Nuestra Señora del Divino Amor - capilla
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Nuestra Señora del Divino Amor
Septiembre de 2010L.S.
La palabra capilla se deriva de la voz latina “capella”, que funciona como
diminutivo de capa. Podríamos preguntarnos entonces qué relación tiene una capa
—la vestimenta— con lo que conocemos como un templo religioso. Como sabemos,
las palabras tienen curiosos orígenes, y ésta en particular no es la excepción. Todo
comienza con una antigua historia…
Cuenta la tradición cristiana que hubo una vez un hombre llamado Martín de
Tours, nacido en la actual Hungría en el año 316. Un imposible día de invierno, el
joven que servía en aquel entonces al ejército romano encontró a un mendigo
tiritando de frío en la ciudad de Amiens —capital de la región de Picardie, ubicada
al norte de Francia— y le regaló la mitad de su capa para que se abrigue, ya que la
otra parte pertenecía a su regimiento. En agradecimiento —reza la leyenda—
Cristo se le apareció la noche siguiente vestido con la prenda que había dado al
indigente. Así, Martín decidió convertirse a la religión cristiana, llegando a ser
Obispo de la ciudad de Tours y más tarde uno de los santos más venerados del
catolicismo.
Los reyes francos conservaron la mitad de su capa en un pequeño santuario
construido especialmente para tal propósito, por lo cual iban a rezar “donde la
capella”. El uso de la denominación fue haciéndose popular y el tiempo la trajo
hasta nuestros días.
Históricamente, las capillas han sido lugares dedicados al culto divino: pequeños
templos independientes u oratorios anexos a grandes iglesias, o bien enormes y
famosas edificaciones como La Capilla Sixtina, ubicada en la ciudad del Vaticano, o
La Sainte Chapelle situada en el centro de París.
Sin embargo, cuando los habitantes de Paraná nos referimos a una capilla,
probablemente hablamos de una iglesia mediana o pequeña, desataviada y amable:
justamente, lo que hoy nos convoca es un Dios que vive entre paredes sin adornos
y la fuerza de varios vecinos que llevan adelante una tarea iniciada hace un poco
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menos de 50 años: estamos hablando de la Capilla Nuestra Señora Del Divino
Amor.
Tres veces suena la campana antes de que comience la misa de las 21:00hs: la voz
sonora y ronca anuncia el rito sagrado. Es domingo —“dominicus” en latín, o día del
Señor—, y la iglesia ya abrió sus puertas a quienes estén ávidos de penetrar la
morada de Dios —aunque no seamos dignos de entrar en su casa.
Situada en avenida Ramírez y calle Edmundo D’Amicis, es la única existente
dentro de la vecinal Olegario Víctor Andrade —delimitada por calle Gobernador
Maciá al norte, Avenida de las Américas al oeste, las vías del tren situadas entre Av.
De las Américas y calle El Paracao al sur y Avenida Ramírez al este—, lo cual no es
decir poco porque según cálculos de Leonardo Cregnolini —director de vecinales
de la Municipalidad de Paraná— se estima que viven unas 10.000 personas dentro
de la comuna.
El edificio que alberga a la capilla es compacto y geométrico: una breve cruz de
metal corona la cima de un techo a dos aguas, auspiciando desde lo alto —como
quien protege una fortaleza— la entrada y la salida de los fieles. Sin embargo, no es
la única señal de que allí reside Dios: un altísimo crucifijo de madera se yergue
sobre el pequeño patio que antecede el acceso al edificio. A su vez, el ingreso al
templo está protegido por un techo en galería sostenido por cuatro columnas
delgadas y rectas. A un lado del portón de chapa rectangular hay un pizarrón
anunciando los horarios de las misas —sábados 17:30hs y domingos 21:00hs—, y
al otro 26 letras de metal que forman “Nuestra Señora Del Divino Amor”.
Por dentro y a primera impresión, la iglesia parece algo desnuda: se es recibido
por una larga alfombra de mosaicos rojos que se extiende hasta el altar, filas de
bancos de iglesia y sillas de plástico blanco —añadidas para que más cantidad de
gente pueda sentarse durante la misa—, algunos ventiladores de techo y otros de
pared, y una iluminación blanca que gradúa entre lo tenue y el encandilamiento.
Sobre las paredes laterales cuelgan pequeños cuadros pintados al relieve que
retratan La Pasión de Cristo. A los lados del altar grandes imágenes adornan la
sencillez del templo: si uno se coloca de frente, la de la izquierda corresponde al
Sagrado Corazón de Jesús y la de la derecho a La Virgen del Divino Amor.
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La genuflexión en los fieles es muy ocasional. La santiguación, automática. En el
templo se conocen unos con otros: se saludan, conversan, intercambian tribulaciones
y lamentos, llegan a las palabras de consuelo y dejan de hablar. Hay el rumor de la
música: comienza la ceremonia.
Tal como tiene estructura por fuera, Nuestra Señora Del Divino Amor también
está organizada internamente: son ocho los grupos que preparan las misas cada fin
de semana, además de realizar otras actividades:
—¿Qué hace particularmente cada uno de los grupos? —le pregunto a Stella Maris
Vago —mejor conocida como Pelusa—, miembro de la comunidad organizativa de
la capilla hace dos años.
—El grupo de la Oración y el de la Palabra, por ejemplo, están destinados a la
lectura grupal del Evangelio. El de Jesús Misericordioso, por otro lado, brinda
ayuda a los enfermos orando por ellos. Cáritas — que como se sabe es una
organización humanitaria internacional, aclara Pelusa— se dedica a servir
solidariamente a los más carenciados. Los Ministros de la Eucaristía son cuatro
personas ocupadas en ayudar al Padre durante la misa y en llevar la comunión a
los enfermos en sus hogares. La Liga de Madres de Familia —que tiene su sede
principal en calle San Juan 249 y un anexo en la capilla— se encarga
principalmente de prestar libros y manuales a cambio de una cuota mensual muy
baja —de alrededor de $ 6, dependiendo de las condiciones económicas de la gente
del barrio—. Además de estas agrupaciones, existe el Ministerio de Música —
encargado de musicalizar la misa— y el Consejo Económico, que administra el
dinero con el cual se mantiene la institución.
—¿De dónde provienen los fondos para solventar los gastos que tiene la capilla?
—De la gente. Las personas asiduas a la iglesia colaboran en cada misa, a veces
también se realizan donaciones anónimas. Por otra parte se hacen colectas, rifas,
venta de empanadas, pasteles, locros, ferias americanas, viajes o cenas.
—¿Cuántas personas integran cada grupo?
—Aproximadamente diez, pero eso varía porque de tanto en tanto ingresan nuevos
miembros, y otros salen porque no les conviene los horarios de reunión…
—¿Cada cuánto se reúnen los grupos?
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—Una vez por semana, en general.
—¿Los miembros de la comunidad de la capilla trabajan voluntariamente?
—Sí. El templo y todo lo que se organiza para el mantenimiento de la capilla o la
ayuda a la comunidad es llevado a cabo por la solidaridad de los voluntarios, todos
colaboran ad honorem.
—¿La capilla depende de alguna parroquia?
—Sí, de la Parroquia Nuestra Señora de Luján, que está ubicada en la intersección
de calle 4 de Enero con Reynaldo Ros. Antes dependía del Sagrado Corazón de
Jesús —situada en Enrique Carbó al 461—, pero en la década de los ’80 —no
puedo precisar cuándo, aclara Pelusa— cambió la jurisdicción de cada parroquia y
nuestra capilla pasó a depender de Luján, junto con la Capilla Nuestra Señora de la
Asunción y la Capilla San Francisco Javier.
—¿Y el Padre que da la misa vive en la Parroquia de Luján?
—Sí. En este momento hay dos sacerdotes que auspician las mismas: los Padres
José Carlos Wendler y Juan Ignacio Martínez. Antes había más misas porque había
más sacerdotes, pero por ahora son dos los más asiduos, y sino tres contando al
Padre José Dumoulin, que viene de vez en cuando.
—Por último, ¿no existe un grupo de jóvenes, como hay usualmente en algunas
congregaciones?
—Hace años existía un grupo que se llamaba “Juventud Misionera Claretiana”, que
se disolvió porque los chicos crecieron y formaron familias… De todas formas, la
intención está: se quiere incentivar a los adolescentes a participar de la
comunidad; últimamente hay un nuevo despertar a la cooperación, así que en una
de esas se logra…
La misa transcurre sin sobresaltos. No me sé el Credo: ¡oh, vergüenza! Aprovecho
para observar en derredor. Después de todo, no vine a rezar.
Además de las actividades que realizan los grupos de voluntarios, en Nuestra
Señora del Divino Amor se dictan cursos de tejido, clases de yoga, se realiza apoyo
escolar para chicos con dificultades en el colegio y se dan clases de catecismo para
niños y adolescentes.
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Actualmente, la catequesis se da todos los sábados de 9:30 a 11:00hs, y concurren
alrededor de 80 niños —el número varía constantemente— de los cuales sólo
cuatro tienen entre 13 y 14 años, siendo el resto de entre seis y siete años.
Los menores de seis años, que por lo general no saben leer o escribir todavía,
tienen la posibilidad de asistir a una infancia misionera que es dirigida por la
Hermana Tania, una de las tres monjas de la Congregación Claretiana que la
Parroquia Nuestra Señora del Luján le asignó a la capilla hace poco más de un año.
“¿Dónde está Jesús?” me pregunto. No veo grandes figuras de santos ni cruces
aparatosas como en otras iglesias. Lo busco por sobre la cabeza de José Carlos
Wendler —el sacerdote que auspicia la misa— y veo un colorido pero pequeño vitral
que está allí en lugar del crucifijo de madera. Pintoresco, esa es la palabra. Jesús
retratado en vidrios de color. Bonito y pintoresco.
La capilla parece pequeña, pero el edificio no se termina en un solo rectángulo: a
ambos lados de la construcción principal hay extensos patios internos de cemento,
adornados con esporádicas plantas que reaniman el aspecto inacabado del lugar.
Antecediendo uno de los espacios, existe una salita mínima donde funciona una
de las sedes de Liga de Madres. En la parte de atrás y hacia el final hay otra sala,
pero esta vez corresponde a la Sacristía: en un perchero veo una larga túnica
blanca —llamada alba— que cuelga al lado de una estola violeta.
—Acá se guarda todo lo que se necesita durante la misa, como las hostias sin
consagrar, la vestimenta del sacerdote, las velas…— me cuenta Estela Antar,
miembro de la comunidad organizativa de la capilla hace unos cortos dos meses.
Junto a su marido, Orlando Velicogna —integrante del Concejo Económico— me
ofrecieron recorrer la iglesia que desde afuera no se ve.
Al otro lado de la Sacristía existe un cuartito pequeño que parece estar a medio
construir:
—Se suponía que arriba de esta sala —dice Orlando señalando una escalera
desnuda— iba a vivir el Padre, pero al final no vino y la obra quedó sin terminar.
Al salir de la piecita hay otro patio de cemento, más amplio que los otros dos, que
da a las puertas de un salón que todos llaman “multifunción”:
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—Este lugar se construyó durante los primeros años de la década del ’80, y se
destinó a la organización de todo lo que se necesitaba hacer para el mantenimiento
de la capilla. Acá se organizan cenas, por ejemplo, que es una manera de recaudar
fondos.
Hacia la derecha del salón hay otras seis salitas repartidas en dos pisos: en el
inferior, una de ellas funciona como sede de Cáritas, y otras tres son aulas
destinadas a la enseñanza de catequesis. Las otras dos habitaciones que restan se
ubican en el piso superior, y también funcionan como salones de clase.
—Todas las aulas se construyeron en 1993, junto con la Sacristía. Si bien el año que
viene la capilla cumple sus 50 años —y se va a hacer una gran celebración, me
cuenta Estela entre paréntesis—, casi todos los espacios que la rodean se
edificaron 20 o 30 años más tarde.
El Padre habla. No lo escucho exactamente: hay una bebé chiquita y rosada que —
parece— recientemente aprendió a caminar. Zapatea y grita en un intento de fuga
feliz. Su mamá la retiene con la fuerza de una sola mano.
La historia de Nuestra Señora del Divino Amor comienza en el año 1943, cuando
Ernestina Lorenzoni de Ruiz —una vecina comprometida con la comunidad—
dona un terreno de su propiedad para que se construyera allí un recinto religioso.
Recién 18 años más tarde, el 15 de agosto de 1961, se coloca la piedra basal que
inauguró la construcción del edificio, finalizada en 1968.
La patrona de la capilla —la Virgen del Divino Amor— es la que le dio origen al
nombre del templo. Su figura, traída en el año 1966 por Monseñor Adolfo Servando
Tortolo —conocido Obispo de nuestra ciudad, fallecido en 1986— en uno de sus
viajes, nació del Santuario della Madonna del Divino Amore ubicado en la ciudad
de Roma. Según cuenta la historia, la Virgen del Divino Amor fue protagonista de
un curioso milagro: en la primavera de 1740 un peregrino que se había perdido
camino a la ciudad del Vaticano fue atacado por una jauría de perros. Casualmente,
el hombre se encontraba muy próximo al Santuario, y al levantar la vista y ver la
figura de la Virgen le imploró que lo salvara. Como obedeciendo una orden, se dice
que los perros se quedaron quietos y dejaron al viajante en paz. Desde entonces, la
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Virgen del Divino Amor se convirtió en objetivo de los peregrinajes populares que
se fueron haciendo cada vez más numerosos y frecuentes.
El Sacerdote sorprende mis pensamientos explayándose sobre el amor ágape y el
Eros. Entendí porqué no lograba estar despierta —atenta— en las misas durante mi
infancia: no las entendía. Me escurro de mis raciocinios nuevamente porque un grito
de libertad —mucho más agudo que los anteriores— acaba de decidir a la madre a
salir afuera con su hija.
—¿Cuáles son los arreglos estructurales que ha tenido recientemente la capilla?—
le pregunto a Orlando Velicogna mientras me guía en el recorrido por el edificio.
—A lo largo de los diez últimos años se le fue mejorando el aspecto: se revocó y
pintó el salón principal por fuera, se cambiaron casi todas las aberturas y se
arregló el campanario.
—¿Se mandó hacer la campana?
—No, ya estaba. No estoy seguro si se trajo de la Parroquia de Luján o estaba acá,
pero nueva no es.
—¿Tienen planes de seguir modificando el edificio?
—Sí. A futuro tenemos la idea de dividir las dos aulas más amplias del piso
superior —las destinadas a la enseñanza de catequesis— en cuatro partes.
Asimismo, queremos poner una reja delante de la capilla y construir una secretaría
sobre el patio delantero… Pero son todos proyectos muy difíciles de lograr, por lo
tanto los tenemos pensados, pero para la ejecución hay que trabajar bastante.
No me quedé durante toda la ceremonia, me escapé como la nenita rosada, aunque
nadie me intentó retener. Me santigüé antes de salir, pero mi rodilla derecha no se
acercó al piso.
Siento que huí —¿me vieron huir?—. Desde el otro lado de la avenida Jesús —
misericordioso— me observa. Y yo le digo adiós.
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