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Jorge Himitian www.jorgehimitian.com Sitio oficial Nosotros somos el mensaje – Silvia Himitian pág. 1 NOSOTROS SOMOS EL MENSAJE Silvia Palacio de Himitian A diferencia de otros mensajeros, de quienes tal vez no importe la filiación, el portador del mensaje evangélico debe llevar en sí mismo la impronta de Aquel que es fuente y génesis de este mensaje. Es decir, no basta con transmitir en palabras las buenas nuevas de salvación de parte de Dios. Deben haber sido vividas primero. De lo contrario no tienen ninguna credibilidad. Dicho de otra forma, yo soy el mensaje. Mi vida debe hablar antes que mis palabras. Jesucristo declaró: Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida. (Juan 6.63) La vida produce vida por medio del Espíritu. Las palabras son sólo el medio, el canal. Es cierto que muchas veces Dios bendice y toca vidas a pesar de que el mensajero no sea una persona aprobada, pero eso constituye la excepción, y de ninguna manera es la voluntad original de Dios. Su propósito es que llevemos la impronta de Jesucristo, su misma imagen, grabada en nosotros, en nuestro espíritu, para que esta imagen se refleje en nuestro carácter, en nuestra manera de actuar, en nuestros hábitos, y hasta en nuestro aspecto exterior. Porque nosotros debemos ser la propuesta concreta y visible de Dios para un mundo que desespera y se debate en una oscuridad absoluta. La idea de Dios es que nos vean y crean. Que aquel que clama en su interior por una salida, al vernos

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Nosotros somos el mensaje – Silvia Himitian pág. 1

NOSOTROS SOMOS EL MENSAJE

Silvia Palacio de Himitian

A diferencia de otros mensajeros, de quienes tal vez no importe la filiación,

el portador del mensaje evangélico debe llevar en sí mismo la impronta de

Aquel que es fuente y génesis de este mensaje. Es decir, no basta con

transmitir en palabras las buenas nuevas de salvación de parte de Dios.

Deben haber sido vividas primero. De lo contrario no tienen ninguna

credibilidad.

Dicho de otra forma, yo soy el mensaje. Mi vida debe hablar antes que mis

palabras. Jesucristo declaró: Las palabras que yo os he hablado son

espíritu y son vida. (Juan 6.63) La vida produce vida por medio del Espíritu.

Las palabras son sólo el medio, el canal. Es cierto que muchas veces Dios

bendice y toca vidas a pesar de que el mensajero no sea una persona

aprobada, pero eso constituye la excepción, y de ninguna manera es la

voluntad original de Dios.

Su propósito es que llevemos la impronta de Jesucristo, su misma imagen,

grabada en nosotros, en nuestro espíritu, para que esta imagen se refleje

en nuestro carácter, en nuestra manera de actuar, en nuestros hábitos, y

hasta en nuestro aspecto exterior. Porque nosotros debemos ser la

propuesta concreta y visible de Dios para un mundo que desespera y se

debate en una oscuridad absoluta. La idea de Dios es que nos vean y

crean. Que aquel que clama en su interior por una salida, al vernos

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adquiera la certeza de que el camino que le señalamos es el correcto

porque nosotros mismos hemos salido de un estado similar al suyo.

Pero si nosotros permanecemos en una situación de pecado, frustración y

fracaso semejante a la de las demás personas que nos rodean ¿cuál es

nuestro mensaje? Un conocido proverbio popular dice: Tus acciones

hablan tan fuerte que no me permiten oír tus palabras. ¿No nos pasará

algo de eso cuando intentamos predicar el mensaje del evangelio sin

vivirlo?

¿QUÉ SOMOS?

Cartas de Cristo

San Pablo decía a los creyentes en Corinto: Nuestras cartas sois vosotros,

escritas en nuestros corazones, conocidas y leídas por todos los hombres;

siendo manifiesto que sois carta de Cristo expedida por nosotros, escrita no

con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en

tablas de carne del corazón. (2 Corintios 3.2-3) Tal vez nosotros conocemos

muy bien nuestras Biblias, escritas con tinta, pero debemos preguntarnos si

le permitimos al Espíritu Santo que reescriba la Palabra en nuestros

corazones, de manera que también en nosotros se haga manifiesto que

somos cartas de Cristo y podamos ser leídos por todos los hombres. Esta es

la cuestión de fondo. Si los hombres no pueden hacer una lectura positiva

de nuestra vida, tampoco estarán interesados en nuestro mensaje. Si Cristo

no puede cambiar a los cristianos, ¿qué podrá hacer por los que viven

alejados de él?, se preguntarán los que aún no han creído. La gente nos

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conoce en el barrio, en el trabajo, en nuestra casa. A veces se dan cuanta

de cómo somos hasta de lejos, al vernos actuar, hablar, conducirnos,

vestirnos.

Luz

Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se

puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud,

sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así

alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras

buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos. (Mateo

5.14-16) Son palabras de Jesús. Y no nos dan opciones. No es que

“podemos” ser luz. Somos luz. Y tenemos que alumbrar. La luz son la buenas

acciones: el buen trato hacia todos; el servicio a los demás; la

generosidad; el trabajo bien hecho; el cuidado y atención de los niños, los

ancianos, los débiles y los enfermos; el orden y la limpieza en nuestras

casas; la ayuda a los necesitados; y tantas otras cosas que se podrían

mencionar.

Sal

Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será

salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por

los hombres. (Mateo 5.13) También son palabras de Jesús. Y contienen una

advertencia: si perdemos nuestra calidad como sal ya no servimos para

nada; los hombres nos dejarán de lado y nos menospreciarán. La sal no

sólo sirve para dar sabor, sino para evitar que los alimentos se corrompan.

El Señor habla figurativamente. Si los cristianos que estamos metidos dentro

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de la sociedad humana con una misión no la cumplimos, no somos

verdaderos siervos de Dios. No servimos más para nada. ¿De qué se

alimenta la gente hoy en día? De mentira, de engaño, de robo, de

corrupción, de sexo impuro. Alimento podrido se sirve en muchísimas

mesas. ¿Y dónde ha quedado nuestra sal? No nos animamos a señalar el

pecado. Ni abrimos la boca por temor a ser burlados o rechazados.

¿Dónde ha quedado la denuncia profética? Nos hemos vuelto

condescendientes no ya con los pecadores sino con el pecado.

Mostremos todo el amor a las personas, pero denunciemos el pecado,

porque es el pecado lo que los lleva a la destrucción, a la muerte, a la

condenación eterna. Somos sal, nos guste o no. Pero podemos ser sal

desvanecida. Y entonces no somos nada. Si no señalamos el pecado, de

nada sirve nuestra predicación aguada de la gracia de Dios. ¿De qué

necesitan salvarse las personas cuando dejamos el pecado fuera del

cuadro?

Árbol que da buen fruto

Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de

ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis.

¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo

buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede

el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. Todo

árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego. Así que, por

sus frutos los conoceréis. (Mateo 7.15-19) Cristo enseña aquí como

reconocer a un falso profeta: por los malos frutos. Por oposición,

entendemos que la característica del verdadero profeta es que lleva

buenos frutos. Así también, todo mensajero del Señor que pretenda llevar

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su palabra a los que no la conocen debe tener motivos honestos (no ser

lobo que busca sacar provecho para sí de las ovejas) y llevar una vida

coherente con lo que predica. No podemos hablar de amor y mostrar

indiferencia hacia la gente. No podemos llamar al renunciamiento

mientras nos enriquecemos con los diezmos y ofrendas que traen al Señor

sus hijos. No podemos vivir como el mundo a nuestro alrededor y llamarnos

cristiano. El árbol y su fruto son de la misma índole. Y es el fruto el que

delata la verdadera naturaleza del árbol.

Hacedores de la Palabra

No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino

el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me

dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu

nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos

milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí, apartaos de mi,

hacedores de maldad. Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las

hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la

roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon

contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca.

Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a

un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió

lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella

casa; y cayó, y fue grande su ruina. (Mateo 7.21-27) Según Jesús, se puede

predicar, profetizar, hacer milagros y sanidades y echar demonios y al

mismo tiempo ser un obrador de maldad. ¡Increíble! Si no fuera Cristo

mismo el que lo dice, no lo creeríamos. Mi marido, Jorge Himitian, siempre

dice: Ser usado por Dios no significa ser aprobado por Dios. El Señor usó a

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Nabucodonosor y a los reyes de Persia, pero no aprobó a ninguno de ellos.

También utilizó a un animal, el asna de Balaam, para transmitir un mensaje

al profeta rebelde, y no por eso lo consideramos un instrumento sagrado.

Los dones con los que nos dota Dios a través del Espíritu Santo son simples

herramientas para ser utilizadas en el cumplimiento de las tareas que Dios

nos encomienda. El ejercerlos no implica que estemos haciendo lo que el

Señor nos ha mandado. Mucho menos constituyen un aval de nuestra

santidad y espiritualidad. Hay quienes se han apartado bastante de los

caminos del Señor sin que él los haya privado de los dones que una vez les

otorgó. ¿Por qué? No lo sabemos. La Palabra dice que irrevocables son los

dones y el llamamiento de Dios (Romanos 11.29). ¿Cómo permite Dios que

los dones sigan siendo ejercidos por aquellos que han dejado la santidad y

viven como impíos? Él es soberano y sus razones tendrá. Pero nos deja

herramientas eficaces para poder separar la paja del trigo, para poder

determinar con certeza quién es un siervo de Dios y quién no: Por sus frutos

los conoceréis. Y aún más: Cualquiera que me oye estas palabras, y las

hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la

roca... y no cayó. Éste es el que permanece, el que no se vendrá abajo a

mitad de camino. Somos llamados a ser oidores y hacedores de las

palabras de Dios. Necesitamos conocerlas para luego llevarlas a la

práctica. Debe ser lo uno y lo otro. Conocer y vivir. Conocerlas solamente

no nos sirve de nada: Cualquiera que me oye estas palabras y no las hace,

le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena...

y fue grande su ruina. Nos ayudará mucho recordar que no hemos sido

llamados a ser hacedores de milagros sino hacedores de la Palabra.

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Ser portadores del mensaje del evangelio necesariamente lleva consigo la

necesidad de una vida comprometida. No significa que debemos ser

perfectos en un sentido absoluto, pero sí que cada día buscaremos vivir en

consonancia con los mandatos de Dios, con la intención de crecer y

asemejarnos cada vez más a Jesucristo. Esto tiene ciertas implicancias:

Nuestro fin es que la vida de Cristo se manifieste en nosotros

...Estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no

desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no

destruidos; llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de

Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos.

Porque nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por

causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en

nuestra carne mortal. (2 Corintios 4.8-11) Estamos dispuestos a sufrir

siguiendo el ejemplo de Cristo para que otros lleguen al conocimiento de

él.

No nos dejaremos ganar por el desaliento

Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se

va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. Porque

esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más

excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se

ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero

las que no se ven son eternas. Porque sabemos que si nuestra morada

terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una

casa no hecha de manos, eterna, en los cielos. (2 Corintios 4.16-5.1) Las

dificultades y los sufrimientos vendrán. No los buscamos, pero muchas

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veces aparecen. El enemigo quiere desalentarnos a través de ellos para

que desistamos de hacer la obra. Entonces necesitamos mirar las cosas

desde una perspectiva eterna. ¿Qué es el mundo en comparación con el

vasto universo? ¿Qué son estos pocos años, o aun siglos o milenios,

comparados con la eternidad? Mirando desde ahí las cosas Pablo puede

calificar sus sufrimientos como esta leve tribulación momentánea.

No buscaremos vivir para nosotros mismos

Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió

por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven,

ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. (2

Corintios 5.14-15) Dios nos salvó y le dio sentido a nuestra vida. Le devolvió

toda la riqueza que había perdido. ¿No valdrá la pena entregar nuestra

vida con el propósito de que otros también alcancen este gran beneficio?

Procuraremos andar según la nueva vida

De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas

pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. (2 Corintios 5.17) Tenemos que

elegir vivir con coherencia. No podemos seguir siendo tolerantes con

nosotros mismo. Las cosas viejas pasaron. Tenemos que andar según la

vida nueva.

Viviremos nuestra vocación como hijos de Dios con todo lo que ella

incluya

No damos a nadie ninguna ocasión de tropiezo, para que nuestro

ministerio no sea vituperado; antes bien, nos recomendamos en todo

como ministros de Dios, en mucha paciencia, en tribulaciones, en

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necesidades, en angustias; en azotes, en cárceles, en tumultos, en

trabajos, en desvelos, en ayunos; en pureza, en ciencia, en loganimidad,

en bondad, en el Espíritu Santo, en amor sincero, en palabra de verdad, en

poder de Dios, con armas de justicia a diestra y a siniestra; por honra y por

deshonra, por mala fama y por buena fama; como engañadores, pero

veraces; como desconocidos, pero bien conocidos; como moribundos,

más he aquí vivimos; como castigados, mas no muertos; como

entristecidos, mas siempre gozosos; como pobres, mas enriqueciendo a

muchos; como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo. (2 Corintios 6.3-

10) Pablo enfoca aquí una cantidad de situaciones posibles y las actitudes

con que las se las ha de enfrentar para poder servir a Dios.

No nos asociaremos con ideas ni con modelos de vida o estilos extraños al

reino de Dios

No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué

compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con

la tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente

con el incrédulo? ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos?

Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y

andaré entre ellos, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Por lo cual, salid

de en medio de ellos y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y

yo os recibiré. Y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e

hijas, dice el Señor Todopoderoso. Así que, amados, puesto que tenemos

tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de

espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios. (2 Corintios 6.14-

7.1) Existe una incompatibilidad intrínseca entre las cosas de Dios y las de

este mundo. No contemporicemos, y mucho menos trabajemos en

sociedad con los impíos, comprometiendo el mensaje y el poder del

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evangelio en acuerdos que atentan contra las verdades de la Palabra.

Somos templos de Dios. Debemos mantener la santidad, evitando

contaminarnos con cosas extrañas.

Por último, recordemos que:

Somos discípulos

Esto implica responsabilidad y renunciamiento a nosotros mismos. Y sobre

todo entrega a Cristo y a la misión que nos encomienda el maestro (Leer

Lucas 14.25-33).

Somos Hijos de Dios

Dios nos ha adoptado y nos ha dado su Espíritu para que podamos vivir

conforme a esta dignidad que nos ha conferido. No es propio vivir como

esclavos cuando somos herederos de Dios. (Leer Gálatas 4.4-7).

Somos siervos inútiles

Somos siervos de Dios. Pero, por mucho que nos esforcemos, no

alcanzamos a entender todo lo que hay en su mente, sus propósitos y su

voluntad. Así que lo servimos con mucha debilidad y torpeza. A veces casi

estorbando su obra. Sin embargo, él ha elegido usarnos para la extensión

de su reino. Gran privilegio. Gran responsabilidad. Hagámoslo con sencillez

y humildad, y después de haber hecho todo de la mejor manera posible,

consideremos que aun así no somos otra cosa que siervos inútiles. Que nos

dé lo mismo hablar desde el púlpito que barrer el salón, atender a un

anciano que cantar en el coro. Un siervo está para cumplir órdenes,

cualquier orden. Nadie se considere “ministro de alabanza”, “coordinador

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de actividades”, “director del coro”, como para que no se pueda rebajar

a realizar tareas más sencillas. Apenas calificamos para “siervos inútiles”. ¡Y

ese es todo el título que necesitamos!

SOMOS MINISTROS DE UN NUEVO PACTO: DEL ESPÍRITU

Y tal confianza tenemos mediante Cristo para con Dios; no que seamos

competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros

mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios, el cual asimismo

nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, no de la letra, sino del

espíritu; porque la letra mata, más el espíritu vivifica. Y si el ministerio de

muerte grabado con letras en piedras fue con gloria, tanto que los hijos de

Israel no pudieron fijar la vista en el rostro de Moisés a causa de la gloria de

su rostro, la cual había de perecer, ¿cómo no será más bien con gloria el

ministerio del espíritu? Porque si el ministerio de condenación fue con

gloria, mucho más abundará en gloria el ministerio de justificación (2

Corintios 3.4-9) Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del

Señor, allí hay libertad. Por tanto, nosotros todos, mirando a cara

descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados

de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor.

(4.17-18).

Pablo habla aquí de los dos pactos. El que hizo Dios con Israel en el monte

Sinaí, escrito en tablas de piedra, y el nuevo, el del Espíritu, escrito en los

corazones, y sellado con la sangre de Cristo. Este segundo ya había sido

anunciado por el profeta Jeremías en el capítulo 31, versículo 33: Daré mi

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ley en su mente, y la escribiré en su corazón. ¿Cómo? Por el Espíritu Santo.

Y a nosotros, a la iglesia, se nos encomienda la administración de este

nuevo pacto al mundo. El Señor no sólo nos establece como sus ministros

sino que nos hace competentes a través de la acción del Espíritu Santo en

nosotros. Y señala Pablo que este nuevo pacto del Espíritu va a ser con

mayor gloria y que al mirar a cara descubierta esa gloria del Señor seremos

transformados a su misma imagen por el Espíritu del Señor. Ya nadie tendrá

que hacer las cosas en sus propias fuerzas o capacidad sino en el poder

del Espíritu.

Cuando Jesús ascendió a los cielos les ordenó a sus discípulos que no se

fueran de Jerusalén ni hicieran nada hasta ser bautizados con el Espíritu

Santo. Porque sólo así podrían cumplir con efectividad su misión. Recibiréis

poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis

testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la

tierra (Hechos 1.8), les dijo Cristo. Y así lo hicieron. Luego llenaron el mundo

del evangelio.

Hoy nosotros también somos ministros de este pacto. Y para ser

competentes necesitamos, como al principio, movernos en el poder del

Espíritu Santo. Necesitamos la acción del Espíritu en nuestro interior para

poder vivir las demandas del evangelio, y los dones espirituales para llevar

a cabo la obra de extensión del reino de Dios.

¿Qué tareas específicas nos encomendó Cristo?

Cuando Jesús envió por primera vez a los doce les encomendó:

...Predicad, diciendo: El reino de los cielos se ha acercado. Sanad

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enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios

(Mateo 10.7-8). En Marcos 6.7 y 13, agrega que les dio autoridad sobre los

espíritus inmundos... Y echaban fuera muchos demonios, y ungían con

aceite a muchos enfermos, y los sanaban. Lucas lo narra así: Habiendo

reunido a sus doce discípulos, les dio poder y autoridad sobre todos los

demonios, y para sanar enfermedades. Y los envió a predicar el reino de

Dios y a sanar a los enfermos. (Lucas 9.1-2).

Jesús encomendó esta tarea a los doce mientras él estaba con ellos. Les

enseñó lo que tenían que hacer. Luego vendría su muerte y la obra

expiatoria. Después la resurrección y el mandato: Id y haced discípulos a

todas las naciones, bautizándolos en el nombre del padre, y del Hijo, y del

Espíritu Santo. (Mateo 28.19) Y la recomendación de esperar en Jerusalén

hasta que seas investidos de poder desde lo alto (Lucas 24.49). Entonces la

escueta orden: Me seréis testigos. Y ninguna otra especificación. Porque lo

que tenían que hacer luego de recibido el Espíritu era aquello en lo que ya

los había instruido su maestro.

¿Y qué en cuanto a nosotros? El Señor también nos ha investido de poder

para hacer una obra del Espíritu, sobrenatural. De la misma manera que lo

hizo la iglesia primitiva. El libro de los Hechos dice que muchas maravillas y

señales eran hechas por los apóstoles a medida que predicaban la

palabra (Hechos 2.43), que con gran poder los apóstoles daban

testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia era sobre

todos ellos (4.33), que por la mano de los apóstoles se hacían muchas

señales y prodigios en el pueblo (5.12) ...y aun de las ciudades vecinas

muchos venían a Jerusalén, trayendo enfermos y atormentados de espíritus

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inmundos; y todos eran sanados (5.16). Y hay muchas otras menciones

semejantes. La predicación del advenimiento del reino de Dios era hecha

con gran poder. Miles se convertían. Y a la vez, Dios avalaba la Palabra

con milagros, señales, sanidades, liberaciones.

Eso tiene que volver a ocurrir hoy: una palabra poderosa que libere los

espíritus, y la manifestación de los dones en hechos concretos que

permitan ver la gloria de Dios.

La obra de evangelización se debe hacer bajo la guía del Espíritu Santo.

Necesitamos volvernos sensibles a su voz. De otra manera haremos las

cosas a nuestro modo, y muchas veces no estaremos en el lugar donde el

Señor quiere obrar. Romanos 8.14 declara: Porque todos los que son

guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Como hijos de Dios,

tenemos el derecho y el privilegio de ser guiados por su Espíritu. Debemos

aprender a oír su voz y seguir sus instrucciones, como lo hacía Jesús: ...nada

hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo. Porque

el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo

hago siempre lo que le agrada. (Juan 8.28-29).

Tenemos que depender de la guía del Espíritu Santo para dar la palabra

adecuada en el lugar indicado y hacer las obras que el Padre preparó de

antemano para que anduviésemos en ellas (Efesios 2.10). Cuando

aprendemos a escuchar al Espíritu y a obedecerlo, todo es más fácil y

efectivo. Él nos indica cuando poner las manos sobre un enfermo para

sanidad, cuando echar fuera un demonio. También nosotros hoy debemos

movernos en los dones según el Espíritu nos guía. No corramos detrás de

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cada corriente carismática que aparece, detrás de cada práctica

novedosa que surge. Pero hagamos uso de los dones según la enseñanza

de la Palabra y así como Cristo nos manda. 1 Corintios 12.7-11 dice: Pero a

cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho. Porque a

éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de

ciencia según al mismo Espíritu, a otro, fe por el mismo Espíritu y a otro,

dones de sanidades por el mismo Espíritu. A otro, el hacer milagros; a otro,

profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversos géneros de

lenguas; y a otro, interpretación de lenguas. Pero todas estas cosas las

hace una y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él

quiere.

Tal vez necesitemos una renovación en el Espíritu Santo. Tal vez haga falta

avivar el fuego interior para que nuestra vida se vuelva más rica y profunda

en Dios y se despierte en nosotros una nueva pasión por comunicar el

evangelio. Todas las obras de Dios son generadas por el Espíritu. Si el Espíritu

no convence a las personas de pecado y de juicio, no llegarán al

arrepentimiento y a la conversión. Sólo él puede hacer la obra.

Presentémonos como instrumentos útiles, dispuestos a que él nos use para

la extensión de su reino.

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EL MENSAJE

Nuestra actitud al transmitir el mensaje

“No andamos negociando con el mensaje”

Gracias a Dios que siempre nos lleva en el desfile victorioso de Cristo

y que por medio de nosotros da a conocer su mensaje, el cual se

esparce por todas partes como un aroma agradable. Porque

nosotros somos como el olor del incienso que Cristo ofrece a Dios, y

que se esparce tanto entre los que se salvan como entre los que se

pierden. Para los que se pierden este incienso resulta un aroma

mortal, pero para los que se salvan, es una fragancia que les da

vida. ¿Y quién está capacitado para esto? Nosotros no andamos

negociando con el mensaje de Dios, como hacen muchos; al

contrario, hablamos con sinceridad delante de Dios, como enviados

suyos que somos y por nuestra unión con Cristo (2 Corintios 2.14-17,

versión La Biblia de Estudio). San Pablo habla de una marcha

victoriosa en la cual es dado el mensaje genuino y profundo de

Cristo. Y este mensaje es característico y distintivo como un perfume.

Mantiene firme la esencia de su fragancia. Y entonces divide los

bandos: para los que se salvan es un olor glorioso de salvación, para

los que se pierden resulta un aroma mortal. Precisamente porque no

se negocia el mensaje. ¿Llevamos en nosotros el perfume de Cristo?

¿Hablamos, como dice Pablo, con sinceridad delante de Dios,

proclamando toda la verdad de Dios, o procuramos contemporizar

con quienes nos escuchan para no ofender su oído? Pablo no se

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hacía problema: confrontaba a la gente con la verdad del

evangelio, con la fragancia de Cristo, para permitir que esa palabra

los definiera. Él creía, como dice en Hebreos 4.12 que la Palabra de

Dios tiene vida y poder. Es más cortante que cualquier espada de

dos filos, y penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu,

hasta lo más íntimo de la persona; y somete a juicio los pensamientos

y las intenciones del corazón. Nada de lo que Dios ha creado puede

esconderse de él; todo está claramente expuesto ante aquel a

quien tenemos que rendir cuentas. (2 Corintios 4.12-13 versión La

Biblia de Estudio). El mensaje jamás debe ser negociado, adulterado

o recortado, porque sino en lugar de gente arrepentida y convertida

lograremos simples adeptos sin convicción ni compromiso. Y esos no

califican para discípulos de Cristo.

Somos servidores de una nueva alianza (ministros de un nuevo

pacto)

Él nos ha capacitado para ser servidores de una nueva alianza,

basada no en una ley, sino en la acción del Espíritu. La ley condena

a muerte, pero el Espíritu de Dios da vida (2 Corintios 3.6, versión La

Biblia de Estudio). Somos conscientes de que servimos a Dios y a los

hombres dentro de este nuevo pacto del Espíritu y dependemos de

él para todo. Confiamos en la poderosa obra que puede realizar en

los corazones y echamos mano a los dones del Espíritu para

cooperar más eficazmente en la tarea de evangelización.

Necesariamente tenemos que movernos en el Espíritu.

No nos predicamos a nosotros mismos

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No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor,

nosotros nos declaramos simplemente servidores de ustedes por

amor a Jesús. Porque el mismo Dios que mandó que la luz brotara de

la oscuridad, es el que ha hecho brotar su luz en nuestro corazón,

para que podamos iluminar a otros, dándoles a conocer la gloria de

Dios que brilla en la cara de Jesucristo (2 Corintios 4.5-6, versión La

Biblia de Estudio). Nuestra predicación debe ser cristocéntrica, si ha

de ser genuina predicación del evangelio. Predicamos a Cristo

crucificado, muerto, resucitado y hecho Señor de todo cuanto

existe. El señorío de Cristo es la nota central del mensaje de

salvación. Él como dueño absoluto, teniendo dominio sobre todo y

todos. No hay lugar para “evangelios” propios, interpretaciones

según ópticas humanas. Ni tampoco para un evangelio aguado

centrado en el hombre y sus necesidades. Nuestro tema de

predicación es Cristo, todo lo que él es y lo que demanda de cada

persona. Jesús nos ha ordenado predicar el evangelio del reino de

Dios, y no podemos inventar otros mensajes. Ni predicarnos a

nosotros mismos, dándonos el lugar de “el gran siervo de Dios”. No

existen los grandes siervos. Esto es un contrasentido. El de siervo es un

puesto humilde, jamás exaltado, jamás grande. Es más, Cristo nos

insta a comprender lo que somos en realidad: Así también ustedes,

cuando ya hayan cumplido todo lo que Dios les manda, deberán

decir: ´Somos servidores inútiles, porque no hemos hecho más que

cumplir con nuestra obligación´ (Lucas 17.10, versión La Biblia de

Estudio). Somos siervos inútiles tratando de cumplir con fidelidad la

obra que Dios nos ha encomendado.

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Actuamos con fe

La Escritura dice: “Tuve fe, y por eso hablé.” De igual manera,

nosotros, con esa misma actitud de fe, creemos y también

hablamos. Porque sabemos que Dios, que resucitó de la muerte al

Señor Jesús, también nos resucitará a nosotros con él, y junto con

ustedes nos llevará a su presencia. (2 Corintios 4.13-14). La fe tiene

más relación con las convicciones que con las emociones. Cuando

nos movemos en fe, lo hacemos en base a lo que sabemos y no en

base a lo que sentimos, tal como lo expresa Pablo: Sabemos que

Dios... nos resucitará. No hay duda. Hay convicción. Hebreos 11.1

describe acabadamente lo que es la fe: Tener fe es tener la plena

seguridad de recibir lo que se espera; es estar convencidos de la

realidad de cosas que no vemos. (Versión La Biblia de Estudio).

Cuando actuamos según lo que sentimos, nos convertimos en presas

fáciles del diablo, que nos lleva de aquí para allá. Necesitamos ser

personas de convicciones firmes que actúen en consecuencia.

Procuramos convencer a los hombres de que sigan el camino de

Dios

Por eso, sabiendo que al Señor hay que tenerle reverencia,

procuramos convencer a los hombres (2 Corintios 5.11, versión La

Biblia de Estudio). Como somos seres plenamente convencidos

acerca del camino de Dios, procuramos también convencer a

quienes nos rodean. Pero no con métodos ni razonamientos

humanos, sino a través de la palabra de Dios, y confiando que el

Espíritu Santo nos auxilia en esta labor. No podemos permanecer

callados o indiferentes mientras gente confundida difunde doctrinas

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de error. Les debemos a nuestros semejantes la honestidad de la

verdad. Pero no entremos en discusiones estériles. Hablemos del

Señor con convicción y firmeza, pero mostrando amor y respeto a

nuestros semejantes.

Nuestra meta es conducir a las personas a la reconciliación con Dios

Todo esto es la obra de Dios, quien por medio de Cristo nos reconcilió

consigo mismo y nos dio el encargo de anunciar la reconciliación. Es

decir que, en Cristo, Dios estaba reconciliando consigo mismo al

mundo, sin tomar en cuenta los pecados de los hombres; y a

nosotros nos encargó que diéramos a conocer este mensaje. Así que

somos embajadores de Cristo, lo cual es como si Dios mismo les

rogara a ustedes por medio de nosotros. Así pues, en el nombre de

Cristo les rogamos que acepten el reconciliarse con Dios. Cristo no

cometió pecado alguno, pero por causa nuestra, Dios lo hizo

pecado, para hacernos a nosotros justicia de Dios en Cristo. Ahora

pues, como colaboradores en la obra de Dios, les rogamos a ustedes

que no desaprovechen la bondad que Dios les ha mostrado. Porque

él dice en las Escrituras: “En el momento oportuno te escuché; en el

día de la salvación te ayudé.” Y ahora es el momento oportuno.

¡Ahora es el día de la salvación! (2 Corintios 5.18-6.2, versión La Biblia

de Estudio). Dios quiere reconciliar al mundo consigo. Y nos ha

enviado como embajadores, como colaboradores suyos a rogar a

los hombres que se reconcilien con él. Esto nos indica la intensidad

del compromiso que debemos tener con el mensaje del evangelio y

con la gente que se pierde. No aflojemos nunca. No bajemos los

brazos. No desistamos. Redoblando la oración (porque la oración es

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la clave del accionar de Dios), sigamos intentando reconciliar a los

hombres con el Señor. Jesús no nos ha encomendado una tarea

para “flojos”, sino para perseverantes, para gente que marcha

adelante soportando las dificultades hasta ver su misión cumplida.

No perdamos de vista la meta.

¿Cuál es el mensaje que debemos predicar?

Jesús lo señaló (y lo predicó el mismo) desde el principio de su

ministerio: Y será predicado este evangelio del reino en todo el

mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el

fin. (Mateo 24.14). ¿Cuál evangelio del reino? El que él anunció

siempre: Jesús recorría toda Galilea, enseñando en la sinagoga de

cada lugar. Anunciaba la buena noticia del reino y curaba a la

gente de todas sus enfermedades y dolencias... Mucha gente...

seguía a Jesús. (Mateo 4.23, 25) ¿Qué reino? En Lucas 4.43 Jesús lo

dice claramente: Es necesario que también a otras ciudades

anuncie el evangelio del reino de Dios; porque para esto he sido

enviado.

¿Y cuál era su propuesta? Marcos 1.14-15 la define: Jesús vino a

Galilea predicando el evangelio del reino de Dios, diciendo: El

tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado;

arrepentíos, y creed en el evangelio. Ante la realidad del

advenimiento, la llegada, del reino de Dios en medio de nosotros,

sólo cabe arrepentirnos de nuestra soberbia, de nuestro alejamiento

de Dios y creer en el evangelio de Cristo. El reino de Dios vino para

quedarse entre nosotros. Es algo real y presente, no futuro como

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algunos piensan. Comenzó con la llegada de Cristo a este mundo y

se prolongará por la eternidad. Tiene que ver con el gobierno, el

reinado de Dios sobre las vidas. Todo el que se convierte pasa a

pertenecer a ese reino. Por eso la Palabra señala que somos

extranjeros y peregrinos sobre la tierra (Hebreos 11.13). Pertenecemos

a otro orden, tenemos otra ciudadanía, la de los cielos (Hebreos

11.13-16). Pero muchas veces no discernimos la presencia de ese

reino aquí y ahora entre nosotros y entonces pensamos que es algo

que ha de venir con el regreso de Cristo. Pero no fue eso lo que dijo

Jesús. Y nos comisionó a nosotros para predicar el mismo mensaje.

Mucha de la chatura de nuestra vida tiene que ver con el no

discernir el reino de Dios presente hoy. Tenemos la vaga sensación

de pertenecer en cierto modo al sistema en el cual estamos

inmersos. Pero nuestra realidad es otra: pertenecemos al reino de

Dios y debemos vivir acordes con esta realidad para que también

podamos predicarla. Otras leyes nos gobiernan y mucho de lo que

nos parecen acontecimientos sobrenaturales no son sino el

cumplimiento en nosotros de las leyes del reino al que

pertenecemos. No es sobrenatural ser sanados, ser liberados, ser

guardados de peligros muy graves. Corresponde al reino espiritual de

Dios al cual pertenecemos. Y es este evangelio de la soberanía y el

poder de Dios reinando sobre nosotros y sobre todo lo que existe el

que debemos predicar, instando a la gente a que se reconcilie con

su creador por medio de la obra redentora de Jesús y que se someta

al señorío de Cristo.