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No tenéis ni puta idea

“Realmente soy un soñador práctico; mis sueños no son bagatelas en el aire. Lo que yo

quiero es convertir mis sueños en realidad.”

Mahatma Gandhi

Soñé que escribía este texto. Desperté intranquilo, con la ansiedad que amarga mis

noches, confundido en una habitación de hostal de Madrid… y del sueño solo quedaba

un título grabado en mi cabeza. Pero vivo de perseguir sueños, desnudando esa ansiedad

impenetrable, quitando los disfraces a mis miedos y enfrentándolos en igualdad de

condiciones, a pecho descubierto, con sonrisa fingida y puños apretados. Así que aquí lo

tenéis.

Pasé el resto del día recorriendo la ciudad, disfrutando y sufriendo sus contrastes: una

maravillosa exposición gratuita en un centro cultural del que salí asombrado, y un

renombrado museo en el que no entendí nada; los imponentes edificios con sus

centenarias estatuas de bronce, y los vagabundos a ras de suelo buscando refugio contra

sus paredes; una librería muy “chic” con inocuos libros a quince euros, y en la cera de

en frente, la vieja tabacalera okupada ofreciendo multitud de talleres gratuitos. Para

finalizar el día, llegamos a una ruta gastronómica en la que nos invitaban a participar en

un concurso de poesía consistente en elaborar un poema de cuatro versos relacionado

con la gastronomía; la chica que me acompañaba consiguió que me animara a

improvisar algo, y salió lo siguiente:

En el congreso un revuelto de jetas,

luego al banco, chorizo al champán.

Esta noche Madrid tiene hambre de poetas,

ayuna, bonita, no estamos de humor.

Y de todo aquel día me quedó una sensación inconfundible, esa que sientes las pocas

veces que tienes la suerte de encontrarte frente a una verdad: la cultura es una

herramienta popular, un medio para transformar la sociedad desde sus bases más

profundas. Y a todos los elitistas, encumbrados, ególatras… y demás especies del

género “Lameculos triunfador ibérico”, os aseguro que inertes son las manos que

intentar aferrar la cultura, y vacías las palabras que la visten de ramera, y os dedico mi

más sincero: no tenéis ni puta idea.

Texto: Jorge Ramos www.elsilencioesmiedo.blogspot.com.es

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Un “no tenéis ni puta idea” apagado

entre gritos de ególatras inconexos.

Un susurro perdido, para variar,

y una única cuerda para que te escuchen.

Una hermosa chica llamada Esperanza,

pasea junto a su compañero Soledad,

perdidos en la ciudad del vicio.

No os hacéis ni la más mínima idea…

Lo complicado del juicio,

y el nerviosismo del que es juzgado

entre un silencio ensordecedor.

Hoy la cultura se ha vuelto pluma,

arrancada de la protección de sus alas,

y destinada a hacerse carne.

Expuesta cual ramera, hasta que ya no sea rentable.

Y a mí solo me ataca el hambre de sueños,

el afán por consagrar lo que ha sido abandonado.

Y decir basta,

pero que de una vez por todas mi grito sea escuchado.

Desperté intranquilo

Y los mismos monstruos me hablaron,

desde la cama,

Con un cuaderno en la mano.

Texto: Laura Castro

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Texto: Elena de la Fuente http://preciososprecipicios.blogspot.com.es/

Ilustración: Victor López

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Silenciosas bibliotecas

Texto: Draena Gemzo

Ilustración: Ractapopulous https://pixabay.com/es/users/ractapopulous-24766/

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Texto: Javier Estévez

Ilustración: Telly Gacitua

https://www.flickr.com/photos/tellygacitua/

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Texto: Aitana Vidal http://realconoceareal.blogspot.com.es/

Ilustración: Ractapopulous https://pixabay.com/es/users/ractapopulous-

24766/

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Texto: Raquel Lozano http://pielderetales.blogspot.com.es/

Fotografía: KarinKarin https://pixabay.com/es/users/KarinKarin-145974/

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Texto: Carmen Diego Egaña

Ilustración: Ractapopulous https://pixabay.com/es/users/ractapopulous-24766/

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Sin máscara

De un manotazo, tiró todos los pintalabios, las sombras de ojos y los polvos de

maquillaje. Quedaron en el suelo todas las mentiras, todas las fachadas utilizadas a lo

largo de los años.

Se restregó la

esponja llena de jabón por

las mejillas y los párpados,

por la frente y la nariz

respingona. Y se llevó la

mugre de la vergüenza, de

la comparación y del miedo

al rechazo.

Abrió los ojos,

marrones como las castañas

del otoño, y el espejo de su

tocador le devolvió una

sonrisa verdadera, una

mirada segura, una piel

imperfecta.

Era consciente de lo

poco que había faltado para

perderla para siempre. Pero

ahí estaba: la mujer más

bella.

Texto: Mónica Prádanos www.monicapradanos.com/

Ilustración: Ractapopulous https://pixabay.com/es/users/ractapopulous-24766/

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Silencio

Entré. Me encontré allí, en medio de la habitación, como el actor novato que tiene

que entrar a escena y lo empujan para evitar su indecisión. Así entré, como si me

hubieran empujado. Pero yo quería entrar o eso pensaba cuando estaba fuera.

Sentados juntos, al lado del ataúd, estaban mi padre, mi abuela y otra mujer que no

pude distinguir por la penumbra que había en la habitación solo rota por la lamparita

que alumbraba a mi abuelo.

Como si mi entrada fuera una señal, entre mi padre y la mujer ayudaron a levantarse

a mi abuela y, con pasitos cortos, se acercaron hacia la puerta. Yo agaché la cabeza sin

saber por qué.

—Vamos a ver si logramos que se eche un poco, está agotada —dijo mi padre.

—¡Qué mayor estás! —Me pareció que era la vecina de la puerta de al lado de mis

abuelos: Sagrario se llamaba, no estoy seguro, quizás se llamara Piedad, ahora dudo.

Detrás de mí la puerta sonó rotunda, subrayando el silencio. No recordaba cuándo

fue la última vez que había estado a solas con mi abuelo. Quizás —lo pienso ahora—

ninguno de los dos buscó nunca al otro; no congeniábamos, se podría decir.

Me acerqué y me quedé a dos pasos del ataúd, desde allí no podía ver el contenido:

no quería. Estuve quieto varios minutos. Dos veces me volví, me pareció oír que alguien

abría la puerta, pero no. Aquella situación empezaba a ser insostenible, el silencio se me

iba metiendo por dentro. Al final me decidí: recorrí aquellos dos pasos y lo vi. Por

supuesto no lo toqué, me pareció que iba a estar frío y que no me iba a gustar sentirlo.

Lo miré, estaba serio, como siempre. No sabía qué hacer. De repente, sin querer, salió

un hilillo de voz de mis labios:

—Lo siento.

Yo tenía nueve años.

Texto: Eldan Gardy https://eldangardy.wordpress.com/

Ilustración: Gus Diji

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Mi señor

Llevaba más de medio día escondido. Ya no se escuchaban los ladridos de los

grandes perros de mi Señor. Podía oír el susurro del viento cabalgando entre las ramas

de los pinos. Un pájaro carpintero tamborileaba en un viejo tronco de chopo junto al

arroyo que me daba cobijo. Estaba totalmente sumergido en el frío fango, y aunque era

primavera, el agua gélida hacía tiempo que me provocaba temblores y calambres, ya no

sentía los dedos y notaba como mi cuerpo empezaba a indicarme que era el momento de

salir de allí, o sencillamente, estaría muerto.

Una vez más y para asegurarme de que los soldados de mi Señor no andaban

cerca, agucé mis sentidos que enseguida dieron el visto bueno. Al principio, mi cuerpo

no respondía a las órdenes que le daba mi cerebro, mis miembros anquilosados se

negaban a realizar el titánico esfuerzo

que suponía salir del lodo.

Lentamente, muy lentamente

arrastrándome entre las espadañas y

juncos de la orilla, ajeno al interés que

había despertado en los cangrejos, que

se habían colado entre los pliegues de

mi capa hecha jirones, alcancé la

ribera. Estaba agotado, aturdido, me

estallaba la cabeza, hacía tres días que

había salido de casa, no tenía nada,

nada para los míos. Cuatro hijos y mi

mujer que al salir me miraron con sus

ojos siempre tristes y sus caritas

sucias, tenía que salir a cazar, tenían

que comer, el invierno se había ensañado este año y ya no quedaba nada. Cazar para

salvar de la muerte era un delito castigado con la misma moneda. Todo le pertenecía a

mi Señor, tierras y bosques, personas, todo. Me descubrí lloroso, ahora era consciente

de mi realidad, no sólo yo estaba en peligro, también mi familia, si yo faltaba, si yo no

regresaba, qué sería de ellos. Tenía que llegar lo antes posible al lugar en el que tenía

escondido el ciervo. Hambre, siempre hambre, mi eterna compañera de vida. Caminé en

la oscuridad, mis movimientos eran animales, lo podía oler, estaba cerca, escuché ruidos

pero sabía que eran las alimañas del bosque que hambrientas ya daban buena cuenta del

festín. Mi presencia las ahuyentó. Saqué mi chuchillo y separé con maestría un cuarto

trasero que aún no estaba muy afectado por los carroñeros nocturnos. Sin más me lo

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eché en la espalda y emprendí el camino de regreso a casa. Cada paso rápido en la

noche me acercaba más, mi delgado cuerpo mostraba los estragos de los últimos días,

pero las caras de mis hijos y sus ojos clavados en mí me espoleaban. En los límites de la

aldea me aseguré de que nadie me viera, era muy tarde, tenía que ser rápido y certero en

la entrada, si alguien me veía…

Controlaba mis jadeos, ya podía ver mi casa, sólo unos metros. El sudor se

deslizaba mezclado con el barro seco, la saliva se había convertido en una espuma densa

que pegajosa se mantenía junto a mi boca. Con sutileza empujé la puerta de madera,

apenas sujeta al marco mediante sencillas tiras de cuero basto y seco y con un suave

lamento, cedió.

En el interior,

oscuridad y silencio, el

olor de los míos. Un débil

fuego hacía titilar la luz

en la única estancia y

desde el suelo junto a las

brasas, varios pares de

ojitos brillaban, como los

de una camada de

cachorros de tejón dentro

de la madriguera. ¿Papá

eres tú?, en ese momento

caí de rodillas y sobre mí

la pierna del animal, lloré

desconsoladamente,

estaban bien, ahora

podrían comer, gracias a

mi Señor.

Texto: Osjan [email protected]

Ilustraciones: Iconología di Cesare Ripa Penagino proporcionadas por

Biblioteca Rector Machado y Nuñez

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Vida perra

Yo, que estaba acostumbrado a mirar más al suelo que al cielo, a cerrar los ojos cuando

no debo, a permanecer inmóvil ante lo que siento. Acostumbrado a quedarme quieto,

quieto, con la moral por los suelos. Cuando solo me debería inmovilizar un inesperado

beso y solo entonces cerrar los ojos para sentir más, que nunca está de menos. Sentir

que nunca, nunca se está de verdad solo. Tan acostumbrado estaba, que cuando me harté

de mí mismo y de sentir siempre lo mismo, simplemente lo olvidé. Olvidé todo lo que

me abatía súbitamente, todo lo que confundía mi más que turbada mente. Y vi en tus

ojos y en los de todos (incluso en los míos) otra razón para sonreír, para ser yo mismo

quien me haga feliz. Miré a la vida cara a cara y me sentí más por primera vez, miré a la

vida a sus ojos y no me asusté. Sus ojos de perra se hicieron de gata y dejé de ver la

vida como si fuera una película en un cine, desde fuera. Entrar en ese cine me permitió

ver lo que antes no veía

desde mi cabeza cabizbaja y

mis ojos con legañas. Una

vez que miras a los ojos a la

vida puedes ver también su

boca, hablándote con

palabras de sabia anciana,

dándote consejos que antes

no escuchabas. Sus fauces y

sus temibles colmillos

caninos se hicieron labios de

boquita de piñón. Una

boquita de piñón que ya no contenía una rasposa lengua de trapo, que me dejaba marca

si me daba un lametón. Sus bufidos, su increíble olfato respiró tranquilo conmigo por

primera vez. Su oído de ultrasonido, imperceptible para mí, se transformó en un

acústico, rústico, sencillo y puro sonido que me permitió escuchar mis propias entrañas,

las más íntimas. Sus garras afiladas se convirtieron en suaves y delicadas manos de ser

humano, que me acariciaban en vez de hacerme arañazos. Cuando pude observar,

escuchar, saborear, respirar y tocar la vida, comprendí que mientras no lo hacía no vivía

de verdad, que nada desaparecía si no lo dejaba marchar, que si me aferraba a ello solo

conseguía un inútil autoengaño que agravaba el daño. Sonreí. Y no he dejado de hacerlo

desde entonces. He vuelto a escribir con la ilusión de la primera publicación, y a

cambiar los tachones por paréntesis para no olvidar. He soñado en cada concierto

dejándome la voz en cada canción. Me han vuelto a temblar las piernas con cada beso

como si fuera un adolescente, como si fuera el primero. Ese primer beso que siempre

acabo con un mordisco, pequeño, por si hay suerte y me llevo un cachito y así tener una

excusa para poder repetirlo. Si me permites un consejo, antes de morir de viejo: déjate

el alma en el papel a través del lapicero; dale más color al blanco y negro; desgasta la

garganta en cada concierto, los labios en cada beso y no tengas miedo de no hacer

siempre lo correcto. Ladra, salta, corre, ríe, juega, respira, siente. Siente siempre. Haz

siempre todo lo que nunca te atreviste a hacer porque si no lo haces será de lo que te

arrepentirás siempre.

Texto: Álvaro Castro

Ilustración: Geralt https://pixabay.com/es/users/geralt-9301/

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Puto lunes

Suena el despertador. Legañas. Te levantas. Desayunas. Te vistes. Coges el coche.

Atasco. Llegas tarde al trabajo. Un compañero que ni siquiera te cae bien te cuenta su

fin de semana. Empiezas a trabajar. Tu jefe te echa la bronca por algo de lo que no has

tenido la culpa. Trabajas. Trabajas. Trabajas. Hora del almuerzo. La compañera esa que

está tan buena te ignora como siempre. Otro compañero idiota que ni siquiera te cae

bien te cuenta su fin de semana. Trabajas. Oyes al jefe echarle la bronca a otro por algo

que si has hecho tú. Trabajas. Trabajas. Ves a tu jefe irse del trabajo antes que tú.

Trabajas. Acaba tu jornada. Coges el coche. Atasco. Comes solo. Te echas la siesta. Te

despiertas a media tarde. Sales corriendo porque llegas tarde a una clase que realmente

no te interesa sobre algo a lo que te has apuntado por moda. Pasas una hora sin enterarte

de nada. A la salida oyes a tus compañeros comentar sus vidas perfectas. Haces la

compra de camino a casa. Al abrir la puerta se te cae la bolsa. Al agacharte tu lumbago

amaga con empezar a molestar. Haces a cena. Cenas solo. Te duchas. Te metes en la

cama a leer un libro que no te gusta pero te compraste por moda. Te duermes a las

tantas mirando el móvil. Otra vez suena el despertador. Otra vez legañas. Otra vez te

levantas. Otra vez desayunas. Otra vez te vistes. Otra vez coges el coche. Otra vez

atasco. Otra vez llegas tarde al trabajo. Otra vez un compañero que ni siquiera te cae

bien te cuenta su vida. Otra vez empiezas a trabajar. Otra vez tu jefe te echa la bronca

por algo de lo que no has tenido la culpa. Otra vez trabajas. Otra vez trabajas. Otra vez

trabajas. Otra vez hora del almuerzo. Otra vez la compañera esa que está tan buena te

ignora. Otra vez otro compañero idiota que ni siquiera te cae bien te cuenta su vida. Otra

vez trabajas. Otra vez oyes al jefe echarle la bronca a otro por algo que si has hecho tú.

Otra vez trabajas. Otra vez trabajas. Otra vez ves a tu jefe irse del trabajo antes que tú.

Otra vez trabajas. Otra vez acaba tu jornada. Otra vez coges el coche. Otra vez atasco.

Otra vez comes solo. Otra vez e echas la siesta. Otra vez te despiertas a media tarde.

Otra vez sales corriendo porque llegas tarde a otra clase que realmente no te interesa

sobre algo a lo que te has apuntado por moda. Otra vez pasas una hora sin enterarte de

nada. Otra vez oyes a la salida a tus

compañeros comentar sus vidas perfectas.

Otra vez haces la compra de camino a casa.

Otra vez al abrir la puerta se te cae la bolsa.

Otra vez al agacharte tu lumbago amaga

con empezar a molestar. Otra vez haces a

cena. Otra vez cenas solo. Otra vez te

duchas. Otra vez te metes en la cama a leer

un libro que no te gusta pero te compraste

por moda. Otra vez te das cuenta de que la

semana no ha hecho más que empezar.

Otra vez te das cuenta de que la rutina te está matando. Otra vez piensas en que deberías

cambiar tu vida. Otra vez tienes miedo de salirte de lo establecido. Otra vez eres

demasiado cobarde como para admitir que odias tu vida. Otra vez ignoras todas esas

otras veces que pensaste lo mismo. Otra vez piensas que no es para tanto. Otra vez te

convences de que estás haciendo lo correcto. Otra vez te conformas con hacer lo mismo

que otras veces. Otra vez te conformas con pensar “puto lunes” y seguir igual otra vez.

Texto: M. I. Revilla

Ilustración: Johny Deff https://pixabay.com/es/users/johny_deff-1611501/

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Lo que cabe en un bolso

Lleva el bolso lleno, de presagios y de afectos en fotos, sol en las gafas, de nervios en

los cigarrillos por fumar, y de calidez en las llaves de casa, de coquetería en el

pintalabios, de precaución en los pañuelos. Lleva el bolso repleto de vida y cuando se

lo arrebatan en plena acera, le quitan un poco de sí misma y se siente desnuda, vieja y

desamparada, sola y desgastada.

Pero decide que es buen momento de hacer limpieza y no reponerlo todo, que pesan

demasiado los recuerdos marchitos y los amuletos que nunca ganan ni evitan el tirón, y

compra lo necesario, convencida de que no ha sido para tanto. Se hará fotos nuevas y

aparecerá con la cara del ahora y no con aquella que le recordaba tanto la tristeza de la

pérdida de un ser querido. Y se mece en la alegría de reponer y se engarza en la

novedad que buscar y se dice que eso le pasa a cualquiera, y busca un nuevo bolso más

difícil de robar y se siente nueva, total, no llevaba apenas dinero y ha anulado las

tarjetas.

Texto: Aina Rotger http://palabrapunto.blogspot.com.es/

Ilustración: Geralt https://pixabay.com/es/users/geralt-9301/

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El 69

Esa mañana todo cuadraba. Había un sol radiante y no me faltaron motivos para

aventurarme a complacer mis deseos del momento. Sin dudarlo fui directa al

tema. Me lancé en picado hacia el placer que producía en mí su olor, su frescura,

su textura, su sabor…

Nada más verlo supe que era para mí. Ese día yo sería la reina de mi fiesta. No

había ser humano que se resistiera a tanta belleza, a esas formas, a su esencia.

Recordé cuando lo tuve cerca por última vez y la boca se me humedeció, me

relamía solo de pensarlo.

De repente llegó mi hora. ¡Al fin! Ya no tenía que esperar más, estaba nerviosa,

en tan solo unos minutos sería mío. Sin más dilaciones… el 69. Sí, lo tengo yo.

Póngame ese rodaballo, por favor.

Texto: Cristina Pérez

Ilustración: Javier Ponce

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Taller de escritura creativa

Los siguientes textos han sido elaborados por los alumnos apuntados al taller de

escritura creativa, y son una muestra de la experiencia llevada a cabo por parte de la

asociación “El silencio es miedo” como actividad extraescolar en el I.E.S Jorge

Manrique.

Ejercicio: el llamado “Cadáver exquisito”. Consiste en que cada alumno escribe un

verso, se lo pasa al siguiente que continúa el poema con otro verso y, a continuación,

tapa el verso recibido y se lo pasa al siguiente participante, de forma que cada vez se

recibe un único verso sin conocer los anteriores.

Hoy por fin sale el Sol por la ventana

Las nubes han huido, el cielo es libre

Los pájaros vuelan hacia un amanecer tardío

Emigran a un nuevo destino en busca de su camino

Hacia nuevas tierras que pisar y acentos que probar

Aprovechando cada segundo

Teniendo como lema el “Carpe diem”

Gritando: “qué les jodan” a todos los que miren

Y que a nadie le importa mi vida

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Ejercicio: elaborar un poema de ocho versos, de tal forma que al cambiar los versos de orden obtengamos

un poema diferente.

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Ejercicio: construir un texto, de tal forma que al borrar partes de él nos quede un mensaje completamente

diferente al inicial.

Textos y fotografías: Taller de escritura creativa I.E.S. Jorge Manrique

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Agenda informal

Micrófono abierto

Organiza: Grupo DiVersos

Fecha: Último jueves de cada mes, a las 21:00

Lugar: Bar Universonoro, C/ San Juan de Dios, 3

Presentación del libro “El secreto de la guardiana”

Organiza: Mónica Prádanos

Fecha: Sábado 8 de Abril, a las 11:30

Lugar: Librería – café Ateneo, C/ Juan de Castilla, 3

Presentación del libro “Nuevas lecturas compulsivas”

Organiza: Félix de Azua

Fecha: Martes 11 de Abril, a las 19:00

Lugar: Librería – café Ateneo, C/ Juan de Castilla, 3

Encuentros poéticos: Javier Cartago

Organiza: Universidad Popular de Palencia

Fecha: Martes 18 de Abril, a las 20:00

Lugar: Librería – café Ateneo, C/ Juan de Castilla, 3

Presentación del libro “Cuentos para un café”

Organiza: Aina Rotger

Fecha: Jueves 20 de Abril, a las 19:45

Lugar: Biblioteca Pública de Palencia, C/Eduardo Dato, 4

Lectura pública de poesía y microrrelatos

Organiza: Biblioteca Pública, DiVersos y Esprosados

Fecha: Sábado 22 de Abril, hora sin confirmar

Lugar: Biblioteca Pública de Palencia, C/ Eduardo Dato, 4

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PEDRO BELTRÁN: BOHEMIA Y DEMÁS INVENTARIOS.

Del Cristo de Medinaceli al esperpento varado del Callejón del Gato.

Madrid, sempiterno atardecer de la historia que vendrá,

eco alucinado de bohemia y demás inventarios, amén.

ANÓ NIMÓ S. XXI. (extracto)

Pedro Beltrán es un jeroglífico de inventiva vital, postulante a esa toponimia de los

perdedores que asumen con dignidad y valentía el itinerario tomado. Desertor y artista,

mediterráneo, ya que vino a nacer frente al mar, como dejó recitado en uno de sus

poemas. Pedro Beltrán tuvo la osadía de no escribir jamás un poema, recitador

nocherniego de la golfemia madrileña, todo lo guardaba en la memoria, para él la poesía

era la oralidad, la música refractaria que desprenden las palabras. En su anecdotario de

copas y amistad, están aquellos versos dedicados a la familia del dictador, versos de

cadencia desertora, cinismo, fábula oral para no quedar marcado en la numerología de

las cárceles franquistas. Algunos de estos poemas aparecen en el libro Burro de noria.

Niño de la guerra civil, azañista y torero, republicano emocional, anarquista displicente

y cóncavo de pensión. Quiso ser toreador ya desde la niñez, y como el estipendio

familiar no da para un traje de luces, y es niño avispado, manda una carta a Manuel

Azaña; a ver si es posible que me manden un traje, que con esto de la República, lo de

los Reyes Magos va a estar complicado. Y para sorpresa familiar recibió el regalo, y

misiva del presidente; un abrazo de tu amigo y correligionario Manuel Azaña. Después

llegaría la guerra, el recelo y la incomprensión de los bombardeos, el cambio de

residencia, el anclaje moral despreciativo hacia los insubordinados, el aprecio que

tendrá ya toda su vida hacia su amigo y correligionario Azaña. Nunca entendió

Fernando Fernán Gómez, esa benevolencia que mostró siempre Pedro Beltrán hacia

Azaña, siendo él un bohemio equivocado y antiburgués.

Y la vida sigue, con su recuelo de posguerra, las peinetas de las que irán al cielo y toda

la farándula bajo palio enfebrecida de victoria.

Madrid, años 50, Pedro Beltrán llega a la ciudad, a ese espejo insomne que es la

conciencia cuando delimita con lo banal, decidido no sé ya si a triunfar, o a ejercer una

torería vital sin marcha atrás. Lejos queda Cartagena, su profesión de practicante, lejos

todo lo que adolece, la seguridad monetaria del trabajo. También ese personaje

excéntrico y bailarín, Pierre Trambell, que le va perfilando a esa otra equidistancia que

es la noche y la libertad. Abandona, prefiere la intemperie de ese otro azar que merodea

por las hambres que vendrán, el rigor invernal madrileño en las habitaciones de pensión

o en los ascensores con moqueta varados entre dos pisos. Y prueba suerte, pero Madrid

no hace acopio de primeras a meritorios ambulantes, Madrid que suele auscultar con

ojos de estraperlo, no se lo va a poner fácil.

Comienza esa diatriba de participaciones en películas como Bajo el cielo de España,

papeles escuetos, Calabuch de Berlanga, va arañando, aprendiendo un oficio y

comprueba entre absorto y decidido, que ese es el camino, la intemperie de necesidades

que va reflejando en esos mosaicos de ensueño y realidad que son los espejos de las

pensiones.

Torero de salón, cornamentas y metáforas, carcajadas ante el mar intempestuoso del

funcionariado servil y malicente. Flamencólogo noctívago, soleares y tientos, el

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misterio que entra en erupción entre el humo y el alcohol meridiano de la noche.

Depositario de esa filosofía de calle, popular y de analfabetismos varios, que va

erosionando las comisuras del raciocinio de las clases medias. Cantaba Merced la

Secreta, gitana analfabeta del s.XIX, la soleá; Fuí piedra y perdí mi centro/ y me

arrojaron al mar/ y a vuelta de mucho tiempo/ mi centro vine a encontrar.

Frecuenta esa otra intelectualidad madrileña, que va barajando las cartas marcadas de

los perdedores, clandestinidades interiores que suturan en forma de aullido silencioso,

las carencias culturales del franquismo. Cuevas del Sésamo, Las Cancelas, El Café

Gijón, naufragios sedentarios para escapar del ostracismo. Pedro Beltrán se va aferrando

a esa bohemia que ya viene de lejos, bohemia de azules entumecidos y sablazos,

Enrique Pérez Escrich y su novela El frac azul, el Estereoscopio social de José Alcalá

Galiano, el libro de poemas Baraja de sonetos, de Francisco de la Escalera. Un Madrid

con todo ese cortejo de desharrapados que van desgranando al tiempo todo un repertorio

de soledades, de literatura incluso mala, carestías, modernismo y sífilis, el desprecio de

las gentes corrientes, una bohemia que no pretende regeneraciones porque ya saben que

en este tinglado del vivir, el personal menoscaba quijotes y demás ambrosías. Bohemia

del esperpento, bohemia de espejos cóncavos y alucinados, Pedro Luis de Gálvez

flemático y alcoholizado, develado de sonetos y asco en el Gato Negro.

Pero Pedro Beltrán viene a afinar el concepto bohemio en un Madrid de máculas bélicas

y lo define; la bohemia, es una escala de valores diferentes, que no convierte en

sagrados valores como el éxito, el triunfo material o la gloria engañosa. Es una posición

de rebeldía, de libertad total, no pasota sino activa. Y en esta falta de pasotismo Beltrán

va desmarcándose de esa otra bohemia arenosa y falta de iniciativa.

Pedro Beltrán se ríe de toda esa miscelánea que nos corroe, del consumismo pretérito y

el que vendrá, de los gastos superfluos, de los hipócritas, del cauce indoloro de la

estupidez, de los políticos abyectos y mal intencionados, de la falta de sensibilidad

social y añadiría sexual, en definitiva, de una humanidad que ha dado de lado el

concepto de vivir humanamente. Y así nos va.

Pero la bohemia también trae una tasa difícil de conllevar, la soledad, la no pactada, el

testimonio cruel de los abandonos, del tiempo inmisericorde, fruslero y servil, que va

dejando a uno en la estampida de lo que no vendrá. Dos versos de Pedro que testifican

bien el concepto; Por entre soledades me devoro/ caín de mí mismo, sólo de mí mismo.

Ha tenido la manía este país de dejar postrados en el olvido a personas que merecían un

reconocimiento mayor, aunque en el caso de Pedro Beltrán, me da la impresión que

ciertas ternuras se la traían al fresco. Ha firmado como guionista algunas de las

películas más importantes del cine español, El extraño viaje, ¡Bruja, más que bruja!,

Mambrú se fue a la guerra; películas agudas, desconcertantes, reflejos de una sociedad

paupérrima en lo moral, escepticismo contra los que no se sienten aludidos, en

definitiva, esperpento que también viene de lejos, esperpento que nos postra en esa

concavidad de asepsia y embrutecimiento, que ejercemos aún todavía con deportividad

y ardor estomagante. Y así nos va.

Pedro Beltrán que ha sido tantas cosas, que devoró la vida, que abrillantó la amistad

como un torbellino de agudeza y carcajada, cantor de la calle y la noche, la noche

diamante que brilla entre el ensueño y los neones, camaradería de juergas peripatéticas,

la noche como un emblema sagrado con desnudo de mujer.

Pensión en la calle de Espoz y Mina, en el eco ya develado que es la muerte, Pedro

Beltrán ahíto de fríos y olvidos, va recitando aquel espejismo de palabras que fueron

anticipo de su final; Cuando la vida al irse me deje tan frío/ como la inocencia, como la

verdad,/ me llevarán envuelto en el blanco sudario,/ el único regalo de la casa a su

cliente. Texto: Ignacio P. García

Page 24: No tenéis ni puta idea - WordPress.com · regresaba, qué sería de ellos. Tenía que llegar lo antes posible al lugar en el que tenía escondido el ciervo. Hambre, siempre hambre,

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