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Francisco Mujica C.*
NIKLAS LUHMANN Y LA FALSA DICOTOMÍA COHESIÓN/EXCLUSIÓN
No importa el color del gato, mientras coma ratones.
Proverbio chino.
Resumen
En la reflexión sociológica sobre el proceso de diferenciación social se ha dado por
hecho el peligro que supondría la diferenciación social para la cohesión del orden social en su
conjunto. La fuerza semántica de este supuesto se comprueba en las dos grandes estrategias
históricas para combatir el proceso de diferenciación: socialismo real y orientaciones
normativo-terapéuticas de los órdenes liberales. Sin embargo, la revisión de la sugerida
tensión entre diferenciación y cohesión se revela como un pseudo problema cuando se explicita
la pertinencia de las herramientas teóricas del concepto de sociedad que propone Niklas
Luhmann; lo que evita atribuir la causa del pseudo dilema entre cohesión y diferenciación a
variables ajenas a la actividad sociológica.
Palabras claves: Diferenciación social, cohesión, orden social, socialismo real,
terapia psicológica, coordinación por indiferencia.
*Sociólogo de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Docente de teoría sociológica y sociología del
derecho en Universidad de Playa Ancha, Universidad Adolfo Ibáñez y Universidad Alberto Hurtado.
21 Niklas Luhmann y la falsa dicotomía cohesión/exclusión
I. La diferenciación social y el nacimiento de la sociología
a sociología debe su nacimiento al grado de evolución de su propio objeto
de estudio. El planteamiento de la pregunta por el orden social está en
directa relación con la emergencia de estrategias para la resolución de
problemas sociales completamente inéditos (industrialización, densidad
poblacional, etc.); problemas que la filosofía y la historia carecían del instrumental
para interpretar (Habermas 1981, Löwith 1958, Marcuse 2003).
Una de las estrategias más distintivas para hacer frente a la emergencia de
estos inexplicables problemas sociales (y que suscita particularmente la atención de
los fundadores del oficio sociológico) es el fenómeno de la diferenciación social.
La diferenciación social (Durkheim 2004, Luhmann 1991) es un
procedimiento para la resolución de problemas sociales que se caracteriza por
supeditar la ejecución de tareas a dos criterios fundamentales: alta abstracción
(para comprar cualquier bien se requiere dinero, para prohibir una conducta se
necesita validez legal, para formar una pareja hay que seguir las reglas del amor)
(Luhmann 2007), y alta especificidad: cada constelación social se especializa en
extremo en la tematización de un problema exclusivo (la educación en certificar
competencias adquiridas, la política en la toma de decisiones colectivamente
vinculantes, el derecho en la mantención de las expectativas normativas; por
mencionar algunos). Es por esto mismo que cada constelación social en particular es
altamente incompetente e indiferente a los demás problemas sociales (Luhmann
2007). Justamente por lo anterior la economía no puede –ya que no cuenta con las
herramientas-, solucionar problemas estéticos, como el derecho no puede procesar
problemas religiosos (Luhmann 2007).
La mejor manera de ratificar esta aseveración es echando un vistazo a la
forma que adoptaba la resolución de problemas en los órdenes sociales previos.
Las sociedades arcaicas se articulaban en sistemas parciales que, en
principio, eran iguales y formaban entorno lo unos para otros (Luhmann/ De Georgi
1998). Lo anterior suponía la formación de familias, que constituían la unidad
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artificial de la diferenciación, en la medida que incorporaba las diferencias de los
elementos basales: edad y sexo (Levi-Strauss 1987, Luhmann/ De Georgi 1998).
Correlativo a lo anterior, en las sociedades segmentarias o arcaicas los problemas
eran resueltos de acuerdo a la apelación a un consenso normativo férreo con ribetes
mítico-religiosos (Clastres 1996), y en un mayor grado de evolución, a un incipiente
“derecho de gentes” consuetudinario para enfrentar el problema de la “barbarie” o
del “extranjero” (Luhmann/ De Georgi 1998). De aquí que, en este contexto, el
derecho pudiese ostentar el estatuto de símbolo de unificación de las decisiones que
derivaban de un consenso socio-cultural, alcanzado a través de un meticuloso
escrutinio público de las decisiones y amparado en la estructura cohesionante del
mito, lo que adoptaba la forma para el observador externo de “solidaridad
mecánica” (Durkheim 2004). Asimismo, en tanto no existía la distinción entre
norma y promulgación (Weber 1999); las leyes llevaban anexado un contenido
sustantivo; por lo que coincidía en ellas siempre necesidad, legitimidad y bien
(Habermas 1990).
Más allá del paso de las sociedades segmentarias a las sociedades
estratificadas (Luhmann 2007), la estructura de las últimas aún le entregaba al
derecho la posibilidad de concebirse como una de las semánticas rectoras del orden
social.
Las sociedades estratificadas se organizaban mediante la diferenciación de
sistemas con respecto a otros. Dicha diferenciación se estructuraba gracias al rango
ocupado por el sistema con respecto a los demás, lo que implicaba la cerradura y
diferenciación del estamento superior con respecto a los inferiores (Luhmann/ De
Georgi 1998). Es por esto que la operatividad cotidiana en las sociedades
estratificadas se da gracias a la delimitación de “zonas” de cooperación y conflicto:
un noble no puede pelear con un plebeyo, pero sí ayudarlo (como lo leemos en el
‘Lazarillo de Tormes’). Junto con esto, existía una concentrada disponibilidad de
recursos en los distintos estamentos y estrechas posibilidades de distribución entre
los estratos (Luhmann/ De Georgi 1998).
En el caso de las sociedades estratificadas, las constelaciones problemáticas
se trataban independientemente por cada estrato (en la medida en que su
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organización lo permitiera) y, sobre todo, mediante la subordinación a un estrato
superior (Luhmann/ De Georgi 1998). No es de extrañar, entonces, que el derecho
pudiera ser considerado el motor unificador –o contenedor- de las soluciones que
entregaban a la sociedad en su conjunto las prestaciones de la supeditación al
estamento superior. La Paz de Westfalia y su principio “Ecus regio, ius religio”, con
el que se zanjó la disputa originante de la Guerra de los 30 años, constituye tal vez el
mejor ejemplo de la posición que exhibía el derecho entonces, por cuanto
ejemplifica que el derecho válido remitía al criterio ético y procedimental del estrato
superior el que, a su vez, simbolizaba al de la sociedad en su conjunto
(Mereminskaya/ Mascareño 2005).
En nuestro contexto, lo fundamental del cambio en el tratamiento general de
problemas sociales -que se introduce por vez primera con el procedimiento de la
diferenciación social-, son dos de sus implicancias: por un parte, toda selección
implica renunciar parcialmente a un sinfín de posibilidades (Luhmann 1991); de
aquí que –necesariamente- la inclusión en la sociedad contemporánea siempre
implique alguna forma de exclusión: para ser carnicero hay que dejar de ser policía
y para ser policía hay que dejar de ser sociólogo.
Pero no solamente la complejidad del orden social contemporáneo vuelve
correlato a la exclusión de toda inclusión, sino que –más aún-; el proceso de
diferenciación social clausura la posibilidad de desarrollar una racionalidad general
que trascienda las operaciones particulares de los distintos sistemas: la misma
diferenciación social erosiona las posibilidades de una coordinación social total
unidireccional, en tanto ningún sistema social cuenta con los rendimientos para
movilizar –a través de sus prestaciones- a las funciones que ha estabilizado otro
sistema para resolver el problema en el que se ha especializado (Luhmann 2007).
Es por esto mismo que, la capacidad de inclusión total que mostraron la
política y el derecho en órdenes sociales pre-diferenciados, se revela imposible en la
sociedad contemporánea: cuando la política pretende controlar precios para
garantizar la inclusión económica de los más pobres a través de una indicación
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jurídicamente tipificada; la economía responde con inflación -la que, dicho sea de
paso, afecta particularmente a los más pobres-, (Luhmann 1991).
A la luz de este radical cambio existen pocas temáticas en sociología que
atraviesen tan intensamente el desarrollo de la teoría sociológica como lo es el
examen de la relación entre cohesión social y la necesaria exclusión resultante de la
diferenciación social (Habermas 1981).
Desde los albores del pensamiento sociológico (Bottomore y Nisbet 1988,
Durkheim 2004) -y a partir de la percepción de las incipientes consecuencias
indeseadas del proceso de diferenciación social-, se ha pretendido establecer que la
especialización de tareas, como procedimiento social para hacer frente a la
complejidad característica de la sociedad contemporánea, lleva en su seno un
potencial desintegrador del orden social en su conjunto (Durkheim 2006, Habermas
1992, Parsons 1982).
No es casualidad que el gran objetivo de Durkheim (2006), en uno de los más
célebres textos de la historia de la sociología, sea mostrar en qué medida la
diferenciación puede alcanzar un grado tal como para poner en riesgo las
operaciones del orden social en su conjunto (que es precisamente la gran amenaza
del fenómeno del suicidio).
El último de los grandes teóricos sociales vivos, Jürgen Habermas (2000),
basa la segunda parte de su proyecto teórico en la posibilidad de construir
jurídicamente un horizonte social a partir de un grado de diferenciación social que
los individuos puedan tolerar. Al parecer, desde el clásico ejemplo de los alfileres
(Smith 1961), pasando por el pesimismo de Weber (1993) en relación a los
resultados de la autonomización del sistema político; hasta la condena de Parsons
(1982) hacia los anormales que no incorporan en su conducta las pautas culturales
indispensables para la institucionalización de los roles sociales, la teoría sociológica
ha establecido que la diferenciación social (y particularmente la lógica exclusión
como prerrequisito de sus operaciones) representa un riesgo para la perpetuación
del orden social y la cohesión derivada de éste.
A pesar de que la relación inversamente proporcional entre diferenciación y
cohesión sociales se ha convertido en una suerte de convicción incuestionada en la
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teoría sociológica, este texto propone que dicha suposición es consecuencia de
trabajar con herramientas teóricas inapropiadas para captar la especificidad de la
sociedad diferenciada contemporánea. Es así que, a través de la revisión de las
formas tradicionales en las que la sociología (y la sociedad) han pretendido
solucionar el pseudo-problema entre diferenciación y cohesión (II); se busca
mostrar la falsa dicotomía establecida entre ambos fenómenos sociales mediante la
exposición del concepto de sociedad de Niklas Luhmann (2007) como respuesta al
error de enfoque de las teorías de la sociedad precedentes en su hipótesis sobre la
rivalidad necesaria entre los procesos sociales de cohesión y diferenciación (III).
II. Estrategias (sociales y sociológicas) clásicas frente a la dicotomía
diferenciación/cohesión: socialismo real y terapia psicológica.
Establecimos en el apartado anterior que la sociología (Durkheim 2004,
2006; Giddens 1993; Habermas 1981, 2000; Marx 1959; Parsons 1982; Weber
1993) ha dado por hecho –implícita o explícitamente-, la existencia de una amenaza
en el proceso de diferenciación social: la intensificación de la diferenciación social
pone en peligro la mantención de la cohesión del orden social en su conjunto.
El argumento anterior adopta diversos matices, a saber: la colaboración de
las partes diferenciadas con el todo social exige una limitación a la autonomía de las
partes -con vistas a evitar las consecuencias indeseadas de la autorreferencia
(Durkheim 2004)-; así como la inexistencia de instancias rectoras del orden social
constituirían un óbice para la íntegra sensación de pertenencia de los individuos a la
sociedad (Habermas 1981).
Independientemente de la fundamentación esgrimida para validar el
supuesto, la hipótesis relativa a la tensión entre diferenciación y cohesión atraviesa,
como se ha señalado, prácticamente toda la teoría sociológica. Es más, la potencia y
omnipresencia de esta semántica –la comentada amenaza del despliegue del
proceso de diferenciación para con la cohesión social- ratifica su fuerza mediante su
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concreción y correlatos estructurales; expresados en experiencia históricas vitales, a
saber: el socialismo real como forma de impedir sistemáticamente el despliegue de
la diferenciación social (Chávez 2008) y la prescripción, propia de los regímenes
liberales, de otorgar a los sistemas terapéutico y educacional el rendimiento de
solucionar y prevenir –respectivamente- la necesaria exclusión de los individuos en
un contexto (diferenciación social) en donde toda inclusión supone exclusión
(Giddens 1993, Habermas 1981, Parsons 1982).
Si el orden social contemporáneo se articula a través de la diferenciación de
sistemas parciales que se abocan a solucionar problemas extremadamente
específicos (Luhmann 2007), la experiencia del socialismo real fue un caso
paradigmático de bloqueo a la diferenciación social a través de un tipo de
organización desde la cual se monopolizaba la construcción de la sociedad (Partido
único, Comité Central, Politburó, etc.); decretando la primacía de una constelación
de sentido por sobre las demás -como lo era el sistema político-; lo que se lo
pretendió alcanzar específicamente a través de la universalización social de la
burocratización estatal (Chávez 2008).
En este caso, el diagnóstico sociológico detrás de esta decisión era la
incuestionable necesidad de garantizar jurídico-políticamente la igualdad de cada
uno de los ciudadanos; que se expresaba en el gran proyecto social del marxismo
(Marx 1959, 1985) de la eliminación de las distinciones de clase.
Es precisamente por lo anterior que puede caracterizarse analíticamente la
estructuración social de los órdenes socialistas como un intento permanente -
efectivo a veces, infructuoso otras- por organizarse socialmente (a través de la
intervención directa, incuestionable y sistemática del Estado central) para contener
e impedir la diferenciación social.
La determinación resultó tan profunda que incluso el ámbito encomendado a
impedir la diferenciación social –la política, el Estado central- no exhibía él mismo
las propiedades de un sistema funcional nítidamente diferenciado según los
requisitos de la diferenciación social (Luhmann 2007); ya que –aunque contaba con
el rendimiento para ejecutar decisiones colectivamente vinculantes (Luhmann
1993)-, su grado de diferenciación interno oscilaba entre las características de la
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constelación propia de las organizaciones –clausura operativa en torno a la
prerrogativa de establecer membresías (Luhmann 2007)-, y el nivel característico
de los sistemas funcionales –estructuración en torno al código
“gobierno/oposición” en el caso del sistema político (Luhmann 1993) distinción
que, como se sabe, se combatía con particular intensidad en el socialismo real1.
A pesar de la existencia de múltiples motivos, en la lucha socialista contra la
diferenciación –expresada en el propósito central de los regímenes socialistas, a
saber, abolición de la propiedad privada vía estatización-; la politización burocrática
como forma de orden social no se demostró eficaz en el intento de generar un
sistema productivo orientado al valor de uso (Polanyi 2003). La limitación del
mercado y el despliegue de una democracia descentralizada y participativa, basados
en el decreto (y cumplimiento impenitente) de derechos sociales y obligatoriedad
en el ejercicio de la ciudadanía política, mantenían ocultos los costos de transacción
(Williamson 1975) que implicaban universalizar el valor de uso a población
económicamente ineficiente. Podría argumentarse que una de las grandes ironías
del socialismo real es que, precisamente en su intento de impulsar la igualdad
universal, emergen las diferencias constitutivas de las condiciones de inclusión y
adopción de roles propias de la sociedad diferenciada, en otras palabras: parece
errado pensar que alguien que puede acudir a buscar sus prestaciones sociales por
sí mismo, es igual a otro individuo a quien deben ser redirigidas a un cierto lugar
(debido a algún impedimento físico, logístico o económico).
Justamente, en virtud de lo anterior, el derrumbe de los socialismos reales es
interpretado desde la sociología marxista (Marcase 1969) –su principal fuente de
inspiración ideológica-, como un quiebre profundo en las formas de cohesión social
(fin en la gratuidad de las prestaciones sociales, desdibujamiento de la promoción
de instancias de asociatividad, etc.); como consecuencia del triunfo de la
1 Podría argumentarse, justamente, que la fuerza de la diferenciación –y la consecuente implosión del
socialismo real derivada de ésta- se expresa por vez primera de manera indubitable en la emergencia de una
oposición a los miembros de la organización del Partido. Los movimientos liderados por Yeltsin y Walesa,
terminan por constituir a la política como sistema funcional (gobierno/oposición); encarnándose -en ese
fenómeno-, el decreto de muerte del socialismo real frente al primado de la diferenciación como forma de
organización societal.
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diferenciación como procedimiento para el encauzamiento de problemas sociales. Al
margen de dicha letanía, nunca se ha argumentado (ni podría argumentarse) que –
con el derrumbe del socialismo real o en los años posteriores a su caída- haya
dejado de existir un orden social integral, cohesionado y cohesionante. Es
precisamente este hecho lo que ratifica que el problema que subyace al diagnóstico
es, más bien, de observación teórico; a saber: la supuesta tensión entre cohesión
social y diferenciación.
El mismo error, aunque expresado en diferentes orientaciones teórico-
normativas, puede identificarse en la solución que pretendieron incorporar los
órdenes liberales frente al pseudo-dilema entre diferenciación y cohesión social.
A diferencia del socialismo real, los órdenes sociales de corte liberal –propios
de las zonas de influencia vétero-europea y anglo-americana (Elias 1987)- que
comienzan a consolidarse a finales del siglo XIX (Habermas 1986), no se impusieron
como misión impedir o bloquear el proceso de diferenciación. Más aún, podría
argumentarse que, en buena medida, su desarrollo y consolidación se debe al
respeto y aprovechamiento de ciertas prestaciones que entregan órdenes
autónomos distintos al sistema político (particularmente la economía de mercado, la
institución universitaria y los medios de comunicación (Elias 1987, Habermas
1986)).
Sin embargo, en los contextos liberales también se generan estrategias
sociales de intervención para impedir las consecuencias indeseadas (supuestamente
atribuibles a) de la diferenciación social. Las clásicas instituciones del Estado del
bienestar (Luhmann 1993), la democracia parlamentaria y la fundamentación del
derecho positivo en la Declaración de los Derechos del Hombre (Habermas 2000);
dan cuenta de estructuras sociales destinadas a evitar los efectos nefastos de la
autonomización de las lógicas económica y política; respectivamente.
El pseudo-dilema entre cohesión y diferenciación parece adoptar, para el
liberalismo, una variante diferente a la del socialismo real: desdibujamiento de la
motivación individual requerida (supuestamente) para volver prerrequisito de la
conducta personal la asunción de roles exigida por un orden diferenciado (Giddens
1993; Habermas 1981, 1999; Parsons 1982).
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Podría pensarse que la distancia generacional, teórica y normativa entre los
autores mencionados impediría plantear una transversalidad semántica en relación
a la estrategia liberal de la solución de nuestro pseudo-problema. No obstante, basta
con afirmar que todas las diferencias escrutadas pueden ser enfocadas a partir del
siguiente bemol: mientras Parsons (1982) decreta la anormalidad de la no asunción
individual de roles (y resalta el peligro de la disfuncionalidad de las “conductas
desviadas” para con los prerrequisitos funcionales de todo orden social (Parsons
1982)); Giddens (1993) examina formas más y menos propicias de la constitución
de la identidad personal en el contexto de un orden diferenciado; mientras que
Habermas (1981, 1999) atribuye a la diferenciación social las causas de la caída de
las tasas de participación política en la sociedad contemporánea.
Es así que, en el contexto de los órdenes liberales, se concluye (o sugiere) que
–por algún motivo que habremos de revisar-, la diferenciación decanta en un
detrimento de la motivación para adoptar la posición personal exigida para el
cumplimiento especializado de tareas sociales.
Sin embargo –y a pesar de contundencia de los argumentos respectivos
presentados-, no se presenta la evidencia que permita concluir que el fenómeno de
la desmotivación personal frente a las exigencias de los roles de la diferenciación
(“conducta desviada” (Parsons), “privatismo civil” (Habermas), “desesperada
búsqueda de confianza” (Giddens)); suponga una desintegración del orden social ni
de las formas de cohesión que éste entrega. Es más, a pesar de la constatación
empírica de estos “síndromes” –como los denomina Habermas (1999)- se podría
perfectamente establecer que –al margen de la presencia de estos síndromes- sigue
existiendo la sensación de pertenencia hacia la sociedad en su conjunto.
Tanto Parsons (1982) –al igual que Giddens (1993) y Habermas (1999)-,
perciben que la latencia de los síndromes –caída de asociatividad, problemas de
motivación-; no han alcanzado una magnitud que permita argumentar el
resquebrajamiento de la prestación cohesionante que distingue a todo orden social.
Mientras Habermas (1999) argumenta que la ruptura del orden social no ha
acontecido en tanto ha habido una adaptación paulatina en relación a la
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equivalencia entre sentido y seguridad social establecida en los regímenes
capitalista-liberales (Habermas 1999), Giddens (1993) percibe que la tensión entre
diferenciación social y cohesión es atribuible a la culminación del proyecto de la
modernidad –expresado en la explicitación de sus contradicciones internas-; en
tanto Parsons (1982) se empecina en mostrar la primacía e impermeabilidad de las
pautas valóricas como garantía del orden social.
Es así que, si en el socialismo real se combatía abiertamente la
diferenciación desde el Estado central, en los órdenes liberales la semántica sobre
los riesgos de la diferenciación con respecto a la cohesión del orden social decantó
estructuralmente en la sistematización de estrategias para combatir las supuestas
amenazas de la diferenciación.
Dicho decantamiento es atribuible, a nuestro juicio, al diagnóstico (o la
receta, podría decirse); que deriva de la conclusión con respecto a los supuestos
“síndromes” de la diferenciación a las que arriban Parsons, Habermas y Giddens.
Una de las dos recetas deriva del peligro que profetiza Parsons (1982) sobre
los peligros de la disfuncionalidad derivada de la no internalización de las pautas
simbólico-culturales que exigen los roles: “un proceso de interacción solo puede
organizarse y estabilizarse en términos de una serie de “convenciones” que definan
los significados comunes de las interacciones mutuas (…) Toda interacción, sea
verbal o no, involucra, en un aspecto fundamental, la acción de “hablar” un lenguaje
simbólico, que transmita significados cognitivos y expresivos.” (Parsons y Bales
1970: 65)
Es así que esta moral convencional –supuesto basamento último y latente del
orden social- debe resguardarse a tal punto que se le prescribe a sistemas parciales
(en el caso de Parsons, el sistema educativo como garante de la universalización de
las pautas que permitan inserción en el mercado del trabajo); el deber de
internalizar sí o sí en los individuos las convenciones valóricas supuestamente
indispensables para perpetuar la cohesión propia del orden social: “el proceso de
interacción no puede estabilizarse a menos que, tanto en el aspecto actitudinal como
en el objetual de la organización de la acción, los participantes elaboren complejos
de actitudes, actos simbólicos y objetos que posean referencia simbólica mutua; (…)
31 Niklas Luhmann y la falsa dicotomía cohesión/exclusión
En el sentido más estricto, la “estructura” de un sistema de acción está constituida
por el pautaje de estas referencias simbólicas. Además, con esto se aclara que
cuando nos referimos a la “internalización” de una pauta cultural expresamos
simplemente el hecho de la organización de estos componentes elementales,
motivacionales y objetuales en términos de referencias simbólicas mutuas.”
(Parsons y Bales 1970: 65-66)
En término simples –para Parsons (1982)- dejaría de existir el orden social si
se pone en peligro le cumplimiento en la complementariedad de expectativas
relativas a los valores morales que dan lugar a un rol. Y justamente, en tanto
Parsons percibe que la diferenciación social amenaza dicha complementariedad,
prescribe al sistema educativo la función de garantizar la internalización de las
convenciones morales en la personalidad de los individuos que pretendan adoptar
un rol en el sistema social (Parsons 1982).
La segunda receta liberal que deriva del pseudo-dilema entre cohesión y
diferenciación es la importancia relativa sugerida a entregarse al sistema
terapéutico, más específicamente a la terapia psicológica.
Una de las grandes conclusiones del trabajo teórico de Habermas
(1981,1999, 2000) corresponde a la relación que establece entre psicopatologías e
ilegitimidad. De aquí que se aboque a demostrar que el gran indicador de los
problemas de legitimación de la sociedad contemporánea remite a la presencia e
intensidad de psicopatologías: alcoholismo, depresión, histeria; por mencionar
algunos.
La operación y desenvolvimiento no regulados de medios estratégicos de
coordinación social (en particular poder y dinero) en la vida social, resultaría en una
erosión de los procesos simbólico-interactivos; socavando la interioridad personal
en tanto dichas formas de coordinación prescinden de una orientación al
entendimiento como prerrequisito para la ejecución de sus operaciones (Habermas
1981).
El combate de las psicopatologías para Habermas –supuestamente atribuible
a la diferenciación y autonomización de las lógicas estratégicas del mercado y del
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poder político- adopta una variante terapéutica: incentivo a los procesos de
simbolización psicológicos, mediante el desarrollo de una conciencia moral que se
exprese en una actitud realizativa hacia la participación y la crítica ciudadana
(Habermas 1981). El desarrollo simbólico-expresivo de la conciencia individual a
partir de criterios de universalidad, cosmopolitismo y orientación hacia el debate
sería la gran forma de hacer frente a la amenaza de la diferenciación y las
consecuencias desdibujadoras de la subjetividad (Habermas 2000).
Es prácticamente la misma línea la que se puede identificar en Giddens
(1993), al margen de la validez de las variaciones semánticas del argumento.
Nuestra época se caracterizaría, a ojos de Giddens (1993), por ser la
consumación de una época que se distingue fundamentalmente por ser la primera
en la historia en disociar tiempo y espacio. En las sociedades pre-modernas espacio
y lugar tienden a coincidir, ya que la mayor parte de los aspectos de la vida social
depende de la presencialidad de los actores. No obstante, la modernidad separa
espacio y lugar, fomentado relaciones entre ausentes localizados a distancia: “En las
condiciones de la modernidad, el lugar se hace crecientemente fantasmagórico, es
decir, los aspectos locales son penetrados en profundidad y configurados por
influencias sociales que se generan a gran distancia de ellos.” (Giddens 1993: 30,
cursivas del autor).
Es gracias a la especialización de tareas que la modernidad logra desanclar
(Giddens 1993) la resolución de tareas sociales de contextos locales: “Deseo hacer
una distinción entre dos tipos de mecanismos de desanclaje que están
intrínsicamente implicados en el desarrollo de las instituciones sociales modernas.
Al primero de ellos lo llamaré la creación de “señales simbólicas”; al otro lo
denominaré el establecimiento de “sistemas expertos.” (…) Se pueden distinguir
varios tipos de señales simbólicas, como por ejemplo los medios de legitimación
política, (…) la señal simbólica del dinero.” (Giddens 1993: 32-33).
De aquí que la intensificación y culminación del proceso de desanclaje –
arquetípico de nuestra época según Giddens- implique el desarrollo de
características individuales concordantes con las exigencias del mismo. Más aún,
todos los mecanismos de desanclaje- tanto las señales simbólicas como los sistemas
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expertos-, se basan en la noción de fiabilidad (trust): “la fiabilidad va implicada, de
manera fundamental, en las instituciones de la modernidad; pero esa fiabilidad no
se confiere a individuos sino a capacidades abstractas. Cualquiera que utilice los
símbolos monetarios, lo hace asumiendo que los otros, a los que nunca ve,
respetarán su valor.” (Giddens 1993: 36). El gran desafío que deriva de la
diferenciación social –que Giddens (1993) estudia como “desanclaje”- parece ser la
coordinación social en un contexto caracterizado por la inexistencia de referencias
empíricas para basar la fiabilidad que se les debe a los sistemas de señales simbólicas.
Es precisamente por esto que Giddens –en la misma línea que Habermas
(1981)- postula la necesariedad de impulsar procesos de reflexivización del “Yo”;
como forma de desarrollar las herramientas psico-socio-afectivas para enfrentar un
contexto diferenciado en que tiempo y espacio se presentan disociados ante el
sujeto cotidiano, lo que se expresa en la inminencia de basar cada vez más las
relaciones personales y la conformación del yo en la confianza en los otros y uno
mismo: “La confianza en las personas (…) se construye sobre la reciprocidad de la
acogida y el ambiente: fe en la integridad del otro es la fuente primera del
sentimiento de integridad y autenticidad del yo. La fiabilidad en los sistemas
abstractos proporciona la seguridad de la confianza cotidiana pero, por su misma
naturaleza, jamás puede ofrecer la reciprocidad ni la intimidad que ofrecen las
relaciones personales de confianza.” (Giddens 1993: 110).
Las estrategias presentadas por Parsons, Habermas y Giddens para evitar las
supuestas consecuencias nefastas de la diferenciación, y que tienen su concreción
estructural en la prescripción social hacia los sistemas educativo y terapéutico;
puede ostentar la validez propia de una relación intuitiva. A nuestro juicio, a tal
condición se debe –en buena medida- la estabilización estructural del diagnóstico.
Sin embargo, la confianza en la intuición en el contexto de trabajo teórico implicaría
renunciar a las herramientas que hoy nos permiten, por ejemplo, entender las leyes
de Newton.
Pareciera que los decretos de intervención de Parsons, Habermas y Giddens
hacia los individuos (frente a la supuesta amenaza de la diferenciación social),
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remite más que a un desarrollo conceptual, a una regresión con respecto a la
categorización de lo social, ya que, enfocar el (pseudo) problema de la
diferenciación social a partir del examen de motivaciones personales, subjetivas o
en relación a procesos de la individualidad psíquica equivale, precisamente, a des-
sociologizar el análisis; renunciar a hacer sociología mediante la atribución a los
individuos de dificultades personales para desenvolverse en el orden social. O dicho
de otra forma, la premisa de los órdenes liberales toma la siguiente forma: si los
individuos exhiben problemas para adaptarse a un medio social con características
particulares, entonces es menester modificar su conducta y/o conciencia (vía
intervención educativa o psicológica).
No obstante, resulta fundamental plantear una serie de preguntas a la
asunción liberal sobre el socavamiento subjetivo que supuestamente lleva latente el
proceso de diferenciación social. A saber: ¿cómo explica el enfoque teórico
compartido por Parsons, Habermas y Giddens para dar cuenta de la supuesta
tensión entre diferenciación y cohesión; el sinnúmero de casos de individuos que no
presentan los rasgos o síntomas que testimonian la presencia del “síndrome”
supuestamente derivado de la diferenciación social? ¿Por qué debiera ostentar una
validez universal la asunción entre diferenciación y erosión de la cohesión social,
habiendo tantos –y tan diversos- individuos que no se inscriben en esta descripción?
Más aún, ¿por qué en contextos regionales en donde la ilegitimidad se encuentra
mucho más presente que en otros (México v/s Finlandia, Argentina v/s Holanda,
etc.), la incidencia de las psicopatologías demuestra ser menos preponderante?
Asimismo, ¿es que Rimbaud, Oscar Wilde, Foucault, Henry Miller; no son, ellos
mismos, sociales? Justamente la adopción de un rol no funcional por parte de estos
personajes –y miles de otros- es fruto del proceso de diferenciación: crítica
semántica de las estructuras establecidas como acicate para la intensificación de la
resolución especializada de problemas; y autonomización del arte como lógica
frente a la institucionalidad y el mercado.
La revisión de las estrategias sociales y sociológicas frente al pseudo dilema
entre diferenciación social y cohesión nos revela que ni la experiencia del socialismo
real como bloqueo a la diferenciación social, ni la intervención liberal a partir de los
35 Niklas Luhmann y la falsa dicotomía cohesión/exclusión
sistemas terapéutico y educacional entregan evidencias concluyentes para ratificar
la hipótesis de la tensión o amenaza que representa el proceso de diferenciación
social para con la cohesión social. Ni el derrumbe del socialismo real ni la
diseminación de psicopatologías en los órdenes liberales permiten demostrar que la
diferenciación supone un riesgo para la cohesión social. Tanto en las fases más
caóticas de la consolidación de las repúblicas que pertenecieron a la órbita soviética,
así como en las épocas de mayor incidencia de psicopatologías de las sociedades
liberales; no existen las herramientas conceptuales para demostrar que la cohesión
que entrega todo orden social haya dejado de existir en esos periodos (ni en ningún
otro).
Más que el afán por demostrar alguna inconsistencia teórica, el objetivo de
esta revisión remite simplemente a señalar que, detrás de la asunción incuestionada
del pseudo-problema entre diferenciación y cohesión social, aparece un campo
ubérrimo para el desarrollo sociológico. Cuando se trabaja con las herramientas
teóricas atingentes para describir a una sociedad diferenciada, no hace falta luchar
para impedir el proceso de diferenciación –como pretendió el socialismo-, ni
tampoco recetar terapia psicológica a los individuos con síntomas derivados de un
estado de conciencia a la que el sociólogo (ni nadie, salvo el individuo en cuestión –
como irónicamente señala Habermas (1990) mismo); tiene acceso. Es por eso que
concluiremos este trabajo a través de la discusión del concepto de sociedad de
Niklas Luhmann para explicitar –a través de su exposición- por qué no debe
pensarse la diferenciación social como una amenaza para la cohesión del orden
social (sino, más bien, a la inversa).
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III. Conclusión: la teoría de la sociedad de Niklas Luhmann y la diferenciación
como garantía de la cohesión social.
Dijimos que la organización de la sociedad contemporánea se caracteriza por
la emergencia evolutiva de estructuras y semánticas altamente especializadas, que
se abocan a orientar las operaciones de los múltiples plexos de sentido (economía,
derecho, arte, ciencia, etc.) que caracterizan a la sociedad moderna. Dichas
constelaciones son denominadas por la sociología sistémica como sistemas
funcionales. (Luhmann 1991, 2007, 2011)
Asimismo, vimos que este proceso implicaba que, además de la reproducción
autogestionada de cada constelación (Luhmann 1991), cada sistema funcional debe
incorporar información en sus operaciones por sus propios medios; lo que resulta
en la construcción y estabilización de herramientas particulares y específicas de la
lógica de cada sistema: mientras el arte desarrolla museos para solucionar los
problemas que le competen, el derecho institucionaliza los tribunales y la salud; los
hospitales (Luhmann 2007).
Ante esta situación, resulta innegable la tentación de advertir el peligro de la
diferenciación para la cohesión del orden social en su conjunto. No obstante,
Luhmann (2011) jamás pone en duda que un orden social diferenciado en sistemas
autónomos (economía, ciencia, etc.), no exija reconocer el problema de representar
la unidad de la sociedad -a pesar de la incapacidad de un sistema de integrar la
totalidad social (en la medida en que cada sistema sólo opera con su respectiva
lógica parcial: política-poder, economía-escasez, arte-originalidad, intimidad-amor,
ciencia-verdad, etc.)-. Es decir, la propiedad evolutiva de la diferenciación en la
sociedad contemporánea no implica que a partir de la coexistencia de distintos
centros de operación autónomos, la sociedad moderna no pueda ser
conceptualizada como la totalidad propia de un orden emergente que ella es. Es así
que, para Luhmann, la integración social ya no se basaría en una consistencia
valórica o cultural (Parsons 1982), ni en la interdependencia de las funciones
(Durkheim 2004); ahora la dimensión integradora radicaría en la reciproca
37 Niklas Luhmann y la falsa dicotomía cohesión/exclusión
indiferencia entre los sistemas, condición necesaria para realizar sus funciones
(Luhmann 2007).
De esta perspectiva la relación entre diferenciación social y cohesión deja de
aparecer como un problema; en tanto el orden social opera -para Luhmann (2007,
2011)- gracias a la coordinación por indiferencia de las distintas constelaciones
diferenciadas: cuando la política impone una ley, la economía responde ajustando
los precios, mientras que la ciencia lo hace constatando una verdad y la moral
otorgando la estima que el hecho en cuestión merezca (a ojos de la moral). Cada
constelación moviliza desde la perspectiva que puede, las herramientas que puede, a
partir de la decodificación autónoma que realiza de los estímulos de su entorno;
decodificación para la cual es indiferente el motivo que esgrime la constelación que
dio lugar a la comunicación en cuestión (Luhmann 1991, 2007, 2011).
En virtud de lo anterior, Luhmann (2007, 2011) procede a cuestionar la
posibilidad de describir o dirigir al orden social a partir de una lógica parcial de la
diferenciación, en tanto la diferenciación funcional y semántica mismas clausuran la
posibilidad de asociar el orden social en su conjunto con una constelación de sentido
parcial: “La forma de diferenciación de la sociedad moderna obliga a abandonar
estos principios estructurales (por ejemplo la estratificación) y
correspondientemente esta sociedad asume un modo heterárquico y acéntrico.”
(Luhmann 2007: 118, cursivas del autor). Es así como el proceso evolutivo de la
diferenciación funcional resulta en la constitución de una sociedad policontextural y
multisémicamente estructurada. (Luhmann 2007); proceso para el que no resulta
una amenaza la diferenciación social sino, más bien, un insumo necesario; una
suerte de condición de posibilidad.
Frente a la irrefutabilidad evolutiva de la organización de la sociedad
moderna en lógicas parciales y autogestionadas para hacer frente a diversos
problemas sociales, el problema no parece ser impedir la desintegración (como
supusieron socialismo y liberalismo), sino la coordinación de sistemas funcionales
diferenciados en torno a una operación parcial y específica. Dicho de otra forma,
observar el orden social partiendo desde el supuesto de la diferencia (Luhmann
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1991, 1993, 2007, 2011) no implica bajo ninguna circunstancia concluir que el
orden social se encuentra en riego de desaparecer. A la inversa, considerar como
requisito para la mantención de la cohesión social la existencia de un sustrato
unificador (o una suerte de manto unitario-trascendental –intersubjetividad
(Habermas 1981), complementariedad de expectativas (Parsons 1982); equivale a
renunciar a explicar formas de coordinación social que no remiten a una
racionalidad general o a una sustancia normativa sino -más bien por el contrario-,
son coordinaciones que tienen como condición de posibilidad la diferenciación y
autonomía de sistemas funcionales parciales y especializados.
A modo de ejemplo, la existencia de organizaciones jurídico-ambientales de
alcance mundial representa un claro ejemplo del requisito de diferenciación para
alcanzar su unidad (y generar la cohesión que éstas entregan); en tanto sólo
mediante la diferenciación entre política y derecho, pueden tales organizaciones
pretender legislar a nivel mundial; al margen de la vinculatividad de carácter
nacional que propulsa la política a través del Estado nacional. Mientras la política
obliga a nivel local, el derecho internacional valida su legislación al margen de
injerencias regionales. Del mismo modo, los fundamentos de su legislación
carecerían de validez temática sin la prestación de un sistema científico diferenciado
que permita el desarrollo de preceptos jurídicos amparados en evidencia cognitiva;
como tampoco podrían desarrollar su labor sin el financiamiento que entregan
empresas u organismos pecuniarios; que deben su existencia- ellas mismas- a la
diferenciación de un sistema económico anclado en la lógica de la eficiencia que
(dicho sea de paso) no es ni la lógica de la política, ni del derecho, ni de la ciencia; las
que –gracias a la coordinación por indiferencia- dan vida a comunicaciones de
carácter mundial, como lo son las organizaciones ambientales.
Hemos visto que, a pesar –y gracias a-, el sinfín de exclusiones que derivan de
la diferenciación social, la sociedad no sólo mantiene su cohesión sino, más
interesante aún, dicha cohesión es precisamente un derivado de la diferenciación. Es
justamente por eso que, cuando se trabaja con las herramientas atingentes al
estudio de un campo en cuestión (Luhmann 2007, 2011), no se vuelve necesario
revertir la impotencia del trabajo teórico atribuyendo a factores ajenos a ese campo
39 Niklas Luhmann y la falsa dicotomía cohesión/exclusión
(en nuestro caso, los individuos); la responsabilidad de hacer peligrar el orden
social por problemas no sociales (como son los problemas individuales).
Probablemente la letanía no sea más que la explicitación de una contingente
preferencia apetitiva que, en último término, resulta tan irrelevante como
impertinente para el estudio de la sociedad.
www.doblevinculo.wordpress.com · Mujica 40
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