NOTAS PARA UN MODELO DE DIRECCIÓN ÉTICA DE LA EMPRESA

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Aclaraciones previas sobre ética y responsabilidad de la empresa Generalmente se circunscribe la idea de responsabilidad empresarial a los efectos de la empresa en su entorno circundante, sobre todo en lo social y en lo ambiental. Tal parece que una empresa es responsable por actuar bien y evitar daños, sobre todo mediante acciones extraordinarias y externas. Esa misma empresa es ética, en cambio, si prescribe y sanciona ciertas conductas individuales en forma interna, con arreglo a principios morales. Asociamos la ética con individuos y la responsabilidad con organizaciones. Ello explica que la ética parezca más cómoda dentro de la empresa y la responsabilidad fuera de ella. El arreglo semántico parece inofensivo, pero induce a pensar que la ética y la responsabilidad empresarial son dos cosas esencialmente distintas, aún cuando estén muy relacionadas. Este error conceptual equivale a decir que las matemáticas y la geometría son cosas distintas, aunque emparentadas. Peor aún, pensar que la ética es una rama de la responsabilidad empresarial es tanto como afirmar que las matemáticas son uno de los temas que aborda la geometría. No podemos limitar la idea de responsabilidad empresarial a acciones colectivas, extraordinarias y externas, porque antes que eso se relaciona con acciones individuales y rutinarias dentro de la empresa. De igual manera es un error encerrar a la ética empresarial en un marco de conductas individuales indeseables dentro de la empresa, porque la ética también se interesa en las conductas colectivas, o actos de la empresa. Asimismo, la dimensión ética más importante tiene que ver con las conductas positivas y productivas, más que con conductas negativas y prohibiciones. Conviene ordenar estos conceptos porque responsabilidad y ética son dos nociones tan relacionadas que pueden emplearse indistintamente. Responsabilidad es un término amplio que significa “responder”, en el sentido de “hacer” lo debido. Un médico es responsable de procurar la salud (acción esperada) o de la cirugía que practicó a un paciente (acción realizada). En cambio la ética reflexiona sobre lo que es debido: reflexiona sobre las responsabilidades del médico. Ética y responsabilidad se interesan en la acción recta o buena, pero la ética “piensa” en dicha acción y la responsabilidad la “ejecuta”. Entre estos dos conceptos existe una relación jerárquica y temporal donde primero se piensa y luego se actúa. Actuar antes de pensar es contrario a la lógica (aunque esto ocurra con frecuencia). La responsabilidad es una de las maneras en que la ética piensa en los actos humanos, pero no es la única. Una ética de responsabilidades se interesa en cómo debemos responder y piensa, usualmente, en las consecuencias de nuestros actos, pasados o futuros. Por ello afirmamos: “el fabricante es responsable por la seguridad de sus productos”. Un segundo modo de pensar corresponde a una ética de virtudes y se interesa en lo que es bueno en términos de nuestro modo habitual de actuar, o carácter. Indaga en ciertas

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Un intento para ordenar ideas alrededor del concepto de ética y responsabilidad social de la empresa

Transcript of NOTAS PARA UN MODELO DE DIRECCIÓN ÉTICA DE LA EMPRESA

Aclaraciones  previas  sobre  ética  y  responsabilidad  de  la  empresa  

Generalmente se circunscribe la idea de responsabilidad empresarial a los efectos de la

empresa en su entorno circundante, sobre todo en lo social y en lo ambiental. Tal parece que

una empresa es responsable por actuar bien y evitar daños, sobre todo mediante acciones

extraordinarias y externas. Esa misma empresa es ética, en cambio, si prescribe y sanciona

ciertas conductas individuales en forma interna, con arreglo a principios morales.

Asociamos la ética con individuos y la responsabilidad con organizaciones. Ello explica que

la ética parezca más cómoda dentro de la empresa y la responsabilidad fuera de ella. El

arreglo semántico parece inofensivo, pero induce a pensar que la ética y la responsabilidad

empresarial son dos cosas esencialmente distintas, aún cuando estén muy relacionadas.

Este error conceptual equivale a decir que las matemáticas y la geometría son cosas

distintas, aunque emparentadas. Peor aún, pensar que la ética es una rama de la

responsabilidad empresarial es tanto como afirmar que las matemáticas son uno de los

temas que aborda la geometría.

No podemos limitar la idea de responsabilidad empresarial a acciones colectivas,

extraordinarias y externas, porque antes que eso se relaciona con acciones individuales y

rutinarias dentro de la empresa. De igual manera es un error encerrar a la ética empresarial

en un marco de conductas individuales indeseables dentro de la empresa, porque la ética

también se interesa en las conductas colectivas, o actos de la empresa. Asimismo, la

dimensión ética más importante tiene que ver con las conductas positivas y productivas, más

que con conductas negativas y prohibiciones.

Conviene ordenar estos conceptos porque responsabilidad y ética son dos nociones tan

relacionadas que pueden emplearse indistintamente. Responsabilidad es un término amplio

que significa “responder”, en el sentido de “hacer” lo debido. Un médico es responsable de

procurar la salud (acción esperada) o de la cirugía que practicó a un paciente (acción

realizada). En cambio la ética reflexiona sobre lo que es debido: reflexiona sobre las

responsabilidades del médico.

Ética y responsabilidad se interesan en la acción recta o buena, pero la ética “piensa” en

dicha acción y la responsabilidad la “ejecuta”. Entre estos dos conceptos existe una relación

jerárquica y temporal donde primero se piensa y luego se actúa. Actuar antes de pensar es

contrario a la lógica (aunque esto ocurra con frecuencia).

La responsabilidad es una de las maneras en que la ética piensa en los actos humanos, pero

no es la única. Una ética de responsabilidades se interesa en cómo debemos responder y

piensa, usualmente, en las consecuencias de nuestros actos, pasados o futuros. Por ello

afirmamos: “el fabricante es responsable por la seguridad de sus productos”.

Un segundo modo de pensar corresponde a una ética de virtudes y se interesa en lo que es

bueno en términos de nuestro modo habitual de actuar, o carácter. Indaga en ciertas

cualidades generales del ser, más que en cómo debemos responder. Esta ética razonaría si

conviene que el médico sea amable, generoso, honesto, puntual y así en todo lo relacionado

con atributos estables de la conducta.

Un tercer ángulo se relaciona con los valores, o las cosas que preferimos porque pensamos

que son deseables. Este es el ámbito de una ética de bienes, o cosas que consideramos

valiosas. Lo valioso en el ejemplo del médico es la vida humana, la salud, el bienestar físico

y emocional. Esta ética se interesa, desde luego, en los fines: de una persona, de una

profesión, de una empresa…

Un cuarto y último punto de vista corresponde a una ética de principios. En este caso lo

importante son las leyes morales y sus normas derivadas. Ya no interesa tanto qué debe

hacer el médico o cómo actúa regularmente, sino las leyes que ordenan su conducta a la

consecución de sus fines.

En suma, en nuestros actos es importante considerar nuestras responsabilidades, pero así

también qué bienes son deseables, qué virtudes hemos de adquirir y qué principios rectores

nos permiten ordenar estas dimensiones. Podemos ver que la responsabilidad es una entre

estas cuatro perspectivas éticas.

Siendo esto así, la responsabilidad empresarial es uno de los temas que aborda la ética

empresarial y nunca en sentido inverso. Podemos hablar de ética de la empresa sin

referirnos necesariamente a la responsabilidad de la empresa, sino de los principios que

ordenan su actividad, de sus hábitos operativos o procesos, o de los bienes que produce.

Es verdad que una noción amplia de responsabilidad nos exige respetar ciertos principios,

preferir ciertos bienes o actuar como conviene. Es aquí donde hablar de ética y de

responsabilidad comienza a fundirse en un mismo campo semántico. Lo que no resulta

admisible es colocar a la ética empresarial como un satélite de la responsabilidad

empresarial.

 

Notas  para  un  modelo  de  dirección  ética  de  la  empresa  

Podemos describir cualquier empresa si aclaramos quiénes la integran, cuáles son sus

propósitos, mediante qué procesos pretende alcanzarlos y qué principios rigen sus

operaciones. Cada empresa existe en ciertas personas concretas o participantes porque

participan en la creación de riqueza y en su distribución. Los participantes son el fin último de

la empresa, de conformidad con los principios que ordenan sus operaciones. La empresa

busca fines más inmediatos, o propósitos, esencialmente en el ámbito económico pero

también en los ámbitos social y político. Por último, para obtener estos propósitos son

necesarios ciertos procesos o hábitos operativos.

Estos cuatro elementos definen a la empresa en un sentido general y así también a cualquier

empresa en particular. Responden quiénes la conforman (personas), qué buscan

(propósitos), por qué lo buscan (principios) y cómo lo alcanzan (procesos).

Cada uno de dichos elementos corresponde a una perspectiva ética, como se muestra

enseguida:

Personas Ética de virtudes Se ocupa de los hábitos y actos de quienes participan en

la empresa.

Principios Ética de principios Se interesa en las causas últimas ordenadoras de la

operación de la empresa.

Propósitos Ética de bienes Reflexiona sobre la “riqueza” que produce una empresa:

bienes económicos, sociales y políticos.

Procesos Ética de

responsabilidades

Los procesos permiten crear hábitos operativos y

responsabilidades colectivas, de manera que podamos

hablar en sentido propio de una empresa responsable.

En síntesis, una empresa es responsable cuando sus procesos son responsables (ética de

responsabilidades); para que esto ocurra, sus actos han de procurar bienes deseables en sí

mismos (ética de bienes); en ellos han de predominar ciertas conductas en forma estable

(ética de virtudes); finalmente, las metas económicas han de obtenerse entablando

relaciones justas entre participantes (ética de principios).

¿Qué mueve a una empresa a actuar en forma responsable? Con el tiempo, sus prácticas o

procesos de negocio se transforman en hábitos operativos, es decir, aquellos modos

compartidos de hacer las cosas que van quedando impresos en la memoria colectiva de los

participantes. Estos hábitos dan forma a un carácter organizacional, o conjunto de rasgos

que definen su modo particular de decidir y actuar.

El carácter organizacional se sostiene en dos columnas principales: la estructura y la cultura.

La estructura es la forma visible de la organización, con sus organigramas, redes de

autoridad y políticas. La cultura, en cambio, constituye la parte invisible de la organización y

se advierte, sutilmente, en ciertas costumbres, normas informales, símbolos, creencias y

valores compartidos.

Los hábitos operativos cobran la forma de una estructura particular y una cultura concreta

que caracterizan a una organización, es decir, que definen su carácter. El carácter de cada

empresa depende en buena medida de su experiencia, pues cada decisión pasada dejó

impresa una huella. Las conductas del pasado han sido convenientes cuando han buscado,

en general, conciliar los propósitos con los principios: armonizar el bien propio con el bien

común; equilibrar el egoísmo y el altruismo; fortalecer la generosidad y moderar la codicia.

Una dirección humanista de la empresa busca maximizar el valor económico empleando

medios moralmente rectos, condición que exige al menos dos criterios: (1) operar en un

marco de justicia donde todos los participantes obtienen lo que les corresponde, y (2)

generar valor social y político, además de valor económico.

Propósitos

Todas las empresas tienen en común ciertos propósitos genéricos. A partir de estos

propósitos generales, cada empresa elige ciertos propósitos particulares que en ocasiones

se expresan mediante una declaración escrita de «visión», donde define lo que la empresa

llegará a ser, y de «misión», donde redacta su contribución fundamental.

Para responder cuáles son los fines de la empresa, preguntémonos antes de qué esta

hecha, qué la mueve y qué la distingue de otras organizaciones e imprime en ella una cierta

forma característica. Entre los principios del funcionamiento de una empresa encontramos

algunos elementos sin los cuales no existiría, como la producción de bienes, las relaciones

de intercambio, la estructura de organización, las tecnologías y el conocimiento colectivo, así

como diversos insumos indispensables para operar.

Con base en lo anterior, una empresa no está constituida por edificios, máquinas o cuentas

bancarias, porque todo esto puede cambiar sin que la empresa deje de ser lo que es. Tiene

que haber otra “materia” que sustente a la empresa.

Un taller de herrería no está hecho de hierro. Quizá sea el herrero mismo la materia con la

que está hecho, pero el herrero puede heredar el taller a su hijo y el taller seguirá siendo el

mismo. Podemos buscar la causa del taller de herrería en las destrezas transmitidas del

padre al hijo. Si el hijo estudia carpintería y ahora las ventanas son de madera, esta vez

habrá desaparecido el taller de herrería para dar lugar a uno de carpintería. Ha cambiado el

oficio, entendido como ocupación habitual o actividad artesanal.

Quienes realizan el trabajo son personas, pero las personas en sí mismas tampoco son la

empresa. La causa material de la empresa radica en las relaciones de producción e

intercambio entre distintos participantes; su causa formal son la estructura de organización y

los procesos que imprimen una forma característica en dichas relaciones; su causa eficiente

es la dirección de la empresa junto con la tecnología que utiliza, es decir, la forma colectiva

que adoptan la inteligencia y la voluntad de quienes la integran; por último, su causa final

consiste en la producción de bienes.

En suma, una empresa está constituida por relaciones de producción e intercambio que se

organizan en ciertos procesos y estructuras, empleando determinados conocimientos para

producir bienes. Estos bienes son, en el sentido más amplio que les confirió Aristóteles,

aquello a lo que todas las cosas aspiran.

Conviene analizar qué bienes producen las empresas, ya que reducirlos a la categoría de

bienes económicos equivale a considerar sólo una de sus dimensiones, y no la más

importante. Por ejemplo, un producto manufacturado es un bien útil para el consumidor; su

producción, por otra parte, involucra a trabajadores cuya manutención constituye otro bien

que produce la empresa. Además, la empresa genera una derrama económica que en sí

misma constituye un bien social. El pago de tributos constituye un bien para la comunidad

política.

Una institución social como es la empresa posee funciones preponderantemente

económicas, pero, desde una perspectiva ética, estas funciones económicas están

subordinadas a sus contribuciones sociales. Adicionalmente tiene deberes políticos, pues

toda asociación pertenece a ciudadanos y en esta medida está llamada al ejercicio del deber

ciudadano en beneficio de la comunidad política. En síntesis, a la empresa le corresponden

tres tipos de fines: económicos, sociales y políticos.

Se afirma que la empresa existe para producir riqueza, lo cual nos parece razonable siendo

su causa final la producción de bienes y porque resulta más sencillo cuantificar el dinero

generado que la satisfacción o el compromiso de los participantes. Pero la empresa no existe

en los bienes económicos o en el dinero. Sustancialmente la empresa existe en las

personas, de manera que los bienes económicos no son fines últimos, sino medios al

servicio de las personas. Sólo las personas tiene categoría de fines últimos.

Cada fin se materializa como un bien, por lo cual la empresa produce bienes económicos,

bienes sociales y bienes políticos. Un bien es algo benéfico y deseable, ya sea por sí mismo

(bien último), o por razón de otros bienes (bien intermedio). El dinero nunca es un fin en sí

mismo, sino un bien intermedio que sirve para conseguir otros bienes.

Sin la producción de bienes la empresa no existe. Tampoco existe sin personas, sin

conocimientos colectivos y sin procesos formales. Todos los elementos causales aquí

señalados existen para producir algún tipo de bien que es causa final de la empresa. Sin

embargo existen bienes intermedios cuya consecución conduce a otro bien, hasta llegar a un

bien que, como señaló Aristóteles, es bueno por sí mismo y por cuya causa los demás

bienes son buenos. Agregó que hay tres tipos de bienes: los bienes exteriores, como la

riqueza; los bienes del cuerpo, como la salud, y los bienes intelectuales y morales, que son

bienes «con máxima propiedad y plenamente», a los que denomina bienes del alma.

Los bienes que produce la empresa son también bienes morales en la medida en que

contribuyan a la realización de aquel fin del hombre que no es un fin intermedio, sino que es

un fin deseado por sí mismo. Este bien soberano es la felicidad. Los demás bienes son

bienes intermedios para alcanzar este fin, el único que es bueno en sí mismo y no un bien

intermedio para alcanzar otro más elevado. ¿Significa esto que una empresa existe para

producir felicidad? No exactamente. Significa que la empresa produce diversos bienes que

acercan al hombre a este fin supremo, y significa también que la empresa puede emplear

medios que lo apartan de dicha finalidad.

En primer término, el fin social de la empresa consiste en producir bienes para quienes

participan en ella. El fin social constituye el fin último de la empresa (y por ende su causa

primera) por cuanto la empresa está constituida por hombres cuyos fines últimos son los

fines últimos de la empresa. En este sentido, la empresa es una institución social antes que

económica. Por ello, los mayores bienes a los que la empresa puede aspirar son los bienes

sociales y a ellos se subordinan los bienes económicos en calidad de bienes intermedios.

Por otra parte los bienes políticos constituyen fines sociales en un contexto ampliado, es

decir, en el marco de la comunidad política en cuyo seno se desarrolla la comunidad

concreta de trabajo que es la empresa. Toda empresa es una asociación que funciona dentro

de una asociación más grande: la comunidad política. Los participantes en la empresa son

también ciudadanos y pertenecen a otras asociaciones además de la empresa.

¿Cuándo alcanza una empresa sus fines económicos, sociales y políticos? Una empresa

alcanza su fin social cuando los bienes que produce son convenientes para los participantes,

con arreglo a la dignidad inherente a cada persona. Por otra parte, realizar el fin económico

no sólo pide que la empresa produzca tanto bienes económicos como sea posible, sino que

los distribuya de manera justa. Finalmente, realizar el fin político exige aportar los tributos y

exigir que se traduzcan en un bien común.

Podría pensarse que la dimensión ambiental también es un fin de la empresa, por cuanto la

producción y el consumo suponen una amenaza para el ambiente y la vida misma. Por su

relevancia, el cuidado del medio natural no es un fin de la empresa, sino una cualidad

siempre presente en los medios elegidos para que la empresa realice sus fines sociales,

económicos y políticos.

Los bienes económicos son bienes morales, o sociales, cuando se producen con arreglo a

principios. Esto significa que los medios empleados para producirlos han sido congruentes

con la categoría de fines últimos que poseen las personas. A una empresa podemos

conocerla en forma cuantitativa, por ejemplo en el número de colaboradores, o en el valor

monetario de los bienes económicos que produce, pero es más complicado conocerla de

manera cualitativa, por la producción de bienes morales.

Podemos afirmar que es propósito general de las empresas producir e intercambiar bienes

económicos. Desde una perspectiva ética, sin embargo, estos bienes económicos han de

ser, además, bienes morales. He sostenido que la empresa existe en las personas que en

ella entablan relaciones de producción e intercambio, de manera que los propósitos de la

empresa son los propósitos de sus participantes. Pero resulta problemático dar cuenta de

tantos fines como participantes tiene una empresa: un propietario desea aumentar su

patrimonio, o simplemente busca un medio para subsistir; esto mismo buscan un colaborador

o un proveedor; el cliente desea satisfacer una necesidad o resolver algún problema. Más

allá del fin particular de cada participante, todo intercambio es moral cuando se realiza en

forma justa. El criterio de justicia es el marco de referencia que transforma un bien

económico en un bien social.

Aún cuando en la empresa podemos ver una herramienta creada por el hombre para

satisfacer sus necesidades materiales, no pertenece a la categoría de un martillo o de un

sofisticado aparato médico, sino que es producto de la suma de esfuerzos provenientes de

personas. Siendo las personas ilimitadamente más valiosas, prevalecerán siempre para

definir la causa final (o razón de existir) de una empresa.

A más de esto, la empresa existe para servir al hombre en calidad de una comunidad

concreta que opera dentro de una comunidad política, de manera que existe vinculación

entre los fines de cada empresa en particular y los fines de la comunidad política a la que

pertenece. Ambas comunidades, la empresa y la comunidad política, sirven los propósitos de

las personas que las conforman. La empresa es en sí misma un medio del que se vale la

comunidad política para alcanzar fines sociales más amplios.

Podemos ver que el fin último de la empresa es el bienestar de quienes la conforman. Este

bienestar lo es también, en última instancia, de la comunidad política. Por tanto el fin

económico de la empresa es sólo el fin instrumental que la justifica y le imprime sentido,

puesto que sin esta función deja de ser lo que es. Este fin económico es también un medio,

pues los bienes económicos no son fines en sí mismos sino medios de los que se vale el

hombre para obtener fines más elevados. Cuando el bien económico se transforma en fin

último, la empresa se desvirtúa y degenera. En cambio, cuando el bien económico conserva

su condición de medio, se encamina la empresa al fin que le es propio.

El fin económico de la empresa consiste en producir bienes económicos, es decir, aquellos

cuyo valor se mide por la moneda según afirmó Aristóteles, quien agregó que la riqueza es

un bien útil que se desea por respecto de otro bien. Así introduce este filósofo el libro uno de

la Ética, señalando que el fin de la medicina es la salud; el de la construcción naval, el navío;

el de la estrategia, la victoria y el de la ciencia económica, la riqueza. De esta forma, las

empresas aportan a la comunidad política todo género de bienes y servicios para satisfacer

otras tantas necesidades.

Estas aportaciones de la empresa producen una derrama económica donde los ingresos por

ventas se transforman en compras a los proveedores, salarios a los colaboradores, tributos a

las autoridades y beneficios para los propietarios. De esta forma, el valor económico que una

empresa aporta a la comunidad es el valor monetario de los bienes que produce, expresado

en el dinero que recauda y pone en circulación. Este valor económico contiene la riqueza

creada por la propia empresa, si a los ingresos descontamos los costos totales que

involucran su operación y producción.

La producción de bienes económicos presupone que se produzca tanto como se pueda,

siempre que los bienes se distribuyan justamente entre quienes participaron en su

producción. Por otra parte, el fin social consiste en que estos bienes producidos sean

convenientes no sólo en relación con su consumo, sino también en cuanto al valor moral de

los medios empleados para producirlos.

Basta, por el momento, considerar que la empresa pone en manos de la sociedad productos

y servicios con un valor en dinero que es pagado por la comunidad política, de manera que

este dinero provoca una derrama económica que inicia con los consumidores y termina en la

retribución final para los propietarios. Ninguna economía sobreviviría sin los bienes

económicos que producen las empresas. Sin ellos apenas habría tributos y los gobiernos

carecerían de recursos para funcionar. Los tributos se originan mayoritariamente en la

actividad productiva de la empresa, en distintos momentos de la adquisición, producción e

intercambio de bienes económicos.

En el discurso general sorprende la ausencia de un fin político de la empresa, al grado en

que relacionar la política con la empresa sería como mezclar el agua con el aceite. Con todo,

el fin político de la empresa consiste en aportar los tributos convenidos por ley, deber de

pagar del que se sigue el derecho de exigir. Esta contribución ha de traducirse en un bien

para la comunidad política. De todos los bienes económicos que produce la empresa sólo el

tributo tiene un fin social amplio, fuera de la comunidad-empresa y de cara a la comunidad

política, es decir, más allá del cumplimiento de sus fines específicos como empresa

particular.

Históricamente la empresa es una creación política que dejó de ser una concesión especial

del gobernante para convertirse en una agregación libre de individuos. Desde esta

perspectiva, lo que la empresa ganó en libertades lo pagó con creces en obligaciones, sobre

todo en materia de tributos cuyo propósito es alcanzar la equidad o justicia social.

Por lo anterior, el bien social que produce la empresa no se restringe al reducido núcleo de

quienes participan en ella, como una comunidad cerrada, sino que el dinero por ella

generado beneficia también al resto de los miembros que conforman la comunidad política.

Por tanto, este bien político que produce la empresa es un bien común. Contribuir de esta

manera al bienestar general constituye un primer fin político de la empresa.

Un segundo fin político de la empresa consiste en supervisar la administración de los tributos

por parte del gobierno, labor que corresponde a la ciudadanía. Las empresas son una entre

muchas asociaciones ciudadanas que conforman la comunidad política. No podemos

divorciar a la sociedad y a las empresas como si se tratase de dos categorías distintas, pues

las empresas son una entre diversas asociaciones que conforman la comunidad política.

En un régimen democrático no resulta congruente que a la supervisión que el gobierno

ejerce sobre la empresa no corresponda una supervisión equivalente de la empresa sobre el

gobierno. Precisamente por ser ellas mismas la base económica de la tributación, las

empresas poseen un importante poder para influir positivamente en las instituciones

políticas.

Un tercer fin político de la empresa es asegurar su propia supervivencia frente a obstáculos y

ataques surgidos en el seno de la comunidad. Una sociedad que ve con recelo y sospecha a

la empresa es una sociedad condenada a la pobreza. Un régimen político que concentra en

pocas manos el poder económico puede engendrar una actitud social desfavorable e inhibe,

de paso, las condiciones para que florezcan miles de empresas. Este círculo perverso

engendra condiciones adversas para la inversión, debilitando la principal fuente de recursos

económicos para combatir la pobreza.

Por esta razón, es fin político de la empresa promover y exigir condiciones que fomenten la

inversión y la competitividad. Para este efecto, son herramientas propias de las empresas la

conformación de cámaras o asociaciones, la influencia positiva en la opinión pública, la

constitución de grupos de presión (advocacy groups), el cabildeo legislativo (lobying), la

denuncia, la protesta pública, la negociación política y la realización de estudios y

propuestas, entre otras medidas. Cumplir el fin político implica que una empresa defienda y

concilie sus intereses particulares y gremiales con los intereses sociales más amplios.

Principios

En la navegación tradicional se empleaba el sextante para conocer la ubicación exacta

mediante la posición del sol y de los astros. Un navegante ignorante de estas reglas

astronómicas podría perderse. Estas reglas no limitaban la libertad de los navegantes. Por el

contrario, su conocimiento permitía llegar mucho más lejos, con mayor seguridad y en menor

tiempo.

En esta libertad ordenada por principios hunde sus raíces la responsabilidad de la empresa.

Cada principio es una ley moral, natural e inmutable, que ordena el universo moral del

hombre, de la misma manera como las leyes físicas ordenan y dan forma al universo

material. El universo físico está predeterminado y funciona siempre de una manera

predecible, pero el universo moral del hombre no está predeterminado. Paradójicamente,

cuanto más actúa el hombre con libertad más se conforman y ordenan sus actos a la ley

moral, sin que ello implique una restricción.

Se considera que una empresa es responsable cuando ha realizado ciertos actos

responsables, pero con frecuencia dichos actos son aislados y su manera general de actuar

es muy distinta. En otras palabras, no es lo mismo un acto responsable que una persona

responsable. Una cosa es un acto aislado, como cuando decimos que Juan actuó en forma

responsable, y otra cosa es afirmar que en lo general y de Juan es responsable de manera

habitual.

Si nos situamos dentro de la categoría de “ser responsable”, más allá de un acto aislado,

tampoco es lo mismo llamar responsable a una persona que a una asociación de personas.

En el primer caso existen actos individuales y en el segundo actos colectivos, o actos de la

empresa. Lo que define la responsabilidad de una empresa es una manera colectiva de ser y

de hacer las cosas. Un colectivo no piensa, pero está conformado por personas que sí

piensan, que influyen en la conducta general del colectivo al que pertenecen y que reciben

su influencia.

Para que los miembros de una asociación actúen colectivamente en forma responsable, de

manera habitual y estable, es necesario cierto grado de institucionalización, así como el

desarrollo gradual de procesos repetitivos que conduzcan a la adquisición de hábitos

operativos. Conforme una empresa crece, adquiere gradualmente una cultura organizacional

o modo habitual de hacer las cosas. La cultura y los procesos influyen en las operaciones

cotidianas y quedan registrados en la memoria colectiva de manera informal, pero también a

través de registros explícitos que incluyen sistemas, políticas, normas, procedimientos y

estructuras de organización, entre otros elementos.

Conforme una empresa evoluciona y se institucionaliza, en ella predominan ciertas maneras

particulares de elegir y decidir. Opera con base en principios cuando armoniza los intereses

de sus participantes en un marco de justicia. Operar en un marco de justicia tiene razón de

logro: es una condición difícil de alcanzar, pero factible, que requiere de una «estructura

ética», esto es, de cierta evolución positiva en la constitución «dura» o tangible de una

empresa, expresada sobre todo en su organización y en sus políticas formales de operación.

Asimismo, dicha estructura allana el camino para forjar una «cultura de integridad». Esta es

la parte «blanda» o intangible de la empresa, constituida por ciertos valores compartidos,

normas informales, costumbres y otros elementos. Estructura y cultura son dos caras de una

misma moneda y representan el «ser» responsable de una empresa, más allá de cualquiera

de sus actos aislados.

Si recurrimos nuevamente a una analogía, la estructura ética correspondería a la disciplina

presente a bordo de una embarcación, así como a las funciones de sus tripulantes y la

disposición de sus velas. Comprendería todo aquello que puede ser previsto

razonablemente. Por otro lado, la cultura de integridad se reflejaría en numerosos actos

espontáneos como las relaciones informales entre los tripulantes, difíciles de encajonar en

una norma o procedimiento.

De acuerdo con los principios que la mueven, una empresa se constituye como una red de

relaciones moralizantes o desmoralizantes, ya sea que fomente las relaciones justas entre

sus miembros, o que promueva relaciones basadas en el egoísmo. En seguida expongo

cuáles son los principios ordenadores de la actividad de la empresa, cuyos dirigentes pueden

tener muy claros los fines económicos, menos claros los fines sociales e ignorar los fines

políticos. Guardar congruencia entre sus tres fines constituye el primer acto moralizante de

cada empresa particular. Esta es la función de los principios: ordenar los actos de la empresa

para que esta alcance sus fines, o propósitos.

Si los principios son causas últimas que rigen la conducta, los valores son preferencias sobre

ciertos objetos que, siendo deseables, se constituyen en bienes. Si el principio es una guía,

el valor es una elección. En este orden de ideas, ¿cómo se incorporan los principios y los

valores en la operación de la empresa? En las empresas pequeñas o medianas, las

decisiones suelen concentrarse en uno o más miembros de la familia o de los socios

propietarios, de tal manera que cuando hablamos de comportamiento ético debemos

referirnos a los empresarios y no a las empresas. En todo caso estaremos hablando de

«empresarios socialmente responsables». Para que podamos referirnos a una «empresa

socialmente responsable», el empresario deberá preocuparse por transmitir a la empresa un

espíritu socialmente responsable.

Muchas empresas conservan una cierta mística de sus fundadores, que permanece como

inspiración para la toma de decisiones. Conforme la empresa crece y se desarrolla, crea

políticas, sistemas y procedimientos de control hasta que llega el momento en que el

fundador es prescindible. Aparecen los administradores profesionales y en ocasiones la

empresa está en condiciones de emitir acciones públicas. Un empresario con visión de

integridad puede planear la manera como la empresa transitará estas etapas, incluyendo el

desarrollo de una estructura ética acorde con sus creencias, principios y valores.

En la operación de la empresa se encuentran implícitos numerosos valores que resultan

fundamentales para alcanzar sus fines, tales como: la confianza, la innovación, la

colaboración, la eficacia, la tenacidad o la perseverancia. Todos estos valores están

relacionados con la noción de un trabajo bien realizado. Sólo en el criterio de eficiencia

encontramos buena parte de la necesidad de especializar el trabajo en el empresa.

¿Cómo permanecen dichos valores a pesar de que las personas van y vienen? A manera de

aproximación, consideremos que una empresa está mejor preparada para crecer y competir

cuando en ella coinciden la cualificación humana de sus directores y la satisfacción laboral

de su personal. Más aún, si la empresa logra la adhesión y el apoyo de todos sus

participantes, se transforma en una comunidad-empresa donde los intereses individuales,

entrelazados en una sana y vigorosa tensión, avanzan en sincronía hacia un propósito

común.

Algunos estudios demuestran que, conforme disminuye el sentido de comunidad dentro de

una empresa, aumenta la violación de normas y disminuye el respeto mutuo. Por el contrario,

un sentido de comunidad y de propósitos compartidos tiende a reducir las conductas

indeseables, propiciando las conductas adecuadas.1

Este sentido de comunidad no es algo espontáneo, ni existe siempre en la empresa. Cuando

lo hay, suele ser producto de una evolución informal, no planeada, y resultado indirecto de

los valores que han prevalecido entre sus dirigentes. Rara vez surge como un proceso formal

y planeado. Este ideal representa la mayor oportunidad para las empresas y el núcleo

profundo de su responsabilidad. No es que la ética y la empresa estén divorciadas, sino que

sus relaciones han sido usualmente informales y esporádicas. Es necesario formalizar esta

relación para que la empresa sea plenamente responsable. Digamos que la empresa tiene

que organizar una cena formal y hablar con la ética, seriamente, de compromisos.

                                                                                                                         1 Pfeffer, “Working Alone: What Ever Happened,” 6.

Este modelo se sustenta en los principios de la Doctrina Social de la Iglesia, que conforman

la crítica moral de las empresas más consistente y prolongada que ha existido. Asimismo son

guías generales de conducta de cara a la vida colectiva y defienden derechos fundamentales

que guardan una estrecha relación con la empresa, como la propiedad privada y el bien

común.

Dicho cuerpo de principios constituye una ética de normas universales, no sólo porque

forman parte del habla cotidiana (incluso sin que la mayoría de la gente se percate de ello)

sino porque obedecen a una concepción antropológica racional del ser humano. Constituyen

la principal fuente inspiradora de los Derechos Humanos y surgieron de una larga serie de

críticas agudas a diversas problemáticas sociales y económicas, particularmente a partir de

la Revolución Industrial tardía, desde el siglo XIX.

Partimos de la noción de marco de justicia como elemento ordenador de las operaciones

empresariales, entendiendo la justicia en la empresa como un proceso continuo de

armonización de intereses económicos para alcanzar el bien común. Veremos que esta

forma de operar es una exigencia de solidaridad que se relaciona con la dignidad de las

personas (fin social), con la noción de destino universal de los bienes (fin económico) y con

el principio de subsidiariedad (fin político).

La siguiente tabla muestra la relación entre los propósitos y los principios en la empresa:

Marco de justicia como bien común

Propósito Principios

Fin social Dignidad de la persona

Solidaridad Fin económico Destino universal de los bienes

Fin político Subsidiariedad

Sin cualquiera de estos principios no hay posibilidad de que un acto pueda ser llamado

responsable, puesto que se estaría violando un derecho fundamental del ser humano. Sin

ellos sólo hay actos egoístas que se oponen al bien común; actos mezquinos que son

contrarios a la solidaridad; actos autoritarios que impiden la subsidiariedad. El empleo de

estos principios presupone ordenar prioridades y anteponer la persona a las riquezas.

Implica dar a otros la prioridad que merecen sobre el bien propio, alcanzando un equilibrio

justo. Exige, sobre todo, la moderación y el control de los motivos egoístas para dar cauce a

la colaboración y al entendimiento. Significa, en suma, ser libres en el sentido de ser

capaces de auto-gobierno, de controlar apetitos egocéntricos.

Si asumimos que la responsabilidad es una cualidad de un acto libre y ordenado por

principios, llamar responsable a una empresa presupone que dicha empresa posee

autonomía por cuanto sus integrantes tienden a operar con base en principios. En ella los

intereses de todos sus integrantes tienden a un equilibrio justo.

Dado que estas conductas no se realizan por decreto o imposición legal, sino que han de ser

voluntarias, en los actos libres encontramos el fundamento de una autonomía colectiva en la

empresa, no así en las normas o imposiciones. En otras palabras, cuando los actores en la

empresa actúan por imposición, la responsabilidad organizacional compete a la estructura

jerárquica de organización, esto es, a las líneas de mando responsables de diseñar las

normas. En cambio, en el amplio margen de libertad de actuación fuera del ámbito de control

de las normas formales encontramos numerosas conductas colectivas que pueden ser

llamadas actos responsables de la empresa, en sentido propio y no a manera de analogía.

En tanto que la estructura tiende a imponer conductas, la cultura las cultiva sin coacción. Una

cultura de integridad neutraliza la necesidad de avanzar excesivamente en las normas

formales, de tal manera que la empresa evite transformarse en un organismo burocrático y

autócrata. El exceso de normas termina por limitar la creatividad y la productividad. Por esta

razón, resulta imprescindible desarrollar una cultura de integridad que regule la necesidad de

normas formales. Conforme aumenta el peso de dicha cultura en las decisiones individuales,

con mayor fundamento podemos llamar responsable a la propia empresa y no sólo a sus

integrantes.

En este punto surge una cuestión fundamental: si el acto responsable es un acto libre, luego

todo principio de actuación supondrá un gravamen para la libertad. Tal gravamen no existe

porque un principio ofrece una guía general y no impone o prescribe cierta conducta

específica. Se trata de alcanzar cierto ideal y no de prohibir conductas concretas. Una norma

es, con frecuencia, un eslabón entre un principio general y un estándar específico de

conducta. Una característica de las normas morales es que se sostienen sobre todo en

principios generales, en tanto que las normas técnicas se sostienen fundamentalmente en

estándares específicos.

En una organización, los principios, las normas y los estándares son semejantes a los

principios constitucionales, las leyes y los reglamentos de una comunidad política. Conforme

una organización «aprende», sus estándares de trabajo tienden a cubrir la mayor cantidad

posible de procesos o tareas. Pueden ser normas técnicas si se orientan al saber hacer, o

normas morales, si obedecen a un deber. Las normas se traducen en estándares específicos

que deciden por la persona qué hacer, dónde, cuándo, quién o cómo. Cada estándar es una

elección previa y programada que no substituye a la inteligencia individual, pero transmite

experiencia acumulada y dirige las tareas, sobre todo en sus aspectos técnicos.

Toda norma, ya sea un principio o un estándar de trabajo, puede ser formal si se transmite

de manera planeada y organizada, o informal si se difunde de manera ocasional y arbitraria.

Mientras más grande es una empresa las normas tienden a formalizarse más. Sin embargo,

las normas morales no obedecen a criterios técnicos, sino prácticos, y por ende son más

difíciles de expresar por escrito. Se resisten a formar parte de manuales, cosa que permiten

las normas técnicas.

Pareciese que, en tanto menor sea el arbitrio personal y mayor la reglamentación, mejor y

más ético será el desempeño de la empresa. Nada hay más lejos de la verdad. A manera de

ejemplo consideremos a una empresa que rechaza reglamentar las conductas y tareas.

Llamémosla «organización ácrata», del griego a: sin, y cratos: autoridad. Es evidente que

quienes participen en esta organización dispondrán del máximo de libertad, pero el hombre

no hace un buen uso de su libertad de manera espontánea. En este caso lo más probable es

que la anarquía reinante conduzca al desastre. Para que esta organización funcione,

tendrían que integrarla superhombres que no necesitan dirección ni freno.

Consideremos, por otro lado, una organización donde se controlan todas las conductas y

abundan los castigos. Llamémosla «organización autócrata». Esta organización parecería

conformada por gente desenfrenada y necesitada del mayor control. En este caso lo más

probable es que se frenen también la iniciativa y el trabajo productivo.

Así las cosas, ha de existir un equilibrio justo entre la «organización ácrata» y la

«organización autócrata». Este punto medio corresponde a la estructura ética. Una empresa

consigue más colaboración cuando en ella se equilibran la autoridad y la libertad. Es así

como la presencia de una autonomía ordenada es sustento de una ética de la empresa. Hay

autonomía ordenada cuando se opera con las normas necesarias, produciendo hábitos de

trabajo positivos que a su vez reducen la necesidad de normas.

Bien común

Para este modelo de dirección ética, una empresa actúa en favor del bien común cuando

armoniza los intereses de los participantes, de manera que en lo económico cada cual reciba

lo que le corresponde, en lo social se anteponga el fin de cada participante al fin económico,

y en lo político se participe en la construcción de la comunidad política aportando tributos y

supervisando su mejor empleo. El bien común se alcanza a través de operaciones realizadas

dentro de una estructura ética y en un marco de justicia.

Entablar un diálogo permanente con los participantes es la mejor manera de conocer el

grado en que se alcanza el bien común. Para este efecto, no existe un sistema de

indicadores capaz de orientar las decisiones. Existen indicadores sobre responsabilidad

social que en general no toman en cuenta la percepción y nivel de bienestar de los

participantes, sino la opinión subjetiva de los directores. Es en esta cuestión donde la

perspectiva de la antropología filosófica puede conciliar los principios éticos con la práctica

cotidiana de la dirección.

No hay que confundir el bien común con la propiedad compartida ni con el reparto de bienes,

como pretende el utilitarismo. Fue Jeremy Bentham quien concibió el bien común desde una

perspectiva utilitaria. Afirmó que el bien común es la suma de bienes poseídos por los

individuos. Sostiene Velázquez2 que esta noción del bien común es débil si se compara con

una noción fuerte, defendida principalmente por el catolicismo3, según la cual un bien puede

ser poseído por una persona con exclusión de cualquiera otra y en tal virtud es un bien

privado, o puede ser poseído por todos los miembros de un colectivo, en cuyo caso es la

suma de bienes privados. Un bien común, en cambio, se distingue del bien privado y del bien

colectivo porque se constituye como un bien universal, de tal manera que puede ser

distribuido y comunicado sin necesidad de que sea propiedad de nadie en particular. En este

sentido fuerte un bien común no es divisible, como es el caso de la seguridad nacional, de un

medio ambiente limpio o de la prosperidad económica. De esta manera cada persona

participa de la totalidad, no sólo de una parte que se ha de sumar a otras para alcanzar dicha

totalidad (como prescribe la noción utilitaria de bien común).

En la filosofía de Aristóteles y Tomás de Aquino el concepto de bien común ocupa un lugar

prominente. Otro tanto ocurre en las enseñanzas sociales católicas, pero ha recibido escasa

atención por parte de las teorías de la organización, así como en los discursos de la ética de

la empresa y de la responsabilidad empresarial.4 Sostiene Smith que la noción de bien

común tiene raíces aristotélicas y en general ha sido desestimada, con excepción de las

teorías políticas y sociales católicas. 5 El declive en el interés por el bien común, agrega, se

origina en el ascenso de la teoría liberal. Esta teoría ha sido criticada por la teoría

comunitaria argumentando que produce individuos atomísticamente aislados.

En general, los teóricos liberales han intentado resolver la tensión existente entre el individuo

y la comunidad. Smith afirma que en Aristóteles podemos encontrar una perspectiva que no

es ni liberal ni comunitaria. En la corriente liberal se percibe que el bien común no puede ser

sostenido porque el bien de uno implica casi por necesidad el bien de otro. Asimismo, se

concibe que cada persona es el mejor juez de su propio bien y no es admisible que alguien

más imponga lo que es bueno (Stuart Mill). Otros pensamientos liberales son anti-

teleológicos, de manera que cualquier fundamento del bien común sería arbitrario o

despótico (Hobbes). Otros más sostienen que la ciencia no puede revelar una imagen

universalmente atractiva de lo que conviene a todo hombre (Locke). De esta forma, sólo a

través de una racionalidad basada en el diálogo y el consenso es posible superar el acuerdo

a profundidad que la idea de bien común parece exigir (Rawls). La teoría liberal requiere

neutralidad política porque la legitimidad de la autoridad política no está sustentada en el

                                                                                                                         2 Velasquez, “International business, morality, and the common good,” 29. 3  Velasquez cita a William A. Wallace, O.P., The Elements of Philosophy, A Compendium for Philosophers and Theologians (New York: Alba House, 1977), p. 166-67. 4  Antonio Argandoña, “The common good of the company and the theory of organization,” papel de trabajo para “la Caixa” Chair of Social Responsibilityand Corporate Governance. IESE Business School (Marzo, 2009): pag.1.

5  Smith, “Aristotle on the conditions for and limits of the common good,” 625-26.

bien común, sino en la idea de un contrato libre entre individuos racionales para proteger sus

derechos naturales.

Justicia

En su código de principios, Unilever promulga tres valores principales cercanos a la justicia:

honestidad, integridad y transparencia. También acentúa el respeto a los derechos humanos

y sostiene que su prioridad son las personas, categoría en la que no sólo considera a

quienes conforman su comunidad interna de trabajo, sino a todas aquellas relacionadas con

la empresa (stakeholders). Estas ideas guardan estrecha relación con la naturaleza

«pública» de esta empresa y son patentes los vínculos con su reputación como opción

segura para invertir.

En la justicia encontramos el principio rector de los actos de la empresa, puesto que estos se

realizan con el fin de producir y distribuir bienes económicos. Operar en un marco de justicia

implica no sólo una responsabilidad legal, sino sobre todo moral; significa dar lo que le

corresponde a cada participante en la riqueza que produce la empresa. Alcanzar este

propósito no se consigue fácilmente: tiene razón de bien arduo, o de logro.

Operar en un marco justo tiene un carácter arduo porque, naturalmente, cada actor procura

su beneficio tanto como pueda. Cuando la empresa opera con justicia prevalece el que nadie

tome para sí más de lo que corresponde: el consumidor no paga más ni menos que lo que

vale el producto; el obrero no recibe más ni menos que lo que vale su trabajo; el propietario

recibe un beneficio que compensa razonablemente su sagacidad y esfuerzo. En este caso

podemos afirmar que la empresa posee un carácter, es decir, que la caracteriza una forma

de actuar congruente con principios morales. Esta forma de actuar es generalizada y estable,

por ello constituye una manera de ser de la empresa.

De la justicia como principio rector se derivan hábitos operativos que atañen particularmente

a la empresa. Como su fin es preponderantemente económico, estos hábitos corresponden

al buen uso de los bienes económicos. El equilibrio necesario consiste en devolver a los

bienes económicos su razón de medios.

Al fin económico lo mueve otro principio derivado de la justicia, que consiste en la noción del

destino común o universal de los bienes económicos. Cada relación de intercambio supone

cierta tensión entre el interés personal y el interés ajeno. Por esta razón, en el concepto de

balance o equilibrio subyace la raíz moral de cada acto humano en la empresa.

Desde tiempos antiguos esta cuestión fue abordada por Aristóteles, para quien el avaro se

afana por las riquezas más de lo que conviene, en tanto que el liberal hace buen uso de la

riqueza.6 Podemos ver, aquí, un sentido del término «liberal» que no corresponde a una

libertad política o a una libertad económica como modernamente se ha entendido, sino una                                                                                                                          6 Aristóteles, Ética a Nicómaco, IV, I.

libertad personal que significa «liberado de los bienes materiales». En este sentido de

libertad se ha definido aquí a la responsabilidad como la «cualidad de un acto libre».

Siendo que las relaciones de intercambio son la sustancia de la empresa, resulta fácil

identificarlas con el lucro y sospechar que invariablemente la avaricia está presente.

Aristóteles considera antinatural a la vida de lucro porque la riqueza no es un bien deseado

por sí mismo, sino un bien útil que los hombres desean en relación con otros bienes.7

Una de las razones por las que la avaricia tiende, razonablemente, a frenarse a sí misma es

que el sistema de intercambio frena de muchas maneras a quien toma para sí algo indebido.

Para que la red de relaciones de intercambio funcione, el bien que se desea para sí mismo

ha de ser recibido a cambio de una contraprestación razonable, sin tomar mucho más de lo

que conviene.

Cuando impera el interés propio en el intercambio, los hombres encontrarán tantas formas de

abuso que se producirá, inevitablemente, una crisis de confianza y un desenlace ruinoso

para la empresa, pues la confianza ejerce en el sistema de libre empresa importantes

funciones de auto-regulación. Subsisten, sin embargo, suficientes matices para imprimir un

sello distintivo en el carácter moral de la empresa.

Dignidad humana

Una justicia plena sólo se alcanza a partir del valor intrínseco de cada persona, siempre

presente detrás de cada interacción y más allá de los intereses utilitarios. El fin social de la

empresa se rige por este principio, considerando que cada hombre es un fin en sí mismo. En

esta dignidad vemos una ley práctica en el sentido que le confiere Kant, como el imperativo

moral formal de no utilizar a un ser humano como medio para alcanzar fines particulares.

Este razonamiento implica el deber de contribuir para que cada hombre se perfeccione, es

decir, que alcance su fin, puesto que este fin es también fin último de la empresa.

Si consideramos que los hombres son los fines de la empresa, luego tanto los actos

humanos como los actos de la empresa habrán de ser actos acomodados a la razón de fin

en sí mismo que posee el hombre, constituido como bien soberano.

Solidaridad

En lo que compete a los fines políticos, la justicia se traduce en otro principio derivado que es

la solidaridad, extensión natural de la dignidad de cada ser humano. Señala Feinberg8 que

un grupo es solidario cuando sus miembros comparten intereses mutuos, y lo es más cuando

                                                                                                                         7 Aristóteles, Ética a Nicómaco, I, I.

8 Joel Feinberg, “Collective Responsibility,” The Journal of Philosophy, Vol. 65, No. 21, (1968): 677-79.

dichos miembros conforman una comunidad de intereses, de tal manera que se integran

mediante vínculos afectivos. Entre ellos existe identificación, de forma que si hay fracaso es

un fracaso común y si hay triunfo es un triunfo compartido.

Cuando existe solidaridad no se daña a un miembro sin dañar a todos. Este sentido de

unidad es un fenómeno psicológico al que Feinberg presta atención especial. Recurre a la

noción de «reacciones vicarias», que se producen por ejemplo cuando sentimos orgullo por

los triunfos de aquellos con quienes nos identificamos afectivamente, o cuando sentimos

vergüenza porque estas personas cometieron un acto indigno, como si lo hubiésemos

cometido nosotros mismos. En cambio, si este acto lo comete un extraño, simplemente

experimentamos rechazo o lástima. De esta manera, la solidaridad es una condición

necesaria para experimentar emociones vicarias. Con todo, hay límites en la identificación

con el grupo. En un extremo, no nos sentimos orgullosos o avergonzados por actos

atribuidos a la humanidad entera, por más que seamos solidarios con ella, pero sí por actos

atribuidos a nuestra nacionalidad, de donde se concluye que ha de existir un sentido de

individualidad basada en la diferencia.

Empresas y gobierno desempeñan un papel esencial para la comunidad política, por lo que

las funciones del gobierno constituyen otro componente fundamental para un modelo de

dirección humanista de la empresa. Entre las diversas funciones morales del gobierno hemos

de incluir el deber ineludible de procurar que las empresas produzcan más bienes, así como

que estos bienes se distribuyan justamente. Por medio del tributo la empresa transfiere

riqueza al gobierno, cuyas funciones incluyen una redistribución justa de bienes económicos,

así como establecer leyes e incentivos para incrementar la inversión productiva y para que

las empresas operen en un marco de justicia. De esta manera, la solidaridad incluye también

las relaciones de justicia entre las empresas y la comunidad política.

Del principio de solidaridad se derivan numerosos actos de la empresa. Ejemplo de ello es el

cabildeo legislativo, que reclama la participación de las asociaciones ciudadanas (entre las

que destaca la empresa) en los asuntos de interés público. Sin embargo vemos que las

empresas emplean este tipo de poder para defender sus propios intereses y raramente

abrazan intereses sociales amplios como, por ejemplo, el uso diligente de los tributos.

Es habitual que las empresas se ocupen de sí mismas y desdeñen este género de causas

sociales, que constituyen una enorme área de oportunidad si consideramos el poder

colectivo de los gremios empresariales. En la práctica lo que existe es un juego de fuerzas

entre los poderes político y económico, que se traduce con frecuencia en una compleja red

de favores y canonjías. Precisamente allí donde existen grandes intereses económicos, las

leyes favorecen a unos cuantos, en perjuicio de la libertad de emprender.

En el tributo encontramos una importante contribución pública de la empresa. A esta

contribución corresponde la supervisión y exigencia del buen uso del dinero público, no sólo

porque toda asociación posee deberes ciudadanos sino, sobre todo, porque la empresa es

fuente principal del tributo. Vemos, sin embargo, que la tributación es acatada por las

empresas en forma dócil y acrítica, desentendiéndose en seguida del asunto como si una

administración pública honesta y diligente estuviese garantizada.

Subsidiariedad

En el fin político de la empresa encontramos un imperativo de libertad regido por el principio

de subsidiariedad, según el cual una asociación de orden superior no ha de intervenir en los

asuntos de una asociación de orden inferior que puede resolverlos por sí misma. El principio

de subsidiariedad rige particularmente en las relaciones entre los gobiernos y las

asociaciones ciudadanas. Es aplicable de manera especial en las relaciones entre el Estado

y el mercado, o entre gobiernos y empresas. Propone que el gobierno ha de conceder tanta

libertad como sea posible y tanta regulación como sea necesaria. Fundamentalmente busca

alcanzar un equilibrio justo entre la libertad y la regulación. La limitación principal de esta

norma moral consiste en que la libertad florece cuando hay responsabilidad, o corre el riesgo

de transformarse en abuso y en libertinaje. Por esta razón, las conductas prevalecientes en

las empresas e industrias condiciona dónde debemos ubicar el justo medio entre la libertad y

la regulación.

En el uso adecuado de su libertad encuentra el hombre su mayor fuente de crecimiento

personal, al grado en que obstruir dicha libertad destruye su dignidad. Resulta imprescindible

que una empresa sea subsidiaria también en su operación interna, reglamentando las

relaciones entre una autoridad y un subordinado en la medida en que las conductas

generales lo requieran. Así, conviene también formar a las personas para que decidan por sí

mismas, en lugar de decidir por ellas.

En una estructura ética, la dignidad de la persona no es sólo un fin, sino la mejor vía para

que la propia empresa alcance los mejores resultados posibles. Resulta contra-intuitivo dirigir

a una empresa como si estuviese conformada por autómatas cuyas conductas siempre han

de ser reguladas, pues estas medidas se oponen a la creatividad y al buen uso de la razón al

servicio de un fin colectivo.

La productividad no sólo se busca por motivos de eficiencia, sino también psicológicos o de

realización, como sostiene Barnard cuando afirma que «todo integrante del grupo ha de

percibir que su contribución al resultado colectivo es eficiente, o de otra manera renunciará a

participar para no fomentar la ineficiencia del grupo».9

Cuando los directores ignoran el principio de subsidiariedad oponen un obstáculo formidable

al desarrollo de la empresa. Fallan externamente en su relación con las autoridades al

provocar nuevas regulaciones o al permitir regulaciones innecesarias. Internamente fallan

                                                                                                                         9 Barnard, The Functions of the Executive, 44.

por regular donde no deben o por no reglamentar lo que deben. En esta circunstancia crece

la desconfianza y las decisiones se centralizan en exceso.

Tal estado de cosas es una enfermedad que se conoce como burocracia, término nacido

durante la Revolución Francesa que proviene de bureau: escritorio, y cratos: poder. Ante el

imperio del procedimiento, la administración termina por frenar la eficacia. La burocracia es el

vicio en que incurren las empresas cuando, buscando equilibrar sus procesos y principios

⎯cuando pretenden ser éticas⎯ no acaban de ver en sus participantes a los verdaderos

fines.

A toda empresa conviene, según se ha visto, alcanzar un equilibrio entre el marco estructural

de los estándares o controles concretos de conducta, y el ambiente cultural de los principios

o guías generales. Un estándar enseña a hacer algo pero elimina otros modos posibles, con

lo que la eficacia se consigue a costa de la creatividad. Por esta razón requiere cautela

considerar un proceso como algo definitivo.

No todo en la empresa está estrictamente programado. Por esta razón, decimos que las

organizaciones «aprenden». La mejor prueba es la innovación, sobre todo entendida como

agregación de pequeñas mejoras que terminan por producir un cambio importante. Este tipo

de innovación no corresponde a una mejora súbita en un proceso concreto, sino a una lenta

serie de pequeñas mejoras que se acumulan en la totalidad de procesos.

Personas

En las teorías de la organización se suele argumentar que la empresa es un sistema de

transacciones contractuales, o un sistema de cooperación, y en cada acto de compra existe

tanto una cooperación mutua como una transacción económica. De esta manera, la suma de

participantes en una empresa representa la suma total de agentes individuales en cuyas

manos descansan todas las transacciones económicas realizadas por la empresa.

Las empresas son grupos de individuos que persiguen metas definidas, donde los miembros

se vinculan y desvinculan libremente, usualmente motivados por su interés propio.10 Estas

interacciones sociales que constituyen la empresa ocurren, sostiene Soares, en cuatro

categorías: entre personas, entre empresas, entre empresas y personas, y entre empresas y

sociedad.11 A estas categorías habría que incluir las relaciones entre personas y autoridades,

así como entre estas y las empresas.

Este modelo de dirección considera como participantes a todos aquellos involucrados en el

origen y el destino de los bienes económicos. Son ellos quienes producen y reciben la

riqueza que atribuimos a la empresa. Se organizan para realizar diversas tareas y son

                                                                                                                         10 Peter French, “Ethics and Agency Theory,” Business Ethics Quarterly Volume 5, Issue 3 ( 1995): 1. 11 C. Soares, "Corporate versus individual moral responsibility", Journal of Business Ethics 46.2 (2003): 144.

participantes en tanto contribuyen en la creación de algo común, pero también partícipes en

cuanto tienen derecho a tomar parte de la cosa creada. Resulta preferible el término

participantes, antes que partícipes, por ser primera la acción de participar, pues sólo creando

se es partícipe de lo creado.

Son cinco los participantes que conforman una empresa: los clientes, los proveedores, los

colaboradores, las autoridades y los propietarios. El núcleo duro de la empresa radica en los

propietarios y los colaboradores, de allí la noción clásica de trabajo y capital. Ambos

colaboran adquiriendo insumos de los proveedores, hacia atrás en la cadena de valor, y

transformándolos en bienes útiles para los clientes, adelante en dicha cadena. Los

gobernantes aportan un marco institucional, legal y estructural para que este proceso se lleve

a efecto de la mejor manera posible.

De acuerdo con Coase, si la producción pudiese resolverse con base en intercambios

simples habría largas cadenas de transacciones individuales pero no empresas. Llega un

momento en que los nexos entre diversos participantes han de formalizarse en relaciones

contractuales de mayor alcance, necesidad que explica el surgimiento de las empresas. Por

esta razón, una empresa surge debido a que resulta cotoso operar exclusivamente con base

en mecanismos de precios.12

En síntesis, podemos concebir a la empresa como una creación común donde participan por

una parte los propietarios, que aportan capital, y por otra los colaboradores, que aportan

trabajo. Enseguida la conforman los proveedores, que proveen insumos, y los clientes, que

consumen el producto. Por último participan las autoridades, que aportan seguridad, orden e

infraestructura a cambio de tributos.

Esta concepción de la empresa como grupo conformado por cinco participantes se sostiene

en dos argumentos: uno contractual y otro financiero. De acuerdo con el argumento

contractual, en toda relación de intercambio existe un contrato implícito donde alguien paga

una cantidad a cambio de un servicio, insumo o contraprestación. Sólo en estos cinco

géneros de relación existe un contrato y por tanto un deber o reclamo de justicia derivado

directamente del involucramiento en la operación de la empresa. Cualquier otro efecto o

reclamo constituye lo que los economistas llaman una externalidad y proviene del entorno de

la empresa.

Por otra parte, el argumento financiero consiste en que los bienes económicos que produce

la empresa se miden por el dinero. Para este efecto, el instrumento que mide en dinero las

operaciones realizadas dentro de un intervalo de tiempo es el estado de resultados. En forma

sucinta, el estado de resultados se divide en cinco cuentas mayores: las ventas, el costo de                                                                                                                          12 Oliver, E. Williamson y Sidney, G. Winter. The Nature of the Firm. Origins, evolution and development (New York: Oxford University Press, 1991), pag 3-4.

ventas, los gastos de operación, los impuestos y las utilidades. Este instrumento es un

resumen aritmético del dinero habido por la empresa, así como de la manera como lo ha

gastado y de cuánto quedó para fines de reinversión o reparto.

Cada una de las cinco cuentas antes mencionadas se origina en los actos de un grupo de

participantes. Así, los clientes adquieren los productos y generan los ingresos por ventas; los

proveedores aportan diversos insumos y representan buena parte del costo de ventas; los

colaboradores conforman el personal de la empresa y representan una porción importante de

los gastos de operación; las autoridades reciben y administran los tributos y, finalmente, los

propietarios aportan capital y tienen derecho a disponer del dinero remanente.

Los cinco participantes admiten distintas clasificaciones, como muestra la tabla:

Estos cinco grupos de personas participan en la generación de bienes económicos, por lo

que la armonía en sus interacciones puede multiplicar los resultados económicos de la

empresa. Por ejemplo, un consumidor satisfecho aumenta las ventas; un proveedor

comprometido disminuye el costo de ventas; un colaborador motivado aumenta la

productividad de los gastos de operación; el pago de tributos faculta a la autoridad para crear

un entorno favorable a la inversión; finalmente, un propietario satisfecho busca reinvertir en

la empresa y fortalecerla.

¿Son lo mismo participante y stakeholder?

El concepto de stakeholder incluye a terceros que no participan en la riqueza producida por

la empresa. Para entrar en esta categoría, basta que un actor externo se interese en la

operación de la empresa o que sea afectado por ella. El concepto de participante tiene un

sentido distinto, pues permite transitar hacia la noción de una comunidad-empresa

conformada por quienes realmente producen los bienes económicos.

La diferencia entre stakeholder y participante es sustancial porque, en tanto que el

stakeholder es el «otro» afectado por la empresa, opuesto al propietario (shareholder), la

noción de participantes comprende a quienes «son» la empresa, en tanto entablan las

relaciones económicas que la sostienen. En la práctica, cada empresa define a su manera

quiénes son sus stakeholders, pensando en quiénes podrían resultar afectados por la

empresa o podrían afectarla. Sin embargo todas las empresas comparten los mismos cinco

participantes en la riqueza que generan.

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Se puede argumentar que algunos participantes no se conciben a sí mismos como parte

integrante de una empresa, es decir, no hay una conciencia real de ser un «nosotros». Por

ejemplo, un consumidor no se considera parte de una empresa por el sólo hecho de adquirir

uno de sus productos. Con todo, la noción de «parte» se refiere aquí a «participación en»,

sin ser requisito que exista conciencia explícita de formar «parte de». La suma de

consumidores que adquieren los productos de una empresa son tan importantes que dicha

empresa no existiría sin ellos. En cada acto de compra existe una relación contractual

basada en una transacción económica.

Identificar los linderos que definen a una empresa es una tarea compleja. Podemos ver a la

empresa como un sistema a su vez conformado por subsistemas, siendo ella misma un

subsistema dentro de sistemas de mayor calibre, por lo que es necesario dibujar con

precisión sus fronteras. Para delimitar dónde comienza y dónde termina una empresa, la

mayoría de los autores recurren a nociones relativamente simples de propiedad y de

control.13

Una empresa multinacional que ha desarrollado un concepto avanzado de stakeholders es

Unilever. Considera como stakeholders a sus clientes, empleados, proveedores e

inversionistas y gobiernos, así como a las comunidades locales, las organizaciones sin fin de

lucro, académicos y ciudadanos interesados en la empresa. Afirma, en uno de sus reportes

anuales: «Nuestro éxito depende de que sostengamos relaciones sanas con un amplio

espectro de personas y organizaciones que tienen interés (stake) en la empresa».14

Unilever parece estar constituida por un grupo de administradores, para quienes los clientes,

proveedores, empleados, autoridades y propietarios son otros grupos cuyos intereses han de

ser reconocidos y considerados. Una empresa no es un grupo de administradores

responsable de conciliar intereses diversos, sino que la empresa «es» todos estos intereses

en juego.

No se advierte en los administradores una postura en el sentido de ser «portavoces de

quienes conforman esta empresa». Podemos ver que es una relación de corte «yo-tú”, donde

el «yo» es «la empresa« (los administradores) y el «tú» son todos los demás. No es esta una

relación incluyente basada en un «nosotros». En cambio, el modelo de cinco participantes

permite hablar de la empresa en el sentido de un «nosotros»: los cinco grupos que

participamos en esta empresa concreta. Este esquema abre un escenario nuevo para una

reflexión ética sobre la empresa.

Interlocutores de la empresa

                                                                                                                         13 Louis Putterman y Randall, S. Kroszner. The Economic Nature of the Firm (UK: Cambridge University Press, 1996), pág. 8 14 Unilever, Sustainable Development 2007: Introduction & Our business and impacts.. www.unilever.com

Existen otros grupos humanos interesados en la actuación de la empresa, además de los

cinco participantes en la riqueza que produce. Ejemplo de estos terceros interesados son las

organizaciones civiles, la academia, los medios de comunicación o los vecinos afectados por

la operación de una fábrica, o quienes denuncian una campaña publicitaria.

Estos grupos interesados son, dentro de la nomenclatura aquí propuesta, solamente

interlocutores de la empresa. El término interlocutores equivale a stakeholders, pues incluye

a todos los interesados o afectados, entre ellos los participantes mismos.

Los interlocutores entablan una especie de diálogo social sobre el papel de la empresa, y

sostienen debates sobre la conducta de alguna empresa en particular. En inglés se emplea

el término practitioner para designar a los directores o administradores interesados en el

discurso sobre la responsabilidad empresarial. Su perspectiva es pragmática y orientada a

los resultados económicos, en contraste con el interés teórico de los académicos, también

denominados «especialistas» o «autores». Por su parte a los interlocutores gubernamentales

se les ha identificado como «reguladores» (en inglés regulators). Finalmente se ha

denominado «activistas» a los interlocutores de la sociedad civil que abanderan una causa y

ejercen presión social, sobre todo a través de los medios de comunicación. Todos ellos

conforma la comunidad, considerada en ocasiones un stakeholder más. También se ha

considerado stakeholder a los medios de comunicación. Los comunicadores suelen ser

interlocutores de peso, aunque constituyen un instrumento al servicio de los grupos ya

mencionados.

Los consumidores y los trabajadores son, ante todo, participantes en las empresas, aunque

también entablan un diálogo en su calidad de interlocutores cuando se agrupan como

activistas o adoptan una postura sindicalizada. En el cliente encontramos al interlocutor más

importante de la empresa. Cada decisión de compra envía mensajes de aprobación a cierta

empresa y desaprobación a muchas otras. El consumo informado constituye una vía poco

aprovechada para reformar la conducta de las empresas, incluyendo la denominada

«inversión ética».15

Clientes

La empresa nace para satisfacer una necesidad, momento en que cobra vida el cliente cuya

necesidad satisface. A diferencia del proveedor, que es elegido por la empresa, es el cliente

quien elige a la empresa como proveedora. El cliente encarna el fin económico de la

                                                                                                                         15 La inversión ética, también llamada inversión sustentable, socialmente responsable o incluso «verde» es una tendencia que crece en años recientes conforme aumentan los fondos de inversión que abanderan ciertas causas, por ejemplo la sustentabilidad, la conservación ambiental, el gobierno corportativo, los derechos humanos o la justicia social. Aspiran a atraer inversionistas que ven en estos criterios una manera de mejorar la conducta de las empresas y también de invertir con menores riesgos en empresas que han demostraro un alto grado de responsabilidad.

empresa, pues a los propietarios, colaboradores y proveedores los une el propósito común

de satisfacerlo.

Es verdad que entre un cliente y una empresa puede haber una relación efímera, reducida al

acto aislado y anónimo de comprar un producto por única vez. No obstante, con ese acto

ingresa dinero al flujo financiero que da forma a la empresa. Sin este flujo la empresa no se

justifica ni subsiste: simplemente no existe.

Por producción o intercambio en un marco justo se entiende, interpretando a John Rawls,

aquél que un vendedor estaría dispuesto a aceptar si fuese el comprador. Dicho de otra

forma, quien no se disponga a comprar lo que vende no tiene por qué esperar que su cliente

lo haga.16

Una empresa está comprometida con su cliente cuando evita pensar en una transacción

calculadora y anónima, sino en una relación personal con alguien que posee derechos y

necesidades. En una relación como esta existe interés, pero también compromiso. Este

compromiso implica que la relación se sustenta en la persona y no en el objeto

intercambiado. Para que exista compromiso, el bien intercambiado debe ser conveniente

para quien lo consume.

Son incontables los bienes que fabrican las empresas, e igualmente numerosos los

beneficios y los perjuicios que pueden acarrear. Con frecuencia el bien económico que

produce la empresa no es un bien moral, una vez contabilizados sus efectos en los órdenes

de la salud física y mental, del medio natural o de la cultura.

Es común producir y vender objetos transformados, de antemano, en bienes superfluos,

cuyos atributos se vinculan con apetitos humanos como el deleite por la envidia ajena. Es el

vendedor quien sugiere un motivo al comprador, y no el más noble. No podemos decir que

falte a la justicia, pues el comprador es libre de aceptar o no el señuelo que se le ofrece.

Pero tampoco podemos afirmar que el bien propuesto contribuya a crear una mejor persona

y una mejor sociedad. Resulta claro que hay categorías en la medida en que el producto

incide positivamente en el fin último del consumidor.

Quizá convenga clasificar los bienes que producen las empresas, sin demeritar a ninguno y

considerando que todos ellos son bienes, pero algunos son más bienes que otros. Como

aproximación inmediata, esta clasificación podría distinguir entre los bienes necesarios, que

contribuyen a sostener la vida humana o a dotarla de cierta dignidad; los bienes culturales,

que procuran belleza y goces intelectuales o estéticos; los bienes deleitables, que procuran

placeres corporales o de descanso y esparcimiento; finalmente los bienes superfluos, que

por innecesarios o caros son más propios de compradores con alto poder adquisitivo. Es

                                                                                                                         16 John Rawls, filósofo célebre dentro del liberalismo político desarrolló el concepto de justicia como equidad. Su teoría política propone dos principios para entablar relaciones justas, basados en la noción de posición original y el velo de ignorancia.

claro que algunos bienes encajan en más de una categoría, pero esta breve clasificación

induce a reflexionar sobre el abanico abierto de las necesidades humanas.

Una empresa colabora con la sociedad cuando resuelve una necesidad. Pero es aún más

meritorio si, además de colaborar, se compromete con la comunidad porque contribuye a

construir una sociedad mejor. Entre ambos niveles, el de colaboración y el de compromiso,

existe una diferencia de grado. Es una diferencia abismal en términos de estatura moral.

Toda empresa elige el grado en que ha de constituirse ella misma en un bien moral.

También un cliente colabora con la empresa cuando elige el producto que esta le ofrece. Se

compromete con ella cuando, además de elegir un producto, simpatiza con la empresa y

como resultado le brinda cierta lealtad.

Es a través de la innovación como la empresa alcanza la excelencia en su colaboración con

la sociedad. Cuando la innovación contribuye a crear un mejor mundo o una mejor sociedad,

existe un compromiso con la comunidad. Para resolver los problemas más agudos es

necesario encontrar ideas nuevas. Este es el mayor valor social que aporta la empresa, sin el

cual seguiríamos recurriendo a curanderos, trasladándonos a pie o montando bestias. La

capacidad inventiva de las empresas contribuye a expandir la cultura y coloca, uno a uno, los

ladrillos que construyen una civilización.

No es requisito que la empresa realice un hallazgo revolucionario para ser innovadora. Rara

vez se produce la innovación como un fogonazo de luz, semejante al descubrimiento de la

bombilla eléctrica por parte de Tomás Alba Edison. La innovación suele consistir en una serie

concatenada de pequeñas mejoras en los procesos o los productos. Toda empresa ha de

buscar siempre mejores formas de hacer lo acostumbrado. En este proceso de mejoramiento

constante radica una de las principales virtudes de la empresa y su mayor fortaleza. En la

relación entre la empresa y su cliente, sólo aquella empresa dotada de un espíritu de

mejoramiento constante contribuye a crear una sociedad mejor.

En síntesis, tres son los elementos que permiten a la empresa relacionarse con sus clientes

en un marco de justicia: contribuir al fin del cliente entendido como persona; no vender

aquello que no se estaría dispuesto a comprar y buscar una mejora continua en calidad y

costos, procesos y productos. Desde una óptica socio-política, la innovación de ruptura que

resuelve necesidades apremiantes constituye una virtud del sistema empresarial que

requiere cuidado y estímulos diversos, en las universidades, en los laboratorios, incentivos

fiscales, premios, financiamientos…

En el mundo han surgido diversas asociaciones de protección para consumidores, como

aquellas que promueven el comercio justo, las que proponen normas para publicidad o para

el etiquetado de los productos, o normas de calidad y seguridad, las que realizan

investigaciones sobre efectos secundarios o perjudiciales de los productos y otras más.

Por último, un consumo informado y consciente del valor moral de los bienes que adquiere

enviaría señales muy poderosas a las empresas y podría influir decididamente en su

conducta.