Noche de Burroughs 1: Varios autores

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Noche de Burroughs 1 Donativo: 10 pesos

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Noche de Burroughs 1: Leslie Dolejal, Marlon Albores y Raíces

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Noche de Burroughs 1

Donativo: 10 pesos

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Dirección General:

Mario Eduardo Ángeles.

Textos: Leslie Dolejal, Marlon Albores y Raíces (…en la tierra! Y Nikita ¿eh?).

Consejo Editorial: Diana Enríquez, Bardo Garma, David Mora-les, Miguel Escamilla, Mo. Eduardo Ángeles, Erich Tang y Jesús Reyes.

Agradecimientos especiales a Roxana Jaramillo, Flor de Liz, Tzolkin Montiel, Enrique Ibarra y José Manuel Bañuelos.

Contacto:

l ate st ad ur ali te r ar i a@g m ai l. com

e lg all ode let r as @g m ail . com

México, Febrero 2015.

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Los derechos de los textos publicados pertenecen a sus autores.

¡Qué corra la voz! La Testadura, una literatura de paso, hecha para

olvidarse en los lugares públicos y salas de espera.

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Mar del alba

por Leslie Dolejal

Al poeta José Luis de la Vega

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Leslie Dolejal nació en el puerto de Tam-

pico, Tamaulipas, México, el domingo 17

de mayo de 1970, en la Beneficencia

Española, a las 10:30 de la mañana. Es

músico y escritor autodidacta. Tiene es-

critos los libros Maragua (año 2000), La

casa de madera (año 2002), Café del

funky (año 2006), Ciruelo doméstico (año

2006), Barcos (año 2009), La madona de

las iguanas (año 2012), Toner (año 2013)

y Los días nada saben, sin embargo sobre

el mar son viejos (año 2013).

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I

De la ki kiri ki ki

Plas

Pum

Plof

Slap

Habían llegado

Ahhh

La pobre hija de la slopf

Shlif rocklaneska

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Stupiridiguana claudicoide

Como un restlopf arcaicangoníngolo

[reitoide

Níbulo astlatletlitlo

Revicorde súfalo restórtida

Algazáica respétula tarántula

Sí, entonces

Plaf plaf plaf plaf

Ahhh Ahhh Ahhh Ahhh

Y zúmbalo tlaxiricoide

Núbulus rastíngolo caleste

Já já já já já

En una cuerda.

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II

Entonces

Tarando cabos

Lixuplexiones

Quikirikuérdagos plotonáceos

De una huleta muérdaga mandarinaxia

Clazón de umbékeros fraguados

Ruxibonucléico astórtico

Que apenas restinfluxionados

Adorminean la taranticosis de los

[zémpanos

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Alburuqeiquianoxostlos

Para un subérculo maduro

Ese es el universo

Eso somos.

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III

Sólo los hombres de conocimiento

[podían hacerse navegantes.

Sólo los conocedores de sí mismos

[habían creado embarcaciones.

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IV

***

Amanece en el cielo eso que llamamos la

[primera luz

pero uno no sabe de lo que habla.

Entonces, como la primera manifestación

[de las palabras,

lo que lleva el mar se desmorona.

Hay un hombre mirando la ventana.

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***

Hemos estado a solas en la ciudad

y no sé por dónde me escabullí

para acabar lejano.

Extraño pertrechado en este rincón de

casa

donde avanzan transeúntes.

Perseguimos sueños

y morimos porque estamos sobrios.

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***

Sin embargo la nota del recuerdo,

la elevación de un domingo sin fortuna,

me permiten ser aquel suceso

[contemplando

la alfombra de nubes que bebe del mar

[su cabalgata.

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***

Debo hablar del corazón,

¿de qué otra cosa hablan los poetas?

Debo imaginar el viento que lo cubre

y deletrearme un rostro.

***

Bastaría aquí con aromar.

Con patear algunas piedras.

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***

Vengan a ver El Gran Circo Del Hombre

[Bala,

el gran circo del hombre bala,

ubicado en Luis Vega y Monroy,

frente a la Mega Comercial Mexicana.

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V

¿Sabrás pulsar la cuerda en la marinería

[caliente de los odres,

oh marino, cuando la luz devenga

y no haya al fin más cántaros redondos?

¿Vendrás del sueño principal,

donde las fábricas celebran primero el

[lucro,

luego la boca circular de sus danzantes?

¿Qué me dirás esta mañana tú,

[entrometida,

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sorda que siempre lengüeteas en las

[doradas arenas,

lejana en las veredas todas,

mar que enlodas de ribera los penachos

[ancianos de la historia?

¿No serás tú, tibia, barca de sombra del

[anhelo,

raya de notas que el cuaderno raya

manchando las aristas de los grandes

[sorbos?

¿Y no serás tú, lunar, más que revuelo y

[marca fúnebre de mar,

circo de haciendas, de promesas y de

[historias?

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¿Qué me dirás esta mañana tú,

[entrometida, pueblo de pájaros

[[redondos?

¿Has venido sólo a comprarme un

[cigarrillo?

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Lafabeta

por Marlon Albores

Marlon Albores Colín (México, D.F., 1973).

Con más de 20 años en una seudotrayectoria

artística ha andado de aquí para allá y de allá

para acá. Escribe, pinta, diseña gráficamente

y patina como si no hubiera mañana.

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Lafabeta

Quiero sentirme interesante por den-

tro. Averiguar que es lo que flota enfrente

de mis ojos.

Desenterrar esos reflejos de la gente.

Saber de verdad sino son cyborgs mutan-

tes. Hechos de carnitas y masilla de car-

bón. Saber si sus risas no son grabacio-

nes de latas cayéndose. De delfines

amaestrados y moduladas. Hechos en

china al por mayor. Como si fueran clones

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de mala calidad.

Porque nunca cambian, solamente

les salen más arrugas y más complejos,

se sienten hechos a la medida del acto.

Algunos hacen negocios dudosos con su

alma. Y hasta regatean con tal de tener

algunos días de más. Pero no saben que

Lucifer es un mal negociante y siempre

gana.

Se envuelven en relaciones que termi-

nan sin acabar, que los deshidratan y los

dejan secos, sin lágrimas ni baba. Atien-

den a los mercados de amplia difusión

por medio de sus propias manos sin utili-

zarlas, con solo mover la boca y succionar

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venas desgastadas. Sumisos ante la pul-

critud de la demanda.

Crecen y se vuelven virus asesinos;

carcomen las ideas baratas y las vuelven

a utilizar dejándose la barba crecer. Sus

pies destilan moda barata y pasada de

época. Sus oídos están llenos de ritmos

afrocubanos y de zapateos autóctonos.

Cáncer en manada aborda la banqueta.

Desfilan con rumbo fijo señalado por

otros al éxito.

¿Se han fijado en la terrible actuali-

dad que se dibujan en sus cuerpos? Con

tal de pertenecer y ser son capaces de

mutilarse y llenarse de colores; aparentar

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la diferencia del no ser igual.

Se pican la nariz para ver si aún hay

algo en sus cabezas. Y siempre se ven el

dedo dudando si eso salió de ellos mis-

mos. Mocos observados como si fuera la

sustancia más especial del mundo. Algu-

nos degustaran de un manjar servido por

ellos mismos. En mantel de palma de la

mano.

Lo interesante de escarbar por dentro

de uno.

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Tyomnaya noch

por Raíces (…en la tierra! Y Nikita ¿eh?)

Querétaro, 1990

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Tyomnaya noch

A quien se espera, mi inspiración

A Dios, la miseria

La esperaba en aquel preámbulo del

alba, con el frío acechando con tal vigor

que me hacía temblar con los brazos cru-

zados. Aquella oscuridad, sumergida en

la consumación de otoño, tenía estampa-

da la melancolía en sus ventiscas y frial-

dades, con aroma a saudade, haciendo

juego con las luces navideñas que ador-

naban las casas, sus oscuras calles re-

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pletas de faros y decenas de bolsas de

basura en el camellón.

En aquel paisaje, asisto a la cocina a

calentar un poco de agua para café, y así

poder mantenerme despierto ante la im-

petuosa somnolencia. En realidad, no era

la cafeína la provocadora de desvelos,

sino ese ligero vacío en el esófago el que

mantenía despierto mi cuerpo. Esperé

algunos minutos envuelto en la oscuri-

dad, resaltando en el lugar la llama en-

cendida de la estufa y un pequeño vapor

con olor a agua de llave. De fondo, una

canción peculiar dejaba su rastro por

todo el orbe, danzando con vesania ; el

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agua bullía y cada burbuja explotaba al

rosar la superficie del líquido. Vertí el

fluido hirviente sobre una taza de loza,

colocando, con posterioridad, dos cucha-

radas de café. Acudí con cuidado hacia la

mesa, tomé asiento y miré el reloj: eran

las 03:34, y no había más anuncio de su

llegada que un silencio nocturno invadido

por aquella melodía.

Tomé una pluma con pronta ansia, y

sobre un cuadernillo plasmé letras y for-

mas sobre hojas blancas. Palabrerías,

aforismos, letras corrían por esas pági-

nas, pero no importaba el significado de

esos trazos, sino el contexto en el que sa-

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lían escupidas. La esperaba ahí sentado,

miraba el reloj de nuevo y agité mi cabeza

un poco, volviendo mi interés a la ausen-

cia de quien provocaba tan cruel escena.

Me levantaba ocasionalmente para mirar

por la ventana, observando aquel lugar

decrépito de ebrios acaecidos en las ca-

lles, y bolsas de basura que seguían, ne-

cias, sobre el camellón.

Ciertos suspiros desbordaban la cal-

ma, pero seguía firme en mi intención de

transigir la espera. Los párpados caídos,

incitaban a agitarlos con los dedos, ma-

sajeándolos de un lado a otro… provo-

cando ligeros centelleos que alucinaban

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mi juicio. Cabeceaba no pocas veces y

rascaba con insistencia los brazos; la

pluma, poseída por ese desvelo, ondula-

ba su tinta en las hojas como si en ella

hubiera albedrío; no controlaba aquel

artilugio, había cobrado vida en sólo unos

instantes, arrojando garabatos sin con-

sistencia.

La tonada proseguía su curso, volvía a

mirar el reloj y las manecillas marcaban

las 03:44. Mis manos comenzaban a

temblar. Seguía esperándola, no quería

claudicar ante los demonios que se aloja-

ban en mi cabeza, estaba dispuesto a

sucumbir con los ojos abiertos antes que

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dejar pasar su venida, de recibirla con los

brazos abiertos. Ya escuchaba su voz

diciendo lo mucho que me amaba, apre-

tando con fuerza nuestros cuerpos, res-

tregándolos con ardor. Pero seguía en la

mesa, con esa taza de café amargo y

aquella canción que parecía no tener fin.

Los minutos se prolongaban con pa-

sos agigantados, y con ellos la desespe-

ración se acrecentaba: -¿Le habrá pasa-

do algo?-, pensaba a mis adentros con

espanto, pero intentaba calmar mis des-

varíos; analizaba la ciudad y su recurrente

violencia, la probabilidad de un asalto o

una violación. Quizás, caminaba por al-

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guna callejuela, decidida a verme y el

infortunio se cruzó en su camino ¡Qué

terrible! ¡Era mi culpa!... ¡No podía per-

donarme si algo le había ocurrido! -

gritaba-. Pensé en arrebatarme la vida

por tan insoportable pensamiento, me

levanté de la mesa y acudí de nueva

cuenta a la cocina para mirar los cubier-

tos y localizar un cuchillo; lo miré, estaba

ahí esperando incrustarse en mis entra-

ñas: ¡No puedo perdonarme! –seguía

repitiendo-, así que tomé el cuchillo e

introduje su filo rasgando mis palmas

para probar su sagacidad; una línea rec-

ta, de forma vertical, quedó plasmada y

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la sangre salió a chorros; era momento de

rebanar las arterias, pero antes de cortar,

recobré la razón a tiempo al ver tanta

sangre en el suelo, y el ardor insoportable

de mis palmas cortadas, así que coloqué

el cuchillo en el lavabo, dos trapos apre-

tados sobre mis manos y regresé a la me-

sa que resguardaba la espera.

Pasado el tiempo la canción continua-

ba -¡esa estúpida canción!-; ya eran las

03:55 y me encontraba sentado, amonto-

nado entre los muebles de madera que

crujían anunciando mi óbito; iba a morir,

tenía la certeza de tal suceso al recordar

el mal augurio que es escuchar la madera

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crepitar, pero quería esperarla, no podía

irme sin despedirme de ella, abrazarla,

estrujarla hasta sacarle el aliento. Pensé

en dios, y recé como nunca; era necesario

rogarle algunos minutos de vida; no sería

capaz, el muy cabrón, de arrebatarle el

último deseo a un moribundo. ¡No impor-

taban mis injurias pasadas! Aceptaba el

castigo póstumo, pero no este en el que

ella no estaba.

Me levanté de la mesa y acudí al baño

para vomitar un fluido viscoso, provocado

por tanto estrés; con la garganta desga-

rrada, terminé abrazándome, a rastras,

del inodoro, quedando mi ser escurrido.

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Me levanté con firmeza, lavé mi cara su-

mergiéndola en charcos de agua sobre

mis manos conjuntas, me sequé y volví a

sentarme.

La noche tiene un silencio peculiar:

quieto, sigiloso, pareciera el preludio de

un ruido inminente; solapado, todo lo

engrandece, y uno se siente tan pequeño

que teme ser pisoteado. Yo la espero, dan

las 04:08, he pasado lo peor de esa vile-

za; continúa la madrugada acompasada

con terror, al son de esa melodía fúnebre

ahora.

Me levanto para asomarme por la

ventana, y todo sigue en su lugar: solo,

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vacío, inamovible; nada pasa. Escucho un

terrible estruendo dentro de mi hogar, y

volteo con sobresalto… el piso convulsa

agitándose hasta zarandear mi juicio, la

melodía perenne sucumbe ante la agita-

ción y comienza a distorsionarse. Todo se

desvanece alrededor, se nubla el entorno

y las paredes se difuminan; la mesa, im-

precisa, se vuelve borrosa y mis manos

turbias desaparecen. Intento aferrarme al

suelo, pisando con fuerza sobre este,

pero es inútil, todo comienza a girar… me

derrumbo. Siento pánico, me agito, inten-

to correr, pero mis piernas se atoran su-

mergidas en el suelo… desaparecen mis

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pies… mis rodillas, me siento perturbado,

débil, ya no me alcanza la boca para as-

pirar el aire que se aleja…

Abro los ojos con cansancio, todo

sigue quieto, apacible, sosegado; senta-

do frente a la mesa despierto, y me estiro

con un bostezo que cubre mi rostro; el día

se asoma en sus destellos de alba sobre

mi cuerpo: no hay música, ni estremeci-

miento; toco mis manos y se encuentran

completas, el café quedó entero, frío y sin

vapor; miro por la ventana… ya no hay

luces, ni borrachos. No tengo reloj, ni

miedo, ni espera, y limpio mis lagañas

con los dedos . Cavilo al respecto por lo

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acontecido, insisto en mirarme las pal-

mas de las manos y examino el retrete sin

más hallazgo que una meada sin vaciar-

se. Reviso la mesa, la cocina, la compu-

tadora que pronunciaba, en apariencia,

aquella melodía y nada. Fue un sueño –

pienso-, me había quedado dormido.

Enciendo la radio y un cigarrillo, me

siento en el umbral de mi casa; las 09:00

se anuncia en el noticiero y pasa el ca-

mión de la basura llevándose el montícu-

lo de desperdicios aglomerado en la ban-

queta. Exhalo una bocanada de humo y

sonrío.

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