Nuestro itinerario de Formación cristiana · tos objetivos sobre la figura histórica de Jesús....

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Catecumenado de Adultos. Confirmación PARROQUIA DE SANTA MARÍA DE LA ENCARNACIÓN Nuestro itinerario de Formación cristiana *** Tema 1. Jesús Histórico: un hombre Tema 2 . Se presentó como Hijo de Dios Tema 3. Murió y Resucitó Tema 4. Quiso una Iglesia en el mundo Tema 5. Nosotros pertenecemos a la Iglesia Tema 6. Es una Iglesia con servicios y con ministros Tema 7. Jesús quiso dejarnos signos: los Sacramentos Tema 8. El Bautismo es el “signo de la pertenencia” Tema 9. La Eucaristía es “el signo del amor en la Iglesia” Tema 10. La Penitencia. “el signo de la conversión” Tema 11. María, modelo de cristianos Tema 12. La Confirmación “SIGNO DE LA MADUREZ” Tema 13. Confirmados: “Somos mensajeros de Cristo” Tema 14. Sentimos vivo nuestro mensaje Tema 15. Y buscamos la alegría de la celebración

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Catecumenado de Adultos. Confirmación

PARROQUIA DE SANTA MARÍA DE LA ENCARNACIÓN

Nuestro itinerario de Formación cristiana

***

Tema 1. Jesús Histórico: un hombre

Tema 2 . Se presentó como Hijo de Dios

Tema 3. Murió y Resucitó

Tema 4. Quiso una Iglesia en el mundo

Tema 5. Nosotros pertenecemos a la Iglesia

Tema 6. Es una Iglesia con servicios y con ministro s

Tema 7. Jesús quiso dejarnos signos: los Sacrament os

Tema 8. El Bautismo es el “signo de la pertenencia”

Tema 9. La Eucaristía es “el signo del amor en la I glesia”

Tema 10. La Penitencia. “el signo de la conversión”

Tema 11. María, modelo de cristianos

Tema 12. La Confirmación “SIGNO DE LA MADUREZ”

Tema 13. Confirmados: “Somos mensajeros de Cristo”

Tema 14. Sentimos vivo nuestro mensaje

Tema 15. Y buscamos la alegría de la celebración

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Tema 1

JESÚS HISTÓRICO

Hubo un hombre maravilloso, en un pueblo singu lar, a comienzo del siglo. Una curiosidad legítima en el buen cristian o es determinar los da-tos objetivos sobre la figura histórica de Jesús. S iempre los hechos te-rrenos del Señor han sido fuente de inspiración catequística y por eso es bueno mirarlos, usarlos y documentarse al respecto. Interesa saber quien era esta figura tan importante en la Historia, en la Arqueología o en l a So-ciología. Tenemos que persuadirnos de Jesús fue un hombre real, no un mito. No es figura religiosa envuelta en nubes de leyenda, a l igual que acontece con Buda, siete siglos antes, o con Mahoma, seis si glos después

1. El Jesús Histórico.

Es frecuente entre los teólogos dejarse llevar por la inquietud arque-ológica y científica de separa lo que en Jesús hay de hecho r eligioso, al cual se debe acceder fundamentalmente por la fe, y lo que hay de perso-naje histórico, al que se debe acceder en la medida de lo posible por la historia rigurosa y por la crítica documental exhau stiva.

Gustan los historiadores y los teólogos, sobre todo si se hallan excesi-vamente influidos por la teología crítica radical de ascendencia protestan-te del siglo XIX (Bruno Bauer, Albert Kalthoff, Har nak, etc.) diferenciar en-tre el Cristo de la fe y el Jesús de la Historia. P ero si miramos a Jesús sólo como figura de la Historia no llegamos al verd adero Cristo de la fe. Jesús fue un hombre real. Pero los creyentes vemos a Dios en ese hombre concreto que s urgió en un país y en un tiempo determinado. Esto no es incompatible con el perfil terreno de un homb re que apare-ció en Nazareth, que predicó un mensaje vinculado a l judaísmo en Pales-tina, que murió crucificado en Jerusalén E! creyente debe resaltar su per-fil verdaderamente divino, trascendente, misterioso . Es el evangélico y el centro de la catequesis. Pero no puede ignorar la d imensión humana de Cristo. Sólo desde ella se llega a la realidad total de su persona divina, encar-nada en la naturaleza humana, y de su mensaje, inex plicable si no es des-

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de la proclamación en medio de un pueblo, emblema de toda la humani-dad, y en un momento concreto de la Historia, refle jo de todos los tiem-pos humanos.

2. Verdadera figura histórica. A esta sintonía humano-divina hay que responde r en la catequesis. Hay que partir de la afirmación categórica de la ex istencia concreta y te-rrena de Jesús. Es un personaje real como otros de la Historia. Sobre ell a hay más o menos datos, no muchos, demostrables con las más rigurosas exigencias de la cronología y geografía; pero son suficientes para pensar que no se trata de una suposición o idealización po sterior de los cristia-nos receptores de su mensaje. Jesús fue un hombre que se presentó como maestro o predicador am-bulante, independiente del Templo de Jerusalén, al que acudía como buen israelita. Llamó la atención de la gente con sus hechos milagrosos y con sus dichos valientes, proféticos y coherentes. Al margen de los que recogieron los testigos di rectos o indirectos, que luego escribieron los Evangelios o redactaron cartas sobre su doctrina, hay sospechas de que existieron otros muchos que no han llegado a no-sotros con nitidez, pero que laten en escritos no i nspirados o en tradicio-nes de los primeros tiempos. Los que han llegado son suficientes para pensar en su existencia real, con más garantías técnicas que las referencias de otros per sonajes anti-guos. Incluso, podemos afirmar con contundencia que de pocos persona-jes antiguos quedan tantos testimonios tan inmediatos en el tiempo y en el lugar al protagonista del que hablan como acontece de Jesús. Sólo al-gunos emperadores o reyes, documentados por cortesa nos y cronistas, han tenido semejante número de referencias sobre su itinerario humano o sus hazañas. La existencia histórica de Jesús se halla recogida con claridad por los autores cristianos desde el siglo I.

Además de los evangelistas y de los Apóstoles que escribieron cartas o de comunidades que redactaron cánones eucarísticos o plegarias alusi-vas a su figura divina y humana, otros escritores h ablaron de El. Hay al-gunos testimonios rigurosamente claros entre alguno s escritores "paga-nos", es decir no cristianos ni judíos. Ciertamente no son muchos, pues fuera del rincó n de Palestina, apenas si los cristianos fueron conocidos en los primeros dec enios que siguieron a la muerte del Maestro. Incluso entre los judíos de Jerusalén no fueron

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mirados sino como un grupo religioso más de los que pulularon por todas las provincias y regiones del pueblo. Evidentemente el "profeta de Nazareth", una vez crucificado, pasó de momento desapercibido y fueron pocos los que hablaron de El, fuera de las comunidades de sus seguidores, que le permanecieron fieles y fueron aumentando irresistiblemente en número y en lugares diferentes. Entre los escritores paganos que aluden a Jesús, citamos los siguien-tes: Tácito (55-125) Refiere en sus "Anales", alrede dor del año 116, la cruel persecución que sufrieron en Roma los cristianos bajo el emperador Nerón. Con este motivo habla del fundador de la secta cristiana: "El crea-dor de este nombre, Cristo, había sido ejecutado po r el Procurador Pondo Pilato durante el reinado del emperador Tiberio" (Annales XV. 44). Suetonio (69-140). Fue literato y secretario de la casa imperial de Roma en sus mejores años. Hacia el 120, en su "Vida de Claudio" alude a que el Emperador "expulsó de Roma a los judíos por promover incesantes albo-rotos a instigación un tal Crestos" (25. 4). En el fondo de esta información hay un núcleo histórico: el hecho de que en la comu nidad judía de Roma se habían levantado violentas discusiones en torno a Cristo y en relación a su figura. Plinio, llamado el Joven (61-113). Fue procónsu l de Bitinia y escribió, hacia el año 111, una carta al emperador Trajano consultando qué debía hacer respecto a los cristianos. Indicaba que los cristianos se reúnen un día determinado antes de romper el alba y entonan u n himno a Cristo co-mo si fuera un dios". Mará Bar Serapión era sirio, de la escuela de l os estoicos. Habla de Jesús en una carta que escribe a su hijo Serapión, con probabili dad hacia el año 70: "¿Qué sacaron los judíos de la ejecución de su sabio rey, si desde entonces perdieron su reino?... Los judíos fu eron muertos o expul-sados de su país, y viven dispersos por todas partes... El r ey sabio no ha muerto, gracias a las nuevas leyes que dio".

3. Testimonios cristianos Se acercan a un centenar los textos cristianos que pueden remontarse al siglo I, II y III. Se hallan en documentos escri tos por personas que creen en Jesús. La casi totalidad son documentos copiados o transcritos de documentos anteriores, pero ni más ni menos auténti cos que los que alu-den a otros personajes históricos.

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Evidentemente hablan del Señor Jesús como centr o de creencias reli-giosas y de adhesiones, es decir como hombre en el que se ha encarnado la divinidad y es portador de un mensaje de salvación. Le presentan como objeto de veneración y culto. Los más importantes s on los textos que se abren camino en las comunidades cristianas como "Evangeli os o como Nuevo Testamento". Pero también existen testimonios escritos que poco a poco quedaron marginados y no fueron aceptados por los cristianos como "inspir ados por Dios". Son los escritos que hoy llamamos apócri fos. Sin embargo, están redactados por personas que admiran y veneran a Jesús a su ma-nera. También ellos son testimonios de alguien llam ado Jesús y venerado como Dios.

Los Evangelios y las Epístolas canónicos son te xtos rigurosamente históricos del siglo I. En ellos se recogen discursos, relatos, dichos, mila-gros, acontecimietos, hechos que deben ser tenidos como reales. Unos y otros, los inspirados y los simples escritos, han l legado a nosotros por medio de copias y recopias, más o menos alteradas por las transcrip cio-nes (interpolaciones, glosas, omisiones, etc.). Su historicidad particular no interesa ahora, pero sí el sentido global de su testimonialidad respecto al personaje histórico que fue Jesús. Nosotros nos situamos en la Historia reciente y sentimos también esa curiosidad sobre ese Jesús que ha llenado la Historia Humana, sobre to-do en Occidente, en los dos últimos milenios.

Tema 1. Preguntas para responder y comentar (Escribirlas en media hojita de papel)

Nombre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

1. ¿Qué idea tenemos de Jesús y de su pueblo de Naz areth? ¿algo poé-

tico o un lugar de trabajo duro y de pobreza grade? 2. ¿Jesús siempre ha interesado a los hombres? ¿ Por qué? 3. ¿Pensamos que las novelas, los films, los cuad ros de los artistas dan la verdadera figura histórica de Jesús? ¿Por qué?

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Tema 2

JESÚS, HIJO DE DIOS. MISTERIO

Su vida es maravillosa. En la catequesis es hermoso, interesante y cauti vador el relato de sus acciones y de sus enseñanzas. Jesús es el hombre po r excelencia. Debe ser conocido, imitado, admirado. Por esto es cultur a e historia que el ca-tequista debe poseer con precisión, amplitud, cordi alidad, soltura y habi-lidad para transmitir a los demás. Su misterio es g randioso. Se trata nada menos que de un Dios hecho hombre . Lo misterioso que es el hecho de su existencia, desde su encarnación a su resurrección, cumbre de su mensaje de salvación. Entra ambas expr esiones del miste-rio se halla el perdón del pecado, la redención, la justificación, la gracia, la esperanza en la otra vida. Esto reclama la graci a de la fe. Está por encima de la cultura. Por eso, la cult ura llega hasta el Sepulcro de Jesús. La fe comienza en la Resurrección. Una ca tequesis de cultura cristiana debe apoyarse en los relatos y en sus ens eñanzas. Una cateque-sis de fe debe aspirar a más, a la contemplación so rprendida y humilde de la resurrección. Hemos de tener en cuenta que la fe en Jesús es muy diferente de la fe en Buda, Zoroastro, Confucio, Mahoma. El cristiano no admira y "cree a Jesús" como figura religiosa maravillosa, como pred icar de una doctrina sublime, como fenómeno humano insuperable. Más bien el cristiano cree "en Jesús", es decir en el misterio revelado que el representa en cuanto Dios encarnado, en cuanto hombre unido a la divinid ad. La resurrección como prueba Al amanecer del primer día, que luego se llamar ía el día del Señor, Do-minicus, domingo, "María Magdalena y María la madre de Santiago" (Mat. 16. 1) fueron al sepulcro para amortajar el cuerpo de Jesús antes de ente-rrarlo de forma definitiva y lo encontraron vacío. En Mt. 28. 2 se habla de un terremoto que hubo y del ángel que apartó la piedra de la entrada, de la huida de los soldados q ue guardan el sepulcro a petición de los mismos sacerdotes a Pilatos y del "joven" (Mt. 16. 5) ves-tido de blanco que dijo "Ha resucitado".

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Los cuatro evangelistas citan el hecho como sign o de su misteriosa naturaleza divina. Y ponen en este acontecimiento l a cumbre de la signifi-cación de Jesús. Había sido condenado por haberse p roclamado Hijo de Dios. Y ahora, al tercer día de su muerte en la cru z, hacía el último signo en la tierra, el más grandioso que demostraba su d ivinidad. Las pruebas están en las apariciones diversas del resucitado en variedad de lugares y ante diversidad de personas. Y con ellas el testimo nio dura hasta hoy y proclama al mundo entero que Jesús vive para siempr e Su vida es mara-villosa.

En la catequesis es hermoso, interesante y ca utivador el relato de sus acciones y de sus enseñanzas. Jesús es el hombre po r excelencia. Debe ser conocido, imitado, admirado. Pero sus hechos hu manos es cosa de la tierra, de la cultura y de la historia. El catequis ta debe poseer esa cultura con precisión, amplitud, cordialidad, soltura y hab ilidad para transmitir a los demás. Pero en Jesús hay algo más, mucho más. Su misterio es grandioso. Se trata nada menos que de un Dios hecho hombre . Lo misterioso que es el hecho de su existencia, desde su encarnación a su resurrección, cumbre de su mensaje de salvación. Entra ambas expr esiones del miste-rio se halla el perdón del pecado, la redención, la justificación, la gracia, la esperanza en la otra vida. Esto reclama la graci a de la fe. Está por encima de la cultura. Por eso, la cultu ra llega hasta el Sepulcro de Jesús. La fe comienza en la Resurrección. Una ca tequesis de cultura cristiana debe apoyarse en los relatos y en sus ens eñanzas. Una cateque-sis de fe debe aspirar a más, a la contemplación so rprendida y humilde de la resurrección. Hemos de tener en cuenta que la fe en Jesús es muy diferente de la fe en Buda, Zoroastro, Confucio, Mahoma. El cristiano no admira y "cree a Jesús" como figura religiosa maravillosa, como pred icar de una doctrina sublime, como fenómeno humano insuperable. Más bien el cristiano cree "en Jesús", es decir en el misterio revelado que el representa en cuanto Dios encarnado, en cuanto hombre unido a la divinid ad.

Alma de su mensaje: Soy el Hijo de Dios El gran mensaje, el centro y alma de su predicac ión, de su doctrina, se halla en la revelación de su propia divinidad. Los títulos que Jesús se da y los derechos que se atribuye sólo se entienden en e ste contexto profeti-ce. Se sabe y se siente el Em-manuel (Dios con noso tros: Is. 7. 14; 8. 8). Se proclama enviado divino, pero también Dios e Hij o de Dios. Sus títulos brotan en torrente de ese presupues to: Admirable, conseje-ro, Dios, Varón fuerte, Padre del siglo futuro, Prí ncipe de la paz. (Is. 9, 6)

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La expresión "Hijo de Dios". La idea que Jesús tien e de sus Padre apare-ce continuamente en sus enseñanzas. Jesús se declar a íntimamente de-pendiente de su Padre: "Todas las cosas las ha puesto el Padre en mis manos. Y nadie conoce al Hijo, sino Padre; ni conoc e ninguno al Padre, sino el Hijo, y aquel a el Hijo quisiera revelarlo" . (IVIt. 11, 27; Le. 10, 22) Este texto de los Sinópticos, que tanto sabor ti ene a S. Juan, refleja la visión más honda de la conciencia que Jesús poseía de-ser el Hijo de Dios y de su identidad divina. Jesús sabe perfectam ente que ha recibido de su Padre la plenitud de la verdad revelada y del poder divino. No se siente un profeta más, como los del Antiguos Testam ento. Con las palabras: "Nadie conoce al Hijo, sino el Padre", quiere decir que su ser es tan divino como el del Padre Dios. No es un enviado de Dios como los demás, sino el Hijo de Dios. Jesús multiplica a lo largo de su predicación su s reclamos al Reino de Dios y entiende por tal, al estilo profético, el tr iunfo del bien sobre el mal. Prefiere las referencias al Reino de Dios en fo rma de parábolas (Mt. 13.10 - 46; Mc. 4.13-20) ante que en sistemas moral es de vida o en doctri-nas generales. Y se apoya en las pruebas de sus mil agros. "Si no me cre-éis a mí, creed a las obras que hago en nombre de m i Padre." (Jn. 5.19-30). Compromete a todos los que quieran seguirle a renunciar a sus inter-eses particulares, y a tomar la cruz y a caminar co n él. (Mt. 10. 36 y 16.24). La fe es la llave del nuevo Reino que proclama. Hasta tal punto lo es, que sus pruebas se la ofrece sólo a los que dan mue stras de ella. 'Todo es posible si tienes fe" (Le. 17. 5-6). Cuando no hay fe, "Jesús no hace signos entre ellos". La fe es la condición personal previa para recibir la vida eterna y para no ser condenados.

Tema 2. Preguntas para responder y comentar (Escribirlas en media hojita de papel)

Nombre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

1. ¿Qué entiendes tú por Hijote Dios? ¿Qué entiende la Iglesia y la tra-

dición cristiana? 2. ¿Por qué costaba tanto a los judíos y a los c ultos griegos que Jesús podía ser hijo de Dios? 3. ¿Y como podríamos hace entender a los ateos, a gnóstico y adversa-rios de la religión de Jesús que verdaderamente est án equivocados y que Jesús es Dios e Hijo de Dios?

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Tema 3

JESÚS VIVE. HA RESUCITADO

Al amanecer del primer día, que luego se llamarí a el día del Señor, Do-minicus, domingo, " María Magdalena y María, la madre de Santiago " (Mac. 16,1) fueron al sepulcro para ungir el cuerpo de Je sús antes de enterrarlo, y lo encontraron vacío. En Mt. 28. 2 se habla de un terremoto que hubo y del ángel que aparta la piedra de la entrada, de la huida de los soldados que guardan el sepulcro a petición de los sacerdote s a Pilatos y del "jo-ven" (Me. 16. 5) vestido de blanco que dice " Ha resucitado ". Después vienen las diversas apariciones. Y con e llas el testimonio hasta hoy de que Jesús vive para siempre La resurrección no entra en la historia terrena de Jesús, aunque es un hecho histórico en cuanto hay testigos que acredita n lo que han visto. Los datos de los testigos se multiplican y hasta no coinciden, como pasa en todo lo humano. - Ei ángel de Mt. 28. 5-6 no coincide con los do s hombres " con vestidu-ras deslumbrantes " de Le. 24. 4. - Según Juan 21. 11-18, María Magdalena vio dos ángeles y después a Cristo resucitado, con el cual habló llena de amor - Según Le, Jn. y Me. Jesús se apareció a las mu jeres y a otros discípu-los en varios lugares en Jerusalén y sus proximidad es.

Valor de los testigos La mayoría de los discípulos no dudaron en "comp render" que habían visto y escuchado de nuevo al mismo Maestro con el que habían vivido. No es fácil entender cómo no le identificaban físic amente, pues había vi-vido con él en Galilea y Judea. (Mt. 28. 17; Jn. 20 . 24-29) Todas las discre-pancias y variedad de testimonios son hechos humano s y desde enton-ces entran en la historia de Jesús. La certeza de que Jesús resucitó y vive, que ll ega hasta nuestros días, es coincidente en todos los que tienen fe. Los evan gelios señalan que, después de su resurrección, Jesús siguió algún tiem po enseñando a sus discípulos sobre asuntos relativos al Reino de Dios . El texto evangélico

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indica cuarenta días, que es lo mismo que decir alg ún tiempo fijo, algo largo, no excesivamente breve. Fue entonces cuando confió a sus Apóstoles la misión: "Id y haced discípulos en todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo " (Mt. 28. 19). Fue al tercer día. La Resurrección de Jesús se ha celebrado siempre en la Iglesia como el gran acontecimiento de los creyentes. Que Cristo ha resucitado, que vive en medio de nosotros, que se halla en la gloria del Padre para disponer-nos lugar, que caminamos por el mundo en espera de su vuelta y, en una palabra, que el mensaje de Jesús es anuncio de vida y no de muerte, es fundamento de nuestra fe y luz de nuestra concienci a. Ese sentimiento y esa creencia son ala y base de nuestro espíritu cre-yente. Vivimos con la alegría de la presencia de Je sús resucitado, no con el recuerdo del Jesús histórico. Sin eso, la religi ón cristiana no sería más que una entre las muchas que hay en el mundo. Pero los cristianos nos diferentes de otras confesiones y de otros mensajes . El ideal de cristiano es ser como Cristo resucit ado: es la vida eterna, es el encuentro con Dios, es el amor sin límites que n os promete y ya goza-mos.

Cómo aconteció La Resurrección de Jesús fue un hecho que no tuv o testigos. Es inex-plicable a la razón, a la ciencia y a la antropolog ía. Pero no es inasequible a la fe, la única fuerza interior con la cual se pu ede acercar la conciencia humana a tal acontecimiento. Mateo dice sobre el hecho: "De pronto se produjo un fuerte terremoto, y un ángel del Señor, que había bajado del cielo, rem ovió la piedra que ce-rraba la entrada del Sepulcro y se sentó en ella. R esplandecía como un relámpago y sus vestiduras eran blancas como la nie ve. Los soldados se pusieron a temblar de miedo. Pero el ángel dijo a l as mujeres que estaban ya allí: No temáis. Sé que venís a buscar al que fu e crucificado. No está aquí, ha resucitado tal como él mismo anunció. Veni d y ved el lugar don-de lo habían puesto. Y luego, marchad de prisa y co municarlo a sus discípulos." (Mt. 28. 1-7)

El relato es sobrio, no mágico o espectacular. E l sentido del mismo es testificar un hecho y comunicar, a quienes reflexio nan sobre él, que la Resurrección de Jesús no fue algo visible ni sensib le, como habían sido sus predicaciones, sus milagros, su pasión y muerte ; pero sí fue real e indiscutible. La Resurrección de Jesús no fue un ge sto o un signo, como

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los otros que había hecho en vida, como la resurrec ción de Lázaro, por ejemplo, o como la Transfiguración ante los ojos de tres Apóstoles. Fue algo misterioso, pero verdaderamente histór ico, aunque sucedió sin ojos humanos que lo contemplaran. Aconteció al amanecer del primer día de la semana y se comprobó, "por el sepulcro va cío" primero y por sus apariciones después, que no era un espejismo o ilusión. Quedó lo suficientemente claro para que lo aceptaran quienes miraran a Cristo con fe y para que lo dudaran quienes no tuvieran la fe. Por eso hubo pruebas suficientes de que había acontecido, pero no certif icados sensoriales. Es un hecho de fe Por eso decimos que la Resurrección de Jesús fu e un hecho de fe y no un mero acontecimiento en el tiempo o en el espacio . No tuvo testigos directos, como los había tenido su muerte en la cru z, cuando su tiempo de vida se terminó ante los que contemplaban el esp ectáculo del Calvario.

- Siguieron pruebas, que fueron las comunicacione s con los que creían en El. Unos le vieron y otro creyeron a quienes le vieron vivo. - Quienes le habían amado desde el principio, y a qui enes Dios dio el don de la fe, creyeron en Jesús Resucitado. Le adoraron, extendieron tal mensaje en su nomb re, se sintieron due-ños de la Historia. Los que no le amaron y no merecieron la gracia divi na de la fe, al igual que acontecería a través de los siglos, no creyeron que un muerto pudiera resucitar y no lo aceptaron. .

Tema 3. Preguntas para responder y com entar (Escribirlas en media hojita de papel)

Nombre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

1. ¿Qué significa resurrección?

2. ¿Se puede explicar la de Jesús con los mismos conceptos o hechos que la resurrección de Lázaro? ¿Por qué? 3. ¿La fe cristiana sería posible sin la resurrec ción de Jesús?

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Tema 4

JESÚS QUISO UNA IGLESIA

Al marchar Jesús del mundo, no terminó su misió n terrena, sino que dejó a sus seguidores para que le hicieran presente en el mundo y para que hicieran real su misión salvadora. Sus discípul os siguieron organiza-dos en una comunidad o asamblea (Ecclesia, Sinagoga ) y no sólo en gru-po provisional de adeptos. Esa comunidad de creyentes y seguidores suyos, c on capacidad de conservarse a través de los tiempos y abrirse a tod as las naciones de la tierra, fue y es una realidad histórica, es decir u na de las grandes "religio-nes" de la tierra, con millones de adeptos y sistem as orgánicos de doctri-nas y de normas éticas. Pero al mismo tiempo es alg o más. Es un misterio de presencia de Cristo en la tierra, en cumplimient o de su promesa: "Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos." (Mt. 18.20) Jesús quiso una Iglesia La Iglesia que Jesús quiso formar en el mundo fu e un regalo dado a los hombres para ayudarles en el camino de la salvación . A sus primeros se-guidores les invitó a formar parte de su grupo de a migos. "En adelante, ya no os llamaré siervos, pues el siervo no sabe lo va a hacer el Señor. Os llamaré amigos, porque os he dado a conocerlo que o í a mi Padre." (Jn. 15.15-16) Durante su vida de Profeta los fue preparando pa ra que siguieran uni-dos cuando la hora de su partida llegara. Les prome tió la fuerza del Espí-ritu Santo enviado por El mismo y por el Padre. Y l es dispuso para que anunciaran el Reino de Dios en la tierra entera, pu es para eso El había venido al mundo. "No me elegisteis vosotros a mí, soy yo el que os elegí y os destiné para marchéis y deis muchos frutos" (Jn. 15. 17) Pero Jesús no pensaba sólo en la pequeña comunid ad que le seguía de momento. En sus previsiones divinas sabía que su me nsaje estaba desti-nado a llegar a todos los hombres. Por eso preparab a la gran familia que se formaría con todos los que, creyendo en su nombr e, se irían añadiendo a sus seguidores a lo largo de los siglos y a lo an cho del mundo. "No te pido sólo por éstos, sino por todos aquellos que cr eerán en mi por medio de su palabra." (Jn. 17. 20-21)

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Jesús regaló a todos ellos una Iglesia capaz de recibirlos, de alentarlos, de iluminarlos, de servir de camino de salvación. E l signo distintivo de esa comunidad quiso que fuera el amor fraterno entr e los miembros. Y la fuerza constructiva de esa comunidad habría de ser el celo y la fe de quienes en ella se integraran con sinceridad. La Iglesia siempre se ha sentido la obra de Jes ús. Por eso ha ido por el mundo anunciando y bautizando en el nombre de su di vino Fundador y pidiendo para todos la luz a través del amor. Graci as a su acción entre los hombres, Jesús ha vivido en medio de ellos; pues la Iglesia, es decir la comunidad de sus seguidores, siempre fue testimonio y espejo de Jesús. Jesús recibió de su Padre una misión universal y la comunicó a su Iglesia. Precisamente para ello la estableció en el mundo. No hizo otra co-sa que anunciar el Reino de Dios y por eso mandó a sus seguidores hacer lo mismo por todo el universo. Fue el encargo que e l Padre le había dado al ser enviado a la tierra. Presentar lo que es la Iglesia sin referencia a Jesús y a su misión salva-dora es entrar en un error, es como definir la luz sin resplandor. Porque la Iglesia no es una simple sociedad reli giosa sin más, no es una multinacional cristiana. Es un misterio de fe, de s alvación y un sacramen-to ante el mundo que la observa. El drama de muchos cristianos es que se sienten sólo socios de una colectividad y por es o no valoran su gran-deza. Hasta que no lleguen a entender lo que es ser miembros de un Cuerpo Místico y ciudadanos de un Pueblo de Dios, n o podrán experimen-tar el gozo pleno de su ser cristiano. En el Nuevo Testamento, la reunión o grupo de l os seguidores de Jesús, los presentes (mi pequeña iglesia) y los que vendrán. Hasta 114 veces se emplea el término Eclesia (3 en Mateo, 23 en los Hechos, 62 en la Cartas paulinas, 4 en las otras Cartas y 22 en el A pocalipsis) Siempre alude a la "reunión de fieles" ocasional y en un lugar concreto o a la reunión permanente y general, que será el se ntido que se perpetúe a través de los siglos. En ocasiones hace referenci a a una comunidad par-ticular: Rom. 16. 5; Hech. 8, 1; Hech. 1 3 y 14. 26 ; Hech. 19. 32 a 40; 1 Tes. 1.1. Y en ocasiones se refiere a la totalidad de lo s seguidores de Jesús: Mt. 16. 18; Hech. 9. 1. 31; 20. 28; Gal. 1. 13; Efe s. 1. 22; 5. 23 ss; Filip. 3. 6; Col. 1. 18; 1 Tim. 3. 15. Expresiones sinónimas son otras como Pueblo que camina, Barca de Pescador, Pequeño rebaño y Asamblea santa, Reino de los cielos o Reino de Dios (Mt. 13.24; Me. 4.30. Le. 1.33; Jn 3.5) y e xpresiones equivalentes, como Casa de Dios (1 Tim. 3. 15; Hebr. 10. 21; 1 Pe tr. 4. 17) o como Reu-nión de los fieles de Dios (Hech. 2. 44). Estas for mas de hablar abundan también en la tradición eclesial.

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Domingo, día de la comunidad cristiana Los cristianos celebramos con regocijo, oración y descanso el domin-go, por que es el recuerdo de la Resurrección de Je sús. Domingo signifi-ca Día del Señor. En el primer día de la semana jud ía, Jesús venció a la muerte. Los primeros cristianos comenzaron muy pron to a reunirse en ese día para orar y para celebrar con alegría la Re surrección de Jesús y la venida del Espíritu Santo. Son dos mil años los que hemos estado celebrando esa fiesta de amor y de fe. Este tiempo ha dejado una trayectoria de rec uerdos que están aso-ciados al domingo, al día de descanso, de plegaria, de recuerdo. Cada pueblo creyente celebra un día a la semana de desca nso y de fiesta, en parte religiosa y en parte social. Los judíos celebraban y siguen celebrando el sáb ado, séptimo día del calendario del Oriente arameo, recordando el descan so del Creador en el relato bíblico de la creación. Los mahometanos cele bran el viernes, por sus recuerdos de ayuno profético en honor de Alá y de la purificación del mal que realizó el Profeta

Los cristianos tienen una razón más profunda que cualquier otra reli-gión para celebrar el primer día de la Semana. San Jerónimo escribía: "El día del Señor, el día de la Resurrección, el día de los cristianos, es nues-tro día. Es el día en que el Señor subió victorioso . Los paganos lo llaman el día del sol. También nosotros lo haceos así con gusto, pues es el día en el que ha aparecido la luz del mundo y en el que ha amanecido el sol de justicia cuyos rayos traen la salvación." (Homilías pascuales)

Tema 4. Preguntas para responder y comentar

(Escribirlas en media hojita de papel)

Nombre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1. ¿Qué significa la palabra Iglesia? ¿Por qué inte resa entenderla como

comunidad y no solo como una sociedad? 2. ¿? ¿Por qué relacionamos a la Iglesia de hoy con el grupo de discí-pulos que seguía a Jesús? 3. ¿Pensamos que la Iglesia es un Reino en sentid o humano? ¿Por qué identificamos tanto a la Iglesia con la figura del Papa o de los Obispos?

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Catecumenado de Adultos. Confirmación

Tema 5

Pertenecemos a la Iglesia de Jesús

La Pertenencia al cuerpo de Jesús, al cuerpo Mís tico, a la Vid Fecunda, al grupo de los amigos de Jesús. El mismo Jesús, de ntro de su sistema catequístico y pastoral de sentido parabólico, ense ñó a la Iglesia a defi-nirse con metáforas y semejanzas profundas. En los textos evangélicos se reflejan las ideas q ue los cristianos primiti-vos tenían de la Iglesia. Por eso, las comparacione s y metáforas sobre la Iglesia se han multiplicado siempre. Es debido esto a que la Iglesia es un misterio que no entenderemos nunca del todo. Por es o lo explicamos con "aproximaciones". Hermosas y claras son las diez si guientes: - La tierra del Sembrador... Mt. 13. 1-9. - El hogar con vigilancia. Mt. 24. 45-51. - El árbol de mostaza y la artesa con buena levadu ra. Mc. 4. 30-32. - La gran cena. Mt. 22. 1-10. - La posada del samaritano. Le. 30-35. - Las bodas del rey. Le 4. 15-24. - La red barredera. Mt. 13. 46-47. - La casa de los talentos. Mt. 25.14-30. - El edificio sobre roca. Le. 6. 46-49.- - El terreno con muchos jornaleros de mañana y de atardecer. Mt. 20.1-16. Entre las metáforas salidas de los labios de J esús, encontramos algu-nas especialmente tiernas: - La del rebaño, cuyo Pastor bueno es El, dispue sto a dar su vida por sus ovejas y a dejar las noventa y nueve en el apri sco por salvar a la ex-traviada antes de que la devore el lobo enemigo. (J n. 10.11-15) - La del edificio en el que Jesús es la piedra clave del arco, en la cual se apoyan los demás dovelas y sin la cual no hay armon ía. (Mt. 21. 42)

- Incluso la casa del hijo pródigo, en donde si empre hay un padre bueno en espera del regreso. Le. 15. 11- 32.

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En el Apocalipsis, recuerdo especial merece el p asaje en donde se re-cogen estas hermosas palabras: "Y vi la ciudad santa la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios, adornada como una novia se prepara con adornos para su Esposo. Ella es la mora da de Dios en medio de los hombres... Acampará entre ellos. Y ellos ser án su Pueblo y Dios estará con ellos". (Apoc. 21. 2-3 Ciudad santa, nueva Jerusalén, novia adornada, m orada, tienda de campaña, barca, campo, tesoro, etc. son figuras que terminan resumidas en una: es Pueblo elegido y se halla en camino. Los símbolos que nos hablan de la Iglesia nos ac ercan a la voluntad de Jesús de hacer de sus seguidores un grupo bien unid o por el mundo, e compara también con un Templo santo en el cual se e ncuentran los hijos de Dios (Apoc. 21. 3) y en el cual se elevan las or aciones al Señor para recibir la misericordia. Y se la valora como Tienda en donde desciende Dios.

Las metáforas paulinas Son también de excelente y profunda resonancia e clesial. - Con resonancia joánica, se la mira como Jeru salén celestial, patria de los creyentes. (Gal. 4.26). La llama a veces Edific io o Casa de Dios (1 Cor. 3. 9) en la cual se necesitan piedras sólidas y pro tecciones para cuando llegue la tormenta y para que se mantenga firme. - Compara la Iglesia con un Campo de labranza, e n el cual el mismo Dios es el Labrador (1 Cor. 3.9, Rom. 11. 13-26...) . Hay que sembrar y re-gar, hay que esperar el crecimiento y hay que recog er la cosecha cuando la hora llega. - Es una Familia (Ef. 2. 19-22) en la que todos viven al abrigo del Señor, que es Padre y en donde todos se sienten hermanos p or ser hijos del mismo Padre. Sin el sentido metafórico, apenas si podremos va lorar la realidad de la Iglesia en cuanto familia de Jesús, en cuanto Puebl o de Dios y Cuerpo Místico de Cristo.

Lo humano en la Iglesia La Iglesia no es una comunidad puramente interio r y espiritual, ya que sus miembros viven en este mundo y tienen que desen volverse en la tie-rra. En cuanto humana, también la Iglesia tiene ele mentos que requieren acomodo terreno y formas y normas que obligan a ada ptarse al mundo

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Entre esos elementos podemos hablar de personas, instituciones, leyes y lugares y tiempos. Sobre todo en la Iglesia viven y crecen grupos, pe-queñas iglesias, que forman unidad la verdadera Igl esia de Jesús. La Iglesia ejerce su misión en medio de los hom bres, pero precisa, por ejemplo, lugares de culto, que llamamos templos, o recursos humano pa-ra hacer el bien a los necesitados y reclama limosn as. Tiene tiempos especiales como son el domingo y las fiestas religiosas, para orar y para contar con posibilidades de anunci ar el mensaje que lle-va.

Todos los elementos no tienen sentido por sí mi smos (el arte, las tradi-ciones, los usos sociales), sino por el estimulo o cauce que representan para su mensaje y sus valores supremos. La Iglesia es divina por su origen y su por fin alidad, pero es humana por su encarnación en hombres concretos y terrenos. Comunidad de comunidades Hoy tendemos a resaltar el sentido comunitario de la Iglesia. Lo impor-tante en ella no son los cargos, los oficios, los t ítulos, tradiciones, los de-rechos, las demarcaciones o las actividades, las le yes que existen en ella. Lo importante es su mensaje y las presencia de Jesú s en su caminar te-rreno. Lo demás es secundario. El fin de la Iglesia es ayudar a los hombres en la salvación. Esta misión se desarrolla de manera solidaria y nunca aislada. Desde los primeros tiempos se han multiplicado las instituciones que c ontribuyen a este fin: Parroquias, cofradías, asociaciones, movimientos, I nstituciones piadosas, congregaciones religiosas y fraternidades. Los cristianos saben respetar las venerables tra diciones, como también lo hacen con las personas y con sus oficios dentro de la Iglesia. También saben ayudar a quienes más se comprometen en la ani mación espiritual de los otros o a quienes se entregan silenciosament e a los servicios de caridad. Incluso, convencidos de que son realidades human as queridas por Dios, saben respetar las limitaciones y las discrep ancias.

Nueva visión de la Iglesia. En la medida en que podamos sentirnos miembros vivos de la Iglesia, seremos de verdad cri stianos. Para ello ten-dremos que superar la simple mirada "clerical" de l a Iglesia. Lo lograre-mos si avanzamos con mirada "comunitaria".

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Muchos cristianos no han comprendido lo que es l a Iglesia. La identifi-can con el Papa, los Obispos, los sacerdotes, los r eligiosos. Piensan en una Iglesia distante, señorial, falsa, "clerical". Es el fruto de una mala educación de su fe. Es preciso reeducar sus criterios y sus sentimie ntos y ayudarles a revi-sar su visión de iglesia. En ella todos somos ¡gual es y vivimos del amor de Jesús. Para ello hemos recibido el signo de su a mor, que es el Bautis-mo. Y todos tenemos el mismo destino, que es la sal vación.

Tema 5. Preguntas para responder y comentar

(Escribirlas en media hojita de papel)

Nombre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1. ¿Qué significa pertenecer a la Iglesia? ¿Equival e el pertenecer a una

iglesia con pertenecer a sociedad religiosa? 2. ¿Qué implica esa pertenencia? ¿Deberes, derec hos, beneficios? 3. ¿Se puede pertenecer a varias Iglesias, a vari as confesiones cristia-nas, a la vez y cumpliendo bien con todas?

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Catecumenado de Adultos. Confirmación

Tema 6

MINISTERIOS EN LA IGLESIA

La voluntad de Jesús respecto a la Iglesia fue que continuara su labor en el mundo. Si el vino a servir y no a ser servido , sus discípulos se habrán de caracterizar por el sentido del servicio a todos los hombres. ¿Qué podemos y debemos dar a la Iglesia y que d ebe dar la Iglesia al mundo? Es nuestra gran pregunta de creyentes. La Iglesia ante el mundo Un gran documento del Concilio Vaticano II pres entó la acción ilumina-dora de la Iglesia en el mundo actual. Es la hermos a Constitución Pastoral que lleva por título "Gozo y Esperanza" (Gaudium et Spes) y fue aprobada el 7 de Diciembre de 1965. Es ese documento el Conc ilio Vaticano II, y con él toda la Iglesias, se definía ante los hombres co mo mensajera y como servidora.

El documento refleja el mensaje y el testimonio que la Iglesia quiere ofrecer ante los problemas del mundo moderno: - Alude a los profundos cambios de la cultura, de la ciencia, de la civili-zación. - Explora lo que la fe cristiana puede ofrecer a l hombre desconcertado de hoy. - Reclama el reconocimiento universal de la dign idad de la persona humana y de sus derechos radicales. - Analiza las dificultades espirituales del homb re y de la sociedad: ateísmo, desconcierto, libertad, inmoralidad. Ilumi na la actividad humana: económica, técnica, social, a la luz de los princip ios cristianos. - Sugiere análisis profundos sobre cuestiones ca pitales, como la familia y el matrimonio, sobre los reclamos del progreso y de la economía, sobre los nuevos estilos de vida, las discriminaciones fr ecuentes en la actuali-dad, el trabajo y el ocio, los desafíos de la comun idad política, los riesgos de la guerra y los anhelos de la paz. - Abre la visión de los creyentes a los desafíos de un mundo intercomu-nicado y afectado por diversas revoluciones como la tecnológica o la de-mográfica. - Reclama la esperanza como necesidad del corazón humano y solicita la confianza en el hombre como protagonista de su hist oria y de la vida.

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No sería suficiente contemplar a la Iglesia tal como se ve a sí misma, si queremos una visión correcta de la misma. Puesto qu e el mismo Jesús la configuró como mensajera del Reino de Dios en el mu ndo, ella estudió en el Concilio las circunstancias de cada momento hist órico y de cada lugar. El Documento es un gesto de ilusionada confian za en el hombre real. "El Concilio quiere dialogar con toda la familia hu mana acerca de /os pro-blemas, quiere aclararlos a la luz del Evangelio y pone a disposición del género humano el poder salvador de la Iglesia, que ella ha recibido de su Fundador." (Gaudium et Spes. 3) Ministerios eclesiales. Con la perspectiva general expuesta, resulta fác il entender que, también en la Iglesia, Dios quiere que cada uno aporte sus capacidades, disponibi-lidades y afectos en la dirección que mejor respond a a los reclamos humanos. El Catecismo de la Iglesia Católica dice a los cristianos: "Todos los fieles, también los laicos, están encargados po r Dios del Apostolado en virtud del Bautismo que han recibido y de la Con firmación que les ha fortalecido. Por eso tienen la obligación y gozan d el derecho, individual-mente y agrupados en asociaciones, de trabajar para que el mensaje divi-no de la salvación sea conocido y recibido por todo s los hombres y en toda la tierra”. Es interesante el advertir que la Iglesia dice a los cristianos que se con-firman que este sacramento no es un rito sin más. E s la puerta a mejores y más amplios servicio para los hermanos en la fe q ue con uno viven. Y es que la Iglesia se entiende y define a sí misma c omo un espacio de fra-ternidad y servicio y no como una sociedad de gente s que creen lo mismo o piensa de la misma forma. Variedad de ministerios. La Iglesia siempre ha invitado a sus miembros a servir a los hombres en sus trabajos humanos; pero también les ha reclamado para que añada, con desinterés y generosidad, los diversos esfuerzo s que pueden realizar por los demás por caridad y sin buscar rentabilidad . Y son muchos los cristianos que responden entreg ando toda o parte de su vida a una labor apostólica y solidaria con los demás.

Las posibilidades de servicio son muchas y muy variadas. Hay sitio en la Iglesia para todos los que quieran trabajar por los demás. Los ministe-rios son variados, cautivadores, multiplicadores de la vida la cristiana y de la fe.

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1. Hay “Ministerios de Caridad”. Se pueden denominar así a todas aquellas tareas que benefician a los hombres en sus necesidades materiales, morales y es pirituales, cuando no se hallan satisfechas en los mínimos imprescindi bles para le existen-cia humana digna. - Atención de enfermos y moribundos. - La limosna a los necesitados. - El cuidado de expósitos, huérfanos, ancianos y marginados. - El servicio de los indigentes, transeúntes y e migrantes, refugiados. - La ayuda a los desempleados, marginados y enca rcelados. - El consuelo de tristes, fracasados y angustiad os, etc. Son ministerios tiernamente reflejados en las pa labras de Jesús: "Venid a mi todos los que estáis afligidos y yo os aliviar é" (Mt. 11.28). 2. Hay “Ministerios de la Palabra”. Se presentaron siempre paralelos a los servicios de la caridad. Son los que sitúan la proclamación del mensaje revelado por Dios en el centro de las inquietudes apostólicas. El mandato misional del mismo Jesús (Mt. 28. 20) , es el inspirador de ministerios como los siguientes: - Evangelización o primer anuncio misional a paga nos e increyentes. - Predicación o proclamación de la verdad a todos los hombres. Homilía o celebración litúrgica de la Palabra recibido de D ios y ofrecida a los her-manos para hacerla vida. - Educación cristiana, con la instrucción profana y sobre todo con la formación religiosa. - Catequesis, sobre todo de niños y jóvenes, como proceso de iniciación en la fe y en la vida cristiana, sobre todo con ref erencia a los sacramentos querido por el mismo Jesús. - Promoción de la prensa y de los medios audiovi suales puestos al ser-vicio de la fe, pues tanto pueden influir para bien o para mal. Estos ministerios se hallan especialmente vincul ados al mandato que Jesús dio a sus seguidores de ir por todo el mundo anunciando el Reino de Dios

3. Hay “ Ministerios de la plegaria” Son los promotores de la Liturgia y de la celebr ación de los sacramen-tos y de los recuerdos del Señor. Tienen en común l a promoción de la vi-da de oración y de fe; y se desenvuelven con la pro moción de encuentros fraternos, de convivencias espirituales, de movimie ntos y asociaciones que buscan promover mejor vida evangélica.

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Son ministerios de oración y plegaria, de encuent ro y celebración, entre otros: - La vida contemplativa como testimonio de Dios a nte los hombres del mundo y como recuerdo de lo trascendente. - La promoción de la liturgia y de las celebracio nes religiosas cristianas. - La animación sacramental en el pueblo cristiano , sobre todo en refe-rencia a los sacramentos que requieren una especial preparación. - El culto eucarístico: adoración, participación, comunión, por ser la Eu-caristía el sacramento de la presencia de Dios mism o entre los hombres. - También la animación de movimientos penitenciale s y grupos reparado-res. La pregunta para todo cristiano maduro no es si s e puede hacer algo por lo demás, si en el mundo hay necesidades. O si es p osible trabajar para el bien de la humanidad. La pregunta es: Qué espera Di os de mí… qué debo hacer yo por los demás.

Tema 6. Preguntas para responder y comentar

(Escribirlas en media hojita de papel)

Nombre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1. ¿Qué ministerio de los citados es más importante en la Iglesia? ¿Y

qué ministerio me parece a mi más urgente 2. ¿Cómo explico yo que haya muchos cristianos p iadosos y buenos y haya tan pocos que dan el paso al ministerio en alg ún sector concreto de su parroquia, de su comunidad o de su lugar de vida ? 3. ¿Pensamos que servir a los demás es una cosa l ibre para lo que nos guste o es un deber de conciencia, a la luz de la f e?

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Catecumenado de Adultos. Confirmación

Tema 7

Jesús quiso una Iglesia con Sacramentos

Jesús hizo muchos gestos, muchos signos durante su vida terrena. Desde el nacimiento en un portal de pastores y anim ales, hasta la despe-dida lavando los pies a sus discípulos. Era normal que nos dejara un gran recuerdo para que le siguiéramos recordando con sig nos y con gestos. Esto son los sacramentos: herencia de los gestos y de los signos de Jesús. La palabra "sacramento" significa "cosas sa ntas" (sacer, sagrado) y, por lo tanto alude a objeto, acción o estado rel ativo a la santidad. Los griegos cristiano empleaban el término misterio, (a lgo oculto, secreto) para decir lo mismo. Lo siguen empleando. Son más imaginativos. En occidente se habló de sacramento desde el principio .

Los romanos, ya en el siglo I, usaban ese térmi no en ocasiones con sentido militar de "juramento secreto", o acto jura mentado, como la jura de bandera o el ascenso de un capitán a una misión reservada. En el uso jurídico se aludía a fianza o compromiso jurado. La palabra sacramento viene de ahí. Los griegos, en cuya lengua se escribió el Nuev o Testamento, los lla-maban misterios. La idea que hay debajo viene del m ismo Jesús que qui-so para su Iglesia signos sensibles, gestos, accion es, que se vuelven san-tas por ser cauces de la gracia divina y la intenci ón misteriosa que hay en ellas, la cual supera la mera acción material. Concepto religioso Ya en el siglo III se usó el término con sentid o religioso y se aludía con él al acto o gesto que produce santidad, como el ba utismo o la eucaristía. Por eso, para los cristianos, significaba la idea d e sacramento el cauce de la acción misteriosa de Dios, que es él único que d a la gracia. Aparece con frecuencia en los escritos del Nuevo Testamento y ocasionalmente en algún libro del Antiguo. En la traducción de S. Jerónimo de la Biblia, la Vulgata, convierte el término griego “misterio” en el latino “sacramento” y recuerda hechos bíblicos (Tob. 12, 7; Dan. 2. 18 y 4, 6; Sab. 2. 22 y 6, 24) que son cauces de la gracia y de la amistad divina. De las 28 veces que aparece en el Nuevo

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Testamento el término "misterio", no siempre lo tra nscribió por "sacra-mentum" cuando lo puso en latín. A veces usó el tér mino de “acción san-ta”, de “signo” o de misterio. Un significado especial del término "sacramento" es el de acontecimien-to salvador y santificador de Jesús, como redentor misterioso y amoroso de los hombres. Así lo dice San Pablo en varias oca siones: Ef. 1. 6.; Col 26. Los primeros escritores tendieron a llamar sac ramento a toda la reli-gión cristiana, en cuanto ésta es una suma de verda des e instituciones misteriosas. Pero también lo aplicaron con frecuenc ia a los ritos de culto que los cristianos realizaban.

La realidad sacramental de “signos sagrados” qu edó precisada en el Concilio de Trento, cuando se salió al paso de las actitudes más subjeti-vas y fragmentarias de los Reformadores, llamados p rotestantes. No for-muló este Concilio una definición dogmática, pero l o presentó como " sig-no visible de una realidad sagrada e invisible, que es la gracia ." Y declaró que los signos sacramentales queridos por Cristo fu eron siete y sólo sie-te, sin que se pueda pensar en ninguno más. Es el Catecismo Romano el que explicó definitiva mente el sacramento: "Una cosa o acción sensible que, por institución div ina, tiene la virtud de significar y operar la santidad y justicia, es deci r la gracia santificante ." (Sesión III. 8). Y hoy, en el Catecismo de la Iglesia Católica de Juan Pablo II, cinco si-glos después, se dicen palabras similares: “ Sacramento es lo que da la gracias a los seguidores de Jesús” Rasgos sacramentales Según este Catecismo, son tres los rasgos del co ncepto de sacramento: un signo exterior y sensorial, que significa la gra cia; la acción misteriosa de producir la gracia santificante por Dios; la ins titución por Jesucristo de ese signo, gesto o acto. Los signos sacramentales no son las cosas o las acciones: agua, pan, crisma, etc., sino “las cosas unidas a las palabras y a las intenciones”. Por eso no son los signos los que definen su conten ido religioso o su significación espiritual, pues lo natural por sí no puede dar lo sobrenatu-ral, sino la referencia divina, la institución por Cristo, que es lo que hace a la realidad natural producir tales efectos. Además, se insiste por parte de diversos autore s y teólogos que no son realidades teóricas y especulativas, las que dan la gracia sino las accio-nes intencionales sencillas, eficientes y prácticas .

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Efectos de los Sacramentos Dios quiso que existieran estos signos sensibles para concedernos su gracia, de una forma incipiente (Bautismo o Peniten cia) si no se tiene, o de una forma proficiente (Confirmación, Eucaristía, Unción de enfermos) si ya se posee; o incluso, de una forma relativamen te perfectiva o culmi-nativa (Orden, Matrimonio) cuando se llega a cierta plenitud de vida en la comunidad eclesial. Los sacramentos confieren la gracia santificante, o amistad con Dios, a quienes los reciben. La dan de forma inicial (Bauti smo), la confirman de una manera perfectiva (Confirmación), la restauran si se pierde por el pe-cado (Penitencia) o la incrementan de manera progr esiva con su recep-ción (Eucaristía). Es la enseñanza de la Iglesia desde los primeros momentos y es la per-suasión que se ha defendido siempre contra cualquie r hereje que haya dudado de esta realidad. La concesión de la gracia la encontramos en múltiples texto del Nuevo Testamento, aunque es el Bautismo el que más fue señalado como fuente de justificación: 2 Tim. 1 . 6; Jn 3. 5; Tit. 3. 5; Ef. 5. 26; Jn. 20. 23; Sant. 5. 15; Hech. 8. 17; Sant 6. 55. Con la gracia divina general, los sacramentos c onceden o aumentan todos aquellos dones con ella vinculados: los dones del Espíritu Santo, los méritos sobrenaturales, las virtudes infusas o regaladas de fe, espe-ranza y caridad. Sacramentos y vida La religión cristiana es sacramental por volunt ad del mismo Cristo. Es decir, Dios quiso que hubiera unos cauces humanos y sensibles para comunicarnos su gracia por su medio. Es importante asumir esta eco-nomía de salvación que Dios determinó. Podía haber sido otra, pero la realidad es lo que es y no lo que podía haber sido. La conveniencia de instituir signos sensibles de l a gracia se escapa nuestro razonamiento. Pero se asume bien cuando nos damos cuenta de la condición sensible que los hombres tenemos y de lo difícil que resulta llegar a situaciones de abstracción elevada en la m ayor parte de las per-sonas sencilla. Por eso Cristo quiso acomodarse a sus seguidore s y les dio los apoyos sacramentales que reflejaran, en los sentidos, sus riquezas interiores. Cada sacramento tiene una finalidad querida por Cristo. Unos son de frecuente recepción. Otros se reciben sólo una vez y son el comienzo de una nueva vida y la causa de un nuevo estado en la comunidad cristiana. El buen cristiano sabe ver en acciones y objetos ta n sensoriales el miste-rio de Dios que en ellos late.

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Un aspecto decisivo de los sacramentos es que no han sido inventados o instituidos por la Iglesia, sino queridos por el mismo Jesús. Y es claro en la Iglesia que Jesús quiso éstos y sólo estos, l os siete, que la Iglesia trasmite. De algunos, como la Eucaristía, nos quedan entraña bles testimonios evangélicos, claros, precisos y contundentes. De ot ros, como la Unción de los enfermos, no hay referencias explícitas en e l Nuevo Testamento. Sin embargo, la Iglesia nos enseña que todos los Sacramentos del Nue-vo Testamento fueron instituidos directamente por J esucristo y lo declara verdad de fe. Necesidad de los sacramento Algo parecido podríamos decir sobre la necesidad de los Sacramentos para la vida cristiana. Cristo podía haber prescind ido de ellos y establecer otras formas de comunicación de la gracia. Sin emba rgo, quiso esta de los signos sensibles como instrumentos y cauces. Conocida la voluntad del Señor, lo importante es someterse a ella, no discutirla o tratar de razonar sobre ella. Con tod o resultan interesantes determinadas aclaraciones. También es bueno recordar que la Iglesia a lo lar go de los siglos ha ido estableciendo otros signos sensibles con motivación religiosa. Son los sacramentales: procesiones, fiestas, luces y velas, cantos y plegarias, imágenes religiosas, ornamentos, gestos y posturas , agua bendita y bendiciones, etc. Todos ellos son acciones buenas q ue nos ayudan a vin-cularnos con lo espiritual y con las cosas de Dios.

Tema 7. Preguntas para responder y comentar (Escribirlas en media hojita de papel)

Nombre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

1. ¿Usamos en nuestro lenguaje con frecuencia la palabra sacramento y la palabra misterio? ¿Por qué a la primera la asoci amos a lo religioso y la segunda no?

2. ¿Consideramos un don o una carga el que ya si ete sacramentos y que debamos recibirlos en nuestra vida para ser cri stianos… bautismo… confirmación… eucaristía… matrimonio? 3. ¿Si hubieras puesto tú un sacramento más, ¿cuá l habrías colocado? ¿Por qué y para qué?

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Catecumenado de Adultos. Confirmación

Tema 8

Bautismo, signo de pertenencia

Bautismo (del verbo griego baptizein, sumergir) es, en las iglesias cris-tianas, el rito de iniciación, administrado con agu a, en nombre de la Stma. Trinidad (Padre, Hijo y Espíritu Santo) o en el nom bre de Cristo, como afirma San Pablo, dejando implícita la Persona del Padre y la del Espíritu Santo. El Catecismo Romano lo define como " Sacramento de la regenera-ción administrado por el agua y la palabra. " (II. 2. 5).

Es el primero de los sacramentos, por cuanto nos abre a la vida cristia-na y nos posibilita la pertenencia a la Iglesia. Lo s primeros cristianos lo consideraban como el encuentro inicial con Cristo y el signo de la con-versión. Ello significaba que, con el Bautismo, dej aban las costumbres y las formas de vida paganas y se iniciaban en la vid a de los seguidores de Jesús. Es de suponer que pronto comenzaron a exigir una buena prepa-ración y que intentaron que se administrara el Baut ismo envuelto en ale-gría.

A medida que la primitiva Iglesia fue bautizando a los hijos que nacían en el seno de los hogares ya cristianos, los niños crecían en la piedad y en el conocimiento de Jesús. Pero debían hacer un a cto de consciente aceptación del mensaje evangélico cuando llegaban a ser mayores. En-tonces se comenzó a valorar la Confirmación, o ace ptación consciente y firme de la fe recibida y de los compromisos asumid os por el Bautismo.

Se actualizó el deseo de Jesús, que también fue el que hubiera un signo de Confirmación, un sacramento de fortalecimiento y de plenitud, como después enseñaría la Iglesia. Entonces fue cobrando importancia también la administración del Sacramento de la Confirmación . Pero acaso esto no fue antes del siglo IV o V, cuando ya la mayor part e del Imperio había asumido el cristianismo.

La acción de bautizar

Los Apóstoles entendieron desde el primer moment o lo que implicaba el Bautismo como gesto y lo prodigaron entre todos los que se les unieron para reconocer el carácter mesiánico del Señor Jesú s: Hech. 2. 38 y 41; 8. 12; 8. 36; 9. 18; 10. 47; 16. 15 y 33; 18. 8; 19. 5 ; 1 Cor. 1. 14. Fue la etapa

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kerigmática de la Iglesia, en la que el Bautismo er a la expresión de una adhesión a Jesús y de un compromiso de nueva vida. Pronto el Bautismo se fue haciendo más exigente en cuanto a prepara-ción y se reclamó una claridad de intenciones y de doctrina para unirse a la comunidad creyente. Los compromisos cristianos s ignificaban algo más que mera confesión. Todos recordaron las enseña nza de Jesús: " No el que dice Señor entre en el Reino de los cielo, s ino el que cumple la vo-luntad del Padre. " (Mt. 7.21) Tal disposición se advierte en los primeros escrit ores cristianos del siglo II, e incluso del I: Didajé 7; Epístola de Bernabé 11. 1; San Justino, mártir, Apol. 1. 61. La más bella explicación sobre las exi gencias del Bautismo la daba Tertuliano, hacia el año 200 cuando decía que era “el injerto en Cris-to, la compenetración con su espíritu, la entrada d e Dios en nosotros” El Catecumenado se centró en la preparación del Bautismo desde la perspectiva de la fe y de los conocimientos cristia nos. Es S. Hipólito de Roma el que mejor nos recogió las ceremonias (en su Traditio Apostólica) y justificó el porqué de la formación cristiana com o preparación a la acep-tación de la fe. En algunas cristiandades, como en Milán con S. Ambrosio (De sacr. Il. 7. 20), unieron el Bautismo estrecham ente con el Símbolo apostólico. Se hacía al bautizando tres veces la pr egunta de si creía las verdades que en el Credo se contenían. A cada confe sión de fe por su parte, se le sumergía en la piscina bautismal. Así has tres veces, en refe-rencia a las tres partes del Credo que confiesan la fe en las tres Personas.

Así lo vio la Iglesia

Jesús quiso que el Bautismo fuera la señal de in greso en la Comunidad que dejó al marchar de este mundo. No basta conside rarlo sólo como un elemento purificador del pecado original. Es mucho más. Es la puerta de la fe. Después de 2.000 años, la Iglesia sigue viv iendo la misma ilusión del comienzo: cumplir con la voluntad del Señor y a brir la luz de la fe a todos los hombres de buena voluntad. En lo esencial no se hace otra co-sa hoy que lo hecho por los primeros cristianos. El Bautismo era con frecuencia llamado iluminaci ón en la Iglesia primi-tiva. Vino a ser considerado también como la renunc ia al mundo, al de-monio y la carne, así como un acto de unión a la co munidad de la Alianza. "El que no naciere [Vulgata: renaciere] del agua y d el Espíritu [Vg: del Espíritu Santo] no puede entrar en el reino de Dios ." (Jn. 4. 4.). Por eso la Iglesia siempre entendió el Bautismo como el sello de los elegidos por Dios para el Reino de su Hijo y le siguió presentan do como tal a lo largo de la Historia.

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Efectos del Bautismo El Bautismo es una fuente de gracia. La Iglesia lo miró siempre como el gran don, el primero, el permanente, el transforman te, de Jesús a los hombres, transmitido por sus manos misioneras.

Los Catecismos de todos los tiempos resaltaron la idea de que el bau-tismo es el signo primero y fundamental del perdón divino y de la unión con Dios. El de Juan Pablo II dice: " El Bautismo es el fundamento de toda vida cristiana, es la portada de la vida en el espíritu y la puerta que abre el ac-ceso a los demás sacramentos. Por él nos hacemos hi jos de Dios ." (Nº 1213)

1. Perdona el pecado original. Ello significa que t ermina en nosotros el imperio del mal que nos dominaba desde el pecado de nuestros primeros padres y que nos afectó profundamente. Gra cias a la muerte redentora de Jesús, el Bautismo se convirtió en llave de re-cuperación, que es lo mismo que justificación y la santificación.

2. Perdona el pecado personal. Como somos también pecadores, o

podemos serlo, por nuestra debilidad y nuestra libe rtad, también el Bautismo otorga el perdón de cualquier culpa o pena que se tenga en el momento de recibirlo.

3. Y no sólo destruye el pecado en cuanto culpa, esto es como ofen-

sa y enemistad para con Dios, sino en sus efectos secundarios que los teólogos llaman "pena", es decir necesidad de reparar, con la penitencia en esta vida o con la purificación po sterior a la muer-te, el mal realizado.

Esto significa que en el momento del Bautismo e l hombre queda espe-cial y totalmente purificado del pecado. Es efecto misterioso, pero ha sido siempre enseñando así por la Iglesia. La doctrina d e S. Pablo afirma que con el Bautismo el hombre viejo muere y amanece el nuevo hombre en el Señor Jesús. (Rom. 6.3.) El primero que habló de e sta visión bautismal fue Tertuliano: " Después que se ha quitado la culpa, se quita tambié n la pena." (De bapt. 5). Y San Agustín repitió tal enseñanza con decidido go-zo. (De pec. merit. II 28) Da la gracia santificante Esta gracia significa que nos hace hijos amados de dios, que nos hace participar de su felicidad eterna y de su misma nat uraleza, que nos con-vierte en herederos del cielo. La gracia es don y e l acceso a ella lo llama-mos justificación. Es decir, devuelve el estado de justicia y santidad que el hombre poseía antes del pecado original.

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Lo devuelve como en germen, pues los efectos de aquel estado (caren-cia de concupiscencia, inmortalidad, ciencia infusa ) no regresan con el perdón del pecado. El cultivo de esa semilla divina tiene que ser labor posterior del bautizado. Por eso solemos decir que la justificación cons iste en algo negativo: destruye el pecado, no solamente lo oculta (como di ce el protestantismo); pero también tiene una dimensión positiva: da la a mistad y la limpieza total del alma.

Tema 8. Preguntas para responder y comentar

(Escribirlas en media hojita de papel)

Nombre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1. ¿Qué significa el Bautismo para los demás cris tianos que nos rode-an? ¿Qué significa para nosotros? 2. ¿Discuten algunos en tu entorno sobre si es conv eniente bautizar a

los niños de muy pequeños? ¿Qué dices tú al respect o? 3. ¿Se dice que el Bautismo da la gracia santifican te, al borrar el peca-

do original? ¿qué es pecado original y qué es graci a?

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Catecumenado de Adultos. Confirmación

Tema 9

Eucaristía y Celebración de la comunidad.

El cristianismo posee un dogma y un misterio si ngular que no tiene compa-ración con ningún dogma o misterio de las demás rel igiones de la tierra. Es la Eucaristía. En ella está la presencia sacramental d el mismo Cristo en las comu-nidades de sus seguidores.

Los datos de este misterio y dogma son asombrosos: - El mismo Jesús, Hijo de Dios, se mantiene en s us templos, iglesias y capi-

llas, en donde se venera de modo especial en el alt ar. Se conserva una "reser-va" del pan ofrecido y transformado en el sacrifici o eucarístico.

- Los enfermos, presos y necesitados pueden benef iciarse de la unión total

con sus hermanos a través de él. Y se aprovecha su conservación para venerar-lo como recuerdo vivo del Señor. Se mantiene en un sagrario o depósito, que actúa como de santuario. Y muchos creyentes multipl ican sus muestras de respeto al Señor allí presente de manera misteriosa y real. A lo largo de la Historia ese culto eucarístico ha multiplicado las muestras artísticas de todo tipo y, sobre todo, los gestos de fe y de plegaria con este motivo.

- Los cristianos acuden a la celebración de la Eu caristía cada domingo y las

iglesias se llenan de personas creyentes que oran y recuerdan a Jesús, y no simplemente "cumplen con la Iglesia" asistiendo a e se acto religioso.

- Se celebra con devoción en muchos ambientes el re cuerdo de ciertos días

como el Jueves Santo, en el cual Jesús celebró la P ascua con los discípulos - Muchos grupos cristianos adultos y juveniles sele ctos se reúne para cele-

brar el Sacrificio de la Eucaristía y sienten la pr esencia del Señor en medio de ellos.

- Se han multiplicado en la Historia las devocion es y las tradiciones eucarís-ticas. Su han promovido cofradías y asociaciones pa ra adorar al Señor oculto en las especies de pan y de vino. Se multiplican lo s actos religiosos que tienen como centro a Cristo presente en el altar.

Sacramento de amor

Hay quien puede sentir dudas de que sea tan re al la presencia de Cristo en

medio de sus seguidores. Pero son muchos lo que cre en en ella y llaman al signo sensible de esa presencia, el pan y el vino, el sacramento del amor. Acep-tan con fe la realidad del milagro y del misterio.

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La presencia de Jesús en las especies eucarístic as de pan y de vino, subs-

tancias reales antes y apariencias o accidentes des pués de la transformación, se realizó cuando El mismo se lo comunicó a sus Apó stoles en la última Cena.

Interesa recoger cómo lo refleja el Evangelio, p ues es la fuente de nuestra fe

en tan singular misterio. Si el mismo Jesús no lo h ubiera dicho con claridad, nos costaría mucho concebir una maravilla semejante .

S. Lucas lo relata así: "Cuando llegó la hora, Jesús se puso a la mesa con

sus discípulos. Entonces les dijo: Cuánto he desead o celebrar esta Pascua con vosotros antes de mi muerte! Pues os digo que no vo lveré a comerla hasta que la realice en el Reino de Dios.

Después tomó pan, dio gracias a Dios, lo partió y se lo dio a los discípulos diciendo: Tomad esto y comed todos de ello, pues es to es mi cuerpo, que será entregado por vosotros. Haced siempre esto en recue rdo mío.

Y lo mismo hizo con la copa, después de haber ce nado, y les dijo: Esta copa es la nueva alianza, confirmada con mi sangre y que va a ser derramada." (Lc. 22. 19-20)

Los otros evangelistas añaden algunos pormenores . S. Mateo y S. Marcos

dicen sobre la distribución del cáliz: " Bebed todos de él, porque esto es mi sangre, que va a ser derramada por todos para el pe rdón de los pecados. No volveré a beber del fruto de la vid hasta el día en que lo beba de nuevo con vosotros en el Reino de mi Padre " (Mc. 14. 23-26 y Mt. 26. 27- 30)

Los datos fundamentales de la institución de la Eu caristía se hallan lo sufi-

cientemente claros para entender que Jesús quería d ejar algo más que un recuerdo, pero que fuera también "memorial de prese ncia", a los seguidores.

Y ese memorial lo escondió en el pan y en el vino que les repartió y que le

indicó que los repitieran y los repartieran siempre : "Cuantas veces hiciereis esto, lo haréis en memoria mía. " (Lc. 22.19).

Es emocionante cómo describe la Eucaristía el a póstol Pablo. A los herma-nos de Corinto les dice: " Os voy a relatar una tradición que yo recibí del Se ñor. Y es que el mismo Señor Jesús, en la noche en que i ba a ser entregado, tomó pan, dio gracias, lo partió y dijo: "Esto es mi cue rpo. Os lo entrego por voso-tros. Haced esto en memoria mía". Y del mismo modo, después de cenar, tomó la copa y dijo: "Esta copa es la nueva alianza sell ada con mi sangre. Cada vez que bebáis de ella, hacedlo en memoria mía". Por es o, cada vez que coméis de este pan o bebéis de este cáliz, estáis proclamando la muerte del Señor, en espera de que El venga.

Por lo mismo, quien come de este pan y bebe de e sta copa de manera indig-na se hace culpable de haber profanado el cuerpo y la sangre del Señor.

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Examine cada uno su conciencia antes de comer de l pan y de beber de la copa. Quien come y bebe sin tomar conciencia de que se trata del cuerpo y de la sangre del Señor, come y bebe su propio castigo. Y ahí tenéis la causa de tantos achaques y enfermedades, e incluso muertes, que se dan entre voso-tros ." (1 Cor. 11.20-30)

Sacramento de presencia Lo más significativo de la celebración de la Euc aristía es la presencia del

Señor. Jesús siempre está espiritualmente con aquel los que le aman y creen en él. Lo está en cada persona que vive en gracia, es decir en su santa amistad. Y lo está en cada comunidad que refleja y encarna gru palmente la Comunidad total de su Iglesia.

Pero, en la Celebración eucarística, su presenci a se hace más sensible, más significativa, más testimonial y más misteriosa. To do esto significa la palabra "sacramental", a la que aludimos para reflejar el h echo de que se halla realmen-te en las especies o apariencias del pan y del vino , una vez que han sido "con-sagradas" por las palabras santas del que preside l a Asamblea, que sólo puede serlo el que haya sido "ordenado" para esta función litúrgica y eclesial. Esta presencia no es fácil de aceptar, si no se tiene fe . No es posible de comprobar, pues es un hecho misterioso que está más allá de nu estros sentidos. Pero sabemos que así es, pues el mismo Jesús lo dijo con claridad. La Iglesia, desde la palabra de Jesús, así lo enseña.

Las palabras sagradas que el ministro celebrante pronuncia en el momento de la consagración, en la Eucaristía, son las únicas v álidas para garantizar esa presencia. Son las mismas que Jesús pronunció: " Esto es mi cuerpo... Este es el cáliz de mi sangre... "

Desde antiguo se ha llamado "transubstanciación", o transformación sus-tancial, al cambio del pan y del vino en el cuerpo y sangre de Jesús. Los acci-dentes o apariencias siguen idénticos después del h echo, pero la realidad es otra diferente, aunque los sentidos no lo perciben. Allí está Jesucristo para quien quiera verlo con los ojos de la fe. Para rea lizar este milagro sobrenatural es preciso estar revestido del carácter sacerdotal que concede el Sacramento del Orden. Por eso, sólo el sacerdote puede celebra r auténticamente la Euca-ristía. Sólo él puede ser ministro de esta singular conversión sustancial.

El dogma

Cristo está presente en el sacramento del altar por transubstanciarse el pan y el vino en su cuerpo y en su persona. Hay qu e ahondar en esta realidad, pues tenemos cierta inclinación a identificar el pa n con su cuerpo y el vino con su sangre, olvidando que el dogma y el misterio rec laman la unidad: pan y vino se hacen " cuerpo, sangre, alma y divinidad ", es decir todo Jesucristo.

Es evidente que este dogma exige fe. Y que la tr ansubstanciación, el cam-bio de sustancia, sólo por la fe es admisible. Ni l a Física ni la Filosofía bastan

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para entenderlo. La Física conduce a una visión exp erimental: nada cambia en las estructuras materiales del pan antes y después del milagro trasformador (almidón en forma de harina cocida había en el pan y agua, pigmentos, alcohol, había en el vino).

Exactamente lo mismo se percibe en ambos elementos después. La Filosof-ía: la metafísica, la lógica, la psicología o la so ciología, pueden multiplicar sus argumentos en favor o en contra de la posibilidad d e este hecho. Pero nada en firme puede concluir la razón por escaparse de sus argumentos de cualquier explicación empírica.

Se trata de un "misterio" de fe y no de un "aconte cimiento". La razón termi-na allí donde empieza lo sobrenatural. Por eso no e s bueno discutir ni razonar demasiado sobre cómo es posible que Cristo se escon da en las especies de pan y vino

Es mejor asumir con sencillez el misterio y cultiv ar una piedad sencilla, humilde, serena y solidaria con los demás creyentes . Esa actitud se manifiesta ante el templo que acoge el pan convertido en cuerp o de Cristo, en las prácticas de la Iglesia, en la eucaristía de cada domingo, en el respeto al hablar de las cuestiones que se relacionan con el alta y sus mini stros.

La Eucaristía es el misterio cristiano que más une a los cristianos. Y es el que más aleja a los incrédulos, incapaces de asumir con humildad las mismas palabras de Cristo: “ Esto es mi cuerpo. Este es el cáliz de mi sangre”

Tema 9. Preguntas para responder y comentar (Escribirlas en media hojita de papel)

Nombre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

1. ¿Usamos la razón o usamos la fe cuanto hablamos o pensamos en la

Eucaristía?

2. ¿Consideramos un don maravilloso el don de Je sús de quedarse en el pan y en el vino o lo miramos como un rito más, sin especial significa-ción? 3. ¿Oramos en ocasiones ante un altar silencioso en donde se halla guarda la Eucaristía?

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Catecumenado de Adultos. Confirmación

Tema 10

PENITENCIA Y CONVERSION

Es un sacramento querido por Jesús para purificar del pecado y actualizar la

gracia del Bautismo. El gesto del perdón penitencia l es el signo sensible por el cual se nos concede el perdón de los pecados en nom bre del Señor Jesús; pero por intermediación de la Iglesia, que lo administra . Como sacramento posee capacidad sobrenatural de otorgar la gracia divina mediante el perdón del peca-do.

Se estructura en un signo sensible que ha sufrido oscilaciones a lo largo de los

siglos, pero que ha mantenido el rasgo esencial: re conocimiento del pecado por parte del pecador y declaración del perdón por part e del ministro.

Naturaleza Sacramental

Es un sacramento que enlaza tres rasgos: el sign o, el arrepentimiento y el

perdón. El signo es algo visible, contingente, que podía haber sido diferente, pero que, querido por Jesús, refleja la manifestaci ón del arrepentimiento y la declaración del perdón.

Por una parte penitencia (tener pena) es el dolor de haber pecado, es recono-

cimiento de tal error, es deseo de cambiar de vida. Por la otra, es perdón, des-trucción del pecado en su aspecto de culpa, de ofen sa a Dios, por el poder otorgado a la Iglesia. Y, junto a la aniquilación d e la culpa, se halla la apertura a recibir la expresión de la pena o castigo reparador que el pecado reclama.

Hay que evitar trasladar las categorías jurídicas humanas al sacramento: sa-cerdote juez, reo pecador, fiscal acusador, abogado defensor, sentencia y san-ción. Sólo metafóricamente se puede hablar de tribu nal y de juicio, de sentencia y de pena. La realidad es más simple y sobrenatural. Hay un gesto o signo sensible que expresa el perdón; y hay una gracia santificant e que se restituye por ese signo.

Lo difícil es entender cómo un signo sensible pro duce un efecto invisible,

cómo lo natural genera lo sobrenatural. En este sal to misterioso es donde está la necesidad de la fe, para aceptar que Cristo quiso q ue así fuera, como pasa en los demás sacramentos: Bautismo con el agua, Eucaristía con el pan y vino, Confir-mación con el santo crisma.

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Signo sensible El signo exterior del sacramento de la penitenci a, por lo tanto, es la manifes-

tación del dolor del pecado, los gestos de humilde petición del sacramento y la proclamación de ese perdón o absolución. Lo importa nte en ese signo es el arrepentimiento, la reconciliación y la conversión, tres manifestaciones del perdón.

- Con el arrepentimiento rechazamos el pecado en lo q ue tiene de malo; sen-

timos pena y hasta vergüenza de habernos comportado mal. - Con la reconciliación, volvemos nuestro corazón a D ios, que es nuestro

Padre, como hizo el hijo pródigo de la parábola que Jesús relató. Decimos: "He pecado contra ti y no soy digno de ser llamado h ijo tuyo. " (Lc.15.11-32)

- Con la conversión cambiamos por completo de vida y no volvemos a ir por

el camino del mal, pues nuestro corazón se entrega a Dios con amor.

Estos tres sentimientos han sido iniciados en e l Bautismo, en donde fuimos hechos hijos de Dios. El perdón del sacramento peni tencial nos restituye la gracia bautismal, si nuestro corazón es recto y sin cero. Se enlaza pues con la iniciación bautismal.

Dolor y arrepentimiento Evidentemente lo más importante para el pecador e s la conversión. " Dios no

quiere la muerte del pecador, sino que se arrepient a y viva ." (Sab. 1. 13) Es decir, Dios quiere el dolor del pecado cometido: pesar, re mordimiento, sufrimiento, compunción, pena, arrepentimiento, decisión de no v olver a pecar.

La Iglesia entendió siempre por contrición " el dolor del alma y aborrecimiento

del pecado cometido, juntamente con el propósito de no volver a pecar ". Es la idea expresada en el Concilio de Trento, en la sesi ón XIV del 25 de Noviembre de 1551 (Denz. 897). Los tres elementos de este concep to; sentimiento o dolor, rechazo o renuncia, propósito de cambio, han sido y son elementos claves para autentificar el arrepentimiento, de modo que uno só lo haría dudar de la autentici-dad de esta disposición moral.

No se debe identificar pues la contrición con u n mero sentimiento de pena, de vergüenza o de angustia. Es una disposición de la i nteligencia y de la voluntad libre, no de la sensibilidad.

Es el rasgo esencial de la "conversión", cara s ensible y humana del concepto más teológico de "justificación". Por eso se consid era como el valor central de la penitencia sacramental.

El “Dolor de contrición” es el ideal en el orden sobrenatural para quien ha

ofendido a Dios. A él se debe aspirar. El motor que lo desencadena es el amor puro a Dios solo, que consiste en preferirle sobre todas las cosas, por ser Él

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quien es. El motivo que origina el rechazo del peca do es ese amor de benevolen-cia o amistad divina.

Es evidente que no todos los hombres ni en todas l as ocasiones pueden llegar

a una situación espiritual tan perfecta. Se acerca el alma a esta disposición al considerar la ingratitud que supone cuando consider a el pecado y compara la maldad del pecado con la bondad divina. La consider ación de la muerte redento-ra de Cristo es la plataforma para despertar esta d isposición espiritual.

El simple llegar a ese dolor ya justifica o perdon a por sí mismo el pecado co-

metido (justificación presacramental), pues supone que la persona entera se adhiere de nuevo a Dios, a quien se rechazó por el pecado. La contrición es por sí misma justificante, de modo que, aunque quede el deber de recibir el sacra-mento, el pecado se perdona por ella.

En el Antiguo Testamento, encontramos ejemplos de esta contrición como

cauces para el perdón del pecado. La declaración de l profeta a David: " Tu pecado ha sido perdonado " (2. Sam. 12. 13) sigue a la confesión: " He pecado contra Yaweh " , del rey. Es actitud que en otras referencias se encuentra con claridad: Ez. 18. 21; Ez. 33. 11; Salm. 31. 5.

En el Nuevo Testamento hallamos otras referencia s claras: " Se le perdona

mucho, porque ha amado mucho ." (Lc. 7. 47). También en Jn. 12. 1-11; Mc. 14. 3-9; Jn. 14. 21; 1. Jn. 4. 7. La idea de que " la caridad borra multitud de pecados " (1. Petr. 4. 8) será clave en el cristianismo de todos los tiempos.

Absolución La declaración del perdón por parte del ministro c onfesor, la absolución, impli-

ca doble acción: actuar como receptor eclesial del poder de las llaves y ejercer como instrumento de perdón.

En cuanto acto sacramental constituye el tercer elemento para la validez del perdón. Supone el uso de fórmula adecuada, intenció n explícita, jurisdicción o dependencia eclesial.

La forma, o fórmula, de la absolución sacramental consiste en las palabras

que el sacerdote emplea, expresadas ordinariamente en los rituales eclesiales aprobados por las diversas Conferencias episcopales o Diócesis: " Yo te absuel-vo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo ". En estas palabras sólo son esenciales la declaración del perdón. La refere ncia trinitaria y cuantos aditamentos, invocaciones o plegarias se usen en di versos ambientes pueden fomentar la piedad, pero non constituyen acción sac ramental.

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Institución por Jesús La institución por parte de Cristo del sacrament o de la penitencia nunca ha

suscitado duda alguna en cuanto al hecho y en cuant o al tiempo. Siempre se asoció la intención del Señor a los dos momentos pe nitenciales que se reflejan en los textos evangélicos: el de la promesa y el de la encomienda. La promesa se asocia a las palabras del Señor a Pedro: "Atar y desatar" (Mt. 16. 13-20); repetidas luego a los Apóstoles (Mt. 18. 18)

Y la encomienda o concesión se relacionó con la m isión universal de los

Apóstoles y la explícita misión de perdonar los pec ados al momento de la despe-dida postresurreccional. (Jn. 20. 10-22; Lc. 24. 47 ).

El receptor del sacramento no puede ser otro que el adulto capaz de pecar, o

que realmente ha pecado, y quiere recibir el perdón por la vía establecida por el mismo Señor Jesús. Ni los niños ni los deficientes ni quien carezca de suficiente desarrollo moral, es decir de responsabilidad como persona, puede ser sujeto de la penitencia.

El valor de la penitencia está en ser camino para la conversión. Y en cuanto

signo sensible, el sacramento orienta, mantiene y c onfirma el perdón de Dios para el pecador

Es importante resaltar que la penitencia no es u n rito. El rito es sólo el ropaje del acto divino del perdón. El sacerdote no perdona . Sólo actúa de intermediario y de instrumento de Dios. El que perdona es Cristo que misteriosamente ha querido hacerlo a través de un hombre también pecad or.

Por eso es tan importen entender el sacramento co mo gesto de humildad y la

absolución como una declaración del misterio de la gracia divina, que borra el pecado del hombre arrepentido y restaura la unión y la amistad con la misma divinidad .

Tema 10. Preguntas para responder y comentar (Escribirlas en media hojita de papel)

Nombre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

1. ¿Por qué es tan difícil a ciertos pecadores acer carse al sacramento del perdón?

2. ¿Pensamos que las formas penitenciales que se han empleado des-de lo primeros tiempos: arrepentimiento, signo de c onversión, gesto de humildad de declarar por qué pecados se pide perdón , declaración del perdón, penitencia reparadora, son entendidas por e l hombre de hoy? 3. ¿Es el perdón del pecado un beneficio sólo para el pecador o hay más beneficiados?

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Catecumenado de Adultos. Confirmación

Tema 11.

MARIA, MODELO DE CRISTIANOS.

La prerrogativa y dignidad máxima de María Virgen e s la de ser Madre de Dios. No se trata de que recibiera de ella, como es evide nte, la divinidad; sino que, por estar el hombre Jesús concebido en sus entrañas vir ginales unido hipostáticamen-te a la divinidad, ella entra en relación con la un idad de persona que existe en su divino Hijo.

Es, pues, Madre de Dios, no madre de la divinida d. Así lo reconoció la primera

tradición de la Iglesia (la Madre del Señor) y así fue reconocido y declarado en el Concilio de Efeso, del 431, que declaró contra Nest orio y sus seguidores, por probable formulación de S. Cirilo, que María debía ser reconocida como "teosto-kos", madre de Dios, y no sólo como "anthrostokos", madre del hombre Jesús o "Xristostokos", madre de Cristo, el ungido.

La figura de María recibe su grandeza eclesial, no tanto por la devoción inmensa

de sus admiradores, sino por la estrecha relación c on su Hijo Salvador. Fue el hecho de la anunciación del ángel el que inició su vocación eclesial, al asumir la maternidad en el misterio de su conciencia y de su plenitud de santidad al servicio de Dios. Así lo reconoció siempre la Iglesia.

"La Anunciación de María inaugura la plenitud de lo s tiempos, es decir el cum-plimiento de las promesas y de los preparativos. Ma ría es invitada a concebir a Aquel en quien habitará corporalmente la plenitud d e la divinidad. La respuesta estuvo vinculada al poder del Espíritu Santo: "El E spíritu Santo vendrá sobre Ti." (Catec. Iglesia Católica. N. 484)

Razón máxima.

Aparece en la Sda. Escritura la misma declaració n de la relación con el único Señor, Dios y hombre, que es engendrado en el vient re de María. "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te envolver á con su sombra... Por eso, el fruto que de ti va a nacer será santo y será llamad o Hijo de Dios... María dijo al Angel: He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí s egún tu palabra". (Lc. 1. 35-37)

La maternidad de María no significa que le haya dado la divinidad, sino que fue

la gestadora de un ser humano, en quien estaba la S egunda Persona de la Trinidad Santísima con una unión personal, hipostática, a es a humanidad en gestación. Al decir humanidad, se alude a su cuerpo y a su alma, unidos e inseparables

Además María es reconocida como la Madre del Señor . La maternidad para ella,

como para cualquier mujer israelita, era la partici pación en la bendición de Abra-

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ham, era la culminación de la pertenencia al pueblo elegido, era también la realiza-ción como persona selecta y fiel.

También es el ángel el que declara la grandeza mis teriosa de su maternidad:

"Sábete que vas a concebir en tu vientre y vas a da r a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado el Hijo del Altísimo y el Señor le dará el trono de David, su padre" (Lc 2. 31-32)

Estas palabras añaden a la santidad de María, el reconocimiento de su herencia profética. El que va a nacer de sus entrañas santas va a ser el anunciado por los profetas. Así lo reconocerá también Isabel: ¿De dónde a mí que venga a visitarme la Madre de mi Señor?” (Lc. 22.43.)

Maternidad singular Por si esta bendición de maternidad y de herenci a profética no fuera suficiente,

todavía encierra el saludo angélico la tercera gran declaración a la grandeza de aquella concepción: el rasgo de la virginidad como signo de singularidad.

"Dijo María al ángel ¿Cómo va a ser esto, pues yo n o conozco varón alguno? El

ángel respondió: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso, el que ha de nacer de ti será sant o y será llamado Hijo de Dios" (Lc. 1. 35-37)

Con el paso de los siglos se fueron clarificando y definiendo las verdades sobre

tan excelsa cristiana. Se insistió en la intervenci ón divina fecundante, al mismo tiempo que se resaltó el signo milagroso y profétic o del nacimiento de Cristo.

Pero esto sólo se hizo simultáneamente a la clarida d que se fue consiguiendo

sobre el mismo misterio de Cristo, enviado de Dios: su encarnación, su naturaleza divina, su redención, su unidad de Persona.

Las prerrogativas de María sólo tienen sentido comp lementario, en cuanto hacen

referencia a la maternidad divina. - Fue preservada de pecado original, siendo Inmacu lada en su concepción; y

jamás ninguna mancha, imperfección o pecado eclipsó su santidad perfecta. - Fue virgen en la concepción y en la gestación de l hombre en el cual se encarnó

el Verbo. Lo fue precisamente como signo de la acci ón divina sobre el mundo y de la supremacía celestial sobre la naturaleza.

- Hizo de mediadora de su Hijo, desde sus años infantiles hasta sus días de predicación, desde la presentación a los Magos que vinieron del Oriente hasta la presencia en el Calvario cuando parecía triunfar el mal.

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- Se mantuvo presente en oración con los discípulo s, cuando la Iglesia esperaba al Espíritu Santo. Y realizó una humilde y silencio sa labor de animación, cuando ellos se dispersaron llevando la buena nueva a todo s los hombres.

- Fue elevada al cielo en cuerpo y alma al cumplir se los días de su peregrinación

sobre la tierra, para señalar el camino de todos lo s demás elegidos para el Reino y para la luz eterna.

En consecuencia de todo ello, la explicación del dogma de la maternidad divina

de María se condensa en dos términos: misterio y ca risma. Madre por amor. La concepción maravillosa de Jesús fue un poema d e amor de Dios a los hom-

bres. Pero sin duda, entre los gestos de amor en qu e estuvo envuelto, el amor de María a Dios, y el amor singular de Dios a María, f ue algo profundamente condicio-nante de aquel acto de encarnación, de gestación y de maternidad.

Fuera del contexto del amor, la maternidad de Marí a quedaría incomprensible. La

Iglesia ha resaltado siempre el amor de María a Dio s (amor sobrenatural) muy por encima del amor humano al que engendró (amor natura l).

Como tal nos invita a orientar nuestra vida a la i nvitación a María como modelo

de amor divino, como estímulo hacia las cosas de ar riba. Y nos recuerda que es la razón por la que fue elegida para engendrar el Seño r del cielo y a la fuente de todo amor. Ella no se dejó deslumbrar por el mundo y qui ere que nos pongamos en disposición de superar los reclamos de las criatura s.

Nos indica con sus ejemplos que lo primero de t odo es Dios. Nos recuerda: "El

primer mandamiento de la Ley de Dios es amar a Dios sobre todas las cosas, con todo el corazón, con toda la mente". (Mc. 12.29)

Y Madre de los hombres. Y nos enseña por ello a no tolerar la discriminac ión entre personas y a servir a

todos por igual. Nos indica que, por encima de las razas y de los lenguajes, de los credos y de la riqueza, todos los hombres somos her manos. La Iglesia ha resalta-do siempre a la Madre de Dios como el modelo de la dignidad de madre en el mundo. María madre es símbolo excelente de grandeza femenina y de la materni-dad terrena.

El mundo, que siempre ha necesitado construir fig uras sensibles que expliquen

a los hombres su razón de ser y ha construido vital es y significativas fuentes y proyectos idealizados, ve en María el modelo de per sona que cumple una función de salvación y de participación. La valora y vener a como modelo de fidelidad y de fecundidad. Admira su grandeza y su generosidad. Se sorprende por su delicadeza y su inmaculada significación. La alza como uno de esos mitos de los que jamás se puede decir nada menos decoroso, al menos por me ntes, labios y plumas con mínimos de salud moral, psicológica y social.

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Por eso nos interesa contemplar a la Madre de Je sús, no sólo desde la perspec-tiva cristiana de ser la Madre elegida, inmaculada y virgen, santísima y elevada al cielo en cuerpo y alma, tal como nos la presenta el mensaje cristiano, sino también como emblema de feminidad y de grandeza maternal qu e interpela y conmueve la conciencia de los hombres.

Miramos, pues, a la Madre de Jesús como figura m undial y no sólo cristiana.

Ella constituye una figura humana que ha pasado por la historia derrochando luz, señalando a los hombres caminos de perfección subli me, indicando con sola su presencia que la vida hay que construirla con los o jos en Dios.

Tema 11. Preguntas para responder y comentar

(Escribirlas en media hojita de papel)

Nombre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1. ¿Consideramos natural la devoción a la Madre de Jesús y vemos

bien que haya tenido tanta veneración entre los cri stianos? 2. ¿Cómo vivimos la devoción a María en el ambiente en el que noso-

tros nos movemos? 3. ¿Es importante para el cristianismo la figura de María Santisima? ¿Por qué motivos lo es?

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Catecumenado de Adultos. Confirmación

Tema 12

La Confirmación, “SIGNO DE MADUREZ”

La Confirmación es un sacramento por el cual el b autizado es colmado de gracias por el Espíritu Santo a través de la imposi ción de manos y de la unción del santo crisma. Es el signo sensible de una plenitud sobrenatural, que se expresa con la invocación al Espíritu Santo a quien se recl ama para que invada con sus dones el alma y planifique la obra de la santificac ión iniciada por el Bautismo en Cristo Jesús.

Santo Tomás desarrolló ampliamente la Teología de la Confirmación. La definió: "Sacramento por el que se concede a los bautizados l a fortaleza del Espíritu ." Por eso se la mira como el signo que otorga la plenitud y profundiza la gracia del Bautismo.

- En la Confirmación se refuerza por dentro al c ristiano, con todo el cúmulo de las riquezas sobrenaturales, de virtudes y de dones espirituales.

- En el exterior de su alma, el confirmado se sient e lanzado al servicio de la

Iglesia y al testimonio de la vida que exige el men saje del Evangelio. Jesús quiso establecer este sacramento suplementa rio, no complementario, del

Bautismo. Es decir al Bautismo nada le falta, no ne cesita complementos. Pero Dios quiso variedad y abundancia de medios, de añadidura s; por ello hablamos de suplementos.

Como los demás sacramentos, tiene por misión el otorgar al cristiano la gracia.

Pero su peculiar misión es dar la plenitud de la en trega a Cristo.

Su sacramentalidad

Es de fe cristiana que es distinto, verdadero y propio sacramento. El Concilio de Trento lo proclamó así: " Si alguno indica que la Confirmación es superflua, por no ser verdadero sacramento, debe ser condenado ." Salía así al paso de la "Confesión de Ausburgo", redactada por Felipe Melan chton y por Lutero en 1530. (Art. 13. 6)

Mas tarde, algunos racionalistas, como Harnack (1 851-1930) en " Historia de los

dogmas", volverían a negar que tal sacramento hubiera exist ido al principio; y lo miraron como simple ceremonia desgajada del Bautism o en los primeros siglos cristianos.

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Pero la Iglesia exploró y clarificó lo que de la Confirmación había en las Escritu-ras y en la Tradición y declaró de forma continua, y cada vez más clara y clarifica-dora, la doctrina cristiana sobre la Confirmación.

En la Escritura En la Escritura apenas si aparece como signo explí cito. Pero se multiplican las

referencias a la confirmación de la fe por el Espír itu Santo. Y abundan las palabras y los gestos que hacen pensar en la presencia divin a en los signos de Jesús que aluden al fortalecimiento del a fe en sus seguidore s. Por eso se puede admitir que en la Escritura sólo hay algunas pruebas indirectas de que Cristo constituyó un sacramento diferente del Bautismo.

Alguna referencia incluso se halla en el Antiguo T estamento. Los Profetas

preanunciaron que el Espíritu de Dios se derramaría sobre toda la redondez de la tierra, como señal de la época mesiánica de la salv ación. (Joel 2. 28, Is. 44. 3-5; Ez. 39. 29). Y en los Evangelio se refleja con más prec isión que Jesús prometió a sus Apóstoles la llegada de la fuerza del Espíritu: Jn. 14. 16 y 26; 16. 7; Lc. 24. 49; Hech. 1. 5). Incluso se dice que el Espíritu abarca ría a todos los seguidores de los Apóstoles: Jn. 7. 38.

En el día de Pentecostés se cumplió esa promesa con abundancia en todos los

presentes: " Quedaron todos llenos del Espíritu Santo; y comenza ron a hablar en lenguas extrañas, según que el Espíritu Santo les m ovía a expresarse ." (Hech. 2. 4)

Después consta que los mismos Apóstoles se lo tr ansfirieron a los otros

discípulos que se fueron agregando. Y lo hicieron, sobre todo, con la imposición de las manos, incluso a los que ya estaban bautizad os y eran ya miembros de la comunidad de los seguidores: " Cuando los Apóstoles, que estaban en Jerusalén, oyeron cómo había recibido Samaria la palabra de Di os, enviaron allá a Pedro y Juan, los cuales, bajando, oraron sobre ellos para que recibiesen el Espíritu Santo, pues aún no había venido sobre ninguno de ellos; só lo hablan sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les impusieron las manos y recibieron el Espíritu Santo ." (Hech. 8. 14)

San Pablo impuso las manos a unos seguidores rec ién bautizados; y " al impo-nerles Pablo las manos, bajó sobre ellos el Espírit u Santo, y hablaban lenguas y profetizaban ". (Hech. 19. 6)

Los efectos de la confirmación Los efectos son profundos en el alma del que recib e este sacramento: el Espíritu

Santo con sus dones, las gracia y amistad divina, l a plenitud de la fe en cuanto regalo celeste y cierta consagración a la vida de a postolado, es decir a dar a los demás las riquezas que uno mismo ha conseguido. Alg o en este Sacramento queda para siempre en quien lo ha recibido, que no puede volver a repetir el sacramento: lo llamamos carácter.

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Y en ocasiones se manifiesta hasta visiblemente l a energía espiritual que el confirmando recibe en su alma. Se manifiesta en lo s mártires, en los apóstoles que ejercen su ministerio en condiciones difíciles, cuando se han de atravesar situaciones de especial dificultades, y acaso en ti empos de persecución y cuando se ha de luchar con personas enemigas y opuestas el mensaje cristiano." S. Pablo nos aclara el significado del sacrament o: " Dios es quien nos confirma en Cristo, a nosotros junto con vosotros. El nos ha ungido con su Espíritu Santo. " (2 Cor. 1.21)

a) La gracia santificante La mayor gracia santificante y amistad divina es el primero de los efectos.

Tradicionalmente se habló, sobre todo, de la comuni cación del Espíritu, pues se entendía que la gracia era donación inicial del Bau tismo. Lo que hace la confirma-ción es fortalecer y profundizar lo antes iniciado. Por eso la Confirmación era posterior siempre al Bautismo.

Aumentar la gracia quiere decir que se ahondan las raíces en que se sustenta: el

amor, la amistad divina; y quiere decir que se fort alece el espíritu humano: la inteligencia (conocimiento) con luces; y la volunta d (opciones) con nuevas fuerzas. Lo que se quiere decir es que la vida divina, que f luye como regalo al alma, aumenta sorprendentemente.

El regalo de la gracia es tan sublime como miste rioso, y es tan real como

sobrenatural. Sólo con la luz de la fe se puede sos pechar lo que hay de enrique-cimiento en este sentido.

b) La presencia del Espíritu A la gracia santificante acompañan los dones del Espíritu Santo y las virtudes

infusas o regaladas al alma, al igual que en el Bau tismo. Al decir dones del Espíritu, se presupone que la Tercera divina Person a se establece en el ama santificada de manera muy especial.

La venida del Espíritu Santo ha sido siempre un reclamo especial de la Iglesia, pues para ella es tan fundamental la figura de Jesú s que la inició en su vida terrena, como la presencia del Espíritu Santo, que la lanzó al mundo con su venida sensible en Pentecostés.

Por eso, si la ascesis cristiana dio siempre imp ortancia al Bautismo como

enlace inicial con Cristo, autor de la salvación de los hombres, no menos ha insistido en todos los tiempos en la necesidad de q ue el Espíritu Santo resida en las almas de los fieles. Precisamente el Sacramento de la Confirmación se asocia con la plenitud del Espíritu y con la transformació n de los corazones de los fieles.

c) El efecto específico.

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Entre los dones, el que mejor refleja la presencia del Espíritu y define lo que es el Sacramento es el de fortaleza, don que dispone p ara la lucha contra el mal y contra los enemigos de la salvación.

El que ha recibido el Espíritu está dispuesto a proclamar su fe en el amor de Dios, se abre a los demás para compartir su riqueza y se siente dispuesto a defender su fe incluso con el martirio.

Lo más "específico o propio" de la Confirmación es precisamente esa fortaleza en la posición de la fe. Los que han recibido la co nfirmación cuentan con una energía sobrenatural especial para mantener sólida la fe y para comunicar a los demás con entusiasmo lo que han recibido.

Por eso la Confirmación hace plena la gracia reci bida en el Bautismo y, de

alguna forma, la proyecta a la comunidad creyente a la que se pertenece. El Sacramento dispone, pues, a dar testimonio de Cristo, como hicieron los

primeros cristianos (Hech. 1. 5). Es misterioso el cómo esto se consigue. En lo humano, tiene que ver con la firmeza y persuasión q ue se apodera del corazón y de la mente del que ha recibido el Sacramento. En lo s obrenatural, pertenece al misterio de las almas, pero verdaderamente existe y , en ocasiones, se manifiesta en los creyentes con portentos, sin que se pueda de cir más.

Imprime carácter. La confirmación es uno de los tres sacramentos que deja grabada el alma con un

sello indeleble, que es el carácter. Quiere ello de cir que el que ha sido confirmado, lo seguirá siendo toda la vida y toda la eternidad. No es un escalón más en el camino de la fe. Es un nuevo estado lo que se gener a con este Sacramento. Es como la confirmación de la fecundidad espiritual, c ualidad que no se tiene todavía en el Bautismo.

El carácter de la Confirmación no es igual que e l del Bautismo, aunque sean de

la misma naturaleza sobrenatural. No es una renovac ión del sello bautismal. Es misteriosamente una señal diferente: el Bautismo ab re los ojos a la fe; ilumina la mente. La Confirmación consolida la voluntad ante l a grandeza del don recibido. Esto lo enseñaron los Padres antiguos. Decía S. Cir ilo invocando el Espíritu: " Que Él [Dios] os conceda por toda la eternidad el sello imborrable del Espíritu Santo, que es singular." (Procat. 17)

El ministro ordinario que lo administra El ministro ordinario de la confirmación es únicam ente el Obispo, en cuanto

ocupa el ministerio del mayor servicio en la Iglesi a y es sucesor de los Apóstoles directamente. Dice el Catecismote la Iglesia Católi ca: " El Obispo extiende las manos sobre los confirmandos, gesto que desde tiemp o de los Apóstoles es el signo del don del Espíritu Santo. Sigue luego el ri to esencial, que es la unción del santo crisma, hecha imponiendo la mano y diciendo l as palabras: "Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo. " (Nº 1300)

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En los tiempos medievales hubo quien se oponía a la autoridad de los Obispos, como era el caso de los valdenses, wiclefitas y hus itas; negaban que ellos tuvieran ninguna misión de confirmar a los demás. En los tie mpos actuales hay, incluso en la Iglesia, personas que miran con recelo las autor idades eclesiales, como si de dignidades terrenas se tratara y no de servidores d el Pueblo de Dios.

También miran con recelo el que sean ellos los e ncargados de confirmar la fe de los hermanos y prefieren atribuir este ministeri o a la solidaridad de la comuni-dad o al apoyo de la mayoría.

Ni los antiguos ni los recientes antijerárquicos , aunque sean presbíteros o evangelistas de vanguardia, captan lo que es el min isterio de la autoridad y, en consecuencia, lo que vale este sacramento de la ple nitud cristiana.

El sujeto que lo recibe La Confirmación sólo puede ser recibida por quie n ha sido bautizado y sólo

debe ser aprovechada por quien sabe lo que hace, es consciente de su situación de madurez y libremente elige ese don para aumentar su plenitud cristiana.

La costumbre de confirmar a los niños desde muy p equeños también se mantu-

vo en Occidente durante muchos siglos. Pero, como e l fin del sacramento es confirmar la plenitud de la fe, se fue orientando l a praxis pastoral a retrasar su recepción hasta la llegada de la conciencia plena d e la dignidad del cristiano. Por eso, desde el siglo XIII en Occidente ya se demoró la recepción del sacramento hasta el uso de razón, entre los 7 y 10 años. Y en los tiempos actuales se prefiere el inicio de la juventud, cuando el hombre y la muj er adoptan ya posturas firmes ante la vida: estudios, relaciones, profesión, comp romisos y creencias.

Es bueno que el sujeto, si ha tenido antes una b uena iniciación catequética, se

halle ya en la situación de advertir su dignidad cr istiana y sea capaz de superar el egocentrismo infantil con las posturas altruistas d el amor humano y divino. Se recomienda, con todo, que, si un párvulo se halla e n peligro de muerte, se le administre la confirmación, ya que además de sacram ento de plenitud, también lo es de gracia, de fortaleza y de riqueza espiritual.

Tema 12. Preguntas para responder y comentar

(Escribirlas en media hojita de papel)

Nombre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1. ¿Tenemos idea clara qué significa “sacramento” a l hablar de la con-

firmación? 2. ¿Creemos que merece la pena recibir libre y cons cientemente ese

sacramento, o acaso que es u mero trámite, un cumpl imiento? 3. ¿ Sentimos la necesidad espiritual de lo que vam os a hacer?

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Catecumenado de Adultos. Confirmación

Tema 13.

“Somos mensajeros de Cristo”

La evangelización del mundo no es misión sólo de los obispos y de los sa-

cerdotes o religiosos. Es misión de todos los que a man a Jesús y han descu-bierto la dicha de la fe. Y la nueva necesidad de e vangelizar que proclamó el Papa Juan Pablo II no es una revolución o cambio ra dical, pues la Iglesia y sus miembros, conscientes del mandato de Cristo (Mt . 18. 16-20; Mc.16. 15), nunca han dejado de Evangelizar a "todo el mundo".

Pero en su caminar terreno de dos milenios, la labor evangelizadora ha atravesado ciertos períodos que han precisado cambi os pastorales portento-sos. Tal aconteció cuando en el siglo VI los pueblo s bárbaros invadieron y transformaron la Europa romanizada; cuando en el si glo XVI la revolución protestante convulsionó las relaciones y desencaden ó sangrientas guerras de religión; cuando a finales del XVIII la revolución francesa y sus efectos napo-leónicos rompieron las monarquías de Europa y nació el laicismo.

Cuando a finales del XIX estalló una acelerada revolución industrial y la competitividad mercantil inició una carrera alocada la Iglesia, como en tránsi-tos anteriores hubo de hacer incómodas adaptaciones .

En los tiempos actuales el hombre atraviesa una tr ansformación original,

radical, imprevisible y a veces desconcertante. Nun ca como hoy los cambios culturales han sido tan dasafiantes y las incógnita s éticas tan acuciantes.

Pero, en medio de todo lo que acontece, la Igle sia sigue y seguirá siempre ofreciendo el mensaje que ella recibió y dará luz a los hombres en su caminar cotidiano en medio de los hombres. Lo hará con espí ritu nuevo, con una savia joven que fecundará con el Espíritu de Dios las nue vas realidades. Por eso los cristianos fuertes y firmes, que son la vanguardia de la Iglesia, se sienten hoy llamador a anunciar el Evangelio al mundo.

Con la Iglesia se preguntan ellos por el efecto de los hechos transformado-

res del mundo presente, entre los cuales observa al gunos de ellos con espe-cial atención.

+ Una explosión demográfica impresionante hace qu e el mundo sea de-

mográficamente joven y que exista la contradicción de islas, o naciones, enve-jecidas, al menos en relación a las más fértiles.

+ Los medios de información masiva, sobre todo a udiovisual, hacen nece-

saria la superación de la mera palabra oral y escri ta por una experiencia dire-

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cta o indirecta de lo que en el mundo se ve y se va lora por medio de la ima-gen.

+ La revolución tecnológica sin precedentes, so bre todo en el área de las comunicaciones, ofrece a los hombres artilugios ase quibles, admirables, pragmáticos, versátiles y cambiantes.

+ Una globalización o interdependencia sorprende nte invade al mundo. La

globalización, o interinfluencia de los pueblos, de los Estados y de las perso-nas, hace que la mayor parte de las cuestiones o de los problemas locales traspasen unas fronteras que cada vez son más perme ables: al terrorismo, a las enfermedades, a las modas, a los lenguajes, a l as preferencias, a los sis-temas comerciales.

La movilidad social que en otros tiempos se den ominaba emigración con-vierte a grandes masas de hombres en peregrinos que abandonan sus lugares de nacimiento y por el trabajo, por la guerra, por los cambios de fortuna o por el deseo de mejora, abandonan las zonas rurales y a cuden a masificar las zonas urbanas; o se marchan de unos países a otros en espera de hallar me-jores formas de vida. Muchos lo hacen en realidad, pero son muchos millones más lo que desearían hacerlo y viven con el sueño d e un día conseguirlo.

Estos fenómenos instrumentales originan irrev ersiblemente tres condicio-namientos ideológicos confluyentes:

- Unas formas frágiles de pensar condicionan sistemas de vida y de relación humana despersonalizados, egocéntricos y frecuentem ente desconcertantes.

- La desacralización de las mayor parte de las tra diciones y los efectos del

secularismo, del laicismo, del subjetivismo en todo lo referente a lo religioso ponen en entredicho los postulados de la fe cristia na, sobre todo si se la sitúa en contraste con el amplio abanico de ateísmos, pra gmatismos, materialismos, agnosticismos y escepticismos hoy extendidos. - Una convulsión ética incomprensible pone entr edicho los criterios tradicio-nales y hace que los grandes problemas morales (bio éticos, ecológicos, cos-mológicos, sexuales, físicoquímicos) reclamen direc trices que no siempre son concordes con el Evangelio auténtico y que no resul tan tolerables a la luz de la vocación trascendente del hombre.

Ante este mapa de situación, la Iglesia se pregunta cómo acomodarse al

mundo de hoy en acelerada y convulsiva transformaci ón moral y cómo puede actuar para cumplir su misión. Se interroga cómo in troducir el mensaje de Cristo en medio de esta nueva situación tecnológico , ideológica, globalizado-ra del mundo y cómo debe lograr que el hombre ilumi ne su vida con los gran-des principios del cristianismo, como quiso Jesús.

- Siente que armonizar la tecnología con el Eva ngelio no es difícil: Dios es compatible con los programas informáticos, con los espectáculos televisivos

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y con la red de la telefonía móvil. A través de eso s recursos puede hacerse presente el mensaje de la otra vida, recordarse la necesidad de amar al próji-mo y reclamar para todos los hombres la justicia so cial, la paz y el progreso moral.

- Pero intuye y experimenta que no es tan fáci l armonizar el Evangelio con el secularismo radical, que reduce a mitologías tod as las creencias religiosas; o advierte que resulta fatigoso identificar la verd ad con sistemas éticos que, como el mahometismo, siguen infravalorando a la muj er con respecto al varón; o que, como el judaísmo, siguen considerando la venganza un deber so pretexto de ser Dios el que manda destruir a los enemigos; o incluso que, como el hinduismo, sigue esperando en un nirvana (p arálisis estática de la existencia) como final pasivo de la emigración de l as almas y no como un cielo activo y personal en el que se seguirá amando a Dios, Señor del Univer-so.

- Incluso la Iglesia no ve claro cómo pedir a mor a los enemigos en un mundo castigado por el terrorismo y multitud de foc os de violencia: o cómo pedir mejor reparto de la riqueza de la tierra en m edio de una sociedad tan consumista y a pesar de las empresas multinacionale s opresoras que aspiran a la hegemonía en los servicios y en los beneficios .

- Sabe que tiene que hablar de virtudes tales como castidad, responsabili-dad, honestidad, austeridad, sobriedad y lo hace en medio de una revolución sexual que demanda separar el placer de la reproduc ción, que juega con el embarazo en sus leyes como si de una mala digestión se tratara, que predo-mina una sociedad tan hedonista que todo los somete a los medios del marke-ting comercial y a la equiparación de felicidad con despilfarro.

- Y además tiene que hablar de comunidad, de f raternidad, de intimidad familiar, de oración compartida en macrópolis de mi llones de habitantes, en las cuales se alzan rascacielos lujosos en las cerc anías de millones de habi-tantes que habitan en barrizales y no tienen luz el éctrica, agua corrientes y menos comida diaria.

Sin embargo la Iglesia tiene que seguir evangeli zando en medio de todas estas contradicciones. Y se siente responsable de h acer el milagro de que los hombres escuchen el mensaje y, sobre todo, que lo a pliquen en sus vidas.

Sabe que evangelizar es seguir invitando a vivir el amor real al prójimo, superando las simples palabras de solidaridad. Inte nta conseguir más justo reparto de la riqueza del mundo y aspirar a superar todo género de injusta explotación y extorsión. Esto no se consigue con só lo aconsejar paciencia en espera de que la justicia se haga en el juicio fina l; exige que la fe vaya acom-pañada de obras buenas y no se reduzca a un mero se ntimiento de confianza en la Providencia.

La nueva evangelización pretende anunciar lo s iempre dicho, con palabras agradables y no con amenazas; supone acoger los cam bios con dominio y

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con esperanza y no sólo con curiosidad y con resign ación; conduce a seguir anunciando la venida de Jesús con visión viva de su presencia actual en me-dio del mundo y no con perspectivas de erudición hi stórica sobre una figura que vivió hace dos milenios.

Es una necesidad, pero no de cara a las estadíst icas eclesiales, sino con miras a la esperanza escatológica. Lo que la Iglesi a ha recibido de Jesús no es la orden de convertir a todo el mundo al mensaje cristiano, sino el anunciar la verdad a los hombres.

Podrán ser muchos o pocos los bautizados, podrán ser más valientes o cobardes los nuevos confirmandos, e incluso podrán aumentar o disminuir los que los aceptan y lo viven como opción personal . Pero lo importante es que los hombres tengan el mensaje del amor de Dios a su alcance y que se sientan libres para rechazarlo o aceptarlo.

Las formas de la "Nueva evangelización", que ta ntas veces hoy se procla-man como solución a los problemas eclesiales (sufic ientes ministros ordena-dos, vocaciones religiosas, sentido misionero de la Iglesia, oferta evangélica en ambientes no cristianos, mejora del rostro cleri cal de la Iglesia) podrán triunfar o fracasar. Lo importante no es el triunfo sino el servicio, no es la noticia televisiva sino la verdad proclamada.

Es lo que debe enseñar la nueva evangelizació n a los educadores de la fe. Y es lo que deben grabar en su corazón los que reci ben un sacramento impor-tante en su vida, como es la Conformación. No se tr ata sólo de ser uno bueno, honesto y justo. Hay que anunciar a todos que Jesús vive, que ha resucita y que es el modelo de vida de sus seguidores.

Lo importante es anunciar el Evangelio con fe y con esperanza. " El que

invoca el nombre del Señor se salvará. Pero, ¿cómo van a invocarlo sin creer en El? ¿Y cómo van a creer si nadie se lo anuncia? ¿Y cómo se lo van a anun-ciar si no hay mensajeros? Por eso está escrito: Bi enaventurados los que traen las buenas noticias". (Rom. 10.14-15)

Tema 13. Preguntas para responder y comentar

(Escribirlas en media hojita de papel)

Nombre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1. ¿Estamos dispuestos a hacer algo para anunciar a todo el mundo

que nos rodea que Jesús ha venido para salvarnos? 2. ¿Estamos firmes en nuestra fe para ayudar a quie n la tenga más

débil o insegura que nosotros? 3. ¿Estamos convencidos que esos que nos necesitan están muy cerca de nosotros?

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Catecumenado de Adultos. Confirmación

Tema 14.

Sentimos vivo nuestro mensaje

Cuando los cristianos descubrimos los misterios de la fe, sentimos que nuestra vida cambia de sentido. Nos damos cuenta de que Dios cuenta con nosotros y elevamos nuestro corazón al cuelo pa ra dar gracia e nues-tro Padre por habernos hecho tan importantes.

Al sabernos depositarios de los dones, entende mos que el que más no constituye en mensajeros de la verdad es el don del Espíritu Santo que llamamos de la fortaleza. Es el que hace posible la lucha a favor del bien. Por eso los que se conforman reciben una gracia div ina para convertirse en mensajeros del mensaje del a salvación

El Sacramento de la Conformación es el de fortal eza. La fortaleza es el don que dispone para la lucha contra el mal y contr a los enemigos de la salvación. El que ha recibido el Espíritu está disp uesto a proclamar su fe en el amor de Dios, se abre a los demás para compar tir su riqueza y se siente dispuesto a defender su fe incluso con el ma rtirio. Lo más "especí-fico o propio" de la Confirmación es precisamente e sa fortaleza en la po-sición de la fe.

Los que han recibido la Confirmación cuentan con una energía sobrena-tural especial para mantener sólida la fe y para co municar a los demás con entusiasmo lo que con plenitud han recibido. Po r eso la Confirmación plenifica la gracia recibida en el Bautismo y, de a lguna forma, la proyecta a la comunidad creyente a la que se pertenece.

El Sacramento dispone, pues, a dar testimonio de Cristo, como hicieron los primeros cristianos (Hech. 1. 5). Es misterioso el cómo esto se consi-gue.

En lo humano, tiene que ver con la firmeza y pe rsuasión que se apode-ra del corazón y de la mente del que ha recibido el Sacramento. En lo so-brenatural, pertenece al misterio de las almas. Per o verdaderamente exis-te y, en ocasiones, se manifiesta en los creyentes con portentos, sin que se pueda decir más

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Llegamos a la plenitud cristiana

El bautizado puede obtener la salvación sin habe r recibido la Confirma-ción. Pero no puede llegar a la perfección espiritu al sin ella. Por eso inter-esa que adquiera conciencia de la grandeza que le p roporciona no sólo el recibir el sacramento, sino el descubrir y vivir su s grandes dones sobre-naturales.

Al igual que acontece con la vida natural, en do nde se sobrevive con sólo lo mínimo de alimento, pero no se llega a la p erfección y a la salud, a la sabiduría, a la elegancia y a la fuerza contra l as adversidades, en lo es-piritual la confirmación es conveniente para crecer en la fe y en el amor. Precisamente por eso no es obligatoria como puerta de entrada en la fe. Pero es muy conveniente como fuente rica de gracia para crecer en el espíritu.

La Iglesia la considera obligatoria para recibi r el Orden Sacerdotal, pues entiende que el sacerdote debe ser fuerte para ayudar al prójimo; y la considera muy aconsejable, vivamente deseable, para elegir un estado de vida de especial entrega: matrimonio, profesión religiosa, entrega mi-sionera, catequesis, educación de la fe. etc.

Cuando un cristiano llega a cierta madurez de f e, se da cuenta de que tiene que hacer algo por los demás. Entonces se hac e reflexivo en su vida cristiana y siente la necesidad de comunicar a los otros la riqueza de su espíritu La Confirmación se presenta como el Sacram ento que recibe el cristiano en este momento de tránsito a la madurez inicial.

Se puede, en cierto sentido, decir que el Bauti smo es Sacramento de iniciación en la vida cristiana y la Confirmación e s consolidación proyec-tada hacia los demás. No es teológicamente exacto, pero catequística-mente es práctico. Por eso, los catecumenados confi rmacionales tienden a fortalecer los compromisos eclesiales, del mismo modo que las cate-quesis bautismales buscan la ilustración de la fe m ás personal.

No deja, por ello, de ser la Confirmación de ser p ara el creyente con un signo de predilección divina, un regalo singular, a l estilo del que manifes-taban los primeros cristianos cuando recibían con g ozo al Espíritu Santo y se lanzaban por el mundo a proclamar el Reino de Dios.

Esto requiere cierta disponibilidad y clara conc iencia por parte de quien lo va a recibir. Y ello implica tres disposiciones básicas:

La primera es disposición de firmeza en Jesús. Esto significa que el Sacramento de la Confirmación es un vínculo profund o con Jesús. El mismo es quien lo instituyó. Y El mismo fue quien m andó a sus Apóstoles confirmar la fe de sus hermanos. A Pedro le dijo: " Cuando te conviertas,

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confirma en la fe a tus hermanos ." (Lc. 22.33 y Jn. 21.18). Por eso la Con-firmación llamado el "sacramento de los fuertes".

La segunda es la fidelidad al Espíritu Santo. I mplica dar respuesta posi-tiva a las invitaciones que de el proceden para hac er el bien, para practi-car la virtud, para cumplir con el deber, para vivi r conforme a las consig-nas del Evangelio. " Hijos de Dios son los que se dejan guiar por el Esp íri-tu de Dios" (Rom. 8. 23). Es también llamado el "Sacramento de los fie-les."

Y la tercera es la apertura a los demás por amor a Dios. Cuando el cris-tiano se da cuenta de lo que posee como regalo de D ios, advierte que de-be compartir su riqueza interior con los demás. Ent iende los que dice jesús: "Dad gratis lo que gratuitamente habéis reci bido." (Mt. 10.8). Por eso se siente comprometido a trabajar por los demás . Y es capaz de hacerlo de forma generosa y desinteresada: "No llev éis oro ni plata ni al-forja para el camino. El que trabaja, merece vivir de su trabajo. (Mt. 10.9)

El objetivo final de nuestro camino

El Catecismo de la Iglesia Católica a quien qui ere recibir la Confirma-ción: " La preparación para la Confirmación debe tener como meta condu-cir al cristiano a una unión íntima con Cristo, a u na familiaridad más viva con el Espíritu Santo, su acción, sus dones, sus ll amadas, a fin de poder asumir mejor las responsabilidades apostólicas de l a vida cristiana. Por ello la catequesis de la Confirmación se esforzará por suscitar el sentido de la pertenencia a la Iglesia” (Nº 1309)

Los catecumenados confirmacionales son formas p rivilegiadas de ahondar en el mensaje de Jesús. Se han extendido en los tiempos recien-tes, sobre todo para preparar a los jóvenes que qui eren renovar su vida bautismal al llegar a la edad en que se hacen otras opciones vitales. De-ben ser mirados con singular esmero, pues son plata formas de gracia y de formación.

La responsabilidad de estos catecumenados debe ser compartida por toda la comunidad cristiana: padres, pastores, educ adores y, sobretodo, los mismos jóvenes que pueden hacerse más del don d e la gracia y de la presencia del Espíritu Santo en sus vidas. Quien qu iera vivir en plenitud su dignidad cristiana, necesita una buena preparaci ón, la cual va más allá del sacramento. No basta mejorar la instrucción rel igiosa. Es preciso re-forzar la vida de fe, la práctica de obras buenas, la caridad, la oración, la generosidad eclesial.

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Siempre que se termina una etapa, un camino o una l abor concreta, las personas inteligentes se preguntan por los resultados conseg uidos y hacen lo posible por perfilar un balance sereno de los resultados. Al t erminar nuestra camino y al acercarnos al día en que la el Sacramento de la con firmación fortalecerá nuestros espíritu nos debemos preguntar si todo lo realizado ha merecido la pena.

Debemos revisar nuestros recuerdos, sobre Cristo, sobre la Iglesia, sobre los

Sacramentos, sobre los valores de los cristianos y sobre la luz del Evangelio ¿Debemos preguntarnos sobre los resultados? Debem os hacerlos para afianzar

nuestras conquistas espirituales. Si podemos responder con alegría que hemos cumplid o los objetivos que nos

propusimos al recorrer nuestro camino catecumenal, un gozo grande debe invadir nuestro espíritu y un desafío cautivador se abre an te nuestros ojos. Dios está con nosotros. Cristo no acompaña en el camino. El Espír itu divino ha entrado en nuestra conciencia y amanece para nosotros una nuev a vida que nos hará más felices en la tierra y más proyectados hacia la ete rnidad.

Consignas de nuestra situación actual y de nuestr os recuerdos anteriores

pueden las siguientes:

Lo que hemos conseguido, es un don de Dios. Demos g racias al cielo. Lo que tenemos con nosotros debe ser compartido con los demás.

Es la ley del cristiano, que debe tener siempre los ojos puestos en el prójimo

Lo que nos falta por conseguir es un vacío fácil de compensar. Debemos seguir caminado en la tierra. Cristo estará siempre a nuestro lado.

En todo caso, la alegría del Espíritu Santo debe in undar nuestro corazón

y hacernos sentir el gozo de su presencia.

Tema 14. Preguntas para responder y comentar (Escribirlas en media hojita de papel)

Nombre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

1. ¿Sentimos al terminar nuestro catecumenado qu e nuestras res-

ponsabilidades cristianas quedan más claras que al principio? 2. ¿Somos conscientes de que nuestra fe debe ser en adelante más

firme y más contagiosa con todos los que nos rodean ? 3. ¿Es demasiado pedir que vayamos pensando en a lgún tipo de

compromiso concreto para que el Evangelio llegue a todos los hom-bres?

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Catecumenado de Adultos. Confirmación

Tema 15.

Buscamos y descubrimos la alegría de la celebración

La ceremonia litúrgica de la confirmación es senci lla y breve. Siempre lo fue,

pues se entiende que es la complementación del Baut ismo. Pero es interesante entenderla y valorarla como un encuentro con Dios s alvador.

Pero con un Dios salvador del mundo. No es un mero sacramento de enriqueci-

miento personal espiritual. Es algo más. Es como un paco con Dios y con la Iglesia, de que se entra en nueva vida y que se tra ta de vida fecundidad.

Por eso, el que se confirma debe pensar en lo que r ecibe: El Espíritu Santo y sus

dones. Y debe pensar en lo que se compromete a dar: el mensaje del amor y de la verdad a todos los hombres.

Analizado el signo sacramental en esta doble dimens ión permite entender lo que

es la Confirmación. Y permite también saltar de goz o por haber sido elegido por Dios y por sus misteriosos caminos para recibir el maravilloso sacramento de la plenitud espiritual

UN SALTO HACIA EL AMOR La confirmación representa un salto hacia el amor a todos los hombres, de

manera particular a los que viven cerca de nosotros . Lo dijo el mismo Jesús: Un solo mandamiento os doy, que os améis los unos a lo s otros: en esto concerán que sois mis discípulos

El concepto teológico de amor se halla frecuentem ente expresado en la Escritu-

ra. Es básico en el mensaje cristiano, de modo que, sin la comprensión de lo que es el amor, no hay formación natural ni sobrenatura l en los valores espirituales.

El niño pequeño no puede entender esta realidad humana y menos es-piritual. Por eso se debe esperar a recibir el sacr amento de la confirma-ción cuando la madurez humana ha llegado a un nivel suficiente de capa-cidad de amar a todos l hombres Sólo al llegar a la madurez adolescente se desc ubre que el amor es dar más que recibir. Y sólo entonces se puede llegar a entender que, además del amor humano, existe el amor misterioso del espí ritu, que puede llegar

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hasta sugerir el amor al desconocido, el amor al ne cesitado y hasta el amor al enemigo. Y la adultez, con la perfección y plenitud que s e la supone es la que puede llegar a entender el amor en plenitud. Preci samente por eso la reli-gión cristiana, que es amor: amor de Dios al hombre , amor al pueblo ele-gido, amor a la Iglesia, amor al pecador... y que r eclama respuesta de amor: amor a Dios, amor al prójimo, amor a los pobr es, amor a si mismo, no se pueden entender si no es clave de amor. En el Antiguo Testamento abundan los hechos de am or divino. Adán, Noé, Abraham, Jacob, Moisés, Samuel, David y todos los Profetas son signos y testigos del amor divino. Pero es el Nuev o Testamento donde surge un torrente de referencias al amor.

El verbo amar (agapao) se emplea 143 veces. El c oncepto amor (agape) se usa 117 y el destinatario del amor (agapitos) 52 . También en 74 citas aparece con el termino paralelo de Fileo. De todas ellas una 40 la palabra está situada en labios de Jesús en di-versidad de formas. Juan es el más directamente vin culado a la palabra amor, pues la usa unas 70 veces en sentido referent e a Dios, a Cristo, al prójimo o al mundo. Es bueno recordar esto pues la plenitud cristian a exige entender que el mensaje del evangelio es un mensaje de amor, es dec ir recoge el amor de Dios a los hombres, y reclama la respuesta el amor a Dios y al prójimo.

Dones del Espíritu Santo

Siguiendo la tradición profética e interpretando un texto de Isaías (Is. 11. 1-2), ha sido habitual en la Iglesia el resumir sus dones y regalos en siete, que están presentes en germen en quien recibe el Ba utismo e inicia su vida cristiana:

- El don de SABIDURIA nos impulsa a saborear y p rofundizar las cosas que son del Reino de Dios poniéndolas en nuestra vi da las primeras de todo.

- El don de ENTENDIMIENTO nos prepara para ser c apaces de descubrir y de conocer con profundidad todos los misterios de Dios, los cuales Jesús nos quiso comunicar para nuestro provecho.

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- El don de CONSEJO, con el cual podemos ayudar a los demás, no faci-lita el discernimiento en las diversas elecciones q ue tenemos que hacer para seguir la inspiración de Dios.

- El don de CIENCIA nos permite seguir avanzand o en el descubrimien-to práctico de lo que más nos conviene para nuestra propia salvación.

- El don de FORTALEZA nos permite enfrentarnos v alientemente con las dificultades y obstáculos que hallamos en nuestro c amino, especialmente con las tentaciones y con los peligros que acechan a nuestra alma.

- El don de PIEDAD o de amor a nuestro Padre Dio s nos impulsa a acu-dir a El con confianza y con la seguridad de que re cibimos todas sus ayu-das providenciales.

- El don de TEMOR DE DIOS es el que nos mueve a t emer ofender a Dios y merecer su rechazo por nuestras infidelidades. So bre todo nos hace temer el perder su amistad y caer en la tentación.

Con todo, los dones del Espíritu no se pueden si mplificar tanto como para reducirlos a una relación matemática de siete. El mismo texto origi-nal hebreo del profeta Isaías habla de seis dones, aunque la versión de los LXX desdoble el término piedad en piedad y temo r.

Y la Escritura está llena de alusiones que sobre pasan los términos del texto de Isaías. Es con todo una de las profecías m ás recordadas por los evangelistas y por la Iglesia: "Saldrá un vástago d el tronco de Jesé y bro-tará un retoño de sus raíces. Y reposará sobre él e l Espíritu del Señor.

Será un Espíritu de sabiduría y de entendimiento , de consejo y de forta-leza, de ciencia y de piedad" (Is. 11.1-2) Recogien do esta manera de hablar, nosotros nos acordamos de los dones del Esp íritu Santo como de regalos de amor. La riqueza del Señor es inmensa y no tiene ni número ni medida. Cuando se apodera del alma la llena de bend iciones y de fuerza. Como dice San Pablo, produce en ella frutos excelen tes: "El Espíritu da alegría, amor, paz, tolerancia, amabilidad, bondad, lealtad, humildad y dominio de sí. Ninguna ley existe en todas estas co sas para los que viven bajo el Espíritu y pertenecen a Cristo crucificado. " (Gal. 5. 22-23)

Apostolado

El resultado será de la confirmación será poners e en disposición de hacer el bien a todos los hombres. El que ha recibi do la coformación que-dará en disposición de hacer el bien, o como solemo s decir en término sencillos “hacer apostolado

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Se suele aludir con este término a la tarea o ac tividad de hacer el bien a los demás, mediante la proclamación de la Palabra d e Dios (ministerio de la Palabra) o mediante las acciones samaritanas (Mi nisterio de la caridad).

Es una referencia a la tarea de los inmediatos seguidores de Jesús, elegidos especialmente por Dios para esta tarea, y cuya dignidad queda sellada al recibir el sacrameto de la confirmación. Los discípulos de Jesús fueron muchos, hasta setenta y dos (Lc. 10. 2 ), además de las mu-jeres (Lc. 8. 1-3) que acompañaba al Maestro. Pero especial misión confió a "los doce" que Jesús mismo llamó apóstoles (Mc. 3 .14), denominación que sale 80 veces de los casi tres centenares de oc asiones en que se alu-de a los envíos, a los enviados, a la misión recibi da de Jesús.

En ese contexto evangélico y en referencia a las personas modélicas que fueron los Apóstoles, más que en alusión al tér mino que etimológi-camente significa envío (apo-stello = enviar hacia) , se encuadra la tradi-ción de hablar de "apostolado" en referencia a la t area que se ejerce bajo la inspiración divina en bien de los hombres, de lo s creyentes que ya han recibido el mensaje y de los infieles que aun no co nocen a Cristo.

El mismo Jesús pidió al Padre al terminar la Ult ima Cena, con la cual terminaba la vida terrena y comenzaba su pasión, la fortaleza del Padre, que sus discípulos fueran confirmados en la verdad:

“Padre, confírmalos en la verdad, porque la verdad es tu mensaje. Como Tú me has enviado al mundo, yo los envío a ellos ta mbién al mundo. Por ellos me consagro a Ti, para que también ellos qued en consagrados en la verdad. Y no te pido por ellos sólo, sino por cuan tos, por su medio, van a creer en mí por el anuncio de sus mensajes. Que tod os sena uno, como Tú, Padre, estás conmigo y yo contigo. Que también ellos estén con noso-tros, para que el mundo crea que eres Tú el que me has enviado." (Jn 17. 14-21)

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RITO DE LA CONFIRMACIÓN

Presentación de confirmando Después del Evangelio, el Obispo (los presbítero s) se sienta. El párroco, o un presbítero, presentan al Obispo a los confirmandos. Si es posible, se llama a cada uno por su nombre. Sube al presbiterio. Si los confirmandos son niños, les acompaña uno de los padrinos o sus padres

Se puede presentar a los confirmandos con palab ras parecidas a éstas: “Estos niños (o jóvenes) fueron bautizados con la p romesa de que serían

educados en la fe. Y de que un día serían confirmad os. Como responsable de la catequesis, tengo la satisfacción de decir a la com unidad aquÍ reunida, y a su pastor nuestro Obispo, que estos niños ya han recib ido la catequesis adecuada a su edad.”

Homilía o Exhortación. El Obispo hace una breve homilía, explicando las lecturas a fin de preparar a

los confirmandos, a sus padres y padrinos y a toda la asamblea defieres a una mejor inteligencia del significado del a Conformaci ón.

RENOVACIÓN DE LAS PROMESAS DEL BAUTISMO. Formulari o 1

¿Renunciáis a Satanás y a todas sus obras y accione s. - Sí, renuncio. ¿Creéis en Dios Padre todopoderoso, creador del cie lo y del a tierra?- Si, creo ¿Creéis en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Seño r, que nació de Santa María

Virgen, murió, fue sepultado, resucitó de entre los muertos, está sentado a la derecha del Padre? - Si, creo.

- ¿Creéis en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que hoy os será comunica-do de un modo singular por e! sacramento de la Conf irmación, como fue dado a los Apóstoles el día de Pentecostés?- “Si creo”

- ¿Creéis en la santa Iglesia católica, en la com unión de los Santos, en el perdón de los pecados, en la resurrección de los muertos y en la vida eterna?- Sí, creo.

A esta profesión de fe asiente el Obispo proc lamando la fe de la Iglesia: - Esta es nuestra fe. Esta es la fe de la Iglesia, que nos gloriamos de profesar en

Cristo Jesús, nuestro Señor . IMPOSICIÓN DE MANOS

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Se avisa a los confirmados así: “Después de la profesión de fe de los confir-mandos, el Obispo, repitiendo el mismo gesto que us aban los apóstoles, va a imponer las manos sobre confirmandos, pidiendo al E spíritu Santo que los consagre como piedras vivas del Iglesia. Nos unimo s a su plegaria”

El Obispo, tiende a sus lados a los presbíteros presentes, de cara al pueblo dice:

“ Oremos, hermanos, a Dios Padre todopoderoso y pidam os que derrame su Espíritu Santo sobre estos hijos de adopción, los c uáles renacieron ya a la vida con el Bautismo y para que ahora la fortaleza del E spíritu y la abundancia de sus gracias, haga de ellos imanten perfecta de Jesucris to .” Dice la oración: “Dios todopoderoso, Padre de Nuestro Señor Jesucris to, que regeneraste por el agua y el Espíritu Santo a estos siervos tuyos y lo s libraste del pecado. Escucha nuestra oración y envía sobre ellos al Espíritu San to Paráclito. Llénalos del Espíritu de Sabiduría y de inteligencia, de consejo y de fortaleza, de ciencia, de piedad y de temor. Te lo pedimos por Jesucristo nue stro Señor” Todos . Amén

* CRISMACION

Se les dice a los presentes: “ Hemos llegado al momento culminante de la celebración. El Obispo les impondrá las manos y los acercará con la cruz gloriosa de Cristo para señalar que son propiedad del Señor . Los ungirá con óleo perfuma-do. Ser crismado es lo mismo que ser Cristo, ser M esías. Y eso significa tener la misma misión de Cristo que fue dar testimonio de la verdad, por medio de las buenas obras, y ser fermento mundo.”

Seguidamente el diácono presente acerca al Obis po a los confirmandos, o bien

el mismo Obispo, pasando ante cada uno de ellos, y les unge diciendo:

N, recibe por esta señal el Don del Espíritu Sa nto. El confirmando dice: Amén

Después de unas palabras finales de animación, se concluye el acto con la oración final y la bendición de los presentes.