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Para el estudio personal y comunitario De Bien en Mejor TUUM DOMINO E O ORDEN DE CARMELITAS DESCALZOS Provincia de Santa Teresita del Niño Jesús Marzo - Abril 2019, Colombia LA ALEGRÍA EN LA VIDA RELIGIOSA P. Jaime Palacio, ocd.

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Para el estudio personal y comunitario

De Bienen Mejor

TUUM

DOMINOE O

ORDEN DE CARMELITAS DESCALZOSProvincia de Santa Teresita del Niño Jesús

Marzo - Abril 2019, Colombia

LA ALEGRÍA EN LA VIDA RELIGIOSA

P. Jaime Palacio, ocd.P. Jaime Palacio, ocd.P. Jaime Palacio, ocd.

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La alegría en la vida religiosa se debe a lo que la sustenta, al que la sostiene

y también a lo que cada religioso pretende ser, lo que se desea llegar a poseer. La alegría es uno de los dones que nos caracteriza. Nos sabemos alegría de Dios, buena noticia para los demás. Nacimos para dar testimonio de un amor que nos desborda, para ser rostro e imagen de Dios que se reveló en su Hijo y ahora lo hace en cada uno; a través de cada uno.

La alegría para nosotros religiosos se equipara a la que sintió la mujer que encontró la moneda que se la había perdido; la que sintió el comerciante de perlas fi nas que encuentra una de gran valor. La alegría que sintió el pastor a recobrar la oveja perdida o aquella que seguramente sintió Pedro después de haber negado a Jesús y haber huido en el momento crucial de la vida del Señor y que después el Resucitado le renueva el deseo de que sea él quien siga pastoreando el rebaño. Ante la negación la afi rmación de una confi anza que no se pierde por haber fallado alguna vez. Nosotros sentimos y vivimos la alegría que hay en el cielo cuando un pecador se convierte.

Cuando se me pidió escribir algo sobre la alegría en la vida religiosa inmediatamente pensé en la vida sencilla, abierta y disponible que llevamos. Estoy convencido que lo que a nosotros nos hace alegres es la vida sustentada en el amor de Dios y en la respuesta que damos a ese mismo amor. Alegres dando lo mejor, alegres orando juntos, alegres en nuestra cotidianidad de la vida, alegres cada momento: siempre alegres dice san Pablo. Alegres a pesar de los problemas, de las tristezas, de la sensación de soledad que nos puede llegar. Alegres aunque tengamos difi cultades en la vida fraterna. Nuestra alegría es un don de y vivimos alegres gracias al Espíritu Santo que nos conforta y que nos hace vivir en la esperanza de que todo pasará, que todo lo bueno llegará y que los problemas no son para siempre.

Mientras nuestra vida siga estando alimentada de la Eucaristía, sustentada por la oración, confortada por los hermanos y por la cruz en la que fuimos amados hasta el extremo, esa alegría nunca

esperanza de que todo pasará, que todo lo bueno llegará y que

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pasará. Seguro que un religioso es triste porque está lejos de Dios, como lo estuvo el hijo mayor; triste porque ya la Eucaristía ya no es el centro de su vida y porque sus diálogos ya no son con Dios sino que ha conversado demasiado con quien le quita la vida, lo desgasta en el amor.

Escribió el Papa Francisco: “un evangeliza-dor no debería tener permanentemente cara de funeral. Recobremos y acrecente-mos el fervor, «la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas […] Y ojalá el mundo actual —que busca a veces con angustia, a veces con esperanza— pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el

fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo”(EG. 10)

Hombres y mujeres de amor, viviendo cada día con esperanza. Hombres y mujeres enamorados de un amor que sabemos fi el, misericordioso y sobre todo privilegiado. Felices, alegres, entusiastas porque un día Dios nos miró como a Zaqueo y entró a nuestra casa; felices y alegres porque nos llamó a un vida de santidad y de testimonio y nos regaló el Espíritu que así como nos lleva al desierto, nos ilumina en el pensamiento, nos da palabras de sabiduría hace también posible que entreguemos lo mejor de Dios sanando, perdonando y predicando el mensaje. La alegría de la vida religiosa está en el “señorío” con el que Dios nos ha hermoseado y capacitado para el bien.

Estamos alegres porque nuestra familia es grande, universal y porque las oportunidades de hacer el bien, según el carisma elegido, son infi nitas. Alegres porque tenemos una vida que nos regala en todo la posibilidad de espacios orantes, porque nos podemos alimentar diariamente con la eucaristía; felices, alegres, porque llevamos, de manera muy consciente, la presencia de Dios y nos sabemos instrumentos salvadores en sus manos. La alegría no está en lo que poseemos sino en el Dios que tenemos; la alegría no está solo en los hermanos y en el compartir con ellos, el amor, la fe, la vida, sino también en el sabernos hijos en el Hijo, herederos del Padre Dios; la alegría no está en una vida normada y de horarios sino en el saber que somos libres porque amamos y ese amor da sentido a lo que hacemos.

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Nuestra alegría como Carmelitas es algo que se ha vuelto esencial en nuestra experiencia de vida. Casi que se hace incompatible la vivencia del Carisma con la tristeza o con la aburrición. Los Carmelitas llenamos el corazón de Dios y la vida de fraternidad. Entendemos que lo humano se goza por estar inmerso en la divino y también porque en el caminar con confi anza hacia la cima del monte que el lugar de la unión con Dios somos capaces de quitarnos todo aquello que puede robarnos la paz, la serenidad o el amor. El Carmelo es una vida marcada por la ternura, el abandono y la confi anza; El Carmelo es el camino que nos pone en contacto con el otro, está rebosante de amor al prójimo y de mucha pero mucha bondad.

Nuestros santos nos han enseñado que el Carmelo es casa de Dios, cielo en la tierra; lugar de encuentro y de hermandad y que a pesar de las difi cultades que pueden surgir en la relación fraterna; a pesar de esas cosas contrarias en el sentir de los demás y que a pesar de que alguien no sea de nuestros gustos o complacencias, por encima del sentimiento personal está el amor. En el Carmelo somos capaces, por la experiencia de Dios que tenemos, de soportarnos mutuamente con amor, de perdonarnos las veces que sea necesario, de trascender la humanidad del hermano para solo contemplar al Dios que lleva en el ser.

Nuestra alegría es de cada día porque estar alegres es algo natural del que ama y es un don que a la Iglesia ayuda a crecer en bondad. Necesitamos ser la sonrisa, la acogida, la buena noticia de Dios en este mundo que vive tan cansado, que está tan lleno de ambiciones, que cada momento encuentra motivos para odiar y que su soledad todo le entristece; el mundo necesita personas alegres, religiosos felices, carmelitas dando lo que tienen en el corazón: el Dios alegre que se encarna, que por amor nos salva y que eternamente nos acompaña y nos habita haciendo del corazón su cielo.

Cito al papa Francisco: “…El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la

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búsqueda enfermiza de placeres superfi ciales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado” (EG. 2)

Saber que no estamos solos, que siempre hay un hermano a tu lado. Saber que nos Dios une, que Jesús nos anima y que el Espíritu Santo nos acompaña. Sentir que la virgen es hermana y que María nos lleva de su mano a Jesús. Todo esto hace el Carmelo una casa alegre, unos hermanos llenos de alegría y una vida anhelante de santidad.

Estemos siempre alegres, procuremos amar y amar cada día más a Jesús. Que nuestra vocación siga siendo la de amar, salvar almas con los sacrifi cios y hacer amar al amor. Aceptemos la invitación que nos hace el Papa Francisco:

“Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él, porque «nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor”.

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