Novena en honor a la Virgen nmaculada y el usto an osé
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Novena en honor
a la Virgen Inmaculada y el Justo San José Clausura del Año Josefino
2021
Créditos: Coordinación: -Pbro. Francisco Morales González, Delegado Episcopal de Liturgia Textos: -Dra. Deyanira Flores Gonzále z. - Autor de l Himno a San José: José Antonio Poblete
Diseño, diagramación y fotografías: -Luis Carlos Bonilla Soto. Fotografía de la portada Vitral de los Desposorios de María y José, iglesia de l Espíritu Santo en Esparza, Punta renas. Fotografía pá gina inicial Vitral del Tránsito de San José, Catedral Me tropolita na Arquidiócesis de San José. Departamento de Liturgia
Curia Metropolitana de San José
Novena en honor
a la Virgen Inmaculada y el Justo San José
Clausura del Año Josefino
2021
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Introducción a la Novena
Está llegando a su fin este maravilloso año que el
Papa Francisco ha querido dedicar a San José. De
corazón queremos darle las gracias a nuestro Papa
por habernos ofrecido esta oportunidad de oro
para profundizar más nuestro conocimiento,
amor, devoción y servicio al esposo virginal de la
Madre de Dios y padre nutricio del Hijo Unigénito
de Dios. Para nosotros los costarricenses, además,
se trata del titular de nuestra ciudad capital, de
una de nuestras provincias y de nuestra arquidió-
cesis, por lo cual deberíamos distinguirnos en el
mundo entero por nuestra devoción a San José.
En el marco de este Año Josefino, hemos querido
preparar una Novena en honor de la Inmaculada
Virgen María y el justo San José que nos muestre
la unión indisoluble que existe, por Voluntad Divi-
na, entre la Madre de Dios y su castísimo esposo
en el amor y el servicio
del Hijo Divino que Dios
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Fotografía: Vitral el taller de Nazaret, iglesia de san Isidro, Heredia
les concedió y de todos nosotros, sus hijos espiri-
tuales.
Los temas que se desarrollarán, Dios mediante,
durante los nueve días son los siguientes:
Día Primero: Preparados por Dios
Día Segundo: Llamados por Dios
Día Tercero: Unidos por Cristo y en Cristo
Día Cuarto: Con amor de padres: por Jesús
Día Quinto: Adoradores del Misterio de
Dios
Día Sexto: Servidores del Hijo de Dios
Día Séptimo: Con amor de padres: por
nosotros
Día Octavo: Tomen siempre de este Pan:
dadores de Cristo Eucaristía
Día Noveno: Glorificados por Dios y
Protectores nuestros
El esquema de cada día es igual: una invocación
inicial tomada de la Liturgia de las Horas o la Misa,
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una breve monición sobre el tema que se tratará
ese día, una aclamación de alabanza invariable,
una lectura de textos bíblicos que fundamentan y
explican el tema del día, un primer momento de
meditaciones tomadas de la Tradición y el Magis-
terio de la Iglesia, un breve canto a la Virgen María
(sólo una estrofa y el estribillo repetido dos veces,
tomado de uno de estos dos cantos muy conoci-
dos: Oh María, Madre mía y Madre del Redentor),
un segundo momento de meditaciones tomadas
de la Tradición y el Magisterio de la Iglesia, un bre-
ve canto a San José (igualmente, sólo una estrofa
y el estribillo repetido dos veces, tomado de uno
de estos dos cantos: el Himno a San José de José
Antonio Poblete y el conocido Oh Patriarca San-
to), un tercer momento de meditaciones tomadas de
la Tradición y el Magisterio de la Iglesia, una ora-
ción conclusiva alusiva al tema tratado y una des-
pedida invariable. Sería bueno contar con dos o
tres lectores y un encargado del canto.
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Día Primero
Preparados por Dios
1. Invocación inicial y Saludo El celebr ante y la asambl ea pronuncian altern ando la aclama-
ción de alabanza. El celebr ante saluda a la asamblea.
S. Alégrate, María, llena de gracia, el Señor es
contigo.
T. Bendita tú entre las mujeres y bendito el
fruto de tu vientre.
S. El justo florecerá como un lirio.
T. Y se alegrará eternamente ante el Señor.
S. La paz del Señor sea con ustedes.
T. Y con tu espíritu.
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Fotografía: Vitral de la Inmaculada Concepción, Pozos de Santa Ana
2. Monición El celebrante lee la siguiente explicación del tema que se tra-
tará en este día.
S. En este primer día de la Novena meditare-
mos sobre la preparación especial que recibieron
la Virgen María y San José de parte de Dios para la
misión excelsa a la que los llamó de ser Madre de
Dios y padre adoptivo del Hijo de Dios.
3. Aclamación de alabanza
S. Celebremos a María, concebida sin pecado,
y a San José, el varón justo.
T. Y adoremos a su Hijo, Jesucristo el Señor.
4. Lectura bíblica Un lector o varios l ectores leen los t exto s bíblicos que servirán
de hilo conductor para el tema d el día. Dejémonos guiar por
la Palabr a d e Dio s.
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L.1 “Y habiendo entrado donde estaba ella, di-
jo: Alégrate, llena de gracia, el Señor está conti-
go” (Lc.1,28).
“José, su esposo, siendo justo” (Mt.1,19).
“Bendito sea el Dios y Padre del Señor nuestro
Jesucristo, quien nos bendijo con toda bendición
espiritual en los cielos en Cristo, según que nos
escogió en él antes de la fundación del mundo para
ser santos e inmaculados en su presencia, a impul-
sos del amor, predestinándonos a la adopción de
hijos suyos por Jesucristo, según el beneplácito de
su voluntad, para alabanza de la gloria de su gra-
cia, con la cual nos agració en el Amado” (Ef.1, 3-6).
“Sabemos que Dios coordina toda su acción al
bien de los que le aman, de los que según su desig-
nio son llamados. Porque a los que de antemano
conoció, también los predestinó a ser conformes con
la imagen de su Hijo, en orden a que fuese él pri-
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mogénito entre muchos hermanos. Y a los que
predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó,
a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos
también glorificó” (Rm.8,28-30).
“Y esta tal confianza la tenemos por Cristo para
con Dios. No que por nosotros mismos seamos
capaces de discurrir algo como de nosotros mis-
mos, sino que nuestra capacidad nos viene de
Dios, quien asimismo nos capacitó para ser minis-
tros de una nueva alianza, no de letra, sino de Espí-
ritu” (2Cor.3,4-6).
5. Desarrollo del tema y lecturas de la
Tradición y el Magisterio de la Iglesia Un lector o varios lectores r ealizan la lectura de l as explicacio-
nes y las lecturas de la Tradición y el Magist erio sobr e el tema
tratado.
1. La Virgen María y San José tienen un puesto
esencial en el Designio Salvífico de Dios
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L.2 En Su infinito amor y sabiduría, cuando Dios
pensó desde toda la eternidad en la Encarnación
de Su Hijo, pensó también en la Virgen que se con-
vertiría en Su Madre y en el varón justo que cuida-
ría con la máxima solicitud de ambos.
Dios quiso llevar a cabo la Obra de nuestra Salva-
ción contando con la cooperación de la humilde
Virgen de Nazaret y del humilde carpintero San
José.
A la Virgen la llamó a ser Madre y Colaboradora
Suya en la Obra de la Redención y Madre de toda
la humanidad redimida por Él. A San José lo llamó
a ser el esposo virginal de la Madre de Dios, el pa-
dre adoptivo del Hijo de Dios y padre espiritual y
protector de toda la humanidad.
Según la Economía Salvífica de Dios, tanto la Vir-
gen María como San José eran indispensables para
que el Hijo de Dios se encarnara y se hiciera Hom-
bre, muriera en la Cruz y resucitara para salvarnos.
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“Con la encarnación las promesas y las figuras del
Antiguo Testamento se hacen realidad... María es
la humilde sierva del Señor, preparada desde la
eternidad para la misión de ser Madre de Dios; José
es aquel que Dios ha elegido para ser el coordina-
dor del nacimiento del Señor (Orígenes, Hom. in Lucam
13,7), aquél que tiene el encargo de proveer a la
inserción ordenada del Hijo de Dios en el mundo,
en el respeto de las disposiciones divinas y de las
leyes humanas. Toda la vida, tanto privada como
escondida de Jesús ha sido confiada a su custo-
dia” (S. Juan Pablo II, RC 8).
Después de Dios, es a la Virgen y a San José a
quienes más debemos agradecer el que un día po-
damos ir al cielo, sea por lo que ellos hicieron y
sufrieron en la tierra por Jesús y por nosotros, sea
por lo que hacen ahora desde el cielo con tanto
amor.
“Así como la Iglesia entera es deudora de la Virgen
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Madre, porque la Iglesia recibió a Cristo por medio
de Ella, así ciertamente después de Ella la Iglesia
debe a San José gratitud y reverencia singular” (cf.
Pedro Ju an Olivi, Quaestio X,47).
6. Canto a la Virgen Coro y asamblea r ealizan el siguiente c anto.
Oh María, Madre mía,
Oh consuelo del mortal,
Amparadme y guiadme
A la patria celestial (2).
Con el ángel de María
las grandezas celebrad;
transportados de alegría
sus finezas publicad.
Oh María, Madre mía,
Oh consuelo del mortal,
Amparadme y guiadme
A la patria celestial (2).
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7. Desarrollo del tema y lecturas de la
Tradición y el Magisterio de la Iglesia Un lector o varios lectores r ealizan la lectura de l as explicacio-
nes y las lecturas de la Tradición y el Magist erio sobr e el tema
tratado.
2. Preparados por Dios para su excelsa misión
L.1 “Dios da a cada uno Su gracia en conformi-
dad con la misión para la que le elige” (Sto. Tomás,
S.T. III, q.27, a.5, ad 1).
“La Virgen Santísima fue divinamente elegida para
ser Madre de Dios. De ahí que no quepa dudar de
que Dios, por medio de su gracia, la hizo idónea
para tal misión, de acuerdo con lo que le dijo el án-
gel: Has hallado gracia delante de Dios… (Lc.1,30).
Ahora bien, no hubiera sido idónea Madre de Dios
en caso de que hubiera pecado alguna vez… Y, por
tanto, es necesario decir de forma absoluta que la
Santísima Virgen no cometió ningún pecado actual,
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ni mortal ni venial, para que, de este modo, se
cumpla en ella lo que se lee en Cant.4,7: Toda her-
mosa eres, amiga mía, y no hay mancha en ti” (Sto.
Tomás, S.T. III, q.27, a.4, Solución).
Esta regla debía cumplirse también en el caso de
San José. “No es concebible que a una misión tan
sublime no correspondan las cualidades exigidas
para llevarla a cabo de forma adecuada” (S. Juan
Pablo II, RC 8).
¿Cómo preparó Dios a la Virgen y a San José para
su excelsa misión?
Dios preparó a la Virgen María para convertirse en
Su Madre en primer lugar y de manera radical con
su Inmaculada Concepción.
“Para que descansara en la tierra el Verbo de Dios,
la pureza infinita, el Señor formó una pureza incom-
parable, única, que no ha tenido ni tendrá jamás
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quien la iguale; la formó Dios acumulando en María
la pureza de una fecundidad divina. Fue necesario
un cielo de pureza para que brillara en él el Sol di-
vino del amor” (Siervo de Dio s Luis M. Martínez, Jesú s, Ed.
La Cruz, p.371).
A María la llamamos “la Inmaculada” y “la Purísi-
ma”, dos títulos que de alguna manera sintetizan
los dos aspectos del misterio de su santidad mara-
villosa.
Inmaculada, sin mancha, porque fue preservada por
Dios desde el primer instante de su concepción de
contraer el pecado original (B. Pío IX, Ineffabilis Deus, 8-
12-1854) y, por especial gracia de Dios, nunca come-
tió ningún pecado actual ni la más mínima imper-
fección (Trento, Decreto sobre la justificación, Can. 23).
Purísima, porque fue colmada por Dios desde el pri-
mer instante de su vida de gracia santificante, a tal
grado, que ya entonces superaba el grado de san-
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tidad que alcanzan los Santos al final de su vida; y
no cesó de crecer en gracia hasta alcanzar, en el
momento de su Asunción gloriosa, el máximo gra-
do posible de gracia de que puede gozar una per-
sona humana. Nada se compara a “la luz blanquísi-
ma con que la Trinidad augusta ha bañado, inun-
dado y penetrado todo el ser de nuestra Madre
María desde el primer instante de su Concep-
ción” (S. Manuel Gonzál ez, II, n.2924, p.836).
L.2 “El torrente impetuoso de la bondad de
Dios, estancado violentamente por los pecados
humanos desde el comienzo del mundo, se expla-
ya con toda su fuerza y plenitud en el corazón de
María. La Sabiduría le comunica todas las gracias
que hubieran recibido de su liberalidad Adán y sus
descendientes si hubieran conservado la justicia
original... toda la plenitud de la divinidad se derra-
ma en María, en cuanto una pura creatura es capaz
de recibirla... solamente su Creador puede com-
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prender la altura, anchura y profundidad de las
gracias que le comunicó” (S. Luis de Montfort, ASE 106 ).
“La Santísima Virgen María poseyó tal plenitud de
gracia, que fue la más próxima al Autor de dicha
gracia, hasta el extremo de recibir en sí misma al
que está lleno de toda gracia y, al darlo a luz, hacer
llegar la gracia a todos” (Sto. Tomás, S.T. III, q.27, a.5, ad
1).
El fundamento de todo esto es la Maternidad Divi-
na: “Dios hizo tan pura a María para que fuera su
Madre, y fue Madre de Dios por ser tan pu-
ra” (Siervo de Dio s Luis M. Martínez, La Pur eza, Ed. Stvdium,
p.11).
L.3 San José también fue preparado por Dios
para su inefable misión. “¿Cómo una inteligencia
discreta puede pensar que el Espíritu Santo unie-
se… a Virgen tan excelsa” en un verdadero matri-
monio “un alma no muy semejante a ella por la ope-
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ración de las virtudes?” San José debe haber sido
“limpísimo en virginidad, profundísimo en humildad,
ardentísimo en el amor de Dios y en la caridad, altí-
simo en la contemplación, muy solícito para con la
Virgen, su esposa” (S. Bernardino de Siena, Sermo 1 de S.
Ioseph, a.2). María debía tener el consuelo de
“encontrar cerca de su alma otra formada para
comprenderla” (Siervo d e Dios Luis M. Martínez, L a Pur e-
za, p.21).
Importantes autores de la Tradición afirman que
San José fue santificado en el vientre materno co-
mo San Juan Bautista (cf. Lc.1,41.44). Si el Precur-
sor necesitó de esa preparación tan especial para
poder anunciar “al Cordero de Dios que quita el
pecado del mundo” (Jn.1,29.35-36), ¿qué prepara-
ción necesitaría el hombre que fue llamado a fun-
gir como padre del Hijo Unigénito de Dios y esposo
virginal de la Madre de Dios y a convivir con Ellos en
la más estrecha intimidad durante treinta años?
La santidad de San José se comprende muy bien,
por un lado, por la preparación que él necesitaba
para asumir la misión tan alta a la que había sido
llamado por Dios y, por otro, por el contacto dia-
rio, en calidad de esposo virginal y padre adoptivo,
con “la Pureza del cielo y la Pureza de la tie-
rra” (Siervo de Dios Luis M. Martínez, La Purez a, p.32).
¿Cómo tenía que ser su pureza y a qué grado cre-
ció en ese contacto tan íntimo y constante con
Jesús y María?
8. Canto a San José Coro y asamblea r ealizan el siguiente c anto.
Oh Patriarca Santo, humilde José
A ti mis plegarias dirijo con fe.
Grandes ministerios
te encomienda Dios
y los desempeñas
con santo fervor.
Oh Patriarca Santo, humilde José
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A ti mis plegarias dirijo con fe.
9. Desarrollo del tema y lecturas de la Tra-
dición y el Magisterio de la Iglesia Un lector o varios lectores r ealizan la lectura de l as explicacio-
nes y las lecturas de la Tradición y el Magist erio sobr e el tema
tratado.
3. Plenitud de gracia y correspondencia fiel
L.1 A esas gracias únicas que recibieron de Dios,
la Virgen y San José tuvieron que corresponder día
a día.
San Lucas nos confirma que la Santísima Virgen
recibió de Dios una plenitud de gracia única
(Lc.1,28) y todos los textos marianos del Nuevo
Testamento nos testimonian que Ella correspon-
dió a esa gracia con una fidelidad también única.
“Es imposible expresar las inefables comunicacio-
nes de la Santísima Trinidad a tan hermosa creatu-
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ra, lo mismo que la fidelidad con que María respon-
dió a las gracias de su Creador” (S. Luis de Montfort,
ASE 105).
“Es bueno... tener presente que la eminente santi-
dad de María no fue sólo un don singular de la libe-
ralidad divina: esa fue también el fruto de la conti-
nua y generosa correspondencia de su libre voluntad
a las mociones interiores del Espíritu Santo. Es por
motivo de la perfecta armonía entre la gracia divi-
na y la actividad de la naturaleza humana que la
Virgen rindió gloria suma a la Santísima Trinidad y
se convirtió en modelo insigne de la Iglesia” (S. Pa-
blo VI, Signum magnum, 13-5-1967, I,4).
Lo mismo podemos decir de San José. También en
su caso San Mateo nos enseña que “era jus-
to” (Mt.1,19), o sea, “santo”, “perfecto”,
“adornado de todas las virtudes”, y el Evangelio
nos testimonia con claridad la grandeza de su fe,
humildad, obediencia a la Voluntad de Dios en
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todo momento y su entrega total, amor purísimo y
servicio incansable a Jesús y María. San José es el
hombre “justo”, llamado por Dios a cuidar del
“Justo” por antonomasia (cf. He.3,14).
¡Qué bien preparó Dios a la Virgen María y San
José y qué bien le correspondieron ellos!
10. Oración final El celebrant e junto con la asamblea recitan la oración final.
S. Inmaculada Virgen María y Purísimo San
José, a quienes la Santísima Trinidad escogió por
padres del Hijo Unigénito de Dios y de toda la hu-
manidad redimida por Él; su santidad excelsa nos
recuerda la belleza de la vocación a la santidad a la
que estamos llamados todos por Dios. Hoy les pe-
dimos que despierten en nuestro corazón el deseo
ardiente de ser santos y la resolución firme de po-
ner todos los medios que nos enseña el Evangelio
para lograrlo. Dios a todos da la gracia suficiente.
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Confiamos en su ayuda para que sepamos corres-
ponder fielmente diariamente a esa gracia y alcan-
cemos un día el gozo de contemplar en su compa-
ñía a la Santísima Trinidad en el cielo.
T. Amén.
11. Despedida El celebrant e despide a la asambl ea.
S. Que la gracia de Nuestro Señor Jesucristo y la
protección de la Virgen María y San José nos
acompañen siempre.
T. Amén.
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Día Segundo
Llamados por Dios
1. Invocación inicial y Saludo El celebr ante y la asambl ea pronuncian altern ando la aclama-
ción de alabanza. El celebr ante saluda a la asamblea.
S. En Nazaret, al recibir con fe el anuncio del
ángel concibió como Salvador y Hermano
nuestro.
T. Al Hijo de Dios engendrado desde toda la
eternidad.
S. Dios me constituyó como padre del Rey y
como señor de toda Su casa.
T. Me elevó para hacer llegar la salvación a mu-
chos pueblos.
S. La paz del Señor sea con ustedes.
T. Y con tu espíritu.
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Fotografía: Vitral en San Rafael, Heredia
2. Monición El celebrante lee la siguiente explicación del tema que se tra-
tará en este día.
S. En este segundo día de la Novena meditare-
mos sobre el llamado que recibieron la Virgen Ma-
ría y San José a convertirse en los padres del Hijo
Unigénito de Dios y la fiel respuesta que le dieron
al Señor.
3. Aclamación de alabanza
S. Celebremos a María, concebida sin pecado,
y a San José, el varón justo.
T. Y adoremos a su Hijo, Jesucristo el Señor.
4. Lectura bíblica Un lector o varios l ectores leen los t exto s bíblicos que servirán
de hilo conductor para el tema del día. Dejémonos guiar por
la Palabr a de Dio s.
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L.1 “En el mes sexto fue enviado el ángel Ga-
briel de parte de Dios a una ciudad de Galilea lla-
mada Nazaret, a una virgen desposada con un va-
rón de nombre José, de la casa de David; el nom-
bre de la virgen era María. Y presentándose a ella,
le dijo: Alégrate, llena de gracia, el Señor es conti-
go. Ella se turbó al oír estas palabras y discurría
qué podría significar aquella salutación. El ángel le
dijo: No temas, María, porque has hallado gracia
delante de Dios, y he aquí que concebirás en tu
seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por
nombre Jesús. El será grande y llamado Hijo del
Altísimo, y le dará el Señor Dios el trono de David,
su padre, y reinará en la casa de Jacob por los si-
glos, y su reino no tendrá fin. Dijo María al ángel:
¿Cómo podrá ser esto, pues yo no conozco varón?
El ángel le contestó y dijo: El Espíritu Santo vendrá
sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su
sombra, y por esto el hijo engendrado será santo,
será llamado Hijo de Dios. E Isabel, tu parienta,
también ha concebido un hijo en su vejez, y éste
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es ya el mes sexto de la que era estéril, porque na-
da hay imposible para Dios. Dijo María: He aquí a
la esclava del Señor, hágase en mí según tu pala-
bra. Y se fue de ella el ángel" (Lc.1,26-38).
L.2 “La generación de Jesucristo fue así: Despo-
sada su madre María con José, antes de que convi-
viesen se halló que había concebido por obra del
Espíritu Santo. José, su marido, como era justo y
no quería infamarla, resolvió repudiarla en secre-
to. Estando él en estos pensamientos, he aquí que
un ángel del Señor se le apareció en sueños y le
dijo: José, hijo de David, no temas tomar contigo a
María, tu mujer, porque lo engendrado en ella es
del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pon-
drás por nombre Jesús, porque él salvará a su pue-
blo de sus pecados. Todo esto sucedió para que se
cumpliese lo que dijo el Señor por medio del pro-
feta: He aquí que la Virgen concebirá y dará a luz
un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que
traducido significa: Dios con nosotros (Is.7,14). Des-
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pertado José del sueño, hizo como le ordenó el
ángel del Señor, y recibió consigo a su mujer; la
cual, sin que él antes la conociese, dio a luz un hijo,
y él le puso por nombre Jesús” (Mt.1,18-25).
5. Desarrollo del tema y lecturas de la
Tradición y el Magisterio de la Iglesia Un lector o varios lectores r ealizan la lectura de l as explicacio-
nes y las lecturas de la Tradición y el Magist erio sobr e el tema
tratado.
1. Las dos Anunciaciones
L.3 Existe un paralelo muy bello entre la Anun-
ciación del ángel Gabriel a María y la revelación en
sueños del ángel a San José (Lc.1,26-38; Mt.1,18-25).
A ambos Dios les revela Su Misterio por el ministe-
rio de un ángel y los llama a colaborar en él. Am-
bos escuchan muy atentos la Palabra de Dios. Am-
bos creen en lo que Dios les dice con la fe más
grande que ha existido. Ambos obedecen inme-
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diata y gozosamente la Voluntad de Dios: María
con su “hágase en mí según tu palabra” (Lc.1,38) y
San José con su “hizo como le ordenó el án-
gel” (Mt.1,24). La Virgen acoge al Hijo de Dios en su
corazón inmaculado y su vientre virginal y San Jo-
sé lo acoge junto con María en su casa. Ambos se
entregan con la máxima humildad, pureza y amor
al servicio de ese Hijo único que Dios Padre les
comparte y de ese Plan maravilloso de Salvación
de Dios al que los llama a colaborar de manera
impar.
2. Colaboradores del Misterio de la Encarnación
L.1 Cuanto más profundamente meditamos en
el Misterio de la Encarnación, mejor comprende-
mos la importancia de la Virgen María, pues fue
con su consentimiento (Lc.1,38), en su vientre virgi-
nal (Lc.1,31) y de su carne inmaculada (Lc.1,42) que
el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros
(Jn.1,14). Sin María, no habría Encarnación, y sin
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Encarnación no habría Redención ni Eucaristía.
Igualmente comprendemos mejor todas las cosas
que decimos sobre Ella: porque el Verbo se hizo
carne en Ella, María requería de una preparación
especial (su Inmaculada Concepción), su concep-
ción y parto fueron virginales, siguió siendo virgen
por el resto de su vida, fue asunta en cuerpo y al-
ma al cielo, es nuestra Madre, Mediadora y Maes-
tra y merece un culto muy especial de parte nues-
tra.
También “José de Nazaret participó en el misterio
de la Encarnación como ninguna otra persona, a
excepción de María, la Madre del Verbo Encarnado.
Él participó en este misterio junto con ella, com-
prometido en la realidad del mismo hecho salvífi-
co, siendo depositario del mismo amor, por cuyo
poder el eterno Padre ‘nos predestinó a la adop-
ción de hijos suyos por Jesucristo’ (Ef.1,5)” (S. Juan
Pablo II, RC 1).
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“En primer lugar, consideremos a San José como el
cooperador de la redención de los hombres. El Señor
destinó a María y a San José a ser cooperadores
directos, inmediatos, los más cercanos a Jesús Re-
dentor; y por tanto José y María, uniendo su obra,
cada uno según su posición, prepararon a la huma-
nidad el Maestro Divino, la Hostia Víctima de los
pecados de los hombres, el Sacerdote eterno, Je-
sucristo. Toda la humanidad debería postrarse y
agradecer a María y a José, elegidos para un oficio
tan alto, por los beneficios grandísimos, inefables,
que a través de ellos vinieron a los hombres.
¡En el cielo cuánto agradecen y cuánto muestran
su admiración y cuánto alaban a María y a San Jo-
sé todos los Santos del Paraíso! Si ellos están en el
cielo, he aquí los instrumentos dulcísimos de los
cuales se sirvió la Providencia para dar a Jesús a los
hombres. Es sólo Jesús el que ha abierto el cielo
con sus méritos, pero María y José prepararon pa-
ra la humanidad a Jesucristo, Camino, Verdad y Vi-
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da” (B. Santiago Alberione, M editación so bre S. Jo sé, 19 -2-
1953).
L.2 “José, esposo de María… recibe su Anuncia-
ción personal. Oye durante la noche las palabras…
que son explicación y al mismo tiempo invitación de
parte de Dios: no temas recibir en tu casa a María
(Mt.1,20)…
Dios confía a José el misterio, cuyo cumplimiento
habían esperado desde hacía muchas generacio-
nes la estirpe de David y toda la casa de Israel, y a
la vez, le confía todo aquello de lo que depende la
realización de este misterio en la historia del Pueblo
de Dios.
Desde el momento en que estas palabras llegaron
a su conciencia, José se convierte en el hombre de
la elección divina: el hombre de una particular con-
fianza. Se define su puesto en la historia de la salva-
ción, José entra en este puesto con la sencillez y
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humildad, en las que se manifiesta la profundidad
espiritual del hombre” (S. Juan Pablo II, Audiencia 19 -3-
1980, n.3).
“El Señor asocia ya íntimamente a José al misterio
de la Encarnación. Él aceptó unirse a esta historia
que Dios había comenzado a escribir en el seno de
su esposa… Acogió el misterio que había en ella y
el misterio que era ella misma… José entró en la
obra de la redención a través de la figura de María…
José ha vivido a la luz del misterio de la Encarna-
ción” (Benedicto XVI, Vísperas, Camerún, 18-3-2009).
6. Canto a la Virgen Coro y asamblea r ealizan el siguiente c anto.
Madre del Redentor, Virgen María,
unida siempre a Cristo y a la Iglesia.
Todo un Dios omnipotente
es un niño en tu regazo,
y el Amor más infinito
busca un poco de tu amor.
36
Madre del Redentor, Virgen María,
unida siempre a Cristo y a la Iglesia.
7. Desarrollo del tema y lecturas de la
Tradición y el Magisterio de la Iglesia Un lector o varios lectores r ealizan la lectura de l as explicacio-
nes y las lecturas de la Tradición y el Magist erio sobr e el tema
tratado.
3. Escucha de la Palabra y obediencia a la
Voluntad Divina
L.1 La escucha de la Palabra de Dios de María es
tal, que los Padres afirman que Ella “concibió por el
oído”, concibió escuchando la Palabra, creyendo
en Ella y recibiéndola en su mente y su corazón
antes que en su vientre. Su escucha de la Palabra
alcanza tal grado, que la Palabra misma se encar-
na en su vientre virginal.
Desde el inicio, la Iglesia ha alabado asimismo la
37
obediencia de María. Así como por la desobedien-
cia de Eva nos vino la muerte, por la obediencia de
María nos viene la Vida misma que es Cristo.
“Obedeciendo, se convirtió en causa de salvación
para sí misma y para todo el género humano” (LG
56, citando a S. Ireneo). San José también se distingue
por su escucha atenta y obediencia inmediata.
“La actitud fundamental de toda la Iglesia debe
ser la de la ‘religiosa acogida de la Palabra de
Dios’, o sea la absoluta disponibilidad a servir fiel-
mente la voluntad salvífica de Dios, revelada en Je-
sús. Ya al inicio de la redención humana encontra-
mos encarnado el modelo de la obediencia, des-
pués de María, precisamente en José, el que se
distinguió por su fiel ejecución de los mandatos de
Dios" (S. Juan Pablo II, RC 30).
L.2 “Existe una profunda analogía entre la
anunciación del texto de Mateo y la del texto de
Lucas. El mensajero divino introduce a José en el
38
misterio de la maternidad de María. La que según la
ley es su esposa, permaneciendo virgen, se ha
convertido en madre por obra del Espíritu Santo…
‘Despertado José del sueño, hizo como el ángel
del Señor le había mandado, y tomó consigo a su
mujer’ (Mt.1,24). Él la tomó en todo el misterio de
su maternidad; la tomó junto con el Hijo que llega-
ría al mundo por obra del Espíritu Santo, demos-
trando de tal modo una disponibilidad de voluntad,
semejante a la de María, en orden a lo que Dios le
pedía por medio de su mensajero” (S. Juan Pablo II,
RC 3).
“En cada circunstancia de su vida, José supo pro-
nunciar su ‘fiat’, como María en la Anunciación y
Jesús en Getsemaní” (Francisco, Patris corde, 3).
“Alma de luz es la de José, el justo silencioso y ab-
negado, que en medio de profundos misterios co-
noció claramente la voluntad divina y la ejecutó con
39
maravillosa fidelidad” (Siervo de Dios Luis M. Martínez,
Jesús, Ed. La Cruz, p.364).
“José escuchó al ángel del Señor, y respondió a la
llamada de Dios a cuidar de Jesús y María. De esta
manera, cumplió su papel en el plan de Dios, y lle-
gó a ser una bendición no sólo para la sagrada Fami-
lia, sino para toda la humanidad” (Francisco, Filipinas,
16-1-2015).
4. Entrega total a Dios
L.3 En sus respectivas Anunciaciones, Dios les
revela a la Virgen y a San José su misión sublime y
les pide su consentimiento. Ambos lo dan inme-
diatamente, con la mayor fe, humildad y amor.
“¿Qué da María al Padre Dios y al Hijo Dios? Da su
cuerpo y su alma que, después del cuerpo y del
alma de Jesús, son las obras más perfectas de
Dios, y los da por el motivo más puro, del modo
40
más generoso y con el fin más divino que pura
criatura ha dado algo a Dios. Da su cuerpo y su
alma, o mejor, se da toda a Dios desde el primer
instante de su ser hasta la eternidad, porque Él lo
quiere y se lo pide. Se da toda entera en cada ins-
tante de su vida sin regateos ni vacilaciones, antes
bien, con generosidad indefinidamente creciente,
y se da para sólo la glorificación de Dios sin reser-
varse nada” (S. Manuel González, II, n.2596, p.666 -667).
San José “hizo de su vida un servicio, un sacrificio,
al misterio de la encarnación y a la misión redentora
que está unida a él” (S. Juan Pablo II, RC 8).
8. Canto a San José Coro y asamblea r ealizan el siguiente c anto.
Tuviste Fe en Dios y su promesa;
tuviste Fe, ¡Glorioso San José!
Maestro de oración alcánzanos el don
de escuchar y seguir la voz de Dios.
41
9. Desarrollo del tema y lecturas de la
Tradición y el Magisterio de la Iglesia Un lector o varios lectores r ealizan la lectura de l as explicacio-
nes y las lecturas de la Tradición y el Magist erio sobr e el tema
tratado.
5. La fe incomparable de María y José
L.1 Desde la alabanza de Santa Isabel: ‘Y dicho-
sa la que creyó que tendrán cumplimiento las cosas
que le han sido dichas de parte del Señor’ (Lc.1,45),
la Iglesia no ha cesado de alabar la fe sublime de
María.
Ahora bien, “la fe de María se encuentra con la fe de
José. Si Isabel dijo de la Madre del Redentor: ‘Feliz la
que ha creído’, en cierto sentido se puede aplicar
esta bienaventuranza a José, porque él respondió
afirmativamente a la Palabra de Dios, cuando le
fue transmitida en aquel momento decisivo... Lo
que él hizo es genuina ‘obediencia de la fe’ (cf.
42
Rm.1,5; 16,26; 2Cor.10,5-6). Se puede decir que lo
que hizo José le unió en modo particularísimo a la fe
de María. Aceptó como verdad proveniente de
Dios lo que ella ya había aceptado en la anuncia-
ción” (S. Juan Pablo II, RC 4).
“José es el primero en participar de la fe de la Ma-
dre de Dios... Él es asimismo el que ha sido puesto
en primer lugar por Dios en la vía de la peregrina-
ción de la fe, a través de la cual, María, sobre todo
en el Calvario y en Pentecostés, precedió de forma
eminente y singular” (RC 5). “José, al igual que Ma-
ría, permaneció fiel a la llamada de Dios hasta el
final” (S. Juan Pablo II, RC 17 ).
“La vía propia de José, su peregrinación de la fe, se
concluirá antes, es decir, antes de que María se de-
tenga ante la Cruz en el Gólgota... Sin embargo, la
vía de la fe de José sigue la misma dirección, queda
totalmente determinada por el mismo misterio del
que él junto con María se había convertido en el
43
primer depositario. La encarnación y la redención
constituyen una unidad orgánica e indisoluble”.
Por eso S. Papa Juan XXIII “estableció que en el
Canon romano de la Misa, memorial perpetuo de
la redención, se incluyera su nombre junto al de
María” (S. Juan Pablo II, RC 6 ).
Ante el mensaje del ángel, “José confía en Dios…
José es, en la historia, el hombre que ha dado a
Dios la prueba más grande de confianza, incluso
ante un anuncio tan increíble” (Benedicto XVI, Homilía,
Camerún,19-3-2009).
“En todo esto se mostró, al igual que su esposa
María, como un auténtico heredero de la fe de
Abraham: fe en Dios que guía los acontecimientos
de la historia según su misterioso designio salvífi-
co” (Benedicto XVI, Angelus, 19 -3-2006).
44
6. La humildad sublime de María y José
L.2 La Escritura y la Tradición de la Iglesia, des-
de el inicio, contraponen la soberbia de Adán y Eva
con la humildad de Cristo y María. “Aprended de
mí, que soy manso y humilde de cora-
zón” (Mt.11,29), dijo el mismo Jesús. María siem-
pre se considera “la esclava del Señor” (Lc.1,38.48).
Después de Ellos, la persona más humilde que ha
existido es San José.
“Su grandeza, como la de María, resalta aún más
porque cumplió su misión de forma humilde y
oculta en la casa de Nazaret. Por lo demás, Dios
mismo, en la Persona de su Hijo encarnado, eligió
este camino y este estilo -la humildad y el oculta-
miento- en su existencia terrena. El ejemplo de
san José es una fuerte invitación para todos noso-
tros a realizar con fidelidad, sencillez y modestia la
tarea que la Providencia nos ha asigna-
do” (Benedicto XVI, Angelus,19 -3-2006).
45
10. Oración final El celebrant e junto con la asamblea recitan la oración final.
S. Inmaculada Virgen María y Purísimo San
José, a quienes la Santísima Trinidad escogió por
padres del Hijo Unigénito de Dios y de toda la hu-
manidad redimida por Él, hoy les pedimos que nos
enseñen a escuchar con gran atención y amor la
Palabra de Dios, a creerle al Señor sin titubear y a
entregarnos por entero al cumplimiento de Su
Santa Voluntad.
T. Amén.
11. Despedida El celebrant e despide a la asambl ea.
S. Que la gracia de Nuestro Señor Jesucristo y la
protección de la Virgen María y San José nos
acompañen siempre.
T. Amén.
46
Día Tercero
Unidos por Cristo y en Cristo
1. Invocación inicial y Saludo El celebr ante y la asambl ea pronuncian altern ando la aclama-
ción de alabanza. El celebr ante saluda a la asamblea.
S. Jacob engendró a José, el esposo de María.
T. De la cual nació Jesús, llamado Cristo.
S. Esposo virgen de la Virgen Madre.
T. En quien Dios mismo encomendó su oficio.
S. La paz del Señor sea con ustedes.
T. Y con tu espíritu.
2. Monición El celebrante lee la siguiente explicación del tema que se tra-
tará en este día.
S. En este tercer día de la Novena meditare-
47
mos sobre el matrimonio virginal de María y José y
veremos cómo ambos fueron llamados por Dios a
ser modelo perfecto al mismo tiempo de vida con-
sagrada y vida matrimonial.
3. Aclamación de alabanza
S. Celebremos a María, concebida sin pecado,
y a San José, el varón justo.
T. Y adoremos a su Hijo, Jesucristo el Señor.
4. Lectura bíblica Un lector o varios l ectores leen los t exto s bíblicos que servirán
de hilo conductor para el tema del día. Dejémonos guiar por
la Palabr a de Dio s.
L.1 “La generación de Jesucristo fue de esta
manera: Desposada su madre María con José, an-
tes de que convivieran, se halló que había concebido
por obra del Espíritu Santo. José, su marido, como
fuese justo y no quisiese infamarla, resolvió repu-
48
diarla en secreto. Estando él en estos pensamien-
tos, de pronto un ángel del Señor se le apareció en
sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas reci-
bir en tu casa a María, tu mujer, pues lo que se en-
gendró en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un
hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él sal-
vará a su pueblo de sus pecados” (Mt.1,16.18-23).
“En el mes sexto fue enviado el ángel Gabriel de
parte de Dios a una ciudad de Galilea, llamada Na-
zaret, a una virgen desposada con un hombre lla-
mado José, de la casa de David; y el nombre de la
virgen era María” (Lc.1, 26-27).
“Dijo María al ángel: ¿Cómo será eso, pues no co-
nozco varón?” (Lc.1,34).
5. Desarrollo del tema y lecturas de la
Tradición y el Magisterio de la Iglesia Un lector o varios lectores r ealizan la lectura de l as explicacio-
nes y las lecturas de la Tradición y el Magist erio sobr e el tema
tratado.
49
1. Un caso único: vírgenes y esposos a la vez
L.2 La Virgen María y San José son un caso úni-
co e irrepetible porque fueron llamados por Dios a
una misión única e irrepetible: convertirse en los
padres del Hijo de Dios encarnado. Por eso su ma-
trimonio es único: ¡un matrimonio verdadero pero
virginal!
En ellos se unen en admirable armonía dos voca-
ciones que de suyo son opuestas: virginidad y ma-
trimonio, y son, por tanto, modelo perfecto tanto de
la vida matrimonial como de la vida consagrada.
De esta manera Dios ha querido dignificar en ellos
ambos caminos.
El Señor infunde en los corazones de María y José,
junto con un amor virginal incomparable por Él y
un deseo ardiente de entregarse a Su servicio por
completo, un amor purísimo y un grandísimo res-
peto y veneración mutuas, para poder llevar ade-
50
lante el matrimonio virginal tan especial al que los
llama, en vistas al Hijo Divino que va a crecer en su
hogar.
“El tipo de matrimonio hacia el que el Espíritu San-
to orienta a María y a José es comprensible sólo en
el contexto del plan salvífico y en el ámbito de una
elevada espiritualidad. La realización concreta del
misterio de la Encarnación exigía un nacimiento
virginal que pusiese de relieve la filiación divina y,
al mismo tiempo, una familia que pudiese asegu-
rar el desarrollo normal de la personalidad del Ni-
ño.
José y María, precisamente en vista de su contri-
bución al misterio de la Encarnación del Verbo,
recibieron la gracia de vivir juntos el carisma de la
virginidad y el don del matrimonio. La comunión de
amor virginal de María y José, aun constituyendo
un caso especialísimo, vinculado a la realización
concreta del misterio de la Encarnación, sin em-
51
bargo fue un verdadero matrimonio” (S. Juan Pablo
II, Audiencia, 21-8-1996).
2. Vírgenes consagrados a Dios
L.3 Tanto la Virgen como San José fueron pre-
parados por Dios para su misión sublime. Por eso
Dios le concedió a María el don de su Inmaculada
Concepción y a San José el de una santidad incom-
parable. Creciendo incesantemente en gracia, en
unión con Él y comprensión del misterio del Me-
sías prometido, Dios los fue preparando, para que
cuando llegara el momento de enviarles a su Hijo,
estuvieran listos para recibirlo.
Una virginidad perfecta era parte de esa prepara-
ción. En María, para poder recibir al Hijo de Dios en
su vientre y convertirse en Su Madre y Colabora-
dora. En San José, para cuidar de Jesús y María
como vicario del Padre en cuanto padre nutricio de
Jesús, y vicario del Espíritu Santo en cuanto espo-
52
so virginal de la Esposa del Espíritu Santo. Por eso,
parte fundamental de su preparación fue el voto
de virginidad que ambos hicieron. ¡Cuánta pureza,
cuánto amor y entrega total a Dios eran necesarias
para recibir al Hijo de Dios con la familiaridad con
que ellos lo recibieron y para poder colaborar en
Su Obra Redentora!
El voto de virginidad de María
A partir de San Gregorio de Nisa (+392) y San
Agustín (+430), la Tradición afirma que la Virgen
hizo un voto de virginidad antes de saber que sería
la Madre de Dios.
María “vivió siempre en plena sintonía con la vo-
luntad divina y optó por una vida virginal con el
deseo de agradar al Señor. En realidad, su propósito
de virginidad la disponía a acoger la voluntad divina
‘con todo su yo, humano, femenino’ (RM 13)” (S. Juan
Pablo II, Audiencia 24 -7-1996, n.2)
53
“La opción del estado virginal por parte de María...
no fue un acto de cerrarse a algunos de los valores
del estado matrimonial, sino que constituyó una
opción valiente, llevada a cabo para consagrarse
totalmente al amor de Dios" (S. Pablo VI, MC 37 ).
“En todos los consagrados, la elección del estado
virginal está motivada por la plena adhesión a Cris-
to. Esto es particularmente evidente en María. Aun-
que antes de la Anunciación no era consciente de
ella, el Espíritu Santo le inspira su consagración
virginal con vistas a Cristo: permanece virgen para
acoger con todo su ser al Mesías Salvador. La virgi-
nidad comenzada en María muestra así su propia
dimensión cristocéntrica, esencial también para la
virginidad vivida en la Iglesia, que halla en la Ma-
dre de Cristo su modelo sublime. Aunque su virgi-
nidad personal, vinculada a la maternidad divina,
es un hecho excepcional, ilumina y da sentido a
todo don virginal” (S. Juan Pablo II, Audiencia 7 -8-1996).
54
“Las primeras palabras que oímos de la boca de
María, en el diálogo de la Anunciación, ‘¿cómo po-
drá ser esto pues no conozco varón?’ (Lc.1,34), son
la sencilla declaración de su pureza virginal. María
hizo una entrega total de sí, de su corazón, de su
cuerpo, de su alma y de su espíritu al servicio de
Dios. Por eso ella agradó al Todopoderoso, que
aceptó su entrega y la premió con la admirable fe-
cundidad de la Maternidad Divina. Ella penetró
profundamente en el misterio de la virginidad, sobre
la cual su Hijo más tarde dijo: ‘El que pueda enten-
der, que entienda’ (Mt.11,15). Su corazón saltó de
gozó cuando experimentó lo que Dios tenía prepa-
rado para los que lo aman (1Cor.2,9)” (Sta. Teresa
Benedicta de la Cruz: Obras, Vol. V, p.643).
En otras palabras, tal era el amor desbordante que
llenaba su Inmaculado Corazón, que Dios, en pre-
paración para su Maternidad Divina, le inspiró el
deseo de pertenecerle sólo a Él y vivir sólo para Él,
y le deparó un hombre justo, San José, que la res-
55
petaría siempre, la comprendería, y compartiría su
entrega total a Dios.
La virginidad de San José
L.1 A partir de San Jerónimo (+419), la Tradición
afirma que San José también era virgen.
“La dificultad de acercarse al misterio sublime de
la comunión esponsal de María y José ha inducido
a algunos, ya desde el siglo II, a atribuir a José una
edad avanzada y a considerarlo el custodio de Ma-
ría, más que su esposo. Es el caso de suponer, en
cambio, que no fuese entonces un hombre an-
ciano, sino que su perfección interior, fruto de la
gracia, lo llevase a vivir con afecto virginal la rela-
ción esponsal con María” (S. Juan Pablo II, Audiencia, 21-
8-1996).
Acuerdo de vida virginal
56
Según las costumbres de la época, cuando sus pa-
rientes arreglaron su matrimonio, María y José, en
privado, habrán hablado sobre su anhelo de virgi-
nidad y se habrán puesto de acuerdo en respetarse
mutuamente y ayudarse a vivir su entrega total al
Señor. En ese momento, no podían saber por qué
Dios les pedía también el matrimonio; lo sabrán
cuando el ángel les revele el Misterio de la Encar-
nación del Hijo de Dios. Ambos confiaron total-
mente en la Divina Providencia.
“Se puede suponer que entre José y María, en el
momento de comprometerse, existiese un enten-
dimiento sobre el proyecto de vida virginal. Por lo
demás, el Espíritu Santo, que había inspirado en
María la opción de la virginidad con miras al misterio
de la Encarnación y quería que ésta acaeciese en
un contexto familiar idóneo para el crecimiento
del Niño, pudo muy bien suscitar también en José
el ideal de la virginidad” (S. Ju an Pablo II, Audiencia, 21-8
-1996, n.2).
57
6. Canto a la Virgen Coro y asamblea r ealizan el siguiente c anto.
Oh María, Madre mía,
Oh consuelo del mortal,
Amparadme y guiadme
A la patria celestial (2).
Pues te llamo con fe viva
muestra Oh Madre, tu bondad;
a mí vuelve compasiva
tu mirada de piedad.
Oh María, Madre mía,
Oh consuelo del mortal,
Amparadme y guiadme
A la patria celestial (2).
7. Desarrollo del tema y lecturas de la
Tradición y el Magisterio de la Iglesia Un lector o varios lectores r ealizan la lectura de l as explicacio-
nes y las lecturas de la Tradición y el Magist erio sobr e el tema
tratado.
58
3. Un matrimonio verdadero pero virginal
Virginal pero verdadero
L.2 Aunque el matrimonio de la Virgen María y
San José es un matrimonio virginal, se trata de un
verdadero matrimonio. El Evangelio nos afirma am-
bas cosas, “es decir, que José es el esposo de Ma-
ría y que la Madre de Cristo es virgen”. José puede
ser llamado esposo de María por el amor que lo
unía a Ella; no por la unión de los cuerpos sino por
“la comunión de las almas”, que es una cosa toda-
vía más profunda (S. Agustín, Contra Fau sto 23,8).
“Por una parte, es una familia como todas las de-
más y, en cuanto tal, es modelo de amor conyugal,
de colaboración, de sacrificio, de ponerse en manos
de la divina Providencia, de laboriosidad y de solida-
ridad; es decir, de todos los valores que la familia
conserva y promueve…
Sin embargo, al mismo tiempo, la Familia de Na-
59
zaret es única, diversa de todas las demás, por su
singular vocación vinculada a la misión del Hijo de
Dios. Precisamente con esta unicidad señala a toda
familia… el horizonte de Dios, el primado dulce y
exigente de su voluntad y la perspectiva del cielo
al que estamos destinados” (Benedicto XVI, Angelus,
28-12-2008).
El evangelio presenta ambas verdades
San Lucas presenta a María como virgen y como
desposada. “Estas informaciones parecen, a pri-
mera vista, contradictorias”. Si María se hallaba en
la situación de esposa prometida, “nos podemos
preguntar por qué había aceptado el noviazgo,
desde el momento en que tenía el propósito de
permanecer virgen para siempre”. San Lucas “se
limita a registrar la situación sin aportar explica-
ciones. El hecho de que, aun poniendo de relieve
el propósito de virginidad de María, la presente
60
igualmente como esposa de José, constituye un
signo de que ambas noticias son históricamente
dignas de crédito (S. Ju an Pablo II, Audiencia, 21 -8-1996,
n.1).
En sus respectivas Anunciaciones, Dios les revela a
la Virgen y San José la razón de la conjunción del
estado virginal y el matrimonial en sus vidas, su
misión sublime con respecto al Hijo de Dios y les
pide su consentimiento. Ambos lo dan inmediata-
mente, con la mayor fe, humildad, amor y gozo.
La vocación inefable de San José
L.3 El hecho de que María sea la esposa prome-
tida de José “está contenido en el designio mismo de
Dios” junto con el hecho de que Ella es Madre Vir-
gen, pues “en ella el Hijo del Altísimo asume un
cuerpo humano y viene a ser el Hijo del hom-
bre” (S. Juan Pablo II, RC 18).En las palabras del ángel
61
“José escucha no sólo la verdad divina acerca de la
inefable vocación de su esposa”, sino también “la
verdad sobre su propia vocación” (S. Juan Pablo II, RC
19).
“El ángel del Señor, apareciéndosele en sueños, le
dice: José, hijo de David, no temas tomar contigo
a María tu mujer porque lo engendrado en ella es
del Espíritu Santo (Mt.1,20). De esta forma recibe la
confirmación de estar llamado a vivir de modo total-
mente especial el camino del matrimonio. A través
de la comunión virginal con la mujer predestinada
para dar a luz a Jesús, Dios lo llama a cooperar en
la realización de su designio de salvación” (S. Juan
Pablo II, Audiencia, 21-8-1996, n.2).
He aquí las dos verdades sobre María que San José
debe vivir: es verdaderamente su esposa y es Ma-
dre de Dios por obra del Espíritu Santo.
Es su esposa, pero es también la mujer escogida por
Dios Padre para colaborar con Él de forma única
62
en la Obra de la Salvación. Es la Virgen que se con-
vierte en Madre no de un niño cualquiera, sino del
Hijo de Dios en Persona que se encarna en su vien-
tre purísimo. Es Aquélla que entabla con el Espíritu
Santo una relación inefable de unión y colabora-
ción en la formación de Cristo en cuanto hombre y
de los cristianos.
San José, por tanto, es llamado por Dios a asumir y
respetar ambos aspectos de la vida de María. Dios
mismo le confirma que es su esposa, que no debe
temer recibirla, amarla, vivir a su lado en un matri-
monio verdadero pero virginal, porque Ella es, al
mismo tiempo, el Arca viviente de la Nueva Alian-
za que él ha sido llamado a servir con el mismo
respeto con que los sacerdotes del Antiguo Testa-
mento servían la antigua arca.
Virginidad y matrimonio no se contraponen
L.1 “La virginidad y el celibato por el Reino de
Dios no sólo no contradicen la dignidad del matri-
63
monio, sino que la presuponen y la confirman. El
matrimonio y la virginidad son dos modos de expre-
sar y vivir el único misterio de la Alianza de Dios con
su pueblo (FC 16) que es comunión de amor entre
Dios y los hombres” (S. Juan Pablo II, RC 20). En María y
José ambos amores confluyen de manera única y
maravillosa.
Virginidad y fecundidad no se contraponen
La Virgen es un caso único porque es verdadera
madre desde el punto de vista físico, pero sin ha-
ber perdido su virginidad, habiendo concebido por
obra del Espíritu Santo. San José también es úni-
co, porque es verdadero padre, aunque sólo en
sentido espiritual, pues no tuvo nada que ver con
la concepción del hijo. Pero su fecundidad les re-
cuerda a los consagrados que la virginidad y el celi-
bato no son sinónimo de esterilidad, sino que
siempre deben ser espiritualmente fecundos, y
todo consagrado está llamado a vivir la paternidad
y maternidad espirituales.
64
8. Canto a San José Coro y asamblea r ealizan el siguiente c anto.
Oh Patriarca Santo, humilde José
A ti mis plegarias dirijo con fe.
Eres el Esposo
de la Virgen tú,
en tus brazos llevas
al niño Jesús.
Oh Patriarca Santo, humilde José
A ti mis plegarias dirijo con fe.
9. Desarrollo del tema y lecturas de la Tra-
dición y el Magisterio de la Iglesia Un lector o varios lectores r ealizan la lectura de l as explicacio-
nes y las lecturas de la Tradición y el Magist erio sobr e el tema
tratado.
4. Unidos por Cristo y en Cristo
L.2 “Lo que Dios ha unido, que no lo separe el
65
hombre”, se dice en el Rito del matrimonio. ¡Si hay
un matrimonio que ha sido concertado por Dios es
el de María y José! Dios lo quiso como parte de Su
designio salvífico y lo confirmó (Mt.1,20).
Unidos en matrimonio por Cristo, porque Dios los
llama a la vocación única de convertirse en la ma-
dre virginal y el padre adoptivo del Hijo de Dios
que se encarna en el vientre inmaculado de María
y se hace hombre para salvarnos. Jesucristo, te-
niendo desde toda la eternidad un padre, Dios Pa-
dre, quiso tener una Madre, María, y un padre
adoptivo, José. Quiso venir al mundo y pasar trein-
ta de los treinta y tres años de Su vida terrena en
el seno de una humilde familia.
Unidos en matrimonio en Cristo, en Su Persona, en
Su amor, en Su servicio. Cristo es la razón de ser
de su matrimonio, el centro absoluto de sus vidas,
alrededor del cual giran fiel y constantemente.
66
“Habitualmente el amor hace que el esposo y la
esposa sean uno; en el caso de María y José no
eran sus amores combinados, sino Jesús, quien los
unificaba. Ningún amor más profundo latió bajo el
cielo desde un principio, ni jamás lo habrá en el
futuro” (Ven. Fulton Sheen, El primer amor del mundo,
p.90).
De hecho, todo matrimonio debería ser como el
de María y José, en el sentido de que debería darse
según la Voluntad de Dios, que los une indisoluble-
mente como esposos; teniendo como meta con-
junta la gloria, el amor y el servicio de Dios y la
santificación mutua para un día alcanzar juntos el
cielo; teniendo como centro absoluto a Jesucristo,
Su Palabra, Su amor, Su servicio, girando toda la
vida familiar alrededor de Él; sostenidos y ayuda-
dos en todo por la gracia divina. O sea, un amor
querido, bendecido y sostenido por Cristo.
“Aprended de estos esposos, que se amaron como
67
pareja ninguna se amó en la tierra, aprended que
se precisan no dos, sino tres para amar: tú, tú y Je-
sús… En esta terrena Trinidad de Hijo, Madre y
padre adoptivo, no había dos corazones con un
solo pensamiento, sino un solo y grande Corazón
dentro del Cual los otros dos se volcaban como ríos
confluentes” (Ven. Fulton Sheen, El primer amor d el mun-
do., p.91-92).
10. Oración final El celebrant e junto con la asamblea recitan la oración final.
S. Inmaculada Virgen María y Purísimo San
José, a quienes la Santísima Trinidad escogió por
padres del Hijo Unigénito de Dios y de toda la hu-
manidad redimida por Él, hoy les pedimos que nos
enseñen a valorar y vivir esas dos bellísimas voca-
ciones a la santidad que son la vida consagrada y
la vida matrimonial; a valorar la virginidad, el celi-
bato y la castidad, el amor y la fidelidad conyuga-
les, el amor de padres, hijos, hermanos, abuelos…
68
A darnos cuenta de que, cualquiera que sea nues-
tra vocación, Jesús debe ser el centro : “Jesús era el
centro del amor de María y de José… Su corazón no
podía desear nada más, cuando poseía a Jesús” (S.
Pedro Julián Eymard, Mes d e San Jo sé, Día 29, p.89).
T. Amén.
11. Despedida El celebrant e despide a la asambl ea.
S. Que la gracia de Nuestro Señor Jesucristo y la
protección de la Virgen María y San José nos
acompañen siempre.
T. Amén.
69
70
Día Cuarto
Con amor de padres: por Jesús
1. Invocación inicial y Saludo El celebr ante y la asambl ea pronuncian altern ando la aclama-
ción de alabanza. El celebr ante saluda a la asamblea.
S. Todas las generaciones me felicitarán.
T. Porque el Poderoso ha hecho obras grandes
por mí.
S. Réplica humilde del eterno Padre.
T. Padre nutricio.
S. La paz del Señor sea con ustedes.
T. Y con tu espíritu.
2. Monición El celebrante lee la siguiente explicación del tema que se tra-
tará en este día.
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Fotografía: Vitral el taller de Nazaret, iglesia El Tejar, Cartago
S. En este cuarto día de la Novena meditare-
mos sobre el misterio inefable del Hijo Unigénito
de Dios que se hace Niño por amor a nosotros; que
teniendo un Padre desde toda la eternidad, Dios
Padre, quiso tener una Madre, María Virgen, y un
padre adoptivo, San José; que quiso nacer y vivir
treinta de sus treinta y tres años sobre la tierra en
el seno de una familia, bendiciendo y dignificando
para siempre a la familia.
3. Aclamación de alabanza
S. Celebremos a María, concebida sin pecado,
y a San José, el varón justo.
T. Y adoremos a su Hijo, Jesucristo el Señor.
4. Lectura bíblica Un lector o varios l ectores leen los t exto s bíblicos que servirán
de hilo conductor para el tema del día. Dejémonos guiar por
la Palabr a de Dio s.
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L.1 “Y acaeció que, al partirse de ellos los ánge-
les al cielo, los pastores se decían unos a otros: Ea,
pasemos hasta Belén, y veamos este aconteci-
miento que el Señor nos manifestó. Y se vinieron a
toda prisa, y hallaron a María y a José, y al niño
recostado en el pesebre” (Lc.2,15-16).
“Y Simeón vino al templo impulsado por el Espíri-
tu. Y cuando sus padres introducían al niño Jesús
para cumplir las prescripciones usuales de la ley
tocantes a él, Simeón lo recibió en sus brazos y
bendijo a Dios… Y el padre y la madre del niño esta-
ban maravillados de las cosas que se decían de él.
Y los bendijo Simeón… Y así que se cumplieron
todas las cosas ordenadas en la ley del Señor, se
volvieron a Galilea, a su ciudad de Naza-
ret” (Lc.2,27-28; 33-34.39).
“Y sus padres, al verle, quedaron atónitos; y le dijo
su madre: Hijo, ¿por qué lo hiciste así con noso-
tros? Mira que tu padre y yo, angustiados, te andá-
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bamos buscando. Díjoles él: ¿Pues por qué me
buscabais? ¿No sabíais que había yo de estar en las
cosas de mi Padre?... Y bajó en su compañía y se
fue a Nazaret, y vivía sometido a ellos” (Lc.2,48-
49.51).
“Y decían: ¿No es éste Jesús, el hijo de José, cuyo
padre y madre nosotros conocemos? ¿Cómo dice
ahora: He bajado del cielo?” (Jn.6,42).
5. Desarrollo del tema y lecturas de la
Tradición y el Magisterio de la Iglesia Un lector o varios lectores r ealizan la lectura de l as explicacio-
nes y las lecturas de la Tradición y el Magist erio sobr e el tema
tratado.
1. Verdadera maternidad de María Virgen y pa-
ternidad de San José
L.2 La Virgen María es verdadera Madre de
Dios, porque Ella realmente concibió virginalmen-
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te en su vientre por obra del Espíritu Santo, gestó
durante nueve meses, dio a luz virginalmente,
amamantó y cuidó al Hijo de Dios que quiso hacer-
se hombre y convertirse en su verdadero Hijo para
salvarnos. Dios Padre comparte Su Hijo Unigénito
con la Virgen de forma que el Verbo es, con toda
verdad, Hijo de Dios e Hijo de María. Esta verdad
fundamental sobre María es un dogma de fe, que
fue definido en el Concilio de Éfeso (430).
Todos sabemos que el Hijo de Dios se encarnó en
las entrañas virginales de María Santísima por
obra del Espíritu Santo, sin intervención alguna de
San José. Lo dice explícitamente el Evangelio
(Mt.1,18-20; Lc.1,35), y es uno de los dogmas funda-
mentales de nuestra Fe.
Sin embargo, San José fue llamado por Dios a fun-
gir como verdadero padre de Jesucristo. ¿Cómo
expresar esta paternidad única? No es una paterni-
dad físico-biológica, pero tampoco es sólo una
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paternidad adoptiva, externa. Se ha tratado de
expresar llamando a San José padre nutricio,
adoptivo, virginal, legal, putativo…; pero ninguno
expresa de manera completa el misterio de la pa-
ternidad tan especial de San José.
Como dice San Agustín, su paternidad es “tanto
más auténtica cuanto más casta… El Señor no na-
ció de la sangre de José… sin embargo, a la piedad
y caridad de José le nació de la Virgen María un hijo,
Hijo a la vez de Dios” (Sermón 51 Sobre l os Evangelios
Sinópticos).
L.3 “Aun excluyendo la generación física, la pa-
ternidad de José fue una paternidad real, no aparen-
te… José, pues, ejerció en relación con Jesús la
función de padre, gozando de una autoridad a la
que el Redentor libremente se sometió (Lc.2,51),
contribuyendo a su educación y transmitiéndole el
oficio de carpintero” (S. Juan Pablo II, Audiencia, 21-8-
1996, n.3).
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“Jesús dijo… ‘Uno solo es vuestro Padre’ (Mt 23,9).
En efecto, no hay más paternidad que la de Dios
Padre, el único Creador… Pero al hombre, creado
a imagen y semejanza de Dios, se le ha hecho par-
tícipe de la única paternidad de Dios (Ef.3,15). San
José muestra esto de manera sorprendente, él que
es padre sin ejercer una paternidad carnal. No es el
padre biológico de Jesús, del cual sólo Dios es el Pa-
dre, y sin embargo, desempeña una plena y comple-
ta paternidad. Ser padre es ante todo ser servidor de
la vida y del crecimiento. En este sentido, San José
ha demostrado una gran dedicación” (Benedicto XVI,
Vísperas, Camerún, 18 -3-2009).
“San José fue llamado desde toda la eternidad por
el eterno Padre, para que fuese acá en la tierra su
sustituto y representante en el más importante de
todos los negocios… que fue la redención de todo
el genero humano… San José obtuvo su paterni-
dad de la manera más noble, “ya que el Eterno se la
dio como en comisión, debiendo ejercer en favor de
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Su Hijo los oficios y los derechos de padre” (Siervo
de Dio s Jo sé María Vilasec a, Oficio de San José, 94; Meditacio-
nes para las Josefinas, 13).
“¿Qué ángel o que santo, dice San Basilio, mereció
jamás ser llamado padre del Hijo de Dios?… Con el
nombre de Padre, Dios honró a José sobre todos
los patriarcas, profetas, apóstoles y pontífices:
éstos llevan el nombre de siervos; José obtiene el de
Padre” (S. Alfonso de Ligorio, Sermón sobre San Jo sé, n.1).
6. Canto a la Virgen Coro y asamblea r ealizan el siguiente c anto.
Madre del Redentor, Virgen María,
unida siempre a Cristo y a la Iglesia.
Eres madre de los hombres
de la Iglesia peregrina.
De tu mano caminamos
en el gozo y el dolor.
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Madre del Redentor, Virgen María,
unida siempre a Cristo y a la Iglesia.
7. Desarrollo del tema y lecturas de la
Tradición y el Magisterio de la Iglesia Un lector o varios lectores r ealizan la lectura de l as explicacio-
nes y las lecturas de la Tradición y el Magist erio sobr e el tema
tratado.
2. Todos los eventos de la vida de Jesús son
importantes
L.1 Aunque la Redención nos viene ante todo
de la Encarnación, muerte en la Cruz y Resurrec-
ción, el Catecismo nos recuerda que “toda la vida
de Cristo es Misterio de Redención” y “este misterio
está actuando en toda Su vida”, en todos Sus ac-
tos, palabras y gestos de Su vida oculta y pública
(CEC 517). Por medio de todos ellos, Jesús nos está
redimiendo. “Por el misterio de gracia contenido en
tales gestos, todos ellos salvíficos, al ser partícipes
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de la misma fuente de amor: la divinidad de Cristo.
Si este amor se irradiaba a todos los hombres, a
través de la humanidad de Cristo, los beneficiados
en primer lugar eran ciertamente: María, su madre,
y su padre putativo, José, a quienes la voluntad divi-
na había colocado en su estrecha intimidad” (Juan
Pablo II, RC 27; Pío XII, Haurietis aquas, 15-5-1956, III).
Meditemos sobre algunos de estos momentos de
la vida oculta de Jesús al lado de Sus padres.
3. El nacimiento del Niño Dios en Belén (Lc.2,6-7)
Cada año, para Navidad, con mucha ilusión pone-
mos el portal. Los humildes pastores fueron los
únicos afortunados testigos oculares de lo que no-
sotros admiramos en nuestro portal:
“Porque vinieron de prisa, y no con caminar lento
o cansado, encontraron a José que lo había prepa-
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rado todo para el nacimiento del Señor, a María
que había dado a luz a Jesús al mundo, y al Salva-
dor mismo, 'que yacía en un pese-
bre' (Lc.2,16)” (Orígenes, In Lucam XIII, 7).
El Niño Dios quiso venir al mundo en condiciones
de gran pobreza y necesidad. Sin embargo, la Vir-
gen María y San José le brindaron lo más impor-
tante: su amor.
“María es la que sabe transformar una cueva de
animales en la casa de Jesús, con unos pobres pa-
ñales y una montaña de ternura” (Francisco, Evangelii
Gaudium, 24-11-2003, n.286)
“El cielo intervino confiando en la valentía creado-
ra de este hombre, que cuando llegó a Belén y no
encontró un lugar donde María pudiera dar a luz,
se instaló en un establo y lo arregló hasta conver-
tirlo en un lugar lo más acogedor posible para el Hijo
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de Dios que venía al mundo” (Francisco, Patris corde,
n.5).
“¡Cuán importante es, por tanto, que cada niño, al
venir al mundo, sea acogido por el calor de una
familia! No importan las comodidades exteriores:
Jesús nació en un establo y como primera cuna
tuvo un pesebre, pero el amor de María y de José
le hizo sentir la ternura y la belleza de ser amados.
Esto es lo que necesitan los niños: el amor del pa-
dre y de la madre. Esto es lo que les da seguridad y
lo que, al crecer, les permite descubrir el sentido
de la vida” (Benedicto XVI, Angelus, 26 -12-2010).
4. La circuncisión (Lc.1,31; 2,21; Mt.1,21)
L.2 Tanto a la Virgen como a San José, el ángel
les indica que deben ponerle al Niño el nombre de
Jesús. “Siendo la circuncisión del hijo el primer de-
ber religioso del padre, José con este rito ejercita su
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derecho-deber respecto a Jesús” (S. Juan Pablo II, RC
11).
“No pienses que, por ser la concepción de Cristo obra
del Espíritu Santo, eres tú ajeno al servicio de esta
divina economía. Porque, si es cierto que ninguna
parte tienes en la generación y la Virgen permanece
intacta; sin embargo, todo lo que dice con el padre
sin atentar a la dignidad de la virginidad, todo te lo
entrego a ti. Tal, ponerle nombre al hijo. Tú, en efec-
to, se lo pondrás. Porque, si bien no lo has engen-
drado tú, tú harás con él las veces de padre . De ahí
que, empezando por la imposición del nombre, yo
te uno íntimamente con el que va a nacer” (S. Juan
Crisóstomo, Homilía sobre S Mat eo 4,6).
5. Presentación en el Templo (Lc.2,27-28.33-35)
“Y no debemos sorprendernos de escuchar que
llaman padres a los que habían merecido el título de
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madre y de padre, una por haberlo parido, y el
otro por la devoción paternal” (Orígenes, In Lucam XIX,
3).
“El niño, que María y José llevaron con emoción al
templo, es el Verbo encarnado, el Redentor del
hombre y de la historia” (S. Juan Pablo II, Ho milía, 2-2-
2002).
“El acontecimiento principal del hecho es “la pre-
sentación de Jesús en el Templo de Dios, que signifi-
ca el acto de ofrecer al Hijo del Altísimo al Padre
que le ha enviado (cf. Lc.1,32.35)” (S. Juan Pablo II, Homi-
lía, 2-2-2013).
“Podemos imaginar a esta pequeña familia, en
medio de tanta gente, en los grandes atrios del
templo. No sobresale a la vista, no se distingue...
Sin embargo, no pasa desapercibida. Dos ancia-
nos, Simeón y Ana, movidos por el Espíritu Santo,
se acercan y comienzan a alabar a Dios por ese
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Niño, en quien reconocen al Mesías... Es un mo-
mento sencillo pero rico de profecía: el encuentro
entre dos jóvenes esposos llenos de alegría y de fe
por las gracias del Señor; y dos ancianos también
ellos llenos de alegría y de fe por la acción del Espí-
ritu. ¿Quién hace que se encuentren? Jesús. Jesús
hace que se encuentren: los jóvenes y los ancianos.
Jesús es quien acerca a las generaciones. Es la
fuente de ese amor que une a las familias y a las
personas, venciendo toda desconfianza, todo aisla-
miento, toda distancia…
En la vida familiar de María y José Dios está verda-
deramente en el centro, y lo está en la Persona de
Jesús. Por eso la Familia de Nazaret es santa. ¿Por
qué? Porque está centrada en Jesús” (Francisco, An-
gelus, 28-12-2014).
“A la luz de esta escena evangélica miremos a la
vida consagrada como un encuentro con Cristo: es Él
quien viene a nosotros, traído por María y José, y
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somos nosotros quienes vamos hacia Él, conduci-
dos por el Espíritu Santo. Pero en el centro está Él.
Él lo mueve todo, Él nos atrae al Templo, a la Igle-
sia, donde podemos encontrarle, reconocerle,
acogerle y abrazarle” (Francisco, Homilía, 2-2-2014).
8. Canto a San José Coro y asamblea r ealizan el siguiente c anto.
En Nazaret junto a la Virgen Santa;
en Nazaret, ¡Glorioso San José!
cuidaste al niño Jesús pues por tu gran virtud
fuiste digno custodio de la luz.
9. Desarrollo del tema y lecturas de la
Tradición y el Magisterio de la Iglesia Un lector o varios lectores r ealizan la lectura de l as explicacio-
nes y las lecturas de la Tradición y el Magist erio sobr e el tema
tratado.
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6. La huida a Egipto
L.3 “El Señor… envió a decir de su parte y por
ministerio de un ángel a José, que tomase al Niño
y a la Madre, y se encaminara a Egipto. Y sin per-
der tiempo, José recoge los instrumentos de su
oficio que pudo llevar consigo, los cuales debían
servirle en la tierra de Egipto para acudir al susten-
to de su pobre familia. María de otra parte, lleva
en brazos al Niño… y entreambos cogen solos el
camino… y cual infelices peregrinos emprenden un
viaje largo, rodeado de peligros, y obligados a cru-
zar por regiones desiertas hasta llegar a Egipto, en
donde carecían de amigos y de parientes… Llega-
do ya a Egipto, José se afana en el trabajo día y
noche… para proveer el sustento de su santísima
Esposa y del divino Infante. Regresa después de
Egipto… y pasa a habitar a Nazareth… llevando
una vida llena de privaciones en el ejercicio de su
humilde ocupación” (S. Alfonso de Ligorio, Sermón sobre
San José, n.5).
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7. El Niño perdido y hallado en el Templo
L.1 “Aprende donde lo encuentran los que lo
buscan, de manera que también tú, buscándolo
junto con José y María, lo puedas encon-
trar” (Orígenes, In Lucam 18,3).
“¿Dónde lo encontraron entonces? En el templo
(Lc.2,46); allí se encuentra el Hijo de Dios. También
tú, cuando buscarás al Hijo de Dios, búscalo de
primero en el templo, corre a ir al templo, y allí
encontrarás a Cristo, Verbo y Sabiduría, o sea, Hijo
de Dios” (Orígenes, In Lucam 19,5).
“Qué gloria la de María tener tal hijo, y ese hijo, sin
ser fruto natural de José, se llamará hijo de José. No
hay elogio más hermoso para San José que aquella
queja de María cuando encontró al niño Jesús en el
templo: Hijo, ¿por qué has hecho esto con noso-
tros, no ves que tu padre y yo te andábamos bus-
cando? José y María sabían que Cristo no era hijo
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de José en la forma natural en que un hombre es
padre de un hijo, José sabía y respetaba aquel mila-
gro virginal de Cristo, sin embargo, María le dice a
Cristo: tu padre y yo; qué honor el de San José, lo
que el Padre Eterno puede decir a Cristo, Este es mi
hijo muy amado, lo puede decir José: es mi hijo. Y el
hijo que llamó tantas veces en su oración: padre, al
padre de los cielos, me imagino yo tantas veces
diciéndole a José papá, padre” (S. Óscar Romero,
Homilía,19 -12-1977).
L.2 “Oh María, Oh José, ustedes vertieron lágri-
mas adoloridas durante los tres días en que per-
dieron sin culpa a su Jesús; y yo, que lo he perdido
tantas veces y por años enteros, ¿no vierto ni una
sola lágrima? ¿Quién derretirá este corazón mío
más duro que una roca, para que mis ojos se llenen
de amargo llanto? A los padres de Jesús está reser-
vado el llanto producido por el amor... ¿Y yo no
lloro, con tantas frecuentes caídas, con tantas cul-
pas, con negras ingratitudes a mi Dios, que no ce-
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sa de beneficiarme? ¡Mi única confianza está en su
dolor y su amor, ¡Oh María, Oh José!... A Ustedes
les pido… sus ardientes deseos de encontrar a Je-
sús. Ustedes lo encontraron en el templo, y en el
templo, en este altar, ahora lo encontraré yo en
los brazos de ustedes. Desde entonces Él ya no se
separó de ustedes, y desde esta hora les juro eter-
na fidelidad. Nunca más me alejaré de ti, Oh Jesús
mío, con cualquier pecado... Ven, Oh dulce amigo
de mi alma, a este corazón… para transformarme
enteramente en Ti” (Beato Bartolo Longo, Rosario, V
Misterio Gozoso, Oración antes de la Comunión).
8. La vida en Nazaret
L.3 “Me gusta volver con la imaginación a aque-
llos años en los que Jesús permaneció junto a su
Madre, que abarcan casi toda la vida de Nuestro
Señor en este mundo. Verle pequeño, cuando Ma-
ría lo cuida y lo besa y lo entretiene. Verle crecer,
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ante los ojos enamorados de su Madre y de José, su
padre en la tierra. Con cuánta ternura y con cuánta
delicadeza María y el Santo Patriarca se preocupa-
rían de Jesús durante su infancia y, en silencio,
aprenderían mucho y constantemente de Él. Sus
almas se irían haciendo al alma de aquel Hijo, Hom-
bre y Dios. Por eso la Madre -y, después de Ella,
José- conoce como nadie los sentimientos del Co-
razón de Cristo, y los dos son el camino mejor, afir-
maría que el único, para llegar al Salvador” (S. Jose-
maría Escrivá de Balagu er, Amigos d e Dios n.281).
El Evangelio enseña que Jesús, el Hijo de Dios,
obedecía a María y José (Lc.2,51). ¡Qué maravillosa
es la humildad del Verbo eterno que obedece a
Sus criaturas!
“Con la sumisión a su madre, y a su padre legal, Je-
sús cumple con perfección el cuarto mandamiento.
Es la imagen temporal de su obediencia filial a Su
Padre celestial” (CEC 532) y “la primera expresión de
91
aquella obediencia suya al Padre hasta la muerte
(Fil.2,8), mediante la cual redimió al mundo” (S.
Juan Pablo II, Cart a a las familias, 2 -2-1994, n.2).
¡Qué incomparable es también la humildad de Ma-
ría y José que le dan órdenes a su Dios y Señor! ¡El
humilde carpintero le dice al Hijo de Dios lo que
debe hacer, y Éste le obedece gustoso!
10. Oración final El celebrant e junto con la asamblea recitan la oración final.
S. Inmaculada Virgen María y Purísimo San
José, a quienes la Santísima Trinidad escogió por
padres del Hijo Unigénito de Dios y de toda la hu-
manidad redimida por Él, les pedimos hoy que nos
ayuden a sumergirnos en el Misterio maravilloso
del amor tan infinito del Hijo de Dios que quiso
encarnarse y hacerse Hombre, Hijo suyo, para ser
nuestro Redentor, Salvador, Pan vivo, Esposo,
Hermano y Maestro. ¡Que siempre proclamemos
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con fe inquebrantable que Jesús es el Camino, la
Verdad y la Vida y nos entreguemos a Su servicio y
al servicio de Su Evangelio con gran gozo y deci-
sión!
T. Amén.
11. Despedida El celebrant e despide a la asambl ea.
S. Que la gracia de Nuestro Señor Jesucristo y la
protección de la Virgen María y San José nos
acompañen siempre.
T. Amén.
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Día Quinto
Adoradores del Misterio de Dios
1. Invocación inicial y Saludo El celebr ante y la asambl ea pronuncian altern ando la aclama-
ción de alabanza. El celebr ante saluda a la asamblea.
S. ¡Qué admirable pureza la de aquella Virgen
Madre
T. que no conoció el pecado y que mereció lle-
var a Dios en su seno!
S. Custodio providente y fiel del Hijo, amor
junto al Amor doquier presente.
T. Silencio del que ve la gloria inmensa de Dios
omnipotente.
S. La paz del Señor sea con ustedes.
T. Y con tu espíritu.
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Fotografía: Vitral de San José, iglesia de Santa Teresita, Bº Aranjuez
2. Monición El celebrante lee la siguiente explicación del tema que se tra-
tará en este día.
S. En este quinto día de la Novena meditare-
mos sobre la Virgen María y San José como los
más grandes adoradores del Hijo de Dios encarna-
do, testigos y depositarios de Su Misterio y maes-
tros inigualables de vida espiritual para todos no-
sotros.
3. Aclamación de alabanza
S. Celebremos a María, concebida sin pecado,
y a San José, el varón justo.
T. Y adoremos a su Hijo, Jesucristo el Señor.
4. Lectura bíblica Un lector o varios l ectores leen los t exto s bíblicos que servirán
de hilo conductor para el tema del día. Dejémonos guiar por
la Palabr a de Dio s.
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L.1 “Pero María guardaba todas estas palabras
meditándolas en su corazón” (Lc.2,19).
“Te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra,
porque encubriste esas cosas a los sabios y pru-
dentes y las revelaste a los pequeñuelos. Bien, Pa-
dre, que así pareció conveniente en tu acatamien-
to. Todas las cosas me fueron entregadas por mi
Padre, y ninguno conoce cabalmente al Hijo sino
el Padre, ni al Padre conoce alguno cabalmente
sino el Hijo y aquel a quien quisiere el Hijo revelar-
lo” (Mt.11,25-27).
“Vosotros sois mis amigos, si hiciereis lo que yo os
mando. Ya no os llamo siervos, pues el siervo no
sabe qué hace su señor; mas a vosotros os he lla-
mado amigos pues todas las cosas que de mi Pa-
dre oí os las di a conocer” (Jn.15,14-15).
“Pero viene la hora, y ésta es, cuando los verdade-
ros adoradores adorarán al Padre en espíritu y en
97
verdad. Porque tales adoradores busca el Padre.
Dios es espíritu y conviene que los que le adoren,
le adoren en espíritu y en verdad” (Jn.4,23-24).
“Dijo Jesús al ciego de nacimiento que había cura-
do: ¿Tú crees en el Hijo de Dios? Respondió él y
dijo: ¿Y quién es, Señor, para que crea en él? Díjole
Jesús: Le has visto, y el que habla contigo, Él es. Él
dijo: Creo, Señor. Y le adoró” (Jn.9,34-38).
5. Desarrollo del tema y lecturas de la
Tradición y el Magisterio de la Iglesia Un lector o varios lectores r ealizan la lectura de l as explicacio-
nes y las lecturas de la Tradición y el Magist erio sobr e el tema
tratado.
1. Adoradores del Misterio Divino
L.2 “Adorar, amar al Padre y cumplir su volun-
tad santísima, fue la vida de Jesús y debe ser nues-
tra vida”. Ahí está la felicidad que podemos tener
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en esta tierra y esa será la felicidad perfecta del
cielo (Siervo de Dios Luis M. Martínez, El Espíritu Santo , Ed.
La Cruz, p.124).
Quizá nos cuesta entender por qué la adoración a
Dios es tan importante y nos hace tan felices. La
razón es que no hemos comprendido la relación
entre adoración y amor. “La adoración cuando ha
llegado a su plenitud es amor, y el amor cuando al-
canza su perfección es adoración. Por eso el único
amor pleno y perfecto, el único que sacia por com-
pleto el corazón es el amor de Dios, el único que
puede convertirse en adoración” (Martínez, p.129).
“¡Quisiera Dios que nuestra vida como la de Jesús
no fuera otra cosa que una perpetua y viviente glo-
rificación al Padre!” (Martínez, p.126). Tal fue la vida
de la Virgen María y San José, los más perfectos
imitadores de Jesús.
Toda su vida consistió en la tierra y consiste en el
99
cielo en alabar, bendecir, adorar, glorificar y dar
gracias a la Santísima Trinidad y procurar que sea
alabada, bendecida, adorada, glorificada y agrade-
cida por toda la humanidad.
De la Virgen y San José se puede decir que fueron
los primeros y más perfectos adoradores de Nues-
tro Señor porque “la fe de su adoración fue mayor
que la de todos los santos. Su humildad, más pro-
funda que la de todos los elegidos. Su pureza, ma-
yor que la de los Ángeles. Su amor, tan acendrado,
que jamás criatura alguna, ni angélica, ni humana,
tuvo, ni pudo tenerlo semejante para con Jesús. Su
abnegación tan grande como su amor” (cf. S. Pedro
Julián Eymard, Mes d e San Jo sé, Día 11, p.33).
Adoran al Verbo encarnado en el vientre virginal
de María
“Desde su venida al mundo, cuando Jesús estaba
aún encerrado en el seno de María, como en un
100
copón viviente, quiso tener dos adoradores: María
y José” (S. Pedro Julián Eymard, Mes de San Jo sé, Dí a 10,
p.30). Ambos cumplieron a carta cabal su sublime
vocación.
La primera en adorar al Verbo encarnado, en el
instante mismo en que se encarna en su propio
vientre virginal, es la Virgen.
“Hacían ya tres meses que la Santísima Virgen lle-
vaba en su seno su tesoro; saboreando en secreto
la dicha de saber que aquel que vivía en ella era su
Dios. El Ángel reveló a San José el misterio y él lo
creyó al instante; nada veía y, sin embargo, durante
seis meses creyó y adoró. ¡Oh! ¡qué adoración tan
ferviente debió ofrecer a su Dios, cuando lo supo
habitando ese tabernáculo viviente! Es imposible
explicar la perfección de su adoración.
¡Si San Juan se estremeció de gozo al aproximár-
sele María, qué sentiría San José durante los seis
101
meses que vivió teniendo a su lado y bajo sus ojos
al Dios escondido!... ¿Dudas acaso que San José no
hubiese de adorar con frecuencia a Jesús, al Verbo
oculto en el purísimo Tabernáculo de María? ¡Oh!
¡cuán piadosa debió ser esta adoración: mi Señor y
mi Dios, ¡he aquí a tu siervo! Nadie podrá describir
la adoración de esa alma grande” (S. Pedro Julián
Eymard, Mes d e San Jo sé, Día 16, p.46-47).
Lo adoran recién nacido en Belén
L.3 Los primeros en contemplar y adorar a Jesús
con inmenso amor, recién nacido en el humilde
establo de Belén, fueron la Virgen y San José. Ellos
dos representaban en ese momento a toda la hu-
manidad.
“En la gruta inmortal resuena un eco de la palabra
eterna del Padre, y esa Virgen que de rodillas ado-
ra, en un transporte inefable de ternura y de ano-
nadamiento, a Jesús, puede decirle lo que el Padre
102
le dice eternamente: ‘Tú eres mi Hijo: yo te he en-
gendrado hoy' (Sal.2,7)” (Siervo de Dio s Luis M. Martínez,
La Pureza, p.14).
“Cuando San José tiene la dicha de estrechar entre
sus brazos y sobre su corazón al Niño Jesús, ¡qué
homenajes de fe le tributa! Estos homenajes eran
más gratos a Nuestro Señor, que los que recibe en
el cielo. Imagínense ver a San José adorando a su
Dios en el débil Niño que descansa en sus brazos…
diciéndole todo cuanto su corazón desearía hacer
por su gloria y por su amor” (S. Pedro Julián Eymard,
Mes de San José, Día 16, p.47).
Lo adoran en todos los estados de Su vida terrena
La Virgen María adora a Jesús “anonadado en su
seno; pobre luego en Belén; artesano en Nazaret, y
más tarde evangelizando y convirtiendo a los pe-
cadores; le adoró en su agonía sobre el Calvario,
103
sufriendo con Él; su adoración seguía todos los
sentimientos de su divino Hijo, que le eran bien
conocidos y manifiestos; y su amor le hacía entrar
en una perfecta conformidad y armonía de pensa-
miento y de vida con Él” (S. Pedro Julián Eymard, M es
de María, Día 1, p.16).
San José “en la Encarnación, adoraba el anonada-
miento del Hijo de Dios; en Belén, su pobreza; en
Nazaret, su silencio, su debilidad, su obediencia, sus
virtudes, de las cuales tenía un claro conocimien-
to; siéndole manifiestas sus intensiones, y el sacri-
ficio que representaban por amor y a la mayor glo-
ria del Padre celestial” (S. Pedro Julián Eymard, M es de
San José, Día 11, p.34).
También lo adoró “en su Pasión y en su muerte; lo
adoró de antemano en el santo Tabernáculo, en la
divina Eucaristía”, pues Jesús, que amaba tanto a
San José, ¿podía ocultarle algo? Por tanto, le reve-
ló también estos Misterios con anticipación para
104
que pudiera vivirlos y unirse a ellos por medio de
su amor, su adoración y su compasión, y coronara
su adoración precisamente con el sacrificio de no
poderlos vivir personalmente (cf. Eymard, M es de San
José, Día 10, p.32).
6. Canto a la Virgen Coro y asamblea r ealizan el siguiente c anto.
Madre del Redentor, Virgen María,
unida siempre a Cristo y a la Iglesia.
Surco abierto son tus brazos
una tarde en el Calvario.
La semilla es Cristo muerto.
Tú nos das la salvación.
Madre del Redentor, Virgen María,
unida siempre a Cristo y a la Iglesia.
105
7. Desarrollo del tema y lecturas de la
Tradición y el Magisterio de la Iglesia Un lector o varios lectores r ealizan la lectura de l as explicacio-
nes y las lecturas de la Tradición y el Magist erio sobr e el tema
tratado.
2. María y José, los contemplativos de Jesús por
excelencia
L.1 Cuando una persona ama a otra, como una
madre a su hijo, o como se ama una pareja de es-
posos, no se cansan de contemplarse y de pene-
trar todos los aspectos de la vida del ser amado.
La Virgen María y San José, las personas que más
profunda y perfectamente han amado a Jesús, no
se cansaron ni un instante de contemplarlo: prime-
ro escondido en el vientre virginal de Su Madre;
luego niño, joven, adulto… Cada gesto, cada pala-
bra, cada acción de Jesús era amada por sus pa-
dres y guardada cuidadosamente en sus purísimos
corazones como el tesoro más grande. Y no con-
106
tentándose con lo exterior, intentaban también
penetrar todo el tiempo Sus pensamientos, Sus
más íntimos sentimientos y deseos, para unirse a
ellos, para secundarlos, para imitarlos…
En esta tarea los ayudaba el Espíritu Santo que les
revelaba muchas cosas, y el mismo Jesús, que les
abría Su Sacratísimo Corazón y con Su luz y Su
palabra los instruía.
Si Jesús se preocupó tanto por instruir de manera
especial a Sus Apóstoles, les reveló Su futura Pa-
sión y Resurrección varias veces y en la Última Ce-
na les dijo que los llamaba “amigos” porque les
había dado a conocer todo lo que escuchó de Su
Padre (Jn.15,15), ¿cuánto más no lo habrá hecho
con Su Madre Inmaculada y Su purísimo padre
adoptivo San José?
“Así como Dios hizo con María cuando le manifes-
tó su plan de salvación, también a José le reveló
107
sus designios y lo hizo a través de sueños que, en
la Biblia… eran considerados uno de los medios
por los que Dios manifestaba su volun-
tad” (Francisco, Patris corde, n.3).
“¿Podemos sospechar siquiera los torrentes de
gracia que recibió María en su trato íntimo y cons-
tante con su Hijo Divino? ¡Mirarlo, oírlo, tocarlo,
servirle, recibir sus confidencias filiales, gozar sus
inenarrables encantos, sentir el indecible perfume
de su presencia adorable, y todo esto, sin los velos
que llevaban en el alma los demás, sino que veía a
Jesús con los ojos henchidos de luz del cielo, con el
corazón encendido en santo amor! ¡Cómo pudo
soportar María la revelación constante de los en-
cantos de Jesús! ¡Cómo pudo mirar el sol sin des-
lumbrarse y vivir junto al fuego sin consumir-
se!” (Siervo de Dios Luis M. Martínez, Jesús, p.261).
L.2 Todo lo que Dios les revelaba y ellos con-
templaban, la Virgen y San José lo guardaban ce-
108
losamente en sus corazones y no cesaban de me-
ditarlo amorosamente.
“Es necesario fortalecer nuestra alma, para que no
destile… La persona que habla con ligereza es co-
mo un colador, que deja colarse por todas partes
su contenido… no es capaz de permanecer cerrada
ni de conservar la palabra que se le ha confiado,
como lo era en cambio santa María, que conservaba
cada palabra dentro de su corazón para evitar que
ninguna se le colara fuera de su corazón” (S. Ambro-
sio, Com ent. al Salmo 118, 4,17).
“La Virgen, siempre a la escucha, vive en plena
sintonía con la voluntad divina; conserva en su co-
razón las palabras que le vienen de Dios y, forman-
do con ellas como un mosaico, aprende a com-
prenderlas más a fondo… Desde la Anunciación
hasta la Cruz, María es aquélla que acoge la Pala-
bra que se hizo carne en ella” (Benedicto XVI, SCa, 22 -2
-2005, n.33).
109
El silencio de San José, a su vez, “estaba impreg-
nado de contemplación del misterio de Dios, con
una actitud de total disponibilidad a la voluntad
divina. En otras palabras, el silencio de San José no
manifiesta un vacío interior, sino, al contrario, la
plenitud de fe que lleva en su corazón y que guía
todos sus pensamientos y todos sus actos. Un si-
lencio gracias al cual San José, al unísono con Ma-
ría, guarda la palabra de Dios, conocida a través de
las sagradas Escrituras, confrontándola continua-
mente con los acontecimientos de la vida de Jesús;
un silencio entretejido de oración constante, ora-
ción de bendición del Señor, de adoración de su
santísima voluntad y de confianza sin reservas en
su providencia…
Dejémonos ‘contagiar’ por el silencio de San José.
Nos es muy necesario, en un mundo a menudo
demasiado ruidoso, que no favorece el recogi-
miento y la escucha de la voz de Dios… Cultivemos
el recogimiento interior, para acoger y tener siempre
110
a Jesús en nuestra vida” (Benedicto XVI, Angelus, 18-12-
2005).
“Pidamos a San José y a la Virgen María que nos
enseñen… a dejar más espacio al Señor en nuestra
vida, a detenernos para contemplar su ros-
tro” (Francisco, Audiencia, 1-5-2013).
3. Testigos del Misterio de su Hijo
L.3 La Virgen y San José no sólo alcanzaron una
comprensión única del Misterio del Verbo encar-
nado, convertido en su Hijo, y lo adoraron de ma-
nera impar, sino que fueron llamados a colaborar
directamente en la realización de este Misterio y a
ser sus testigos oculares: la Virgen desde la Encar-
nación hasta Pentecostés y San José durante los
treinta años de vida oculta.
Los discípulos eran conscientes “de que Jesús era
el Hijo de María, y que ella era su madre, y como
111
tal era, desde el momento de la concepción y del
nacimiento, un testigo singular del misterio de
Jesús, de aquel misterio que ante sus ojos se había
manifestado y confirmado con la Cruz y la resurrec-
ción. La Iglesia, por tanto, desde el primer momen-
to, miró a María, a través de Jesús, como miró a
Jesús a través de María. Ella fue para la Iglesia de
entonces y de siempre un testigo singular de los
años de la infancia de Jesús y de su vida oculta en
Nazaret, cuando ‘conservaba cuidadosamente to-
das las cosas en su corazón’ (Lc.2,19; 51). (S. Juan Pablo
II, RM 26).
“Como depositarios del misterio ‘escondido desde
siglos en Dios’ y que empieza a realizarse ante sus
ojos ‘en la plenitud de los tiempos’, José es con Ma-
ría, en la noche de Belén, testigo privilegiado de la
venida del Hijo de Dios al mundo” (S. Juan Pablo II, RC
10).
“José fue testigo ocular de este nacimiento, acaeci-
112
do en condiciones humanamente humillantes… al
que Cristo libremente consintió para redimir los
pecados. Al mismo tiempo José fue testigo de la
adoración de los pastores… más tarde fue también
testigo de la adoración de los Magos, venidos de
Oriente” (S. Juan Pablo II, RC 10).
8. Canto a San José
Coro y asamblea realizan el siguiente canto.
Con sencillez humilde carpintero;
con sencillez, ¡Glorioso San José!
hiciste bien tu labor obrero del Señor
ofreciendo trabajo y oración.
9. Desarrollo del tema y lecturas de la
Tradición y el Magisterio de la Iglesia Un lector o varios lectores r ealizan la lectura d e l as explicacio-
nes y las lecturas d e la Tradición y el Magist erio sobr e el tema
tratado.
113
4. Depositarios del Misterio
L.1 La Virgen María y San José fueron designa-
dos por Dios como depositarios y custodios del
Misterio de la Encarnación hasta que llegara el
momento en que Jesucristo mismo lo revelara al
mundo.
La Virgen vivió treinta años de perfecto silencio,
meditándolo todo en su corazón. A partir de Pen-
tecostés, habrá compartido con los más allegados
a su Hijo aquellas cosas que sólo Ella sabía y que el
Espíritu Santo le habrá indicado que debía com-
partir con la Iglesia.
San José vivió un perfecto silencio toda su vida, sin
revelar absolutamente nada a nadie con excepción
de su santísima esposa.
San José se convirtió, junto con María, “en el depo-
sitario singular del misterio escondido desde siglos
114
en Dios (Ef.3,9). De este misterio divino José es,
junto con María, el primer depositario. Con María -y
también en relación con María- él participa en esta
fase culminante de la autorrevelación de Dios en
Cristo, y participa desde el primer instante” (S. Juan
Pablo II, RC 5; cf. 6).
“El Hijo de Dios, enviado por el Padre, está oculto
para el mundo, oculto para todos los hombres,
incluso para los más cercanos. Solo María y José
conocen su misterio. Viven en su círculo. Viven este
misterio cada día. El Hijo del Eterno Padre pasa,
ante los hombres… por el hijo del carpintero
(Mt.13,55)” (S. Juan Pablo II, Audiencia, 19 -3-1980, n.4).
San José es el que más que ningún otro conoció,
sirvió y protegió los misterios de la infancia de Cristo
y de su Madre inmaculada” (S. Pablo VI, Homilía 19-3-
1966).
“El Señor, como a otro David, lo vio según su cora-
115
zón y le confió con toda garantía el secreto y sacratí-
simo misterio de su propio corazón. Como al mismo
David le reveló los misterios ocultos de su Sabidu-
ría y le hizo confidente del misterio ignorado por
todos los grandes del mundo. Finalmente le conce-
dió no ya contemplar y escuchar, sino hasta tener
en sus brazos, llevar de la mano, abrazar, alimen-
tar y custodiar al mismo a quien tantos reyes y
profetas desearon ver y no lo vieron, anhelaron oír
y no lo oyeron” (S. Bernardo, Homilía II,16: p.637).
5. Maestros del Misterio de su Hijo
L.2 La Virgen y San José vivieron una experien-
cia única: relacionarse con Jesús al mismo tiempo
como con su Dios y su Hijo. En cuanto Hijo suyo, lo
cuidaron y protegieron con la máxima solicitud. En
cuanto Dios, lo adoraron en todos los momentos y
circunstancias de Su vida. Por eso ambos son
maestros inigualables de adoración.
116
“Ejemplo para toda la Iglesia en el ejercicio del cul-
to divino, María es también, evidentemente,
maestra de vida espiritual para cada uno de los cris-
tianos. Bien pronto los fieles comenzaron a fijarse en
María para, como Ella, hacer de la propia vida un
culto a Dios, y de su culto un compromiso de vi-
da… Y el ‘sí’ de María es para todos los cristianos
una lección y un ejemplo para convertir la obedien-
cia a la voluntad del Padre, en camino y en medio
de santificación propia” (S. Pablo VI, MC 21).
“Nuestros pueblos nutren un cariño y especial de-
voción a José, esposo de María, hombre justo, fiel
y generoso que sabe perderse para hallarse en el
misterio del Hijo. San José, el silencioso maestro,
fascina, atrae y enseña, no con palabras sino con el
resplandeciente testimonio de sus virtudes y de su
firme sencillez” (CELAM, Ap arecida, 2007, n.274).
“Quien no hallare maestro que le enseñe oración,
tome este glorioso santo por maestro, y no errará en
117
el camino” (Sta. Teresa de Ávila, Libro d e la Vida 6,8).
“José ha sido, en lo humano, maestro de Jesús; le
ha tratado diariamente, con cariño delicado, y ha
cuidado de Él con abnegación alegre. ¿No será
ésta una buena razón para que consideremos a
este varón justo… como Maestro de vida interior?
La vida interior no es otra cosa que el trato asiduo e
íntimo con Cristo, para identificarnos con Él. Y José
sabrá decirnos muchas cosas sobre Jesús. Por eso,
no dejéis nunca su devoción, ‘Vayan a Jo-
sé’ (Gen.41,55).
Maestro de vida interior, trabajador empeñado en su
tarea, servidor fiel de Dios en relación continua
con Jesús: éste es José. Vayan a José. Con San Jo-
sé, el cristiano aprende lo que es ser de Dios y es-
tar plenamente entre los hombres, santificando el
mundo. Tratad a José y encontraréis a Jesús. Tra-
tad a José y encontraréis a María” (S. Josemaría Escri-
vá de Balagu er, Es Cristo qu e pasa, n.56).
118
10. Oración final El celebrant e junto con la asamblea recitan la oración final.
S. Inmaculada Virgen María y Purísimo San
José, a quienes la Santísima Trinidad escogió por
padres del Hijo Unigénito de Dios y de toda la hu-
manidad redimida por Él, hoy les pedimos que nos
enseñen a adorar en silencio el Misterio del Hijo de
Dios hecho Hombre, hecho Pan, por amor a noso-
tros, y que esa adoración se convierta en amor
ardiente y ese amor ardiente en adoración rendi-
da.
T. Amén.
11. Despedida El celebrant e despide a la asambl ea.
S. Que la gracia de Nuestro Señor Jesucristo y la
protección de la Virgen María y San José nos
acompañen siempre.
T. Amén.
119
120
Día Sexto
Servidores del Hijo de Dios
1. Invocación inicial y Saludo El celebr ante y la asambl ea pronuncian altern ando la aclama-
ción de alab anza. El celebr ante saluda a la asamblea.
S. He aquí a la esclava del Señor.
T. Hágase en mí según tu palabra.
S. Con corazón puro San José se entregó por
entero.
T. A servir a tu Hijo, nacido de la Virgen María.
S. La paz del Señor sea con ustedes.
T. Y con tu espíritu.
2. Monición El celebrante lee la siguiente explicación del tema que se tra-
tará en este día.
121
Fotografía: Vitral de Jesús en el Templo, iglesia La Soledad, San José
En este sexto día de la Novena meditaremos sobre
el ejemplo incomparable de la Virgen María y San
José como siervos fidelísimos, primeros y perfec-
tos discípulos y supremos colaboradores del Hijo
de Dios en Su Obra Redentora.
3. Aclamación de alabanza
S. Celebremos a María, concebida sin pecado,
y a San José, el varón justo.
T. Y adoremos a su Hijo, Jesucristo el Señor.
4. Lectura bíblica Un lector o varios l ectores leen los t exto s bíblicos que servirán
de hilo conductor para el tema d el día. Dejémonos guiar por
la Palabr a d e Dio s.
L.1 “Y bajó en su compañía y se fue a Nazaret, y
vivía sometido a ellos” (Lc.2,51).
“No ha de ser así entre vosotros; antes quien qui-
122
siere entre vosotros llegar a ser grande, será vues-
tro servidor; y quien quisiere entre vosotros ser
primero, será vuestro esclavo: como el Hijo del
hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su
vida como rescate por muchos” (Mt.20, 26-28).
“Vosotros me llamáis ‘el Maestro y el Señor’ y de-
cís bien, pues lo soy. Si, pues, os lavé los pies, yo,
el Señor y el Maestro, también vosotros debéis
unos a otros lavaros los pies. Porque ejemplo os di,
para que, como yo hice con vosotros, así vosotros lo
hagáis. En verdad, en verdad os digo: no es el siervo
mayor que su señor, ni el enviado mayor que el
que le envió. Si esto sabéis, bienaventurados sois
si lo hiciereis” (Jn.13,13-17).
“Dijo María: He aquí a la esclava del Señor, hágase
en mí según tu palabra. Y se fue de ella el án-
gel” (Lc.1,38).
“Por aquellos días, levantándose María, se dirigió
123
presurosa a la montaña, a una ciudad de Judá, y
entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y
aconteció que, al oír Isabel la salutación de María,
dio saltos de gozo el niño en su seno, y fue llena
Isabel del Espíritu Santo, y levantó la voz con gran
clamor y dijo: Bendita tú entre las mujeres y ben-
dito el fruto de tu vientre. ¿Y de dónde a mí esto
que venga la Madre de mi Señor a mí? Porque he
aquí que, como sonó la voz de tu salutación en mis
oídos, dio saltos de alborozo el niño en mi seno. Y
dichosa la que creyó que tendrán cumplimiento las
cosas que la han sido dichas de parte del Se-
ñor” (Lc.1,39-45).
L.2 “Despertado José del sueño, hizo como el
Ángel del Señor le había mandado” (Mt.1,24).
“Él se levantó, tomó consigo al niño y a su madre,
y entró en tierra de Israel” (Mt.2,21).
“¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel,
124
al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo
de tu Señor” (Mt.25,21.23).
“Entonces dirá el Rey a los de su derecha: Venid,
benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino
preparado para vosotros desde la creación del mun-
do. Porque tuve hambre, y me disteis de comer;
tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me
acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfer-
mo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a ver-
me… En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos
de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo
hicisteis” (Mt.25,34-40).
5. Desarrollo del tema y lecturas de la Tra-
dición y el Magisterio de la Iglesia Un lector o varios lectores r ealizan la lectura de l as explicacio-
nes y las lecturas de la Tradición y el Magist erio sobr e el tema
tratado.
L.3 En la Virgen María y San José confluyen de
125
manera perfecta el servidor bueno y fiel, el prime-
ro y más perfecto discípulo, y el colaborador impar
en la Obra de la Redención.
1. Servidores buenos y fieles
“No ha de ser así entre vosotros; antes quien qui-
siere entre vosotros llegar a ser grande, será vues-
tro servidor” (Mt.20,26).
Característica fundamental del cristianismo es el
servicio humilde, gozoso y abnegado que se debe
prestar a Dios y al prójimo. El ejemplo supremo es
el Señor mismo, que afirmó de palabra y con los
hechos “que no vino a ser servido sino a servir y a
dar Su vida como rescate por muchos” (Mt.20,28).
Jesús sirve de manera perfecta en primer lugar a
Su Padre celestial; luego a Sus padres terrenos,
María y José, a quienes estuvo sujeto durante
treinta años; habrá servido también a otros fami-
liares, vecinos, amigos y a las personas para las
126
que trabajó como carpintero junto con San José.
Una vez que comienza Su vida pública, Su servicio
se extiende a todo Israel y a la humanidad entera.
Si así sirvió y nos sirvió el Hijo de Dios, ¡cómo no
debo servirle yo a Él y al prójimo!
Después de Jesucristo y a imitación suya perfecta,
los servidores máximos de Dios y del prójimo son
la Virgen María y San José. Ejemplares cumplidos
por la forma en que sirven y por el servicio que
prestan, que es nada menos que colaborar con
Dios Padre en dar a Jesucristo a la humanidad.
Este servicio lo cumplen la Virgen y San José no
sólo como siervos, sino como amigos (cf. Jn.15,15),
y más que amigos: como los padres de ese Señor
que quiso convertirse en su propio Hijo y llamarlos
a una colaboración impar en Su Obra Redentora.
Desde su más tierna infancia, María y José servían
a Dios con total dedicación. Tras su matrimonio se
servirán mutuamente con el más puro y casto
127
amor, y a partir de sus respectivas Anunciaciones,
servirán a Dios juntos, entregados por completo a
la Economía Salvífica del Padre, a la Persona y
Obra Redentora de Jesús, su Hijo, acatando hasta
la más mínima moción del Espíritu Santo.
María, íntimamente unida a su Hijo, cumplirá un
servicio único como Madre de Dios, Corredentora
y Mediadora de todas las gracias. San José es el
prototipo perfecto del amor y el servicio a Jesús y
María. En la gloria del cielo, la Virgen y San José
están unidos en el servicio paternal de toda la hu-
manidad; en su afán porque “todos se salven y lle-
guen al conocimiento de la verdad” (1Tim.2,4); en
su anhelo porque la Sangre preciosa de su Hijo no
se haya derramado en vano para nadie.
En síntesis, la “Trinidad de la tierra”, Jesús, María y
José, están consagrados totalmente a la Obra Sal-
vífica del Padre.
128
María, sierva fiel
L.1 “María, luego que por la voz del ángel Ga-
briel fue asegurada de que Dios la elegía para Ma-
dre Inmaculada de su Unigénito, sin dudar un mo-
mento dio su propio consentimiento a una obra
que habría de empeñar todas sus energías… Des-
de aquel momento se consagró Ella toda entera al
servicio no tan sólo del Padre celestial y del Verbo
encarnado, hecho Hijo suyo, sino también de todo el
género humano, habiendo comprendido bien que
Jesús, además de salvar a su pueblo de la esclavi-
tud del pecado, habría de ser Rey de un Reino me-
siánico, universal e imperecedero” (S. Pablo VI, Sig-
num magnum 13-5-1967, n.13).
“Por esto, la vida de María… fue una vida de tan
perfecta comunión con el Hijo, que compartió ale-
grías, dolores y triunfos. Y también, después de la
ascensión de Jesús al cielo, Ella permaneció unida
a Él con ardentísimo amor, mientras con fidelidad
129
cumplía la nueva misión de Madre espiritual del dis-
cípulo amado y de la naciente Iglesia. Puede, por lo
tanto, afirmarse que toda la vida de la humilde
esclava del Señor, desde el momento de ser salu-
dada por el ángel hasta su asunción en alma y
cuerpo a la gloria celestial, fue una vida de amoro-
so servicio” (S. Pablo VI, Sginum magnum 13-5-1967,
n.14).
San José, siervo fiel
L.2 Inspirados en la parábola del hombre que
encomienda su hacienda a unos siervos, y a su re-
greso alaba a los que le fueron fieles y fructificaron
(Mt.25,21.23; 24,45-47), podemos decir que Dios le
encomienda a San José “su hacienda”, y San José
le corresponde al cien por ciento.
Después de la Virgen no hay “siervo tan bueno y
fiel” como San José. Por eso Dios “lo puso al fren-
130
te” de la Sagrada Familia y del mundo entero co-
mo su patrono y protector, y ha entrado en el gozo
de su Señor con una gloria sólo inferior a la de la
Virgen.
“El servicio de la adorable Persona del Verbo hecho
carne, Jesucristo, fue el único fin de la vida de San
José”. Todas las gracias y dones con que Dios lo
colmó, “todo le había sido dado para el servicio de
Jesucristo. San José lo comprendió y cumplió todos
sus deberes como bueno y fiel servidor de la casa
de Dios. Ningún pensamiento, ninguna palabra, ni
acción ninguna de San José dejaron de ser jamás
un digno homenaje de amor a la mayor gloria del
Verbo encarnado” (Cf. S. Pedro Julián Eymard, M es de San
José, Día 9, p.28).
“Entre los hombres es el único a quien haya cabido
el honor de servir inmediatamente a la divina Per-
sona de Jesús: ésta fue una gracia sólo a él concedi-
da”.
131
San José “lo hacía todo para Jesús”, feliz de ver que
Jesús creciera mientras él, “su humilde servidor, se
empequeñecía y eclipsaba” (Eymard, M es d e San Jo sé,
Día 8, p.25-26; 27).
“Servir a Cristo fue su vida, servirlo en la humildad
más profunda, en la dedicación más completa, ser-
virlo con amor y por amor” (S. Pablo VI, Homilía 19 -3-
1966).
“De las narraciones evangélicas se desprende la
gran personalidad humana de José: en ningún mo-
mento se nos aparece como un hombre apocado o
asustado ante la vida; al contrario, sabe enfrentar-
se con los problemas, salir adelante en las situacio-
nes difíciles, asumir con responsabilidad e iniciativa
las tareas que se le encomiendan…
José era efectivamente un hombre corriente, en el
que Dios se confió para obrar cosas grandes. Supo
vivir, tal y como el Señor quería, todos y cada uno
132
de los acontecimientos que compusieron su vida.
Por eso, la Escritura Santa alaba a José, afirmando
que era justo (Mt.1,19). Y, en el lenguaje hebreo,
justo quiere decir piadoso, servidor irreprochable
de Dios, cumplidor de la voluntad divina (Gen.7,1;
18,23-32; Ez.18,5ss; Prov.12,10); otras veces significa
bueno y caritativo con el prójimo (Tob.7,5; 9,9). En
una palabra, el justo es el que ama a Dios y de-
muestra ese amor, cumpliendo sus mandamientos
y orientando toda su vida en servicio de sus herma-
nos, los demás hombres” (S. Josemaría Escrivá de Bala-
guer, Es Cristo que pasa, n.40).
6. Canto a la Virgen Coro y asamblea r ealizan el siguiente c anto.
Oh María, Madre mía,
Oh consuelo del mortal,
Amparadme y guiadme
A la patria celestial (2).
133
Quien a ti ferviente clama
halla alivio en el pesar;
pues tu nombre luz derrama
gozo y bálsamo sin par.
Oh María, Madre mía,
Oh consuelo del mortal,
Amparadme y guiadme
A la patria celestial (2).
7. Desarrollo del tema y lecturas de la
Tradición y el Magisterio de la Iglesia Un lector o varios lectores r ealizan la lectura de l as explicacio-
nes y las lecturas de la Tradición y el Magist erio sobr e el tema
tratado.
2. Los primeros y más perfectos discípulos
L.3 La primera y más perfecta discípula de Cris-
to es la Virgen María, la cual precede a toda la Igle-
sia en su peregrinación hacia el cielo tanto en el
134
tiempo como en la calidad de su perfecto segui-
miento de Jesús.
“La Virgen María ha sido propuesta siempre por la
Iglesia a la imitación de los fieles… porque en sus
condiciones concretas de vida Ella se adhirió total
y responsablemente a la voluntad de Dios (Lc.1,38);
porque acogió la palabra y la puso en práctica;
porque su acción estuvo animada por la caridad y
por el espíritu de servicio: porque, es decir, fue la
primera y la más perfecta discípula de Cristo: lo cual
tiene valor universal y permanente” (S. Pablo VI, MC
35).
Después de la Virgen, el primero y más perfecto
discípulo de Cristo es San José. ¡A qué grado tan
alto de perfección aprendió de su Hijo la humildad,
la obediencia inmediata al Padre, el servicio abne-
gado y silencioso, la paciencia, la solicitud, la dis-
creción
135
A San José “su cargo en medio de la Sagrada Fa-
milia lo obligaba a ordenar; mas, al mismo tiempo
que cumplía cerca de Jesús su misión de padre, era
su discípulo fiel; y al ver al divino Hijo obedecer con
tanta sencillez y prontitud hasta la edad de treinta
años, se prendó de tal virtud y la practicó en el gra-
do más eminente” (S. Pedro Julián Eymard, Mes d e San
José, Día 21, p.62).
“Después, en los Evangelios, José aparece sólo en
otro episodio, cuando se dirige a Jerusalén y vive
la angustia de perder al hijo Jesús. San Lucas des-
cribe la afanosa búsqueda y la maravilla de encon-
trarlo en el Templo… pero aún más el asombro de
sentir las misteriosas palabras: ‘¿Por qué me bus-
cabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa
de mi Padre?’ (Lc.2,49). Estas dos preguntas del
Hijo de Dios nos ayudan a entender el misterio de
la paternidad de José. Recordando a sus padres el
primado de aquel al que llama «mi Padre», Jesús
afirma la primacía de la voluntad de Dios sobre
136
cualquier otra voluntad, y revela a José la verdad
profunda de su papel: también él está llamado a
ser discípulo de Jesús, dedicando su existencia al
servicio del Hijo de Dios y de la Virgen Madre, en
obediencia al Padre celestial” (Benedicto XVI, Discurso,
Dedicación de fuente a San José, 5-7-2010).
8. Canto a San José Coro y asamblea r ealizan el siguiente c anto.
Oh Patriarca Santo, humilde José
A ti mis plegarias dirijo con fe.
Tú fuiste elegido
por el mismo Dios
para ser el padre
de mi Redentor.
Oh Patriarca Santo, humilde José
A ti mis plegarias dirijo con fe.
137
9. Desarrollo del tema y lecturas de la
Tradición y el Magisterio de la Iglesia Un lector o varios lectores r ealizan la lectura de l as explicacio-
nes y las lecturas de la Tradición y el Magist erio sobr e el tema
tratado.
3. Consagrados por completo a la Persona y la
Obra de Cristo Salvador
L.1 La Virgen María y San José fueron llamados
a consagrarse de manera única a la Persona y la
Obra Salvadora de su Hijo Jesucristo.
“María, hija de Adán, al aceptar el mensaje divino,
se convirtió en Madre de Jesús, y al abrazar de to-
do corazón y sin entorpecimiento de pecado al-
guno la voluntad salvífica de Dios, se consagró
totalmente como esclava del Señor a la persona y a
la obra de su Hijo, sirviendo con diligencia al miste-
rio de la redención con Él y bajo Él, con la gracia de
Dios omnipotente… María no fue un instrumento
138
puramente pasivo en las manos de Dios, sino que
cooperó a la salvación de los hombres con fe y obe-
diencia libres” (LG 56).
“San José fue llamado por Dios para servir directa-
mente a la persona y a la misión de Jesús mediante
el ejercicio de su paternidad: precisamente de esta
manera él coopera en la plenitud de los tiempos
en el gran misterio de la redención y es verdadera-
mente ministro de la salvación" (S. Juan Pablo II, RC
n.8).
“La grandeza de San José consiste en el hecho de
que fue el esposo de María y el padre de Jesús. En
cuanto tal, entró en el servicio de toda la econo-
mía de la Encarnación” (Francisco, Patris corde, n.1).
L.2 San José “sirvió ejemplarmente al Redentor”.
Por eso la Iglesia quiere que tengamos siempre
ante nuestros ojos “su humilde y maduro modo de
servir, así como de participar en la economía de la
139
salvación” (cf. S. Juan Pablo II, RC 1).
“Recordando que Dios ha confiado los primeros
misterios de la salvación de los hombres a la fiel
custodia de San José”, la Iglesia le pide a Dios que
le conceda colaborar fielmente en la obra de la
salvación con un corazón puro como San José,
“que se entregó por entero a servir al Verbo Encar-
nado” (cf. S. Juan Pablo II, RC 31).
Encomendándonos a su protección, “aprendamos
al mismo tiempo de él a servir a la economía de la
salvación. Que San José sea para todos un maestro
singular en el servir a la misión salvífica de Cristo,
tarea que en la Iglesia compete a todos y a cada
uno” (S. Juan Pablo II, RC 32).
10. Oración final El celebrant e junto con la asamblea recitan la oración final.
S. Inmaculada Virgen María y Purísimo San
140
José, a quienes la Santísima Trinidad escogió por
padres del Hijo Unigénito de Dios y de toda la hu-
manidad redimida por Él, hoy les pedimos que nos
enseñen y ayuden a servir de corazón a la Santísi-
ma Trinidad y a nuestro prójimo y a tomar en serio
el ser discípulos y seguidores de Jesús.
“También nosotros somos cooperadores de Jesu-
cristo. O sea, debemos dar a Jesucristo al mundo,
predicando las verdades que Él ha predicado,
orando por la salvación de todos, ofreciendo hos-
tia y alabanza para la salvación de los hombres. Y
al mismo tiempo mostrar a los hombres cuál es el
camino al cielo, qué deben hacer para llegar a su
fin”. Por eso les pedimos que intercedan por noso-
tros para que seamos “buenos cooperadores en la
cristianización del mundo, en la evangelización del
mundo” (cf. B. Santiago Alberione, Meditación sobre San
José, 19 -2-1953).
T. Amén.
141
11. Despedida El celebrant e despide a la asambl ea.
S. Que la gracia de Nuestro Señor Jesucristo y la
protección de la Virgen María y San José nos
acompañen siempre.
T. Amén.
142
Día Séptimo
Con amor de padres: por nosotros
1. Invocación inicial y Saludo El celebr ante y la asambl ea pronuncian altern ando la aclama-
ción de alabanza. El celebr ante saluda a la asamblea.
S. Cristo, clavado en la cruz, proclamó como
Madre nuestra.
T. A santa María Virgen, Madre suya.
S. Celebremos con alegría a San José.
T. El siervo prudente y fiel, a quien el Señor
puso al frente de su familia.
S. La paz del Señor sea con ustedes.
T. Y con tu espíritu.
143
Fotografía: Vitral el taller de Nazaret, iglesia Perpetuo Socorro, Sabana Sur.
2. Monición El celebrante lee la siguiente explicación del tema que se tra-
tará en este día.
En este séptimo día de la Novena meditaremos
sobre la Virgen María y San José como padres
nuestros, por Voluntad de Dios, cuyo ardiente
amor y constante solicitud por Jesús, su Hijo, los
extienden ahora a toda la humanidad redimida por
Él, y no cesan de acompañarnos, guiarnos y prote-
gernos para que un día podamos reunirnos con
Ellos en el cielo y gozar de su compañía en la con-
templación eterna de la Santísima Trinidad.
3. Aclamación de alabanza
S. Celebremos a María, concebida sin pecado,
y a San José, el varón justo.
T.
T. Y adoremos a su Hijo, Jesucristo el Señor.
144
4. Lectura bíblica Un lector o varios l ectores leen los t exto s bíblicos que servirán
de hilo conductor para el tema del día. Dejémonos guiar por
la Palabr a de Dio s.
L.1 “Estaban junto a la cruz de Jesús su Madre y
la hermana de su Madre, María la de Cleofás y Ma-
ría Magdalena. Jesús, viendo a su Madre y al discí-
pulo a quien amaba, dijo a la Madre: Mujer, he ahí
a tu hijo. Luego dijo al discípulo: He ahí a tu Madre.
Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su
casa” (Jn.19,25-27).
“Mas al llegar la plenitud de los tiempos, envió
Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley,
para redimir a los que estaban bajo la Ley, para
que recibiésemos la adopción filial. Y puesto que sois
hijos, envió Dios a nuestros corazones el Espíritu
de su Hijo, que grita: Abba!, ¡Padre! De manera
que no eres siervo, sino hijo, y si hijo, también here-
dero por medio de Dios” (Gal.4,4-7).
145
“Hijuelos míos por quienes siento de nuevo los dolo-
res del parto, hasta que se forme Cristo en voso-
tros” (Gal.4,19).
“Pues aun cuando diez mil pedagogos tuvierais en
Cristo, no, empero, muchos padres; porque en
Cristo Jesús, por medio del evangelio, yo os en-
gendré. Os lo suplico, pues; sed imitadores
míos” (1Cor.4,15-16).
5. Desarrollo del tema y lecturas de la
Tradición y el Magisterio de la Iglesia Un lector o varios lectores r ealizan la lectura de l as explicacio-
nes y las lecturas de la Tradición y el Magist erio sobr e el tema
tratado.
1. La Virgen y San José, padres de Jesús y padres
nuestros
La Virgen, nuestra Madre amantísima
L.2 Una verdad de nuestra fe tan real como con-
146
soladora es que María es Madre nuestra por volun-
tad de Dios.
“Creemos que la Santísima Madre de Dios, nueva
Eva, Madre de la Iglesia, continúa en el cielo ejerci-
tando su oficio materno con respecto a los miembros
de Cristo, por el que contribuye para engendrar y
aumentar la vida divina en cada una de las almas de
los hombres redimidos" (S. Pablo VI, Creo del pueblo de
Dios, 30 -6-1968, n.15).
“Somos, al mismo tiempo, hijos del Padre y de Ella.
‘Él le ha comunicado su fecundidad, en cuanto una
simple criatura era capaz de recibirla, capacitán-
dola para producir a su Hijo y a todos los miem-
bros del Cuerpo místico de su Hijo’ (San Luis M. de
Montfort). Su relación con el Padre es un elemento
vital básico: el Padre asocia a María en la comuni-
cación de su vida a todas las almas” (Siervo de Dios
Frank Duff, M anual d e la L egión de M aría, 7).
147
“María, en su condición de Madre de la Cabeza y
de los miembros, constituye un primordial lazo de
unión entre ambos. Si somos miembros de su
Cuerpo (Ef.5,30), por la misma razón y con tanta
verdad somos hijos de María, su Madre. La santísi-
ma Virgen fue creada para concebir y dar a luz al
Cristo íntegro: al Cuerpo místico con todos sus
miembros, perfectos y trabados entre sí (Ef.4,15-
16), y unidos con la Cabeza, Jesucristo. Y María
cumple esta misión en colaboración y por el poder
del Espíritu Santo, que es la vida y el alma del
Cuerpo místico. Sólo en el seno maternal de Ma-
ría, y siendo dócil a sus desvelos, irá el alma cre-
ciendo en Cristo hasta llegar a la edad perfecta
(Ef.4,13-15)” (Frank Duff, M anual d e la L egión de M aría, 9,
1).
“Los varios oficios que ejerció María alimentando,
criando y prodigando amor al cuerpo físico de su
divino Hijo, los continúa ejerciendo ahora en favor
de todos y cada uno de los miembros de su Cuerpo
148
místico, tanto de los más altos como de los más
ínfimos” (Frank Duff, Manu al de l a Legión d e M aría 9, 2)
“Toda su vida y todo su destino es la Maternidad,
primero de Cristo y luego de los hombres. Ése es el
fin para el que la Santísima Trinidad… la preparó y
la creó... En el día de la Anunciación, comenzó Ella
su maravillosa misión, y desde entonces ha sido la
madre hacendosa, atenta a las tareas de su casa.
Por algún tiempo, esas tareas se limitaron a Naza-
ret, pero pronto la casita se convirtió en el univer-
so mundo, y su hijo abarca a toda la humanidad. Y
así ha seguido; sus labores domésticas continúan a
través de los siglos, y nada se puede hacer en este
Nazaret ampliado sin contar con Ella. Cuanto ha-
gamos nosotros por el Cuerpo místico de Cristo no
es más que un complemento de sus cuidados; el
apóstol se suma a las actividades de la Ma-
dre…” (Frank Duff, Manual d e la L egión de María, 7 ).
149
San José, nuestro padre y protector
L.3 No debemos olvidar que también San José
nos cuida con amor paternal.
“Desde el momento en que San José fue designado
para hacer con Jesús en la tierra las veces de padre,
el Redentor lo miró siempre como padre suyo y le
obedeció en todas las cosas. ¿Y no será nuestro de-
ber honrar a quien así ensalzó el Rey de los reyes?
Afortunadísimo San José, ¡qué gloria para ti ser
tenido por padre de Jesús! ¡Y qué felicidad para
nosotros el saber que eres también nuestro padre,
pues somos hermanos de Jesús! ¡San José, socórre-
nos con tu paternal patrocinio !” (S. Alfonso de Ligorio,
Visitas al Santísimo Sacramento, Visita 4).
“A las almas que llevan en su corazón la generosa
ambición de reproducir la vida y las virtudes de
Jesús, o mejor, ser ellos mismos como otros ‘Jesús’
150
en la tierra, San José quiere, por su parte, ser para
ellos todo lo que él fue para Jesús durante su vida
mortal. La vigilancia afectuosa que junto a Él des-
plegó, la diligencia llena de celo y de enardeci-
miento que puso en procurarle el alimento necesa-
rio para su desarrollo, la solicitud con que le con-
dujo a Egipto para substraerle a sus enemigos…,
en resumen, el amor tan puro y paternal que le
obligó a consagrar su cuerpo y su alma al servicio
del divino Niño, lo traslada San José cumplida-
mente a toda alma que no quiere ser ya ella mis-
ma, sino Jesús, y Jesús pobre y laborioso, paciente
y perseguido” (S. Juan Eudes).
“Como todo lo que pensamos de grande, de
bueno, de bello, supera siempre nuestras posibili-
dades de ejecución, he aquí que se manifiesta la
necesidad de la ayuda, además del ejemplo. José
nos enseña no sólo la fidelidad al paradigma de la
vida, fijado por Dios para nuestros pasos, sino que
también es un insigne protector nuestro... José fue el
151
custodio, el ecónomo, el educador, la cabeza de la
Familia en la cual el Hijo de Dios quiso vivir en la
tierra. Él fue, en una palabra, el protector de Jesús. Y
la Iglesia, en su sabiduría, ha concluido: si fue el
protector del cuerpo, de la vida física e histórica de
Cristo, en el Cielo José será ciertamente el protec-
tor del Cuerpo Místico de Cristo, o sea de la Iglesia.
Hoy la Iglesia celebra precisamente la protección
admirable del Artesano de Nazaret sobre la humani-
dad redimida. Acerquémonos también nosotros, con
devoción filial, como gente de casa, a la puerta del
humilde taller de Nazaret y cada uno pídale a José:
dame una mano, un sostén; protégeme también a
mí. No existe una vida que no esté atacada por mu-
chos peligros, por tentaciones, debilidades y fal-
tas. José, silencioso y bueno, fiel, manso, fuerte,
invicto nos enseña cómo debemos comportarnos; y
ciertamente nos socorrerá con exquisita bondad. Por
eso… pediremos, por la intercesión de este queri-
dísimo Santo, que no nos falte la ayuda celeste al
152
aceptar el cumplimiento de la divina Voluntad so-
bre nuestras vidas” (S. Pablo VI, Homilía, 19 -3-1968).
L.1 San José “en la corte celestial ocupa el lugar
más alto” después de Jesús y María. Fue cabeza de
la Sagrada Familia, y desempeñó para con Jesús y
María un cometido especialísimo, y de primera
categoría. El más grande de los santos, ejerce aho-
ra el mismo oficio, ni más ni menos, con relación al
Cuerpo místico de Jesús y con relación a la Madre de
este cuerpo místico. Ampara la vida y el desarrollo
de la Iglesia… Su solicitud no falla, es vital, animada
como está por su preocupación paternal; en in-
fluencia solo le aventaja la maternidad espiritual
de María… Para que su amor despliegue toda su
fuerza en nosotros, tenemos que abrirnos del todo
a él, y amarle con un amor semejante al que él nos
tiene. Jesús y María le fueron siempre atentos y
agradecidos por cuanto hizo por Ellos; de igual
modo hemos de serle atentos constantemen-
te” (Siervo de Dios Fran k Duff, Manu al de la L egión de María,
24, 1).
153
“Como protector de la Iglesia de Cristo , no hace
otra cosa que continuar desempeñando la misión
que tuvo en la tierra. Desde los días de Nazaret la
familia de Dios ha crecido y se ha esparcido hasta
los confines del orbe. El corazón de José se ha en-
sanchado en proporción a su nueva paternidad, la
cual prolonga y supera la paternidad prometida por
Dios a Abrahán, padre de una innumerable descen-
dencia... José, padre nutricio de Jesús, es también
padre nutricio de los hermanos de Jesús, esposo de
María, que dio a luz a Jesús, permanece unido a
Ella de un modo misterioso, mientras continúa en el
mundo el nacimiento místico de la Iglesia” (Card.
León José Su enen s, en M anual de la Legión d e M aría, 24, 1).
“San José, padre de Cristo, es también tu Padre y
tu Señor. Acude a él” (S. Josemaría Escrivá de Balagu er,
Camino, n. 559).
6. Canto a la Virgen Coro y asamblea r ealizan el siguiente c anto.
154
Madre del Redentor, Virgen María,
unida siempre a Cristo y a la Iglesia.
A tu lado como niños
nos sentimos cobijados,
como hijos de la Iglesia
que nació en Pentecostés.
Madre del Redentor, Virgen María,
unida siempre a Cristo y a la Iglesia.
7. Desarrollo del tema y lecturas de la
Tradición y el Magisterio de la Iglesia Un lector o varios lectores r ealizan la lectura d e l as explicacio-
nes y las lecturas d e la Tradición y el Magist erio sobr e el tema
tratado.
2. El amor de la Virgen María y San José por nosotros
El amor maternal de la Virgen
L.2 “La múltiple misión de María hacia el Pueblo
155
de Dios es una realidad sobrenatural operante y
fecunda en el organismo eclesial”. Todo lo que la
Virgen hace por nosotros tiene como fin
“reproducir en los hijos los rasgos espirituales del
Hijo primogénito” (S. Pablo VI, MC 57).
“Como toda madre humana no puede limitar su
deber a la generación de un nuevo hombre, sino
que debe extenderlo a las funciones de la alimen-
tación y de la educación de la prole, de igual ma-
nera se comporta la Bienaventurada Virgen María.
Después de haber participado en el sacrificio re-
dentor del Hijo, y en modo tan íntimo que mereció
ser proclamada por Él Madre no sólo del discípulo
Juan, sino... del género humano… Ella continúa
ahora desde el cielo a cumplir con su función mater-
nal de cooperadora en el nacimiento y el desarrollo
de la vida divina en cada una de las almas de los
hombres redimidos”. Esta verdad “forma parte inte-
gral del misterio de la salvación humana; por eso
debe ser creída por fe por todos los cristianos” (S.
156
Pablo VI, Signum m agnum, 13-5-1967, n.8).
“La Madre de las misericordias, fuente de las gracias
divinas, mar, océano inmenso de caridad y cle-
mencia, está llena de admirable humildad y amor
hacia nosotros, para socorrer necesidades y aliviar
nuestras miserias, puesto que rebosa de amor ma-
terno para todos los fieles de Cristo, y a todos y a
cada uno los acoge con entrañas de madre. Pues,
en Juan, todos los fieles le fueron encomendados
por Jesús desde la Cruz… (Jn.19,26). Y como en
Isaías se dice que no ‘puede la mujer olvidar a su
niño, de modo que no se acuerde el hijo de su
seno’ (Is.49,15), así tenemos que pensar nosotros
de la Virgen beatísima.
Por esto se la vio vestida del sol, para que sepamos
que lo mismo que el sol, siendo como es uno, no
obstante ilumina y calienta con su calor a todos y
cada uno de los hombres como si hubiera sido
creado por Dios para cada uno en particular, pues
157
‘no hay quien se esconda de su calor’ (Sal.19,7), así
la Virgen Madre de Dios es madre de todos y cada
uno, tan madre común para todos como propia de
cada uno. Y lo mismo que el sol es visto en su totali-
dad por todos y cada uno de los hombres, de mo-
do que cualquier hombre percibe con los ojos la
imagen íntegra del sol, así cada uno de los fieles, si
se consagra de corazón totalmente a la Virgen,
podrá gozar de la integridad de su amor como si
fuera su hijo único. Por esta causa Jesús le habló
en singular: Mujer, ahí tienes a tu hijo” (S. Lorenzo de
Brindis, Sermón I, n.8).
8. Canto a San José Coro y asamblea r ealizan el siguiente c anto.
Hoy a tus pies ponemos nuestra vida;
hoy a tus pies, ¡Glorioso San José!
Escucha nuestra oración y por tu intercesión
obtendremos la paz del corazón.
158
9. Desarrollo del tema y lecturas de la
Tradición y el Magisterio de la Iglesia Un lector o varios lectores r ealizan la lectura de l as explicacio-
nes y las lecturas de la Tradición y el Magist erio sobr e el tema
tratado.
El amor paternal de San José
L.3 “¡Oh Jesús! dame a San José por padre, co-
mo me has dado a María por Madre. Inspírame una
devoción, una confianza y amor de hijo y siervo
suyo… Ya siento crecer mi devoción y mi confian-
za hacia el gran San José, ¡padre nutricio tuyo y
padre mío de adopción” (S. Pedro Julián Eymard, El m es
de San José, p.57-58).
“San José es realmente Padre y Señor, que prote-
ge y acompaña en su camino terreno a quienes le
veneran, como protegió y acompañó a Jesús
mientras crecía y se hacía hombre. Tratándole se
descubre que el Santo Patriarca es, además,
159
Maestro de vida interior: porque nos enseña a cono-
cer a Jesús, a convivir con Él, a sabernos parte de
la familia de Dios” (S. Josemaría Escrivá de Bal aguer, Es
Cristo que pasa, n.39).
Cristo “es un hijo de José que se prolongará en su
Iglesia… Yo quiero que nos fijemos en este con-
cepto, sobre todo, que José, siendo el padre legal
de Cristo, ve que ese Cristo se prolonga en su Igle-
sia y siente que todos nosotros los cristianos somos
también hijos suyos, estamos bajo su protección, y
con el mismo cariño con que cuidaban a su niño Je-
sús en el taller de Nazaret nos cuida también a no-
sotros, su Iglesia. Este misterio, hermanos, es el que
yo quisiera que se grabaran muy hondo…
Bendito sea San José, que nos protege… Así como
cuidó a María y al niño Jesús en Nazaret, la Iglesia
se siente protegida, querida, amparada, fuerte bajo
ese patrocinio del gran obrero, del hombre senci-
llo… San José fue eso ante todo, el hombre de la
160
confianza de Dios para confiarle los misterios na-
cientes de la redención que ahora se han converti-
do en la Iglesia Universal” (S. Óscar Romero, Homilía,19
-12-1977).
10. Oración final El celebrant e junto con la asamblea recitan la oración final.
S. Inmaculada Virgen María y Purísimo San
José, a quienes la Santísima Trinidad escogió por
padres del Hijo Unigénito de Dios y de toda la hu-
manidad redimida por Él, hoy les pedimos que to-
dos los cristianos y todos los seres humanos redi-
midos por Cristo caigan en la cuenta de que el Hijo
de Dios quiso tener una Madre y quiso compartirla
con todos nosotros; quiso tener un padre adoptivo
y quiso que nos cuidara a todos con el inefable
amor paternal con que lo cuidó a Él. ¡Qué triste es
ser huérfano! ¡Qué tragedia es vivir como huérfa-
nos, teniendo padres tan amorosos y comprensi-
vos como la Virgen y San José! ¡Que todos abra-
161
mos nuestro corazón para recibir el amor que Us-
tedes quieren derramar sobre nosotros y nos deje-
mos guiar por Ustedes hasta Jesús, con quien an-
helan unirnos cada día más!
T. Amén.
11. Despedida El celebrant e despide a la asambl ea.
S. Que la gracia de Nuestro Señor Jesucristo y la
protección de la Virgen María y San José nos
acompañen siempre.
T. Amén.
162
Día Octavo
Tomen siempre de este Pan:
dadores de Cristo Eucaristía
1. Invocación inicial y Saludo El celebr ante y la asambl ea pronuncian altern ando la aclama-
ción de alabanza. El celebr ante saluda a la asamblea.
S. Salve, verdadero Cuerpo nacido de María
Virgen.
T. Que verdaderamente ha padecido, se ha
inmolado en la Cruz por la humanidad.
S. San José, obtennos un aumento de nuestro
amor por nuestro Amor Eucarístico, Jesús.
T. No permitas, ¡oh San José! que jamás sea-
mos privados del Pan de vida.
S. La paz del Señor sea con ustedes.
T. Y con tu espíritu.
163
2. Monición El celebrante lee la siguiente explicación del tema que se tra-
tará en este día.
En este octavo día de la Novena meditaremos so-
bre la relación entre la Eucaristía, la Virgen María y
San José, los cuales colaboraron en la elaboración
del Pan de vida, alimentaron a nuestro Alimento,
participaron en Su Sacrificio en la Cruz, fueron los
más perfectos adoradores de Jesús Eucaristía y
ansían alimentarnos con este dulcísimo Pan.
3. Aclamación de alabanza
S. Celebremos a María, concebida sin pecado, y
a San José, el varón justo.
T. Y adoremos a su Hijo, Jesucristo el Señor.
4. Lectura bíblica Un lector o varios l ectores leen los t exto s bíblicos que servirán
de hilo conductor para el tema del día. Dejémonos guiar por
la Palabr a de Dio s.
164
L.1 “Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre no-
sotros; y contemplamos su gloria, gloria cual del
Unigénito procedente del Padre: lleno de gracia y
verdad” (Jn.1,14).
“Jesús les respondió: En verdad, en verdad os di-
go: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es
mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; por-
que el pan de Dios es el que baja del cielo y da la
vida al mundo. Entonces le dijeron: Señor, danos
siempre de ese pan. Les dijo Jesús: Yo soy el pan
de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y
el que crea en mí, no tendrá nunca sed.
Los judíos murmuraban de él, porque había dicho:
Yo soy el pan que ha bajado del cielo. Y decían:
¿No es éste Jesús, hijo de José, cuyo padre y ma-
dre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: He baja-
do del cielo?
Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come
165
de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le
voy a dar, es mi carne por la vida del mundo.
El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida
eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi
carne es verdadera comida y mi sangre verdadera
bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre,
permanece en mí, y yo en él” (Jn.6,32-35.41.51.54-
56).
5. Desarrollo del tema y lecturas de la
Tradición y el Magisterio de la Iglesia Un lector o varios lectores r ealizan la lectura de l as explicacio-
nes y las lecturas de la Tradición y el Magist erio sobr e el tema
tratado.
1. La Virgen María y San José colaboraron en la
preparación del Pan Eucarístico
L.2 Es Dios Padre quien nos da “el verdadero
Pan del cielo” (Jn.6,32), su propio Hijo Unigénito,
166
pero el Padre nos lo da por medio de la Virgen Ma-
ría, en cuyo vientre purísimo se ha formado ese Pan.
Por obra del Espíritu Santo, fue de la “harina” de la
Virgen y en el “horno” de su vientre inmaculado
que se preparó el Pan vivo bajado del cielo.
“Para que el hombre comiese el Pan de los ánge-
les, el Señor de los ángeles se hizo hombre. Por-
que, si no se hubiera hecho hombre, no tendría-
mos Su carne; y si no tuviéramos Su carne, no co-
meríamos el Pan del altar” (S. Agustín, In Ps. 134,5).
“La Encarnación del Verbo en el seno de María nos
anuncia la Eucaristía… El grano de trigo divino es
sembrado en las castas entrañas de María. Germi-
nará y madurará y lo molerán, para con él hacer el
Pan eucarístico. Tan unida va en el Plan divino la
Encarnación con la Eucaristía, que las palabras de
San Juan (1,14) pudieran traducirse así: El Verbo se
ha hecho Pan" (S. Pedro Julián Eymard, La Sagr ada Co mu-
nión).
167
San José no tuvo que ver con la formación de este
Pan, pues la maternidad de María fue virginal, por
obra del Espíritu Santo. Sin embargo, su colabora-
ción como esposo virginal de la Madre de Dios y
padre adoptivo del Hijo de Dios era indispensable,
según el Designio Divino, para la realización de la
Obra Salvífica. San José “forma parte del misterio
de la Encarnación, hallándose muy próximo al Verbo
de Dios hecho carne” (Eymard, El Mes d e San Jo sé, p.8 -9).
San José, al haber colaborado a que el Hijo de Dios
se pudiera hacer Hermano nuestro, colaboró tam-
bién a que luego se pudiera hacer Pan nuestro.
2. La Virgen María y San José alimentaron a
nuestro Alimento
L.3 María alimentó al que es nuestro Alimento
en la Eucaristía con su propia leche materna:
“Ese cuerpo que la beatísima Virgen dio a luz, nu-
trió en su seno, envolvió en pañales y alimentó con
168
amor maternal… ahora lo recibimos del sagrado
altar… ¡Bienaventurados sean esos senos que,
mientras proveían los labios infantiles de leche
rala, estaban nutriendo a Aquél que es el alimento
de los ángeles y de los hombres!... ¡El líquido fluye
de los senos de la Virgen, y se transforma en la car-
ne de nuestro Salvador!... Ningún elogio humano
puede estar a la altura de aquella cuyo vientre pu-
rísimo ha dado el fruto que es el alimento de nuestra
alma... María produjo una comida que nos ha abier-
to de par en par la entrada al banquete celestial” (S.
Pedro Dami án, Sermo 45).
“En el sacrificio eucarístico la Iglesia venera ante
todo la memoria de la gloriosa siempre Virgen Ma-
ría, pero también la del bienaventurado José por-
que alimentó a aquel que los fieles comerían como
pan de vida eterna” (S. Juan Pablo II, RC 16; Pío IX, Qu e-
madmodum Deus).
A San José lo llamamos padre nutricio de Jesús
169
porque con el sudor de su frente alimentó y cuidó
con inmenso amor a nuestro dulcísimo Pan.
3. La Virgen María y San José participaron en el
Sacrificio de Cristo en la Cruz
L.1 Todos sabemos que la Eucaristía es el Me-
morial del Sacrificio de Jesucristo en la Cruz.
Dios le pidió a la Virgen que cooperara con Jesu-
cristo en Su Sacrificio no sólo dándole el Cuerpo y
la Sangre que ofreció por nuestra Redención en el
altar de la Cruz, sino uniéndose íntimamente a Él
con corazón de Madre en Su inmolación (LG 58).
A San José Dios le pidió el sacrificio contrario: no
estar presente en Su vida pública ni en el Calvario.
Sin embargo, San José también contribuyó a la
Obra de la Redención por dos motivos.
El primero es la unión entre Encarnación y Sacrifi-
170
cio: Jesús se encarnó para morir por nosotros en la
Cruz. San José “hizo de su vida un servicio… al mis-
terio de la encarnación y a la misión redentora que
está unida a él” (S. Pablo VI, Alocución, 19-3-1966).
El segundo motivo es el conocimiento sobre Su
futura Pasión que Jesús quiso darle a San José, y
gracias al cual pudo unirse y contribuir de alguna
manera con su profundo dolor y su compasión a la
Obra Redentora de Cristo.
Podemos hablar de dos tipos de dolores que pade-
ció San José: los que sufrió durante su vida por
Jesús, cuidando de Él, y lo que sufrió pensando en la
futura Pasión de Jesús.
San José, “asociado a María en sus gloriosos privi-
legios, tuvo, como ella, su corazón traspasado por
siete espadas”, o sea, siete momentos de especial
sufrimiento que nos narra el Evangelio (S. Pedro
Julián Eymard, Mes d e San Jo sé, Día 24, p.72).
171
A partir de la Presentación en el Templo, la Virgen
y San José llevaron continuamente en su alma el
dolor de la futura Pasión de su Hijo, que Simeón
les predijo (Lc.2,35) y sobre la cual Jesús les habrá
sin duda hablado, como lo hizo con los Apóstoles
(Mt.16,21-23) (cf. S. Pedro Julián Eymard, M es de San Jo sé,
pp.74-77).
6. Canto a la Virgen Coro y asamblea r ealizan el siguiente c anto.
Oh María, Madre mía,
Oh consuelo del mortal,
Amparadme y guiadme
A la patria celestial (2).
De sus gracias tesorera
la nombró tu Redentor;
con tal Madre y Medianera,
nada temas, pecador.
172
Oh María, Madre mía,
Oh consuelo del mortal,
Amparadme y guiadme
A la patria celestial (2).
7. Desarrollo del tema y lecturas de la
Tradición y el Magisterio de la Iglesia Un lector o varios lectores r ealizan la lectura de l as explicacio-
nes y las lecturas de la Tradición y el Magist erio sobr e el tema
tratado.
4. La Virgen María y San José, los más perfectos
adoradores de Jesús Eucaristía
L.1 Jesucristo se encuentra glorioso en el cielo,
sentado a la derecha del Padre, y al mismo tiempo
se hace sacramentalmente presente en todos los
altares de la tierra donde se celebra el Sacrificio Eu-
carístico y en todos los Sagrarios donde es coloca-
do (Trento: DS 1651; Pablo VI, Cr edo nn.24 -26).
173
“Desde Su venida al mundo, cuando Jesús estaba
aún encerrado en el seno de María, como en un
copón viviente, quiso tener dos adoradores: María
y José” (S. Pedro Julián Eymard, El Mes d e San Jo sé, p.30-
31).
María, tabernáculo viviente
El vientre inmaculado de la Virgen María fue el
primer y más precioso tabernáculo donde habitó
Jesús y Ella fue la primera en adorarlo apenas se
encarnó.
Durante nueve meses, Ella fue su Sagrario vivien-
te, “el primer tabernáculo de la historia, donde el
Hijo de Dios, todavía invisible a los ojos de los
hombres, se ofrece a la adoración de Isabel” (S.
Juan Pablo II, EdE 55) y a la adoración de San José.
La primera procesión eucarística
En la visita a su pariente Isabel tuvo lugar “la pri-
174
mera procesión eucarística de la historia” con la Vir-
gen, el más bello ostensorio, llevando a Jesús en
su seno (Benedicto XVI, Alocución, 31-5-2005).
La primera Hora Santa
L.2 La primera Hora Santa tuvo lugar en Belén,
con María y José adorando a Jesús recién nacido,
por primera vez solemnemente expuesto a los
ojos humanos, no en una custodia de oro, sino en
un pobre pesebre.
“Cuando el Verbo hecho carne fue dado a luz en
Belén, San José y María le adoraron incesante-
mente; en esos momentos lo tenían antes sus ojos;
era preciso que la humanidad entera se hallara
representada a los pies de Jesucristo por estos dos
santos” (S. Pedro Julián Eymard, El M es de San Jo sé, Día 10,
p.31).
“La mirada embelesada de María al contemplar el
rostro de Cristo recién nacido y al estrecharlo en
175
sus brazos, ¿no es acaso el inigualable modelo de
amor en el que ha de inspirarse cada comunión eu-
carística?” (S. Juan Pablo II, EdE 55).
“Cuando San José tiene la dicha de estrechar entre
sus brazos y sobre su corazón al Niño Jesús, ¡qué
homenajes de fe le tributa!... Imaginaos ver a San
José adorando a su Dios en el débil Niño que des-
cansa en sus brazos… diciéndole todo cuanto su
corazón desearía hacer por su gloria y por su
amor” (S. Pedro Julián Eymard, Mes d e San Jo sé, Día 16,
p.47-48).
Maestros de adoración eucarística
L.3 Jesucristo dejó a Su Madre por un tiempo en
la tierra antes de asumirla al cielo para enseñar a
los Apóstoles y a la Iglesia naciente la Adoración
Eucarística; para que fuera Madre, Modelo y Maes-
tra de todos los adoradores. “Los intereses de la
176
Eucaristía reclamaban la presencia de María” (S. Pe-
dro Julián Eymard, Mes d e M aría, Día 1: p.13 -14).
Después de María, San José es “el más perfecto de
los adoradores y el modelo acabado de la vida de
adoración” (Eymard, El M es d e San Jo sé, Día 1, p.2).
“Me uniré pues, a este santo adorador, para que
me enseñe a adorar a Nuestro Señor y me asocie
con él” (Eymard, El mes d e San Jo sé, p.33-35).
Anhelo por Jesús Eucaristía
Con qué ilusión correría San José al final de su lar-
go día de trabajo a su casa para estar con Jesús, su
Tesoro.
“Si se nos hubiere invitado a pasar una hora en
Nazaret, con Jesús, María y José, estoy cierto que
hubiéramos dejado todo, para no perder ni un minu-
to de esta bendita hora; de igual manera San José
177
consideraba como la mayor pena, cuando se veía
obligado por su trabajo a dejar por algunos instan-
tes, la casita habitada por el Niño Jesús….
Nosotros, no somos menos felices que José en
Nazaret, tenemos a nuestro lado a nuestro Señor
Jesucristo, en el Santísimo Sacramento; sólo que
nuestros pobres ojos no lo ven; mas hagámonos
interiores y podremos contemplarle. San José es la
mejor puerta para penetrar en el corazón de Nuestro
Señor… Entrad por él, que él os introducirá por la
mano en el santuario interior de Jesús Sacramenta-
do” (Eymard, El M es de San Jo sé, Dí a 13, p.40 -41).
8. Canto a San José Coro y asamblea r ealizan el siguiente c anto.
Oh Patriarca Santo, humilde José
A ti mis plegarias dirijo con fe.
A tu frente santa
178
la moja el sudor
por dar alimento
a mi Salvador.
Oh Patriarca Santo, humilde José
A ti mis plegarias dirijo con fe.
9. Desarrollo del tema y lecturas de la
Tradición y el Magisterio de la Iglesia Un lector o varios lectores r ealizan la lectura d e l as explicacio-
nes y las lecturas d e la Tradición y el Magist erio sobr e el tema
tratado.
5. La Virgen y San José ansían alimentarnos hoy
con Jesús Eucaristía
L.1 La Virgen desea alimentarnos “con el Pan de
vida que Ella misma ha formado: Queridos hijos
míos… saciaos de mis frutos, es decir, de Jesús,
fruto de vida, que para vosotros he traído al mundo
(Eclo.24,18). Venid a comer de mi pan, que es Jesús,
179
y a beber el vino de su amor (Prov.9, 5; Cant.5, 1)…
Nutridos con el Pan de vida… encontraremos tan
suave el yugo de Jesucristo, que apenas sentire-
mos su peso” (cf. S. Luis de Montfort, VD 208).
“Cada mañana, si queremos, se nos da la Hostia
que es Jesús, y es nuevamente María la que ofrece
a Jesús a cada uno y a todos nosotros. Cada uno de
nosotros puede y en verdad posee a Jesús entero,
aunque el mismo Jesús sea dado a cientos de miles
de personas al mismo tiempo. Cada uno puede
tomar el máximo sin nunca agotar los tesoros que
Jesús puede dar. Y cogiendo el máximo no le quita
a los demás nada.
Es María la que nos da a Jesús. Ella lo ofrece a todos
en el Bautismo, a la edad de la razón, en la Prime-
ra Comunión y en todas las sucesivas Comuniones.
Ella continuamente nos da a Jesús, el cual es luz
para la mente, dulzura para el corazón y santidad
para el alma. María nos ofrece a Jesús diariamente
180
en cada Comunión, en cada adoración, en cada San-
ta Misa. Durante todo el día nos ofrece a Jesús, casi
suplicando: ¡Toma a mi Hijo, toma a Jesús! Él será
vuestro Todo; Él será el Camino, la Verdad y la Vi-
da.
Por tanto, debemos acercarnos a María y decirle:
sí, Madre, realiza tu misión en mí. Dame a Jesús Ca-
mino, Verdad y Vida… Que yo siga y ame a Jesús
ahora, para que luego lo pueda poseer en el cielo.
Dame a tu Jesús… ¡Que nosotros también reciba-
mos a Jesús como María lo hizo y lo tratemos co-
mo ella lo trató!” (B. Santiago Alberione, Sermón inédito ,
Roma, Octubre 19 56).
“De modo que San José es verdaderamente nues-
tro Padre y Señor, porque nos ha dado el pan -el
pan eucarístico- como un padre de familia bueno” (S.
Josemaría Escrivá de B alaguer, De la familia d e Jo sé, 19 -3-
1971).
181
María dio la Comunión a toda la humanidad
L.2 “Cuando recibimos la Comunión recibimos a
Jesús cuyo cuerpo y sangre vienen de María… Ma-
ría cumplió un apostolado universal, porque dio la
Comunión no a un alma sola, sino a toda la humani-
dad” (B. Santiago Alberione, Sermón inédito, Grottaferrata
1956, p.389-391).
María, ostensorio perpetuo que trae a Jesús a las
almas
“María es el Apóstol, el ostensorio perpetuo que trae
a Jesús a las almas. Por todos los siglos María hará
lo que hizo apenas el Hijo de Dios se hizo carne en
su vientre: Ella se fue inmediatamente a visitar a
su prima Isabel, y Juan sintió la llegada de María;
fue santificado y se regocijó en el vientre de su
madre. María fue de prisa; fue rápida en cumplir su
misión por primera vez. Ella es una ansiosa con-
quistadora de almas y la que les da a Jesús y a
182
Dios” (B. Santiago Alberione, Mary, Qu een of Apo stles,
p.134).
Jesús nos da a María por Madre desde el
Tabernáculo
“Por tanto, recurramos a María. Imaginémonos
que desde el Tabernáculo Jesús nos dirige las pala-
bras que le dijo a S. Juan al pie de la cruz: He ahí a
tu madre. Aceptemos a María como nuestra Madre,
Maestra y Reina” (Sermón inédito, Grottaferrata, p.389-
391).
María y José ansían alimentar el Cuerpo místico
con la Eucaristía
L.3 “María es la Madre de ese Cuerpo místico. Y,
así como en otro tiempo anduvo solícita por reme-
diar las necesidades materiales de su divino Hijo,
arde también ahora en deseos de alimentar su cuer-
183
po espiritual; porque tan Madre es de éste como de
aquél. ¡Que angustias para su corazón, ver que su
Hijo en su Cuerpo místico, padece y aún muere de
hambre, pues son tan pocos los que se nutren de-
bidamente de este divino pan, y hay algunos que
no lo comen nunca! Los que aspiran a compartir
con María su solicitud maternal por las almas, parti-
cipen también de estas angustias y trabajen unidos
a Ella para mitigar esta hambre…” (Siervo de Dios
Frank Duff, M anual d e la L egión de M aría 8,4).
“Acuérdate, pues, de nosotros, José bendito, y con
el sufragio de tu oración, danos siempre de este
Pan. Y a la bienaventurada Virgen, tu esposa, ház-
nosla propicia, y consigue que nosotros, indignos,
seamos adoptados por Ella como hijos ama-
dos” (Ubertino de Casale, Árbol de la vida d e Jesús crucifica-
do).
10. Oración final El celebrant e junto con la asamblea recitan la oración final.
184
S. Inmaculada Virgen María y Purísimo San
José, a quienes la Santísima Trinidad escogió por
padres del Hijo Unigénito de Dios y de toda la hu-
manidad redimida por Él, hoy les pedimos lo más
grande, lo más importante: ¡comprensión profun-
da, amor inquebrantable, fidelidad hasta la muer-
te, deseo ardiente por Jesús Eucaristía!
“Glorioso patriarca san José, que tuviste la dicha
de ganar y dar el pan de cada día a Jesús en Naza-
ret, ¡que la tenga yo de ganar y dar su consuelo de
cada hora al Jesús de mi Sagrario! (S. Manuel Gonzá-
lez, I, n.1194, p.1023-1024).
“Madre Inmaculada y patriarca San José, los que
mejor supieron y saborearon el Corazón de Jesús
en la tierra, dadnos parte en vuestras intimida-
des” (S. Manuel González, I, n.365, p.339).
T. Amén.
185
11. Despedida El celebrant e despide a la asambl ea.
S. Que la gracia de Nuestro Señor Jesucristo y la
protección de la Virgen María y San José nos
acompañen siempre.
T. Amén.
186
Día Noveno
Glorificados por Dios y protectores
nuestros
1. Invocación inicial y Saludo El celebr ante y la asambl ea pronuncian altern ando la aclama-
ción de alabanza. El celebr ante saluda a la asamblea.
S. Oh Dios, que has constituido a la Madre de
tu amado Hijo en Madre y Auxiliadora del
pueblo cristiano.
T. Concede a tu Iglesia vivir bajo su protección.
S. Protege la asamblea de los justos, reunidos
en la fe, cuerpo de Cristo.
T. Sé padre que nos lleve a nuestro Padre.
S. La paz del Señor sea con ustedes.
T. Y con tu espíritu.
187
Fotografía: Vitral el taller de Nazaret, iglesia La Natividad, La Uruca
2. Monición El celebrante lee la siguiente explicación del tema que se tra-
tará en este día.
En este noveno y último día de la Novena medita-
remos sobre la protección que nos prodigan desde
el cielo la Virgen María y San José, su poderosa
intercesión, su constante y siempre eficaz ayuda y
la confianza que debemos de tener en Ellos.
3. Aclamación de alabanza
S. Celebremos a María, concebida sin pecado,
y a San José, el varón justo.
T. Y adoremos a su Hijo, Jesucristo el Señor.
4. Lectura bíblica Un lector o varios l ectores leen los t exto s bíblicos que servirán
de hilo conductor para el tema del día. Dejémonos guiar por
la Palabr a de Dio s.
188
L.1 “Al tercer día hubo una boda en Caná de
Galilea, y estaba allí la Madre de Jesús. Fue invita-
do también Jesús con sus discípulos a la boda. No
tenían vino, porque el vino de la boda se había
acabado. En esto dijo la Madre de Jesús a éste: No
tienen vino. Díjole Jesús: Mujer, ¿qué nos va a mí y a
ti? No es aún llegada mi hora. Dijo la Madre a los
servidores: Haced lo que El os diga. Había allí seis
tinajas de piedra… Díjoles Jesús: Llenad las tinajas
de agua… Este fue el primer milagro que hizo Je-
sús, en Caná de Galilea y manifestó su gloria y cre-
yeron en Él sus discípulos” (Jn.2,1-12).
“Dad, y se os dará; medida buena, apretada, reme-
cida, desbordante será la que os den en vuestro
seno; porque la medida que empleareis para con
los demás, esa misma recíprocamente se emplea-
rá para con vosotros” (Lc.6,38).
“Quien me sirve, sígame; y donde estoy yo, allí
estará también mi servidor. A quien me sirviere, mi
189
Padre le honrará” (Jn.12, 26).
“Es también como un hombre que, al ausentarse,
llamó a sus siervos y les encomendó su hacienda …
Al cabo de mucho tiempo, vuelve el señor de
aquellos siervos y ajusta cuentas con ellos. Llegán-
dose el que había recibido cinco talentos, presentó
otros cinco, diciendo: Señor, cinco talentos me
entregaste; aquí tienes otros cinco que he ganado.
Su señor le dijo: ¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo
poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré;
entra en el gozo de tu señor…” (Mt.25,14-23).
“Entonces dirá el Rey a los de su derecha: Venid,
benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino
preparado para vosotros desde la creación del mun-
do. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve
sed, y me disteis de beber; era forastero, y me aco-
gisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y
me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme… Y
el Rey les dirá: ‘En verdad os digo que cuanto hicis-
190
teis a unos de estos hermanos míos más peque-
ños, a mí me lo hicisteis” (Mt.25,34-40).
“No me escogisteis vosotros a mí, antes yo os es-
cogí a vosotros, y os destiné para que vayáis y lle-
véis fruto y vuestro fruto permanezca, para que
cuanto pidáis al Padre en nombre mío, os lo dé. Esto
os mando: que os améis los unos a los
otros” (Jn.15,16-17).
5. Desarrollo del tema y lecturas de la
Tradición y el Magisterio de la Iglesia Un lector o varios lectores r ealizan la lectura de l as explicacio-
nes y las lecturas de la Tradición y el Magist erio sobr e el tema
tratado.
1. La glorificación celestial de la Virgen María y
San José
L.2 La Virgen María y San José se encuentran en
el cielo gozando en grado máximo de la glorifica-
191
ción y la visión beatífica, prometidas por su Hijo
Divino, como premio a los que le sirven con amor y
entrega.
“¿Qué merced, se diría la Santísima Trinidad… da-
remos a la más piadosa de las hijas, a la más gene-
rosa de las madres y a la más fiel de las esposas?...
¿Qué lugar ha de ocupar en el cielo la Hija, Madre
y Esposa de Dios? La respuesta nos la da Jesús en
el santo Evangelio. Si está decretado dar al que dé,
¿qué se dará a la pura criatura que la Trinidad au-
gusta ha dado más gloria y ha obtenido para el
cielo y para la tierra, más bienes que todas las pu-
ras criaturas juntas?” (S. Manuel González, II, n.2616,
p.675).
“Lo más alto, lo más rico, lo más glorioso del cielo,
después del trono de la Santísima Trinidad, lo más
cerca de Jesús, lo más lleno de gloria, de su visión,
de su posesión y de su poder, después del Padre y
del Espíritu Santo, ése es el lugar del descanso de
192
María, ésa es la acción eterna de gracias de Dios
Padre y Dios Hijo y Dios Espíritu… ésa es la gran
cosecha celestial de María y ésa es la coronación de
nuestra Señora por Reina de cielos y tierra” (S. Ma-
nuel González, II, n.2619, p.676).
Coronado de honor y gloria sólo inferiores a los
que recibió la Madre de Dios se encuentra San Jo-
sé.
“Jesucristo remunera en la otra vida a cada cual
según sus méritos; ¿que cúmulo de gloria no debe-
mos juzgar fuese otorgado a José, que tan tierna-
mente sirvió y amó a Jesús, mientras viviera sobre
la tierra?” (S. Alfonso de Ligorio, Sermón sobre San Jo sé,
9).
2. La Comunión de los Santos
L.3 Dios ha querido unirnos a Él y unirnos entre
nosotros. San Pablo lo explica con la imagen del
193
cuerpo: Cristo es la Cabeza y cada uno de nosotros
somos los miembros. Por eso estamos tan íntima-
mente unidos y así como el bien de un miembro
beneficia a todos los demás, el mal de uno los
afecta también.
Esta unión tan estrecha no se termina con la muer-
te. Los miembros del cuerpo que peregrinan en la
tierra, los que se purifican en el Purgatorio y los
que ya están en el cielo siguen estando unidos en-
tre sí y pueden interceder unos por otros (LG, Cap.7).
Esta unión se basa en el mandamiento del amor.
Dios quiere que nos amemos unos a otros y que
nos ayudemos. Dentro de este marco se entiende
la mediación: interceder unos por otros es imitar a
Jesucristo y cumplir con el mandamiento del
amor. Es ayudarnos mutuamente, como Dios
quiere, para que un día podamos alcanzar el cielo.
“Otro de los innumerables medios de salvación
194
que Dios, movido del grande amor que nos tiene, y
de los deseos que siente por nuestra salvación, nos
ha proporcionado, consiste en la devoción de los
Santos, a quienes como a amigos suyos encarga
intercedan por nosotros, y con sus méritos y ora-
ciones nos alcancen las gracias que nosotros no
tenemos merecidas. No procede esta intercesión
de que los méritos de Jesucristo no sean más que
superabundantes para enriquecernos de toda
suerte de bienes, sino porque place a su divina vo-
luntad honrar a sus fieles servidores, haciéndoles
cooperadores de nuestra salvación; y, por otra par-
te, quiere alentar la confianza que, a fin de alcan-
zar las divinas gracias, tengamos puesta en la me-
diación de los Santos” (S. Alfonso de Ligorio, Sermón
sobre San José, Intro.).
6. Canto a la Virgen Coro y asamblea r ealizan el siguiente c anto.
Oh María, Madre mía,
195
Oh consuelo del mortal,
Amparadme y guiadme
A la patria celestial (2).
Pues te llamo con fe viva
muestra Oh Madre, tu bondad;
a mí vuelve compasiva
tu mirada de piedad.
Oh María, Madre mía,
Oh consuelo del mortal,
Amparadme y guiadme
A la patria celestial (2).
7. Desarrollo del tema y lecturas de la
Tradición y el Magisterio de la Iglesia Un lector o varios lectores r ealizan la lectura de l as explicacio-
nes y las lecturas de la Tradición y el Magist erio sobr e el tema
tratado.
3. La acción celeste de la Virgen y San José en
favor nuestro
196
L.1 La Mediación más importante de la Virgen
María fue darnos a Cristo por medio de su Mater-
nidad Divina. En el cielo sigue haciendo eso mis-
mo: darnos a Cristo. Ella nos dio al Autor de la gra-
cia y por su mediación nos llegan ahora todas las
gracias que necesitamos para amar, servir, seguir y
serle fieles al Señor. “La Iglesia no duda en profe-
sar esta función subordinada de María, la experi-
menta continuamente y la recomienda a los fie-
les” (LG 62).
San José, que tan bien sirvió al Señor en la tierra,
“en los cielos recibió un nuevo oficio, a saber, que
ayudase con sus copiosos méritos y el sufragio de su
oración a los hombres y alcanzase para el mundo
con su valiosísima intercesión lo que la posibilidad
humana no puede obtener. Por eso, constante-
mente es venerado como misericordioso media-
dor y eficaz patrono ante Dios” (Pío IX, Inclytus Patriar-
cha Joseph, 10-9-1847).
197
“¿Quién ignora, que San José es, entre todos los
Santos y después de María Santísima, muy apre-
ciado de Dios, y muy poderoso para con Dios, para
impetrar las divinas gracias a favor de sus devo-
tos?... Gran confianza debemos colocar en la pro-
tección de San José, por el señalado amor que le
mereció de Dios su eminente santidad” (S. Alfonso
de Ligorio, Sermón sobre San Jo sé, Intro.; 7).
4. El poder de intercesión de la Virgen y San José
El poder de intercesión de la Virgen
L.2 La Tradición siempre ha afirmado la eficacia
de la intercesión de la Virgen: su Hijo Divino le
concede en el cielo todo lo que pide, porque Ella
siempre pide según Su Voluntad. Lo mismo dice con
respecto a San José: Jesús y la Virgen, que tanto
agradecen el servicio tan abnegado y lleno de
amor que José les presto durante su vida terrena,
198
se complacen ahora en el cielo en atender todas
sus peticiones en favor nuestro, que al igual que
las de María, siempre son según la Divina Volun-
tad.
“Asunta a los cielos, María no ha dejado esta mi-
sión salvadora, sino que con su múltiple intercesión
continúa obteniéndonos los dones de la salvación
eterna. Con su amor materno se cuida de los her-
manos de su Hijo, que todavía peregrinan y se ha-
llan en peligros y ansiedad hasta que sean conduci-
dos a la patria bienaventurada. Por este motivo, la
Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los
títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Media-
dora” (LG 62).
“En Caná de Galilea se muestra sólo un aspecto
concreto de la indigencia humana, aparentemente
pequeño y de poca importancia (no tienen vino).
Pero esto tiene un valor simbólico…. María se po-
ne entre su Hijo y los hombres en la realidad de sus
199
privaciones, indigencias y sufrimientos… Hace de
mediadora no como una persona extraña, sino en
su papel de madre, consciente de que como tal pue-
de… hacer presente al Hijo las necesidades de los
hombres… Como Madre desea también que se
manifieste el poder mesiánico del Hijo” (S. Juan Pa-
blo II, RM 21).
“Después de la Ascensión del Hijo, su maternidad
permanece en la Iglesia como mediación materna;
intercediendo por todos sus hijos, la Madre coope-
ra en la acción salvífica del Hijo, Redentor del
mundo... Con la muerte redentora de su Hijo, la
mediación materna de la esclava del Señor alcanzó
una dimensión universal, porque la obra de la reden-
ción a abarca todos los hombres” (S. Juan Pablo II, RM
40).
El poder de intercesión de San José
L.3 “Juzgamos de profunda utilidad para el pue-
200
blo cristiano, invocar continuamente con gran pie-
dad y confianza, junto con la Virgen-Madre de
Dios, su casta Esposa, a San José; y tenemos plena
seguridad de que esto será del mayor agrado de la
Virgen misma” (León XIII, Quamqu am pluries, 15-8-1889).
“Las razones por las que el bienaventurado José
debe ser considerado especial patrono de la Iglesia,
y por las que a su vez, la Iglesia espera muchísimo
de su tutela y patrocinio, nacen principalmente del
hecho de que él es el esposo de María y padre pu-
tativo de Jesús…
José, en su momento, fue el custodio legítimo y
natural, cabeza y defensor de la Sagrada Familia. Y
durante el curso entero de su vida él cumplió ple-
namente con esos cargos y esas responsabilida-
des. Él se dedicó con gran amor y diaria solicitud a
proteger a su esposa y al Divino Niño...
Ahora bien, el divino hogar que José dirigía con la
201
autoridad de un padre, contenía dentro de sí a la
apenas naciente Iglesia. Por el mismo hecho de que
la Santísima Virgen es la Madre de Jesucristo, ella
es la Madre de todos los cristianos a quienes dio a
luz en el Monte Calvario en medio de los supremos
dolores de la Redención; Jesucristo es, de alguna
manera, el primogénito de los cristianos, quienes
por la adopción y la Redención son sus hermanos.
Y por estas razones el Santo Patriarca contempla a
la multitud de cristianos que conformamos la Iglesia
como confiados especialmente a su cuidado, a esta
ilimitada familia, extendida por toda la tierra, so-
bre la cual, puesto que es el esposo de María y el
padre de Jesucristo, conserva cierta paternal auto-
ridad. Es, por tanto, conveniente y sumamente
digno del bienaventurado José que, lo mismo que
entonces solía tutelar santamente en todo momen-
to a la familia de Nazaret, así proteja ahora y de-
fienda con su celeste patrocinio a la Iglesia de Cris-
to” (León XIII, Quamquam pluries, 15-8-1889, n.3).
202
“Esos dos personajes, Jesús y María, los más gran-
des que han existido en la tierra, son los orígenes
de esa fuentecita que en Belén comenzó a crecer
como un río que ahora es un torrente por el mun-
do, la Iglesia Universal, que lleva como objeto la
salvación de los hombres. San José fue puesto co-
mo el cuidador de esa fuente que nacía. Justo era
que en los tiempos modernos, cuando ya esa fuen-
te se había hecho río inmenso, Iglesia Universal, se
recordara también a los hombres de nuestro tiem-
po el papel importante de San José dentro de esa
Iglesia” (S. Óscar Romero, Ho milia, 19 -12-1977: Vol. II, p.123
-131).
8. Canto a San José Coro y asamblea r ealizan el siguiente c anto.
Hoy a tus pies ponemos nuestra vida;
hoy a tus pies, ¡Glorioso San José!
Escucha nuestra oración y por tu intercesión
obtendremos la paz del corazón.
203
9. Desarrollo del tema y lecturas de la
Tradición y el Magisterio de la Iglesia Un lector o varios lectores r ealizan la lectura de l as explicacio-
nes y las lecturas de la Tradición y el Magist erio sobr e el tema
tratado.
5. Confianza que debemos tener en la Virgen Ma-
ría y San José
L.1 “La misión maternal de la Virgen empuja al
Pueblo de Dios a dirigirse con filial confianza a
Aquella que está siempre dispuesta a acogerlo con
afecto de madre y con eficaz ayuda de auxiliadora;
por eso el Pueblo de Dios la invoca como Consola-
dora de los afligidos, Salud de los enfermos, Refu-
gio de los pecadores, para obtener consuelo en la
tribulación, alivio en la enfermedad, fuerza libera-
dora en el pecado; porque Ella, la libre de todo
pecado, conduce a sus hijos a esto: a vencer con
enérgica determinación el pecado” (S. Pablo VI, MC
57).
204
“La confianza del pueblo en San José se resume en
la expresión Ite ad Ioseph, que hace referencia al
tiempo de hambruna en Egipto, cuando la gente le
pedía pan al faraón y él les respondía: ‘Vayan don-
de José y hagan lo que él les di-
ga’ (Gn.41,55)” (Franc esco, Patris corde, n.1).
“Así como en la tierra Jesucristo se sometió volun-
tariamente a José, también atiende en el Cielo a
cuantas súplicas le ruegue el Santo… Movido el Se-
ñor a la vista de las miserias que nos afligen, nos
dice a todos nosotros… Id a José (Gen.41,55). Ve a
José si quieres hallar consuelo… No dejemos pasar
día sin ofrecerle alguna oración especial… pidámos-
le gracias, y él nos las obtendrá en cuanto redun-
den en provecho de nuestra alma. Y muy especial-
mente los exhorto a que le pidan tres gracias parti-
culares… el perdón de los pecados, el amor a Jesu-
cristo, y una buena muerte” (S. Alfonso de Ligorio, Ser-
món sobre San José, 11).
205
“Tomé por abogado y señor al glorioso san José, y
encomendeme mucho a él… No me acuerdo hasta
ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de
hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes
que me ha hecho Dios por medio de este biena-
venturado santo, de los peligros que me ha libra-
do, así de cuerpo como de alma; que a otros san-
tos parece les dio el Señor gracia para socorrer en
una necesidad, a este glorioso santo tengo expe-
riencia que socorre en todas, y que quiere el Señor
darnos a entender que así como le fue sujeto en la
tierra… así en el cielo hace cuanto le pide…
Querría yo persuadir a todos fuesen devotos de este
glorioso santo… no he conocido persona que de
veras le sea devota… que no la vea más aprovecha-
da en la virtud… Paréceme ha algunos años que
cada año en su día le pido una cosa, y siempre la
veo cumplida; si va algo torcida la petición, él la
endereza para más bien mío. Sólo pido, por amor de
Dios, que lo pruebe quien no me creyere” (Sta. Tere-
206
sa d e Ávila, Libro de la Vida 6,6 -8).
L.2 “Si quisiese particularizar los bienes, con-
suelos y mercedes que reciben los devotos de San
José, así espirituales como temporales y así en vi-
da como en muerte, sería necesario de sólo esto
hacer un gran libro. Remítome a lo que experi-
mentarán los que quisieren tomar esta devoción,
certificándoles que si de veras le imitan y como
verdaderos devotos le aman, honran y… por darle
gusto sirven mucho a Dios, recibirán consuelo en
sus tribulaciones, ánimo en los temores, fortaleza
contra las tentaciones, firmeza en los propósitos,
fervor en la oración, ternura de espíritu, regalos
interiores, valor para obras heroicas, perseveran-
cia en los bienes y una muy particular, muy afable
y muy provechosa devoción con la Virgen María,
su esposa y ferviente amor a Cristo Jesús; y que en
todos los sucesos de su vida y en la hora de la
muerte hallarán un buen amigo que siempre esté a
su lado aparejado para su defensa” (Jerónimo Gra-
207
cián, Josefina. Madrid 2021, p.167).)
“San José no puede dejar de ser el Custodio de la
Iglesia, porque la Iglesia es la extensión del Cuerpo
de Cristo en la historia… Así, cada persona necesi-
tada, cada pobre, cada persona que sufre, cada
moribundo, cada extranjero, cada prisionero, cada
enfermo son “el Niño” que José sigue custodian-
do” (Francisco, Patris corde, n.5).
10. Oración final El celebrant e junto con la asamblea recitan la oración final.
S. Inmaculada Virgen María y Purísimo San
José, a quienes la Santísima Trinidad escogió por
padres del Hijo Unigénito de Dios y de toda la hu-
manidad redimida por Él, hoy les pedimos que es-
cuchen benignos nuestras súplicas por nuestras
familias, por la Iglesia, por nuestro país, por el
mundo entero, para que Cristo, su Divino Hijo, sea
conocido, sea amado, sea servido y pueda reinar
208
en todos los corazones. ¡Que todos nos abramos a
Su Palabra, a Su amor, a Su acción divina, para
gloria y alabanza de la Santísima Trinidad!
T. Amén.
11. Despedida El celebrant e despide a la asambl ea.
S. Que la gracia de Nuestro Señor Jesucristo y la
protección de la Virgen María y San José nos
acompañen siempre.
T. Amén.
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210
La redacción y la devoción de esta novena surge gracias al valioso aporte de la
Dra. Deyanira Flores González, quien gentilmente donó su trabajo para lograr este
subsidio que busca incentivar la fe del Pueblo Santo de Dios.
Fotografía: Vitral del Nacimiento iglesia San Isidro de Coronado