Niños de la calle

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Premios Emisión 14 Niños de la calle: detrás de la fachada

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Trabajos presentados para los premios Emisión 2012 en al categoría de Periodismo Narrativo.

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Premios Emisión 14

Niños de la calle: detrás de la fachada

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Niños de la calle: detrás de la fachada

A medida que las cifras de deserción escolar crecen en Caucasia, se abren

mayores posibilidades de vagancia y exposición a las drogas y el delito.

Son las 4:30 de la mañana y Amanda Mendoza está desvelada, como todas las

noches, se pone en manos de Dios y llora de preocupación. Amanda se resigna y

espera una mala noticia. Pero aún tiene la esperanza de volver a ver a su hijo,

aunque sea otro día. Al igual que Amanda, Nelly y Cristina viven a diario ese

constante temor.

Gustavo, Pedro, Carlos y Luis* pasan toda la noche, e incluso parte de la tarde,

fuera de sus casas. “Parece un gato, sale por las noches y duerme por el día”,

dice Cristina. Llegan de 5 a 6 de la mañana, duermen hasta el mediodía,

almuerzan, siguen descansando, o si deciden vuelven nuevamente a la calle.

¿Qué hace un niño de apenas 10 o 12 años en la Zona Rosa de Caucasia? No es

bailar o embriagarse. Mendiga para soportar la noche, hace maldades (como rallar

una moto, arrebatarle comida por ociosidad a alguien, golpea a niños menores…),

y vende chicles para tener con qué jugar maquinitas, play o comprar mecato.

Pedro de 10 años y Gustavo de 11, son hermanos. El mayor, algo más juicioso, a

la hora de mendigar prefiere andar solo. Pues no le gustan las hazañas de Carlos,

Luis y Pedro. “Ellos ya los tienen en la mira porque hacen maldades, cogen cosas

ajenas y meten sacol, y así no les dan plata”, dice Gustavo. Pero en realidad, son

los que más dinero recogen en una noche.

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Pedro puede sacarse desde unos 5000 a 20 mil pesos por noche; Luis y Carlos ya

para las 12 de la madrugada deben tener su montón de plata comenta Pedro.

Probablemente es mucho más de lo que él recoge. De algunos bolsos que serán

extraviados, celulares de algunas chicas desatentas o dinero de algún borracho se

ganan su lotería de la noche.

Dice Pedro que en la Y, otra zona de bares de Caucasia, se encontraron un bolso

con gran cantidad de dinero, de la cual no tiene idea cuánto fue ni qué hicieron

con ella. El caso llegó a manos de la Policía; pero como no hubo denuncia, la

lotería de los niños no se les fue decomisada.

En medio de otros chicos, Pedro Jugaba en el Parque de las Ceibas. Carlos y Luis

planeaban ofrecerle un poquito de su diversión. Lo que ignoraban es que éste se

volvería igual o más adicto que ellos a tal juego. Carlos le ofreció un tarrito de

bóxer para entretenerse y le dijo: “Si no metes te casco”. Pedro no quiso y se fue

corriendo, pero aquel lo alcanzó y le dio un puño en el pecho. Ésa y muchas otras

veces Pedro lo hizo.

Cuando él se droga se pone rebelde, le dan ganas de pelear e inclusive se siente

tan prepotente que hasta a niños mayores les insulta y empuja. “Me da mareo,

pienso cosas malas y me tiro al piso en la calle; yo apenas lo hice una sola vez”.

Pero Gustavo el chazero (que vende chicles y dulces) y es compañero de calle de

Pedro, desmiente la versión de su amigo: “ese pelao está enviciao, yo lo paso

viendo que mete cada rato”. Éste con 14 años y toda rudeza, amenaza a los niños

con “cascarlos” si le ofrecen droga o incluso si la ingieren delante de él.

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Al igual que el sacol, otras manías aprendió Pedro: coger dinero, bolsos y

celulares táctiles o Blackberry; y lo que roba, venderlo por 50 mil en el centro o la

terminal de transportes.

“Una vieja me pegó porque le robé, pero un celular todo ‘maluquito’ -dice como si

su falta no fuera grave-. Ella sabe dónde vivo. Entonces escondí el celular en otro

lado y después me vine para la casa; mi mamá me llamó y me maltrató porque ella

le puso las quejas”.

Él y los demás nunca llevan esos objetos a sus casas. Cristina y Amanda sólo

escuchan lo que la gente les dice pero prácticamente ni creen en ello. “A mí me

dicen que él roba, pero a mi casa no ha traído nada”, asegura Cristina algo

indignada por la pregunta. Nelly, en cambio, lo sabe todo; pero ella no cree que

pueda hacer algo más que darle consejos, y ya está cansada de hacerlo.

Entre luces, el retumbe de los equipos de sonido, el vallenato que suena, la gente

bailando y en medio del montón, un niño. Con rostro de lástima, picardía o aquella

cara de chévere, saca la mano y sin decir nada, todos entienden lo que quiere.

Algunos pasan por alto sus caras, otros creen que son viciosos y algunos

“bondadosos” les dan algunas moneditas. La alegría se apodera del pequeño y

sigue mendigando.

A Pedro alguien lo insultó, pero él como perro regañado bajó su cabeza y se fue

callado.

A medianoche, pasa una moto con dos policías. Los niños se alertan. Se

dispersan en distintas direcciones y huyen del enemigo. Sin poder evitarlo, uno de

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ellos es retenido. Pedro pone resistencia, se rebela y trata de huir. El policía en su

lucha le pega un manotón en su barriga. Pedro se resiente y le duele la marca roja

que le dejó el golpe.

Así como ese día de tantos, Pedro y sus amigos enfrentan la cacería de los

policías.

Sin embargo, varias veces fue aprehendido por ellos. A Pedro una vez durante su

detención, lo dejaron durmiendo en el cuarto para menores infractores –aunque él

no supo qué tipo de cuarto era ése-. Cuando despertó al otro día sintió que algo le

picaba. Para su sorpresa, tenía una arepa de maíz con arequipe y un montón de

hormigas en su pecho. Ése era su desayuno.

Las peleas callejeras y los chantajes son el pan de cada día de Pedro y sus

amigos. Él, más pequeño, casi siempre se deja maltratar de sus amigos,

especialmente de Luis, y en algunos casos, de Carlos. Éste último no sabe

defenderse mucho -dice su hermano Gustavo.

“Cada rato me peleo con los amiguitos míos, porque me están chimbiando; me

empujan y me meten cachetadas. Me dejo porque ellos después me pegan duro”,

se lamenta Pedro.

Gustavo no le teme mucho a esas peleas porque no es su compinche de

aventuras, pero hace un tiempo vivía muy atemorizado. Su hermano estaba

amenazado. Un señor quería lanzarlo al río por quién sabe cuál razón. “Como yo

me parezco a él, el señor me decía: ven pelaito, ven. Pero yo salía huyendo […] A

Pedro lo persiguen por robar y hacer maldades”, -aunque él no cuente eso– afirma

Gustavo.

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Son las 5:30 de la mañana. A Carlos y Luis, junto con Gustavo el chazero, se les

da por ir de aventuras. Se dirigen a la Troncal de Caucasia y se suben a la primera

mula que pasa, el conductor nunca se da cuenta. Las beneficiosas curvas o

resaltos son la oportunidad para abalanzarse por la parte de atrás del camión. Sus

preferencias: los que cargan tubos. Esos harán de colchón para brindarle la

comodidad que un niño aventurero necesita.

Con algunos chiros, con o sin zapatos o plata se van de viaje para unas cortas

vacaciones. De acuerdo el destino: Cartagena, Santa Marta, Medellín o municipios

cercanos a Caucasia, sus vacaciones son 5 u 8 días usualmente.

Para Bogotá tardan 5 días en llegar y aproximadamente 10 o más mulas que subir

para llegar a su destino. Se bañan en algunas cascadas que encuentren en el

camino y “retacan” o piden comida en los restaurantes. Algunas veces les toca

caminar kilómetros para encontrar el camino correcto, por lo que a veces se

desvían de su destino.

Carlos es el guía, pues ha viajado en esas condiciones hasta Venezuela. Su

abuela desconoce eso, igual que casi todo lo referente a su vida callejera. “Lo

único que sé es que cuando regresa huele a feo y está todo sucio”.

Cuenta Amanda que hace varios meses a su nieto y Carlos, en uno de sus viajes

a Medellín, la policía los sorprendió; pero gracias a la astucia de Luis evitó que

fueran llevados al Icbf: respondió con toda la seguridad del caso que iban para

cierta dirección. Se refería a la señora donde varias veces su abuela y él se

quedaban para atender su tratamiento mental en esa ciudad. Estando allá, apenas

pudieron se escaparon de la mirada de aquella señora. No había alcanzado a

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enterarse Amanda de la situación cuando ya Luis estaba de vuelta a casa. Lo

único que le dijo fue “saludos te mandó doña…”. Ella de repente lo entendió todo.

No era la primera vez que ellos se habían escapado de la policía. En Cartagena y

en Bogotá, al igual que en Caucasia, burlaron la seguridad tanto de ésa como del

Icbf.

6 A dónde van los niños

Pedro aún sigue en la calle, ahora solo. Sin creer que aquel jueguito iba a llegar a

tanto él se está volviendo adicto al sacol, aunque él lo niegue. Pero su hermano y

Gustavo el chazero siguen viendo las actitudes groseras y poco normales de

Pedro cuando “mete ese vicio”. Su compañía de guerra: un perro callejero que

adoptó y lo defiende como dueño.

Gustavo, aunque afirmaba que sería un alma mejor y era consciente de los

problemas de la calle, volvió a caer en ella. El sueño lo venció y no quiso volver a

levantarse a las siete y media de la mañana para ir trabajar al taller con uno de

sus hermanos.

Por ahora tiene la chacita que quería, y de vez en cuando se le ve ésta en brazos

de su hermano.

Sus amigos Luis y Carlos, desde un domingo 20 de mayo que iban para uno de

sus viajes a Santa Marta –adonde supuestamente se dirigían- no han vuelto a

Caucasia. Sus abuelas viven la angustia de perderlos. Nunca antes un viaje había

sido tan largo. El mayor consuelo que pueden tener son las palabras que le decía

Luis a su abuela “no te preocupes, que seguramente me habrá cogido la policía”.

Y efectivamente a Luis lo aprehendió la Policía. Fue dejado cerca de Bogotá en un

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instituto para tratar a menores callejeros y gracias a la denuncia de Amanda ante

la policía, ha podido comunicarse con él dos veces.

En este momento su abuela está gestionando con la Fiscalía para trasladar a su

nieto a un instituto más cercano de Caucasia. A diferencia de él, Carlos sigue

preocupando a su abuela; y sin dar señal alguna, ni siquiera Luis, sabe dónde se

encuentra.