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NOTAS DE LITURGIA: LA SEMANA SANTA CELEBRACIÓN DOLOROSA DE LA REDENCIÓN Semana Santa y Semana Mayor llama la liturgia a la última semana de Cuaresma, porque en ella se conmemoran los misterios más santos y más augustos de nuestra religión. Son días de luto, pero de un luto consolador y reconfortante, pues ellos recuerdan la muerte ignominiosa del Redentor, y por ella nuestra Redención. ¡Cuán al vivo nos pintan los oficios de estos días la perversidad y la ingratitud de los hombres para con Dios, y la mansedumbre y el amor entrañable de Jesús para con la humanidad! Hay ceremonias en esta Semana como para conmoverse y llorar, ora de alegría, ora de conmiseración. Recorrámoslas rápidamente, aunque sólo sea para formarnos una idea general del bello panorama que la Iglesia va a ofrecer a la vista de sus hijos. Domingo de Ramos Antes de prestarse a ser crucificado, Jesucristo desea ser proclamado Rey por el mismo pueblo deicida, y por eso entra hoy triunfante en Jerusalén. La liturgia de ese día es una mezcla de alegría y de tristeza. Hay que notar en ella tres particularidades: a) la bendición de los ramos; b) la procesión, y c) la Misa.

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NOTAS DE LITURGIA: LA SEMANA SANTA

CELEBRACIÓN DOLOROSA DE LA REDENCIÓN

Semana Santa y Semana Mayor llama la liturgia a la última semana de Cuaresma, porque

en ella se conmemoran los misterios más santos y más augustos de nuestra religión.

Son días de luto, pero de un luto consolador y reconfortante, pues ellos recuerdan la muerte ignominiosa del Redentor, y por ella nuestra Redención.

¡Cuán al vivo nos pintan los oficios de estos días la perversidad y la ingratitud de los hombres para con Dios, y la mansedumbre y el amor entrañable de Jesús para con la humanidad!

Hay ceremonias en esta Semana como para conmoverse y llorar, ora de alegría, ora de

conmiseración. Recorrámoslas rápidamente, aunque sólo sea para formarnos una idea general

del bello panorama que la Iglesia va a ofrecer a la vista de sus hijos.

Domingo de Ramos

Antes de prestarse a ser crucificado, Jesucristo desea ser proclamado Rey por el mismo pueblo

deicida, y por eso entra hoy triunfante en Jerusalén.

La liturgia de ese día es una mezcla de alegría y de tristeza. Hay que notar en ella tres particularidades:

a) la bendición de los ramos;

b) la procesión, y

c) la Misa.

a) La bendición de los ramos.

Precede a la Misa, con la que, a primera vista, se confunde; pues tiene, como ella: Introito, Colecta, Epístola, Gradual, Evangelio, Prefacio y Sanctus, a continuación del cual vienen, en

lugar del Canon, las oraciones de la bendición.

Una vez benditos los ramos, el celebrante los rocía con agua bendita y los inciensa, y al compás

del canto de las antífonas Pueri hebræorum, que recuerdan los vítores de los niños hebreos, se hace la distribución. Al recibirlo, los fieles han de besar el ramo y la mano del sacerdote.

b) La procesión.

Acabada la distribución, se forma y desfila la procesión, que semeja un paseo triunfal. Es de origen muy antiguo y una como continuación de la que, ya en el siglo IV, se realizaba en

Jerusalén, con asistencia de toda la ciudad y de los mismos monjes de la Laura de Pharan, y

presidida por el Obispo, quien, para mejor representar a Nuestro Señor, cabalgaba montado en un jumento.

Todos los que toman parte en la procesión, llevan en sus manos las palmas o ramos benditos, y

los cantores entonan cánticos alusivos al triunfo de Jesucristo.

Al llegar, de regreso, a las puertas del templo, la comitiva las encuentra cerradas. Se detiene

ante ellas, y oye que en el interior voces infantiles entonan un himno, cuyo estribillo repiten los de afuera, como entrelazándose en un porfiado diálogo en alabanza de Cristo Rey. Es el célebre

himno “Gloria, laus...”

Terminado el himno, el Subdiácono pide la entrada en el templo para él y para toda la comitiva,

golpeando la puerta con la Cruz procesional, y los de adentro los reciben al son de nuevos cánticos.

Este rito representa la entrada de Jesucristo en el Cielo, cuyas puertas, cerradas por el pecado, tuvo Él que abrirlas por virtud de la Santa Cruz, siendo recibido por los Ángeles al son de

músicas y cánticos.

c) La Santa Misa.

Con la procesión se extingue la nota alegre y triunfante de este día, y se apodera del templo y

de los oficios litúrgicos un sentimiento de profundo dolor. Éste llega a su colmo en el canto de la historia de la Pasión según San Mateo, que reemplaza al pasaje acostumbrado del Evangelio.

Los fieles están de pie y con las palmas y ramos benditos en las manos, como para vitorear a

Cristo mientras los judíos lo escarnecen. Al anunciar el Cronista la muerte del Señor, el clero y

los fieles se prosternan en tierra, por breves instantes, para adorar al Redentor.

Lunes Santo

Jesús, que el Domingo de Ramos por la tarde se retiró a Betania al castillo de sus amigos,

vuelve hoy de madrugada a Jerusalén, en cuyo camino maldice a la higuera estéril y es asediado a preguntas insidiosas por sus enemigos. Por la tarde regresa de nuevo al castillo.

La liturgia de este día no ofrece ninguna particularidad.

Martes Santo

Nueva visita de Jesús al templo de Jerusalén, acompañado por sus discípulos. En el camino

contempla la higuera seca, y el Maestro aprovecha la ocasión para insistir sobre la necesidad de la fe. En el templo se le acercan sus enemigos para provocarlo, y Él les expone la parábola de

los viñadores y les responde a diversas preguntas. Toma algunas providencias para la próxima Pascua, y se retira a Betania.

La única particularidad de la liturgia de hoy es el canto, en la Misa, de la historia de la Pasión, según San Marcos, con los mismos ritos que el domingo, menos el uso de las palmas.

Miércoles Santo

El apóstol Judas trata hoy la venta de su Maestro, y los primates del pueblo discurren en el Sanhedrín sobre la manera de hacerlo prisionero. ¡Ya comienza el gran drama, ya se inician los

misterios!

En la Misa, antes de la Epístola reglamentaria, se intercala una lectura del profeta Isaías, que

antiguamente estaba dirigida a los catecúmenos que celebraban hoy el sexto escrutinio. En lugar del Evangelio se canta la historia de la Pasión según San Lucas, en la misma forma que el

domingo y el martes.

Oficio de Tinieblas

El oficio de Tinieblas no es otra cosa que los Maitines y Laudes del Jueves, Viernes y Sábado

Santo.

El Oficio del Jueves recorre la Pasión entera del Señor; y el del Viernes insiste sobre su Muerte

y su larga Agonía; y el del Sábado celebra sus Exequias y su Sepultura.

Las características de este Oficio son salmos, antífonas y responsorios lúgubres y lamentables,

ningún himno, ninguna doxología; tonos severos y sin acompañamiento de ningún instrumento

músico; altares desnudos y con velas amarillas; al fin, casi absoluta oscuridad, y el canto grave

del Miserere.

El conjunto literario es de lo más bello y sublime que atesora la Liturgia, y lo mismo podemos

decir de la parte musical.

Las Lecciones del I Nocturno están sacadas de los Trenos o Lamentaciones de Jeremías, por

cuya boca deplora la Iglesia, con acentos desgarradores, la ruina y desolación de Jerusalén, es decir, de la humanidad prevaricadora; y para imprimir a sus quejas un sentimiento más hondo y

penetrante, ha revestido la letra de estos trenos con una melodía plañidera.

Durante estos oficios, hay en el presbiterio un tenebrario o candelabro triangular con quince

velas escalonadas de cera amarilla, las cuales se van apagando una tras otra al fin de cada salmo de Maitines y Laudes, empezando por el ángulo derecho inferior, quedando encendida

solamente la más alta.

Mientras se canta el Benedictus se apagan también las velas del altar, y el templo queda casi en

completa oscuridad, máxime cuando, durante el Miserere final, a la única vela encendida del tenebrario se la oculta detrás del altar.

Terminado el Miserere, el clero y los fieles producen un leve ruido de libros, que cesa repentinamente al aparecer la luz del cirio oculto detrás del altar.

Todos estos detalles un tanto dramáticos tienen su significado.

El apagamiento sucesivo de las velas del Tenebrario y del altar, recuerda el abandono y

defección casi general de los discípulos y amigos del Señor, al tiempo en que era atormentado

por los judíos.

La única vela encendida representa a Jesucristo. Se le oculta tras el altar, para significar su

sepultura y su desaparición momentánea de este mundo, reapareciendo con nuevo brillo el día de su Resurrección.

El ruido final imita las convulsiones y trastornos que sobrevinieron a la naturaleza en el trance

de la muerte del Salvador.

Jueves Santo

Jueves Santo, con su única Misa pero solemnísima y con las visitas al Monumento, nos obliga a

no pensar en nada más que en la institución del Santo Sacrificio de la Misa y del Sacerdocio.

Es un día medio de gozo, medio de tristeza: de gozo, por la rica herencia que nos deja Jesús en

testamento al morir; de tristeza, porque se oculta a nuestra vista el Sol de Justicia, Jesucristo, y empieza a invadirlo todo el espíritu de las tinieblas.

Antiguamente, en la mañana de ese día, había tres grandes funciones litúrgicas, que se celebraban en tres misas diferentes: la Reconciliación de los penitentes, la Consagración de los óleos, y la conmemoración de la Institución de la Eucaristía.

En la actualidad, la liturgia del Jueves Santo se reduce en las parroquias y capillas:

a) a la Santa Misa;

b) a la procesión al Monumento;

c) al despojo de los altares, y rezo de las Vísperas.

d) el Mandato o lavatorio de los pies.

Donde tenga lugar, se realiza con extraordinaria pompa la bendición y consagración de los santos óleos, efectuada por el Obispo, acompañado por doce Sacerdotes, siete Diáconos y siete

Subdiáconos, revestidos con los correspondientes ornamentos.

a) La Santa Misa.

Solamente hay una en cada iglesia. Los ministros y la cruz del altar están revestidos de

ornamentos blancos, en honor a la Eucaristía.

Como en los días de júbilo, se empieza por tañer el órgano y cantar el Gloria, durante el cual se echan a vuelo las campanas de la torre y se tocan las campanillas del altar, enmudeciendo en

señal de duelo todos esos instrumentos desde este momento hasta el Gloria de la Misa del

Sábado Santo.

Prosigue la Misa en medio de cierto desconsuelo producido por el silencio del órgano. En ella se suprime el ósculo de paz, por temor de recordar el beso traidor con que Judas entregó tal día

como hoy a su Maestro.

b) Procesión al Monumento.

Terminada la Misa, se organiza una procesión para llevar al Monumento el Santísimo

Sacramento, que reposará allí hasta mañana, y recibirá entretanto las visitas de los fieles que

acudirán al templo.

El Monumento es simplemente un altar lateral de la iglesia, lo más rica y artísticamente adornado que sea posible, y con un sagrario colocado a cierta altura.

c) El despojo de los altares.

A la procesión sigue el rezo llano y grave de las Vísperas, después de las cuales el celebrante y

sus ministros despojan los altares de todo el ajuar, dejándolos completamente desnudos hasta el Sábado Santo, para anunciar que hasta ese día queda suspendido el Sacrificio de la Misa.

Al mismo tabernáculo se le desposee de todo y se le deja abierto, para dar todavía mayor

impresión del abandono total en que va a encontrarse Jesús en medio de la soldadesca.

d) El lavatorio de los pies.

El lavatorio es un acto solemne de humildad con que el pastor de los fieles imita al que en la

tarde del Jueves Santo realizó Nuestro Señor con sus discípulos, antes de comenzar la Cena,

una promulgación anual del gran mandato de la caridad fraterna formulado por Él al tiempo de partir de este mundo para el Cielo.

Viernes Santo

El Viernes Santo, hablando en lenguaje litúrgico, amanece sombrío y melancólico, como

barruntando algo siniestro que en él va a suceder.

Jesús ha pasado la noche entre la chusma, siendo el escarnio de la soldadesca, acosada, se

diría, por el mismísimo Satanás.

Azotado y escupido, desollado y coronado de espinas y cargado con el pesado madero, el divino Nazareno atraviesa las calles de Jerusalén. Va al Calvario a extender sus brazos y a abrir sus

labios para abrazar y besar con un solo ademán a toda la humanidad.

La naturaleza lo ve, y se horroriza; y anochece el día lo mismo que había amanecido, sombrío y

melancólico.

Por lo mismo la liturgia de esta dolorosa jornada se celebra toda ella en la penumbra y con todo

el aparato fúnebre: pocos cirios y amarillos, ornamentos negros, cantos lúgubres, matracas,

improperios o quejas de amargura...

“La Misa de hoy ni tiene principio ni fin; porque el que es principio y fin padeció hoy tan amarga Pasión. Ninguna hostia se consagra; porque el Hijo de Dios estaba hoy en el ara de la Cruz

consagrado. Caemos en tierra de rodillas, adorando y besando la Cruz, porque se te recuerde que tu Redentor se inclinó cuando la Cruz estaba tendida en el suelo, abriendo aquellos

sagrados y delicados brazos y manos, para que se las enclavasen, y enclavado, fue en la Cruz

elevado en el aire...”

En tres partes pueden distribuirse los oficios matutinales de hoy:

a) las lecturas y oraciones;

b) el descubrimiento y adoración de la Cruz, y

c) la Misa de presantificados.

a) Lecturas y oraciones.

El altar está del todo desnudo, y las velas apagadas. Los ministros sagrados, al llegar al

presbiterio, se postran completamente en tierra, en cuya posición humilde permanecen unos

minutos, durante los cuales los acólitos cubren con un solo mantel la mesa del altar.

No hay palabras, cánticos ni gestos que puedan expresar más intensamente el abatimiento que embarga hoy a la Iglesia a la vista de Jesús Crucificada Este silencio aterrador y esta larga

postración, adorando y condoliendo al Divino Redentor, es el primero, y quizás el más

elocuente, de los ritos de hoy.

Puestos de pie los ministros, se canta, sin título ni anuncio de ninguna clase y en tono de profecía, un pasaje del profeta Oseas proclamando la próxima resurrección y triunfo del

Crucificado, al que sigue un tracto y una colecta, haciendo resaltar, en esta última, el contraste

entre el castigo de Judas y el premio del buen Ladrón.

Una segunda lectura, tomada del Éxodo, relata las circunstancias con que los israelitas

sacrificaban y comían el Cordero pascual.

Por fin, se canta la historia de la Pasión, según San Juan, en la misma forma que los días

anteriores.

Concluida la Pasión, se canta una serie de Oraciones.

De nadie se olvida la Iglesia en este día de perdón universal, incluso reza por la conversión de

los herejes; por los pérfidos judíos, “para que Dios levante el velo que cubre su corazón y así

también ellos conozcan a Jesucristo”, y por los paganos.

A cada oración precede un anuncio solemne de la misma y, para mover más a Dios, una genuflexión general de toda la asamblea.

En la oración por los judíos se omite la genuflexión para no recordar la que por befa hicieron ellos delante de Jesús vestido de púrpura y coronado de espinas; ni tampoco se usa del canto

sino sólo de un recitado a media voz.

El texto de estas oraciones y el modo de hacerlas son antiquísimos, y recuerda el tenor de las usadas en las primeras reuniones religiosas.

b) Descubrimiento y adoración de la Cruz.

Se celebraba en Jerusalén, en la capilla de la Santa Cruz, la adoración del Lignum Crucis, por el Obispo, el clero y todos los fieles. Para satisfacer la piedad de todos los cristianos del mundo,

esta devoción pasó de Jerusalén a algunas iglesias privilegiadas, y por fin, a todas las de la

cristiandad.

Como el Crucifijo está tapado desde el sábado anterior al Domingo de Pasión, el celebrante empieza por descubrirlo, en esta forma: se despoja de la casulla, en señal de humildad, y

tomando el Crucifijo lo descubre en tres veces: la primera vez, la parte superior, cantando en

voz baja la antífona Ecce Lignum Crucis, al mismo tiempo que la muestra al pueblo; la segunda, la cabeza, cantando en tono más elevado; y la tercera, todo lo restante del Crucifijo, cantando

ya a plena voz, y desde el medio del altar.

Parece ser que con este descubrir progresivo de la Cruz y la elevación, por tonos, de la voz, quiere significar la Liturgia la triple etapa porque pasó la predicación del misterio de la Cruz: la

primera como al oído, tímidamente, y sólo entre los adeptos del Crucificado; la segunda, ya después de Pentecostés, pública y varonilmente, y a todos los judíos; y la tercera, a todo el

mundo y con toda la fuerza de la palabra.

La adoración la hacen todos los fieles, empezando el celebrante y el clero; éstos, en señal de

humildad, con los pies descalzos. Antes de acercarse a la Cruz, hacen todos, a convenientes distancias, tres genuflexiones de ambas rodillas; en la última, la adoran besándola.

Entre tanto los cantores cantan con conmovedoras melodías el Trisagio, en griego y en latín; los Improperios o reproches amargos de Dios al ingrato pueblo judío, y, en su persona, a los malos

cristianos de todos los siglos; y el hermoso himno de Fortunato Pange Lingua, en honor de la Cruz.

En adelante la Cruz presidirá los oficios religiosos y, como un homenaje singular, al pasar

delante de ella se la saludará con una genuflexión.

c) Misa de presantificados.

Al final de la adoración de la Cruz, se encienden las velas del altar, se extiende sobre él el

corporal, y se organiza una solemne procesión al Monumento para buscar el Santísimo Sacramento.

Se celebra el rito que el Misal denomina Misa de presantificados y los antiguos llamaban Misa seca, porque en ella no hay consagración, sino solamente comunión con la Hostia previamente

consagrada. El recuerdo del Sacrificio sangriento del Calvario embarga hoy de tal modo a la Iglesia, que renuncia a la inmolación incruenta de cada día.

A continuación se rezan las Vísperas en tono lúgubre, y los fieles se entregan a la meditación de la Pasión y Muerte del Señor y Soledad de María.

En Hispanoamérica existe la costumbre de la prédica del Sermón de Soledad.

Sábado Santo

Jesús ha pasado toda la noche y pasará también todo el sábado en el sepulcro, custodiado por

los soldados, sobornados por el Sanedrín para testificar contra su Resurrección.

La Iglesia está hoy toda absorta en ese hecho, y todo el día del sábado lo dedica a conmemorar

y venerar la muerte y sepultura del Redentor, a las que alude todo el Oficio del día.

Tal debe ser también la preocupación de los fieles por todo el Sábado Santo: meditar y venerar la sepultura del Redentor, preparando sus corazones para la celebración pascual.

En este Santo día, el Sepulcro de Nuestro Señor Jesucristo concentra la atención de sus fieles

discípulos.

El Cuerpo Sacrosanto del Redentor descansa en la sepultura; su Bendita Alma ha ido a visitar a

los justos que esperaban en el Limbo el día de la Redención, y ahora aguardan la hora de la Resurrección gloriosa de su Rey, para formar el cortejo del Señor y acompañarlo a la gloria.

Esta actitud de santa espera es también la propia del cristiano fiel en Sábado Santo.

Permanezcamos junto al Cuerpo exánime del Rey de la Vida, que con su martirio venció nuestra

muerte, y con su resurrección restaurará nuestra vida.

Mientras los guardianes del sepulcro velan el sagrado tesoro por miedo a que nadie se acerque y lo robe, nosotros consolemos a la Madre Dolorosa, que en su triste soledad recuerda todos los

pormenores del martirio de su Hijo, de quien se ve separada.

Y luego rodeemos al Alma Sacratísima del Señor, para acompañarla en su visita al Limbo. Allí

seremos testigos del gozo de los Santos Padres y de sus cantos de gratitud. Felicitémosles y adoremos con ellos al Alma glorificada de Cristo, de cuya compañía no nos hemos de separar,

para poder salir con ella del sepulcro de nuestros vicios.

Vigilia Pascual

La Santa Liturgia nos proporciona dos símbolos de la Resurrección esperada. El Sábado Santo

no tiene Liturgia particular, salvo el canto del Santo Oficio.

La Iglesia llora triste su orfandad. Los oficios comienzan al atardecer, para sorprender la hora

de la Resurrección.

La Vigilia Pascual comprende las siguientes partes:

1ª) La Bendición del Fuego Nuevo y del Incienso.

2ª) la introducción de la Luz Nueva en el templo y el canto del Exultet, con la bendición del Cirio Pascual.

3ª) La lección solemne de las Profecías.

4ª) La bendición del Agua Bautismal y el canto de las Letanías.

5ª) La Misa de la vigilia y Resurrección de Nuestro Señor.

En las cuatro primeras partes se simboliza la Resurrección: la de Cristo y la nuestra; en la

quinta presenciaremos ya tan gozoso espectáculo.

1ª) La Bendición del Fuego Nuevo y del Incienso

El primer rito a realizarse es la Bendición del Fuego Nuevo, cuya luz debe iluminar la función

durante toda la noche.

Conforme a una información dada por el Papa San Zacarías en una carta a San Bonifacio, arzobispo de Maguncia, en el siglo VIII, se encendían tres lámparas con este fuego. Era de

estas lámparas que se tomaba la luz para la noche del Sábado Santo.

El significado de este uso simbólico, que sólo se practica este día en la Iglesia Latina, es tan

profundo como fácil de entender. Cristo dijo: Yo soy la luz del mundo; la luz material es, pues, la figura del Hijo de Dios.

Por lo tanto, es justo que este misterioso fuego, destinado a dar luz al Cirio Pascual, y más

tarde a todas las lámparas, incluso las del Altar, reciba una bendición especial, sea recibido

triunfalmente por el pueblo cristiano.

En la iglesia se han extinguido todas las luces; antiguamente, los fieles apagaban incluso el fuego en sus casas, antes de ir a la iglesia; y no se reavivaba en la ciudad sino por la

comunicación de este fuego que había recibido la bendición, y que luego era entregado a los

fieles como una promesa de la divina Resurrección.

No olvidemos señalar aquí un nuevo símbolo, no menos expresivo que los otros. La extinción de todas las luces en este momento representa la abrogación de la Ley Antigua; y la llegada del

Fuego Nuevo representa la publicación de la Nueva Ley que Jesucristo, luz del mundo, acaba de

hacer, para disipar todas las sombras de la Primera Alianza.

Además del Fuego Nuevo, la Santa Iglesia bendice también hoy cinco granos de Incienso. Este incienso representa los perfumes que Magdalena y las otras Santas Mujeres dispusieron para

embalsamar el Cuerpo del Redentor.

La oración para bendecirlo nos enseña la relación que tiene con la luz; al mismo tiempo que nos

instruye sobre el poder de estos elementos sagrados contra las insidias de los espíritus de las tinieblas.

Como el Fuego representa a Cristo, y como la tumba de Cristo, el lugar donde Él debe resucitar, se encuentra fuera de las puertas de Jerusalén, las Santas Mujeres y los Apóstoles tendrán que

salir de la ciudad para ir al encuentro de la resurrección.

Se bendice primero el Fuego por las siguientes oraciones:

Oh Dios, que por vuestro Hijo, la piedra angular, habéis iluminado en vuestros fieles el fuego de

vuestra caridad, santifica este fuego que hemos sacado de la piedra para que sirva a nuestros

propósitos; y concédenos durante estas fiestas pascuales, ser inflamados del deseo de los bienes celestiales, para que podamos, por la pureza de nuestros corazones, llegar a esta fiesta

eterna donde podremos disfrutar de una luz que no se apaga jamás.

Señor Dios, Padre Todopoderoso, Luz eterna y Creador de toda la luz, bendice este fuego, al

cual ya habéis dado el principio de la bendición, iluminando el mundo. Haz nacer un fuego que

nos caliente y nos ilumine con tu claridad; y como has conducido por tu antorcha a Moisés, cuando se encontraba en Egipto, dígnate iluminar nuestros corazones y nuestras mentes, para

que merezcamos llegar a la vida y la luz eterna.

Señor Santo, Padre Todopoderoso, Dios Eterno, bendecimos este fuego en tu nombre y en el

de tu Hijo, Nuestro Dios y Señor Jesucristo, y en el del Espíritu Santo; dígnate cooperar con nosotros, ayúdanos a rechazar los dardos inflamados del enemigo, ilumínanos con la gracia

celestial.

Entonces se bendice el Incienso, con esta oración dirigida a Dios:

Suplicámoste, oh Dios Todopoderoso, descienda sobre este Incienso una efusión abundante de

tu bendición y avives Tú, Regenerador invisible, esta luz que debe iluminarnos durante esta

noche: para que no sólo el Sacrificio que se te ofrece esta noche refulja participando misteriosamente de tu luz, sino que en todo lugar donde sea llevado algo de lo que

bendecimos, sean expulsados los artificios y la malicia del diablo, y que allí resida y triunfe el poder de tu divina Majestad.

2ª) la introducción de la Luz Nueva en el templo y el canto del Exultet, con la bendición del Cirio Pascual.

Después de estas oraciones, un acólito enciende una vela de las brasas del Fuego Nuevo; es

esta vela la que debe introducir la luz nueva en la iglesia.

Al mismo tiempo, el Diácono reviste una dalmática blanca. Este ornamento da alegría de razón

a la función de alegría que el Diácono cumplirá.

Entretanto, él toma en sus manos una caña, en cuya parte superior hay tres velas. Esta caña es

un recuerdo de la Pasión del Salvador y de la debilidad de la naturaleza humana, que Él ha asumido por la Encarnación.

Ella está coronada por tres velas para representar la Santísima Trinidad.

El cortejo sagrado entra en la iglesia. Tras unos pocos pasos, el Diácono inclina la caña, y el acólito enciende con la luz nueva una de las tres velas.

Elevando en el aire la luz que ha recibido, canta con un tono de voz normal:

Lumen Christi

Todos responden:

Deo gratias

El Diácono se pone de rodillas, y todos imitan su ejemplo.

Esta primera ostentación de la luz proclama la divinidad del Padre que nos ha manifestado Nuestro Señor Jesucristo.

El cortejo avanza. El Diácono inclina una segunda vez la caña y el acólito enciende una segunda

vela. El Diácono observa las mismas ceremonias, como la primera vez, y canta en un tono más

elevado:

Lumen Christi

Todos responden:

Deo gratias

El Diácono se pone de rodillas, y todos imitan su ejemplo.

Esta segunda exposición de la luz anuncia la divinidad del Hijo, que se manifestó a los hombres

por la Encarnación, y les reveló su igualdad de naturaleza con el Padre.

Se levantan todos y el cortejo llega al Altar. El Diácono inclina una tercera vez la caña, y el acólito enciende la tercera vela. A continuación, el Diácono canta una última vez, pero en un

tono de voz aún más solemne:

Lumen Christi

Todos responden:

Deo gratias

El Diácono se pone de rodillas, y todos imitan su ejemplo.

Esta tercera manifestación de la luz proclama la divinidad del Espíritu Santo, que nos fue

revelado por Jesucristo, cuando Él dio a sus Apóstoles el precepto solemne de enseñar a todas

las naciones y bautizarlas en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.

Por lo tanto, es por el Hijo, que es la luz del mundo, que los hombres han conocido la Trinidad

gloriosa, que la vela de tres ramas debe recordar el misterio durante toda esta función sagrada.

Este es el primer empleo del Fuego Nuevo: anunciar el esplendor de la Trinidad divina. Ahora se utilizará para la gloria del Verbo Encarnado, dando complemento a su hermoso símbolo, que

ahora debe atraer nuestra atención.

2ª) La bendición del Cirio Pascual

La preciosa pieza litúrgica (el Exsultet) con que se bendice el Cirio Pascual nos da abundante tema de meditación.

Léela pausadamente, alma cristiana, y aprópiate sus sentimientos.

El Diácono se levanta y se dirige al púlpito. Los clérigos que llevan la caña con las tres velas y los cinco granos de incienso, lo acompañan. Frente al púlpito se levanta una columna coronada

por otra de cera: es el Cirio Pascual.

La iglesia ha preparado, para brillar con esplendor durante la Vigilia, una antorcha de mayor

peso y tamaño que todas las que se encienden en otras solemnidades.

Esta antorcha es única; tiene la forma de una columna; y representa a Cristo.

Antes de que sea encendido, figura a Cristo en la tumba, inanimado, inerte. Cuando recibe la

llama, él ilumina los pasos del pueblo santo; y así representa a Cristo, radiante con el esplendor de su Resurrección.

El Cirio, así con tanto cuidado preparado por el sacerdote y por fin encendido y bendecido, representa a Jesucristo Resucitado y recuerda a la vez a la columna luminosa que acompañaba

y guiaba por la noche a los hebreos, a su paso por el desierto.

Los granos de incienso recuerdan por un lado las llagas del Crucificado y por otro los perfumes

y ungüentos que prepararon las santas mujeres para embalsamar el cadáver de Jesús.

Por eso va a ser el Cirio el blanco de las miradas y de los homenajes de los fieles cristianos

reunidos esta noche en el templo para la Vigilia pascual, y su luz va a iluminarlo y alegrarlo todo y a todos.

La majestuosidad de este símbolo es tan grande, que la Iglesia utiliza todas las fastuosidades de su lenguaje inspirado para excitar el entusiasmo de los fieles.

El Pregón Pascual resuena en medio de los elogios que el Diácono prodiga al Cirio glorioso, que cumple su noble función noble de ser Heraldo de la Resurrección de Jesucristo.

El Exultet o Angélica, o más propiamente Praeconium paschale o anuncio pascual, es un poema

lírico dedicado a la luz y a la Resurrección de Jesucristo, henchido de teología, acerca del

misterio de la Redención.

Este canto sagrado nos da un anticipo de las alegrías que nos están reservadas esta noche maravillosa.

Este Cirio quedará en el presbiterio todo el tiempo pascual, como testimonio de la Resurrección de Jesucristo.

Llegado a un punto del Pregón, el Diácono se detiene e hinca los cinco granos de incienso en la

masa del Cirio en forma de cruz, representando las cinco Llagas de Cristo.

Hasta ahora, como hemos dicho anteriormente, el Cirio Pascual es el símbolo del hombre-Dios

aún no glorificado por su Resurrección.

Más adelante, el Diácono se detiene nuevamente y toma de manos del acólito la caña con las

tres velas y enciende el Cirio Pascual. Este rito significa el momento de la Resurrección de Cristo, cuando la virtud divina llegó repentinamente para revivir su Cuerpo.

Desde ahora, la Antorcha Sagrada, imagen de la luz de Cristo, es estrenada; y la Iglesia festeja

a su Esposo divino, triunfante de la muerte.

En este momento, son encendidas con el Fuego Nuevo las lámparas que están suspendidas en

la iglesia. Esta iluminación se hace algún tiempo después del Cirio Pascual, porque el conocimiento de la Resurrección del Salvador se difundió progresivamente, hasta que

finalmente iluminó a todos los fieles.

Esta sucesión nos advierte también que nuestra resurrección será la continuación y la imitación

de la de Jesucristo, que nos abre el camino por el cual volveremos a la posesión de la

inmortalidad, después haber atravesado como Él el sepulcro.

3ª) La lección solemne de las Profecías.

Como reminiscencia de la preparación doctrinal y bíblica que en la antigüedad se daba a los catecúmenos para el Bautismo, se cantan o leen las Profecías, con sus tractos y las oraciones

correspondientes.

En ellas pasa ante nuestros ojos en imágenes comprimidas todo el Antiguo Testamento.

Debemos personificar a los catecúmenos; por eso, recordemos hoy la gracia bautismal, y

pensemos que por ella hemos sido hechos partícipes de la gracia de la resurrección; fuimos sacados del sepulcro del pecado, para vivir vida divina.

Agradezcamos al Señor tamaño beneficio, encendiendo en nuestro pecho ardientes ansias de que crezca de día en día la vida divina derramada en el alma.

Para ello apropiémonos el canto de los catecúmenos, exclamando desde lo íntimo del

corazón: Como el ciervo suspira por las fuentes de las aguas, así desea mi alma a Ti, Dios mío. Mi alma tiene sed de Dios vivo.

4ª) La bendición del Agua Bautismal y el canto de las Letanías.

Esos deseos procuraremos acrecentar durante la bendición del Agua Bautismal; y luego en las

letanías pidamos a la Corte Celestial la gracia de conservar inmaculado el vestido bautismal, a fin de no perder el derecho a la gloriosa resurrección.

El rito no puede ser más solemne ni más apropiado para esta noche, en que primitivamente se administraba el Bautismo a multitud de catecúmenos, y en que además recuerda al cristiano,

con San Pablo, haber sido también él sepultado con Cristo por medio de su bautismo, dejando en la pila de la regeneración espiritual sus vicios y concupiscencias.

La Bendición de la Pila bautismal es sumamente interesante y está llena de un rico simbolismo.

Para expresar la infusión del Espíritu Santo sobre el Agua Bautismal, el celebrante sopla y alienta repetidas veces sobre ella y sumerge en la pila el Cirio Pascual, pidiendo descienda con

él en el agua “la virtud” del Paráclito.

Reservada, luego, el agua necesaria para el uso del templo y de los fieles, a la que se destina

para el Bautismo se la mezcla con el Óleo de los catecúmenos y el Santo Crisma y se la guarda en el baptisterio.

Antiguamente se administraba en este momento el Bautismo a los catecúmenos, que eran

multitud, y luego se les confirmaba.

Hoy, si se presenta el caso, se administra el bautismo, mas no la confirmación.

5ª) La Santa Misa de la Vigilia y la victoria de Cristo Resucitado

Se engarza con las Letanías de los Santos, cuyos Kyries finales reemplazan a los de la Misa.

Los ministros usan ornamentos blancos. Al entonar el Gloria, rompen su silencio el órgano y las

campanas, se retiran los velos morados que cubrían los altares, y el templo entero recobra el aspecto festivo.

Mientras se celebra la Santa Misa, pensemos en la noche del Sábado al Domingo.

Intensifiquemos nuestro fervor, ya que la victoria de Cristo está cerca, y la victoria de Cristo es

nuestra victoria.

Después de la Epístola hace su entrada triunfal en los oficios litúrgicos el Aleluya, que el celebrante y el coro cantan seis veces alternando.

El Aleluya pascual va a ser el grito de victoria de Cristo sobre la muerte, y de nuestra alma sobre el pecado en la larga lucha a que hemos sometido las pasiones durante el tiempo

cuaresmal.

Para dar vida a este momento litúrgico, trasladémonos espiritualmente a la noche de la

Resurrección.

Los guardianes del sepulcro están cumpliendo confiados su cometido. Mas he aquí que de

repente sienten un temblor de tierra.

Un Ángel del Señor, refulgente como un rayo, desciende del Cielo. A su vista caen como muertos los guardias. El Ángel remueve la piedra del sepulcro, y, como el sol en su esplendor,

sale del sepulcro el Señor resucitado.

¡Qué gloria la suya!

¡Aleluya, aleluya, aleluya!

Alabad al Señor porque es bueno; porque es eterna su misericordia. Todas las gentes alabad al Señor; alabadlo todos los pueblos. Porque se ha confirmado su misericordia entre nosotros; y la

verdad del Señor permanece eternamente.

Con este acento de regocijo, canta la Iglesia, fuera de sí de júbilo, ante el anuncio de la

Resurrección.

Hagamos nuestros estos cantos. Rompamos en transportes de júbilo. Felicitemos al Vencedor

de la muerte.

Mas luego, pensemos que así como al suplicio de Jesús siguió la gloria de la Resurrección, así también las calamidades de este suelo serán sustituidas un día por una gloria sin fin.

El Aleluya pascual da hoy término a los días luctuosos de la Cuaresma; porque hemos luchado con Cristo en este tiempo cuadragesimal, nos es dado hoy resucitar con Cristo.

Del mismo modo, esta vida es también una larga Cuaresma; no nos cansemos de llevar en ella

la mortificación de Cristo, que al final nos levantaremos con gloria de nuestra postración.

Esas son las disposiciones con que hemos de salir hoy del templo. Ese sentido de victoria tiene

el aleluya de resurrección.

Oh Dios, que haces resplandecer esta noche con la gloria de la Resurrección del Señor; conserva en los nuevos hijos de tu familia el espíritu de adopción que les has dado, a fin de que renovados en cuerpo y alma, Te sirvan con pureza.

No hay Credo, Ofertorio, ni Agnus Dei, ni ósculo de paz.

Con el Ite missa est aleluyado, terminan los oficios de esta noche feliz, los cuales son como la primera estrofa del himno triunfal de la triunfante y gloriosa Resurrección.

Le siguen los Laudes al fin de la Misa, como acción de gracias.

Demás estará advertir que los que asisten a esta Misa de media noche cumplen con ella el precepto dominical.

Sin embargo, harán bien los cristianos en asistir a la Misa solemne del día, para santificar y distinguir al día más grande del Año litúrgico.