols.), V, 108. 34 Memorias, punto 61º. 35 Y al mismo tiempo muchas “repúblicas de indios” pedían a través del arzobispado que no se les aplicase la Constitución, que S. M. les hiciese la gracia de no quitarles sus privilegios. “En mi secretaría de México quedaron esos papeles curiosos de que yo hice uso temiendo que calumniasen a sus curas de haber sido los autores”. Memorias, punto 64.

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Con Iturbide y O’Donojú

Desde el 26 de febrero tuvo Fonte avisos reservados del pronunciamiento independentista del coronel Agustín de Iturbide, nombrado poco antes comandante de la división del sur, que debía combatir a la única gavilla numerosa de insurrectos, mandada por Vicente Guerrero. Él mismo recibió carta del coronel informándole de sus propósitos –el Plan de Iguala, proclamado en la localidad de este nombre el 24 de febrero de 1821-- y disculpándose de no haberlo comprendido entre los sujetos propuestos para la junta que proyectaba crear, “porque reservaba su influencia para emplearlo con mayor provecho fuera de aquella corporación”.36 Naturalmente el arzobispo descartó medidas como la excomunión decretada años atrás contra Hidalgo y otros muchos. Se inclinaba, en cambio, al parecer, por la adopción de medidas militares37 y de suspensión de la Constitución, pero “aunque el Sr. Apodaca se desvelaba con la mejor intención y celo… no se atrevía a romper contra el torrente constitucional, por una parte, y por otra no gozaban de su confianza y aprecio muchos jefes militares capaces de prestarle oportuno servicio”. Iturbide fue visto en principio como un insurgente más, ahora asociado a Guerrero.

Pero pronto muchas provincias y casi todas las tropas se le unieron o, por lo menos, manifestaron su repugnancia a pelear contra Iturbide. Las juntas de guerra que nada resolvían concluyeron con la destitución del virrey Apodaca, al que sustituyó D. Francisco Novella. “Creí de mi deber sostener la autoridad del nuevo jefe”. Pero este hecho irregular era un nuevo pretexto para la desobediencia y las operaciones militares intentadas daban ocasión a la deserción de unidades enteras. La capital virreinal parecía incomunicada: “se ignoraba que el 19 de agosto, a una legua de México, la mayor parte de su guarnición y en medio de una terrible tempestad de lluvia, truenos y relámpagos, se batió por más de seis horas hasta las diez de la noche con una división de las tropas de Iturbide”.38

En medio de esta crisis se produjo la llegada de D. Juan O’Donojú, nombrado capitán general y jefe político superior de Nueva España –porque con la Constitución desaparecía el cargo de virrey—, con lo que hubo en México una vez más juntas generales en las que intervino Fonte. Juntas que, en principio, rechazaron la propuesta transaccional del enviado español, que la había negociado con Iturbide en el Tratado de Córdoba: aceptar la independencia de México, regido por Fernando VII o por un príncipe de su familia. Fonte, en cambio, aprovechando un armisticio de seis días, se mostró dispuesto a verse con O´Donojú, como lo hizo el 15 de septiembre, en el convento de San Joaquín, a quince leguas de México, y en la brevísima entrevista le pidió que le indicase el modo en que se debía comportar. 36 Alamán, V, 129. 37 T. Anna, que en pág. 202 describe a Fonte como “un partidario vigoroso del punto de vista peninsular”, precisa que el 19 de marzo de 1821, como “partidario decidido de los españoles”, dirigió una circular al clero en apoyo del virrey, y concluye: “el arzobispo se oponía tanto a la independencia que después huyó del país”. Esto es todo lo que dice de Fonte. Anna, Timothy E.: La caída del gobierno español en la ciudad de México (México 1981). 38 Esta fue la “terrible batalla de Azcapotzalco”, tan ponderada por Fonte (Memorias, punto 73º) como por Bustamante (Tercera parte de la Tercera época, Carta duodécima; vol. III, p. 242).

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Seguidamente vio a Iturbide, a quien ofreció su casa de Tacubaya, a la que efectivamente se trasladó con todo su séquito.39 Para Fonte no hay duda: si O´Donojú, que trae la representación del rey, trata como autoridad a Iturbide, él lo reconoce como tal.

Pronto recibió Fonte confidencias que revelaban la desmoralización que se había adueñado del ánimo de O’Donojú a la vista de la situación de España. Creía de buena fe irremediable la pérdida de México y se había propuesto socorrer las personas e intereses de los españoles europeos conservando un asilo para la familia real, cuya suerte funesta temía demasiado, según el desorden general que había en la península, cuya situación describía en los más oscuros tonos, a lo que se añadía que daba ya por perdidas las posesiones de Nueva Granada y Venezuela.40

Tuvo Fonte una segunda entrevista con O´Donojú, ahora en Tacubaya y en presencia de Iturbide y del obispo de Puebla. Allí le insistió en algo ya planteado el día15 y le pidió respuesta. Esta le llegó el 20, habiendo sido concebida con noticia y anuencia de Iturbide y el obispo. La consulta de Fonte planteaba cual habría de ser su conducta en el caso de que el gobierno español no aprobase el Tratado de Córdoba y se rompiese definitivamente el vínculo entre México y España. La respuesta hubo de ser que en tal caso debía regresar a la península, guardando la obediencia jurada al rey.41

En realidad, la independencia de México se consumó en virtud del tratado firmado en Córdoba (24 de agosto de 1821) y con la entrada de Iturbide en la capital, que tuvo lugar el 24 de septiembre siguiente. Sólo faltaba la improbable llegada del rey o de algún infante español. Fonte, que recoge muestras de la desafección de algunos mexicanos al rey, apunta no sin malicia en sus Memorias fechadas ya en 1829: “por entonces el dolor profundo oprimía solamente a los infelices españoles, mientras una inmoderada y poco previsora alegría embriagaba casi a todos los mexicanos”.42

Sobrevino entonces la enfermedad mortal de O´Donojú, que pidió el viático, que Iturbide dispuso se le llevase con toda la pompa posible. Tuvo entonces ocasión Fonte de hablar, en la antecámara del enfermo, con Iturbide, que le comentó: “La pérdida de este hombre es un tropiezo para asegurar las ventajas recíprocas de la España y de México. Ni los que estamos acá sabemos como él la situación actual de la península, ni allá conocerán la nuestra como él pudiera informarles. Ud., señor arzobispo, no ha tenido tanto 39 En realidad, la tregua que permitió la renuncia de Novella a favor de O’Donojú tuvo lugar del 7 al 13 de septiembre. Anna, p. 241. Fonte lamenta (Memorias, puntos 73º y 74º) que en España nada se supo de todo esto, desde el grito de Iturbide hasta que llegó la noticia del Tratado de Córdoba. 40 Supo Fonte también que O´Donojú había recibido amplias facultades para separar o colocar personas en los cargos de la administración, y aun llevaba listas de los sujetos que convenía retirar a España, en las que, para escándalo del arzobispo, figuraban los nombres del general Cruz y el regente Bataller, dos firmes defensores de los derechos del rey. Memorias, punto 77º. 41 “Al triunfar Iturbide, Fonte tuvo que reconocerlo o retirarse del país; por adhesión al rey se inclinó a los segundo, pero O’Donojú le aconsejó permaneciese aún en la Nueva España. Así lo hizo el Sr. Fonte, no sin haber antes protestado no faltar jamás a la fidelidad jurada al rey y restituirse a España si Fernando VII no aceptaba dicho Tratado de Córdoba”. Medina Ascensio, p. 30. 42 Memorias, punto 80º.

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tiempo como yo para oírle las tristes conjeturas que se pueden formar de aquel desgraciado país. El rey y la familia real quizá no existirán a estas horas. Y acaso mirarían como un asilo dichoso su traslación o evasión para reinar acá; pero no serán tan felices que puedan romper las trabas que les oprimen”.

Las más sangrientas escenas de la Revolución Francesa parecen flotar sobre estas frases, en las que Iturbide revela la mente de O’Donojú, a las que Fonte contestó: “Confieso a Ud. que no me lisonjeo de saber el verdadero estado de la península, ni las conjeturas que sobre él formo son muy lisonjeras; mas yo he fijado ya las bases de mi conducta. Ya sea la España con su monarca más o menos feliz o desgraciada, yo estoy precisado a correr su suerte”.

“Ya estoy enterado”—respondió Iturbide—“de lo que Ud. ha escrito a

O`Donojú y de lo que éste le contestó, pues para hacerlo tuvo la bondad de consultarnos al sr. obispo de Puebla y a mí. Y por lo mismo quisiera que Ud. se persuadiera de que un obispo más en España no será un objeto agradable a los que allá dominan, ni Fernando hallará ventajas en que se le presenten nuevas víctimas. Por el contrario, Ud. aquí gozará de todas las consideraciones debidas a su carácter y de todas las deferencias que un pueblo piadoso y sus buenos amigos deseamos acreditarle”.43

No cabe duda de que Iturbide estuviese interesado en que Fonte permaneciera en México, por lo que podía contribuir a mantener calmados los ánimos en aquella extraña transición. Pero la decisión de Fonte, después de consultar a O’Donojú, estaba tomada. Eludió, alegando enfermedad, el nombramiento de presidente de la Junta Soberana erigida a la sazón en México, exponiendo las razones de fondo a los enviados del general que le llevaron el nombramiento: “ni por mí ni por mis súbditos –los clérigos de su diócesis—en cuanto yo tuviese arbitrio se tomaría parte en el gobierno y juntas políticas, porque lo creía impropio de nuestro ministerio. Idea que siempre he tenido y que convenía esforzar cuando yo veía un prurito y tendencia de los eclesiásticos a injerirse en las diputaciones y cargos políticos”.44

“En aquella noche se apareció en mi recámara Iturbide”. Es el momento de máximo dramatismo en la tensión originada entre ambos personajes. El mexicano renovó sus ofertas y súplicas. El aragonés sólo le concedió la creación de una junta diocesana que resolviese los problemas derivados de la desaparición del Patronato eclesiástico que habían tenido los reyes de España, y la expedición de una pastoral para tranquilizar a los españoles que se estaban marchando de México, así como a los que se quedaban y a los mismos mexicanos, la pastoral de 19 de octubre de 1821, que el mismo Iturbide revisó y agradeció.

Retirado durante cinco meses en Cuernavaca, mientras aguardaba la decisión de Madrid, Fonte reflexionaba con agudeza sobre la política de Iturbide, para unir a los quejosos del gobierno español en un primer momento, y luego para “atraer a un centro la opinión general de la clase no militar”, como 43 Memorias, punto 82º, 44 Memorias, punto 84º.

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lo indicaba la divisa trigarante de religión, independencia y unión. Pero veía el prelado cómo empezaban a aparecer descontentos: los que buscaban empleos, los antiguos insurgentes rivales de los realistas y a la inversa, los liberales disgustados por la protección religiosa que Iturbide había ofrecido y por la tendencia que observaban al despotismo militar.

La demora en la respuesta del gobierno español a la cuestión que planteaba el tratado de Córdoba dio lugar a que, desaparecido O’Donojú, se hablase de un posible “paso atrás” para volver al dominio de España. En el Congreso Mexicano se formaban fracciones: iturbidistas –sobre todo del clero-, liberales monárquicos –-apodados “Capetos”— y los diputados regresados de Madrid, ligados a la masonería, aparentemente afectos a Iturbide pero en el fondo republicanos.

En conversación con Iturbide sobre la situación de la península –“las cosas de España estaban cada día peor y las de América quedaban de hecho abandonadas a su suerte”45— comentó Fonte que su situación era muy precaria y pendía de la resolución que en España se tomase, pero entre tanto la situación en México se deterioraba. A un conato de levantamiento de las tropas peninsulares en Tezcoco siguió la orden de embarque y salida de estos contingentes, y ya en mayo “por momentos se esperaba una explosión que derribase a Iturbide, o que fuesen víctimas los más distinguidos en el Congreso”. “En efecto, el domingo 22 de mayo fue aclamado Emperador de México Don Agustín Iturbide”.46 La decisión de marchar

Para Fonte, desde ese momento su destino estaba decidido. Aparte de mantenerse al margen de las celebraciones que entonces comenzaron, se apresuró a enviar al nuevo príncipe un comunicado significándole que “me complacía en lo que fuese satisfactorio a su persona, aunque la mía, por los compromisos que la ligaban, no podía continuar ya en las relaciones antiguas con su gobierno. Que así lo tenía expuesto en conciencia y lo haría también al mismo oficialmente, de un modo decoroso, proponiéndome no salir del Imperio hasta que llegase la estación del invierno y mi salud se reparase, a menos que en el entretanto recibiese noticias de Europa que me permitiesen, como deseaba, continuar en mi destino”.47 No fue una secreta fuga, sino una anunciada y discreta salida la marcha del arzobispo.

Esa misma tarde salió de la ciudad para Tacubaya, donde fue poco después fue visitado por el ministro de Justicia y Negocios Eclesiásticos, que le reiteró los ofrecimientos del Emperador “y aun se lisonjeaba de creer que yo no abandonaría aquella grey”. Fonte se mantuvo firme y rehusó participar en la coronación del nuevo soberano. Dispuso, en cambio, el arreglo de sus habitaciones y librería “como si ya no hubiese de volver a ellas, pero también 45 Memorias, punto 101º. 46 Memorias, puntos 103 y 104. A principios de mayo se había sabido en México que las Cortes españolas habían declarado nulo el Tratado de Córdoba. Romero Flores, Jesús: Iturbide, pro y contra (Morelia 1971),p. 47, 47 Memorias, punto 107.

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como si hubiese de volver, previendo ambos casos” –parece que aún aguardaba alguna orden de España— y el 4 de junio salió de Tacubaya camino del valle de Toluca.48 Allí permaneció dos meses y tuvo ocasión de responder a la consulta del obispo de Oaxaca que, como los de Puebla, Durango y Guadalajara, iba a participar en la consagración y le pidió su dictamen. “Le contesté que en la materia no podía yo presentarle mi conducta como modelo de la suya, porque me hallaba en circunstancias y caso diferente, en atención a que mi adhesión al gobierno mexicano había sido interina y condicional”.49

En las semanas siguientes hizo algunas visitas de parroquias cercanas y administró confirmaciones, y a principios de septiembre predicó en la iglesia de Toluca. Siguió luego viaje hasta Huehuetlán, a donde llegó a finales de noviembre habiendo continuado su labor pastoral y visitado poblaciones donde pudo contemplar algunas huellas de la pasada insurrección, y atravesado el río Moctezuma por el peligroso paso de la Maroma. Se hallaba así a 100 leguas de México y 54 de Tampico por donde, sin salir de su diócesis, pensaba embarcar. En Huehuetlán tuvo noticia de cómo Iturbide había disuelto el Congreso y prendido a varios de sus diputados, creando en su lugar otro llamado Constituyente. Además, enojado por la presencia en la fortaleza veracruzana de San Juan de Ulúa de tropas españolas, declaró la guerra a España.

Esto no obstante, Fonte quiso manifestar su deseo de conservar la amistad de Iturbide, a cuyo efecto le escribió el 2 de diciembre de 1822, aunque evitando darle el tratamiento de Emperador: “mi pluma no resiste escribir el tratamiento que a su rango sublime corresponde”, dice con un punto de ironía. En cambio procuró justificar la situación en que se había colocado: “yo en ella deseo eficazmente cooperar al bien espiritual de mi grey, creyendo que mi ausencia ha de contribuir a ese objeto. Podrá, si así no resultare, haber sido un error de mi entendimiento, pero sí me atrevo a asegurar que no habrá sido un desvío de mi buena voluntad y amor hacia ella”. Anunciaba que en marzo reanudaría la visita de los pueblos inmediatos.50 Pero por entonces el arzobispo, que ya tenía indicios de la doblez de Iturbide, empezó a tener noticias de cómo éste empezaba a mostrar intenciones de intervenir en asuntos y eclesiásticos y había hecho prender “estrepitosamente” al provincial de los carmelitas descalzos. Hasta Huehuetlán llegaron las noticias de la sublevación de Guadalupe Victoria y Santa Anna en Veracruz, que hacía peligrar el trono imperial. Pero Fonte partió el 5 de febrero hacia la villa de Pánuco, habiendo preparado los oficios dirigidos al cabildo metropolitano, al sufragáneo más antiguo y a los gobernadores de su diócesis con las instrucciones y autorizaciones necesarias para que resolviesen en su ausencia los asuntos del gobierno eclesiástico. Supo entonces de la grave crisis que pondría fin al Trienio Liberal en España, “amagada de una catástrofe por los partidos, discordia, anarquía y amenazas de invasión extranjera”, habiéndose casi interrumpido las relaciones con Roma.

48 Memorias, punto 109º. 49 Memorias, punto 110º. 50 Fonte al Emperador Iturbide. Santa visita de Huehuetlán, 2 diciembre 1822. Martínez Ortiz: “Memorias y documentos”, doc. 45.

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En el ánima de Fonte se agitaban las dudas acerca de la determinación que había tomado:

“¿Dejar mi diócesis —decía yo—cómo es posible a quien ha instado a que los párrocos no dejasen la suya a la entrada de los enemigos?”. Pero su compromiso político le parecía anterior y más importante que el deber de residir en su sede: era “la obligación social con que yo, antes de entrar como felizmente entré por el bautismo en la Iglesia, estaba ligado a mi Patria, la nación española”. “Yo no podía rehusar a la nación española los deberes que como miembro debía prestar a la cabeza, o como individuo a la sociedad. Y de estas bases partían mis oficios a O’Donojú, su principal representante, y el cumplimiento de lo que para el caso actual se me había prescrito”. La norma que le había dado O’Donojú, que tenía para ello facultades suficientes, había sido virtualmente confirmada cuando él la participó a S. M. manifestando que la seguiría si no se dignaba prevenirle otra. Y recordaba el Concilio de Trento (Sesión 3ª, cap. 1º) “donde se califica por causa legítima para dejar la residencia la obediencia debida a la potestad suprema, eclesiástica o civil”.51

De los largos razonamientos que Fonte va enhebrando se desprende que para él la dominación de Iturbide era “usurpada” y por eso debió sustraerse a su coronación, lo que sin embrago no era aplicable a los otros prelados, porque sus circunstancias no eran las mismas: “mi adhesión fue condicionada con respecto al gobierno mexicano y al español. Al primero ofrecí reconocimiento limitado que le cumplí, y al segundo la reversión a su territorio, no prescribiéndome que continuase en el primero, y éste era el extremo que me faltaba y debía cumplir”. Esto no afectaba a los demás obispos: “La potestad legítima no les había mandado como a mí, antes de someterme al nuevo gobierno, que me restituyese al antiguo llegada cierta hipótesis”.52 La hipótesis, pues, sería la de que si el trono mexicano no era ocupado por Fernando VII o un infante español, como se había convenido en el tratado de Córdoba, el arzobispo debía volver a España.

Otros obispos, viene a decir, podrían seguir con indiferencia las vicisitudes de príncipes con los que no habían contraído ninguna obligación particular, “pero un obispo español en la Iglesia de América, fundada y dotada por la piedad y munificencia de sus soberanos, presentado por estos a la Santa Sede para ocupar su silla y ratificando antes de entrar a gobernar el juramento de su fidelidad especial, ¿cómo podía prescindir de estas graves y justas consideraciones por más que las tuviese poderosas para no alejarse de su amada grey?”. De este principio, asegura, partían las palabras que en 24 de septiembre había escrito a S. M. cuando su representante le prescribió su ausencia. Finalmente, sabiendo la diferente opinión que por el gobierno y el público se había tomado de los obispos que habían permanecido en sus diócesis o las habían abandonado al cesar en ellas la legítima autoridad, el no hallar identidad de casos ni providencias para acomodarlas al suyo “me obligan

51 Memorias, punto 132. 52 Memorias, punto 134.

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a protestar que en las actuales y próximas operaciones podrá faltarme el acierto, mas no la intención pura de buscarlo”.53 El “exilio” peninsular del arzobispo

Su angustia duró hasta el momento de partir. Finalmente, a las 5 de la tarde del 20 de febrero de 1823 embarcó en una lancha en la que navegó por el río Pánuco para salir al mar donde, no sin correr algún peligro, abordó el bergantín “El Hiena”.54 Navegando desde La Habana en un buque francés, llegó a El Havre el 12 de mayo, y siguió a París, donde se detuvo diecisiete días, y luego fue a descansar a Bagneres de Bigorre.55 Llegó Madrid el 21 de noviembre, cruzándose en el camino con el duque de Angulema que acababa de poner término al Trienio español. Contaba entonces Fonte 46 años. El rey lo recibió y condecoró y dotó. Diez años después, a la muerte de Fernando VII fue nombrado miembro del Consejo de Regencia, que llegó a presidir de 1834 a 1836, interviniendo activamente en las Cortes del momento dentro del estamento de próceres, y luego como senador en las de 1837, fecha en la que le fueron conferidos los cargos de procapellán y limosnero mayor de S. M., patriarca de las Indias y vicario general de los ejércitos y de la armada.

En 1838, dice Sosa, Fonte fue obligado a renunciar al arzobispado de México, que había abandonado en 1822. “La Santa Sede, como era natural y debido, reprobó al Sr. Fonte aquella conducta opuesta de las obligaciones de un buen sacerdote, y le intimó que renunciase la mitra o volviese a encargarse de su gobierno”.56 El mismo Fonte informa mejor acerca de este asunto. Como ya había hecho antes de salir de México, una vez en España volvió a escribir a la Silla Apostólica directa y oficialmente, con una exposición en castellano que, previa autorización por el Consejo de Indias y el rey, y puesta en latín, envió a través del nuncio en Madrid. A vuelta de correo se le participó el recibo y el pase de su informe a la Sagrada Congregación del Concilio, al tiempo que se le prorrogaba dos años el plazo para realizar la visita “ad limina”. También en carta firmada y sellada por el Papa se le autorizó a percibir las rentas del arcedianato de Valencia con calidad de reintegro por los fondos de la mitra de México que debían corresponderle. Por carta del jesuita mexicano P. Ildefonso de la Peña supo también que en la sesión del 14 de agosto de 1822 “se calificaban por legítimas las causas de mi ausencia de la diócesis, y que por entonces se tuviera reservada esta resolución”.57 No existió, pues, la reprobación supuesta por Sosa.

Esta información se puede ampliar gracias a la extensa carta dirigida por

Fonte al Papa en 1825. Carta motivada por la publicación de la encíclica Etsi iam diu de León XII, y en la que vuelve a hacer relación de su caso, justificando su negativa a coronar a Agustín I: “porque ¿cómo se hubiera atrevido a 53 Memorias, punto 136. 54 Memorias, punto 137. 55 Comentando la llegada de prelados de Hispanoamérica a Europa en 1823 escribe Leturia: “El primero y principal por dignidad, aunque no por talento, fue el arzobispo de México, Pedro Ponte (sic) cuya llegada a París anunciaba el nuncio desde Burdeos el 3 de junio de 1823”. Leturia, Pedro de: La emancipación hispanoamericana en los informes episcopales a Pío VII (Buenos Aires 1935), p. 32. 56 Sosa, p. 219. 57 Memorias, puntos 151 y 152

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levantar una corona arrancada a su monarca para afianzarla en las sienes de quien se la había quitado? ¿O cómo, ocupando aunque sin merecerlo la primera Silla de aquella célebre metrópoli, hubiera empleado su carácter episcopal, respetable para todos los fieles y mucho más para los piadosos mexicanos, en santificar una evidente usurpación?”.58

Cabe añadir que la conducta seguida por Fonte una vez vuelto a España

estuvo condicionada por la crisis entonces vivida en las relaciones entre la monarquía española y el Papado, como lo indica Cuenca Toribio: “La diplomacia fernandina tenía que mantenerlo a toda costa como un símbolo de las aspiraciones de la Corona hacia un México irredento. En el duro forcejeo con la Santa Sede en torno al reconocimiento por ésta de la nueva realidad política hispanoamericana, Fonte no era más que un elemento de negociación. En tanto estuviese fuera de su grey, el dispositivo y la armazón del nuevo estado mexicanos estarían faltos de una cúpula”.59 Probablemente fue ésta la razón por la que el rey no propuso a Fonte para una diócesis peninsular, y en cambio le asignó unas rentas para su subsistencia.

Más aún, los planes españoles para la reconquista de México –y por

tanto para una reposición de Fonte en su sede-- se mantuvieron hasta el fracaso de la expedición Barradas en 1829, y aun hasta la muerte de Fernando VII en 1833.60 Y al mismo tiempo la Santa Sede vacilaba acerca de qué camino tomar en la disputa por el Patronato entre el rey y los nuevos estados. La encíclica de 1824 parecía respaldar los derechos y esperanzas del rey y de Fonte. No fue hasta 1831 cuando el Papa Gregorio XVI decidió nombrar motu proprio obispos para las sedes mexicanas haciendo a un lado los derechos del Real Patronato, que quedaban simplemente en suspenso. Y aun entonces no consta que hubiera ninguna advertencia a Pedro José Fonte, hasta que presentó su renuncia.

De manera análoga cabe discutir el pronunciamiento del historiador J.

Trinidad Basurto sobre nuestro personaje: “El Sr. Fonte cometió una grande ligereza al abandonar su diócesis dejándola huérfana durante diecisiete años; pero esta falta la compurgó bastante con la enérgica reflexión que recibió del Sumo Pontífice, pues el no simpatizar con la independencia no era obstáculo para haber presentado su renuncia a tiempo y así se hubiera podido nombrar un sucesor. Apremiado, pues, por la Santa Sede renunció el año de 1838… No cabe duda que el Sr. Fonte cometió un grave error, pero también puede asegurarse que fue un arzobispo de elevada ilustración y de prendas morales poco comunes”. La verdad es que cuando Fonte salió de México dejó sus habitaciones preparadas para volver, y una vez en España se vio sujeto a las vicisitudes e intereses de la política preconizada por el rey. La última frase citada de Basurto obliga a suspender por ahora el juicio o a hilar más fino a la hora de condenar a este prelado de tan notable cultura y moral. En cuanto a la “enérgica reflexión” que se dice recibió de la Santa Sede, nos limitaremos a 58 Fonte al Papa, Convento del Puig (Valencia) 23 merzo 1825. En Medina Ascensio, Apéndice II, págs.195-199. 59 Cuenca Toribio, “Prólogo” a las Memorias de Fonte, p. 11. 60 Planes para la reconquista de México en Delgado, Jaime: España y México en el siglo XIX (Madrid, 1950-1953 ) vol. I, capítulos IX y XI.

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reproducir lo escrito por el Dr. Cuenca Toribio: “ninguno de nuestros investigadores ‘romanistas’ se ha interesado por la cuestión; pero tal vez una indagación morosa en el Archivo Secreto Vaticano descubriera la raíz última de la constricción papal a Fonte para que, por fin, presentara su renuncia”.61

En el intervalo, de 1823 a 1831, y luego hasta 1838, muchas vicisitudes

atravesó la Iglesia tanto en México como en España, donde Fonte se había enfrentado en 1836 a la ley de desamortización y recibido al año siguiente el título de patriarca de las Indias, tal vez como consecuencia del reconocimiento de la independencia de México a finales de 1836. Fonte murió en Madrid a la edad de 62 años, el 11 de junio de 1839.62 Conclusión

En sustancia, la ausencia de Pedro José Fonte de su sede mexicana la justifica él mismo basándose en un precepto del Concilio de Trento, “capítulo I de la reforma, sesión 23”, que autoriza la salida de un prelado de su diócesis cuando así lo ordene una autoridad superior, eclesiástica o civil. Y Fonte había recibido esa orden del rey patrono de la Iglesia indiana a través de su último representante legítimo en México, D. Juan O’Donojú. Después su acción fue aprobada tanto por el rey como por la Santa Sede, a la que ofrecía en la última carta citada de 23 de marzo de 1825, presentar la renuncia a la mitra si Su Santidad lo creyese conveniente. Esta carta, remitida a Roma a través del nuncio Giustiniani al cardenal Somaglia, se encuentra en el Archivo Vaticano y da testimonio de la buena fe del arzobispo Fonte que, en efecto, renunció a la mitra cuando así se le ordenó, quedando hasta entonces en una situación incierta entre la autoridad del rey y la de la Santa Sede. Probablemente Fonte no mereció nunca, ni de sus contemporáneos, ni de los historiadores, los juicios adversos que contra él se han venido expresando. B I B L I O G R A F Í A ALAMÁN, Lucas (1942): Historia de Méjico, 5 vols. Editorial Jus, México. ANNA, Timothy E. (1981): La caída del gobierno español en la ciudad de México. Fondo de Cultura Económica, México. BASURTO, J. Trinidad (1901): El arzobispado de México. El Tiempo, México. BUSTAMANTE, Carlos María de (1961): Cuadro histórico de la Revolución Mexiana, 3 vols. Comisión Nacional para la Conmemoración del Sesquicentenario de la Proclamación de la Independencia, México. COLL Y PRAT, Narciso (1960): Memoriales sobre la independencia de Venezuela. Academia Nacional de la Historia, Caracas. 61 Ibid., p. 12-13. 62 Martínez Ortiz, “El arzobispo Fonte y sus memorias”. Teruel, nº 65 (enero-junio 1981), págs. 30-31.

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