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NO TOMARÁS EL LUGAR DE DIOS EN VANO Rubén C. Morató Bellido (Avance Marzo 2015)

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NO TOMARÁS EL LUGAR DE DIOS EN VANO

Rubén C. Morató Bellido

(Avance Marzo 2015)

No tomarás el lugar de Dios en vano - Rubén C. Morató Bellido

Avance Marzo 2015 - Texto no definitivo - 1 de 79 -

Copyright © 2015 Rubén C. Morató Bellido

Todos los derechos reservados

Registro de la Propiedad Intelectual 16/2014/2297

ISBN-13: PENDIENTE

Queda prohibida la copia o reproducción de esta obra, sea total o parcial,por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y

el tratamiento informático, sin el previo consentimiento expreso yescrito del autor.

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SOBRE ESTE TEXTO

Estimado lector:

el documento que tiene en sus manos no es una "Demo", sino un "Avance", es decir, un texto muy avanzado, pero todavía inacabado, y en consecuencia, sujeto a posibles modificaciones.

"No tomarás el lugar de Dios en vano" ya se encuentra escrita y registrada, pero no acabada.

Opino que los textos hay que dejarlos madurar, pues con el paso del tiempo son manifiestamente mejorables. Por supuesto el argumento y la trama son definitivos, pero siempre cabe la posibilidad de añadir algún nuevo párrafo o de expresar una idea de un modo alternativo.

Este documento sólo persigue el facilitarle una primera toma de contacto con mi segundo proyecto.

En cualquier caso, no dude que a mediados de Noviembre tendrá a su disposición una "Demo" de forma gratuita, tal y como he hecho con "El Arcano", así como el texto completo en mi tienda virtual por si fuera de su interés.

Confío que estas primeras líneas de "No tomarás el lugar de Dios en vano" también sean merecedoras de su aprobación.

Rubén C. Morató

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SINOPSIS

"Cuando en aquella madrugada de Abril de 1986 Cliff Robinson se levanta de la cama, nunca hubiera imaginado que pocas horas después su nombre iba a quedar para siempre ligado al de Mijaíl Sergéyevich Gorbachov, el Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética.

Tampoco el mundo en que sus nietos vivirían sesenta años después".

No tomarás el lugar de Dios en vano narra la carrera empresarial de Philippe Tramp hacia la consecución del Poder, el primogénito de una influyente familia europea que no duda en alterar el actual orden socio-económico en su propio beneficio mediante la manipulación genética y con el incondicional e imprescindible apoyo de la clase política y financiera.

Una veintena de personajes de diferentes nacionalidades, entornos sociales y edades, sufrirán la dramática modificación de sus patrones de vida cuando el ser humano pierda su condición de especie dominante sobre la corteza terrestre.

Una condición que, difícilmente, algún día podrá volver a recuperar.

Una trepidante novela a cuyo término el lector queda obligado a formularse una única pregunta: ¿ hasta qué punto todo es válido en el mundo de los negocios ?

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RELACION DE PERSONAJES y CORPORACIONES

Relación de Personajes Principales por orden alfabético

Begoña Dorado Esposa de Xisco Reynes y madre de Sebastian y Aina Reynes

Braun Hoffman Guía de Lobo-Uno

Daan Kuypers CEO del Banco Europeo de Depósitos

Félix Roig Cladera Responsable de la división sur Europa del BED

Jean Maas Responsable de desarrollo estratégico de NBC

John Ackerman CEO de AGM (American Grain Manufacturing )

Magnus Järvinen Director Gerente de NBC en Helsinky (New Biotechnologies Corp )

Manuel Morales Inspector del Cuerpo Nacional de Policía

Nicholas Vanderlin Jefe de Seguridad de AGM. Trabaja para John Ackerman

Oscar Cruz Arquitecto de Lobo-Uno y de SubLab

Paolo Romano Spoto Comandante del Núcleo Operativo Centrale de Sicuritezza. Responsable de Seguridad de NBC

Philippe Theodore Fundador y co-propietario de NBC. Padre de Philippe Tramp

Philippe Tramp CEO y co-propietario de NBC . Hijo y principal heredero de Philippe Theodore Tramp Woldman

Pilar Pérez Merina Directora de Departamento de Dinámica y Evolución del Genoma del CBMSO

Sebastian Reynés Hijo mayor de Xisco Reynés. Amigo de Fernando Montañés

Vincent Favart Responsable científico de NBC

Xisco Reynés Pons Hotelero Mallorquín. Hijo de Catalina Pons. Esposo de Begoña Dorado. Padre de Sebastián Reynés.

Relación de Personajes Secundarios por orden alfabético

Aina Reyes Sánchez Hija menor de Xisco Reynés y Begoña Dorado

Alberto Ricci Capitán de submarino

Brigitte Tramp Eldon Hermanastra de Philippe Tramp. Hija de Philippe Theodore Tramp

Cristina de la Hoz Subdirectora del CBMSO. Jefa de Pilar Pérez Merina

Esteban Bosch Jefe del Servicio Internacional de noticias en Español de la DPA

Fabian Martens Notario con despacho en Bruselas

Fernando Montañés Hijo del ministro Victor Montañés. Amigo de Sebastian Reynés.

Irina Diatlov Luzhin Empleada de NBC Helsinki. Amiga de Pilar Molina. Compañera de piso de Patty March

Louise van Dorp Directora General de la división europea del BED

Luis Bustamante Director del CBMSO. Superior de Cristina de la Hoz

Luis Dorado Gómez Padre de Begoña Dorado. Suegro de Xisco Reynés

Monika Tramp Eldon Hermanastra de Philippe Tramp. Hija de Philippe Theodore Tramp

Patty March Espia industrial contratada por Nicholas Vanderlin

Pere Martas Presidente del Gobierno Balear

Rufus Vanderbilt Propietario de Venderbilt-Grains

Victor Montañés Ministro del Interior. Padre de Fernando Montañés

Werner Schnieper Abogado de la familia Tramp experto en propiedad intelectual

Relación de Personajes de Apoyo por orden alfabético

Agustín Martínez Inspector de Policía

Aina Vanrell Locutora de RNE Mallorca

Aldrin Custer Asesor militar del Presidente de Estados Unidos

Alfred Einstein Secretario particular de Werner Schniepper

Ania Secretaria particular de Philippe Tramp

Augusto Burgmaster Traductor de Philippe Tramp en la isla de Mallorca

Ben Hellman Inspector de Seguridad de la planta nuclear de Forsmark

Benoit Bergeron Científico desplazado a Lobo-Uno

Berg Virtanen Informático de NBC Helsinki. Pareja sentimental de Irina Diatlov

Brigitta Dhal Ministra de Energía de Suecia

Carlos Pérez Merina Hermano de Pilar Pérez Merina

Catalina Pons Bauza Madre de Xisco Reynes

Celia Pérez Fernández Sobrina de Pilar Pérez Merina

Cliff Robinson Ingeniero químico de la planta nuclear de Forsmark

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Dafina Stormhall Abuela de Philippe Tramp

Dimitri Vólkov Capitán del Grigoriy Mikheev

Dmitry Vinográdov Empresario ruso e importante cliente del BED

Donald Right Director científico de Lobo-Uno

E.Mink Inventor del Hyperloop

Effi Ex-esposa del turista alemán Klaus Fellner

Elena Palacio Neurocirujana del Hospital de la Paz

Eugéne Waas Director del Departamento Legal de NBC en Bruselas

Eva Ludder Ingeniera en SubLab

Felipe Villabona Responsable de comunicación del aeropuerto de Son Sant Joan (Mallorca)

Fédor Solocióv Jefe de máquinas del Kaidi

Gloria Fernández Cuñada de Pilar Pérez Merina. Esposa de Carlos Pérez Merina

Gregorio Marín Cirujano de confianza del ministro Victor Montañés

Hans Blix Director general de la Agencia Internacional de Energía Atómica

Héctor Chófer de Philippe Tramp

Hilde Fellner Hija del turista alemán Klaus Fellner

Ingvar Carlsson Primer Ministro de Suecia

Iñigo Cubeiro Ornitólogo tertuliano de RNE

Isabela Montálvez Investigadora en Lobo-Uno

Jaume Reynés Padre de Xisco Reynés. Esposa de Catalina

Jeff Beck Socio del empresario Rufus Vanderbilt

Joan Nomdedeu Capitan del clipper Hernán Cortés

Jose Antonio Molina Locutor de RNE Sevilla

Klaus Fellner Turista alemán de vacaciones en la isla de Mallorca

Klaus Vitra Operador de noche en el departamento de informática de NBC Helsinki

Leif Moberg Miembro del SSI (Autoridad Sueca de Seguridad Nuclear)

Lezenslao Utrera Funcionario del Ministerio del Interior

Laurent Mêtre del restaurante Ashley´s

Luis Camps Consejero de Hacienda del Gobierno Balear

Luis Martín Locutor de RNE Madrid

Luis Payá Cirujano de confianza del ministro Victor Montañés

Luisa Sánchez Madre de Begoña Dorado. Esposa de Luis Dorado

Mahan Marinero del Kaidi

Mark Thomson Compañero de trabajo y de bolos de Félix Cladera

Miriam Bellido Doctora del hospital de la Zarzuela

Nelson García Repartidor de FedEx

Nicolae Stănescu Persona de confianza de Braun Hoffman

Nichita Titulescu Persona de confianza de Braun Hoffman

Oto Shuwa Vigilante de noche de las instalaciones de NBC Helsinky

Pablo Viladecamps Notario de la familia Reynés en Mallorca

Pasha Marinero del Kaidi

Peter Lawson Científico desplazado a Lobo-Uno

Rubén Bellido Periodista de la DPA

Sandra García Consejera de Economía, Competitividad y Empleo del Gobierno Balear

Sorine Sørensen Geóloga submarina encargada de la selección del emplazamiento para SubLab

Steve Whitehead Director científico de Lobo-Uno

Ted Evans Cocinero de Lobo-Uno

Tito Vallespí Munar Pasajero del Boeing 777-200

Tommy Bowl Propietario de la bolera Belgium Beer Bowling (3B)

Velkan Mihai Capitán del Kaidi

Vicente Company Locutor de RNE Valencia

Vlad Eghian Terrorista de origen armenio

Relación de Corporaciones

ABI American Biotrechnologies Inc

AGM American Grain Manugacturing

BED Banco Europeo de Depósitos.

CBMSO Centro de Biología Molecular Severo Ochoa

DPA Deutsche Presse-Agentur (Agencia de Prensa Alemana)

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NBC New Biotechnologies Corp.

ONU Organización de las Naciones Unidas

RNE Radio Nacional de España

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"Dijo Dios: hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza, que tenga autoridad sobre los peces del mar y sobre las aves del cielo, sobre los animales del campo, las fieras salvajes y los reptiles que se arrastran por el suelo. Y creó Dios al hombre a su imagen. A imagen de Dios lo creó, varón y mujer".

Génesis 1, 26-27.

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PRÓLOGO:13 de Abril de 2045

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Capítulo 1 - Caso reabierto

13 de Abril 2045 09:00 horasJefatura Superior de PolicíaMadrid (España)

El despacho del Inspector de policía Martínez está vacío. Tal vez haya ido a por un café, o a lo mejor al servicio. De todos modos no es un hecho relevante para el caso.

Sobre su mesa de lunes se apilan los papeles, aunque lo mismo habría podido decirse en cualquier otro día de la semana. Sin embargo sí es un hecho relevante el modo en que han transcurrido los últimos días de Agustín Martínez Valencia. Y no porque el puente de Semana Santa haya sido uno más de esos muchos que es mejor olvidar, que lo ha sido, sino porque ha dedicado la mayor parte de su tiempo de disfrute personal a decidir lo que debe hacer con el expediente 2017/M113.

Un simple vistazo al contenido mostrado en el monitor da cumplida respuesta acerca de su decisión final: el expediente 2017/M113 ha sido reabierto, a las 08:35 horas de aquella misma mañana. Sin embargo, el motivo de la decisión no se encuentra en la base de datos del cuerpo policial.

De hecho, nunca lo ha estado.

El origen de los desvelos del Inspector Martínez permanece oculto en el interior de una carpeta ajada, un trozo de cartón en cuya lomera se puede leer "Año 2019". La primera hoja de un documento de no más de ocho folios asoma parcialmente por debajo de la tapa frontal.

Si en aquel momento alguien hubiera echado un vistazo a la mesa, seguro que tampoco habría quedado indiferente ante el contenido de los tres primeros párrafos que han quedado a la vista.

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Capítulo 2 - Manuscrito de Manuel Morales

Expediente: 2017/M113Fecha de Apertura: 16/05/2017Estado: Cerrado por falta de pruebas concluyentes

En Madrid a 03 de Enero del año 2045

En el día de hoy y habiendo transcurrido dieciséis años desde la última vez que estuviera a punto de poder interrogar al sujeto, estoy seguro de haberle identificado inequívocamente mientras merodeaba por los grandes almacenes próximos a la zona comercial de Azca.

También estoy seguro de que mi presencia no le ha pasado inadvertida. Me ha reconocido, si bien en esta ocasión no ha mostrado ningún signo de temor: mas bien todo lo contrario. No hemos intercambiado palabra alguna, pero tampoco ha sido necesario. Tal y como relataré a continuación, los dos sabemos lo que pensamos el uno del otro. Sin embargo, a estas alturas, transcurridos treinta años desde que tuvieran lugar los primeros hechos objeto de mi investigación, tal vez ya todo resulte irrelevante.

Aunque entonces ninguno de nosotros nos apercibimos de ello, su llegada a Ny-Ålesund, hábilmente arropada en el conjunto de una supuesta expedición científica, marcó el inicio del nuevo orden social que todos padecemos desde hace tres décadas. El mismo que, ahora, sin duda demasiado tarde, sabemos que nos llevará a convertirnos en una especie animal de segunda clase predestinada a su inevitable extinción.

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EL ORIGEN: 28 de Abril de 1986

( Cincuenta y nueve años antes )

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Capítulo 3 - Forsmark

Central Nuclear de ForsmarkForsmark ( Suecia )

Cuando en aquella madrugada de Abril de 1986 Cliff Robinson se levanta de la cama, nunca hubiera imaginado que pocas horas después su nombre iba a quedar para siempre ligado al de Mijaíl Sergéyevich Gorbachov, el Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética.

Tampoco el mundo en que sus nietos vivirían sesenta años después.

*

No ha amanecido cuando Cliff abandona su domicilio en Uppsala. Al otro lado de la calle espera el autobús, como siempre sucede en las madrugadas de lunes a viernes: aguarda para llevarle a su puesto de trabajo en la central nuclear de Forsmark. Es la rutina de todos los días.

Sube y espera hasta alcanzar a ver la avenida principal. Luego cierra los ojos.

Forsmark es una de esas muchas pequeñas localidades industriales habitadas por no más de un par de cientos de personas. Ubicada a setenta y cinco kilómetros de Uppsala, y al doble de distancia de Estocolmo, seguiría siendo del todo desconocida para el gran público de no ser por sus primorosas casitas blancas dispuestas alrededor de la iglesia parroquial. Para los suecos, y con el transcurrir de los años, se ha convertido en su lugar predilecto para contraer matrimonio.

Sin embargo Forsmark también aparece en los mapas por un segundo motivo: alberga el complejo nuclear y la instalación de almacenaje de residuos radioactivos de baja y media actividad de su mismo nombre. Evidentemente, esta otra faceta local atrae a muchos menos turistas. Los tres reactores de la central, junto a los otros siete de Oskarshamn y Ringhals, son los responsables de producir el cincuenta por ciento de la electricidad del país.

Cliff intenta dormitar sin éxito durante el trayecto de cincuenta minutos. Cuando desciende del autobús se dirige hacia la cantina del edificio principal para desayunar: desde unas maniobras campestres cuando era niño, le subleva la sensación de hambre en el estómago. Y para colmo de males, ha previsto realizar unas verificaciones que le van a dejar escaso tiempo para comer, por no decir que no podrá hacerlo. Da cuenta de la última salchicha que todavía le queda en el plato.

Cliff Robinson trabaja en Forsmark en calidad de ingeniero químico.

Cuando ha terminado con la segunda taza de café se dirige hacia los vestuarios próximos a la zona del reactor: limpiarse los dientes es tan sagrado como la cerveza que le aguarda al final de la jornada.

*

Los seis detectores de radiación ocupan la mayor parte del vestíbulo principal, zona de paso

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obligado para acceder a las oficinas y laboratorios. Una fila de ingenieros hace cola frente a cada una de las máquinas, todos vestidos con el reglamentario mono blanco. Sólo el negro logotipo de Forsmark impreso sobre sus espaldas rompe la blanca monotonía del lugar. Cliff se encamina hacia la fila más corta.

Aguarda su turno.

Por fin el ingeniero que le precede finaliza la rutinaria inspección: ya le toca. Avanza hacia el detector: pasa bajo el arco. La reacción de todos los presentes resulta inevitable: ahora todas las pupilas se concentran en él.

Su paso ha hecho sonar la alarma.

Sorprendido, se queda mirando la máquina sin saber muy bien qué hacer. Decide salir y probar otra vez. Aunque en ese momento no lo sabe, necesitará de otros dos intentos para cruzar el arco de seguridad sin activarlo.

- Seguramente un pequeño problema de ajuste, - escucha decir al técnico que pacientemente espera su turno.

Se gira y confirma las palabras con un leve movimiento de cabeza.

Está marchando hacia el laboratorio cuando una sucesión de alarmas comienza a sonar a sus espaldas. Primero ha sido una. Luego otra. Segundos después lo hacen todas, al unísono. Los semblantes de los técnicos haciendo cola comienzan a mostrar los primeros signos de nerviosismo. Cliff se vuelve. Echa un rápido vistazo a cada uno de los dispositivos en busca de un patrón común que pueda explicar lo que sucede. Su mente trabaja a pleno rendimiento: es absurdo considerar la posibilidad de un desajuste simultáneo en las seis máquinas.

El atronador sonido no cesa, un sonido cientos de veces reverberado por la estructura de hormigón. A medida que los segundos transcurren una idea comienza a cobrar sentido. Sólo una, pero de fatales consecuencias si está en lo cierto.

- El reactor tiene un escape, - termina por concluir.

Ahora es un ingeniero de tez cetrina el que se prepara para cruzar el perímetro de seguridad: se encamina hacia el equipo número dos. Avanza un primer paso: no sucede nada. A continuación un segundo: sin novedades. Confiado alza el pie y cruza el arco, con determinación. Los sensores se activan: tampoco él ha sido una excepción.

Cliff se le acerca. Hablan. Segundos después el químico abandona el lugar. Lo hace corriendo, de camino al laboratorio. Entre sus manos lleva los zapatos del hombre de amarillento semblante, y ahora también descalzo. Entra en la sala como una exhalación. Busca el detector de germanio. Percibe el temblor de sus manos cuando lo pone sobre la prenda. Aguarda.

El temblor arrecia.

Un agudo pitido invade el silencio de la estancia: las primeras lecturas no cesan de incrementar. Lo hacen con inusitada rapidez. El peor de sus temores parece confirmarse. Finalmente la aguja se estabiliza.

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Ahora sí que está realmente preocupado. O tal vez sea mejor decir, aterrado.

Repite la medición otras dos veces. Invariablemente obtiene el mismo resultado. Sin dudarlo se abalanza hacia el teléfono con la esperanza de encontrar a Ben Hellman en su despacho. Mientras espera a su respuesta prosigue analizando de forma sistemática todas las posibilidades: ¿ habrá dejado algo sin considerar ? ¿ puede estar equivocado ?

- Hellman ¿ dígame ?

Cliff escucha la voz del Inspector de Seguridad de Planta al otro lado de la línea.

- Ben, soy Cliff. Tenemos un problema.

- ¿ Importante ?

- Creo que sí. Todos los detectores de acceso han saltado.

- ¿ Los seis ? - se le escucha preguntar a Ben al otro lado de la línea. El tono con que ha pronunciado sus escuetas palabras deja entrever una cierta incredulidad.

- Sí, - afirma el químico sin dudarlo. - Todo apunta a una contaminación generalizada. Pero eso no es lo peor, - añade, - las primeras lecturas indican la existencia de elementos radioactivos que no corresponden a la central.

Ben se mantiene en silencio. Cliff no sabe cómo interpretarlo. La falta de comunicación se prolonga. Finalmente el químico se decide a compartir sus pensamientos por primera vez.

- Ben, crees que... ¿ que puede tratarse de una detonación nuclear ?

- Hazme un favor. Toma una muestra de las chimeneas y analiza si estamos perdiendo material radioactivo. Luego charlamos. Es urgente, - añade el Inspector de Seguridad antes de colgar.

*

Cliff está próximo a finalizar el análisis de los gases de las chimeneas cuando el sonido de una segunda señal de alarma invade la totalidad del edificio: Hellman acaba de ordenar la evacuación inmediata de las instalaciones. Una vez más revisa los primeros resultados que tiene frente a él: - esas cifras no tienen ningún sentido, - se dice. Opta por continuar, hasta concluir el trabajo, aunque para ello tenga que ignorar la orden dada por Ben.

Una orden de primer nivel.

Una orden que no admite réplicas.

*

Han transcurrido otros diez minutos cuando intenta contactar por segunda vez con el Inspector de Seguridad: reza para que todavía se encuentre en el despacho. Entremezclado con el sonido de sirenas logra escuchar la voz de Hellman.

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- Ben, ¡ soy Cliff nuevamente ! - dice gritando.

- ¿ Pero todavía estás en el edificio ? ¿ Es que acaso no has oído la alarma ?

- ¡ No somos nosotros ! - dice sin atender a las recriminaciones, para a continuación añadir:

- Forsmark no tiene ningún problema. ¡ No somos nosotros ! ¡ Las lecturas las provoca una contaminación de origen exterior !

- ¿ Seguro ?

- ¡ Seguro ! - sentencia. - Las mediciones así lo indican.

- Necesitaré las lecturas de los elementos radioactivos encontrados en esos zapatos, - sentencia Ben sin dudarlo. - Sigue analizando muestras regularmente y no te muevas del laboratorio. Tal vez te necesite.

Cuando Ben Hellman cuelga el teléfono, lo hace convencido de la existencia de una contaminación de origen exterior. Y al igual que le ha sucedido a Cliff, también comienza a sopesar seriamente la opción de una detonación nuclear.

Revuelve los documentos que se apilan sobre su mesa. Finalmente encuentra lo que persigue.

Mientras busca en el listín telefónico el número del Instituto Sueco de Meteorología e Hidrología, no cesa de preguntarse si su familia estará a salvo. Sin embargo decide demorar unos minutos la obligada llamada a su esposa: necesita conocer urgentemente la dirección e intensidad del viento durante las últimas veinticuatro horas.

En ese mismo momento, seiscientos de los ochocientos cincuenta trabajadores de la central ya han sido evacuados. Sus órdenes están siendo cumplidas.

*

Son las doce del mediodía cuando Ben Hellman se esfuerza por contactar con el SSI, la Autoridad Sueca de Seguridad Nuclear. Relee una vez más el télex que descansa sobre su escritorio mientras escucha el intermitente sonar del teléfono. Según la información facilitada por el Instituto Meteorológico, la detonación nuclear ha tenido lugar al sureste de Forsmark.

Necesita de otra docena de timbrazos para que Leif Moberg descuelgue el auricular.

Cuando cinco minutos más tarde cuelga al Doctor en Física por la Universidad de Estocolmo, lo hace absolutamente perplejo. Ahora sabe que ninguna sus tres centrales ha tenido problemas: los ingenieros de Oskarshamn y Ringhals también han efectuado las mismas lecturas.

Sin embargo su perplejidad habría sido mayor de haber sabido que las mediciones efectuadas en Noruega han mostrado valores diez veces superiores a los que Cliff ha detectado en Forsmark. E infinita, si Moberg hubiera compartido con él que la Ministra de Energía le aguarda en su despacho dentro de treinta minutos.

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Capítulo 4 - Primera conversación

Una hora despuésMinisterio de Industria y EnergíaEstocolmo ( Suecia )

- Señora ministra, tengo al señor Blix al teléfono.

- Pásemelo por favor.

Birgitta Dahl había estudiado Arte en la Universidad de Uppsala treinta años antes, compaginando las aulas con una incipiente carrera política en la Unión de Estudiantes. Después, entre 1971 y 1977, trabajaría en el Comité Sueco para Vietnam. Sin embargo no sería hasta 1982 cuando el socialdemócrata y reelecto primer ministro Olof Palme le propusiera estar al frente del Ministerio de Energía. Ingvar Carlsson, desde hacía escasas semanas sucesor del malogrado Palme, la mantenía en el cargo.

Pacientemente aguarda a escuchar la voz del director general de la Agencia Internacional de la Energía Atómica, la AIEA. La línea telefónica que utilizan es de alta seguridad. Se remueve inquieta en su asiento. Tras una serie de clicks y ruidos estáticos escucha la voz de Hans Blix.

- ¿ Birgitta ?

- Hans, ¿ cómo van las cosas por Viena ?

- No del todo mal, - responde el sueco, aprovechando para reclinar la espalda sobre el respaldo del sillón que ocupa. Estira las piernas. - Podrían estar mucho peor, - añade.

- Hans, me acompaña el doctor Leif Moberg, del SSI, la Autoridad Sueca de Seguridad Nuclear. Creo que no os conocéis. - Prosigue sin esperar a su respuesta. - Me temo que no tengo buenas noticias. Permíteme que no me ande con preámbulos. ¿ Te han informado recientemente de algún incidente nuclear ?

- ¿ Incidente de qué tipo ? - pregunta Hans al tiempo que vuelve a erguirse en el sillón.

- No lo sabemos. Hemos evacuado a la totalidad de los trabajadores de la central de Forsmark creyendo que teníamos un escape radioactivo. Así lo indicaban las mediciones efectuadas. Pero ya lo hemos descartado.

- Me alegro, - afirma Hans. - Me alegro mucho, sinceramente. Entonces... ¿ cuál es el problema ?

- Pues que también hemos obtenido las mismas lecturas en las centrales de Oskarshamn y Ringhals. Y el señor Moberg me dice haber sido informado por su homólogo en Finlandia del mismo problema.

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El funcionario del SSI asiente con la cabeza en señal de conformidad.

- De ello hace una hora, - añade la ministra. - Ha habido una detonación nuclear en algún lugar, - musita el Director General. - Sin duda, -

sentencia. Ahora su tono de voz muestra una clara preocupación.

- Hemos averiguado que su origen se encuentra entre Lituania, Bielorrusia y Ucrania, pero no podemos determinarlo con mayor precisión. Todo lo que sabemos es que el FOA descarta la posibilidad de una bomba nuclear atmosférica.

- Los de Defensa Nacional son buenos, - puntualiza Hans. - No es habitual que se equivoquen.

- Se nos ocurre que tal vez haya un problema en la central nuclear de Ignalino.

- Es una posibilidad. Esa central está en Lituania, bastante cerca de nuestro país.

- Además, - añade la ministra, - también hemos recibido confirmación a través de las Fuerzas Aéreas. Esta mañana hemos enviado un escuadrón de combate en ruta sureste, en dirección opuesta al viento de las últimas doce horas. Los aviones equipaban espectrómetros gamma para analizar la composición de los nucleidos en suspensión. Las muestras han sido tomadas entre cien y ochocientos metros de altura. Una vez analizadas... el FOA confirma los datos.

- ¿ Y a nivel de suelo ? - pregunta Hans mientras termina de anotar la última información facilitada por la ministra.

- Yodo 131 y otros componentes radioactivos.

- ¿ Con qué concentración ?

Birgitta Dahl mira a Leif Moberg: encoge los hombros en silencio. El físico comprende que la ministra ignora el dato con precisión. Extiende todos los dedos de sus dos manos.

- Diez... diez bequerelios, - termina por responder.

Moberg afirma en silencio.

- ¿ En el campo ? - vuelve a preguntar Hans.

- Y también en las ciudades. Estocolmo comienza a quedar cubierta por polvo radioactivo. También Malmó y Rudiksvall.

- Malas noticias, realmente malas. El yodo 131 es causa de cáncer de tiroides, aunque es uno de los isótopos de menor duración. Habría sido mucho peor el Cesio 137: su vida media es de treinta años. ¿ Ingvar está informado ?

- Me reúno con él dentro de diez minutos. Pienso sugerirle alertar a toda la población a través de los informativos de mediodía. La situación es grave.

Durante unos segundos ninguno dice nada. El director general sigue tomando notas, aunque

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ahora frenéticamente.

- Hans, - termina por decir la ministra tras la dilatada pausa, - te lo pregunto extraoficialmente: ¿ seguro que no ha llegado nada a tus oídos ?

- Birgitta, puedes tener la plena certeza de que esta conversación es la primera noticia que tengo.

- En ese caso, - sentencia la ministra, - estamos seguros de que te han ocultado la explosión de un reactor nuclear. Muy posiblemente en Europa del Este. Por supuesto... lo afirmo de forma extraoficial.

- Comprendo. Déjame un par de horas. Te llamo con lo que tenga.

- Gracias Hans.

- Hasta luego Birgitta.

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Capítulo 5 - Segunda conversación

Cuatro horas despuésMinisterio de Industria y EnergíaEstocolmo ( Suecia )

El día no está resultando fácil para ninguno de los dos políticos. Hans Blix acaba de telefonear a la Ministra de Energía del Gobierno Sueco. Y Brigitta abandona precipitadamente la sala de reuniones para atender su llamada, sin demora alguna.

- Hans, buenas tardes, - le saluda visiblemente cansada.

- Buenas tardes Birgitta, - responde el director general de la AIEA. - ¿ Cómo van las cosas por ahí ?

- La población está muy nerviosa. ¿ Has visto las noticias ?

- Sí, he visto la alerta nacional. Me parece correcta. Era necesario hacerlo. Me alegra que Ingvar también lo haya visto del mismo modo.

- ¿ Sabes algo nuevo ?

- He hablado con las autoridades polacas. Me aseguran que no hay ningún problema de índole nuclear en su país.

- ¿ Y los rusos ?

- Eso está siendo mucho más complicado. Todavía estoy a la espera de confirmación oficial.

- ¿ Pero te han dicho algo ?

Hans frunce el ceño.

- Te expongo los hechos tal y como han sucedido. - Carraspea. - En primer lugar me he dirigido a las autoridades del Instituto Nuclear. Como puedes suponer, su respuesta ha sido la habitual de la Unión Soviética en estos casos: "todo se encuentra bajo perfecto control". Y puesto que no lograba sacar nada en claro, decidí contactar directamente con Mijáil.

- Y no te atendió - sentencia la ministra.

- Todo lo contrario. Casi de forma inmediata el propio Mijáil Gorbachov se puso al teléfono. Aproveché para explicarle lo que me habías contado, aunque sin citar a nuestro gobierno.

- ¿ Y lo negó ?

- Tampoco. Montó en cólera. Luego supe que aún no había sido informado.

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- Pero... ¿ informado de qué ?

- Todavía no te lo puedo decir. Me pidió que le concediese un poco de tiempo. Es imposible que los rusos no hayan detectado ninguna anomalía a través de sus sensores.

La faz de la ministra se torna de un color rojizo.

- ¿ Y te crees toda esa patraña ? - termina por replicar casi gritando. - ¿ Es que acaso Mijáil nos cree estúpidos ? Hans, ¡ esto es un insulto ! A esa gente le ha reventado un reactor nuclear en las narices y, y, y... ¿ quieren hacernos creer que no saben nada ?

- Tranquilízate Birgitta. Mijáil está encontrando muchas dificultades para iniciar las reformas que necesita su país. No me extrañaría que también a él le esté... digamos... afectando el tradicional hermetismo del gobierno ruso. No tiene fácil poner en marcha su Glasnost, ya sabes, su política de transparencia. Por cierto, ¿ has podido hablar con los americanos ?

- Sí, les hemos solicitado que orienten sus satélites hacia la Unión Soviética.

- ¿ Y lo harán ?

- Nos han dicho que sí. Aunque supongo que una vez hemos alertado a nuestra población se les habrá disipado cualquier género de duda al respecto, si es que todavía les quedaba alguna. El viento también podría impulsar la contaminación radioactiva hacia sus costas.

- Veremos, - es la seca respuesta de Hans. - Birgitta, necesito formularte una última pregunta, y necesito que la respuesta sea oficial. ¿ Estaría tu gobierno dispuesto a presentar una queja formal ante la AIEA ?

- Hans, vamos a hacerlo esta tarde.

- ¿ Puedo compartir esta información con los rusos ?

- Sí, lo puedes hacer.

- Gracias. Creo que me será de extraordinaria utilidad. Confío en darte nuevas noticias pronto.

- Gracias Hans.

- Hasta luego Brigitta.

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Capítulo 6 - El informe

Treinta y un años despuésCentro de Biología Molecular Severo OchoaCantoblanco, Madrid (España)

La primera parte del informe que ahora descansa sobre la mesa de Cristina no deja lugar a dudas: la firmante se muestra totalmente convencida acerca del origen de la mutación. La subdirectora del Centro de Biología Molecular Severo Ochoa relee una vez más la tercera página.

El documento ha sido redactado por Pilar Pérez.

INFORME DE PILAR PEREZ MERINA(página 3)

A última hora del 28 de Abril de 1986 la Agencia de Noticias Soviética TASS difundió el siguiente comunicado:

"Ha ocurrido un accidente en la central de energía de Chernóbil, a consecuencia del cual uno de los reactores ha resultado dañado. Están tomándose medidas para eliminar las consecuencias del accidente. Se está asistiendo a las personas afectadas. Se ha designado una comisión del gobierno."

A lo largo de aquella tarde el Gobierno Sueco recibió las primeras imágenes tomadas por los satélites americanos y europeos, entonces orientados hacia el territorio de la URSS. También Hans Blix, el Director General de la AIEA. Las fotografías terminaron por confirmar lo acertado de las primeras hipótesis del ingeniero Cliff Robinson: la central nuclear de Forsmark nunca había tenido un escape radioactivo.

Posteriormente, las imágenes térmicas demostraron que la bóveda del edificio había saltado por los aires, registrándose temperaturas superiores a los tres mil grados centígrados en lo que había sido el reactor número cuatro de la central nuclear de Chernóbil.

Sin embargo, fueron necesarias otras setenta y dos horas para conocerse la fecha exacta del accidente: había tenido lugar el 26 de Abril. Las autoridades soviéticas hicieron todo lo posible por ocultar lo ocurrido, al menos, en los primeros momentos. Y para cuando lo reconocieron, los vientos ya habían impulsado la nube radioactiva por gran parte del planeta.

La radioactividad se extendió hasta Alemania, Suiza, Austria, Norte de Italia y continente Artico. Entre el uno y el dos de Mayo alcanzaría a Francia, Bélgica, Gran Bretaña y el Norte de Grecia. El día dos también a Japón, y el cuatro a China. Finalmente, el día siete de Mayo llegaba a las costas de Estados Unidos y Canadá, tal y como el Gobierno Sueco había anticipado diez días antes.

Partiendo de los datos oficiales entonces hechos públicos, de las ciento ochenta toneladas de combustible contenidas en el interior del viejo reactor nuclear soviético, se estima que cinco o seis

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circundaron todo el hemisferio Norte. Centenares de miles de kilómetros cuadrados quedaron contaminados por la radiación. Sin embargo nunca se pudo determinar fehacientemente los daños humanos y ecológicos producidos por el accidente, pero sin duda fueron muy superiores a las cifras oficiales de la época.

Tampoco se supo valorar correctamente las mutaciones provocadas por la radiación. Durante los primeros días del mes de Mayo de 1986 la práctica totalidad del hemisferio Norte estuvo a merced del viento. Sólo españoles, italianos y turcos escapamos del desastre.

Sin embargo, sólo sería de aquel primer desastre.

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No tomarás el lugar de Dios en vano

PRIMERA PARTE

- El principio del fin -

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Año 2015

- Treinta años antes -

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Capítulo 7 - Ny-Ålesund

4 de DiciembreNy-ÅlesundOcéano Ártico

La llegada del viejo rompehielos ruso a Ny-Ålesund no habría sido ninguna novedad de no ser por los cuatro individuos que se apean de su cubierta principal. Los recién llegados no son turistas, ni tampoco parroquianos; conforman un equipo científico cuyo destino final es la no muy lejana estación ártica franco-alemana, también conocida como Lobo-Uno. No visten nuevos ni flamantes polares recién estrenados para la ocasión; ni tampoco portan costoso material fotográfico para retratar osos polares.

El primero de los recién llegados pisa el suelo ártico. Es un hombre.

Ny-Ålesund es uno de esos poblados todavía habitados en una de las zonas más septentrionales de la Tierra. Entre sus escasos treinta habitantes también se le conoce como la "villa del fin del mundo". Sólo equipos científicos procedentes de diversas nacionalidades se han establecido de forma permanente en sus proximidades. Oficialmente su objetivo es el de preservar la única zona virgen del planeta.

Sin embargo, la realidad siempre ha sido muy distinta.

Hasta el término de la guerra fría, cada "base científica" había albergado el más sofisticado armamento de detección balística nunca concebido por el ser humano desde el estallido de la primera bomba atómica sobre Hiroshima. Sus habitantes nunca fueron científicos, sino escogidos y entrenados militares. Sin embargo, tras la disolución de la Unión Soviética, su objetivo preventivo había perdido todo interés.

El sobrevenido estatus de ineficacia de aquella parte del mundo se mantendría inamovible durante las dos décadas siguientes, hasta la aparición de los primeros indicios de deshielo ártico. Aquella primera señal de cambio climático también indicaba que se acercaba el momento de iniciar la explotación de los ingentes recursos naturales albergados en su seno. Las grandes potencias renovaban su interés por retomar las supuestas investigaciones científicas abandonadas veinte años antes, haciendo de cada base científica el perfecto símbolo político de unos países preparados para disputarse su posesión en un futuro cada vez menos lejano.

Sin embargo, Lobo-Uno siempre había sido una incómoda excepción en Ny-Ålesund. Su construcción, finalizada dos años antes, y sus objetivos, siempre ceñidos al ámbito exclusivamente científico, hacían de la estación un auténtico oasis de generosidad en mitad de un océano de codicia.

- Extraña época para visitar estas latitudes, ¿ no le parece ?

- Más que extraña, Dimitri, totalmente desaconsejable, diría yo.

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La respuesta, en perfecto inglés, proviene de la única mujer de la expedición. Pilar acerca su mano a la del gigante de dos metros quince de estatura. Los cinco dedos de la ya no tan joven científica desaparecen entre las formidables manazas del ruso.

Pilar Pérez Merina, nacida cuatro décadas antes en Madrid, es especialista en el análisis de cadenas de ADN: dirige el Departamento de Dinámica y Evolución del Genoma del Centro de Biología Molecular Severo Ochoa, también ubicado en la capital. Su reputación internacional ha hecho de ella una de las profesionales más demandadas dentro de la comunidad científica. Una notoriedad que en aquella fría mañana de invierno explica su presencia en el continente Ártico.

Una presencia, por cierto, requerida con inusual urgencia pocas semanas antes.

- Les recogeremos la próxima primavera, - responde el ruso a modo de despedida.

- Hasta entonces, Dimitri. Buena suerte.

Una vez recuperada la mano y su correspondiente antebrazo, Pilar coge una de las tres grandes mochilas de color gris, hasta entonces desatendidas sobre la cubierta de la embarcación. La levanta con una potencia impropia de un cuerpo de no más de ciento sesenta centímetros de estatura. Después, con un único y seco movimiento, eleva el objeto por encima de su cabeza, describiendo un arco en el aire, hasta quedar perfectamente anclada sobre sus hombros. A continuación baja la escalerilla que la conduce a tierra firme. Lo hace en el preciso momento en que Peter Lawson extravía una de sus extremidades entre las manazas del ruso.

Lawson, experto en telecomunicaciones, compaginaba sus investigaciones por cuenta de la ITT con sus actividades docentes como profesor del MIT hasta la muerte de su esposa en un absurdo accidente de tráfico. Desorientado, había decidido tomarse un período sabático en la India. Sin embargo, una llamada telefónica alteraría sus planes: la idea de compaginar el aislamiento de Ny-Ålesund con la posibilidad de participar en un novedoso proyecto tecnológico resultaba demasiado atractiva como para ser rechazada. La India, se había dicho, bien podía esperar un año más.

A sus espaldas desciende el cuarto y último miembro de la expedición.

*

Un rápido vistazo al muelle revela la presencia de un quinto hombre. Aguarda sentado sobre un noray, atento a todo lo que sucede en la cubierta del Grigoriy Mikheev. Se levanta y marcha hacia los recién llegados.

- Soy Braun Hoffman, su guía, y también responsable de llevarles hasta Lobo-Uno.

El individuo se les ha dirigido en inglés, en un inglés lamentable, y también con un marcado acento alemán.

- Y yo Pilar Pérez. Estos son mis compañeros Peter, Oscar y Benoit.

Se presentan.

- Sugiero no demorar nuestra partida, - comienza a explicar Braun. - Nos aguarda un trayecto de quince kilómetros, pero con este hielo tardaremos no menos de seis horas.

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- ¿ Seis horas ? - exclama Peter.

- Siempre y cuando la meteorología no cambie, - es la parca y premonitoria respuesta del alemán.

El termómetro ubicado en la fachada de la única cantina de Ny-Ålesund indica doce grados bajo cero. Sin embargo el día ha amanecido inusualmente espléndido, y con el viento encalmado, algo del todo inusual en esa época del año. Hoffman no ve motivo para no haber llegado a su destino antes de la hora de la cena.

El pequeño grupo inicia la marcha: Lobo-Uno les aguarda.

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Capítulo 8 - De camino

Media hora despuésDe camino a Lobo-UnoOcéano Ártico

El ritmo con el que Braun marcha al frente de la expedición oculta sus recién cumplidos cincuenta años: su vitalidad tan sólo parece superada por la franca y amplia sonrisa que, observan, jamás abandona su rostro.

La mayor parte del grupo de científicos apenas si puede seguirle.

- Señor Hoffman, ¿ es que acaso nos espera una fiesta de recepción a nuestra llegada ?

El guía se gira hasta identificar el origen de la voz. Proviene de uno de los tres hombres, concretamente del que media hora antes se ha presentado como Oscar Cruz.

- ¿ Fiesta de recepción ? No entiendo, - responde.

- Es una forma diplomática de pedirle que baje el ritmo.

- ¿ Ritmo ?

- Sí, significa que vaya más despacio; en caso contrario, todos estaremos desfondados en menos de una hora.

- ¡Ah, ya comprendo ! "Ritmo" significa "velocidad".

Oscar asiente.

- El problema no soy yo, sino vosotros, con vuestra lamentable forma física.

El guía, dando por finalizado el objeto de la conversación, le da la espalda y continúa avanzando.

Por supuesto sin disminuir el ritmo.

Braun Hoffman, alemán de nacimiento, se había criado en Munich hasta que a los dieciocho años decidiera que el mundo era un lugar demasiado extenso como para pasar una parte de su vida estudiando el acceso a la universidad en un pequeño cuarto, junto a un flexo con bombilla azulada, y una ventana lindando con una estrecha calle de negro pavimento rodeada por agrisados muros de cemento.

Durante los primeros cinco años de su particular éxodo, el hogar materno había quedado sustituido por un mercante de bandera panameña con el que cruzaría todos los océanos del mundo, navío en cuyas bodegas se transportaba toda clase de cargamentos cuya única

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característica en común se resumía en la ilegalidad de los mismos.

Aquella aventura tocaría a su fin en una soleada mañana de Junio, cuando un contingente fuertemente armado de policía aduanera abordaba el mercante sin previo aviso. Estaban atracados en Port Elizabeth, al Sur de Africa. Veinte minutos más tarde la totalidad de la tripulación había sido arrestada, esposada y marchaba de camino a la prisión. Todos excepto él, que intuyendo el carácter escasamente hospitalario de la visita, había optado por saltar al mar desde la cubierta de proa, para luego desaparecer a nado a través de las pestilentes y cálidas aguas de aquel puerto al que nunca había regresado.

Los siguientes diez años los pasaría en Nueva Zelanda, ejerciendo todo tipo de oficios para subsistir. Sería entonces cuando descubriera su innata habilidad para desenvolverse por aquellos parajes, sin más referencias que su sentido de la orientación y la prodigiosa memoria visual de que había sido dotado. Una rama rota o una piedra superpuesta sobre una hoja le resultaban referencias suficientes para guiar a una expedición hasta su destino. En cierto modo, Braun era algo similar a un GPS biológico. Sería allí donde aprendería a chapurrear el ingles. En ocasiones, en un intento por auto justificar su particular estilo de vida, se decía a sí mismo que de haber permanecido en su Munich natal nunca habría logrado superar aquellas pruebas de acceso a la universidad.

Contra todo pronóstico habría de ser aquella infalible capacidad de orientación la que le llevaría al inhóspito Artico. Allí, cada invierno, el eterno manto de hielo y nieve segaba de forma implacable la vida de decenas de expedicionarios, individuos que, en su osadía, creían poderse desplazar por sus quebradizas superficies como si de la verde campiña inglesa se tratase.

- ¡ Braaa ! ¿ Quieres hacer el favor de bajar el ritmo ?

Es Oscar quien, nuevamente, intenta poner freno a la cada vez más alegre zancada del cincuentón. Resulta obvio que las formalidades han pasado a un segundo plano.

En esta ocasión el alemán responde sin dirigirle la mirada.

- Si hago lo que pides, oscurecerá antes de haber llegado a Lobo-Uno, y entonces, créeme, sí tendrás motivos para quejarte.

- Y si no es la noche la que nos mata, serás tú con este infernal ritmo - replica Oscar, afanándose por disimular la falta de aire en sus pulmones.

- Llorón, deja paso y no te quejes tanto.

Cuando gira la cabeza su mirada se topa con la de Pilar: en sus labios se dibuja una sonrisa, y también un cierto aire burlón. Es adelantado sin miramientos. La mujer, con poderosa zancada, también acaba por alcanzar a Hoffman, aunque en esta ocasión se limita a marchar en paralelo. Durante los siguientes dos kilómetros, hombre y mujer, codo con codo, marcarán el paso al resto de la expedición.

- Tranquilo Oscar, están hechos tal para cual.

Es Benoit Bergeron quien ha hablado, el miembro más rezagado de la expedición pugna por ponerse a su altura. Oscar reduce ligeramente el ritmo. El francés le alcanza. Frente a ellos, en solitario, les precede Peter, del que sólo ven una voluminosa mochila avanzando sobre dos piernas.

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- ¿ Es confortable Lobo-Uno ? - termina por preguntar el francés.

Oscar sonríe.

- Lobo-Uno fue una evolución de lo que hasta el momento habíamos entendido por un campamento de supervivencia en zona hostil para el ser humano. Cuando me encargaron su diseño me encontraba trabajando en un proyecto conceptual para la NASA.

- ¿ Campamento de supervivencia en zona hostil para el ser humano ?

A Oscar no le pasa desapercibido el efecto que sus palabras han causado en su interlocutor.

- Me explico. Por entonces se estudiaba la viabilidad de llegar a Marte. - La expresión de incredulidad de su interlocutor le obliga a puntualizar. - Ya sabes cómo son los políticos: cuando las cosas no van bien hay que buscar algún modo para distraer la atención del pueblo.

Benoit asiente con la cabeza. El arquitecto prosigue.

- La conquista de Marte no era más que otra de aquellas argucias populistas, pero pagaban realmente bien. Yo era responsable del desarrollo de una base habitable, transportada en módulos independientes, y cuyo ensamblaje sobre la superficie del planeta pudiera hacerse mediante autómatas.

- Ya. ¿ Y qué me quieres decir con todo eso ?

- Pues que... en cierto modo, nuestro destino recoge algunas de las ideas básicas de aquel proyecto. El diseño de Lobo-Uno es uno de los más avanzados en la actualidad; a mi juicio, combina con bastante acierto los conceptos de eficacia, seguridad y un cierto grado de confort. Ahora bien, no esperes encontrar un jacuzzi, - añade sonriendo. - Tal vez alguna botella de buen vino francés.

Ambos rien la broma.

La incorporación de Benoit a la expedición se había producido en el último momento: sustituía a Taimi Enckelman, una físico molecular de nacionalidad noruega a la que una inoportuna varicela había apartado del proyecto científico. Lo que por entonces Benoit, Taimi, y ningún otro miembro de la expedición científica sabían, era que aquella inconveniente varicela iba a resultar providencial para la investigadora.

- Por cierto, ¿ desde cuándo trabajas para la NASA ? - aprovecha a preguntar Benoit mientras palpa los bolsillos de su parca.

- ¿ Se te ha perdido algo ? - se interesa Oscar, aparentemente ajeno a la pregunta del francés.

- Una petaca. Una petaca llena de cognac.

- Ya. - A continuación, como si el asunto de la petaca no hubiera tenido lugar, Oscar añade:

- No, no he dicho que trabaje para la NASA, sino que lo hice en el pasado. Actualmente trabajo para un jeque catarí: diseño gigantescos invernaderos destinados al cultivo de lechugas en mitad

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del desierto.

- ¡ Estás de broma !

- En efecto, - responde Oscar sonriendo, - pero únicamente con respecto a lo de las lechugas; los invernaderos son una realidad: ya están iniciadas las primeras pruebas experimentales con, creo recordar, semillas genéticamente modificadas.

- ¿ Y qué tienen que ver las plantaciones contigo ?

- Absolutamente nada. Me gano la vida diseñando edificaciones que la mayoría de vosotros definiríais como... especiales.

- ¿ Quieres ? - pregunta Benoit mientras acerca la petaca recién aparecida.

- ¿ Es bueno ?

- XO.

- Entonces sería un pecado no aceptar el ofrecimiento, - responde el arquitecto mientras extiende la mano hacia el recipiente de cristal.

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Capítulo 9 - Militares

Cuatro horas despuésDe camino a Lobo-UnoOcéano Ártico

Los cinco expedicionarios avanzan en columna, cada uno concentrado en sus propios pensamientos. Invariablemente los camprones ocupan las marcas que dejan sobre el hielo los de su predecesor. Todos muestran signos de cansancio, todos excepto Hoffman, cuyo paso firme e imborrable sonrisa dan a entender que esa excursión, para él, se trata de un simple paseo.

Marchan desde hace cinco horas sin haber efectuado ninguna parada. Según los cálculos del alemán, en treinta minutos habrán llegado a su destino: Lobo-Uno.

Como si de una premonición se hubiera tratado, la meteorología ha dejado de ser benigna. Ni tan siquiera aceptable. El cielo, ahora encapotado, no presagia nada bueno; y para colmo de males, algunas ráfagas de viento de notable intensidad comienzan a hacer acto de presencia. Hoffman observa las nubes. A continuación emite un inaudible bufido. Sabe que la benevolencia mostrada por el clima ártico toca a su fin. Las próximas horas van a ser muy poco confortables, musita para sí mismo. Inconscientemente aligera el paso sin compartir sus pensamientos con ninguno de los cuatro científicos que dócilmente se afanan por seguirle a sus espaldas.

Un débil sonido rompe el silencio helado.

Sin excepción, las cinco cabezas giran hacia la derecha: el ruido no lo ha provocado el viento, de eso están seguros. Inicialmente suena lejano, más allá del horizonte. Pocos minutos después la silueta de un helicóptero se perfila contra el grisáceo contraluz del cielo. Dos minutos después el aparato se detiene en el aire, sobre sus cabezas. Desde tierra es claramente identificable el camuflaje ártico que recubre el fuselaje.

Es un helicóptero militar.

- Civiles localizados, - es el escueto mensaje radiado por el piloto.

- Transmita coordenadas y aléjese sin perder contacto visual; espere hasta la llegada del comando y la autoridad militar.

La respuesta ha llegado desde algún lugar del ártico.

El grupo expedicionario alcanza a ver cómo se aleja mientras prosigue su avance hacia Lobo-Uno. El instinto indica a Braun que se hace imprescindible llegar lo antes posible.

Benoit es el primero en intuir un nuevo acercamiento del helicóptero.

- Esto parece la hora punta de un viernes por la tarde en París, - es su irónico comentario cuando distingue dos aeronaves en dirección hacia ellos.

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- Algo importante está ocurriendo, - es el lacónico comentario del alemán. - El cielo presagia ventisca antes del anochecer, y de no ser por causas de fuerza mayor, ningún helicóptero abandonaría su base.

Hoffman se ha parado. También los cuatro científicos, que por primera vez le rodean desde que abandonaran la confortabilidad de Ny-Ålesund.

*

Las dos aeronaves aterrizan. Lo hacen a escasos metros de los científicos. Los rotores principales levantan nieve y pequeños trozos de hielo en todas direcciones: algunos impactan contra sus cuerpos. Todavía no ha cesado el giro de las palas cuando una figura salta desde el interior de una de ellas. Es alta y delgada. Agacha ligeramente la cabeza y con paso firme se dirige hacia el grupo expedicionario.

- Comandante Romano - se presenta el recién llegado.

Sigue avanzando, hasta que su cara queda a escasos centímetros de la de Hoffman.

- Ustedes deben ser los nuevos científicos de Lobo-Uno, ¿ me equivoco ?, - añade el militar.

- En efecto comandante, ese es nuestro destino. Soy Braun Hoffman, guía y responsable de llevar sanas y salvas a estas personas hasta la base.

El reflejo solar provocado por la nieve ártica ha quemado la tez del comandante Paolo Romano Spoto. Su pelo, cortado a cepillo allí donde una incipiente calva amenazaba con hacer acto de presencia, no deja lugar a dudas de su origen militar. A través de las gruesas ropas de abrigo se aprecia la poderosa musculatura de su cuerpo de algo menos de dos metros de altura. Sólo transcurrirán unos instantes para que todos los presentes sepan que el recién llegado es el oficial al mando de las tropas de Eurolandia destinadas en aquella parte del mundo.

Sus ojos de color castaño claro son lo único humano en aquel rostro.

No lo saben, pero Paolo Romano Spoto, nacido en Sicilia cuarenta y cinco años antes, y huérfano desde los doce, se había criado con su abuela en el pequeño pueblo de Ragusa. Enrolado en el ejército desde los dieciséis. Tres años después mataba a su primer enemigo, con sus manos, en combate cuerpo a cuerpo. A los veinticinco era admitido en el Núcleo Operativo Centrale de Sicuritezza, las fuerzas de élite del ejército italiano. Veinticuatro meses más tarde ascendía a capitán, con destino en la Escuela de la OTAN de LRRP, en Weingarten, Alemania. Y ahora tenía encomendada la misión de impedir que los cinco expedicionarios llegaran hasta Lobo-Uno.

Misión que, como siempre, tenía intención de cumplir con absoluta diligencia.

- Lo lamento señor Hoffman, - termina por responder el militar, - pero eso no será posible. Hemos bloqueado los accesos a la base. El complejo se encuentra en estado de cuarentena. Su nuevo y único destino es Ny-Ålesund.

- ¿ "Paulo" Romano me dijo ? - pregunta Hoffman antes de responder.

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- Paolo, Paolo Romano Spoto.

El tono de la respuesta no deja duda alguna sobre la irritación que le comienza a causar el alemán.

- Disculpe señor Romano. ¿ Me puede indicar el motivo de tal... decisión ?

- Lo lamento, no estoy autorizado.

- Ya. - Braun clava con firmeza los crampones en la nieve antes de proseguir. - ¿ Me intenta decir que tras cinco horas de marcha, una tormenta en ciernes y sin otra explicación más que la de "no estar usted autorizado", debo desandar lo andado con estos cuatro civiles casi exhaustos ?

- No tienen de qué preocuparse. Ninguno de ustedes hará el camino de regreso andando. Los cinco subirán a uno de esos helicópteros y les llevaremos de regreso a Ny-Ålesund. Y con respecto al resto de sus observaciones, en efecto, así es.

Los rotores de los dos helicópteros han cesado de girar. El silencio es absoluto. Todos los científicos han escuchado las últimas palabras del militar.

- Comandante, disculpe, soy la doctora Pérez. - Pilar avanza hasta quedar entre los dos hombres. - Si la base se encuentra en cuarentena tal vez se deba a una enfermedad, ¿ a lo mejor un brote infeccioso ? Algunos de nosotros tenemos amplia formación médica y podríamos ser de gran utilidad, ¿ no opina igual ?

- En efecto, no opino igual, - es la gélida respuesta del comandante, para a continuación añadir:

- En nuestro destacamento también disponemos de excelentes y muy cualificados oficiales médicos. No requerimos de sus servicios. Y ahora, si son tan amables, les ruego que se dirijan hacia el helicóptero...

- Disculpe "Paulo", - interrumpe bruscamente Hoffman.

- Paooooloooo, le he dicho que me llamo... ¡ Paolo ! - replica, sin ya poder evitar elevar el tono de voz.

- Cierto, cierto... Paooooloooooo, - repite socarronamente el alemán. - Ayer, cuando abandonaba Lobo-Uno, todos y todo se encontraba en perfecto orden. De hecho ni un miserable resfriado había hecho acto de presencia entre ninguno de nosotros. Así pues... ¿ pretende hacerme creer que una supuesta y misteriosa enfermedad ha contagiado a la totalidad de los miembros de la estación en las últimas doce horas ?

- ¡ Me es indiferente lo que usted crea ! señor Hoffman. Me limito a decirle a usted, y a sus cuatro acompañantes, que van a subir ahora mismo a ese helicóptero y abandonarán esta zona inmediatamente. ¿ Me he explicado con suficiente claridad ?

- ¿ Vamos ? ¿ Tal vez somos militares bajo su mando ? ¿ Acaso es zona militar este trozo del ártico ? ¿ Es la estación de Lobo-Uno una base militar ?

Braun provoca un intencionado y prolongado silencio antes de proseguir.

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- Como usted bien sabe, la respuesta a todas estas preguntas es un rotundo no, señor S-po-to.

Del rostro de Hoffman ha desaparecido cualquier vestigio de su legendaria sonrisa. Su ceño, ahora fruncido, y los pómulos, marcados por la presión de las mandíbulas, indican al militar que aquel hombre no va a resultar fácil de convencer. Entre tanto, de los helicópteros han descendido un total de cinco hombres. Dos de ellos son los pilotos. Los otros tres militares: todos portan sus fusiles de asalto en bandolera. A una imperceptible señal del comandante las cinco armas son amartilladas. Ahora ya no cuelgan: las ánimas apuntan a los civiles. En un abrir y cerrar de ojos también han quedado rodeados.

Spoto, una vez más, toma la palabra.

- ¿ Me acompaña señor Hoffman ? - ordena mientras extiende uno de sus brazos indicando la dirección a tomar. Sólo cuando se han separado una decena de metros, el militar continúa hablando.

- Mire Hoffman, ya le he dicho que no estoy autorizado para revelarle el motivo de la cuarentena en Lobo-Uno. - En esta ocasión, el tono utilizado por el militar es mucho más cortés, incluso respetuoso. - Como usted debe saber, - prosigue, - la presencia de alguno de esos científicos es debida a ese reciente descubrimiento, el que permanece clasificado como alto secreto por sus propios compañeros. Comprenderá que tratándose de una comunidad científica, esa clasificación resulta... ¿ cómo decirlo ?... inaudita.

Por toda respuesta Braun se limita a encogerse de hombros.

- Hasta este momento el ejército no ha sido informado de la naturaleza de dicho hallazgo. Ni tampoco de por qué se ha declarado esta situación de auxilio.

Nada indica en el alemán que tenga algo que añadir a las palabras del militar.

- Todo lo que sabemos se reduce a una llamada de emergencia de Lobo-Uno, recibida hace unas horas, - continúa Spoto. - Expresamente indicaban que nadie, repito, n-a-d-i-e debía acceder a las instalaciones hasta nuevo aviso. Sin embargo, usted tiene razón en dos cosas: el ejército no tiene autoridad, ni sobre ustedes, ni tampoco sobre la base científica. Por eso nos limitamos a seguir las instrucciones recibidas de sus compañeros civiles.

- Dígame comandante, - comienza a decir Hoffman, rompiendo de este modo su mutismo. - ¿ No le parece mucho más lógico que esos... civiles, como usted nos llama, hubieran cursado una petición de auxilio en lugar de solicitar una restricción de accesos en el supuesto de que "algo" haya ocurrido en la base ?

- Repito, la base no se encuentra sujeta a la jurisdicción militar. Estas tierras son duras y peligrosas. Los dos lo sabemos perfectamente, ¿ verdad señor Hoffman ? - El militar continúa sin esperar la respuesta del alemán. - Si alguien recibe una petición de ayuda, el código ártico es idéntico al de la mar: hay que prestar auxilio. Y el ejército no es una excepción a esta norma. Una base científica civil ha pedido auxilio; expresamente ha solicitado que éste consista en limitar el acceso a cualquier persona. Así que, en estos momentos, me estoy ciñendo a ejercer ese deber del modo en que nos ha sido requerido.

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- Curioso modo de ejercerlo con cinco militares apuntando sus fusiles de asalto a otros tantos inofensivos civiles, ¿ no le parece Paolo ?

Si las últimas palabras del alemán han causado malestar en Paolo Romano, es algo que ha sabido ocultar perfectamente.

Los ojos de los dos hombres permanecen fijos en los del otro. Ninguno pestañea. Ninguno parece respirar. Los segundos transcurren mientras la fuerza del viento se intensifica por momentos. El aire se hace denso: infinitas partículas de nieve rondan sus cuerpos en forma de frenéticos remolinos. Las palabras están de más. Se ponen en movimiento, al unísono: son profesionales experimentados. Es el momento de regresar a los helicópteros.

El Ártico no perdona errores.

Están llegando cuando uno de los militares se acerca al comandante. Braun observa cómo los dos pilotos se afanan por anclar las palas de los rotores principales al suelo helado mediante finos tirantes de nylon.

- Señor, - se presenta el sargento, - el viento arrecia; las rachas son de cincuenta kilómetros por hora. Algunas incluso superan los ochenta. Si despegamos nos arriesgamos a estar en el aire con vientos superiores a los cien; además, arrastrando hielo y nieve. Los pilotos dicen que ni el vuelo, ni el aterrizaje, serán seguros dentro de quince minutos. Así que los muchachos han comenzado a levantar un campamento con las dos tiendas de emergencia estibadas en las bodegas. Pueden dar cabida a más de quince personas. Somos diez.

- Gracias Paul. ¿ Víveres ?

- Para una semana, señor. Catorce días si racionamos.

- Parece que el retorno de estos caballeros a Ny-Ålesund se va a retrasar, - ordena el comandante. - Los civiles ocuparán una de las tiendas; nosotros la otra. También disponga un hombre de guardia con relevos cada media hora.

Dirigiéndose a Hoffman, añade:

- Estamos de acuerdo en que no es posible llevarles a Ny-Ålesund, ¿ verdad?, al menos por el momento. Tal vez durante esta demora recibamos nuevas instrucciones de Lobo-Uno. De ser así le mantendré informado, no lo dude. Ahora, por favor, diga a sus cuatro compañeros que le acompañen a la tienda y aprovechen para descansar. Estas tormentas de invierno parecen paridas por el mismísimo diablo. Pueden durar unas pocas horas, o semanas enteras, aunque no creo estar diciéndole nada que usted no sepa. Confío en que no sea de estas últimas.

Sacando un radiotransmisor del interior de un bolsillo, se lo acerca a Braun.

- Tenga, por si nos quedamos incomunicados. Deseémonos mutua buena suerte. Esto es el Artico.

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Capítulo 10 - Tormenta

Quince minutos despuésDe camino a Lobo-UnoOcéano Ártico

El viento azota con gélida ferocidad el doble techo de los improvisados refugios. Los tirantes que anclan las palas de los rotores principales se tensan y destensan como gomas elásticas. Las rachas superan los ciento treinta kilómetros por hora. Nada ni nadie podría haber sobrevivido en aquellas condiciones a los veinte grados bajo cero que les rodean.

O al menos, entonces eso era lo que todos pensaban.

El flameo de las lonas y el ulular de la tormenta hace temer por la integridad de las frágiles tiendas. Es un temor perfectamente justificado. Los vientos que todavía las mantienen en pie amenazan con desprenderse de sus anclajes en cualquier momento. Todos sus ocupantes son conscientes de que si algo así sucede, no tendrán ninguna posibilidad de sobrevivir. Una pequeña estufa portátil de queroseno mantiene la temperatura interior próxima a los cinco grados centígrados: un auténtico lujo. Y aunque no sea lo que Spoto habría deseado, las extremas condiciones meteorológicas han obligado a dejar los exteriores sin vigilancia.

- Ningún destacamento militar podría ser más eficaz que esta salvaje naturaleza, - se había dicho antes de adormilarse en el interior de un saco de dormir.

Sin embargo, la situación en la tienda de los civiles es muy distinta. Ninguno de los cuatro científicos puede conciliar el sueño. Braun es él único que desde un inicio duerme a pierna suelta, aunque no sin antes haber compartido con sus compañeros el extraño mensaje de ayuda que, según Paolo, ha sido remitido desde Lobo-Uno.

- Pilar, ¿ duermes ?

- No, Peter. Es imposible. Me estoy volviendo loca con este ruido.

- Yo también. ¿ Te crees lo que Braun nos ha contado ?

- ¿ Lo del mensaje radiado desde Lobo-Uno ?

El americano asiente.

- A Braun le creo. Pero albergo serias dudas sobre lo que dice ese estirado de Spoto. Me parece que algo sucede en la estación y que los militares nos lo están ocultando.

- Si, yo también opino igual, - se pronuncia Oscar, que de este modo se incorpora a la conversación.

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- ¿ Por qué lo dices ?

- A todas luces el mensaje de auxilio carece de sentido. Si en la base hay problemas y se precisa de ayuda, lo lógico es solicitarla, no requerir lo contrario.

- No lo entiendo, - replica Pilar.

- Tal y como yo lo veo - comienza a explicar Oscar, - la traducción del mensaje que Spoto dice haber recibido de Lobo-Uno es la siguiente: "tenemos un problema pero, por favor, no vengan a ayudarnos". No sé a vosotros, pero a mí se me antoja carente de toda lógica.

- Es cierto, no tiene sentido, salvo el de querer advertirnos de algún peligro.

- No lo creo. Los únicos de camino hacia la base éramos nosotros. Lobo-Uno no es un motel de carretera donde paran decenas de coches todos los días a tomar un café. No esperaban a nadie más. Si el mensaje iba dirigido a nosotros, se lo habrían indicado explícitamente a los militares: "no dejen llegar a estos cinco señores porque estamos resfriados y tememos contagiarles". ¿ No os parece ?

- Así es. Por eso me enviaron a recogeros.

Los cuatro científicos giran simultáneamente sus cabezas hacia el origen de la voz. Braun ha despertado a tiempo de escuchar las últimas palabras de Oscar. Se despereza antes de añadir:

- En invierno, y con la senda cubierta de hielo, el acceso a la base no resulta fácil. Por eso ayer tarde me enviaron a Ny-Ålesund: para recibiros y guiaros hasta la estación. Os puedo asegurar que no esperábamos a nadie, excepto a vosotros cuatro, claro está. Y si alguien más hubiese estado de camino hacia Lobo-Uno sin nuestro conocimiento, tampoco lo habrían sabido los militares.

Braun sale del saco.

- ¿ Recordáis cómo hizo su aparición el primer helicóptero ?

- Sí, - afirma Benoit. - Apareció en el horizonte, enfilando directamente hacia nuestra posición.

- Exactamente, así es como sucedió.

El alemán, ahora ya del todo incorporado, aprovecha para prepararse una infusión. Coge el cazo, hasta entonces sobre la estufa portátil, y vuelca su contenido en el interior de un vaso de plástico. Luego añade una bolsita de té y la deja reposar.

- De todos los rumbos posibles, - prosigue - el helicóptero tomó el único que lo llevaría desde Lobo-Uno hasta Ny-Ålesund. Esto no pudo ser una casualidad: los militares sabían de vuestra llegada, y también del camino que utilizaríamos para llegar hasta la base. Lo cual, por otro lado, no resulta muy difícil de prever, puesto que es el único. Es obvio que no esperaban encontrar a nadie más.

- Entonces... su empeño por querer hacernos regresar a Ny-Ålesund nos lleva a concluir que podrían ser ellos los que intentan impedir que lleguemos a Lobo-Uno, y no así nuestros anfitriones, tal y como nos quieren hacer creer.

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- Podría ser Pilar, podría ser. Además, no debemos olvidar que el comandante también nos ha... mentido.

- ¿ Mentido ? ¿ Cómo lo sabes ?

Aunque es Benoit quien ha formulado la pregunta, todos los miembros de la expedición piensan lo mismo. Braun, haciendo caso omiso al francés, prosigue hablando.

- Si hacéis un poco de memoria, cuando Spoto bajó del helicóptero y le pregunté por qué nos impedía llegar a Lobo-Uno, nos dijo no encontrarse autorizado para responder. ¿ Lo recordáis ?

Todos asienten afirmativamente con la cabeza.

- Más tarde, - prosigue Braun, - ya a solas con él, volvió a repetirme lo mismo, es decir, que no se encontraba autorizado y todo eso..., para luego añadir que desconocía lo que estaba sucediendo en la base.

- ¿ Y ? - pregunta Peter.

- Pues que sus palabras contienen una clara contradicción, - responde Oscar con la mirada fija en Braun. - Si dice no estar autorizado a desvelar los motivos por los que se nos impide el acceso a la estación, es porque previamente ha sido informado de los mismos, ¿ me equivoco ?

Braun asiente. También aprovecha para beber un poco de infusión. Por su gesto resulta obvio que le habría gustado con un poco de azúcar.

- Lo cual contradice el que posteriormente dijera que ignoraba lo sucedido en Lobo-Uno, - añade Benoit.

- ¡ Schlüssel ! - exclama el alemán. - Esa es la clave. O bien sabe lo que está ocurriendo en Lobo-Uno y nos lo oculta, o bien no lo sabe y quiere hacernos creer lo contrario. En cualquier caso, siempre llegamos a la misma pregunta: ¿ por qué nos miente ?

Durante un largo minuto ninguno de los cinco dice nada. Las lonas de la tienda siguen flameando, aunque ahora con menor violencia. La intensidad del viento parece comenzar a disminuir. Braun, una vez más, decide interrumpir las silenciosas reflexiones de sus compañeros de tienda.

- Creo que debemos ir a Lobo-Uno para descubrir lo que está sucediendo. - A continuación observa a cada uno de los cuatro científicos, apura el último sorbo de infusión, y espera a sus reacciones.

- Me parece correcto, - suscribe Pilar.

- Sí, opino que sería lo más adecuado - añade Oscar. - Creo que Romano nos oculta algo. Y si se está tomando tantas molestias por nosotros, mucho me temo que ha de ser por algo importante, al menos para él.

- En ese caso propongo dividirnos en dos grupos, - sugiere Braun. - Dos de vosotros os quedaréis aquí para no levantar sospechas si Spoto quiere saber de nosotros mediante esta radio.

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El alemán aprovecha para extraer el radiotransmisor. Se lo entrega a Peter.

- Su alcance es limitado, - añade. - Los otros me acompañarán hasta el campamento. Yo debo ir, pues soy el único que conoce el camino.

Todos se muestran conformes con el plan del alemán.

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Capítulo 11 - Xisco

Residencia de la familia ReynésBahía de Palma (Isla de Mallorca)

El empresario sale a la terraza y observa la mar. El sol repunta en el horizonte. Se despereza. Sabe que hoy va a ser un gran día. Su gran día. En pocas horas la empresa familiar será más grande, más poderosa. Aunque, esta vez, debido a su propio y exclusivo esfuerzo.

Toma asiento en la mesa de mimbre, junto al muro, el de marés: esperará hasta sentir el tibio calor del sol en la piel.

Aquella mañana de un otoño ya próximo a su ocaso, Xisco Reynés se siente seguro. Nada ni nadie se interpone entre él y su prometedor futuro. Un futuro que, desde la noche de los tiempos, resulta insondable para el ser humano.

Tan insondable como impredictible.

Incluso para un hombre como él.

*

Xisco Reynés Pons, mallorquín de nacimiento, se había incorporado al Banco Europeo de Depósitos a los pocos días de finalizar sus estudios universitarios. Lo había hecho en calidad de Gestor de Patrimonios Trainee, o GPT: esto último era lo que se leía en su tarjeta de presentación. El BED era su primer empleo, y también el último que iba a tener por cuenta ajena.

Su carrera profesional en el banco había comenzado con buen pie. Tan sólo llevaba un año como GPT cuando lograba su primer ascenso: asesor junior. Y por azares del destino, el puesto que dejaba libre iba a ser ocupado por un recién licenciado que, además, quedaba a su cargo: Félix Roig Cladera.

Aunque entonces ninguno de los dos lo sabía, aquella casualidad marcaría el principio de su exitosa y conjunta carrera profesional.

Y también el resto de su existencia.

Sería en una lluviosa mañana de Febrero cuando Xisco conociera a la que terminaría por ser esposa y madre de sus dos hijos: Begoña. El día había amanecido gris, aunque no parecía amenazar lluvia. A las diez tenía una firma en la notaria de Don Luis Dorado Gómez, próxima a su domicilio. Había decidido acudir andando, sin pasar previamente por la oficina. Cruzaba el parque del Retiro cuando el cielo rompió aguas: quince minutos después traspasaba el umbral de la notaría con su impecable traje azul marino convertido en un mono de trabajo recién salido de la lavadora.

El destino quiso que Begoña entrara por aquella puerta pocos minutos después.

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Aunque menuda, pues su altura no supera el metro sesenta y cinco, toda ella transmitía fuerza y decisión. Él se encontraba junto al pupitre de recepción, intentando adecentar sus ropas: sería entonces cuando sus miradas se encontraran por primera vez. Los ojos oscuros y la fina sonrisa esculpida en los labios de la joven le cautivaron para siempre. Por el contrario, ella pareció estar mucho menos interesada por él.

Quince minutos más tarde era conducido a un despacho con vistas al patio interior del edificio.

Había pisado muchas estancias como aquella, sin embargo, el efecto que le produjo entrar en la sala de firmas todavía le acompaña a día de hoy. Tal vez fueron aquellos impolutos y gruesos estantes que ocupaban las paredes, unos muros forrados de negra madera profusamente labrada. O la ausencia del sempiterno Aranzadi, la del código de comercio, e incluso las revistas de derecho tributario tan de moda por entonces. O lo más probable, la conjunción de todo ello.

Contra todo pronóstico, aquellos estantes atestados de libros los ocupaban primeras ediciones de los siglos XIX y XX. Tal vez incluso alguna del XVIII. Su valor le resultaba incalculable, aunque nunca dudó que superaba al del piso de cuatrocientos metros cuadrados ocupado por la notaría en la calle Serrano.

Embelesado entre aquellos centenarios libros no había escuchado entrar a Don Luis, el notario. Un sutil carraspeo le hizo saber que no se encontraba sólo. Apartaba la mirada de aquellos clásicos cuando... cuando allí estaba ella, otra vez, aunque ahora sonriéndole con aquellos labios levemente pintados de color nude.

- ¿ Xisco Reynés ? Encantado. Soy Luis Dorado Gómez, - aún recuerda haber escuchado decir a su futuro suegro. A continuación el consabido cordial apretón de manos. - Si son tan amables, les ruego que tomen asiento.

Ocuparon la mesa redonda, de madera noble, la única de la estancia. Don Luis habría de tomar una vez más la palabra: de este modo supo que su futura esposa representaba los intereses legales de su común cliente. También que se apellidaba Dorado Bellido. Y por último, que se trataba de su única hija.

Lo que Don Luis dijera acerca de si su cliente le había notificado aquel acto de representación, es algo que nunca ha logrado recordar. El hecho fue que, tras aquella firma, entablarían una amistad que veintitrés meses más tarde finalizaba en matrimonio.

Durante los siguientes cuatro años compaginaron sus prometedoras carreras profesionales con una confortable situación personal. Vivían felices, en un precioso piso de ciento ochenta metros cuadrados en la calle Goya, en el corazón del barrio de Salamanca: había sido el regalo de bodas de sus suegros.

Entre aquellas paredes, Sebastian, el primer hijo del matrimonio, aprendió a andar.

Sin embargo, como suele ocurrirle a la gente válida, con un poco de fortuna, y ganas de labrarse un porvenir, poco después del nacimiento de su primogénito el BED le proponía trasladarle a Bruselas. La oportunidad era magnífica, y aunque no la rechazó, sí puso una condición: que su colaborador directo, y ya por entonces íntimo amigo, Félix, también le acompañase. Para sorpresa de los dos, ninguno de sus superiores puso objeción alguna a la petición.

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La capital belga resultó ser un hervidero de contactos y relaciones sociales. La vida del joven matrimonio, convertida en un constante trasiego de notarías, bancos, despachos, recepciones y cócktails, resultaba envidiable a los ojos de muchos. Sus escasos momentos privados los dedicaban a Sebas, a ser posible fuera de la capital y en forma de campestre excursión familiar. Aunque estas últimas, normalmente, bajo el pertinaz cala bobos que implacablemente invadía aquellos cielos día tras día, semana tras semana.

Sería entonces cuando comprendiera el sentido de aquella frase tantas veces leída en su Mallorca natal, al abrigo de un cielo siempre despejado y de un intenso color azul: "a lo único que esos galos temen, es a que algún día el cielo caiga sobre sus cabezas".

Fueron años de felicidad. A la dicha también se añadiría el nacimiento de su hija. Tal vez como homenaje a su pasado mallorquín, o tal vez por anhelo de su tierra, decidieron llamarla Aina, Ana en castellano.

Y como siempre suele ocurrir, no hay dicha eterna, ni mal que cien años dure.

El luctuoso suceso tendría lugar a los pocos meses del nacimiento de Aina: Don Jaume Reynés Bennassar, el padre de Xisco, fallecía. El funeral tuvo lugar en la pequeña capilla de su pueblo natal, Sa Pobla, localidad humilde, agrícola y, desde el punto de vista mallorquín, algo apartada del mar que tanto les había dado. Tan mallorquín de pura cepa se sentía el finado, que había elegido aquel emplazamiento para su morada final.

El hecho decisivo que marcaría el destino de sus vidas tendría lugar en los días posteriores al entierro y funeral de Don Jaume, cuando Doña Catalina, su madre, y ahora también viuda, le pedía que la acompañase a la gran terraza que comunica el salón principal de la casa familiar con la piscina. Tomaron asiento en la pequeña mesa de mimbre, la que todavía sigue junto al muro de marés que corona el acantilado y en cuyo fondo se escucha el batir de la mar contra las rocas.

Aún recuerda aquella conversación, palabra por palabra.

- Hijo, aunque tanto tu padre como yo siempre quisimos que nos sucedieras en el negocio familiar, cuando decidiste alejarte de casa y emprender tu propia vida no mostramos objeción alguna.

- Cierto madre, nunca he recibido reproche alguno por vuestra parte.

- Sin embargo, ahora ya me siento cansada. Soy mayor y los años me han debilitado. No me encuentro con fuerzas para dirigir los negocios de la familia, ni tan siquiera a través del Consejo de Administración. Ya no se trata únicamente del hotel, son también los restaurantes, las discotecas, las concesiones de los balnearios de la playa, y para colmo, la empresa de golondrinas que tu padre se empeñó en comprar el año pasado. Es mucho esfuerzo para mi edad.

- Te comprendo madre.

- Por eso, ahora que tu padre ya no está, y que yo no puedo continuar sola al frente del negocio familiar, ha llegado el momento de que tomes nuestro relevo. Aunque, lamentablemente, resulte más correcto decir "mi relevo". Todo lo que tu padre y yo hemos creado desde la nada, no sólo es tuyo por herencia, sino también por obligación. Sin ese esfuerzo hoy no serías lo que eres. Ahora es tu deber preservarlo.

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*

Seis meses después se instalaban en la gran casa familiar edificada en la bahía de Palma. Atrás quedaba el glamour de Madrid y la hipócrita vida de Bruselas. Desde aquel día Xisco Reynés había asumido el negocio familiar como algo propio. Y para su sorpresa, descubierto que le gratificaba mucho más de lo que nunca hubiera imaginado.

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Capítulo 12 - Historia de familia

Al mismo tiempoResidencia de la familia ReynésBahía de Palma (Isla de Mallorca)

Doña Catalina apura el desayuno. Como siempre hace, pues es mujer de hábitos, y a sus ochenta y tres ya no es momento para que algo, o alguien, los altere. Ni tan siquiera el inusual revuelo con el que se ha despertado la casa.

También ha leído la prensa local. Esa es otra de sus costumbres. Y en cierto modo, una necesidad.

- "Mallorca, como todas las pequeñas capitales de provincia, es un pequeño microcosmos con vida propia", - predica habitualmente entre sus amigas, para a continuación añadir, - "y es por ello que la gente de mi posición tiene la obligación de contribuir a dar de qué hablar a los demás".

Sin embargo, sabe que no siempre ha ostentado esa posición de privilegio. El balcón en primera línea de costa es el resultado de décadas de esfuerzo, sacrificios y, por qué no decirlo, también de éxitos profesionales.

Cuando a los diecinueve contraía nupcias con su fallecido Jaume, no sospechaba el futuro que la vida les iba a deparar. Como siempre sucede. Para ella era suficiente con saber que le amaba. Y también saberse correspondida.

Escuchaba decir que era un joven espabilado, de esos que se labrarían un buen futuro; y según su madre, también muy bien parecido. El día de la boda, y para ayudarles a "hacer familia", su suegro les regaló el pinar: diez cuarteradas junto a la playa del Arenal, no muy lejos de la capital. Sin embargo, por aquellos días los terrenos junto al mar de poco valían. Se pasaba hambre y las tierras regadas por el agua salada no eran aptas para el cultivo.

Por cierto, al igual que ahora.

Así pues, durante sus primeros años de matrimonio aquel pinar les iba a resultar de escasa utilidad.

Pero su vida habría de cambiar unas décadas más tarde, cuando la isla dejaba de ser un lugar de pobres y hambrientos. Una nueva moda causaba furor entre alemanes e ingleses: el turismo. Aquellos extranjeros, pálidos como la leche y de tan escasa como impudorosa vestimenta, venían a Mallorca con el único objeto de quemar su piel bajo el ardiente sol de verano. Tan cierto era que hablaban lenguas que nada tenían que ver con su mallorquín de toda la vida, como el hecho de que estaban dispuestos a pagar por retozar sobre unas arenas en las que ella había jugado de niña.

Sería entonces cuando su Jaume lo viera claro: aquel pinar sería un gran hotel.

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Necesitaron veinte años para devolver el préstamo del Costa Bahía, su primer negocio. La jornada comenzaba a las cinco de la mañana, cada día, invariablemente. En ocasiones el trabajo resultaba agotador, alargándose hasta la una; incluso hasta las dos; hasta la dos de la madrugada, claro está.

Fueron años de lucha, años de privaciones, pero también los mejores de sus vidas.

Por entonces Xisco ya contaba con diecisiete primaveras: era el momento de decidir qué hacer con su futuro. El niño, criado en las estancias del hotel destinadas al exclusivo uso de la familia, quería ser como su padre, "el director". El turismo, además, ya era una potente industria que demandaba empresarios cualificados. Sería entonces cuando decidieran que lo mejor para él, y para el negocio, era formarle en Dirección de Empresas.

Para ello buscaron un lugar de prestigio que, obviamente, no existía en aquel lugar de sol y playa.

Así fue como le verían partir de su Mallorca natal, de camino a la capital. En su ausencia el negocio siguió prosperando, es cierto, al igual que ella y su adorado Jaume... envejeciendo. El tiempo transcurría, la competencia era mayor y más profesional, en contraposición a sus fuerzas, que menguaban. Ya por entonces contaban los meses para el regreso del vástago como un niño pequeño los días que faltan para los Reyes Magos.

En este contexto hubo de llegar el gran disgusto.

Los cinco años de Xisco en Madrid le habían descubierto el glamour de la gran capital: sus amplias avenidas y los lujosos restaurantes. También la mentalidad abierta de sus gentes, una sociedad en la que cualquier cultura era bienvenida. Todo ello en clara contraposición con la pueblerina visión de la pequeña sociedad mallorquina "ida a más", opiniones que el mocoso se permitía formular en voz alta, en su presencia, sin pudor alguno y con una absoluta falta de respeto a su propio pasado.

Ya por entonces era fácil sospechar que las prioridades del vástago se estaban alejando del Costa Bahía, el futuro que habían soñado para él. El emergente mundo de las finanzas en general, y un banco en particular, les iba a apartar de su hijo.

Y también de sus dos futuros nietos.

Ante lo inevitable, decidieron que lo menos malo sería contratar a un gerente profesional, por supuesto del todo ajeno a la familia: desde aquel momento el Hotel dejó de ser su hogar.

Aún así, no todo iban a ser sin sabores.

Los años de duro y honrado esfuerzo también habían tenido su justa recompensa. La cuenta corriente que los Reynés mantenían en una banca local era de las más envidiadas de la isla, o al menos eso era lo que escuchaban decir al director general de la entidad.

Así las cosas, se decidieron a edificar la gran casa con vistas a la bahía.

Desde entonces, el ritual de cada mañana ha permanecido invariable para Doña Catalina: primero la vieja rebeca de toda la vida sobre el camisón; luego el salir al balcón y sentarse a esperar

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que los rayos de sol acaricien la superficie del mar que tanto les ha dado.

Y por si ello fuera poco, esa mañana, además, y a modo de regalo, también el observar a Xisco allá abajo, en la terraza, su adorado niño ahora convertido en hombre. Un padre de familia que no sólo le ha dado dos nietos, sino que también persigue sus propios anhelos. Como ella y su Jaume hicieron cuando tenían su edad.

Sin embargo, entonces eran otros tiempos. Tiempos difíciles, cierto. Pero tiempos sensatos.

Por eso, antes de que marche tiene que hablar con él. Antes de que firme en la notaría. Antes de que hipoteque innecesariamente su vida.

Y también la de toda la familia.

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Capítulo 13 - Lobo-Uno

Campamento militar de campañaOcéano Ártico

Braun es el primero en salir de la tienda. De su hombro izquierdo cuelga una cuerda del tipo utilizado para escalar. En el interior del forro polar también oculta una linterna protegida del frío exterior: por experiencia sabe que de no hacerlo la duración de las baterías quedará notablemente mermada. Espera unos instantes, hasta habituar sus ojos a la claridad exterior. Distingue los dos helicópteros, aunque enterrados bajo la nieve. También la tienda ocupada por los militares, ahora un pequeño cúmulo blanco de metro y medio de altura.

Inspecciona los alrededores. Con cada paso se cuida de borrar las huellas que deja en la capa de nieve. Una vez convencido de que ningún militar vigila el perímetro del improvisado campamento, se acerca nuevamente a la tienda. Golpea la lona exterior. Las cabezas de Pilar y Oscar asoman: serán sus compañeros de viaje hasta la estación científica.

Abandonan el lugar en silencio.

El alemán encabeza el pequeño grupo. Se han alejado del campamento poco más de un centenar de metros cuando se detiene. Los dos científicos le observan nerviosos. Sus miradas preguntan si han sido descubiertos. La respuesta llega cuando Braun deja caer la cuerda y se anuda un extremo a la cintura. Pilar y Oscar lo imitan, visiblemente más relajados.

De aquel cabo dependerá su vida si la nieve cede bajo los pies de alguno de ellos, evitando que pueda caer en una grieta oculta.

El viento helado sigue soplando con fuerza. De no arreciar otra vez, se dice Braun, llegar a Lobo-Uno no les deberá tomar más de media hora.

*

Han necesitado de veinte minutos para divisar la silueta de Lobo-Uno. A medida que se acercan, los detalles de la estación comienzan a perfilarse a simple vista.

La cuerda compartida se tensa bruscamente. Alarmados, Pilar y Braun miran hacia atrás en el preciso instante en que escuchan la voz de Oscar.

- ¡ Parad !

- ¿ Qué pasa ? - pregunta Braun un tanto sorprendido, aunque aliviado de ver al arquitecto sano y salvo.

- Algo... algo no encaja. Necesito un minuto, - solicita Oscar. - Pongámonos a cubierto, ahí.

Protegidos por un peñasco de hielo, el arquitecto saca del interior de su forro polar unos

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pequeños prismáticos tipo Leica. Los ajusta y enfoca las ópticas hacia la estación científica. Lentamente desplaza los binoculares de izquierda a derecha. Aunque sus compañeros no lo saben, está revisando las estructuras que componen el complejo; no en su totalidad, sólo las que alcanza a ver desde la posición. La estación tiene forma de cruz. Sólo los brazos orientados hacia el este y hacia el sur le resultan visibles.

- Yo diseñé los módulos de esta estación, - es lo primero que le escuchan decir. - Unicamente un terremoto podría haberlos dañado de este modo - añade, aprovechando para pasar los prismáticos a Braun. El alemán los alza hasta la altura de sus ojos y gradúa el foco.

Pilar observa sin comprender nada de lo que está sucediendo.

- Los tejados han desaparecido en una parte de la estación, - le aclara Braun sin pretenderlo. - Tal vez... ¿ por el viento ?

Ahora la mujer interroga con la mirada al arquitecto.

- No, es imposible, - termina por responder Oscar. - Aunque esta ventisca nos parezca venida del mismísimo infierno, no podría haber roto ni un sólo cristal de la estación. No tengo ni idea de lo que ha dañado las estructuras de ese modo, pero os aseguro que el viento no es el motivo.

- Acerquémonos, - se le escucha decir a Pilar, - Sólo así sabremos lo que ha pasado.

Los dos hombres muestran su conformidad.

Extremando las precauciones, inician la última parte del trayecto que les ha de llevar hasta la base científica. Nada indica que esté habitada. Tampoco lo contrario. Alcanzan el ala oeste reptando sobre la nieve. Aparentemente esa zona de la edificación no ha sufrido daños. No hay nadie en el exterior, ni escuchan sonido alguno procedente del interior. Con la espalda pegada a la pared continúan avanzando por la estructura: han llegado al ala este. Tal y como Oscar había anticipado, la casi totalidad de los tejados han sido arrancados y sus trozos esparcidos sobre el suelo. Continúan avanzando, hasta alcanzar los módulos que deberían haber estado en el ala sur.

Dos de las cinco estructuras rectangulares se hallan a veinte metros de su emplazamiento original. Una está volcada: el mobiliario, los ordenadores y las estanterías de su interior se apilan desordenadamente sobre uno de los mamparos laterales, ahora convertido en base. Oscar se acerca a la solera sobre la que dos años antes había sido anclada. Luego, de forma metódica, revisa cada uno de los enganches de acero, especialmente diseñados para mantenerla sujeta a la cimentación de hormigón armado.

- Asombroso, - dice mientras señala frente a él. - Mirad esos pernos: son los elementos de anclaje. Mejor dicho, eran. - El arquitecto se arrodilla sobre la solera: posa el dedo anular en la base de uno de ellos.

- Parecen reventados, - apunta Braun.

- Cada enganche consta de dos pernos, - explica Oscar. - Los ejes están intactos, pero las cabezas... las cabezas han sido arrancadas. Fijaos en estas estrías de aquí. La forma y profundidad indican que el metal ha sido sometido a una extraordinaria torsión. Si no fuera porque no concibo el modo, diría que son el resultado de haber girado y estirado del módulo hacia arriba.

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Durante unos instantes todos fijan las pupilas en los pernos rotos. Nadie dice nada. Oscar se levanta: sacude la nieve acumulada en las rodillas y se dirige hacia Braun.

- ¿ La tormenta de viento puede haber generado un pequeño tornado ?

- No lo creo.

- Me lo imaginaba.

- ¿ Y si el módulo hubiera sido elevado por una grúa y luego dejado caer ? - apunta el alemán.

- Lo dudo. Lo lógico habría sido extraer los pernos de los anclajes antes de elevarlos. ¿ No te parece ? No le encuentro ningún sentido a todo esto.

- ¿ Qué es lo que no tiene sentido ? - pregunta Pilar, incorporándose de este modo a la conversación.

- Pues... entre otras cosas... el haber desplazado los módulos. ¿ Qué iban a hacer con ellos ? ¿ Acaso orientarlos para observar mejor la puesta de sol ? ¿ Veis algún basamento sobre el que estuviera previsto recolocarlos ? Los módulos no fueron diseñados para estar en contacto directo con la superficie de hielo, - termina por aclarar el arquitecto. - Requieren de una cimentación previa, y no la hay, a parte de estas dos, claro está - puntualiza mientras señala las soleras de hormigón bajo sus pies.

- ¿ Cuánto pesa cada uno de ellos ? - vuelve a preguntar Pilar.

- Según su funcionalidad... entre cinco y diez toneladas. Estos dos son pequeños; les calculo a cada uno... entre cinco y seis mil kilos aproximadamente.

- Entonces no tiene ningún sentido lo que estamos viendo, - añade la genetista.

- No, no se lo encuentro. Esto no debería haber ocurrido.

- Pero ha sucedido, - sentencia Braun sin esperar respuesta.

- Y ha sido hace muy poco tiempo, - añade Pilar.

- ¿ Cómo lo sabes ? - pregunta Oscar.

- Acompáñame.

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Capítulo 14 - Cementerio

Momentos despuésLobo-UnoOcéano Ártico

Pilar y Oscar todavía están recapacitando sobre la ausencia de nieve en los tejados caídos, cuando Braun se dirige por segunda vez a la zona intacta de la estación: el brazo oeste. Camina sin saber lo que busca. O mejor dicho, buscaba, pues un bulto blanco acaba de captar su atención. A medida que se aproxima al objeto, más familiares le resultan sus formas: una negra y larga melena despeinada contrasta sobre la blanca superficie de hielo. No tiene problemas para identificar el cuerpo de una mujer.

- ¡Oscar, doctooora! ¡Vengan a ver esto!

Antes de que los dos científicos lleguen al lugar, el alemán encuentra un segundo cuerpo, en esta ocasión a cien metros del primero.

Y también sin vida.

Pasarán los siguientes cinco minutos peinando la zona. El macabro resultado será el hallazgo de tres nuevos cadáveres. Pilar dedica el siguiente cuarto de hora a estudiar cada uno de los cuerpos. Finalizado el examen, se dirige hacia los dos hombres.

- Cuatro están destrozados, o mejor sería decir... descuartizados. Los desgarros hacen pensar en un gigantesco arado pasándoles por encima.

- ¿ Podría ser la zarpa de un oso ? - pregunta Oscar.

- No tengo ni idea, no es mi especialidad. Sin embargo sí estoy segura de una cosa: lo que hizo esto, - dice señalando hacia uno de los cadáveres, - tiene una fuerza descomunal.

El cuerpo muestra cuatro profundas hendiduras cruzando la espalda, desde la base del cuello hasta la zona pélvica. La mayor parte de la musculatura ha sido arrancada y cuelga sobre la nieve, dejando la osamenta al descubierto. Las costillas muestran profundas marcas, como las que habría dejado un rastrillo sobre una superficie de arena.

- ¿ Y el quinto ?

- Ese de ahí... - comienza a responder dubitativamente la genetista mientras señala a un cadáver aparentemente intacto. - Ese... está... ha... bueno, no sigue el patrón de los otros cuatro. La causa de su muerte ha sido por... por arma de fuego. Concretamente dos disparos.

- ¿ Disparos ?

- Sí, pero no es el único.

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La expresión de asombro de sus interlocutores la obliga a explicarse.

- Los hay en otros tres cadáveres. No sólo han sido descuartizados, - sentencia Pilar. - También muestran señales de impactos de bala.

- Pero eso no tiene ningún sentido. ¿ Primero los asesinan a balazos y luego despedazan sus cuerpos para dejar los trozos esparcidos por ahí ? ¡ Esto es demencial ! - replica Oscar notablemente nervioso.

- Además, - prosigue la genetista, - algunos de los cuerpos están incompletos. Si miráis los restos de ese cadáver, el que hay a vuestra derecha, observaréis que le falta el torso.

Pilar se acerca al cuerpo. Los dos hombres la imitan.

- A juzgar por el tamaño de las caderas y de las piernas, el individuo debió ser corpulento, tal vez unos... cien o ciento diez kilos de peso. Alguien se ha llevado los sesenta kilos que faltan.

- Era Ted, - sentencia Braun. Para luego añadir:

- Ted Evans, el cocinero.

Los tres se quedan mirando los restos del que había sido el cocinero de Lobo-Uno. Ninguno es capaz de articular una sola palabra: una cosa es ver los restos de un cuerpo; otra muy distinta asociar aquella masa informe de carne con un nombre y apellidos, alguien que hasta pocas horas antes había sido un ser humano. Necesitan unos momentos para recuperarse del shock e iniciar la búsqueda del resto del cuerpo de Ted. No obtendrán nada provechoso, salvo Oscar, que se topará con un par de relucientes casquillos de bala.

El olor a cordita quemada todavía permanece en el interior de las vainas. - ¡ Déjame ver eso ! - casi ordena Braun mientras estira su mano hacia el arquitecto. Coge uno de

los casquillos y con habilidad lo hace girar entre los dedos.

- Esta munición es militar, he visto muchos de estos.

- ¿ Fusiles de asalto como los que utilizan los hombres de Paolo ?

- Podría ser.

- Los científicos... ¿ asesinados ?

- ¿ Se te ocurre alguna otra alternativa ?

- ¿ A sangre fría ?

- Es lo que parece indicar ese cadáver... el que está sin descuartizar, - aclara Braun. - De los restantes no tengo ni idea. Cabe la posibilidad de que primero fueran asesinados, y después los osos se diese un festín atraídos por el olor a sangre.

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Avance Marzo 2015 - Texto no definitivo - 53 de 79 -

El alemán duda antes de proseguir.

- Sin embargo... también existe otra posibilidad.

Pilar y Oscar le interrogan con la mirada.

- Los militares podrían haber llegado cuando los osos atacaban la base, y en un intento por protegerles, algunos de los disparos les acabaron por alcanzar. De... de forma accidental, quiero decir.

- ¿ Llamas accidental a... tres, cuatro, cinco... los seis disparos que muestra este cadáver ? - replica Pilar visiblemente excitada.

Braun se limita a encogerse de hombros.

- Además, - añade la genetista, - ¿ cómo es posible que no encontremos el cuerpo de algún animal tiroteado por las inmediaciones ? Al menos yo, no he visto ninguno. - Sin esperar respuesta, continúa razonando en voz alta.

- Braun, ¿ cuántos erais en la estación ?

- Sin contarme yo, nueve.

- Entonces... dado que aquí tenemos cinco cadáveres, todavía nos falta por encontrar a otras cuatro personas.

- Personas que... han huido, o bien también yacen muertas en algún otro lugar - añade Oscar en forma de susurro.

El siguiente cuarto de hora lo dedican a peinar los alrededores del edificio por segunda vez, ahora de forma mucho más metódica: dos nuevos cuerpos aparecen. Ninguno muestra señales de haber sido atacado por una fiera, pero sí numerosos impactos de bala. Ya no queda margen razonable para la duda: aquellas muertes no son el resultado de disparos fortuitos.

Los científicos han sido intencionadamente acribillados.

- Esto es una carnicería, - concluye Oscar.

- Así lo parece, - confirma Pilar.

- No tiene ningún sentido continuar en este lugar, - añade Braun. - Esto ya no es una estación científica, sino un cementerio. Debemos irnos. Si alguien ha logrado sobrevivir a este holocausto, desde luego, no le encontraremos aquí. Y si nos quedamos, mucho me temo que acabaremos como estos desgraciados.

- Estoy de acuerdo con Braun - ratifica Oscar. - Nada podemos hacer por ellos, al menos por ahora. Cuando lleguemos al campamento pediremos auxilio a través de los equipos de radio de los helicópteros. Pilar, ¿ nos vamos ?

- No, me temo que todavía no nos vamos.

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Su tono de voz no se ha limitado al de una simple sugerencia: es el de una decisión ya tomada en nombre de los tres.

- Todavía queda por aclarar el motivo de mi presencia aquí.

Oscar frunce el ceño sin comprender. Braun se mesa la incipiente barba que pugna por cubrir su cara.

- Fui contratada para analizar el ADN de "algo" o de "alguien". El contrato no incluía ninguna referencia que permitiera identificar el material sobre el que iba a trabajar. Me dijeron que a mi llegada se me darían todas las explicaciones necesarias. Y, tal vez, esas respuestas tengan algo que ver con lo que aquí ha sucedido.

Oscar vacila antes de intentar cuestionar a la genetista.

- Te comprendo, pero no crees...

La frase queda inacabada.

- No Oscar, no tengo intención de irme sin antes saber por qué me hicieron venir hasta esta mierda de lugar, en el culo del mundo, y poniendo en riesgo mi vida. Braun, ¿ sabes dónde podría estar almacenado lo que fuera que habíais descubierto ?

El alemán, visiblemente desconcertado por el inesperado giro que toman los acontecimientos, se demora en responder.

- ¿ Me has oído ? - repite Pilar.

- Ehhh... si, si claro. Lo... lo almacenamos en el congelador central. Pero Pilar, ¿ estás segura ?

- Eran tus compañeros. ¿ Es que acaso no quieres saber por qué fueron asesinados ?

- Lo encontraremos en el ala oeste del edificio, - responde Braun, ahora sin titubear.

Alza el brazo derecho señalando hacia un conjunto de módulos todavía intactos.

- Allí es donde están los laboratorios y... también las cámaras de conservación.

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Capítulo 15 - La cámara

Momentos despuésLobo-UnoOcéano Ártico

Entran al edificio a través del hueco dejado por uno de los módulos desplazados. Los forros polares se tornan en un estorbo a medida que se adentran en Lobo-Uno: unas incipientes gotas de sudor aparecen en sus frentes. Se topan con una puerta estanca, la primera de muchas, anticipa Oscar. La cruzan sin problemas. Tras cruzar una segunda la temperatura es de quince grados sobre cero, treinta y cinco por encima de la exterior.

Las gotas de sudor ahora son perfectamente visibles en sus rostros.

Llegan al salón principal de la estación. Comparado con lo que han visto hasta el momento, es una estancia inusualmente grande, rodeada de ventanas con triple acristalamiento. La amueblan una docena de sillones de cuero gris. Bajo sus pies una moqueta de color oscuro oculta la estructura metálica del edificio. Desde allí dentro, la salvaje naturaleza que les rodea recuerda a una inocente postal navideña, blanca y nevada, aunque carente de árboles, carente de toda vida.

Los cuatro brazos del edificio convergen en ese mismo lugar.

Junto a la entrada de uno de los corredores se lee "Ala Oeste". El texto ha sido grabado sobre una chapa dorada. Es el acceso que buscan. Cruzan la puerta: han entrado en la zona de laboratorios.

La estrechez del pasillo contrasta con la amplitud del salón que dejan a sus espaldas. No hay ventanas, sólo seis puertas de color marrón claro, tres en cada lado. La escasa iluminación procede de cuatro luces de emergencia. Están encendidas. Braun señala a una de ellas antes de musitar:

- Los grupos electrógenos no funcionan.

Los dos científicos comprenden que cuando se agote la energía de los acumuladores, Lobo-Uno se convertirá en un lugar tan muerto como el que les rodea. Y también inhabitable.

Se apresuran.

El pasillo finaliza con un abrupto giro a la izquierda. Cuando alcanzan el recodo se topan con una oscuridad absoluta: no hay luces de emergencia en ese sector de Lobo-Uno. O lo que resulta más probable, no funcionan. Encienden las linternas: tres haces de luz se desplazan erráticamente, iluminando trozos de pared a medida que continúan avanzando por el corredor.

Frente a ellos aparece lo que buscan: la refulgente plancha metálica que recubre la puerta de acceso a la cámara central. Por segunda vez el alemán se decide a romper el claustrofóbico silencio.

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- La cámara consta de dos partes. La primera es el refrigerador, que utilizamos para almacenar los alimentos. Dentro hay una segunda puerta.

- La que facilita el acceso al congelador central, - se anticipa a responder el arquitecto.

Braun asiente antes de proseguir la explicación.

- Donde se guardan los registros de hielo... y también lo que estamos buscando.

- Si todavía nadie se lo ha llevado, - vuelve a puntualizar Oscar.

Braun ignora el comentario.

- Pero tenemos un problema: el congelador es de acceso restringido.

- ¿ Restringido mediante llave o combinación electrónica ? - pregunta Pilar.

- Mediante combinación electrónica: se requiere una clave alfanumérica.

- ¿ La conoces ?

- No, nunca me la dijeron.

*

El brazo metálico de una palanca de acero destaca sobre la superficie lisa de la puerta. Ocupa el lateral derecho. Braun lo presiona ligeramente. Cede. La puerta de acceso al interior de la cámara se entreabre. No se escucha nada. El alemán dirige el haz de luz hacia el interior. Luego cruza el umbral.

Se desplaza con cautela. Su mano izquierda sujeta la linterna. La derecha una barra de metal de longitud similar a la de un bate de béisbol. Pilar entra a continuación, imitando cada uno de los movimientos de Braun. Oscar se decide por permanecer en el quicio de la puerta de acceso, con la linterna enfocada al pasillo que terminan de atravesar.

El refrigerador es amplio, tanto que resulta imposible de iluminar con tan sólo dos linternas. Braun desplaza por las estanterías el blanco círculo de luz que emerge de su mano. Lo hace de forma metódica. Lo hace de forma teutona. Cajas de verdura congelada ocupan la mayor parte de las baldas. El haz todavía sigue en movimiento cuando los restos de varios cuerpos quedan iluminados. Cuelgan del techo. La tonalidad de sus carnes es de un rojo pálido. La escasa luz tampoco facilita el identificar con precisión lo que están viendo. Durante unos instantes aquellos despojos quedan convertidos en una fantasmagórica alucinación.

- ¡ Mierda ! - exclama Pilar, aprovechando para retroceder un paso. - Pero... ¿ pero qué coño es

eso ? - chilla visiblemente alarmada.

Braun agarra su antebrazo con fuerza.

- Tranquila, nada de lo que debas asustarte. Son cuartos de ternera descongelándose. Los utilizaba Ted para cocinar. En invierno, lo usual es quedarse aislado durante semanas, siendo

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imposible recibir nuevos abastecimientos: hay que esperar hasta la llegada de la primavera. Por eso almacenamos mucha carne al inicio de la temporada.

- ¡ Gracias a Dios ! He llegado a pensar que eran... ¡ Déjalo ! Es... es una estupidez.

Braun sospecha lo que la genetista ha querido decir, sin embargo se decanta por zanjar el tema con su silencio. Prosigue con la inspección del lugar. Observa que la falta de suministro eléctrico todavía no afecta a la temperatura interior: un termómetro indica dos grados. La cámara mantiene su estanqueidad. Otra vez la sensación de frío se apodera de sus cuerpos. El aire que respiran hiela los pulmones.

Finalmente alcanzan a iluminar la puerta de acceso a la segunda cámara. Sería idéntica a la que acaban de franquear de no haber sido por el minúsculo teclado empotrado junto al marco metálico. Tras ella está lo que han venido a buscar. O al menos lo estaba antes de su partida a Ny-Ålesund, - se dice el alemán.

- Esa es la zona de acceso restringido a la que antes me refería.

- ¿ Y lo que buscamos está ahí dentro ? - pregunta Oscar, que acaba de reunirse con sus dos compañeros.

- Así lo espero.

- ¿ Alguna vez viste su aspecto ? - quiere saber Pilar.

- Nunca. Lo más próximo que estuve fue hace unos días, cuando ayudaba a introducir un cajón de aluminio, grande y pesado. Por supuesto nadie me dijo de qué se trataba, pero a juzgar por las molestias que todos se estaban tomando debía de tratarse de algo muy importante.

- Por favor, descríbenos el cajón, - pide nuevamente Pilar. Para luego añadir:

- Es importante.

- Como podéis suponer, tuvo que ser encargado. En la base sólo disponíamos de recipientes para almacenar los registros. Supongo que los habréis visto en alguna ocasión. Los registros son cilindros de hielo sólido extraídos a diversas profundidades de la superficie helada. Tengo entendido que cada profundidad corresponde a una edad geológica, y de algún modo que desconozco, analizando su contenido es posible determinar hechos que han tenido lugar en el pasado. Después se almacenan en recipientes dentro de esta cámara.

- Así es, - confirma Pilar, acompañando sus palabras con un movimiento afirmativo de cabeza.

Braun prosegue con las explicaciones.

- Como decía, aquel día Steve estaba muy nervioso. Bueno, a decir verdad, todos los componentes de la expedición estaban muy nerviosos. Se pasó la tarde hablando por radio. Y tres días más tarde recibíamos el nuevo cajón. Se dieron mucha prisa en construirlo y traerlo hasta aquí.

- ¿ Quién es Steve ? - pregunta Oscar.

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- El señor Whitehead es el responsable científico de la estación, o al menos lo era hasta ayer.

- Uhmm..., debió ser el mismo día que Luis, mi jefe, se puso en contacto conmigo para proponerme viajar hasta Lobo-Uno, - sopesa la genetista. - Recuerdo que sus argumentos fueron muy... como decirlo... apremiantes.

- ¿ Y qué pasó después ? - vuelve a preguntar el arquitecto, en un claro intento por retornar al hilo principal del relato del alemán.

- Al día siguiente, un grupo de cuatro científicos se ausentaron de la base, unas seis horas, y por supuesto cargando con el cajón. Lo recuerdo perfectamente porque aquella ha sido la única vez en que no solicitaron que les acompañase. Steve Whitehead también fue con ellos. A su regreso me pidieron ayuda para descargarlo del trineo. Habían necesitado del Snow-Glider para traerlo. Eramos seis, y aún así nos costó mucho trabajo. Lo que había en su interior pesaba como el plomo.

- ¿ Qué es un Snow... "no se qué" ? - pregunta Pilar.

- Una especie de moto acuática adaptada a la nieve.

- ¡ Ah ! - exclama la investigadora. - ¿ Y cuánto pesaba aproximadamente ?

- ¿ El Snow-Glider ?

- No, disculpa, me refería al contenido del cajón.

- Pues... no sé, tal vez unos... trescientos o cuatrocientos kilos. Por eso tuvieron que recurrir al vehículo para traerlo hasta la base.

- ¿ Y recuerdas sus dimensiones ?

- Aproximadamente siete u ocho metros de largo, por uno, o uno y medio de ancho. Y... aproximadamente lo mismo de alto.

- ¡ Phiu ! - es Oscar quien ha silbado. - Ignoro lo que contenía, pero era inusualmente grande... aunque bastante liviano, - termina por añadir.

- ¿ Liviano ? - exclama Braun. - Si lo hubieras tenido que desplazar hasta esta cámara no dirías lo mismo.

- No, no lo creas. Si consideramos las dimensiones aproximadas de la caja, así como el peso de su contenido... nos resulta... nos resulta unos cuarenta o cincuenta kilos por metro cúbico. De haber sido agua estaríamos hablando de una tonelada. Por eso he dicho que su contenido era sorprendentemente liviano teniendo en cuenta el tamaño del objeto.

- Nadie ha dicho que sea un objeto, - corrige Pilar mientras enfoca el haz de luz de la linterna sobre el teclado de acceso. Una tapa plástica semitransparente lo protege de la humedad.

La retira.

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Capítulo 16 - Regreso

Momentos despuésLobo-UnoOcéano Ártico

Por primera vez para ellos, el teclado es accesible.

- Oye Braun, ¿ sabes cómo funciona esto ? Aquí hay una luz naranja que no cesa de parpadear.

- En la zona izquierda del teclado encontrarás tres leds, en vertical, ¿ los ves ?

Pilar asiente.

- El superior, el de color rojo, indica que el sistema de control se encuentra activo y la cámara cerrada. Para acceder al interior hay que teclear el código de acceso. Si es correcto, se activa el verde y la puerta se abre de forma automática. El led naranja indica que el suministro eléctrico está interrumpido: el teclado no funcionará hasta no quedar nuevamente restablecido.

- Luego... eso quiere decir que ahora el sistema está desconectado y no se puede acceder al interior, - concluye Pilar mientras dirige el haz de luz hacia Braun.

El alemán se protege los ojos alzando el brazo.

- Así es, - contesta. - Lo que haya atacado a la base también ha dañado los generadores. Puedo intentar repararlos. Por cierto, ¿ te molestaría apartarla de mi cara ?

- Lamento ser aguafiestas, pero no tenemos tiempo para hacer de mecánicos, - interrumpe Oscar. - El responsable de todas estas muertes puede regresar en cualquier momento, y para entonces no quisiera estar aquí.

Pilar se muestra conforme. También Braun.

- ¿ Alguna sugerencia entonces ?

- Los científicos acostumbran a ser gente meticulosa y ordenada, - comienza a decir Oscar. El arquitecto aprovecha para desplazarse por la cámara enfocando su linterna sobre las paredes. Todo indica que busca algo.

- Por motivos de seguridad, - prosigue, - debería de haber un hacha en algún lugar. De este modo, si accidentalmente alguien se queda atrapado en el interior, puede salir rompiendo uno de los mamparos. Las puertas de acceso están reforzadas, pero no así los paneles laterales. Con suerte, por algún lugar... esta gente...

- Oscar, ¡ aquí está ! - exclama Pilar.

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Un hacha de un intenso color rojo cuelga de una de las paredes de la cámara. La empuñadura es inusualmente larga, aunque su peso total resulta sorprendentemente liviano. Oscar la toma entre sus manos.

- ¡ Apartaos ! - grita mientras eleva la herramienta sobre su cabeza.

Un ruido seco se añade a la estanqueidad del recinto, un ruido provocado por el impacto del objeto contra uno de los mamparos adosados a la puerta de acceso. El fino panel de metal cede al golpe: aparece una grieta vertical de poco más de medio metro. Una docena de hachazos más tarde la grieta se ha convertido en un boquete de dimensiones suficientes para permitir el acceso a su interior. En esta ocasión el primero en hacerlo es Oscar.

Por supuesto, sin separarse del hacha.

El arquitecto ilumina las paredes interiores de la cámara. A continuación se introduce en ella, lentamente, evitando las afiladas aristas del panel destrozado.

Ya está dentro.

Se detiene a observar las estanterías adosadas a las paredes: en efecto, tal como Braun anticipara, apilan docenas de cajas metálicas de poco más de metro y medio de largo, las unas sobre las otras. Sin duda, se dice, son los recipientes utilizados para guardar los registros de hielo. Continúa revisando la cámara.

- ¿ Ves algo ? - escucha preguntar desde afuera.

- Ni rastro del cajón. Pero ya hemos encontrado a los dos científicos que nos faltaban. Están aquí. Muertos. Sugiero que entréis.

*

En una de las esquinas de la cámara se distinguen los cuerpos de dos personas, abrazadas la una a la otra. Se acercan a los cadáveres perfectamente conservados. Braun no tiene problema alguno para reconocerlos.

- Este es Steve, el director científico. La de al lado es Isabela Montálvez. Era argentina, aunque se educó en Europa. Creo que su especialidad era la espeleología.

- Han fallecido por congelación, - explica Pilar una vez examinados los cadáveres. - Murieron abrazados, posiblemente en un intento por mantener el calor de sus cuerpos, - añade. - No aprecio signos de violencia en sus cuerpos. Ni de impacto de disparos, - apostilla, como si acaso ese tipo de muerte no fuera también violenta.

- Cabe en lo posible que decidieran ocultarse aquí y aguardar hasta que el peligro hubiera pasado, - observa Oscar.

- Sin contemplar la posibilidad de que los grupos electrógenos quedaran fuera de servicio - añade Braun. - La falta de suministro eléctrico hizo imposible que pudieran salir de la cámara.

Un haz de luz ilumina un segundo teclado idéntico al que han visto al otro lado de la puerta:

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también un led naranja parpadea.

- Ni rastro del cajón de aluminio - se escucha decir a Oscar.

Durante los siguientes segundos nadie dice nada. Toda actividad humana en el interior de la cámara se reduce a un constante movimiento de linternas y erráticos haces de luz posándose sistemáticamente sobre todos y cada uno de los recovecos. Finalmente, se confirma la apreciación avanzada por el arquitecto: el cajón de aluminio de siete u ocho metros de largo, por uno, o uno y medio de ancho, y aproximadamente lo mismo de alto, ha desaparecido. Al igual que los trescientos o cuatrocientos kilos que contenía en su interior.

Un contenido que ninguno de los tres alcanza a imaginar.

Al menos... en aquel cinco de Diciembre del 2015.

- En fin, - es Braun quien se decide a romper el silencio. - Ahora que ya sabemos que alguien se ha llevado el cajón, y puesto que nada más podemos hacer por estos dos, creo que ha llegado el momento de irnos, ¿ no os parece ?. Es posible que Spoto ya sepa de nuestra ausencia, y no me gustaría que nos encontrase en este lugar. Supongo que ahora ya no se creerá lo de que nos hemos ausentado para echar un meada.

Los tres ríen nerviosamente la ocurrencia del alemán.

Regresan a la grieta: Pilar es la última en abandonar la cámara.

*

Alcanzan el exterior de Lobo-Uno sin contratiempos. La menor intensidad del viento es claramente perceptible. En opinión de Braun, significa que la nevisca toca a su fin. Deciden emprender sin mayor demora el camino de regreso.

Pilar aguarda a que Lobo-Uno desaparezca a sus espaldas para formular en voz alta la pregunta que le ronda por la cabeza desde que abandonaran la cámara de acceso restringido.

- ¿ Los militares pueden haber hecho esto para apoderarse del cajón ?

- Creo que sí, - contesta Braun sin detenerse. - Es la conclusión más lógica, ¿ no te la parece ? Excepto Steve e Isabela, que murieron congelados en la cámara, todos los demás muestran impactos de munición militar.

- ¿ Y por qué ellos no fueron asesinados ?

- ¿ Quien ha dicho que no lo fueran ? - cuestiona Oscar, para luego añadir:

- En lugar de gastar munición, optaron por inutilizar los grupos electrógenos y dejarles encerrados en la cámara a la espera de una muerte segura. Nadie sobrevive a veinticinco grados bajo cero en mangas de camisa.

- Ya, comprendo. ¿ Y los cuerpos descuartizados ? - vuelve a preguntar Pilar.

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- Sigo pensando que son obra de animales, posiblemente osos polares, - es Braun quien ahora responde. - ¿ De quién si no ? - Mientras pronuncia estas palabras, entre sus dedos se desplaza con inusitada agilidad uno de los casquillos vacíos aparecidos sobre la nieve. Finalmente opta por devolverlo al bolsillo del forro polar.

A continuación, y sin previo aviso, se detiene. Como hiciera con anterioridad, deja caer la cuerda de escalada sobre el suelo: ha llegado el momento de anudarse a ella.

*

Regresan hacia el improvisado campamento militar en fila de a uno. Braun encabeza el grupo, como es lo habitual. Oscar lo cierra, como también lo es. Pilar marcha entre los dos hombres. Aunque ninguno de los dos lo sabe, el movimiento de la cabeza de Oscar muestra su total desacuerdo con las últimas especulaciones de Braun.

Es consciente de que la información de que dispone sobre Lobo-Uno no la puede compartir con sus dos compañeros. De hecho, una penalización económica que le dejaría arruinado de por vida le obliga a guardar silencio. Pero de no haber sido así, sin duda Pilar y Braun también comprenderían lo erróneo de sus conclusiones.

Lobo-Uno había sido diseñado con tecnología aeroespacial clasificada, un diseño consentido por las autoridades y realizado por él mismo. Por ello le resulta incomprensible que los dos módulos de más de cinco toneladas de peso hayan sido desplazados de sus emplazamientos originales. También el hecho de que no se hubieran retirado previamente los pernos que los mantenían anclados a las soleras.

Sin embargo, no eran estos hechos los que realmente ocupan sus pensamientos. Eran los tejados. ¡ Esa techumbre jamás debería haber estado sobre la nieve ! Y lo sabe porque una malla de grafeno envuelve todos los componentes de cada uno de los veintitrés módulos que conforman la estación. La dureza del revolucionario compuesto es doscientas veces superior a la del acero. Y para separarlos de aquel modo... ¡ había sido necesario romperla !

No cesa de dar vueltas al asunto mientras arrastra los crampones sobre la nieve, alejándose del lugar al que probablemente nunca más regresará. Ya no se cuestiona por qué Lobo-Uno ha sido atacado. Ni tan siquiera quién puede haber asesinado al equipo científico. Tampoco el motivo, aunque ahora lo supone.

Lo que realmente le intranquiliza es el recuerdo de aquella techumbre sobre el hielo. Una techumbre que, además, era la única superficie que no estaba cubierta de nieve.

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Capítulo 17 - Dudas de madre

Residencia de la familia ReynésBahía de Palma (Isla de Mallorca)

- Madre, ¿ querías verme ?

- Hijo, - responde Doña Catalina. - Siéntate aquí, a mi lado, por favor.

La anciana aguarda en el jardín, sentada, hasta entonces sumida en sus pensamientos. Sobre sus piernas descansa un ejemplar matutino del diario local. La benigna temperatura de aquella mañana de Diciembre no lleva a pensar que la entrada del invierno tendrá lugar antes de finalizar la semana.

- ¿ A qué hora tienes que firmar las escrituras ? - pregunta la anciana, prescindiendo de todo preámbulo.

- Dentro de una hora, en la notaria de Don Pablo. Pero todavía dispongo de unos minutos

- Bien, bien, - repite en forma de susurro. - Don Pablo lleva nuestros temas desde hace más de treinta años. Es un buen hombre. Y por encima de todo, fiel a la familia.

- Lo sé, madre.

- Hay una cosa que me preocupa. Es con respecto al nuevo hotel.

- Pues no cabe duda de que hay que despejar ese... esa incertidumbre - rectifica Xisco cariñosamente. Respira hondo, pues intuye de lo que su madre quiere hablarle.

- Cuando tu padre y yo construimos el Costa Bahía estuvimos empeñados con los bancos durante muchos años.

- Veinte creo recordar, - apunta Xisco, seguro de la cifra, y ahora también de haber intuido acertadamente el propósito perseguido por Doña Catalina.

Si la anciana ha escuchado la puntualización, es algo que no parece querer dar a entender.

- Y aunque no lo creas - prosigue, - no siempre las cosas nos fueron bien. Hubo momentos en que se hacía necesario reformar, y apenas si disponíamos del dinero suficiente para atender el pago de los préstamos. Fue entonces cuando tu padre y yo descubrimos que los banqueros eran personas sin escrúpulos, gente que no dudaba en arruinar el esfuerzo de toda una vida si a cambio podían obtener beneficio con ello. Nos prometimos que cuando el Costa Bahía estuviera pagado, nunca, nunca más volveríamos a pedir dinero prestado a nadie.

Xisco se mantiene en silencio.

- Y así ha sido desde entonces, - sentencia Doña Catalina.

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- Lo sé madre. Ya lo hemos hablado, - es la paciente respuesta.

- Sí, lo hemos hablado, pero no me escuchas. Pese a que disponemos de suficiente dinero para comprar ese hotel al contado, sigues empeñado en solicitar un préstamo.

- Madre, ya te lo he explicado. Comprarlo de esta forma es más rentable.

- Pero hijo, ¿ cómo va a ser más rentable pagar los intereses de un préstamo en lugar de hacer uso del propio dinero ?

- Madre, te ruego que esta vez me escuches. Y sin prejuicios, por favor. ¿ Me lo prometes ?

- Lo intentaré, pero no te garantizo nada.

Xisco sonríe.

- Vamos a ver. Cuando murió padre, me pediste que me hiciera cargo del negocio familiar, y es lo que creo haber hecho a lo largo de estos últimos catorce meses.

Doña Catalina asiente en señal de conformidad. Xisco prosigue.

- Tienes razón con lo del dinero ahorrado: hay más que suficiente en el banco. Y además, no creo estar equivocado cuando digo que el nuevo hotel dará beneficios a partir del segundo año.

- Entonces, si el negocio será rentable y disponemos de suficientes ahorros para comprarlo y vivir en paz, ¿ por qué... por qué te empecinas en solicitar ese dichoso crédito ?

- Porque es más provechoso.

- Quieres decir que... ¿ ganamos más ?

- Sí madre, eso es lo que he querido decir.

- Pero hijo, ¿ es que acaso tan mal vivimos como para vernos en la necesidad de tener que asumir riesgos por ganar "un poco más" ?

- Por lo que te acabo de escuchar, no soy el único cabezota en esta casa, - responde cariñosamente Xisco. - Tú también estás empecinada en esa idea del riesgo, una idea que no es cierta. La operación es totalmente segura. Ya te lo he explicado.

- Sólo es segura si compramos al contado, hijo mío. Eso es lo que tu padre y yo aprendimos.

- Mira madre. En estos momentos el dinero de la familia está rentando por un importe superior a lo que pagaremos por el préstamo. Es un negocio redondo.

- ¿ Y qué me quieres decir con eso ?

- A ver, te lo intento explicar con un ejemplo, un ejemplo muy simple: supongamos que por el préstamo pagamos cien; y que por ese mismo importe, el que tenemos ahorrado e invertido,

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Avance Marzo 2015 - Texto no definitivo - 65 de 79 -

obtenemos ciento treinta. Si compramos el hotel al contado dejaremos de ganar los ciento treinta. Pero si lo financiamos con el préstamo obtendremos, por añadidura, los treinta de diferencia.

- Y supongo que la garantía del préstamo será el nuevo hotel.

- No.

- Pues entonces no lo entiendo.

- Nuestro dinero seguirá invertido y rentando, como en la actualidad. La única diferencia es que a partir de ahora, y hasta finalizar el pago del préstamo, no podremos disponer de él.

- ¿ Y por qué ?

- Porque es la garantía del banco. Es lo que llamamos una pignoración.

- Es decir, el dinero es nuestro pero no lo podemos tocar.

Xisco vuelve a sonreír, maravillado de la capacidad que tiene su madre para reducir conceptos complejos a simples ideas.

Por cierto, normalmente de forma acertada.

- Así es, - termina por reconocer.

- ¿ Y cuánto tiempo tardaremos en devolver el préstamo ?

- Ocho años.

- ¿ Y si ocurre algo en esos ocho años ?

- ¿ Como qué ? - pregunta Xisco armándose de paciencia.

- Pues... no sé, ahora no se me ocurre nada. Por ejemplo que dejen de venir turistas.

- ¡ No digas tonterías madre ! Nadie mejor que tú sabe que eso es imposible. Los turistas llevan viniendo a Mallorca desde hace más de medio siglo. ¿ Por qué iban a cambiar de opinión justamente ahora ?

- No sé hijo... no sé. La vida da tantas vueltas...

- Confía en mí. Sé lo que estoy haciendo.

Doña Catalina se queda pensativa durante unos instantes.

- Lo siento. Tal vez te parezca una tontería, pero te lo tengo que preguntar.

- Dime.

- ¿ Y si en algún momento el rendimiento del dinero invertido fuera inferior al coste del préstamo ?

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Avance Marzo 2015 - Texto no definitivo - 66 de 79 -

- Eso no ocurrirá.

- Pero puede ocurrir.

- Hay formas para evitar que suceda.

- ¿ Estás seguro ?

- Madre, esa era mi antigua profesión, y era muy bueno en ella. Además, es Félix quien ahora nos gestiona los temas de la familia. Lo hace de forma personal, sin delegar en terceros. Tú le conoces. ¿ Cuántas veces ha estado en esta casa ? ¿ Dos ? ¿ Tres ?

Doña Catalina recuerda perfectamente a Felix Roig Cladera, el mejor amigo de su hijo. Pero a su edad ya puede presumir de haber comprendido la vida, no en su totalidad, pero sí algunos aspectos importantes, como por ejemplo que nada mejor que uno mismo para salvaguardar adecuadamente los propios intereses.

- Pero insisto, ¿ y si en lugar de ganar dinero con nuestras inversiones... lo perdemos ?

- Madre, ¡ eso nunca pasará ! Y te pido que dejes de obsesionarte por este asunto, por favor. Ahora, si me disculpas, se hace la hora de marchar a la notaría. Insisto, no tienes nada de qué preocuparte, salvo de hacer todo lo posible por ganar a tus amigas la partida de parchís de esta tarde. ¿ Conforme ? Cuando pierdes estás insoportable, - añade con una renovada sonrisa. Aprovecha para echar un vistazo al reloj antes de añadir:

- Lo lamento, pero me tengo que ir. Se hace tarde. Luego podemos continuar con la charla: Begoña ya sabe que hoy comeré en casa.

Tomando las manos de su anciana madre, se despide con un beso en la frente.

Aunque se esfuerza por demostrar el profundo respeto que le profesa, Xisco sospecha que no ha podido evitar que sus últimas palabras hayan denotado el hartazgo que le supone la repetitiva conversación. ¡ Su madre lo ha vuelto a intentar !

Por su parte, aunque no lo diga, Doña Catalina también percibe el malestar en su hijo. Lo lamenta, pero considera que es su obligación. Una obligación que no sólo es inherente a su condición de madre, que lo es, sino también a la de matriarca de la familia Reynés desde que falleciera su esposo Jaume.

Sin embargo, la firmeza mostrada por su hijo la lleva a resignarse: acata la decisión. Aunque en modo alguno le agrade.

Ni mucho menos la comparta.

- Si hijo, en la comida nos veremos, - termina por responder. - Que tengas una buena mañana. ¡ Ah ! Y transmite a Don Pablo un saludo de mi parte.

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Capítulo 18 - Félix

Media hora despuésEn algún lugar de la capitalPalma de Mallorca

El tono de una llamada entrante es audible en el interior del Aston Martin. Una fracción de segundo más tarde el conductor atiende el teléfono, aunque a través del equipo estéreo del vehículo.

- ¿ Hola ?

- ¿ Xisco ? Soy Félix.

-Hola tío. ¿ Como van las cosas ?

- Un frío de cojones en esta ciudad de mierda. Aún estamos en Diciembre y ya nieva desde hace semanas. No me quiero imaginar cómo será el próximo mes de Enero. ¡ Estoy hasta lo huevos ! No sabes la suerte que tienes de estar en esa isla.

Xisco sonríe: se da cuenta de que todavía echa de menos la particular forma que utiliza su íntimo amigo para expresar sus opiniones.

- Ya sabes lo que dice el refranero, - opta por recordarle a Félix, - "año de nieves...

- ¡ Que te dén ! Oye, vamos al grano. ¿ Firmas hoy ?

- Sí, estoy de camino a la notaría.

- Perfecto entonces. A primera hora de la mañana he confirmado que ya disponen de toda la documentación: la del préstamo y la relativa a la pignoración de vuestra cartera de acciones. Finalmente han sido diecisiete millones.

- ¡ Diecisiete ! Me dijiste que tan sólo necesitabas un margen de seguridad del treinta por ciento. ¡ Con dieciséis tenías bastante !

- Lo sé, lo seeeé... Pero ya sabes cómo son lo jefes: cuando se ponen torpes no hay nada que hacer. Además, no me seas cabrón, porque hasta hace un año tú estabas tan pringado como yo en estas cosas. ¡ Así que no alegues ignorancia como atenuante !

Xisco le escucha reír al otro lado de la línea.

- Además, - prosigue el financiero, - sigue siendo tu dinero, por lo que no tienes nada de qué preocuparte.

- Tú te ríes, pero a mí no me hace gracia. Absolutamente ninguna. Se nota que no eres tú el que

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avala.

- ¿ Pero qué mayor garantía quieres que yo mismo ? ¿ Acaso piensas que dejaría perder un sólo céntimo a mi mejor amigo ? Hazme caso Xisco, dentro de unos minutos habrás firmado la mejor operación financiera de tu vida; y encima para ti, no para uno de esos viejos podridos de dinero a los que hemos ayudado a ser más ricos a lo largo de estos últimos años.

- No me gustan los cambios de última hora. Y mucho menos cuando están relacionados con un dinero... con un dinero que es de la familia.

El tono de Felix se torna grave. Incluso serio.

- Sabías que el asunto del margen de seguridad todavía no estaba cerrado. Nunca te lo oculté. De hecho, la conformidad por parte de mis superiores me llegó ayer mismo, un poco antes de remitir la documentación a la notaría. Aun así, debo insistir en lo que ya te he avanzado: seré yo quien personalmente monitorice el valor de vuestra cartera. Por cierto, como siempre he hecho.

Entre líneas, el financiero deja entrever su malestar por el hecho de que su amigo haya podido llegar a suponer lo contrario.

Xisco asiente en silencio, algo que, obviamente, su interlocutor no puede saber.

La barrera que franquea el acceso al parking se alza. El motor del Aston Martin cobra vida.

- Confío en que así sea, - termina por decir el mallorquín, también molesto por este cambio de última hora. - Escucha Félix, ahora te tengo que dejar. Estoy entrando en un subterráneo y pierdo la cobertura. Te mantendré informado. Un abrazo.

- Otro para ti. Y una vez más, enhorabuena: vas a cerrar una excelente operación. ¡ Para mí la quisiera !

Félix Roig Cladera ha pronunciado estas últimas palabras con un tono de voz infinitamente más cordial, con el mismo desenfado que utilizaba cuando diariamente se jugaban una ronda de cervezas a la salida del trabajo. Lo hacían a los bolos, en la Belgium Beer Bowling, aprovechando para compartir sus respectivos sueños de grandeza... y también de futuro.

Un futuro como altos directivos del Banco Europeo de Depósitos.

*

Cinco minutos andando separan la notaría de Don Pablo del parking donde ha estacionado el vehículo. Avanza sin prisas, de camino al puente cuyo extremo converge con Jaime III, una de las principales calles comerciales de la ciudad.

Lo cruza.

Por debajo discurre un minúsculo caudal de agua: es el torrente de la Riera. Como es habitual, decenas de gaviotas se apelotonan sobre la delgada capa de agua en busca de algo que llevarse al buche.

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Opta por detenerse: eso en Xisco es también habitual.

Apoyado sobre la barandilla alcanza a distinguir un ejemplar que revolotea sobre todos las demás. Sus pupilas siguen el vuelo del animal, pero no su atención. Ni mucho menos sus pensamientos, que se encuentran muy lejos de allí: concretamente en el habitáculo del Aston Martin, cuando escuchaba los pobres argumentos de su amigo del alma: "¿ pero qué mayor garantía quieres que yo mismo ?"

Unos argumentos de los que, casualmente, él mismo ha hecho uso con su madre una hora antes... y con el único propósito de tranquilizarla.

O, pensándolo mejor, tal vez fueran dos los propósitos.

Porque zanjar de una vez por todas aquella recurrente conversación también era su propósito.

*

La gaviota inicia el vuelo con un minúsculo trozo de pan colgando del pico. Xisco se dice que también para él ha llegado el momento de partir.

Retoma el camino hacia la notaría de Don Pablo, el venerable anciano que le aguarda para compartir firma en unos documentos que, confía, sean su primer gran éxito empresarial.

Mientras observa tomar altura al animal se formula una pregunta. Una sola pregunta. Pero a fin de cuentas, "La Pregunta".

Esos argumentos... ¿ serán ciertos ?

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Capítulo 19 - Llegada

Cercanías del campamento militar de campañaOcéano Ártico

Vislumbran el improvisado campamento cuando el combate parece tocar a su final. La intensidad de los disparos disminuye. Braun no lo duda: se arroja sobre el suelo helado. Aunque desconocen el motivo, Pilar y Oscar le imitan.

El alemán, por propia experiencia, sabe que las balas perdidas son tan peligrosas como los disparos de un francotirador.

*

Desde hace media hora aguardan inmóviles sobre el hielo. Ha cesado de nevar. La humedad cala las ropas. Por primera vez desde que llegaran a ese lugar de pesadilla la sensación de frío se hace insoportable. No pueden seguir indefinidamente en aquellas condiciones. Lo saben. Sin embargo "aquello" les obliga a permanecer quietos, en alerta, y sobre todo, en absoluto silencio.

Nunca antes "lo" habían escuchado. El peculiar sonido se ha impuesto sobre todos los demás. Es agudo, como el filo de un cuchillo. Y escandaloso, como los graznidos de una bandada de gorriones hambrientos que pelean por un mendrugo de pan.

Por supuesto, ninguno sabe identificarlo. Y en su fuero interno, tampoco lo desean. Ni ahora... ni nunca.

Braun calcula medio kilómetro para alcanzar su destino. La distancia no es gran cosa, pero acercarse más significa poner en riesgo sus vidas. Se maldice por su estupidez, por no haber tenido la precaución de coger un arma en Lobo-Uno. Sin embargo, de nada le vale recriminarse.

Recuerda que antes de abandonar el campamento ninguno de los militares le había parecido de fiar. Pero ahora, tras lo descubierto en la estación científica, su desconfianza hacia Spoto y sus hombres es absoluta. Teme por su vida. Y también por las de Peter y Benoit, aunque ninguno de ellos suponga un peligro para los experimentados militares. No son más que dos indefensos científicos, hombres de biblioteca y laboratorio. Se repite una y otra vez que están a salvo. Necesita creer que siguen con vida. Nunca ha perdido a un hombre a su cargo. Ni tampoco a una mujer. Pero con cada ráfaga de disparos vuelve a hacerse la misma pregunta:

- ¿ Pero qué cojones está pasando en el campamento ?

*

Escuchan una nueva detonación. Aunque entonces ninguno lo sabe, es la última. El Silencio Ártico lo trata de invadir todo, como siempre ocurre, como siempre que no hay vida.

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Pero en esta ocasión "fracasa" en su empeño.

Fracasa porque hay vida, porque "esos" singulares sonidos siguen siendo audibles. O lo eran, pues a ninguno de los tres supervivientes les pasa desapercibido que paulatinamente están perdiendo intensidad, como ha sucedido con las explosiones, que ya no se escuchan.

Dos interminables minutos. Ciento veinte segundos que aprovecha la humedad para alcanzar el tuétano de sus huesos. Seguir tumbados sobre el hielo ya no es una opción. Ni una necesidad, pues los singulares sonidos han cesado.

¿ Es posible que el invisible Silencio Ártico lo haya logrado una vez más ?

Braun lo comienza a creer.

Pasan otros dos minutos.

El alemán se siente menos inseguro, hasta el punto de romper su mutismo: lo hace en forma de susurro.

- ¿ Estáis bien ?

- Si, asustada, pero bien.

- ¿ Qué demonios es eso ? - es la hosca y simultánea respuesta de Oscar.

Braun clava los codos en el suelo y se arrastra sobre la superficie helada, hasta quedar junto a sus dos compañeros.

- No tengo ni idea, pero me temo que nada bueno.

- Esos horribles sonidos... - dice Pilar tartamudeando. - ¿ Qué son ? ¿ Osos ?

- Tal vez aves, aunque no lo podría asegurar.

- ¿ Y las detonaciones ? - pregunta Oscar. - ¿ Contra quién disparan ?

- Tampoco lo sé. Confío en que Peter y Benoit se encuentren bien, aunque no lo sabremos hasta llegar al campamento. - Sin esperar a sus respuestas, el alemán se pone en movimiento. Lo hace como antes, arrastrándose sobre el hielo y manteniendo la cabeza gacha.

Pilar y Oscar le imitan.

*

Se desplazan apoyándose sobre las extremidades. Primero un codo, a continuación la rodilla opuesta, luego el otro codo. Doscientos metros después las articulaciones de Pilar y Oscar están en carne viva. El dolor les resulta insoportable: agonizan con cada pequeño impulso. Sin embargo han logrado dar alcance al alemán.

- ¡ Los helicópteros ! ¡ Mirad los helicópteros ! - apunta Oscar con voz histérica. - ¡ Están

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destrozados, como los módulos de Lobo-Uno !

- ¡ Chiiiiiis !

Braun le ordena callar. Por si al arquitecto todavía le queda alguna duda, acompaña la orden con un inequívoco gesto de silencio: el de su dedo índice aproximándose a los labios. - Lo estamos viendo, - añade a continuación. - Por amor de Dios, ¡ contrólate !

A continuación le pide los prismáticos. Con los Leica en sus manos, Braun comienza a describir lo que ve. Por supuesto, su voz sigue siendo un susurro. Un imperceptible susurro.

- Uno de los helicópteros está dañado. El otro... el otro no lo veo. Tal vez haya logrado despegar a tiempo.

- No hemos escuchado ningún sonido de motor, - hace ver Pilar.

Braun muestra su conformidad con un leve movimiento de cabeza.

- Las tiendas han desaparecido. Ni rastro de ellas. Veo a dos militares tendidos sobre el hielo. No se mueven. Posiblemente están heridos, o tal vez muertos. Desde aquí no lo puedo saber.

- ¿ Algún rastro de Peter y Benoit ?

- No. Pero hay algo parcialmente enterrado bajo la nieve.

Ajusta el foco de los prismáticos.

- Parecen los restos de una de las tiendas. Y... y tal vez los pantalones de Peter.

- ¿ Se mueve ? - pregunta Pilar con un tenso hilo de voz.

- No.

- ¡ Tenemos que ir a socorrerle !

- ¡ Ni se te ocurra moverte ! - vuelve a ordenar Braun. - Si están muertos, ya poco podemos hacer por ellos. Y si es una trampa, tampoco les seremos de mucha utilidad.

- Entonces, ¿ qué hacemos ?

- Vosotros dos esperar.

Dicho y hecho.

Sin previo aviso Braun se incorpora. Afloja las ataduras de los crampones, que caen sobre la nieve. Como si su cuerpo fuera un resorte recién liberado, inicia una desenfrenada carrera hacia los dos militares caídos. No corre en línea recta, sino trazando curvas. Se acerca al más próximo cuando alcanza a distinguir un fusil de asalto entre sus brazos. Es tarde para retroceder: ya no pude evitar la enfilada.

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Sin perder de vista el arma, imprime a sus piernas la máxima velocidad de que es capaz: teme ver al militar rodando sobre sí mismo, en cualquier momento, y a continuación escuchar un disparo, una bala sin duda dirigida hacia él. Cuando todavía le separan treinta metros afloja el ritmo. Para incomprensión de Oscar y Pilar, ahora le ven trotar suavemente.

La última media docena los hace andando, sin prisas.

Desde su posición, el arquitecto y la genetista no comprenden nada, absolutamente nada. Sin embargo para Braun, ahora todo le resulta evidente: un simple vistazo ha sido suficiente para concluir que nada puede hacerse por aquel desgraciado: lo que queda de su cuerpo es una réplica de lo que han visto en Lobo-Uno. De un tirón arranca el fusil de lo que pocos minutos antes era un ser humano: una bala todavía ocupa la recámara del arma. Encamina sus pasos hacia el segundo militar, apuntándole, aunque también con la certeza de que es del todo innecesario.

Es la certeza del que sabe lo que le aguarda.

Alzando los brazos indica a sus dos compañeros que se acerquen. Aunque todavía no lo saben, todo ha terminado. Para todos, excepto para ellos tres.

Es lo que conlleva estar vivo.

Al menos por el momento.

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Capítulo 20 - Fin de una pesadilla

Veinte minutos despuésCampamento militar de campañaOcéano Ártico

Ha transcurrido un cuarto de hora desde que hallaran los restos de Peter. Y También los de Benoit, junto a los de otros tres militares: los cuerpos se encuentran en un estado irreconocible. Para identificar a sus dos compañeros recurren a los jirones de ropa adheridos a los restos de carne. El estómago de Oscar no lo puede soportar: un trozo de hielo pierde su nívea transparencia.

- Pilar, - ordena Braun, - aquello de allí fue nuestra tienda. Si todavía están las mochilas dentro, sácalas. Nos van a hacer falta. - Luego encamina sus pasos hacia el helicóptero. Oscar, todavía recuperándose, le sigue a una docena de metros por detrás.

- Parece que al menos hay un superviviente: falta uno de los dos.

- Eso parece, - confirma Oscar. - Posiblemente uno de los pilotos. Sin duda un tipo con suerte. ¿ Has visto esto ?

Oscar señala hacia uno de los patines de aterrizaje.

- Con imaginación y algunos apaños podrá volver a volar, ¿ no te parece ? - observa el alemán.

- No me refería eso: no sé pilotar.

- Ni yo. ¿ Entonces ?

- Los soportes, esos soportes que lo unen al fuselaje están aplastados, y los patines desplazados hacia el exterior.

- Cierto. Y también extraño. Realmente extraño. ¿ Tienes alguna idea de cómo ha podido ocurrir ?

- Tal vez un objeto pesado le haya caído encima.

- Pero entonces la cabina también estaría dañada... al igual que los rotores, - añade acertadamente Braun.

- Salvo que "se haya caído", - escuchan decir a sus espaldas.

Es Pilar.

Los dos hombres giran ciento ochenta grados, hasta quedar frente a la recién llegada. Sobre el suelo se apilan cuatro mochilas, aparentemente intactas. Oscar es el primero en tomar nuevamente la palabra.

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- Si el helicóptero hubiera emprendido el vuelo, los rotores principales y el de cola estarían seriamente dañados. En cambio, permanecen intactos.

- Yo no he dicho que el helicóptero tomara altura con los motores en marcha, - replica Pilar. - Yo únicamente he dicho que parece haber caído.

Los dos hombres la miran sin comprender el significado de sus palabras.

- Pe... pero... ¿ de qué otro modo cae un helicóptero, si no es habiéndose elevado previamente ? - replica Oscar.

- Primero se eleva... y luego se deja caer, - es la escueta respuesta de la genetista, antes de añadir:

- Como les ha sucedido a los módulos de Lobo-Uno. Tú mismo lo dijiste.

- ¡ Eso es absurdo ! - brama Oscar.

- De acuerdo. En ese caso, - replica serenamente Pilar señalando hacia la aeronave, - explícanos cómo la cabina y los rotores están intactos, y sin embargo los patines en semejante estado. - Tras una intencionada pausa, añade:

- A mí no se me ocurre otro modo.

No tardan en asumir que ninguno está en condiciones de dar una respuesta satisfactoria al asunto; ni tan siquiera de proponer una que resulte menos absurda que la de Pilar. Es más, llegado el caso, podría ser la única razonable, aunque presupone la existencia de una grúa, un objeto que no es habitual encontrar extraviado en el ártico.

Ni ese tipo de objeto, ni de ningún otro tipo, pues en el ártico no hay objetos extraviados: sólo hielo, nieve y... muerte, demasiada muerte.

La discusión comienza a resultar inútil. Lo importante es abandonar el campamento lo antes posible, no sin antes haber dado sepultura a los restos de Peter y Benoit.

- ¿ Y con los militares qué hacemos ?

- Los meteremos en la bodega del helicóptero, - apunta Braun. Para luego añadir:

- Serán nuestro pasaporte: a los osos les llevará un buen rato acceder a los cuerpos.

*

Se preparan para partir cuando Braun extrae del bolsillo la vaina encontrada en Lobo-Uno. La compara con otro cartucho caído sobre la nieve. Ahora ya no alberga ninguna duda sobre la autoría de las muertes de Lobo-Uno: son idénticos. Comparte el hallazgo con Oscar y Pilar.

- Bueno, ahora ya sabemos que fueron los militares quienes estuvieron en Lobo-Uno.

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- ¿ Y qué necesidad tenían de asesinar a los científicos ?

- Apoderarse del cajón almacenado en la segunda cámara.

- ¡ Eran nueve seres humanos ! ¡ Nueve vidas !

- Todo depende de cuál fuera el premio.

- Pero...

La replica queda en el aire, inacabada. Inacabada para siempre, pues Braun se encarga de zanjar la discusión con una nueva pregunta.

Con "La Pregunta".

- Me pregunto quién demonios ha podido acabar con los militares. ¿ Y vosotros ?

Como sucediera en Lobo-Uno, tampoco allí han encontrado restos de ningún animal. Sólo sonidos, extraños sonidos nunca antes escuchados. Pero los sonidos no se "encuentran"; a lo sumo se escuchan, y, en ocasiones, incluso se gravan.

Sin embargo, aquella no iba a ser de una de "esas ocasiones".

*

El regreso de los tres expedicionarios a Ny-Ålesund tuvo lugar sin nuevos incidentes. Pilar y Oscar pasarían las siguientes cuarenta y ocho horas durmiendo en la única posada de la localidad. Seis días después, los tres embarcaban en el Grigoriy Mikheev con destino a Europa. Lo hacían con la confianza de haber cerrado definitivamente aquel amargo capítulo de sus vidas. Atrás quedaban Peter, Benoit y los nueve científicos de Lobo-Uno. También, cinco de los seis militares que, supuestamente, habían sido sus asesinos.

Sin embargo, ni en la peor de sus pesadillas habrían imaginado el plan que comenzaba a tomar forma en el intelecto de aquel demente. Como Oscar había dicho, se trataba de "un tipo con suerte": no sólo había logrado salir con vida de aquella pesadilla, sino también aterrizar en mitad de una despiadada ventisca.

Aunque esto último, era algo que por entonces desconocían.

Como otras tantas cosas.

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Capítulo 21 - El principio del fin

Seis dias antesEl algún lugar del Océano Ártico

Resopla hasta vaciar sus pulmones de aire.

Se congratula de su pericia cuando la máquina por fin cesa de balancearse. Por inverosímil que resulte, ha logrado alcanzar su destino. También aterrizar. Y por último... salvar la vida, algo impensable tan sólo treinta minutos antes.

Incluso para un hombre como él.

Pulsa el botón rojo, el que detiene los motores. Espera pacientemente hasta que el rotor principal cesa de girar. No tiene prisa, ninguna prisa. Observa cómo la sangre regresa a la lechosa piel de sus nudillos. Mueve el cuello. Primero adelante. Luego atrás. Repite la secuencia de movimientos dos veces más. A continuación lo gira, lentamente, en sentido contrario a las agujas del reloj.

Se detendrá cuando los músculos pierdan la extrema rigidez que ahora los inmoviliza.

*

Ha llegado el momento de abotonarse la parca. Lo hace. A continuación alza el cuello de la prenda y se prepara para afrontar el envite del intempestivo clima exterior.

Abre la portezuela de la cabina y se deja abrazar por el viento. Pisa la superficie helada. Comienza a caminar, alejándose del helicóptero. No se gira en ningún momento, pues no hay motivo para hacerlo. Pero de haberlo hecho hubiera confirmado lo que ya sabe: el patín de aterrizaje sigue en perfecto estado.

Ni un simple rasguño.

Toda una proeza.

Incluso para un hombre como él.

*

Entonces nadie lo sabía, pero con aquel aterrizaje, la cuenta atrás acababa de comenzar.

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Año 2016

- Veintinueve años antes -

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Del autor para el lector

Estimado lector:

En primer lugar quiero agradecerle el interés que está mostrando por mi segunda novela, "No tomarás el lugar de Dios en vano", un proyecto que verá la luz a finales de este mismo año.

Un proyecto que también publicaré por mis propios medios, como he hecho con "El Arcano".

Auto publico porque soy un desconocido en el sector editorial. Auto publico porque es el único modo que he encontrado para llegar hasta usted, aún a sabiendas de que me ha requerido de un notable desembolso económico inicial acompañado de más de dos años de ininterrumpido, previo y anónimo trabajo diario, de lunes a sábado doce meses al año, sólo conocido y apoyado por los seres queridos.

Si le agrada mi trabajo y dispone de un poco de tiempo libre, le invito a que visite mi página web:

www.rubencmorato.com

Allí encontrará mucha más información sobre mí, de por qué escribo, de cómo vio la luz "El Arcano", y cómo la verá "No tomarás el lugar de Dios en vano". También dónde acudir si quiere saber algo más sobre mis novelas.

Si además quiere compartir su experiencia conmigo, encontrará un blog y un mail para que nos podamos comunicar: no dude que me agradará mucho saber de usted.

Para finalizar y retomando el principio de estas líneas, como autor desconocido que soy, también me sería de una infinita utilidad el que haga saber de mí en su entorno social, así como de mi trabajo. Los principios nunca son fáciles para nadie; sin embargo, los principios con algo de ayuda, son menos difíciles.

Nuevamente, muchas gracias por su tiempo e interés.

Rubén C. Morató

FIN DEL AVANCE