Noviembre de 2011 Liahona

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Discursos de la Conferencia General Se anuncian seis nuevos templos LA IGLESIA DE JESUCRISTO DE LOS SANTOS DE LOS ÚLTIMOS DÍAS • NOVIEMBRE DE 2011

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Discursos de la Conferencia

GeneralSe anuncian seis nuevos templos

LA IGLESIA DE JESUCRISTO DE LOS SANTOS DE LOS ÚLTIMOS DÍAS • NOVIEMBRE DE 2011

El Salvador enseñó: “Escudriñad las Escrituras, porque a vosotros os parece que en ellas tenéis

la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” ( Juan 5:39).

Aprendiendo de las Escrituras, por Nancy Crookston.

Índice general: Noviembre de 2011Volumen 35 • Número 11

SESIÓN DEL SÁBADO POR LA MAÑANA 4 Al reunirnos otra vez

Presidente Thomas S. Monson 6 El poder de las Escrituras

Élder Richard G. Scott 9 La revelación personal y el testimonio

Barbara Thompson 11 Vendrá el día

Élder L. Whitney Clayton 14 Hagamos lo correcto, en el momento

oportuno y sin demorarÉlder José L. Alonso

16 Consejo a los jóvenesPresidente Boyd K. Packer

19 Ustedes son importantes para ÉlPresidente Dieter F. Uchtdorf

SESIÓN DEL SÁBADO POR LA TARDE 23 El sostenimiento de los Oficiales

de la IglesiaPresidente Henry B. Eyring

24 El corazón de los hijos se volveráÉlder David A. Bednar

28 Los hijosÉlder Neil L. Andersen

31 Un tiempo de preparaciónÉlder Ian S. Ardern

33 Es mejor mirar hacia arribaÉlder Carl B. Cook

35 La redenciónÉlder LeGrand R. Curtis Jr.

38 El divino don del arrepentimientoÉlder D. Todd Christofferson

41 El perfecto amor echa fuera el temorÉlder L. Tom Perry

SESIÓN DEL SACERDOCIO 44 Somos los soldados

Élder Jeffrey R. Holland 47 El poder del Sacerdocio Aarónico

Obispo Keith B. McMullin 50 La oportunidad de toda una vida

Élder W. Christopher Waddell 53 El proveer conforme a la manera

del SeñorPresidente Dieter F. Uchtdorf

56 La preparación en el sacerdocio: “Necesito tu ayuda”Presidente Henry B. Eyring

60 Atrévete a lo correcto aunque solo estésPresidente Thomas S. Monson

SESIÓN DEL DOMINGO POR LA MAÑANA 68 Un testigo

Presidente Henry B. Eyring 71 Esperamos en el Señor:

Hágase tu voluntadÉlder Robert D. Hales

74 El Libro de Mormón: Un libro proveniente de DiosÉlder Tad R. Callister

77 Amar a su madreElaine S. Dalton

79 La importancia de un nombreÉlder M. Russell Ballard

82 Permaneced en lugares santosPresidente Thomas S. Monson

SESIÓN DEL DOMINGO POR LA TARDE 86 Convenios

Élder Russell M. Nelson 90 Las enseñanzas de Jesús

Élder Dallin H. Oaks 94 El enseñar de acuerdo con el Espíritu

Matthew O. Richardson 96 Los misioneros son un tesoro

de la IglesiaÉlder Kazuhiko Yamashita

98 Escojan la vida eternaÉlder Randall K. Bennett

101 El privilegio de la oraciónÉlder J. Devn Cornish

104 Las canciones que no pudieron cantarÉlder Quentin L. Cook

108 Hasta que nos volvamos a reunirPresidente Thomas S. Monson

REUNIÓN GENERAL DE LA SOCIEDAD DE SOCORRO 109 Lo que espero que mis nietas

(y nietos) comprendan acerca de la Sociedad de SocorroJulie B. Beck

114 La caridad nunca deja de serSilvia H. Allred

117 Adhiérete a los conveniosBarbara Thompson

120 No me olvidesPresidente Dieter F. Uchtdorf

64 Autoridades Generales de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días

124 Índice de relatos de la conferencia 125 Enseñanzas para nuestra época 125 Presidencias Generales de las

Organizaciones Auxiliares 126 Noticias de la Iglesia

2 L i a h o n a

SÁBADO POR LA MAÑANA, 1 DE OCTUBRE DE 2011, SESIÓN GENERALPresidió: Presidente Thomas S. Monson. Dirigió: Presidente Henry B. Eyring. Primera oración: Élder Gary J. Coleman. Última oración: Élder Lowell M. Snow. Música por el Coro del Tabernáculo; Mack Wilberg y Ryan Murphy, directores; Richard Elliott y Andrew Unsworth, organistas: “Ya rompe el alba”, Himnos, Nº 1; “With Songs of Praise” (Con cantos de alabanza), Hymns, Nº 71; “Pedimos hoy por ti”, Himnos, Nº 12, arreglo de Wilberg, inédito; “Oh Dios de Israel”, Himnos, Nº 5; “Soy un hijo de Dios”, Canciones para los niños, Nº 2, arreglo de Murphy, inédito; “Santos, avanzad”, Himnos, Nº 38, arreglo de Wilberg, inédito.

SÁBADO POR LA TARDE, 1 DE OCTUBRE DE 2011, SESIÓN GENERALPresidió: Presidente Thomas S. Monson. Dirigió: Presidente Dieter F. Uchtdorf. Pri-mera oración: Élder Won Yong Ko. Última oración: Élder Bradley D. Foster. Música por un coro de la Primaria de Pleasant View y North Ogden, Utah; Vanja Y. Watkins, directora; Linda Margetts, organista: “Dios cuida a sus hijos”, Himnos, Nº 201, y “Doy gracias, oh Padre” Canciones para los niños, Nº 7, popurrí arreglo de Watkins, inédito; “Las familias pueden ser eternas”, Himnos, Nº 195, arreglo de Watkins, inédito; “Loor al Profeta”, Himnos, Nº 15; “Mi Padre Celestial me ama”, Canciones para los niños, Nº 16, y “Dios vive”, Himnos, Nº 199, pub. Jackman, popurrí arreglo de Watkins, inédito.

SÁBADO POR LA TARDE, 1 DE OCTUBRE DE 2011, SESIÓN DEL SACERDOCIO Presidió: Presidente Thomas S. Monson. Dirigió: Presidente Dieter F. Uchtdorf. Primera oración: Élder Richard G. Hinckley. Última oración: Élder Koichi Aoyagi. Música por un coro del Sacerdocio de Melquisedec de Pleasant Grove, Utah; Justin Bills, director; Clay Christiansen, organista: “Rise Up, O Men of God” (Levantaos, hombres de Dios), Hymns, Nº 324, arreglo de Staheli, pub. Ja-ckman; “Señor, Te necesito”, Himnos, Nº 49, arreglo de Bills, inédito; “A Cristo Rey Jesús”, Himnos, Nº 30; “Hijos del Señor, venid”, Himnos, Nº 26, arreglo de Bills, inédito.

SESIÓN DEL DOMINGO POR LA MAÑANA, 2 DE OCTUBRE DE 2011, SESIÓN GENERALPresidió: Presidente Thomas S. Monson. Dirigió: Presidente Dieter F. Uchtdorf. Primera oración: Élder Paul K. Sybrowsky. Última oración: Élder James B. Martino Música por el Coro del Tabernáculo; Mack Wilberg, director; Andrew Unsworth y Clay Christiansen, organistas: “Lead Me into Life Eternal” (Guíame a la vida eterna), Hymns, Nº 45; “Jehová, sé nuestro guía”, Himnos, Nº 39, arreglo de Wilberg, inédito; “Consi-derad los lirios”, Hoffman, arreglo de Lyon, pub. Jackman; “Te damos, Señor, nuestras gracias”, Himnos, Nº 10; “A donde me man-des iré”, Himnos, Nº 175, arreglo de Wilberg, inédito; “Creo en Cristo”, Himnos, Nº 72, arreglo de Wilberg, inédito.

SESIÓN DEL DOMINGO POR LA TARDE, 2 DE OCTUBRE DE 2011, SESIÓN GENERALPresidió: Presidente Thomas S. Monson. Dirigió: Presidente Henry B. Eyring. Primera oración: Élder F. Michael Watson. Última oración: Élder Gregory A. Schwitzer. Música por el Coro del Tabernáculo; Mack Wilberg y Ryan Murphy, directores; Bonnie Goodliffe y Linda Margetts, organistas: “Arise, O God, and Shine” (Levántate, oh Dios, y brilla), Hymns, Nº 265, arreglo de Wilberg, inédito; “Siento el amor de mi Salvador”, Canciones para los niños, Nº 42, arreglo de Cardon, inédito; “Ya regocijemos”, Himnos, Nº 3; “Padre, antes de partir”, Himnos, Nº 90, arreglo de Wilberg, inédito.

REUNIÓN GENERAL DE LA SOCIEDAD DE SOCORRO, SÁBADO POR LA TARDE, 24 DE SEPTIEMBRE DE 2011Presidió: Presidente Thomas S. Monson. Dirigió: Julie B. Beck. Primera oración: Barbara C. Bradshaw. Última oración: Sandra Rogers. Música por un coro de la Sociedad de Socorro de Eagle Mountain y Saratoga Springs, Utah; Emily Wadley, di-rectora; Bonnie Goodliffe y Linda Margetts, organistas: “Ya rompe el alba”, Himnos, Nº 1, arreglo de Wilberg, inédito; “Dulce tu obra es, Señor”, Himnos, Nº 84, arreglo de Manookin, pub. Jackman; “La luz de la verdad”, Himnos, Nº 171; “Ya regocijemos”, Himnos, Nº 3.

DISCURSOS DE LA CONFERENCIA A DISPOSICIÓN DEL PÚBLICOPara tener acceso a los discursos de la conferencia general en varios idiomas, visite conference .lds .org o languages .lds .org. Luego, seleccione un idioma. Por lo general, las grabaciones de audio estarán disponibles en los centros de distribución dos meses después de la conferencia.

MENSAJES DE ORIENTACIÓN FAMILIAR Y DE LAS MAESTRAS VISITANTESPara los mensajes de orientación familiar y de las maestras visitantes, sírvase seleccionar uno de los discursos que mejor satisfaga las necesidades de las personas a las que visite.

EN LA CUBIERTAAl frente: Fotografía por John Luke. Atrás: Fotografía por Les Nilsson.

FOTOGRAFÍAS DE LA CONFERENCIALas escenas de la conferencia general, que se efectuó en Salt Lake City, las tomaron: Craig Dimond, Welden C. Andersen, John Luke, Christina Smith, Cody Bell, Les Nilsson, Weston Colton, Sarah Jensen, Derek Israel-sen, Danny La, Scott Davis, Kristy Jordan, y Cara Call; en Brasil: Barbara Alves, David McNamee, y Sandra Rozados; en Canadá: Laurent Lucuix; en El Salvador: Josué Peña; en Inglaterra: Simon Jones; en Japón: el Jun Aono; en México: Mónica Mora; en Filipinas: Wilmor LaTorre y Ann Rosas; en Sudáfrica: Rob Milne; en Suecia: Anna Peterson; y en Uruguay: Manuel Peña.

Resumen de la Conferencia General Semestral número 181

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LOS DISCURSANTES POR ORDEN ALFABÉTICOAllred, Silvia H., 114Alonso, José L., 14Andersen, Neil L., 28Ardern, Ian S., 31Ballard, M. Russell, 79Beck, Julie B., 109Bednar, David A., 24Bennett, Randall K., 98Callister, Tad R., 74Christofferson, D. Todd, 38Clayton, L. Whitney, 11Cook, Carl B., 33Cook, Quentin L., 104Cornish, J. Devn, 101Curtis, LeGrand R., Jr., 35Dalton, Elaine S., 77Eyring, Henry B., 23, 56, 68Hales, Robert D., 71Holland, Jeffrey R., 44McMullin, Keith B., 47Monson, Thomas S., 4, 60,

82, 108Nelson, Russell M., 86Oaks, Dallin H., 90Packer, Boyd K., 16Perry, L. Tom, 41Richardson, Matthew O., 94Scott, Richard G., 6Thompson, Barbara, 9, 117Uchtdorf, Dieter F., 19, 53,

120Waddell, W. Christopher, 50Yamashita, Kazuhiko, 96

ÍNDICE DE TEMASActivación, 14, 35, 50Adversidad, 71, 104Albedrío, 98Amor, 53, 77, 96, 120Aprender, 94Arrepentimiento, 16, 35,

38, 44Autoestima, 19, 120Autosuficiencia, 53Biblia, 74, 90Bienestar, 53Caridad, 68, 109, 114Conferencia general, 4, 23,

108Convenios, 86, 117Conversión, 68, 96Crecimiento, Iglesia, 11, 41Deber, 47, 56Discipulado, 109Ejemplo, 41, 60, 77, 90, 96Enseñanza, 94Escrituras, 6, 74Esperanza, 19, 71Espíritu Santo, 6, 9, 16, 33,

47, 82, 94Expiación, 33, 35, 38, 90Familia, 28, 77Fe, 28, 33, 71, 101, 104Gozo, 38, 120Hijos, 28Historia familiar, 24Jesucristo, 35, 41, 74, 79,

90, 101Jóvenes, 16, 24, 44, 47, 50, 77Libro de Mormón, 6, 50,

68, 74Maestras visitantes, 109, 114Matrimonio, 28Matrimonios misioneros, 44

Moralidad, 16Mujeres Jóvenes, 77Naturaleza divina, 19Nombre, Iglesia, 79Normas, 44, 60, 77, 82Obediencia, 33, 38, 86, 90Obra misional, 11, 41, 44,

50, 79, 96Oración, 82, 101Paciencia, 71Padre Celestial, 108Padres, 77Perseverancia, 68, 71Preparación, 50, 56, 96Prioridades, 28, 31Profecía, 11Redención, 35Responsabilidad, 98Restauración, 11Revelación, 6, 9, 16, 82Sacerdocio, 24, 47, 56, 60,

86, 109Sacerdocio Aarónico, 47Sacrificio, 50, 120Ser padres, 28, 77Servicio, 14, 47, 50, 53,

56, 68Sociedad de Socorro, 109,

114Tecnología, 24, 31Templos y la obra del tem-

plo, 4, 24, 41, 109, 117Testimonio, 9, 60, 68, 74, 82Uso del tiempo, 31Valor, 33, 60Valor individual, 19, 120

NOVIEMBRE DE 2011 VOL. 35 NO. 1LIAHONA 09691 002Publicación de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, en el idioma español.

La Primera Presidencia: Thomas S. Monson, Henry B. Eyring, Dieter F. Uchtdorf

El Quórum de los Doce Apóstoles: Boyd K. Packer, L. Tom Perry, Russell M. Nelson, Dallin H. Oaks, M. Russell Ballard, Richard G. Scott, Robert D. Hales, Jeffrey R. Holland, David A. Bednar, Quentin L. Cook, D. Todd Christofferson, Neil L. Andersen

Editor: Paul B. PieperAsesores: Keith R. Edwards, Christoffel Golden Jr., Per G. Malm

Director administrativo: David L. FrischknechtDirector editorial: Vincent A. VaughnDirector de artes gráficas: Allan R. Loyborg

Editor administrativo: R. Val JohnsonEditores administrativos auxiliares: Jenifer L. Greenwood, Adam C. OlsonEditores adjuntos: Susan Barrett, Ryan CarrPersonal de redacción: Brittany Beattie, David A. Edwards, Matthew D. Flitton, LaRene Porter Gaunt, Carrie Kasten, Jennifer Maddy, Lia McClanahan, Melissa Merrill, Michael R. Morris, Sally J. Odekirk, Joshua J. Perkey, Chad E. Phares, Jan Pinborough, Paul VanDenBerghe, Marissa A. Widdison, Melissa Zenteno

Director administrativo de arte: J. Scott KnudsenDirector de arte: Scott Van KampenGerente de producción: Jane Ann PetersDiseñadores principales: C. Kimball Bott, Thomas S. Child, Colleen Hinckley, Eric P. Johnsen, Scott M. MooyPersonal de producción: Collette Nebeker Aune, Howard G. Brown, Julie Burdett, Reginald J. Christensen, Kim Fenstermaker, Bryan Gygi, Kathleen Howard, Denise Kirby, Ginny J. NilsonPreimpresión: Jeff L. Martin

Director de impresión: Craig K. SedgwickDirector de distribución: Evan Larsen

Coordinación de Liahona: Enrique Resek, Patsy Carroll-Carlini

Para saber el costo de la revista y cómo suscribirse a ella fuera de Estados Unidos y de Canadá, vaya a store.lds.org o póngase en contacto con el Centro de Distribución local o con el líder del barrio o de la rama.

Los manuscritos y las preguntas deben enviarse en línea a liahona.lds.org; por correo a Liahona, Room 2420, 50 East North Temple Street, Salt Lake City, UT 84150-0024, USA; o por correo electrónico a: [email protected] (un término del Libro de Mormón que significa “brújula” o “director”) se publica en albanés, alemán, armenio, bislama, búlgaro, camboyano, cebuano, coreano, croata, checo, chino, danés, esloveno, español, estonio, fiyiano, finlandés, francés, griego, holandés, húngaro, indonesio, inglés, islandés, italiano, japonés, kiribati, letón, lituano, malgache, marshalés, mongol, noruego, polaco, portugués, rumano, ruso, samoano, sueco, tagalo, tailandés, tahitiano, tongano, ucraniano, urdu, y vietnamita. (La frecuencia de las publicaciones varía de acuerdo con el idioma.)

© 2011 por Intellectual Reserve, Inc. Todos los derechos reservados. Impreso en Argentina.

El material de texto y visual de la revista Liahona se puede copiar para utilizarse en la Iglesia o en el hogar, siempre que no sea con fines de lucro. El material visual no se puede copiar si aparecen restricciones en la línea de crédito del mismo. Las preguntas que tengan que ver con este asunto se deben dirigir a Intellectual Property Office, 50 East North Temple Street, Salt Lake City, UT 84150, USA; correo electrónico: [email protected].

Liahona aparece en internet en varios idiomas en el sitio www.liahona.lds.org.

L i a h o n a4

Cuán bueno es, hermanos y her-manas, darles la bienvenida a la Conferencia General semestral

número 181 de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

Esta conferencia señala 48 años, ¡piensen en ello!, desde que fui lla-mado al Quórum de los Doce Apósto-les por el presidente David O. Mckay. Eso fue en octubre de 1963. Parece imposible que hayan pasado ya tantos años desde entonces.

Cuando estamos ocupados, el tiempo parece transcurrir muy rápido, y los pasados seis meses no han sido una excepción para mí. Algo de desta-car en ese período fue la oportunidad que tuve de rededicar el Templo de Atlanta, Georgia, el 1 de mayo. Me acompañaron el élder M. Russell Ballard y su esposa, el élder Walter F. González y su esposa, y el élder William R. Walker y su esposa.

Durante la celebración cultural titulada “Auroras Australes”, que se llevó a cabo la noche anterior a la rededicación, participaron 2.700 hombres y mujeres jóvenes de todo el distrito del templo. Fue uno de los programas más excepcionales que yo haya visto y que puso a la audiencia

William R. Walker y su esposa y la her-mana Silvia Allred, de la Presidencia General de la Sociedad de Socorro y su esposo Jeffry. El presidente Eyring informó que fue un acontecimiento muy espiritual.

A finales de este año, el presidente Dieter F. Uchtdorf y su esposa viaja-rán con otras Autoridades Generales a Quetzaltenango, Guatemala, donde dedicarán nuestro templo allí.

La construcción de templos con-tinúa sin interrupción, hermanos y hermanas. Hoy tengo el privilegio de anunciar varios nuevos templos.

Primero, quisiera mencionar que ningún otro edificio en la Iglesia es más importante que un templo. Los templos son lugares donde las rela-ciones familiares se sellan para durar a través de las eternidades. Estamos agradecidos por los muchos templos

de pie varias veces para ovacionarlos.Al día siguiente, el templo fue rede-

dicado en dos sesiones en las que el Espíritu del Señor estuvo con nosotros abundantemente.

A fines de agosto el presidente Henry B. Eyring dedicó el Templo de San Salvador, El Salvador. Le acom-pañaron su esposa, el élder D. Todd Christofferson y su esposa, el élder

Por el presidente Thomas S. Monson

Al reunirnos otra vezEs mi ruego que seamos llenos del Espíritu del Señor al escuchar los mensajes de hoy y mañana, y que aprendamos aquellas cosas que el Señor desea que sepamos.

S E S I Ó N D E L S Á B A D O P O R L A M A Ñ A N A | 1 de octubre de 2011

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que hay por todo el mundo y por las bendiciones que representan en la vida de nuestros miembros.

A finales del año pasado, el Taber-náculo de Provo, en el condado de Utah, quedó seriamente dañado por un terrible incendio. De este mara-villosos edificio, muy querido por generaciones de Santos de los Últimos Días, sólo quedaron en pie las paredes exteriores. Después de un cuidadoso estudio, hemos decidido reconstruirlo preservando y restaurando su exte-rior para que llegue a ser el segundo templo de la Iglesia en la ciudad de Provo. El templo actual de Provo es uno de los más concurridos de la Iglesia y un segundo templo allí aco-modará al número cada vez mayor de fieles miembros de la Iglesia de Provo, así como de las comunidades circun-vecinas que asisten a ese templo.

También tengo el placer de anunciar nuevos templos en las siguientes locali-dades: Barranquilla, Colombia; Durban, Sudáfrica; Kinshasa, en la República Democrática del Congo; y Star Valley, Wyoming, Estados Unidos. Además, seguimos adelante con planes para construir un templo en París, Francia.

Los detalles para estos templos se darán en el futuro, cuando se obten-gan el lugar y otras autorizaciones que se requieren.

En conferencias previas, he men-cionado el progreso que estamos logrando al poner templos más cerca de nuestros miembros. Aunque estén fácilmente disponibles para muchos miembros de la Iglesia, aún hay áreas en el mundo donde los templos están tan distantes de nuestros miembros que ellos no pueden afrontar los gastos de viaje que se requieren para

ir al templo; por lo tanto, no pueden participar de las bendiciones sagradas y eternas que proporcionan los tem-plos. Para ayudar al respecto, tenemos disponible lo que se llama el Fondo General de Ayuda para Participantes del Templo. Este fondo provee de una sola visita al templo para los que de otra manera no podrían ir allí, pero anhelan esa oportunidad. Cualquiera que desee contribuir a este fondo, lo puede hacer simplemente escribiendo la información en su recibo normal de contribuciones que se da al obispo cada mes.

Ahora bien, hermanos y hermanas, es mi ruego que seamos llenos del Espíritu del Señor al escuchar los men-sajes de hoy y mañana, y que apren-damos aquellas cosas que el Señor desea que sepamos. Esto ruego en el nombre de Jesucristo. Amén. ◼

6 L i a h o n a

Quienes estamos en este púlpito durante la conferencia senti-mos el poder de sus oraciones.

Las necesitamos y se las agradecemos.Nuestro Padre Celestial sabía que

para que lográramos el progreso deseado durante nuestra probación terrenal, teníamos que afrontar retos difíciles, algunos de los cuales serían casi abrumadores. Él proporcionó los medios para ayudarnos a tener éxito en nuestra probación mortal, uno de ellos lo constituyen las Escrituras.

A lo largo de las épocas, el Padre Celestial ha inspirado a hombres y mujeres escogidos para encontrar, mediante la guía del Espíritu Santo, las soluciones a los problemas más perplejos de la vida. Él ha inspirado a Sus siervos autorizados a registrar esas soluciones en una especie de manual para aquellos de Sus hijos que tuvie-sen fe en Su plan de felicidad y en Su Amado Hijo Jesucristo. Nosotros tenemos al alcance esa guía por medio del tesoro que llamamos libros canónicos: el Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento, el Libro de Mormón, Doctrina y Convenios y la Perla de Gran Precio.

Debido a que las Escrituras se

originaron de la comunicación ins-pirada del Espíritu Santo, son verdad pura. No debemos preocuparnos acerca de la validez de los conceptos que contienen los libros canónicos, dado que el Espíritu Santo ha sido el instrumento que ha motivado e inspirado a esas personas que los han escrito.

Las Escrituras son como partículas de luz que iluminan nuestra mente y dan lugar a la guía e inspiración de lo alto. Ellas se convierten en la llave que abre el canal de comunicación con nuestro Padre Celestial y Su Amado Hijo Jesucristo.

Las Escrituras, cuando se citan correctamente, proporcionan autori-dad a nuestras declaraciones. Ellas se convierten en amigas incondicionales que no están limitadas por la geogra-fía ni el calendario. Siempre están ahí cuando las necesitamos. Usarlas pro-porciona un fundamento de verdad que el Espíritu Santo puede desper-tar. Aprender, meditar, escudriñar y memorizar las Escrituras es como llenar un archivo con amigos, valores y verdades a las que podemos recurrir en cualquier momento, en cualquier parte del mundo.

El poder de las EscriturasLas Escrituras son como partículas de luz que iluminan nuestra mente y dan lugar a la guía e inspiración de lo alto.

Por el élder Richard G. ScottDel Quórum de los Doce Apóstoles

Se obtiene un gran poder al memorizar pasajes de Escrituras. El memorizar un pasaje es como crear una nueva amistad. Es como descu-brir a una persona nueva que puede ayudarnos en tiempos de necesidad, darnos inspiración y consuelo, y ser la fuente de motivación para lograr un cambio necesario. Por ejemplo, el cometido de memorizar este salmo ha sido para mí una fuente de poder y comprensión:

“De Jehová es la tierra y su pleni-tud, el mundo y los que en él habitan,

“porque él la fundó sobre los ma-res, y la afirmó sobre los ríos.

“¿Quién subirá al monte de Jehová? ¿Y quién estará en su lugar santo?

“El limpio de manos y puro de corazón, el que no ha elevado su alma a la vanidad ni jurado con engaño.

“Él recibirá bendición de Jehová, y justicia del Dios de salvación” (Salmos 24:1–5).

El meditar sobre un pasaje de Es-crituras como ése, da gran dirección a nuestra vida. Las Escrituras se pueden convertir en un apoyo y proporcionar un recurso increíblemente enorme de amigos dispuestos a ayudarnos. Una escritura memorizada pasa a ser una amistad duradera que no se debilita con el paso del tiempo.

El meditar en un pasaje de las Es-crituras puede ser la llave que abra la revelación, la guía y la inspiración del Espíritu Santo. Las Escrituras pueden calmar un alma atribulada, brindán-dole paz, esperanza y restaurándole confianza en su propia capacidad para vencer los desafíos de la vida. Ellas tienen gran poder para sanar los desafíos emocionales, si se tiene fe en el Salvador y pueden acelerar la sanación física.

Las Escrituras pueden comuni-car diferentes significados durante diferentes momentos de nuestra vida,

7N o v i e m b r e d e 2 0 1 1

de acuerdo con nuestras necesidades. Un pasaje que quizás hayamos leído muchas veces puede tomar matices con significados que sean refrescantes e inspiradores al afrontar un nuevo desafío en la vida.

¿Cómo utilizas tú las Escrituras? ¿Marcas tus ejemplares? ¿Pones no-tas en el margen para recordar un momento de guía espiritual o una experiencia que te haya enseñado una profunda lección? ¿Utilizas todos los libros canónicos, incluso el Antiguo Testamento? Yo he encontrado verda-des muy preciadas en las páginas del Antiguo Testamento que son partes claves para la plataforma de verdad que me guía y me sirve como recurso cuando trato de compartir un mensaje del Evangelio con los demás. Por esa razón, amo el Antiguo Testamento. He

encontrado joyas preciadas de verdad esparcidas a lo largo de sus páginas. Por ejemplo:

“Y Samuel dijo: ¿Acaso se complace Jehová tanto en los holocaustos y en los sacrificios como en la obediencia a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros” (1 Samuel 15:22).

“Confía en Jehová con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia.

“Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas.

“No seas sabio en tu propia opinión; teme a Jehová y apártate del mal…

“No rechaces, hijo mío, la disci-plina de Jehová, ni te canses de su corrección,

“Porque Jehová corrige al que ama, como el padre al hijo a quien quiere.

Bienaventurado el hombre que ha-lla la sabiduría y que adquiere entendi-miento” (Proverbios 3:5–7, 11–13).

El Nuevo Testamento es también un diamante valioso:

“Y Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y con toda tu mente.

“Éste es el primero y grande mandamiento.

“Y el segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

“De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas” (Mateo 22:37–40).

“Dijo también el Señor: Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo;

“pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, fortalece a tus hermanos.

“Y él le dijo: Señor, dispuesto estoy a ir contigo aun a la cárcel y a la muerte.

“Y él dijo: Pedro, te digo que el gallo no cantará hoy antes que tú nie-gues tres veces que me conoces…

“Y cuando una criada le vio que estaba sentado al fuego, se fijó en él y dijo: Éste estaba con él.

“Entonces él lo negó, diciendo: Mujer, no le conozco.

“un poco después, viéndole otro, dijo: Tú también eres de ellos. Y Pedro dijo: Hombre, no lo soy.

“Y como una hora después, otro afirmaba, diciendo: Verdaderamente también éste estaba con él, porque es galileo.

Y Pedro dijo: Hombre, no sé lo que dices. Y en seguida, mientras él aún hablaba, el gallo cantó.

“Entonces, se volvió el Señor y miró a Pedro; y Pedro se acordó de la palabra que el Señor le había dicho: Antes que el gallo cante, me negarás tres veces.

8 L i a h o n a

“Y Pedro, saliendo fuera, lloró amargamente” (Lucas 22:31–34, 56–62).

Cómo me duele el corazón por lo que ocurrió con Pedro en esa ocasión.

Este pasaje de Doctrina y Conve-nios me ha bendecido enormemente: “No intentes declarar mi palabra, sino primero procura obtenerla, y entonces será desatada tu lengua; luego, si lo deseas, tendrás mi Espíritu y mi pala-bra, sí, el poder de Dios para conven-cer a los hombres” (D. y C. 11:21).

En mi opinión, el Libro de Mormón enseña la verdad con claridad y poder únicos. Por ejemplo:

“Y ahora quisiera que fueseis hu-mildes, que fueseis sumisos y dóciles; fáciles de persuadir; llenos de pacien-cia y longanimidad; siendo moderados en todas las cosas; siendo diligentes en guardar los mandamientos de Dios en todo momento; pidiendo las cosas que necesitéis, tanto espirituales como tem-porales; siempre dando gracias a Dios por las cosas que recibís.

“Y mirad que tengáis fe, esperanza y caridad, y entonces siempre abunda-réis en buenas obras” (Alma 7:23–24).

Y otra:“Y la caridad es sufrida y es

benigna, y no tiene envidia, ni se envanece, no busca lo suyo, no se irrita fácilmente, no piensa el mal, no se regocija en la iniquidad, sino se regocija en la verdad; todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.

“Por tanto, amados hermanos míos, si no tenéis caridad, no sois nada, por-que la caridad nunca deja de ser. Alle-gaos, pues, a la caridad, que es mayor que todo, porque todas las cosas han de perecer;

“pero la caridad es el amor puro de Cristo, y permanece para siempre; y a quien la posea en el postrer día, le irá bien.

“Por consiguiente, amados herma-nos míos, pedid al Padre con toda la energía de vuestros corazones, que seáis llenos de este amor que él ha otorgado a todos los que son discípu-los verdaderos de su Hijo Jesucristo; para que lleguéis a ser hijos de Dios; para que cuando él aparezca, seamos semejantes a él, porque lo veremos tal como es; para que tengamos esta es-peranza; para que seamos purificados así como él es puro” (Moroni 7:45–48).

Mi querida esposa Jeanene amaba el Libro de Mormón. En su juventud, de adolescente, llegó a ser el cimiento de su vida y una fuente de testimo-nio y enseñanza durante su servicio misional de tiempo completo en los estados del noroeste de los Esta-dos Unidos. Cuando servimos en el campo misional en Córdoba, Argen-tina, ella alentaba con gran firmeza el uso del Libro de Mormón en nuestro esfuerzo proselitista. Jeanene con-firmó desde muy joven que quienes leían en forma consecuente el Libro de Mormón eran bendecidos con una porción mayor del Espíritu del Señor, con una gran resolución de obedecer Sus mandamientos y un firme testimo-nio de la divinidad del Hijo de Dios 1. No sé por cuántos años, al acercarse el fin del año, la veía sentada muy callada terminando de leer detenida-mente el Libro de Mormón una vez

más antes de que terminase el año.En 1991, quise dar a mi familia un

regalo especial de Navidad. Al registrar el logro de ese deseo, en mi diario personal anoté: “Son las 12:38 de la noche del miércoles 18 de diciembre de 1991. He terminado recién la gra-bación en audio del Libro de Mormón para mi familia. Ésta ha sido una experiencia que ha acrecentado mi testimonio de esta divina obra y forta-lecido mi deseo de familiarizarme más con sus páginas, para extraer de estas Escrituras verdades para utilizar en mi servicio al Señor. Amo este libro. Tes-tifico con toda mi alma que es verda-dero, que fue preparado para bendecir la Casa de Israel y que todas sus partes se propagan por el mundo. Todos los que estudien su mensaje con humil-dad, con fe, creyendo en Jesucristo, sabrán de su veracidad y encontrarán un tesoro que les conducirá a una ma-yor felicidad, paz y logro en esta vida. Testifico, por todo lo que es sagrado, que este libro es verdadero”.

Que cada de uno de nosotros nos beneficiemos con la riqueza de las bendiciones que resultan del estudio de las Escrituras. En el nombre de Jesucristo. Amén. ◼

NOTA 1. Véase Gordon B. Hinckley, “Un testimonio

vibrante y verdadero,” Liahona, agosto de 2005, pág. 3.

9N o v i e m b r e d e 2 0 1 1

Hace muchos años, cuando era estudiante de la universidad, es-taba escuchando la conferencia

general en la radio, ya que no tenía-mos un televisor en nuestro pequeño apartamento. Los oradores de la con-ferencia eran maravillosos y disfrutaba del Espíritu Santo en abundancia.

Recuerdo muy bien que cuando una de las Autoridades Generales habló acerca del Salvador y de Su ministerio, y después expresó un fer-viente testimonio, el Espíritu Santo le confirmó a mi alma que lo que él ha-bía dicho era verdad. En ese momento no tuve ninguna duda de que el Salvador vive; tampoco dudé de que estaba recibiendo revelación personal que me confirmaba “que Jesucristo es el Hijo de Dios” 1.

A los ocho años de edad fui bauti-zada y confirmada, y recibí el don del Espíritu Santo. Fue una maravillosa bendición en aquella época, pero, desde entonces, ha cobrado cada vez mayor importancia a medida que he crecido y sentido el don del Espíritu Santo de muchas maneras.

A menudo, al pasar de la niñez a la adolescencia, y luego a la edad adulta,

tenemos desafíos y experiencias a lo largo del camino que nos hacen darnos cuenta de que necesitamos la ayuda divina que viene mediante el Santo Espíritu. Al sobrevenir las dificultades, tal vez nos preguntemos: “¿Cuál es la respuesta a mi problema?” y “¿cómo puedo saber lo que tengo que hacer?”.

Con frecuencia recuerdo el relato del Libro de Mormón cuando Lehi le enseña el Evangelio a su familia. Él compartió con ellos muchas revela-ciones y enseñanzas sobre cosas que ocurrirían en los últimos días. Nefi había buscado la guía del Señor para entender mejor las enseñanzas de su padre. Fue edificado, bendecido e ins-pirado para saber que las enseñanzas de su padre eran verdaderas. Eso le permitió a Nefi seguir con esmero los mandamientos del Señor y vivir recta-mente; él recibió revelación personal para guiarlo.

Por otra parte, sus hermanos discutían unos con otros porque no entendían las enseñanzas de su padre. Entonces Nefi hizo una importante pregunta: “¿Habéis preguntado al Señor?” 2.

Su débil respuesta fue: “No, porque el Señor no nos da a conocer tales cosas a nosotros” 3.

Nefi aprovechó esa oportunidad para enseñar a sus hermanos la forma de recibir revelación personal. Él dijo: “¿No recordáis las cosas que el Señor ha dicho: Si no endurecéis vuestros co-razones, y me pedís con fe, creyendo que recibiréis, guardando diligente-mente mis mandamientos, de seguro os serán manifestadas estas cosas?” 4.

El modo de recibir revelación personal es en realidad muy claro. Tenemos que tener el deseo de recibir revelación, no debemos endurecer nuestro corazón; luego, tenemos que pedir con fe, creyendo verdadera-mente que recibiremos una respuesta; y después guardar diligentemente los mandamientos de Dios.

El seguir ese modelo no significa que cada vez que le hagamos una pregunta a Dios la respuesta vendrá inmediatamente con todos los de-talles de lo que debamos hacer. Sin embargo, significa que si guardamos diligentemente los mandamientos y pedimos con fe, las respuestas vendrán a la manera del Señor y a Su tiempo.

Cuando era niña, pensaba que la revelación personal o las respuestas a las oraciones vendrían con una voz audible. De hecho, cierta revelación sí se recibe por medio de una voz real. Sin embargo, he aprendido que el Espíritu se comunica de muchas maneras.

En la sección 6 de Doctrina y Con-venios se explican varias maneras por las cuales podemos recibir revelación:

“…me has consultado, y he aquí, cuantas veces lo has hecho, has reci-bido instrucción de mi Espíritu” 5.

“…te iluminé la mente” 6.“¿No hablé paz a tu mente en

cuanto al asunto?” 7.

Por Barbara ThompsonSegunda Consejera de la Presidencia General de la Sociedad de Socorro

La revelación personal y el testimonioSi guardamos diligentemente los mandamientos y pedimos con fe, las respuestas vendrán a la manera del Señor y a Su tiempo.

10 L i a h o n a

En otros pasajes aprendemos más sobre cómo recibir revelación:

“…hablaré a tu mente y a tu cora-zón por medio del Espíritu Santo que vendrá sobre ti y morará en tu cora-zón. Ahora, he aquí, éste es el espíritu de revelación” 8.

“…haré que tu pecho arda den-tro de ti; por tanto, sentirás que está bien” 9.

“Te daré de mi Espíritu, el cual iluminará tu mente y llenará tu alma de gozo” 10.

La mayoría de las veces, la revela-ción personal vendrá al estudiar las Escrituras, escuchar y seguir los con-sejos de los profetas y de otros líderes de la Iglesia; y al procurar vivir fiel y rectamente. A veces la inspiración provendrá de un solo pasaje de las Escrituras o de una sola frase de un discurso de conferencia. Tal vez recibi-rán su respuesta cuando los niños de la Primaria canten una bella canción. Todas éstas son formas de revelación.

En los primeros días de la Restau-ración, muchos miembros buscaron diligentemente revelación y fueron bendecidos e inspirados para saber lo que tenían que hacer.

La hermana Eliza R. Snow recibió la comisión del profeta Brigham Young de ayudar a edificar y enseñar a las hermanas de la Iglesia. Ella enseñó que cada mujer podía recibir inspiración para guiarla en su vida personal, con su familia y con sus responsabilidades en la Iglesia; y dijo: “Digan a las her-manas que salgan y cumplan con sus deberes con humildad y fidelidad, y el Espíritu de Dios reposará sobre ellas, y serán bendecidas en sus labores. Que busquen sabiduría en lugar de poder, y recibirán todo el poder que puedan ejercer según su sabiduría” 11.

La hermana Snow enseñó a las hermanas a buscar la guía del Espí-ritu Santo. “Dijo que el ‘Espíritu Santo

satisface y sacia todo anhelo del corazón humano y llena todo vacío. Cuando me siento llena de ese Espí-ritu, mi alma está satisfecha’” 12.

El presidente Dieter F. Uchtdorf ha enseñado que “la revelación y el testi-monio no siempre vienen con fuerza sobrecogedora. Para muchos, el testi-monio viene lentamente, una porción a la vez”. Dijo, además: “Busquemos intensamente la luz de la revelación personal. Roguemos al Señor que ben-diga nuestra mente y nuestra alma con la chispa de fe que nos permita recibir y reconocer la ministración divina del Santo Espíritu” 13.

Nuestros testimonios nos dan fuerza y fortaleza cuando enfrentamos desa-fíos en la vida diaria. Algunas personas luchan con problemas de salud difíci-les; algunos tienen problemas econó-micos; otros tienen dificultades en el matrimonio o con los hijos; algunos sufren de soledad o por esperanzas y sueños que no se hicieron realidad. Nuestro testimonio, combinado con nuestra fe en el Señor Jesucristo y nuestro conocimiento del plan de sal-vación, es lo que nos ayuda a superar esos tiempos de pruebas y dificultades.

En el libro Hijas en Mi reino, leemos

acerca de Hedwig Biereichel, una her-mana alemana que sufrió muchos pe-sares y privaciones durante la Segunda Guerra Mundial. Debido a su amor y a su naturaleza caritativa, e incluso a pesar de su propia e inmensa necesi-dad, estuvo dispuesta a compartir sus alimentos con prisioneros de guerra hambrientos. Más tarde, cuando le preguntaron cómo pudo “[mantener] su testimonio durante todas esas pruebas”, respondió efectivamente: “No mantuve mi testimonio durante esos tiempos, mi testimonio me mantuvo a mí” 14.

El hecho de que tengamos un testimonio fuerte no significa que siempre será así. Debemos nutrirlo y fortalecerlo a fin de que tenga el poder suficiente para sostenernos a nosotros. Ésa es una de las razo-nes por las que nos “[reunimos] con frecuencia” para participar de la Santa Cena, renovar nuestros convenios, y ser “nutridos por la buena palabra de Dios”. La buena palabra de Dios es lo que nos mantiene “continuamente atentos a orar, confiando solamente en los méritos de Cristo, que [es] el autor y perfeccionador de [nuestra] fe” 15.

El élder David A. Bednar nos ha enseñado: “A medida que procuren y

11N o v i e m b r e d e 2 0 1 1

Presté servicio como un joven mi-sionero durante varios meses en las áreas centrales de Lima, Perú;

por lo tanto, cruzaba la Plaza de Ar-mas de Lima muchas veces. El Palacio de Gobierno, que es la residencia ofi-cial y la oficina del Presidente de Perú, está frente a la Plaza. Mis compañeros y yo invitábamos a las personas que había en esa Plaza a oír el Evangelio restaurado. A menudo me preguntaba cómo sería entrar en el Palacio, pero el pensar que alguna vez pasara eso, parecía muy remoto.

El año pasado, el élder D. Todd Christofferson, del Quórum de los Doce, otras personas y yo, nos reuni-mos con Alan García, que entonces era el presidente de Perú, en el Pala-cio de Gobierno. Se nos mostraron sus hermosos salones y fuimos amable-mente recibidos por el presidente Gar-cía. Mis preguntas de joven misionero sobre el Palacio fueron completa-mente satisfechas de una manera que nunca hubiera creído posible en 1970.

Las cosas han cambiado en Perú desde que yo fui misionero, en es-pecial para la Iglesia. Allí había cerca de 11.000 miembros de la Iglesia en ese entonces y sólo una estaca. Hoy en día, hay más de 500.000 miem-bros y casi 100 estacas. En poblados donde sólo había pequeños grupos

de miembros, hay estacas vibrantes y centros de reuniones atractivos que ahora engalanan la tierra. Lo mismo ha pasado en muchos otros países alrededor del mundo.

Este sorprendente crecimiento de la Iglesia merece una explicación. Em-pezamos con una profecía del Antiguo Testamento.

Daniel era un esclavo hebreo en Babilonia y se le dio la oportunidad de interpretar un sueño del rey Nabu-codonosor. Daniel le pidió a Dios que le revelara el sueño y su interpreta-ción; y su oración fue contestada; él le dijo a Nabucodonosor: “Pero hay un Dios en los cielos que revela los mis-terios, y él ha hecho saber al rey Na-bucodonosor lo que ha de acontecer en los postreros días. …Las visiones de tu cabeza en tu cama son éstas”. Daniel dijo que el rey había visto una imagen aterradora con una cabeza, un torso, brazos, piernas y pies. Que una piedra fue cortada de un monte, no con mano, y que rodó y gradualmente creció de tamaño. Que la piedra golpeó a la imagen rompiéndola en pedazos, “pero la piedra que golpeó la imagen se convirtió en un gran monte que llenó toda la tierra”.

Daniel explicó que la imagen re-presentaba los futuros reinos políticos y que, “en los días de [esos futuros]

Por el élder L. Whitney ClaytonDe la Presidencia de los Setenta

Vendrá el díaJunto con ustedes, quedo admirado al ver esta obra ir hacia adelante milagrosa, maravillosa e irresistiblemente.

apliquen de manera apropiada el es-píritu de revelación, les prometo que ‘[caminarán] a la luz de Jehová’ (Isaías 2:5; 2 Nefi 12:5). A veces el espíritu de revelación actuará de manera inme-diata e intensa; otras, de manera sutil y gradual, y con frecuencia de forma tan delicada que tal vez no lo reco-nozcamos conscientemente; pero sin importar el modelo mediante el cual se reciba esa bendición, la luz que proporciona iluminará y ensanchará su alma, iluminará su entendimiento (véase Alma 5:7; 32:28), y los diri-girá y los protegerá a ustedes y a su familia” 16.

El Señor desea bendecirnos con guía, sabiduría y dirección en la vida. Desea derramar Su espíritu sobre no-sotros. Repito, para obtener revelación personal tenemos que tener el deseo de recibirla, no debemos endurecer nuestro corazón, y luego tenemos que pedir con fe, creyendo verdadera-mente que recibiremos una respuesta; y después guardar diligentemente los mandamientos de Dios. Entonces, al buscar las respuestas a nuestras preguntas, Él nos bendecirá con Su Espíritu. De ello testifico en el nombre de Jesucristo. Amén. ◼

NOTAS 1. Doctrina y Convenios 46:13. 2. 1 Nefi 15:8. 3. 1 Nefi 15:9. 4. 1 Nefi 15:11; véase también el versículo 10. 5. Doctrina y Convenios 6:14. 6. Doctrina y Convenios 6:15. 7. Doctrina y Convenios 6:23. 8. Doctrina y Convenios 8:2–3. 9. Doctrina y Convenios 9:8. 10. Doctrina y Convenios 11:13. 11. Hijas en Mi reino: La historia y la obra de

la Sociedad de Socorro, 2011, pág. 52. 12. Hijas en Mi reino, pág. 52. 13. Véase Dieter F. Uchtdorf, “Su potencial,

su privilegio”, Liahona, mayo de 2011, pág. 60.

14. Véase Hijas en Mi reino, págs. 88–89. 15. Moroni 6:4–6. 16. David A. Bednar, “El espíritu de revelación”,

Liahona, mayo de 2011, pág. 90.

12 L i a h o n a

reyes, el Dios del cielo levantaría un reino que no sería jamás destruido…pero que despedazaría” y consumiría a todos estos reinos. “y permanecería para siempre” 1.

Ahora vayamos a tiempos más recientes. El ángel Moroni se apareció primero a José Smith en 1823 y le dijo que “Dios tenía una obra para [él], y que entre todas las naciones, tribus y lenguas se tomaría [su] nombre para bien y para mal” 2. El mensaje de Mo-roni seguramente debió haber asom-brado a José, que tenía sólo 17 años.

En 1831, el Señor le dijo a José que las llaves del Reino de Dios habían sido nuevamente “entregadas al hombre en la tierra”. Dijo que el “…Evangelio [rodaría] hasta los extremos de la tierra, como la piedra cortada del monte, no con mano … , hasta que llene toda la tierra” 3, tal como Daniel le había dicho a Nabucodonosor.

En 1898 el presidente Wilford Woodruff contó una experiencia que tuvo como recién converso en 1834, en una reunión del sacerdocio en Kirtland. Él relató: “El Profeta llamó a todos los que poseían el sacerdocio para que se reunieran en una pequeña cabaña que servía de escuela. Era una casa muy pequeña, quizás de unos 4 metros cuadrados. …Cuando nos reunimos, el Profeta pidió a los élderes de Israel …que dieran testimonio de esta obra. …Cuando concluyeron, el Profeta dijo: ‘Hermanos, he sido grandemente elevado e instruido con sus testimonios esta noche, pero quiero decirles ante el Señor que, concerniente al destino

de esta Iglesia y este reino, ustedes no saben más de lo que sabe un bebé en brazos de su madre. No lo compren-den. …Esta noche sólo ven aquí a un puñado de hombres con el sacerdocio, pero esta Iglesia se extenderá por Amé-rica del Norte y del Sur, cubrirá todo el mundo’” 4.

Esas profecías, de que:

• el reino de Dios, como una piedra cortada del monte llenaría la tierra;

• el nombre de José Smith sería co-nocido a través del mundo, y

• la Iglesia cubriría las Américas y el mundo;

debieron parecer algo absurdo hace 170 años. El pequeño grupo de cre-yentes, que apenas sobrevivía en la

frontera inhabitada de los Estados Uni-dos y que se desplazaba para escapar de la persecución, no lo vio como la fundación de una fe que cruzaría lí-mites internacionales y que penetraría los corazones en todas partes.

Pero eso es precisamente lo que ha sucedido. Permítanme darles un ejemplo:

En el día de Navidad de 1925, en Buenos Aires, Argentina, el élder Melvin J. Ballard dedicó toda Sudamé-rica para la predicación del Evangelio. Para agosto de 1926, un pequeño grupo de conversos había sido bauti-zado. Ellos fueron los primeros miem-bros bautizados de toda Sudamérica de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Eso fue hace 85 años, en el tiempo de vida de muchos que escuchan la conferencia hoy.

Hay 23 estacas de Sión en Bue-nos Aires hoy en día, con docenas de estacas y decenas de miles de miembros de la Iglesia, en ciudades y pueblos a lo largo y ancho de Argen-tina. Hoy hay más de 600 estacas y varios millones de miembros de la

Montevideo, Uruguay

13N o v i e m b r e d e 2 0 1 1

Iglesia a lo largo de Sudamérica. Al contemplarlo, el reino de Dios está cubriendo Sudamérica, y el nombre de José Smith se menciona tanto por nosotros como por sus detractores en países de los que tal vez él nunca oyó mientras vivía.

Actualmente hay cerca de 3.000 es-tacas de la Iglesia por todo el mundo, desde Boston hasta Bangkok y de la Ciudad de México a Moscú. Nos aproximamos a los 29.000 barrios y ramas. En muchos países hay estacas maduras, con miembros cuyos ante-pasados fueron conversos. En otros, grupos pequeños de nuevos miem-bros se reúnen como pequeñas ramas de la Iglesia en casas rentadas. Cada año la Iglesia se extiende más y más por el mundo.

Estas profecías acerca de llenar la tierra y ser conocidos en todo el mundo, ¿fueron absurdas? Tal vez. ¿Improbables? Sin duda. ¿Imposibles? Rotundamente no, sino que están ocu-rriendo frente a nuestros ojos.

El presidente Gordon B. Hinckley dijo:

“Se ha dicho que en una época el sol nunca se ponía sobre el imperio británico. Ese imperio se ha visto redu-cido. Pero podemos afirmar que el sol nunca se pone sobre la obra del Señor al seguir influyendo para bien en la vida de los hombres en toda la tierra.

“Y éste es sólo el principio. sólo hemos empezado. …Nuestra labor trasciende fronteras. …Aquellas nacio-nes que aún no nos han abierto sus puertas, un día lo harán” 5.

Hoy, podemos ver que una profe-cía del Libro de Mormón está a punto de cumplirse:

“Y…sucederá que los reyes cerra-rán su boca; porque verán lo que no les había sido declarado, y considera-rán lo que no habían oído.

“Porque en aquél día hará el Padre,

por mi causa, una obra que será grande y maravillosa entre ellos” 6.

Esta obra del Señor es en verdad grande y maravillosa, y va hacia de-lante, esencialmente sin notarse por muchos de los líderes políticos, cultu-rales y académicos de la humanidad. Progresa de corazón en corazón y de familia en familia, silenciosa y discre-tamente; su sagrado mensaje bendice a la gente de todas partes.

Un versículo en el Libro de Mor-món brinda una clave sobre el mila-groso crecimiento de la Iglesia hoy: “Y además, te digo que vendrá el día en que el conocimiento de un Salva-dor se esparcirá por toda nación, tribu, lengua y pueblo” 7.

Nuestro mensaje más importante, por el que estamos divinamente co-misionados y comprometidos a llevar a todas partes del mundo, es que hay un Salvador. Él vivió en el meridiano de los tiempos. Él expió nuestros pe-cados, fue crucificado y resucitó. Este mensaje incomparable, el cual procla-mamos con la autoridad de Dios, es la verdadera razón por la que esta Iglesia crece como lo hace.

Testifico que Él se apareció junto con Su Padre a José Smith. Bajo la dirección del Padre, Él estableció Su evangelio de nuevo sobre la tierra. Él envió otra vez a la tierra apóstoles, profetas y las llaves del sacerdocio. Él

dirige Su Iglesia por medio de un pro-feta viviente, el presidente Thomas S. Monson. Su Iglesia es aquella piedra cortada del monte, no con mano, que rueda hacia adelante en medio del mundo.

Estamos agradecidos por José Smith, y contemplamos maravillados cómo su nombre es reverenciado y, sí, aun vilipendiado como nunca por toda la tierra. Pero reconocemos que esta poderosa obra de los últimos días no es acerca de él. Es la obra del Todopoderoso Dios y de Su Hijo, el Príncipe de Paz. Testifico que Cristo es el Salvador, y junto con ustedes, quedo admirado al ver esta obra ir hacia adelante milagrosa, maravillosa e irresistiblemente. En verdad “[llegó] el día en que el conocimiento de un Salvador… se esparc[e] por toda nación, tribu, lengua y pueblo”. Doy testimonio de Él, el Salvador de toda la humanidad, y de esta obra. En el nombre de Jesucristo. Amén. ◼

NOTAS 1. Daniel 2:28, 35, 44; véanse también los

versículos 1–45. 2. José Smith—Historia 1:33. 3. Doctrina y Convenios 65:2. 4. Enseñanzas de los presidentes de la Iglesia:

Wilford Woodruff, 2004, págs. 25–26. 5. Gordon B. Hinckley, “El estado de la

Iglesia,” Liahona, noviembre de 2003, pág. 4.

6. 3 Nefi 21:8–9. 7. Mosíah 3:20.

Salvador, Brasil

14 L i a h o n a

Por el élder José L. AlonsoDe los Setenta

En nuestros días, muchas personas están viviendo en medio de la tristeza y de gran confusión. No

encuentran respuestas a sus pregun-tas ni logran cubrir sus necesidades. Algunos han perdido el sentido de la felicidad y el gozo. Los profetas han declarado que la verdadera felicidad se halla al seguir el ejemplo y las enseñanzas de Cristo. Él es nuestro Salvador, Él es nuestro maestro, Él es el ejemplo perfecto.

La Suya fue una vida de servicio. Cuando servimos a nuestro prójimo, ayudamos a quienes están necesita-dos. En el proceso, podemos encon-trar soluciones a nuestras propias dificultades. Al emular al Salvador, mostramos nuestro amor a nuestro Padre Celestial y a Su Hijo Jesucristo, y llegamos a ser más como Ellos.

El rey Benjamín habló del valor del servicio, diciendo “que cuando [nos hallamos] al servicio de [nues-tros] semejantes, sólo [estamos] al servicio de [nuestro] Dios” 1. Cada uno de nosotros tiene oportunidades

para ayudar? Imaginen que un vecino, parado en medio de la lluvia con el auto averiado, los llama para pedirles ayuda. ¿Qué es lo correcto que de-beríamos hacer por él? ¿Cuándo es el momento oportuno para hacerlo?

Recuerdo una ocasión en que fuimos como familia al centro de la Ciudad de México para comprar ropa a nuestros dos hijos. Ellos eran peque-ños. El mayor apenas había cumplido dos años de edad y el menor tenía un año. Las calles estaban llenas de gente. Mientras hacíamos las compras, llevando a los pequeños de la mano, nos detuvimos por un momento a ver algo y, sin darnos cuenta, ¡perdimos a nuestro hijo mayor! No supimos cómo ocurrió, pero ya no estaba con noso-tros. Sin demorarnos ni un minuto, corrimos a buscarlo. Lo buscamos y lo llamamos en voz alta. Sentimos una gran angustia al pensar que podría-mos perderlo para siempre y rogamos mentalmente a nuestro Padre Celestial que nos ayudara a encontrarlo.

Después de un rato, lo encon-tramos; allí estaba, mirando inocen-temente unos juguetes frente a la vitrina de un negocio. Mi esposa y yo lo abrazamos y lo besamos, y nos comprometimos a cuidar de nuestros hijos diligentemente para que nunca más perdiéramos a ninguno de ellos. Aprendimos que para ir al rescate de nuestro hijo, no era necesaria ninguna reunión de planeamiento. Simple-mente actuamos y fuimos en busca del que se había perdido. También aprendimos que nuestro hijo no se había dado cuenta de que estaba perdido.

Hermanos y hermanas, es posi-ble que haya muchos a quienes, por alguna razón, hemos perdido de vista y no saben que están perdidos. Si de-moramos, podríamos perderlos para siempre.

para dar servicio y mostrar amor.El presidente Thomas S. Monson

nos ha pedido que vayamos “al rescate” y sirvamos a los demás. Él dijo: “Descubriremos que aquellos a quienes servimos, que a través de nuestra labor han sentido la influen-cia del amor del Salvador, por alguna razón no pueden explicar el cambio que se efectúa en sus vidas. Tienen el deseo de servir con más fidelidad, caminar con más humildad y vivir más como el Salvador. Después de recibir su visita espiritual y vislumbrar las promesas de la eternidad, hacen eco a las palabras del hombre ciego a quien Jesús le restauró la vista, que dijo: ‘una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo’” 2.

Cada día tenemos la oportunidad de prestar ayuda y servicio haciendo lo correcto, en el momento oportuno y sin demorar. Piensen en tanta gente que está pasando por un momento difícil buscando trabajo o que está enferma, que piensa que lo ha per-dido todo. ¿Qué pueden hacer ustedes

Hagamos lo correcto, en el momento oportuno y sin demorarEl Salvador… nos da un gran ejemplo de no esperar para dar alivio a los que han perdido el sentido de la felicidad y el gozo.

15N o v i e m b r e d e 2 0 1 1

Para muchos de los que requieren nuestra ayuda, no es necesario crear nuevos programas ni realizar accio-nes que sean complicadas o costo-sas. Ellos sólo requieren de nuestra determinación de servir, para hacer lo correcto, en el momento oportuno y sin demorar.

Cuando el Salvador se le apareció a la gente del Libro de Mormón, nos dio un gran ejemplo en cuanto a no esperar para brindar alivio y ayudar a quienes han perdido el sentido de la felicidad y el gozo. Habiendo ense-ñado a Su pueblo, se dio cuenta de que no podían comprender todas Sus palabras. Los invitó a ir a sus casas y a meditar las cosas que Él les había dicho. Les dijo que oraran al Padre y se prepararan para volver al día siguiente, cuando Él regresaría para enseñarles 3.

Al finalizar, dirigió Su vista hacia la multitud y vio que lloraban, porque ellos deseaban que Él permaneciera con ellos.

“Y les dijo: He aquí, mis entrañas rebosan de compasión por vosotros.

“¿Tenéis enfermos entre vosotros? Traedlos aquí. ¿Tenéis cojos o ciegos, o lisiados, o mutilados, o leprosos, o atrofiados, o sordos, o quienes estén

afligidos de manera alguna? Traedlos aquí y yo los sanaré, porque tengo compasión de vosotros; mis entrañas rebosan de misericordia” 4.

Y le llevaron los enfermos y los sanó. La multitud se postró a Sus pies y lo adoraron, y le besaron Sus pies “al grado de que le bañaron [Sus] pies con sus lágrimas”; y después mandó que le llevasen a sus niños pequeños, y los bendijo uno por uno5. Ése es el modelo que nos dio el Salvador. Su amor es para todos, y Él nunca pierde de vista a ninguno.

Sé que Nuestro Padre Celestial es amoroso, comprensivo y paciente, y que Su Hijo Jesucristo nos ama del mismo modo. Ambos nos brindan ayuda mediante Sus Profetas. He aprendido que hay gran seguridad al seguir a los profetas. “El rescate” aún continúa. El presidente Monson dijo: “El Señor espera nuestro razo-namiento, nuestra acción, nuestro trabajo, nuestros testimonios, nuestra devoción” 6.

Tenemos una responsabilidad y una gran oportunidad. Hay muchos que podrán volver a experimentar el dulce sabor de la felicidad y del gozo al participar de la actividad de la Iglesia. Esa felicidad proviene del

recibir las ordenanzas, y de hacer con-venios sagrados y cumplirlos. El Señor necesita que los ayudemos. Hagamos lo correcto, en el momento oportuno y sin demorar.

Testifico que Dios vive y que es nuestro Padre. Jesucristo vive y ha dado Su vida para que podamos regresar a la presencia de nuestro Padre Celestial. Yo sé que Él es nuestro Salvador; sé que la infinita bondad de Ellos se manifiesta conti-nuamente. Doy testimonio de que el presidente Thomas S. Monson es Su profeta y que ésta es la única Iglesia verdadera sobre la faz de la tierra. Sé que el profeta José Smith es el pro-feta de la Restauración. Testifico que el Libro de Mormón es la palabra de Dios, que nos da guía y modelos a seguir para parecernos más a Dios y a Su Amado Hijo; y lo declaro en el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Amén. ◼

NOTAS 1. Mosíah 2:17. 2. Thomas S. Monson, “Al rescate”, Liahona,

julio de 2001, pág. 57. 3. Véase 3 Nefi 17:1–3. 4. 3 Nefi 17:6–7; véase también el vers. 5. 5. Véase 3 Nefi 17:9–12, 21. 6. Thomas S. Monson, Liahona, julio de 2011,

pág. 57.

16 L i a h o n a

Me dirijo a los jóvenes de ma-nera más personal de lo que acostumbro hacerlo, al com-

parar mi juventud con la de ustedes.Ustedes son de un valor incalculable;

los he visto en docenas de países y en cada continente; son mucho mejores de lo que éramos nosotros en nuestra ju-ventud; saben más acerca del Evangelio; son más maduros y más fieles.

Ya tengo 87 años. Tal vez se pregun-ten qué puedo aportarles a su vida a mi edad. Yo he estado donde ustedes están y sé hacia donde se dirigen, pero uste-des aún no han estado donde yo estoy. Cito unas líneas de un poema clásico:

El viejo cuervo es lenta ave.El joven cuervo no deja de volar.De lo que el joven cuervo nada sabe,el viejo cuervo sabe dominar.

El viejo cuervo, por ser eficiente,al joven mucho tiene que enseñar.El viejo cuervo, ¿qué quiere saber de

repente?—Cómo rápido volar.

El joven cuervo arriba y abajo ha de volar,

hacer vueltas y girar.¿Qué es lo que el joven cuervo no sabe

averiguar?—El rumbo que debe de tomar 1.

escena. De nuevo oímos la voz del presidente Roosevelt; esta vez anun-ciaba que nuestro país estaba en gue-rra con Alemania. Se había desatado la Segunda Guerra Mundial.

De repente el futuro de todos era incierto. No sabíamos lo que yacía por delante. ¿Viviríamos para casarnos y tener una familia?

Hoy en día hay “guerras y rumo-res de guerras, y toda la tierra [está] en conmoción” 4. Ustedes, nuestros jóvenes, tal vez sientan incertidumbre e inseguridad en la vida. Quiero acon-sejarles, enseñarles y advertirles acerca de algunas cosas que se deben hacer y otras que no.

El plan del Evangelio es “el gran plan de felicidad” 5. La familia es el centro de ese plan. La familia depende del empleo digno de esos poderes que dan vida y que se encuentran en el cuerpo de ustedes.

En “La Familia: Una Proclama-ción para el Mundo”, un documento inspirado que emitieron la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce Apóstoles, aprendemos que en la existencia premortal “todos los seres humanos, hombres y mujeres, [fue-ron] creados a la imagen de Dios. Cada uno es un amado hijo o hija procreado como espíritu por padres celestiales y, como tal, cada uno tiene una naturaleza y un destino divinos. El ser hombre o el ser mujer es una característica esencial [y se estableció en esa existencia premortal]…

“También declaramos que Dios ha mandado que los sagrados poderes de la procreación han de emplearse sólo entre el hombre y la mujer legí-timamente casados como esposo y esposa” 6.

El gran castigo que Lucifer y sus seguidores hicieron caer sobre sí mis-mos fue que se les negara un cuerpo mortal.

No es de un poeta de renombre, ¡pero aún así es poesía clásica!

Con todo lo que está pasando en el mundo, con la decadencia de las nor-mas morales, ustedes, jóvenes, están creciendo en territorio enemigo.

Por las Escrituras sabemos que hubo una guerra en los cielos, que Lucifer se rebeló y que, con sus seguidores, “fue arrojado a la tierra” 2. Él está resuelto a frustrar el plan de nuestro Padre Celestial y procura controlar la mente y las acciones de todos. Esa influencia es espiritual y él “anda por la tierra” 3.

Pero a pesar de la oposición, de las tribulaciones y las tentaciones, no hay por qué fracasar ni temer.

Cuando tenía 17 años, a punto de graduarme de la escuela secundaria como alumno promedio con ciertas deficiencias, según creía yo, todo a nuestro alrededor se derrumbó un do-mingo por la mañana. Al día siguiente se nos convocó a una asamblea en el auditorio de la escuela. En el escena-rio había una silla donde habían co-locado una pequeña radio. El director encendió la radio. Oímos la voz del presidente Franklin Delano Roosevelt en el momento en que anunciaba que Pearl Harbor había sido bombardeada. Los Estados Unidos entraban en gue-rra con Japón.

Más tarde se volvió a repetir esa

Por el presidente Boyd K. PackerPresidente del Quórum de los Doce Apóstoles

Consejo a los jóvenesA pesar de la oposición, de las tribulaciones y las tentaciones, no hay por qué fracasar ni temer.

17N o v i e m b r e d e 2 0 1 1

Muchas de las tentaciones que ustedes enfrentan, ciertamente las más graves, se relacionan con su cuerpo. Ustedes no sólo tienen poder para crear cuerpos para una nueva gene-ración, sino que también tienen el albedrío.

El profeta José Smith enseñó: “Todos los seres que tienen cuerpo poseen potestad sobre los que no lo tienen” 7. De modo que toda alma viviente que tiene un cuerpo físico, en última instancia, tiene potestad sobre el adversario. Ustedes sufren tenta-ciones a causa de su naturaleza física, pero también tienen potestad sobre él y sus ángeles.

Para cuando nos graduamos de la escuela secundaria, muchos de nuestros compañeros de clase se ha-bían marchado a la guerra, de la cual muchos de ellos nunca regresarían. El resto de nosotros no tardaríamos en alistarnos para el servicio militar. No teníamos idea de nuestro futuro. ¿Sobreviviríamos a la guerra? ¿Que-daría algo de nuestro mundo cuando regresáramos?

Ante la certeza de que se me reclutaría para el ejército, me uní a la fuerza aérea. Al poco tiempo me en-contraba en Santa Ana, California, en el entrenamiento de prevuelo.

En aquel tiempo no tenía un firme testimonio de que el Evangelio era verdadero, pero sabía que mis maestros de seminario, Abel S. Rich y John P. Lillywhite, sí sabían que era verdadero. Los había oído testificar, y les creía. Pensé: “Me apoyaré en sus testimonios hasta que adquiera uno por mí mismo”. Y así fue.

Había oído acerca de las bendi-ciones patriarcales, pero no había recibido una. En cada estaca hay un patriarca ordenado que tiene el espíritu de profecía y el espíritu de revelación. Él está autorizado para

dar bendiciones personales y priva-das a aquellos que tengan la reco-mendación de su obispo, así que le escribí a mi obispo para solicitar una recomendación.

J. Roland Sandstrom era el patriarca ordenado que vivía en la Estaca Santa Ana. Él no sabía nada de mí y nunca antes me había visto, pero me dio la bendición. En ella encontré respuestas e instrucción.

Aunque las bendiciones patriarcales son sumamente privadas, compartiré una breve cita de la mía: “Serás guiado por medio de los susurros del Santo Espíritu y se te advertirá de los peli-gros. Si das oídos a esas advertencias, nuestro Padre Celestial te bendecirá a fin de que puedas volver a reunirte con tus seres queridos” 8.

Esa palabra si, aunque impresa en letra pequeña, parecía tan grande como la página entera. Sería ben-decido para regresar de la guerra si guardaba los mandamientos y si daba oídos a los susurros del Espíritu Santo. Aunque ese don se me había confe-rido al ser bautizado, aún no sabía lo que era el Espíritu Santo ni cómo funcionaban los susurros.

Lo que necesitaba saber en cuanto a los susurros lo encontré en el Libro de Mormón. Leí que los “ángeles hablan por el poder del Espíritu Santo;

por lo que declaran las palabras de Cristo. Por tanto…: Deleitaos en las palabras de Cristo; porque he aquí, las palabras de Cristo os dirán todas las cosas que debéis hacer” 9.

Tal vez la cosa más grandiosa que aprendí al leer el Libro de Mormón es que la voz del Espíritu viene como un sentimiento más que como un sonido. Ustedes aprenderán, como yo lo he hecho, a “escuchar” esa voz que se siente en vez de oírse.

Nefi reprendió a sus hermanos mayores, diciendo: “Habéis visto a un ángel; y él os habló; sí, habéis oído su voz de cuando en cuando; y os ha hablado con una voz apacible y de-licada, pero habíais dejado de sentir ; de modo que no pudisteis sentir sus palabras” 10.

Algunos críticos han afirmado que esos versículos están errados ya que uno oye palabras, no las siente. Sin embargo, si ustedes saben algo en cuanto a la comunicación espiritual, saben que la mejor palabra para des-cribir lo que ocurre es sentir.

El don del Espíritu Santo, si ustedes lo permiten, los guiará y los protegerá, e incluso corregirá sus acciones. Se trata de una voz espiritual que acude a la mente como una idea o un senti-miento que les llega al corazón. El profeta Enós dijo: “…la voz del Señor… penetró mi mente” 11. Y el Señor le dijo a Oliver Cowdery: “Sí, he aquí, hablaré a tu mente y a tu cora-zón por medio del Espíritu Santo que vendrá sobre ti” 12.

No se espera que vayan por la vida sin cometer errores, pero no cometerán un error grave sin que primeramente reciban una advertencia mediante los susurros del Espíritu. Esa promesa se aplica a todos los miem-bros de la Iglesia.

Algunos cometerán errores suma-mente graves, transgrediendo las leyes

18 L i a h o n a

del Evangelio. Éste es el momento para recordarles de la Expiación, del arrepentimiento y del perdón abso-luto, al grado de que pueden volver a ser puros. El Señor dijo: “He aquí, quien se ha arrepentido de sus peca-dos es perdonado; y yo, el Señor, no los recuerdo más” 13.

Si el adversario llegara a tomarlos prisioneros debido a un comporta-miento indebido, les recuerdo que ustedes tienen la llave que abrirá la puerta de la prisión desde adentro. Ustedes pueden ser limpiados por medio del sacrificio expiatorio del Salvador Jesucristo.

En momentos de dificultades, tal vez piensen que no son dignos de ser salvos debido a que han cometido errores, grandes o pequeños, y pien-sen que ya están perdidos. ¡Eso nunca es verdad ! Únicamente el arrepenti-miento puede sanar lo que causa do-lor. Es más, el arrepentimiento puede sanar lo que causa dolor, sin importar lo que sea.

Si comienzan a participar en cosas en las que no deben, o si se están relacionando con personas que los lle-van por el rumbo equivocado, ése es el momento de reafirmar su indepen-dencia, su albedrío. Escuchen la voz del Espíritu y no serán desviados.

Vuelvo a repetir que los jóvenes de hoy están creciendo en territorio enemigo con normas morales en

decadencia. No obstante, como siervo del Señor, les prometo que serán pro-tegidos y resguardados de los ataques del adversario si prestan atención a los susurros que provienen del Santo Espíritu.

Vístanse con modestia; hablen con reverencia; escuchen música edificante; eviten toda clase de in-moralidad y prácticas que degraden personalmente; tomen el control de su vida y dénse el mandato a ustedes mismos de ser valientes. Debido a que dependemos tanto de ustedes, serán extraordinariamente bendecidos. Uste-des nunca están lejos de la vista de su amoroso Padre Celestial.

La fortaleza de mi testimonio ha

cambiado desde el tiempo en que sentía la necesidad de apoyarme en el testimonio de mis maestros de seminario. Hoy en día me apoyo en los demás cuando camino debido a la edad y a la polio infantil, pero no porque tenga dudas en cuanto a las cosas espirituales. He llegado a creer, a entender y a conocer las preciosas verdades del Evangelio y del Salvador Jesucristo.

Como uno de Sus testigos especia-les, testifico que el resultado de esa batalla que empezó en la vida premor-tal no está en dudas. Lucifer perderá.

Anteriormente hablamos de los cuervos. Ustedes, jóvenes cuervos, no tienen que volar sin rumbo para allá y para acá, inseguros del sendero que yace por delante. Hay quienes conocen el camino. “Porque no hará nada Jehová el Señor sin que revele su secreto a sus siervos los profetas” 14. El Señor organizó Su Iglesia bajo el principio de llaves y consejos.

A la cabeza de la Iglesia se sientan 15 hombres que se han sostenido como profetas, videntes y revelado-res. Cada uno de los integrantes de la Primera Presidencia y del Quórum de los Doce Apóstoles posee todas las llaves del sacerdocio necesarias para dirigir la Iglesia. El apóstol de más antigüedad es el profeta-presidente Thomas S. Monson, quien es el único autorizado para ejercer todas esas llaves.

En las Escrituras se requiere que la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce trabajen en consejos y que las decisiones de esos consejos sean unánimes. Y así es. Confia-mos en el Señor para que indique el camino y únicamente tratamos de hacer Su voluntad. Sabemos que Él ha depositado gran confianza en nosotros, tanto individual como colectivamente.

Leicester, Inglaterra

19N o v i e m b r e d e 2 0 1 1

Deben aprender a “[confiar] en Jehová con todo [su] corazón, y no [apoyarse] en [su] propia prudencia” 15. Deben ser dignos de confianza y rodearse de amigos que deseen serlo también.

Es posible que a veces se sientan tentados, como lo hice yo de vez en cuando en mi juventud, a pensar: “A como van las cosas, el mundo se va a acabar. El fin del mundo vendrá antes de que llegue hasta donde debo”. ¡No es así! Pueden tener esperanza en ha-cer bien las cosas: casarse, tener una familia, ver a sus hijos y nietos, y tal vez incluso a sus bisnietos.

Si siguen estos principios, se les cuidará y protegerá, y ustedes mismos llegarán a saber, mediante los susurros del Espíritu Santo, qué camino seguir, porque “por el poder del Espíritu Santo podréis conocer la verdad de todas las cosas” 16. Les prometo que así será e invoco una bendición sobre ustedes, nuestra preciosa juventud, en el nombre de Jesucristo. Amén. ◼

NOTAS 1. John Ciardi, “Fast and Slow”, Fast and

Slow: Poems for Advanced Children and Beginning Parents, 1975, pág. 1. © 1975 por John L. Ciardi. Utilizado con permiso de Houghton Mifflin Harcourt Publishing Company. Todos los derechos reservados.

2. Apocalipsis 12:9; véase también Doctrina y Convenios 76:25–26.

3. Doctrina y Convenios 52:14. 4. Doctrina y Convenios 45:26. 5. Alma 42:8. 6. “La Familia: Una Proclamación para el

Mundo”, Liahona, noviembre de 2010, pág. 129.

7. Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, pág. 222.

8. Bendición patriarcal de Boyd K. Packer, dada por J. Roland Sandstrom, 15 de enero de 1944.

9. 2 Nefi 32:3. 10. 1 Nefi 17:45; cursiva agregada. 11. Enós 1:10. 12. Doctrina y Convenios 8:2. 13. Doctrina y Convenios 58:42. 14. Amós 3:7. 15. Proverbios 3:5. 16. Moroni 10:5.

Por el presidente Dieter F. UchtdorfSegundo Consejero de la Primera Presidencia

Moisés, uno de los más gran-des profetas que el mundo haya conocido, fue criado por

la hija de Faraón y pasó los prime-ros cuarenta años de su vida en los recintos reales de Egipto. Él fue testigo ocular de la gloria y del esplendor de ese antiguo reino.

Años más tarde, en la cima de una alejada montaña, aislado del esplendor y de la magnificencia del poderoso Egipto, Moisés estuvo en la presencia de Dios y habló con Él cara a cara, como un hombre que habla con su amigo1. Durante el curso de esa visitación, Dios le mostró a Moisés la obra de Sus manos, concediéndole una visión de Su obra y gloria. Al con-cluir la visión, Moisés cayó a tierra por el espacio de muchas horas. Cuando finalmente recuperó sus fuerzas, se dio cuenta de algo que, en todos sus años en la corte de Faraón, nunca antes se le había ocurrido.

Él dijo: “…sé que el hombre no es nada” 2.

Somos menos de lo que suponemosCuanto más aprendemos acerca del

universo, más entendemos, al menos en parte, lo que Moisés descubrió. El

universo es tan grande, misterioso y glorioso que es incomprensible para la mente humana. “…he creado incon-tables mundos”, le dijo Dios a Moisés 3. Las maravillas del cielo nocturno son un hermoso testimonio de esa verdad.

Pocas cosas me han llenado de admiración como el volar en la oscu-ridad de la noche a través de océanos y continentes y contemplar desde la ventana de la cabina de mando la glo-ria infinita de millones de estrellas.

Los astrónomos han intentado contar el número de estrellas en el universo. Un grupo de científicos cal-cula que el número de estrellas que se aprecian desde nuestros telescopios es diez veces mayor que todos los granos de arena de las playas y los desiertos del mundo4.

Esa conclusión tiene un sorpren-dente parecido a la declaración que hizo el antiguo profeta Enoc: “…si fuera posible que el hombre pudiese contar las partículas de la tierra, sí, de millones de tierras como ésta, no sería ni el principio del número de tus creaciones” 5.

Dada la inmensidad de las creacio-nes de Dios, no es de sorprender que el gran rey Benjamín aconsejara a su

Ustedes son importantes para ÉlEl Señor utiliza una balanza muy diferente de la del mundo para pesar el valor de un alma.

20 L i a h o n a

pueblo que “[retuviera] siempre en [su] memoria la grandeza de Dios, y [su] propia nulidad” 6.

Somos más grandes de lo que suponemos

Pero a pesar de que el hombre no es nada, me llena de maravilla y asom-bro pensar que “el valor de las almas es grande a la vista de Dios” 7.

Y a pesar de que contemplemos la inmensidad del universo y digamos “¿Qué es el hombre en comparación a la gloria de la creación?”, Dios mismo dijo que ¡nosotros somos la razón por la que creó el universo! Su obra y gloria, el propósito de este magnífico universo, es salvar y exaltar a la hu-manidad 8. En otras palabras, la vasta expansión de la eternidad, las glorias y los misterios del espacio infinito y del tiempo se han creado todos para el beneficio de los mortales comunes y corrientes como ustedes y yo. Nues-tro Padre Celestial creó el universo para que pudiésemos lograr nuestro potencial como hijos e hijas de Él.

Ésta es la paradoja del hombre: comparado con Dios, el hombre no es nada; no obstante, somos todo para Dios. Mientras que al compararnos con la creación infinita podríamos aparentar que no somos nada, tene-mos una chispa de fuego eterno que arde dentro de nuestro pecho. A nues-tro alcance tenemos la incomprensible promesa de la exaltación, de mundos sin fin; y el gran deseo de Dios es ayudarnos a lograrla.

La insensatez del orgulloEl gran impostor sabe que una

de sus herramientas más eficaces para descarriar a los hijos de Dios es apelar a los extremos de la paradoja del hombre. Con algunos, apela a sus tendencias orgullosas, halagándolos y animándolos a creer en la fantasía de

su propia importancia e invencibilidad. Les dice que han superado lo que es común y que, debido a su habilidad, primogenitura o condición social, son mejores que la medida común de todo lo que los rodea. Los lleva a pensar que, en consecuencia, no están sujetos a las reglas de nadie más y que no tie-nen que preocuparse por los proble-mas de ninguna otra persona.

Se dice que a Abraham Lincoln le gustaba un poema que dice lo siguiente:

¿Por qué el espíritu del mortal de orgu-llo se ha de llenar?

Como veloz meteoro, cual nube fugaz,Como destello de luz, u ola que rompe,De esta vida al sepulcro pasará el

hombre 9.

Los discípulos de Jesucristo comprenden que, comparada con la eternidad, nuestra existencia en esta esfera mortal es sólo “un breve mo-mento” en el espacio y en el tiempo10. Reconocen que el verdadero valor de la persona tiene poco que ver con lo que el mundo considera en alta estima; saben que podrían amontonar todo el dinero del mundo pero que no podría comprar una hogaza de pan en el plan de los cielos.

Los que “[heredarán] el reino de Dios” 11 son aquellos que se vuelven “como un niño: sumiso, manso, hu-milde, paciente, lleno de amor” 12. “…porque cualquiera que se ensalza será humillado, y el que se humilla será en-salzado” 13. Tales discípulos compren-den también “…que cuando os halláis al servicio de vuestros semejantes, sólo estáis al servicio de vuestro Dios” 14.

No pasamos al olvidoOtra forma en que Satanás nos

engaña es mediante el desánimo. Él hace lo posible por hacer que nos

concentremos en nuestra propia nuli-dad hasta que empecemos a dudar de que tengamos algún valor. Nos dice que somos demasiado pequeños para que alguien se fije en nosotros, que hemos sido olvidados, especialmente por Dios.

Permítanme compartir con ustedes una experiencia personal que tal vez sea de ayuda para aquellos que se sienten insignificantes, olvidados o solos.

Hace muchos años asistí a un en-trenamiento para pilotos en la Fuerza Aérea de los Estados Unidos. Me en-contraba lejos de mi hogar, siendo un joven soldado de Alemania Occiden-tal, nacido en Checoeslovaquia, criado en Alemania Oriental y que hablaba inglés con mucha dificultad. Recuerdo claramente mi viaje a nuestra base de entrenamiento en el estado de Texas; estaba sentado en el avión al lado de un pasajero que hablaba con un marcado acento sureño; casi no podía entender una palabra de lo que decía, y en realidad me preguntaba si en todo ese tiempo me habían enseñado el idioma equivocado. Me provocaba pánico el pensar que tendría que com-petir para los puestos más destacados del entrenamiento de pilotos con estudiantes cuya lengua materna era el inglés.

Al llegar a la base aérea en el pue-blito de Big Spring, Texas, busqué y encontré la rama Santo de los Últimos Días, que consistía en un puñado de miembros maravillosos que se reunían en cuartos alquilados en esa misma base aérea, mientras construían una pequeña capilla que serviría como lugar permanente de la Iglesia. En aquellos días, los miembros ponían mucha de la mano de obra de los nuevos edificios.

Día tras día asistía a mi entrena-miento y estudiaba lo más que podía

21N o v i e m b r e d e 2 0 1 1

y después pasaba la mayor parte del tiempo libre trabajando en la nueva capilla. Allí aprendí que un “dos por cuatro” no es un paso de baile, sino un pedazo de madera; también aprendí la importante técnica de su-pervivencia de no pegarle al dedo con el martillo al clavar un clavo.

Pasaba tanto tiempo trabajando en la capilla que el presidente de la rama, que también era uno de nuestros profesores de vuelo, expresó preocu-pación de que tal vez debía pasar más tiempo estudiando.

Mis amigos y compañeros que eran pilotos también se mantenían ocupados en actividades de tiempo libre, aunque creo que se podría decir que algunas de esas actividades no se parecerían a lo que hay en el folleto Para la fortaleza de la juven-tud. Por lo que a mí respecta, dis-frutaba de ser parte de esa pequeña rama del oeste de Texas, de practicar mis nuevas destrezas de carpintero y de mejorar mi inglés al cumplir mis llamamientos para enseñar en

el quórum de élderes y en la Escuela Dominical.

En esa época, Big Spring (Manan-tial Grande), a pesar de su nombre, era un lugar pequeño, insignificante y desconocido; y muchas veces yo me sentía igual: insignificante, des-conocido y un tanto solitario. No obstante, siempre supe que el Señor se acordaba de mí y de que Él podía encontrarme en ese lugar. Sabía que a mi Padre Celestial no le importaba donde estuviera, el lugar que ocupara en mi clase de entrenamiento como piloto o el llamamiento que tuviera en la Iglesia. Lo que le importaba es que me estuviera esforzando, que inclinara mi corazón hacia Él y que estuviera dispuesto a ayudar a los que me ro-deaban. Yo sabía que si me esforzaba, todo saldría bien.

Y todo salió bien15.

Los últimos serán los primerosAl Señor no le importa si pasamos

nuestros días trabajando en recintos de mármol, o en los cubículos de un

establo. Él sabe dónde estamos, no importa cuán humildes sean nuestras circunstancias. Él usará, a Su propia manera y para Sus santos propósitos, a aquellos que inclinen su corazón hacia Él.

Dios sabe que algunas de las almas más grandes que han vivido son las de aquellos que nunca aparecerán en las crónicas de la historia. Son almas benditas y humildes que se esfuerzan por emular el ejemplo del Salvador y que se pasan la vida haciendo el bien16.

Una de esas parejas, los padres de un amigo mío, ilustran ese ejemplo. El esposo trabajaba en una fundición de acero en Utah. A la hora del almuerzo, él sacaba sus Escrituras o una revista de la Iglesia y se ponía a leer. Cuando los otros trabajadores lo veían, se burlaban de él y cuestionaban sus creencias. Siempre que lo hacían, él les hablaba con bondad y confianza; no permitía que la falta de respeto de ellos lo hiciera enojar o lo disgustara.

Años más tarde, uno de los que se burlaban de manera más vocife-rante enfermó de gravedad. Antes de morir, pidió que ese hombre humilde hablara en su funeral, y ese hombre así lo hizo.

Ese fiel miembro de la Iglesia nunca tuvo mucho en lo que respecta a nivel social o riqueza, pero su influencia se extendió profundamente hacia todos los que lo conocieron; murió en un accidente industrial mientras se detenía para ayudar a otro obrero que estaba atascado en la nieve.

En menos de un año su viuda tuvo que someterse a cirugía del cerebro, lo que la dejó paralítica. Pero a la gente le gusta ir a pasar tiempo con ella por-que ella escucha, recuerda, se interesa. Debido a que no puede escribir, me-moriza los números telefónicos de sus hijos y nietos, y con ternura recuerda

22 L i a h o n a

cumpleaños y aniversarios.Quienes la visitan salen de allí sin-

tiéndose mejor sobre la vida y sobre sí mismos; sienten su amor; saben que para ella son importantes; nunca se queja, sino que se pasa los días siendo una bendición para los demás. Una de sus amigas dijo que esa mujer era una de las pocas personas que jamás había conocido y que verdaderamente ejemplificaba el amor y la vida de Jesucristo.

Esa pareja habría sido la primera en decir que no eran muy importantes en este mundo, pero el Señor utiliza una balanza muy diferente de la del mundo para pesar el valor de un alma. Él conoce a ese fiel matrimonio; los ama. Sus acciones son un testimonio viviente de su gran fe en Él.

Ustedes son importantes para ÉlHermanos y hermanas, quizás sea

cierto que el hombre no es nada en comparación con la inmensidad del universo. A veces quizás nos sintamos insignificantes, invisibles, solos u olvi-dados. Pero siempre tengan presente: ¡ustedes son importantes para Él! Si alguna vez dudan de ello, consideren estos cuatro principios divinos:

Primero, Dios ama a los mansos y a los humildes, porque son “[los mayo-res] en el reino de los cielos” 17.

Segundo, el Señor confía que “la plenitud de [Su] evangelio sea

proclamada por los débiles y senci-llos hasta los cabos de la tierra” 18. Él ha elegido que “lo débil del mundo [venga] y [abata] lo fuerte y pode-roso” 19 y avergüence “a lo fuerte” 20.

Tercero, no importa dónde vivan, no importan sus humildes circuns-tancias, cuán precario sea su empleo, cuán limitadas sean sus habilidades, cuán común sea su apariencia o cuán pequeño parezca ser su llamamiento en la Iglesia, ustedes no son invisibles para su Padre Celestial. Él los ama. Él conoce su humilde corazón y sus actos de amor y bondad. Juntos, for-man un perdurable testimonio de su fidelidad y de su fe.

Cuarto y último, por favor com-prendan que lo que ahora ven y sienten no es lo que será para siem-pre. No sentirán soledad, pesar, dolor ni desaliento para siempre. Tenemos la fiel promesa de Dios de que Él no olvidará ni abandonará a quienes inclinen su corazón hacia Él 21. Tengan esperanza y fe en esa promesa. Apren-dan a amar a su Padre Celestial y con-viértanse en Su discípulo en palabra y en hecho.

Tengan la seguridad de que si tan sólo se aferran, creen en Él y per-manecen fieles en guardar los man-damientos, un día tendrán ustedes mismos las promesas que le fueron reveladas al apóstol Pablo: “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido

al corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para aquellos que le aman” 22.

Hermanos y hermanas, el Ser más poderoso del universo es el Padre de su espíritu; Él los conoce. Él los ama con un amor perfecto.

Dios los ve no sólo como un ser mortal que vive por un breve lapso en un pequeño planeta; Él los ve como Sus hijos o hijas; Él los ve como los seres capaces de llegar a ser aquello para lo que fueron concebidos. Él quiere que sepan que son importantes para Él.

Ruego que por siempre creamos, confiemos y alineemos nuestra vida a fin de que entendamos nuestro verda-dero valor y potencial eternos. Ruego que seamos dignos de las valiosas bendiciones que nuestro Padre Celes-tial tiene reservadas para nosotros, es mi oración en el nombre de Su Hijo, a saber, Jesucristo. Amén. ◼

NOTAS 1. Véase Moisés 1:2. 2. Moisés 1:10. 3. Moisés 1:33. 4. Véase Andrew Craig, “Astronomers count

the stars”, BBC News, 22 de julio de 2003, http://news.bbc.co.uk/2/hi/science/nature/ 3085885.stm.

5. Moisés 7:30. 6. Mosíah 4:11. 7. Doctrina y Convenios 18:10. 8. Véase Moisés 1:38–39. 9. William Knox, “Mortality”, en James Dalton

Morrison, ed., Masterpieces of Religious Verse, 1948, pág. 397.

10. Doctrina y Convenios 121:7. 11. 3 Nefi 11:38. 12. Mosíah 3:19. 13. Lucas 18:14; véanse también los versículos

9–13. 14. Mosíah 2:17. 15. Dieter F. Uchtdorf fue el mejor alumno de

su clase. 16. Véase Hechos 10:38. 17. Mateo 18:4; véanse también los versículos

1–3. 18. Doctrina y Convenios 1:23. 19. Doctrina y Convenios 1:19. 20. 1 Corintios 1:27. 21. Véase Hebreos 13:5. 22. 1 Corintios 2:9.

Presentado por el presidente Henry B. EyringPrimer Consejero de la Primera Presidencia

Autoridades Generales eméritas.También se propone que rele-

vemos a los élderes Won Yong Ko, Lowell M. Snow y Paul K. Sybrowsky como miembros del Segundo Quórum de los Setenta.

Los que deseen unirse a nosotros para expresar gratitud a estos herma-nos por su excelente servicio, tengan a bien manifestarlo.

Los élderes Ralph W. Hardy Jr., Jon M. Huntsman Sr., Aleksandr N. Manzhos y J. Willard Marriott Jr., han sido relevados como Setentas de Área.

Se propone que les sea dado un voto de agradecimiento por su distinguido servicio.

Los que estén a favor, pueden indicarlo.

Se propone que sostengamos a las demás Autoridades Generales, a los Setentas de Área y a las presiden-cias generales de las organizaciones auxiliares como están constituidas actualmente.

Los que estén a favor, sírvanse manifestarlo.

Si hay opuestos, pueden manifestarlo.

Presidente Monson, hasta donde he podido observar, el voto en el Centro de Conferencias ha sido unánime.

Gracias, hermanos y hermanas, por su voto de sostenimiento, su fe, devoción y oraciones. ◼

Se propone que sostengamos a Thomas Spencer Monson como profeta, vidente y revelador y

Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días; a Henry Bennion Eyring como Primer Consejero de la Primera Presidencia; y a Dieter Friedrich Uchtdorf como Segundo Con-sejero de la Primera Presidencia.

Los que estén a favor, pueden manifestarlo.

Los que estén en contra, si los hay, pueden manifestarlo.

Se propone que sostengamos a Boyd Kenneth Packer como Pre-sidente del Quórum de los Doce Apóstoles, y a los siguientes como miembros de ese quórum: Boyd K. Packer, L. Tom Perry, Russell M. Nelson, Dallin H. Oaks, M. Russell Ballard, Richard G. Scott, Robert D. Hales, Jeffrey R. Holland, David A. Bednar, Quentin L. Cook, D. Todd Christofferson y Neil L. Andersen.

Los que estén a favor, sírvanse manifestarlo.

Si hay opuestos, pueden indicarlo.Se propone que sostengamos a los

consejeros de la Primera Presidencia y a los Doce Apóstoles como profetas, videntes y reveladores.

Los que estén a favor, sírvanse manifestarlo.

Contrarios, si los hay, con la misma señal.

El élder Claudio R. M. Costa ha sido relevado como miembro de la Presi-dencia del Quórum de los Setenta.

Los que puedan unirse a nosotros en un voto de agradecimiento, tengan a bien manifestarlo.

Se propone que sostengamos al élder Tad R. Callister como miembro de la Presidencia del Quórum de los Setenta.

Los que estén a favor, sírvanse manifestarlo.

Contrarios, si los hay.Se propone que relevemos a los

élderes Gary J. Coleman, Richard G. Hinckley, Yoshihiko Kikuchi, Carl B. Pratt y Cecil O. Samuelson como miembros del Primer Quórum de los Setenta y se les designe como

S E S I Ó N D E L S Á B A D O P O R L A TA R D E | 1 de octubre de 2011

El sostenimiento de los Oficiales de la Iglesia

24 L i a h o n a

Por el élder David A. BednarDel Quórum de los Doce Apóstoles

A medida que estudiamos, apren-demos y vivimos el evangelio de Jesucristo, la secuencia es

a menudo instructiva. Consideren, por ejemplo, las lecciones sobre las prioridades espirituales que aprende-mos del orden en que ocurrieron los principales acontecimientos cuando la plenitud del evangelio del Salvador se restauró en estos últimos días.

En la Arboleda Sagrada, José Smith vio al Padre Eterno y a Jesucristo y habló con Ellos. Entre otras cosas, José se enteró de la verdadera naturaleza de la Trinidad y de la revelación conti-nua. Esa majestuosa visión dio paso a “la dispensación del cumplimiento de los tiempos” (Efesios 1:10) y consti-tuye uno de los acontecimientos más importantes de la historia del mundo.

Aproximadamente tres años des-pués, la noche del 21 de septiembre de 1823, en respuesta a una ferviente oración, la habitación de José se llenó de luz hasta que “quedó más iluminada que al mediodía” ( José Smith—Historia 1:30). Un personaje se apareció al lado de su cama, llamó al muchacho por su nombre y declaró “que era un mensajero enviado de la presencia de Dios, y que se llamaba

Mormón y previeron la obra de sal-vación y exaltación tanto de los vivos como de los muertos. Esa secuencia inspiradora es instructiva en cuanto a los asuntos espirituales que son de suprema prioridad para la Deidad.

Mi mensaje se centra en el ministe-rio y el espíritu de Elías predichos por Moroni en las instrucciones iniciales que le dio a José Smith. Ruego sin-ceramente por la ayuda del Espíritu Santo.

El ministerio de Elías el ProfetaElías era un profeta del Antiguo

Testamento por medio de quien se efectuaron poderosos milagros. Él selló los cielos y no llovió en el anti-guo Israel durante tres años y medio; multiplicó la harina y el aceite de una viuda; levantó a un joven de los muertos e hizo descender fuego del cielo en un reto a los profetas de Baal. (Véase 1 Reyes 17–18.) Al concluir el ministerio terrenal de Elías el Profeta, “subió al cielo en un torbellino” (2 Reyes 2:11) y fue trasladado.

“De las revelaciones de los últimos días, aprendemos que Elías el Profeta poseía el poder sellador del Sacerdo-cio de Melquisedec, y que fue el úl-timo profeta que lo poseyó antes de la época de Jesucristo” (Bible Dictionary, “Elijah”). El profeta José Smith explicó: “El espíritu, poder y llamamiento de Elías el Profeta es que ustedes ten-gan la autoridad de poseer las llaves de la… plenitud del Sacerdocio de Melquisedec… y de… obtener… todas las ordenanzas que pertenecen al reino de Dios” (véase Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, pág. 329; cursiva agregada). Esa sagrada autoridad para sellar es esen-cial a fin de que las ordenanzas del sacerdocio sean válidas y vinculantes, tanto en la tierra como en el cielo.

Elías el Profeta se apareció con

Moroni” (versículo 33); él instruyó a José en cuanto a la salida a la luz del Libro de Mormón, y después citó del libro de Malaquías, del Antiguo Testamento, con una ligera variación en las palabras que se utilizaron en la versión del rey Santiago:

“He aquí, yo os revelaré el sacerdo-cio por medio de Elías el profeta, an-tes de la venida del grande y terrible día del Señor.

“…Y él plantará en el corazón de los hijos las promesas hechas a los padres, y el corazón de los hijos se volverá a sus padres. De no ser así, toda la tierra sería totalmente asolada a su venida” (versículos 38 y 39).

Las instrucciones que Moroni dio al joven profeta comprendían, a final de cuentas, dos temas principales: (1) el Libro de Mormón y (2) las pa-labras de Malaquías que predecían la función que tendría Elías el Profeta en la Restauración “de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempos antiguos” (Hechos 3:21). Por consi-guiente, los acontecimientos introduc-torios de la Restauración revelaron un entendimiento correcto de la Trinidad, recalcaron la importancia del Libro de

El corazón de los hijos se volveráInvito a los jóvenes de la Iglesia a aprender sobre el espíritu de Elías y a experimentarlo.

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Moisés en el Monte de la Transfigu-ración (véase Mateo 17:3) y confirió esa autoridad sobre Pedro, Santiago y Juan. Se apareció nuevamente con Moisés y otros el 3 de abril de 1836 en el Templo de Kirtland y confirió las mismas llaves a José Smith y a Oliver Cowdery.

En las Escrituras se registra que Elías el Profeta se presentó ante José y Oliver y dijo:

“He aquí, ha llegado plenamente el tiempo del cual se habló por boca de Malaquías, testificando que él [Elías el profeta] sería enviado antes que viniera el día grande y terrible del Señor,

“para hacer volver el corazón de los padres a los hijos, y el de los hijos a los padres, para que el mundo entero no fuera herido con una maldición.

“Por tanto, se entregan en vuestras manos las llaves de esta dispensación; y por esto sabréis que el día grande y terrible del Señor está cerca, sí, a las puertas” (D. y C. 110:14–16).

La restauración de la autoridad de sellamiento por medio de Elías el Profeta en 1836 fue necesaria para preparar al mundo para la segunda venida del Salvador, e inició un mayor interés mundial en la investigación de historia familiar.

El espíritu y la obra de Elías el ProfetaEl profeta José Smith declaró: “La

responsabilidad mayor que Dios ha puesto sobre nosotros en este mundo es ocuparnos de nuestros muertos… porque es necesario que el poder de sellar esté en nuestras manos a fin de sellar a nuestros hijos y nuestros muertos para la plenitud de la dispen-sación de los tiempos, una dispensa-ción en la que se han de cumplir las promesas que Jesucristo hizo para la salvación del hombre… De ahí que, dijo Dios: ‘Yo os envío el profeta Elías’” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, pág. 507).

José explicó además: “Pero, ¿cuál es el objeto de [la

venida de Elías el Profeta]? ¿O cómo se va a cumplir? Las llaves habrán de entregarse, el espíritu de Elías habrá de venir, el Evangelio habrá de esta-blecerse, los santos de Dios habrán de ser congregados, Sión habrá de ser edificada y los santos habrán de subir como salvadores al monte Sión [véase Abdías 1:21].

“Pero, ¿cómo van a llegar a ser sal-vadores en el monte Sión? Edificando sus templos… y yendo a recibir todas las ordenanzas… en bien de todos sus antepasados que han muerto…; y en esto consiste la cadena que une el co-razón de los padres a los hijos, y el de los hijos a los padres, lo cual cumple la misión de Elías el Profeta” (véase Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, págs. 504–505).

El élder Russell M. Nelson ha ense-ñado que el espíritu de Elías es “una manifestación del Espíritu Santo que da testimonio de la naturaleza divina de la familia” (“Un nuevo tiempo para la cosecha”, Liahona, julio de 1998, pág. 36). Esa singular influencia del Espíritu Santo impulsa a las personas a buscar los datos, documentar y valorar a sus antepasados y parientes, tanto pasados como presentes.

El espíritu de Elías surte su efecto tanto en las personas que son miem-bros de la Iglesia como en las que no lo son. Sin embargo, como miembros de la Iglesia restaurada de Cristo, tenemos la responsabilidad, adquirida por convenio, de buscar a nuestros antepasados y proporcionarles las ordenanzas salvadoras del Evange-lio. “…ellos no [son] perfeccionados sin nosotros” (Hebreos 11:40; véase también Enseñanzas de los Presiden-tes de la Iglesia: José Smith, pág. 507). Ni “tampoco podemos nosotros ser perfeccionados sin nuestros muertos” (D. y C. 128:15).

Por esas razones investigamos

26 L i a h o n a

nuestra historia familiar, edificamos templos y efectuamos ordenanzas vicarias. Por esas razones se envió a Elías el Profeta para restaurar la auto-ridad para sellar que ata en la tierra y en el cielo. Nosotros somos los agen-tes del Señor en la obra de salvación y exaltación que evitará “que el mundo entero [sea] herido con una maldición” (D. y C. 110:15) cuando Él vuelva de nuevo. Ése es nuestro deber y nuestra gran bendición.

Una invitación a la nueva generaciónAhora solicito la atención de las

mujeres y los hombres jóvenes y los niños de la nueva generación mientras recalco la importancia actual del espí-ritu de Elías en nuestra vida. Mi men-saje va dirigido a toda la Iglesia en general, pero a ustedes en particular.

Muchos de ustedes tal vez piensen que la obra de historia familiar la lleva a cabo principalmente la gente mayor. Sin embargo, no tengo conocimiento de que en las Escrituras o en las pau-tas que emiten los líderes de la Iglesia haya alguna restricción en cuanto a la edad que limite este importante servicio a los adultos mayores. Uste-des son hijos e hijas de Dios, hijos del convenio y edificadores del reino. No tienen que esperar hasta tener una

edad determinada para cumplir con su responsabilidad de colaborar en la obra de salvación a favor de la familia humana.

Hoy en día, el Señor ha puesto a nuestra disposición extraordinarios recursos que les permiten aprender y amar esta obra a la que infunde vigor el espíritu de Elías. Por ejem-plo, FamilySearch es una colección de registros, recursos y servicios que se pueden acceder fácilmente con computadoras personales y diver-sos dispositivos de mano, diseñados para ayudar a la gente a descubrir y documentar su historia familiar. Esos recursos también están disponibles en los centros de historia familiar ubica-dos en muchos edificios de la Iglesia por todo el mundo.

No es una coincidencia que Fami-lySearch y otros recursos hayan salido a la luz en una época en la que los jóvenes estén tan familiarizados con una gran variedad de tecnologías de la información y la comunicación. Ustedes tienen los dedos amaestrados para textear y twitear para acelerar y adelantar la obra del Señor, y no sólo para comunicarse rápidamente con sus amigos. Las destrezas y la aptitud que se manifiestan entre muchos jóve-nes actualmente son una preparación

para contribuir a la obra de salvación.Invito a las jóvenes de la Iglesia

a aprender sobre el espíritu de Elías y a experimentarlo. Los aliento para que estudien, para que busquen a sus antepasados y se preparen para efectuar bautismos vicarios en la casa del Señor por sus propios familiares fallecidos (véase D. y C. 124:28–36). Y los exhorto a ayudar a otras personas a buscar sus datos de historia familiar.

Si responden con fe a esta in-vitación, el corazón de ustedes se volverá a los padres. Las promesas que se hicieron a Abraham, Isaac y Jacob se arraigarán en su corazón. Sus bendiciones patriarcales, en las que se declara el linaje, los unirá a esos padres y cobrarán mayor significado para ustedes. El amor y la gratitud que sienten hacia sus antepasados aumentará. Su testimonio del Salvador y su conversión a Él serán profundos y perdurables. Y les prometo que serán protegidos contra la creciente influencia del adversario. A medida que participen en esta obra sagrada y

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lleguen a amarla, serán protegidos en su juventud y durante su vida.

Padres y líderes, por favor ayuden a sus hijos y a la juventud a saber en cuanto al espíritu de Elías, y a sentirlo. Pero no hagan esa labor demasiado rígida o formal ni brinden demasiada información o capacitación detallada. Inviten a los jóvenes a explorar, a experimentar y a aprender por sí mismos (véase José Smith—Historia 1:20). Cualquier joven puede hacer lo que estoy sugiriendo mediante los módulos disponibles en lds .org/ familyhistoryyouth. Las presiden-cias de los quórumes del Sacerdocio Aarónico y de las clases de las Mujeres Jóvenes pueden desempeñar una importante función al ayudar a todos los jóvenes a familiarizarse con esos recursos básicos. Cada vez más, es ne-cesario que los jóvenes aprendan y ac-túen y de ese modo reciban más luz y conocimiento por el poder del Espíritu Santo, y que no sólo sean estudiantes pasivos sobre quienes principalmente se actúe (véase 2 Nefi 2:26).

Padres y líderes, se asombrarán al ver la rapidez con la que sus hijos y la juventud de la Iglesia se vuelven sumamente diestros con esos recur-sos. De hecho, ustedes aprenderán valiosas lecciones de los jóvenes sobre cómo utilizar esos recursos eficaz-mente. Los jóvenes pueden brindar mucha ayuda a las personas mayores que se sientan incómodas o intimi-dadas por la tecnología o que no están familiarizadas con FamilySearch. Ustedes también contarán sus mu-chas bendiciones cuando los jóvenes dediquen más tiempo a la obra de historia familiar y a prestar servicio en el templo y menos tiempo en video-juegos, navegando por internet y en Facebook.

Troy Jackson, Jaren Hope y Andrew Allan son poseedores del Sacerdocio

Aarónico que fueron llamados por un obispo inspirado para enseñar en equipo una clase de historia familiar en el barrio. Esos jóvenes representan a muchos de ustedes en su afán por aprender y deseo de servir.

Troy dijo: “Solía ir a la iglesia y sim-plemente me sentaba allí, pero ahora me doy cuenta de que tengo que ir a casa y hacer algo. Todos podemos hacer historia familiar”.

Jaren informa que a medida que aprendía más sobre historia familiar, se dio cuenta “de que esos no eran sólo nombres, sino personas reales. Me emocionaba más y más llevar esos nombres al templo”.

Y Andrew comentó: “Me he inte-resado en la historia familiar con un amor y un vigor que no sabía que tenía. Cuando me preparaba cada semana para enseñar, a veces sentía la impresión del Santo Espíritu de actuar y poner en práctica algunos de

los métodos que se enseñaban en la lección. La historia familiar antes me asustaba, pero con la ayuda del Espí-ritu pude cumplir con mi llamamiento y ayudar a mucha gente del barrio”.

Mis amados jóvenes hermanos y hermanas, la historia familiar no es tan sólo un programa o una actividad interesante auspiciada por la Iglesia; más bien, es una parte vital de la obra de salvación y exaltación. Ustedes han sido preparados para esta época y para edificar el reino de Dios. Se encuentran hoy día en la tierra para colaborar con esta gloriosa obra.

Testifico que Elías el Profeta re-gresó a la tierra y restauró la sagrada autoridad para sellar. Testifico que lo que se ata en la tierra se puede atar en el cielo. Y sé que los jóvenes de la nueva generación desempeñan una función vital en esta gran empresa. De ello testifico en el sagrado nombre del Señor Jesucristo. Amén. ◼

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A l mirar a los ojos de un niño, vemos a un amigo hijo o hija de Dios que estuvo con noso-

tros en la vida premortal. Es el privilegio culminante de un

esposo y una esposa que pueden tener hijos proporcionar cuerpos mortales para esos hijos espirituales de Dios. Creemos en las familias y creemos en los niños.

Cuando a un esposo y a una esposa les nace un hijo, están cum-pliendo parte del plan de nuestro Padre Celestial de traer hijos a la tierra. El Señor dijo: “…ésta es mi obra y mi gloria: Llevar a cabo la inmorta-lidad y la vida eterna del hombre” 1. Antes de la inmortalidad, debe haber mortalidad.

La familia es ordenada por Dios. Las familias son fundamentales en el plan de nuestro Padre Celestial aquí en la tierra y a través de las eterni-dades. Después de que Adán y Eva fueran unidos en matrimonio, en las Escrituras dice: “Y los bendijo Dios y les dijo Dios: Fructificad y multipli-caos; y henchid la tierra” 2. En nues-tros días, los profetas y apóstoles han declarado: “El primer mandamiento que Dios les dio a Adán y a Eva se re-lacionaba con el potencial que, como esposo y esposa, tenían de ser padres. Declaramos que el mandamiento de

El pasado abril, el presidente Thomas S. Monson declaró:

“Si bien antes las normas de la Iglesia eran casi todas compatibles con las de la sociedad, ahora nos divide un gran abismo que cada vez se agranda más…

“El Salvador de la humanidad se describió a sí mismo diciendo que es-taba en el mundo sin ser del mundo. Nosotros también podemos estar en el mundo sin ser del mundo al rechazar los conceptos falsos y las enseñanzas falsas, y ser fieles a lo que Dios nos ha mandado” 6.

Muchas voces del mundo de hoy disminuyen la importancia de tener hijos o proponen que se demoren o que se limiten los hijos en una fami-lia. Recientemente, mi hija me habló de un blog escrito por una madre cristiana (que no es de nuestra fe) y que tiene cinco hijos; ella comentaba: “[Al crecer] en esta cultura, es muy difícil obtener una perspectiva bíblica en cuanto a la maternidad… Los hijos ocupan un lugar más inferior que el ir a la universidad; ciertamente más inferior que el viajar; más inferior que el poder salir por la noche a diver-tirse; más inferior que el de poner el cuerpo en forma en el gimnasio; más inferior a cualquier trabajo que uno pudiera tener o que esperara tener”. Después agrega: “La maternidad no es un pasatiempo; es un llamamiento. Uno no colecciona hijos porque nos parezcan más bonitos que las estampillas; no es algo que hay que hacer si se las arregla para encontrar el tiempo. Es para lo que Dios nos dio tiempo” 7.

El tener hijos pequeños no es fácil; muchos días simplemente son difíciles. Una joven madre subió a un autobús con sus siete hijos. El con-ductor preguntó: “Señora, ¿son todos suyos?, o ¿se van de picnic?”.

Dios para Sus hijos de multiplicarse y henchir la tierra permanece en vigor” 3.

Este mandamiento no se ha olvi-dado ni se ha desechado en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días 4. Expresamos profunda gratitud por la enorme fe que de-muestran los esposos y las esposas (especialmente nuestras esposas) en estar dispuestas a tener hijos. Cuándo tener un hijo o cuántos hijos tener son decisiones privadas entre el esposo, la esposa y el Señor. Éstas son decisiones sagradas, decisiones que se deben tomar en sincera oración y realizarse con gran fe.

Hace años, el élder James O. Mason, de los Setenta, me compartió este relato: “El nacimiento de nues-tra sexta hija fue una experiencia inolvidable. Al contemplar esta bella y nueva hija en la guardería poco después de que nació, claramente oí una voz decir: ‘Aún vendrá otro más, y será un varón’. Imprudentemente, fui de inmediato al lecho de mi esposa que estaba absolutamente exhausta y le di las buenas noticias. No escogí el mejor momento para decírselo” 5. Año tras año, los Mason esperaban la llegada de su séptimo hijo. Pasaron tres, cuatro, cinco, seis, siete años, y por fin, ocho años después, nació su séptimo hijo, un varoncito.

Por el élder Neil L. AndersenDel Quórum de los Doce Apóstoles

Los hijosTestifico de la gran bendición que son los hijos y de la felicidad que nos traerán en esta vida y en las eternidades.

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“Todos son míos”, contestó. “¡Y no es ningún picnic!” 8.

A medida que el mundo pregunta con más frecuencia: “¿Son todos suyos?”, les damos gracias por crear dentro de la Iglesia un refugio para las familias, donde honramos y ayudamos a las madres con hijos.

Para un padre recto, no hay palabras suficientes para expresar la gratitud y el amor que él siente por el don incalculable de su esposa de dar a luz a los hijos y cuidarlos.

El élder Mason tuvo otra experien-cia pocas semanas después de que se casó, la cual lo ayudó a poner en orden de prioridad sus responsabilida-des familiares. Él dijo:

“Marie y yo habíamos llegado a la conclusión de que para que yo pu-diera terminar mi carrera de médico, ella tendría que seguir trabajando. A pesar de que no era lo que [quería-mos] hacer, el tener hijos tendría que esperar. [Mientras hojeaba una revista de la Iglesia en casa de mis padres], vi un artículo escrito por el élder Spencer W. Kimball, en aquel tiempo del Quórum de los Doce, que des-tacaba las responsabilidades relacio-nadas con el matrimonio. Según el élder Kimball, una de las sagradas responsabilidades era la de multipli-car y henchir la tierra. La casa de mis padres [estaba cerca] de las Oficinas de la Iglesia. Inmediatamente fui a las oficinas y treinta minutos después de leer su artículo, me encontraba sentado frente al escritorio del élder Spencer W. Kimball”. (Eso no sería tan fácil hoy en día).

“Le expliqué que quería ser médico y que no había otra alternativa sino el postergar tener hijos. El élder Kimball escuchó pacientemente y después respondió con voz suave: ‘Hermano Mason, ¿querría el Señor que que-brantara uno de sus importantes

mandamientos a fin de que llegue a médico? Con la ayuda del Señor, puede tener familia y aún llegar a ser doctor. ¿Dónde está su fe?’”

El élder Mason prosiguió: “Nuestro primer hijo nació menos de un año después. Marie y yo trabajamos ardua-mente y el Señor abrió las ventanas de los cielos”. Los Mason fueron bendeci-dos con dos hijos más antes de que él se graduara de la facultad de Medicina cuatro años después 9.

Por todo el mundo, ésta es una época de inestabilidad económica e incertidumbre financiera. En la conferencia general de abril, el presi-dente Thomas S. Monson dijo: “Si les preocupa el proveer económicamente para una esposa y una familia, permí-tanme asegurarles que no tiene nada de bochornoso el que una pareja sea frugal y economice. Por lo general, es durante estas épocas desafiantes que se unirán más como pareja al apren-der a sacrificarse y tomar decisiones difíciles” 10.

La penetrante pregunta del élder Kimball: “¿Dónde está su fe?” nos dirige a las Santas Escrituras.

Adán y Eva no tuvieron su primer hijo en el Jardín de Edén. Al salir del jardín, “Adán [y Eva empezaron] a cultivar la tierra… Adán conoció a su esposa, y… ella [tuvo] hijos e hijas, y [actuando con fe] empezaron a mul-tiplicarse y a henchir la tierra” 11.

No fue en su hogar en Jerusalén, con oro, plata y cosas preciosas,

que Lehi y Saríah, actuando con fe, tuvieron a sus hijos Jacob y José; fue en el desierto. Lehi se refirió a su hijo Jacob como “…mi primer hijo nacido en los días de mi tribulación en el desierto” 12. Lehi dijo en cuanto a José: “Tú naciste en el desierto de [nuestras] aflicciones; sí, tu madre te dio a luz en la época de mis mayores angustias” 13.

En el libro de Éxodo, un hombre y una mujer se casaron y, actuando con fe, tuvieron un hijo varón. En la puerta de la casa no hubo ningún cartel de bienvenida para anunciar su nacimiento; lo escondieron porque Faraón había dado la orden de que todo varón israelita recién nacido sería “echado al río” 14. Ustedes saben el resto de la historia: el bebé al que con ternura se colocó en la cesta hecha de juncos, que fue echado al río, a quien su hermana vigiló con detenimiento, quien fue encontrado por la hija de Faraón, a quien lo cuidó su propia madre, como nodriza. El niño fue devuelto a la hija de Faraón, quien lo adoptó como su propio hijo y al que dio el nombre de Moisés.

En la historia más querida sobre el nacimiento de un niño no hubo una habitación especialmente decorada ni una cuna de marca exclusiva, sólo un pesebre para el Salvador del mundo.

En “el mejor de los tiempos [y]… [en] el peor de los tiempos” 15, los ver-daderos santos de Dios, actuando con fe, nunca han olvidado, desechado ni descuidado “el mandamiento de

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Dios… de multiplicarse y henchir la tierra” 16. Vamos adelante con fe, reco-nociendo de nuevo que la decisión de cuántos hijos tener y cuándo tenerlos es asunto entre el esposo, la esposa y el Señor. En este asunto no debemos juzgarnos unos a otros.

Tener hijos es un tema sensible que puede ser muy doloroso para las mujeres rectas que no tienen la opor-tunidad de casarse y tener una familia. Digo a ustedes, nobles mujeres, que nuestro Padre Celestial conoce sus oraciones y deseos. Cuán agradecidos estamos por su maravillosa influen-cia, incluso por tender sus brazos de ternura a los niños que necesitan su fe y fortaleza.

El tener hijos puede ser también un tema doloroso para las parejas rectas que se casan y descubren que no pue-den tener los hijos que esperaban con tanto anhelo, o para un esposo y una esposa que planean tener una familia numerosa pero son bendecidos con una familia más pequeña.

No siempre podemos explicar las dificultades de nuestra mortalidad; a

veces la vida parece ser muy injusta, en especial cuando nuestro más grande deseo es hacer exactamente lo que el Señor ha mandado. Como siervo del Señor, les aseguro que esta promesa es cierta: “Los miembros fieles cuyas circunstancias no les permitan recibir las bendiciones del matrimonio eterno y de la paternidad en esta vida recibirán todas las bendi-ciones prometidas en las eternidades, siempre y cuando guarden los conve-nios que hayan hecho con Dios” 17.

El presidente J. Scott Dorius, de la Misión Perú Lima Oeste, me relató su historia. Él dijo:

“Becky y yo teníamos veinticinco años de casados sin poder tener [ni adoptar] hijos. Nos mudamos en varias ocasiones, y cuando nos presentá-bamos en cada diferente lugar, era incómodo y a veces doloroso. Los miembros del barrio se preguntaban [porqué no teníamos] hijos, y ellos no eran los únicos que se hacían esa pregunta.

“Cuando fui llamado como obispo, los miembros del barrio expresaron

preocupación de que yo no tenía ninguna experiencia con niños ni adolescentes. Les agradecí su voto de sostenimiento y les pedí que me permitieran practicar en sus hijos mis aptitudes en la crianza de los hijos, a lo cual accedieron con mucho amor.

“Esperamos, adquirimos pers-pectiva y aprendimos la paciencia. Después de veinticinco años de matri-monio, llegó a nuestra vida el milagro de una bebé; adoptamos a Nicole, de dos años, y después al recién nacido Nikolai. Ahora la gente extraña nos felicita por nuestros hermosos nietos; nos reímos y decimos: ‘Son nuestros hijos; hemos vivido nuestra vida al revés’” 18.

Hermanos y hermanas, no debe-mos juzgarnos unos a otros en esta sagrada y privada responsabilidad.

“Y tomó [ Jesús] a un niño… en sus brazos [y] dijo…

“El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe; y el que… me recibe a mí, [recibe] al que me envió” 19.

¡Qué maravillosa bendición

Davao, Filipinas

31N o v i e m b r e d e 2 0 1 1

Por el élder Ian S. ArdernDe los Setenta

El capítulo ocho de Predicad Mi Evangelio centra nuestra atención en el uso del tiempo con sabidu-

ría. En ese capítulo, el élder M. Russell Ballard nos recuerda que tenemos que fijarnos metas y aprender a dominar las técnicas para alcanzarlas (véase Predicad Mi Evangelio: Una guía para el servicio misional, 2004, pág. 156). El dominio de las técnicas necesarias para alcanzar nuestras metas incluye convertirnos en el gerente supremo de nuestro tiempo.

Estoy muy agradecido por el ejem-plo del presidente Thomas S. Monson. Aun con todo lo que hace como pro-feta de Dios, se asegura, como hizo el Salvador, de tener suficiente tiempo para visitar a los enfermos (véase Lucas 17:12–14), levantar a los pobres en espíritu y ser siervo de todos. Tam-bién estoy agradecido por el ejem-plo de muchos otros que dan de su tiempo para servir a sus semejantes. Testifico que el dar de nuestro tiempo para servir a los demás complace a Dios y que el hacerlo nos acercará más a Él. Nuestro Salvador será fiel a Su palabra de que “el que es fiel y sa-bio en esta vida es considerado digno de heredar las mansiones preparadas para él por mi Padre” (D. y C. 72:4).

El tiempo nunca está a la venta; el tiempo no es un producto que se pueda comprar en cualquier tienda a cualquier precio por más que lo inten-ten, pero cuando se emplea el tiempo con sabiduría, su valor es incalculable. En un día cualquiera, a todos se nos asigna sin costo alguno la misma can-tidad de minutos y horas para que los utilicemos, y pronto nos damos cuenta de que, como nos enseña esmerada-mente el conocido himno en inglés, “el tiempo vuela en alas de relámpago, no podemos hacerlo regresar” (“Improve the Shining Moments”, Hymns, Nº 226). Debemos usar el tiempo que tenemos con sabiduría. El presidente Brigham Young dijo: “…todos estamos endeuda-dos con Dios en cuanto a la habilidad para aprovechar nuestro tiempo, y Él nos exigirá una estricta rendición de cuentas acerca de cómo utilizamos dicha habilidad” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Brigham Young, 1997, pág. 300).

Con las exigencias que se nos hacen, debemos aprender a priorizar nuestras decisiones para hacerlas concordar con nuestras metas, o corremos el riesgo de sucumbir a los vientos de la posterga-ción y perder el tiempo discurriendo entre una actividad y otra. En el Sermón

Un tiempo de preparaciónDebemos dedicar nuestro tiempo a las cosas que más importan.

tenemos de recibir hijos e hijas de Dios en nuestro hogar!

Con humildad y en oración procuremos entender y aceptar los mandamientos de Dios, escuchando reverentemente la voz de Su Santo Espíritu.

Las familias son fundamentales en el plan eterno de Dios. Testifico de la gran bendición que son los hijos y de la felicidad que nos traerán en esta vida y en las eternidades, en el nom-bre de Jesucristo. Amén. ◼NOTAS 1. Moisés 1:39. 2. Génesis 1:28. 3. “La Familia: Una Proclamación para el

Mundo”, Liahona, noviembre de 2010, pág. 129.

4. De acuerdo con la Encuesta anual sobre la Comunidad Estadounidense, publicada por la Oficina del Censo de los Estados Unidos, “Estadísticamente el estado de Utah tiene el mayor índice de personas por hogar de la nación, mayor índice de fertilidad, menor índice de edad mediana, edad promedio más baja al momento de casarse y mayor índice de madres que no trabajan fuera del hogar” (“Who Are Utahns? Survey Shows We’re Highest, Lowest, Youngest”, Salt Lake Tribune, 22 de septiembre de 2011, págs. A1, A8).

5. Correo electrónico del élder James O. Mason, 25 de junio de 2011.

6. Thomas S. Monson, “El poder del sacerdocio”, Liahona, mayo de 2011, págs. 66, 67.

7. Rachel Jankovic, “Motherhood Is a Calling (and Where Your Children Rank)”, 14 de julio de 2011, desiringgod.org.

8. Véase “Jokes and Funny Stories about Children,” thejokes.co.uk/jokes-about-children.php.

9. Correo electrónico del élder James O. Mason, 29 de junio de 2011.

10. Thomas S. Monson, Liahona, mayo de 2011, pág. 67.

11. Moisés 5:1, 2. 12. 2 Nefi 2:1. 13. 2 Nefi 3:1. 14. Éxodo 1:22. 15. Charles Dickens, Historia de dos ciudades,

Signet Classic, 1997, pág. 13. 16. Liahona, noviembre de 2010, pág. 129. 17. Manual 2: Administración de la Iglesia

(2010), 1.3.3. 18. Correo electrónico del presidente J. Scott

Dorius, 28 de agosto de 2011. 19. Marcos 9:36–37.

32 L i a h o n a

del Monte, el Maestro nos enseñó bien acerca de las prioridades cuando dijo: “Por tanto, no busquéis las cosas de este mundo, mas buscad primeramente edificar el reino de Dios, y establecer su justicia” (Mateo 6:33, nota a al pie de la página, de la Traducción de José Smith, Mateo 6:38). (Véase Dallin H. Oaks, “Enfoque y prioridades”, Liahona, julio de 2001, págs. 99–102.)

Alma habló de las prioridades cuando enseñó que “esta vida llegó a ser un estado de probación; un tiempo de preparación para presentarse ante Dios” (Alma 12:24). El utilizar mejor el rico legado de tiempo a fin de pre-pararnos para presentarnos ante Dios podría requerir cierta guía, pero segura-mente colocaremos al Señor y a nuestra familia en el primer lugar de la lista. El presidente Uchtdorf nos recordó que “En las relaciones familiares, amor en realidad se deletrea t-i-e-m-p-o” (“De las cosas que más importan”, Liahona, no-viembre de 2010, pág. 22). Testifico que cuando buscamos ayuda con ferviente oración y sinceridad, nuestro Padre Celestial nos ayudará a darle prioridad a lo que merece nuestro tiempo sobre todo lo demás.

El mal uso del tiempo es un primo cercano de la ociosidad. Al seguir el mandato de “[cesar] de ser ociosos” (D. y C. 88:124), debemos asegurarnos de que el estar ocupados equivalga a ser productivos. Por ejemplo, es maravilloso contar con medios de co-municación instantánea, literalmente, al alcance de la mano, pero aseguré-monos de no convertirnos en comuni-cadores digitales compulsivos. Tengo la sensación de que algunos estamos atrapados en una nueva adicción que consume nuestro tiempo, una que nos ata a estar revisando constantemente y enviando mensajes sociales, y que nos da la falsa impresión de que estamos ocupados y somos productivos.

El acceso fácil a la información y a la comunicación tiene muchas bonda-des. Me he dado cuenta de que es útil para acceder a artículos de investiga-ción, discursos de conferencia y regis-tros de antepasados, y recibir correos electrónicos, recordatorios en Face-book, tweets y mensajes de texto. A pesar de lo bueno que son esas cosas, no podemos permitirles que desplacen a las de mayor importancia. Qué triste sería si el teléfono y la computadora con toda su complejidad desplazaran la sencillez de la oración sincera a un amoroso Padre en los cielos. Seamos tan rápidos para arrodillarnos como lo somos para enviar mensajes de texto.

Los juegos electrónicos y los cibera-migos no son un sustituto permanente de los amigos reales que pueden darnos un abrazo de ánimo, que pueden orar por nosotros y procurar lo que nos es más conveniente. Qué agradecido estoy de ver a los miembros de quórumes, de clases y de la Sociedad de Socorro es-forzarse para apoyarse mutuamente. En esas ocasiones, he entendido mejor lo que el apóstol Pablo indicó cuando dijo: “…ya no sois extranjeros ni advenedi-zos, sino conciudadanos con los santos” (Efesios 2:19).

Sé que la felicidad más grande viene cuando nos sintonizamos con el Señor (véase Alma 37:37) y con esas cosas que brindan una recompensa duradera, en lugar de sintonizar para estar incontables horas actualizando nuestro estado, cultivando granjas en internet y catapultando pájaros enoja-dos contra muros de concreto. Insto a cada uno de nosotros a sujetar aque-llas cosas que nos roban de un tiempo precioso y a tomar la determinación de dominarlas, en lugar de permitirles que nos dominen a nosotros mediante su carácter adictivo.

Para tener la paz que menciona el Salvador ( Juan 14:27), debemos

dedicar nuestro tiempo a las cosas que más importan, y las cosas de Dios son las que más importan. Al relacionarnos con Dios mediante la oración sincera, al leer y estudiar las Escrituras a diario, meditar sobre lo que hemos leído y sentido, y luego poner en práctica y vivir las lecciones aprendidas, nos allegamos más a Él. La promesa de Dios es que a medida que busquemos conocimiento diligen-temente de los mejores libros “[Él nos] dará conocimiento por medio de su Santo Espíritu” (D. y C. 121:26; véase también D. y C. 109:14–15).

Satanás nos tentará a usar mal nuestro tiempo mediante distracciones disfrazadas. Aunque las tentaciones vendrán, el élder Quentin L. Cook en-señó que “Los santos que respondan al mensaje del Salvador no permitirán que los intereses que distraen y son destruc-tivos los [desvíen]” (“¿Es usted santo?”, Liahona, noviembre de 2003, pág. 96). Hiram Page, uno de los Ocho Testigos del Libro de Mormón, nos enseñó una valiosa lección sobre las distracciones. Él tenía cierta piedra y por medio de

Salvador, Brasil

33N o v i e m b r e d e 2 0 1 1

ella escribió lo que él creía que eran re-velaciones para la Iglesia (véase D. y C. 28). Cuando se le corrigió a Hiram, un registro señala que la piedra fue tomada y pulverizada para que nunca más volviera a ser una distracción1. Invito a que detectemos las distracciones que nos hacen perder el tiempo en nuestra vida y que ameriten ser pulverizadas en sentido figurado. Tendremos que ser sabios en nuestro juicio para garanti-zar que nuestro uso del tiempo esté bien equilibrado para incluir al Señor, a la familia, al trabajo y a las activida-des recreativas. Como muchos ya han descubierto, hay mayor felicidad en la vida cuando usamos nuestro tiempo para aspirar a lo “virtuoso, o bello, o de buena reputación o digno de alabanza” (Artículos de Fe 1:13).

El tiempo marcha sin demora al compás del reloj. Hoy sería un buen día, mientras el reloj de la vida terre-nal marca la hora, para revisar lo que estamos haciendo a fin de prepararnos para presentarnos ante Dios. Testifico que hay grandes recompensas para aquellos que dedican de su tiempo en la vida terrenal para prepararse para la inmortalidad y la vida eterna. En el nombre de Jesucristo. Amén. ◼NOTA 1. Véase Provo Utah Central Stake general

minutes, 6 de abril de 1856, tomo 10 (1855–1860), Biblioteca de Historia de la Iglesia, Salt Lake City, pág. 273 (la ortografía, la puntuación y el uso de las mayúsculas del texto en inglés se han actualizado): “El padre [Emer] Harris dijo que el apóstol dijo que tenemos que luchar contra principados y potestades en lugares altos. El hno. Hiram Page sacó de la tierra una piedra negra [y] se la metió en el bolsillo. Cuando llegó a casa, la vio. Ésta contenía una frase en papel que cabía en ella. Tan pronto como él escribió una frase, otra frase apareció en la piedra, hasta que escribió 16 páginas. Se le informó al hno. José del hecho. Una persona le preguntó a José si eso era correcto. Él dijo que no lo sabía, pero oró y recibió la revelación de que la piedra era del diablo. Entonces fue pulverizada y los escritos fueron quemados. Ésa era una obra del poder de las tinieblas. Amén”.

A l final de un día particular-mente agotador cuando termi-naba mi primera semana como

Autoridad General, mi portafolio es-taba completamente lleno y mi mente estaba preocupada con la pregunta: “¿Cómo podré hacer esto?”. Salí de la oficina de los Setenta y entré en el ascensor del Edificio de la Administra-ción de la Iglesia. Mientras descendía, iba cabizbajo y la mirada perdida en el suelo.

La puerta se abrió y entró una persona, pero no levanté la vista. Cuando se cerró, oí que alguien pre-guntó: “¿Qué es lo que ve allá abajo?”. Reconocí la voz: era el presidente Thomas S. Monson.

Rápidamente alcé la vista y res-pondí: “Ah, nada”. (¡Estoy seguro de que esa respuesta inteligente inspiró confianza en mis habilidades!)

Pero él había notado mi semblante apagado y mi pesado portafolio. Son-rió y tiernamente sugirió, mientras se-ñalaba hacia el cielo: “¡Es mejor mirar hacia arriba!”. Mientras descendíamos un nivel más, alegremente explicó que estaba en camino al templo. Cuando se despidió de mí, su mirada me habló

una vez más al corazón: “Recuerde que es mejor mirar hacia arriba”.

Después de que nos despedimos, acudieron a mi mente las palabras de una escritura: “Creed en Dios; creed que él existe… creed que él tiene toda sabiduría y todo poder, tanto en el cielo como en la tierra” 1. Cuando pensé en el poder del Padre Celestial y de Jesucristo, mi corazón encontró el consuelo que en vano había bus-cado en el suelo de aquel ascensor.

Desde aquella vez he meditado en esa experiencia y en el papel de los profetas. Yo me sentía agobiado y tenía la cabeza inclinada. Cuando el profeta me habló y levanté la vista, él volvió a orientar mi atención hacia Dios, donde podría ser sanado y fortalecido por medio de la expiación de Cristo. Eso es lo que los profetas hacen por nosotros: nos conducen hacia Dios 2.

Testifico que el presidente Monson no sólo es un profeta, vidente y reve-lador, sino que también es un mara-villoso ejemplo que vive el principio de mirar hacia arriba. De todas las personas, él podría sentirse agobiado por sus responsabilidades, pero, más

Por el élder Carl B. CookDe los Setenta

Es mejor mirar hacia arribaSi nosotros, como el presidente Monson, ejercemos nuestra fe y acudimos a Dios para recibir ayuda, no nos sentiremos agobiados con las cargas de la vida.

34 L i a h o n a

bien, ejerce gran fe y está lleno de optimismo, sabiduría y amor por los demás. Su actitud es “puedo hacerlo” y “lo haré”. Él confía en el Señor y depende de Él para recibir fortaleza, y el Señor lo bendice.

La experiencia me ha enseñado que si nosotros, como el presidente Monson, ejercemos nuestra fe y acudi-mos a Dios para recibir ayuda, no nos sentiremos agobiados con las cargas de la vida. No nos sentiremos incapa-ces de hacer lo que se nos ha llamado a hacer o lo que tenemos que hacer. Seremos fortalecidos, y nuestra vida se llenará de paz y de gozo3. Llegaremos a darnos cuenta de que la mayor parte de lo que nos preocupa no es de importancia eterna y, si lo es, el Señor nos ayudará; pero debemos tener la fe para mirar hacia arriba y el valor para seguir Su dirección.

¿Por qué nos es difícil mirar cons-tantemente hacia arriba en la vida? Tal vez carecemos de la fe de que un acto tan sencillo como ese pueda resolver nuestros problemas. Por ejemplo, cuando a los hijos de Israel los mordieron serpientes venenosas, se le mandó a Moisés levantar en un asta una serpiente de bronce, la cual representaba a Cristo. Aquellos que miraban la serpiente, tal como lo man-daba el profeta, eran sanados 4; pero muchos no lo hicieron, y perecieron5.

Alma reconoció que la razón por la que los israelitas no miraban la serpiente era porque no creían que el hacer tal cosa los sanaría. Las palabras de Alma se aplican a nosotros en la actualidad:

“Oh hermanos míos, si fuerais sa-nados con tan sólo mirar para quedar sanos, ¿no miraríais inmediatamente?, o ¿preferiríais endurecer vuestros corazones en la incredulidad, y ser perezosos… ?

“Si es así, ¡ay de vosotros! Pero si

no, mirad y empezad a creer en el Hijo de Dios, que vendrá para redimir a los de su pueblo, y que padecerá y morirá para expiar [nuestros] peca-dos… y que se levantará de entre los muertos” 6.

Las palabras de ánimo del presi-dente Monson de mirar hacia arriba constituyen una metáfora para recor-dar a Cristo. Cuando lo recordamos a Él y confiamos en Su poder, recibimos fortaleza por medio de Su expiación. Es el medio por el cual se pueden mi-tigar nuestras angustias, nuestras car-gas y nuestro sufrimiento; es el medio por el cual podemos ser perdonados y sanados del dolor de nuestros peca-dos; es el medio por el cual podemos recibir la fe y la fortaleza para soportar todas las cosas 7.

Hace poco, mi esposa y yo asis-timos a una conferencia de mujeres en Sudáfrica. Después de escuchar algunos mensajes inspiradores sobre la forma de aplicar la Expiación en nuestras vidas, la presidenta de la So-ciedad de Socorro de la estaca invitó a todos a salir del recinto. A cada uno se nos dio un globo lleno de helio y ella explicó que dicho globo representaba cualquier carga, prueba o penuria que estuviese impidiendo nuestro progreso. Después de contar hasta tres, soltamos nuestros globos, o nuestras “cargas”. Cuando alzamos la vista y vimos nuestras cargas flotar en el aire, se oyó una clara exclamación de asombro. Ese acto sencillo de soltar nuestros globos

sirvió como bello recordatorio del gozo indescriptible que se siente cuando miramos hacia arriba y pensamos en Cristo.

A diferencia de soltar un globo de helio, el mirar hacia arriba espiritual-mente no es una experiencia que se hace sólo una vez. De la oración de la Santa Cena aprendemos que siempre debemos recordar al Señor y guardar Sus mandamientos, a fin de tener Su Espíritu con nosotros todos los días para guiarnos 8.

Cuando los hijos de Israel anda-ban errantes en el desierto, el Señor los guió diariamente en su trayecto cuando acudían a Él para que los orientara. En Éxodo leemos: “Y Jehová iba delante de ellos, de día en una columna de nube para guiarlos por el camino, y de noche en una columna de fuego para alumbrarlos” 9. Su guía era constante, y les doy mi humilde testimonio de que el Señor puede hacer lo mismo por nosotros.

Entonces, ¿cómo nos guiará en la actualidad? Por medio de profetas, apóstoles y líderes del sacerdocio, y mediante sentimientos que recibimos después de que abrimos nuestros co-razones y almas en oración a nuestro Padre Celestial. Él nos guía cuando abandonamos las cosas del mundo, nos arrepentimos y cambiamos; Él nos guía cuando guardamos Sus mandamientos y tratamos de ser más semejantes a Él; y Él nos guía a través del Espíritu Santo10.

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Por el élder Legrando R. Curtis Jr.De los Setenta

Existen varios nombres por los cuales se hace referencia al Señor Jesucristo. Estos nombres nos dan

una perspectiva sobre los diferentes aspectos de la misión expiatoria del Señor. Tomemos por ejemplo el título “Salvador”. Todos tenemos una idea de lo que significa ser salvos, porque a cada uno de nosotros se nos ha salvado en algún momento de algo. Cuando éramos niños, mi hermana y yo estábamos jugando en el río sobre un pequeño bote cuando imprudente-mente dejamos ese lugar seguro para jugar y la corriente nos impulsó río abajo hacia peligros desconocidos. En respuesta a nuestros gritos, nuestro padre corrió a socorrernos, y nos salvó de los peligros del río. Cuando pienso en salvación, pienso en esa experiencia.

El título “Redentor” proporciona una perspectiva similar. “Redimir” significa comprar o comprar de nuevo. Como asunto legal, la propiedad se redime al pagar por completo una hipoteca u otros cargos a la misma. En la época del Antiguo Testamento, la ley de Moisés proporcionaba diferen-tes maneras para que los sirvientes y la propiedad pudieran ser libres o re-dimidos por medio del pago de dinero (véase Levítico 25:29–32, 48–55).

Un uso importante de la palabra

redimir en las Escrituras implica la liberación de los hijos de Israel de la esclavitud de Egipto. Luego de esa liberación, Moisés les dijo: “…sino porque Jehová os amó… os ha sacado Jehová con mano poderosa y os ha rescatado de la casa de servidumbre, de manos de Faraón, rey de Egipto” (Deuteronomio 7:8).

El tema de Jehová redimiendo al pueblo de Israel de la esclavitud se repite muchas veces en las Escritu-ras. Por lo general, esto se hace para recordar al pueblo sobre la bondad del Señor al librar a los hijos de Israel de los egipcios. Pero también es para enseñarles que habrá otra redención más importante para los hijos de Israel. Lehi enseñó: “Y el Mesías vendrá en la plenitud de los tiempos, a fin de redimir a los hijos de los hombres de la caída” (2 Nefi 2:26).

El salmista escribió: “Pero Dios redimirá mi alma del poder del Seol” (Salmos 49:15).

El Señor declaró por medio de Isaías: “Yo deshice como a nube tus transgresiones y como a niebla tus pecados; vuélvete a mí, porque yo te redimí” (Isaías 44:22).

La redención a la cual hacen refe-rencia estos tres pasajes de Escrituras, de hecho, es la expiación de Jesu-cristo. Ésa es la “abundante redención”

La redenciónPor medio de Cristo, las personas pueden cambiar sus vidas, como de hecho lo hacen, y obtener redención.

A fin de ser guiados en la jor-nada de la vida y tener la compañía constante del Espíritu Santo, debemos tener un “oído que oye” y un “ojo que ve”, ambos en dirección hacia arriba 11. Debemos actuar de acuerdo con la orientación que recibamos. Debe-mos mirar hacia arriba y levantarnos; y cuando lo hagamos, sé que nos alegraremos, porque Dios desea que seamos felices.

Somos hijos de nuestro Padre Celestial; Él desea formar parte de nuestras vidas, bendecirnos y ayudar-nos. Él sanará nuestras heridas, secará nuestras lágrimas y nos ayudará a lo largo de nuestro sendero para regresar a Su presencia. Si levantamos la vista hacia Él, Él nos guiará.

Jesús es mi luz, y no temeré.Él es mi poder; solaz yo tendré…mi gozo es, y canción,y siempre jamás me guía…12.

Testifico que nuestros pecados son perdonados y se aligeran nuestras cargas cuando miramos hacia Cristo. “Acordémonos de él… y no incline-mos la cabeza” 13, porque, como dijo el presidente Monson, “es mejor mirar hacia arriba”.

Testifico que Jesús es nuestro Salvador y Redentor, en el nombre de Jesucristo. Amén. ◼

NOTAS 1. Mosíah 4:9. 2. Véase 2 Nefi 25:23, 26. 3. Véase Mosíah 24:15. 4. Véase Números 21:8–9. 5. Véase 1 Nefi 17:41. 6. Alma 33:21–22; véanse también los

versículos 19–20. 7. Véase Alma 36:3, 17–21; 3 Nefi 9:13. 8. Véase Doctrina y Convenios 20:77. 9. Éxodo 13:21. 10. Véase 2 Nefi 9:52; 31:13; Doctrina y

Covenios 121:46. 11. Proverbios 20:12. 12. “Jesús es mi luz”, Himnos, Nº 42. 13. 2 Nefi 10:20.

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proporcionada por nuestro Dios amado (Salmos 130:7). A diferencia de las redenciones bajo la ley de Moisés o en nuestros acuerdos legales mo-dernos, esta redención no viene por “cosas corruptibles, como oro o plata” (1 Pedro 1:18). “En [Cristo] tenemos redención por su sangre, la remisión de pecados según las riquezas de su gracia” (Efesios 1:7). El presidente John Taylor enseñó que debido al sa-crificio del Redentor “la deuda ha que-dado pagada, la redención hecha, el convenio cumplido, la justicia satisfe-cha, la voluntad de Dios obedecida y todo poder… es dado al Hijo de Dios” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: John Taylor, 2001, pág. 49).

Los efectos de esta redención inclu-yen superar la muerte física para todos los hijos de Dios. Es decir, se supera la muerte temporal y todos resucita-rán. Otro aspecto de esta redención hecha por Cristo es la victoria sobre la muerte espiritual. Por medio de Su sufrimiento y muerte, Cristo pagó por los pecados de toda la humani-dad a condición del arrepentimiento individual.

De este modo, si nos arrepentimos, podemos ser perdonados de nuestros pecados, ya que nuestro Redentor ha pagado el precio. Éstas son buenas

nuevas para todos nosotros, “por cuanto todos pecaron y están desti-tuidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). Quienes se han extraviado en gran manera de las sendas de rec-titud, necesitan desesperadamente esta redención y, si se arrepienten plenamente, la misma es de ellos para reclamarla. Pero quienes han trabajado arduamente para llevar buenas vidas, también necesitan desesperadamente esta redención, porque nadie puede llegar a la presencia del Padre sin la ayuda de Cristo. Por lo tanto, esta amorosa redención permite que se satisfagan las leyes de la justicia y de la misericordia en la vida de todos quie-nes se arrepienten y siguen a Cristo.

“Oh, cuán glorioso y cabalel plan de redención: merced, justicia y amoren celestial unión”.(“Jesús, en la corte celestial”, Himnos, Nº 116.)

El presidente Boyd K. Packer en-señó: “Hay un Redentor, un Mediador, que está dispuesto y puede satisfacer las exigencias de la justicia y extender misericordia a los penitentes” (“La justicia y la misericordia”, Manual del Sacerdocio Aarónico 3, 1995, pág. 33).

Las Escrituras, la literatura y las experiencias de vida están llenas de historias de redención. Por medio de Cristo, las personas pueden cambiar sus vidas, como de hecho lo hacen, y obtener redención. Me encantan las historias de redención.

Tengo un amigo que no siguió las enseñanzas de la Iglesia en su juven-tud. Cuando era un joven adulto se dio cuenta de lo que se había perdido al no vivir el Evangelio. Se arrepin-tió, cambió su vida y se dedicó a una vida de rectitud. Un día, muchos años después de nuestra relación de jóvenes, lo encontré en el templo. La luz del Evangelio brillaba en sus ojos y sentí que era un fiel miembro de la Iglesia tratando de vivir el Evangelio plenamente. La de él es una historia de redención.

Una vez entrevisté a una mujer para su bautismo, era culpable de un pe-cado muy grave. Durante la entrevista le pregunté si entendía que nunca más debería cometer ese pecado. Con una emoción profunda en sus ojos y en su voz dijo: “Ah presidente, nunca podría cometer ese pecado otra vez. Ésa es la razón por la cual deseo bautizarme, para limpiarme de los efectos de ese terrible pecado”. La de ella es una historia de redención.

37N o v i e m b r e d e 2 0 1 1

Al visitar conferencias de estaca y otras reuniones en años recientes, he recordado la admonición del presi-dente Thomas S. Monson de rescatar a los miembros menos activos de la Iglesia. En una conferencia de estaca conté la historia de un miembro menos activo que había vuelto a la actividad plena después de que su obispo y otros líderes lo visitaran en su hogar, le dijeron que lo nece-sitaban y lo llamaron a servir en el barrio. El hombre de la historia no sólo aceptó el llamamiento, sino que también cambió su vida y hábitos, y se volvió totalmente activo en la Iglesia.

Un amigo mío estaba en la con-gregación en la cual conté ese relato. Su semblante cambió visiblemente al oírla. Al día siguiente me envió un correo electrónico diciéndome que su emotiva reacción se debía a que la historia de su suegro al volver a estar activo en la Iglesia era muy parecida a la que yo había contado. Me dijo que como resultado de una visita regular por parte de un obispo y una invitación de servir en la Iglesia, su suegro reevaluó su vida y su testimo-nio, hizo enormes cambios en su vida y aceptó el llamamiento. Ese hombre que volvió a estar activo ahora tiene 88 descendientes que son miembros activos de la Iglesia.

Unos días después, en una reu-nión conté ambas historias. Al día siguiente recibí otro correo electró-nico el cual decía: “Ésa también es la historia de mi padre”. Ese correo electrónico, enviado por un presi-dente de estaca, decía cómo se había invitado a su padre a servir en la Igle-sia, incluso cuando no había estado activo y tenía hábitos que necesitaba cambiar. Aceptó la invitación y, en el proceso, se arrepintió, finalmente sirvió como presidente de estaca y

luego fue presidente de misión, y edificó la base para su posteridad para que fueran miembros fieles de la Iglesia.

Unas pocas semanas después conté las tres historias en otra conferencia de estaca. Después de la reunión, se me acercó un hombre y me dijo que esa no era la historia de su padre, sino que era su propia historia. Me contó de los acontecimientos que lo llevaron al arrepentimiento y a volver a estar completamente activo en la Iglesia. Y así sucedió. Al llevar la admonición de rescatar a los menos activos, vi y escuché historia tras historia de perso-nas que respondieron a las invitacio-nes de regresar y cambiar sus vidas. Escuché historia tras historia sobre la redención.

Aunque nunca podremos devolver al Redentor lo que pagó a favor nues-tro, el plan de redención necesita de nuestro mejor esfuerzo para arrepen-tirnos plenamente y hacer la voluntad de Dios. El apóstol Orson F. White escribió:

“¡Salvador, de mi alma Redentor, cuya poderosa mano me sanó,cuyo maravilloso poder me levantóy con dulzura mi amarga copa llenó!Cómo podré expresar mi gratitud,oh, bondadoso Dios de Israel.

Nunca pagarte podré, Señor,pero amarte trataré. Tus palabras

puras,mi deleite son,mi gozo diurno y mi sueño nocturno.Que mis labios Tu salvación

proclamen,y mi alma y vida Tu voluntad

reflejen”.(“Salvador, Redentor de mi alma”, Hymns, Nº 112.)

Comparto mi testimonio del poder de la expiación de Cristo. Cuando nos arrepentimos y venimos a Él, pode-mos recibir todas las bendiciones de la vida eterna. Que así lo hagamos, recibiendo nuestra propia historia de redención, es mi oración en el nombre de Jesucristo. Amén. ◼

38 L i a h o n a

El Libro de Mormón contiene el relato de un hombre llamado Nehor. Es fácil entender por qué

Mormón, al compendiar mil años de registros nefitas, pensara que era importante incluir algo acerca de este hombre y la influencia perdurable de su doctrina. Mormón estaba tratando de advertirnos, sabiendo que esa filo-sofía volvería a surgir en nuestros días.

Nehor aparece en escena unos noventa años antes del nacimiento de Cristo. Él enseñó “que todo el género humano se salvaría en el postrer día… porque el Señor había creado a todos los hombres, y también los había redimido a todos; y al fin todos los hombres tendrían vida eterna” (Alma 1:4).

Unos 15 años después, Korihor vino entre los nefitas predicando y amplió la doctrina de Nehor. El Libro de Mormón registra que “era un anticristo, porque empezó a predi-car al pueblo contra las profecías… concernientes a la venida de Cristo” (Alma 30:6). Korihor predicaba “que no se podía hacer ninguna expiación por los pecados de los hombres, sino que en esta vida a cada uno le tocaba de acuerdo con su habilidad; por

juzgarlo erróneo ni pecaminoso.En la superficie, esas filosofías pa-

recen atractivas porque nos autorizan a satisfacer cualquier apetito o deseo sin preocuparnos por las consecuen-cias. Al usar las enseñanzas de Nehor y Korihor, podemos racionalizar y justificar cualquier cosa. Cuando los profetas predican el arrepentimiento, parecen “arruinar la fiesta”; pero en realidad, el llamado profético se debería recibir con gozo. Sin el arrepentimiento no hay verdadero progreso ni mejoramiento en la vida. Pretender que no hay pecado no disminuye la carga y el sufrimiento que produce. El sólo sufrir a causa del pecado no mejora nada. Única-mente el arrepentimiento conduce a las soleadas elevaciones de una vida mejor; y, por supuesto, sólo mediante el arrepentimiento obtenemos acceso a la gracia expiatoria de Jesucristo y a la salvación. El arrepentimiento es un don divino y deberíamos sonreír al hablar de él, puesto que nos conduce a la libertad, la confianza y la paz; en lugar de interrumpir la celebración, el don del arrepentimiento es la causa de la verdadera celebración.

El arrepentimiento existe como una opción únicamente debido a la ex-piación de Jesucristo. Es Su sacrificio infinito que “[provee] a los hombres la manera de tener fe para arrepen-timiento” (Alma 34:15). El arrepenti-miento es la condición necesaria, y la gracia de Cristo es el poder por el que “la misericordia satisface las exigencias de la justicia (Alma 34:16). Nosotros testificamos que:

“…sabemos que la justificación por la gracia de nuestro Señor y Salvador Jesucristo es justa y verdadera;

“y también sabemos que la santifi-cación por la gracia de nuestro Señor y Salvador Jesucristo es justa y verda-dera, para con todos los que aman y

tanto, todo hombre prosperaba según su genio, todo hombre conquistaba según su fuerza; y no era ningún crimen el que un hombre hiciese cosa cualquiera” (Alma 30:17). Esos falsos profetas y sus seguidores “no creían en el arrepentimiento de sus pecados” (Alma 15:15).

Al igual que en los días de Nehor y Korihor, vivimos en una época no muy lejana al advenimiento de Jesu-cristo; en nuestro caso, el tiempo de preparación para Su segunda venida. Y de manera similar, el mensaje del arrepentimiento con frecuencia no es bien recibido. Algunos profesan que si hay un Dios, Él no nos impone exigencias reales (véase Alma 18:5). Otros sostienen que un Dios amoroso perdona todo pecado en base a una simple confesión; o que si realmente hay un castigo por pecar, “Dios nos dará algunos azotes, y al fin nos sal-varemos en el reino de Dios” (2 Nefi 28:8). Otras personas, al igual que Korihor, niegan la existencia misma de Cristo y del pecado. Su doctrina es que los valores, las normas e incluso la verdad son relativos; por tanto, lo que sea que uno considere correcto para sí mismo, los demás no pueden

Por el élder D. Todd ChristoffersonDel Quórum de los Doce Apóstoles

El divino don del arrepentimientoSólo mediante el arrepentimiento obtenemos acceso a la gracia expiatoria de Jesucristo.

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sirven a Dios con toda su alma, mente y fuerza” (D. y C. 20:30–31).

El arrepentimiento es un tema extenso, pero hoy quisiera mencionar sólo cinco aspectos de este principio fundamental del Evangelio que espero sean de ayuda.

Primero: La invitación al arrepen-timiento es una expresión de amor. Cuando el Salvador “comenzó… a predicar y a decir: ¡Arrepentíos, por-que el reino de los cielos se ha acer-cado!” (Mateo 4:17), era un mensaje de amor, invitando a todo el que estu-viera dispuesto, a calificar para unirse a Él “y [gozar] de las palabras de vida eterna en este mundo, y la vida eterna en el mundo venidero” (Moisés 6:59). Si no invitamos a otras perso-nas a cambiar o si no nos exigimos a nosotros mismos el arrepentimiento, no cumplimos un deber fundamen-tal que tenemos el uno hacia el otro y hacia nosotros mismos. Un padre condescendiente, un amigo indul-gente, un líder de la Iglesia temeroso están más preocupados por sí mismos que por el bienestar y la felicidad de aquellos a quienes podrían ayudar. Sí, el llamado al arrepentimiento a veces se considera intolerante u ofensivo, e incluso puede resentirse, pero cuando es inducido por el Espíritu, en realidad es un acto de genuino interés (véase D. y C. 121:43–44).

Segundo: El arrepentirse significa esforzarse para cambiar. Sería una burla al sufrimiento del Salvador por nosotros en el Jardín de Getsemaní y en la cruz esperar que Él nos transfor-mase en seres angelicales sin ningún esfuerzo de nuestra parte. Más bien, buscamos Su gracia para comple-mentar y premiar nuestro máximo y diligente esfuerzo (véase 2 Nefi 25:23). Tal vez deberíamos rogar por el tiempo y la oportunidad de trabajar, luchar y vencer, del mismo modo que

oramos por misericordia. Con seguri-dad el Señor se complace con aquel que desea presentarse ante el juicio dignamente, quien con resolución tra-baja día a día para reemplazar la de-bilidad con la fortaleza. El verdadero arrepentimiento, el verdadero cambio quizás requiera repetidos esfuerzos, pero hay algo refinador y santo en ello. El perdón y la sanación divi-nos fluyen naturalmente a esa alma, pues “la virtud ama a la virtud; la luz se allega a la luz; [y] la misericordia tiene compasión de la misericordia y reclama lo suyo” (D. y C. 88:40).

Mediante el arrepentimiento pode-mos mejorar de forma constante nues-tra habilidad para vivir la ley celestial, pues reconocemos que “el que no es capaz de obedecer la ley de un reino celestial, no puede soportar una gloria celestial” (D. y C. 88:22).

Tercero: Arrepentirse significa no sólo abandonar el pecado, sino comprometerse a obedecer. En el Diccionario Bíblico en inglés dice: “El arrepentimiento significa entregar el corazón y la voluntad a Dios, [así como] renunciar al pecado al que, por naturaleza, tenemos inclinación” 1. Uno de los muchos ejemplos de esta enseñanza del Libro de Mormón se encuentra en las palabras de Alma a uno de sus hijos:

“Por tanto, hijo mío, te mando, en el temor de Dios, que te abstengas de tus iniquidades;

“que te vuelvas al Señor con toda

tu mente, poder y fuerza” (Alma 39:12–13; véase también Mosíah 7:33; 3 Nefi 20:26; Mormón 9:6).

Para que nuestra entrega al Señor sea total, debe incluir nada menor que un convenio de obediencia a Él. A menudo hablamos de este convenio como el convenio bautismal, puesto que se ratifica al ser bautizados en el agua (véase Mosíah 18:10). El mismo bautismo del Salvador, que dio el ejemplo, confirmó Su convenio de obediencia hacia el Padre: “Mas no obstante que era santo, él muestra a los hijos de los hombres que, según la carne, él se humilla ante el Padre, y testifica al Padre que le sería obe-diente al observar sus mandamientos” (2 Nefi 31:7). Sin este convenio, el arrepentimiento queda incompleto y no se obtiene la remisión de los peca-dos 2. En las memorables palabras del profesor Noel Reynolds: “La decisión de arrepentirse es decidir cerrar las puertas en todas direcciones [con la determinación] de seguir para siempre sólo un camino, el único camino que conduce a la vida eterna” 3.

Cuarto: El arrepentimiento requiere un serio propósito y el deseo de per-severar aun en medio del dolor. Tratar de crear una lista de pasos específicos para el arrepentimiento puede ser útil para algunos, pero también puede conducir a cumplir esos pasos de forma mecánica para eliminarlos de la lista, sin que haya un verdadero senti-miento ni se produzca un cambio; el

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arrepentimiento sincero no es superfi-cial. El Señor especifica dos requisitos fundamentales: “Por esto sabréis si un hombre se arrepiente de sus pecados: He aquí, los confesará y los abando-nará” (D. y C. 58:43).

Confesar y abandonar son concep-tos poderosos. Son mucho más que un “tienes razón, lo siento” superfi-cial. Confesar es un reconocimiento profundo, y a veces angustiante, del error y la ofensa a Dios y a la persona. A menudo, dolor, pesar y lágrimas amargas acompañan la confesión, en especial cuando los actos cometidos le causan dolor a alguien, o aún peor, han conducido a otras personas a cometer un pecado. Es esa angustia profunda, el ver las cosas como real-mente son, lo que conduce a alguien como Alma a exclamar: “¡Oh Jesús, Hijo de Dios, ten misericordia de mí que estoy en la hiel de amargura, y ceñido con las eternas cadenas de la muerte!” (Alma 36:18).

Con fe en el misericordioso Reden-tor y en Su poder, lo que puede ser desconsuelo se convierte en espe-ranza. El corazón y los deseos de la persona cambian y el pecado, que antes era atractivo, es cada vez más abominable; una resolución de aban-donar y renunciar al pecado y de rec-tificar, en la medida de lo posible, el daño que se ha causado, nace en ese nuevo corazón. Esa resolución pronto llega a ser un convenio de obedien-cia a Dios. Al hacer este convenio, el Espíritu Santo, el mensajero de la gracia divina, traerá alivio y perdón. y se sentirá el impulso de declarar,

una vez más como Alma: “Y ¡oh qué gozo, y qué luz tan maravillosa fue la que vi! Sí, mi alma se llenó de un gozo tan profundo como lo había sido mi dolor” (Alma 36:20).

Cualquier dolor que implique el arrepentimiento siempre será mu-cho menos que el sufrimiento que se requiere para satisfacer la justicia por una transgresión que no se haya resuelto. El Salvador dijo muy poco acerca de lo que sufrió para satisfacer las demandas de la justicia y expiar nuestros pecados, pero sí hizo esta reveladora declaración:

“Porque he aquí, yo, Dios, he pade-cido estas cosas por todos, para que no padezcan, si se arrepienten;

“mas si no se arrepienten, tendrán que padecer así como yo;

“padecimiento que hizo que yo, Dios, el mayor de todos, temblara a causa del dolor y sangrara por cada poro y padeciera, tanto en el cuerpo como en el espíritu, y deseara no tener que beber la amarga copa…” (D. y C. 19:16–18).

Quinto: Sea cual sea el costo del arrepentimiento, se consume en el gozo del perdón. En un discurso de una conferencia general titulado “La luminosa mañana del perdón”, el presidente Boyd K. Packer estableció esta analogía:

“En abril de 1847, Brigham Young guió a la primera compañía de pio-neros que partió de Winter Quarters. Al mismo tiempo, dos mil seiscientos kilómetros hacia el oeste, los patéticos sobrevivientes del grupo de Donner poco a poco iban bajando por las

laderas de las montañas de la Sierra Nevada hacia el valle de Sacramento.

“Habían pasado el crudo invierno atrapados en los ventisqueros al pie de la cima. Es casi imposible de creer que alguien haya sobrevivido los días, las semanas y los meses que pasaron expuestos al hambre y a un sufri-miento indescriptible.

“Entre ellos se encontraba John Breen, que tenía quince años y que en la noche del 24 de abril llegó a la hacienda de los Johnson. Años más tarde, él mismo escribió:

“‘Hacía mucho que había anoche-cido cuando llegamos a la hacienda de los Johnson, así que, la primera vez que la vi fue en las horas tempranas de la mañana. Era un bonito día, el suelo estaba cubierto de césped verde, los pájaros cantaban en las ramas de los árboles y nuestro viaje había concluido. Me parecía mentira que estuviera vivo.

“‘La vista de esa mañana perma-nece grabada en mi mente. Me he olvidado de la mayor parte de lo que sucedió, pero aquel campamento junto a la hacienda de los Johnson jamás se borrará de mi memoria’”.

El presidente Packer dijo: “Al prin-cipio me sentí sumamente descon-certado por su declaración de haber ‘olvidado la mayor parte de lo que sucedió’. ¿Cómo podía haber olvidado los largos meses de intenso sufri-miento? ¿Cómo era posible que una mañana luminosa reemplazara aquel brutal y tenebroso invierno?

“Después de reflexionarlo más, decidí que en realidad no era tan asombroso; he visto algo semejante sucederle a gente que conozco. He visto a alguien que ha pasado un largo invierno de remordimiento y hambre espiritual despertar a la mañana del perdón. Al llegar la mañana, aprendie-ron lo siguiente:

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“‘He aquí, quien se ha arrepentido de sus pecados es perdonado; y yo, el Señor, no los recuerdo más’” (D. y C. 58:42)4.

Con agradecimiento reconozco y testifico que los incomprensibles sufrimiento, muerte y resurrección de nuestro Señor “…[llevan] a efecto la condición del arrepentimiento” (Hela-mán 14:18). El divino don del arre-pentimiento es la clave de la felicidad aquí y en el mundo venidero. Citando las palabras del Salvador y con gran humildad y amor, invito a todos a “[arrepentirse], porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 4:17). Sé que al aceptar esta invitación, encon-trarán gozo tanto ahora como por la eternidad. En el nombre de Jesucristo. Amén. ◼

NOTAS 1. Bible Dictionary, “Repentance”

(arrepentimiento). 2. En el Libro de Mormón se habla

repetidamente de “ser bautizado para arrepentimiento” (véase Mosíah 26:22; Alma 5:62; 6:2; 7:14; 8:10; 9:27; 48:19; 49:30; Helamán 3:24; 5:17, 19; 3 Nefi 1:23; 7:24–26; Moroni 8:11). Juan el Bautista utilizó las mismas palabras (véase Mateo 3:11), y Pablo habló del “bautismo de arrepentimiento” (Hechos 19:4). La frase también aparece en Doctrina y Convenios (véase D. y C. 35:5; 107:20). “Bautismo de o para arrepentimiento” simplemente se refiere al hecho de que el bautismo junto con su convenio de obediencia es la piedra de coronamiento del arrepentimiento. Con un arrepentimiento total, incluyendo el bautismo, se es digno de recibir la imposición de manos para que se le confiera el don del Espíritu Santo; y es por medio del Espíritu Santo que uno recibe el bautismo del Espíritu (véase Juan 3:5) y el perdón de los pecados: “Porque la puerta por la cual debéis entrar es el arrepentimiento y el bautismo en el agua; y entonces viene una remisión de vuestros pecados por fuego y por el Espíritu Santo” (2 Nefi 31:17).

3. Noel B. Reynolds, “The True Points of My Doctrine,” Journal of Book of Mormon Studies, tomo V, Nº 2, otoño de 1996, pág. 35; cursiva agregada.

4. Véase Boyd K. Packer, “La luminosa mañana del perdón”, Liahona, enero de 1996, págs. 20–21.

Por el élder L. Tom PerryDel Quórum de los Doce Apóstoles

Presidente Monson, estamos muy emocionados con las maravillo-sas noticias de algunos nuevos

templos. Especialmente emocionantes para mis muchos, muchos familiares en el Estado de Wyoming.

La Iglesia hace algo en todo el mundo cuando se edifica un templo nuevo, que es una tradición bas-tante común en los Estados Unidos y Canadá: realizamos un programa de puertas abiertas. En las semanas pre-vias a la dedicación de un nuevo tem-plo, abrimos las puertas e invitamos a los líderes gubernamentales y religio-sos de la localidad, a los miembros locales de la Iglesia y a las personas de otras religiones a venir y visitar el templo recién construido.

Son eventos maravillosos que ayudan a las personas que no están familiarizadas con la Iglesia a saber un poco más sobre ella. Casi todos los que visitan un nuevo templo se ma-ravillan tanto por su belleza exterior como interior. Les asombra la maestría de la obra y la atención a los detalles de cada elemento del templo. Además

de ello, muchos de nuestros visitantes sienten algo único y especial a medida que los guían por el templo que aún no se ha dedicado. Todas esas reacciones son comunes entre los que acuden a los programas de puertas abiertas, pero no es la reacción más común. Lo que impresiona a los visi-tantes, más que cualquier otra cosa, son los miembros de la Iglesia que encuentran en nuestros programas de puertas abiertas. Salen con una impre-sión inolvidable de sus anfitriones, los Santos de los Últimos Días.

La Iglesia está recibiendo más aten-ción que nunca en todo el mundo. Los representantes de los medios de comunicación escriben o hablan acerca de la Iglesia todos los días para informar sobre las diversas activida-des de ella. Muchas de las agencias de noticias más importantes de los Estados Unidos hablan sobre la Iglesia o sus miembros con regularidad. Estas conversaciones también se llevan a cabo por todo el mundo.

La Iglesia también llama la aten-ción en internet que, como saben, ha

El perfecto amor echa fuera el temorSi ustedes responden a la invitación de compartir sus creencias y sentimientos sobre el evangelio restaurado de Jesucristo, un espíritu de amor y un espíritu de valentía serán sus compañeros constantes.

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cambiado drásticamente la forma en que la gente comparte información. En cualquier momento del día, en todo el mundo, personas que nunca han escrito para un periódico o una revista disertan sobre la Iglesia y sus enseñanzas en internet, en blogs y en redes sociales. Hacen videos y los comparten en línea. Son personas comunes y corrientes, tanto miembros de nuestra religión como de otras creencias, que hablan sobre La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

Los cambios en la manera de comunicarnos explican en parte por qué los “mormones” ahora son más conocidos que nunca. Pero la Iglesia también siempre está creciendo y avanzando. Hay más personas que tienen miembros de la Iglesia entre sus vecinos y amigos, y hay miem-bros prominentes de la Iglesia en el gobierno, en los negocios, en los es-pectáculos, en la educación y en todas partes, según parece. Incluso aquellos que no son miembros de la Iglesia han notado esto, y se preguntan qué es lo que está pasando. Es maravilloso que muchos ahora sepan de la Iglesia y de los Santos de los Últimos Días.

Aunque la Iglesia es más visible, to-davía hay mucha gente que no la en-tiende. A algunos se les ha enseñado a desconfiar de la Iglesia y a creer en estereotipos negativos sobre la misma sin cuestionar la fuente ni la validez de esas ideas. También hay mucha desinformación y confusión sobre lo que es la Iglesia y su posición. Esto ha sido así desde la época del profeta José Smith.

En parte, José Smith escribió su his-toria para “sacar del error a la opinión

pública y presentar a los que buscan la verdad los hechos tal como han sucedido” ( José Smith—Historia 1:1). Es cierto que siempre habrá quienes distorsionen la verdad y tergiversen intencionalmente las enseñanzas de la Iglesia. Pero la mayoría de los que tienen inquietudes sobre ella, simple-mente quieren saber más de la misma. Esas son personas imparciales que tienen una curiosidad genuina sobre nosotros.

La creciente visibilidad y la repu-tación de la Iglesia nos brindan una excelente oportunidad a nosotros, sus miembros. Podemos ayudar a “sacar del error a la opinión pública”, y corre-gir la información errónea cuando se nos describa como algo que no somos. Pero lo más importante es que pode-mos compartir lo que somos.

Hay una cantidad de cosas que podemos hacer —que ustedes pueden hacer— para contribuir a la compren-sión de la Iglesia. Si lo hacemos con el mismo espíritu y el mismo com-portamiento que tenemos cuando somos los anfitriones de los progra-mas de puertas abiertas del templo, nuestros amigos y vecinos llegarán a entendernos mejor. Sus sospechas se esfumarán, los estereotipos negativos desaparecerán y empezarán a saber de la Iglesia como realmente es.

Permítanme sugerir algunas ideas de lo que cada uno de nosotros puede hacer.

En primer lugar, debemos ser audaces en nuestras declaraciones de Jesucristo. Queremos que los demás sepan que afirmamos que Él es la figura central de toda la historia humana. Su vida y Sus enseñanzas constituyen el centro de la Biblia y de otros libros que

consideramos escritura sagrada. El An-tiguo Testamento es un preámbulo del ministerio terrenal de Cristo. El Nuevo Testamento describe Su ministerio terrenal. El Libro de Mormón ofrece un segundo testigo de Su ministerio terre-nal. Él vino al mundo a declarar que Su evangelio constituye los cimientos para que toda la humanidad, todos los hijos de Dios, aprendan sobre Él y sigan Sus enseñanzas; entonces, Él dio Su vida para ser nuestro Salvador y Redentor. Sólo a través de Jesucristo es posible la salvación. Por eso creemos que Él es la figura central de toda la historia de la humanidad. Nuestro destino eterno siempre está en Sus manos. Es algo glorioso creer en Él y aceptarlo como nuestro Salvador, nuestro Señor y nues-tro Maestro.

También creemos que sólo por medio de Cristo es posible hallar el gozo, la esperanza y la felicidad supremos, tanto en esta vida como en la eternidad. Nuestra doctrina, como se enseña en el Libro de Mormón, declara enfáticamente: “Por tanto, debéis seguir adelante con firmeza en Cristo, teniendo un fulgor perfecto

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de esperanza y amor por Dios y por todos los hombres. Por tanto, si mar-cháis adelante, deleitándoos en la pa-labra de Cristo, y perseveráis hasta el fin, he aquí, así dice el Padre: Tendréis la vida eterna” (2 Nefi 31:20).

Declaramos nuestra creencia en Jesucristo y lo aceptamos como nues-tro Salvador. Él nos bendecirá y nos guiará en todos nuestros esfuerzos. A medida que trabajemos aquí en la tie-rra, Él nos fortalecerá y nos dará paz en momentos de prueba. Los miem-bros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días andan por la fe que tienen en Aquél a quien pertenece esta Iglesia.

En segundo lugar, seamos un ejemplo de rectitud para los demás. Después de declarar nuestras creen-cias, debemos seguir el consejo que se nos da en 1 Timoteo 4:12: “…sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, en conducta, en amor, en espíritu, en fe y en pureza”.

El Salvador enseñó sobre la impor-tancia de ser un ejemplo de nuestra fe diciendo: “Así alumbre vuestra luz de-lante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:16).

Nuestra vida debe ser un ejemplo de bondad y virtud a medida que tra-temos de emular el ejemplo que Él dio al mundo. Las buenas obras de cada uno de nosotros fomentan una ima-gen positiva tanto del Salvador como de Su Iglesia. Al dedicarse a hacer el bien, al ser hombres y mujeres hono-rables y rectos, sus vidas reflejarán la Luz de Cristo.

Después, hablemos en defensa de la Iglesia. En el transcurso de nuestra vida diaria somos bendecidos con muchas oportunidades de compar-tir con los demás lo que creemos. Cuando nuestros amigos y colegas

nos preguntan acerca de nuestras creencias religiosas, nos están invi-tando a compartir lo que somos y lo que creemos. Puede que estén o no interesados en la Iglesia, pero sí están interesados en conocernos a un nivel más profundo.

Mi recomendación es que acepten sus invitaciones. Sus compañeros no están invitándoles a enseñar, predicar, exponer o exhortar. Háganlos partici-par en una conversación de dos vías, compartan algo sobre las creencias religiosas de ustedes, pero también pregúntenles acerca de las creencias de ellos. Midan su nivel de interés por las preguntas que ellos hagan. Si ellos hacen muchas preguntas, centren la conversación en responderlas. Recuer-den que siempre es mejor que ellos pregunten a que ustedes hablen.

Algunos miembros parecen desear mantener en secreto el hecho de ser miembros de la Iglesia. Deben tener sus razones. Por ejemplo, ellos podrían creer que no les corresponde compar-tir sus creencias. Tal vez tengan miedo de cometer un error o de que les ha-gan una pregunta que no puedan res-ponder. Si tales ideas les pasan alguna vez por la mente, les tengo algunos consejos. Sencillamente recuerden las palabras de Juan: “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor” (1 Juan 4:18). Si tan sólo amamos a Dios y a nuestro pró-jimo, se nos promete que superaremos nuestros temores.

Si últimamente han visitado mormon .org, el sitio web de la Iglesia para los que tienen interés en saber de ella, habrán visto miembros que han compartido información sobre ellos mismos. Han creado perfiles en línea donde explican quiénes son y por qué sus creencias religiosas son tan impor-tantes. Ellos están manifestando su fe.

Debemos entablar esas conversa-ciones con un amor semejante al de Cristo. Nuestro tono, ya sea oral o es-crito, debe ser respetuoso y cortés, sin importar las respuestas de los demás. Debemos ser sinceros y abiertos, y procurar ser claros en lo que digamos. Debemos evitar ponernos a la defen-siva o discutir de alguna forma.

El apóstol Pedro explicó: “…como aquel que os ha llamado es santo, sed también vosotros santos en toda vues-tra conducta” (1 Pedro 1:15).

La “conducta” de hoy en día parece estar relacionada cada vez más con la participación en internet. Animamos a la gente, jóvenes y adultos, a usar internet y los medios de comunicación para tender una mano y compartir sus creencias religiosas.

Al utilizar internet, quizás encuen-tren conversaciones sobre la Iglesia que ya estén en curso. Cuando se los indique el Espíritu, no duden en aña-dir su voz a estas conversaciones.

El mensaje del evangelio de Jesu-cristo es diferente a todo lo demás que compartirán con otras personas. En la era de la información, el Evangelio es

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S E S I Ó N D E L S A C E R D O C I O | 1 de octubre de 2011

Por el élder Jeffrey R. HollandDel Quórum de los Doce Apóstoles

Hermanos, con el espíritu de ese himno excepcionalmente conmovedor y con la elocuente

oración del élder Richard G. Hinckley en mi corazón, esta noche deseo ha-blar con franqueza, y con esa misma franqueza hablarles a los hombres jóvenes del Sacerdocio Aarónico.

Cuando hablamos del esplendor de la Primera Visión de José Smith, a veces restamos importancia a la amenazante confrontación que ocurrió poco antes de ella, confrontación que intentaba destruir al joven, de ser posible; pero, en todo caso, procuraba bloquear la revelación que estaba por venir. No hablamos del adversario más de lo necesario, y a mí no me gusta hablar de él para nada, pero la expe-riencia del joven José nos recuerda lo que todo hombre, incluso cada hombre joven de esta audiencia debe recordar.

Número uno: Satanás, o Lucifer o el padre de las mentiras —llámenlo como lo llamen— es real y es la perso-nificación misma del mal. Sus motivos, en todos los casos, son maliciosos, y se estremece ante la aparición de la luz redentora, ante el pensamiento mismo de la verdad. Número dos:

Se opone eternamente al amor de Dios, a la expiación de Jesucristo y a la obra de paz y de salvación. Luchará en contra de ellos en toda ocasión y lugar que le sea posible. Sabe que al final será derrotado y expulsado, pero está decidido a arrastrar con él a cuantos le sea posible.

Entonces, ¿cuáles son algunas tácticas del diablo en este combate en el que está en juego la vida eterna? Una vez más, podemos aprender de la experiencia en la Arboleda Sagrada. José Smith dijo que en un intento por contrarrestar lo que estaba por venir, Lucifer ejerció “tan asombrosa influen-cia en mí, que se me trabó la lengua” 1.

Como el presidente Boyd K. Packer enseñó esta mañana, Satanás no puede quitarle la vida de forma directa a nadie; es una de las muchas cosas que no puede hacer. Pero, aparente-mente su empeño por detener la obra se logrará de forma razonable si tan sólo consigue trabar la lengua de los fieles. Hermanos, si ése es el caso, esta noche busco a hombres jóvenes y mayores a los que les preocupe lo suficiente esta batalla entre el bien y el mal que se enlisten y que defiendan la obra. Estamos en guerra, y por los

Somos los soldadosDe todo hombre, joven y mayor, que posea el sacerdocio, pido una voz más firme y más devota,... una voz para el bien, una voz para el Evangelio, una voz para Dios.

la información más valiosa en todo el mundo. Su valor es incuestionable. Es una perla de gran precio (véase Mateo 13:46).

Al hablar de la Iglesia, no tratemos de hacerla ver mejor de lo que es. No hace falta que alteremos nuestro men-saje. Sino que tenemos que comunicarlo de manera sincera y directa. Si abrimos los canales de comunicación, el mensaje mismo del evangelio restaurado de Jesu-cristo dará pruebas de su valor a los que estén preparados para recibirlo.

A veces hay una gran diferencia —una inmensa brecha en la compren-sión— entre la forma en que vivimos la experiencia de la Iglesia desde adentro y la forma en que los demás la ven desde afuera. Ésa es la razón principal por la que realizamos los programas de puertas abiertas antes de dedicar cada nuevo templo. Los miembros voluntarios de los progra-mas de puertas abiertas sencillamente tratan de ayudar a las demás perso-nas a ver la Iglesia como ellos la ven desde adentro. Reconocen que la Igle-sia es una obra maravillosa, incluso un prodigio, y quieren que los demás también lo sepan. Pido a cada uno de ustedes que haga lo mismo.

Les prometo que si responden a las invitaciones de compartir sus creencias y sentimientos acerca del evangelio restaurado de Jesucristo, un espíritu de amor y un espíritu de va-lentía serán su compañero constante, ya que “el perfecto amor echa fuera el temor” (1 Juan 4:18).

Éste es un momento de crecien-tes oportunidades para compartir el evangelio de Jesucristo con los demás. Preparémonos para aprovechar las oportunidades que se nos presenten a cada uno de nosotros para compartir nuestras creencias, ruego humilde-mente, en el nombre de Jesucristo. Amén. ◼

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próximos minutos, quiero enlistar a gente para unirse a la batalla.

¿Tengo que tararear algunos compases de “Somos los soldados”? Ustedes la conocen, la estrofa acerca de que “hacen falta más soldados, id con valor” 2. Por supuesto, lo bueno de este llamado a las armas es que no les pedimos que se ofrezcan de volunta-rios para disparar un rifle ni lanzar una granada; no, queremos batallones que lleven como armas “toda palabra que sale de la boca de Dios” 3. De modo que esta noche busco misioneros que no aten sus lenguas de forma volunta-ria sino que, con el Espíritu del Señor y el poder de su sacerdocio, abran su boca y efectúen milagros. Dichas palabras expresadas de ese modo, enseñaron las autoridades generales de los inicios de esta dispensación, serían el medio por el cual “las obras más grandes [de la fe] se han realizado y se realizarán” 4.

En especial pido a los jóvenes del Sacerdocio Aarónico que se sienten derechos y presten atención. Para ustedes, usaré una analogía deportiva. Jóvenes, esta batalla en la que nos encontramos, es una lucha de vida o muerte; así que voy a ponerme cara a cara frente a ustedes, con suficiente fuego en mi voz para quemarles un poco las cejas, como lo hacen los entrenadores cuando el partido es reñido y lo más importante es ganar. Y con el partido en juego, lo que este entrenador les dice es que, para parti-cipar en él, algunos de ustedes tienen que ser moralmente más limpios de lo que ahora son. En esta batalla entre el bien y el mal no pueden jugar para el adversario cuando se encuentren ante la tentación y luego esperar ponerse del lado del Señor en el momento de ir al templo y a la misión como si nada hubiese sucedido. Eso, mis amigos, no lo pueden hacer. Dios no será burlado.

Entonces, ustedes y yo esta noche tenemos un dilema, y es que hay miles de jóvenes en edad del Sacerdo-cio Aarónico en los registros de esta Iglesia que constituyen nuestra reserva de candidatos para el futuro servicio misional. Pero el desafío es que esos diáconos, maestros y presbíteros se mantengan lo suficientemente activos y dignos de ser ordenados élderes y de servir como misioneros. De modo que necesitamos que los jóvenes que ya pertenecen al equipo permanez-can en él y dejen de salir de la cancha justo cuando necesitamos que jueguen y, ¡que jueguen con todas sus fuerzas! En casi toda competencia deportiva que conozco hay líneas en el suelo o en la cancha, y para competir, todo participante debe permanecer dentro de esos límites. Pues bien, el Señor ha trazado límites de dignidad para quienes son llamados a trabajar con Él en esta obra. ¡Ningún misionero puede desafiar a otra persona a que se arrepienta de una transgresión sexual, de usar lenguaje profano o de ver pornografía si él mismo no lo ha hecho! No pueden hacer eso; el Espí-ritu no los acompañará y las palabras se les atorarán en la garganta cuando traten de decirlas. Ustedes no pueden andar por lo que Lehi llamó “senderos prohibidos” 5 y esperar guiar a otras personas en ese camino “estrecho y angosto” 6; no puede hacerse.

Pero hay una respuesta a este reto para ustedes, de la misma manera que la hay para el investigador al

que ustedes enseñarán. No importa quiénes sean ni lo que hayan hecho, pueden ser perdonados. Cada uno de ustedes, jóvenes, puede abandonar cualquier transgresión con la que ba-tallen. Ése es el “milagro del perdón”; es el milagro de la expiación del Señor Jesucristo. Pero no lo pueden hacer sin un compromiso activo hacia el Evangelio, y no lo pueden hacer sin arrepentirse cuando sea necesario. Estoy pidiéndoles a ustedes jóvenes, que sean activos y puros. Si fuese ne-cesario, les pido que se activen y que se purifiquen.

Hermanos, les hablamos con in-trepidez porque la sutileza no parece funcionar. Hablamos con intrepidez porque Satanás es un ser real empe-ñado en destruirlos y ustedes enfren-tan su influencia a una edad cada vez menor. De modo que, los tomamos de la solapa y les gritamos con todas nuestras fuerzas:

Ya empieza la batalla con gran clamor.

¡Firmes marchad! ¡Firmes marchad!  7.

Mis jóvenes amigos, necesitamos decenas de millares de misioneros más en los meses y los años veni-deros. Deben provenir de un mayor número de jóvenes del Sacerdocio Aarónico que hayan sido ordenados y que sean activos, puros y dignos de servir.

A aquellos que han servido o que están sirviendo, les agradecemos el

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bien que han hecho y por las vidas que han impactado. ¡Benditos sean! También reconocemos que hay algu-nos que han tenido la esperanza de servir en misiones, pero que por mo-tivos de salud o impedimentos fuera de su control, no pueden hacerlo. Públicamente y con orgullo rendimos homenaje a ese grupo. Conocemos sus deseos y encomiamos su devo-ción. Los amamos y los admiramos. Ustedes son “parte del equipo” y siem-pre lo serán, aunque estén honorable-mente eximidos de servir por tiempo completo. ¡Pero necesitamos a todos los demás!

Ahora ustedes, hermanos del Sacer-docio de Melquisedec, no sonrían y se sienten cómodamente en sus asientos. No he terminado. Necesitamos miles de matrimonios más en las misiones de la Iglesia. Todo presidente de mi-sión los pide. Dondequiera que pres-tan servicio, los matrimonios aportan a la obra una madurez que no pueden brindar los jóvenes de 19 años, por más excelentes que sean.

Para instar a más matrimonios a servir, la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce ha tomado el paso más audaz y generoso que se haya visto en la obra misional en los últimos 50 años. En mayo de este año, se notificó a los líderes del sacerdocio en el campo misional que los fondos misionales de la Iglesia suplementa-rán el costo de la vivienda para los matrimonios (y hablamos solamente de los costos de la vivienda) si éste excede una cantidad mensual prede-terminada. ¡Qué bendición! Ésta es una ayuda de los cielos para el gasto más grande que enfrentan los matri-monios en la misión. Las Autoridades también han determinado que los matrimonios pueden servir por 6 o 12 meses, además de los 18 o 23 meses tradicionales. Otro detalle maravilloso

es que se permite que los matrimo-nios, haciéndose ellos mismos cargo del costo, regresen brevemente a casa para acontecimientos familiares críticos. ¡Y dejen de preocuparse por tener que tocar puertas o cumplir con el mismo horario que los jóvenes de 19 años! No les pedimos que lo hagan, pero tenemos un sinfín de otras cosas que pueden hacer, con gran flexibili-dad en la forma de hacerlas.

Hermanos, comprendemos que, por razones de salud, familiares o eco-nómicas, algunos de ustedes tal vez no puedan ir ahora o quizás nunca. Pero con un poco de planificación, muchos sí pueden ir.

Obispos y presidentes de estaca, hablen de esta necesidad en sus con-sejos y conferencias. En sus reuniones, al sentarse en el estrado, miren a la congregación en oración y procu-ren sentir las impresiones de los que deban recibir un llamamiento. Luego hablen con ellos y ayúdenles a poner una fecha para servir. Hermanos, cuando eso suceda, digan a su esposa que si ustedes pueden dejar el sillón y el control remoto por unos meses, ellas pueden dejar a los nietos. Esos pequeños estarán bien, y les prometo que ustedes harán cosas por ellos al servicio del Señor que, por los siglos de los siglos, nunca podrán hacer si se quedan en casa mimándolos. ¡Qué

mejor regalo pueden dar los abuelos a su posteridad que decir con hechos y con palabras: “En esta familia servimos en misiones”!

La obra misional no es lo único que tenemos que hacer en esta grande, amplia y maravillosa Iglesia. Pero casi todo lo demás que hay que hacer depende de que las personas primero escuchen el evangelio de Jesucristo y se unan a nuestra fe. Seguramente por eso el mandato final de Jesús a los Doce fue así de básico:

Montreal, Quebec, Canadá

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“Id y haced discípulos a todas las na-ciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” 8. Entonces, y sólo entonces, se podrán recibir por completo el resto de las bendiciones del Evangelio: la solidaridad familiar, los programas para los jóvenes, las promesas del sacerdocio y las ordenanzas que nos llevan hacia el templo. Pero, como testificó Nefi, nada de eso ocurrirá hasta haber “[entrado] por la puerta” 9. Con todo lo que hay que hacer en el sendero a la vida eterna, necesitamos muchos misioneros más que abran esa puerta y ayuden a las personas a pasar por ella.

De todo hombre, joven y mayor, que posea el sacerdocio, pido una voz más firme y más devota, una voz no sólo contra el mal y contra él que es la personificación de la maldad, sino una voz para el bien, una voz para el Evangelio, una voz para Dios. Her-manos de todas las edades, destraben su lengua y vean cómo sus palabras obran maravillas en la vida de quienes “no llegan a la verdad sólo porque no saben dónde hallarla”10.

A la batalla id sin tardar;con la verdad podréis conquistar,nuestro pendón en alto plantar,y un hogar celestial vamos a ganar  11.

En el nombre de Jesucristo, nuestro Maestro. Amén. ◼

NOTAS 1. José Smith—Historia 1:15. 2. “Somos los soldados”, Himnos, Nº 162. 3. Doctrina y Convenios 84:44; véase también

Deuteronomio 8:3; Mateo 4:4. 4. Lectures on Faith, 1985, pág. 73. 5. 1 Nefi 8:28. 6. 2 Nefi 31:18. 7. Himnos, Nº 162. 8. Mateo 28:19. 9. 2 Nefi 33:9. 10. Doctrina y Convenios 123:12. 11. Himnos, Nº 162.

Por el obispo Keith B. McMullinSegundo Consejero del Obispado Presidente

En una sesión de capacitación reciente dirigida a las Autoridades Generales, el presidente Thomas S.

Monson recalcó de nuevo los deberes y las oportunidades que tienen los poseedores del Sacerdocio Aarónico1. Con el espíritu de esa instrucción es que me dirijo a ustedes.

El deber, cuando se lleva a cabo debidamente, determina el destino de los pueblos y las naciones. El prin-cipio del deber es tan fundamental, que a los poseedores del sacerdocio se les exhorta así: “Por tanto, aprenda todo varón su deber, así como a obrar con toda diligencia en el oficio al cual fuere nombrado” 2.

El presidente Monson explica: “El llamado del deber puede llegar calladamente a medida que noso-tros, los poseedores del sacerdocio, respondemos a las asignaciones que recibimos” 3. El presidente Monson citó a George Albert Smith: “El deber de ustedes es primeramente aprender lo que el Señor desea y después, me-diante el poder y la fuerza de Su santo sacerdocio, magnificar su llamamiento en la presencia de sus semejantes de tal modo que las personas estén

complacidas de seguirlos a ustedes” 4.Al hablar sobre Su deber, nuestro

Señor dijo: “…no busco mi voluntad, sino la voluntad del Padre” 5. “…he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió” 6. Debido a que Jesucristo llevó a cabo Su deber, “todo el género humano puede salvarse, mediante la obediencia a las leyes y ordenanzas del Evangelio” 7. Hermanos, ésta es la norma que debemos seguir.

He observado que ustedes; quie-nes sirven como diáconos, maestros y presbíteros; son tan prestos, tan dignos de confianza y tan aptos para cumplir con su deber como espe-ramos que sean. Los admiramos; su vitalidad es contagiosa, sus habilida-des son asombrosas y relacionarse con ustedes es vigorizante. Ustedes y el oficio del Sacerdocio Aarónico que poseen son esenciales para la obra que el Padre Celestial tiene para Sus hijos y para la preparación de esta tie-rra para la segunda venida de Su santo Hijo. La perspectiva que tenemos de ustedes y de sus deberes va más allá de su edad. Pablo se refirió a ustedes al decir: “Ninguno tenga en poco

El poder del Sacerdocio AarónicoUstedes y el oficio del Sacerdocio Aarónico que poseen son esenciales en la obra que el Padre Celestial tiene para Sus hijos y para la preparación de esta tierra para la Segunda Venida.

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tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, en conducta, en amor, en espíritu, en fe y en pureza” 8.

A los hombres de antaño a tiempo llegó

el sacerdocio llamado de Aarón.Por los levitas, sacerdotes y profetas

también,a los hijos de Dios para bendecir

sirvió.

Luego el Salvador del mundo arribóy a uno llamado Juan buscó,para que con ese mismo poder se

bautizaray las puertas de la salvación marcara.

En los últimos días, ese mismo poderotra vez a la tierra se restauró,para que todas las verdades del

Evangelioen el alma volvieran a nacer.

¡Sacerdocio Aarónico, verdad sublime,ven en preparaciónpara que ocurra la redencióna través del amado Hijo de Dios!

Y aquel que ministra esos poderesun niño ya no es.Con el manto del sacerdocio sobre éldecimos: “¡He aquí el hombre!”  9.

“El poder y la autoridad del sacer-docio… de Aarón, consiste en poseer las llaves del ministerio de ángeles y en administrar las ordenanzas exterio-res, la letra del evangelio, el bautismo de arrepentimiento para la remisión

de pecados, de acuerdo con los con-venios y los mandamientos” 10. El pre-sidente Boyd K. Packer ha hecho esta observación: “Nos ha ido muy bien al distribuir la autoridad del sacerdocio. Tenemos la autoridad del sacerdocio establecida casi en todas partes… Pero la distribución de la autoridad del sacerdocio ha superado, creo yo, a la distribución del poder del sacer-docio” 11. Por el bienestar eterno de los hijos de Dios, esto se debe remediar.

Nuestro profeta nos ha dicho cómo lo podemos lograr. Citando a George Q. Cannon, el presidente Monson dijo: “Quiero que el poder del sacerdocio se fortalezca… Quiero ver que esta fuerza y poder se difunda por el cuerpo entero del sacerdocio, que se extienda desde la cabeza hasta el último y más humilde diácono de la Iglesia. Todo hombre debe buscar y disfrutar las revelaciones de Dios, la luz del cielo para que brille en su alma y le dé conocimiento en cuanto a sus deberes, en cuanto a esa porción de la obra… que recae sobre él en su sacerdocio” 12.

¿Qué puede hacer un diácono, un maestro o un presbítero para recibir el espíritu de revelación y magnificar su llamamiento? Vivir de una manera que le permita disfrutar del poder puri-ficador, santificador e inspirador del Espíritu Santo.

La importancia de ello se encuen-tra en estas palabras de Alma: “Y ahora os digo que éste es el orden según el cual soy llamado… para predicar… a la nueva generación…

que deben arrepentirse y nacer de nuevo” 13. Cuando uno nace de nuevo, su corazón cambia; ya no le apetecen las cosas malas o impuras; siente un profundo y perdurable amor por Dios; desea ser bueno, servir a los demás y guardar los mandamientos 14.

El presidente Joseph F. Smith describió la experiencia que tuvo con ese potente cambio: “El senti-miento que descendió sobre mí fue uno de verdadera paz, de amor y de luz. Sentí en mi alma que si yo había pecado… se me había perdonado, y que efectivamente fui limpiado del pecado; mi corazón se conmovió y sentí que no deseaba dañar ni al insecto más pequeño que hubiese bajo mis pies. Sentí que quería hacer el bien en todas partes y a todas las personas y a todas las cosas. Sentí una renovación de vida, una renova-ción del deseo de hacer lo que era bueno. No quedó en mi alma ni una partícula del deseo hacia lo malo. Es cierto que no era yo más que un niño pequeño… pero sentí venir sobre mí esa influencia, y sé que vino de Dios, y fue y siempre ha sido para mí un testimonio viviente de mi aceptación por parte del Señor” 15.

De modo que los exhortamos, ma-ravillosos jóvenes hermanos, a que se esfuercen diligentemente por “nacer de nuevo” 16. Oren para que se realice este potente cambio en sus vidas; estudien las Escrituras; deseen más que nada conocer a Dios y llegar a ser como Su santo Hijo. Disfruten de su juventud pero “[dejen] lo que [es] de niño” 17:

Eviten profanas y vanas palabrerías.Huyan de toda maldad.Eviten la contención.Arrepiéntanse cuando sea

necesario18.Eso los ayudará a elevarse a la noble

estatura de su calidad de hombre. Poseerán las cualidades del valor,

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la honradez, la humildad, la fe y la bondad. Sus amigos los admirarán, sus padres los elogiarán, los hermanos del sacerdocio confiarán en ustedes y las mujeres jóvenes los adorarán y llegarán a ser aún mejores a causa de ustedes. Dios los honrará e investirá su servicio en el sacerdocio con poder de lo alto.

El resto de nosotros hará su parte. Como padres y abuelos los prepara-remos para prestar un servicio más valeroso en el reino de Dios; como sus hermanos, seremos ejemplos que ustedes puedan emular; aumentare-mos la fortaleza de sus quórumes; apoyaremos a sus presidencias de quórum al hacer ellos ejercicio de las llaves para presidir que tienen; les proporcionaremos la oportunidad de llevar plenamente a cabo los deberes del Sacerdocio Aarónico y a magnifi-car el llamamiento que encierra.

Por medio de su ministerio, la Igle-sia será grandemente bendecida. “Los ángeles hablan por el poder del Espí-ritu Santo” 19. Ustedes también podrán hacerlo. Al hablar por el poder del Espíritu Santo y bendecir los sagrados emblemas de la Santa Cena, hombres y mujeres, niños y niñas, se esforzarán por arrepentirse, por aumentar su fe en Cristo y por tener siempre el Santo Espíritu con ellos.

Cuando ustedes ayunen y recojan las ofrendas de ayuno, los miembros se sentirán motivados a moldear sus obras de acuerdo con el ejemplo del Salvador. El Señor se preocupó por el pobre y el oprimido, e hizo el llamado: “…ven, sígueme” 20. El servicio que ustedes desempeñan al cuidar de los menos afortunados nos hace participar en Su santa obra y nos ayuda a retener el per-dón de nuestros pecados anteriores 21.

Al “visitar la casa de todos los miembros” 22, no sean temerosos ni tí-midos. El Espíritu Santo les hará saber en el momento preciso las palabras

que deban decir, el testimonio que de-ban expresar y el servicio que tengan que prestar.

Sus esfuerzos diligentes por “velar siempre por los miembros de la igle-sia” 23, darán fruto. Su modesta manera de ser ablandará el corazón más in-crédulo y desarticulará la opresión del adversario. La invitación que hagan a los demás para que vayan con uste-des a la Iglesia, participen de la Santa Cena y presten servicio con ustedes, se convertirá en una acogedora bendi-ción para los que estén perdidos en las sombras, donde la luz del Evangelio es muy tenue o no brilla en lo absoluto.

Oh, mis amados jóvenes hermanos, “No [descuiden] el don que hay en [ustedes]” 24, el cual recibieron cuando se les confirió el Sacerdocio Aarónico y fueron ordenados.

“Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor, y de dominio propio.

“Por tanto, no te avergüences del testimonio de nuestro Señor… sino participa… [del] evangelio según el poder de Dios;

“quien nos… llamó con llama-miento santo… [el] cual nos fue [dado] en Cristo Jesús antes del principio de los tiempos” 25.

Nuestro amado profeta “los ha llamado a las filas” 26. Los honramos, oramos por ustedes, nos regocijamos por servir con ustedes y damos gracias a Dios por el poder de su ministerio salvador.

Testifico que Dios es nuestro Padre Eterno y mora allá en los cielos. Jesús el Cristo es el santo Hijo de Dios, el Redentor del mundo y ustedes, fieles poseedores del Sacerdocio Aarónico, son los emisarios de Él en la tierra. En el nombre de Jesucristo. Amén. ◼NOTAS 1. Thomas S. Monson, reunión de capacitación

para las Autoridades Generales, abril de 2010.

2. Doctrina y Convenios 107:99. 3. Thomas S. Monson, “El sagrado llamamiento

del servicio”, Liahona, mayo de 2005, pág. 54.

4. George Albert Smith, en Conference Report, abril de 1942, pág. 14; véase también Thomas S. Monson, Liahona, mayo de 2005, pág. 54.

5. Juan 5:30. 6. Juan 6:38. 7. Artículos de Fe 1:3. 8. 1 Timoteo 4:12. 9. Poema por Keith B. McMullin; véase

Keith B. McMullin, “¡He aquí el hombre!”, Liahona, enero de 1998, pág. 47.

10. Doctrina y Convenios 107:20. 11. Boyd K. Packer, “El poder del sacerdocio”,

Liahona, mayo de 2010, págs. 7–8. 12. George Q. Cannon, Deseret Weekly, 2 de

noviembre de 1889, pág. 593; citado por el presidente Thomas S. Monson en una reunión de capacitación para las Autoridades Generales, abril de 2010.

13. Alma 5:49; cursiva agregada. 14. Véase Marion G. Romney, “De acuerdo con

los mandamientos”, Liahona, febrero de 1976, págs. 59–61.

15. Véase Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Joseph F. Smith, pág. 61.

16. Véase Juan 3:3–7; Alma 5:14–21, 49. 17. 1 Corintios 13:11. 18. Véase 2 Timoteo 2:16, 22–26. 19. 2 Nefi 32:3. 20. Lucas 18:22; véase también Juan 14:12–14. 21. Véase Mosíah 4:26. 22. Doctrina y Convenios 20:47. 23. Doctrina y Convenios 20:53. 24. 1 Timoteo 4:14. 25. 2 Timoteo 1:7–9. 26. Thomas S. Monson, reunión de

capacitación para las Autoridades Generales, abril de 2010.

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Un hito en la vida de un mi-sionero es su entrevista final o “última” con el presidente

de misión. Parte fundamental de la entrevista será el análisis de lo que parece ser una vida de experiencias inolvidables y lecciones clave que se han adquirido en tan sólo de 18 a 24 meses.

Si bien muchas de esas experien-cias y lecciones pueden ser comunes y corrientes en el servicio misional, cada misión es única, con desafíos y oportunidades que nos exigen y prue-ban de acuerdo con nuestra personali-dad y necesidades particulares.

Mucho antes de dejar nuestro ho-gar terrenal para servir en una misión de tiempo completo, dejamos a nues-tros padres celestiales para cumplir con nuestra misión mortal. Tenemos un Padre Celestial, que nos conoce: sabe nuestras fortalezas y debilida-des, nuestras facultades y potencial. Él sabe qué presidente de misión y compañeros, y qué miembros e inves-tigadores necesitamos para llegar a ser el misionero, el esposo, el padre y el poseedor del sacerdocio que somos capaces de llegar a ser.

Profetas, videntes y reveladores

determinó que estaban hablando del mismo hombre, este miembro menos activo comenzó a llorar. “Su padre fue la única persona que bauticé durante toda mi misión”, explicó y describió cómo su misión, según su parecer, ha-bía sido un fracaso. Atribuyó sus años de inactividad a algunos sentimientos de ineptitud y preocupación, cre-yendo que, de alguna manera, había decepcionado al Señor.

El élder Misiego luego describió lo que este supuesto fracaso del mi-sionero significó para su familia. Le dijo que su padre, bautizado como un adulto soltero, se había casado en el templo, que el élder Misiego era el cuarto de seis hijos, que los tres varones y su hermana habían servido misiones de tiempo completo, que todos estaban activos en la Iglesia y que todos los que estaban casados se habían sellado en el templo.

El ex misionero menos activo comenzó a sollozar. Gracias a sus esfuerzos, ahora sabía que había bendecido muchas vidas, y el Se-ñor había enviado a un élder desde Madrid, España, a una charla fogonera en Arizona para hacerle saber que él no había sido un fracaso. El Señor sabe donde quiere que sirva cada misionero.

De la manera que el Señor decida bendecirnos en el transcurso de una misión, las bendiciones del servicio misional no están diseñadas para terminar cuando somos relevados por nuestro presidente de estaca. Su misión es un campo de entrenamiento para toda la vida. Las experiencias, lecciones y testimonio obtenidos por medio de un servicio fiel están destinados a proporcionar una base centrada en el Evangelio que persis-tirá durante la vida mortal y en las eternidades. Sin embargo, para que las bendiciones continúen después de la

asignan a los misioneros bajo la direc-ción y la influencia del Espíritu Santo. Presidentes de misión inspirados dirigen las transferencias cada seis se-manas y rápidamente aprenden que el Señor sabe exactamente donde quiere que sirva cada misionero.

Hace unos años, el élder Javier Misiego, de Madrid, España, estaba cumpliendo una misión de tiempo completo en Arizona. En esa época, su llamamiento misional a los Esta-dos Unidos parecía un tanto inusual, ya que la mayoría de los jóvenes de España eran llamados a servir en su propio país.

Al término de una charla fogonera de estaca, donde él y su compañero habían sido invitados a participar, se le acercó al élder Misiego un miembro menos activo de la Iglesia, a quién lo había llevado un amigo. Era la primera vez que ese hombre había estado dentro de una capilla en años y él le preguntó al élder Misiego si conocía a José Misiego, de Madrid. Cuando el élder Misiego respondió que el nombre de su padre era José Misiego, el hombre emocionado hizo algunas preguntas más para confirmar que ése era el José Misiego. Cuando se

Por el élder W. Christopher WaddellDe los Setenta

La oportunidad de toda una vidaPor medio de tu dedicado servicio y sacrificio voluntario, tu misión se convertirá en tierra santa para ti.

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misión, hay condiciones que se deben cumplir. En Doctrina y Convenios leemos: “Porque todos los que quieran recibir una bendición de mi mano han de obedecer la ley que fue decretada para tal bendición, así como sus con-diciones” (D. y C. 132:5). Este princi-pio se enseña en el relato de Éxodo.

Después de recibir su mandato de parte del Señor, Moisés regresó a Egipto para sacar a los hijos de Israel de la cautividad. Una y otra plaga no pudieron asegurar la libertad, lo que les condujo a la décima y última plaga: “Pues yo pasaré por la tierra de Egipto, esta noche, y heriré a todo primogénito en la tierra de Egipto” (Éxodo 12:12).

Para la protección en contra del “heridor” (versículo 23), el Señor instruyó a Su pueblo a ofrecer un sacrificio, un cordero “sin defecto” (versículo 5) y recoger la sangre del sacrificio. Luego tenían que “tomar la sangre” y ponerla en la entrada de cada casa “…en los dos postes y en el dintel” (versículo 7) con esta promesa: “y veré la sangre y pasaré de vosotros, y no habrá en vosotros plaga de mor-tandad” (versículo 13).

“Los hijos de Israel fueron e hicie-ron puntualmente así, como Jehová había mandado” (versículo 28). Ellos ofrecieron el sacrificio, recogieron la sangre y la pusieron en sus hogares. “Y aconteció que a la medianoche Jehová hirió a todo primogénito en la tierra de Egipto” (versículo 29). Moisés y su pueblo, según la promesa del Señor, fueron protegidos.

La sangre que utilizaron los israe-litas, simbólica de la futura expiación del Salvador, fue producto del sacri-ficio que ellos habían ofrecido. No obstante, el sacrificio y la sangre por sí solos no hubieran sido suficientes para obtener la bendición prometida. Si no hubieran colocado la sangre

en el dintel de la puerta, el sacrificio habría sido en vano.

El presidente Monson ha enseñado: “La obra misional es difícil. Agota las energías, excede nuestra capaci-dad, exige nuestro mejor esfuerzo… Ningún otro trabajo demanda horas más largas, mayor dedicación ni más sacrificio y oración ferviente” (“…Ha-ced discípulos a todas las naciones”, Liahona, julio de 1995, pág. 55).

Como resultado de ese sacrificio, regresamos de nuestras misiones con nuestros propios dones. El don de la fe; el don de testimonio; el don de la comprensión de la función del Espíritu; el don del estudio diario del Evangelio. El don de haber servido a nuestro Salvador. Dones cuidadosa-mente empaquetados en Escrituras desgastadas, en libros de Predicad Mi Evangelio raídos, en diarios misionales y en corazones agradecidos. Sin em-bargo, al igual que los hijos de Israel, las continuas bendiciones relaciona-das con el servicio misional exigen la aplicación después del sacrificio.

Hace unos años, mientras la her-mana Waddell y yo presidíamos la Misión de España Barcelona, quise extender una última asignación a cada misionero durante su entrevista final. Se les pidió que durante el regreso a casa tomasen tiempo para considerar las lecciones y los dones que les había proveído un generoso Padre Celestial.

Se les pidió que hicieran una lista con espíritu de oración y que consideraran cuál sería la mejor manera de aplicar esas lecciones en sus vidas después de la misión: lecciones que podrían influenciar en cada faceta de la vida de ellos, la educación y elección de la carrera, el matrimonio e hijos, el futuro servicio en la Iglesia y, lo más importante, en qué clase de persona se convertirían y como continuarían desarrollándose como discípulos de Jesucristo.

No hay ningún ex misionero para quien sea demasiado tarde considerar las lecciones obtenidas por medio de un servicio fiel y aplicarlas con más diligencia. Al hacerlo, sentiremos la influencia del Espíritu más plena-mente en nuestra vida, nuestra familia se fortalecerá y nos acercaremos más a nuestro Salvador y al Padre Celestial. En una conferencia general anterior, el élder L. Tom Perry extendió esta in-vitación: “Hago un llamado a ustedes, ex misioneros, para que redediquen su vida, para que renueven su deseo y espíritu del servicio misional. Les llamo para que tengan la apariencia de un siervo, para que sean un siervo y para que actúen como un siervo de nuestro Padre Celestial… Deseo pro-meterles que hay grandes bendiciones reservadas para ustedes si continúan adelante con el celo que una vez po-seyeron como misioneros de tiempo

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completo” (véase “El ex misionero”, Liahona, enero de 2002, págs. 88-89).

Ahora, a los jóvenes que aún tienen que servir en una misión de tiempo completo, comparto el consejo del presidente Monson de octubre del año pasado: “Repito lo que los profetas han enseñado por mucho tiempo: que todo joven digno y capaz debe prepararse para servir en una misión. El servicio misional es un deber del sacerdocio, una obligación que el Señor espera de nosotros a quienes se nos ha dado tanto” (“Al encontrarnos reunidos de nuevo”, Liahona, noviem-bre 2010, pág. 5).

Al igual que con los misioneros del pasado y presente, el Señor te conoce y tiene una experiencia misional pre-parada para ti. Él conoce a tu presi-dente de misión y a su maravillosa esposa, quien te amará como si fueras uno de sus propios hijos y buscará inspiración y guía a tu favor. Él conoce a cada uno de tus compañeros y lo que aprenderás de ellos. Él conoce cada área en la que trabajarás, a los miembros que conocerás, a la gente que enseñarás y las vidas en las que impactarás por la eternidad.

Por medio de tu dedicado servicio y sacrificio voluntario, tu misión se convertirá en tierra santa para ti. Serás testigo del milagro de la conversión a medida que el Espíritu obre por tu intermedio para conmover los corazo-nes de aquellos a quienes enseñes.

Al prepararse para prestar servi-cio hay mucho por hacer. Para llegar a ser un siervo eficaz del Señor, se necesitará algo más que ser apartado, colocarse una placa con el nombre o entrar en un centro de capacitación misional. Es un proceso que comienza mucho antes de que te llamen “élder”.

Llega a tu misión con tu propio testimonio del Libro de Mormón, que se obtiene por medio del estudio y la

oración. “El Libro de Mormón es una evidencia potente de la divinidad de Cristo. También es una prueba de la Restauración a través del profeta José Smith. Como misionero, debes pri-mero tener un testimonio personal de que el Libro de Mormón es verdadero. Ese testimonio del Espíritu Santo debe ser el foco principal de tu enseñanza” (véase Predicad Mi Evangelio: Una guía para el servicio misional, 2004, págs. 103, 108).

Llega a tu misión siendo digno de la compañía del Espíritu Santo. En las palabras del presidente Ezra Taft Benson: “El Espíritu es el elemento más importante en esta obra. Cuando el Espíritu magnifica su llamamiento, usted puede realizar milagros para el Señor en el campo misional. Si no cuenta con el Espíritu, nunca tendrá éxito, sin importar cuánto talento y habilidad tenga” (en Predicad Mi Evangelio, pág. 176).

Llega a tu misión listo para trabajar. “Tu éxito como misionero dependerá principalmente de tu dedicación para encontrar, enseñar, bautizar y confirmar”. Se espera que trabajes con “eficacia todos los días y hagas tu mejor esfuerzo para traer almas a Cristo” (véase Predicad Mi Evangelio,pág. 10).

Repito la invitación que dio el élder M. Russell Ballard a un grupo anterior de jóvenes que se preparaban para servir: “Acudimos nosotros a ustedes, mis jóvenes hermanos del Sacerdocio Aarónico. Los necesitamos. Al igual que los 2.000 jóvenes guerreros de Helamán, ustedes también son hijos espirituales de Dios, y pueden ser investidos con poder para edificar y defender Su reino. Necesitamos que hagan convenios sagrados, así como ellos lo hicieron. Necesitamos que sean meticulosamente obedientes y fieles, tal como ellos lo fueron”

(“La generación más grandiosa de misioneros”, Liahona, noviembre de 2002, pág. 47).

Al aceptar esta invitación, aprende-rás una gran lección, así como el élder Misiego y todos los que hayan servido, regresado y dedicado de manera fiel. Aprenderás que las palabras de nues-tro profeta, el presidente Thomas S. Monson, son verdaderas: “La oportuni-dad misional es de ustedes, para toda la vida. Las bendiciones de la eterni-dad les aguardan. Tienen el privilegio de no ser espectadores sino partici-pantes en el escenario del servicio del sacerdocio” (Liahona, julio 1995, pág. 55). Y testifico que esto es verdad en el nombre de Jesucristo. Amén. ◼

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Hace sesenta y cinco años, poco después de la Segunda Guerra Mundial, fui beneficiario de las

bendiciones del programa de bienes-tar de la Iglesia. Aunque era un niño pequeño, aún recuerdo el dulce sabor de los duraznos envasados con trigo cocido y el olor especial de la ropa donada que los generosos miembros de la Iglesia que vivían en Estados Unidos enviaron a los santos alema-nes. Siempre lo recordaré y atesoraré para siempre esos actos de amor y bondad a favor de los que estábamos en gran necesidad.

Esa experiencia personal y el 75º aniversario del inspirado plan de bien-estar, me hacen reflexionar de nuevo en los principios básicos de velar por los pobres y los necesitados, ser autosufi-cientes y prestar servicio a los demás.

En la raíz de nuestra feA veces consideramos el bienestar

como otro tema más del Evangelio, una de las muchas ramas del árbol del Evangelio. Pero en el plan del Señor, nuestro compromiso con los princi-pios de bienestar debe estar en la raíz de nuestra fe y devoción a Él.

Desde el principio de los tiempos, nuestro Padre Celestial habló con gran claridad sobre este tema, desde la tierna súplica, “Si me amas… te acor-darás de los pobres, y consagrarás para su sostén lo que tengas para darles de tus bienes” 1, hasta el mandato directo: “Y recordad en todas las cosas a los pobres y a los necesitados, a los enfer-mos y a los afligidos, porque el que no hace estas cosas no es mi discípulo” 2, y la fuerte advertencia: “De manera que, si alguno toma de la abundancia que he creado, y no reparte su porción a los pobres y a los necesitados, con-forme a la ley de mi evangelio, en el infierno alzará los ojos con los malva-dos, estando en tormento”3.

Lo temporal y lo espiritual están inseparablemente unidos

Los dos grandes mandamientos, amar a Dios y a nuestro semejante, son la unión de lo temporal y lo es-piritual. Es importante notar que esos mandamientos se denominan “gran-des” porque de ellos dependen todos los demás mandamientos4. En otras palabras, allí deben empezar nuestras prioridades personales, familiares y

de la Iglesia. Todas las demás metas y acciones deben surgir de estos dos grandes mandamientos: el amor a Dios y a nuestros semejantes.

Como las dos caras de una mo-neda, lo temporal y lo espiritual son inseparables.

El Dador de toda vida proclamó: “Para mí todas las cosas son espiritua-les; y en ninguna ocasión os he dado una ley que fuese temporal”5. Para mí esto significa que “la vida espiritual es en primer término una vida. No es sólo algo para conocerse y estudiarse, sino que es algo para vivirse” 6.

Lamentablemente hay quienes pasan por alto lo “temporal” por con-siderarlo menos importante. Valoran lo espiritual y minimizan lo temporal. Aunque es importante que nuestros pensamientos se inclinen hacia el cielo, perdemos la esencia de la reli-gión si no inclinamos también nues-tras manos hacia nuestros semejantes.

Por ejemplo, Enoc edificó una sociedad de Sión mediante el proceso espiritual de crear un pueblo de un solo corazón y una sola voluntad, y la obra temporal de asegurar que “no hubiera pobres entre ellos” 7.

Como siempre, podemos ver a Jesucristo, nuestro ejemplo perfecto, como el modelo. Como el presidente J. Reuben Clark, Jr. enseñó: “Cuando el Salvador vino a la tierra, tenía dos grandes misiones; una era cumplir su papel de Mesías y efectuar la expia-ción de la caída y el cumplimiento de la ley; la otra era la obra que realizó entre Sus hermanos y hermanas en la carne al aliviar sus sufrimientos” 8.

De manera similar, nuestro pro-greso espiritual está inseparablemente unido al servicio temporal que demos a los demás.

Uno complementa al otro. Sin uno, el otro es una falsificación del plan de felicidad de Dios.

Por el presidente Dieter F. UchtdorfSegundo Consejero de la Primera Presidencia

El proveer conforme a la manera del SeñorLos principios de bienestar de la Iglesia, no son simplemente buenas ideas, son verdades reveladas de Dios, son Su manera de ayudar al necesitado.

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La manera del SeñorEn el mundo, hay por todos lados

muchas organizaciones y gente buena que tratan de satisfacer las necesidades urgentes de los pobres y necesitados. Estamos agradecidos por ello, pero la manera del Señor de cuidar a los nece-sitados difiere de la del mundo. El Se-ñor dijo: “Es preciso que se haga a mi propia manera” 9. A Él no le interesan sólo nuestras necesidades inmediatas, sino también nuestro progreso eterno. Por esa razón, la manera del Señor siempre ha incluido la autosuficiencia y el servicio a los semejantes, además del cuidado de los pobres.

En 1941 el río Gila se desbordó e inundó el valle Duncan en Arizona. Un joven presidente de estaca llamado Spencer W. Kimball se reunió con sus consejeros, evaluó los daños y envió un telegrama a la ciudad de Salt Lake pidiendo una gran suma de dinero.

En lugar de enviar dinero, el pre-sidente Heber J. Grant envió a tres hombres: Henry D. Moyle, Marion G. Romney y Harold B. Lee. Se reunieron con el presidente Kimball y le enseña-ron una lección importante: “Éste no es un programa de ‘dame’”, dijeron. “Es un programa de ‘autoayuda’”.

Muchos años después, el pre-sidente Kimball dijo: “Pienso que hubiera sido fácil para las Autoridades Generales enviarnos [el dinero] y para mí no habría sido demasiado difícil sentarme en la oficina y distribuirlo; pero recibimos un gran beneficio cuando cientos de [nuestros miem-bros] fueron a Duncan y construyeron vallas, cortaron heno, nivelaron tierra e hicieron lo que se necesitaba. Eso es ayudarse a uno mismo” 10.

Al seguir la manera del Señor, los miembros de la estaca del presidente Kimball no sólo atendieron sus nece-sidades inmediatas, sino que además cultivaron la autosuficiencia, aliviaron

el sufrimiento y crecieron en amor y unión al servirse mutuamente.

Todos hemos sido llamadosAhora mismo hay muchos miem-

bros de la Iglesia que sufren. Tienen hambre, pasan dificultades económi-cas y padecen todo tipo de aflicción fí-sica, emocional y espiritual. Oran con toda la energía de su alma pidiendo socorro, pidiendo alivio.

Hermanos, por favor no piensen que es la responsabilidad de alguien más. Es la mía y es la de ustedes. Todos hemos sido llamados a esta obra. “To-dos” significa todos,  todo poseedor del Sacerdocio Aarónico y de Melquisedec, ricos y pobres, en toda nación. En el plan del Señor, todos pueden contri-buir con algo11.

La lección que aprendemos, una generación tras otra, es que los ricos y los pobres, todos tienen la misma obligación de ayudar a sus semejantes. Requerirá el que todos trabajemos jun-tos para aplicar con éxito los princi-pios de bienestar y de autosuficiencia.

Con mucha frecuencia vemos las necesidades de los que nos rodean y esperamos a que alguien de lejos má-gicamente las satisfaga. Quizás espe-ramos que expertos con conocimiento especializado resuelvan problemas específicos. Al hacerlo, privamos a

nuestro semejante del servicio que podríamos darle, y nos privamos de la oportunidad de servir. Aunque no tiene nada de malo usar expertos, sea-mos realistas: nunca habrá suficientes para resolver todos los problemas. En lugar de eso, el Señor ha colocado Su sacerdocio y la organización de éste al umbral de nuestra puerta en cada nación donde la Iglesia está estable-cida. Y a su lado Él ha puesto la So-ciedad de Socorro. Como poseedores del sacerdocio sabemos que ningún esfuerzo de bienestar tiene éxito si no se vale de los asombrosos dones y talentos de nuestras hermanas.

La manera del Señor no es quedarse sentados al lado del arroyo esperando que el agua pase para cruzar. Es unir-nos, arremangarnos la camisa, poner-nos a trabajar y construir un puente o un barco para cruzar el agua de nues-tros desafíos. Ustedes, varones de Sión, poseedores del sacerdocio, ¡son los que pueden dar alivio a los santos al aplicar los inspirados principios del programa de bienestar! Es suya la misión de abrir los ojos, usar el sacerdocio y ponerse a trabajar a la manera del Señor.

La mejor organización que hay sobre la tierra

Durante la Gran Depresión, las Autoridades Generales le pidieron a

San Salvador, El Salvador

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Harold B. Lee encontrar la respuesta a la pobreza, pesar y hambre opresivos que eran tan comunes en el mundo de aquella época. Le costó mucho en-contrar una solución y llevó el asunto ante el Señor y le preguntó: “¿Qué clase de organización tendremos,…para lograr esto?”.

Y “fue como si el Señor [le] hubiera dicho: ‘Mira, hijo. No necesitas ninguna otra organización. Ya te di la mejor organización que existe sobre la faz de la tierra. Nada es más grande que la organización del sacerdocio. Lo único que tienes que hacer es poner el sacer-docio a trabajar. Eso es todo’”12.

En nuestros días, ése es también el punto de partida. Ya tenemos la orga-nización del Señor. Nuestro desafío es determinar cómo usarla.

Para comenzar, tenemos que fami-liarizarnos con lo que el Señor ya ha revelado. No debemos suponer que ya lo sabemos. Hay que tratar el tema con la humildad de un niño. Cada ge-neración debe aprender nuevamente las doctrinas que son el fundamento de la manera del Señor de velar por los necesitados. Como los profetas nos han dicho por muchos años, los principios de bienestar de la Iglesia no son sólo buenas ideas; son verdades reveladas de Dios; son Su manera de ayudar a los necesitados.

Hermanos, estudien primero los principios y las doctrinas revelados. Lean los manuales de bienestar de la Iglesia13; aprovechen el sitio de internet “providentliving .org”; relean el artículo de Liahona de junio de 2011 sobre el plan de bienestar. Aprendan la manera del Señor de proveer para Sus santos. Aprendan cómo se complementan los principios de la autosuficiencia, el velar por los necesitados y el servicio al prójimo. La manera del Señor para la autosuficiencia incluye equilibrar muchas facetas de la vida, entre ellas la

educación, la salud, el empleo, la eco-nomía familiar y la fortaleza espiritual. Familiarícense con el programa actual de bienestar de la Iglesia 14.

Una vez que hayan estudiado las doctrinas y los principios de bienes-tar de la Iglesia, procuren aplicar lo aprendido con los que están bajo su mayordomía. Lo que esto significa es que, en gran medida, ustedes van a tener que arreglárselas por sí mismos. Cada familia, cada congregación, cada área del mundo es diferente. No hay una respuesta única que se aplique a todos en el bienestar de la Iglesia. Es un programa de autoayuda en el que las personas son responsables de su autosufiencia. Nuestros recur-sos incluyen la oración personal, las habilidades y talentos que Dios nos ha dado, los recursos que están dispo-nibles para nosotros por medio de nuestra propia familia, los diferentes recursos de la comunidad y, desde luego, el amoroso apoyo de los quó-rumes del sacerdocio y de la Socie-dad de Socorro. Esto nos conducirá a través del inspirado modelo de la autosuficiencia.

Van a tener que trazar un curso que concuerde con la doctrina del Señor y con las circunstancias de su región geográfica. Para poner en práctica los principios divinos de bienestar, no siempre tienen que mirar hacia Salt Lake City. En lugar de ello, tienen que ver los manuales, su propio corazón y el cielo. Confíen en la inspiración del Señor y usen la manera de Él.

Al final, deben hacer en su área lo que los discípulos de Cristo han hecho en toda dispensación: sentarse en con-sejo, usar todos los recursos disponi-bles, buscar la inspiración del Espíritu Santo, pedir la confirmación del Señor y ponerse a trabajar.

Les doy una promesa: si siguen este modelo, recibirán guía específica en cuanto al quién, qué, cuándo y dónde proveer conforme a la manera del Señor.

Las bendiciones de proveer conforme a la manera del Señor

Las promesas y bendiciones proféti-cas del bienestar de la Iglesia, de pro-veer conforme a la manera del Señor son de las más magníficas y sublimes que el Señor ha dado a Sus hijos. Él dijo: “Si extiendes tu alma al ham-briento y sacias al alma afligida, en las tinieblas nacerá tu luz, y tu oscuridad será como el mediodía; y Jehová te guiará siempre” 15.

Ya sea que seamos ricos o pobres, o vivamos donde vivamos, todos nos necesitamos mutuamente, porque al sacrificar nuestro tiempo, talentos y recursos, nuestro espíritu madura y se refina.

Esta obra de proveer conforme a la manera del Señor no es sólo otro artículo en el catálogo de programas de la Iglesia. No se puede desaten-der ni dejar de lado. Es fundamental en nuestra doctrina; es la esencia de nuestra religión. Hermanos, tenemos

Leicester, Inglaterra

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Por el presidente Henry B. EyringPrimer Consejero de la Primera Presidencia

Mis queridos hermanos, es un gozo estar con ustedes en esta reunión mundial del sacerdo-

cio de Dios. Esta noche hablaré de la preparación en el sacerdocio, tanto de nuestra propia preparación como de la que ayudamos a dar a los demás.

En ocasiones, la mayoría de noso-tros se preguntará: “¿Estoy preparado para esta asignación en el sacerdocio?” Mi respuesta es: “Sí, ustedes han sido preparados”. Mi propósito hoy es ayu-darles a reconocer esa preparación y que esa preparación les dé valor.

Como saben, el Sacerdocio Aaró-nico ha sido designado como un sacer-docio preparatorio. La gran mayoría de los poseedores del Sacerdocio Aaró-nico son jóvenes diáconos, maestros y presbíteros de entre 12 y 19 años.

Podríamos pensar que la prepara-ción en el sacerdocio se lleva a cabo en los años del Sacerdocio Aarónico. Pero nuestro Padre Celestial nos ha estado preparando desde que fuimos instruidos en Su regazo en Su reino

antes de que naciéramos. Él nos está preparando esta noche; y seguirá preparándonos siempre y cuando se lo permitamos.

El propósito de toda la preparación en el sacerdocio, en la vida premor-tal y en esta vida, es capacitarnos a nosotros y a las personas a quienes servimos para la vida eterna. Algunas de las primeras lecciones de la vida premortal seguramente comprendían el plan de salvación, con Jesucristo y Su expiación como parte central. No sólo se nos enseñó el plan, sino que estuvimos en los concilios en donde lo elegimos.

Debido a que se nos colocó el velo del olvido sobre la mente al nacer, hemos tenido que hallar una manera de volver a aprender, en esta vida, lo que una vez sabíamos y defendíamos. Parte de nuestra preparación en esta vida ha sido encontrar esa preciosa verdad para que pudiésemos volver a comprometernos a ella bajo convenio. Eso ha requerido fe, humildad y valor

La preparación en el sacerdocio: “Necesito tu ayuda”No se preocupen por lo inexpertos que sean o piensen que sean, sino que piensen en lo que pueden llegar a ser con la ayuda del Señor.

el grade y especial privilegio, como poseedores del sacerdocio, de poner el sacerdocio a trabajar. No debemos apartar nuestro corazón ni nuestra mente de ser más autosuficientes, del velar mejor por los necesitados y de dar servicio compasivo.

Lo temporal y lo espiritual están entrelazados. Dios nos ha dado esta experiencia terrenal, y los desafíos temporales que conlleva, como la-boratorio en el que podemos crecer y llegar a ser lo que nuestro Padre Celestial desea que seamos. Ruego que entendamos el gran deber y bendición que se reciben al seguir y proveer conforme a la manera del Señor, en el nombre de Jesucristo. Amén. ◼

NOTAS 1. Doctrina y Convenios 42:29, 30. 2. Doctrina y Convenios 52:40. 3. Doctrina y Convenios 104:18. 4. Véase Mateo 22:36–40. 5. Doctrina y Convenios 29:34. 6. Thomas Merton, Thoughts in Solitude,

1956, pág. 46. 7. Moisés 7:18. 8. J. Reuben Clark Jr., en Conference Report,

abril de 1937, pág. 22. 9. Doctrina y Convenios 104:16; véase

también el versículo 15. 10. Spencer W. Kimball, en Conference Report,

abril de 1974, págs. 183, 184. 11. Véase Mosíah 4:26; 18:2. 12. Harold B. Lee, discurso pronunciado en

una reunión agrícola de bienestar, 3 de octubre de 1970, pág. 20.

13. Véase Manual de Instrucciones 1: Presidentes de estaca y obispos, 2010, capítulo 5, “Administración de Bienestar de la Iglesia”; Manual de Instrucciones 2: Administración de la Iglesia, 2010, capítulo 6, “Principios y liderazgo de Bienestar”; El proveer conforme a la manera del Señor: Resumen de la Guía para los líderes del programa de bienestar, folleto, 2009.

14. El libro del élder Glen L. Rudd, Pure Religion: The Story of Church Welfare since 1930 (en inglés, disponible a través de centros de distribución de la Iglesia) es excelente para el estudio de las doctrinas y la historia del programa de bienestar del Señor.

15. Isaías 58:10–11; véanse también los versículos 7–9.

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de nuestra parte, así como la ayuda de personas que habían encontrado la verdad y luego la compartieron con nosotros.

Tal vez hayan sido nuestros padres, los misioneros o nuestros amigos; pero esa ayuda fue parte de nuestra preparación. Nuestra preparación en el sacerdocio siempre incluye a otras personas que ya han sido preparadas para brindarnos la oportunidad de aceptar el Evangelio y luego decidir actuar mediante la observancia de convenios, con el fin de arraigarlos en nuestro corazón. Para ser dignos de la vida eterna, nuestro servicio en esta vida debe incluir el trabajar con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerza a fin de preparar a los demás para que vuelvan a Dios con nosotros.

De modo que parte de la prepara-ción en el sacerdocio que tendremos en esta vida serán oportunidades de servir y enseñar a los demás. Ello po-dría abarcar ser maestros en la Iglesia, padres sabios y amorosos, miembros de un quórum y misioneros para el Señor Jesucristo. El Señor ofrecerá las oportunidades, pero el que estemos preparados o no dependerá de noso-tros. Mi intención esta noche es señalar algunas de las decisiones cruciales que son necesarias para que la preparación en el sacerdocio sea cabal.

Las buenas decisiones que tomen, tanto la persona que capacita como la que recibe capacitación, dependen de que se comprenda la forma en que el Señor prepara a Sus siervos del sacerdocio.

En primer lugar, Él llama a perso-nas, jóvenes y mayores, que pueden parecer débiles y sencillas ante los ojos del mundo e incluso ante ellas mismas. El Señor puede convertir esas aparentes deficiencias en puntos fuer-tes. Eso cambiará la forma en que el líder sabio escoja a quienes capacitar

y cómo hacerlo; y puede cambiar la forma en que el poseedor del sacerdo-cio responda a las oportunidades de progreso que se le ofrezcan.

Analicemos algunos ejemplos. Yo era un presbítero sin experiencia en un barrio muy grande. Mi obispo me llamó por teléfono un domingo por la tarde. Cuando respondí, me dijo: “¿Tienes tiempo para acompañarme? Necesito tu ayuda”. Sólo me explicó que quería que fuese con él a visitar a una mujer que yo no conocía, quien no tenía comida y necesitaba aprender a administrar mejor sus finanzas.

Yo sabía que él tenía dos conseje-ros expertos en el obispado. Los dos eran hombres maduros de mucha experiencia. Uno de los consejeros era dueño de una gran empresa y más tarde llegó a ser presidente de misión y Autoridad General. El otro consejero era un juez importante de la ciudad.

Me acababan de llamar como primer ayudante del obispo en el quó-rum de presbíteros. El obispo sabía que yo entendía muy poco sobre los principios de bienestar. Yo sabía aun menos en cuanto a administración de las finanzas; nunca había escrito un cheque; no tenía cuenta en un banco; ni siquiera había visto un presupuesto personal. Sin embargo, a pesar de mi inexperiencia, percibí que hablaba muy seriamente cuando dijo: “Nece-sito tu ayuda”.

He llegado a comprender cuál era

la intención de ese obispo inspirado. Él vio en mí una oportunidad de oro para preparar a un poseedor del sacerdocio. Estoy seguro de que no se imaginó a ese muchacho inexperto como un futuro miembro del Obis-pado Presidente; pero él me trató ese día, y todos los días que lo conocí a lo largo de los años, como un proyecto de preparación muy promisorio.

Parecía disfrutarlo, pero implicaba trabajo para él. Al regresar a casa des-pués de visitar a la viuda necesitada, estacionó el auto, abrió sus desgas-tadas y muy marcadas Escrituras y me amonestó amablemente. Me dijo que tenía que estudiar las Escrituras y aprender más, pero debió haber visto que yo era lo suficientemente débil y sencillo para que se me pudiera enseñar. Hasta el día de hoy recuerdo lo que me enseñó aquella tarde, pero recuerdo aun más lo seguro que él estaba de que yo podía aprender y mejorar, y de que lo haría.

Él vio más allá de la realidad de quién yo era, vio las posibilidades que yacen dentro de alguien que se siente lo suficientemente débil y sencillo como para desear la ayuda del Señor y creer que esa ayuda vendrá.

Los obispos, los presidentes de misión y los padres pueden optar por actuar en base a esas posibilidades. Lo vi suceder recientemente en una reu-nión de ayuno y testimonio cuando el presidente del quórum de diáconos dio su testimonio. Estaba a punto de

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pasar a ser maestro y dejar atrás a los miembros de su quórum.

Él testificó con gran emoción en su voz cómo había aumentado la bondad y el poder de los miembros de su quórum. Nunca escuché a nadie elo-giar a una organización de una forma más maravillosa de la que él lo hizo. Encomió el servicio de ellos y después dijo que sabía que él había podido ayudar a los nuevos diáconos cuando se sintieron abrumados porque él se había sentido así cuando había en-trado al sacerdocio.

Sus sentimientos de debilidad lo habían hecho más paciente, más com-prensivo y, por lo tanto, más capaz de fortalecer y servir a los demás. A mí me pareció que en esos dos años en el Sacerdocio Aarónico, había llegado a ser experimentado y sabio. Él había aprendido que el recuerdo claro y vívido de sus propias necesidades cuando tenía dos años menos lo había ayudado como presidente del quó-rum. El reto en su futuro liderazgo, el de él y el nuestro, vendrá cuando esos recuerdos comiencen a desvanecerse y se empañen con el tiempo y con nuestros logros.

Pablo debe haber visto ese peligro al aconsejar a su joven compañero en el sacerdocio, Timoteo. Pablo lo animó y le enseñó durante su prepa-ración en el sacerdocio y para que ayudase al Señor a preparar a otros.

Escuchen lo que Pablo le dijo a Timoteo, su compañero menor:

“Ninguno tenga en poco tu juven-tud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, en conducta, en amor, en espíritu, en fe y en pureza.

“Entre tanto que voy, ocúpate en leer, en exhortar, en enseñar.

“No descuides el don que hay en ti, que te fue dado por medio de profe-cía con la imposición de las manos…

“Ten cuidado de ti mismo y de la

doctrina 1; persiste en ello, pues ha-ciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oigan” 2.

Pablo dio un buen consejo para todos nosotros. No se preocupen por lo inexpertos que sean o piensen que sean, sino que piensen en lo que pueden llegar a ser con la ayuda del Señor.

La doctrina en la que Pablo nos insta a deleitarnos en nuestra prepara-ción en el sacerdocio son las palabras de Cristo, a fin de que nos hagamos merecedores de recibir el Espíritu Santo. Entonces podremos saber lo que el Señor quiere que hagamos en nuestro servicio y recibiremos el valor para hacerlo, cualquiera sea la dificul-tad que enfrentemos en el futuro.

Se nos prepara para el servicio en el sacerdocio, que será más difícil con el tiempo. Por ejemplo, nuestros músculos y nuestro cerebro envejecen a medida que nosotros envejecemos; nuestra capacidad de aprender y re-cordar lo que hemos leído disminuirá. Prestar el servicio en el sacerdocio que el Señor espera de nosotros requerirá más autodisciplina cada día de nuestra vida. Podemos estar preparados para esa prueba al fortalecer la fe mediante el servicio a medida que avanzamos.

El Señor nos ha dado la oportu-nidad de prepararnos mediante algo que Él ha llamado “el juramento y el convenio [del] sacerdocio” 3.

Se trata de un convenio que hace-mos con Dios de guardar todos Sus mandamientos y prestar servicio como Él lo haría si estuviera allí en persona. Vivir a la altura de esa norma lo mejor que podamos aumenta la fortaleza que necesitaremos para perseverar hasta el fin.

Grandes instructores en el sacerdo-cio me han enseñado cómo adquirir esa fortaleza: es establecer el hábito de seguir adelante en el momento en

que la fatiga y el temor puedan hacer-nos pensar en darnos por vencidos. Los más grandes tutores del Señor me han mostrado que el poder espiritual permanente se obtiene al trabajar más allá del punto en el que otros se toma-rían un descanso.

Ustedes, excelentes líderes del sacerdocio que han edificado esa for-taleza espiritual en su juventud todavía la poseen aun cuando su fortaleza física se debilita.

Mi hermano menor estaba en un viaje de negocios en una pequeña ciudad de Utah. Recibió una llamada en el hotel que provenía del presi-dente Spencer W. Kimball. Era tarde por la noche después de lo que había sido un arduo día de trabajo para mi hermano y seguramente para el presidente Spencer W. Kimball, quien empezó la conversación por teléfono así; le dijo: “Escuché que andaba por aquí. Sé que es tarde y que quizás ya se haya acostado, pero, ¿podría ayu-darme? Necesito que me acompañe a ver el estado de todas nuestras capillas en esta ciudad”. Mi hermano fue con él esa noche, sin tener conocimiento en cuanto al mantenimiento de los centros de reuniones ni en cuanto a las capillas, y sin saber por qué el pre-sidente Kimball haría tal cosa después de un día muy ocupado, ni por qué necesitaba ayuda.

Años después, tarde por la noche, recibí una llamada parecida en un ho-tel en Japón. Para ese entonces yo era el nuevo comisionado de educación de la Iglesia. Yo sabía que el presi-dente Gordon B. Hinckley se estaba alojando en algún lugar de ese mismo hotel cumpliendo otra asignación en Japón. Contesté el resonante teléfono justo después de haberme acostado para ir a dormir, agotado por haber hecho todo lo que yo creía que mis fuerzas me permitirían hacer.

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El presidente Hinckley me pre-guntó con su voz agradable: “¿Por qué estás durmiendo mientras yo estoy aquí leyendo un manuscrito que se nos ha pedido revisar?”. Así que me levanté y fui a trabajar, aunque sabía que probablemente el presidente Hinckley haría una mejor revisión del manuscrito de la que yo podría hacer. Pero de alguna manera él me hizo sentir que necesitaba mi ayuda.

El presidente Thomas S. Monson, al final de casi todas las reuniones le pregunta al secretario de la Primera Presidencia: “¿Estoy al día con mi trabajo?”. Y siempre sonríe cuando la respuesta es: “Sí, presidente, está al día”. La sonrisa de satisfacción del presidente Monson me transmite un mensaje. Me hace pensar: “¿Hay algo más que yo podría hacer en mis asig-naciones?”. Y entonces regreso a mi oficina a trabajar.

Grandes maestros me han mos-trado cómo prepararme para guardar el juramento y el convenio cuando el tiempo y la edad lo dificulten. Me han mostrado y enseñado a disciplinarme para trabajar con más intensidad de lo que me imaginé que podría mientras aún tengo salud y fortaleza.

No puedo ser un siervo perfecto cada hora, pero sí puedo intentar dar un esfuerzo mayor de lo que pensaba que podía. Al adquirir ese hábito temprano en la vida, estaré preparado para las pruebas más adelante. Uste-des y yo podemos estar preparados con la fortaleza para guardar nuestro juramento y convenio a lo largo de las pruebas que seguramente vendrán al acercarnos al fin de la vida.

Vi evidencia de ello en una reunión de la Mesa Directiva de la Educación de la Iglesia. Para entonces, el pre-sidente Spencer W. Kimball había prestado años de servicio mientras sobrellevaba una serie de problemas

de salud que sólo Job entendería. Él presidía la reunión esa mañana.

De repente, dejó de hablar; colapsó en la silla. Tenía los ojos ce-rrados, la cabeza sobre el pecho. Yo estaba sentado cerca de él y el élder Holland estaba junto a nosotros. Los dos nos levantamos para ayudarlo. A pesar de nuestra inexperiencia en cuanto a emergencias, decidimos cargarlo, en la silla, a su oficina que estaba cerca de allí.

Él se convirtió en nuestro maes-tro en ese momento de dificultad. Cargando la silla cada uno de un lado, salimos del cuarto de la reunión al pasillo del Edificio Administrativo de la Iglesia. Él entreabrió los ojos, y todavía aturdido, dijo: “Oh, por favor tengan cuidado. No se lastimen la es-palda”. Cuando nos íbamos acercando a la puerta de la oficina, dijo: “Me siento muy mal por haber interrum-pido la reunión”. Minutos después de llevarlo a su oficina, cuando aún no sabíamos cuál era su problema, nos miró y dijo: “¿No creen que deberían volver a la reunión?”.

Nos fuimos y nos apuramos a regresar a la reunión, sabiendo que de algún modo, el estar allí era im-portante para el Señor. El presidente Kimball había ido más allá de sus límites de perseverancia para servir y amar al Señor desde su infancia. Era un hábito que tenía tan arraigado que estaba allí cuando lo necesitaba. Él

estaba preparado; y así fue capaz de enseñarnos y mostrarnos cómo estar preparados para guardar el juramento y el convenio: mediante la prepara-ción constante a lo largo de los años, al emplear todas nuestras fuerzas en lo que parecían ser pequeñas tareas de poca consecuencia.

Mi ruego es que podamos guardar los convenios del sacerdocio para hacer que nosotros, y todos a los que se nos ha llamado a capacitar, seamos merecedores de la vida eterna. Les prometo que si hacen todo lo que esté a su alcance, Dios aumentará su fortaleza y sabiduría. Él los adiestrará. Les prometo que aquellos a quienes ustedes capaciten y den el ejemplo, elogiarán su nombre como yo he elo-giado a los grandes instructores que he conocido.

Testifico que Dios el Padre vive y los ama. Él los conoce. Él y Su Hijo resucitado y glorificado, Jesucristo, se aparecieron a un muchacho sin experiencia, José Smith. Le confia-ron la restauración de la plenitud del Evangelio y de la Iglesia verdadera. Le infundieron ánimo cuando lo nece-sitó; le permitieron sentir su amorosa amonestación que lo haría sentirse disminuido, a fin de elevarlo. Lo pre-pararon a él y nos están preparando a nosotros, para obtener la fortaleza de seguir trabajando hacia la gloria celestial, que es el objetivo y la razón de todo el servicio en el sacerdocio.

Les dejo mi bendición de que serán capaces de reconocer las gloriosas oportunidades que Dios les ha dado al llamarlos y prepararlos para prestarle servicio a Él y a los demás. En el nombre de nuestro amoroso líder y maestro Jesucristo. Amén. ◼

NOTAS 1. Véase 2 Nefi 32:3–6. 2. 1 Timoteo 4:12–14, 16. 3. Doctrina y Convenios 84:39.

Davao, Filipinas

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Por el presidente Thomas S. Monson

M is queridos hermanos, es un enorme privilegio estar con ustedes esta noche. Quie-

nes poseemos el sacerdocio de Dios conformamos una gran coalición y hermandad.

Leemos en Doctrina y Convenios, sección 121, versículo 36, “Que los derechos del sacerdocio están insepa-rablemente unidos a los poderes del cielo”. ¡Qué maravilloso don se nos ha dado: poseer el sacerdocio que está “inseparablemente [unido] a los poderes del cielo”! Sin embargo, ese preciado don trae consigo no sólo bendiciones especiales sino también solemnes responsabilidades. Debe-mos vivir nuestra vida de modo que siempre seamos dignos del sacerdo-cio que portamos. Vivimos en una época en la que estamos rodeados de muchas cosas que tienen el propósito de atraernos a caminos que pueden conducirnos a la destrucción. Para evitar esos caminos se necesita deter-minación y valor.

Recuerdo una época, y algunos de ustedes aquí esta noche también la recordarán, cuando las normas de la mayoría de la gente eran muy simi-lares a las nuestras. Eso ya no es así.

monedas para el parquímetro”.El artículo sigue:“La posición a la cual la mayoría

de ellos recurrió automáticamente una y otra vez es que las decisiones morales son sólo cuestión de prefe-rencia individual. ‘Es algo personal’, normalmente decían los entrevistados. ‘Depende de la persona. ¿Quién soy yo para juzgar?’

“En rechazo a la sujeción ciega a la autoridad, muchos jóvenes se han ido al otro extremo [y dicen]: ‘Yo haría lo que considerara que me haría feliz o según lo que sintiera. No tengo otro modo de saber qué hacer sino según lo que sienta interiormente’”.

Quienes hicieron las entrevistas recalcaron que la mayoría de los jóvenes con quienes hablaron no “habían recibido los medios; ya fuese de las escuelas, las instituciones o sus familias; para cultivar sus intuiciones morales” 1.

Hermanos, nadie que esté al alcance de mi voz debe tener duda alguna en cuanto a lo que es moral y lo que no, ni ninguno debe tener duda alguna de lo que se espera de nosotros como poseedores del sacer-docio de Dios. Se nos han enseñado y se nos continúan enseñando las leyes de Dios. A pesar de lo que vean o escuchen en otros lugares, esas leyes son inalterables.

Al vivir nuestro día a día, es casi inevitable que nuestra fe se ponga en tela de juicio. A veces estaremos rodeados de otras personas y, sin embargo, seremos la minoría o incluso seremos los únicos con un criterio dis-tinto en cuanto a lo que es aceptable y lo que no lo es. ¿Tenemos el valor mo-ral para defender nuestras creencias aunque tengamos que hacerlo solos? Como poseedores del sacerdocio de Dios, es esencial que seamos capa-ces de enfrentar, con valor, cualquier

Recientemente leí un artículo del New York Times en cuanto a un estudio que se hizo en el verano de 2008. Un distinguido sociólogo de Notre Dame dirigió a un equipo de investigación que entrevistó en detalle a 230 adultos jóvenes a lo largo de los Estados Unidos de América. Creo que pode-mos suponer sin equivocarnos que los resultados serían similares en la mayor parte del mundo.

Comparto con ustedes sólo una porción de ese artículo tan revelador:

“Los entrevistadores hicieron pre-guntas abiertas acerca de lo correcto y lo incorrecto, los dilemas morales y el significado de la vida. En las respuestas erráticas… uno nota que los jóvenes tratan de encontrar algo lógico para decir con respecto a esos temas, pero no tienen ni las nociones ni el vocabulario para hacerlo.

“Cuando se les pidió que descri-bieran un dilema moral que hubie-sen afrontado, dos tercios de los jóvenes o no podían contestar a la pregunta o describieron problemas que no tenían nada que ver con lo moral, como por ejemplo si tenían el dinero suficiente para alquilar cierto apartamento o si tenían suficientes

Atrévete a lo correcto aunque solo estésQue siempre seamos valientes y estemos preparados para defender lo que creemos.

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desafío que se nos presente. Recuer-den las palabras del poeta Tennyson: “Mi fuerza es como la fuerza de diez, porque mi corazón es puro” 2.

Cada vez más, las personas céle-bres y otras que, por una razón u otra, están a la vista del público tienen la tendencia a ridiculizar a la religión en general y, en ocasiones, a la Iglesia en particular. Si nuestro testimonio no está suficientemente arraigado, esas críticas pueden hacernos dudar de nuestras propias creencias o vacilar en nuestra determinación.

En la visión de Lehi del árbol de la vida, que se encuentra en 1 Nefi 8, Lehi ve, entre otras personas, a aque-llos que se toman de la barra de hierro hasta que llegan al árbol de la vida y participan de él, el cual sabemos que representa el amor de Dios. Entonces, tristemente, después de haber partici-pado del fruto, algunos se avergüen-zan a causa de aquellos que están en el “edificio grande y espacioso”, que representan el orgullo de los hijos de los hombres, y que los están seña-lando y burlándose de ellos; y caen en senderos prohibidos y se pierden3. ¡Qué arma tan poderosa del adversa-rio es el ridículo y la burla! Una vez más, hermanos, ¿tenemos el valor para mantenernos fuertes y firmes al enfrentar tan difícil oposición?

Creo que mi primera experiencia en cuanto a tener el valor de defender mis convicciones fue cuando serví en

la Marina de los Estados Unidos casi al final de la Segunda Guerra Mundial.

Pasar por el campamento de en-trenamiento de la Marina no fue una experiencia fácil para mí, ni para nin-guno que haya pasado por él. Durante las tres primeras semanas estaba con-vencido de que mi vida corría peligro. La Marina no trataba de entrenarme, trataba de matarme.

Siempre recordaré cuando llegó el domingo de la primera semana. El suboficial comandante nos dio buenas noticias. En posición firme, en el campo de entrenamiento bajo la fresca brisa de California, escuchamos sus órdenes: “Hoy todos van a ir la iglesia; todos, menos yo, claro. ¡Yo voy a descansar!”. Y luego gritó: “Todos los católicos, reúnanse en el Campamento Decatur, y no vuelvan hasta las tres de la tarde. ¡Atención, marchen!”. Un grupo bastante grande se fue. Des-pués vociferó su siguiente orden: “Los que sean judíos, reúnanse en el Cam-pamento Henry, y no vuelvan hasta las tres de la tarde. ¡Atención, mar-chen!”. Un grupo más pequeño salió marchando. Entonces dijo: “Los demás que sean protestantes, reúnanse en los teatros del Campamento Farragut, y no vuelvan hasta las tres de la tarde. ¡Atención, marchen!”.

De inmediato me vino el pensa-miento a la mente: “Monson, tú no eres católico, no eres judío ni eres protestante. Tú eres mormón; ¡así que

quédate aquí!”. Les aseguro que me sentí completamente solo, con valor y determinación sí, pero solo.

Y entonces escuché las palabras más dulces que oí decir a ese subofi-cial. Miró hacia donde yo estaba y pre-guntó: “¿Y ustedes, muchachos, qué se consideran?”. Hasta ese momento no había visto si había alguien más detrás de mí o a mi lado en el campo de entrenamiento. Casi al unísono, cada uno de nosotros respondió: “¡Mormo-nes!”. Es difícil describir la alegría que me invadió el corazón cuando me di vuelva y vi a un pequeño grupo de marineros.

El suboficial comandante se rascó la cabeza con expresión de asombro, pero finalmente dijo: “Entonces, vayan a buscar un lugar donde reunirse, y no vuelvan hasta las tres de la tarde. ¡Atención, marchen!”.

Cuando salíamos marchando pensé en las palabras de una rima que aprendí en la Primaria muchos años antes:

Mormón atrévete a ser;atrévete a lo correcto aunque solo

estés.Atrévete a un propósito firme tener,y atrévete a darlo a conocer.

Aunque la experiencia terminó de un modo distinto al que yo esperaba, yo estaba dispuesto a permanecer firme aunque estuviera solo si hubiese sido necesario.

Desde ese día ha habido ocasio-nes en las que no había nadie detrás de mí y entonces sí tuve que mante-nerme firme yo solo. Qué agradecido estoy de que tomé la decisión hace mucho tiempo de permanecer firme y fiel, siempre preparado y listo para defender mi religión, en caso de que fuese necesario.

Hermanos, en caso de que alguna

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vez nos sintamos incapaces para desempeñar la tarea que tenemos por delante, permítanme mencionarles una declaración hecha en 1987 por el entonces Presidente de la Iglesia, Ezra Taft Benson, cuando se dirigía a un grupo de miembros de California. El presidente Benson dijo:

“Los profetas de todas las épocas han tenido la mira puesta en nues-tros días. Miles de millones de seres humanos que han muerto y aquellos que todavía no han nacido tienen la mira puesta en nosotros. No tengan la menor duda de ello; ustedes son una generación distinguida…

“Por casi seis mil años Dios los ha reservado para que nacieran en los últimos días antes de la segunda venida del Señor. Algunas personas se desviarán, pero el reino de Dios permanecerá intacto para dar la bien-venida nuevamente a quien está a la cabeza, sí, Jesucristo.

“Aunque esta generación se comparará en maldad a los días de Noé, cuando el Señor limpió la tierra mediante el diluvio, esta vez hay una gran diferencia: [que] Dios ha reservado para los últimos períodos a algunos de Sus hijos más… fuertes, quienes llevarán adelante el reino triunfalmente” 4.

Sí, hermanos, representamos a algunos de Sus hijos más fuertes. Nuestra es la responsabilidad de ser dignos de todas las gloriosas bendi-ciones que nuestro Padre en los cielos tiene reservada para nosotros. Donde-quiera que vayamos, nuestro sacerdo-cio nos acompañará. ¿Permanecemos en lugares santos? Por favor, antes de colocarse a ustedes y a su sacerdocio en peligro por aventurarse a entrar en lugares o participar de actividades que no sean dignos ni de ustedes ni de ese sacerdocio, deténganse a analizar las consecuencias. A cada uno de

nosotros se le ha conferido el Sacer-docio Aarónico. En el proceso, cada uno recibió el poder que contiene las llaves para la ministración de ángeles. El presidente Gordon B. Hinckley dijo:

“Ustedes no se pueden dar el lujo de hacer nada que se interponga entre ustedes y la ministración de ángeles en beneficio suyo.

“Ustedes no pueden ser inmorales en ningún sentido; no pueden ser deshonestos; no pueden engañar ni mentir; no pueden tomar el nombre de Dios en vano ni usar un lenguaje obsceno y aún así tener derecho a la ministración de ángeles” 5.

Si alguno de ustedes ha tropezado en su camino, quiero que compren-dan, sin lugar a dudas, que hay un modo de regresar. El proceso se llama arrepentimiento. Nuestro Salvador dio Su vida para proporcionarnos a ustedes y a mí ese bendito don. A pesar del hecho de que el camino del arrepentimiento no es fácil, las pro-mesas son reales. Se nos ha dicho: “…aunque [tus] pecados sean rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” 6 “…y no me acordaré más de [ellos]” 7. Qué afirmación, qué bendi-ción y qué promesa.

Tal vez haya algunos de ustedes que pensarán: “Pues, no estoy cum-pliendo con todos los mandamientos ni estoy haciendo todo lo que debo;

sin embargo, me va bien en la vida. Puedo disfrutar del mundo y estar bien igual”. Hermanos, les aseguro que eso no va a durar para siempre.

Hace pocos meses, recibí una carta de un hombre que alguna vez pensó que podía tener las dos cosas. Ya se ha arrepentido y ha llevado su vida de acuerdo con los principios y mandamientos del Evangelio. Deseo compartir con ustedes un párrafo de su carta, ya que representa la realidad de las ideas erróneas: “He tenido que aprender en carne propia (por las malas) que el Salvador estaba abso-lutamente en lo correcto cuando dijo: ‘Ninguno puede servir a dos señores, porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o se apegará al uno y menospre-ciará al otro; no podéis servir a Dios y a las riquezas’ 8. Intenté afanosamente vivir en dos mundos, como casi nadie lo había hecho. Al final”, dijo él, “me embargó todo el vacío, la oscuridad y la soledad que Satanás trae a aquellos que creen en sus engaños, ilusiones y mentiras”.

Para que podamos ser fuertes y soportar todas las fuerzas que nos arrastran en la dirección equivocada o todas las voces que nos invitan a tomar el camino equivocado, debe-mos tener nuestro propio testimonio. Ya sea que tengan 12 o 112 años, o cualquier edad, pueden saber por ustedes mismos que el evangelio de Jesucristo es verdadero. Lean el Libro de Mormón. Mediten en sus enseñan-zas. Pregúntenle al Padre Celestial si es verdadero. Tenemos la promesa de que “si pedís con un corazón sincero, con verdadera intención, teniendo fe en Cristo, él os manifestará la verdad de ellas por el poder del Espíritu Santo” 9.

Cuando sabemos que el Libro de Mormón es verdadero, seguidamente sabemos que José Smith fue en verdad

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Los Santos de los Últimos Días se reúnen en localidades en todo el mundo para escuchar los discursos de la conferencia general “en su propio idioma” (D. y C. 90:11). Comenzando desde arriba a la izquierda en el sentido de las agujas del reloj, miem-bros de la Iglesia en: Johannesburgo, Sudáfrica; Salvador, Brasil; San Sal-vador, El Salvador; Montreal, Quebec, Canadá; Montalban, Filipinas; Gómez Palacio, México y Tokio, Japón.

67N o v i e m b r e d e 2 0 1 1

un profeta y que él vio a Dios el Eterno Padre y a Su Hijo Jesucristo. A continuación sabemos que el Evan-gelio fue restaurado en estos últimos días por medio de José Smith, incluso la restauración del Sacerdocio Aaró-nico y el de Melquisedec.

Una vez que obtenemos un testi-monio, nos corresponde compartir ese testimonio con los demás. Muchos de ustedes, hermanos, han servido como misioneros por todo el mundo. Muchos de ustedes, jovencitos, irán a servir. Prepárense ahora para esa oportunidad. Asegúrense de ser dig-nos de servir.

Si estamos preparados para com-partir el Evangelio, estamos listos para responder al consejo del apóstol Pedro, quien instó: “…estad siem-pre preparados para responder con mansedumbre y reverencia a cada uno que os demande razón de la espe-ranza que hay en vosotros” 10.

Tendremos oportunidades a lo largo de nuestra vida para compartir nuestras creencias, aunque no siempre sabemos cuándo seremos llamados a hacerlo. Esa oportunidad me llegó en 1957 cuando trabajaba en una edito-rial y me pidieron que fuera a Dallas, Texas, también conocida como “la ciudad de las iglesias”, para hablar en una convención de negocios. Después del cierre de la convención, hice un recorrido turístico en autobús por las afueras de la ciudad. A medida que pasábamos por varias iglesias, nuestro chofer comentaba: “A la izquierda está la iglesia metodista” o “allí, a la dere-cha está la catedral católica”.

Al pasar por un hermoso edificio de ladrillos rojos situado en una co-lina, el chofer exclamó: “Ése es el edi-ficio donde se reúnen los mormones”. Una señora desde el fondo del auto-bús dijo: “Chofer, ¿nos puede decir algo más acerca de los mormones?”.

El chofer detuvo el autobús a un lado de la calle, se dio vuelta y res-pondió: “Señora, todo lo que sé de los mormones es que se reúnen en ese edificio de ladrillos rojos. ¿Hay alguien en este autobús que sepa algo acerca de los mormones?”.

Esperé a que alguien respondiera. Contemplé la expresión en el rostro de cada persona esperando alguna señal de conocimiento, algún deseo de decir algo. Y nada. Me di cuenta que dependía de mí hacer lo que el apóstol Pedro enseñó: “…estad siem-pre preparados para responder con mansedumbre y reverencia a cada uno que os demande razón de la espe-ranza que hay en vosotros”. También me di cuenta de la verdad del adagio que dice: “Cuando el momento de la decisión ha llegado, el tiempo de la preparación ha pasado”.

Durante los siguientes 15 minu-tos más o menos, tuve el privilegio de compartir mi testimonio sobre la Iglesia y de nuestras creencias con las personas del autobús. Estaba agra-decido por mi testimonio y estaba agradecido porque estaba preparado para compartirlo.

Con todo mi corazón y mi alma, ruego que cada hombre que posea el sacerdocio, honre ese sacerdocio y sea leal a la confianza que se le otorgó cuando se le confirió. Que cada uno de nosotros que posee el sacerdocio de Dios sepa lo que profesa. Que siempre seamos valientes y estemos preparados para defender lo que creemos, y si tenemos que estar solos en el proceso, que lo hagamos con

valor, con esa fortaleza que viene del conocimiento de que en realidad nunca estamos solos cuando estamos con nuestro Padre Celestial.

Al contemplar el gran don que se nos ha dado —“…los derechos del sacerdocio están inseparablemente unidos a los poderes del cielo”— que nuestra determinación sea siempre protegerlo y defenderlo, y ser dignos de sus grandes promesas. Hermanos, que podamos seguir la instrucción que nos ha dado el Salvador que se halla en 3 Nefi: “Alzad, pues, vuestra luz para que brille ante el mundo. He aquí, yo soy la luz que debéis sostener en alto: aquello que me habéis visto hacer” 11.

Que siempre sigamos a esa luz y la alcemos para que todo el mundo la vea, es mi ruego y mi bendición para todos los que escuchan mi voz. En el nombre de Jesucristo. Amén. ◼

NOTAS 1. David Brooks, “If It Feels Right…”, New

York Times, 12 de septiembre de 2011, nytimes.com.

2. Alfred, Lord Tennyson, “Sir Galahad”, en Poems of the English Race, selecciones de Raymond Macdonald Alden, 1921, pág. 296.

3. Véase 1 Nefi 8:26–28. 4. Ezra Taft Benson, “In His Steps”, (Charla

fogonera del Sistema Educativo de la Iglesia, 8 de febrero de 1987); véase también “In His Steps,” en 1979 Devotional Speeches of the Year: BYU Devotional and Fireside Addresses, 1980, pág. 59.

5. Gordon B. Hinckley, “La dignidad personal para ejercer el sacerdocio”, Liahona, julio de 2002, pág. 59.

6. Isaías 1:18. 7. Jeremías 31:34. 8. Mateo 6:24. 9. Moroni 10:4. 10. 1 Pedro 3:15. 11. 3 Nefi 18:24.

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Por el presidente Henry B. EyringPrimer Consejero de la Primera Presidencia

Las palabras del Libro de Mormón les ayudaron a saber por qué sintieron esa felicidad. Fue el rey Benjamín que dijo a su pueblo: “…para que sepáis que cuando os halláis al servicio de vuestros semejantes… estáis al servi-cio de vuestro Dios” 2. Y fue Mormón que en el Libro de Mormón enseñó en sus propias palabras: “…la caridad es el amor puro de Cristo, y permanece para siempre; y a quien la posea en el postrer día, le irá bien” 3.

El Señor guarda Su promesa a medida que ustedes guardan la suya. Al servir a los demás en Su nombre, Él les permite sentir Su amor. Con el tiempo, los sentimientos de caridad llegan a ser parte de quienes son; y al continuar sirviendo a los demás en la vida, sentirán en su corazón la segu-ridad que tenía Mormón de que todo irá bien para ustedes.

Así como prometieron a Dios que serían caritativos, prometieron que serían Sus testigos dondequiera que estuvieran a lo largo de su vida. Una vez más, el Libro de Mormón es la me-jor guía que conozco para ayudarnos a guardar esa promesa.

En una ocasión me invitaron a hablar en la ceremonia de graduación de una universidad. El decano de la universidad había querido que se invi-tara al presidente Gordon B. Hinckley, pero él no estaba disponible; como alternativa, yo recibí la invitación. En ese entonces yo era uno de los miem-bros más recientes del Quórum de los Doce Apóstoles.

La persona que me invitó a hablar se puso nerviosa cuando supo más acerca de mis responsabilidades como Apóstol. Me llamó por teléfono y me dijo que ahora entendía que mi deber era ser testigo de Jesucristo.

En un tono muy firme, me dijo que yo no podía hacer eso cuando hablara allí. Me explicó que la universidad

Estoy agradecido por esta oportu-nidad de hablarles este día de re-poso de la conferencia general de

La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Todo miembro de la Iglesia tiene la misma respon-sabilidad sagrada. La aceptamos y prometimos asumirla cuando fuimos bautizados. Aprendemos de las pala-bras de Alma, el gran profeta del Libro de Mormón, lo que hemos prometido a Dios que llegaríamos ser: “…[estar] dispuestos a llorar con los que lloran; sí, y a consolar a los que necesitan de consuelo, y ser testigos de Dios en todo tiempo, y en todas las cosas y en todo lugar en que [estemos], aun hasta la muerte, para que [seamos] redimi-dos por Dios, y [seamos] contados con los de la primera resurrección, para que [tengamos] vida eterna” 1.

Esa es una importante responsabi-lidad y una gloriosa promesa de Dios. Mi mensaje de hoy es de ánimo. Así como el Libro de Mormón nos pre-senta el desafío claramente, también nos dirige hacia adelante en el camino hacia la vida eterna.

Primero, prometimos ser caritati-vos; segundo, prometimos llegar a ser testigos de Dios; y tercero prometimos perseverar hasta el fin. El Libro de

Mormón es la mejor guía para deter-minar cuán bien lo estamos haciendo y cómo podemos mejorar.

Comencemos con ser caritativos. Les recordaré algunas experiencias recien-tes. Muchos de ustedes participaron en un día de servicio; hubo miles de ellos organizados en todo el mundo.

Un consejo de nuestros santos oró para saber qué actividad de servicio planificar. Pidieron a Dios que les hi-ciera saber a quién debían servir, qué servicio prestar y a quién invitar para que participara. Quizás hasta hayan orado para que no se olvidaran de tomar agua. Sobre todo, oraron para que todos los que sirvieran y todos los que recibieran el servicio sintieran el amor de Dios.

Sé que esas oraciones fueron contestadas en al menos un barrio. Más de 120 miembros se ofrecieron de voluntarios para ayudar. En tres horas transformaron los alrededores de una iglesia de nuestra comunidad. Fue un trabajo arduo y satisfactorio. Los ministros de la iglesia expresaron su agradecimiento. Todos los que traba-jaron juntos ese día sintieron unidad y más amor. Algunos hasta dijeron que se sintieron felices al sacar malezas y cortar arbustos.

S E S I Ó N D E L D O M I N G O P O R L A M A Ñ A N A | 2 de octubre de 2011

Un testigoEl Libro de Mormón es la mejor guía para determinar cuán bien lo estamos haciendo y cómo podemos mejorar.

69N o v i e m b r e d e 2 0 1 1

respetaba a las personas de todas las creencias religiosas, incluso las que negaban la existencia de Dios; y me repitió: “Usted no puede cumplir con su cometido aquí”.

Colgué y me vinieron serias pre-guntas a la mente: ¿Debía decirle a la universidad que no mantendría mi compromiso de ir a hablar? Faltaban sólo dos semanas para el evento y ya se había anunciado que yo estaría allí. ¿Cómo afectaría el buen nombre de la Iglesia el que yo no cumpliera con mi compromiso?

Oré para saber lo que Dios quería que hiciera. Recibí la respuesta de una manera sorprendente para mí; me di cuenta de que los ejemplos de Nefi, Abinadí, Alma, Amulek y los hijos de Mosíah se aplicaban a mí. Ellos fueron firmes testigos de Jesucristo al encon-trarse ante el peligro de muerte.

De modo que la única opción era determinar cómo prepararme. Investi-gué todo lo que pude para saber más acerca de la universidad. Al aproxi-marse el día de la disertación, aumen-taba mi nerviosismo y la intensidad de mis oraciones.

De manera milagrosa, como la separación de las aguas del Mar Rojo, encontré un artículo informativo. Se había honrado a la universidad por hacer lo que la Iglesia ha aprendido a hacer al prestar servicio humanitario a través del mundo. De modo que, en mi discurso, describí lo que nosotros y ellos habíamos hecho para asistir a gente con grandes necesidades. Dije que sabía que Jesucristo era la fuente de las bendiciones que habían reci-bido las personas a quienes nosotros y ellos habíamos servido.

Después de la reunión, la audiencia se puso de pie para aplaudir, lo cual me pareció un poco inusual. Me quedé admirado, pero todavía estaba ner-vioso. Recordaba lo que había pasado

con Abinadí: sólo Alma había aceptado su testimonio. Pero esa noche, en una cena formal, escuché al decano de la universidad decir que, en mi discurso, él había oído las palabras de Dios.

Un resultado tan milagroso es raro en mi experiencia como testigo de Cristo; pero la influencia del Libro de Mormón en la personalidad, el poder y la valentía de ustedes para ser testigos de Dios es real. La doctrina y los ejemplos de valor que contiene el libro los elevarán, los guiarán y les darán valor.

Todo misionero que proclame el nombre y el evangelio de Jesucristo será bendecido al deleitarse a diario en el Libro de Mormón. Los padres que tengan dificultad para plantar en el corazón de un hijo el testimonio del Salvador recibirán ayuda al buscar la manera de introducir al hogar y a la vida de todos los integrantes de la familia las palabras y el espíritu del Libro de Mormón. Eso ha sucedido con nosotros.

Veo que está sucediendo ese mi-lagro en cada reunión sacramental y cada clase de la Iglesia a la que asisto. Los oradores y los maestros muestran amor por las Escrituras y una com-prensión madura de ellas, en especial del Libro de Mormón; y los testimo-nios personales claramente vienen de lo profundo de su corazón. Enseñan

cada vez con mayor convicción y testi-fican con poder.

También veo evidencia de que estamos mejorando en el tercer punto de la promesa que todos hicimos al bautizarnos. Hicimos convenio de ser fieles hasta el fin, de guardar los man-damientos de Dios mientras vivamos.

Fui a visitar al hospital a una vieja amiga que había sido diagnosticada con cáncer terminal. Llevé conmigo a dos de mis hijas pequeñas. Ni siquiera pensé que las reconocería. Cuando entramos, su familia estaba reunida de pie alrededor de la cama.

Ella levantó la vista y nos sonrió. Siempre recordaré su mirada al ver que habíamos traído a nuestras hijas con nosotros. Les hizo señas de que se acercaran a la cama; se sentó, las abrazó y se las presentó a su familia. Habló de la grandeza de esas dos ni-ñas. Era como si estuviera presentado a dos princesas ante la corte real.

Supuse que la visita iba a ser corta; con seguridad, pensé, estará cansada. Pero al observarla, era como si hubie-sen retrocedido años; estaba radiante y obviamente llena de amor hacia todos nosotros.

Parecía estar saboreando el mo-mento como si se hubiese detenido el tiempo. Había pasado la mayor parte de su vida ayudando a niños en nom-bre del Señor. Sabía, por los relatos del

70 L i a h o n a

Libro de Mormón, que el Salvador re-sucitado había tomado a los niños uno por uno, los había bendecido y luego había llorado de gozo4. Ella misma había sentido ese gozo por suficiente tiempo para permanecer fiel al tierno servicio de Él hasta el fin.

Observé el mismo milagro en la habitación de un hombre que había prestado tanto servicio fiel que consi-deré que había hecho suficiente para merecer descansar.

Sabía que había pasado por un tra-tamiento largo y doloroso a causa de una enfermedad y que los doctores le habían dicho que era terminal. No le ofrecieron ni tratamiento ni esperanza.

En su hogar, su esposa me condujo al cuarto de él. Allí estaba, acostado boca arriba sobre la cama acomodada con mucho cuidado. Tenía puesta una camisa recién planchada, una corbata y zapatos nuevos.

Notó la mirada de sorpresa en mis ojos, se rió en silencio y me explicó: “Después de que me de una bendi-ción, quiero estar listo para ‘levan-tarme, tomar mi lecho e ir a trabajar’”. Resultó ser que estaba listo para la entrevista que pronto tendría con el Maestro, para quien había trabajado tan fielmente.

Él era un ejemplo del Santo de los Últimos Días totalmente convertido que con frecuencia conozco después de que han dado una vida de servicio dedicado; ellos siguen adelante.

El presidente Marion G. Romney lo describe de esta manera: “Para uno que está totalmente convertido, el deseo de hacer cosas [contrarias] al evangelio de Jesucristo ha muerto, y en su lugar nace un amor a Dios con la firme e imperante determinación de guardar Sus mandamientos” 5.

Es esa firme determinación que cada vez veo con más frecuencia en el discípulo experimentado de Jesucristo.

Al igual que la hermana que saludó a mis hijas y el hombre con los zapa-tos nuevos listo para alzarse y salir a trabajar, obedecen los mandamientos del Señor hasta el fin. Todos ustedes lo han visto.

Lo verán otra vez si se dirigen una vez más al Libro de Mormón. Aún siento admiración en el corazón cuando leo las palabras de un anciano y determi-nado siervo de Dios: “…porque aun ahora mismo mi cuerpo entero tiembla en extremo, mientras me esfuerzo en hablaros; mas el Señor… me sostiene y me ha permitido que os hable” 6.

Recibirán ánimo, como lo recibo yo, del ejemplo de perseverancia que nos dio Moroni. Él estaba solo en su ministerio; sabía que el fin de la vida estaba cerca; y, sin embargo, escu-chen lo que escribió para el beneficio de personas que todavía no habían nacido y para los descendientes de sus enemigos mortales: “Sí, venid a Cristo, y perfeccionaos en él, y absteneos de toda impiedad, y si os abstenéis de toda impiedad, y amáis

a Dios con toda vuestra alma, mente y fuerza, entonces su gracia os es su-ficiente, para que por su gracia seáis perfectos en Cristo” 7.

Moroni dio ese testimonio como discurso final de su vida y ministerio. Instó a tener caridad, al igual que lo hacen los profetas a lo largo del Libro de Mormón. Incluyó su testimonio del Salvador cuando la muerte se aproxi-maba. Él era un hijo de Dios verdade-ramente convertido, como podemos serlo nosotros: lleno de caridad, constante e intrépido como testigo del Salvador y de Su evangelio, y decidido a permanecer fiel hasta el fin.

Moroni nos enseñó lo que eso requiere de nosotros. Nos dijo que el primer paso para la conversión total es la fe. El estudio con oración del Libro de Mormón edificará la fe en Dios el Padre, en Su Amado Hijo y en Su evangelio. Fortalecerá la fe de ustedes en los profetas de Dios, tanto los antiguos como los modernos.

Puede acercarlos más a Dios que cualquier otro libro; puede cambiar

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En esta mañana de domingo damos gracias por la realidad de que nuestro Salvador vive y testifi-

camos de ella. Su Evangelio ha sido restaurado por el profeta José Smith. El Libro de Mormón es verdadero. Actualmente nos dirige un profeta viviente, el presidente Thomas S. Monson. Sobre todo, ofrecemos so-lemne testimonio de la expiación de Jesucristo y de las bendiciones eternas que emanan de ella.

Estos meses pasados he tenido la oportunidad de estudiar y aprender más sobre el sacrificio expiatorio de nuestro Salvador y sobre la forma en que Él se preparó para dar esa ofrenda eterna por cada uno de nosotros.

Su preparación comenzó en la vida premortal cuando, esperando en Su Padre, dijo: “…hágase tu voluntad, y sea tuya la gloria para siempre” 1. A partir de aquel momento y hasta hoy en día, Él ejerce Su albedrío para aceptar y llevar a cabo el plan de nuestro Padre Celestial. Las Escrituras nos enseñan que, desde Sus años juveniles, andaba “en los asuntos de [Su] Padre” 2 y que “esperó en el Señor

a que llegara el tiempo de su ministe-rio” 3. Cuando tenía treinta años, sufrió intensa tentación pero la resistió, y dijo: “Vete de mí, Satanás” 4. En Getse-maní, se entregó a Su Padre diciendo: “…pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” 5 y luego hizo uso de Su albe-drío para sufrir por nuestros pecados. A través de la humillación de un juicio público y la agonía de la crucifixión, esperó en Su Padre dispuesto a ser “herido… por nuestras transgresiones [y] molido por nuestras iniquidades” 6. Y aun al exclamar: “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has desampa-rado?” 7, esperó en Su Padre ejerciendo el albedrío para perdonar a Sus enemigos 8, ocuparse de Su madre 9 y perseverar hasta el fin, hasta consumar Su vida y Su misión terrenal 10.

Muchas veces he reflexionado pre-guntándome: ¿Por qué tienen pruebas y tribulaciones el Hijo de Dios, Sus santos profetas y todos los santos fieles aun cuando tratan de hacer la voluntad del Padre Celestial? ¿Por qué es tan difícil, especialmente para ellos?

Pienso en José Smith, que sufrió enfermedades cuando era niño y per-secución durante toda su vida. Igual

Por el élder Robert D. HalesDel Quórum de los Doce Apóstoles

Esperamos en el Señor: Hágase tu voluntadEl propósito de nuestra vida en la tierra es crecer, desarrollarnos y fortalecernos por medio de nuestras propias experiencias.

una vida para mejor. Los insto a hacer lo que un compañero de mi misión hizo. Se había escapado de su hogar cuando era adolescente y alguien había puesto un Libro de Mormón en una caja que se llevó consigo al ir en busca de mayor felicidad.

Pasaron los años; se mudó de un lugar a otro por el mundo. Un día, estaba solo y triste cuando vio la caja. La caja estaba llena de cosas que había llevado consigo. En el fondo de la caja encontró el Libro de Mormón. En él leyó la promesa, y la puso a prueba. Supo que era verdad. Ese testimonio cambió su vida. Encontró felicidad más allá de la que había soñado.

El ejemplar del Libro de Mormón que ustedes tienen tal vez esté fuera de su vista debido a las preocupacio-nes y la atención de todo lo que han acumulado durante su trayecto. Les ruego que beban profundamente y con frecuencia de sus páginas. En él se encuentra la plenitud del evangelio de Jesucristo, que es el único camino para volver a Dios.

Les doy mi testimonio seguro de que Dios vive y que contestará sus oraciones. Jesucristo es el Salvador del mundo; el Libro de Mormón es un testamento verdadero y seguro de que Él vive, de que es nuestro Salvador resucitado y viviente.

El Libro de Mormón es un testigo preciado. Ahora yo les doy mi testimo-nio, en el sagrado nombre de Jesu-cristo. Amén. ◼

NOTAS 1. Mosíah 18:9. 2. Mosíah 2:17. 3. Moroni 7:47. 4. Véase 3 Nefi 17:21–22. 5. Véase Marion G. Romney, citado por el

élder Richard G. Scott en “Una conversión plena brinda felicidad”, Liahona, julio de 2002, pág. 27.

6. Mosíah 2:30. 7. Moroni 10:32.

72 L i a h o n a

que el Salvador, él también exclamó: “Oh Dios, ¿en dónde estás?” 11. Sin em-bargo, aun cuando parecía estar solo, ejerció su albedrío para esperar en el Señor y llevar a cabo la voluntad de su Padre Celestial.

Pienso en nuestros antepasados pioneros, expulsados de Nauvoo y atravesando las praderas, ejerciendo su albedrío para seguir a un profeta a pesar de sufrir enfermedades, priva-ciones e incluso, algunos, la muerte. ¿Por qué tan terrible tribulación? ¿Con qué fin? ¿Con qué propósito?

Al hacernos esas preguntas, nos damos cuenta de que el propósito de nuestra vida terrenal es crecer, desa-rrollarnos y fortalecernos por medio de nuestras propias experiencias. ¿Y cómo lo hacemos? Las Escrituras nos dan la respuesta en una sencilla frase: nosotros “espera[mos] en Jehová” 12. A todos se nos dan pruebas y afliccio-nes; estas dificultades del ser mortal nos demuestran, a nosotros y a nues-tro Padre Celestial, si somos o no capaces de ejercer el albedrío para se-guir a Su Hijo. Él ya lo sabe y nosotros tenemos la oportunidad de aprender que, no obstante lo difícil de nuestras circunstancias, “todas estas cosas [nos]

servirán de experiencia, y serán para [nuestro] bien” 13.

¿Quiere decir que siempre enten-deremos nuestras dificultades? ¿No tendremos todos, de vez en cuando, razón para preguntar: “Oh Dios, ¿en dónde estás?” 14. ¡Sí! Cuando muere un cónyuge, su compañero se hará la pregunta; cuando una familia sufre privación económica, el jefe de familia se la hará también; cuando los hijos se a aparten del camino, la madre y el padre la exclamarán con dolor. Sí, “Por la noche durará el llanto, y a la mañana vendrá la alegría” 15. Enton-ces, en el amanecer de mayor fe y entendimiento, nos levantaremos para esperar en el Señor diciendo: “Hágase tu voluntad” 16.

Entonces, ¿qué quiere decir esperar en el Señor? En las Escrituras, la pala-bra esperar significa tener esperanza, aguardar y confiar. Tener esperanza y confianza en el Señor requiere fe, paciencia, humildad, mansedumbre, conformidad, guardar los mandamien-tos y perseverar hasta el fin.

Esperar en el Señor significa plantar la semilla de la fe y nutrirla “con gran diligencia y paciencia” 17.

Significa orar como lo hizo el

Salvador, a Dios, nuestro Padre Celestial, diciendo: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad” 18. Es una oración que ofrecemos con toda nuestra alma, en el nombre de nuestro Salvador Jesucristo.

Esperar en el Señor significa me-ditar en nuestro corazón y “reci[bir] el Espíritu Santo para saber “todas las cosas que deb[emos] hacer” 19.

Al seguir las impresiones del Espí-ritu, descubrimos que “la tribulación produce paciencia” 20 y aprendemos a “continua[r] con paciencia hasta perfeccionar[nos]” 21.

Esperar en el Señor significa per-manecer “firmes en la fe” 22 y “seguir adelante” con fe, “teniendo un fulgor perfecto de esperanza” 23.

Significa confiar “solamente en los méritos de Cristo” 24 y decir, favore-cidos con Su gracia: “Sea hecha tu voluntad, oh Señor, y no la nuestra” 25.

Mientras esperamos en el Señor, somos “inamovibles en guardar los mandamientos” 26 sabiendo que “que algún día descansar[emos] de todas [nuestras] aflicciones” 27.

Y sin perder “pues, [la] confianza” 28 de que “todas las cosas con que [he-mos] sido afligidos obrarán juntamente para [nuestro] bien” 29.

Esas aflicciones nos sobrevendrán en todas formas y proporciones. La experiencia de Job nos recuerda que quizás se nos exija soportar mucho. Él perdió todas sus posesiones, tierras, casa y animales; perdió miembros de su familia, su reputación, salud e incluso su bienestar mental. Sin em-bargo, esperó en el Señor y expresó su potente testimonio. Él dijo:

“Yo sé que mi Redentor vive, y que al final se levantará sobre el polvo.

“Y después de deshecha… mi piel, aún he de ver en mi carne a Dios” 30.

“…aunque él me matare, en él confiaré” 31.

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Aun con los magníficos ejemplos de Job, de los profetas y del Salvador, todavía nos resultará difícil esperar en el Señor, especialmente cuando no podemos entender claramente Su plan y Sus propósitos para nosotros. Esa comprensión se nos concede casi siempre “línea por línea, precepto por precepto” 32.

A lo largo de mi vida, he aprendido que hay veces en que no recibo una respuesta a mi oración porque el Se-ñor sabe que no estoy listo. Y cuando me contesta, muchas veces es “un poco aquí y un poco allí” 33 porque eso es todo lo que puedo sobrellevar o todo lo que estoy dispuesto a hacer.

Oramos mucho para tener pacien-cia, ¡pero la queremos ahora mismo! De jovencito, el presidente David O. McKay oraba pidiendo un testimonio de la veracidad del Evangelio; muchos años más tarde, mientras prestaba servicio como misionero en Escocia, recibió al fin ese testimonio. Más adelante escribió: “Fue la reafirma-ción de que la oración sincera recibe su respuesta ‘en algún momento, en algún lugar’” 34.

Tal vez no sepamos cuándo o cómo nos dará el Señor las respuestas, pero testifico que en Su tiempo y a Su manera las recibiremos. Para algu-nas respuestas quizás tengamos que esperar hasta el más allá; eso puede suceder con promesas de nuestra ben-dición patriarcal y con bendiciones que hayan recibido los miembros de la familia. No nos demos por vencidos con el Señor; Sus bendiciones son eternas, no temporarias.

El esperar en el Señor nos da una oportunidad invalorable de descu-brir que hay muchos que esperan en nosotros: nuestros hijos esperan que les demostremos paciencia, amor y comprensión; nuestros padres espe-ran que les manifestemos gratitud

y compasión; nuestros hermanos y hermanas esperan que seamos tole-rantes, indulgentes y sepamos perdo-nar; nuestro cónyuge espera que le amemos como el Salvador ama a cada uno de nosotros.

Cuando soportamos sufrimientos físicos, nos damos cuenta cada vez más de cuántas personas esperan en nosotros. A todas las Marías y Martas, a todos los buenos samaritanos que atienden al enfermo, socorren al débil y cuidan del que está afligido men-tal o físicamente, siento la gratitud de un amoroso Padre Celestial y de Su Amado Hijo hacia ustedes. En su ministerio cristiano, ustedes esperan en el Señor sirviéndolo y haciendo la voluntad de su Padre Celestial. La seguridad que Él les ofrece es clara: “…en cuanto lo hicisteis a uno de éstos, mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis” 35. Él sabe de sus sa-crificios y sus pesares; Él escucha sus oraciones y, al continuar esperando en Él con fe, obtendrán Su paz y reposo.

Cada uno de nosotros es un ser

que el Señor ama más de lo que podamos comprender o imaginar. Seamos, pues, más bondadosos los unos con los otros y más benévolos con nosotros mismos. Recordemos que, al esperar en el Señor, llegamos a ser “santo[s] por [Su] expiación… sumiso[s], manso[s], humilde[s], paciente[s], lleno[s] de amor y dispuesto[s] a someter[nos] a cuanto el Señor juzgue conveniente imponer sobre [nosotros], tal como un niño se somete a su padre” 36.

Así fue la sumisión de nuestro Sal-vador a Su Padre en el jardín de Get-semaní. Él imploró a Sus discípulos: “Velad conmigo”; no obstante, volvió tres veces donde estaban y los en-contró dormidos 37. Sin la solidaridad de esos discípulos y, finalmente, sin la presencia de Su Padre, el Salvador se dispuso a sufrir nuestros “dolores, aflicciones y tentaciones de todas clases” 38. Con un ángel enviado para fortalecerlo39, deseó no tener “que be-ber la amarga copa” 40; pero esperó y confió en Su Padre, diciendo: “Hágase tu voluntad” 41 y humildemente pisó Él solo el lagar 42. Como uno de Sus Doce Apóstoles de estos últimos días, ruego que se nos fortalezca para velar con Él y esperar en Él a lo largo de toda nuestra vida.

En esta mañana del día de re-poso, expreso gratitud porque “en mi Getsemaní” 43 no estoy solo ni lo están ustedes en el suyo. El que vela por nosotros “no se adormecerá ni dormirá” 44. Sus ángeles aquí y del otro lado del velo están “alrededor de [nosotros], para sostener[nos]” 45. Doy mi testimonio especial de que esta promesa Suya es verdadera, porque Él dice: “…los que esperan en Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán las alas como águilas; correrán y no se cansarán; caminarán y no se fatiga-rán” 46. Que esperemos en Él siguiendo

74 L i a h o n a

Hace ya años, mi tatarabuelo tuvo en sus manos el Libro de Mormón por primera vez. Lo

abrió en el medio y leyó unas pági-nas. Entonces declaró: “Este libro fue escrito por Dios o por el diablo, y voy a averiguar quién lo escribió”. Leyó el libro dos veces en los diez días siguientes, después de lo cual afirmó: “El diablo no pudo haberlo escrito; debe ser de Dios” 1.

Ésa es la genialidad del Libro de Mormón, no hay término medio. Es la palabra de Dios, como asegura ser, o es un fraude total. Este libro no afirma ser sólo un tratado moral ni una crónica teológica ni una colección de escritos aclaratorios; afirma ser la palabra de Dios: cada frase, cada versículo, cada página. José Smith declaró que un ángel de Dios lo con-dujo a las planchas de oro, las cuales contenían los escritos de profetas de la antigua América y que tradujo esas planchas mediante poderes divinos. Si esa historia es verdadera, entonces el Libro de Mormón es escritura santa, tal como asegura ser; si no, es un engaño

sofisticado, pero diabólico.C. S. Lewis habló de un dilema

similar que enfrenta todo aquel que debe escoger entre aceptar o rechazar la divinidad del Salvador, en lo que tampoco existe término medio: “Lo que trato de hacer es evitar que al-guien exprese la necedad que muchas veces las personas dicen en cuanto a Él: ‘Estoy dispuesto a aceptar a Jesús como un gran maestro de principios morales, pero no acepto su aseve-ración de que es Dios’. Eso es algo que no debemos decir. El hombre común y corriente que dijera la clase de cosas que Jesús dijo no sería un gran maestro de principios morales… Es necesario decidir: o aquel hombre era, y es, el Hijo de Dios, o es un loco o algo peor… Pero no salgamos con la tontería de que es tan sólo un gran maestro humano. Él no nos ha dado esa opción; ésa no fue Su intención” 2.

Del mismo modo, debemos tomar una simple decisión respecto al Libro de Mormón: o es de Dios o es del diablo; no hay otra opción. Por un momento, los invito a hacer una

Por el élder Tad R. CallisterDe la Presidencia de los Setenta

El Libro de Mormón: Un libro proveniente de DiosJunto con la Biblia, el Libro de Mormón es un testigo indispensable de las doctrinas de Cristo y de Su divinidad.

adelante con fe para que podamos de-cir en nuestras oraciones: “Hágase tu voluntad” 47 y regresar a Él con honor. En el santo nombre de nuestro Salva-dor y Redentor Jesucristo. Amén. ◼

NOTAS 1. Moisés 4:2. 2. Lucas 2:49. 3. Selecciones de la Traducción de José

Smith, Mateo 3:24; apéndice de la Biblia. 4. Lucas 4:8. 5. Lucas 22:42. 6. Isaías 53:5; Mosíah 14:5. 7. Mateo 27:46; Marcos 15:34. 8. Véase Lucas 23:34. 9. Véase Juan 19:27. 10. Véase Juan 19:30. 11. Doctrina y Convenios 121:1. 12. Véase Salmos 37:9; 123:2; Isaías 8:17;

40:31; 2 Nefi 18:17. 13. Doctrina y Convenios 122:7. 14. Doctrina y Convenios 121:1. 15. Salmos 30:5. 16. Mateo 6:10; 3 Nefi 13:10; véase también

Mateo 26:39. 17. Alma 32:41. 18. Mateo 6:10; Lucas 11:2. 19. 2 Nefi 32:5. 20. Romanos 5:3. 21. Doctrina y Convenios 67:13. 22. Alma 45:17. 23. 2 Nefi 31:20. 24. Moroni 6:4. 25. Doctrina y Convenios 109:44. 26. Alma 1:25. 27. Alma 34:41. 28. Hebreos 10:35. 29. Doctrina y Convenios 98:3. 30. Job 19:25–26. 31. Job 13:15. 32. 2 Nefi 28:30. 33. 2 Nefi 28:30. 34. Enseñanzas de los presidentes de la Iglesia:

David O. Mckay, 2003, pág. xx. 35. Mateo 25:40. 36. Mosíah 3:19. 37. Mateo 26:38; véase también los versículos

39–45. 38. Alma 7:11. 39. Véase Lucas 22:43. 40. “Nos reunimos, Padre, hoy” Himnos, Nº 115;

véase también 3 Nefi 11:11; Doctrina y Convenios 19:18–19.

41. Mateo 26:42. 42. Véase Doctrina y Convenios 76:107;

88:106; 133:50. 43. “¿Dónde hallo el solaz?”, Himnos, Nº 69. 44. Salmos 121:4. 45. Doctrina y Convenios 84:88. 46. Isaías 40:31. 47. Mateo 26:42.

75N o v i e m b r e d e 2 0 1 1

prueba que les ayudará a determinar la verdadera naturaleza de este libro. Pregúntense si los siguientes pasajes del Libro de Mormón los acercan más a Dios o al diablo:

“Deleitaos en las palabras de Cristo; porque he aquí, las palabras de Cristo os dirán todas las cosas que debéis hacer” (2 Nefi 32:3).

O estas palabras de un amoroso padre a su hijo: “Y ahora bien, recor-dad, hijos míos, recordad que es sobre la roca de nuestro Redentor, el cual es Cristo, el Hijo de Dios, donde debéis establecer vuestro fundamento” (Helamán 5:12).

O éstas de un profeta: “…venid a Cristo, y perfeccionaos en él” (Moroni 10:32).

¿Sería posible que estas declaracio-nes del Libro de Mormón las hubiese escrito el maligno? Después de que Cristo echó fuera ciertos demonios, los fariseos afirmaron que Él lo había hecho “…por Beelzebú, príncipe de los demonios”. El Salvador respon-dió que esa conclusión era absurda: “Todo reino”, dijo Él, “dividido contra sí mismo es asolado; y toda… casa dividida contra sí misma no perma-necerá”. Y luego, Su concluyente punto culminante: “Y si Satanás echa fuera a Satanás, contra sí mismo está dividido; ¿cómo, pues, permanecerá su reino?” (Mateo 12:24–26; cursiva agregada).

Si las Escrituras del Libro de Mor-món que mencioné nos enseñan a adorar, a amar y a servir al Salvador, lo cual hacen, ¿cómo pueden venir del diablo? Si fuera así, él estaría dividido contra sí mismo y, por tanto, estaría destruyendo su propio reino; preci-samente la misma condición que el Salvador dijo que no podía existir. La lectura sincera y objetiva del Libro de Mormón llevará a cualquier persona a la misma conclusión que llegó mi

tatarabuelo, es decir: “El diablo no pudo haberlo escrito; debe ser de Dios”.

Pero, ¿por qué es tan esencial el Libro de Mormón si ya tenemos la Biblia para que nos enseñe acerca de Jesucristo? ¿Se han preguntado alguna vez por qué hay tantas iglesias cristia-nas en el mundo hoy cuando extraen sus doctrinas esencialmente de la misma Biblia? Es porque interpretan la Biblia de manera diferente. Si la interpretaran de la misma manera, se-ría la misma iglesia. Esa situación no es lo que el Señor desea; el apóstol Pablo declaró que hay “un Señor, una fe, un bautismo” (Efesios 4:5). A fin de lograr esa unidad, el Señor estableció la ley divina de los testigos. Pablo enseñó: “Por boca de dos o de tres testigos se establecerá toda palabra” (2 Corintios 13:1).

La Biblia es un testigo de Jesucristo; el Libro de Mormón es otro. ¿Por qué es tan crítico este segundo testigo? La siguiente ilustración puede ayu-dar: ¿Cuántas líneas rectas se pueden dibujar que atraviesen el mismo punto en una hoja de papel? La respuesta es: infinitas. Imaginen por un momento que ese punto represente la Biblia y que cientos de esas líneas que lo atraviesan representan diferentes inter-pretaciones de la Biblia; y cada una de esas interpretaciones representa una iglesia distinta.

¿Pero qué pasa si en esa hoja de papel hay un segundo punto que re-presente al Libro de Mormón? ¿Cuán-tas líneas rectas se pueden dibujar entre esos dos puntos de referencia, la Biblia y el Libro de Mormón? Sólo una. Sólo una interpretación de la doctrina de Cristo subsiste con el testimonio de estos dos testigos.

Una y otra vez el Libro de Mormón actúa como un testigo confirma-dor, clarificador y unificador de las doctrinas que enseña la Biblia, a fin de que haya sólo “un Señor, una fe, un bautismo”. Por ejemplo: algunas personas están confundidas en cuanto a si el bautismo es esencial para la salvación, aun cuando el Salvador le declaró a Nicodemo: “el que no na-ciere de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios” ( Juan 3:5). No obstante, el Libro de Mormón elimina toda duda en cuanto al tema: “Y él manda a todos los hombres que se arrepientan y se bauticen en su nombre… o no pueden ser salvos en el reino de Dios” (2 Nefi 9:23).

Existen varios modos de bautizar en el mundo hoy día, a pesar de que la Biblia nos dice la manera en la que el Salvador, nuestro gran Ejemplo, se bautizó: “[Él] subió inmediatamente del agua” (Mateo 3:16). ¿Podría haber subido del agua a menos que primero se sumergiera en ella? Si hubiera cual-quier tipo de desacuerdo en cuanto

76 L i a h o n a

al tema, el Libro de Mormón lo disipa con esta sencilla declaración de doc-trina en cuanto a la manera apropiada del bautismo: “Y entonces los sumer-giréis en el agua, y saldréis del agua” (3 Nefi 11:26).

Muchos creen que la revelación terminó con la Biblia, aun cuando la Biblia misma es un testimonio del patrón de revelación que Dios estableció a lo largo de 4.000 años de la existencia del hombre. Pero, una doctrina incorrecta como ésta es como la ficha de dominó que se empuja y causa la caída de todas las otras, o en este caso, la caída de las doctrinas correctas. Creer que la revelación ha cesado causa que la doctrina de que “Dios es el mismo ayer, hoy y para siempre” (Mormón 9:9) se desmorone; causa que la doctrina que enseñó Amós de que “…no hará nada Jehová el Señor sin que revele su secreto a sus siervos los profetas” (Amós 3:7) caiga; y hace que se derrumbe la doctrina de que “Dios no hace acepción de personas” (Hechos 10:34) y que, por lo tanto, habla a todos los hombres de todas las épocas. Afortunadamente, el Libro de Mormón restaura la verdad bíblica de la revelación continua:

“Y también os hablo a vosotros

que negáis las revelaciones de Dios y decís que ya han cesado, que no hay revelaciones…

“¿no leemos que Dios es el mismo ayer, hoy y para siempre?” (Mormón 9:7, 9).

En otras palabras, si Dios, que no cambia, habló en tiempos antiguos, hará lo mismo en tiempos modernos.

La lista de confirmaciones y acla-raciones doctrinales sigue y sigue, pero ninguna es más poderosa ni conmovedora que las disertaciones del Libro de Mormón en cuanto a la expiación de Jesucristo. ¿Les gustaría tener grabada en su alma una confirmación innegable de que el Salvador descendió debajo de nuestros pecados, de que no hay pecado ni dificultad mortal que Su expiación no alcance y de que para cada una de sus dificultades Él tiene un remedio de un poder sanador superior? Entonces, lean el Libro de Mormón. Les enseñará y testificará que la expiación de Cristo es infi-nita, porque circunscribe, abarca y trasciende toda flaqueza mortal que el hombre conoce. Es por eso que el profeta Mormón declaró: “[tendréis] esperanza, por medio de la expia-ción de Cristo” (Moroni 7:41).

No es de sorprenderse entonces

que el Libro de Mormón proclame con audacia: “Y si creéis en Cristo, creeréis en estas palabras, porque son las pa-labras de Cristo” (2 Nefi 33:10). Junto con la Biblia, el Libro de Mormón es un testigo indispensable de las doctri-nas de Cristo y de Su divinidad. Junto con la Biblia, “…[enseña] a todos los hombres que deben hacer lo bueno” (2 Nefi 33:10); y junto con Biblia, nos lleva a “un Señor, una fe, un bau-tismo”. Ésa es la razón por la cual el Libro de Mormón es tan esencial en nuestra vida.

Hace algunos años, asistí a uno de nuestros servicios de adoración en Toronto, Canadá. En ella discursó una joven de 14 años. Dijo que había estado hablando de religión con una de sus amigas en la escuela. Su amiga le preguntó: “¿De qué religión eres?”.

A lo que contestó: “Soy de La Igle-sia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, o mormona”.

“Conozco esa iglesia y sé que no es verdadera”, le dijo su amiga.

“¿Cómo lo sabes?”, le preguntó.“Porque la he investigado”,

respondió.“¿Leíste el Libro de Mormón?”“No, no lo leí”, le dijo.A lo que la dulce jovencita res-

pondió: “Entonces no has investigado mi Iglesia, porque yo he leído cada página del Libro de Mormón y sé que es verdadero”.

Yo también he leído cada página del Libro de Mormón, una y otra vez; y expreso mi solemne testimonio, al igual que mi tatarabuelo, que es de Dios. En el nombre de Jesucristo. Amén. ◼

NOTAS 1. Véase Willard Richards, en LeGrand

Richards, Una obra maravillosa y un prodigio, 1983, pág. 78.

2. C. S. Lewis, citado por el élder Jeffrey R. Holland, “¿Falso o Verdadero?”, Liahona, junio de 1996, pág. 48.

Jundiaí, Brasil

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No hay palabras para describir la ocasión sagrada en que un padre sostiene en brazos a su

pequeña niñita por primera vez. Este año tres de nuestros hijos se convirtie-ron en padres de niñas. Al observar a nuestro robusto y fornido hijo jugador de rugby, Jon, con su primera bebita en brazos, noté que la miraba con ternura reverencial y luego me miró a mí con una expresión que parecía decir: “¿Cómo se cría a una niña?”.

Esta mañana me gustaría hablarles a nuestros hijos y a todos los padres. ¿Cómo puede un padre criar a una hija feliz y equilibrada en un mundo cada vez más tóxico? Los profetas del Señor enseñaron la respuesta; es una respuesta simple, y verdadera: “Lo más importante que un padre puede hacer por [su hija] es amar a la madre de [ella]” 1. Por medio de la forma en que amen a la mamá de ella, enseñarán a su hija en cuanto a la ternura, la leal-tad, el respeto, la compasión y la devo-ción. Ellas aprenderán de su ejemplo sobre lo que deben esperar de un jovencito y qué cualidades buscar en un futuro esposo. Pueden mostrar a su hija, mediante la manera en que amen y honren a su esposa, que ella nunca debe conformarse con menos. El ejemplo de ustedes enseñará a su hija

a valorar el ser mujer; ustedes le están mostrando que es una hija de nuestro Padre Celestial, y que Él la ama.

Amen a la madre de ella tanto que su matrimonio sea celestial. Un matri-monio en el templo por el tiempo de esta vida y toda la eternidad merece que ustedes hagan su mayor esfuerzo y que le den la máxima prioridad. Fue sólo después de que Nefi había termi-nado el templo en el desierto que dijo: “Y… vivimos de una manera feliz” 2. La “manera feliz” se halla en el templo; es guardar los convenios. No dejen que ninguna influencia entre en su vida ni en su hogar que causaría que compro-metan sus convenios o su compromiso con su esposa y su familia.

En la organización de las Mujeres

Jóvenes estamos ayudando a su hija a entender su identidad como hija de Dios, y la importancia de permanecer virtuosa y digna de recibir las bendi-ciones del templo y de un matrimonio en el templo. Le enseñamos a su hija la importancia de realizar y mantener convenios sagrados; le enseñamos a comprometerse ahora a vivir de modo tal que siempre sea digna de entrar en el templo y que no permita que nada la retrase, distraiga o descalifique para lograr esa meta. El ejemplo de ustedes, como padres, habla más fuerte que nuestras significativas palabras. Las jo-vencitas se preocupan por sus padres. Muchas de ellas expresan que su ma-yor deseo es estar unidas eternamente como familia. Quieren que ustedes estén allí cuando ellas vayan al templo o se casen en el templo. Manténganse cerca de su hija y ayúdenla a prepa-rarse y a permanecer digna de entrar en el templo. Cuando cumpla 12 años, llévenla con ustedes al templo con frecuencia para efectuar bautismos por sus antepasados y por otras personas; siempre atesorará esos recuerdos.

La cultura popular de hoy en día trata de menoscabar y degradar su rol eterno como patriarca y como padre, y de minimizar sus responsabilidades más importantes. Esas responsabilida-des se les han concedido “por desig-nio divino” y el padre debe “presidir [su] familia con amor y rectitud, y es responsable de proveer las cosas ne-cesarias de la vida para su familia y de proporcionarle protección” 3.

Padres, ustedes son los guardia-nes de sus hogares, de su esposa y de sus hijos. En la actualidad “no es fácil proteger a nuestra familia contra las intrusiones del maligno en [sus] mentes y sus espíritus… Esas influen-cias pueden y se filtran libremente en el hogar. Satanás es muy astuto; no necesita derrumbar la puerta” 4.

Por Elaine S. DaltonPresidenta General de las Mujeres Jóvenes

Amar a su madre¿Cómo puede un padre criar a una hija feliz y equilibrada en un mundo cada vez más tóxico? Los profetas del Señor enseñaron la respuesta.

78 L i a h o n a

Padres, ustedes deben ser los guar-dianes de la virtud. “Un poseedor del sacerdocio es virtuoso. El ser virtuoso supone que sus pensamientos [son] pu-ros y sus acciones limpias… La virtud [es]… una cualidad de la divinidad… que está emparentada con la santidad” 5. Los valores de las Mujeres Jóvenes son atributos cristianos que incluyen el valor de la virtud. Ahora les pedimos que se unan a nosotros para conducir al mundo de regreso a la virtud. Para hacerlo, tienen que “practicar la virtud y la santidad” 6 eliminando de su vida todo lo que sea maligno e incoherente con alguien que posee el sagrado sacer-docio de Dios. “Deja que la virtud enga-lane tus pensamientos incesantemente; entonces tu confianza se fortalecerá en la presencia de Dios; y… el Espíritu Santo será tu compañero constante” 7. Por lo tanto, tengan cuidado con lo que miren en los medios de entretenimiento o impresos. La virtud personal de ustedes será un modelo para sus hijas, y también para sus hijos, de lo que es la verdadera fortaleza y valor moral. Al ser guardianes de la virtud en sus propias vidas, en su hogar y en la vida de sus hijos, mostrarán a su esposa e hija lo que es el verdadero amor; la pureza personal de ustedes les dará poder.

Ustedes son los guardianes de su hija en más que el sentido legal. Estén pre-sentes en la vida de ella; háganle saber cuáles son las normas de ustedes, sus expectativas, sus esperanzas y sueños para el éxito y felicidad de ellas. Tengan entrevistas con ella, conozcan a sus amigos y, cuando llegue el momento, a

sus enamorados. Ayúdenla a entender la importancia de una preparación acadé-mica; ayúdenla a entender que el prin-cipio de la modestia es una protección; y ayúdenla a escoger música y otros medios de comunicación que inviten al Espíritu y que estén en armonía con su identidad divina. Sean parte activa en la vida de ella y, si en sus años de la ado-lescencia no vuelve a casa a la hora que debe de una cita, vayan a buscarla. Ella se resistirá y les dirá que arruinaron su vida social, pero en su interior sabrá que la aman y que se interesan lo suficiente por ella para ser su guardián.

Ustedes no son hombres comunes y corrientes. Debido a su valentía en la esfera premortal, calificaron para ser lí-deres y poseer el poder del sacerdocio. Allí “[escogieron] el bien” y ejercieron “una fe sumamente grande”, y están aquí ahora para hacer lo mismo8. El sacerdocio que poseen los distingue de los demás.

En unas semanas, nuestros tres hijos habrán dado a sus niñitas un nombre y una bendición. Espero que ésa sea la primera de muchas bendiciones del sacerdocio que reciban de sus padres, porque en el mundo en que crecerán, necesitarán esas bendiciones. Su hija atesorará el sacerdocio y determinará en su corazón de que eso es lo que quiere para su futuro hogar y familia. Siempre recuerden “que los derechos del sacer-docio están inseparablemente unidos a los poderes del cielo” y que no pueden “ser gobernados… sino conforme a los principios de la rectitud” 9.

Padres, ustedes son el héroe de

su hija. Mi padre era mi héroe. Todas las noches esperaba en la entrada de nuestra casa que volviera del trabajo. Él me alzaba y me hacía girar en el aire y me dejaba pararme encima de sus zapatos grandes y entonces me llevaba bailando hacia adentro. Me en-cantaba el reto de tratar de seguir cada uno de sus pasos; y todavía lo hago.

¿Sabían que el testimonio de ustedes tiene una poderosa influencia en su hija? Yo sabía que mi padre tenía un testimonio; sabía que amaba al Señor; y debido a que mi padre amaba al Señor, yo también lo amaba. Sabía que se interesaba por las viudas porque utilizó sus vacaciones para pintar la casa de la viuda que vivía al lado de nuestra casa. ¡Para mí fueron las mejores vacaciones que tuvimos, porque me enseñó a pin-tar! Ustedes bendecirán la vida de su hija en años futuros si buscan maneras de pasar tiempo con ella y de compar-tir su testimonio.

En el Libro de Mormón, Abish se convirtió porque su padre compartió con ella su increíble visión. Por muchos años después guardó su testimonio en el corazón y vivió rectamente en una sociedad muy inicua. Entonces llegó el momento cuando ya no podía con-tenerse y corrió de casa en casa para compartir su testimonio y los milagros de los cuales había sido testigo en la corte del rey. El poder de la conversión y el testimonio de Abish fue instru-mental para cambiar una sociedad completa. Quienes la oyeron testificar llegaron a ser un pueblo que “fueron [convertidos] al Señor, [y] nunca más se desviaron”, ¡y sus hijos fueron los dos mil jóvenes guerreros! 10.

Como dice el himno “Levantaos, hombres de Dios” 11, éste es un llamado a ustedes, los hombres que poseen el santo sacerdocio de Dios. Que de ustedes se pueda decir lo que se dijo del capitán Moroni:

79N o v i e m b r e d e 2 0 1 1

Élder Hales, en nombre de todos, le expreso nuestro profundo amor y lo agradecido que estamos de

que esté aquí esta mañana.Desde la pasada conferencia gene-

ral de abril, mis pensamientos se han centrado reiteradamente en el tema de la importancia de un nombre. En los últimos meses, varios bisnietos han llegado a nuestra familia. Aunque parece que vinieran más rápido de lo que puedo contar, cada hijo cons-tituye una adición a nuestra familia que es bien recibida. A cada uno se le ha dado un nombre especial que han elegido los padres de él o ella, un nombre para ser reconocido durante toda su vida y que los distinga de los demás. Esto es un hecho en todas las familias y también lo es entre las religiones del mundo.

El Señor Jesucristo sabía cuán im-portante era otorgarle claramente un nombre a Su Iglesia en estos últimos días. En la sección 115 de Doctrina y Convenios, Él mismo le da el nombre a la Iglesia: “…porque así se llamará mi iglesia en los postreros días, a saber, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días” (versículo 4).

Y el rey Benjamín enseñó a su pue-blo en la época del Libro de Mormón:

“…quisiera que tomaseis sobre vosotros el nombre de Cristo, todos vosotros que habéis hecho convenio con Dios de ser obedientes hasta el fin de vuestras vidas…

“Y quisiera que también recor-daseis que éste es el nombre que dije que os daría, el cual nunca sería borrado, sino por transgresión; por tanto, tened cuidado de no transgredir, para que el nombre no sea borrado de vuestros corazones” (Mosíah 5:8, 11).

Tomamos el nombre de Cristo sobre nosotros en las aguas del bau-tismo. Renovamos el efecto de ese bautismo cada semana al participar de la Santa Cena, manifestamos así nues-tra voluntad de tomar Su nombre so-bre nosotros y prometemos recordarlo siempre (véase D. y C. 20:77, 79).

¿Nos percatamos de lo bendecidos que somos por tomar sobre nosotros el nombre del Hijo Amado y Uni-génito de Dios? ¿Comprendemos la trascendencia de ello? El nombre del Salvador es el único nombre debajo del cielo por el cual el hombre puede salvarse (véase 2 Nefi 31:21).

Por el élder M. Russell BallardDel Quórum de los Doce Apóstoles

La importancia de un nombreAdquiramos el hábito… de dejar claro que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es el nombre por el que el Señor ha ordenado que se nos conozca.

“…[era] un hombre fuerte y pode-roso, un hombre de un entendimiento perfecto… un hombre firme en la fe de Cristo…

“Si todos los hombres hubieran sido, y fueran y pudieran siempre ser como Moroni, he aquí, los poderes mismos del infierno se habrían sacu-dido para siempre… el diablo jamás tendría poder sobre el corazón de los hijos de los hombres” 12.

Hermanos, padres, hombres jóve-nes: “Sean leales a su realeza interior” 13.

Entonces, ¿cómo crían a una niña?: amen a su madre. Conduzcan a su familia al templo, sean guardianes de la virtud y magnifiquen su sacerdocio. Padres, a ustedes se les han confiado las hijas de naturaleza real de nuestro Padre Celestial; ellas son virtuosas y electas. Es mi oración que velen por ellas, las fortalezcan, sean ejemplos de un comportamiento virtuoso y les enseñen a andar en los pasos del Sal-vador, porque ¡Él vive! En el nombre de Jesucristo. Amén. ◼

NOTAS 1. Presidente David O. McKay, en Theodore

Hesbourgh, Reader’s Digest, enero de 1963, pág. 25; véase también Richard Evans’ Quote Book, 1971, pág. 11.

2. 2 Nefi 5:27. 3. Véase “La Familia: Una Proclamación para

el Mundo”, Liahona, noviembre de 2010, pág. 129.

4. A. Theodore Tuttle, “The Role of Fathers”, Ensign, enero de 1974, pág. 67.

5. Ezra Taft Benson, “Las características divinas del Maestro”, Liahona, enero de 1987, pág. 47.

6. Doctrina y Convenios 46:33. 7. Doctrina y Convenios 121:45, 46. 8. Alma 13:3; véase también el versículo 2. 9. Doctrina y Convenios 121:36. 10. Alma 23:6; véase también Alma 19:16–17;

53:10–22. 11. “Rise Up, O Men of God”, (“Levantaos,

hombres de Dios”, traducción libre), Hymns, Nº 323.

12. Alma 48:11, 13, 17. 13. Harold B. Lee, “Be Loyal to the Royal

within You,” en Speeches of the Year: BYU Devotional and Ten-Stake Fireside Addresses 1973, 1973, pág. 101.

80 L i a h o n a

Como recordarán, el presidente Boyd K. Packer habló de la impor-tancia del nombre de la Iglesia en la conferencia general de abril pasada. Explicó que: “Obedientes a la reve-lación, nos llamamos La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días en lugar de la Iglesia Mormona” (“Guiados por el Santo Espíritu”, Liahona, mayo de 2011, pág. 30).

Debido a que el nombre completo de la Iglesia es tan importante, hago eco de las revelaciones de las Escri-turas, de las instrucciones que dio la Primera Presidencia en las cartas de 1982 y 2001, y de las palabras de los demás apóstoles que han animado a los miembros de la Iglesia a ser firmes y enseñar al mundo que la Iglesia es conocida por el nombre del Señor Jesucristo. Ése es el nombre por el que el Señor nos llamará en el último día; es el nombre por el que Su Iglesia se distinguirá de todas las demás.

He pensado mucho sobre la razón por la que el Salvador le dio un nombre de once palabras a Su Iglesia restaurada. Parece largo, pero si lo consideramos una reseña descriptiva de lo que es la Iglesia, de repente se vuelve maravillosamente breve,

sencillo y preciso. ¿Cómo podría una descripción ser más directa y clara, y aun así expresarse en tan pocas palabras?

Cada palabra es aclaratoria e indispensable. La palabra La indica la posición única de la Iglesia restaurada entre las religiones del mundo.

Las palabras Iglesia de Jesucristo declaran que ésta es Su Iglesia. En el Libro de Mormón, Jesús enseñó: “¿Y cómo puede ser mi iglesia salvo que lleve mi nombre? Porque si una iglesia lleva el nombre de Moisés, entonces es la iglesia de Moisés; o si se le da el nombre de algún hombre [como Mormón], entonces es la igle-sia de ese hombre; pero si lleva mi nombre, entonces es mi iglesia, si es que están fundados sobre mi evange-lio” (3 Nefi 27:8);

de los Santos significa que sus miembros lo siguen a Él y se esfuer-zan por hacer Su voluntad, guardar Sus mandamientos y prepararse una vez más para vivir con Él y nuestro Padre Celestial en el futuro. “Santos” sencillamente se refiere a aquellos que procuran santificar su vida me-diante el convenio de seguir a Cristo;

de los Últimos Días explica que es

la misma Iglesia que Jesucristo esta-bleció durante Su ministerio terrenal, pero restaurada en estos últimos días. Sabemos que hubo un desvío, o una apostasía, que requirió la Restaura-ción de Su Iglesia verdadera y total en nuestra época.

El nombre que el Salvador ha otor-gado a Su Iglesia nos indica exacta-mente lo que somos y lo que creemos. Creemos que Jesucristo es el Salvador y el Redentor de todo el mundo. Él expió los pecados de todos los que se arrepienten, rompió las ligaduras de la muerte y trajo la resurrección de los muertos. Seguimos a Jesucristo. Como dijo el rey Benjamín a su pueblo, así mismo reitero a todos nosotros, que “os acordaseis de conservar siempre escrito [Su] nombre en vuestros cora-zones” (Mosíah 5:12).

Se nos pide que seamos testigos de Él “en todo tiempo, y en todas las cosas y en todo lugar” (Mosíah 18:9). Eso significa que tenemos que estar dispuestos a hacer saber a los demás a quién seguimos y a la Iglesia de quién pertenecemos: La Iglesia de Jesucristo. Sin dudas, queremos hacer eso con un espíritu de amor y testimonio. Que-remos seguir al Salvador declarando con sencillez y claridad, y a la vez con humildad, que somos miembros de Su Iglesia. Lo seguimos al ser Santos de los Últimos Días, discípulos de los últimos días.

Se le suelen dar apodos a las personas y a las organizaciones. Un apodo puede ser la forma abreviada de un nombre o puede derivar de un acontecimiento o de alguna característica física o de otro tipo. Aunque los apodos no tienen el mismo estatus ni significado que los nombres reales, se pueden utilizar adecuadamente.

La Iglesia del Señor, tanto en tiempos antiguos como modernos,

81N o v i e m b r e d e 2 0 1 1

ha tenido apodos. A los santos de la época del Nuevo Testamento se les llamó cristianos porque profesaban la creencia en Jesucristo. Ese nombre, primero utilizado en forma despec-tiva por sus detractores, es ahora un nombre de distinción, y nos sentimos honrados de ser llamados una Iglesia cristiana.

A nuestros miembros se les ha llamado mormones porque creemos en el Libro de Mormón: Otro Testa-mento de Jesucristo. Otras personas podrían tratar de utilizar la palabra mormón más ampliamente para incluir y referirse a aquellos que han abandonado la Iglesia y han formado varios grupos disidentes. El utilizarla de esta manera sólo lleva a la confu-sión. Agradecemos el esfuerzo que hacen los medios de comunicación por abstenerse de utilizar la palabra mormón en una forma que cause que el público en general confunda a la Iglesia con grupos polígamos u otros grupos fundamentalistas. Permítanme declarar claramente que ningún grupo polígamo, incluso los que se hacen llamar mormones fundamentalistas u otro derivado de nuestro nombre, tiene afiliación alguna con La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

Aunque mormón no es el nombre completo ni correcto de la Iglesia, y aunque nos lo hayan dado original-mente nuestros detractores durante los primeros años de persecución, se ha convertido en un apodo aceptable cuando se aplica a los miembros en lugar de la institución. No tenemos que dejar de usar el nombre mormón, cuando sea adecuado, pero debemos seguir haciendo hincapié en el nom-bre completo y correcto de la Iglesia. En otras palabras, debemos evitar y desalentar el uso del término “Iglesia mormona”.

A lo largo de los años, al desem-peñar mis asignaciones en todo el mundo, me han preguntado mu-chas veces si pertenezco a la Iglesia mormona. Mi respuesta ha sido: “Soy miembro de la Iglesia de Jesucristo. Debido a que creemos en el Libro de Mormón; que lleva el nombre de un antiguo profeta y líder americano, y que es otro testamento de Jesucristo; a veces nos dicen mormones”. En todo caso esa respuesta ha sido bien recibida y, de hecho, me ha brindado muchas oportunidades para explicar la Restauración de la plenitud del Evangelio en estos últimos días.

Hermanos y hermanas, piensen en la influencia que podemos ejercer si sencillamente respondemos em-pleando el nombre completo de la Iglesia como el Señor ha declarado que debemos hacerlo; y si no pueden usar de inmediato el nombre com-pleto, por lo menos digan: “Perte-nezco a la Iglesia de Jesucristo” y luego expliquen “de los Santos de los Últimos Días”.

Algunos se preguntarán: ¿y qué hay de los sitios en internet tales como Mormon .org y de las campañas de difusión que puso en marcha la

Iglesia? Como lo he dicho, a veces es adecuado referirse a los miembros en forma colectiva como mormones. De forma práctica, los que están fuera de nuestra fe llegan a nosotros por medio de la búsqueda de ese término. Pero una vez que abren Mormon .org, se ex-plica el nombre correcto de la Iglesia en la página principal y así aparece en cada página adicional del sitio. No es muy práctico esperar que la gente es-criba el nombre completo de la Iglesia cuando nos estén buscando o al entrar en nuestro sitio web.

Si bien estos aspectos prácticos pueden continuar, no deben impedir a los miembros emplear el nombre completo de la Iglesia siempre que sea posible. Adquiramos el hábito en nuestra familia, en las actividades de la Iglesia y en nuestras interacciones diarias dejar claro que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es el nombre por el que el Señor ha ordenado que se nos conozca.

Una encuesta reciente indicó que demasiadas personas todavía no en-tienden correctamente que el término mormón se refiere a los miembros de nuestra Iglesia, y la mayoría de las personas todavía no están seguras si

82 L i a h o n a

Mis queridos hermanos y her-manas, hemos escuchado muy buenos mensajes esta mañana

y felicito a cada uno de los que han participado. En particular, estamos encantados de tener al élder Robert D. Hales con nosotros otra vez y que se sienta mejor. Te amamos Bob.

Al meditar sobre lo que quería decirles esta mañana, he sentido la impresión de compartir ciertas ideas y sentimientos que considero perti-nentes y oportunos. Ruego que sea guiado en mis palabras.

Yo ya he vivido en la tierra por 84 años. Para darles una perspectiva, nací el mismo año que Charles Lindbergh piloteó solo el primer vuelo de Nueva York a París en un monoplano de un solo motor y un solo asiento. Mucho ha cambiado desde entonces en estos 84 años. Ya hace mucho que el hom-bre ha ido y regresado de la luna. De hecho, la ciencia ficción del pasado se ha convertido en la realidad de hoy. Y esa realidad, gracias a la tecnolo-gía de nuestros días, está cambiando tan rápido que apenas podemos

mantenernos al día con ella, si es que lo logramos. Para quienes recordamos los teléfonos en que había que discar y las máquinas de escribir manuales, la tecnología de hoy es más que sólo sorprendente.

También las normas morales de la sociedad han cambiado a gran velo-cidad. Comportamientos que antes se consideraban inapropiados e inmo-rales ahora no sólo se toleran sino que incluso, muchísimas personas las consideran aceptables.

Recientemente leí en el Wall Street Journal un artículo de Jonathan Sacks, el rabino principal de Gran Bretaña. Entre otras cosas él escribe: “En prácticamente toda sociedad occiden-tal hubo una revolución moral en la década de los años 60, un abandono de toda su ética tradicional de auto-control. Los Beatles cantaban: ‘Todo lo que necesitas es amor’. Se desechó el código moral judeocristiano y en su lugar surgió [el dicho]: [Haz] lo que sea que a ti te venga bien. Los diez mandamientos se volvieron a escribir como las Diez Sugerencias Creativas”.

Por el presidente Thomas S. Monson

Permaneced en lugares santosLa comunicación con nuestro Padre Celestial, incluso nuestras oraciones hacia Él y Su inspiración para con nosotros, es necesaria a fin de superar las tormentas y las pruebas de la vida.

los mormones son cristianos. Incluso cuando leen acerca de la labor de nuestras Manos que Ayudan en todo el mundo en respuesta a huracanes, terremotos, inundaciones y ham-brunas, no asocian nuestra ayuda humanitaria con nosotros como una organización cristiana. Seguramente sería más fácil para ellos comprender que creemos y seguimos al Salvador si nos refiriésemos a nosotros mis-mos como miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. De esta manera, los que oigan el nombre mormón relacionarán esa palabra con nuestro nombre revelado y con la gente que sigue a Jesucristo.

Como la Primera Presidencia soli-citó en su carta del 23 de febrero de 2001: “…el uso del nombre revelado, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días…, adquiere cada vez más importancia en la respon-sabilidad que tenemos de proclamar el nombre del Salvador por todo el mundo. Por consiguiente, pedimos que cuando hagamos referencia a la Iglesia utilicemos su nombre completo siempre que sea posible”.

En 1948, en la conferencia gene-ral de octubre, el presidente George Albert Smith dijo: “Hermanos y her-manas, cuando salgan de aquí, se re-lacionarán con varias denominaciones del mundo, pero recuerden que sólo hay una Iglesia en todo el mundo que por mandato divino lleva el nombre de Jesucristo nuestro Señor” (en Conference Report, octu-bre de 1948, pág. 167).

Hermanos y hermanas, que tam-bién nosotros recordemos eso al salir de la conferencia hoy. Que se escu-che nuestro testimonio de Él y que el amor que tenemos por Él siempre per-manezca en nuestro corazón, lo ruego humildemente en Su nombre, el Señor Jesucristo. Amén. ◼

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El rabino Sacks continúa con pesar:“Hemos dilapidado nuestro capital

moral con el mismo abandono impru-dente que hemos derrochado nuestro capital económico…

“Hay muchas partes [del mundo] donde la religión es algo del pasado y no existe una voz compensatoria a la cultura de cómpralo, gástalo, úsalo y haz alarde de ello, porque te lo me-reces. El mensaje es que la moralidad está pasada de moda, la conciencia es para los débiles y el único mandato preponderante es: ‘No permitirás que te descubran’” 1.

Mis hermanos y hermanas, esto, lamentablemente, describe gran parte del mundo que nos rodea. ¿Retorce-mos las manos en desesperación y nos preguntamos cómo sobrevivire-mos en un mundo como éste? No; tenemos el evangelio de Jesucristo en nuestras vidas y sabemos que la moralidad no está pasada de moda, que nuestra conciencia está allí para guiarnos y que somos responsables por nuestras acciones.

Aunque el mundo haya cambiado, las leyes de Dios permanecen cons-tantes; no han cambiado; no cam-biarán. Los Diez Mandamientos son exactamente eso: mandamientos; no son sugerencias. Son un requisito en todos los aspectos hoy como lo fueron cuando Dios se los dio a los hijos de Israel. Si sólo escuchamos, oiremos el eco de la voz de Dios hablándonos aquí y ahora:

“No tendrás dioses ajenos delante de mí.

“No te harás imagen… de cosa alguna…

“No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano…

“Acuérdate del día del reposo para santificarlo…

“Honra a tu padre y a tu madre…“No matarás.

“No cometerás adulterio.“No hurtarás.“No dirás… falso testimonio.“No codiciarás…” 2.Nuestro código de conducta es de-

finitivo; no es negociable. Se encuen-tra no sólo en los Diez Mandamientos sino también en el Sermón del Monte que el Señor nos dio cuando vivía so-bre la tierra. Se encuentra a lo largo de Sus enseñanzas; se encuentra en las palabras de la revelación moderna.

Nuestro Padre en los Cielos es el mismo ayer, hoy y para siempre. El profeta Mormón nos dice que Dios “es inmutable de eternidad en eterni-dad” 3. En este mundo donde casi todo parece estar cambiando, Su constancia es algo de lo cual podemos depender, un ancla a la cual podemos soste-nernos con firmeza y estar seguros, para que no seamos arrastrados hacia aguas desconocidas.

A veces puede parecerles que las personas del mundo disfrutan mucho más que ustedes. Algunos quizás se sientan restringidos por el código de conducta al cual nos adherimos en la Iglesia. No obstante, mis hermanos y hermanas, yo les declaro que no hay nada que traiga mayor gozo a nuestra vida ni más paz a nuestra alma que el Espíritu que podemos recibir al seguir

al Salvador y guardar los manda-mientos. Ese Espíritu no puede estar presente en el tipo de actividades en las que participan tantas personas del mundo. El apóstol Pablo declaró la verdad: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” 4. El término el hombre natural puede referirse a cualquiera de nosotros si permitimos que lo sea.

Debemos estar atentos en un mundo que se ha alejado tanto de lo que es espiritual. Es esencial que rechacemos cualquier cosa que no se ajuste a nuestras normas, negándonos, en el proceso, a renunciar a lo que más deseamos: la vida eterna en el reino de Dios. Las tormentas aún nos azotarán en ocasiones, porque son una parte inevitable de nuestra exis-tencia en la mortalidad. Sin embargo, nosotros estaremos mucho mejor preparados para afrontarlas, aprender de ellas y sobrellevarlas si tenemos el Evangelio como centro de nuestra vida y el amor del Salvador en nuestro corazón. El profeta Isaías declaró: “Y el efecto de la rectitud será paz; y el resultado de la rectitud, reposo y seguridad para siempre” 5.

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Como medio para estar en el mundo pero no ser del mundo, es necesario que nos comuniquemos con el Padre Celestial por medio de la oración. Él quiere que lo hagamos; Él contestará nuestras oraciones. Como se registra en 3 Nefi 18, el Salvador nos amonestó a: “…velar y orar siem-pre, no sea que entréis en tentación; porque Satanás desea poseeros…

“Por tanto, siempre debéis orar al Padre en mi nombre;

“y cualquier cosa que pidáis al Padre en mi nombre, si es justa, cre-yendo que recibiréis, he aquí, os será concedida” 6.

Obtuve mi testimonio del poder de la oración cuando tenía unos doce años. Había trabajado arduamente para ganar dinero y había podido ahorrar cinco dólares. Eso fue durante la Gran Depresión, cuando cinco dó-lares eran una suma considerable de dinero, en especial para un niño de 12 años. Le di a mi padre todas mis mo-nedas, un total de cinco dólares, y él me dio un billete de cinco. Sé que ha-bía planeado comprar algo específico con los cinco dólares, pero después de todos estos años no recuerdo lo que era; sólo recuerdo lo importante que el dinero era para mí.

En esa época no teníamos una má-quina de lavar ropa; así que mi madre mandaba la ropa sucia a la lavandería todas las semanas. Después de un par

de días, nos devolvían una pila de lo que nosotros llamábamos “ropa mo-jada”, y mi madre colgaba las prendas en la cuerda del patio del fondo para que se secaran.

Había puesto mi billete de cinco dólares en el bolsillo de mis pantalo-nes. Como quizás se imaginen, mamá los envió a la lavandería con el billete adentro. Cuando me di cuenta de lo que había pasado, estaba deses-perado. Sabía que en la lavandería siempre revisaban los bolsillos antes de lavar la ropa. Si no encontraban y sacaban el dinero de mi bolsillo en ese momento, sabía que era casi se-guro que se caería del bolsillo al lavar el pantalón y que un empleado de la lavandería se quedaría con él porque no sabría a quién devolvérselo, aun cuando quisiera hacerlo. Las posibili-dades de recuperar mis cinco dólares eran muy remotas, hecho que mi ma-dre confirmó cuando le dije que había dejado el billete en mi bolsillo.

Yo quería el dinero; necesitaba el dinero; había trabajado arduamente para ganarlo. Me di cuenta de que había una sola cosa que podía hacer. En mi desesperación, me dirigí a mi Padre en los Cielos y le rogué que de alguna manera mantuviera el dinero seguro en el bolsillo hasta que nos devolvieran la ropa mojada.

Después de dos días muy largos, cuando vi que se acercaba la hora en que la camioneta que traía la ropa llegaba, me senté junto a la ventana a esperar. Cuando la camioneta se de-tuvo junto a la acera, mi corazón latía muy fuerte. Apenas entraron la ropa mojada a casa, tomé mis pantalones y corrí a mi cuarto. Revisé los bolsillos con las manos temblando. Cuando no encontré nada de inmediato, pensé que todo estaba perdido; entonces mis dedos tocaron el billete mojado de cinco dólares. Lo saqué del bolsillo y

me inundó un gran alivio. Ofrecí una oración sincera de agradecimiento a mi Padre Celestial, pues sabía que Él había contestado mi oración.

Desde aquel entonces, hace tiempo, se me han respondido innumerables oraciones. No ha pasado ni un día sin que yo me comunique con mi Padre Celestial mediante la oración. Es una relación que atesoro, una sin la cual estaría literalmente perdido. Si no tie-nen ese tipo de relación con su Padre Celestial, los insto a que trabajen para lograr esa meta. Al hacerlo, tendrán derecho a recibir Su inspiración y Su guía en la vida, las cuales cada uno de nosotros necesita para sobrevivir espiritualmente en nuestra estadía aquí sobre la tierra. Esa inspiración y esa guía son dones que Él nos da gratuita-mente, si simplemente las buscamos. ¡Y qué tesoro valioso son!

Siempre me siento humilde y agradecido cuando mi Padre Celestial se comunica conmigo mediante Su inspiración. He aprendido a recono-cerla, a confiar en ella y a seguirla; he recibido esa inspiración una y otra vez. Una experiencia algo dramática sucedió en agosto de 1987 durante la dedicación del Templo de Fráncfort, Alemania. El presidente Ezra Taft Benson había estado con nosotros los primeros dos días de la dedicación, pero había regresado a casa, así que yo tuve la oportunidad de dirigir las sesiones restantes.

El sábado tuvimos una sesión para los miembros holandeses que pertene-cían al distrito del Templo de Fráncfort. Yo conocía bien a uno de los exce-lentes líderes de los Países Bajos, el hermano Peter Mourik. Justo antes de la sesión tuve la clara impresión de que debía llamar al hermano Mourik a hablarles a sus hermanos, los miem-bros holandeses, durante la sesión, y que de hecho, debía ser el primer

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orador. Como no lo había visto en el templo esa mañana, le pasé una nota al élder Carlos E. Asay, el Presidente de Área, preguntándole si Peter Mourik estaba presente en la sesión. Apenas un momento antes de ponerme de pie para comenzar la sesión, recibí una nota del élder Asay indicando que el hermano Mourik en realidad no estaba presente, estaba ocupado con otras cosas y planeaba asistir a la sesión dedicatoria del templo al día siguiente con las estacas de los soldados estacio-nados en Alemania.

Al ponerme de pie para dar la bienvenida a la gente y detallar el pro-grama, recibí una vez más la impre-sión inequívoca de que debía anunciar a Peter Mourik como el primer orador. Eso iba en contra de todos mis instin-tos, ya que el élder Asay me acababa de decir que el hermano Murik defini-tivamente no estaba en el templo. Sin embargo, confiando en la inspiración, anuncié la presentación del coro y la oración, y luego indiqué que nuestro primer orador sería el hermano Peter Mourik.

Al regresar a mi asiento miré hacia el élder Asay; vi la mirada de pánico que tenía. Más tarde él me dijo que cuando anuncié al hermano Mourik como primer orador, no podía creer lo que oía. Dijo que sabía que yo había recibido la nota y que no podía imaginarse por qué anuncia-ría al hermano Mourik como orador cuando yo sabía que él no estaba en el templo.

Mientras sucedía todo esto, Peter Mourik estaba en una reunión en las oficinas de área en Porthstrasse. En el transcurso de la reunión, de repente se volvió hacia el élder Thomas A. Hawkes Jr., que entonces era el representante regional y le preguntó: “¿En cuánto tiempo podemos llegar al templo?”.

El élder Hawkes, que tenía fama de manejar bastante rápido en un pequeño auto deportivo, le contestó: “¡Puedo llegar en 10 minutos!, pero, ¿por qué tiene que ir al templo?”.

El hermano Mourik admitió que no sabía por qué tenía que ir al templo, pero sabía que tenía que ir. Los dos salieron para el templo de inmediato.

Durante el magnífico número musi-cal del coro, miré alrededor pensando que en cualquier momento vería a Pe-ter Mourik; pero no lo vi. Sin embargo, sorprendentemente, no sentía pánico, sino que tenía la dulce e innegable seguridad de que todo saldría bien.

El hermano Mourik entró por la puerta de entrada justo en el momento que concluía la primera

oración, y todavía no sabía por qué estaba allí. Mientras caminaba rápi-damente por el pasillo, me vio en el monitor y escuchó que yo anunciaba: “Ahora escucharemos al hermano Peter Mourik”.

Para la sorpresa del élder Asay, seguidamente Peter Mourik entró al salón y tomó su lugar frente al púlpito.

Después de la sesión, el hermano Mourik y yo hablamos de lo que había pasado antes de que se presentara a hablar. He meditado sobre la inspira-ción que se recibió ese día, no sólo yo sino también Peter Mourik. Esa extraordinaria experiencia me ha dado un testimonio innegable de la impor-tancia de ser digno de recibir ese tipo de inspiración, de confiar en ella y

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gozo agradeció a Dios los convenios sagrados del templo. Yo también lloré, plenamente consciente de que la unión eterna ejemplificada por esa pa-reja fiel era el justo resultado de hacer, guardar y honrar convenios sagrados.

Uno de los conceptos más impor-tantes de la religión revelada es el de un convenio sagrado. En términos lega-les, un convenio por lo general denota un acuerdo entre dos o más partes. Pero en el contexto religioso, un con-venio es mucho más significativo. Es una promesa sagrada hecha con Dios. Él establece los términos. Cada persona puede escoger aceptar o no esos térmi-nos. Si una persona acepta los términos del convenio y obedece la ley de Dios, él o ella recibe las bendiciones asocia-das con ese convenio. Sabemos que “cuando recibimos una bendición de Dios, es porque se obedece aquella ley sobre la cual se basa” 4.

A través de la historia, Dios ha he-cho convenios con Sus hijos 5. Sus con-venios se presentan a lo largo de todo el plan de salvación y, por lo tanto, son parte de la plenitud de Su evangelio6. Por ejemplo, Dios prometió enviar un Salvador a Sus hijos 7, y pidió a cambio que obedecieran Su ley 8.

En la Biblia leemos de hombres y

S E S I Ó N D E L D O M I N G O P O R L A TA R D E | 2 de octubre de 2011

Una semana después de una asignación reciente para crear la primera estaca en Moscú, Rusia 1,

asistí a una conferencia de distrito en San Petersburgo. Mientras hablaba acerca de mi agradecimiento por los primeros misioneros y los líderes loca-les que fortalecieron a la Iglesia en Ru-sia, mencioné el nombre de Vyacheslav Efimov. Él fue el primer converso ruso que llegó a ser presidente de misión; él y su esposa tuvieron mucho éxito en esa asignación. No mucho después de terminar su misión, para nuestro gran pesar, el presidente Efimov falleció repentinamente 2; sólo tenía 52 años.

Mientras le hablaba a esa congrega-ción acerca de esa pareja de pioneros, tuve la inspiración de preguntar si la hermana Efimov se encontraba entre los presentes. Bien al fondo del salón, se puso de pie una mujer. La invité a que se acercara al micrófono. Sí, era la hermana Galina Efimov. Ella habló con convicción y dio un poderoso testimonio del Señor, de Su evangelio y de Su Iglesia restaurada. Ella y su esposo se habían sellado en el santo templo; dijo que estaban unidos para siempre; que todavía eran compañe-ros de misión, ella de este lado del velo y él del otro3. Con lágrimas de

Por el élder Russell M. NelsonDel Quórum de los Doce Apóstoles

ConveniosAl reconocer que somos hijos del convenio, sabemos quiénes somos y lo que Dios espera de nosotros.

de seguirla, cuando se presenta. Sé sin lugar a duda que el Señor quería que quienes estaban presentes en esa sesión de la dedicación del Templo de Fráncfort escucharan el poderoso y conmovedor testimonio de Su siervo, el hermano Peter Mourik.

Mis amados hermanos y hermanas, la comunicación con nuestro Padre Celestial, incluso nuestras oraciones hacia Él y Su inspiración para con no-sotros, es necesaria a fin de superar las tormentas y las pruebas de la vida. El Señor nos extiende la invitación: “Alle-gaos a mí, y yo me allegaré a voso-tros; buscadme diligentemente, y me hallaréis…” 7. Al hacerlo, sentiremos Su Espíritu en la vida, el cual nos dará el deseo y el valor de permanecer firmes en rectitud, de “[permanecer] en luga-res santos y no [ser] movidos” 8.

A medida que los vientos del cambio soplen a nuestro alrededor y la fibra moral de la sociedad continúe desintegrándose ante nuestros propios ojos, recordemos las preciosas pro-mesas del Señor a quienes pongan su confianza en Él: “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te fortalezco; siem-pre te ayudaré; siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia” 9.

¡Qué promesa grandiosa! Que reci-bamos esa bendición, ruego sincera-mente en el nombre de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Amén. ◼

NOTAS 1. Jonathan Sacks, “Reversing the Decay of

London Undone”, Wall Street Journal, 20 de agosto de 2011, online.wsj.com; cursiva agregada. Nota: Lord Sacks es el rabino principal de la Congregación Unida Judía del Commonwealth.

2. Éxodo 20:3–4, 7–8, 12–17. 3. Moroni 8:18. 4. 1 Corintios 2:14. 5. Isaías 32:17. 6. 3 Nefi 18:18–20. 7. Doctrina y Convenios 88:63. 8. Doctrina y Convenios 87:8. 9. Isaías 41:10.

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mujeres del Viejo Mundo a quienes se identificaba como hijos del convenio. ¿Qué convenio?; “[El] convenio que Dios concertó con [sus] padres, di-ciendo a Abraham: Y en tu descenden-cia serán benditas todas las familias de la tierra” 9.

En el Libro de Mormón leemos sobre personas del Nuevo Mundo a quienes también se las identificó como hijos del convenio10. El Señor resucitado así se los dijo: “Y he aquí, vosotros sois los hijos de los profetas; y sois de la casa de Israel; y sois del convenio que el Padre concertó con vuestros padres, diciendo a Abraham: Y en tu posteridad serán benditas todas las familias de la tierra” 11.

El Salvador explicó la importancia de la identidad de ellos como hijos del convenio. Él dijo: “El Padre me ha levantado para venir a vosotros

primero… me envió a bendeciros, apartando a cada uno de vosotros de vuestras iniquidades; y esto, porque sois los hijos del convenio” 12.

El convenio que Dios hizo con Abraham13 y luego reafirmó con Isaac 14 y Jacob 15 es de trascendental importancia. Contenía varias prome-sas; entre ellas:

• Jesucristo nacería del linaje de Abraham.

• La posteridad de Abraham sería nu-merosa, tendría el derecho a tener un aumento eterno y también de poseer el sacerdocio.

• Abraham llegaría a ser padre de muchas naciones.

• Su posteridad heredaría ciertas tierras.

• Su descendencia bendeciría a todas las naciones de la tierra 16.

• Y ese convenio sería imperecedero; aun hasta “mil generaciones” 17.

Algunas de esas promesas se han cumplido; otras todavía están pendien-tes. Cito de una de las primeras pro-fecías del Libro de Mormón: “Nuestro padre [Lehi] no ha hablado solamente de nuestra posteridad, sino también de toda la casa de Israel, indicando el convenio que se ha de cumplir en los postreros días, convenio que el Señor hizo con nuestro padre Abraham” 18. ¿No es eso maravilloso? Unos 600 años antes de que Jesús naciera en Belén, los profetas sabían que el convenio abrahámico finalmente se cumpliría sólo en los postreros días.

A fin de facilitar que se cumpliera esa promesa, el Señor apareció en estos últimos días para renovar el convenio abrahámico. Al profeta José Smith, el Maestro le declaró:

“Abraham recibió promesas en cuanto a su posteridad y a la del fruto de sus lomos —de cuyos lomos eres tú, mi siervo José…

“Esta promesa es para ti también, pues eres de Abraham” 19.

Con esa renovación hemos re-cibido, como lo hicieron los de la antigüedad, el santo sacerdocio y el Evangelio sempiterno. Tenemos el derecho de recibir la plenitud del Evangelio, disfrutar de las bendiciones del sacerdocio y llegar a ser dignos de recibir la mayor bendición de Dios: la vida eterna 20.

Algunos de nosotros somos des-cendientes literales de Abraham; otros son congregados en su familia por adopción; el Señor no hace acepcio-nes 21. Juntos recibimos las bendicio-nes prometidas si buscamos al Señor y obedecemos Sus mandamientos 22; pero si no lo hacemos, perdemos las bendiciones del convenio23. A fin de ayudarnos, en Su Iglesia se

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proporcionan bendiciones patriar-cales para dar a cada persona que la reciba una visión de su futuro, así como una conexión con el pasado, incluso la declaración de su linaje remontándose a Abraham, Isaac, y Jacob 24.

Los hermanos del convenio tienen el derecho de calificar para el jura-mento y el convenio del sacerdocio25. Si son “fieles hasta obtener estos dos sacerdocios… y magnifican su llamamiento, son santificados por el Espíritu para la renovación de sus cuerpos” 26. Eso no es todo; los hom-bres que reciben dignamente el sa-cerdocio, reciben al Señor Jesucristo, y quienes reciben al Señor, reciben a Dios el Padre 27; y quienes reciben al Padre, reciben todo lo que Él tiene 28. Bendiciones increíbles fluyen de ese juramento y convenio hacia los hom-bres, las mujeres y los niños dignos de todo el mundo.

Es nuestra la responsabilidad de ayudar a cumplir el convenio abrahá-mico. Es nuestra la simiente preorde-nada y preparada para bendecir a la gente del mundo29. Es por eso que el deber del sacerdocio incluye la obra misional. Después de unos 4.000 años de expectativa y preparación, éste es el día señalado en el que el Evangelio se llevará a todas las familias de la tierra. Ésta es la época del prometido

recogimiento de Israel; ¡y tenemos la oportunidad de participar en él! ¿No es emocionante? El Señor cuenta con nosotros y nuestros hijos —y está pro-fundamente agradecido por nuestras hijas— que sirven con dignidad en misiones en esta gran época del reco-gimiento de Israel.

El Libro de Mormón es una señal tangible de que el Señor ha comen-zado a recoger a Sus hijos del conve-nio de Israel 30. Este libro, escrito para nuestros días, establece que uno de sus propósitos es que “[sepáis] que ya empieza a cumplirse el convenio que el Padre ha hecho con los hijos de Israel… pues he aquí, el Señor se acordará del convenio que ha hecho con su pueblo de la casa de Israel” 31.

En efecto, ¡el Señor no se ha olvi-dado! Él nos ha bendecido a noso-tros y a otras personas alrededor del mundo con el Libro de Mormón. Uno de los propósitos del libro es “conven-cer al judío y al gentil de que Jesús es el Cristo” 32. El libro nos ayuda a hacer convenios con Dios; nos invita a recordarlo a Él y a conocer a Su Hijo Amado; es otro testamento de Jesucristo.

Los hijos del convenio tienen el derecho de recibir Su doctrina y de conocer el plan de salvación; y ejercen ese derecho al hacer conve-nios de importancia sagrada. Brigham

Young dijo: “Al unirse a esta Iglesia, todos los Santos de los Últimos Días establecen un nuevo y sempiterno convenio… Ingresan en un nuevo y sempiterno convenio de sostener el Reino de Dios” 33. Guardan el con-venio mediante la obediencia a Sus mandamientos.

En el bautismo hacemos convenio de servir al Señor y de guardar Sus mandamientos 34. Cuando participa-mos de la Santa Cena, renovamos ese convenio y declaramos que estamos dispuestos a tomar sobre nosotros el nombre de Jesucristo. De ese modo, somos adoptados como Sus hijos e hijas y se nos conoce como herma-nos y hermanas. Él es el padre de nuestra nueva vida 35. Finalmente, en el santo templo podemos llegar a ser coherederos de las bendiciones de una familia eterna como una vez se prometió a Abraham, Isaac, Jacob y a su posteridad 36. Por lo tanto, el matrimonio celestial es el convenio de la exaltación.

Al reconocer que somos hijos del convenio, sabemos quiénes somos y lo que Dios espera de nosotros 37; Su ley se escribe en nuestros corazo-nes 38; Él es nuestro Dios y nosotros somos Su pueblo39. Los consagra-dos hijos del convenio permanecen firmes, aun en medio de la adversi-dad. Cuando esa doctrina se arraiga profundamente en nuestro corazón, incluso el aguijón de la muerte se hace leve y nuestra fortaleza espiri-tual se vigoriza.

El mayor cumplido que uno puede recibir aquí en esta vida es que se le considere alguien que guarda sus convenios. Las recompensas para quien guarde sus convenios vendrán tanto aquí como en la vida venidera. En las Escrituras se declara: “…qui-siera que consideraseis el bendito y feliz estado de aquellos que guardan

Estocolmo, Suecia

89N o v i e m b r e d e 2 0 1 1

los mandamientos de Dios. Porque he aquí, ellos son bendecidos en todas las cosas… y si continúan fieles hasta el fin, son recibidos en el cielo… [y moran] con Dios en un estado de interminable felicidad” 40.

Dios vive. Jesús es el Cristo. Su Iglesia se ha restaurado para bende-cir a todas las personas. El presidente Thomas S. Monson es Su profeta hoy en día, y nosotros, como fieles hijos del convenio, seremos bendecidos ahora y para siempre. Lo testifico en el nombre de Jesucristo. Amén. ◼NOTAS 1. La Estaca Moscú, Rusia, se creó el domingo

5 de junio de 2011. 2. Vyacheslav Efimov fue el presidente de

la Misión Rusia Ekaterimburgo de 1995 a 1998. Murió el 25 de febrero de 2000.

3. Véase Doctrina y Convenios 138:57. 4. Doctrina y Convenios 130:21. 5. Por ejemplo, después del gran Diluvio, Él

declaró que: “se dejará ver entonces mi arco en las nubes. Y me acordaré de mi convenio que hay entre yo y vosotros y todo ser viviente de toda carne; y no habrá más aguas de diluvio para destruir toda carne” (Génesis 9:14–15 nota al pie de página a; de la Traducción de José Smith, Génesis 9:20).

6. Véase Doctrina y Convenios 66:2; 133:57. 7. Véase Juan 3:16. 8. Véase Abraham 3:25. 9. Hechos 3:25. 10. (Véase 3 Nefi 20:26.)

11. 3 Nefi 20:25. 12. 3 Nefi 20:26. 13. Véase Génesis 17:1–10, 19; Levítico 26:42;

Hechos 3:25; Guía para el estudio de la Escrituras: “Abraham, convenio de”.

14. Véase Génesis 26:1–5, 24. 15. Véase Génesis 28:1–4, 10–14; 35:9–13;

48:3–4. 16. Véase las referencias indicadas arriba en

las notas al pie de página 13–15. 17. Deuteronomio 7:9; 1 Crónicas 16:15;

Salmo 105:8. 18. 1 Nefi 15:18; cursiva agregada. 19. Doctrina y Convenios 132: 30–31. El Señor

también le dijo al profeta José Smith: “Y como dije a Abraham, tocante a las familias de la tierra, así también le digo a mi siervo José: En ti y en tu simiente serán benditas las familias de la tierra” (Doctrina y Convenios 124:58).

20. Véase Doctrina y Convenios 14:7. 21. Véase Hechos10:34–35. 22. Véase Éxodo 19:5. 23. En las Escrituras se declara: “Yo, el Señor,

estoy obligado cuando hacéis lo que os digo; mas cuando no hacéis lo que os digo, ninguna promesa tenéis” (Doctrina y Convenios 82:10).

24. El 21 de septiembre de 1823, este concepto contractual fue revelado primeramente al profeta José Smith. El ángel Moroni declaró que Elías el profeta vendría como mensajero del cielo para plantar en el corazón de los hijos el conocimiento de las promesas hechas a sus padres de la casa de Israel (véase Doctrina y Convenios 2:1–3).

25. Véase Doctrina y Convenios 84:33–34, 39–40.

26. Doctrina y Convenios 84:33. 27. Véase Doctrina y Convenios 84:35, 37.

28. Véase Doctrina y Convenios 84:38. 29. Véase Alma 13:1–9. 30. Véase 3 Nefi 29. 31. 3 Nefi 29:1, 3. 32. Portada del Libro de Mormón: Otro

testamento de Jesucristo. 33. Véase Enseñanzas de los Presidentes de la

Iglesia: Brigham Young, 1997, pág. 69. 34. Véase Doctrina y Convenios 20:37. 35. “Y hablamos de Cristo, nos regocijamos en

Cristo, predicamos de Cristo, profetizamos de Cristo… para que nuestros hijos sepan a qué fuente han de acudir para la remisión de sus pecados” (2 Nefi 25:26).

36. Véase Gálatas 3:29; Doctrina y Convenios 86:8–11.

37. Este concepto nos concierne a nosotros: “Muchas generaciones después que el Mesías sea manifestado en la carne a los hijos de los hombres, entonces la plenitud del evangelio del Mesías vendrá a los gentiles; y de los gentiles vendrá al resto de nuestra posteridad. Y en aquel día el resto de los de nuestra posteridad sabrán que son de la casa de Israel, y que son el pueblo del convenio del Señor; y entonces sabrán y llegarán al conocimiento de sus antepasados, y también al conocimiento del evangelio de su Redentor, que él ministró a sus padres. Por tanto, llegarán al conocimiento de su Redentor y de los principios exactos de su doctrina, para que sepan cómo venir a él y ser salvos” (1 Nefi 15:13–14).

38. Véase Isaías 55:3; Jeremías 31:33; Romanos 2:15; 2 Corintios 3:2–3; Hebreos10:16.

39. Véase Salmo 95:7; 100:3; Jeremías 24:7; 31:33; 32:38; Ezequiel 11:20; 37:23, 27; Zacarías 8:8; 2 Corintios 6:16; Hebreos 8:10.

40. Mosíah 2:41.

90 L i a h o n a

“¿Q ué pensáis del Cristo?” (Mateo 22:42). Con esas pa-labras Jesús confundió a los

fariseos de Su época. Con esas mismas palabras pregunto a mis compañeros Santos de los Últimos Días y a otros cristianos qué es lo que realmente creen sobre Jesucristo y qué es lo que debido a esa creencia.

La mayoría de mis citas de las Es-crituras provienen de la Biblia, porque es más familiar para la mayoría de los cristianos. Mis interpretaciones, por su-puesto, provienen de lo que las Escri-turas modernas, en particular el Libro de Mormón, nos enseñan acerca del significado de los pasajes de la Biblia que son tan ambiguos que diferentes cristianos no se ponen de acuerdo en cuanto a su significado. Me dirijo a los creyentes como así también a otras personas. Como el élder Tad R Callis-ter nos enseñó esta mañana, algunos que se denominan cristianos alaban a Jesús como un gran maestro, pero no afirman Su divinidad. Para dirigirme a ellos, he usado las palabras del mismo Jesús. Todos deberíamos considerar lo que Él mismo enseñó sobre quién es y para qué fue enviado a la tierra.

dices tú: Muéstranos al Padre?” ( Juan 14:7–9).

Más tarde el apóstol Pablo describió al Hijo como “la imagen misma [de la] sustancia de [Dios el Padre]” (Hebreos 1:3; véase también 2 Corintios 4:4).

El CreadorEl apóstol Juan escribió que Jesús,

a quien él llamaba “la Palabra”, “estaba en el principio con Dios. Todas las cosas por medio de él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho fue hecho” ( Juan 1:2–3). Por lo tanto, bajo el plan del Padre, Jesucristo fue el Creador de todas las cosas.

El Señor Dios de IsraelDurante Su ministerio a Su gente

en Palestina, Jesús enseñó que Él era Jehová, el Señor Dios de Israel (véase Juan 8:58). Después, como el Señor resucitado, ministró a Su pueblo en el continente americano. Allí declaró:

“He aquí, yo soy Jesucristo, de quien los profetas testificaron que vendría al mundo.

“…soy el Dios de Israel, y el Dios de toda la tierra” (3 Nefi 11:10, 14).

Lo que Él hizo por nosotros Hace muchos años en una confe-

rencia de estaca, conocí a una mu-jer a quien se le había pedido que regresara a la Iglesia después de estar alejada por muchos años, pero ella no podía pensar en ningún motivo por el cual debería regresar. Para animarla, le dije: “Cuando considera todas las cosas que el Salvador ha hecho por nosotros, ¿no tiene muchas razones por las cuales volver a la Iglesia para adorarle y servirle?”. Me sorprendió su respuesta: “¿Qué ha hecho Él por mí?”. Para quienes no entienden lo que el Salvador ha hecho por nosotros, res-ponderé esa pregunta con Sus propias palabras y con mi testimonio.

El Hijo UnigénitoJesús enseñó que Él era el Hijo

Unigénito. Él dijo:“Porque de tal manera amó Dios

al mundo que ha dado a su Hijo Uni-génito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna.

“Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él” ( Juan 3:16–17).

Dios el Padre afirmó esto. En la culminación de la sagrada experiencia en el Monte de la Transfiguración. Él declaró desde el cielo: “Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco; a él oíd” (Mateo 17:5).

Jesús también enseñó que Su apariencia era la misma que la de Su Padre; les dijo a Sus apóstoles:

“Si me conocierais, también a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis y le habéis visto.

“Felipe le dijo: Señor, muéstranos al Padre, y nos basta.

“Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues,

Por el élder Dallin H. OaksDel Quórum de los Doce Apóstoles

Las enseñanzas de JesúsJesucristo es el Unigénito y Amado Hijo de Dios… Él es nuestro Salvador del pecado y de la muerte. Éste es el conocimiento más importante sobre la tierra.

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La Vida del mundoLa Biblia registra las enseñanzas de

Jesús: “Yo he venido para que tengan vida y para que la tengan en abun-dancia” ( Juan 10:10). Después, en el Nuevo Mundo, Él declaró: “soy la luz y la vida del mundo” (3 Nefi 11:11). Él es la vida del mundo porque es nuestro Creador y porque, por medio de Su Resurrección, se nos garantiza a todos que viviremos de nuevo. Y la vida que Él nos brinda no es solamente una vida mortal. Él enseñó: “Y yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano” ( Juan 10:28; véase también Juan 17:2).

La Luz del mundoJesús también enseñó: “Yo soy la

luz del mundo; el que me sigue no

andará en tinieblas” ( Juan 8:12). Ade-más declaró: “Yo soy el camino, y la verdad y la vida” ( Juan 14:6). Él es el camino y Él es la luz porque Sus ense-ñanzas iluminan nuestro camino en la vida mortal y nos muestran el camino de regreso a nuestro Padre.

Él hace la voluntad del PadreJesús siempre honró y siguió al

Padre. Incluso cuando era niño Él declaró a Sus padres terrenales: “¿No sabíais que en los asuntos de mi Padre me es necesario estar?” (Lucas 2:49). “Porque he descendido del cielo”. Después enseñó: “no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió” ( Juan 6:38; véase también Juan 5:19). Y el Salvador enseñó: “Nadie viene al Padre sino

por mí” ( Juan 14:6; véase también Mateo11:27).

Regresamos al Padre al hacer Su voluntad. Jesús enseñó: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7:21). Él explicó:

“Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios y en tu nombre hici-mos muchos milagros?

“Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 7:22–23).

¿Quién entonces entrará en el reino de los cielos? No solamente quienes hacen obras maravillosas en nombre del Señor, Jesús enseñó que sólo “el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”.

El gran EjemploJesús nos mostró como hacer esto.

Una y otra vez Él nos invitó a seguirlo: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las co-nozco, y me siguen” ( Juan 10:27).

El poder del sacerdocioÉl dio el poder del sacerdocio a Sus

apóstoles (véase Mateo 10:1) y a otras personas. A Pedro, el apóstol de mayor antigüedad, le dijo: “Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos, y todo lo que ates en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desates en la tie-rra será desatado en los cielos” (Mateo 16:19; véase también Mateo 18:18).

Lucas registró que “el Señor de-signó… otros setenta, a quienes envió de dos en dos delante de sí a toda ciudad y lugar a donde él había de ir” (Lucas 10:1). Después, esos Setenta le dijeron gozosamente a Jesús: “Aun los demonios se nos sujetan en tu nombre” (Lucas 10:17). Yo soy testigo de ese poder del sacerdocio.

92 L i a h o n a

Guía por medio del Espíritu SantoCerca del final de Su ministerio

terrenal, Jesús enseñó a Sus apóstoles: “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nom-bre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que os he dicho” ( Juan 14:26), y “él os guiará a toda la verdad” ( Juan 16:13).

Guía por medio de Sus mandamientosÉl también nos guía por medio de

Sus mandamientos; por consiguiente, mandó a los nefitas a que no tuvieran más disputas concernientes a los pun-tos de doctrina, porque, dijo:

“Aquel que tiene el espíritu de contención no es mío, sino es del diablo, que es el padre de la conten-ción, y él irrita los corazones de los hombres, para que contiendan con ira unos con otros.

He aquí, ésta no es mi doctrina, agitar con ira el corazón de los hom-bres, el uno contra el otro; antes bien mi doctrina es ésta, que se acaben tales cosas” (3 Nefi 11:29–30).

Centrarse en la vida eternaÉl también nos desafía a que nos

centremos en Él y no en las cosas del mundo. En Su gran sermón sobre el pan de vida, Jesús explicó el contraste

entre el alimento mortal y el eterno. “Trabajad, no por la comida que pe-rece”, Él dijo, “sino por la comida que permanece para vida eterna, la cual el Hijo del Hombre os dará” ( Juan 6:27). El Salvador enseñó que Él era el Pan de Vida, la fuente del alimento eterno. Refiriéndose al alimento mortal que el mundo ofrecía, incluso el maná que Jehová había enviado para alimentar a los hijos de Israel en el desierto, Jesús enseñó que quienes dependie-ron de ese pan habían muerto (véase Juan 6:49). En contraste, el alimento que Él ofrecía era “el pan vivo que ha descendido del cielo” y Jesús enseñó: “…si alguno come de este pan, vivirá para siempre” ( Juan 6:51).

Algunos de Sus discípulos dije-ron: “Dura es esta palabra” y desde entonces muchos de Sus seguidores “volvieron atrás y ya no andaban con él” ( Juan 6:60, 66). Aparentemente no aceptaron Sus enseñanzas anteriores que debían “[buscar] primeramente el reino de Dios” (Mateo 6:33). Incluso hoy, algunas personas que profesan la cristiandad se encuentran más atraídas por las cosas del mundo, las cosas que mantienen la vida en la tierra pero que no alimentan para vida eterna. Para algunos, Su “Dura… palabra” aún es una razón para no seguir a Cristo.

La Expiación La culminación del ministerio terre-

nal del Salvador fue Su expiación por los pecados del mundo. Juan el bau-tista profetizó esto cuando dijo: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” ( Juan 1:29). Más tarde, Jesús enseñó que “el Hijo del Hombre… vino… para servir y para dar su vida en rescate por muchos” (Mateo 20:28). En la Última Cena, Jesús explicó, según el relato en Ma-teo, que el vino que bendijo era “mi sangre del nuevo convenio, que por muchos es derramada para remisión de los pecados” (Mateo 26:28).

Al aparecer ante los nefitas, el Señor resucitado los invitó a acercarse para que sintieran la herida de Su costado y las marcas de los clavos en Sus manos y en Sus pies. Él hizo esto, explicó: “a fin de que sepáis que soy el Dios de Israel, y el Dios de toda la tierra, y que he sido muerto por los pecados del mundo” (3 Nefi 11:14). Y, el relato continúa, la multitud cayó “a los pies de Jesús, y lo adoraron” (versículo 17). Por ello, todo el mundo finalmente lo adorará.

Jesús enseñó más verdades

93N o v i e m b r e d e 2 0 1 1

preciosas sobre Su expiación. El Libro de Mormón, el cual brinda más deta-lles sobre las enseñanzas del Salvador y da la mejor explicación en cuanto a Su misión, contiene esta enseñanza:

“Y mi Padre me envió para que fuese levantado sobre la cruz… [para que] pudiese atraer a mí mismo a todos los hombres

“…para ser juzgados por sus obras. “Y… cualquiera que se arrepienta y

se bautice en mi nombre, será lleno; y si persevera hasta el fin, he aquí, yo lo tendré por inocente ante mi Padre el día en que me presente para juzgar al mundo…

“Y nada impuro puede entrar en reino [del Padre]; por tanto, nada entra en su reposo, sino aquellos que han lavado sus vestidos en mi sangre, me-diante su fe, y el arrepentimiento de todos sus pecados y su fidelidad hasta el fin” (3 Nefi 27:14–16, 19).

Y por lo tanto, entendemos que la expiación de Jesucristo nos da la oportunidad de superar la muerte es-piritual que viene como resultado del pecado y, al efectuar y guardar conve-nios sagrados, obtener las bendiciones de la vida eterna.

Desafío y testimonio Jesús presentó el reto: “¿Qué

pensáis del Cristo?” (Mateo 22:42). El apóstol Pablo desafió a los corintios: “Examinaos a vosotros mismos, para ver si estáis en la fe” (2 Corintios 13:5). Todos deberíamos responder a estos desafíos por nosotros mismos. ¿Dónde depositamos nuestra lealtad suprema? ¿Somos como los cristianos de la me-morable descripción del élder Neal A. Maxwell que se mudaron a Sión pero aún intentan mantener una segunda vivienda en Babilonia? 1.

No hay término medio. Somos seguidores de Jesucristo; somos ciuda-danos de Su Iglesia y de Su evangelio

y no deberíamos usar un visado para visitar Babilonia o actuar como uno de sus ciudadanos. Debemos honrar Su nombre, guardar Sus mandamientos y “no [buscar] las cosas de este mundo, mas [buscar] primeramente edificar el reino de Dios, y establecer su justicia” (Mateo 6:33, nota a; de la Traducción de José Smith, Mateo 6:38).

Jesucristo es el Unigénito y Amado Hijo de Dios; Él es nuestro Creador; Él es la Luz del Mundo; Él es nuestro Salvador del pecado y de la muerte. Éste es el conocimiento más impor-tante sobre la tierra y pueden saberlo por ustedes mismos, como yo lo sé por mí mismo. El Espíritu Santo, quien

testifica del Padre y del Hijo y nos conduce a la verdad, me ha revelado estas verdades, y Él se las revelará a ustedes. El medio es el deseo y la obediencia. En cuanto al deseo, Jesús enseñó: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá” (Mateo 7:7). Referente a la obediencia enseñó: “El que quiera hacer la vo-luntad de él conocerá si la doctrina es de Dios o si yo hablo por mí mismo” ( Juan 7:17). Testifico de la verdad de estas cosas en el nombre de Jesucristo. Amén. ◼

NOTA 1. Véase Neal A. Maxwell, A Wonderful Flood

of Light, 1990, pág. 47.

94 L i a h o n a

Hace muchos años estaba con mi compañero en el Centro de Ca-pacitación Misional cuando escu-

ché la voz de un niña decir: “Abuela, ¿esos son misioneros de verdad ?” Me di vuelta y vi a una niña de la mano de su abuela señalándonos a mí y a mi compañero. Le sonreí, le extendí la mano, la miré directamente a los ojos y le dije: “Hola, soy el élder Richard-son y somos misioneros de verdad ”. Su rostro se iluminó cuando me vio porque estaba emocionada de estar en compañía de auténticos misioneros.

Me retiré de esa experiencia con una dedicación renovada. Yo quería ser el tipo de misionero que el Sal-vador, mi familia y esa pequeña niña esperaban que yo fuera. Los dos años siguientes trabajé con afán para verme, pensar, actuar y especialmente enseñar como un misionero de verdad.

Al regresar a casa, se hizo cada vez más evidente que aunque yo había terminado la misión, la misión no me había abandonado. De hecho, aún después de todos estos años, todavía siento que los dos años de mi misión constituyeron los mejores dos años para mi vida. La voz de esa pequeña

amablemente al Espíritu para que esté con ellos sólo en función de apoyo, o creen que están entregando toda su enseñanza al Espíritu cuando, en reali-dad, sólo están “improvisando”. Todos los padres, líderes y maestros tienen la responsabilidad de enseñar “por el Espíritu” 2. No deben enseñar “en frente del Espíritu” ni “detrás del Espíritu”, sino “por el Espíritu” para que el Espí-ritu enseñe la verdad sin restricciones.

Moroni nos ayuda a entender cómo podemos enseñar por el Espíritu sin reemplazar, diluir ni desestimar al Espíritu Santo como el verdadero maestro. Moroni dijo que los santos dirigían sus experiencias “de acuerdo con las manifestaciones del Espíritu” 3. Esto requiere más que sólo tener al Espíritu con nosotros. Comportarnos “de acuerdo” con el Espíritu Santo significa que tal vez tengamos que cambiar nuestra manera de enseñar para emular la manera en que el Es-píritu Santo enseña. Cuando logramos alinear nuestra manera con la del Es-píritu Santo, entonces el Espíritu Santo enseña y testifica sin restricciones. Esa importante alineación se puede ilustrar con el siguiente ejemplo.

Hace muchos años, mis hijos y yo subimos a la cima de South Sister, una montaña de 3.157 m que está en Oregón, Estados Unidos. Después de varias horas nos encontramos con una larga ladera de 45 grados de inclina-ción de diminutas piedras volcáni-cas. Con la cima a la vista, seguimos adelante y descubrimos que con cada paso los pies se nos hundían en las piedritas y nos hacían resbalar varios centímetros hacia atrás. Mi hijo de 12 años siguió avanzando mientras que yo me quedé con mi hija de 8 años. La fatiga y el desánimo pronto se adueñaron de nosotros y ella estaba desconsolada porque pensaba que no podría reunirse con su hermano

niña fue una lección inesperada que aprendí en la misión. Justo ahora estaba escuchando en mi mente: “Abuela, ¿ése es un poseedor del sacerdocio de verdad ?” “Abuela, ¿ése es un esposo de verdad o un padre de verdad ?” o “Abuela, ¿ése es un miem-bro de la Iglesia de verdad ?”

He aprendido que la clave para llegar a ser de verdad en todos los aspectos de nuestra vida radica en la habilidad que tengamos de enseñar de una manera que no limite el apren-dizaje. Fíjense que la vida de verdad requiere un aprendizaje de verdad que depende de una enseñanza de verdad. “La responsabilidad de enseñar [eficaz-mente]… no se limita a quienes hayan recibido un llamamiento oficial como maestros” 1. De hecho, cada miembro de la familia, líder y miembro de la Iglesia (inclusive a los jóvenes y niños) tiene la responsabilidad de enseñar.

Aunque todos seamos maestros, de-bemos comprender cabalmente que el Espíritu Santo es el verdadero maestro y testigo de toda verdad. Los que no logran entender eso, tratan bien sea de sustituir al Espíritu Santo y hacer todo por su propia cuenta, o bien invitan

Por Matthew O. RichardsonSegundo Consejero de la Presidencia General de la Escuela Dominical

El enseñar de acuerdo con el EspírituAunque todos seamos maestros, debemos comprender cabalmente que el Espíritu Santo es el verdadero maestro y testigo de toda verdad.

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en la cima. Mi primer impulso fue cargarla. Mi espíritu estaba dispuesto pero lamentablemente mi carne era débil. Nos sentamos en las piedras, evaluamos la situación e ideamos un nuevo plan. Le dije que metiera las manos en los bolsillos de atrás de mi pantalón, que se sujetara con fuerza y, lo más importante, que tan pronto yo levantara el pie para dar un paso ella pusiera rápidamente su pie en ese mismo lugar. Ella copió todos mis movimientos y dependió del impulso que venía de tomarse de mis bolsi-llos. Después de lo que pareció una eternidad, llegamos a la cima de la montaña. Su expresión de triunfo y satisfacción no tenía precio. Y sí, en mi opinión, ella y su hermano fueron escaladores de verdad.

El logro de mi hija fue resultado de su esfuerzo diligente y del esmero que puso al subir la montaña de acuerdo con la manera que yo lo hice. Cuando ella sincronizó sus movimientos con los míos, establecimos un ritmo juntos, permitiéndome utilizar toda mi ener-gía. Tal es el caso cuando enseñamos “de acuerdo con las manifestaciones del Espíritu”. Al alinear nuestra manera de enseñar para que concuerde con la del Espíritu Santo, el Espíritu nos fortalece y, al mismo tiempo, no es inhibido. Con eso en mente, por favor consideren dos principios fundamen-tales de “las manifestaciones del Espí-ritu” dignos de nuestra emulación.

Primero, el Espíritu Santo enseña

a las personas de una manera muy personal. Esto hace posible que po-damos conocer la verdad a fondo por nosotros mismos. Debido a nuestras diferentes necesidades, circunstan-cias y progreso, el Espíritu Santo nos enseña lo que debemos saber y hacer para que logremos ser lo que debemos ser. Tengan en cuenta que, a pesar de que el Espíritu Santo nos enseña “la verdad de todas las cosas” 4, no enseña toda la verdad de una vez. El Espíritu enseña la verdad “línea por línea, precepto por precepto, un poco aquí y un poco allí” 5.

Aquellos que enseñan de acuerdo con el Espíritu entienden que hay que enfocarse en la gente y no en las lec-ciones. De esa forma, superan el im-pulso de enseñar todo lo que está en el manual o enseñar todo lo que han aprendido sobre el tema y, en lugar de ello, se concentran en las cosas que su familia o los alumnos de la clase tienen que saber y hacer. Los padres, líderes y maestros que imitan la forma de enseñar del Espíritu, aprenden rápi-damente que la enseñanza de verdad implica mucho más que sólo hablar y contar. Como resultado, hacen una pausa intencionalmente para escuchar, observar cuidadosamente y luego discernir qué hacer a continuación6. Cuando hacen eso, el Espíritu Santo está en una posición que le permite enseñar qué hacer y decir tanto a los alumnos como a los maestros 7.

Segundo, a fin de enseñarnos,

el Espíritu Santo nos invita, nos da impresiones, nos infunde ánimo y nos inspira a actuar. Cristo nos aseguró de que llegamos a conocer la veracidad de la doctrina cuando la vivimos y actuamos de acuerdo con ella 8. El Espíritu nos conduce, nos guía y nos muestra qué hacer 9, sin embargo, no hará por nosotros lo que sólo podemos hacer por noso-tros mismos. Como verán, El Espíritu Santo no puede aprender por noso-tros, sentir por nosotros ni actuar por nosotros porque eso sería contrario a la doctrina del albedrío. Él puede facilitarnos oportunidades e invitarnos a aprender, a sentir y a actuar.

Los que enseñan de acuerdo con el Espíritu ayudan a los demás al invitarlos, infundirles ánimo y brin-darles oportunidades para utilizar su albedrío. Los padres, líderes y maes-tros se dan cuenta de que no pueden sentir, aprender ni aún arrepentirse por sus familias, su congregación ni sus alumnos. Ellos, en vez de preguntarse: “¿Qué puedo hacer por mis hijos, los alumnos o los demás?”, se preguntan: “¿Cómo puedo invitar y ayudar a los que me rodean para que aprendan por sí mismos?”. Los padres que imitan la forma de enseñar del Espíritu Santo crean hogares donde las familias aprenden a valorar y no sólo aprenden de los valores. De la misma manera, en lugar de sólo hablar de doctrinas, los maestros enseñan a los alumnos a entender y vivir las doctrinas del Evan-gelio. El Espíritu Santo no tiene restric-ciones cuando las personas ejercitan su albedrío en forma apropiada.

Con las condiciones actuales del mundo, necesitamos desesperada-mente en nuestros hogares, reuniones y clases del Evangelio un aprendizaje y una enseñanza de verdad. Sé que su afán por mejorar a veces puede parecer abrumador. Por favor, no se

96 L i a h o n a

Una noche, hace muchos años, un joven recién llamado como misionero, el élder Swan, y su

compañero japonés vinieron a visitar-nos a nuestra casa. Afortunadamente, yo estaba en casa y los invité a pasar. Cuando los saludé en la puerta, me llamó la atención el abrigo que el élder Swan llevaba. Sin pensarlo le dije: “¡Qué buen abrigo lleva puesto!”. Sin embargo, no era un abrigo nuevo y es-taba más bien descolorido. Supuse que el abrigo era uno que un misionero an-terior había dejado en el apartamento.

El élder Swan inmediatamente respondió a mis palabras y fue todo lo contrario a lo que había pensado. Con un japonés entrecortado, respondió: “Sí, es un buen abrigo. Mi padre lo usó cuando sirvió como misionero en Japón hace más de 20 años”.

Su padre había servido en la Misión Japón Okayama. Cuando su hijo salió a servir en una misión en Japón, le dio el abrigo. En esta foto aparece el abrigo que dos generaciones de élde-res Swan usaron en Japón.

Las palabras del élder Swan me conmovieron y entendí por qué llevaba el abrigo de su padre cuando

hacía proselitismo. El élder Swan ha-bía iniciado su misión con el amor por Japón y su gente que había heredado de su padre.

Estoy seguro de que algunos de ustedes han experimentado algo similar. Muchos de los misioneros que sirven en Japón me han dicho que sus padres, sus madres, sus abuelos o tíos también sirvieron en misiones en Japón.

Deseo expresar mi amor, mi respeto y mis sentimientos de grati-tud sinceros a todos los misioneros que han servido en el mundo. Estoy seguro de que las personas a quienes ayudaron a convertir no los han olvi-dado. “¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae buenas nuevas!” 1.

Yo soy uno de esos conversos. Me convertí a los 17 años, cuando era alumno de secundaria. El misionero que efectuó mi bautismo fue el élder Rupp, de Idaho, quien recientemente fue relevado como presidente de estaca en Idaho. No lo he visto desde que estaba recién bautizado, pero he intercambiado correos electrónicos y he hablado con él por teléfono. Nunca

Por el élder Kazuhiko YamashitaDe los Setenta

Los misioneros son un tesoro de la IglesiaAgradezco que los misioneros sean llamados por el Señor, que respondan a ese llamado y que presten servicio por todo el mundo.

desanimen si su progreso es limitado. Pienso de nuevo en la experiencia de la excursión que tuve con mis hijos. Acordamos que cada vez que nos detuviéramos a descansar, en vez de concentrarnos exclusivamente en cuánto más teníamos que caminar, nos daríamos vuelta de inmediato y miraríamos hacia abajo de la montaña. Contemplaríamos el paisaje y nos diríamos el uno al otro: “Miren qué tan lejos hemos llegado”, entonces respiraríamos profundo, nos daríamos vuelta rápidamente, miraríamos hacia la cima y comenzaríamos a subir de nuevo, un paso a la vez. Hermanos y hermanas, ustedes pueden ser padres, guiar y enseñar de acuerdo con las manifestaciones del Espíritu. Sé que pueden hacerlo. Testifico que pueden hacerlo y se cambiarán vidas.

En mi vida he sido bendecido por maestros de verdad que han enseñado con el Espíritu y especialmente por el Espíritu. Los invito a alinear su manera de enseñar con la manera del Espíritu Santo en todo lo que hagan. Testifico que Jesucristo es nuestro Salvador y que Su evangelio se ha restaurado. Por eso debemos ser padres de ver-dad, líderes de verdad, maestros de verdad y alumnos de verdad. Testifico que Dios los ayudará en sus esfuer-zos. En el nombre sagrado de nuestro Salvador Jesucristo. Amén. ◼

NOTAS 1. La enseñanza: El llamamiento más

importante: Guía de consulta para la enseñanza del Evangelio, 1999, pág. 4.

2. Doctrina y Convenios 50:14. 3. Moroni 6:9. 4. Moroni 10:5; véase también Doctrina

y Convenios 50:14; Leales a la fe: Una referencia del Evangelio, 2004, pág. 44.

5. 2 Nefi 28:30. 6. Véase David A. Bednar, “Buscar

conocimiento por la fe”, Liahona, septiembre de 2007, págs. 16–24.

7. Véase Lucas 12:12. 8. Véase Juan 7:17. 9. Véase 2 Nefi 32:1–5.

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lo he olvidado; su rostro amable y sonriente está grabado en mi memo-ria. Se alegró mucho cuando supo que me iba bien.

Cuando tenía 17 años realmente no entendía muy bien los mensajes que los misioneros me habían enseñado; sin embargo, tenía un sentimiento especial en cuanto a los misioneros. Quería llegar a ser como ellos y sentí su amor profundo y duradero.

Permítanme contarles el día de mi bautismo. Fue un 15 de julio muy caluroso. Ese día también se bautizó una mujer. La pila bautismal la habían hecho los misioneros a mano y no era muy linda.

Nos confirmaron después que fuimos bautizados. Primero, el élder Lloyd confirmó a la hermana. Me senté con los demás miembros, cerré los ojos y escuché en silencio. El élder Lloyd la confirmó y después comenzó a pronunciar una bendición sobre ella. Sin embargo, él dejó de hablar, entonces abrí los ojos y lo miré con gran interés.

Incluso hoy puedo recordar esa escena claramente. Los ojos del élder Lloyd estaban llenos de lágrimas. Por primera vez en mi vida, experimenté lo que se siente estar envuelto por el Santo Espíritu. Y mediante el Santo Espíritu obtuve un conocimiento cer-tero de que el élder Lloyd y Dios nos amaban.

Después era mi turno para ser confirmado. Otra vez lo haría el élder Lloyd. Me puso las manos sobre la cabeza y me confirmó miembro de la Iglesia, me otorgó el don del Espíritu Santo y luego comenzó a pronunciar una bendición y, de nuevo, dejó de hablar. Sin embargo, ahora entiendo lo que estaba pasando. De verdad entendí por medio del Espíritu Santo que los misioneros me amaban y que Dios me amaba.

Ahora me gustaría decir algunas palabras a los misioneros que actual-mente están sirviendo en misiones por el mundo. La actitud y el amor que demuestran a los demás consti-tuyen mensajes importantes. Aunque

yo no entendí inmediatamente todas las doctrinas que los misioneros me enseñaron, sentía su gran amor, y sus muchos actos de bondad me enseña-ron importantes lecciones. El mensaje de ustedes es un mensaje de amor, un mensaje de esperanza y un mensaje de fe. La actitud y las acciones de ustedes invitan al Espíritu, y el Espíritu nos permite entender las cosas que son importantes. Lo que quiero co-municarles es que, mediante su amor, ustedes imparten el amor de Dios. Son un tesoro de esta Iglesia. Estoy tan agradecido a todos ustedes por su sacrificio y dedicación.

Me gustaría también hablarles a ustedes, futuros misioneros. En mi propia familia, cuatro de nuestros hi-jos han servido en misiones y nuestro quinto misionero entrará en el Centro de Capacitación Misional de Provo a fines de este mes. El próximo año, nuestro hijo más pequeño planea servir en una misión después de gra-duarse de la escuela secundaria.

Por lo tanto, hablo a mis hijos y a

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Hace años, mientras estaba en la playa con mi familia, noté que había señales y banderas que

nos advertían de una fuerte corriente que fluía desde la orilla hacía aguas profundas y turbulentas. Invisible para mis ojos inexpertos, pero fácil de de-tectar para los salvavidas o socorristas que estaban en una torre de vigilancia cercana, la poderosa corriente re-presentaba un peligro para todos los que dejaran la seguridad de la orilla y entraran en el agua. Recuerdo que pensé: “Soy un nadador fuerte. Nadar será un excelente ejercicio y estaré seguro en el agua poco profunda”.

Haciendo caso omiso de las adver-tencias, y teniendo confianza en mi propio juicio, entré en el agua para disfrutar de un “refrescante” chapuzón. Después de algunos minutos, levanté la mirada para ubicar a mi familia en la playa cercana, ¡pero la playa ya no estaba cerca! La corriente engañosa de la que se me había advertido me había atrapado y estaba alejándome de mi familia rápidamente.

Confiadamente al principio y luego con desesperación, traté de nadar hacia la orilla, pero la inclemente corriente me arrastraba cada vez más lejos hacia aguas más profundas y turbulentas. Quedé exhausto y

comencé a ahogarme con el agua que tragaba. Ahogarse se convirtió en una posibilidad real. Al final, cuando se me agotaron las energías, pedí ayuda desesperadamente.

Como si fuera un milagro, de inmediato un socorrista se apare-ció a mi lado. No sabía que él me había observado entrar en el agua. Él sabía que la corriente me atraparía y sabía adónde me llevaría. Evitando la corriente, nadó alrededor y un poco más allá de donde yo estaba luchando, entonces pacientemente esperó mi llamado de ayuda. Dema-siado débil para nadar solo hasta la orilla, me sentí muy agradecido por su rescate. Sin su ayuda nunca habría regresado a mi familia.

Ese día tomé una decisión pobre que produjo consecuencias potencial-mente graves para mí y para mi fami-lia. Ahora, al analizar juntos el don de escoger, ruego que el Espíritu Santo nos ayude a cada uno de nosotros a evaluar las elecciones que hacemos.

Nuestro amado profeta, el pre-sidente Thomas S. Monson, nos ha enseñado: “No puedo poner suficiente énfasis en que las decisiones deter-minan el destino. No se puede tomar decisiones eternas sin que haya conse-cuencias eternas” 1.

Escojan la vida eternaSu destino eterno no será el resultado de la casualidad sino de la elección. ¡Nunca es demasiado tarde para empezar a escoger la vida eterna!

Por el élder Randall K. BennettDe los Setenta

todos ustedes que se preparan para servir en una misión. Es necesario que lleven tres cosas con ustedes a la misión:

1. Un deseo de predicar el Evange-lio. El Señor desea que busquen a Sus ovejas y las encuentren2. Hay personas esperándolos en todo el mundo. Por favor, vayan sin de-mora hasta donde ellas están. Nadie se esfuerza más que los misioneros para ir al rescate de otras perso-nas. Yo soy una de esas personas rescatadas.

2. Desarrollen su testimonio. El Señor requiere que tengan un “corazón y una mente bien dispuesta” 3.

3. Amen a los demás, como lo hizo el élder Swan, quien trajo a su misión el abrigo y el amor que su padre tiene por Japón y su gente.

Y para ustedes que no saben cómo prepararse para servir en una misión, por favor vayan y hablen con su obispo. Sé que los ayudará.

Agradezco que los misioneros sean llamados por el Señor, que respondan a ese llamado y que presten servicio en todo el mundo. Permítanme decir-les a todos ustedes, amados misione-ros que terminaron su misión: Estoy sinceramente agradecido por todos sus esfuerzos. Son un tesoro de esta Iglesia. Y ruego que siempre sigan siendo misioneros y que actúen como discípulos de Cristo.

Testifico que somos hijos de nues-tro Padre Celestial, que Él nos ama y que envió a su Hijo Amado Jesucristo para que podamos volver a Su pre-sencia. Digo estas cosas en el sagrado nombre de Jesucristo. Amén. ◼

NOTAS 1. Isaías 52:7. 2. Ezequiel 34:11. 3. Doctrina y Convenios 64:34.

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Cada uno de ustedes, como se nos enseñó en esta conferencia, es un amado hijo o hija procreados como espíritu por padres celestiales. Tienen una naturaleza y un destino divinos 2. Durante su vida premor-tal aprendieron a amar la verdad; tomaron decisiones eternas correc-tas; sabían que en esta vida terrenal habría aflicciones y adversidad, dolor y sufrimiento, pruebas y desafíos para ayudarlos a crecer y progresar; sabían también que podrían seguir tomando decisiones correctas, arrepentirse de las decisiones incorrectas y, mediante la expiación de Jesucristo, heredar la vida eterna.

¿Qué enseñó el profeta Lehi sobre el escoger? Él advirtió que somos “li-bres para escoger la libertad y la vida eterna, por medio del gran Mediador de todos los hombres, o escoger la cautividad y la muerte, según la cau-tividad y el poder del diablo”. Luego instruyó: “…quisiera que confiaseis en el gran Mediador y que escucha-seis sus grandes mandamientos; y sed

fieles a sus palabras y escoged la vida eterna” 3.

Hermanos y hermanas, en lo que escogemos pensar, sentir y hacer, ¿es-tamos escogiendo la vida eterna?

Nuestros nietos están aprendiendo que cuando toman una decisión, a la vez escogen sus consecuencias. Hace poco, una de nuestras nietas de 3 años se negó a comer la cena. Su madre le explicó: “Ya es casi la hora de dormir. Si escoges comer, elegirás helado de postre. Si escoges no comer la cena, elegirás irte a la cama ahora sin comer helado”. Nuestra nieta consideró sus dos opciones y luego respondió enérgicamente: “Quiero escoger esto: jugar y comer helado solamente y no ir a dormir”.

Hermanos y hermanas, ¿nos gustaría poder jugar y comer helado solamente, nunca ir a dormir y evitar como por arte de magia las conse-cuencias como la malnutrición y el agotamiento?

En realidad sólo tenemos dos opciones eternas, cada una con

consecuencias eternas: escoger seguir al Salvador del mundo y, por lo tanto, escoger la vida eterna con nuestro Padre Celestial, o escoger seguir al mundo y, por lo tanto, escoger alejar-nos del Padre Celestial eternamente.

No podemos escoger con éxito tanto la seguridad de la rectitud como los peligros de la mundanidad sin problemas. Andar en la mundanidad podría parecer inofensivo, pero así parecía mi “refrescante” chapuzón.

Como la corriente que pudo haber cambiado el curso de la vida de mi familia, las corrientes actuales de la mundanidad, las filosofías engañosas, las enseñanzas falsas y la inmorali-dad descontrolada buscan alejarnos y separarnos eternamente de nuestra familia y de nuestro Padre Celestial.

Nuestros profetas, videntes y reveladores vivientes ven y procuran advertirnos de las corrientes munda-nas que nos acechan y que suelen ser sutiles pero peligrosas. Ellos nos invi-tan, motivan, enseñan, recuerdan y ad-vierten con amor; saben que nuestra

Montreal, Quebec, Canadá

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seguridad depende de que escojamos seguir (1) las impresiones que reciba-mos al estudiar las Escrituras, meditar y orar a diario; (2) la guía del Espíritu Santo; y (3) el consejo profético de ellos; saben que existe seguridad y, en última instancia, gozo solamente en nuestro Salvador Jesucristo y mediante Él, y al vivir Su evangelio. Como recién enseñó el élder Dallin H. Oaks, nuestro Salvador declaró: “Yo soy el camino, y la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí” 4.

Durante la adversidad y el sufri-miento de la Rusia post-soviética, Anatoly y Svetlana Reshetnikov escogieron la rectitud en lugar de la mundanidad. Después de unirse a la Iglesia fueron perseguidos y él fue depuesto de su posición en el trabajo. Con valentía pensaron: “¡Ahora tene-mos más tiempo para servir a Dios!”. Recibían amenazas con frecuencia, sin embargo, escogieron vivir una vida centrada en el Evangelio. El élder Ana-toly Reshetnikov fue llamado como el primer Setenta de Área ruso. Mediante sus decisiones, la familia Reshetnikov sigue escogiendo la vida eterna.

Todos enfrentamos adversidades, todos tenemos tentaciones y todos cometemos errores. Nunca es dema-siado difícil ni demasiado tarde para tomar decisiones correctas. El arre-pentimiento es una de esas decisiones correctas vitales.

El presidente Dieter F. Uchtdorf enseñó:

“Los pequeños errores y las desvia-ciones insignificantes que nos apartan de la doctrina del evangelio de Jesu-cristo pueden acarrearnos consecuen-cias dolorosas; por ello, es de suma importancia que seamos lo suficien-temente disciplinados para hacer co-rrecciones tempranas y decisivas para volver al curso correcto y no esperar o desear que los errores se corrijan solos.

“Cuanto más demoremos las me-didas correctivas, más grandes serán los cambios necesarios y más tiempo tomará volver al curso correcto, in-cluso hasta tal punto en que se podría avecinar un desastre” 5.

Los brazos de misericordia del Sal-vador siempre están extendidos hacia cada uno de nosotros 6. Cuando nos arrepentimos sincera y cabalmente, podemos ser totalmente perdonados por nuestros errores y el Señor no los recordará más 7.

Al evaluar sus elecciones y conse-cuencias, podrían preguntarse:

• ¿Busco orientación divina mediante el estudio de las Escrituras, me-ditándolas y orando a diario o he optado por estar tan ocupado o ser tan indiferente que no estudio las palabras de Cristo, no las medito ni converso con mi Padre Celestial?

• ¿Escojo seguir el consejo de los profetas vivientes de Dios o sigo los caminos del mundo y las opi-niones opuestas de los demás?

• ¿Busco la guía del Espíritu Santo a diario en lo que escojo pensar, sentir y hacer?

• ¿Busco constantemente la forma de

ayudar, servir o ayudar a rescatar a otras personas?

Mis queridos hermanos y her-manas, su destino eterno no será el resultado de la casualidad sino de la elección. ¡Nunca es demasiado tarde para empezar a escoger la vida eterna!

Expreso mi testimonio de que, debido al gran plan de felicidad de nuestro Padre Celestial, cada uno de nosotros puede ser perfeccionado mediante la expiación de Jesucristo. Podemos vivir eternamente en la presencia de nuestro Padre Celestial y recibir una plenitud de gozo con nuestra familia. De ello testifico en el nombre de Jesucristo. Amén. ◼

NOTAS 1. Thomas S. Monson, “Las decisiones

determinan nuestro destino”, Charla fogonera del Sistema Educativo para los jóvenes adultos, 6 de noviembre de 2005, http:// lds .org/ library/ display/ 0,4945,538-1-3310-6,00 .html.

2. Véase “La Familia: Una Proclamación para el Mundo”, Liahona, noviembre de 2010, pág. 129.

3. 2 Nefi 2:27, 28; cursiva agregada. 4. Juan 14:6. 5. Dieter F. Uchtdorf, “Cuestión de sólo unos

grados”, Liahona, mayo de 2008, pág. 59. 6. Véase Alma 5:33. 7. Véase Doctrina y Convenios 58:42.

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M is amadas hermanas y her-manos, Dios nuestro Padre no es un sentimiento ni una

idea ni una fuerza; Él es una persona santa quien, como se enseña en las Escrituras, tiene cara, manos y un glorioso cuerpo inmortal; Él es real; nos conoce a cada uno personalmente y nos ama, a cada uno. Él desea bendecirnos.

Jesús dijo:“¿Qué hombre hay de vosotros,

que si su hijo le pide pan, le dará una piedra?

“¿Y si le pide un pez, le dará una serpiente?

“Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le piden?” (Mateo 7:9–11).

Tal vez una experiencia personal ayudará a ilustrar el punto. Cuando era médico residente joven en el Hospital de niños de Boston, trabajaba largas horas y me desplazaba entre el hospital y nuestra casa en Water-town, Massachusetts mayormente en bicicleta, ya que mi esposa y los niños necesitaban el automóvil. Una noche regresaba a casa después de un largo

período en el hospital; me sentía cansado y tenía mucha hambre, y hasta un poco desanimado. Sabía que al llegar a casa tenía que darles a mi esposa y a mis cuatro hijos pequeños no sólo mi tiempo y energía, sino una actitud alegre. Francamente, hasta el pedalear se me estaba haciendo difícil.

En la ruta, pasaba por un estable-cimiento donde vendían pollo frito, y pensé que tendría menos hambre y me sentiría menos cansado si me de-tenía a comerme una porción de pollo de camino a casa. Sabía que tenían una venta especial de piernas o mus-los por 29 centavos cada una, pero al buscar en mi billetera, todo lo que tenía era una moneda de cinco centa-vos. Mientras pedaleaba, le expliqué al Señor mi situación y le pedí que, en Su misericordia, me permitiera hallar una moneda de veinticinco centavos en el camino. Le dije que no lo necesi-taba como una señal, pero que estaría muy agradecido si Él consideraría con-cederme esa piadosa bendición.

Empecé a mirara el piso con más cuidado, pero no vi nada. Tratando de mantener una actitud de fe pero su-misa al andar, me acerqué a la tienda. Entonces, casi exactamente enfrente

del establecimiento, vi una moneda de veinticinco centavos. Con gratitud y alivio, la recogí, compré el pollo, sa-boreé cada bocado, y seguí felizmente a casa.

En Su misericordia, el Dios del cielo, el Creador y Gobernador de todas las cosas en todas partes, había oído una oración sobre algo de muy poca importancia. Uno bien podría preguntarse por qué se preocuparía Él con algo tan trivial. Creo que nuestro Padre Celestial nos ama tanto que las cosas que son importantes para nosotros se vuelven importantes para Él, simplemente porque nos ama. ¿Cuánto más desearía Él ayudarnos con las cosas grandes que pedimos y que sean justas (véase 3 Nefi 18:20)?

Niños, jóvenes y adultos por igual, por favor crean en lo mucho que su amoroso Padre Celestial desea bende-cirlos a ustedes ; pero debido a que Él no interferirá con nuestro albedrío, de-bemos pedir Su ayuda. Eso por lo ge-neral se hace por medio de la oración, que es uno de los dones más precia-dos que Dios ha dado al hombre.

En una ocasión, los discípulos de Jesús suplicaron: “Señor, enséñanos a orar” (Lucas 11:1). Como respuesta, Jesús nos dio un ejemplo que puede servir de guía para los principios clave de la oración (véase Russell M. Nelson, “Lecciones que aprendemos de las oraciones del Señor” Liahona, mayo de 2009, págs. 46–49; véase también Mateo 6:9–13; Lucas 11:1–4). De acuerdo con el ejemplo de Jesús:

Comenzamos por dirigimos a nuestro Padre Celestial: “Padre nuestro que estás en los cielos” (Mateo 6:9; Lucas 11:2). Tenemos el privilegio de dirigirnos directamente a nuestro Padre, y no oramos a ningún otro ser. Tengan presente que se nos ha acon-sejado evitar repeticiones, incluso usar el nombre del Padre con demasiada

Por el élder J. Devn CornishDe los Setenta

El privilegio de la oraciónLa oración es uno de los dones más preciados que Dios ha dado al hombre.

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frecuencia cuando oramos 1. “Santificado sea tu nombre” (Mateo

6:9; Lucas 11:2). Jesús se dirigió a Su Padre en una actitud de adoración, reconoció Su grandeza y le rindió alabanza y agradecimiento. Sin duda, este asunto de reverenciar a Dios y de expresar agradecimiento específico y sincero es una de las claves de la oración eficaz.

“Venga tu reino. Hágase tu vo-luntad” (Mateo 6:10; Lucas 11:2). Libremente reconocemos nuestra dependencia del Señor y expresamos nuestro deseo de hacer Su voluntad, aun cuando no sea la misma que la nuestra. En el diccionario bíblico [en inglés], se explica que: “La oración es el acto mediante el cual la volun-tad del Padre y la voluntad del hijo entran en correspondencia la una con la otra. La finalidad de la oración no es cambiar la voluntad de Dios, sino obtener para nosotros y para otras personas las bendiciones que Dios ya esté dispuesto a otorgarnos, pero que debemos solicitar a fin de recibirlas” (Bible Dictionary, “Prayer” [Oración]).

“Danos hoy el pan nuestro de cada día” (Mateo 6:11; véase también Lucas 11:3). Pedimos las cosas que queremos del Señor. La honradez es esencial al pedirle cosas a Dios; por

ejemplo, no sería totalmente honrado pedirle ayuda en un examen de la escuela si no he prestado atención en la clase, ni hecho las tareas asignadas ni estudiado para la prueba. Con fre-cuencia, al orar, el Espíritu me impulsa suavemente a reconocer que debería hacer algo más para recibir la ayuda que estoy suplicándole al Señor; en-tonces me debo comprometer y hacer mi parte. Es contrario al plan del cielo que el Señor haga por nosotros lo que podemos hacer por nosotros mismos.

“Y perdónanos nuestras deudas” (Mateo 6:12), o, en otra versión, “Y perdónanos nuestros pecados” (Lucas 11:4). Una parte esencial de la oración personal y que a veces olvidamos es el arrepentimiento. Para que el arrepentimiento surta efecto, debe ser específico, profundo y duradero.

“Como también nosotros perdona-mos a nuestros deudores” (Mateo 6:12; véase también Lucas 11:4). El Salvador estableció una clara conexión entre el ser perdonados de nuestros pecados y el perdonar a los que nos hayan he-cho un mal. A veces el daño que otras personas nos han hecho es suma-mente doloroso y difícil de perdonar y de olvidar. Estoy muy agradecido por el consuelo y la curación que he encontrado en la invitación del Señor

de que abandonemos nuestras penas y se las entreguemos a Él. En Doctrina y Convenios, sección 64, Él dijo:

“Yo, el Señor, perdonaré a quien sea mi voluntad perdonar, mas a voso-tros os es requerido perdonar a todos los hombres.

Y debéis decir en vuestros cora-zones: Juzgue Dios entre tú y yo, y te premie de acuerdo con tus hechos” (versículos 10–11).

Si deseamos ser sanados, entonces debemos abandonar el asunto com-pletamente y dejar que el Señor se encargue de ello.

“Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal” (Mateo 6:13, nota a al pie de página; de la Traducción de José Smith, Mateo 6:14; véase también Lucas 11:4, nota c al pie de página de la Traducción de José Smith). Por tanto, en nuestras oraciones podemos iniciar el proceso protector de poner-nos toda la armadura de Dios (véase Efesios 6:11; D. y C. 27:15) al esperar con ansias el día por delante y pedir ayuda con las a veces temibles cosas que quizás tengamos que enfrentar. Por favor, amigos míos, no se olviden de pedirle al Señor que los proteja y que esté con ustedes.

“Porque tuyo es el reino, y el poder y la gloria, por todos los siglos” (Mateo 6:13). Cuán instructivo es el hecho de que al terminar su oración, Jesús ala-bara de nuevo a Dios y expresara Su reverencia por el Padre y Su sumisión a Él. Cuando creemos verdaderamente que Dios gobierna Su reino y que tiene todo el poder y toda la gloria, reconocemos que Él en verdad está a cargo, que nos ama con un amor perfecto y que desea que seamos felices. He descubierto que uno de los secretos para tener una vida feliz es reconocer que hacer las cosas a la manera del Señor me hará más feliz que hacer las cosas a mi manera.

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Existe el riesgo de que alguien piense que no es lo suficientemente digno para orar. Esa idea proviene del espíritu maligno, que es el que nos enseña a no orar (véase 2 Nefi 32:8). ¡Es igual de trágico que pensemos que somos demasiado pecadores para orar, como lo es para la persona sumamente enferma creer que está demasiado enferma para acudir al médico!

No debemos pensar que cualquier clase de oración, por sincera que sea, será muy eficaz si todo lo que hace-mos es decirla. No sólo debemos decir nuestras oraciones; también debemos vivir de acuerdo con ellas. El Señor está mucho más complacido con la persona que ora y luego va y hace su parte, que con aquella que única-mente ora. Al igual que un medica-mento, la oración funciona sólo si se usa como se indica.

Cuando digo que la oración es un dulce privilegio, no es simplemente porque estoy agradecido de poder

hablarle a mi Padre Celestial y sentir Su espíritu cuando oro; es también porque Él en verdad contesta y nos habla. Naturalmente, la forma en que nos habla por lo general no es con una voz audible. El presidente Boyd K. Packer explicó: “Esa dulce y apacible voz de inspiración llega más como un sentimiento que como un sonido. A la mente se le puede indicar la inteligencia pura… Esa guía se presenta como pensamientos, senti-mientos, susurros e impresiones” (“La oración y las impresiones del Espíritu”, Liahona, noviembre de 2009, pág. 44).

A veces nos da la impresión de que no recibimos respuesta a nuestras ora-ciones sinceras e intensas. Se requiere fe para recordar que el Señor contesta a Su tiempo y a Su manera, a fin de bendecirnos de la mejor manera. Tam-bién, al meditar más en ello, muchas veces nos daremos cuenta de que ya sabíamos muy bien lo que debíamos hacer.

Por favor no se desanimen si esto no da resultado de inmediato. Al igual que para aprender otro idioma, se requiere práctica y empeño. Sin em-bargo, quiero que sepan que pueden aprender el lenguaje del Espíritu; y cuando lo hagan, les dará gran fe y poder en rectitud.

Valoro el consejo de nuestro amado profeta, el presidente Thomas S. Monson, que dijo: “A los que están al alcance de mi voz y que estén

pasando desafíos y dificultades gran-des y pequeñas, la oración brinda fortaleza espiritual; es el pasaporte a la paz. La oración es el medio por el cual nos acercamos a nuestro Padre Celestial, que nos ama. Hablen con Él en oración y después escuchen para recibir la respuesta. Los milagros se llevan a cabo por medio de la ora-ción” (“Sé lo mejor que puedas ser”, Liahona, mayo de 2009, pág. 68).

Estoy profundamente agradecido por el privilegio que tengo de acudir a mi santo Padre Celestial en oración. Estoy agradecido por la infinidad de veces que Él me ha escuchado y me ha contestado. Debido a que me contesta, incluso a veces en maneras anticipadas y milagrosas, sé que Él vive. También testifico humildemente que Jesús, Su santo Hijo, es nuestro Salvador viviente. Ésta es Su Iglesia y reino sobre la tierra; esta obra es ver-dadera. Thomas S. Monson, por quien oramos fervientemente, es Su profeta; de lo cual testifico con plena certeza, en el nombre de Jesucristo. Amén. ◼

NOTA 1. Véase Francis M. Lyman, “Proprieties in

Prayer”, en Brian H. Stuy, comp., Collected Discourses Delivered by President Wilford Woodruff, His Two Counselors, the Twelve Apostles, and Others, 5 tomos, 1987–92, tomo III, págs.76–79; B. H. Roberts, comp., The Seventy’s Course in Theology, 5 tomos, 1907–1912, tomo IV, pág. 120; Encyclopedia of Mormonism, 1992, “Prayer,” págs. 1118–19; Bruce R. McConkie, Mormon doctrine, 2a. ed., 1966, pág. 583.

104 L i a h o n a

Muchas personas enfrentan serios problemas o incluso tragedias durante esta jornada

terrenal. En todo el mundo vemos ejemplos de pruebas y tribulaciones 1. Nuestra alma se conmueve al ver imágenes de muerte, sufrimiento y de-sesperación en la televisión. Vemos a los japoneses luchando heroicamente contra la devastación que dejaron el terremoto y maremoto. Revivir las inolvidables escenas de destrucción de las torres del World Trade Center que volvimos a ver hace poco fue do-loroso. Algo se conmueve en nosotros cuando nos enteramos de tales trage-dias, en especial cuando las padecen personas inocentes.

A veces las tragedias son muy personales: Un hijo o una hija fa-llece a temprana edad o cae víctima de una devastadora enfermedad; la vida de un padre amoroso se acaba debido a un acto desconsiderado o un accidente. Siempre que las tragedias ocurren, lloramos y procuramos llevar la carga los unos de los otros 2. Lamen-tamos las cosas que no se cumplirán y las canciones que no se cantarán.

Entre las preguntas más frecuentes

perfecta claridad y con una perspec-tiva y entendimiento impecables.

Desde la limitada perspectiva de aquellos que no tienen conocimiento, entendimiento ni fe en el plan del Padre —que ven el mundo sólo a tra-vés de los lentes de la mortalidad con sus guerras, violencia, enfermedad y maldad— esta vida puede parecer de-primente, caótica, injusta y sin sentido. Los líderes de la Iglesia han compa-rado esta perspectiva con alguien que entra en la mitad de una obra teatral de tres actos 3. Aquellos que descono-cen el plan del Padre no entienden lo que sucedió en el primer acto, o en la existencia premortal, ni los propósitos que se establecieron allí; ni tampoco entienden la aclaración y la resolución que viene en el tercer acto, que es el glorioso cumplimiento del plan del Padre.

Muchos no aprecian que, bajo Su amoroso y comprensivo plan, los que parecen estar en desventaja sin tener culpa, en última instancia no son sancionados 4.

En algunos meses se cumplirán los 100 años del trágico hundimiento del transatlántico Titanic. Las catastrófi-cas circunstancias que rodearon ese horrendo hecho han resonado a través del siglo desde que ocurrió. Los pro-motores del nuevo buque de lujo, que tenía la altura de un edificio de 11 pisos y casi el tamaño de 3 estadios de fútbol 5, afirmaron exagerada e injustificadamente la invulnerabilidad del Titanic en las aguas invernales repletas de témpanos de hielo. Este barco, supuestamente era imposible de hundir; sin embargo, cuando se sumió en el congelado Océano Atlán-tico, más de 1.500 almas perdieron su vida terrenal 6.

En muchos sentidos, el hundi-miento del Titanic es una metáfora de la vida y de muchos principios del

que se hacen a los líderes de la Iglesia están: “¿Por qué un Dios justo permite que sucedan cosas malas, especial-mente a las personas buenas?”; “¿por qué aquellos que son justos y están al servicio del Señor no son inmunes a esas tragedias?”

Aunque no sepamos todas las res-puestas, conocemos principios impor-tantes que nos permiten afrontar las tragedias con fe y confianza de que se ha planeado un futuro brillante para cada uno de nosotros. Algunos de los principios más importantes son:

Primero, tenemos un Padre Celes-tial que nos conoce, nos ama perso-nalmente y entiende perfectamente nuestro sufrimiento.

Segundo, Su hijo Jesucristo es nues-tro Salvador y Redentor; Su expiación no solamente proporciona la salvación y la exaltación, sino que también com-pensará todas las injusticias de la vida.

Tercero, el plan de felicidad del Padre para Sus hijos incluye no sólo la vida premortal y mortal sino también la vida eterna, incluso una grande y gloriosa reunión con aquellos que hemos perdido. Todas las injusticias serán enmendadas, y veremos con

Por el élder Quentin L. CookDel Quórum de los Doce Apóstoles

Las canciones que no pudieron cantarAunque no sepamos todas las respuestas, sí conocemos principios importantes que nos permiten afrontar las tragedias con fe y confianza.

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Evangelio. Es un ejemplo perfecto de la dificultad de mirar solamente con el lente de esta vida terrenal. La pérdida de vidas fue catastrófica en sus conse-cuencias, pero fue accidental. Con la masacre de las dos guerras mundiales y con el reciente décimo aniversario de la destrucción de las torres del World Trade Center, hemos vislum-brado en nuestra época la conmoción, la agonía y los problemas morales que rodean a los hechos derivados del mal ejercicio del albedrío. Hay terribles repercusiones para las familias, los amigos y las naciones como resultado de esas tragedias, independientemente de la causa.

Con respecto al Titanic, se apren-dieron lecciones sobre los peligros del orgullo, de viajar en aguas turbulentas y de “que Dios no hace acepción de personas” 7. Los afectados provenían de todo tipo de condiciones sociales. Algunos eran ricos y famosos, como John Jacob Astor; pero también había trabajadores, inmigrantes, mujeres, niños y miembros de la tripulación8.

Hubo por lo menos dos conexio-nes de Santos de los Últimos Días con el Titanic. Ambas ilustran el desafío que implica entender las pruebas, las tribulaciones y las tragedias, y pro-porcionan perspectiva en cuanto a la forma de sobrellevarlas. El primero es un ejemplo del estar agradecidos por las bendiciones que recibimos y de los desafíos que evitamos. Se trata de Alma Sonne, quien más tarde sirvió como Autoridad General 9. Él era mi presidente de estaca cuando nací en Logan, Utah. Tuve mi entrevista para la misión con el élder Sonne. En esos días, todos los futuros misioneros eran entrevistados por una Autoridad General. Él marcó una gran influencia en mi vida.

Cuando Alma era jovencito, tenía un amigo que se llamaba Fred y que

estaba menos activo en la Iglesia. Tuvieron numerosas conversacio-nes sobre el hecho de servir en una misión, y con el tiempo, Alma Sonne convenció a Fred para que se prepa-rara y sirviera. Ambos fueron llama-dos a servir en la Misión Británica. Al término de sus misiones, el élder Sonne, secretario de la misión, hizo los arreglos para regresar a los Estados Unidos y compró boletos para viajar en el Titanic para él, Fred y cuatro misioneros más que también habían terminado su misión10.

Cuando llegó el momento de viajar, por alguna razón, Fred se retrasó. El élder Sonne canceló los seis boletos para abordar el primer viaje del nuevo y lujoso transatlántico, y reservó los pasajes para ir en otro barco que partiría el día siguiente 11. Los cuatro misioneros que estaban entusiasma-dos por viajar en el Titanic, expre-saron su desilusión. La respuesta del élder Sonne parafraseó el relato de José y sus hermanos en Egipto que se halla en Génesis: “¿Cómo volveremos a nuestras familias sin el joven?” 12. Él explicó a sus compañeros que todos llegaron a Inglaterra juntos y que to-dos deberían regresar a casa juntos. El élder Sonne posteriormente se enteró del hundimiento del Titanic, y con gratitud le dijo a su amigo Fred: “Me salvaste la vida”. Fred le respondió: “No, tú me salvaste la mía al persua-dirme a venir en esta misión” 13. Todos los misioneros agradecieron al Señor

el haberlos preservado14.A veces, como en el caso del élder

Sonne y sus compañeros de misión, los que son fieles reciben grandes bendiciones. Debemos agradecer to-das las entrañables misericordias que llegan a nuestra vida 15. No nos damos cuenta del caudal de bendiciones que recibimos día a día. Es sumamente importante que tengamos un espíritu de gratitud en nuestro corazón16.

Las Escrituras son claras; los que son rectos, siguen al Salvador y guar-dan Sus mandamientos prosperarán en la tierra 17. Un elemento esencial de prosperar es tener El espíritu en nuestra vida.

Sin embargo, la rectitud, la oración y la fidelidad no siempre tendrán como resultado finales felices en la vida terrenal; muchos experimentarán duras pruebas. Cuando eso suceda, Dios aprueba el sólo hecho de tener fe y buscar las bendiciones del sa-cerdocio. El Señor ha declarado: “Los élderes… serán llamados, y orarán por ellos y les impondrán las manos en mi nombre; y si murieren, morirán para mí; y si vivieren, vivirán para mí” 18.

Resulta instructivo que la segunda conexión de Santos de los Últimos Días con el Titanic no tuviese un final feliz en la vida terrenal. Irene Corbett tenía 30 años; era una joven esposa y madre de Provo, Utah, que tenía muchos talentos en el arte y la música; y también era maestra y enfermera. Ante la insistencia de profesionales

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médicos de Provo, ella asistió a un curso de partera en Londres por 6 meses. Su gran deseo era hacer una diferencia en el mundo. Era meticu-losa, amable, devota y valiente. Una de las razones por la que escogió el Titanic para regresar a los Estados Unidos fue porque pensó que los misioneros viajarían con ella y que eso le brindaría protección adicional. Irene fue una de las pocas mujeres que no sobrevivieron a esa terrible tragedia. A la mayoría de las mujeres y niños los colocaron en botes salvavidas, y al final los rescataron. No había suficien-tes botes salvavidas para todos, pero se cree que ella no llegó a los botes salvavidas porque, debido a su capa-citación especial, estaba atendiendo a las necesidades de muchos pasajeros que resultaron heridos en el choque con el témpano de hielo19.

Existen muchas clases de retos. Algunos nos brindan experiencias necesarias. Los resultados desfavo-rables en esta vida terrenal no son evidencia de falta de fe o de alguna imperfección en el plan global de nuestro Padre en los Cielos. El fuego purificador es real, y las cualidades de carácter y rectitud que se forjan en el horno de la aflicción nos perfec-cionan, nos purifican y nos preparan para encontrarnos con Dios.

Mientras el profeta José Smith se hallaba preso en la cárcel de Liberty, el Señor le declaró que pueden sobre-venir muchas calamidades a la huma-nidad. El Señor declaró en parte: “Si eres arrojado al abismo; si las bravas olas conspiran contra ti; si el viento huracanado se hace tu enemigo… y todos los elementos se combinan para obstruir la vía… todas estas cosas te servirán de experiencia, y serán para tu bien” 20. El Señor concluyó Su ins-trucción así: “Tus días son conocidos y tus años no serán acortados; no temas,

pues…, porque Dios estará contigo para siempre jamás” 21.

Algunos desafíos son el resultado del albedrío de los demás. El albedrío es esencial para el desarrollo y el cre-cimiento espiritual personal. La mala conducta es un elemento del albedrío. El capitán Moroni explicó esta doc-trina tan importante: “El Señor permite que los justos sean muertos para que su justicia y juicios sobrevengan a los malos”. Él dejó claro que los fieles no están perdidos, sino que “entran en el reposo del Señor su Dios” 22. Los malvados serán responsables de las atrocidades que cometan 23.

Otros retos provienen de la de-sobediencia a las leyes de Dios. Los problemas de salud derivados del cigarrillo, del alcohol o del abuso de drogas son sorprendentes. El número de quienes son encarcelados por delitos relacionados al alcohol y las drogas también es alto24.

Asimismo, el índice de divorcios a causa de infidelidad es significativa. Muchas de esas pruebas y tribula-ciones podrían evitarse mediante la obediencia a las leyes de Dios 25.

Mi querido presidente de mi-sión, el élder Marion D. Hanks (que falleció en agosto), nos pidió a los misioneros que memorizáramos una declaración para resistir a los desa-fíos de la vida terrenal: “No existe

ninguna posibilidad, suerte ni destino que pueda evitar, impedir o contro-lar la firme resolución de un alma decidida” 26.

Él reconocía que eso no se aplica a todos los desafíos que encontra-mos, pero sí se aplica a los asuntos espirituales. He apreciado su consejo en mi vida.

Una de las razones que ocasionó la terrible pérdida de vidas en el Titanic es que no había suficientes botes salvavidas. Independientemente de las pruebas que afrontemos en esta vida, la expiación del Salvador proporciona botes salvavidas para todos. Para los que piensen que las pruebas que enfrentan no son justas, la Expiación compensa todas las injusticias de la vida 27.

El evitar pensar demasiado en las oportunidades que se perdieron en esta vida constituye un reto particu-lar para los que han perdido a seres queridos. A menudo, los que mueren prematuramente han demostrado capacidades, intereses y talentos signi-ficativos. Con nuestro entendimiento limitado, lamentamos las cosas que no se llevarán a cabo y las canciones que no se cantarán. Eso se ha des-crito como morir con la música por dentro. La música, en este caso, es una metáfora de cualquier tipo de poten-cial que no se alcanzó. A veces las personas han tenido una preparación significativa pero no han tenido la oportunidad de ponerla en práctica en la vida terrenal 28. Uno de los poemas clásicos más citados, “Elegía escrita en un cementerio de aldea”, de Thomas Gray, refleja tales oportunida-des perdidas:

Flores que nacen para un rubor invisible,

gastando su dulzura en el aire desierto29.

107N o v i e m b r e d e 2 0 1 1

La oportunidad perdida podría estar relacionada con la familia, la ocupación, los talentos, las experien-cias u otras cosas. Todos estos fueron interrumpidos en el caso de la her-mana Corbett. Había canciones que no cantó y potencial que no alcanzó en esta vida terrenal, pero cuando mi-ramos a través del amplio y claro lente del Evangelio en vez del limitado lente de la mera existencia mortal, sabemos de la gran recompensa eterna que ha prometido un Padre amoroso en Su plan. Como el apóstol Pablo enseñó: “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido al corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para aquellos que le aman” 30. Una estrofa de un hermoso himno en inglés nos brinda consuelo, solaz y una visión clara: “Y Jesús al escuchar puede oír las canciones que no puedo cantar” 31.

El Salvador dijo: “Consuélense, pues, vuestros corazones… quedaos tranquilos y sabed que yo soy Dios” 32. Tenemos su promesa de que canta-remos con nuestros hijos “cantos de gozo sempiterno” 33. En el nombre de Jesucristo, nuestro Salvador. Amén. ◼

NOTAS 1. Véase Juan 16:33. 2. Véase Mosíah 18:8–9; véase también 2 Nefi

32:7. 3. Véase Boyd K. Packer, “The Play and

the Plan”, (Charla fogonera del Sistema Educativo de la Iglesia para jóvenes adultos, 7 de mayo de 1995), pág. 3: “En la mortalidad, somos como quien entra en un teatro cuando ya se ha subido el telón para el segundo acto. Nos hemos perdido el primer acto… ‘Y todos vivieron felices para siempre’ nunca está escrito en el segundo acto. Esa línea corresponde al tercer acto, cuando los misterios se resuelven y todo se pone en orden”. Véase también Neal A. Maxwell, All These Things Shall Give Thee Experience, 1979, pág. 37: “Dios… ve el comienzo desde el final… La aritmética… es algo que nosotros los mortales no podemos entender. No podemos hacer los cálculos porque no tenemos todos los números. Estamos atrapados en la dimensión del tiempo y estamos

restringidos en la estrecha perspectiva de este segundo estado”.

4. Los que murieron antes de alcanzar la edad de responsabilidad se salvan en el reino de los cielos (véase Doctrina y Convenios 137:10). Los que fallecieron sin conocer el Evangelio y que lo habrían recibido si hubieran tenido la oportunidad también serán herederos del reino celestial (véase Doctrina y Convenios 137:7). Además, aun aquellos cuyas vidas no hayan sido tan rectas serán bendecidos con una existencia superior a esta vida (véase Doctrina y Convenios 76:89).

5. Véase Conway B. Sonne, A Man Named Alma: The World of Alma Sonne, 1988, pág. 83.

6. Véase Sonne, A Man Named Alma,pág. 84. 7. Hechos 10:34; véase también “The Sinking

of the World’s Greatest Liner,” Millennial Star, 18 de abril de 1912, pág. 250.

8. See Millennial Star, 18 de abril de 1912, pág. 250.

9. El élder Sonne es tío del élder L. Tom Perry.

10. Véase Sonne, A Man Named Alma, pág. 83.

11. Véase Sonne, A Man Named Alma, págs. 83–84; véase también “From the Mission Field”, Millennial Star, 18 de abril de 1912, pág. 254: “Relevos y salidas: Los siguientes misioneros han sido honorablemente relevados y se han embarcado de regreso a casa el 13 de abril de 1912, en el buque Mauretania. Desde Gran Bretaña: Alma Sonne, George B. Chambers, Willard Richards, John R. Sayer, F. A. [Fred] Dahle. Desde los Países Bajos: L. J. Shurtliff”.

12. Véase Génesis 44:30–31, 34. 13. En Frank Millward, “Eight Elders Missed

Voyage on Titanic,” Deseret News, 24 de julio de 2008, pág. M6.

14. Véase “Friend to Friend,” Friend, marzo de 1977, pág. 39.

15. Véase David A. Bednar, “Las entrañables misericordias del Señor”, Liahona, mayo de 2005, págs. 99–102.

16. Véase Doctrina y Convenios 59:21. 17. Véase Alma 36:30. 18. Doctrina y Convenios 42:44. 19. Entrevista con el nieto de Irene Corbett,

Donald M. Corbett, 30 de octubre de 2010, por Gary H. Cook,

20. Doctrina y Convenios 122:7. 21. Doctrina y Convenios 122:9. 22. Alma 60:13. 23. Salvador fue claro al decir que “[vendrían]

tropiezos; mas, ¡ay de aquel por quien vienen!” (Lucas 17:1).

24. La sección 89 de Doctrina y Convenios, “el orden y la voluntad de Dios en la salvación temporal de todos los santos en los últimos días” (versículo 2), cada vez bendice más a los Santos de los Últimos Días.

25. Véase Doctrina y Convenios 42:22–24. 26. Véase “Will,” Poetical Works of Ella Wheeler

Wilcox, 1917, pág. 129. 27. Véase “La expiación”, Predicad Mi

Evangelio: Una guía para el servicio misional, 2004, pág. 51–52.

28. Véase “The Song That I Came to Sing,” en The Complete Poems of Rabrindranath Tagore’s Gitanjali, ed. S. K. Paul, 2006, pág. 64: “La canción que vine a cantar, no ha sido aún cantada. He pasado mis días afinando las cuerdas de mi instrumento”.

29. Thomas Gray, “Elegía escrita en un cementerio de aldea”, en The Oxford Book of English Verse, ed. Christopher Ricks, 1999, pág. 279.

30. 1 Corintios 2:9. 31. “There Is Sunshine in My Soul Today,”

Hymns, no. 227. 32. Doctrina y Convenios 101:16; véase

también Salmo 46:10. 33. Doctrina y Convenios 101:18; véase

también Doctrina y Convenios 45:71.

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M is hermanos y hermanas, sé que estarán de acuerdo con-migo en que ésta ha sido una

conferencia muy inspiradora. Hemos sentido el Espíritu del Señor en gran abundancia estos dos últimos días en los que nuestro corazón se ha con-movido y nuestro testimonio de esta obra divina se ha fortalecido. Damos gracias a cada uno de los que han participado, incluso a las Autoridades Generales que han ofrecido oraciones.

Todos estamos aquí porque ama-mos al Señor y queremos servirle. Testifico que nuestro Padre Celestial está al tanto de nosotros; reconozco Su mano en todas las cosas.

Una vez más, la música ha sido maravillosa, y expreso mi gratitud per-sonal y la de toda la Iglesia a aquellos que estuvieron dispuestos a compartir con nosotros sus talentos al respecto.

Expresamos nuestro profundo agra-decimiento a las Autoridades Genera-les que fueron relevadas durante esta conferencia. Han servido fielmente y bien, y han hecho contribuciones significativas a la obra del Señor.

Expreso profunda gratitud a mis fie-les y dedicados consejeros, y les doy las

Hermanos y hermanas, les aseguro que nuestro Padre Celestial es cons-ciente de los desafíos que afrontamos en el mundo hoy. Él ama a cada uno de nosotros y nos bendecirá a medida que nos esforcemos por guardar Sus mandamientos y acudamos a Él en oración.

Qué bendecidos somos por tener el evangelio restaurado de Jesucristo. Proporciona respuestas a los interro-gantes acerca de dónde venimos, por qué estamos aquí y adónde iremos cuando partamos de esta vida. Propor-ciona significado, propósito y espe-ranza a nuestra vida.

Gracias por el servicio que se brindan unos a otros con tan buena disposición. Somos las manos de Dios aquí en la tierra, con el mandato de amar y de servir a Sus hijos.

Les agradezco todo lo que hacen en sus barrios y sus ramas. Expreso mi gratitud por su disposición para prestar servicio en los cargos a los que se los llama, sean cuales sean. Cada uno es importante en el avance de la obra del Señor.

La conferencia ha terminado. Al regresar a nuestro hogar, ruego que lo hagamos a salvo; que encontre-mos que todo haya ido bien durante nuestra ausencia; que el espíritu que

gracias públicamente por el apoyo y la asistencia que me brindan. Ellos son en verdad hombres de sabiduría y entendi-miento, y su servicio es invaluable.

Doy las gracias a mis hermanos del Quórum de los Doce por su idóneo e incansable servicio en la obra del Señor. Asimismo doy gracias a los miembros del Quórum de los Setenta y del Obispado Presidente por su ser-vicio desinteresado y eficaz. También expreso mi aprecio a las mujeres y los hombres que prestan servicio como oficiales generales de las organizacio-nes auxiliares.

Por el presidente Thomas S. Monson

Hasta que nos volvamos a reunirRuego que el Espíritu que hemos sentido aquí esté y permanezca con nosotros al ir y hacer las cosas que nos ocupan cada día.

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REUNIÓN GENERAL DE LA SOCIEDAD DE SOCORRO | 24 de septiembre de 2011

Es un privilegio dirigirme a ustedes en esta histórica reunión. Es una bendición estar juntas. Durante mi

servicio como presidenta general de la Sociedad de Socorro, he cultivado un profundo amor por ustedes, las her-manas de la Sociedad de Socorro de esta Iglesia, y el Señor ha expandido mi visión de lo que Él siente por noso-tras y de lo que espera de nosotras.

He intitulado este mensaje: “Lo que espero que mis nietas (y nietos) comprendan acerca de la Sociedad de Socorro”. Mis nietas mayores están ocupadas trabajando en el Progreso Personal y cultivando los hábitos y las características de lo que es ser una mujer recta. En poco tiempo, ellas y

sus compañeras tendrán a su cargo la responsabilidad por esta gran herman-dad mundial.

Espero que lo que diga en este mensaje les dé a ellas, y a todos los que lo oigan o lo lean, un claro en-tendimiento de lo que el Señor tenía en mente para Sus hijas cuando se organizó la Sociedad de Socorro.

Un antiguo modelo de discipuladoEspero que mis nietas entiendan

que hoy día la Sociedad de Socorro está organizada según el modelo de discipulado que existía en la antigua Iglesia. Cuando el Salvador organizó Su Iglesia en la época del Nuevo Testamento, “[las mujeres] fueron

Lo que espero que mis nietas (y nietos) comprendan acerca de la Sociedad de SocorroA partir del día en que el Evangelio se empezó a restaurar en esta dispensación, el Señor ha necesitado mujeres fieles que participen como discípulas Suyas.

Por Julie B. BeckPresidenta General de la Sociedad de Socorro

hemos sentido aquí esté y permanezca con nosotros al ir y hacer las cosas que nos ocupan cada día. Ruego que mostremos más bondad unos hacia los otros; que siempre se nos halle haciendo la obra del Señor.

Que las bendiciones del cielo estén con ustedes; que sus hogares estén llenos de armonía y de amor; que puedan fortalecer sus testimonios constantemente y que sean una pro-tección contra el adversario.

Como su humilde servidor, deseo con todo mi corazón hacer la volun-tad de Dios, servirle a Él y servirlos a ustedes.

Los amo; oro por ustedes. Les pido una vez más que me recuerden a mí y a todas las Autoridades Generales en sus oraciones. Somos uno con ustedes para llevar adelante esta obra maravi-llosa. Les testifico que todos estamos juntos en esto y que cada hombre, mujer y niño tiene una función que desempeñar. Que Dios nos dé la forta-leza, la capacidad y la determinación de desempeñar bien nuestra función.

Doy mi testimonio de que esta obra es verdadera, que nuestro Salvador vive y que Él guía y dirige Su Iglesia aquí sobre la tierra. Les dejo mi afir-mación y mi testimonio de que Dios nuestro Padre Eterno vive y nos ama. Él es, en verdad, nuestro Padre, y Él es personal y real. Que podamos darnos cuenta y comprender cuán cerca de nosotros está dispuesto a llegar, cuán lejos está dispuesto a ir para ayudar-nos, cuánto nos ama y cuánto hace y está dispuesto a hacer por nosotros.

Que Él los bendiga; que la paz que Él ha prometido los acompañe ahora y siempre.

Me despido de ustedes hasta que nos volvamos a reunir dentro de seis meses, y lo hago en el nombre de Jesucristo, nuestro Salvador y Redentor. Amén. ◼

110 L i a h o n a

participantes de suma importancia en [Su] ministerio” 1. Él visitó a Marta y a María, dos de Sus más dedicadas se-guidoras, en el hogar de Marta. Mien-tras ésta lo escuchaba y lo atendía según la costumbre de esa época, Él la ayudó a ver que podía hacer más que eso. Ayudó a Marta y a María a com-prender que podían escoger “la buena parte”, la cual no les sería quitada 2. Ese tierno comentario sirvió como invitación para que participaran en el ministerio del Señor. Y más tarde, en el Nuevo Testamento, el firme testimo-nio de Marta en cuanto a la divinidad del Salvador nos proporciona una idea de su fe y discipulado3.

Al leer más adelante en el Nuevo Testamento, nos enteramos de que los apóstoles continuaron estable-ciendo la Iglesia del Señor. También nos enteramos de mujeres fieles cuyo modelo de discipulado contribuyó al crecimiento de la Iglesia. Pablo hizo referencia a las discípulas en lugares tales como Éfeso4 y Filipos 5; pero cuando la Iglesia del Señor se perdió en la apostasía, también se perdió ese modelo de discipulado.

Cuando el Señor empezó a restau-rar Su Iglesia por medio del profeta José Smith, de nuevo incluyó a las mujeres en un modelo de discipulado. Pocos meses después de que la Iglesia se organizó formalmente, el Señor reveló que Emma Smith habría de ser

apartada como líder y maestra en la Iglesia, y como ayudante oficial de su esposo, el Profeta 6. En su llamamiento para ayudar al Señor a edificar Su reino, se le dieron instrucciones para aumentar su fe y rectitud personales, para fortalecer a su familia y su hogar, y para servir a los demás.

Espero que mis nietas comprendan que a partir del día en que el Evan-gelio se empezó a restaurar en esta dispensación, el Señor ha necesitado mujeres fieles que participen como discípulas Suyas.

Tan sólo un ejemplo de su excep-cional contribución fue la obra misio-nal. El gran crecimiento de la Iglesia en los primeros días fue posible de-bido a hombres fieles que estuvieron dispuestos a dejar a sus familias para viajar a lugares desconocidos y sufrir privaciones y dificultades para enseñar el Evangelio. Sin embargo, esos hom-bres entendieron que sus misiones no habrían sido posibles sin la plena fe y el esfuerzo mancomunado de las mu-jeres que formaban parte de sus vidas, que sustentaban hogares y negocios, y ganaban dinero para sus familias y los misioneros. Las hermanas también cuidaron de los miles de conversos que llegaron a sus comunidades. Se dedicaron de lleno a su nuevo modo de vida, ayudando a edificar el reino del Señor y participando en Su obra de Salvación.

Conectadas con el sacerdocioEspero que mis nietas entiendan

que el Señor inspiró al profeta José Smith para organizar a las mujeres de la Iglesia “bajo la dirección del sacer-docio y de acuerdo con el modelo de éste” 7, y a enseñarles “la forma en que podrían poseer los privilegios, las ben-diciones y los dones del sacerdocio” 8.

Cuando se organizó oficialmente la Sociedad de Socorro, Emma Smith siguió en su llamamiento como líder. Fue nombrada presidenta de la or-ganización, con dos consejeras que sirvieran con ella en una presidencia. En vez de ser seleccionada mediante el voto popular, como era común en organizaciones fuera de la Iglesia, esa presidencia fue llamada por revela-ción, sostenida por las personas a las que dirigirían, y apartada por los líde-res del sacerdocio para servir en sus llamamientos, siendo así llamadas “por Dios, por profecía y la imposición de manos, por aquellos que tienen la autoridad” 9. Haber sido organizadas bajo el sacerdocio hizo posible que la presidencia recibiera dirección del Señor y de Su profeta para una obra específica. La organización de la Sociedad de Socorro permitió que en el almacén del Señor hubiera talento, tiempo y recursos para administrarse en sabiduría y orden.

Ese primer grupo de mujeres comprendió que se les había otorgado autoridad para enseñar, inspirar y or-ganizar a las mujeres como discípulas para colaborar en la obra de salvación del Señor. En las primeras reuniones, a las hermanas se les enseñaron los principios guiadores de la Sociedad de Socorro: aumentar la fe y la rectitud personales, fortalecer a las familias y los hogares, y buscar y ayudar a los necesitados.

Espero que mis nietas comprendan que la organización de la Sociedad de

111N o v i e m b r e d e 2 0 1 1

Socorro fue una parte esencial de pre-parar a los santos para los privilegios, las bendiciones y los dones que sólo se encuentran en el templo. El presi-dente Joseph Fielding Smith enseñó que la Sociedad de Socorro “es parte vital del reino de Dios sobre la tierra… cuyo diseño y funcionamiento ayuda a sus miembros fieles a obtener la vida eterna en el reino de nuestro Padre” 10. Podemos imaginar lo que debió haber sido para las hermanas estar en la tienda de ladrillos rojos de José Smith en aquellas primeras reuniones de la Sociedad de Socorro, mirando hacia la colina donde se estaba construyendo un templo, mientras el Profeta les en-señaba que “debe existir una sociedad selecta, separada de todas las iniqui-dades del mundo, distinguida, virtuosa y santa” 11.

Espero que mis nietas valoren el templo como lo hicieron las hermanas de la primera Sociedad de Socorro, quienes creían que las bendiciones del templo eran el premio mayor y la gran meta de toda mujer Santo de los Últimos Días. Espero que, al igual que las hermanas de la Sociedad de Socorro de los primeros días, mis nietas se esfuercen a diario por llegar a ser lo suficientemente maduras para hacer y guardar los sagrados conve-nios del templo, y que cuando vayan al templo, presten atención a todo lo que se diga y se haga allí. Mediante las bendiciones del templo serán armadas con poder 12 y bendecidas para recibir “la llave del conocimiento de Dios” 13. Mediante las ordenanzas del sacer-docio que únicamente se encuentran en los templos, serán bendecidas para cumplir sus responsabilidades divinas y eternas, y ellas prometerán vivir como dedicadas discípulas. Estoy agradecida que uno de los propósitos fundamentales del Señor en organizar la Sociedad de Socorro fue dar a las

mujeres la responsabilidad de ayu-darse unas a otras a prepararse “para las bendiciones mayores del sacerdo-cio, cual se hallan en las ordenanzas y convenios del templo”14.

El refugio y la influencia de una hermandad mundial

Espero que mis nietas lleguen a comprender la importante influencia y capacidad de la gran hermandad mundial de la Sociedad de Socorro. Desde 1842, la Iglesia se ha extendido mucho más allá de Nauvoo, y hoy día la Sociedad de Socorro se encuentra en más de 175 países, donde las her-manas hablan más de 80 idiomas. To-das las semanas se organizan nuevos barrios y ramas, y nuevas Sociedades de Socorro llegan a ser parte de una hermandad que crece cada vez más, “que cubre todos los continentes” 15. Cuando el número de miembros de la Sociedad de Socorro era relativamente pequeño y estaba organizada princi-palmente en Utah, las líderes podían centrar gran parte de su organización y discipulado en programas locales sociales y obras interrelacionadas de socorro. Crearon industrias caseras y llevaron a cabo proyectos para cons-truir hospitales y almacenar grano. Esos esfuerzos de los primeros días de la Sociedad de Socorro sirvieron para establecer modelos de discipu-lado, los que ahora se aplican por todo el mundo. Con el crecimiento de la Iglesia, la Sociedad de Socorro ha

sido capaz de cumplir sus propósitos en cada barrio y rama, en cada estaca y distrito mientras se adapta a un mundo que cambia constantemente.

Todos los días, las hermanas de la Sociedad de Socorro de todo el mundo pasan por la gama entera de desafíos y experiencias mortales. Hoy día, las mujeres y sus familias hacen frente a expectativas que no se han hecho realidad; enfermedades men-tales, físicas y espirituales; accidentes y muerte. Algunas hermanas sufren soledad y desilusión porque no tienen familias propias, y otras sufren debido a las consecuencias de las malas decisiones que han tomado miembros de la familia. Algunas han tenido que pasar por guerras, hambre o desastres naturales, y otras están pasando por las tensiones de las adicciones, del desempleo o de la falta de educación y capacitación. Todas esas dificultades tienen el potencial de destruir la fe y acabar con la fortaleza de las personas y las familias. Uno de los propósitos por los que el Señor organizó a las hermanas en un discipulado fue para proporcionar alivio que las elevara “de todo lo que obstaculice la alegría y el progreso de la mujer” 16. En cada barrio y rama hay una Sociedad de Socorro con hermanas que pueden buscar y recibir revelación y deliberar en consejo con los líderes del sacer-docio para fortalecerse mutuamente y buscar soluciones que se apliquen a sus propios hogares y comunidades.

112 L i a h o n a

Espero que mis nietas compren-dan que su discipulado se extiende mediante la Sociedad de Socorro y que pueden participar con los demás en la clase de trabajo extraordinario y heroico que el Salvador ha llevado a cabo. La clase de trabajo que se pide a las hermanas de esta Iglesia en nues-tros días nunca ha sido demasiado pe-queño en su alcance o intrascendente para el Señor. Mediante su fidelidad, ellas pueden sentir su aprobación y ser bendecidas con la compañía de Su Espíritu.

Mis nietas también deben saber que la hermandad de la Sociedad de Socorro puede proporcionar un lugar de seguridad, de refugio y protec-ción17. A medida que los tiempos se vuelven cada vez más difíciles, las fieles hermanas de la Sociedad de So-corro ayudarán a proteger los hogares de Sión de las voces estridentes del mundo y de la influencia depreda-dora y provocativa del adversario. Y mediante la Sociedad de Socorro, se les enseñará y fortalecerá, y entonces se les enseñará y fortalecerá más, la influencia de las mujeres rectas puede bendecir a muchos más de los hijos de nuestro Padre.

Un discipulado que vela y ministraEspero que mis nietas comprendan

que las visitas de maestras visitantes son una expresión de su discipulado y una manera importante de honrar sus convenios. Ese elemento de nuestro discipulado se asemeja mucho al minis-terio de nuestro Salvador. En los prime-ros días de la Sociedad de Socorro, un comité visitante de cada barrio recibía la asignación de evaluar necesidades y recolectar donativos para distribuirlos entre los necesitados. A lo largo de los años, las hermanas y las líderes de la Sociedad de Socorro han aprendido un paso a la vez y han mejorado su habili-dad de velar por los demás. Ha habido ocasiones en las que las hermanas se han concentrado más en llevar a cabo las visitas, enseñar lecciones y dejar un recado cuando han visitado los hogares de las hermanas. Tales prácticas han ayudado a las hermanas a aprender modelos sobre cómo velar. Así como las personas en la época de Moisés se concentraban en llevar largas listas de normas, a veces las hermanas de la Sociedad de Socorro se han impuesto sobre sí mismas muchas reglas escri-tas y no escritas en su deseo de saber cómo fortalecerse unas a otras.

Con tanta necesidad que existe hoy en día en la vida de las hermanas y sus familias de aliviarlas y rescatarlas, nuestro Padre Celestial necesita que sigamos un sendero más sublime y demostremos nuestro discipulado al preocuparnos sinceramente por Sus hijos. Con este importante propósito en mente, se enseña a las líderes que pidan informes acerca del bienestar espiritual y temporal de las hermanas y sus familias, y en cuanto al servicio que se haya prestado18. Y las maestras visitantes tienen la responsabilidad de “[llegar] a conocer y amar a cada hermana con sinceridad, la ayudan a fortalecer su fe y le dan servicio” 19.

Como dedicadas discípulas del Salvador, estamos mejorando nuestra habilidad para hacer las cosas que Él haría si estuviera aquí. Sabemos que para Él lo que cuenta es que cuidemos a los demás, de modo que estamos tratando de concentrarnos en el cuidado de nuestras hermanas en vez de completar listas de cosas para hacer. El verdadero ministerio se mide mejor por la profundidad de nuestra caridad que por la perfección de nuestras estadísticas. Sabremos que estamos teniendo éxito en nuestro ministerio como maestras visitantes

Itu, Brasil

113N o v i e m b r e d e 2 0 1 1

cuando nuestras hermanas puedan decir: “Mi maestra visitante me ayuda a progresar espiritualmente” y “Sé que mi maestra visitante se preocupa de verdad por mí y por mi familia” y “Si tengo problemas, sé que mi maestra visitante tomará las medidas necesa-rias sin esperar una invitación”. Las lí-deres que comprendan la importancia de velar por los demás deliberarán en consejo para buscar y recibir revela-ción sobre la mejor forma de edificar a las maestras visitantes y la manera de organizar y llevar a cabo un ministerio inspirado.

Además, el programa de maes-tras visitantes es una extensión de la responsabilidad del obispo de velar por el rebaño del Señor. El obispo y la presidenta de la Sociedad de Soco-rro necesitan el servicio de maestras visitantes inspiradas para ayudarlos a cumplir con sus responsabilidades. Mediante el ministerio de las maestras visitantes, la presidenta de la Sociedad de Socorro puede estar al tanto del bienestar de cada una de las herma-nas del barrio y dar un informe del bienestar de ésta cuando se reúna con el obispo.

El presidente Thomas S. Monson nos ha enseñado que “cuando nos esforzamos con fe, no dudando nada, por cumplir con los deberes que se nos han dado, cuando procuramos la inspiración del Todopoderoso en la realización de esos deberes, podemos lograr milagros” 20. Espero que mis nietas participen en milagros al ayudar a que las visitas de las maestras visi-tantes se conviertan en un modelo de discipulado que el Señor reconozca cuando Él vuelva de nuevo.

Cumplamos los propósitos de la Sociedad de Socorro

Éstas y otras enseñanzas esenciales sobre la Sociedad de Socorro están

ahora disponibles para que mis nietas las estudien en Hijas en Mi reino: La historia y la obra de la Sociedad de Socorro. En este libro aparece un registro del legado de la Sociedad de Socorro y de las mujeres de esta Iglesia, lo cual unificará y alineará una hermandad mundial con los propó-sitos de la Sociedad de Socorro y los modelos y privilegios de las discípu-las. Es un testigo de la importancia del papel que desempeña la mujer en el plan de felicidad de nuestro Padre, y proporciona una norma inamovible de lo que creemos, de lo que hace-mos y de lo que defenderemos. La Primera Presidencia nos ha animado a “estudiar este libro y a permitir que sus imperecederas verdades e inspira-dores ejemplos surtan una influencia en [nuestras] vidas” 21.

Sabiendo que la organización de la Sociedad de Socorro se creó divina-mente, el presidente Joseph F. Smith dijo a las hermanas de la Sociedad de Socorro: “…[ustedes] deben guiar al mundo, especialmente a las mujeres del mundo… Ustedes van a la ca-beza”, dijo, “y no al final” 22. Al acer-carse más el tiempo del regreso del Señor, espero que mis nietas lleguen a ser mujeres fuertes y fieles que apliquen los principios y modelos de la Sociedad de Socorro en sus vidas. A medida que la Sociedad de Socorro se convierta para ellas en un estilo de vida, espero que sirvan en unidad

con otras personas para cumplir sus propósitos divinos. Tengo un testimo-nio de la verdadera Iglesia restaurada de Jesucristo, y estoy agradecida por el modelo de discipulado que se restauró cuando el Señor inspiró al profeta José Smith para organizar la Sociedad de Socorro. En el nombre de Jesucristo. Amén. ◼

NOTAS 1. Hijas en Mi reino: La historia y la obra de

la Sociedad de Socorro, 2011, pág. 3. 2. Véase Lucas 10:38–42. 3. Véase Juan 11:20–27. 4. Véase Hechos 18:24–26; Romanos 16:3–5. 5. Véase Filipenses 4:1–4. 6. Véase Doctrina y Convenios 25. 7. José Smith, en Hijas en Mi reino, pág. 14. 8. José Smith, en History of the Church,

tomo 4, pág. 602. 9. Artículos de Fe 1:5. 10. Joseph Fielding Smith, en Hijas en Mi

reino, pág. 107. 11. José Smith, en Hijas en Mi reino, pág. 18. 12. Véase Doctrina y Convenios 109:22; véase

también Sheri L. Dew, en Hijas en Mi reino, pág. 142.

13. Doctrina y Convenios 84:19; véase también Ezra Taft Benson, en Hijas en Mi reino, pág. 143.

14. Hijas en Mi reino, pág. 146. 15. Boyd K. Packer, en Hijas en Mi reino,

pág. 110. 16. John A. Widtsoe, en Hijas en Mi reino,

pág. 28. 17. Véase Hijas en Mi reino, págs. 97–98. 18. Véase Manual 2: Administración de la

Iglesia, 2010, 9.5.4. 19. Manual 2, 9.5.1. 20. Thomas S. Monson, en Hijas en Mi reino,

pág. 101. 21. Primera Presidencia, en Hijas en Mi reino,

pág. IX. 22. Joseph F. Smith, en Hijas en Mi reino,

pág. 74.

114 L i a h o n a

M i esposo y yo acabamos de visitar la ciudad de Nauvoo, Illinois. Mientras estába-

mos allí, nos sentamos en el cuarto superior de la tienda de ladrillos rojos donde el profeta José Smith tenía su oficina y negocio, y escuchamos aten-tamente a la guía que describía algu-nos de los acontecimientos históricos de la Restauración que se llevaron a cabo en ese lugar.

Mi pensamiento se dirigió a la fundación de la Sociedad de Socorro y a algunas de las enseñanzas que las hermanas de la Sociedad de Socorro recibieron del profeta José en ese mismo cuarto. Esas enseñanzas llega-ron a ser los principios fundamentales sobre los cuales se edificó la Sociedad de Socorro. Los propósitos de aumen-tar la fe, fortalecer los hogares de Sión y buscar y ayudar a los necesitados se establecieron desde el principio; dichos propósitos siempre han sido uniformes con las enseñanzas de nuestros profetas.

En una de esas primeras reunio-nes, el profeta José citó los escritos de Pablo a los corintios. En su poderoso discurso sobre la caridad, Pablo se refiere a la fe, a la esperanza y a la

puesto que abarca estas enseñanzas y el mandato que el profeta José Smith les había dado a las hermanas de la Sociedad de Socorro de “socorrer al pobre” y “salvar almas” 4.

Estos principios fundamentales han sido adoptados por las hermanas de la Sociedad de Socorro de todo el mundo, ya que ésa es la naturaleza de la obra de la Sociedad de Socorro.

¿Qué es la caridad? ¿Cómo logra-mos la caridad?

El profeta Mormón define la cari-dad como “el amor puro de Cristo” 5; a su vez, Pablo enseña que “…la cari-dad… es el vínculo de la perfección” 6 y Nefi nos recuerda que “…el Señor Dios ha dado el mandamiento de que todos los hombres tengan caridad, y esta caridad es amor” 7.

Al revisar la descripción previa que Pablo hizo de la caridad, aprendemos que la caridad no es un acto único ni algo que damos, sino una condición del ser, una condición del corazón, sentimientos bondadosos que generan actos de amor.

Mormón también enseña que la caridad se otorga a todos los que son verdaderos discípulos del Señor y que la caridad purifica a quienes la poseen8. Además, aprendemos que la caridad es un don divino que debemos procurar y pedir en oración. Tenemos que tener caridad en nuestro corazón para heredar el reino celestial 9.

Sabiendo que el Señor nos ha pedido que nos vistamos “…con el vínculo de la caridad” 10 debemos pre-guntarnos cuáles son las cualidades que nos ayudarán a cultivar la caridad.

Primero, debemos tener el deseo de tener más caridad y de ser más como Cristo.

El siguiente paso es orar. Mormón nos exhorta a “…[pedir] al Padre con toda la energía de [nuestros]

caridad, y concluye diciendo, “…pero la mayor de ellas es la caridad” 1.

Él describe las cualidades que en-cierra la caridad; dice:

“La caridad es sufrida, es benigna; la caridad no tiene envidia, la caridad no se jacta, no se envanece;

“…no busca lo suyo, no se irrita, no piensa el mal;

“no se regocija en la maldad, sino que se regocija en la verdad;

“todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.

“La caridad nunca deja de ser” 2.Al hablarles a las hermanas, el

profeta José dijo: “No se limiten en sus puntos de vista con respecto a las vir-tudes de su prójimo… Si desean hacer lo que hizo Jesús, deben ensanchar su alma hacia los demás… Al ir au-mentando en inocencia y virtud, al ir incrementando su bondad, dejen que se ensanche su corazón, hagan que se extienda hacia los demás; deben tener longanimidad y sobrellevar las faltas y los errores del género humano. ¡Cuán preciosas son las almas de los hombres!” 3.

La declaración de las Escrituras “La caridad nunca deja de ser” llegó a ser el lema de la Sociedad de Socorro,

Por Silvia H. AllredPrimera Consejera de la Presidencia General de la Sociedad de Socorro

La caridad nunca deja de serRueguen por el deseo de ser llenas del don de la caridad, el amor puro de Cristo.

115N o v i e m b r e d e 2 0 1 1

corazones, que [seamos] llenos de este amor”. Este amor divino es la caridad, y al ser llenos de ese amor, “[seremos] semejantes a él” 11.

El leer las Escrituras a diario puede enfocar nuestras mentes en el Salvador y en un deseo de ser más como Él.

En mi oficina, decidí colgar una pintura de Minerva Teichert titulada El rescate de la oveja perdida. Muestra al Salvador en medio de Sus ovejas sosteniendo tiernamente un corderito en Sus brazos. Me ayuda a reflexio-nar sobre Su súplica: “Apacienta mis ovejas” 12 que, para mí, significa ministrar a todas las personas que las rodeen y dar atención especial a los necesitados.

El Salvador es el ejemplo perfecto de cómo ser caritativo. Durante Su mi-nisterio mortal, Él mostró compasión por el hambriento, por el pecador, por el afligido y el enfermo. Ministró al pobre y al rico; a las mujeres, a los niños y a los hombres; a la familia, a los amigos y a los extraños. Perdonó a quienes lo acusaban y sufrió y murió por toda la humanidad.

A lo largo de su vida, el profeta José Smith también practicó la caridad al mostrar amor fraternal y respeto ha-cia los demás. Era bien conocido por su bondad, afecto, compasión y preo-cupación por quienes lo rodeaban.

Hoy en día somos bendecidos por tener un profeta que ejemplifica

la caridad. El presidente Thomas S. Monson es un ejemplo para nosotros y para el mundo. Viste el manto de la caridad. Es amable, compasivo y generoso, un verdadero ministro del Señor Jesucristo.

El presidente Monson enseña: “La caridad es tener paciencia con alguien que nos ha defraudado. Es resistir el impulso de ofenderse con facilidad. Es aceptar las debilidades y los defectos. Es aceptar a las personas como realmente son. Es ver, más que las apariencias físicas, los atributos que no empalidecerán con el tiempo. Es resistir el impulso de categorizar a otras personas” 13.

Cuando tenemos caridad, estamos dispuestos a servir y ayudar a los demás cuando no es fácil y sin esperar reconocimiento ni reciprocidad. No esperamos que se nos asigne ayudar, porque es parte de nuestra naturaleza. Al decidir ser bondadosas, cuidado-sas, generosas, pacientes, dispuestas a aceptar, a perdonar, a incluir a todos y a ser desinteresadas, descubrimos que estamos llenas de caridad.

La Sociedad de Socorro propor-ciona innumerables maneras de servir a los demás. Una de las formas más importantes de practicar la caridad es mediante el programa de maestras visitantes. Por medio de visitas efica-ces, tenemos muchas oportunidades de amar, ministrar y de servir a otras personas. Expresar caridad o amor pu-rifica y santifica nuestra alma, lo que nos ayuda a llegar a ser más como el Salvador.

Me maravillo al ser testigo de los incontables actos de caridad que se realizan a diario por medio de las maestras visitantes alrededor del mundo que desinteresadamente mi-nistran las necesidades de las herma-nas individualmente y como familia. A esas maestras visitantes fieles les

digo: “Mediante esos pequeños actos de caridad, ustedes siguen al Salvador y actúan como instrumentos en Sus manos a medida que ayudan, cuidan, elevan, consuelan, escuchan, animan, nutren, enseñan y fortalecen a las hermanas que están bajo su cuidado”. Permítanme compartir algunos breves ejemplos de dicho ministerio.

Rosa sufre de diabetes debilitante y de otras enfermedades. Se unió a la Iglesia hace pocos años. Es madre sola con un hijo adolescente. Con frecuencia la tienen que internar en el hospital por unos cuantos días. Sus bondadosas maestras visitantes no sólo la llevan al hospital, sino que la visitan y la consuelan mientras está allí y también velan por su hijo en su casa y en la escuela. Sus maestras visitantes prestan servicio como sus amigas y su familia.

Después de algunas visitas a cierta hermana, Kathy se enteró de que esa hermana no sabía leer, pero que quería aprender. Kathy ofreció ayu-darla aun cuando sabía que requeriría tiempo, paciencia y constancia.

Emily es una joven esposa que bus-caba la verdad. Su esposo Michael te-nía menos interés en religión. Cuando Emily enfermó y pasó un tiempo en el

Itu, Brasil

116 L i a h o n a

hospital, Cali, una hermana de la So-ciedad de Socorro que era su vecina, preparó comidas para la familia, cuidó al bebé de ellos, les limpió la casa e hizo los arreglos para que Emily reci-biera una bendición del sacerdocio. Esos actos de caridad ablandaron el corazón de Michael. El decidió asistir a las reuniones de la Iglesia y reunirse con los misioneros. Hace poco, Emily y Michael fueron bautizados.

“La caridad nunca deja de ser… La caridad… es benigna,… no busca lo suyo,… todo lo sufre, todo lo soporta” 14.

El presidente Henry B. Eyring dijo:“La historia de la Sociedad de So-

corro está colmada de relatos de ese notable servicio desinteresado...

“Esta sociedad está compuesta por mujeres cuyos sentimientos de caridad provienen de un corazón cambiado que reúne las condiciones necesa-rias y por guardar convenios que se ofrecen sólo en la verdadera Iglesia del Señor. Los sentimientos de caridad de ellas proceden de Él mediante Su expiación; sus actos de caridad son guiados por el ejemplo del Señor y motivados por el agradecimiento que surge ante Su infinito don de la miseri-cordia, así como por el Espíritu Santo, que Él envía para acompañar a Sus

siervos en sus misiones de misericor-dia. Debido a ello, han hecho y son capaces de hacer cosas extraordinarias por el prójimo y de hallar gozo aun cuando ellas mismas tengan grandes necesidades” 15.

El proporcionar servicio y mostrar caridad hacia los demás nos ayuda a sobrellevar nuestras propias difi-cultades y hace que parezcan menos desafiantes.

Ahora vuelvo a las enseñanzas del profeta José a las hermanas, en los primeros días de la Restauración. Al instarlas a que pusieran en práctica la caridad y la benevolencia, él dijo: “Si viven de acuerdo con estos princi-pios, ¡cuán grande y glorioso será su galardón en el reino celestial! Si viven de acuerdo con estos privilegios, no se podrá impedir que los ángeles las acompañen” 16.

Hoy ocurre tal como en los pri-meros días de Nauvoo, en que las hermanas buscaban y ayudaban a los necesitados. Las hermanas del reino son grandes pilares de fortaleza espiri-tual, de servicio compasivo y devo-ción. Maestras visitantes dedicadas se visitan y cuidan unas de otras; siguen el ejemplo del Salvador y hacen lo que Él hizo.

Todas las mujeres de la Sociedad

de Socorro pueden ser llenas de amor al saber que sus pequeños actos de caridad tienen poder sanador sobre los demás y sobre ellas mismas. Lle-gan a saber con certeza que la caridad es el amor puro de Cristo y que nunca deja de ser.

Al leer la historia de la Sociedad de Socorro las conmoverá descubrir que este importante principio del Evan-gelio es un tema común a lo largo de todo el libro.

Concluyo con una invitación a todas las mujeres de la Iglesia: que rueguen por el deseo de ser llenas del don de la caridad, el amor puro de Cristo. Utilicen todos sus recursos para hacer el bien, llevando alivio y salva-ción a quienes las rodean, incluso a su propia familia. El Señor las bendecirá con éxito por sus esfuerzos.

Que nuestro conocimiento del gran amor que el Padre y el Hijo tienen por nosotras, y nuestra fe y gratitud por la Expiación nos impulsen a cultivar y a practicar la caridad con todas las personas que nos rodean. Éste es mi ruego, en el nombre de Jesucristo. Amén. ◼

NOTAS 1. 1 Corintios 13:13. 2. 1 Corintios 13:4–8. 3. José Smith, en Hijas en Mi reino: La

historia y la obra de la Sociedad de Socorro, 2011, pág. 27.

4. José Smith, en Hijas en Mi reino, pág. 20. 5. Moroni 7:47. 6. Colosenses 3:14. 7. 2 Nefi 26:30. 8. Moroni 7:48. 9. Véase Eter 12:34; Moroni 10:21. 10. Doctrina y Convenios 88:125. 11. Moroni 7:48. 12. Véase Juan 21:16–17. 13. Thomas S. Monson, “La caridad nunca

deja de ser”, Liahona, noviembre de 2010, pág. 124.

14. 1 Corintios 13:4, 5, 7, 8. 15. Henry B. Eyring, “El perdurable legado

de la Sociedad de Socorro”, Liahona, noviembre de 2009, pág. 121.

16. Enseñanzas de los presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, pág. 268.

117N o v i e m b r e d e 2 0 1 1

“Eleva tu corazón y regocíjate, y adhiérete a los convenios que has hecho” 1 No puedo leer este

pasaje de Escrituras sin sentir gozo. Mi corazón se regocija al pensar en las promesas y las muchas bendiciones que han formado parte de mi vida a medida que he procurado adherirme a los convenios que he hecho con mi Padre Celestial.

Debido a que mis padres han fallecido, este año tuvimos que limpiar su casa y prepararla para la venta. Du-rante estos últimos meses en los que mis hermanos y yo la hemos limpiado y clasificado las pertenencias, encon-tramos historias familiares y muchos papeles y documentos importantes. Ha sido fascinante leer historias personales y las bendiciones patriar-cales de mis padres y abuelos. Me ha recordado los convenios que hicieron y guardaron.

Mi abuela Ellen Hanks Rymer era una joven madre en 1912 cuando reci-bió su bendición patriarcal. Cuando leí su bendición, estas líneas saltaron de la página y se grabaron en mi mente:

“Fuiste escogida desde antes de la fundación de la tierra, y un espíritu es-cogido para venir en esta época… Tu testimonio se magnificará y serás ca-paz de testificar… El Destructor ha tra-tado de destruirte, pero si te adhieres a tu Dios, él [el destructor] no tendrá el poder para hacerte daño. Mediante tu fidelidad, tendrás gran poder y el des-tructor huirá de delante de ti a causa de tu rectitud… Cuando te sobrevenga la hora del temor y de las pruebas, si te retiras a tu cámara secreta en ora-ción, tu corazón será consolado y los obstáculos serán quitados” 2.

A mi abuela se le hizo la promesa de que si guardaba sus convenios y permanecía cerca de Dios, Satanás no tendría poder sobre ella, y que encontraría consuelo y ayuda en sus tribulaciones; esas promesas se cum-plieron en su vida.

Hoy quisiera hablar sobre (1) la importancia de adherirse a los conve-nios y (2) del gozo y de la protección que provienen del guardar nuestros convenios.

Algunos de los ejemplos que

utilizaré provienen de Hijas en Mi reino: La historia y la obra de la Sociedad de Socorro. El libro está repleto de ejemplos de mujeres que han encontrado gran gozo al guardar convenios.

La importancia de adherirse a los convenios

En el diccionario bíblico [en inglés] dice que un convenio es un contrato hecho entre Dios y el hombre. “Dios, de acuerdo con Su voluntad, fija los términos que el hombre acepta… El Evangelio está dispuesto de tal modo que los principios y las ordenanzas se reciben por convenio, colocando al que recibe bajo la firme obligación y responsabilidad de honrar el compro-miso” 3. En la frase “adhiérete a los con-venios”, la palabra adhiérete significa “unirse firme y estrechamente” a algo4.

En las Escrituras aprendemos de hombres y mujeres que han hecho convenios con Dios. Dios ha dado instrucciones sobre lo que hay que hacer para honrar esos convenios, y entonces, si se han guardado esos convenios, las bendiciones prometidas les han seguido.

Por ejemplo, por medio de la orde-nanza del bautismo hacemos un con-venio con nuestro Padre Celestial. Nos preparamos para el bautismo al tener fe en el Señor Jesucristo, al arrepen-tirnos de nuestros pecados y al estar dispuestos a tomar sobre nosotros el nombre de Cristo. Hacemos un com-promiso de guardar los mandamien-tos de Dios y de siempre recordar al Salvador. Hacemos convenio de “llevar las cargas los unos de los otros para que sean ligeras”; indicamos que es-tamos dispuestos a llorar con los que lloran y a consolar a los que necesitan de consuelo5.

En los santos templos se reciben otras ordenanzas sagradas y se hacen

Por Barbara ThompsonSegunda Consejera de la Presidencia General de la Sociedad de Socorro

Adhiérete a los conveniosA medida que tengamos fe en Cristo y nos adhiramos a nuestros convenios, recibiremos el gozo del que se habla en las santas Escrituras y el que nos han prometido nuestros profetas de los últimos días.

118 L i a h o n a

otros convenios. En los primeros días de la Restauración, el profeta José Smith estaba ansioso de que los santos tuviesen las bendiciones prometidas del templo. El Señor dijo: “…edifíquese esta casa a mi nombre, para que en ella pueda yo revelar mis ordenanzas a mi pueblo” 6.

“Uno de los grandes propósitos del Señor para organizar la Sociedad de Socorro era preparar a Sus hijas para las bendiciones mayores del sacerdo-cio, cual se hallan en las ordenanzas y convenios del templo. Las hermanas de Nauvoo esperaban con gran an-helo que se finalizara la construcción del templo, porque sabían, tal como lo había prometido el profeta José Smith a Mercy Fielding Thompson, que la investidura las sacaría ‘de la oscuridad hacia una maravillosa luz’” 7.

“Más de 5.000 santos colmaron el Templo de Nauvoo tras su dedicación para recibir la investidura y la orde-nanza del sellamiento antes de embar-carse en su travesía” al valle de Lago Salado8. El presidente Brigham Young y muchos líderes de la Iglesia y obre-ros del templo dedicaron su tiempo, día y noche, para servir en el templo, a fin de que se pudiera llevar a cabo esa importante obra por los santos.

Nuestros convenios nos sostienen ya sea en tiempos buenos o en épocas difíciles. El presidente Boyd K. Packer

nos recuerda: “Somos un pueblo de convenios. Hacemos convenio de dar de nuestro tiempo, dinero y talentos —de dar todo lo que somos y todo lo que poseemos— para el beneficio del reino de Dios sobre la tierra. Dicho en forma sencilla, hacemos convenio de hacer el bien. Somos un pueblo de convenios, y el templo es el centro de nuestros convenios. Es la fuente del convenio” 9.

Las Escrituras nos recuerdan: “Y éste será nuestro convenio: Anda-remos en todas las ordenanzas del Señor” 10.

Grandes son las bendiciones que recibimos al adherirnos a nuestros convenios.

Recibimos gozo y protección al guardar nuestros convenios

En el Libro de Mormón leemos el sermón del rey Benjamín, quien en-señó a la gente acerca de Jesucristo, de que Él vendría a la tierra y sufriría toda clase de aflicciones; él les enseñó que Cristo expiaría los pecados de toda la humanidad y que Su nombre era el único nombre por medio del cual el hombre podría obtener la salvación11.

Después de escuchar esas bellas enseñanzas, la gente se humilló y deseó de todo corazón verse libre del pecado y ser purificada. Se arrepintie-ron y profesaron su fe en Jesucristo.

Hicieron convenios con Dios de que guardarían Sus mandamientos 12.

“…el Espíritu del Señor descendió sobre ellos, y fueron llenos de gozo, habiendo recibido la remisión de sus pecados, y teniendo paz de concien-cia a causa de la gran fe que tenían en Jesucristo” 13.

Otro ejemplo de la dicha que proviene de la fidelidad al guardar los mandamientos de Dios y com-partir Su evangelio con los demás lo demuestra Ammón. Por medio de él y de sus hermanos, miles de personas vinieron a Cristo. Éstas son algunas de las palabras que Ammón usó para describir sus sentimientos cuando tan-tas personas se bautizaron e hicieron convenios con Dios:

“…cuán gran motivo tenemos para regocijarnos” 14.

“…mi gozo es completo; sí, mi co-razón rebosa de gozo, y me regocijaré en mi Dios” 15.

“…no puedo expresar ni la más mínima parte de lo que siento” 16.

“…no ha habido hombres que tuviesen tan grande razón para regoci-jarse como nosotros” 17.

El hacer y guardar convenios sagra-dos nos permite tener el Santo Espíritu con nosotros. Ése es el Espíritu que “llenará tu alma de gozo” 18.

La Segunda Guerra Mundial causó gran sufrimiento para muchas per-sonas en todo el mundo. Los santos de Alemania soportaron muchas tribulaciones. Una fiel presidenta de la Sociedad de Socorro, de Stutt-gart, Alemania, era la hermana Maria Speidel. Al hablar de sus tribulaciones, dijo: “Nuestro pilar de fortaleza ha sido nuestra confianza en el Señor y nuestro testimonio de Su iglesia… Con gozo cantamos los cantos de Sión y ponemos nuestra confianza en el Señor. Él todo lo subsana” 19.

Repito que a medida que los

119N o v i e m b r e d e 2 0 1 1

miembros guardaron sus convenios, sintieron gozo incluso al enfrentar desafíos tremendos.

Sarah Rich era una mujer recta que vivía en Nauvoo y se le llamó a servir en el templo antes de que expulsaran a los santos de la ciudad. Éstas son sus palabras en cuanto a las bendi-ciones de los convenios del templo: “Muchas fueron las bendiciones que recibimos en la casa del Señor y que nos brindaron gozo y consuelo en medio de todas nuestras aflicciones y que nos facultaron para tener fe en Dios, sabiendo que Él nos iba a guiar y a sostener en la jornada incierta que teníamos por delante” 20.

Un poco antes, los santos habían terminado el Templo de Kirtland, y muchos participaron en la dedicación. El Señor aceptó el templo después de la dedicación, y les dijo que “se [rego-cijaran] en gran manera como conse-cuencia de las bendiciones que han de ser derramadas… sobre la cabeza de los de [Su] pueblo” 21.

A medida que se han edificado más y más santos templos por toda la tierra, he visto las bendiciones que llegan a la vida de los miembros. En 2008 vi la felicidad en los rostros de una pareja de Ucrania cuando me dijeron que irían a Freiberg, Alema-nia, para recibir sus ordenanzas del templo. El viaje de ida al templo para esos miembros dedicados les tomaba 27 horas en autobús, por lo que no podían ir con frecuencia. Estaban muy contentos de que pronto se terminaría el Templo de Kiev, Ucrania, lo que les permitiría asistir con más frecuencia. Ese templo ya está abierto, y miles de personas disfrutan de sus bendiciones.

Al leer la historia personal de mi abuela, me enteré del gran gozo que sentía por sus convenios. Le encan-taba ir al templo y efectuar las orde-nanzas a favor de miles que habían

muerto. Era la misión de su vida; ella prestó servicio en el Templo de Manti, Utah, durante más de veinte años, y escribió que muchas veces había sido sanada milagrosamente a fin de criar a sus hijos y servir a otras personas efectuando la obra en el templo por ellas. Nosotros los nietos, si sabíamos algo sobre la abuela Rymer, era que fue una mujer recta que guardó sus convenios y que deseaba que noso-tros hiciéramos lo mismo. Cuando hayamos muerto y la gente revise nuestras posesiones, ¿encontrarán alguna evidencia de que guardamos nuestros convenios?

Nuestro amado profeta, el presi-dente Thomas S. Monson, nos dijo en la última conferencia general: “Cuando ustedes y yo vayamos a las santas casas de Dios, cuando recordemos los convenios que hemos hecho allí, seremos más capaces de soportar toda prueba y superar cada tentación. En ese sagrado santuario encontra-remos paz, seremos renovados y fortalecidos” 22.

Una vez más: “…eleva tu corazón y regocíjate, y adhiérete a los convenios que has hecho” 23. El guardar conve-nios es verdadero gozo y felicidad; eso es consuelo y paz; eso es pro-tección de las maldades del mundo. El guardar nuestros convenios nos ayudará en tiempos de pruebas.

Testifico que a medida que ten-gamos fe en Cristo y nos adhiramos

a nuestros convenios, recibiremos el gozo del que se habla en las Escrituras y el que nos han prometido nuestros profetas de los últimos días.

Estimadas hermanas, las amo y espero que sientan ese gran gozo en su propia vida. En el nombre de Jesu-cristo. Amén. ◼

NOTAS 1. Doctrina y Convenios 25:13. 2. Bendición patriarcal dada por Walter E.

Hanks, 25 de octubre de 1912, en Lyman, Condado de Wayne, Utah.

3. Diccionario bíblico [en inglés], “Covenant” [Convenio].

4. Merriam-Webster’s Collegiate Dictionary, undécima ed., 2003, “cleave” [adherir].

5. Véase Mosíah 18:8–9; véase también Thomas S. Monson, “¿Qué he hecho hoy por alguien?”, Liahona, noviembre de 2009, pág. 85–87.

6. Doctrina y Convenios 124:40. 7. Hijas en Mi reino: La historia y la

obra de la Sociedad de Socorro, 2011, págs. 146–147.

8. Hijas en Mi reino, pág. 33. 9. Boyd K. Packer, El Santo Templo,

págs. 37–38. 10. Doctrina y Convenios 136:4. 11. Véase Mosíah 3:5–18. 12. Véase Mosíah 4:2; 5:5. 13. Mosíah 4:3. 14. Alma 26:1. 15. Alma 26:11. 16. Alma 26:16. 17. Alma 26:35. 18. Doctrina y Convenios 11:13. 19. Maria Speidel, en Hijas en Mi reino,

pág. 86. 20. Sarah Rich, en Hijas en Mi reino, pág. 34. 21. Doctrina y Convenios 110:9–10. 22. Thomas S. Monson, “El Santo Templo:

Un faro para el mundo”, Liahona, mayo de 2011, pág. 93.

23. Doctrina y Convenios 25:13.

120 L i a h o n a

M is queridas hermanas, qué gozo es estar con uste-des hoy. Siempre anhelo

esta reunión general anual de la Sociedad de Socorro y los excelentes mensajes que se imparten aquí. Gracias hermanas. Es un preciado honor para mí que el presidente Thomas S. Monson me haya asig-nado para hablar hoy y añadir unos pensamientos al dirigirme a las her-manas de la Iglesia.

Hace un tiempo caminaba por un hermoso jardín con mi esposa y mi hija; me maravillaba ante la gloria y la belleza de la creación de Dios, y entonces noté que había entre todas las gloriosas flores una florecita diminuta. Sabía el nombre de esa flor porque desde que era niño he tenido una tierna conexión con ella. La flor se llama nomeolvides.

No estoy exactamente seguro por qué esta minúscula flor ha significado tanto para mí a lo largo de los años. No llama la atención de inmediato, es fácil no verla entre las flores más gran-des y más vibrantes; aun así, es igual de hermosa, con un color intenso que se compara al del cielo más azul y quizás ésa sea una razón por la que me gusta tanto.

Su nombre contiene un ruego per-sistente. Según una leyenda alemana,

Es maravilloso que ustedes tengan fortalezas.

Y es parte de su experiencia mortal que tengan debilidades.

Dios desea ayudarnos a cambiar todas nuestras debilidades por forta-lezas con el tiempo1, pero Él sabe que se trata de una meta a largo plazo. Él desea que lleguemos a ser perfectos 2 y, si permanecemos en el sendero del discipulado, algún día lo seremos. Está bien que no hayan llegado allí todavía. Sigan trabajando en ello, pero dejen de mortificarse.

Queridas hermanas, muchas de ustedes son infinitamente compasivas y pacientes con las debilidades de los demás. Por favor recuerden también ser compasivas y pacientes con uste-des mismas.

Entretanto, estén agradecidas por todos los pequeños logros en su hogar, en sus relaciones familiares, en sus estudios y en su medio de vida, en su participación en la Iglesia y en su superación personal. Al igual que las nomeolvides, estos logros podrían parecerles diminutos y pasar desaper-cibidos por los demás, pero Dios los nota y no son pequeños para Él. Si consideran que el éxito sólo con-siste en ser la rosa más perfecta o la orquídea más glamorosa, podrían perderse algunas de las experiencias más dulces de la vida.

Por ejemplo, insistir en tener una noche de hogar ideal cada semana —aunque ello implique hacerlas sentir desdichadas a ustedes y a todos a su alrededor— puede que no sea la mejor opción. En su lugar, pregún-tense: “¿Qué podemos hacer como familia que sea agradable, espiritual y nos permita estar más unidos?”. Ese tipo de noche de hogar, aunque sea modesta en su alcance y en su ejecución, puede traer consecuencias mucho más positivas a largo plazo.

cuando Dios había terminado de nom-brar a todas las plantas, una se quedó sin nombre. Una vocecita dijo: “No me olvides, ¡oh Señor!” Y Dios dijo que ése sería su nombre.

Esta noche me gustaría utilizar esa pequeña flor como una metáfora. Los cinco pétalos de la pequeña flor nomeolvides me inspiran a considerar cinco cosas que sería prudente no olvidar jamás.

Primero, no se olviden de ser pacientes con ustedes mismas.

Quiero decir algo que espero tomen de la manera correcta: Dios es plenamente consciente de que uste-des y yo no somos perfectos.

Permítanme añadir: Dios también es plenamente consciente de que las personas que ustedes creen que son perfectas no lo son.

Aun así, gastamos tanto tiempo y energía comparándonos con los demás, normalmente comparando nuestros puntos débiles con sus puntos fuertes. Esto nos lleva a crear expectativas para nosotros que son im-posibles de alcanzar. Como resultado, nunca celebramos nuestra buena labor porque parece ser menos de lo que hacen los demás.

Cada uno tiene fortalezas y debilidades.

Por el presidente Dieter F. UchtdorfSegundo Consejero de la Primera Presidencia

No me olvidesEs mi ruego y mi bendición que nunca olviden que son hijas verdaderamente valiosas en el reino de Dios.

121N o v i e m b r e d e 2 0 1 1

Nuestra travesía hacia la perfec-ción es larga, pero podemos en-contrar maravillas y alegrías incluso en los pasos más pequeños de esa travesía.

Segundo, no olviden la diferencia que existe entre un buen sacrificio y un sacrificio absurdo.

Un sacrificio aceptable es cuando renunciamos a algo bueno por algo de mucho más valor.

Dejar de dormir un poco para ayudar a un niño que está teniendo pesadillas es un buen sacrificio. Todos sabemos esto. Quedarse despiertos toda la noche, poniendo en peligro nuestra propia salud, para confec-cionar el accesorio perfecto del traje dominical de su hija podría no ser un buen sacrificio.

Dedicar parte de nuestro tiempo a estudiar las Escrituras o a preparar-nos para enseñar una lección es un buen sacrificio. Pasar muchas horas bordando el título de la lección en agarraderas de cocina hechas en casa para cada integrante de la clase quizás no lo sea.

Cada persona y cada situación es diferente, y un buen sacrificio en una instancia podría ser un sacrificio absurdo en otro.

¿Cómo podemos discernir la di-ferencia en nuestro caso en particu-lar? Podemos preguntarnos: “¿Estoy dedicando mi tiempo y energías a las cosas que más importan?”. Hay mu-chas cosas buenas para hacer, pero no podemos hacerlas todas. Nuestro Padre Celestial se complace cuando sacrificamos algo bueno por algo mucho más grande, con una pers-pectiva eterna. A veces, incluso ello podría implicar nutrir a pequeñas, y a la vez hermosas, flores nomeolvi-des en lugar de un amplio jardín de exóticas flores.

Tercero, no se olviden de ser felices ahora.

En el apreciado cuento infantil Charlie y la fábrica de chocolate, el misterioso fabricante de golosinas Willy Wonka esconde un billete do-rado en cinco chocolatinas y anuncia que quien encuentre los billetes se ganaría un recorrido por su fábrica y un suministro de chocolate para toda la vida.

Éste era el mensaje que estaba escrito en cada billete dorado: “¡Cor-diales saludos para ti, el afortunado descubridor de este Billete Dorado…! ¡Te esperan cosas espléndidas! ¡Sorpre-sas maravillosas! …sorpresas místicas y maravillosas que te… encantarán,… te asombrarán y te maravillarán” 3.

En este clásico cuento infantil, la gente de todo el mundo ansiaba de-sesperadamente encontrar un billete dorado. Algunos opinaban que toda su felicidad futura dependía del hecho de que un billete dorado cayera en sus manos. En su ansiedad, la gente comenzó a olvidarse del sencillo gozo que solía hallar en una chocolatina. La chocolatina se convertía en una de-cepción total si no contenía el billete dorado.

Hoy, mucha gente está a la espera de su propio billete dorado, el billete que ellos creen es la clave de la feli-cidad que siempre han soñado. Para algunos, el billete dorado sería un matrimonio perfecto; para otros, una casa de portada de revista; o posiblemente estar libres de estrés o preocupaciones.

No hay nada malo con los anhelos justos, pues esperamos y aspiramos a lo que es “virtuoso, o bello, o de buena reputación o digno de ala-banza” 4. El problema viene cuando ponemos nuestra felicidad en espera mientras aguardamos a que llegue algún hecho futuro, nuestro billete dorado.

Una mujer quería sobre todas las cosas casarse con un justo poseedor del sacerdocio en el templo y ser madre y esposa. Ella había soñado con eso toda la vida, y ¡oh qué madre tan maravillosa y qué esposa tan amorosa sería! Su casa estaría llena de amor y bondad; no se diría ni una sola palabra áspera; la comida nunca se quemaría; y sus hijos en vez de salir con sus amigos preferirían pasar las tardes y los fines de semana con mamá y papá.

122 L i a h o n a

Ése era su billete dorado. Ella sentía que toda su existencia dependía de eso exclusivamente. Era lo único que anhelaba con más ansias en todo el mundo.

Pero eso nunca sucedió. Y, al pasar los años, se volvió más y más retraída, amargada e incluso malhumorada. No podía entender por qué Dios no le concedía ese justo deseo.

Trabajó como maestra escolar primaria, y el estar con niños durante todo el día simplemente le recordaba que su billete dorado nunca había aparecido. Con el correr de los años, se volvió más descontenta y más aislada; a la gente no le gustaba estar cerca de ella y la evadían cada vez que podían; llegó incluso a pasar su frustración a los niños de la escuela; llegó a perder los estribos, y oscilaba entre ataques de rabia y la agobiante soledad.

La tragedia de este relato es que esta estimada mujer, entre toda la decepción por no hallar su billete dorado, no logró percatarse de las bendiciones que sí tenía. No tenía hijos en casa, pero estaba rodeada de ellos en el aula de clases. No recibió la bendición de una familia, pero el Señor le había dado una oportunidad que pocos tienen: la posibilidad de surtir una influencia positiva como maestra en la vida de cientos de niños y familias.

La moraleja es que si pasamos nuestros días esperando las fantásticas rosas, podríamos obviar la belleza y la maravilla de las pequeñas nomeolvi-des que están a nuestro alrededor.

Esto no quiere decir que debemos abandonar la esperanza o rebajar nuestras metas. Nunca dejen de luchar por lo mejor que hay dentro de ustedes. Nunca dejen de anhelar todos los deseos justos de su corazón; pero no cierren los ojos y el corazón

a la sencilla y elegante belleza de los momentos cotidianos que conforman una vida plena y bien vivida.

Las personas más felices que conozco no son las que encuentran su billete dorado; son las que, en la búsqueda de sus nobles objetivos, descubren y valoran la belleza y la dulzura de los momentos cotidianos; son las que todos los días, hilo a hilo, tejen un tapiz de gratitud y admiración a lo largo de su vida; son los que son verdaderamente felices.

Cuarto, no olviden el “porqué” del Evangelio.

A veces, en la rutina de nuestra vida, sin querer pasamos por alto un aspecto fundamental del evangelio de Jesu-cristo, así como podríamos obviar una hermosa y delicada nomeolvides. En nuestro empeño por cumplir con todos los deberes y las obligaciones que asumimos como miembros de la Igle-sia, a veces vemos el Evangelio como una larga lista de tareas que debemos añadir a nuestra inmensa larga lista de cosas que hacer, como un bloque de tiempo que debemos encajar en nues-tra apretada agenda. Nos centramos en qué quiere el Señor que hagamos y cómo podríamos hacerlo, pero a veces olvidamos el porqué.

Mis queridas hermanas, el evange-lio de Jesucristo no es una obligación; es un camino, marcado por nuestro amoroso Padre Celestial, que conduce a la felicidad y a la paz en esta vida y a la gloria y a la inexpresable satisfac-ción en la vida venidera. El Evangelio es una luz que penetra la mortalidad e ilumina el camino delante de nosotros.

Aunque la comprensión del “qué” y del “cómo” del Evangelio es necesaria, el fuego eterno y la majestuosidad del Evangelio manan del “porqué”. Cuando comprende-mos por qué nuestro Padre Celestial

nos ha dado este modelo de vida, cuando recordamos por qué nos comprometimos a adoptarlo como una parte fundamental de nuestra vida, el Evangelio deja de ser una carga y, en cambio, se convierte en un gozo y en una delicia. Se con-vierte en precioso y dulce.

No caminemos por el camino del discipulado mirando al suelo, pensando sólo en las tareas y obli-gaciones que tenemos ante nosotros. No caminemos sin percatarnos de la belleza de los gloriosos paisajes terrenales y espirituales que nos rodean.

Mis queridas hermanas, busquen la majestuosidad, la belleza y el gozo vivificante del “porqué” del evangelio de Jesucristo.

El “qué” y el “cómo” de la obedien-cia marcan el sendero y nos mantie-nen en el camino correcto. El “porqué” de la obediencia santifica nuestras acciones; transforma lo mundano en lo majestuoso; magnifica nuestros pe-queños actos de obediencia en actos santos de consagración.

Quinto, no olviden que el Señor las ama. En mi niñez, cuando miraba a las

diminutas nomeolvides, a veces me sentía un poco como esa flor: pe-queño e insignificante. Me preguntaba si mi familia o mi Padre Celestial me olvidarían.

Años más tarde, recuerdo a ese muchacho con ternura y compasión. Ahora lo sé, nunca quedé en el olvido.

Y sé algo más como apóstol de nuestro Maestro Jesucristo, proclamo con toda la certeza y la convicción de mi corazón, ¡que ustedes tampoco!

Ustedes no han sido olvidadas. Hermanas, dondequiera que estén,

sea cual sea su situación, ustedes no han sido olvidadas. No importa cuán oscuros parezcan sus días, no importa

123N o v i e m b r e d e 2 0 1 1

cuán insignificantes se sientan, no im-porta cuán relegadas crean que estén, su Padre Celestial no las ha olvidado. De hecho, Él las ama con un amor infinito.

Sólo piensen en esto: ¡El ser más majestuoso, poderoso y glorioso del universo las conoce y las recuerda! ¡El Rey del espacio infinito y del tiempo eterno las ama!

Él que creó y conoce las estrellas las conoce a ustedes y sabe su nom-bre, ustedes son las hijas de Su reino. El salmista escribió:

“Cuando contemplo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste,

“digo: ¿Qué es el hombre para que tengas de él memoria…?

“Pues le has hecho un poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra” 5.

Dios te ama porque eres Su hija. Él te ama aunque a veces te sientas sola o cometas errores.

El amor de Dios y el poder del Evangelio restaurado son redentores y salvadores. Si sólo permites que su amor divino entre en tu vida, puede curar cualquier herida, sanar cualquier dolor y aliviar cualquier pena.

Mis queridas hermanas de la Socie-dad de Socorro, están más cerca del cielo de lo que creen. Están destinadas

a más de lo que pueden imaginar. Sigan aumentando en fe y en rectitud personal; acepten el evangelio restau-rado de Jesucristo como su forma de vida; atesoren el regalo de la actividad en esta gran y verdadera Iglesia. Va-loren el don del servicio en la ben-dita organización de la Sociedad de Socorro. Continúen fortaleciendo los hogares y las familias. Sigan buscando y ayudando a los que necesitan de ustedes y de la ayuda del Señor.

Hermanas, hay algo inspirador y sublime en la pequeña flor nomeol-vides. Espero que sea un símbolo de las pequeñas cosas que dan gozo y dulzura a su vida. Por favor nunca olviden que deben ser pacientes y compasivas con ustedes mismas, que algunos sacrificios son mejores que otros, que no hace falta esperar un billete dorado para ser felices. Por fa-vor nunca olviden que el “porqué” del evangelio de Jesucristo las inspirará y las elevará. Y nunca olviden que su Padre Celestial las conoce, las ama y las cuida.

Gracias por lo que son. Gracias por los innumerables actos de amor y servicio que ofrecen a tantas perso-nas. Gracias por todo lo que harán para llevar el gozo del Evangelio de Jesucristo a las familias, a la Iglesia, a sus comunidades y a las naciones del mundo.

Hermanas, las amamos. Es mi ruego y mi bendición que nunca olviden que son hijas verdaderamente valiosas en el reino de Dios. En el sagrado nombre de nuestro amado Salvador Jesucristo. Amén. ◼

NOTAS 1. Véase Éter 12:27. 2. Véase 3 Nefi 12:48. 3. Roald Dahl, Charlie y la fábrica de

chocolate, 40º edición, editorial Alfaguara Juvenil, págs. 31–32.

4. Artículos de Fe 1:13. 5. Salmos 8:3–5.

124 L i a h o n a

Índice de relatos de la conferenciaLa siguiente es una lista de experiencias que se han seleccionado de los discursos de la conferencia general y que pueden utilizarse en el estudio personal, la noche de hogar y en otro tipo de enseñanza. El número indica la primera página del discurso.

DISCURSANTE RELATO

Élder Richard G. Scott (6) Richard G. Scott hace una grabación de audio del Libro de Mormón para su familia.

Élder José L. Alonso (14) Padres preocupados pierden a su hijito en la agitada Ciudad de México.

Presidente Boyd K. Packer (16) Boyd K. Packer recibe su bendición patriarcal.

Presidente Dieter F. Uchtdorf (19) Dieter F. Uchtdorf ayuda a construir un centro de reuniones mientras asistía a una capacitación de pilotos de la fuerza aérea.Una pareja fiel ejerce una influencia positiva en las personas que están a su alrededor.

Élder David A. Bednar (24) Jóvenes del Sacerdocio Aarónico enseñan una clase de historia familiar.

Élder Neil L. Andersen (28) James O. Mason y su esposa deciden no esperar para tener hijos.Scott y Becky Dorius adoptan niños después de 25 años de matrimonio.

Élder Carl B. Cook (33) Thomas S. Monson insta a Carl B. Cook a mirar hacia arriba.Las hermanas liberan sus “cargas” al cielo en forma de globos de helio.

Élder LeGrand R. Curtis Jr. (35) Miembros menos activos encuentran redención cuando se les invita a volver a la Iglesia.

Élder D. Todd Christofferson (38) Sobrevivientes del grupo de Donner recuerdan la mañana que vieron la hacienda Johnson.

Élder W. Christopher Waddell (50) El misionero Javier Misiego encuentra al hombre que bautizó a su padre.

Presidente Henry B. Eyring (56) El joven Henry B. Eyring y su obispo visitan a una hermana del barrio.Gordon B. Hinckley y Henry B. Eyring revisan un manuscrito tarde en la noche.

Presidente Thomas S. Monson (60) Thomas S. Monson piensa que es el único miembro de la Iglesia en el campo de entrenamiento.Thomas S. Monson habla a personas en un autobús sobre la Iglesia.

Presidente Henry B. Eyring (68) Henry B. Eyring habla en una universidad donde se le pidió que no comparta su testimonio de Jesucristo.Henry B. Eyring lleva a sus hijas a visitar a una amiga que está muriendo de cáncer.Un hombre moribundo se viste de domingo para recibir una bendición del sacerdocio.Después de años de haber huido de su hogar, un hombre lee el Libro del Mormón y obtiene un testimonio.

Élder Tad R. Callister (74) Una jovencita testifica a su amiga de la veracidad del Libro de Mormón.

Presidente Thomas S. Monson (82) Thomas S. Monson aprende sobre el poder de la oración luego de encontrar cinco dólares que pensaba que se habían perdido.Thomas S. Monson siente la impresión de anunciar a Peter Mourik para discursar en la dedicación del Templo de Francfort, Alemania.

Élder Russell M. Nelson (86) Conversos rusos valoran su matrimonio en el templo.

Élder Randall K. Bennett (98) Randall K. Bennett hace caso omiso de las advertencias sobre una corriente oceánica fuerte.

Élder J. Devn Cornish (101) J. Devn Cornish milagrosamente encuentra una moneda de veinticinco centavos como res-puesta a una oración.

Élder Quentin L. Cook (104) Alma Sonne cancela las reservaciones para el Titanic.Irene Corbett perece a bordo del Titanic.

Silvia H. Allred (114) Maestras visitantes consuelan a una hermana que padece muchas enfermedades.Un hombre se convierte después de que las maestras visitantes sirven a su familia.

Presidente Dieter F. Uchtdorf (120) Una mujer se amarga debido a que no está casada y no tiene hijos.

125N o v i e m b r e d e 2 0 1 1

Las lecciones del Sacerdo-cio de Melquisedec y de la Sociedad de Socorro

que se impartan el cuarto domingo se deben concen-trar en las “Enseñanzas para nuestra época”. Cada lección se deberá preparar en base a uno o más discursos impartidos en la conferencia general más reciente (ver cuadro abajo). Los presiden-tes de estaca y de distrito elegirán los discursos que deban utilizarse o podrán asignar esa responsabilidad a los obispos y a los presi-dentes de rama. Los líderes deberán resaltar la importan-cia de que los hermanos del Sacerdocio de Melquisedec y las hermanas de la Socie-dad de Socorro estudien los mismos discursos ese domingo.

Se insta a las personas a que asistan a las leccio-nes del cuarto domingo, a estudiar y llevar a la clase el ejemplar de la revista de la conferencia más reciente.

Sugerencias para preparar una lección basada en los discursos

Ore para que el Santo Espíritu esté con usted a me-dida que estudie y enseñe el (los) discurso(s). Es probable que se sienta tentado(a) a

preparar la lección utili-zando otros materiales; sin embargo, los discursos de la conferencia constituyen el curso de estudio apropiado. La asignación que usted ha recibido es la de ayudar a otras personas a aprender el Evangelio y a vivirlo, tal como se enseñó durante la más reciente conferencia general de la Iglesia.

Estudie el (los) discurso(s) buscando los principios y las doctrinas que satisfagan las necesidades de los miem-bros de la clase. Asimismo, busque en el (los) discurso(s) relatos, referencias de las Escrituras y declaraciones que le sirvan de ayuda para enseñar esas verdades.

Haga un bosquejo de la forma de enseñar los principios y las doctrinas; en el mismo deberá incluir preguntas que ayuden a los miembros de la clase a:

• Buscar los principios y las doctrinas en el (los) discurso(s).

• Pensar en el significado de esos principios y doctrinas.

• Compartir lo que entien-dan, así como ideas, ex-periencias y testimonios.

• Aplicar esos principios y doctrinas en sus vidas. ◼

Enseñanzas para nuestra época

MESES EN QUE SE ENSEÑAN LAS LECCIONES

MATERIALES PARA LAS LECCIONES DEL CUARTO DOMINGO

De noviembre de 2011 a abril de 2012

Discursos publicados en la revista Liahona* de noviembre de 2011

De mayo de 2012 a octubre de 2012

Discursos publicados en la revista Liahona* de mayo de 2012

* Estos discursos están disponibles en muchos idiomas en conference .lds .org.

Silvia H. Allred Primera consejera

Julie B. Beck Presidenta

Barbara Thompson Segunda consejera

Mary N. Cook Primera consejera

Elaine S. Dalton Presidenta

Ann M. Dibb Segunda consejera

Jean A. Stevens Primera consejera

Rosemary M. Wixom Presidenta

Cheryl A. Esplin Segunda consejera

Larry M. Gibson Primer consejero

David L. Beck Presidente

Adrián Ochoa Segundo consejero

David M. McConkie Primer consejero

Russell T. Osguthorpe Presidente

Matthew O. Richardson Segundo consejero

Presidencias Generales de las Organizaciones Auxiliares

SOCIEDAD DE SOCORRO

MUJERES JÓVENES

PRIMARIA

HOMBRES JÓVENES

ESCUELA DOMINICAL

126 L i a h o n a

Hijas en Mi reino: Una obra histórica para la mujer SUD de hoyPor Chelsee NiebergallRevistas de la Iglesia

Hijas en Mi reino: La historia y la obra de la Sociedad de Socorro es un libro nuevo, preparado

bajo la dirección de la Primera Presi-dencia, que contiene un registro del legado de la Sociedad de Socorro y de las mujeres de la Iglesia, dijo Julie B. Beck, presidenta general de la So-ciedad de Socorro, durante la reunión general de la Sociedad de Socorro de septiembre de 2011.

“…unificará y alineará una herman-dad mundial con los propósitos de la Sociedad de Socorro y los modelos y privilegios de las discípulas”, dijo ella. “Es un testigo de la importancia del papel que desempeña la mujer en el plan de felicidad de nuestro Padre, y proporciona una norma inamovible de lo que creemos, de lo que hacemos y de lo que defenderemos” (página 113 de este ejemplar).

La hermana Beck dijo que el libro proporciona un fundamento para la identidad de las mujeres como hijas de Dios. Al estudiar el libro, dijo ella, la gente podrá ver cómo debe funcio-nar la Sociedad de Socorro en la vida de cada una de las hermanas.

Cómo llegó a publicarse el libroEl proyecto comenzó como una

asignación de la Primera Presidencia. A Susan W. Tanner, quien fue Presi-denta General de las Mujeres Jóvenes, se le apartó para escribir el libro. Se asignó a la hermana Beck y a sus consejeras, Silvia H. Allred y Barbara Thompson, gestionar el proyecto y trabajar con la hermana Tanner, con los editores, diseñadores y otros para

servicio a sus antepasados, buscando los datos correspondientes. (Véase el artículo en la página 128.)

Además, durante esa sesión, el élder Claudio R. M. Costa quedó rele-vado de la Presidencia de los Setenta, y el élder Tad R. Callister fue sostenido como miembro de la Presidencia de los Setenta (véase su biografía en la página 128). Doce Setentas y Setentas de Área fueron relevados o se les dio el estado de Autoridades Generales Eméritas (vea los sostenimientos y relevos en la página 23).

Durante su discurso el domingo por la mañana, el presidente Henry B. Eyring, Primer Consejero de la Primera Presidencia, recordó a las personas el llamado hecho durante la conferencia general de abril de este año de que todos los miembros participen en un día de servicio durante 2011 (véase Henry B. Eyring, “Oportunidades para hacer el bien”, Liahona, mayo de 2011, pág. 22).

Miembros de varias partes del mundo escucharon la conferencia en 93 idiomas. Si desea información acerca de la fecha en que estarán disponibles las versiones de texto, audio y video de la conferencia en los distintos idiomas, visite lds .org/ general-conference/ when-conference-materials-will-be-available. ◼

N O T I C I A S D E L A I G L E S I A

Más de 100.000 personas asistie-ron a las cinco sesiones de la Conferencia General Semestral

de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días en el Centro de Conferencias de Salt Lake City, Utah, EE. UU., los días 1 y 2 de octubre. Millones de personas más la vieron o la escucharon por transmisiones vía televisión, radio, satélite e internet.

Durante la primera sesión del sábado 1º de octubre, el presidente Thomas S. Monson anunció la ubica-ción de seis templos nuevos: Barran-quilla, Colombia; Durban, Sudáfrica; Kinshasa, República Democrática del Congo; París, Francia; Provo, Utah, EE. UU.; y Star Valley, Wyoming, EE. UU.

Tras hacer el anuncio, el presidente Monson invitó a los miembros a hacer donativos al Fondo General de Ayuda a Participantes del Templo de la Igle-sia. “Este fondo provee de una sola visita al templo para los que de otra manera no podrían ir allí”, dijo.

El sábado por la tarde, el élder Da-vid A. Bednar, del Quórum de los Doce Apóstoles, anunció una nueva sección de youth .lds .org: FamilySearch Youth and Family History [FamilySearch: La Juventud y la Historia Familiar] (lds .org/ familyhistoryyouth). Esta nueva sección intenta ayudar a los jóvenes a descubrir su historia familiar y prestar

Conferencia General Semestral número 181

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La interpretación de un artista muestra el Tabernáculo de Provo, el cual quedó des-truido en un incendio, restaurado como el segundo templo de Provo, Utah, EE. UU.

127N o v i e m b r e d e 2 0 1 1

determinar, mediante el espíritu de revelación, el curso que debía seguir el proyecto. “Nunca he trabajado en un proyecto que haya sido más guiado por el Espíritu que éste”, dijo la hermana Beck.

Parte del proceso era decidir cuáles de las miles de páginas de relatos his-tóricos debían incluirse en el libro. La hermana Beck, sus consejeras y la her-mana Tanner estudiaron las actas de las reuniones del inicio de la Sociedad de Socorro en Nauvoo y otras histo-rias y relatos acerca de la Sociedad de Socorro y las mujeres de la Iglesia.

La hermana Beck dijo que el resul-tado no es una típica historia cronoló-gica, sino una historia espiritual de las mujeres de la Iglesia y de la Sociedad de Socorro.

“Estudiamos nuestra historia porque nos ayuda a cambiar”, dijo la hermana Beck en su discurso en la reunión general de la Sociedad de Socorro en septiembre de 2010. “En última instancia, el valor de la historia no radica tanto en sus fechas, ho-ras y lugares. Es valiosa porque nos enseña los principios, los objetivos y los modelos que debemos seguir; nos ayuda a saber quiénes somos y lo que debemos hacer, y nos une en el fortalecimiento de los hogares de Sión y en la edificación del reino de Dios en la tierra” (“Hijas en Mi reino: La historia y la obra de la Sociedad de Socorro”, Liahona, noviembre de 2010, pág. 115).

Aunque el libro sigue un orden cronológico, sus enseñanzas están representadas en capítulos temáticos. Se utilizan relatos y ejemplos de las Escrituras y de nuestros tiempos, de las palabras de los profetas y de las líderes de la Sociedad de Socorro para enseñar sus mensajes tan importantes.

La influencia del libroLa hermana Beck dijo que a través

del libro, las hermanas aprenderán cómo cumplir los propósitos de la Sociedad de Socorro en su propia vida y como hermandad de discípulas que guardan convenios.

“Aprenderán lo que significa aumentar la fe y la rectitud personal, fortalecer a la familia y el hogar y buscar y ayudar a los necesitados”, dijo la hermana Beck en una en-trevista con representantes de las revistas de la Iglesia. “Conforme las hermanas lleguen a considerarse parte de la obra de la Sociedad de Socorro, lograrán entender la influen-cia que han tenido las hermanas en el desarrollo de la Iglesia, tanto en la antigüedad como en los últimos días, y llegarán a conocer su propósito y su identidad”.

La hermana Beck confía en que quienes lean el libro aprenderán mediante el ejemplo y el precepto a escuchar al Espíritu Santo y a recibir revelación personal. También pueden recibir fortaleza y ánimo en su vida diaria y en sus pruebas y dificultades.

“Hay mucha fortaleza en el libro, fortaleza que podemos imitar”, dijo la hermana Beck. “Entonces espero que en los días difíciles, las personas tengan su libro a la mano y lo levan-ten y lean un relato o un ejemplo que las fortalezca”.

La hermana Beck también dijo que el libro llegará a los hogares de la Igle-sia por mano de las hermanas, pero cree que será una importante fuente de consulta para hombres y muje-res por igual. Ayudará a las mujeres jóvenes a entender cómo ellas llegan a formar parte de una gran hermandad

mundial, y puede unir a los esposos y las esposas en su sagrada obra de guiar a su familia y dar servicio en la Iglesia.

Después de estudiar el libro, Dale Cook, presidente de la Estaca Syracuse Utah Bluff, dijo que será una impor-tante fuente de consulta para ayudar no sólo a las mujeres sino también a los hombres de la Iglesia a entender su función como discípulos de Cristo. “Al leer el libro se aprecia cómo [la Sociedad de Socorro] está entrelazada y conectada con el sacerdocio”, dijo el presidente Cook. “Me ayudó a com-prender el poder que tiene mi esposa y [cómo] amarla, ayudarla y apoyarla [mejor]”.

Acerca del libroEl libro es una fuente de consulta

para el estudio personal y para la enseñanza en el hogar, en la Sociedad de Socorro y en otros entornos de la Iglesia. Se está enviando a los obispos y presidentes de rama, quienes traba-jarán con las presidentas de la Socie-dad de Socorro para decidir cómo hacer que la entrega de los libros sea una bendición para las hermanas de los barrios y las ramas.

Se espera que los libros estén disponibles en más de veinte idiomas para finales de enero de 2012. Muchos ya están disponibles en línea, donde los miembros podrán encontrar videos suplementarios, compartir citas y leer sugerencias en cuanto a la forma de usar y compartir los mensajes del libro. Vaya a lds .org/ relief-society/ daughters-in-my-kingdom. Haga clic en “Additional Languages (PDF)” en el centro de la página bajo “Related Resources”. Del lado dere-cho de la siguiente página aparecerá una lista de los idiomas que están dis-ponibles. Con el tiempo, el sitio web se traducirá en varios idiomas.

Se ha planeado publicar una edi-ción de tapa dura en español, inglés y portugués para fines de año y estará disponible a través de los Servicios de Distribución y en store.lds.org. ◼

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Élder Tad R. CallisterDe la Presidencia de los Setenta

El élder Tad Richards Callister, recientemente sostenido como miembro de la Presidencia de los

Setenta y miembro del Segundo Quórum de los Setenta, explica que una de las metas de las Autoridades Generales es que haya “verdadero crecimiento” en la Iglesia. “Eso supone que muchas personas más no sólo asistan a la reu-nión sacramental sino también participen de la Santa Cena, reciban las ordenanzas que ofrece la Iglesia y guarden sus convenios”, dijo él.

El élder Callister siente el deseo de ayudar a los líderes locales de la Iglesia en esa labor, y está agradecido de que el Señor le haya dado oportunidades para prestar servicio en muchos llamamientos. “Espero que el haber caminado en los zapatos de la gente con la que ahora trabajo, o sea, presidentes de estaca, obispos y presidentes de quórumes de élderes, me haga más consciente de sus necesidades y sensible a ellas”, explicó.

El élder Callister prestó servicio como misionero de tiempo completo en la Misión de los Estados del Atlántico Este, como presidente de quórum de élderes, presidente de la misión de estaca, consejero del presidente de estaca, obispo, presidente de estaca, representante regional, Setenta de Área, presidente de la Misión Canadá Toronto Este (2005–2008), y prestaba servicio como Presidente del Área Pacífico cuando fue llamado a la Presidencia de los Setenta.

El élder Callister es hijo de Reed y Norinne Callister. Nació en diciembre de 1945 en Glendale, California, EE. UU. En 1968 recibió su Licenciatura en Contabilidad de la Universidad Brigham Young. Se graduó de la Facultad de Derecho de la Universidad de California, Los Ángeles, en 1971. En 1972 recibió su Maestría en Derecho Tributario en la Universidad de Nueva York. De 1972 a 2005 ejerció la abogacía, y ha escrito libros acerca de la Expiación, de la Apostasía y de la Restauración.

En diciembre de 1968 se casó con Kathryn Louise Saporiti en el Templo de Los Ángeles, California, y tienen seis hijos.

El élder Callister ha reconocido la mano del Señor en su vida. “El amor del Salvador es tan enorme que pienso que Él y nuestro Padre Celestial esperan ansiosamente bende-cirnos por el bien que hagamos, por más pequeño que sea, porque ésa es Su naturaleza”. ◼

Nuevo sitio para ayudar a los adolescentes a empezar la historia familiar

La nueva sección FamilySearch Youth and Family His-tory [FamilySearch: La juventud y la historia familiar] de youth .lds .org (lds .org/ familyhistoryyouth) tiene la

mira de ayudar a los jóvenes a buscar los registros de sus antepasados y así servirles y descubrir la historia familiar.

El sitio contiene materiales para enseñar a los jóvenes a comenzar a usar FamilySearch. A través de cinco pasos sencillos, se enseña a los jóvenes cómo investigar su árbol familiar, cómo hacer registros familiares y cómo preparar nombres para lle-varlos al templo. El sitio también contiene ideas sobre la forma en que las clases y los quórumes pueden usar la historia familiar como medio de prestar servicio a los demás.

Actualmente, la nueva sec-ción está disponible en español, inglés y portugués, y habrá idio-mas adicionales en los próximos meses. ◼

Concurso de arte invita a jóvenes a brillar

El Museo de Historia de la Iglesia invita a jóvenes de 13 a 18 años a participar en el primer Concurso internacional de arte para jóvenes.

Los artistas deben crear obras que expresen lo que significa la frase “levantaos y brillad” (véase D. y C. 115:4–6).

Las obras de arte deben haberse creado después del 1º de enero de 2009. Los participantes deben haber cumplido 13 años para el 1º de enero de 2012, y pueden enviar una obra de arte en línea entre el 2 de enero de 2012 y la fecha tope, que es el viernes, 1º de junio de 2012. El tamaño máximo es de 213 cm (84 pulgadas) en su dimensión más larga. Para el concurso se aceptarán todos los medios y estilos artísticos.

La información en cuanto a la manera de enviar las obras estará disponible en lds.org/youthartcomp.

Se pedirá a los ganadores que envíen su arte original al museo para exhibirse entre el 16 de noviembre de 2012 y el 17 de junio de 2013. ◼

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FOTOGRAFÍA POR MATTHEW REIER

“Doy mi testimonio de que esta obra es verdadera, que nuestro Salvador vive y que Él guía y dirige Su Iglesia

aquí sobre la tierra”, dijo el presidente Thomas S. Monson durante la sesión de clausura de la Conferencia General Semestral Nº 181. “Les dejo mi afirmación y mi testimonio de que Dios nuestro Padre Eterno vive y nos ama. Él es, en verdad, nuestro Padre, y Él es personal y real. Que podamos darnos cuenta y comprender cuán cerca de nosotros Él está dispuesto a llegar, cuán lejos está dispuesto a ir para ayu-darnos, cuánto nos ama y cuánto hace y está dispuesto a hacer por nosotros”.