Nicolas Un Marido Con Suerte

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1 CLARA EISMAN PATON NICOLAS UN MARIDO CON SUERTE AÑO 2007

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Comedia basado en hechos reales de Clara Eisman Patón

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CLARA EISMAN PATON NICOLAS UN MARIDO CON SUERTE AÑO 2007

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1 El vestido estaba bien colocado en la percha que colgaba de lo alto de un lateral del armario del dormitorio de Sara. Su rostro radiaba alegría y satisfacción. Sus pupilas brillaban al comprobar una y otra vez, de que estaba bien confeccionado, y con los adornos y acabados perfectos. El vestido de un blanco inmaculado y de reflejos brillantes, era el que llevaría al día siguiente al altar. Se casaba llena de ilusión con el hombre que amaba. Hacía un año que había conocido a Nicolás Sandrini, en la plaza de la catedral de Barcelona, su ciudad natal. Nicolás un chico italiano simpático, alegre y sin complejos. Había ido a Barcelona de vacaciones, y el idioma lo manejaba bien, hasta el punto de enamorar a Sara con muy pocas palabras y con su acento peculiar, su voz melosa, la sonrisa infantil al mismo tiempo que traviesa. Hizo que el corazón de Sara palpitara con más brío, y sus ojos negros como el azabache, se clavaran en los azulados casi violeta de Nicolás. El destino quiso que los dos tropezaran con el hombro, y cuando fueron a pedirse disculpas, Cupido les había clavado su flecha, y Nicolás se prendó de Sara, y la miraba como si hubiese descubierto una estrella en el firmamento. La belleza de Sara resaltaba, la tez morena, de cabellos negros y brillantes, reposando por encima de sus hombros. La nariz algo respingona, la boca de labios carnosos y rosados, con sonrisa angelical, y un cuerpo lo más parecido a una espiga de trigo bien plantada. Nicolás tenía un corazón dispuesto para estrenar con la mujer de quien se enamorara.

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En Nápoles que era la tierra que lo vio nacer, había tenido algunas aventuras con chicas bellas y hermosas como suelen dar esa tierra. Pero ninguna de esta relación llegó a algo importante. Nicolás estaba enamorado profundamente de Sara, y cuando por fin ella le dio el sí, arregló papeles y demás documentos para venirse a vivir y a trabajar a Barcelona. La profesión de mecánico era la que le gustaba, y en un taller de reparaciones de coches le ofrecieron trabajo. El vestido de novia casi rozaba las rojizas baldosas del suelo del dormitorio. Sara tocaba con sumo cuidado, los dos volantes de encaje fino, que daba la vuelta al vestido. Todo era de una pieza ajustado a la cintura, con un generoso escote que cubría la mitad de sus hombros, y sin mangas. En el umbral de la puerta del dormitorio, Mercedes la madre de Sara, seguía sus movimientos, con el rostro risueño y la mirada llena de ternura. Los ojos los tenía humedecidos por las lágrimas, pues, esa noche sería la última que su hija pasara en la casa. Sara era la menor, y su hermano Jorge tenía tres años más que ella. Hacía dos años que se había casado. La casa se quedaba grande para los padres de Sara. Mercedes sacó un pañuelo del bolsillo de su bata, y secó las lágrimas. Su figura alta y robusta casi ocupaba la anchura de la puerta. Sara oyó un suspiro que salía de la garganta de su madre, y se dio la vuelta para mirarla, al mismo tiempo que Mercedes llegaba junto a ella. - Mamá ¿Otra vez estás llorando? - Dijo Sara abrazando a su madre - Soy feliz, y mañana me uniré al hombre que quiero.

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- Sara hija, espero que hayas elegido bien, ya sabes que ni tu padre ni yo compartimos tu elección. Nicolás es un buen muchacho pero muy raro, son muchas veces las que te ha dejado en ridículo, también a tu padre y a mí. No es conciente de las circunstancias, y todo lo toma a broma, todo lo que dice y hace se convierte en puro sarcasmo ¿Te ha enamorado el color de sus ojos? Sara movía la cabeza sin tomar en consideración las palabras de su madre. Era demasiado feliz cómo para tenerlas en cuenta. - Mamá ¿Porqué te metes de esa manera con él? No te gusta nada de lo que hace ¡Cómo se ve que no conoces el carácter de los napolitanos! - Es que tiene veintiocho años y da la apariencia de que tenga sólo tres. Veinticinco años que tu tienes ha llegado a tu vida dos hombres, has tenido dos novios sin contar este, uno era Camilo ¿Lo recuerdas?. - ¡ Sí mamá ¡ - Replicó Sara cansada de haber oído esa historia una docena de veces - Camilo no me gustaba, era callado, nunca decía nada, era soso y aburrido. Sólo sabía decir cuando salíamos - ¿A dónde quieres ir? ¿Qué te apetece que hagamos? Yo con mi carácter abierto y risueño hubiésemos chocado rápidamente. Lo dejé, era lo mejor. Mercedes la miraba con una sonrisa de ironía. - Y Andrés, ¿Cómo tuviste valor de rechazar a un hombre como él? Lo tenía todo, un restaurante de cuatro tenedores ¡Vamos un empresario! Un hombre respetable y serio. Y de la noche a la mañana cortas la relación ¿Qué bicho te picó para que hicieras eso? - Andrés me ponía mal de los nervios, con su seriedad y el respeto ¿Me crees capaz de pasar mi vida al lado de un hombre que era una estatua, y que me tuviera que callar

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cuando me hablaba? Cuando se dirigía a mí era para darme una orden. Me tomaba por una de sus empleadas ¡Me quedé de ancha cuando le dije que no viniera más! Andrés sí que reaccionó como un tonto. Pensaba, que como tiene un gran restaurante, iba a ser la mujer sumisa que él pensaba. Y le salió el tiro por la culata. - Hija, yo miro tus intereses, de que no te falte de nada, el rol de una madre hacia sus hijos es eso. Y de todos los atributos que le has dado tanto a Camilo cómo a Andrés, son ciertos, por supuesto que sí. Pero por ejemplo con Andrés, estarías como una Reina, a parte de sus rarezas. Ese era el marido que yo habría querido para ti. - Mamá, el hombre con el que me voy a casar lo he elegido yo ¿Vale? - Hija, no quiero sacar a relucir ninguna historia antigua, y menos hoy que te veo tan feliz. Eres tú quien se va a casar con Nicolás, y quien lo tiene que aguantar. - Estoy orgullosa de hacerlo, Nicolás me da mucha alegría, es un tío simpático. En el taller donde trabaja lo quieren porque no tiene maldad, se fía de todo el mundo. - ¡Si claro, si parece de que tenga sólo tres años! - Mamá ¡Basta ya! No sigas metiéndote con él ¿Crees que no se da cuenta cuando lo haces? - ¿Te lo ha comentado alguna vez? - Pues sí ¿Acaso piensas de que es tonto? - No exactamente, pero algo de eso tiene. La paciencia de Sara no tenía límites, no se enfadaba fácilmente, y menos ese día que radiaba de felicidad. Su madre hablaba de ese modo de Nicolás porque se llevaba a su hija que era una gran chica que sabía hacer de todo. Mercedes no quería separarse de ella, sin Sara en casa se quedaba el matrimonio sólo, pues,

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Jorge el único hijo varón hacía dos años que se había casado. - Mamá, mañana es un gran día para mí y espero que no me lo estropees - Dijo Sara mirando a su madre fijamente a los ojos. - Mira hija mía, ahora mismo cierro mi boca y no la abro más. Pero es que te vas a casar con Nicolás ¿No te das cuenta? ¿Te has parado a pensarlo? ¡Pero si le da igual cuatro que ochenta! - Nicolás es un hombre adorable. - Hija ¿Tanto lo quieres como para que veas en él esa gran facultad? - Mamá, es que Nicolás es adorable, es bondadoso, y sincero. Tiene buenas cualidades, es por eso que me voy a casar con él. - Pamplinas, todo eso que dices son tonterías. Todavía estás a tiempo para arrepentirte, después ya será tarde. Por la puerta del dormitorio entraba Alfonso, el padre de Sara, con semblante alegre. Alfonso Martín era un hombre alto y fuerte, y de sonrisa fácil. Su voz potente y gruesa, hacía retumbar las cuatro paredes del dormitorio. - ¿Cómo está mi niña? - Dijo dándole a Sara una palmada en el trasero. Sara sonrió a su padre con cara de resignación, no cambiaría jamás, siempre igual de bruto y de poco tacto. Sus bromas resultaban la mayoría de veces pesadas, sin que él, se diera cuenta que muchas eran molestas. Mercedes reprochaba a su hija Sara de casarse con Nicolás, sin advertir de que ella se casó con Alfonso, que con sus risas y carcajadas hacia de su vida y de la de los demás, un festín. Sara aprovechó para preguntarle a su madre. - ¿Cuándo conociste a papá era igual que ahora?

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Mercedes no entendió la pregunta y se quedó sorprendida. - ¡Qué quieres decir! ¿Por qué me preguntas eso sobre tu padre? Alfonso miraba a su mujer y a su hija sin perder la sonrisa, y mostrando la mella de nacimiento que tenía en medio de los dos dientes de arriba. - Qué ocurre ¿Estás hablando de mí? - Preguntó Alfonso cogiendo de un pellizco la mejilla derecha de Sara. - ¡Te das cuenta mamá! Veinticinco años hace que lo soporto ¡Pero como es mi padre no pasa nada! Nicolás no es tan pesado. Mercedes echó la cabeza hacia atrás, y con gran expresión en sus ojos muy abiertos y mirando a su marido dijo. - ¡Mira la niña, te está comparando con Nicolás, con ese sopla gaitas! - ¡Mamá ¡Basta ya! Estoy harta de que le pongas los peores adjetivos. Nicolás es un hombre valeroso, que no se enorgullece por nada. Es simpático y alegre, tiene muchos valores, aunque tú no lo sepas ver. - Lo primero que veo de él, es el color de sus ojos, no lo voy a negar, me gustan, pero todo lo demás ¡Hay que echarle guindas al pavo! - Pues, a mí me gusta ¡Mira tú por donde! - Exclamó el padre de Sara - Este chico siempre me ha caído bien. - ¡Uff! - Replicó Mercedes - ¿Te ha convencido su manera de ser? - Estoy con él, porque quiere a nuestra hija, y también ella lo quiere ¿No es una gran razón? Sara rió con ganas, y se abrazó al cuello de su padre besando sus mejillas. - Te quiero papá.

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Alfonso iba a darle una palmada en el trasero de Mercedes, pero ella rápidamente reaccionó, y levantando el índice de su mano derecha le advirtió. - Dejo de hablarte como lo intentes ¿Crees que mi trasero es una estera? - ¡Pues, cuando éramos más jóvenes bien que te gustaba! - Sí, pero de eso ya han pasado muchos años. Había días que tenía los glúteos que no me los podía tocar de lo que me dolían. Sara reía sin parar de mover la cabeza. Alfonso se puso más serio al quedarse mirando el vestido de novia. - Hija, vas a estar mañana guapísima ¿Podrás dormir esta noche? - No tengo más remedio, para mañana tener una tez relajada. Quiero que Nicolás me encuentre bella, bellísima. - Eres la chica más atractiva que conozco - Dijo Alfonso dándole un beso en la frente. - Lo ha heredado de mi - Se adelantó rápidamente a decir Mercedes. - La niña se parece a mi - Dijo Alfonso juntando su cara a la de Sara - ¿Te das cuenta qué parecido más exacto? - Sara tiene mis ojos, mi nariz y mi boca - Dijo Mercedes con rintintín. - No estoy de acuerdo, la niña es toda a mí, no recuerdas cuando era pequeña que la mirábamos, y eras tú quién me decías - ¡Mira el hoyito que tiene en la barbilla, es tuyo! Y la naricita respingona también es tuya ¿Lo has olvidado? - Sí lo recuerdo, pero te lo decía para que estuvieras contento, y te sintieras orgulloso. - ¿Qué estás insinuando ahora, que Sara no es hija mía?

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- ¡Vaya por donde sales ahora! ¿No tienes otra cosa más bonita en la que pensar? Sara llevó sus manos a la cabeza, y dando un grito dijo. - ¡Queréis callaros los dos! ¡Que ésta es la última noche que paso con vosotros, no me lo estropeéis! Alfonso y Mercedes callaron, y fue él, quién puso su índice junto a la boca de ella, y le dijo a su esposa. - Siempre eres tú la que empiezas. - ¡Será posible la cara tan dura que tienes! Siempre empiezas tú, y luego dices que he sido yo!. - ¡Ya está! – Volvió a intervenir Sara dando otro grito. Alfonso no quería quedarse atrás, y le preguntó a Mercedes como dándole una orden. - ¡Está la cena lista! Mercedes iba a responderle de mala manera para vengarse, pero Sara intervino. -Dejar ya la historia que es la misma desde hace años. Siempre os he oído discutir lo mismo ¿No os cansáis? - ¿Es que crees que no te vas a discutir tú con el palitroque de Nicolás? - Respondió su madre - Espera que llevéis un mes de casados, lo mismo dices que te vuelves a venir para vivir con nosotros. - ¡Mamá, no llames a Nicolás palitroque! Él, no es nada pequeño y no quiero que te metas más con él. En esos instantes, el móvil de Sara dio llamada. Su cara se transformó radiando alegría, estaba segura de que era Nicolás para despedirse de ella hasta el día siguiente a las once de la mañana que se verían en la iglesia de Santa Ana, situada en la calle que lleva el mismo nombre. - Nicolás cariño ¿Cómo estás? - Fue lo que dijo Sara al abrir la tecla para hablar.

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- Creo que mal, muy mal, tengo un miedo que me muero, de pensar que mañana ya estaremos casados. - ¿Cariño, no eres tú quién se quería casar? - Sí desde luego, y quiero que llegue pronto la hora, porque estoy para que me de una taquicardia. Mis padres y mis familiares más allegados tratan de tranquilizarme. Mi madre me ha hecho en tres horas dos tilas, no sabe que hacer conmigo ¿Estás nerviosa tú también?. - Sí por supuesto, pero tengo que saber dominarme, y eso es lo que estoy haciendo. - Me gustaría tener tu temperamento, y ser tan fuerte cómo tú lo eres. - También eres tu fuerte. Lo que ocurre es que mañana nos casamos y es normal de que estés algo nervioso. - Sara amor mío, quiero que me des tu opinión. - ¿Sobre qué? - Pues, estoy indeciso, en relación al traje que me voy a poner mañana para casarnos. - ¿No te ha hecho el sastre un frac negro? - Sí, y ayer me compré un traje marrón a rayas color marfil, porque el frac me lo he puesto, y me he mirado en el espejo, y más que a una boda parece que vaya a un funeral ¿Cuál de los dos trajes me aconsejas? - Cariño no lo sé, porque no te he visto con ninguno puesto, el que tiene que elegir eres tú. Nicolás lanzó un suspiro al aire. - Dejas para mí lo más difícil, lo peor, no sé que traje ponerme mañana. - Pídele consejo a tu madre ¿Te ha visto con el frac puesto? - Sí. - ¡Y qué dice!

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- Es muy duro lo que me ha dicho. Es por eso que te pido que me aconsejes. -¿Tan tremendo es el comentario que tu madre te ha hecho? - Me da vergüenza decírtelo, no vaya a ser que hagas tú lo mismo, y te rías también. - Nicolás cariño ¿No tienes confianza en mí? - Sí por supuesto que la tengo, eres la persona en la que más confío. - Pues entonces dime ¿Que te ha dicho tu madre? - He entrado en el dormitorio y me he puesto el frac bien colocado, y he ido al salón para que me viera. Y sólo había pasado treinta segundos cuando ha roto a reír a carcajadas. - ¿Por qué reía? - Preguntó Sara sin entender. -Me dijo - Hijo, te pareces a una cucaracha caminando con dos patas. Y siguió riéndose fuerte, sin poderse contener. - ¿Tan mal te queda? - Creo que sí. Pues mi físico y mi carácter es alegre, y no admite ese modelo ni colores oscuros y menos, negro. Yo lo hacía para ir más elegante, y en mí, no resulta ser agraciado. Una prima mía que ha venido para asistir a nuestra boda, y que trabaja en la moda de Italia, me ha comentado - Que el negro y el frac no son elegantes si no va en función con el físico de la persona. Y que mayormente me podría perjudicar. Sara quedó callada, pensando en los trajes que Nicolás tenía en sorteo para el día siguiente. - ¿Sara estás ahí? - Preguntó Nicolás con la voz algo nerviosa. - Sí cariño sigo aquí. Es que estoy pensando. Y creo que lo mejor será que lleves mañana el traje marrón a rayas. -Por supuesto ¿Pero que hago con el frac?

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- No te preocupes ahora por eso, más adelante encontraremos una solución. - ¿Y si se lo doy a mi prima para que se lo lleve a Italia? - Haz lo que quieras ¿No piensas ponértelo en alguna ocasión? - ¡Ni loco, después de haber visto a mi madre cómo se reía! Aún tengo suerte de que no me hayas visto tú. - Creo que estás exagerando. Pero si tú lo ves conveniente de dárselo a tu prima, lo haces. - Uff…. Qué peso me has quitado de encima. Siempre pienso que tú eres la única que me comprendes. Te quiero mucho, te quiero un montón ¿Lo sabías? - ¡Por supuesto, me voy a casar contigo! - Y tú ¿Me quieres igual? - Te quiero, tú lo sabes, a pesar de… - ¿A pesar de qué? - Preguntó Nicolás extrañado - ¡No entiendo lo que me quieres decir! Sara frunció el entrecejo arrepentida. - Son cosas mías, cariño, no he querido decir nada. - Sé que es ¿Te estás refiriendo a tus padres? Creo que sí. Sobretodo tu madre piensa que soy un vaina, alguien que no sirve para nada. Pero me da igual que piense de mí eso. He demostrado muchas veces lo que valgo ¿No es cierto cariño? - Exacto, y además, que te quiero cómo eres, y me gusta que seas así. Me encanta el carácter de niño que tienes. - En todo caso de niño travieso - Dijo Nicolás riéndose - Puedes imaginarte ya los hijos que tendremos, sobretodo si se parecen en el carácter a mí. - Serán deliciosos. - Dices eso porqué me quieres. - Sí, mucho.

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La voz de la madre de Sara interrumpió la conversación. - Hija, la cena está puesta en la mesa. - Sí mamá, ya voy. - A partir de mañana tendréis toda la vida para deciros cosas preciosas ¡Vamos a la mesa! - ¿Qué quiere ahora tú madre? - Preguntó Nicolás. - Es la hora de la cena, y dice que vaya. - Menos mal que mañana se acaba todo esto. Sara se rió con ganas. Otra vez se oyó la voz de Mercedes. - ¿Qué te ha dicho ese pamplinas para que te rías de ese modo? - Nada mamá, son cosas nuestras. - ¿Qué ha sido lo que me ha llamado? - Preguntó Nicolás. - Ya la conoces, no hay que darle más vueltas. Nicolás lo olvidó. - Sara mi amor, tengo ganas de que llegue mañana, y de poder dormir abrazado a ti, de que los dos, durmamos abrazados. - Buenas noches cariño, que duermas bien - Dijo Sara despidiéndose. - Hasta dentro de unas horas mi amor - Dijo por último Nicolás. Mercedes llegó hasta la ventana donde Sara permanecía de pie, con el móvil en la mano y cerrado. En su boca permanecía una sonrisa, de mujer enamorada. Su madre al verla meneó la cabeza. - ¿Es posible que ese tonto te haya hecho perder la cabeza? - Dijo Mercedes estirando de la mano de Sara para llevársela al comedor.

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Alfonso había empezado a comerse la sopa, y el plato lo tenía casi acabado. Miró a Sara y a su esposa cómo se sentaban y cogían la cuchara para empezar a cenar.

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En abril hay días soleados y también lluviosos, y al día siguiente amaneció nublado. Eran las nueve de la mañana, y Sara seguía dentro de la bañera. Tenía todo el cuerpo cubierto de espuma, y sólo le asomaba por encima la cabeza. Mercedes estaba nerviosa parecía que fuese ella quién se iba a casar. Había colocado encima de la cama bien hecha de Sara, el vestido de novia. Lo había preparado lo mejor que pudo, para qué al ponérselo le entrara bien por los pies. Miró su reloj de pulsera y exclamó - ¡Dios mío, son las nueve y diez, y ésta niña sigue todavía dentro de la bañera! Salió del dormitorio y se dirigió al baño. Encontró a Sara saliendo de entre la espuma. - Hija mía ¿Te has dado cuenta de la hora que es? - Llegamos a tiempo mamá, no nos casan hasta las once - Respondió tranquilamente. - Sólo falta una hora y tres cuartos. Una hora necesitas tú, para estar preparada y yo también, y los tres cuartos para llegar a la iglesia de Santa Ana. Que desde aquí de la calle Tamarit hay un trecho, y sábado, y los domingueros con sus coches sin saberlos conducir ¡Es para estar nerviosa! - Venga mamá, ayúdame a ponerme el vestido ¡Y ve despacio para que estemos antes! Mercedes abrió el vestido por la cintura y se agachó para que Sara lo entrara por los pies. Mientras lo iba subiendo por el cuerpo, Mercedes comentó.

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- Cuando se casó Jorge, tu hermano, no tuve este trabajo con él, se encerró en su habitación, y a los veinte minutos salió vestido. - A propósito mamá ¿Jorge y su mujer vienen aquí o a la iglesia? - No creo que vengan aquí, me parece que hemos quedado en la iglesia. - ¡Mamá ve despacio! ¡Me has cogido la espalda con la cremallera, seguro que me has hecho una marca! - No seas quejica que no ha sido para tanto. Ya está el vestido bien puesto en tu cuerpo, y con la cremallera hasta arriba. Siéntate en la silla para que te dé unos toques en el pelo. - Me lo he peinado yo, déjamelo así. Sólo tienes que colocarme alrededor de los rizos que salen de arriba, la guirnalda de flores. - ¡Pues, estate quieta para que me salga bien! En esos instantes Alfonso entró en el dormitorio, estaba vestido, y con el rostro lleno de orgullo de llevar de su brazo a Sara al altar. - ¿Le queda mucho a mi niña? - Preguntó. Mercedes lo miró de reojo y exclamó. - ¡Sal de la habitación, eres tú el único que faltaba! - ¿No puedo ver a mi hija cómo está de guapa? - ¡No! Este no es el momento, aquí estás estorbando ¡Venga sal de aquí! Alfonso sin perder la sonrisa, y sin hacer mucho caso a su mujer, se acercó a Sara y le dio un beso en la mejilla izquierda. Mercedes se alborotó, y le dio un empujón a su marido, diciéndole. -¡Estás estropeando el maquillaje de la niña, vete de aquí pesado! Será mejor que te ocupes del restaurante, para que a las dos en punto esté todo preparado.

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- ¡No te sofoques mujer! Acabo de llamar a Pedralbes Paradís, y el maître me ha asegurado que todo estará perfecto. Alfonso se quedó en el umbral de la puerta observando con sonrisa de padrazo, los últimos retoques que su mujer daba a Sara. En el apartamento donde vivía Nicolás, que era donde el matrimonio se irían a vivir después de casados, parecía una jaula de locas, su madre, la señora Marcela, alta y fuerte, con abundante pecho, que le impedía poderse ver la punta de los zapatos, giraba enloquecida tratando de encontrar una rosa grande roja de tela, que llevaba de adorno en el pecho del vestido color crema que había elegido, para la boda. - ¡Y mi rosa, donde está! ¿Quien la ha cogido? Nadie le prestaba atención porque cada uno estaba en lo que se iban a poner. Nicolás se encontraba delante del espejo del armario del dormitorio, tratando de ponerse la pajarita derecha. Su madre no sabía donde buscar, y de pronto pensó, que podría hallarse el adorno en la habitación de Nicolás. - Hijo ¿Has visto mi rosa? - Le preguntó mirando en la redonda. - ¡No sé de qué rosa me hablas! ¿Crees que no tengo bastante con que se ponga bien esta cosa que le llaman pajarita? - Pues, no sé donde buscar más, y yo, sin la rosa no salgo de aquí. - ¿Pero de qué rosa me estás hablando? - Contestó Nicolás algo nervioso - ¿Le has preguntado a papá? ¡Él siempre te busca lo que no encuentras!

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- Se está haciendo el longui, cuando voy a preguntarle, mira hacia otro lado ¡Quiero encontrar mi rosa! - Gritó Marcela a pulmón abierto. La pajarita de Nicolás que parecía haberla puesto bien, al escuchar el grito de su madre, la retorció con los dedos, y los dos extremos que iban a los lados, surgieron hacia arriba. Nicolás se enfadó y gritó. - ¡Mamá, mira que has hecho! ¿Cómo pongo yo ahora esto derecho? Marcela se tapó los oídos con las palmas de sus manos, y cuando las quitó, también gritó. - ¡No me chilles! ¡Te digo que no salgo de esta casa hasta que no encuentre la rosa! - ¡Papá! ¡Papá!- Llamaba Nicolás a gritos. Lucas se levantó del sillón. Bien vestido con el traje recién estrenado. Iba con rapidez al dormitorio de Nicolás, con el semblante serio, con gafas redondas de alambre. Con la cara más bien pequeña al igual que su cuerpo, que pesaba alrededor de cincuenta y cinco kilos. - Nicolás ¿Me has llamado? - Preguntó con voz de pito. - Búscale a mamá la rosa. ¡Mira la hora que es! - Dijo Nicolás mostrándole la esfera de su reloj de pulsera - ¡Son las diez y cuarto, y todavía estamos girando en redondo sin saber qué hacer! Lucas un hombre callado y tranquilo que no se inmutaba para nada, respondió a su hijo sin alterarse. - Hace rato que estoy preparado y esperando. - Sí, ya te estoy viendo ¿Quieres hacer el favor de ayudar a mamá a encontrar su rosa? Lucas soltó una carcajada. - Hace mucho tiempo que tu madre la perdió.

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Marcela le echó una mirada poco de fiar. - Muy elocuente, tienes que demostrar tus habilidades con tus tontos chistes - Dijo ella. - ¡Dejar de discutiros! - Gritó Nicolás. A este paso va a llegar Sara antes que yo a la iglesia. - ¡He encontrado la rosa! - Se oyó la voz de la prima de Nicolás. - ¡Gracias Madonna! - Replicó Marcela - ¿A dónde estaba?-Preguntó saliendo del dormitorio de Nicolás, y topándose al mismo tiempo con su sobrina que entraba en la habitación con la rosa de tela entre sus manos. - Dámela pronto que me la ponga - Dijo Marcela arrebatándosela. Rita miró a su tía cómo trataba de colocarse con manos temblorosas por las prisas cerca del hombro izquierdo el deseado adorno. Nicolás no atinaba con la pajarita por mucho que la colocaba, se torcía. Giró la cabeza y vio a Rita bien vestida, y como lo miraba con los brazos caídos a lo largo de su cuerpo sin hacer nada. Nicolás le sugirió. - ¡Rita ven a colocarme esta pajarita tan difícil de poner! Bastaron dos minutos para que el atuendo quedara en su sitio. - ¡Qué rápida! ¿Ya está? - Dijo Nicolás sorprendido. - Sí, no hay mucho que hacer - Respondió Rita. - ¡Venga, vámonos! - Dijo Nicolás aligerando. De la calle Pelayo a la iglesia de Santa Ana hay escasos minutos, y suerte tuvo Nicolás de llegar diez minutos antes que Sara. La puerta de la iglesia la habían adornado de flores, el altar era lo más parecido a un paraíso.

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Nicolás había elegido el traje marrón, y esperaba en el altar junto a su madre, a que llegara Sara del brazo de su padre. Los invitados no eran muchos, la mayor parte familiares y amigos íntimos de los padres de Sara. Por parte de Nicolás, sus padres, y prima, y también tres amigos y compañeros de su trabajo, con sus respectivas esposas. Nicolás estaba nervioso y no sabía muy bien lo que hacía, y empezó a quitarse con los dientes un padrastro que le había salido en el dedo índice de la mano derecha. Su madre lo observaba reteniéndose para no regañarle delante de los invitados. Hasta que no pudo más, y en el momento que Nicolás tenía cogido con los dientes la piel dura del padrastro para cortársela, su madre no pudo resistirlo más, y le pegó un manotazo al tiempo que arrancaba la piel. Nicolás pegó un grito de dolor. Al tiempo que iba a encararse con su madre, se escuchó el órgano tocando la marcha nupcial. Y Sara entraba por la puerta de la iglesia cogida del brazo de su padre. Nicolás le echó una mirada rápida a su dedo, y vio que tenía un poco de sangre. No sabía que hacer en ese momento, ni cómo quitarse la sangre, y lo más cerca que tenía era la cadera de su madre, no lo pensó, y posó su índice por encima del vestido. Marcela no advirtió nada, la novia venía andando despacio por la alfombra roja del pasillo, del brazo de su padre. El sacerdote esperaba en el altar vestido para la ceremonia. Con el semblante serio, con la cara más bien gorda y de buen color, con gafas de cristales de aumento por la miopía que padecía.

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Nicolás sólo tenía ojos para mirar a Sara, que estaba espléndida y radiante, con una sonrisa de felicidad, olvidándose de todo lo ocurrido tres minutos antes. El sacerdote había ordenado la manera de cómo tenían que ponerse los novios, también la madre de Nicolás, y el padre de Sara. El sacerdote empezaba la ceremonia, y estaba hablando del amor entre una pareja que se aman. Nicolás no estaba al tanto, sólo tenía ojos para mirar a Sara, ella le decía por lo bajo. - Cariño, mira al sacerdote, nos está casando. - Lo estoy oyendo mi amor, pero prefiero mirarte a ti - Respondió también por lo bajo. Sara empezó a reír no podía pararse. Nicolás la seguía, y los dos reían sin pensar en el sacerdote. Hasta que el cura les llamó a los dos la atención. Acercó su cara muy cerca de la de Nicolás y de Sara, y les dijo de manera para que los invitados no lo oyeran. - Hagan el favor los dos, de respetar el lugar en donde nos encontramos ¿Quieren ustedes casarse? - ¿Para qué cree que estamos aquí? - Contestó Nicolás aguantándose la risa. El sacerdote le echó una mirada de mala intención. Y volvió a ponerse derecho para seguir, pero, con rapidez el sacramento del matrimonio. Una vez acabado pasó a casarlos. - Nicolás Sandrini ¿Quiere por legítima esposa a Sara Martin aquí presente? - Sí. - ¿Sí, qué? - Dijo el sacerdote recalcando. Nicolás giró la cabeza y miró a Sara. Ella mantenía la mirada baja, conteniendo la risa.

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El sacerdote estaba perdiendo la paciencia, su cara enrojecía cada vez más, y rompió el silencio. - ¡No la mire a ella, míreme a mí y diga! Sí quiero. - Pues claro que quiero - Repuso Nicolás mirando fijamente al sacerdote. Algunos de los invitados reían, otros permanecían callados. La madre de Nicolás mostraba enfado en su rostro, y pegó un codazo en el brazo de Nicolás que hizo que la mirara. - ¡Tienes que ser más respetuoso con el señor cura y responderle! ¿Me oyes? ¡Responderle! - Mamá no vayas a dar la nota aquí. Ya le he dicho que sí. El sacerdote tenía los ojos como platos. Miraba a Nicolás y seguidamente a su madre. Parecía que estaba observando un combate de boxeo. - Señor cura, si quiere casarse con Sara - Dijo la madre de Nicolás. - ¡Dios mío! - Exclamó el sacerdote - ¡Señora, no es usted quien se está casando, quien tiene que responder es su hijo! ¿Vale? - Lo hago para evitarle a usted trabajo. - ¡Señora por favor! ¿Se quiere callar? Los invitados ya no podían parar de reír, y a una señora le dio por estornudar y toser al mismo tiempo, y en medio de tos y de estornudo decía con nerviosismo - ¡Qué bochorno estoy pasando! Y rápidamente le seguían los estornudos y la tos. El sacerdote con voz seca volvió a preguntar. - Nicolás Sandrini ¿Quiere por legítima esposa a Sara Martin aquí presente? - Sí quiero ¿Cree que hemos venido aquí para otra cosa? - ¡Me ha dicho que sí quiere! ¿No es cierto? - ¡Sí, otra vez le vuelvo a repetir que sí!

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El sacerdote miró a Sara. Movía la cabeza con ansias de acabar lo más pronto posible. - Sara Martin ¿Quiere por legítimo esposo a Nicolás Sandrini aquí presente? - Sí quiero - Contestó escondiendo la cara para que el sacerdote no la viera reírse. - ¡Uff! Gracias a Dios que han dicho que sí - Dijo el sacerdote, y prosiguió - Los anillos ¿Dónde están? Nicolás se quedó mirando al sacerdote cómo si le estuviese hablando de algo que no había previsto. - Sí ¿Dónde están los anillos? - Le preguntó Nicolás a Sara. - ¡Los tenías tú, te los quedaste! - ¡Ah! Los tengo yo - Dijo la madre de Nicolás - Estaba pensando en otra cosa. - ¿En qué pensabas? - Le reprochó Nicolás - ¿No sabes que tu hijo se está casando? - ¡No me grites! Toma los anillos - Marcela abrió el bolso y sacó una pequeña envoltura y se la entregó a Nicolás. Él los desenvolvió y los metió dentro de su mano derecha, y el envoltorio en la otra mano. Miró con sonrisa triunfante a Sara. El rostro del sacerdote iba enrojeciendo cada vez más. - ¡Por favor, dé ese envoltorio a su madre! Necesita tener las dos manos libres. - ¡Oh! Tiene usted razón, no lo había pensado. - Marcela cogió de la mano de su hijo el papel fino y transparente que envolvía los anillos. Los invitados reían tratando de evitarlo. - ¡Silencio por favor! - Sugirió el sacerdote. La risa nerviosa de uno de los invitados se oía de fondo. El sacerdote miraba por encima de sus gafas de

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aumento para localizarlo, hasta que quedó la iglesia en silencio. - ¡Vamos, póngale el anillo a la novia! - Dijo el sacerdote a Nicolás. Nicolás coge la mano izquierda de Sara, y le coloca el anillo. Ella con un gesto que le hace con la mirada, le indica, que sea ahora ella quien le ponga el anillo a él. Nicolás mantiene la mano abierta para que Sara coja la alianza, y cuando la tiene en su mano derecha, trata de introducírsela en el dedo, pero al llegar al nudillo tiene dificultad para que entre bien. El sacerdote no puede más y se le escapó una carcajada. Los invitados al oírle, ríen libremente, y uno que se hallaba en la parte de atrás dijo en voz alta. - ¿Tampoco te entra el anillo? ¿Qué te pasa hoy? La madre de Sara que no estaba lejos, respondió. - ¿Dices qué le pasa hoy? A este le está sucediendo todos los días algo diferente. - ¡Silencio! - Pidió el sacerdote - ¡Ese anillo entra o no! - Ya está se oyó decir a Sara. El sacerdote se dio prisa a decir - Yo os declaro marido y mujer. Los aplausos de los invitados rompieron el silencio. Nicolás y Sara se besaron, y mantuvieron sus miradas rebosantes de amor. A la salida de la iglesia se dejaban fotografiar orgullosos, cogidos del brazo, y mirándose cómo dos enamorados que eran. Los invitados habían llevado arroz, y el cereal llovía sobre los recién casados.

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Un niño de doce años aproximadamente, llevaba entre sus manos un paquete de arroz de kilo. Trataba romperlo, para derramarlos a puñados a los novios. El paquete era de un papel grueso y transparente. El chaval se había puesto en cuclillas, con el paquete reposando en el suelo, haciendo fuerza con los dedos para romperlo, y como no lo conseguía, cambió el argumento, y cogió el paquete con su mano derecha, y haciéndose un hueco entre la gente, tiró con fuerza y decisión el paquete de arroz a los recién casados. Nicolás y Sara sonreían a los invitados mientras que estos les hacían fotos. El paquete de arroz fue a pararse en la cara de Nicolás recibiendo un fuerte impacto. El niño al ver lo que había ocurrido, salió de entre la gente, y encontró la calle. Nicolás había recibido un fuerte golpe en plena cara. Sara lo miró sorprendida, pues no se esperaba que pudiese suceder tal incidente. - ¿Qué ha sido? - Preguntó. Nicolás se tapaba con la mano el ojo derecho y preguntó bastante enfadado. - ¿Quién me ha hecho esto? Marcela gruñía de un modo rabioso, miraba con desespero a los invitados, tratando de encontrar al gracioso que estúpidamente había llevado a cabo tan ruin hazaña. Se colocó delante de Nicolás y dijo bastante enfadada mezclando italiano con español. - ¡Que salga el bobo que ha tirado el paquete de arroz a la cara de mi hijo! Los invitados se miraban, sin entender quien pudo haberlo hecho. - ¿Nadie de entre vosotros sois capaces de vérselas conmigo? - Decía muy enfadada y acalorada Marcela. Sara le hablaba por lo bajo a Nicolás.

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- Dile a tu madre que pare, nos está echando a perder la boda, nuestro día mejor. - Mi madre es una madre que quiere a su hijo, y está peleando con el tipo que me ha dejado el ojo morado. En Italia esto no se hace ¿Me has mirado el ojo? ¿Has visto cómo me lo han puesto? - Sí cariño, cuando lleguemos al restaurante pediré al camarero hielo, y te lo pondré en el ojo. Pero ahora parar de dar el espectáculo. Nicolás asintió con la cabeza, algo resignado, y le habló a su madre que la tenía delante de él. Ella seguía plantada y preguntando quién había sido el que había tirado el paquete de arroz, la indignación la tenía por lo alto. - ¡Mamá! - Decía Nicolás. Su madre no lo oía - ¡Mamaaaa! - Dijo en voz alta para que su madre lo oyera. - ¡No soy sorda! ¡Y no me grites! ¡Estoy tratando de averiguar quién te ha hecho eso! - Déjalo ya, no tiene importancia - Dijo Nicolás. Marcela miró a su hijo, y fue a colocarse a la derecha de él, y cogiéndole la cara con sus dos manos gruesas y llenas de anillos, la mostró a los invitados que seguían el incidente. - Mirar qué cara le habéis puesto a mi hijo, el ojo izquierdo no lo puede abrir - Y dirigiéndose a Nicolás le dijo con enfado. - Tienes que estar agradecido por todo lo que estoy haciendo por ti, mira, ni tu mujer ni tu suegra han dicho nada. Mercedes permanecía al lado de Sara. Ésta le dio con el brazo para que no dijera nada más, pero, no se pudo contener. - Oiga señora, cállese ya - Dijo con alboroto Mercedes.

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- ¿Qué me calle dice? ¡Como no ha sido a su hija a quien le han puesto esta cara! Las dos consuegras se enfrentaron, situándose una en frente de la otra discutiendo. La madre de Nicolás hablaba fuerte en italiano, mezclando algunas frases en español. La madre de Sara la seguía, hablando en catalán. Más que una boda parecía un lavadero. Pues, los invitados empezaron a opinar. Unos daban la razón a Marcela y los otros a Mercedes. Sara no podía más soportar lo que estaba ocurriendo, y se dirigió a su padre y a su suegro. - Tenéis que pararlas, esto no puede seguir. Están las dos que parecen fieras. Los consuegros se miraron y negaron con la cabeza. Pero al instante, salió de la iglesia el sacerdote, y pegó un chillido. - ¡Silencio! ¿Qué se creen que es la casa de Dios? Parecen dos, tigresas enjauladas ¿Qué ha ocurrido? Al momento se quedó todo en silencio, pero la madre de Nicolás, cogió la cabeza de su hijo, y la giró hacia el sacerdote para que viera el golpe. El sacerdote abrió los ojos como platos al descubrir el ojo y la mejilla que estaban cogiendo volumen y de un rojo vivo. Se contenía la risa, y permanecía con los labios pegados, pero tenía que decir algo y dirigiéndose a Sara le preguntó haciendo un esfuerzo por contener la risa. - ¿Se lo ha hecho usted? ¿Le ha pegado? - ¡Yo! - Exclamó Sara. El sacerdote no sabía que hacer, si quedarse o entrar en la iglesia, pues de un momento a otro iba a soltar la carcajada, y no quería ofender a nadie. Pero tampoco podía seguir preguntando quien lo había hecho, y decidió entrar en la iglesia.

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Hacía más de una hora que estaban en el patio tratando de saber quién había tirado el paquete de arroz. Sara no podía más tiempo seguir de pie, los zapatos le estaban acribillando los pies. Tampoco podían hacerse las fotografías que habían solicitado, pues Nicolás tenía el ojo y la mejilla cada minuto que pasaba más morado. Las consuegras se habían calmado, pero no dejaban de echarse miradas. A las dos de la tarde estaba prevista la comida en el restaurante Pedralbes Paradís.

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El aperitivo era espléndido. Antes de pasar al comedor, en una mesa larga y con un mantel blanco, había sobre ella muchos variantes para picar. Dos camareros, uno en cada punta de la mesa, servían aperitivos de todas marcas. La comida era suculenta, había sido bien elegida. La mesa nupcial era larga, en el medio estaban sentados Nicolás y Sara. Al lado de ella sus padres, y junto a Nicolás, los suyos. Para los invitados eran mesas redondas de gran tamaño, donde cabían seis personas. Nicolás buscaba entre todos los invitados al causante que le creó tal estrago, no se iría del restaurante sin saber quien era. Los invitados que eran aproximadamente treinta, comían, bebían y reían contándose historias. El niño que había tirado el paquete de arroz, se hallaba en una mesa comiendo al lado de su madre, y comer comía poco, estaba todo el tiempo mirando a Nicolás, y cuando Nicolás lo observaba, se escondía detrás de su madre. El ojo de Nicolás había cogido un tono azul oscuro, y se le había quedado medio cerrado. Tenía por seguro de que había sido el niño quien le tiró el paquete de arroz a la cara. Nicolás, lo miraba descaradamente, el niño perfilaba con su mirada para hacerlo por detrás de la espalda de su madre, sólo le faltaba echarse a llorar.

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Sara se dio cuenta de cómo miraba Nicolás a la tercera mesa. La ocupaban un primo hermano de ella, con su mujer y su hijo, y tres invitados más, también familiares. - ¿Qué te obsesiona? - Le preguntó Sara a Nicolás. - Miro a ese chaval, creo y estoy en lo cierto de que ha sido él quien me ha tirado el paquete de arroz. - ¿Por qué lo crees? - Él mismo se está delatando. Conozco bien cómo son y lo que hacen. Es el típico niño que tira la piedra y esconde la mano. - Olvídalo. Es nuestro primer día de casados, y aunque ha empezado mal tiene que acabar bien ¿Te duele? - Un poco, pero sobretodo me molesta. Entre dos camareros traían en una mesa de ruedas, la tarta nupcial de tres pisos. Una de crema, otra de chocolate y la última de nata. Uno de los camareros traía una espada para cortar la tarta, y se la ofreció a los novios. Nicolás y Sara estaban situados delante del gran pastel, y entre los dos mantenían la espada cogida y preparada para cortar la tarta. - ¡Vamos a cortarla bien! - Dijo Sara. La espada la mantenían en el centro de la tarta, y con un movimiento brusco que hace Nicolás, la mitad de la tarta cae al suelo, y se defiende. - ¡Es que no veo nada con este ojo! - Dijo sacudiendo la cabeza. Los invitados para animar a Nicolás, lo aplaudieron. Los camareros se dieron prisa a recoger la media tarta que se había esparcido en el suelo. Corría el cava a gusto de todos, y brindaron por los novios vitoreándolos varias veces.

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La madre de Sara hacía mucho rato que no hablaba, y era raro en ella, pero no iba a tardar en hacerlo, su comentario acerca de la tarta que había caído en el suelo. Sara estaba más tranquila, y se llevaba el tenedor con un trozo de pastel a la boca cuando… - ¡Uff! Ahora te irás dado cuenta con la clase de hombre que te has casado ¡Mira que te lo decía! - Dijo Mercedes lanzando un suspiro. Sara dejó el tenedor con el trocito de pastel en el plato, miró a su madre con reproche. - ¡Mamá por favor aquí no! ¿Por qué no dejas tranquilo de una vez a Nicolás? - ¡Tonta más que tonta! Con la de hombres que te han pretendido, y has ido a coger al más idiota ¡Cómo lo aguantarás tú! Nicolás oía que Sara y su madre estaban hablando, y acercó el oído para pillar alguna palabra, pues, sabía que su recién estrenada suegra le tenía manía desde el primer día que Sara lo presentó a la familia. Cómo no podía oír nada de lo que las dos decían, porque lo hacían por lo bajo, se atrevió a preguntarle a Sara. - ¿Qué le ocurre ahora a tu madre? - ¡Nada, no hay que hacerle caso, ya se le pasará! - Otra vez está contra mi ¿No es cierto? - ¡Que más da! ¿Crees que a mí me importa? Mercedes miró por delante de su hija y se encontró cara a cara con Nicolás. Él movió la cabeza recriminándole. Mercedes no lo soportó y… - Espero que a partir de ahora seas un hombre con cabeza. - ¿Qué le pasa a mi cabeza? - Le preguntó algo molesto. - ¿Que qué le pasa? ¡Ay hijo mío si yo te dijera todo lo que le pasa, y lo tontorrón que eres!

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- Señora, ¡no se meta más conmigo! ¿Cree que no me afecta de la manera en que me mira? ¡Me tiene manía por el sólo hecho de haberme casado con su hija! - ¡Estás en lo cierto! ¿Cómo iba yo a imaginarme que mi hija se iba a fijar en ti? Los dos hablaban alto, aunque había bastante murmullo de los invitados, podía llegar la conversación que tenían a los oídos de Marcela ¡Entonces, sí que se iba a armar! Sara tuvo que cortarlo para que no fuera más lejos. Ya habían dado las dos consuegras bastante escándalo. - Mamá ¡Quiero que te calles! Y que no vuelvas a decir más sandeces sobre Nicolás. Mercedes se sorprendió al escuchar a su hija del modo que le había hablado, y la miró de frente a punto de regañarle, pero Nicolás intervino con rapidez. - ¿Ha oído a su hija lo que le ha dicho? ¡No diga usted más sandeces! Marcela había advertido que algo ocurría con su hijo y con Mercedes. Lo miró, y levantó los hombros haciendo una mueca. - ¡Tranquila mamá que no pasa nada! Hablo con mi querida suegra. A Sara se le escapó la risa. Nicolás pasó su brazo izquierdo por los hombros de ella, y se dieron un beso en la boca. Marcela se quedó más tranquila, y sonreía de ver a su hijo que era feliz, y le preguntó. - ¿Te sigue doliendo el ojo? - Un poco, pero con el hielo que Sara me ha puesto, pronto se pasará. Marcela lo miraba con ternura, y sus ojos casi húmedos se posaron en los de Sara, y le dijo.

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- Cuida mucho de él, es muy bueno mi hijo, y todo lo que le pasa es por lo bueno que es. No tiene picardía, es lo más parecido a un niño ¿Lo harás? - Claro que sí Marcela, los dos cuidaremos el uno del otro. Marcela siguió preguntando. - ¿A qué hora sale esta noche el barco para Mallorca? - A las diez. Estoy nerviosa porque todavía tengo mucho que preparar, la maleta la tengo a medio hacer. - Nicolás ya la tiene hecha, se la he hecho yo - Dijo Marcela con orgullo. Nosotros nos vamos mañana a Italia, ya tengo ganas de llegar para encontrarme en mi casa. Nicolás sonrió. - ¿Has estado mal en la nuestra? - Le preguntó a su madre. - No hijo, hemos estado muy bien los seis días que llevamos, y hemos podido conocer Barcelona. - ¿Les ha gustado? - Preguntó Sara. - Si mucho, ya tenía yo ganas de conocer al navegante que está de pié, señalando con el dedo al mar donde se halla América… - ¡Es Colón mamá! - Dijo Nicolás. -Sí, eso es, no siempre me acuerdo - Repuso dirigiéndose a Sara - Creí que iríais de Luna de miel a Nápoles. Es lo más acertado, para los enamorados ¿Cuándo la llevarás? - Le preguntó a su hijo. - Para el año que viene, ya lo tenemos hablado. - Iréis a nuestra casa - Dijo Marcela a Sara - De esa manera no pagaréis hotel. Nicolás meneó la cabeza. Sara rió por lo bajo. El tiempo había pasado, y pronto serían las seis de la tarde. Nicolás tenía que volver al apartamento, y cambiarse de ropa, y Sara también.

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Los camareros iban quitando de las mesas las copas de champagne, y estaban sirviendo café y licores a quien lo pedía. Todos quedaron saciados de todo, y contentos.

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Nicolás y Sara llegaron a los apartamentos que ocupaban sus respectivos padres. Sólo les quedaban dos horas para que el barco saliera con destino a Mallorca. Habían decidido de ir en embarcación, porque era una ilusión que los dos tenían, y cuando supieron el día que iban a contraer matrimonio lo decidieron. Marcela se despedía de su hijo con lágrimas en los ojos. Era una mujer ruda, la vida la había hecho dura, y también bruta, pero tenía un gran corazón. Su marido Lucas era todo lo contrario, poco hablador, no le afectaba demasiado las cosas, lo tomaba todo con mucha tranquilidad, esto hacía que Marcela se pusiera nerviosa y se alterara, no soportaba ver a su marido pasivo ante alguna situación delicada. Nicolás le prometía a su madre abrazados los dos. - No te quedes triste que pronto nos volveremos a ver. - ¿Vendréis a Nápoles después de volver del viaje de novios? - No mamá, no he querido decir eso, te he prometido que el año que viene iremos, o quizás antes, pero seguro que un día pasaremos las vacaciones en casa. - ¡Un día! ¡Dentro de un año, de dos años! - Dijo haciendo espantos.

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- No lo sé mamá ¡No empieces a hacerme aquí el número! - ¿Cuándo te lo he hecho? Lucas la miraba con un movimiento de cabeza, y reservaba lo que pensaba. Marcela se giró hacia su marido y le dijo. - ¿Lucas has oído lo que me ha dicho tu hijo? Lucas tardó en responder. - ¿Por qué no admites de que eres una pesada? - ¿Me llamas a mí pesada? ¡Pero si yo no me meto nunca en nada! - ¡Ah, que tú no te metes nunca en nada! - Exclamó Lucas- Hoy he sentido vergüenza, y me hubiese metido debajo de la tierra. El espectáculo que has dado exigiendo cómo una loca a los invitados para que te dijeran quién había tirado el paquete de arroz a la cara de tu hijo. Marcela se puso en jarras con el ceño fruncido, y acercándose a Nicolás, cogió con su mano derecha los carrillos de su cara, tanto le apretaba que daba la impresión de que Nicolás estaba silbando. Se lo mostraba a su marido, y con rabia le dijo. - ¡Mira que ojo le han puesto a tu hijo en el día de su boda! ¿No es para alterarse? Vamos, que si cojo al que lo ha hecho, le pego un bofetón, y al restaurante no viene. Nicolás tenía con sus dos manos cogidas las de su madre, y estiraba para que le dejara la cara libre, le estaba causando dolor en las encías, hasta que por fin Nicolás estiró de la mano de su madre y se pudo liberar, y reclamó diciéndole. - Entre tú y ese niño me estáis dejando la cara que ni Sara me va a reconocer. Marcela volvió a ponerse de nuevo en jarras, y dirigiéndose a su hijo con descaro, le dijo.

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- ¡Así es que! ¿Sabías quién ha sido el gracioso que lo ha hecho? - Sí mamá, me di cuenta en el restaurante, es un niño. - ¡Pues si yo lo llego a saber! Hablo con sus padres y les digo la clase de hijo que tienen. - Lo hizo porqué se le ocurrió ¿No hice yo de niño travesuras? - Sí muchas, pero no cómo esa. Lucas intervino riéndose. - Las hacía mucho peores. - Mira el espabilado - Sugirió Marcela mirando a su marido - ¿Qué es lo que Nicolás hizo de malo cuando era niño? - ¡Uff! Si empiezo no acabo - Respondió riéndose aún más. - ¡Empieza por una, listo! - Dijo Marcela. - ¿Quieres que te recuerde una? - Si. - Acababa de cumplir los tres años, era más malo que el demonio ¿No recuerdas un día que metió la cabeza por entre los barrotes del balcón, y no la podía sacar? Estaba agarrado con sus manecitas en los otros barrotes, y gritaba pataleando con la cara roja como una fresa. Desesperada me llamaste al trabajo, fui lo más pronto que pude con mi hermano, y entre los dos abrimos con fuerza los dos barrotes, y tú estiraste de él ¿Lo habías olvidado? - No ¡pero es que era un niño de tres años! Nicolás recordaba esa hazaña, puesto que lo paso muy mal, y se le quedó marcado, y dijo. - ¡Todavía me acuerdo! Lucas siguió diciendo. - ¿Quieres que te recuerde otra más?

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- Hoy por lo visto quieres echarme abajo ¿Te apetece contar otra más? - Sí, pues, hay muchas, tantas que no acabaría de contarlas hoy. Es para que veas que los niños hacen muchas travesuras. Nicolás no podía más. - Tengo que irme, hay poco tiempo, Sara me está esperando, y tengo que ir a recogerla en un taxi. Guardar todas esas historias para cuando vayamos a Nápoles contárnosla. - Espera hijo - Dijo Lucas - Sólo una más, que más tarde me hizo mucha gracia ¡Qué revoltoso eras! - Venga, date prisa a contarla - Dijo Nicolás cerrando su maleta. - Aquí tenías seis años, y seguías igual o peor de travieso, tu madre iba con mucho cuidado contigo, miraba antes que tú a donde pisabas. Al final de la calle donde vivíamos, empezaba un paseo para que no entraran coches, habían clavadas en el suelo, dos bolas grandes de hierro. Íbamos paseando tranquilos, tú en medio de tu madre y mío, te llevábamos cogido de la mano, y al llegar a esas dos enormes bolas, no se te ocurre otra cosa que pegarle una patada a una. Empezaste a dar gritos de dolor, pues no podías poner el pie en el suelo. Me agaché rápidamente, y te quité la sandalia, te habías roto el dedo gordo. De allí te llevamos al hospital, tuviste el pie escayolado un mes. Marcela seguía a su marido moviendo la cabeza. - ¡Era un niño! - Le volvió a repetir. - ¡Pues claro que lo era! - Le respondió su marido - También el que le ha tirado el paquete de arroz. Nicolás había puesto la maleta y una bolsa de viaje en la entrada de la puerta, ya sólo quedaba despedirse de sus padres y de su prima, que había estado todo el rato

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atenta y callada, escuchando las travesuras de él siendo niño. Marcela estaba abrazada al cuello de su hijo, con lágrimas en los ojos. Ellos volvían a Nápoles al día siguiente, y la llave del piso se la entregarían al portero. - Cuídate mucho hijo mío, ahora te espera una nueva vida, un mundo para descubrir. Lucas advirtió. - Descuélgate del cuello de tu hijo, pues, va a llegar tarde, sólo queda una hora y cuarto para la salida del barco. En esos instantes suena el móvil de Nicolás. Su madre se descuelga de su cuello y Nicolás le advierte - Es Sara. - Cariño llego enseguida - Dijo Nicolás respondiendo a la llamada. - Hace rato que tenías que haber estado aquí ¡Vamos a perder el barco! - Nada de eso, en diez minutos, me planto ahí. - ¡Bueno, no tardes más tiempo! Te quiero. - Y yo mucho más a ti - Dijo por último Nicolás. Tuvo que salir corriendo del piso, pues su madre no lo dejaba irse, lo quería tener abrazado. Sara esperaba en la cancela junto a sus padres, que les daba consejos para que se mantuviera bien, y para que no le pasara ni una a Nicolás. Los dos iban en el taxi y liberados de la familia, eran felices, y sobretodo se amaban. El camarote tenía lo necesario para pasar la noche. Le habían designado uno con dos camas literas. Sara se quedó con la de abajo, y Nicolás con la de arriba. Después de dejar el equipaje, y mirar si de nada faltara en el pequeño aposento salieron a cubierta. Hacía una noche espléndida, con el cielo repleto de estrellas, y la

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luna blanca. Era un paisaje maravilloso, parecía que lo hubiesen preparado para los recién casados, el mar permanecía tranquilo, Se podía oír las olas cómo rompían en los laterales del trasbordador, y la luna reflejándose en el mar, era lo más parecido a una luna de miel. Sara lucía un vestido fino de hilo, verde agua, con escote redondo, sin mangas, y de largo hasta las rodillas. Calzaba zapatos a correillas de medio tacón. El peinado era el mismo que había lucido por la mañana para casarse. Nicolás la tenía cogida con su brazo derecho cogiéndole la cintura, la cabeza junta a la de ella, mirando el surco de agua que iba dejando el barco. Le susurraba al oído frases bonitas, y llenas de amor. Vestía un pantalón gris claro de un tisú fino, y camisa azul cielo de manga corta. Al mismo tiempo que los dos se decían frases tiernas, Nicolás pensaba - Tengo que portarme lo mejor posible, y ser responsable en todo lo que decida hacer. Sara merece ser feliz, y lo conseguiré. Una voz se oyó tras de ellos. - ¡Qué! ¿Recién casados? - Provenía de un hombre solitario que no cesaba de mirarlos al mismo tiempo que sonreía. Nicolás se giró. No conocía a ese hombre de media estatura, y de aproximadamente cincuenta años. Sara se giró después, no le hacía gracia de que alguien viniese a estropearles el rato que quisieran estar en cubierta. Habían elegido la cola del barco, porque no había nadie, y estarían tranquilos. - ¿Por qué sabe que somos recién casados? - Le preguntó Nicolás, todavía la mitad girado, y sin soltar la cintura de Sara. - ¡Hombre eso se nota! - Respondió el extraño.

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Sara miraba el surco que iba dejando el agua arrastrada por el barco. - ¿En qué lo ha notado? - Le preguntó Nicolás poniendo interés en las palabras de este hombre, que vestía con pantalón vaquero, y camisa a cuadros. Se agarró la barbilla con la mano derecha, y sonrió al mismo tiempo que le guiñaba un ojo. - ¡Se nota amigo se nota! ¿Se han casado hoy? - ¿Cómo lo sabe? - Preguntó Nicolás impresionado. - ¡Uno que tiene vista! Me voy fijando en todo. - ¡Qué pesado! - Susurró Sara que seguía mirando al agua. - ¿Se ha dado cuenta de cómo nos queremos? Ella es Sara mi mujer, y yo me llamo Nicolás - Dijo extendiendo la mano al desconocido. - Encantado, mi nombre es Anselmo ¡Tu mujer no quiere tratos con extraños! - Le apuntó. - Está cansada, hemos tenido un día bastante ajetreado ¡Ya sabe cuando uno se casa! - Yo no lo sé, pues, todavía permanezco soltero, no he encontrado una mujer que me quiera - Respondió con ironía. - ¡Ah! Pues no sabe lo que se pierde. Hoy es el primer día de casados, y somos súper felices, y estoy seguro que lo seremos hasta el resto de nuestras vidas. Anselmo se acercó más a Nicolás, y se apoyó en la baranda del barco. Con la luz de la luna podían verse perfectamente los rostros, se echó hacia delante para encontrar al de Sara, Ante este gesto ella lo miró. - ¡Buenas noches señora! - Saludó Anselmo. Sara asintió con una sonrisa a medias. - ¿Van a Mallorca de luna de miel? - Sí, hemos elegido ese lugar - Dijo Nicolás. - ¿Estarán una semana?

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- ¡Quince días, qué menos! Sara pegó con su brazo izquierdo en el costado derecho de Nicolás. Él la miró sorprendido y le hizo un ademán con la cara, que era lo que quería. Sara puso su índice en la boca, diciéndole - Que se callara. Nicolás no sabía que hacer en esos instantes, y agarrándose al hierro de la baranda, empezó a balancearse hacia delante y hacia atrás. Anselmo había advertido lo ocurrido ¡Menudo era! Y cambio de tema. - ¿Han cenado? - Preguntó Anselmo. - No, pues, hemos comido mucho al mediodía en el restaurante donde se ha celebrado nuestra boda - Respondió Nicolás. - Bueno, pero de eso hace bastantes horas. El restaurante del barco está abierto y se come muy bien ¿Qué os parece si os invito yo? Nicolás no lo encontró apropiado, un hombre que no conocía de nada ¿Por qué iba a querer invitarlos? Sara miró a Nicolás y negó con la cabeza. - No gracias, mi mujer no tiene ganas de cenar, y yo tampoco, ya le he dicho antes que al mediodía hemos comido demasiado. - No quiero hacerme pesado, pero es que me apetece obsequiarlos con una cena, por el solo hecho de ser el primer día que están casados. Nicolás estaba medio convencido, e incluso agradecido por la atención gentil de ese hombre amable y sencillo. Tuvo que convencer a Sara, que seguía sin querer aceptar la invitación. Pero por no desairar a Nicolás que estaba animado, accedió. Llegaron al interior del barco y se dirigieron al restaurante. Nicolás no llevaba dinero encima, se había

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dejado en el camarote la cartera y dentro la tarjeta de visa, no lo necesitaba puesto que el gentil Anselmo correría con todos los gastos de la cena. El comedor estaba bastante iluminado. Las mesas redondas pero no muy grandes, cabían como máximo cuatro personas. El camarero vestido de esmoquin, camisa blanca y pajarita negra, los zapatos brillantes de charol, hacía una silueta limpia y perfecta. Llevaba en la mano tres cartas de menú, y dio a cada uno, una. En el menú había platos exquisitos, con precios para chillar. Anselmo animaba a Sara y a Nicolás a que pidieran, lo que más les gustaran. Sara veía extraño que un hombre vestido de lo más corriente, y de cultura más bien baja, tuviese tanto dinero, cómo para pagar tres cenas, y acompañadas con champagne. Anselmo estaba pidiendo a lo grande, y animaba a los recién casados que hicieran lo mismo. Estaban allí sin saber porqué, quizá a causa de Nicolás, que lo convencían fácilmente para cualquier cosa. El camarero esperaba con la libreta y el bolígrafo en las manos para apuntar lo que Sara y Nicolás iban a pedir. Pues, Anselmo había decidido, gambas a la plancha, y de segundo, cordero al horno, acompañado con verduras frescas. Nicolás pensaba - Le va a costar esta cena un pastón - Nicolás pidió por pedir porque hambre no tenía, y se decidió por algo ligero, una crema de calabacín, y dos huevos en tortilla. Sara seguía mirando el menú, y al final pidió lo mismo que Nicolás.

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El camarero había destapado el champagne, y sirvió las tres copas. Anselmo levanto su copa haciendo un brindis por los recién casados. - Brindo por vosotros, para que todo os vaya bien en la vida. - Gracias - Respondieron al mismo tiempo Nicolás y Sara, e hicieron sonar las copas. Anselmo nada más dejar la copa sobre la mesa le preguntó a Nicolás señalándole con el dedo índice su mejilla. - ¿Qué es ese morado que tienes ahí? - No es nada, no tiene importancia. - ¿Le has zurrado? - Le preguntó a Sara medio en broma. - ¡Por supuesto que no! - Respondió algo seria. - No te habrás molestado porque haya opinado ¿no? Nicolás intervino, dirigiéndose a Sara. - Ha sido un niño - Dijo él, mientras que daba un sorbo en la copa de champagne. - ¿Un niño te ha hecho eso? ¿Te pegas con los más pequeños? Nicolás negó con la cabeza. El camarero traía los primeros platos. A Anselmo se le llenaron los ojos al mirar el plato de gambas humeantes. Sin pérdida de tiempo se dispuso a pelar la primera, mientras que le iba quitando la piel, la boca se le iba haciendo agua. La metió en la boca, y no la masticó, la devoró, y antes de tragarla había pelado otra. Sara advirtió que algo iba mal, la compostura de Anselmo no era la correcta. Por la manera que comía y que bebía champagne, hacía ver claramente que debía llevar varios días que no comía. Nicolás sin embargo no se fijaba en los detalles de los demás, y hundió la cuchara en el bol de crema de calabacín, y se la llevó a la boca.

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Anselmo chupaba sus dedos, y seguía pelando gambas. En un minuto de descanso, miró a Nicolás y le preguntó. - ¿Ese acento que tienes de donde es? ¡Tú no eres español! - Soy de Nápoles. - ¡Ah! Italiano. - Sí. - En Italia hay muchas mujeres guapas ¿Cómo es que has venido aquí para enamorarte de una española? - Cosas que pasan o, el destino, pero me quedé prendado en el momento de conocer a Sara. Sentí que mi corazón me latía aprisa - Dijo mirando a Sara, y cogiéndole la mano con la suya. Sara iba comiendo lentamente a cucharadas la crema de calabacín, sin dejar de observar a Anselmo, que cada vez parecía tener más hambre. El plato de gambas se las había acabado y seguía chupando los dedos y saboreándolos. - ¿En qué camarote estáis? - Preguntó Anselmo. Nicolás se adelantó. - En el número seis. - Creo que está en la cabeza del barco ¿Resistís bien los mareos? - Preguntó mirando el plato de cordero al horno que el camarero dejaba delante de él. - Es la primera vez que viajamos en barco - Respondió Nicolás - Hasta que no estemos dentro del camarote no lo sabremos. A Sara y a Nicolás les había costado terminar de comerse la tortilla, y miraban atónitos cómo Anselmo mordía los filos más pequeños que seguían pegados al hueso del cordero. Y con gran sorpresa vieron cuando se acercó el camarero, que le pedía otro plato de cordero. - ¿Tanto va usted a cenar? - Le pregunto Sara.

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- Sí, todavía tengo sitio - Respondió con evasión - Es que no he comido nada hoy, pues, no he tenido tiempo. - ¿Qué camarote tiene usted? - Siguió preguntándole Sara. -El número ocho, estoy algo más lejos que ustedes, de la cabeza del barco. Anselmo siguió comiendo cordero a boca llena. Sara consultó su reloj, que marcaba, las veintitrés horas y treinta minutos. Acercó su muñeca a la cara de Nicolás, para que viera la hora que era. Nicolás levantó los hombros en actitud de darle igual. Sara replicó. - Voy al camerino, necesito sacar ropa de la maleta ¿Vienes conmigo? - ¡Cariño, no voy a dejar sólo a Anselmo! ¿Vas a tardar mucho? Anselmo se terminaba de comer con rapidez el trozo de cordero, y le hizo una señal al camarero para que se acercara. Cuando estuvo junto a la mesa, Anselmo le pidió que trajera la cuenta. Tardó diez minutos el camarero en llevar la nota de la cena. Anselmo le echó una ojeada a los números, y dijo para que se oyera - Ciento treinta euros- Echó mano al bolsillo de atrás del pantalón vaquero, buscando la cartera, y cómo no lo encontraba, buscó en los dos bolsillos delanteros. No había pesquisas de encontrar la cartera. Se puso en pie, palpando con las manos abiertas, todos los bolsillos que le quedaba por mirar. Nicolás y Sara lo miraban extrañados, y el camarero no le quitaba ojo de encima. - ¿Cómo es que no encuentro mi cartera? - Dijo con cara de circunstancias - ¡Me la habrán robado! El camarero se acercó a la mesa y le preguntó. - Señor ¿Ha perdido algo?

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- La cartera que no la encuentro - Respondió mirando a los tres, mientras que seguía tocando su cuerpo, alarmado. - ¿Está seguro que la traía a bordo? - Dijo el camarero. - ¡Pues claro! ¿Qué está usted insinuando? - Perdone señor, pero sólo hace hora y media que hemos zarpado, y en ese tiempo… ¿No la habrá perdido en otro lugar? ¿Quizá antes de subir al barco? Anselmo respiró profundamente, y su rostro congestionado se volvió más suave y normal. -Si, tiene usted razón, la he debido perder cuando corría para no perderlo. Nicolás y Sara se miraron. Ella le hizo un reproche meneando la cabeza. Nicolás se encogió de hombros con mirada inocente. El camarero seguía de pie esperando que el coste de la cena lo depositaran dentro de la bandejita con la cuenta. - Mi intención era invitaros - Replicó Anselmo - Pero no ha podido ser ¡La próxima vez será, os lo prometo! El camarero empezaba a impacientarse. - ¿Quién va a pagar esta cena? Nicolás levantó el dedo índice de su mano derecha, y respondió. - Yo, pero necesito ir al camarote, y pagaré con tarjeta ¿Vale? - Sí, me da igual que pague con tarjeta o en efectivo ¿Qué camarote tienen? - El número seis. - ¿Y su amigo? - El ocho ¿No es el número ocho? - Se dirigió preguntándole a Anselmo - Él no respondió y se limitó a afirmar con la cabeza. Nicolás salió del restaurante a paso ligero, y se dirigió al camarote, introdujo la llave en la cerradura con

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mano temblorosa y torpe. Se echaba la culpa de todo lo ocurrido. Se guiaba demasiado de sus buenos sentimientos, y pensaba poco. Tenía que prestar más atención a la intuición femenina, y si le hubiese hecho caso a Sara, no habrían sido timados por ese tal Anselmo, y quizá, tampoco se llamaría así. Lo sentía sobretodo por ella. Era el primer día de casados y ya empezaba a crearle problemas. Quería hacerlo todo lo mejor posible, pero no sabía porqué no era así. Buscó su cartera en el bolsillo interior de su americana, que la había dejado encima de la litera de arriba. Cuando la tuvo en la mano, salió del camarote, y fue rápidamente al restaurante. Los clientes que había ya se habían marchado, y sólo quedaban Sara, Anselmo y el camarero que todavía seguía junto a ellos esperando. Nicolás abrió su cartera, y extrajo la tarjeta, y su carnet de identidad, y se la entregó al camarero, amablemente la cogió, y fue en dirección de la barra que también estaba la caja. Para Sara había sido un día agotador, y lo que deseaba era irse a descansar. Ya nada tenía remedio, y sólo quedaba olvidar. Anselmo seguía pegado a Nicolás cómo si de una lapa se tratara. Era un hombre de mundo, y se las sabía todas, en Nicolás había visto la poca maldad que tenía, y su inocencia. Era una presa fácil para él, de quién tenía que tener más cuidado era de Sara su mujer, que ya desde un principio lo había captado. Anselmo era un hombre descarado, y tras la sonrisa que mostraba y la labia que lo acompañaba, iba haciendo víctimas por donde iba pasando. Nadie podía pensar que ese hombre amable y risueño podría ser la pesadilla de quien se lo encontrara.

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Sara estiró del brazo de Nicolás queriéndoselo llevar al camarote, pues, si seguía mucho tiempo más junto a Anselmo, iban a tener graves consecuencias. - Nicolás vamos a dormir, no me tengo de pie, y los ojos se me cierran. - ¡Haz caso a tu mujer que sabe lo que quiere! - Replicó Anselmo con su habitual sonrisa, mientras daba una palmada en la espalda de Nicolás - Además es vuestra primera noche de casados. Nicolás quería estar a solas con Sara, pero su carácter indeciso y algo apocado, hacía que no pudiese quitarse de encima al pesado de Anselmo. En el camarote Sara había sacado de su maleta un picardía color rojo pasión. Trataba de impresionar al distraído Nicolás que sólo estaba pendiente de su estómago y de su cabeza, en ese aposento tan reducido le empezó a faltar oxígeno, y se mareaba, necesitaba coger aire y abrió la ventanita ojo de buey, y sacó la cabeza. El mareo le vino de súbito, y los vómitos también, arrojaba por la boca la comida del medio día y lo que había cenado también. El balanceo del barco le había levantado un terrible dolor de cabeza, y un dolor tremendo en el estómago. Sara se hallaba detrás de él, con el picardía puesto, y sin saber qué hacer, pues, los vómitos seguían y parecía que cada vez iban en aumento. Sara lo llamaba a gritos para ver de qué manera lo podía ayudar. Se miró el picardía y musitó. - ¡Qué hago yo con esto puesto! Se lo quitó, y se volvió a vestir cómo estaba. Agarró a Nicolás por el borde de los pantalones, y estiró de él hacia atrás, y le preguntó. - Cariño ¿Qué te ocurre?

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Nicolás hacía por responderle, y cuando intentaba sacar la cabeza del ojo de buey, volvían de nuevo las arcadas, y seguía arrojando. - ¿Cariño llamo a un médico? A bordo tiene que haber uno. Nicolás negaba con la mano derecha, pues no podía sacar la cabeza para responderle a Sara. Ella lo soltó del pantalón y salió del camarote, no sabía a quién dirigirse ni qué hacer. En el pasillo no había nadie, y todo estaba en silencio. Iba aprisa para salir fuera, y al pasar por delante del camarote número ocho, pensó en Anselmo, quizá él los pudiese ayudar, era un hombre con desparpajo, y sabía mucho sobre muchas cosas y situaciones. Se paró delante de la puerta, estuvo unos segundos pensándolo, y al final se decidió a llamar dos veces con la mano. Cómo nadie respondía llamó tres veces más. Y a los pocos segundos, la puerta se abrió. Delante había un hombre de aproximadamente sesenta años, en pijama azul, alto y algo grueso, con la cara roja, y los ojos medio cerrados por el sueño. - ¿Qué quiere señora? - Preguntó. - Perdone que lo haya molestado - Dijo Sara excusándose - ¿Haría el favor de decirle a Anselmo, que salga un momento? El hombre frotó los ojos con las yemas de los dedos, y con el entrecejo fruncido repitió. - ¿Dice usted que llame a Anselmo? - Sí por favor. - ¡Oiga! ¿No me habrá hecho levantar para una tontería? - No señor - Respondió Sara algo retraída. - ¿Quién es ese tal Anselmo? -Un señor que hemos conocido esta noche, y nos ha comentado, que ocupaba el camarote número ocho.

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- Aquí sólo estamos mi esposa y yo. No sé quien es ese tal Anselmo. Sara quiso aclarar la situación. - Vera, mi marido se encuentra indispuesto, el movimiento del barco le está causando vómitos y mareos, y he salido del camarote para pedir ayuda. - ¡Ah! Bueno ¿Y usted creía que su amigo Anselmo dormía aquí? - No es nuestro amigo, ya le he dicho antes, que lo acabamos de conocer. - ¿Ha mirado en cubierta para ver si se encuentra allí? O quizá esté durmiendo en los sillones del salón. Sara se quedó pensando unos instantes - Era posible de que Anselmo los hubiera también engañado con el camarote. - Puede ser - Respondió Sara - Perdone por haberlo molestado. - No se preocupe, pero yo le aconsejo de que hable con un empleado, él, sabrá qué hacer. Sara lo pensó mejor y volvió al camarote, tenía que ver cómo seguía Nicolás. La puerta seguía entornada como ella la había dejado. Abrió empujando con la mano, y se encontró a Nicolás sentado en el suelo, con la espalda pegada a la pared, y con las manos sujetándose el estómago. Sara se acercó, y poniéndose en cuclillas le preguntó. - ¿Cómo te encuentras? - Mareado, no puedo ponerme en pie, pues, pierdo el equilibrio ¿A dónde has estado? - He ido a buscar ayuda. - ¿Y bien? - No he visto a nadie. Pensé en Anselmo, y he llamado en el camerino número ocho. Ha salido un señor que estaba

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acompañado de su esposa. Y me ha dicho, que no conoce a ese tal Anselmo. - No importa, ya me encuentro mejor. - ¿Quieres que te deje la litera de abajo y yo me quedo en la de arriba? - No. Me quedo aquí sentado toda la noche, debajo del ojo de buey, lo prefiero así ¿Qué hora es? Sara consultó su reloj de pulsera. - Es la una y veinticinco minutos. - Ya tengo ganas de que amanezca, y de que este barco llegue a Mallorca. Sara se sentó junto a Nicolás, y atrajo su cabeza al hombro de ella, y le acariciaba la cara. Ella no estaba mareada, pero también le molestaba y no la dejaba dormir el ruido del agua dando en la cabeza del barco, cómo un látigo pegando fuerte. Al amanecer seguían sentados en el suelo. Sara dormía en el hombro de Nicolás, y él, se había dormido con la cabeza hacia atrás en la pared. Habían pasado dos horas, y los rayos del sol entraban por el ojo de buey. Nicolás se había restablecido aunque el semblante algo pálido hacia ver, que el viaje no le fue demasiado bien. Dejaron las maletas preparadas junto con todo el equipaje. Pues, habían anunciado que en media hora desembarcaban. Dentro del barco había mucho ajetreo con los pasajeros, que una gran parte se habían agrupado cerca de las salidas. Nicolás y Sara habían cogido asiento en las butacas del salón. Las maletas y todo el resto del equipaje, lo habían dejado en el suelo junto a ellos. ¡De súbito, alguien se colocó frente a ellos haciendo el pino!

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- ¡Hombre! ¡Pero si son los recién casados! Sara levantó la vista, y allí estaba Anselmo con su sonrisa habitual. Nicolás le echó una mirada con mala gana. Giró la cara y miró a Sara, y comentó algo que no tenía nada que ver con la presencia de Anselmo, que seguía de pie con sonrisa irónica. Volvió a decir. - ¡Amigo, tienes mala cara! ¿Tan mal se ha portado contigo esta noche tu mujer? Nicolás lo miró de frente. - Y tu ¿A cuantos has engañado? ¿Te parece bonito ir por la vida de esa manera? - Amigo, no seas así - Respondió Anselmo con la voz de no haber roto un plato - Para que veas que soy mejor de lo que tú piensas, os voy a llevar a un hotel donde estaréis mejor que en otro sitio. Sara trataba de mantener la calma. No hacía caso a las palabras inútiles de ese farsante que iba engañando a personas buenas y honestas. - Tenemos hotel - Dijo Sara - No necesitamos que nos ayude más ¿A dónde ha pasado usted la noche? La mirada de Anselmo era perspicaz, y rápidamente captó la pregunta. - En el camerino que me asignaron - Respondió. - ¿El número ocho? - Dijo Sara sonriendo. Nicolás esperaba a que respondiera, con la boca entreabierta, y la sonrisa en los labios. - Resulta que el número lo había visto mal, y más tarde lo volví a mirar, y resulta que era el tres. - ¡Qué casualidad! - Dijo Nicolás. - Anselmo ¿Por qué va diciendo cosas que no son? - Argumentó Sara - ¿Desde cuando hace usted esto? Anselmo se rasco la cabeza, y miró hacia otro sitio disimulando, y sin perder la sonrisa preguntó.

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- ¿A qué se está refiriendo? - Demasiado lo sabe. - ¿Me habla de esa manera porque he perdido o me han robado la cartera? - Nadie le ha robado nada, ni tampoco la ha perdido. - ¿Ah no? - No - Respondió Sara tajantemente. - ¡Y tu me crees! - Le preguntó a Nicolás. - A partir de ahora voy a creer en lo que crea mi mujer, de esa manera no voy a meter la pata. El barco se había parado, y las puertas las estaban abriendo. Había un gran murmullo a cuenta de los pasajeros que se disponían a salir. Ni corto ni perezoso Anselmo se hizo de la maleta de Sara, alegando. - Señora, déjeme que se la lleve hasta que cojan un taxi ¿A donde van exactamente? - A Palma nova - Dijo Nicolás sin pensar en ninguna otra consecuencia. Sara estiró de la maleta para quitársela de las manos de Anselmo. - ¡Démela! - Decía muy seria, no quiero que me ayude, lo puedo hacer yo sola. - ¡Encima que me presto a ayudar a una señora no me lo agradece! Sara seguía estirando de la maleta, pero sin resultados. Anselmo la tenía bien cogida, y no la soltaba por nada. Nicolás miraba pasivo lo que sucedía, y sin darle importancia le aconsejó a Sara. - Cariño, déjalo que te ayude, lo hace para quitarte peso. Anselmo sonriendo asintió con la cabeza. - ¿Quieres que se meta dentro de nuestra cama? - Replicó Sara algo enfadada.

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- ¿Por qué dices eso? - ¿No te das cuenta que lo que quiere es que lo llevemos al hotel y esté con nosotros? - Decía Sara sin dejar de estirar de la maleta, y también de su neceser, que lo había cogido Anselmo con la otra mano. - ¡Venga señora no se ponga usted así! Cuando cojan un taxi los dejo ¿De acuerdo? - ¿Anselmo lo único que quiere es ayudarte? - Dijo Nicolás siguiendo la cola de gente para salir. - ¡Nicolás, espérame! - Pidió Sara dando un grito. Nicolás se dio la vuelta y la miró, movió la cabeza porque todavía seguía la lucha queriéndole quitar su equipaje a Anselmo. - ¡Deja de una vez que te ayude! ¿Qué hay de malo en eso? ¡Date prisa que la gente ya está saliendo! Anselmo llevaba una sonrisa triunfal en la boca. Nicolás iba delante cómo a tres metros de Sara. Ella no tuvo más remedio que dejar que Anselmo le llevara el equipaje, pero sabía que les iba a costar caro, pues esta vez no sabía por donde saldría la astucia del listo de Anselmo, que lo que buscaba era vivir a costa de los demás. Sara se dio por vencida, y dejó su equipaje en manos del astuto vividor. Fuera del puerto habían todos los taxis que se quisieran. Los viajeros se agolpaban para coger uno, cómo si no hubiera suficientes. Anselmo que tenía ojo de águila, rápidamente saltó sobre uno, sobretodo lo hacía para impresionar al inocente de Nicolás y cogiera confianza. Sobradamente sabía que con Sara no iba a poder. Ella desde el primer instante que lo vio, advirtió que algo buscaba, y que con ella no iba a conseguir nada. En Nicolás era donde tenía todo su potencial, era hombre, y

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buscaba compañía de otro hombre cómo amigo. También era joven y recién casado, no tenía experiencia de la vida, Nicolás era un punto blanco para él. El taxista cogió las dos maletas, y dos bolsas de viaje, y las introdujo dentro del cofre del coche, y lo cerró. Anselmo se había sentado al lado del conductor, y Nicolás y Sara en los asientos de atrás. Nicolás no reaccionaba, fue Sara que le dio un codazo, y le señaló con la cabeza donde Anselmo se había sentado. Nicolás levantó los hombros, e hizo una mueca con la boca no dándole importancia. El taxista se había colocado delante del volante, y dirigiéndose a Anselmo, le preguntó. - ¿A dónde los llevo? - A Palma nova - Respondió Sara miró a Nicolás y con el ceño fruncido le replicó a media voz. - ¡Qué cara más dura tiene! - ¿Por qué le das importancia a estas cosas? ¡No tiene nada de malo que nos quiera ayudar! - ¡Es que no nos está ayudando! - Tranquilízate cariño, hemos pasado una noche mala, llegaremos pronto al hotel y podrás descansar. Tan enfurecida estaba Sara que no se pudo contener y le propinó a Nicolás una patada en la pierna, él dio un grito de dolor. - ¿Por qué lo has hecho? - Le preguntó tocándose el lado dolorido. Sara no respondió, se limitó a no mirarlo. Nicolás la observaba sin entender muy bien lo que estaba pasando. Anselmo que no se perdía una, miraba por el rabillo del ojo lo que pasaba entre el matrimonio. Y cómo si nada sucediera rodeó la cabeza y le preguntó a Nicolás. - ¿A qué hotel vamos?

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Nicolás no se atrevía a hablar. Miraba a Sara que seguía enfadada y mirando por la ventanilla del coche, cómo si fuera ella sola quien viajara. Anselmo seguía esperando la respuesta, y volvió a preguntarle de nuevo. - ¡A qué hotel vamos! El taxista lo miró extrañado, y le preguntó. - ¿No lo sabe usted? Antes de que Anselmo respondiera, Sara le indicó al taxista bastante excitada. - ¡Por favor, pare aquí! - ¿Qué dice señora? - Preguntó el taxista mirándola por el retrovisor. - ¡Le he dicho que pare! - ¡Aún falta para llegar a Palma Nova! - ¡Pare de una vez! - Le gritó. - Vale señora, pero no se enfade. Anselmo se dio la vuelta y miró de frente a Nicolás, y le dijo. - ¿No tienes tú nada qué decir? El taxista había parado a un lado del andén. Sara dirigiéndose a Anselmo le dijo con autoridad. - ¡Salga del coche! - ¡Nicolás di tú algo! - Dijo Anselmo con la cara descompuesta. Nicolás se había quedado mudo. El taxista, se quedó sorprendido, y mirando fijamente a Sara le preguntó. - ¿Dice, que este señor baje del coche? - ¡Sí, inmediatamente! - ¿No viaja con ustedes? - No. - ¡A ver que yo me entere! ¿No han subido los tres juntos?

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- Sí, pero a este señor no lo conocemos - Dijo Sara. - ¿Cómo? - Exclamó el taxista -¿Dice que no lo conocen de nada y lo han dejado que se suba en el coche? Anselmo intervino rápidamente. - Ella no, pero él, es mi amigo ¡Díselo tú Nicolás! Nicolás seguía con los labios pegados. Sara le dio un codazo y le dijo. - ¡Respóndele! ¿Es tu amigo? ¡Vamos, no te cortes! El taxista esperaba la respuesta de Nicolás, aunque tal cómo Sara estaba, comprendió que había un mal entendido, y que ese individuo tendría que salir del coche. - Lo siento mucho Anselmo - Dijo Nicolás - Pero mi mujer no quiere que nos acompañes. Además, sólo hace unas horas que nos conocemos. - ¿Sólo hace unas horas que se conocen? - Dijo extrañado el taxista - Entonces ¿No son amigos? - No - Respondió Nicolás. - ¿Por qué lo han dejado subir en el taxi? ¿O es que va al mismo sitio que ustedes? Anselmo se puso a implorarle a Nicolás. - ¡Amigo, no tengo a donde ir! No seré una molestia para vosotros, os lo aseguro. - Si no lo veo no lo creo - Replicó el taxista. Y dirigiéndose a Anselmo le dijo dándole un consejo. - Hombre, es usted joven todavía, haga su vida ¿Por qué hace esto? Anselmo imploraba de rodillas en el asiento. - ¡Por favor Nicolás, dile a este hombre que no me eche del taxi! Quiero ir hasta Palma nova, y allí, me separo de vosotros, os lo prometo. Nicolás miró a Sara, que permanecía pasiva. El taxista dio su opinión.

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- No me parece mal lo que pide. Lo podemos llevar a Palma nova, y después que coja su camino. - Por mi sí - Dijo Nicolás - Pero mi mujer no cree en lo que dice. - ¡Pero si apenas lo conocen! ¡Cómo puede pensar que no dice la verdad! Señora ¿Realmente quiere usted que dejemos a este hombre tirado en la carretera? - Si cumple lo que ha dicho, puede venir, pero si lo que está es mintiendo, yo misma me encargaré de que se aleje de nosotros. - Es razonable lo que dice ¿Su marido no la apoya? Sara se encogió de hombros. - Vaya plan, y vaya historia - Dijo el taxista - ¿Qué arrancamos? - Sí, vayamos al sitio de destino - Respondió Sara. - No me han dicho a qué Hotel van. - Hotel Sol Cala Blanca - Dijo Nicolás, echó el brazo por los hombros de Sara, y la atrajo hacia él. La besó en la mejilla, y le dijo al oído unas frases hermosas de amor. El taxista los iba observando por el retrovisor, y sonriendo, les preguntó. - Hace mucho tiempo que están casados ¿No es cierto? - Veinticuatro horas - Dijo Nicolás orgulloso. - ¡Enhorabuena! Felicitó el taxista - ¡Tienes una mujer guapa a ver si la sabes hacer feliz y la sabes conservar! - Ella y yo, para toda la vida. Para eso nos hemos casado -Confirmó Nicolás. Anselmo iba en el asiento quieto y callado, no se atrevía ni a girar la cabeza. Había apercibido que Sara cumpliría su palabra, y tenía que guardar la distancia.

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El taxista los dejó delante del hotel, y les deseó una feliz estancia antes de arrancar el coche y marcharse. Anselmo había cogido dos maletas que el taxista dejó en el suelo, y se disponía a entrar al hotel. Sara se adelantó poniéndose delante con los brazos en cruz impidiendo la entrada. - Un trato es un trato - Dijo Sara - Prometió dentro del taxi que cuando llegáramos al hotel, usted desaparecería, quiero ver cómo desaparece delante de mis ojos. Anselmo depositó en el suelo las dos maletas, lo hacía con mucha calma. Metió la mano en el bolsillo derecho de su pantalón, y sacó un pañuelo blanco, pero que había perdido el color, por lo desgastado que estaba. Lo abrió, y se estuvo quitando la sudor de la frente y la del cuello. Nicolás venía cargado con las dos bolsas de viaje, y se paró junto a Anselmo, y delante de Sara. En sus labios mantenía una sonrisa casi infantil. Él no veía que Anselmo fuera una carga para ellos. Sobretodo era amable y cordial. Nicolás aunque era bastante inocente, tanto no era. Y Anselmo tampoco se iba a quedar con ellos. Era Sara que hacia una montaña de un grano de arena. Sus pensamientos se quedaban ahí. Anselmo tenía el paso cortado por Sara, y su último refugio era Nicolás, que lo entendía. En pocas horas se habían hecho amigos, y congeniaban como si se conocieran desde que eran niños. Sobretodo lo que Nicolás admiraba de Anselmo, era la capacidad de astucia

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que tenía. Las mañas que utilizó y con la inteligencia que lo hizo para cenar en el barco gratis, hasta ponerse cebado. A él, no se le hubiese ocurrido utilizar el truco que él mantuvo para comer hasta quedarse harto. Anselmo se había quedado con el pañuelo en la mano, esperando a que Nicolás dijera algo, o diese un paso hacia delante. Sara permanecía en cruz, y ahora no sólo miraba a Anselmo, también lo hacía con Nicolás. Después de lo ocurrido, no se fiaba de él, sería capaz hasta dejarlo que durmiera en la habitación con ellos, y pagarle el restaurante los quince días que iban a quedarse en Palma nova ¿Qué luna de miel era ésa? Ella que tantas ganas tenía de quedarse a solas con su marido recién estrenado, iba a ser que no. Estaba dispuesta a todo. Nicolás avanzó dos pasos. Anselmo alargó los brazos para coger las dos maletas. - ¡Alto ahí! - Dijo Sara antes de que las cogiera - ¡Deje las maletas en dónde están, y usted ya se puede ir! ¿No es lo que habíamos acordado? ¿O quizás lo que buscaba era pasarse quince días de vacaciones a costa nuestra? - No sería mala idea - Respondió Anselmo con la risa a punto de escapársele. Sara parecía un guardia de circulación, sólo le faltaba el silbato en la boca. - ¡Dé media vuelta y camine! - Le sugirió ella. - ¿Y si le digo que tengo el suficiente dinero para coger una habitación en este hotel para quince o veinte días? - Dijo manteniendo la mirada. Nicolás soltó una carcajada. Sara le echó una mirada. Nicolás rectificó, y trato de ponerse serio. - No creo nada de lo que dice, ni mi marido tampoco. Déjenos disfrutar de nuestra luna de miel. - ¿Quiere que le muestre todo el dinero que tengo?

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- Sí - Afirmó Sara con la mirada puesta en la mano de Anselmo para ver esta vez donde las metía. Nicolás miró sorprendido a Anselmo. - ¡Qué! - Exclamó Anselmo haciéndose el longui. - ¡Venga muestre el dinero! - Reclamó Sara. Anselmo se puso a buscar en los bolsillos de su pantalón. Se registraba, igual que lo hiciera la noche anterior en el restaurante del barco, y cuando ya no quedaba parte que tocar de su cuerpo, se dirigió a Sara con los ojos como platos. - Tenía un fajo de billetes envueltos en un pañuelo. Nicolás saltó otra carcajada, y animado por la emoción, le dio con la mano en el hombro un empujón, y Anselmo se balanceó a un lado. - ¡Ese truco ya está muy visto! ¡Es el que utilizaste anoche! - Dijo Nicolás sin parar de reírse a carcajadas - Pensé que habrías imaginado otro. Sara hizo una respiración profunda, de alivio. - Anselmo ¿En qué trabaja? - Le preguntó ella. Él la miraba fijamente, buscaba algo qué decir, algo qué inventarse. Sara se sorprendió al oír a Nicolás decir. - No trabaja en nada, y nunca ha trabajado. Vive engañando a gente sencilla ¿Crees que no me di cuenta anoche? No dije nada porque me hizo gracia de la manera que va encauzando. Lo he encontrado gracioso hasta este instante. Anselmo volvió a secar la sudor de su frente con el pañuelo que todavía mantenía en la mano. Pero la mirada la tenía altanera, y no la quitaba de Nicolás y Sara, ahora ya no tenía escape, estaba cogido por los dos lados. Sara se entristeció por la manera en que estaba todo este lío acabando. Hubiese preferido que Anselmo se

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hubiese marchado por propia cuenta. Era para que estuviese humillado, pero no lo estaba. -¿Qué edad tiene usted? - Le preguntó Sara. - Eso qué importa - Respondió - Nunca he tenido suerte, y todo lo que he hecho me ha salido mal. - ¿Qué va a hacer ahora en Mallorca? - Pues… lo que siempre he hecho, no sé hacer otra cosa. - ¿A qué se refiere? - Cariño, está bien claro - Dijo Nicolás - Aunque parezca a veces que soy tonto, me doy cuenta de las cosas. Quiere decir, que va a seguir engañando. Sara miró a Anselmo sorprendida. - Esto… Lo de engañar ¿Lo ha hecho siempre? Anselmo bajó la vista al suelo. - Siempre ¿Verdad Anselmo? - Le inquirió Nicolás. Anselmo dirigió la mirada a Sara. - Perdóneme señora, todas las molestias que le haya causado. Sara tenía una duda y le preguntó. - ¿Tenía el billete del barco? - No. - ¿Cómo es que pudo subir? - Artimañas que conozco. - Hoy ¿Dónde va a comer? - En cualquier sitio. - ¿Va a utilizar el mismo método que con nosotros? - Algunas veces funciona y otras no. Pero lo que casi siempre me sale bien, es en los chiringuitos. - ¿El chiringuito dice? - Recalcó Sara. - Si eso es. - ¿De qué manera? - Es fácil. Voy a donde hay más gente, pido un bocadillo y una cerveza. Cuando tengo la mitad comido, hago como si

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se me hubiese caído algo, me agacho para recogerlo, y de esa manera me escabullo entre la gente. Nicolás hacía rato que no podía más. Él, que tanto trabajaba para poder llegar a fin de mes, y Anselmo sin dar golpe, podía viajar, comer, y hasta dormir en cualquier hotel gratis. - Cariño, entremos en el Hotel - Pidió Nicolás - Necesitamos descansar un rato antes de la comida. Sara abrió su bolso, y extrajo la cartera, miró en el interior, y sacó un billete de veinte euros, y se lo extendió a Anselmo. - Tenga, para que coma hoy. Anselmo echó el ojo al dinero y se lo arrebató de la mano, introduciéndolo en el bolsillo de su pantalón. Nicolás lo miró meneando la cabeza. - Hoy te has ganado el sueldo - Le dijo - No te lo gastes todo de una sola vez. - De eso puedes estar seguro, no voy a tocar de este billete ni un sólo céntimo. Si nos volviéramos a ver dentro de un año, te lo mostraré entero. - Eso me gusta que seas ahorrativo - Le dijo riéndose. Anselmo se alejó, era posible que no se volvieran a ver más. Nicolás y Sara llegaron con las maletas hasta recepción. En una punta del mostrador había una chica joven para atender a los clientes, y en la otra punta era un joven, que también hacía lo mismo. Nicolás mostró a la joven la reserva que tenían. La habitación era confortable, y con vistas al mar. Equipada de cama doble, una mesita en cada extremo, un sillón en los dos rincones, y una mesa tocador, pegados a la pared. El armario empotrado dejaba más espacio para la televisión montada en una mesa mueble. Al lado una

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pequeña nevera equipada con refrescos, cervezas y dos botellitas de Benjamín. El balcón era espacioso, compuesto de una mesa redonda de mediano tamaño, y dos sillas. Sara estaba agotada, se descalzó, y se estiró encima de la cama, cerró los ojos, y respiró profundamente. Nicolás la miraba junto a la cama y de pie, sin perder la sonrisa. La quería, la amaba más de lo que pudiera suponer. Tanto como había deseado de que llegara el momento que estuviesen casados para estar a solas y dormir en la misma cama y desearla con todas sus fuerzas. Sara se había quedado dormida. Nicolás estaba rendido y se echó sobre la cama pegando su cuerpo con el de Sara, su cabeza y la de ella estaban juntas, y lentamente fue girando la cara hasta posar sus labios en los de ella. Abrió los ojos, y rodeó con sus brazos el cuello de Nicolás. Se besaron sin límites. Durmieron hasta la tarde. Y cuando sus cuerpos habían descansado, se ducharon juntos siguiendo el juego del amor. Por la noche en el restaurante del Hotel, era buffet libre, a Nicolás y a Sara le habían asignado una mesa para dos. Buena comida y apetito que tenían, todo les sabía a gloria. Estaban saboreando su primera noche de luna de miel, la noche anterior que pasaron en el barco, no lo contaban, puesto que había sido una noche de pesadilla, casi una tragedia. Sara había puesto en su plato, rollitos de lenguado hechos al horno, y algo de menestra de verduras. Nicolás tenía a medio comer un delicioso estofado de carne, con algo de guisantes y zanahoria.

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El restaurante estaba lleno de clientes que disfrutaban de la buena comida. Los camareros no prestaban mucha atención a la gente que entraba y salía. Una voz conocida hizo que Sara y Nicolás levantaran la vista del plato y… - ¡Que aproveche! - Dijo Anselmo de pie y en medio de los dos. Nicolás era el más sorprendido. Sara se quedó cómo estaba, siguió comiendo como si no lo conociera. - ¿Qué haces aquí? - Le preguntó Nicolás - Habíamos quedado en que te marcharías. - Es que siento nostalgia, me aburro si no tengo vuestra compañía. - Quiere comer - Dijo Sara - Ha encontrado en nosotros una mina ¡Vamos, lo que se entiende por gilipollas! - ¿Es verdad eso que dice mi mujer? - Preguntó Nicolás. - Amigo, ya sabes que las mujeres exageran. Entre los hombres nos entendemos mejor ¿No crees? - Es posible, pero lo que no quiero es que me tomen por un imbécil, y creo que tú lo estás haciendo. - Amigo ¿Cómo puedes pensar eso de mí? - ¡No es su amigo! - Respondió Sara - De todas maneras el restaurante está vigilado y no se puede quedar. - Si no decís nada, nadie se va a enterar de que estamos cenando tres ¡además! Con tanta comida como hay qué más da. Sara se llevó el tenedor a la boca pero sin dejar de mirar a Anselmo que se alejaba un metro de ellos para coger una silla de la mesa contigua. La puso en la mesa donde ellos cenaban, y le hizo una señal al camarero para que se acercara. Nicolás no le quitaba ojo de encima, al mismo tiempo observaba al camarero esperando que preguntara si iba con

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ellos - Hubiese sido estupendo para decirle - Que no lo conocían - Pero no fue así, cuando el camarero se acercó a la mesa le preguntó a Anselmo. - ¿Qué desea el señor? - Que me ponga un cubierto y dos copas, una para el vino, y otra para el agua. - Sí señor, enseguida - Respondió el camarero alejándose para cumplir con su trabajo. - Amigo ¿Has visto qué fácil es comer en un restaurante? - Nos lo cargaran a nuestra cuenta - Sugirió Sara. - ¡Qué más da unos euros arriba que abajo! - Recalcó Anselmo. Sara le echó una mirada de indignación a Nicolás. - No lo podemos consentir. Lo vamos a llevar pegado a nuestro trasero igual que un grano - Dijo Sara posando los cubiertos dentro del plato a medio comer. Nicolás se puso de pie. - Ahora voy a hablar con el camarero, y decirle la verdad. Tienes razón cariño, no lo podemos consentir. Anselmo estiró del brazo de Nicolás, y lo sentó de un golpe. - Qué le vas a decir al camarero ¿Qué no me conocéis? Pues, yo le diré, que te llamas Nicolás. Tu mujer Sara, que somos de Barcelona, y que hemos viajado juntos ¿Piensas que no me va a creer? Además, iba a montar aquí un pequeño escándalo provocando una de mis historias. Os lo advierto, pasaréis mucha vergüenza, porque sois de los que guardáis la ética ¿Os gustaría? - Eso es chantaje - Dijo Nicolás tranquilo y sin perder los nervios. - Sí amigo, la vida está compuesta de trucos para poder sobrevivir ¿Hay algo malo en eso?

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El camarero se acercaba trayendo en la mano una bandeja con cubiertos y dos copas. Y al momento que los iba a depositar sobre la mesa, Sara le susurró. - Por favor llame a la policía. - ¿Qué dice señora? Sara levantó más la voz. - Digo, que llame a la policía. - ¿Ocurre algo? - Preguntó el camarero confuso. Sara señaló a Anselmo. - Él no está con nosotros quiere cenar a costa nuestra. - Lo puedo echar fuera del restaurante si no paga antes el importe del buffet - Dijo el camarero. Nicolás intervino. - No tiene dinero para pagar, y nunca nos lo podremos quitar de encima. Es mejor que haga lo que mi mujer le ha sugerido. - Está bien, voy al teléfono - Dijo el camarero alejándose llevando en sus manos la bandeja con los utensilios. Anselmo no se lo esperaba. Incluso pensaba pasar los quince días de vacaciones con Nicolás y Sara. Habían pasado cinco minutos de que el camarero se alejara para llamar a la policía, cuando Anselmo se puso en pie, y les dijo. - Que tengáis unas buenas vacaciones, y que seáis felices. Esas fueron sus últimas palabras. Al terminar de desearles suerte, salió del restaurante a paso rápido, y desapareció del Hotel. El camarero se acercó a la mesa y anunció. - La policía llega enseguida. - Está bien - Respondió Nicolás - Pero no va a hacer falta, la persona que estorbaba ya se ha marchado. - ¿No conocían a ese señor? - Preguntó el camarero.

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- Nos conocimos anoche en el barco, y nos timó. Ahora pretendía hacer lo mismo. Es un timador que va engañando a gente sencilla. - En muy pocos minutos llegará la policía ¿Quieren hablar con los agentes? - No hace falta, puesto que lo único que le íbamos a decir es lo mismo que le hemos dicho a usted - Aclaró Nicolás - Sólo sabemos que se llama Anselmo. - Cariño, eso es lo que nos ha dicho, pero tampoco lo sabemos - Dijo interviniendo Sara. El camarero mostraba en cada momento su amabilidad y capacidad de experiencia. - No se preocupen - Acentuó el camarero - Hablaré con la policía y les contaré lo ocurrido ¡Que tengan los señores una buena velada! - Gracias - Respondió Nicolás. Siguieron cenando más tranquilos de haberse quitado una espina que les molestaba. - Cariño hay una buena coordinación en este Hotel, y mucha amabilidad ¿No te parece? - Musitó Sara. - Me gusta la disciplina que hay - Aseguró Nicolás. Una mesa más atrás de donde Sara y Nicolás cenaban, miraban con ánimos de conversación, dos mujeres, de aproximadamente treinta años. Nicolás que en todo se adelantaba, les hizo un saludo con su mano derecha. Sara rodeó la cabeza para investigar quien podría ser. - ¿Qué ocurre con estas chicas? - Preguntó a Nicolás. - Nada, son ellas que nos miran. - ¿Por qué las has saludado? - Una de ellas me sonreía, y he querido ser cortés. - Pues, una es bien fea, y aún la afea más las gafas de cristales de culo de vaso.

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- Por lo visto es miope - Respondió Nicolás. - ¿Es ella la que te ha sonreído? - Sí. - No me extraña que con esa vista no se haya dado cuenta de que estás acompañado. - No parecen malas chicas. - Tampoco te parecía malo Anselmo, y ya ves cómo ha salido. - ¡Cariño no compares! ¿Estás celosa? - Pues claro que lo estoy, eres mi marido y te quiero. Nicolás echó una leve carcajada, y cogió las manos de Sara. - ¿Es que no sabes que tú eres la única mujer a la que adoro? - Más te vale - Respondió sonriendo. Una de las chicas, la de las gafas de culo de vaso, no paraba de mirar a Nicolás. Cambiaba algunas frases con su compañera con respecto a ellos. Se puso de pie y se acercó a la mesa, decidida y sonriente, y les dijo en un francés perfecto. - Bonne nuit. - ¡Bona sera! - Respondió Nicolás alegremente, en el momento que Sara le dio un puntapié - ¡Ay! - Lanzó un quejido y miró a Sara - ¿Qué pasa? - Le preguntó. Ella no le respondió, y siguió las presentaciones. - Bonne nuit - Dijo Sara a continuación. Pues el francés y el inglés lo dominaba. Se lo exigían en su trabajo, una agencia importante de transportes marítimos. La joven francesa se esforzó por hablar lo poco que sabía en español. - Mi nombre es Rose ¿Es la primera noche que pasáis en el Hotel? Nicolás asintió con la cabeza.

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- Sí, hemos llegado hoy. Yo me llamo Sara, y mi marido Nicolás. La joven aclaró echando la vista hacia atrás, y se detuvo en la mesa donde estaba sentada. - Mi amiga es tímida. Me ha aconsejado que no viniera, porque podría molestar. - ¡Que va! - Exclamó Nicolás - Nos casamos ayer, y estamos en luna de miel. - Enhorabuena - Dijo Rose, que aunque no era muy agraciada, rebosaba de simpatía. Hizo una señal a su amiga para que se aproximara, y cuando estuvo junto a ellos, la presentó. - Mi amiga se llama, Antoinette. Ella no habla español. Pero aquí en Mallorca hablan todos los idiomas, les dan muchas facilidades a los turistas. - Es normal, viven de eso - Respondió Sara - ¿Cuántos días lleváis aquí? - Siete con hoy. Mañana a primera hora tenemos que dejar la habitación ¿Qué tenéis pensado de hacer esta noche? Rose era muy amable, hablaba como si los conociera de toda la vida. - Pues, no habíamos decidido nada. Pero hemos visto un póster que hay en la entrada del Hotel, donde indica que esta noche a las once hay una especie de show, y entre otras atracciones un lanzacuchillos. Debe ser un gran espectáculo ¿no? - Puede que lo sea, esta noche por ser la última que estamos aquí queríamos asistir. No debemos tardar mucho, porque pronto todo se llena de clientes del Hotel, y nos toca estar en las últimas mesas. - ¿Qué te parece Nicolás? - Preguntó Sara. - Estupendo, hemos venido a pasarlo bien. - De acuerdo, quedamos esta noche - Dijo Sara a Rose.

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Nicolás y Sara seguidamente después de cenar se dirigieron a la habitación para cambiarse de ropa, y ponerse otra más adecuada para la fiesta. Rose y Antoinette habían quedado en encontrarse en la entrada de la sala de fiestas, que era la discoteca. Sara había elegido un vestido adecuado para la ocasión, pero sencillo. Recto y marcando caderas, con escote de tirantes. El color dorado de la prenda iba bien a su cabello castaño oscuro. Su silueta resultaba aún más esbelta calzando zapatos beig y descubiertos, con un fino tacón. Nicolás también marcaba figura, con el cabello bien peinado y abrillantado, pantalón blanco, con la raya bien marcada, una camisa celeste con el cuello levantado, y un mechón gracioso resbalando en la parte izquierda de la frente. Sara le había sugerido que se cambiara de calzado para ese atuendo que se había puesto. Pero se negó, pues, las sandalias a correillas que había llevado todo el viaje, lo hacía estar más cómodo. Rose y Antoinette esperaban en la entrada del recinto donde se organizaba el espectáculo. Ellas seguían vestidas de la misma manera. No paraban de entrar clientes para coger las primeras mesas. Después del espectáculo había baile. Pudieron coger una mesa en la segunda fila, justo enfrente de la pista. El camarero se acercó y preguntó - Qué iban a tomar - Después de saber que eran cuatro cubalibres, se retiró para traer el encargo.

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La mesa que había delante estaba ocupada por tres personas. Dos señoras mayores, de entre sesenta y cinco a setenta años, y un chico de unos veinticinco. El joven que era bien parecido, miraba muy a menudo a la mesa, no sabían exactamente, en quién se había fijado, pues, la mesa, como todas las que habían en el local eran redondas y más bien pequeñas para que cupieran bastante gente. Nicolás había advertido la manera de mirar que este chico tenía, y se empezó a mosquear creyendo que a quién miraba era a Sara. No había pensado en las dos chicas francesas, puesto que Rose no era atractiva, y Antoinette, tampoco era ninguna belleza, si no más bien una chica corriente. Nicolás miraba descaradamente a este joven en el momento que rodeaba la cara para llamar su atención. Rose se pronunció. - Me está mirando a mí. Ya cuando entrábamos me di cuenta que me miraba. Nicolás miró a Sara y negó con la cabeza. ¿Por qué no? - Le preguntó Sara. - Porque es imposible - Musitó para que no lo oyeran. El espectáculo estaba a punto de empezar. En el fondo de la pista habían montado una madera cuadrada que se mantenía de pie, donde tendría que colocarse la persona que compartía el show con el lanzacuchillos. Un presentador se acercó al micrófono para presentar a los artistas, y para pedir silencio, puesto que el lanzacuchillos necesitaba mucha concentración. El público aplaudió al presentarse los artistas. En la sala no se oía ni una mosca. El lanzacuchillos era lo más parecido a un indio. Vestía con las mismas ropas. Los cabellos largos y sujetos

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atrás de la nuca. Sus facciones exóticas, y la mirada penetrante. Su esposa que hacía de víctima, era todo lo contrario a él. Cara redonda y sonriente, no muy alta y delgadita, de cabellos oscuros con media melena. - Silencio por favor, que nadie me distraiga - Dijo el lanzacuchillos mirando a todos los presentes. Nadie se había atrevido a toser. Todo lo que decía formaba parte del espectáculo. La joven esposa estaba como clavada en la cruz, no podía moverse, y la mirada la mantenía en su contrincante, no la podía desviar. El lanzacuchillos estaba preparado. Cinco puñales que eran los que tenía que tirar a la mujer del tablero, los tenía bien colocados sobre una pequeña mesa que se hallaba a su derecha. Todo fue muy rápido, no pasaría más de treinta segundos. Clavó el primer cuchillo encima de la cabeza de su esposa, rozándole los cabellos. Dos junto a los dos costados, y los dos últimos dentro de la mitad de las piernas. La joven esposa se separó del tablero y junto al artista saludaron al respetable. Que aplaudían con entusiasmo. El lanzacuchillos se acercó al tablero, arrancó los instrumentos de su trabajo, y los volvió a poner en el lugar en que estaban, o sea, encima de la mesa. Seguidamente se dirigió al público con bastante simpatía. Y dirigiéndose a todos los presentes, dijo. - Necesito a un voluntario, para la próxima actuación que será en diez minutos ¿Hay algún valiente que se atreva? Nadie respondía, todos permanecían callados.

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- Seguro que debe haber una señorita o un señor con coraje, con valentía, que no le tenga miedo a nada - Seguía diciendo el lanzacuchillos. A donde menos se esperaban que fuera, allí fue, y se paró delante de la mesa que ocupaban Nicolás, Sara, y las dos chicas francesas. - Señor ¿Cómo te llamas? - ¿Quién yo? - Respondió Nicolás medio riendo. - Sí, tú ¡No seas tímido y arráncate con valentía! ¿Cómo te llamas? - Nicolás - Respondió a media voz - ¿Por qué me lo preguntas? - Dijo riéndose. - Acompáñame dentro de la pista. Vas a demostrar aquí, y a todos los presentes, el pedazo de hombre que estás hecho. Vas a ver el héroe que llevas dentro ¡Vamos atrévete! - ¿Porqué no eliges a otro? - Decía negando con la cabeza. - Es que me gustas tú. Eres guapo, vas bien peinado y lleno de brillantina. Me gustaría despeinarte - Dijo con ironía. Los asistentes reían. El lanzacuchillos sabía llevar a la perfección el show, para que la gente se divirtieran. Sara observaba con cara de circunstancias. Nicolás no estaba pendiente de ella, pues, le distraía bastante el espectáculo que mantenía el lanzacuchillos siendo él, el centro de atención. El artista insistía, pues por la experiencia que tenía adquirida de tantos años de espectáculo, estaba seguro que Nicolás picaría, y dejaría que hiciera su voluntad. - ¡Nicolás, sube a la pista, ya verás cómo nos vamos a divertir! - Seguía animándolo el lanzacuchillos.

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Nicolás sin perder la sonrisa se puso en pie, y dispuesto a seguir al artista. Este pidió un aplauso para el valiente Nicolás. Sara tenía los ojos como platos ¡No era verdad lo que estaba sucediendo! Y cuando Nicolás estaba dispuesto abandonar la mesa, Sara lo cogió de la mano y estiró de él, para que se volviese a sentar. Nicolás con gran entusiasmo le dijo. - ¡Cariño pero si es sólo un juego! - ¡No quiero que te pongas en el tablero, mis deseos no son de quedarme viuda al día siguiente de habernos casado! El artista intervino. - Señora ¿Cómo se llama usted? - Sara - Respondió, con los ojos puestos en las pupilas brillantes del artista. - Sara ¿Quiere probar usted antes? Se dará cuenta de que nada va a ocurrir. - No gracias - Respondió Sara, con la mano cogida de Nicolás. - Por lo menos deje a su marido que demuestre su valentía. El público lo esperaba. - ¡Pues que se pongan ellos! - respondió tajante. El artista empezó animar al público para que aplaudieran. Nicolás quería subir al estrado, y demostrar que no le tenía miedo a nada. - Déjame cariño, quiero subir a la pista - Le dijo a Sara. - ¡No me hagas enfadar! - Le respondió ella con voz gruñona. - ¿Porqué? Si lo que pretendo es que nos divirtamos ¡Dame un beso y mira lo que ocurre!

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Se dieron un beso en los labios, aunque por parte de Sara sin entusiasmo. Nicolás siguió al artista mientras que los presentes aplaudían, animando a Nicolás con silbidos. Dentro de la pista el lanzacuchillos pidió silencio. A Nicolás lo colocó en medio del tablero. La sonrisa que tenía se le iba apagando cuando reaccionó y vio donde estaba. Miró a Sara. Ella miraba hacia otro lado para no ver la lanzada de cuchillos. Nicolás la llamó, pero ya no se podía mover, pues el artista estaba preparado para lanzar el primer cuchillo que mantenía en la mano derecha. - Sara… - Musitó Nicolás mirando al artista para no distraerse. - ¡No te muevas! - Y antes de terminar la frase había lanzado el primer cuchillo quedándose clavado por encima del tupé de Nicolás. Nicolás se acojonó. No quería moverse pero los nervios lo abandonaron. El artista aceleró el proceso, viendo que los ojos de Nicolás estaban cerrados y bien apretados, y los labios también, cada lanzamiento que oía y cómo se clavaba el puñal en la madera, su cuerpo temblaba. Abrió los ojos cuando oyó al publicó aplaudir. El artista se había acercado al tablero para felicitar a Nicolás. Él no quería saber nada más, y fue a paso ligero al encuentro de Sara. Ella lo miraba con una sonrisa, pero no estaba contenta por lo que había decidido, pues lo pasó muy mal. Nicolás seguía todavía tenso. Bebió un trago del vaso de cubalibre, y se refrescó la garganta por lo seca que la tenía. El lanzacuchillos y su esposa saludaron al respetable, pues el número de ellos había terminado, y abandonaron la pista entre grandes aplausos.

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El ambiente quedó más relajado cuando pusieron música para bailar. La pista se había llenado de parejas bailando al ritmo de las canciones. En la mesa que había delante de los cuatro componentes incluyendo a Nicolás. Las dos señoras mayores, al terminar la función del lanzacuchillos, se levantaron y se marcharon, sólo se quedó el joven, que aún insistía más en volver la cara y mirar a las mujeres que había en la mesa de atrás. Nicolás estaba apunto de ponerse en pie, e ir a preguntarle - Porqué miraba con tanto interés - Pero no tuvo tiempo porque fue el joven quien se levantó de su asiento, y se acercó a la mesa. Su mirada la tenía puesta en Rose, y acercándose a ella le pidió en un francés perfecto, de bailar. Ella sonriendo de lado a lado mostrando una dentadura perfecta, asintió con la cabeza. Se puso en pie, y los dos fueron hasta la pista de baile. Nicolás alucinaba, Sara miró a Antoinette, y le comentó en francés. - Rose tenía razón, la estaba mirando a ella. - Es un chico bastante guapo, no sabemos que querrá, pero lo importante es que Rose lo pase bien. - ¿Es soltera? - Le preguntó Sara. - Sí, y yo soy divorciada. - ¿Sois amigas? - Siguió preguntando Sara. - Hace tres años que nos conocemos, trabajamos en el mismo despacho. Sólo habían bailado un baile. Rose se acercó a la mesa, con la cara radiante de felicidad, y comentó, mientras que cogía su bolso. - Me ha pedido de que demos un paseo ¿No es extraordinario?

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Rose salió de la sala acompañada del joven. Antes de llegar a la puerta, ella se dio la vuelta y les echó un adiós con la mano. - ¡Si no lo veo, no lo creo! - Dijo Nicolás. - ¿Por qué piensas eso? - Rectifico Sara - Rose es una chica buena, y agradable ¿Crees que un hombre no se puede enamorar de ella? - Sí desde luego, pero a lo que me estoy refiriendo es que yo pensaba que ese joven había puesto sus ojos en ti. He estado a punto de levantarme y cogerlo por la solapa para pedirle explicaciones ¡Menos mal que no lo he hecho! - ¿Tan celoso estabas? - Dijo Sara cogiendo su mano. - ¡Uff! No te lo puedes imaginar, que un guaperas ponga los ojos en mi mujer. Sonaba la canción de Julio Iglesias, soy un truhán, soy un señor. Nicolás se puso en pie, y con un gesto galante pidió a Sara siguiendo la broma. - ¿Bailamos? Sara le dio su mano, y entraron en la pista. No hacia falta que le preguntaran si sólo hacía un día que se habían casado. Bailaban con los cuerpos pegados, y las mejillas juntas. Cuando se miraban era para decirse una frase tierna llena de amor, y acompañado de un beso en los labios. Cuando acabó esta canción siguió otra, y después más, tan románticas como la primera, y estuvieron bailando hasta las tres de la madrugada. A las dos apareció Rose, sola, y fue a sentarse junto a Antoinette que no se había movido de su asiento, escuchaba música y miraba las parejas cómo bailaban. Rose le hablaba cerca del oído algo sobre lo que habría pasado entre el joven y ella.

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Nicolás y Sara habían abandonado la pista decididos a no seguir bailando más por esa noche. Y fueron a sentarse en la mesa que estaban, y para despedirse de las dos amigas francesas, porque a la mañana siguiente dejaban el hotel y volvían a su país. Rose estaba bastante desanimada y triste a la vez. - Rose ¿Cómo ha ido con ese joven? - Preguntó Sara. -¿No se me nota en la cara? - Respondió con una sonrisa a medias. - ¿Te ha salido rana? - Rana… y sapo - Respondió con la sonrisa más abierta. - ¿Pues que ha ocurrido? Rose se preparó para responder haciendo una respiración profunda, aunque ya lo sabía su amiga. - Al salir de la discoteca fuimos a dar un paseo cerca del mar. Me había ilusionado mucho con él. Yo esperaba a que me invitara a una copa en algún bar de los que están abiertos, pero no ha sido así. Nos habíamos sentado en un banco del paseo. Y me empezó a hablar de él, de que era francés, lo cual me había dado cuenta. Yo quería hablarle algo de mí, pero no me dejaba, me cortaba, y eso me mosqueó. Hasta que le pregunté que era lo que quería, y no se fue con rodeos, me dijo exactamente - Cobro doscientos euros por una noche - Al principio no lo había entendido, no me lo esperaba, y le dije que me lo volviera a repetir - Dijo - Cobro doscientos euros por acostarme con una mujer, una noche completa. Sara estaba ruborizada, seguía el relato con suma pasión. Nicolás seguía pasivo y sin asombro, era como si se lo esperara. - ¿Y qué pasó? - Preguntó Sara. - Pues, que estuvimos hablando más de una hora de la prostitución, tanto del hombre cómo de la mujer.

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- Pero ¿No ha habido nada entre vosotros dos? - Preguntó Sara - ¿Ni siquiera un beso? - Me dijo - Que también cobraba por besar. Y por ser acompañante de una mujer. Lo cobra todo, por que es su trabajo. Vive de la prostitución. - ¿Quién son las dos señoras que lo acompañaban? ¿Te lo ha dicho? - Me ha estado hablando de ellas. También son francesas. Vive en la casa de las dos, les hace favores y a cambio, lo dejan que viva en su casa, le pagan la comida, también los viajes e instancia en los hoteles, y todo el dinero que gana con las mujeres lo guarda, para más tarde poner un negocio y casarse. - No es mala idea - Dijo Nicolás - ¿Pero después de casado seguirá haciendo lo mismo? O sea, ¿El mismo trabajo? - No sé lo he preguntado, pues no me interesaba saber nada más de él. - ¡Pobre Rose! - Dijo Sara. - Sí, desde luego, suerte con los hombres no tengo. Se tenían que ir pronto a dormir, pues, poco después que amaneciera tenían que levantarse. El avión que las llevaba a su destino tenía el vuelo a las nueve de la mañana. Salieron los cuatro de la sala, y en el gran recinto se despidieron, deseándose suerte.

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7 En el mes de Julio el calor abruma. El día amaneció soleado y sin una nube en el cielo. La noche anterior, o sea, la madrugada después de despedirse de las dos chicas francesas. Nicolás y Sara habían hecho planes para ir a la playa después de que hubiesen desayunado. Los dos estrenaban bañador. Nicolás con cuerpo narcisista, exhibía su bañador por debajo de las ingles, a rayas rojas y blancas. Hacía músculos y poses para enderezar su cuerpo y entrar en el agua después. Sara estaba atareada poniéndose crema por todo su cuerpo, sentada en una de las dos toallas que había extendido encima de la arena. Eran las diez de la mañana y en la playa ya no cabían más personas, cada uno se divertía a su manera, y despreocupados de lo que sucedía alrededor. Nicolás se había metido dentro del agua, y no sabía nadar, pero como el agua del mar le gustaba, fue hacia adentro donde el agua le llegaba por los hombros, iba con los pies tocando tierra hasta que de pronto, no sintió nada en la planta de los pies. El miedo se apoderó de él, quería salir del mar, pero no podía, no sabía lo que tenía que hacer para llegar a la orilla. La cabeza la tenía sumergida por debajo del agua, y los brazos en el aire tratando de poder nadar, pero los nervios superaban sus deseos, y cuando podía sacar la cabeza pedía auxilio, y tragaba toda el agua qué podía. De las personas que había más cerca

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fueron en su auxilio, y entre un hombre y una mujer lo sacaron del mar y lo dejaron sobre la arena, de lado, y de esa manera pudo expulsar toda el agua que había tragado. Sara no se enteraba de nada, pues, se había estirado encima de la toalla, boca arriba, y los ojos los mantenía cerrados, disfrutando del sol. En el lugar donde a Nicolás lo habían dejado, era más a la derecha de donde Sara estaba. Con tanta gente no la encontraba, y también Nicolás había perdido el norte. Iba mareado buscando a Sara rastreándose a cuatro patas. Incluso llegó a pensar que no era la playa donde habían ido hacía escasamente una hora. Su cabeza la detuvo unas piernas de hombre, fuertes y robustas. Fue levantando la mirada hasta llegar al rostro del joven que lo había detenido. Se agarró a una de sus piernas y le imploró. - ¡Ayúdame a encontrar a mi mujer! - ¡Hombre ponte derecho! - Dijo el joven cogiéndolo por los brazos hasta que se puso en pie - ¿Qué te ha sucedido? - He perdido pie en el agua, y a punto he estado de ahogarme ¡Estoy buscando a mi mujer! ¿Quieres ayudarme a encontrarla? El joven se reía, pensaba que le estaba gastando una broma. Se giró mirando a la gente que descansaban tendidos en la arena y otros sentados. No le importaba buscar a la mujer de ese hombre que iba gateando, pero él, no la conocía, encontrar a su mujer, era cómo buscar una aguja en un pajar. - ¿Dónde está tu mujer? - Le preguntó el joven con algo de guasa. - Está tomando el sol - Dijo Nicolás con la boca seca, y mirando los dos kilómetros de playa, le era imposible

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encontrarla, demasiadas personas. Tendría que empezar por una punta, y de esa manera la encontraría. - ¿Dices que está tomando el sol? ¡Pues claro! ¿Pero dónde? ¿Estás bien? - Le preguntó el joven sin perder la sonrisa. - No estoy bien, he tragado agua, y tengo el pecho y la garganta que me escuecen. - ¿En serio no sabes nadar? ¡No me lo puedo creer! ¿Es verdad que no sabes? - Por raro que te parezca, no. El joven lo tomó más en serio, y se preocupó de ayudarlo a encontrar a Sara. - ¿Cómo es tu mujer? - Preguntó el joven. - La más guapa de todas las mujeres - Respondió Nicolás. - No estoy preguntando si es guapa, sólo que cómo es, qué físico tiene ¿Es rubia? ¿Morena? ¿Cabellos largos, cortos? ¡Alta! Bajita ¿Me entiendes? - Tiene el pelo negro y largo, los ojos negros como las aceitunas, y una boca de fresa. - Chico, si me la pones así, seguro que me voy a enamorar de ella ¿Cómo es que no se estaba bañando contigo? - No se lo pedí, para dejarla tranquila y que se pusiera la crema. - ¿Sabe que fuiste a bañarte? - Se lo dije, pero como estaba liada con esa clase de líquido blanco frotando los muslos y los brazos, me fui sólo. - ¡Tu mujer debe ser un perfecto bombón! - Dijo el joven remojando los labios con la lengua. A Nicolás no le gustó la forma en que el joven hablara de esa manera de Sara. Se puso en jarras, y sacando pecho, le respondió.

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- ¡No quiero que pienses así de mi mujer! ¡No te lo consiento! ¡Mi mujer es sólo mía! ¿Te has enterado? El joven con las palmas de las manos empujó los hombros de Nicolás, haciéndose el chulo. - ¡No creo que tengas una mujer como la que dices! Sólo está en tu imaginación. - ¿Quieres pelea? - Dijo Nicolás indignado y bailando, con los puños cerrados como un boxeador. - ¡Que contigo no tengo ni para empezar! - Siguió diciendo el joven, mostrando su rostro cerca de los puños de Nicolás ¿Quieres que te pegue una castaña? Se habían acumulado a su alrededor un corro de gente esperando a ver que pasaba. - ¿Tú a mí una castaña? - Respondió Nicolás con la mirada desafiante - ¡Macarra! ¿Te has dado cuenta que te he llamado macarra? El joven le pegó un puñetazo en la barbilla y Nicolás cayó de espaldas sobre la arena. Se puso en pie, y fue con rabia hacia el joven. Los dos se cogieron, pero los espectadores que miraban los separaron. Sara estaba como a veinte metros, apercibió que algo estaba pasando, también veía extraño que Nicolás no hubiese vuelto. De pronto le vino a la mente que podría ser él quien estuviera involucrado en la pelea, y sin pensarlo echó a correr en esa dirección. A Nicolás, y al joven los tenían dos hombres cogidos por los brazos. Sara llegó agitada abriéndose paso entre la gente. Se detuvo al ver a Nicolás que estaba blanco cómo el papel, y que su contrincante también lo estaba. Se plantó en medio de los dos. - ¡Hombres! - Exclamó meneando la cabeza, y acercándose a Nicolás, le dijo - ¡No puedo dejarte sólo! ¿A dónde has estado todo este rato?

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El joven soltó una carcajada, y a continuación dijo - En el fondo del mar. - ¿Cómo dices? - Le preguntó Sara también algo enfadada con él. - ¡Que te lo cuente tu marido! ¡Lo que dice que le ha ocurrido es de risa! Tan grande cómo es, y no sabe nadar. - Y a ti qué te importa ¿Eh? - Respondió Sara enfadada ¿Porqué os habéis peleado? El joven guiñó un ojo a Sara. - Por una mujer hermosa - Dijo el joven con mirada de conquistador. - ¿Por una mujer se ha peleado mi marido? ¿Cómo ha ocurrido eso? - Dijo girando la cara y mirando a Nicolás - ¿Qué mujer era esa? El joven reía sacudiendo la mano derecha. - Te vas a enterar de lo que tu mujer va a hacer contigo - Dijo. Nicolás había advertido que Sara estaba muy enfadada. Y que lo creía capaz de hacer conquistas últimamente se había desmadrado hasta el punto de que Sara se lo advirtiera. Nicolás no quitaba su mirada de la de Sara, que lo acosaba sin aún saber qué era lo que había sucedido. Él le negaba con el índice y la cabeza al mismo tiempo. - ¡No te creas nada de lo que éste dice! - Dijo Nicolás - La mujer por la que nos estábamos peleando eres tú. - ¿Que los dos os peleabais por mi? ¿Por qué razón? - Cariño, te lo quiero contar, pero cuando no haya nadie delante. - ¿Tan vergonzoso es? - ¡Cuenta, cuenta, para que se entere todo el mundo! - Dijo el joven echado hacia delante.

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- ¡Tú cállate! - Replicó Sara de nuevo - ¿Quién te ha dado vela en este entierro? - Perdone señora, no he querido ofenderla ¡Pero es que tiene usted un marido que tiene guasa! - ¡Qué le pasa a mi marido! ¿Eh? ¡Te he dicho que te calles! - ¡Esta noche duermes en el hueco de las escaleras! - Dijo el joven dirigiéndose a Nicolás, al mismo tiempo que se daba la vuelta para marcharse. Nicolás hizo el intento de agarrarlo, pero Sara lo detuvo poniéndole las manos abiertas en el pecho. - Déjalo que se vaya - Le dijo aún enfadada - Tú y yo, tenemos que hablar. La gente se dispersó ocupando el lugar que cada uno tenía. Nicolás y Sara se quedaron hablando del tema que los ocupaba. - ¿Por qué dices que soy la mujer por la que discutíais? ¡Qué tengo yo que ver en esta historia! - Cariño, es que he estado a punto de ahogarme - Dijo Nicolás tratando de explicárselo. - Entonces ¿Lo que antes ha dicho ese joven de que habías ido al fondo del mar es verdad? - Ese es un chulo, y ha exagerado, le he tenido que contar lo que me ha sucedido, y se ha aprovechado. - De acuerdo ¿Pero yo, que tengo que ver en la historia? - Es que te iba buscando y no te encontraba, entonces él, se ha comprometido a buscarte conmigo. - Cada vez entiendo menos ¿Os peleabais los dos por quererme encontrar? - Preguntó Sara hecha un lío. - Es que él, me preguntó cómo eras, por si te encontraba antes que yo. Y cuando te describí, me dijo - Que lo mismo se enamoraría de ti - Me sentó muy mal que pensara eso. Y de ahí vino la pelea.

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Sara reía con ganas. Se abrazo a Nicolás, pasando sus brazos por el cuello, y besándolo en la boca. - ¿Te has pegado con ese joven por eso? - Le dijo volviéndolo a besar. - ¿Te parece poco? ¿Qué confianza tiene conmigo para hablarme de ese modo de ti? Sara cogió a Nicolás por la mano, y fueron caminando por la arena hasta llegar al lugar donde habían dejado la bolsa y las toallas, y se fueron a sentar encima. Sara había advertido en la barbilla de Nicolás que estaba algo rojiza. Ella cogió sus mandíbulas con la mano, y se detuvo a mirarla. - Esto parece un golpe - Le dijo. - Es un golpe - Respondió Nicolás con la mirada embelesada en la de Sara - Me lo ha hecho el tonto ese. - Pues, te ha pegado fuerte. Ahora tienes dos morados, el ojo, y la barbilla. - ¿Te das cuenta? Y todo ha sido por ti - Dijo orgulloso. - ¿Por mi dices? - Exclamó - El de la barbilla lo admito, pero el del ojo no ¿Me lo quieres aclarar? - ¿No ha ocurrido cuando salíamos de la iglesia? - ¡Sí, y que me quieres decir con eso! ¿Qué tengo yo la culpa? Nicolás abrazó a Sara, y entre risas se besaron. De regreso al hotel, se pararon en una tienda bazar, para que Nicolás eligiera un salvavidas para el día siguiente que volvieran a la playa. El que le había gustado, era grande, lo más parecido a una rueda de carro, verde cómo el agua del mar. Lo llevaba metido por el hombro izquierdo atravesándole el cuerpo, y reposando en la parte derecha de la cintura. Iba presumiendo de salvavidas, junto a Sara, de esa manera podría bañarse en el mar sin miedo ahogarse.

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Una noche a la semana se celebraba en el hotel una cena temática. Estaba anunciada en una pancarta en el recinto, asistían varios artistas para hablar del tema relacionados con la literatura, la pintura y la música. Esa noche se iba a hablar de Federico García Lorca. De su nacimiento, sus múltiples obras, y de su muerte. El gran comedor del Hotel estaba repleto de clientes que cenaban, y de gente de fuera que habían reservado mesa para la ocasión de esa noche. Era un tema realmente interesante el que se iba a tocar. Los tertulianos cenaban en una mesa larga, y cuando llegara la hora iniciarían el relato que habían preparado. Un pianista tocaba temas de García Lorca, era quien se encargaba de preparar el ambiente. La mesa que habían dejado desocupada las dos chicas francesas, estaba ocupada por una pareja de unos treinta años. Ella alta y más bien fuerte, con el semblante serio, y mirada cansada. Hacía lucir su recién peinado de peluquería, cabellos color caoba, y media melena. Su acompañante, alto y más delgado que ella, comía sin prestar atención a lo que decía ella. Hablaba alto, y algunas de las palabras que decía llegaban hasta las mesas que se hallaban más cerca. Nicolás no dejaba de mirar a la pareja de recién llegados, pues ella no paraba de llamar la atención. Sara daba la espalda, por la posición que tenía, pero, por Nicolás sabía que algo estaba sucediendo puesto

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que no se perdía una. Siempre estaba mirando para ver que podía pillar. - ¿Qué ocurre? - Le preguntó Sara. - Hay una pareja nueva, y algo rara ¿No oyes la voz de ella? - Dijo Nicolás llevándose el tenedor a la boca con un trozo de merluza en salsa. - Sí, pero no le presto atención ¿Por qué habla tan alto? - Creo que está discutiendo con él. Lleva un vestido gris, y lo ha manchado con lo que come. - ¿Qué culpa tiene él? - Dijo Sara terminándose de comer el último bocado de salmón a la plancha. - Ninguna, pero por lo visto ella se la echa. Desde uno de los micrófonos de la mesa de tertulia, anunciaron que empezaba los diálogos que esa noche se anunciaba, de la vida y obra de Federico García Lorca, y empezaba con una pequeña obra poética. El murmullo que había en el restaurante cesó.

El río Guadalquivir Va entre naranjos y olivos Los ríos de Granada Bajan de la nieve al trigo.

Hubo una pausa, y en ese pequeño transcurso de tiempo se oyó la voz fuerte y aguda de la mujer de la mesa que había más atrás, y le decía a su acompañante. - ¿No te crees lo que te digo? - ¡Chisssst, silencio! - Dijo alguien de los asistentes. Ella miró a su alrededor buscando quien la había hecho callar. Uno de los tertulianos la miraba, puso el índice junto a sus labios y le hizo el gesto para que callara. Ella se puso de pie con la intención de marcharse. Nicolás que estaba atento a todo, la miró sonriendo, y

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levantó la mano para saludarla. Sara se la bajó dándole un manotazo. - ¿Quieres estarte quieto? - Le dijo por lo bajo. - Sólo quería ayudar a esa mujer, que no le hace caso su marido o lo que sea. - ¡Y a ti que te importa! ¿Te importa algo? - ¡Bueno, no te enfades que te estás pareciendo a ella! - ¿Quien yo? - Respondió Sara levantando la voz también. - ¡Chisssst, he dicho que silencio! - Volvía a repetir el mismo de antes. Sara también se puso en pie, agarró su bolso y se dispuso a salir del Restaurante. Nicolás la siguió, y cuando estaban fuera, venían tras de ellos la pareja de la mesa de al lado. - ¡Buenas noches! - Dijo Nicolás. - ¡Hola! - Respondió el hombre. Sara y la mujer se miraron. - Hace mucho calor ahí dentro - Dijo Sara. - Demasiada - Agregó la mujer ¿De donde venís? - ¿Cómo dices? - Preguntó Sara. - ¡Que de donde sois! - Repitió la mujer. - De Barcelona, pero mi marido es italiano. - También nosotros somos de Barcelona, hemos llegado hoy. - Me llamo Sara, y mi marido Nicolás. - Él se llama Marcos, y también es mi marido, y yo me llamo Elena. - ¿Dónde vivís en Barcelona? - Preguntó Sara. - En el barrio Gótico - Respondió Elena amablemente. - Pues, somos vecinos, nosotros vivimos en la calle Pelayo. Nicolás y Marcos también habían congeniado, y se estaban presentando por otro lado.

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- ¿Qué os parece si vamos a tomar la última copa en otro lugar para conocernos mejor? - Propuso Nicolás. Se habían quedado en la terraza de un bar, y pidieron cuatro whiskys. Elena mostraba con su marido en cada momento una gran desconfianza relacionada en que no se creía lo que ella le decía. Su gran energía hacía de ella una descentrada, una persona que decía oír cosas donde no las había. Le tomaba manía y asco a los que vivían más cerca de ella, no soportaba a alguien que la mirara simplemente. Se rebotaba, y hablaba mal de esa persona, hasta el punto de aborrecerla, y de desearle todo lo peor. La enfermedad que padecía Elena, pensaba que todos la seguían para saber donde iba y para hacerle daño, la llevaba un médico psiquiatra, y la medicaba. Pero ella no hacía caso a los medicamentos, y muchos días no se los tomaba. Marcos estaba todo el día fuera de la casa por su trabajo. Y Elena todo el día sola, y se imaginaba miles de historias, y cuando Marcos volvía de su trabajo y harto de trabajar, le contaba mil peripecias que decía le habían sucedido durante el día. Marcos la amaba, y aguantaba por el amor que sentía hacía ella, carros y carretones. Alguna vez se enfadaba, pero nunca decía que la iba a dejar, pues, en el fondo Elena no era mala. Mala era la enfermedad que tenía, y que ella no quería reconocer. Llegaba incluso a decir - Que los enfermos eran los demás. Estuvieron hasta alta hora de la noche hablando, para conocerse mejor. Cuando entraron en el Hotel, la tertulia había acabado, y la terraza estaba repleta de gente, no había ni una mesa libre. Habían quedado para la próxima noche en la sala discoteca del Hotel, la música siempre era buena.

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La mañana amaneció radiante, parecida a la del día anterior. El cielo estaba limpio y luminoso. Después del desayuno, Sara y Nicolás salieron hacia la playa, él llevaba el flotador colgado al hombro derecho. Sara la bolsa de la playa en el hombro izquierdo, y los dos iban cogidos de la mano. Encontraron un buen sitio cómo el día anterior, a tres metros del agua. Nicolás y Sara se pusieron crema solar, preparándose para el sol que calentaba cómo una chimenea ardiendo. Nicolás la animó. - ¿Cariño vamos al agua? - Ahora no, acabo de ponerme la crema, ve tu, yo iré después. - Cómo quieras - Respondió Nicolás - Voy a estrenar el salvavidas, ahora sí que iré lejos. - ¡No te vayas a perder! - Dijo Sara con ironía. - Aunque quisiera no lo podría hacer. - ¿Por qué no? - Dijo Sara atrayéndolo cerca de su cara y besándolo. - Me lo he prohibido yo mismo ¿Qué haría sin ti? - ¿No lo sé? ¿Lo sabes tú? - Tampoco, es por eso que no pienso irme lejos. Quiero que me mires cuando entre en el agua y veas de lo que soy capaz de hacer, las piruetas que voy a dar. - Te estaré mirando - Dijo Sara soltando la mano de Nicolás. Iba contento hacia el agua, con el flotador puesto hasta la cintura. Daba saltos dejando pasar las olas que venían tranquilas y serenas.

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Sara después de estar unos minutos mirándolo saltar igual que un niño, se tumbó encima de la toalla, y cerró los ojos. Nicolás nadaba con total confianza, sabía que no se podía hundir, y los pies no tocaban la arena del mar. Iba de un lado a otro como si de un bailarín se tratara. Tanto fuera como dentro del agua estaba repleto de gente, que se bañaban disfrutando del agua casi caliente. No lejos de él, se encontraban tres niños de entre doce a catorce años. Jugaban, y se zambullían todas las veces que querían. Uno de ellos, el más avispado se había fijado en Nicolás, pues, llamaba la atención con el flotador sosteniéndolo por encima del agua. - ¡Mirar ese pringao! - Dijo el niño avispado a sus dos amigos. - ¡Jo! Qué tío ¿Qué hace con un flotador? - Dijo otro niño. - ¿Le gastamos una broma? - Siguió el tercero. - ¡Vale, vamos a pensar qué le hacemos! - Respondió el niño avispado. Los tres hicieron un corro unidos con las manos puestas en los hombros, manteniéndose en el agua. Decidieron qué fechoría iban a cometer contra el pobre Nicolás, que se lo estaba pasando tan bien, nadando en el agua. Estaba totalmente ausente de las ocurrencias de los tres chavales. Se zambullía todas las veces que le apetecía, y cuando sacaba la cabeza del agua, era todo un triunfo. Los niños reían a carcajadas, cuando decidieron la travesura que iban a cometer. El más avispado se zambulló dentro del agua, mientras que sus dos amigos hacían otra enredada con el inocente Nicolás. El avispado había llegado hasta las piernas de Nicolás, y no se le ocurre otra cosa que cogerlo de un pie y

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estirar de él. Nicolás sintió una fuerte sensación y el miedo se apoderó en lo más profundo de su ser, avanzaba con los brazos, pero el avispado niño estiraba cada vez más del pie. La cara que se le puso era de espanto, de terror, estaba convencido de que un animal de gran tamaño lo tenía sujeto. Intentaba darse la vuelta para ver que sucedía, pero la fuerza del avispado le ganaba. Con el flotador por debajo de las axilas, hacía gestos por querer gritar. Los otros dos niños se fueron acercando a Nicolás, la misión de ellos era la de conseguir que Nicolás lo pasara totalmente mal, y uno de ellos empezó a gritar diciéndole con espanto y cara de circunstancias. - ¡Se te ha enredado en la pierna un pulpo, de un tamaño enorme! - ¡Que alguien me lo quite! - Gritaba Nicolás. El otro niño siguió su actuación después. - ¡Tío, se te está enredando por todo el cuerpo! - ¡Socorro! ¡Auxilio! ¡Que alguien me ayude! ¡Ayudarme vosotros! - Le decía a los dos chavales. - ¡Es muy grande, y no podemos con ese bicho! ¿Qué quieres que nos trague a nosotros también? El semblante de Nicolás estaba contraído, y las mandíbulas desencajadas, la boca abierta. - ¡Sara! ¡Sara! - Gritaba mientras que trataba quitarse la fuerza que le oprimía el pie izquierdo. Sara seguía tomando el sol ausente de lo que a Nicolás le estaba sucediendo. Uno de los niños que se mantenía delante de él, se metió dentro del agua. Se abrazó fuertemente a su cintura, tanto era que parecía realmente fuera un bicho enorme que lo tenía bien cogido. Nicolás sentía que no podía respirar y que notaba como se iba hundiendo. Gritó a pulmón abierto.

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- ¡Que alguien me ayude! ¡Quiero salir de este infierno! ¡Socorro! ¡Auxilio! ¿Pero es que no hay nadie que me quiera ayudar? - Y dirigiéndose al niño que tenía delante le dijo perdiendo los estribos - ¡Estira de mis brazos y sácame lejos de aquí! - ¡Macho, es que si hago lo que me dices, el pulpo que te tiene cogido, me enredará a mi también! - Decía el niño mostrando cara de asombro. La gente que se bañaban cerca de Nicolás fue en su ayuda. Un señor de mediana edad le preguntó. - ¿Qué te ocurre, te encuentras mal? - ¡Estoy cogido por un enorme pulpo! - Decía aterrorizado y tratando de coger las manos de este bañista. - ¿Por un pulpo dices? ¡Aquí no hay pulpos! Los niños se dieron cuenta que la broma estaba llegando a su fin, y se fueron deslizando cada uno por un lado hasta que se alejaron. Se acercaron a Nicolás más gente, todos los que querían ayudarlo. Nicolás seguía gritando. - ¡Sara! ¡Donde estará esta mujer! ¡Sara! ¡Que me voy a quedar sin piernas y sin cuerpo! Las olas del mar y el griterío de la gente impedían que Sara escuchara algo. Había cogido un libro y lo estaba leyendo tranquilamente. Nicolás estaba desesperado, hacía intentos de salir del agua, pero el mismo pánico que tenía se lo impedía. Estaba agarrado del brazo de una señora de mediana edad. Ella sentía compasión por él, y le decía de manera maternal. - Hijo, déjame que te ayude y te lleve fuera. - ¡No puedo, el pulpo no me deja, me tiene bien cogido!

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- ¡Pero si no hay ningún pulpo! ¿Por qué dices eso? ¿Quien te ha contado esa patraña? - Contestó la mujer harta de oírlo. Nicolás señaló con el dedo a los tres chavales que se iban alejando por miedo a lo que pudiese pasar. - ¡Ellos! Esos niños que están saliendo del agua. La mujer los miró detenidamente. - ¿Vas hacer caso de lo que ellos te han dicho? Son sólo críos, y lo más seguro es que te han querido asustar ¿No sabes nadar? - ¡Se nota! ¿No señora? - Respondió algo enojado, pero no a causa de ella, estaba enfadado consigo mismo. Se había dejado engañar por tres críos mocosos. - ¿Estás sólo? ¿No hay nadie contigo? - Le preguntó la mujer con ánimos de ayudarlo. - ¡Señora que no soy un niño! - Hijo perdona ¡No te quería ofender! ¿Quieres que te ayude a salir fuera del agua? - No gracias, ya lo puedo hacer yo sólo. Sara miraba su reloj y vio que eran las doce y media. Hacia rato que Nicolás había entrado en el mar. Se sentó, y miró en la dirección que se había ido. Se tranquilizó al verlo que salía del agua con el flotador por la cintura. Nicolás la llamaba para que fuera a su encuentro. Sara se puso en pie, y avanzó un metro. Nicolás la seguía llamando. Se acercó a la orilla que era por donde él venía, la cara la traía pálida, y la mirada de miedo. - ¡Qué te ocurre! ¿Por qué estás así? - Le preguntó Sara ayudándolo a quitarse el flotador. - ¿Sabes que he sido atacado por un pulpo? - Dijo dándole argumento a lo que le había sucedido. - ¿Qué quieres decir? ¿Qué te ha mordido un pulpo?

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- ¡Cariño, los pulpos no muerden! - Dijo enojado meneando la cabeza. - Entonces ¿Por qué me dices que has sido atacado por un pulpo? ¿De qué manera? - Me ha retorcido la pierna y también la cintura con algunos de sus tentáculos - Dijo exagerando el sufrimiento. - A ver, muéstrame la pierna, tendremos que ir al médico, no vaya a ser que más adelante hayan complicaciones. Sara se agachó buscando el sitio que Nicolás le estaba indicando, pero por más que miraba no encontraba señal alguna. - ¿Por dónde dices que te ha cogido el pulpo? - Todo el pie izquierdo, parte de la pierna y la cintura. - No tienes ninguna señal ¿Estás seguro de que era un pulpo? - Eso fue lo que me dijeron los niños. - ¿Qué niños? - Le preguntó Sara poniéndose en pie, y mirándolo de frente. - Eran unos críos mocosos y estúpidos, que me alarmaron diciéndome - Que un pulpo se me había agarrado a la pierna. - Seguro que te han gastado una broma, lo suelen hacer los chavales ¿Por qué los has creído? - Porque el pie lo tenía cogido por algo que me oprimía fuertemente, y me fié de lo que ellos me dijeron. Soy un tonto, he vuelto otra vez a caer en la trampa ¿Cómo he podido pensar que me había rodeado el cuerpo un pulpo? Aquí no hay pulpos. Es normal que los niños se hayan divertido a costa mía. - ¿Por qué dices que es normal? - Pues, porque han visto en mi a un gilipollas con el salvavidas metido hasta la cintura.

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- No eres tonto mi amor - Dijo Sara besando la mejilla de él - Ni tienes que pensar eso ¿Crees que me hubiese casado contigo si fueras lo que dices? - ¡Sí que lo soy! Han podido conmigo tres críos que no tenían cada uno ni media guantá. A Sara le dio un ataque de risa, y no podía parar. - Por favor cariño para ya de decir tonterías. Es mejor que te hayan gastado una broma a que hubiese sido verdad. - Tienes razón mi amor, me callo. Pero estoy seguro que la broma que me han gastado esos niños no iba de mala fe. - Claro que no Nicolás. El verano y el mar, hace que todos estemos más alegres, y con ganas de jugar, eso es lo que esos niños han hecho, jugar contigo.

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Después de cenar fueron a la sala de baile acompañados de Marcos y de Elena. El ambiente era clamoroso. Habían llegado turistas nuevos, ingleses, era un maratón de aproximadamente, veinte, entre chicos y chicas, el baile acababa de empezar, y la mitad de ellos estaban ya ebrios. Cantaban canciones en inglés, cogidos de las manos y se iban balanceando de un lado a otro. Había otro joven de aproximadamente la misma edad, que no participaba en el juego de ellos, podría tratarse por el comportamiento que tenía, que se trataba del dirigente para que todo fuera bien. Nicolás, Sara y la otra pareja habían tenido suerte de encontrar una mesa en primera línea, pero estaban pegados a los ingleses. El camarero se acercó a la mesa para preguntar - Qué iban a beber - Cuba libre para los cuatro - Respondió Nicolás. Nicolás tenía un defecto o virtud en las fosas nasales. Podía emitir unos sonidos agudos que procedían de la nariz, sin que nadie advirtiera quien lo hacía. Sara desconocía esta faceta de él. Los ingleses estaban armando mucho jaleo, y sólo se les oía a ellos gritar y cantar. De pronto se escuchó un sonido de trompeta. Todos los asistentes miraron para descubrir de donde procedía, puesto que no había orquesta. Nicolás disimulando toda duda, bebió un trago del vaso que el camarero había servido. Miró a Sara moviendo la cabeza al compás de la salsa que estaba sonando.

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Los ingleses no le echaron cuenta al sonido de trompeta que escandalizó la sala. Sonó otra salsa. Tico tico. - ¡Vamos a bailar! - Propuso Nicolás a Sara. Nicolás bailaba con mucha soltura y llevaba a Sara muy bien. Los dos hacían una buena pareja de baile. A la mitad del Tico tico se oyó la voz de una mujer que gritaba fuerte. Sin dejar el ritmo, Nicolás miró en esa dirección, advirtió que se trataba de Elena, que le estaba llamando la atención a un joven inglés del grupo que habían llegado ese mismo día. Este joven que estaba más borracho que una cuba, llevaba sobre su cabeza un sombrero de cowboy, y hacía tonterías a las chicas y mujeres de más edad. Esto por lo visto no le gusto a Elena y remetió contra él. Ella se dirigía a él en español, y el joven le respondía en inglés, sin que uno ni el otro se dieran cuenta que causaban risa a los demás. Marcos que era un sufridor, trataba de no meterse, pues al final sería el culpable de todo lo que estaba pasando. Elena tenía suficiente coraje para salir a flote en todas las peripecias que se metía. Al final como no paraban de discutirse, fue un camarero para poner orden. Sara y Nicolás bailaban todas las canciones de ritmos diferentes. Sobretodo Nicolás había nacido con el ritmo en el cuerpo, parecía una vara de mimbre llevando sus caderas con los pasos adecuados que el ritmo requería. Por fin entraron en la pista a bailar, Marcos y Elena. Ella era difícil de llevar y de aguantar. Era por eso que a Marcos le daba todo igual, y no hacía caso a las tonterías de ella. Todo transcurría bien y tranquilo hasta que se encontró en la pista bailando sólo el inglés, con su sombrero de cowboy. Lo que bailaba no tenía nada que

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ver con la música que estaba sonando. Elena, no le quitó el ojo de encima al inglés. Este que estaba bien picado con ella, tuvo la idea de levantarle el vestido por detrás, viéndosele las bragas color crema que llevaba. Elena dio un zarpazo con la mano derecha hasta conseguir que el inglés soltara su vestido. Se separó de Marcos, y antes de empezar su batalla, se dirigió a él muy enfadada, pues, en esta ocasión tenía razón, y le dijo a Marcos con rabia. - ¿Te has fijado en lo que me acaba de hacerme ese desgraciado? - Está borracho - Dijo Marcos - Voy a llamar a un camarero para que lo saque de la pista. - Ya me encargo yo de hacerlo - Respondió Elena con el semblante rojo por la ira. Se dio la vuelta, pues, el joven inglés se hallaba detrás de ella haciendo tonterías con las piernas, como si bailara. Elena agarró el sombrero de cowboy, con las dos manos, y se lo desencajó de la cabeza, empezó a pegarle sombrerazos en la cabeza, en la cara y en el pecho del inglés. Le pegaba de izquierda a derecha, con fuerza e ímpetu, que el inglés no tenía tiempo de cubrirse la parte derecha de la cara, porque los golpes salían por segundos. Él trataba de cogerle las manos para pararla, pero le era imposible. En vista de que no podía, le echó mano al cabello. Elena ni corta ni perezosa, le propinó una patada en la espinilla. El inglés daba saltos con una pierna, mientras que la otra la tenía cogida con sus dos manos. Elena no paraba de pegarle sombrerazos, y patadas en la pierna que se mantenía de pie. El inglés con la borrachera que tenía no medía sus gestos ni sus arranques, y al verse atacado de esa manera por esa desconocida mujer, la agarró de los pelos estirando de ella. Elena lo seguía con la

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cabeza inclinada y con las manos puestas en la cintura de él. Gritaba llamando a Marcos con el ruido de la música, a Marcos no le llegaba su voz. Estaba viviendo una situación embarazosa, y como ella no se cortaba por nada, pensó que lo más adecuado era hacer lo siguiente. Su mano derecha la despegó de la cintura del inglés y agarró fuertemente sus partes más íntimas, no las soltaba, las había agarrado con fuerza. La cara del inglés se transformó, habría la boca gritando de dolor al mismo tiempo que trataba de quitar la mano de Elena en donde la tenía. Sin poder resistirlo más pegó un empujón a Elena tratando de despegarla de él. Pero Elena no era fácil de convencer y con la fuerza que tenía en su mano se llevó con ella los pantalones, dejando al descubierto el trasero y las partes del inglés. Toda la gente que bailaba en la pista advirtieron lo que estaba ocurriendo pero al final, se perdieron la primera parte del suceso. Dos camareros llegaron, y ayudaron al inglés a ponerle bien los pantalones, seguidamente lo sacaron de la pista. Cuando iba a dos metros de Elena, ella le tiró el sombrero, que seguía teniendo en la mano izquierda y fue a parar a la espalda del inglés. Todos los que bailaban en la pista habían parado para mirar el espectáculo tan divertido que habían dando. Elena no quiso continuar bailando, Marcos y ella fueron a sentarse en la mesa. El inglés estaba cerca, y al verla se cambió de sitio, y se puso al otro extremo. Todo quedó tranquilo. La música sonaba con otros temas más románticos. Nicolás y Sara se estaban dando un buen lote de bailar, y no parecía que estuviesen cansados. Los dos se amaban profundamente, y entre besos, palabras

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dulces y llenas de amor podían estar toda la noche bailando. El inglés volvió de nuevo a la pista, con su sombrero bien metido en la cabeza, empezó a bailar country, aunque era un bolero lo que sonaba. Nadie le prestó atención, pues, las parejas bailaban bien juntas, los cuerpos pegados. Un hombre joven se acercó al inglés, le recomendaba que se portara bien. Era otro inglés que iba con el grupo. El joven del sombrero de Cowboy estaba más borracho que hacía media hora, pues, cada vez que se acercaba a la mesa donde el grupo estaban sentados, pedía una nueva jarra de medio litro de cerveza, y la bebía en tres veces. Una pareja joven bailaban cerca de él. Se notaba cómo tenía ganas de hacer la misma operación con esa joven que tranquilamente bailaba abrazada a su marido. Su deseo iba en aumento, y no se podía reprimir. Ya empezó acercarse a ella mirando su trasero, y sin pensarlo más cogió la falda negra y la levanto hasta la cabeza de la joven, viéndosele las bragas, las tenía negras. La joven pegó un chillido, mientras que miraba detrás de ella quién le había levantado la falda. El marido se enfureció de tal modo que fue a por el inglés, que seguía como si nada hubiese pasado, y bailando country. Estaba tan borracho que no se enteraba de nada, antes de que el marido de la joven cogiera cartas en el asunto, entró en la pista el inglés, que por lo visto era quién guiaba al grupo. Agarró al borracho por los hombros, y le dio una sacudida, seguidamente pidió disculpas a la joven pareja. El inglés del sombrero de cowboy se negaba a salir de la pista, también zarandeaba al guía queriéndose

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escurrir de sus manos. Llegó un camarero y advirtió al guía que serían expulsados del local si no tenían una buena conducta. También el guía pidió disculpas al camarero respondiendo - Que no iba a suceder más. Como el borrachín se negaba a irse del baile, el guía lo agarró por la espalda y por debajo de las axilas. Lo llevó arrastrando por los talones, y lo condujo a uno de los balcones de la sala. Los dos salieron fuera, también el camarero que les había advertido. No pudo verse nada de lo sucedido fuera en el balcón, pero cuando entraron los tres, el inglés cowboy había cambiado todo su argumento y ya no era el mismo. Las dos horas que quedaban para que acabara el baile su comportamiento fue correcto. Elena no se lo quitaba de la cabeza, y sólo hacía que fonfuñorear sobre el joven sin quitarle la mirada. Para ella fue poco lo que le metió, si no hubiese venido el camarero a quitárselo, hubiese venido la ambulancia para llevárselo ¡Menuda era Elena! Al despedirse de ellos, Nicolás y Sara, Elena les preguntó en voz baja para que nadie los oyera. - ¿Oís ruido de madrugada? Sara y Nicolás se miraron algo extrañados. - No oímos nada, lo normal cuando por ejemplo a estas horas altas de la noche, llegan muchos clientes del hotel a sus habitaciones, y a veces hablan en el pasillo, pero nada más. Marcos negaba con la cabeza, con la mirada clavada en la de Nicolás y Sara. Lo hizo en un descuido que Elena no lo podía ver. Elena se acercó al oído de Sara y dijo aún más bajo que antes. - ¡Me persiguen!

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Marcos volvió de nuevo a negar con la cabeza y el ceño fruncido. Él se hallaba detrás de Elena. - ¿Quién te persigue? - Preguntó Sara también por lo bajo para seguirle la corriente. Pues, había advertido en Marcos una advertencia. - Los de Barcelona, no me dejan vivir ni de día ni de noche ¡Chisssst! No hables muy alto, que nos pueden oír ¡Pero el día que los coja por mi cuenta!... ¿Te has dado cuenta de ese inglés que estaba harto de cerveza? - Sí, había bebido - Respondió Sara. - Pues… lo han enviado ellos. - ¿Quiénes son ellos? - Preguntó aflojando la voz. - Los vecinos que viven en mi bloque, quieren todos acabar conmigo. Pero seré yo quien acabe con ellos, y pido justicia, quiero que se haga justicia con todos. Marcos intervino. Estaba Elena molestando con sus locuras a los nuevos amigos que acababan de conocer. - Elena para ya - Le dijo con la mayor paciencia - Son las tres y media de la madrugada, y querrán irse a dormir. - ¡Títere! Eso es lo que eres - Respondió Elena enrabiada - Si fueras otra clase de marido ya me los hubieras quitado de encima. - Todo está en tu mente, nada de eso existe ¿Por qué no tomas los medicamentos? - ¿Te estás haciendo el listo esta noche? ¡Pues no me los tomo porque no los necesito! Nicolás había echado su brazo por encima de los hombros de Sara, con la intención de retirarse y entrar en la habitación. - Nosotros nos vamos - Dijo, llevándose a Sara. Marcos asintió con la cabeza. Pero Elena remetió contra él. - ¿Por qué no me has dejado que se lo cuente todo?

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- No hay nada que contar ¡Pensaba que viniendo de vacaciones, y que descansarías, te olvidarías de todo! - ¡Es que no me puedo olvidar porque están ahí! ¿Qué culpa tengo yo de que me estén siempre acechando? ¿Y que escuchen a través de las paredes para saber lo que digo y lo que hago? Sara y Nicolás se despidieron. Ellos no podían entender el comportamiento que estaba llevando Elena ¡Pobre Marcos! - Pensaban. En la cama del hotel ancha y confortable, esperaba Sara sentada colocando bien el camisón blanco de raso con tirantes, a que Nicolás hiciera la entrada después de hacer un rato que había entrado en el cuarto de baño. Acababa de lavarse los dientes, y se miraba en el espejo con coqueteo. - ¡Soy el mejor, el irresistible! - Decía mirándose de frente y de perfil de los dos lados. - ¿Decías algo cariño? - Dijo Sara, mirando hacia la puerta del cuarto de baño. Nicolás tan narcisista y presumido, no oía la voz de Sara. Sólo estaba él, frente el espejo hablándose a sí mismo, diciendo. - Es normal que Sara se fijara en mí, que se enamorara como lo está ¡Es que estoy muy bueno! - ¡Qué dices cariño, no te oigo! - Seguía Sara preguntando, y esperándolo a que saliera del baño. Ya no sabía qué hacer, el camisón lo tenía puesto y bien colocado, ahora miraba las uñas. Ese mismo día se las había pintado, y las tenía perfectas, todo era para hacer tiempo. Nicolás seguía mirándose en el espejo. Echó una sonrisa mostrando su dentadura blanca, y con la mano derecha alisó su tupé, y dijo.

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- ¡Prepárate nena, que ya voy! ¡Ah! Sabía yo que algo se me olvidaba. Se había lavado los dientes, pero la boca no se la había enjuagado. Para él, echaba mucho tiempo, no se daba cuenta cuando había pasado una hora y seguía debajo de la ducha, delante del espejo peinándose o, poniéndose en la cara, crema para hombre. Había puesto agua en un vaso, y dentro derramó un chorroncito de un líquido mentolado para el enjuague de la boca. Se le oía por toda la habitación el gorgoriteo que hacía con la garganta. Era lo más parecido a un tragadero. Con tanta fuerza e ímpetu hizo que tragara la mitad del líquido que tenía en la boca. Echó al lavabo la bocanada que le quedaba por no poderlo resistir más. El gaznate se le había quedado impregnado, y la tos era inevitable. Tosía fuerte, como si se estuviera ahogando. Sara se alarmó al escucharlo toser del modo que lo hacía. Saltó de la cama y corrió al cuarto de baño. Encontró a Nicolás cogido al lavabo sin poder ya casi respirar. No sabía qué hacer en ese momento tan crítico, pues Nicolás no podía hablar. Lo podía ver por el espejo, como el rostro se le había quedado rojo a punto de explotar. Lo único lo iba a intentar, no había tiempo de llamar a alguien para que fuera en su ayuda. Sara cruzó las manos, con toda su fuerza, y descargó un fuerte puñetazo en la espalda de Nicolás. Como no reaccionaba le pego otro, y después otro, hasta que empezó a vomitar, y echó toda la cena. Se fue calmando poco a poco, hasta que dejó de vomitar y de toser. Se quedó apoyado en los azulejos del baño, con la cara blanca como el papel. En esa misma posición como estaba, Sara le estuvo lavando la cara con una toalla mojada. Cuando acabó de

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hacerle la limpieza, Nicolás se echó en los brazos de ella, estaba abatido y sin fuerzas. - Cariño, que mal me encuentro - Dijo con la cabeza apoyada en el hombro derecho de Sara - ¡Para haberme matao! - Vamos a la cama, que son más de las cuatro - Dijo Sara, y para alegrarlo, le preguntó - ¿A qué hora vamos mañana a la playa? Nicolás la miró con los ojos casi cerrados, por el sueño que tenía, y que le impedía estar de pie. - Mañana no hay playa, quiero dormir abrazado a ti hasta las doce o la una. Esa noche Nicolás no tuvo ganas de fiesta, y durmió como le dijo, abrazado a Sara.

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Lo que le faltaba para terminar la noche hasta el día siguiente a las doce, estuvieron durmiendo. Tanto Sara como Nicolás habían decidido de no ir a la playa, Nicolás tenía la espalda algo quemada, e incluso la camisa le molestaba al rozarle la piel. No habían estado en Palma de Mallorca, y este día era el apropiado para visitar la capital y conocerla. Se trasladaron en el autobús de línea, y bajaron frente a la catedral. Nicolás tenía un hambre espantosa. La madrugada pasada había vomitado la cena, y tampoco habían desayunado, se levantaron tarde y el proyecto que hicieron de ir a la capital les quitó el tiempo. Decidieron quedarse a comer en un restaurante bien situado, con una gran terraza en medio de jardines. Nicolás tenía mucho apetito y de primer plato pidió mejillones. El plato que le habían servido era de gran tamaño, y pronto acabó con los moluscos. Sara no había acabado el plato de ensalada, cuando Nicolás pedía otro primer plato de buñuelos de bacalao. Acompañaban la comida con un vino blanco de la región. Nicolás se estaba poniendo las botas, su apetito no tenía fin. Sara le sugirió. - No comas tan aprisa, todavía te queda el segundo que has pedido, dos huevos fritos con chorizo, y si te queda sitio también podrás pedir uno de estos postres que hace la casa.

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- Sí desde luego, no nos vamos a ir sin probarlos, pero ahora déjame que saboree estos buñuelos que están deliciosos, tengo el estómago vacío y puede entrar lo que le eche. Sara estaba extrañada de verlo como comía, jamás lo había visto con tanto apetito. Lo dejó que comiera a su aire y que disfrutara tanto como quisiera. El segundo plato de Nicolás lo trajo el camarero con el de Sara que había pedido un variado de pescado con salsa marinera. Los huevos fritos con chorizo estaban exquisitos, Nicolás limpió el plato con una rebanada de pan. El camarero les traía las cartas de postres, y se las estaba entregando, cuando se oyó un ruido de tripas que procedían del vientre de Nicolás, y seguidamente otro, y otro, tres segundos más tarde, el ruido era tan alto que el camarero se detuvo y lo miró pensando que pronto se vería en un aprieto, si no iba rápidamente al aseo. Sara miraba a Nicolás y al camarero con cara de circunstancias, esperaba ver qué pasaba. Un retorcijón fuerte de tripas hizo que Nicolás se pusiera en pie, y con la cara de inquietud buscaba con la mirada de derecha a izquierda. El camarero que no había cesado de observarlo, le indicó. - ¡La segunda puerta a la derecha! - ¡Gracias hombre! - Dijo, y se fue aprisa doblado hacia delante con las manos puestas en el vientre. - ¿No te encuentras bien? - Le preguntó Sara que se había levantado del asiento y lo seguía con la vista. Nicolás no le pudo responder, pues, los pedos no podía retenerlos, y salían uno tras de otro como si de una ametralladora se tratara. Sólo le dio tiempo a entrar en el aseo y cerrar la puerta.

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En las mesas contiguas había matrimonios comiendo con sus hijos. Los niños que habían presenciado el escape de ventosidades que Nicolás iba dejando por su paso, imitaban el pedo con la boca, miraban en dirección de la puerta del aseo para ver salir a Nicolás. Sara iba siguiendo toda esa niñería sin ganas de sonreír. Se había quedado preocupada, y esperando a que Nicolás volviera. El apetito se le había ido, y esperaba con los brazos apoyados sobre la mesa. La diarrea de Nicolás era de ametralladora y de cañones, la guerra de tripas iba para largo. Estaba asustado por todo lo que salía y no paraba. Su cuerpo rebotaba sentado en el water, al mismo tiempo que iba expulsando ventosidades y excrementos. Le daba al pulsador de la cisterna, y cuando se llenaba le volvía a dar. Llevaba medio rollo de papel higiénico gastado, cada pedazo que cortaba era de casi un metro, tenía que quedarse limpio como los chorros del oro. Al salir del aseo, los niños lo estaban esperando, tenían ganas de divertirse, y sabían que con Nicolás, la risa estaba asegurada. Llegó a la mesa y se sentó. Los niños y también los familiares reían, pero los críos, sus risas eran contagiosas, que sin parar de reír miraban descaradamente a Nicolás. - ¡Uff! No sabes lo que tenía en el vientre - Dijo Nicolás, mirando a Sara, y observando que ella estaba pendiente de las dos mesas que había a la derecha. - Has comido demasiado - Respondió Sara casi ausente. - Qué ocurre ¿A quién estás mirando? - Dijo Nicolás volviendo la cabeza. - A esos críos ¿No oyes cómo se ríen?

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- Se lo pasan bien. Cuando yo tenía la edad de ellos hacía lo mismo. - Hay algo que han visto en ti, y quiero saber que es. Nicolás estaba bien sentado, y por el borde de la silla asomaba, un gran trozo de papel higiénico que estaba cogido por la cintura de su pantalón. Sara le echó mano y se lo quitó, y cuando tenía el papel a la altura de su pecho, lo mostró a los niños y a los familiares, que seguían la broma de sus hijos, y les dijo. - ¡Mirar, esto sirve para limpiarse el culo! ¿Lo sabíais? ¿Con qué os lo limpiáis vosotros? Sara seguía con temple, mirando con descaro, a que alguien respondiera algo. Nadie se atrevía a decir nada, pero estaba claro, la risa no la podían retener, y reían por lo bajo, y ajenos a todo comentario. Nicolás había desahogado bien el vientre. No estaba por lo que sucedía, pues, todo lo que había comido lo expulsó en diez minutos, y el apetito apareció. El camarero que no le había quitado ojo de encima, también reía con una fuerte sacudida de hombros. Nicolás quería seguir comiendo, pues se había quedado con hambre. Pero antes de hacerle una señal al camarero para que se acercara, se dio la vuelta y cogió a Sara del brazo para que le explicara que sucedía. - Cariño ¿Qué ocurre? - Preguntó con aire de despreocupado. Sara parecía estar algo enfadada con él también. - ¡Te habías dejado papel higiénico pegado por detrás del pantalón! ¡Se veía mucho! ¿Por qué no tienes más cuidado? - ¡Va! ¿Y qué? ¿Era por eso que se reían? - Sí.

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- Eso no tiene importancia - Dijo estirando del brazo de Sara hasta conseguir de que se sentara. - Seguro que tú no has pasado vergüenza, pero yo sí. Era ridículo oír cómo se te escapaban los pedos, y por si eso fuera poco, vuelves con medio metro de papel higiénico colgando por la cintura del pantalón, y seguro que pegado también en el culo. - Cariño ¡Son cosas que pasan! - Dijo levantando los hombros. - Estas cosas sólo te pasa a ti ¿A que no te has fijado en el camarero la hartá de reír que se está pegando a costa tuya? - Mira, pues, me alegro por él. Y ahora que lo mencionas, voy a llamarlo, para pedirle un plato combinado. - ¿Vas a comer más? - Exclamó Sara - Pero si no he comido, lo he echado todo. Ahora me están haciendo ruido las tripas pero de hambre. El camarero trataba de no mirar a la mesa, pues, sólo de ver a Nicolás le daban arranques de risa. Como miraba hacia otro lado, llamó a otro camarero que servía otras mesas. Este camarero se acercó para indicarle a Nicolás que el que los servía, era el camarero de enfrente, y lo llamó. - ¡Adolfo! - Y cuando miró le indicó - Ves a la mesa tres. El camarero se aproximaba con los dedos índice y corazón de la mano derecha apoyados en la boca, y con la izquierda sostenía el codo. Nicolás lo miró con una ceja levantada, pues había advertido, que cogió esa postura para conseguir dejar de reír. - ¿Qué desea? - Preguntó sin quitarse los dedos de la boca. - Sigo teniendo hambre. - Le traigo la carta - Dijo el camarero girándose para irse. Pero antes de que diese el primer paso, Nicolás le pidió.

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- Quiero lo de antes. - ¿Tres platos? - Preguntó haciendo un gran esfuerzo para responder. - Sólo uno. Los dos huevos fritos con chorizo, y trae pan que se ha terminado. - Sí señor … al instante. - ¿Es Adolfo como te llamas? - Le preguntó Nicolás antes de que se retirara. - Sí señor. - Adolfo ¿Nunca te has cagado por las patas abajo? El camarero se sorprendió al oír la pregunta que le hacía. Sara también, y miró al camarero. - Señor, son hechos muy personales que no voy a mencionar. - ¡Ah! Me estás diciendo que si te has cagado, pero te da vergüenza de comentarlo ¿No es cierto? - No voy a responder a su pregunta. Sara con su pie derecho pisó el izquierdo de Nicolás. Él le echó una mirada, y dirigiéndose a ella le dijo. - Eras tu la que estabas enfadada. - Sí de acuerdo, pero ya está. Nicolás sonrió mirando al camarero. - Lo dicho Adolfo, tráeme, huevos fritos con chorizo. El camarero se alejó para hacer el pedido. - No tenías que haberle dicho eso al muchacho, se ha puesto rojo - Sara le rectificó. - No importa, seguro que le he hecho un favor ¿No te has descarado tú con la gente que hay en esas dos mesas? Pues cada uno hemos reaccionado por nuestra cuenta ¿O es que soy yo el único que va a tener diarrea? El camarero había traído un plato bien fornido, con dos huevos fritos, dos chorizos hechos a la plancha, y

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bastantes patatas fritas. Una panera llena de pan troceado también la depositó sobre la mesa. Nicolás había puesto la nariz encima del plato humeante, ese plato era uno de sus preferidos. Sara lo miraba cómo saboreaba esta comida sabrosa, parecía un niño disfrutando de lo que más le gustaba.

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Era el penúltimo día de vacaciones, querían llevar regalos, sobretodo souvenirs. Obras talladas en madera que en las Baleares tienen un gusto especial para trabajar. Así es que a la tarde se fueron de compras. No se dejaron ni un solo día de los quince que estuvieron en pasárselo bien. Les quedaba un buen recuerdo de la luna de miel. Marcos y Elena hacía dos días que se habían marchado a Barcelona. Guardaron una gran amistad, y se intercambiaron, los números de teléfono y las direcciones, para volver a verse en Barcelona. De todas las tiendas de souvenirs que hay en Palma nova, eligieron una por el gran contenido que había de regalos. La superficie era grande y abarcaba una gran cantidad de material tanto en madera esculpida, cómo en moluscos de mar, verdaderas maravillas. Sara se volcó hacia unas figuras talladas en madera, y que estaban representando los primeros que llegaron a ocupar la isla. Una de estas figuras se la mostraba a Nicolás con gran entusiasmo, pues, el piso donde irían a vivir, le hacía falta el toque femenino. Lo había habitado durante dos años Nicolás, y necesitaba muchos retoques de decoración. - Nos llevamos la pareja ¿Te gusta? - Dijo Sara mostrándole las figuras de madera. - A mi no me entusiasman, tienen la cara fea, y me miran de una manera que no me hace gracia. Lo decía en broma pero no estaba lejos de la realidad.

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- No bromees, y dime si nos la llevamos - Dijo Sara levantando una cerca de los ojos de Nicolás. Él, mientras que miraba la figura torció los ojos. - ¿Has visto lo que ha hecho en mi esa cara que me mira? Sara sonrió, y fue a poner la figura en su lugar. - Veo que no te gustan - Argumentó. El dueño de la tienda los observaba, no podía dejar pasar que no compraran las dos piezas, pues, le proponía una buena ventaja comercial, y se acercó a ellos para que las compraran. - Señora, le ha gustado estas dos figuras de arte ¿No es cierto? - Sí mucho, pero mi marido no parece estar convencido. Sara notó que algo le estaba rozando la pierna, y que se apoyaba en ella. Bajó la mirada para ver que era, y vio que junto a su pie derecho estaba sentado un perrito joven, de pelo blanco, Las orejitas las tenía dobladas hacia delante, pero sin taparle los ojos, y el color del pelo le cambiaba en un marrón claro. Sara pensó que se trataba del perrito del dueño de la tienda. Le hizo gracia que se sentara a sus pies, y no le dio más importancia. Siguió hablando con el comerciante de la compra que le interesaba, pero que no iban a comprar, porque Nicolás aunque no se lo dijo, sabía que no le gustaba para colocarlas en el hogar. El comerciante les mostraba otros artículos también de madera. Tropezó con el perrito, e hizo un gesto como para caerse. Él también pensó que el animal era de ellos, y su afán era que compraran. Después de estar mostrándoles varios artículos, se quedaron con una ensaladera de madera tallada, y con su correspondiente, cuchara y tenedor para mover la ensalada.

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Nicolás no había advertido al perrito, y al hacer un cambio de pie, lo pisó. El animal gritó de dolor. Sara se agachó y lo acarició. Se dirigió al dueño y le dijo excusando a Nicolás. - Es tan pequeño que no lo ha visto. El comerciante la miró extrañado. - ¿No es de ustedes el perro? - No - Respondió Sara mirando al mismo tiempo a las tres personas que habían comprando. No parecía que tampoco fuera de ellos, pues, el animal no se movía de los pies de ella. Levantó su cabecita y miró a Sara con ternura. - No parece ser de que tenga dueños - Dijo Sara a Nicolás. - Sí que los tiene, deben de estar fuera. Pagaron el artículo, y salieron de la tienda. Se dirigían por la gran avenida buscando algo más que comprar. Y de súbito se dieron cuenta de que el perrito los iba siguiendo. Sara lo llevaba detrás de sus talones, el animal no tenía collar, ni nada que lo identificara. A Sara le llamó la atención un vestido color crema que posaba con otros vestidos más en un escaparate de moda de mujer. Nicolás se fijó en el entusiasmo que Sara tenía mirando la hechura y el color del vestido, y la animó a que entraran en la boutique. Al tiempo que entraban, también lo hizo el perrito, que no se despegaba de Sara. La dependienta lo advirtió, y dijo con voz algo áspera. - Señores, aquí no puede entrar su perrito. - No es nuestro - Respondió Nicolás. - Yo no lo sé, pero va con ustedes - Recalcó la dependienta algo molesta. - Nos está siguiendo - Aclaró Sara.

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- Pues, échelo fuera - Puntualizó la dependienta. Sara no quiso mirar nada, le había quitado las ganas esa joven con sus maneras algo rara que había tratado al animal y le dijo a Nicolás. - Vámonos. Salieron de la boutique, y se dirigieron al hotel. ¿Qué hacían con el perrito detrás? Estaba claro de que el animal se quería quedar con ellos ¿Pero cómo hacían para entrar en el hotel? Allí no admitían animales, y tendrían un serio problema si entraban con el perro ¿Cómo lo podían hacer para que ninguno de los empleados lo advirtieran? Tanto Sara como Nicolás no estaban dispuestos a abandonar al perrito. Había llegado a ellos cómo algo extraordinario, y estaban seguros que les traería suerte. Nicolás que muchas veces tenía unas ideas formidables, expuso a Sara. - Se me ha ocurrido subir a la habitación, y coger la bolsa de la playa, metemos dentro el perrito y por una noche, no va a pasar nada, nadie lo va a ver ¡total, mañana a las nueve nos vamos! - Cariño, eres formidable, has tenido una idea muy brillante - Dijo Sara manteniendo al perrito entre sus brazos y acariciándolo. Mientras que Nicolás subía a la habitación, Sara se quedó en la calle con el perrito - Una noche pasa pronto - Pensaba. Nicolás se dio prisa en coger la bolsa y bajar. El perrito tenía mirada de inteligente. Observaba cada movimiento que Nicolás y Sara hacían. También sabía que estaban hablando de él, movía las orejitas dependiendo de lo que hacían.

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Cuando Nicolás se presentó con la bolsa playera, sabía que era su medio de transporte. Sólo tuvo Nicolás que abrirla, y el perrito dio un salto y se metió dentro. Pesaba poco, más o menos, tres kilos, y podía pasar desapercibido. La bolsa la llevaba Sara enganchada en el hombro derecho. Cómo la habitación estaba en el primer piso, subieron por las escaleras tranquilamente. Todo iba bien hasta que iban por el pasillo para llegar a la habitación. De súbito, el perrito saltó de la bolsa, y se echó a correr todo pasillo alante. En esos instantes un camarero venía con una bandeja en las manos, y dentro una heladera con una botella de champagne y dos copas. No se esperaba encontrarse con el perrito que corría a galope. Nicolás y Sara corrían tras de él. El perrito al llegar hasta el camarero que éste hacía regates para no tropezar con el animal, pasó por entre las piernas de él. Este perdió el equilibrio, y cayó de cara al suelo todo lo largo que era. La bandeja iba rodando por el pasillo, como si de una rueda se tratara. Las copas se rompieron, y la botella de champagne del golpe se destapó, formando un gran estruendo, parecía como si alguien hubiese disparado un cañonazo. Nicolás había llegado a alcanzar al perrito, y lo traía debajo de su brazo. El camarero se había puesto en pie, y trataba de recoger del suelo las copas rotas y la botella, el líquido había salido todo de ella, formando en el pasillo muchas burbujas. El camarero estaba enfadado, se dirigió a Nicolás que venía agotado, trayendo al perrito cogido por el brazo derecho.

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- ¡Los perros no se admiten en este hotel! - Dijo el camarero con el semblante rojo, aunque trataba de disimular su ira. Sara llegaba en ese instante, palpitándole el pecho por tanto como había corrido también detrás de animal. - No tenemos intención de que se quede aquí - Respondió Sara - Tratábamos de sacarlo del hotel. - ¿Cómo ha entrado? - Preguntó el camarero sin creerse demasiado la historia que ella le estaba contando. - Nos ha ido siguiendo, pero ya mismo lo llevamos fuera. - ¡Ah! Bueno. Nicolás se fijó en Sara, sabía que no estaba diciendo la verdad. Ella le guiñó un ojo aprovechando que el camarero recogía del suelo los cristales rotos de las copas. - Perdona todos los desperfectos que el perro haya causado- Dijo Nicolás al camarero. - Está bien - Respondió él, dándose la vuelta para mirarlo - Pero el perro sáquelo de aquí inmediatamente. La habitación de Nicolás y Sara se encontraba al principio del pasillo. Y fueron en esa dirección, al llegar a la puerta, Sara la abrió, y le dijo a Nicolás en voz baja. - Date prisa y entra. ¿Cómo vamos hacer con el animal aquí dentro? - Respondió Nicolás después de que Sara hubiese cerrado la puerta. Sara cogió al perrito en sus brazos, y después de hacerle unas caricias, respondió. - Sólo nos queda esta noche, la pasará con nosotros, el animal es bueno y tranquilo. - Esperemos que así sea - Dijo Nicolás moviendo la cabeza - ¿Y si viene el camarero y nos pregunta?

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- Antes tiene que llamar a la puerta, y mientras que abrimos, lo escondemos en el cuarto de baño. ¡No va haber ningún problema! - Tenemos que bajar a cenar ¿Cómo lo hacemos? - Lo dejamos en el cuarto de baño, y cerramos la puerta, vamos a tardar sólo una hora. - Parece que todo vaya a salir bien - Dijo Nicolás más tranquilo. Todo sucedió como Sara había previsto. La cena que eligieron fue carne a la plancha, dejaron la suficiente para que el perrito comiera. Sara había llenado la bañera, necesitaba tomar un baño con sales relajantes y perfumadas. Dentro de la bañera estaba estirada, y había cerrado los ojos. Escuchaba música de la radio que Nicolás había conectado. Él, hacía su maleta, procuraba no olvidarse nada. Mientras tanto, el perrito observaba todos los manejos que hacía, estaba contento porque había encontrado una familia que lo quería. De pronto pensó el perrito, que Sara estaba en el cuarto de baño, y fue a encontrarse con ella. Se quedó delante de la bañera, mirándola, parecía que durmiera. No podía verla con los ojos cerrados, necesitaba despertarla, y pensándolo bien, decidió hacerlo. Saltó dentro de la bañera. Mantenía la cabecita fuera del agua, pero que tampoco se le podía ver bien, pues, la tenía cubierta de espuma. Sara sintió que algo la tocaba, que le rozaba el muslo izquierdo. Abrió los ojos, y vio que en el cuarto de baño estaba sola. Oía a Nicolás en la habitación trasteando con su maleta. Se llenó de pánico, tenía las manos levantadas, y estaba a punto de gritar ¡Dios mío, lo que fuera, lo tenía

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pegado al muslo! - ¡No quería meter la mano para tocar! ¡Y gritó! - ¡Nicolás! ¡Nicolás! - ¿Qué quieres cariño? - Respondió. - ¡Algo ha entrado en la bañera! ¡Ven rápidamente! ¡Date prisa! - ¡Ahora mismo voy! Nicolás deja la camisa a medio doblar encima de la cama. Quiere ir lo más pronto posible. El próximo paso que va a dar es sobre una alfombra, tropieza con ella y cae de rodillas. Trata de incorporarse, y cuando ya parece que lo está vuelve a tropezar pero con el otro pie, y esta vez, se cae todo lo largo que es, pierde un zapato, y lo busca, pero el zapato no está a su vista. La habitación la tienen revuelta con los preparativos para marcharse a la mañana siguiente. Sara seguía llamándolo. - ¡Nicolás! ¡Por qué no vienes! - Cariño, llego enseguida, estoy buscando el zapato. ¡Ah! Ya lo he encontrado, lo veo debajo de la cama. Sara no aguanta más y de un salto se pone en pie y sale de la bañera, tiene el cuerpo cubierto de espuma, mira dentro de la bañera y ve algo que se mueve. En esos momentos no piensa que puede ser el perrito, sus ojos se van agrandando cada vez más cuando ve que algo está girando en el agua. Nicolás venía aprisa, con el zapato a medio poner. - ¿Qué está ocurriendo? - Dijo al llegar. Sara le señalaba con el índice el recorrido que iba haciendo el perrito cubierto de espuma. - ¿Qué es eso? - Dijo Sara sin dejar de mirar. - ¿Dónde está el perrito? - Preguntó Nicolás. Los dos se miraron.

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- ¡Se va ahogar! - Dijo Sara, metiendo las manos en la bañera para rescatar al animal. Cuando lo había cogido, lo levantó, estaba lleno de espuma, sólo se podían distinguir los ojos y su mirada tierna, mojado era aún más pequeño. Sara quitó el tapón de la bañera, y aclaró bien al perrito, y seguidamente lo secó con una toalla, y después con el secador del pelo lo dejó muy guapo. Nicolás la observaba, lo feliz que estaba cuidando del perrito, y le dijo. - Cariño, serás una buena madre, vas a querer mucho a nuestros hijos, pero tengo miedo que los quieras más que a mí. Sara dio una carcajada, se aproximó a Nicolás, y lo besó en los labios. - ¿Estás celoso? - Le preguntó volviéndolo a besar. - ¡Para qué lo voy a negar! - Contestó mirando al perrito que lo tenía ella en un brazo - Cuando lo estabas lavando, quería yo ser el perrito, quería estar en tus manos, para que me lavaras, y me secaras. - ¿Quieres que esta noche te lave yo debajo de la ducha? Nicolás empezó a quitarse la ropa, y se quedó desnudo, Sara seguía también desnuda. Dejó el perrito en el suelo, y los dos entraron en la ducha. Colmaron sus deseos de amarse debajo del agua. Tenían que irse a dormir, pues al día siguiente madrugaban. El perrito sentado en el suelo los miraba con mirada tierna, y pensaba - Ellos están en la cama, y yo en el suelo, no puede ser - El perrito no veía eso muy claro y se puso a llorar para llamar la atención de Nicolás y Sara. Tenían miedo que alguien oyera al perrito, y los echaran a los tres fuera. Nicolás le señaló al animal, la alfombra, tenía que dormir esa noche a los pies de la cama, pero el perrito no

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estaba de acuerdo - ¿Por qué ellos en la cama y él en el suelo? - Seguía llorando. - ¿Qué hacemos? - Dijo Sara. - No hacerle caso, y él sólo se callará - Respondió Nicolás, al mismo tiempo que el perrito daba un salto y subía en la cama. - ¡No, no, esto no puede ser! - Dijo Nicolás saliendo de la cama, cogió al perrito y lo puso encima de la alfombra, señaló con la mano el sitio, y le dijo - Ésta es tu cama. Lo dejó sentado, viendo cómo lo miraba, y Nicolás volvió a la cama. - Ya está cariño - Le dijo a Sara - Ahora lo ha entendido. Sólo había acabado de terminar la frase cuando de pronto había vuelto el perrito a saltar encima de la cama. Pero esta vez escarbaba con las manos para hacerse un hueco entre ellos dos. Lo consiguió, y ahora en la cama eran tres. Sara y Nicolás se miraron. Los dos tenían los ojos como platos, ella se encogió de hombros, y dijo a Nicolás que seguía mirándola desconcertado, y con la boca abierta. - Tenemos que dormir, cuando lleguemos a Barcelona arreglaremos este pequeño problema. - Tenemos que ponerle un nombre a este pequeño microbio - Dijo Nicolás mientras que el perrito meneaba la cola contento de haber conseguido su hazaña. - ¡Le gusta lo de microbio! - Repuso Nicolás riendo - Ese nombre le va bien. Es un chulo, nunca he conocido a un perro con tanta chulería como este. Sara levantó el índice, y como si una idea viniese a su cabeza dijo. - ¿Qué te parece si lo llamamos chuli? - ¿Por qué chuli? - Preguntó Nicolás levantando los hombros.

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- ¿No has dicho que es chulo? Pues, pienso que ese nombre le viene bien. Nicolás se quedó algo pensativo, pero rápidamente reaccionó. - ¡Ah! Ya entiendo lo de chuli ¿Lo dices por lo de chulo? - Siii… ¡Menos mal que ya te has enterado! Nicolás buscó a Sara, y jugó con ella. Le hacía cosquillas, mientras que ella reía a carcajadas. Chuli se plantó en el centro de la cama, moviendo la cola por lo contento que estaba, y para también poner un poco de orden, hacía ver que sus dueños habían enloquecido. Después de estar los dos un rato jugando y riendo, se tuvieron que calmar, pronto sería de madrugada, y tenían que estar bien para la partida. Para salir del Hotel con chuli no hubo problema alguno, como era tan pequeño Sara lo volvió a meter en la bolsa azul con gaviotas pintadas, y nadie podía notar que había dentro un perrito.

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- Hogar, dulce, hogar - Dijo Nicolás al parar el taxista frente a la casa donde vivían. Habían pasado una feliz luna de miel, pero en casa como en ninguna parte, ahora empezaban una nueva vida. Para Sara, Nicolás era el hombre ideal. Y para él, Sara era la mujer perfecta, con la que siempre había soñado. Una mujer que lo sabía entender, y que tenía la gloria ganada por la paciencia que demostraba tener. Sara se quedó en el dormitorio sacando ropa de las maletas y guardándolas en el armario. Nicolás se ocupó de abrir la llave del agua, y de comprobar si funcionaba bien todos los grifos de la casa. El grifo del fregadero de la cocina, chirriaba al abrirlo, pero lo peor era que apenas salía agua. Fue al cuarto de baño para comprobar si ahí funcionaba bien, todo estaba perfecto, era el grifo de la cocina que necesitaba una nueva goma. Nicolás jamás había reparado un grifo, pero era pan comido, nada se le podía resistir. Se traslado al dormitorio. Sara seguía colocando camisas de Nicolás y suyas dentro del armario. Chuli estaba sentado mirando los movimientos que hacía ella. - Cariño, voy a reparar los grifos de la cocina, hay uno que apenas sale agua. - ¿Sabes cómo hacerlo? - Preguntó Sara sin quitar la vista de lo que hacía.

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- Eso no tiene nada que hacer, lo puede hacer hasta un niño - Dijo desde el umbral de la puerta. Sara dejó lo que hacía y miró a Nicolás, no muy conforme por lo que quería hacer. - ¿No sería mejor que llames a un fontanero? - ¿Para esto? Si lo sabe hacer cualquiera. - ¿Tienes las herramientas adecuadas? - Eso iba a hacer ahora, voy a mirar si tengo lo que necesito. - Si ves que no puedes, no lo hagas - Dijo algo preocupada. - ¿No te fías de mi? - Tengo una acorazonada de que no va a salir bien ¿Por qué no llamas a un fontanero? - Para eso que hay que hacer es ridículo. - Haz lo que quieras, pero algo me dice que no va a salir bien. - Dices eso porque no crees en mi - Dijo medio en broma - ¿No te fías? - No. - Pues ya verás que chasco de vas a llevar. - Prefiero llevarme lo que tú dices a que no te salga bien. - Bueno voy en busca de las herramientas. Sara conectó la radio donde sólo había música, y siguió con lo que estaba haciendo. Chuli salió del dormitorio y siguió los pasos de Nicolás, algo se olía, su olfato animal nunca lo decepcionaba. Nicolás encontró un martillo y una llave inglesa, eran las únicas herramientas que tenía. Se sentía con ganas de reparar los grifos, y de acabar pronto. Así es que, se puso manos a la obra. Por su cabeza no pasó de cerrar la llave de paso, pero antes de desenroscar el grifo, se puso

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de rodillas, y empezó a pegarle martillazos a la tubería del agua. Se sostenía debajo del fregadero como podía, y pegaba martillazos sin parar, después cogió la llave inglesa y se dispuso a desenroscar todas las ruedas que encontraba. La avería estaba en los grifos, pero Nicolás golpeaba y golpeaba repetidas veces las cañerías, por donde pasa el agua. Chuli no se había movido de su lado, y algo notó que no iba bien. Le ladraba, para que dejara de hacer ese ruido y pegar golpes. Como no le hacía caso y no paraba, le mordió el bajo de los pantalones, y estiraba. Nicolás estaba demasiado afaenado como para notar que chuli le estaba mordiendo el filo del pantalón. - El último golpe que doy - Dijo cansado de ver que no se arreglaba nada. Cómo no dejaba de pegar martillazos, Chuli soltó el pantalón, y corrió al dormitorio para avisar a Sara de que muy pronto algo irreparable iba a suceder. Sara no entendía sus ladridos, no sabe porqué lo hace, y acaricia la cabecita de chuli para tranquilizarlo. La música la tenía alta, y desde el dormitorio no oía los martillazos que Nicolás estaba pegando. - ¿Qué te ocurre? ¿Tienes ganas de comer? - Le decía Sara a chuli. Chuli la miraba y ladraba. Lo hacía con rabia, pues a él nadie lo escuchaba, cada uno iba a lo suyo, y si no se daba prisa a que Sara lo entendiera, el desastre sería irremediable. Nicolás sigue en la cocina, pero ahora trata de desenroscar uno de los grifos con la llave inglesa. Cuando tiene un grifo desenroscado, prueba con otro, y de pronto sale un surtidor de agua del tragadero, y le va directamente a su cara. No sabe cómo pararlo, y pone las palmas de las

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manos tapando la salida del agua. Estaba en un apuro y sin saber qué hacer. Grita desesperadamente llamando a Sara. - ¡Sara! ¡Sara ven pronto! Chuli va corriendo a la cocina, mira lo que está ocurriendo, y vuelve al dormitorio, ladrando todo lo fuerte que su pequeño cuerpo le permite. Sara tiene la música alta. No oye como Nicolás la sigue llamando a grito pelao. De chuli no hace caso, tiene un montón de trabajo para hacer en el dormitorio. La cocina está medio inundada, y nadie ha advertido de que el baño también se está inundando. El water vomita toda el agua sucia y porquería que hay retenida. Chuli también ha advertido lo que está ocurriendo en el cuarto de baño, y no sabe a donde acudir con sus ladridos. El agua corre por el pasillo, y cubre la mitad de las patitas de chuli. En la cocina el agua también va subiendo, las sandalias de Nicolás están mojadísimas, pero no puede quitar las manos del tragadero. Pues, él, nota en la palma de su mano, cómo le cosquillea el agua, que a toda costa quiere salir, y sigue gritando. - ¡Sara! ¡Que nos ahogamos, ven pronto! Chuli le ladraba a Sara enrabiado, y gruñía para hacerse entender. Sara se dio cuenta cuando el agua había entrado en el dormitorio, y los pies los tenía mojados, pero Nicolás había decidido ir al encuentro de ella. Se plantó en el umbral de la puerta del dormitorio, con los pelos tiesos, con la cara desfigurada por la angustia y la tensión que estaba pasando, con la camisa y el pantalón chorreando. - ¡Sara! ¿Por qué no respondes? - Dijo gritando.

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Sara paró la radio. También su cara estaba transformada, no daba crédito a lo que estaba viendo. - ¡Dios mío! ¿Qué ocurre? Nicolás estaba irreconocible, lleno de ira. - ¿Por qué no has venido cuando te he llamado? - No te oía ¿Acaso crees que me gusta ver el piso en la manera que está? ¿Qué has hecho? ¿Por donde sale tanta agua? - ¡Deja de lamentarte, y vamos a ver si lo podemos cortar!-Dijo Nicolás enrabiado y tenso. Salieron al pasillo, y el agua les cubría casi los tobillos. Sara corrió hasta el baño, y con gran sorpresa vio como el water vomitaba toda la suciedad que tenía reservada. Lo primero que pensó fue decirle a Nicolás. - ¡Cierra la tapadera del water y siéntate encima! - ¿Que me siente encima de todo eso? - Dijo negando con la cabeza. - ¡Es necesario que lo hagas, para evitar que salga más agua sucia! Nicolás no tuvo más remedio que sentarse con las piernas abiertas, con las manos en la cabeza y mirando lo que estaba sucediendo el primer día que regresaron de vacaciones. El timbre de la puerta sonaba con impaciencia, mientras que Sara iba a abrir, decía por el pasillo. - ¡Dios mío, que ha hecho este hombre! ¡Lo mato! al abrir la puerta se encontró que el agua salía buscando una salida, eran los vecinos del rellano que estaban alarmados. - ¿Han llamado a los bomberos? - Dijo uno de los vecinos, que venía acompañado con dos más. Nicolás desde el cuarto de baño, oyó lo que dijo el hombre, y respondió con la voz excitada.

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- ¡Para qué vamos a llamar a los bomberos si no hay fuego! - Señora ¿Dónde está la llave de paso? ¡Hay que cortar el agua rápidamente! - Dijo otro vecino. - ¡Ah claro, no ha cortado el agua! - Musitó Sara - Entren por favor - Dijo con las manos en la cabeza. - ¿Dónde tiene el teléfono? Hay que llamar a los bomberos- Dispuso con rapidez otro vecino. Sara señaló el sitio, y el vecino descolgó el teléfono. Los otros dos vecinos iban mirando por todo el piso los desperfectos que había. Al llegar al cuarto de baño y encontrar a Nicolás sentado en el water, uno de ellos dijo echando dos pasos hacia atrás. - Perdone, lo hemos cogido en un momento delicado, siga con lo suyo. Nicolás pidió ayuda. - ¡Por favor, venga no se vaya, necesito que me ayude! - ¿En qué lo puedo ayudar yo? - Respondió el vecino sacando la cabeza para mirarlo - ¿Está estreñido? ¿Tiene diarrea? - ¡Estoy inundado en mierda! - Gritó Nicolás. - ¿Necesita papel higiénico? - Seguía preguntando el hombre. - ¡Nooo, hombre de Dios! ¡Necesito que alguien me ayude para salir de aquí! - ¿Pero se encuentra bien? - ¿Usted qué cree? ¿Piensa que me lo estoy pasando bomba? - ¿Pues que hace sentado en el water? - ¡Estaba cansado y me he sentado a descansar! ¿No se da cuenta que no para de salir suciedad por la tapadera del

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water? - Contestó Nicolás con su sarcasmo habitual y muy enfadado - ¿Quiere ayudarme sí o no? - Qué quiere que haga ¿Que es lo que tengo que hacer? - ¡Déme la mano para salir de aquí, está el suelo resbaladizo con tanta mierda! - ¡Ah! Bueno, lo podía haber dicho antes - Dijo el vecino extendiéndole la mano derecha, mientras que con la izquierda se sujetaba en el marco de la puerta, teniendo cuidado donde pisaba. Nicolás estiraba los brazos para poderse coger a la mano gruesa y firme del vecino. - Ahora cuando yo le diga estira fuerte de mi - Dijo Nicolás asegurando a su salvador. - Venga, no tenga miedo, que aquí estoy yo. Coja mi mano ¡ahora! Nicolás tenía cogida fuertemente la mano del vecino, y cuando apoyó los pies en el suelo para levantarse, se resbaló, cayó de rodillas, y atrajo hacia él, el cuerpo del bueno de su vecino. Los dos estaban clavados de rodillas, tocándose la cabeza, mejilla con mejilla, rodillas con rodillas, y encenagados. - ¡Sara! Gritaba Nicolás - ¡Que venga alguien para ayudarnos! Los bomberos acababan de llegar. Se oía la aspiradora tragar agua por una parte del piso. Nicolás seguía gritando. - ¡Estamos aquí! ¡Vengan en nuestra ayuda! Sara se trasladó rápidamente hasta el cuarto de baño. Llevaba en su brazo a chuli, era imposible que el animal estuviera suelto. Sara estaba desconcertada, no podía creer lo que estaba viendo. Nicolás y el vecino, abrazados, como si estuviesen pidiéndose perdón el uno al otro.

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Cariño, dile a los bomberos que vengan a sacarnos de aquí - Imploró Nicolás casi llorando -No puedo más seguir en esta postura. - Ni yo tampoco - Replicó el vecino - No puedo más. - ¿Qué habéis hecho para conseguir alcanzar esa posición?- Preguntó Sara muy sorprendida. - Cariño, no vengas atormentarme tú también. Mira en la situación que nos encontramos. - ¡Bombero, venga aquí! - Gritó Sara - ¡Esto también es un caso de emergencia! - Vamos rápidamente señora - Se oyó la voz de uno de los bomberos. A Nicolás y a su vecino los sacaron del baño entre dos bomberos, que también pasaron sus apuros por el suelo resbaladizo de la porquería que seguía saliendo del water. Pasaron días hasta que el piso quedó en condiciones. Los muebles habían quedado con algo de humedad. Los bajos de las paredes también sufrieron las consecuencias. Y las cortinas, Sara las tuvo que cambiar, pues no le gustaba cómo habían quedado después de lavadas. Y tanto Nicolás como Sara le quedaron trauma, nada más veían unas gotas de agua en el suelo de la cocina como en el baño, miraban por donde salía, creían ver agua por todo el piso. Nicolás tenía muy claro que lo suyo era la mecánica, y no la fontanería, y que cuando hubiese una avería, llamaría al especialista que le correspondiera arreglarla.

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Sara había decidido sacarse el carnet de conducir. Nicolás siempre le estaba diciendo, que tenía que hacerlo. Cuando salían un fin de semana fuera, como muchas veces, ella también tenía que llevar el volante. Sabía que en esto Nicolás tenía razón, y aunque poco sabía, llegaría a ser una buena conductora. Había sacado matrícula en una autoescuela importante de Barcelona. Sara estaba algo nerviosa por ser el primer día que se iba a poner delante de un volante. El desayuno apenas lo había tocado, la taza estaba media de café con leche, al lado una magdalena medio comida, no podía seguir desayunando, el estómago lo tenía algo revuelto. El que había desayunado bien era Nicolás, que no entendía lo que a Sara le estaba sucediendo, y trataba de tranquilizarla. - Cariño, estoy seguro que hoy por ser la primera vez que vas a conducir, te va a salir redondo. Además esta autoescuela tiene fama de ser la mejor que hay en Barcelona. - Si, es por eso que la he elegido, pero es que nunca me he fijado cuando iba en el coche con mi padre cómo lo hacía, ni tampoco cómo lo haces tú. Me gusta que me lleven en coche sin fijarme en nada. Estoy segura que lo mío va a ser un desastre, lo estoy viendo venir. - No es difícil saber conducir, pero eso si, tienes que fijarte por donde vas, tienes que estar vigilando al coche que

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viene detrás, y el que está delante, también en las señales, los semáforos y el stop. - ¿Y dices que eso no es difícil? No sé porqué se te ha metido en la cabeza que tengo que aprender a conducir, no me hace falta por ahora. Para ir a mi trabajo cojo el metro en plaza Cataluña, y me deja en Sants, en la puerta de la empresa de transporte para la que trabajo. - Pues, para ser de transporte como es, tendrían que exigir a los empleados que supieran conducir. - Para mi no es necesario, puesto que llevo parte de la contabilidad - Dijo Sara levantando los hombros. Chuli estaba sentado en el suelo a los pies de Sara esperando que le diera un pedacito de lo que ella comía. Lo tenía acostumbrado cada día a eso, la magdalena que no se había terminado de comer, se la fue dando a pequeños trocitos. - Ahora no te hace falta, es cierto lo que dices, pero es mejor que tengas sacado el permiso de conducir - Dijo Nicolás convencido - También quiero que sepas y que tú conduzcas cuando un sábado vamos a Lloret de mar o, a Salou vamos a menudo. - Es una tontería lo que se te ha metido en la cabeza, pues, de sobras sabes, que no me vas a dejar conducir, dirás, que no te fías de mí. Nicolás miró su reloj de pulsera, y señalando la esfera con el índice le advirtió. - Cariño pronto serán las ocho, tienes que estar preparada, yo me voy, no quiero hacer tarde al trabajo, y te deseo suerte. Se besaron en los labios. El coche de la autoescuela estaba esperando a Sara. El monitor era un hombre relativamente joven, treinta años aproximadamente.

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Sara no las tenía todas con ella. El monitor que estaba acostumbrado a ver los alumnos el primer día de clase, notó a Sara bastante inquieta. Él hizo un ademán de cabeza… y dijo por lo bajo - ¡Tranquilo, manolo, has lidiado otros peores! Dentro del coche, Sara estaba delante del volante, y el monitor a su derecha, haciéndole unas preguntas. - ¿Es la primera vez que vas a llevar un coche? - Sí, y tengo miedo - Respondió Sara con incertidumbre. El monitor meneó la cabeza. - Pues, con miedo no se puede conducir. Tienes que quitártelo, porque de lo contrario no es bueno que te pongas al volante. - Ya se lo he dicho a mi marido, pero él, dice que seré buena conductora. - Bueno, pues, ya lo veremos - Respondió el monitor, al mismo tiempo que le indicaba - Vámonos. - ¡Hacia donde! - Replicó Sara sin saber qué hacer. - ¡Cómo que hacia dónde! Tira toda esta calle recta hasta que yo te diga. Sara aunque bastante aturdida, arrancó, pero el coche iba como para atrás y para adelante, y caló. - ¿Qué ha ocurrido? Se ha parado - Dijo sorprendida. - Es que no me extraña de la manera que lo llevas - dijo el monitor mostrando poca paciencia. - Ya te he dicho que nunca me he puesto delante de un volante - Respondió con la voz algo floja. - ¡Vamos, dale a la llave de contacto! - Le indicó el monitor ya demostrando desde el principio poca capacidad para enseñarla a ella. Sara estaba ya algo acelerada. También ella advirtió en el monitor, que le faltaba paciencia, y que de esa manera no iba a aprender a conducir, y se lo dijo.

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- Háblame en otro tono, pues, de lo contrario me pondré más nerviosa de lo que estoy. El monitor volvió a menear la cabeza. - Coge ahora la primera a la derecha. Sara lo hizo, pero a los dos minutos el coche se paro. - ¡Se ha parado otra vez! - Exclamó Sara. ¡Menos mal que se ha parado! - Dijo el monitor con retintín. - ¿Por qué? - Preguntó Sara inocentemente. - ¡Mira y dime donde estamos! Sara buscaba el nombre de la calle. - No sé ¿Que calle es esta? No veo el rotulo. - No te estoy preguntando por el nombre de la calle - Dijo el monitor moviendo su mano derecha con desagrado. - Pues, no sé lo que quieres decirme. En esos instantes el coche arranca ante la sorpresa de Sara. - ¡Mira ahora se va el coche solo! - Dijo mirando al monitor. - Coge el volante y continua - Le indico - ¿De veras no sabías en donde nos encontrábamos? - ¡No he mirado bien! No he visto el sitio que era. - ¿No has visto el semáforo que estaba en rojo? - ¡Ah! ¿Era el semáforo? - exclamó Sara. - Pues, claro. Tienes que fijarte en los semáforos, en los pasos de cebra, porque de lo contrario te podrías llevar a alguien por delante. No había acabado de explicarle el monitor que tenía que prestar más atención, cuando de pronto Sara le corta muy asustada. - ¡Mira! ¡Mira! Ese autobús que viene.

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- ¿Qué ocurre con el autobús? - Preguntó perdiendo los nervios - El va por su derecha, y nosotros por la nuestra ¡Tienes mucho miedo! - Sí, mucho - Respondió mirando el autobús cómo pasaba. - Ya te he dicho antes, que de esa manera no puedes conducir. - ¿Por qué? - Porque serías peligrosa. - ¿Tú crees? - Vaya si lo creo. No quisiera yo ir delante ni detrás de ti. Había una fila de coches que iban avanzando despacio. Sara daba la vuelta a una esquina, y de súbito, el coche se paró. - Ahora no hay semáforo - Dijo extrañada. - ¡No señora! - Respondió el monitor con voz desagradable - ¡El semáforo está más adelante, y si no paro nos la pegamos! ¿Por qué no pones más interés en lo que estás haciendo? - ¡Vaya, otra vez me ha pasado! - Dijo decepcionada. - ¡Y te pasará una y mil veces! Es que no te fijas. Sara no sabía qué contestar, pues estaba de acuerdo con el monitor, tenía razón. Se le quitaron las ganas de seguir conduciendo, y como válvula de escape se echó a llorar. - No sé por qué le he hecho caso a mi marido, no me gusta conducir, es por eso que no presto atención. - Perdona que haya sido tan brusco, pero es que, es la primera vez que me pasa con una alumna, no es normal lo que te ocurre ¿Por qué te has inscrito en la academia? El coche estaba parado a un lado de la calle. -Ya te he dicho antes, mi marido insiste en que debo aprender, y lo tengo decidido, voy a abandonar. - ¡Mujer, pero si has empezado hoy! - Exclamó el monitor.

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- Sí, pero ya ves los resultados. Me siento ridícula, incluso creerás de que soy tonta o, quizás torpe. El monitor tomó conciencia. - Para mí, no eres ni una cosa ni la otra, es que conducir no te gusta, lo has dicho antes. Pero me atrevo a enseñarte, y vas a aprender a la perfección, ahora, te digo que voy a ser muy duro contigo, y esas lágrimas las puedes guardar ¿Te atreves? - Si, quiero llegar cómo mi marido dice a ser una conductora de primera. - Me alegra mucho oírte decir eso ¡Pero recuerda, que no te voy a poner nada fácil, seré severo contigo, y exigente! ¿De acuerdo? Sara extendió su mano para que la chocaran. - ¡De acuerdo! ¿Cuándo es la próxima práctica? - Preguntó ella. - Dentro de tres días, en este tiempo te preparas con tu marido y que él te enseñe. Estudia el código, que él te ayude ¿No dijiste que es mecánico? - Sí. - Pues, él, entiende mucho de coches, y de código, da clases de código con tu marido ¿Salís alguna vez fuera de Barcelona con vuestro coche? - Los fines de semana casi todos. - Pues, ir a las afueras, y en los descampados ponte al volante. Haz prácticas, todas las que puedas, es la mejor manera de aprender a conducir. Sara volvía a estar llena de ilusiones, le parecía magnifico el joven monitor, había estado a punto de abandonar, y de seguir como antes estaba, pero eso no estaba bien, tenía que llegar hasta el final. Nicolás la estaba animando todos los días, era el punto más importante que ella tenía, y a sus veinticinco

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años ya era hora de que aprendiera a conducir, le sería muy útil, si no para el momento, quizá para después. Habían pasado los tres días que le dio de tregua el monitor. En estos tres días había estudiado bastante el código, Nicolás le preguntaba y ella respondía algunas veces bien, y otras regular, pero ponía mucho interés. El día acordado con el monitor llegó. Sara también tenía ese día los nervios a flor de piel. Quería hacerlo todo muy bien, todo lo que le exigiera el monitor, quería sacarlo a la perfección. - ¡Sara arranca! - Dijo el monitor con voz firme - ¡Ya sabes lo primero que tienes que hacer, es ponerte el cinturón, y seguidamente el retrovisor, para que puedas ver los coches que vienen detrás, y seguidamente le das a la llave de contacto! - Sí, eso ya lo aprendí el otro día - Respondió Sara al tiempo que lo hacía. Sara arrancó el coche, pero no sabía muy bien en el momento que tenía que hacer el cambio. El motor hacia ruido, y el monitor le preguntó. - ¿Has advertido ese ruido de donde procede? - Sí que oigo el ruido pero no sé de donde es. - ¿De qué te has olvidado? - Le interrogó. - Pues, no sé, creo que todo va bien. - Y el cambio de marcha ¿Cuándo lo vas hacer? - ¡Ah! Se me olvidaba. Es que no sé muy bien cuando tengo que hacerlo. En ese instante, Sara se prepara para cambiar, y el embrague lo soltó demasiado rápido, tanto el monitor como ella, dieron con la cabeza en los cristales del parabrisas, y además caló. Al monitor se le encendió la cara, iba a gritarle, pero se contuvo.

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- ¡Tienes que prestar atención! - le dijo. - Hago todo lo que puedo. El monitor cambió de rumbo. - Gira por la calle Aragón. Sara lo miró sorprendida. - ¿Qué ocurre? - Le preguntó el monitor. - Pues que por esa calle no entro. El monitor la miraba muy sorprendido. - ¿Por qué razón no quieres entrar? - Es una calle muy concurrida, y estoy segura de que voy a calar a cada veinte metros. - No quiero perder la paciencia - Dijo el monitor con un gesto de manos - Tienes que obedecerme, y si te digo que entres por esa calle lo haces. - Perdona que te contradiga - Dijo ella muy segura - Hoy es pronto para que conduzca por la calle Aragón, hasta mi marido le tiene miedo, y si puede evitarla lo hace. El monitor perdió los nervios. - ¡Qué me importa lo que tu marido evite! ¡Digo que vamos a pasar por esa calle y pasamos! - Pues, lleva tu cuidado para que no cale. Él se enfadó aún más. - ¡Ahora soy yo quien no quiero que pases! ¿Entendido? - Sabía que lo conseguiría, todavía es pronto para mí. - ¡Soy yo quien tengo que ver lo que puedes hacer o lo que no! ¡Y ahora quiero que te dirijas hacia Colón! - ¡Si eso está allí abajo! - Replicó Sara - ¿Qué vamos hacer en Colón? - ¡Coge esa dirección! - Exigió el monitor - Ya que no quieres conducir por la calle Aragón, por lo menos algo habrás aprendido hoy.

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Llegaron a la plaza de Colón. El monitor iba dispuesto a todo ¡Vamos, que ella se iba a reír de él! Y le indica. - Empieza a girar, dando vueltas hasta que yo te diga que pares. Había hecho la segunda vuelta. Sara estaba medio mareada, pues, el monitor le advertía cada dos minutos que tuviese cuidado y prestara atención a los vehículos que iban delante, y los que venían por la derecha. Seis vueltas, siete, y a la que iba hacer la octava, fue a empotrarse contra el muro donde está señalando Colón con el dedo a América.. Del golpe, el claxon se disparó. El coche quedó abollado por la parte delantera, pero por fortuna, ninguno de los dos recibió daño alguno, y salieron del coche por su propio pie. Sara seguía más marcada que antes. El monitor estaba encendido como una hoguera de San Juan. Abrió el móvil y llamó a la policía, para que llevaran la grúa y llevarse el coche. Sara pensaba que nunca más querría el monitor trabajar con ella, pero se equivocó, fue él quien la enseñó. La llegó a conocer tanto, que supo llevarla a la perfección. El carnet se lo dieron a la segunda vez. Nicolás se metía con Sara, bromeaba por todas las veces que había cometido errores y que llevaba al monitor por la calle de la amargura. - Pobre hombre, tiene el cielo ganado - Decía Nicolás entre risas. - ¿Crees que yo no tuve que soportarlo? Había veces que se ponía borde conmigo - Replicaba Sara Nicolás soltó una carcajada. - Es normal - Dijo sin parar de reírse.

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- ¡Me estás echando abajo! - Eso es lo que tú crees, me hubiese gustado verle la cara que puso cuando le dijiste que no conducías por la calle Aragón. - ¡Mira, le hice un favor! - Dijo convencida. - ¿Un favor? ¿Qué clase de favor? - Que no le diera una taquicardia. - Cariño, yo estuve a punto de que me diera una y bien grande, cuando en una gran explanada te dejé nuestro coche, y me dijiste, que no lo podías frenar, porque lo frenos no respondían ¿Lo recuerdas? Sara se reía con ganas. - Lo hice para asustarte, porque siempre estabas metiéndote conmigo, de que no sabía conducir. - No era broma - Dijo Nicolás poniéndose serio. - Si lo era, y te lo tragaste, te pusiste blanco como el papel. Querías meterte como fuera en mi sitio, para tu coger el volante ¡Ahí si que te la pegué! - No estás diciendo la verdad, me estás engañando para vengarte de las veces que me reía. - Nicolás, tu eres mecánico ¿Viste en los frenos alguna anomalía? ¿Verdad que estaban bien? Nicolás movía la cabeza acentuando la pregunta. - No encontré nada, pero estoy seguro de que ese día había un fallo. Te quedaste seria, perpleja, con cara de susto, de estar pasándolo mal, sólo te faltaba pedir auxilio. - Soy buena actriz ¿No es cierto? Lo hice para impresionarte, como revancha ¡No puedes imaginarte cómo me reía por dentro, de ver la cara que se te puso! Te cagaste en los pantalones. - ¡Va! Yo necesito mucho más para cagarme. No creas que me asustaste.

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- Nicolás, cariño, confiésalo, di la verdad - Dijo envuelta en carcajadas. En esos instantes sonó la música de Carmen en el móvil de Sara. - Es mi madre - Le anunció a Nicolás - ¡Hola mamá! - ¿Cómo estás hija? ¿A qué viene esa risa? - Nicolás que siempre me hace reír. Nicolás la miró moviendo la cabeza de un lado a otro, y le dijo por lo bajo. - ¡Dile que la quiero, aunque ella piense lo contrario! - ¡Mamá, dice Nicolás que …! - Si hija, lo he oído - Dijo Mercedes adelantándose. - ¿Cómo está papá? - Preguntó sentada a un lado del sofá, con las piernas cruzadas en forma de meditación. - Él está bien, y siempre con ganas de bromear. Te llamo porque mañana noche viene tu hermano y su mujer a cenar, y quiero que también vosotros vengáis ¿Cómo lo tenéis? - Para mañana no tenemos nada previsto. Nicolás hizo un ademán con la boca para que Sara le dijera algo. - Mi madre que quiere que mañana vayamos a cenar - Le dijo Sara. Nicolás levantó los hombros dándole igual. - ¿Qué dice tu marido? - Le preguntó mercedes. - Dice que sí. - ¿Entonces vendréis? - Si mamá ¿Celebráis algo? - ¿Te parece poco poder tener a mis dos hijos cenando con nosotros aunque sea de tarde en tarde? - ¡Te quiero mamá! ¡Y a papá también! - Lo sabemos hija, cuidaos mucho.

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Sara apagó el móvil. Y seguidamente Nicolás le recordó. - Estas navidades las pasaremos en Nápoles. La semana pasada llamé a mi madre, y me lo volvió a recordar ¡Ya sabes porqué te lo digo! - Si cariño, mañana noche hablo con mi madre y se lo digo ¡Ya veremos qué cara pone! Nicolás estaba sentado en el sofá, al lado de Sara. Extendió los brazos, y la atrajo hacia él, cogiéndola por la cintura. Se besaron con verdadera pasión, como dos enamorados que eran. Nicolás cogió a Sara en brazos, y sin dejar de besarse en los labios, entraron en la alcoba, se dejaron los dos caer sobre la cama. Sus cuerpos se unieron completamente desnudos y se estuvieron amando hasta saciar la sed.

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Mercedes había hecho una cena deliciosa. Jorge su hijo le gustaba el cordero hecho al horno con hierbas aromáticas. Sara prefería pescado, no importaba cual fuera. Mercedes quería complacer a sus dos hijos, y de segundo plato había preparado una pierna de cordero al horno, y bacalao con piñones y pasas, que era el plato que más le gustaba a Sara. Ella lo cocinaba a menudo, y siempre se quejaba diciendo, que no le salía igual que a su madre. Tanto Alfonso como Mercedes estaban disfrutando de sus hijos, de verlos felices. Pues, Jorge había sabido elegir a la mujer que lo hacía feliz. Sara también lo era, pero, para sus padres se tenía que haber casado con un hombre más responsable que Nicolás. Más serio, y sobretodo, más importante. Para Mercedes el marido más adecuado para Sara hubiese sido el novio con el que mantuvo relaciones durante un año, y que era propietario de uno de los restaurantes mejores de Barcelona. Pero Sara no lo quiso conservar por lo serio, era como estar desfilando todo el día a su lado. Pero, lo importante es que Sara era feliz. Alfonso tomaba a Nicolás por un pamplinas, pero, es que Alfonso no lo era menos. Los dos se parecían en caracteres de hacer bromas, y también de meter la pata en la mayoría de las ocasiones, aunque había algo que los caracterizaban, es que Alfonso era bromista en plan bruto, y Nicolás más suave.

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Los platos estaban vacíos, la comida había sido de lo mejor. Sara y Ana, la mujer de su hermano eran las encargadas de ir recogiendo los platos de la mesa y llevarlos a la cocina. Mercedes hacía café para el que quisiera tomar, el que hacía no era fuerte, mezclaba café puro, y descafeinado. Los tres hombres se habían quedado en el comedor esperando a que Mercedes llevara el café. Alfonso tenía ganas de quedarse a solas con Nicolás. Los dos solían gastarse bromas pero, Alfonso prefería que no hubiese mujeres delante, pues, se ponía muy pesado, y sus bromas podían ser demasiado duras, y la mayoría de veces terminaba con una regañina de su mujer y otra de su hija. Ahora que ellas no estaban delante, se preparó, y remetió contra Nicolás. - ¿Cómo te va la vida muchacho? - Le dijo echándole el brazo por encima de los hombros. - Muy bien, no me puedo quejar - Respondió Nicolás con retaguardia. - Ya me doy cuenta que desde que te llevaste a mi hija se te nota en los kilos que has cogido. - No me llevé a su hija, me casé con ella, porqué fue ella la que me eligió - Dijo pegándole un palmetazo en el muslo derecho. - ¿Qué diferencia hay entre casarte con ella o llevártela? Eres cojonudo, conseguiste en poco tiempo lo que los otros dos novios que tuvo, no pudieron hacer, llevarla al altar. Nicolás meneó la cabeza riéndose. - ¿No está contento con el yerno que tiene? Usted sí que es cojonudo - Dijo Nicolás sin parar de reírse - ¿Porqué se casó usted con Mercedes?

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- ¡Hay, mira este! - Dijo echando una carcajada y señalándolo con el dedo, al tiempo que miraba a su hijo. Jorge no replicaba, se lo pasaba siempre bien cuando coincidían para comer o cenar. Alfonso y Nicolás aprovechaban la ocasión para picarse, era habitual en ellos. - ¡Usted… no es una eminencia! - Le dijo Nicolás atacándolo. - ¿A qué te refieres? - Pues… Que usted es todavía más cachondo que yo ¿No se dio cuenta Mercedes? Alfonso lo tomó como venganza, y fue a clavar su mano en el muslo de Nicolás, apretándolo fuerte. Nicolás sentía un inmenso dolor, pero aguantaba sin perder la sonrisa. Jorge no pudo más y soltó una carcajada. - Duele ¿No? - Dijo Alfonso con una sonrisa de sarcasmo. - ¡Huyy! Un poco - Respondió Nicolás tratando de quitar de su muslo la mano fuerte de su suegro. Alfonso guardó su compostura, por el momento. - ¡Qué! ¿Te has fijado en mi hija lo lista que es? - Dijo Alfonso mostrando los dedos, índice y corazón - Ha sacado el carnet de conducir a la segunda vez, le ha salido a su padre. - Tiene miedo - Respondió Nicolás alzándose de hombros. - ¿Qué mi hija tiene miedo? ¡Me ha salido a mí! ¿Lo tengo yo? - Siempre dice que su hija es como usted, pero no es cierto, es el sueño suyo. Jorge miraba a Nicolás moviendo la cabeza, y le advirtió. - ¡No lo busques, déjalo donde está, porque te la estás ganando!

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- Es cierto lo que digo. Tu hermana es miedosa para conducir ¡Vaya, que es un peligro dejarla al volante! Sara era el ojo derecho de su padre. Para él, su mujer y su hija eran perfectas, más que perfectas, no habían tres mujeres iguales a ellas. Se puso en pie, y se fue a sentar frente a Nicolás. La sonrisa no la perdía, era más, le sonreía con desafío. Puso el codo en medio de la mesa, y le dijo. - ¡Vamos a echarnos un pulso! Nicolás se esperaba más o menos algo así. - Con usted no hay quien pueda ¡Pero si tiene músculos de hierro! - ¡Qué pasa! ¿Que tienes miedo? Tengo muchos más años que tu. - ¡Pero con brazos de acero! ¡Además, esto es una tontería! ¿Por qué presumís los españoles tanto de pulso? - ¡Porque aquí se ve la fuerza! - Respondió Alfonso cogiéndose el músculo del brazo derecho, con la mano izquierda. Jorge intervino. - ¡Si no quieres echarte el pulso con mi padre échatelo conmigo! - Es que no deja de ser una tontería - Siguió replicando Nicolás. Mercedes entraba en el comedor con bandeja en mano, y dentro el café y las tazas. - ¿El qué es una tontería? - Preguntó ella, al tiempo que dejaba la bandeja a un lado de la mesa. - Nicolás, que no quiere echarse un pulso conmigo, ni tampoco con tu hijo - Le respondió Alfonso. - ¿Es cierto que no quieres echarte un pulso con Jorge? - Preguntó Mercedes. Nicolás se ve acosado de ser miedoso, y reacciona.

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- ¡Vamos! - Se dirigió a Jorge. Los dos estaban sentados enfrente uno del otro. Alfonso hacía de árbitro, sin perder la sonrisa. - ¡A ver si os vais hacer daño! - Advirtió Mercedes. Nicolás y Jorge habían puesto los codos encima de la mesa, y se cruzaron las manos esperando a que Alfonso dijera que podían empezar. - ¡Ya! - Dijo con voz potente Alfonso. Nicolás y Jorge iban manteniendo el pulso, que no se movía en como lo habían empezado. El semblante de los dos parecía sereno y concentrado el uno en el otro. Sara y Ana hacían su presencia en el comedor. Alfonso las miró, y llevándose el índice a los labios, les manifestó silencio. Tanto Nicolás como Jorge no aguantaban por más tiempo, pero, a quien más se le notaba era a Nicolás, que estaba a punto de abandonar, no podía, su dignidad de hombre lo hacía seguir hasta el final, ocurriera lo que ocurriese. El rostro le empezó a enrojecer por la fuerza que estaba haciendo, los mofletes le mimbreaban, y de pronto se oyó un pedo, un gran pedo, que fue el hecho de que Alfonso soltara una carcajada. Las mujeres reían, pero sin saber quien había sido. Hasta que Jorge llevó a su izquierda la mano de los dos, y se dio como vencedor. La dignidad de Nicolás estaba por los suelos. Jorge lo había vencido, y a más, se había peído, y quiso aclararlo. - Hoy eres el más fuerte - Le dijo a Jorge - Porque me has cogido por sorpresa, y a parte que estoy en baja forma, pero esto te lo tengo guardado para otro día. La próxima vez que nos encontremos, echaremos de nuevo otro pulso ¿De acuerdo?

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- ¡De acuerdo Nicolás, cuando tú quieras! - Respondió Jorge tratando de serenarse para callar la risa. Alfonso era exageradamente ruidoso para reír, y cuando se iba calmando dio un palmetazo en el hombro de Nicolás diciéndole. - ¡Eres una caja de sorpresas! Sara estaba segura que su padre la había tomado otra vez con Nicolás, no le perdonaba que se hubiese casado con ella. - ¡Bueno, vamos a tomar café! - Dijo Sara para terminar con toda la guasa que su padre y también su hermano habían empezado contra Nicolás. Alfonso no quedándose todavía tranquilo arremetió contra Nicolás. - ¡Jodido chico, qué hartá de reír me he dado contigo! Sara miró a su padre, y le hizo un movimiento con la cabeza, para que parara. Nicolás también buscaba el momento de vengarse. Sabe lo que Sara les va a comunicar a sus padres, y les va a doler. Anima a Sara para que hable al tiempo que están saboreando el café. - Cariño ¿No tenías que decirles algo a tus padres? - ¿De qué se trata? - Preguntó rápidamente Mercedes. Sara y Nicolás se miraron. Ella no veía oportuno en ese instante que Nicolás le recordara que dijera lo que habían acordado, pues, sus padres lo iban a tomar por lo peor. Alfonso al terminar de beberse la taza de café, echó su brazo por encima de los hombros de Sara, y le preguntó con voz mimosa, pensando en una noticia anunciada que los iba a hacer abuelos. - Hija, dinos esa noticia tan grata.

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Sara rodeó con su mirada todos los que habían sentados alrededor de la mesa, y por último se paró en la mirada de Nicolás, que trataba de esconder una sonrisa. Humedeció sus labios, e hizo una respiración profunda. Alfonso al igual que mercedes esperaba con la sonrisa en los labios, a que Sara hablara. - Es que… estas… navidades vamos a Nápoles - Dijo Sara con voz algo apagada. El rostro de Mercedes y el de Alfonso de repente se quedaron transformados. El matrimonio se miró sin comprender bien lo que Sara quiso decirles, pero no sería nada agradable, de la manera que ella lo había dicho. - Sara hija, habla más claro, pues, no te hemos entendido - Dijo Mercedes con un ademán un poco triste. Sara hizo un sonido con la garganta para limpiársela. - Estas navidades… las pasaremos en casa de los padres de Nicolás - Dijo tragando saliva. - ¿Cómo? - Exclamó Mercedes, y antes de que acabara le siguió Alfonso. - ¿Quién lo ha dispuesto? ¡Todas las fiestas de navidad las hemos pasado rodeados de nuestros hijos! ¿Por qué ahora se tiene que cambiar? Sara era consciente de que sus padres estaban pasando un mal rato, pero también se daba cuenta de que Nicolás tenía sus padres, y no los podía ver tan a menudo como ella, y la mejor ocasión era navidad. Fue Nicolás quien respondió. - He prometido a mis padres que pasaríamos las navidades con ellos. - ¡Cada año Sara las ha pasado con nosotros! - Respondió Mercedes muy contrariada.

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- Pues, este año será el primero de que no sea así ¿Han olvidado que está casada conmigo? - Sí, por desgracia - Respondió Mercedes todavía más enfadada. - ¡Mama no te pases! - Le reprochó Sara - No es ninguna desgracia de que yo esté casada con Nicolás. Es un hombre maravilloso, que me lo da todo. Mercedes se volvió como loca, haciendo gestos con las manos levantándolas hacia arriba y girándolas, y dijo con voz aguda. - ¡Mira que te lo decía! ¡No le hables al italiano, que no es como nosotros! ¡Pero siempre me has querido contrariar! ¡Los hijos cuando se casan tienen que quedarse a vivir cerca de los padres! Eso es lo que hice yo, y todos mis hermanos. Jorge y Ana estaban callados, pero no por eso estaban de acuerdo con Mercedes. También ellos tenían que darles la misma noticia y no sabían por donde empezar, ellos no iban a pasar la navidad a casa de los padres de Ana, se irían con un grupo de amigos también casados, a una casa que habían alquilado por una semana en un pueblo muy pequeño que se llama Olite, y que pertenece a Navarra. La navidad en esta zona rural les había confirmado que era muy alegre, a parte también, que las personas nativas de este bonito pueblo, eran amables y generosas con los forasteros que llegaban. Le hacían la vida agradable, y sus puertas se les abrían. Esa noche no era la adecuada, para que Jorge hablara con sus padres, les causaba pena porque era el primer año que se iban a encontrar solos en estas fiestas familiares, pero así era la vida. Hacía tres años de que estaban casados, y todas estas reuniones de familia las pasaban cada año mitad en casa de los padres de Jorge, y

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la otra mitad en la de los padres de Ana, que también vivían en Barcelona. Alfonso Hizo una observación. La mirada la tenía algo traspuesta, y más que ira se advertía en sus pupilas bastante tristeza, y comentó. - Esperemos de que estemos de acuerdo, y que lo aceptemos, pues, no nos queda otro remedio. ¿Pero estaréis aquí el día de año nuevo? Nicolás y Sara se miraron, y negaron con la cabeza. - ¿Tampoco, lo pasareis con nosotros? - Dijo reprochándoles - ¿Se van a llevar todas las fiestas los padres de Nicolás? - Estaremos en casa de mis padres hasta el día veintiséis-Acentuó Nicolás - Y desde Nápoles nos iremos al monasterio la Oliva, que esta en Navarra. - ¿A un monasterio? ¿Y qué vais hacer allí? - Preguntó Mercedes algo perdida, pues, no entendía nada. - Vamos a hacer unos días de retiro. Va muy bien para el espíritu - Dijo Sara. - ¡Pero si tu nunca has pensado en estas cosas! ¿Cómo que ahora te da por eso? - Tienes razón mamá, no lo sabes porque jamás te hablé de este tema, pero, desde que era niña lo estoy viviendo por dentro. Alfonso se indignó. - ¡Todo esto son pijotadas y paparruchas! ¿No será tu marido quien te ha metido eso en la cabeza? - No papá, fui yo quien se lo propuse. Viviendo con vosotros no lo podía hacer, pues, sabía que pondríais el grito en el cielo. Igual que estáis haciendo ahora. El matrimonio intercambió miradas, poco conformes.

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- ¿Y donde dices que está ese monasterio? - Preguntó Mercedes poco convencida. - En medio de la naturaleza, pero pertenece al pueblo de la Oliva. - ¿Y dices que pertenece a Navarra? - Sí. - ¿Qué Orden los lleva? - Siguió preguntando Mercedes. - Los cistercienses. Hacen una vida muy recogida. Comen de lo que les da la tierra, que la trabajan ellos mismos, y para obtener algunos beneficios, acogen alguna gente, pero poca. Creo que poseen diez o doce habitaciones, que ellos les llaman celdas, todo está hecho con sencillez y humildad. Hemos pensado Nicolás y yo, que ese retiro nos vendría bien, para descansar de tantos días de comilonas, y de ajetreo. Alfonso meneó la cabeza, y les preguntó. - ¿Qué vais a hacer con chuli? Es una semana que estaréis fuera. Nicolás quería decir algo, y respondió. - Hemos pensado de dejarlo aquí. - No vengas con guasa ¿Eh? No está el horno para bollos - Dijo Alfonso con enfado. - Papá, es cierto lo que dice - Dijo Sara - No podemos dejarlo en otro sitio. Alfonso agachó la cabeza al tiempo que le echaba una mirada a su mujer. - Vaya navidades más tristes que vamos a pasar, sin teneros a vosotros aquí - Dijo Mercedes - menos mal que nos queda Jorge y Ana, pero sentiremos vuestra ausencia. Jorge y Ana se cogieron de la mano, la apretaban fuertemente por lo que pudiese suceder más tarde. Habían hablado por lo bajo, y acordaron, que aunque no era el momento de comunicarles a los padres de él, la decisión

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que habían tomado, pensaron que lo mejor era decírselo todo, puesto que se habían hecho ilusiones de que ellos se quedarían. Jorge aclaró la garganta sacando la carraspera. Era el momento ahora, que todos estaban callados. Miró a sus padres lo tristes que se habían quedado, y sentía pena hacia ellos, pero también él y su mujer tenían que decidir de hacer lo más conveniente, y salir con dos matrimonios que eran amigos desde hacía años. Esta decisión la había planeado hacía tres meses, eran jóvenes, y se querían divertir. Se dirigió a sus padres de esta manera. - Papá, mamá. Ana y yo tenemos que comunicaros algo. Sus padres pusieron sus ojos en él. Sara y Nicolás también, nadie sabía de qué iba a hablar. Jorge empezó con voz débil y algo temblorosa. - Estas fiestas de Navidad tampoco Ana y yo las pasaremos aquí. Mercedes no lo dejó acabar. - ¿Qué dices? ¿Pero qué está sucediendo esta noche? Alfonso se levantó de su asiento mal humorado, y con el semblante lleno de ira dijo. - ¡Cría hijos, para que después te paguen de este modo! ¿Sabéis que os digo, a ti Jorge, y Sara? Que no os necesitamos. Y que vuestra madre y yo, vivimos muy bien sin vosotros ¡Podéis marcharos ahora mismo de esta casa, porque no nos hacéis falta! No esperábamos que nos dijerais esto, a diez días que falta para navidad. No sabéis como vuestra madre estaba planeando qué os iba a hacer para comer. Y los regalos también los tiene comprados ¡Sois unos desastres como hijos! ¡Vamos, mis hermanos o yo les hacemos esto a nuestros padres, y renuncian de nosotros!

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Jorge y Sara tenían la mirada baja, como sintiéndose responsables de un mal que les estaban causando. Mercedes por otro lado se secaba los ojos con su pañuelo de bolsillo. Se dirigió a Ana diciéndole. - ¿Saben tus padres que os marcháis? - Sí - Respondió con normalidad. - ¿Qué han dicho? - Nada que somos jóvenes y que lo tenemos que pasar bien. - ¡Ah! ¿No se han enfadado? - No, y no veo porqué. Los tiempos han cambiado, y no es lo que era antes. - Si claro, es posible de que nosotros estemos chapados a la antigua. Alfonso la interrumpió. - ¡Ni leches ni niños muertos! ¡No estamos chapados a la antigua! De toda la vida de Dios, los hijos hemos pasado las navidades con nuestros padres, estuviéramos solteros o casados ¡Estas fiestas son sagradas! Nicolás intervino para calmar la situación. - Llevo dos años sin pasar la navidad con mis padres. Este año vamos a ir, pero no sabemos cuando tocará otra vez. - ¡Y a mi qué me importa! - Dijo gritando Alfonso - Mi hija es Sara. Sara cogió la mano de Nicolás, y dirigiéndose a su padre le contestó. - Papá, no le hables de ese modo, es mi marido y decidimos los dos juntos lo que queremos hacer. - Muy bien - Dijo más contrariado - Ya que soy yo quien estorbo, me voy a la cama. Alfonso se dirigió al dormitorio, y se encerró dentro. Sara quiso disculparse con su madre.

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- Mamá, lo que le he dicho es la verdad, no era para que se pusiera así. Mercedes aunque estaba muy resentida, quiso que todo terminara bien. Tenía que aceptar la decisión de sus hijos. - No te preocupes hija, ya sabes cómo es tu padre, mañana se le habrá pasado todo, es ese pronto que tiene, pero cuando se le pasa, no es nadie. Nos tenemos que ir acostumbrando a estar solos. Mercedes propuso seguidamente después. - He encargado una madera para ponerla debajo del colchón, tengo la espalda fatal ¿Quién irá a buscarla? - ¿Dónde la has encargado? - Preguntó Jorge. - En una carpintería que está cerca de donde vive Sara. - ¡Yo la puedo traer! - Se ofreció Nicolás. - Gracias hijo - Dijo Mercedes agradeciéndoselo - Cuando me avisen de que está, te llamo para que la traigas, no será difícil, la subes por el ascensor, pues son cinco pisos, y no podrías con ella. - Aunque tuviera que subirla por las escaleras, no se preocupe que la tendrá aquí. A Mercedes le hizo gracia la ocurrencia y se rió. - Sara no eligió mal al casarse contigo, pero, yo siempre he pensado, que tú eres un marido de suerte. - ¿Usted cree? - Preguntó Nicolás contento y orgulloso echando la vista hacia los demás. - Estáis hechos el uno para el otro. Sois como una naranja partida por la mitad, que cuando esas dos partes se unen, encajan. - ¡Bravo! - Dijo Nicolás haciéndole palmas. Alfonso esa noche no salió del dormitorio. Sus hijos, jorge y Sara no pudieron despedirse de él, Sara intentó entrar en el dormitorio para darle un beso a su

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padre. Pero Mercedes se lo desaconsejó. Todavía estaba todo muy fresco, y Alfonso no había tenido tiempo de olvidar, tenía que dejar pasar dos o tres días. Sara se despidió de su madre, y Nicolás también, hasta el día que le llevaran la madera para la cama.

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Habían pasado dos días desde que Nicolás y Sara estuvieran cenando en casa de sus padres. Mercedes avisó a Sara por teléfono para que Nicolás fuera cuando pudiese a recoger la madera a la carpintería. Sara confirmó a su madre que por la tarde cuando Nicolás y ella saliesen del trabajo, la irían a buscar, y llevársela en la vaca del coche. La madera pesaba más, por el grosor que el carpintero había dejado, seis o siete centímetros, que eran los adecuados para que la espalda descansara bien. Nicolás fue ayudado por el carpintero para montar la madera encima de la vaca, y cuando estuvo bien sujeta, montaron en el coche Nicolás y Sara a casa de su madre. - Cariño ¿Sabes en qué pienso? - Dijo Nicolás llevando el volante. - ¿En qué? - Respondió Sara. - Que me las voy a ver negras para subir la madera. - ¡No la tienes que subir por las escaleras, es en el ascensor! - ¡Ya lo sé! Pero incluso, creo que lo más apropiado era que tu hermano me hubiese echado una mano, y subirla por las escaleras. Ya veré cómo me las arreglo para meterla en el ascensor. - Ya estás exagerando, te quejas sin saber como va a ir. - ¡Bueno! Prefiero estar equivocado, pero algo me dice, que las voy a pasar canutas. Sara acarició la barbilla de Nicolás, con un gesto suave y cariñoso. Seguidamente le preguntó.

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- ¿Llamo por el móvil a mi hermano para que venga ayudarte? - Creo que no hará falta. - Si ha llegado mi padre del trabajo, te ayudará, pero creo que no llega hasta más tarde - Dijo Sara acariciando la nuca de Nicolás. Sabía que en esa parte tenía cosquillas, y mayormente lo hizo para hacerle reír. - Cariño, ya sabes que esta parte la tengo débil, no sigas, si no quieres que nos peguemos un piñazo, y la madera salga disparada y aterrice en la cabeza de alguna persona. - ¿Qué tienes aquí que tanto te gusta? - Dijo Sara haciendo caracolillos con el pelo de Nicolás. - Cariño ¡Que no me toques ahí! Ahora no, que nos podemos estrellar - Decía metiendo la cabeza dentro de los hombros. - Me gusta tocarte la nuca, parece la de un bebe, pelitos rizaditos y suaves. Nicolás cogió una postura normal, y dijo. - Cariño, a propósito de bebe ¿Cuándo nos vamos a decidir? Sara se acercó a la mejilla de Nicolás, y la besó. - Sabes que yo estoy dispuesta, quería quitarme de encima lo del permiso de conducir, y ahora ya que lo tengo, podemos empezar cuando quieras. Pues, muy bien, pronto empezaremos manos a la obra. El coche se paraba delante de la casa donde vivían los padres de Sara. Nicolás le aconsejó a ella para que subiera antes en el ascensor puesto que ellos dos, mas, la madera, sería difícil. Sara entra en la cancela y se dirige al ascensor. Nicolás se prepara para quitar las cuerdas a la madera. La baja de la vaca, y la deja de pie en el suelo

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sujetándola con las dos manos. La coge en peso y entra al rellano de la casa, sube los cuatro escalones, hasta llegar al ascensor, y lo llama dándole al botón. Hasta aquí todo bien, o casi, pues el esfuerzo que tuvo que hacer para subir los escalones con la madera sujetándola con las dos manos en cruz, fue inmenso. Por la frente le resbalaba la sudor. Para entrar en el ascensor, se las vio y se las deseó. Primeramente, entraba la madera de un lado, pero no daba resultado, pues, la otra punta se quedaba fuera y no entraba, la volvió a sacar, y probó por el otro lado contrario. Esta vez casi podía cerrar la puerta, pero tampoco era exacto. Nicolás tenía un enfado tremendo. Sus pensamientos no eran buenos y dirigidos, a la persona de su suegra. De la rabia que sentía le pegó una patada a la madera, y descargó su ira con otra patada, y seguidamente otra. Hasta que paró, pues, su pie se había resentido. Una idea brillante le vino a la cabeza ¡Ah! No lo había pensado antes ¡Con lo fácil que lo tenía, según la idea le vino! Él tenía que haber entrado en el ascensor antes que la madera, y así lo hizo. Se metió, y con muchas fatigas, fue metiendo la madera de un lado y de otro. ¡Uff! Lanzó un suspiro, y como pudo apenas sin poder ver ni palpar el botón del quinto le dio de refilón, y el ascensor empezó a subir. Sara se hallaba con su madre en la cocina preparando la cena, y le contaba lo último que tenía en vista. - Es un vestido precioso, pero vale algo caro. Es el que me quiero poner el día de navidad en casa de los padres de Nicolás, lo estoy pensando por el precio que tiene. - Hija, si te gusta te lo compras, de todas maneras el dinero está para gastarlo.

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- Si es verdad tienes razón, pero es que no se queda en eso solo, también quiero para Nicolás unos pantalones, y una cazadora de piel, y todo esto sube bastante dinero. - ¡Hija, que la vida son dos días, compraos lo que queráis! - Tienes razón mamá - Dijo Sara besando la mejilla de su madre. El ascensor se había parado en el quinto piso. Con gran esfuerzo y haciendo una maniobra rara, Nicolás llega a abrir a medias una de las puertas del ascensor, pero él, estaba detrás de la madera, y sin apenas poderse mover, y sin poder casi respirar. La cara la tenía roja a punto de explotarle, las manos dormidas de tanto mover la madera de un lado a otro para que saliera. La punta de sus pies, con la madera se tocaban, su espalda pegada a la pared del ascensor, su cuerpo había quedado inmovilizado. Tenía alguien que ir en su ayuda, y llamó a Sara a gritos. - ¡Sara! ¡Sara! ¿Dónde estás? El pasillo del piso era largo, y la cocina se encontraba al final. Sara con la conversación que mantenía con su madre, no oía los gritos que Nicolás daba llamándola, y sigue hablando con ella. - ¿Dónde está papá? ¿No acaba de trabajar a las siete? - Tenía que ir a ver a un viejo amigo, y llegará más tarde - Dijo mirando pensativa a Sara. Y le hizo recordar - ¿No tarda mucho en subir Nicolás? - Es que la madera le ha tenido que dar trabajo para meterla en el ascensor. Tenía que haber venido Jorge para ayudarlo, siempre se ve solo en estas cosas. Mercedes la miró algo extrañada, se tomó las palabras de su hija como reproche. - ¡No sé porqué dices eso! ¿No fue él quién se ofreció?

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- Sí mamá ¡Y no lo tomes a mal! Tiene una manera de ser demasiado buena. Se ofrece a todo, aunque lo pase fatal. - Pues, lo suyo es de tontos, porque si sabe que una cosa no la puede hacer ¿Por qué la hace? Nicolás seguía dentro del ascensor sudando tinta. El brazo derecho lo tenía pillado entre el filo de la madera y la pared del ascensor. Había tratado por todos los medios de sacar la madera por un lado, y se quedó atascada, ahora ya ni la podía mover. Seguía llamando a gritos. - ¡Sara! ¡Sara! ¡Esto me pasa por meterme en lo que no me importa! ¡Si lo llego a saber! - Decía a gritos. La voz de una mujer se oye desde abajo gritando. - ¡Ascensor! ¡Viene ya o qué! - ¡Cállese usted señora! - Dijo gritando Nicolás - Y suba las escaleras a pie, que le irá bien para su gordura. - ¿Qué? ¿Me estás llamando gorda? - Es que si no lo fueras subirías las escaleras. - ¿En qué piso estás gracioso? - Preguntó la mujer con burla y rintintín. -En el quinto ¡A ver si ya viene alguien a sacarme de aquí! La mujer moderó su voz. - ¿Te has quedado encerrado? - ¡Atascado señora, me he quedado atascado! - ¿Con qué? - ¡Como que con qué! Con la madera de la cama. - ¡Deja de decir tonterías, que llevo el carro de la compra, y tengo que hacer la cena! - Si, pues, si sigo así, van ustedes a cenar mañana por la noche. - ¡Listo que eres muy listo! ¡A ver si subo y te parto la cara!

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- Adelante señora dese prisa en subir, si es usted capaz de tocarme la cara, la premio ¿Me quiere hacer un favor? - ¡Dime pesado de qué se trata! - Vaya a los timbres de la calle, y llame al quinto primera. - ¿Para qué? - Dígales que vengan a sacarme de aquí. - ¿A quien se lo digo? - ¿A quien va a ser? A mi mujer o a la gorda de mi suegra, les dice, que estoy atascado dentro del ascensor. Mientras tanto sigo llamando a mi mujer - ¡Sara! ¡Sara! ¿Quieres venir de una puñetera vez? La mujer vuelve a los dos minutos, y le dice a Nicolás gritando. - ¿Estás seguro de que hay alguien en el piso? He llamado dos veces y nadie responde. - ¡Se habrá confundido de timbre! - ¿No me has dicho el quinto tercera? Nicolás estaba muy enfurecido, nunca había estado peor, y siguió llamando. - ¡Sara! ¡Sara! ¿Por qué no respondes? No volveré hacer esto nunca más, ni por tu madre ni por la mía. Quien quiera una madera que vaya a buscársela. ¡Pero! ¿Por qué me habré metido en camisa de once varas? ¡A mi qué me importa en donde duerma esta señora! ¡De todas maneras siempre la tiene tomada conmigo! La señora que espera abajo está al borde de la desesperación, y mete la cabeza por el hueco de las escaleras, y le dice a Nicolás chillando. - ¡Gilipollas! ¡Deja de una vez el ascensor! ¡Como suba para arriba, te vas acordar de la madre que te parió! Nicolás hizo como que no oyó, y se puso a silbar con silbidos agudos, que eran desesperados.

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Seguía intentando mover la madera en los dos sentidos, y al estar atascada hacía poco movimiento. - ¡Tiene usted razón señora, soy el gilipollas más grande de la historia! ¿Cree que es normal que me vea así, por culpa de mi suegra? - ¡Que leches me importa tu suegra! ¡Deja de una puñetera vez el ascensor, inútil! Nicolás había perdido los estribos, y se desmadró. - Ja ja ja, ja ja ja. ¿Por qué me llama usted inútil si no me conoce? ¡Me gustaría verle el cuerpo de ballena que tiene! La mujer entró en cólera. - ¡Pues mira por donde me vas a conocer! ¡Voy para arriba inútil, y te voy a partir la cara, por gilipollas! - ¡Qué miedo me da! ¡Suba, a ver si se atreve, me haría un gran favor, estoy seguro que es usted la que me va a sacar de aquí! La mujer se arremangó la falda y empezó a subir las escaleras con una cólera parecida a la de un demonio. Y mientras que iba subiendo repetía con la voz algo cansada y casi ronca. - Y tanto que eres un gilipollas ¡Y no solo eso! También alguien que no sirve para nada. Nicolás en el desespero seguía gritando. - ¡Sara! ¿Por qué me haces esto? ¡Me estoy asfixiando! - ¡Sara! ¡Sara! - Iba repitiendo la mujer subiendo las escaleras - ¡Te pareces a una niña chica! ¿A quién estás llamando que no te hace ni caso? - ¡Dios mío, quiero salir de aquí! ¡Que alguien me ayude! - Decía Nicolás casi llorando. A la mujer le quedaba un piso para llegar al quinto, y desde el cuarto le gritó a Nicolás.

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- ¡Ya voy en tu ayuda, prepárate! ¡Te voy a sacar del ascensor por los pelos, pero lo mismo eres calvo, y entonces, te sacaré por la cabeza! - ¡Hágame todo lo que quiera, pero sáqueme de aquí se lo suplico! La mujer llega al quinto piso, encendida como un pavo. Las orejas ardiéndoles, y con las mangas del jersey arremangándoselas. Se plantó delante del ascensor, y su sorpresa es, encontrarse una madera delante, que impedía ver lo que había detrás. - ¿Hay alguien ahí? - Preguntó Nicolás con la voz quebrada. - ¿Qué si hay alguien dices? ¿Pero bueno, te estás riendo de mí? - Respondió la mujer alterada - ¡Vamos, sal de ahí! - Más quisiera yo, hágame un favor - Dijo implorando. - ¡Qué favor! - Respondió la mujer preparada para pegarle una patada a la madera. - Llame al timbre de la puerta primera. - ¡De acuerdo, pero déjame que haga esto antes para desahogarme! La mujer que mide un metro ochenta, y ochenta y cinco kilos aproximadamente. Se quedó de espaldas a la pared, respirando fuerte para coger fuerzas, lanzó un grito de guerra al tiempo que cogía carrerilla, y estampó el pié derecho en la madera que estaba a punto de salir por un lado, pero con el golpe volvió a entrar. En ese instante se oyó a Nicolás gritar de dolor. - ¡Maldita mujer, me ha chafado los cataplines! No siga por favor, que me va a matar aquí dentro. Sara seguía hablando con su madre, y de pronto mira el reloj de pulsera, y se sorprende.

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- ¡Mamá, hace tres cuartos de hora que Nicolás se quedó en la cancela con la madera! ¡Algo le ha debido de suceder! Voy rápidamente a ver que es lo que ocurre. - Si hija, pues, no se le puede perder de vista. - ¡Mamá! ¡No te metas más con él! En ese instante suena tres veces el timbre de la puerta. Sara se está acercando para abrir, pero se da más prisa en llegar, abre la puerta. Se encuentra con una señora que vive en el tercer piso, y que tiene fama entre las vecinas de ser una arrabalera, una bruta, y por si fuera poco abusa de su fuerza, que más que fuerza tiene musculatura. Sara trata de ser amable con ella. - ¿Qué sucede señora Pepita? - ¡A mi no me ocurre nada! Le pasa a un gilipollas, que lleva tres cuartos de hora metido en el ascensor con una tabla de madera. Sara al oír esto último lanzó un grito. - ¡Dios mío, pobrecito, el tiempo que lleva metido en el ascensor! Sara fue corriendo al encuentro de su marido, y se puso delante de la madera. Sólo podía apercibir de Nicolás, la mano derecha que la movía para que vieran que estaba vivo. - ¿Cariño, te encuentras bien? - Preguntó Sara - ¿Por qué no me has llamado? - ¡Que me saquen de aquí! - Decía Nicolás con la voz cortada - ¡No puedo respirar! - ¡Mamá! - Llamó Sara a su madre con gran nerviosismo - ¡Mamá, ven rápidamente! La mujer cachas, quería terminar con ese problema haciéndolo a su modo y dirigiéndose a Sara le dijo con los brazos en alto quedando al descubierto sus músculos.

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- No te alteres ¿Quieres ver a tu marido aquí fuera al instante? - Si por favor - Dijo Sara suplicándole - Pero no le haga daño. La cachas sacudió las palmas de sus manos, se colocó delante de la madera, con las piernas abiertas. Cerró el puño de la mano derecha, y le arreó un puñetazo a la parte alta de la madera, al instante se oyó a Nicolás que gritaba de dolor. - ¡Sara!… ¿Qué está haciendo esta mujer salvaje? ¡Me ha dolido! - ¡Oiga, pare usted! - Gritó Sara a la cachas - ¿Quiere matar a mi marido? - ¡Quiero sacarlo de ahí! ¿No es eso lo que quieres? La madera está atravesada, y la estoy poniendo bien. Ante tanto griterío Mercedes salió para ver qué era lo que pasaba, pues, Sara no paraba de llamarla. - ¿Qué ocurre? - Preguntó alarmada. - Mamá, Nicolás no puede salir del ascensor - Dijo Sara medio llorando. - ¡Que mosca le ha picado ahora para no querer salir! ¡Siempre quiere ir de protagonista! - Dijo Mercedes meneando la cabeza. - ¡Mamá, que se va a morir ahí dentro! - ¡Venga ya! ¿Te crees todo lo que te dice? Ya verás cómo sale ahora. ¡Nicolás sal de ahí ahora mismo! - Dijo gritando Mercedes a plena voz. - Más… quisiera yo - Respondía Nicolás casi llorando. La cachas tenía la cara roja como una sandía, y su mal humor no lo podía esconder por más tiempo. Se arremangó las mangas del jersey hasta cerca de los hombros. Se pegó a la pared de medio lado, y cogió carrerilla, hasta estamparse en el lado izquierdo de la

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madera. Le dio con tal fuerza que la madera salió fuera por un lado, y Nicolás fue despedido al rellano. Estaba casi irreconocible, el semblante rojizo, los pelos de punta, los pantalones rotos asomando las rodillas, la camisa rasgada, la piel despellejada. Sara al verlo, se llevó las manos a la cabeza, los ojos se le agrandaron como platos, y se abrazó a su cuello. - ¡Dios mío, en qué estado has quedado! ¿Cariño, te duele algo? Nicolás tardaba en responder. En los brazos de Sara ya se encontraba mejor, pero su voz sonó apagada. - Me duele todo - Dijo con la cabeza apoyada en el hombro de ella - ¿Por qué no venías cuando te llamaba? - ¿Pero me has llamado? - Preguntó levantando con la mano la cara de Nicolás para que la mirara. La cachas había puesto manos a la obra para sacar la madera del ascensor. Soplaba por los esfuerzos que había hecho. Volvió a sacudirse las manos, y dijo con un tono de victoria. - ¡Misión cumplida! ¡Al fin puedo coger el ascensor! Antes que entrara en el transporte colectivo, Mercedes le pidió lo más parecido a un ruego. - Señora Pepita ¿Me podría ayudar a entrar la madera? La cachas la miró de medio lado, y apretando los labios con fuerza, dijo. - Señora Mercedes, lo hago por usted, y prefiero que no me ayude, dígame donde la pongo, y la entraré en su casa. Nicolás quiso salvar su honor y fue hacerlo él. La frente la llevaba de un rojizo fuerte, y en el centro se podía bien destacar un enorme chichón. La cachas lo miraba con los párpados medio cerrados, y los labios hacia fuera, hasta que le preguntó. - ¿Cómo te has hecho ese chichón?

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- ¡No me diga que usted no lo sabe! ¿Está de guasa? La cachas se puso flamenca. - ¡Eh! Chico no vayas a decirme ahora que te lo he hecho yo ¿Cómo te lo voy a hacer si no te he tocado? Sara se plantó delante de la cachas. No admitía que a Nicolás le hablara en ese tono. - ¡El chichón que mi marido tiene en la frente se lo ha hecho usted! ¡Y no haga que me enfade! La cachas abrió los ojos de manera que parecía le fueran a salírsele la niña de ellos, con la mano derecha abierta y vuelta, le dio en el hombro a Sara, y le dijo como advertencia. - ¡Oye! Que tu eres muy poca cosa para mi, que con solo un refilón que te de, es suficiente. Mercedes no se pudo aguantar. Se fue hacia la cachas y le cogió la mano que sacudía el hombro de Sara, y con la mano entre las suyas le anunció con mucho enfado. - ¡Te corto la mano si a mi hija la vuelves a tocar más! ¡Peleona de lucha libre! - ¿Cómo me has llamado? - Preguntó desafiante. - ¡Lo sabes muy bien! ¡También puedo darte otros apelativos! Leona enfurecida, tigresa rabiosa y pantera enloquecida ¿Quieres más? O ya tienes bastantes con esos sobre nombres. La cachas no soportó tanta presión y con la mirada retorcida, descargó su ira en la madera. La cogió por el medio con las dos manos, la levantó del suelo, y con furia pegó en la esquina de la pared de las escaleras un golpe, dos y el que hizo tres, la madera se rompió por la mitad. Mercedes y Sara, se habían llevado las manos a la cabeza ¡La madera estaba partida por la mitad!

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Nicolás miraba los dos trozos rotos, más que rotos estaban astillados. El mal rato que pasó, el tiempo que tuvo que estar dentro del ascensor, sin poderse mover, a punto de haberse matado. Y ahora la madera no servía para nada, en todo caso para encender la chimenea. La cachas, miró con ansiedad a todos los presentes, y con la venganza consumida les dijo con la voz ronca y altanera. - ¿No era esto lo que esperabais? Pues ahora os digo ¡Buenas noches! En esos instantes el ascensor subía, y se paró en el quinto piso, era Alfonso quien salía. Extrañado de ver a Nicolás, a su mujer y a su hija en un estado deprorable, y la cachas que aún seguía soplando con los ojos saltones, y la mirada que no la apartaba de ellos tres. Alfonso fue a tropezar con una de la mitad de la madera. Su cuerpo fuerte cayó, pero antes de llegar al suelo, se cogió, del brazo de hierro de la cachas, y se sostuvo colgado a ella, con la punta de los pies arrastrando el suelo, y con la cabeza en el hombro izquierdo de la forzuda vecina. Ella lo miró con ganas de querer quitárselo de encima, pero Alfonso reaccionó a tiempo, y se puso en pie, y cuando estuvo derecho preguntó qué era lo que pasaba. - ¿Estos trozos de madera no eran los que iban a ir debajo del colchón? - Interrogó a ciegas. - ¡Eran, pero ya no! - Respondió la cachas. Alfonso miraba extrañado a su mujer, a su hija y a Nicolás que permanecían unidos. Y le llamó la atención, el chichón que Nicolás mostraba en el centro de la frente, y cada minuto que pasaba cogía más evolución, y el rojizo era más intenso.

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- ¿Qué ha pasado aquí? - Dijo dirigiéndose a Nicolás, pero como parecía que él no tenía ánimos para responderle, se dirigió a su mujer - Mercedes ¿Qué es todo esto? - ¡Uff! No sabría por donde empezar - Respondió ella con la voz cansada. La cachas que estaba esperando para saltar, dijo a continuación señalando a Nicolás con el dedo. - ¿Este chico es yerno suyo? - Si. - ¡Pues, la ha liado bien fuerte! Hacía un rato que Sara permanecía callada, y cogiendo a Nicolás por el brazo para asegurarse de que los dos estaban bien, dijo. - Papá, Nicolás ha tratado de hacerlo lo mejor posible, pero la señora Pepita se ha metido por medio, y lo ha entorpecido todo. Saltó la cachas tratando de hablar con paciencia. - ¡Mira, mira! A mi no me metas en todo este barullo, yo lo que hago lo hago bien. - ¡Pues, ha dejado usted bien la madera! Ahora mi madre tiene que volver a pedirle otra al carpintero. La cachas levantó los hombros dándole igual, abrió las puertas del ascensor, y entró. Y antes de darle al botón de abajo, se oyó su voz fuerte que dijo. - ¡Otra madera como esa no entrara en el ascensor, estaré vigilando para que no suceda! Esperaron a que el ascensor llegara abajo, y cuando se quedaron solos Alfonso bastante afectado preguntó a Nicolás. - ¿Has tratado de meter la madera en el ascensor? - ¿Y qué iba a hacer? ¿Cree que yo podía subirla solo cinco pisos?

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- La tenías que haber dejado abajo hasta que yo hubiera venido, y entre los dos la hubiésemos subido ¿Cómo te has atrevido? ¿Te has visto la cara que tienes? Parece que se te haya tirado un gato. Sara salió en defensa de Nicolás. - Papá, esto tú lo sabías, y tenías que haber estado aquí para ayudarle. - Es que nunca se sabe lo que va a hacer. Y lo que menos me podía imaginar, es que entrara en el ascensor con esa medida de madera, pensé, que esperaría a que yo llegara. Mercedes propuso, para quitarle importancia. - Entremos en casa, y tomemos cerveza fresca, nos hace falta a todos.

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Desde que acabaron las vacaciones, Sara y Nicolás no habían vuelto a ver a Elena y a Marcos. Se habían llamado por teléfono en dos o tres ocasiones, Sara le anunció a Elena que la iría a hacer una visita, y de esa manera se conocerían mejor. Era una casa de dos pisos, o sea, tres viviendas, una en el bajo, otra en el primer piso que era donde vivían Elena y Marcos, y la tercera en el segundo piso con una amplia terraza. Sara llamó al timbre del primer piso. A la segunda vez de llamar, la voz de Elena se oyó algo grave. - ¡Quién es! - Sara - Respondió con la voz tranquila. La puerta de abajo se abrió. Cuando iba subiendo las escaleras, y antes de llegar arriba. Elena la estaba esperando en el rellano. Aunque sabía que Sara venía, tenía la cara de circunstancias. Se alegraba de verla pero no lo hacía notar, tenía prisa para entrar en el piso y cerrar la puerta. Sara encontró fuera de sitio la actitud de Elena de querer a toda prisa que entraran en el piso y cerrar la puerta con ademán inquietante, llevando la vista a las escaleras del piso superior, como si la estuvieran observando. Sara recordó en esos instantes, los momentos que habían vivido de vacaciones en Palma Nova. Y cómo Elena se mostró, ante algo imaginario. Sintió un poco de temor al encontrarse sola con Elena. No era agresiva, pero

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de pronto cambiaba, y se ponía de muy mal genio sin saber porqué. Se habían sentado en sillones, una enfrente de la otra, Elena aparentaba estar tranquila, pero poco le duró. Sara se disponía a decir algo, pero Elena la cortó de inmediato, miró con espanto hacia arriba. - ¿Has oído ese golpe? - Dijo señalando con el índice al techo. Sara no sabía que responderle. En esos instantes le pesaba haber ido, se encontraba incómoda. - Elena, no he prestado atención - Dijo lo primero que se le vino. Elena la miraba como si Sara quisiera esconderle una evidencia. - ¿No has oído el golpe que han dado arriba? - No, pero es normal que se oiga algo de ruido viviendo alguien encima de ti. Elena le echó una mirada de desconfianza. - ¿Conoces a los vecinos del piso de arriba? Sara abrió los ojos de espanto. - No conozco a nadie ¿Por qué me lo preguntas? - Porque parece de que estés con ellos. El golpe que se ha oído ha sido como para romper la casa ¿Te has fijado en las grietas que hay en el techo? - Dijo señalando hacia arriba con el dedo. Sara miró, por llevarle la corriente, y no advirtió grieta alguna. Lo que si había era, que la pintura se agrietaba, en su casa también sucedía. - Elena ¿Qué es lo que te ocurre? - Preguntó Sara. - A mi no me pasa nada. Le pasa a la loca de arriba, me está haciendo la vida imposible, llama a mi marido para hablarle mal de mí, me pone como siete trapos, y el calzonazos de mi marido se calla. Incluso le da la razón

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¡Pero yo pido justicia! Y hasta que no se haga, no voy a descansar ¿Soportarías tú eso de tu marido? Sara estaba hundida en el sillón, pasando miedo, y con la mirada aterrada, sin poderla quitar de Elena. - ¿Queda mucho para que tu marido llegue del trabajo? - Sara quería asegurarse el tiempo que le quedaría de estar a solas con ella - ¿Trabaja a estas horas? - Es lo que dice, pero lo más seguro es, que esté dándole palique a la basura de mujer que vive arriba, y también a la de abajo. ¡Que menudas son las dos! - ¿Por qué piensas de esa manera de tu marido? Él te quiere. Elena negó con la cabeza. - En los tres años que llevamos de casados, no me ha dicho nunca que me quiere ¿Te lo ha dicho tu marido a ti? - Si, muchas veces, y también yo a él. - Pues la loca de arriba siempre me está buscando por la casa, quiere saber donde estoy. Y la de abajo cuchichea con ella para saber si me encuentro en la cocina o en el cuarto de baño. - ¿Y de qué manera te sigue? - Preguntó, por decir algo, para que Elena no advirtiera que le tenía miedo, aunque en sí, miedo no tenía. Es que Sara no estaba acostumbrada a esa clase de personas, que cuando el vecino del piso de arriba hace ruido con una silla, estira de la mesa o, se le cae algún objeto, creen que lo han hecho para fastidiar a los que viven abajo. - Pues, cuando estoy en el cuarto de baño, también va ella. Hasta que le grito y le digo. - ¡Ahora me voy a la cocina, ven detrás de mí! - ¿Y que ocurre? - Preguntó Sara. - Aquí para, porque se ha dado cuenta que la estoy vigilando, y de esa manera no puede continuar.

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- ¿Entonces, ya no hace más ruido? - Le dura poco, hasta que se le olvida, y empieza de nuevo. - ¿Qué dice Marcos de todo esto? - Dice que soy yo que me imagino cosas, y que me gusta que los demás me oigan ¡Vamos que estoy para que me encierren! Has oído como yo el golpe que ha dado ¿No es cierto? Sara no sabía qué responderle. Si le decía que no había oído nada, era posible que se pusiera en contra de ella, si le decía que si lo había oído, le daba más fuerza para seguir persiguiendo a los vecinos del piso de arriba, y también a los de abajo. Su locura, si es que lo era, crecería más y con más fuerza. - Elena, he escuchado un pequeño golpe - Dijo Sara tragando saliva - Pero también oyen los vecinos de abajo los golpes que vosotros dais. Es el problema que hay de vivir en comunidad, aunque debo decirte que hay vecinos que son mejores que otros. Hay quien no tiene reparo en molestar, y le da igual si entorpece o no. Eso está en la educación, y en la clase que cada uno tenga. Elena escuchaba a Sara sin interés. Para ella, lo que estaba viviendo era un verdadero calvario, pues, no solo se detenía en los vecinos de arriba, también la espiaban los que vivían abajo, y por si fuera poco, también los de enfrente, desde las ventanas. - ¿Qué me dices de otra guarrindonga que me mira del otro lado de la calle? - Pero ¿Hay más? - Dijo Sara sorprendida. - ¿Cómo que si hay más? ¡Toda la calle está pendiente de todo lo que hago! - ¿Toda? - Dijo Sara todavía más sorprendida.

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- ¡Tendrías que vivir aquí para saber lo que pasa! ¡Vamos, que lo mío es muy grande! Y nadie me quiere escuchar - Dijo Elena rompiendo a llorar. Sara se compadeció de ella. - Mujer, no será para tanto. - ¿No? Mira, ayer estaba yo en el water haciendo una necesidad, y conforme estaba sentada, miré a las ventanas de enfrente, y vi a la guarra que vive en esa ventana de ahí, me estaba mirando. Me levanté del water, y salí por esta ventana que la estaba viendo. Ella cuando me vio quiso meterse para adentro, pero antes de que lo hiciera le dije en voz alta para que me pudiese oír. - ¡Cuando venga mi marido le diré que se ponga aquí delante, que se baje la bragueta, y que te enseñe el cipote! ¡A lo mejor es eso lo que estás buscando, guarra más que guarra! Sara se había cubierto la cara con las manos, estaba riendo, y no podía parar. Elena repuso. - ¡Qué! ¿No hubieses tú hecho lo mismo? Sara seguía cubriéndose la cara con las manos, pero reía con más fuerza. No se imaginaba ella hablándole de ese modo a su vecina, y menos si se trataba de la cachas ¿Qué hubiese pasado? Cuando Sara pudo tranquilizarse de la risa, preguntó. - ¿Se lo has contado a Marcos? - Sí ¿Y sabes lo que me respondió el muy pelele? Me dijo, que me encerrarían en un manicomio ¡ah! Pero yo le respondí - Tu vendrás también conmigo, no creas que te iban a dejar suelto ¡porque si yo estoy loca, más loco estás tú!

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Elena miraba a Sara con algo de recelo, y le preguntó. - ¿Estás de parte de los vecinos? - ¿De qué vecinos? - Preguntó sin reírse. - ¡De qué vecinos van a ser, de estos! - Elena, yo no los conozco. También te puedo hablar de los míos, nosotros tenemos problemas con una madre y su hija, que viven en el piso que tenemos encima. Pues, cuando las dos le dan a la botella, para qué te quiero contar. Se dicen de todo, y se tiran lo que encuentran a su alrededor, las paredes de nuestro piso retumban, y hasta que no se han dicho de todo, no se tranquilizan, es una medicina para ellas. - ¿Pero lo hacen cada día? - Preguntó Elena no dándole importancia. - Lo hacen cada vez que se emborrachan, y es con mucha frecuencia. Y ahora que estamos en invierno, y que hace más frío, beben más, y casi todos los días. Es por eso que te decía antes, que todo está en la educación de cada uno, y de la ética que se tenga. - Ya quiere saber donde estoy - Dijo Elena con la voz apagada, y cortando la palabra a Sara. - ¿Por qué hablas tan bajo? - Para que no me pueda encontrar. Ahora está oyendo tu voz, se ha despistado, y me busca por toda la casa ¡mira si la conozco! ¿Sabes que fue lo que pasó el otro día? - No. - Estaba Marcos de pie, delante de la ventana silbando una melodía, pues, se atrevieron a imitarlo, alguien de fuera silbaba lo mismo. - ¿Qué pasó? - Preguntó Sara para darle argumento.

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- Pues, que de un estirón lo saqué de la ventana, y la cerré. Cerré también las que estaban abiertas, para que lo malo no pueda entrar. - ¿Qué dijo Marcos? - La primera reacción fue enfadarse conmigo, pero después, se dio cuenta que yo tenía razón. Se sentó en el sofá, y no se levantó hasta que nos fuimos a dormir. Es que no me lo hacen a mí sola descaradamente, también se lo hacen a él. Pero conmigo no pueden si es que es eso lo que piensan, van equivocados, porque soy yo quien voy a acabar con ellos ¡No saben con quien se la juegan! - ¿Qué es lo que quieren hacer contigo? - Van a ver si me pueden matar. - ¿A ti? - ¿Ves? Ahora has comprendido ¿Te das cuenta que no es difícil? - ¿Comprender? ¡Yo no entiendo nada de lo que aquí está pasando! - Todos esperan verme muerta - Dijo sin prestar atención a esto último que Sara dijo. Sara la miraba meneando la cabeza. - Elena ¿Has ido al médico? - ¿Al médico? ¿Para qué? ¿Para que me encierren? ¡Hablas igual que mi marido! ¿Pero es que nadie me va a creer? Se oyó introducir la llave en la cerradura, era Marcos que llegaba de trabajar. En la entrada se despojó de la gabardina, y de la cartera que colgaba de su hombro, al entrar al salón se sorprendió al ver a Sara. Fue hasta ella, y cordialmente la saludó dándose un beso en la mejilla. - ¡Hola! Sara ¿Cómo estás?

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- Bien, muy bien. - ¿Y Nicolás que tal va? - Estupendo. Marcos se fue a sentar a una punta del sofá, donde quedaba más cerca de Sara, para poder mejor hablar con ella. Marcos dirigió la mirada a Elena, que permanecía callada. La conocía demasiado bien, y según lo miraba cuando volvía de trabajar, así se encontraba ella. No quiso decirle nada para que no se alterara, sabía de antemano que a Sara le había puesto la cabeza como un globo a punto de explotar. Y siempre hablando de sus manías persecutorias, él la aguantaba porque la quería, se casó con ella muy enamorado, y seguía enamorado, pero su paciencia se agotaba, y no podía más. - ¿Has venido a estar un rato con Elena? - Siguió preguntándole Marcos. - Sí, pues desde que nos vimos en el Hotel, no sabía mucho de vosotros ¿Qué vais a hacer estas navidades? - Lo corriente, lo de siempre, aquí en casa no quiero que venga nadie. Elena no está para hacer comidas ¿Y vosotros que vais hacer? - Nos vamos dentro de tres días a Nápoles, a casa de los padres de Nicolás. De esa manera tendré la ocasión de conocer Italia. Elena intervino para preguntarle a Sara. - ¿Estaréis hasta después de año nuevo? - Nos iremos de Nápoles el día veintiséis. - ¡Ah! ¿Para pasar año nuevo con tus padres? - Preguntó Elena. - No, queremos pasarlo en el Monasterio de la Oliva. Estaremos allí una semana.

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- ¿En un Monasterio? - Repitió Elena - ¿Qué vais hacer una semana encerrados entre paredes de piedra? - Descansar del ruido de la ciudad, volveremos más tranquilos y relajados. Marcos cambió de tema, para preguntarle a Sara. - ¿Cómo has encontrado a Elena? Sara miró a los dos, pues, no sabía qué responderle, pensó unos instantes qué era lo que iba a decirle. - La he encontrado bien - Dijo manifestando su sinceridad aunque no lo pensara así. Marcos echó una ojeada a la mesa del salón y comprobó que Elena no le había ofrecido nada para beber a Sara. Y mirando a su mujer le preguntó. - ¿No habéis tomado nada? - No hace mucho que Sara ha llegado, y estábamos hablando, prepáranos tú una merienda - Dispuso Elena. Marcos se puso en pie. - Con mucho gusto ¿Hago café? O preferís otra cosa. - Para mí lo que quieras, lo dejo a tu gusto - Dijo Sara. - Tú sabes lo que yo meriendo - Agregó Elena. - Pues, muy bien, voy haceros una merienda que os vais a chupar los dedos. Marcos entró en la cocina contento de ver a Elena que se encontrara bien. Haría por ella todo lo que fuera necesario para verla feliz. Aprovechando que Marcos estaba en la cocina, Elena le advirtió a Sara. - No comentes a mi marido nada de lo que te he dicho de las vecinas, pues, me dirá que ya estaba chismorreando. Sara hace un gesto con la mano llevándosela a la boca, haciendo, cierro cremallera.

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Marcos no había tardado en preparar dos zumos de naranja de botella, y un platito con pastas variadas. Y para él, había puesto con todo lo demás en una bandeja, un botellín de cerveza, y se volvió a sentar donde estaba. La cerveza la iba bebiendo a morro. Sara llevaba el vaso con el zumo por la mitad. Había cogido una galleta de chocolate, y la iba mordisqueando, en todo el rato no había dicho nada, no quería hablar por si metía la pata en algo. Elena había terminado el vaso de zumo en dos veces. Tenía ganas de hablar, se le veía a la legua, pero no sabía por donde empezar. Marcos que se percataba de todo, le daba vueltas y más vueltas a la botella de cerveza ya acabada. Había que romper el hielo, y fue Elena. - Ahora, porque estás aquí, Marcos permanece callado, pero cuando te hayas ido empezará con su historia. Sara no sabía qué decir, la había puesto a ella por medio para empezar la guerra de cada día. Pero Sara no estaba dispuesta a presenciar ningún espectáculo desagradable, y que tanto Elena como Marcos, la cogerían de cebo para exponerle cada uno su verdad. Acabó de beber el zumo de naranja, y también terminó el trocito que le quedaba de galleta, quería marcharse lo más pronto posible. - ¡Bueno! Ya he estado haciéndole compañía a Elena, ahora me tengo que ir. Nicolás habrá llegado a casa, y no sabe donde estoy - Dijo poniéndose en pie. Elena la cogió de una mano e hizo que se volviera a sentar. - Espérate y no te vayas, quiero que presencies de qué manera Marcos se mete conmigo, y me hace poner de los nervios, cuando me pregunte ¿Qué has hecho todo el día metida en casa?

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Marcos meneaba la cabeza de un modo desesperado, no controlaba los movimientos. Miraba a Sara al mismo tiempo que le temblaba la rodilla izquierda, y hacía repicar el talón del pie en el suelo. - ¡Está insoportable! - Replicó Marcos a Sara con voz profunda y rabiosa - Tengo miedo de llegar a casa, porque cada día me tiene preparado algo que sale de lo normal ¿Por qué se comporta de esa manera? Sara se volvió a poner en pie, y dijo con decisión. - ¡Me voy, ya vendré otro día! Elena la cogió del brazo y la volvió a sentar. - ¡No te vayas, pues ahora viene lo mejor! Me va a maldecir, y me va a echar en cara muchas cosas, todo lo que dice que está haciendo por mí. Sara se colocó bien en el sillón, cruzó los brazos y también las piernas. Se preparó para todo lo que pudiese venir. Marcos dejó encima de la mesa del salón el botellín de cerveza vacío, y sin poderse retener dijo gritando. - ¡Maldita sea! ¡Cada día me tienes un numerito preparado, trabaja en algo para que se te vayan todas esas tonterías! - ¿Te has fijado cómo me maldice y me echa en cara que no hago nada? - Dijo Elena con una sonrisa triunfal. Sara por tercera vez se puso de pie, y esta vez era para marcharse. Tenía la cabeza enloquecida, y los oídos a punto de estallarles. - No puedo seguir por más tiempo escuchándoos, soy humana, y mis fuerzas no dan para más. Elena también se puso en pie. Miró a Marcos con arrogancia, y le dijo culpándolo.

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- ¡Sara se va, porque tú la echas! Después me dices, que quien la ha echado he sido yo ¡Sabes mucho! Marcos también se puso en pie. Los nervios los tenía destrozados, el rostro le había enrojecido, y las manos le temblaban. - ¡Me tienes harto, un día voy hacer contigo una herejía! ¡Y no me arrepentiré! ¿Me has oído? Elena se estaba quedando satisfecha, había logrado lo que quería. Sara desconocía el motivo de porqué lo hacía, puesto que estaba segura de que los dos se querían, no podían pasar el uno sin el otro. Sara llegó a pensar, que Elena hacía todos estos montajes, porque se aburría todo el día en casa sola. Y cuando llegaba el pobre de Marcos cansado de haber estado todo el día trabajando, se la liaba, para que su vida tuviera más aliciente y diversión. En el fondo, también se había dado cuenta, de que a Marcos no le afectaba tanto como parecía. Y estaba segura, que cuando ella saliera por la puerta, se estarían comiendo a besos, y terminarían en la cama. Elena estaba más contenta de haber logrado ver a Marcos en esa situación. Se dirigió a Sara y le dijo con la sonrisa en los labios. - ¿Has oído todo lo que me ha dicho? ¡Yo quería que lo vieras en su salsa! Sara se iba despidiendo de Marcos y de Elena, pero ellos no le prestaban atención, pues, el debate que mantenían era más importante que ninguna otra cosa, y Sara levantó la voz. - ¡Elena… y Marcos! ¿Me queréis escuchar? Marcos fue el primero en parar de discutir, y Elena al verse sola, también paró, pero desconcertada de no escuchar la voz de su marido, que lo buscaba con la mirada, para comprobar si le había ocurrido algo grave.

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- Elena, he venido para deciros, si el domingo queréis venir a comer al campo, pues, como antes os he dicho, dentro de tres días nos vamos a Italia - Dijo Sara. - ¿Al campo has dicho?- Recalcó Elena. - Sí, y también llevaremos a chuli, para que corra. - Sara ¿Tú estás bien? - Dijo Elena. - ¿Por qué me lo preguntas? - Estamos en invierno. - Está haciendo días muy soleados. Y si vamos bien abrigados, pasaremos un día de fábula ¿Qué decís? - Mañana sábado os lo diremos - Dijo Marcos con la voz apagada - Como ahora no tengo ganas de nada, pues, lo veo algo raro. A Elena se le escapó un suspiro. - Él por no ir conmigo hace o inventa lo que sea ¡Sí que iremos! - Dijo aprobándolo. - ¡Bueno, ya la has oído a ella! - Respondió Marcos. - Saldremos a las diez de la mañana, e iremos en nuestro coche. Pasaremos a recogeros ¿De acuerdo? - De acuerdo Sara - Respondió Marcos.

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Sara había preparado algo ligero para la cena. Estuvo demasiado tiempo en casa de Elena y de Marcos, y por una noche que no cenaran caliente, no pasaba nada. Las variaciones de quesos en la nevera no faltaban. Fue Nicolás quien le comentó, que tenía ganas de que esa noche comieran con ensalada y frutas del bosque, varios quesos exquisitos que hacían la delicia para el paladar. Estaban cenando en la cocina, era amplia, y ordenada. Chuli para no perder la costumbre, miraba sentado con las dos patas de atrás, entre Nicolás y Sara. Siempre estaba esperando que alguno de los dos les diera algo. La puerta de la terraza Sara la había dejado abierta, para respirar el concentrado calor que había dejado la calefacción todo el día, encendida. La terraza y la cocina solo los separaba un muro. - He ido a visitar a Elena - Dijo Sara cortando un trozo de queso para pasárselo a su plato. - ¿Sigue con su manía persecutoria? - Preguntó Nicolás después de haber bebido un sorbo de vino tinto de su vaso, y posándolo en la mesa. - Yo diría que está peor ¡Qué pena, tan jóvenes como son y lo mal que se llevan! Ella no para de oír voces, gritos y golpes. Está obsesionada con los vecinos, sobretodo con dos vecinas. Dice que quieren matarla, que la buscan por toda la casa, en fin ¿Qué más te puedo decir?

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- Es que para soportar a Elena, se necesita ser fuerte y sobretodo tener un par de huevos como los de las avestruces ¡Pobre Marcos, desde el primer instante que lo vi, me causó pena, tiene el cielo ganado! - ¡Y lo peor es, que Elena se cree una víctima! - Dijo Sara, poniéndose frutas del bosque en el plato, para mezclarlas con el queso - Y no se da cuenta que Marcos la tiene que soportar. - Si tuvieran un hijo, ya tendría ella en qué ocupar su tiempo libre ¿Les has comentado lo del domingo? - Preguntó Nicolás, poniéndole a chuli en la boca un trocito de queso. - Sí, vendrán. Les he dicho que pasaríamos a recogerlos a las diez. Chuli se fue del lugar de donde estaba, y en poco de nada se trasladó a la terraza. Comenzó a ladrar con desespero y agitación. Pero solo le duró unos cinco minutos, y volvió a sentarse en el mismo lugar esperando que se le diera otro trozo de queso. Sara había oído ruido en la terraza, pero nada de particular, como si rascaran en la puerta. Advirtió que Chuli estaba con la mosca detrás de la oreja, hacía arranques con gruñidos para volver a la terraza, pero se contenía por si entretanto llegaba ese trozo de queso que tanto le gustaba. - ¿Has oído ese ruido? - Preguntó Sara a Nicolás. - ¿Qué? - Respondió distraído. - Los arañazos en la puerta de la terraza ¿Los has oído? Nicolás soltó una carcajada. - ¿Tu también oyes cosas? - Dijo soltando otra carcajada - No vas a ir más a casa de Elena. - Nicolás, te hablo en serio ¿No te das cuenta como está Chuli de nervioso?

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- Lo de él es patológico, no puede evitarlo, si no ladra no está tranquilo. Chuli de nuevo se escapó a la terraza sin parar de ladrar. - ¿Y ahora qué dices? - Dijo Sara - Hay algo o alguien fuera en la terraza, y nosotros aquí tan tranquilos cenando. - Estoy seguro que son cosas tuyas - Dijo Nicolás despreocupado - Tienes celos de Chuli, te gustaría ser como él ¡Di la verdad y no te escondas! - Dijo siguiendo la broma. Los ladridos de Chuli ya eran desmesurados y, alborotadores. Nicolás se puso en pie y salió de la cocina para ir a la terraza y hacer callar al animal, pues, estaba molestando con sus ladridos. En el momento de poner los pies en la terraza, y al punto de darle al interruptor de la luz, se le atravesó por entre las piernas algo que no vio que era, y seguidamente era Chuli que de un estampido, pasó también por el hueco de sus piernas, y para rematarlo, el grito de Sara que gritaba enloquecida llamando a Nicolás. Él no sabía que estaba ocurriendo, dio paso atrás y volvió a la cocina, y con asombro descubrió a Sara que seguía sentada en la silla, pero con las piernas levantadas. Chuli seguía ladrando por el hueco del armario de la cocina y la pared. - ¡Chuli! ¡Chuli! - Llamaba Nicolás al perrito. Sara seguía descompuesta, con las piernas levantadas, y gritando. Nicolás parecía que hubiese perdido el norte, y no sabía a donde acudir. - ¡Que te ocurre! ¿Por qué chillas? - Le preguntó Nicolás. - ¡La … rata, se ha metido por detrás del armario! - Decía Sara señalando con el dedo el sitio donde Chuli seguía ladrando, y tratando de meter el hocico por la rendija del armario.

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- Qué estás tratando de decirme ¿Qué ha entrado una rata en casa? - ¡Sí, quiero que la saques! ¡Date prisa! Nicolás estaba aturdido y enloquecido ¿Sería posible que se hubiese introducido una rata? Seguía pegado al trasero de Chuli tratando de comprender qué era lo que ocurría, pues, lo que menos pensaba era que una rata se le atravesó por las piernas. - ¿De qué rata me estás hablando? ¿Cómo va a entrar una rata aquí? ¿Quieres bajar las piernas y estate tranquila? - Le decía gritando también Nicolás. En esos instantes salió la rata por el otro extremo del armario. El animal estaba atemorizado, y trataba de esconderse por los rincones que iba encontrando. Chuli la perseguía, pero a una distancia de medio metro, había medido el tamaño y las fuerzas con el mamífero roedor, y su prudencia era grande. Nicolás al ver la rata que medía más de treinta centímetros, se quedó paralizado. Miraba como el animal se iba moviendo en diversas direcciones, y cómo el camino lo tenía cerrado. - ¡Cariño, guardemos la calma, no te preocupes que la sacaré de casa! - ¿Quién tú? ¡Pensaba que lo ibas a hacer, pero me doy cuenta de que tú tienes más miedo que ese animal! - ¿Qué tengo miedo a un bicho tan pequeño? ¡Ya verás lo que voy hacer! Nicolás sale de la cocina y va al salón. Tiene una decoración en la pared, y que está reservada para él. Es una espada que compró en una tienda de antigüedades, la saca de su lugar, y la empuña, y entra en la cocina decidido a todo. Chuli que seguía ladrando en el mismo lugar, se da la vuelta y lo mira. Cree que la espada la va a

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utilizar para él, y se va chillando a meterse debajo de la silla de Sara. Sara no puede más con la situación, y se pone en pie, y va a quitarle la espada a Nicolás. - ¿Vas a luchar con la rata? - Le dijo Sara algo alterada. - ¡Voy a sacarla de aquí! - Respondió apuntando con la punta de la espada en el escondite donde la rata se había metido. Nicolás introdujo la espada por detrás del armario, subiéndola y bajándola, al mismo tiempo que decía. - ¡Sal de aquí! ¡Fuera de esta casa! La rata volvió a salir por el otro lado del armario, y sin pérdida de tiempo volvió por el camino que había venido. Sara y Nicolás la siguieron hasta la terraza, y con sus ojos comprobaron cómo se metía por las rendijas del desagüe. Chuli se había quedado detrás de ellos dos, y veía el acontecimiento por entre las piernas de Nicolás, que seguía con la espada empuñada, y con la punta reposando en el suelo. Ahora Chuli no quitaba los ojos de la espada ni de las pantorrillas de Nicolás. Para el animal tenía un precio el haberlo asustado con la espada - ¿Qué intenciones llevaba con ella? - Pensó. Y sin pensárselo dos veces, dio un salto y se agarró con los dientes mientras que gruñía, en la pantorrilla izquierda de Nicolás. Se quedó colgado, pero no soltaba el trocito de carne que había pillado, su venganza era terrible. Nicolás sintió un fuerte dolor, y en lo que menos pensó fue en Chuli. Y empezó a gritar. - ¡La rata me ha mordido! ¡Me está mordiendo! Giró con rapidez dando una vuelta, pero chuli no soltaba la pantorrilla con bastante chicha. Dio otro giro, sin que se diese cuenta que se trataba de Chuli que no

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soltaba el trozo de músculo por nada del mundo. Nicolás soltó la espada, que cayó en el suelo, haciendo un ruido latoso. Desesperado se cogió a los brazos de Sara, que con grandes carcajadas seguía el espectáculo. - ¡Sara, esta rata, que me está devorando la pierna, quítamela! Sara se agachó y cogió a Chuli entre sus brazos. Lo mostró a Nicolás, y le dijo. - Esta es la rata que te estaba mordiendo. Nicolás abrió los ojos de espanto. Creía que no era cierto lo que le decía. Pero cuando comprobó mirándose la tela del pantalón que estaba agujereada vio que era cierto lo que Sara le decía. Chuli aunque estaba muy cómodo en los brazos de Sara, seguía plantándole cara a Nicolás. No cesaba de mirarlo y de gruñirle. Nicolás quiso hacer las paces con el, y acercó su mano derecha para acariciarle la cabecita, pero en el momento de acercar su mano, Chuli lo cogió del dedo índice. Gruñía aún con más rabia. - ¿Qué le ocurre? ¡Este animal se está pasando! - Dijo Nicolás sin comprender nada y enfadado. - Está asustado - Respondió Sara tratando de tranquilizarlo, y no la tomara con chuli, pues, era culpa de Nicolás de que el animal se hubiese puesto nervioso, con la espada en la mano parecía que siguiera a la rata y a Chuli al mismo tiempo - Creo que eres tú quien lo has asustado con tu dichosa espada. Nicolás se subió el pantalón, y se dio la vuelta para que Sara le dijera si tenía mordedura. Ella exageró con bastante precisión, y con espanto dijo. - ¿Sabes lo que estoy viendo? - ¡Dímelo rápidamente por si tuviera que ir a urgencias!

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- ¡Tienes un agujero grande en la pantorrilla, y por ahí, se te están saliendo las tripas! ¡Ves corriendo al médico antes de que sea demasiado tarde! Nicolás se puso derecho mirando a Sara. - ¿No te parece que eres demasiado graciosa? ¡Pero en serio, dímelo! ¿No me sale ni un hilito de sangre? - Cariño, eres peor que un crío, sólo te ha dejado Chuli sus pequeñísimos dientes marcados en la piel. Si la rata te llega a morder, entonces si que hubieses tenido que ir a urgencias. Bájate el pantalón que no es para tanto. Chuli se había calmado, pero seguía de cerca los gestos que Nicolás hacía. Su mirada iba donde la mano de él, se movía, y si se acercaba demasiado a Sara, gruñía. Nicolás que había comprendido el juego, quiso enrabiar más a Chuli. Cogió a Sara por la cintura y le hacía cosquillas, ella que tenía muchas, se movía dando saltos con Chuli en los brazos. Nicolás se iba acercando cada vez más a ella, y los gruñidos de Chuli iban en aumento, parecía una fierecilla enjaulada. Hacía rato que Sara le estaba avisando a Nicolás que se apartara, pero él no hacía caso. Y en un intento de coger a Sara por la cintura, Chuli sacó la cabeza y agarró con los dientes el tupé de Nicolás. Lo tenía todo metido en su boca mordiéndolo con fuerza y con rabia, meneando la cabeza de un lado a otro. Lo sacudía como si de un osito de peluche se tratara. Sara estiraba de Chuli para que soltara los cabellos de Nicolás, pero le hacía daño, y Nicolás le decía, con la cabeza acoquinada y pegada al pecho de Sara. - ¡No estires, que este diminuto animal me deja sin pelos! Chuli no paraba de sacudir la mata de tupé, y cada vez estaba más rabioso. Nicolás sentía que lo dejaba calvo, y en lo que antes estaba bromeando, ahora hablaba en serio.

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- ¡Sara no te rías y quítame a Chuli, que me está arrancando los pelos! - La culpa es tuya ¿Quién te dijo que cogieras la espada? El animal no entiende, y pensó que era para el. - No me importa lo que pensara o dejara de pensar. ¡Y además! ¿Crees que puede pensar algo un microbio como este? Parecía que Chuli entendiera lo que Nicolás decía contra él, y la tenía tomada con su tupé, lo seguía mordiendo y sacudiendo con sus gruñidos. Sara se tuvo que poner seria. - ¡Chuli, suelta el pelo de Nicolás! ¿Me has oído? Chuli pegó otra sacudida más, y después paró. Lo primero que hizo fue mirar a Sara, no fuera a ser que estuviera enfadada. Seguidamente miró a Nicolás la cara que tenía, y en lo que más se fijó fue en el tupé, que parecía un estropajo de esparto. Nicolás entraba en la casa a grandes pasos, Sara le advirtió. - Coge la espada del suelo y llévala a su sitio. Volvió hacia sus pasos. Y con ironía hacia Chuli cogió la espada del suelo, y le apuntó como si fuera a luchar con él. El animal empezó a gritar de miedo, escondiendo la cabecita en el pecho de Sara. - Un día te va a morder - Dijo Sara acariciando el lomo de Chuli. - Pues, que se prepare, porque también lo morderé yo. Nos morderemos los dos. - ¡No digas más tonterías y vete ya de aquí con la espada!

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En la puerta donde vivían Marcos y Elena, estaban esperando a que llegaran a recogerlos, Nicolás y Sara. El coche se paró delante de ellos, y los dos subieron, se instalaron en los asientos de atrás. - ¡Hola! ¿Cómo estáis? - Dijo Sara saludándolos. - Bien, muy bien - Respondió Elena - Hace un día precioso, no parece que hoy entre el invierno. - Sí desde luego - Anotó Nicolás - Nos vamos a comer los turrones con sol - Dijo mientras conducía, cogiendo una carretera para salir de Barcelona. Chuli iba sentado en el regazo de Sara, y escuchaba como si fuera él quien llevara la conversación. - ¿En Italia hay turrones? - Preguntó Elena. - No, pero nosotros los llevamos de aquí, y una caja grande de mantecados, y otra de polvorones - Dijo Sara - Los que estamos acostumbrados a comer estos dulces para navidad, cada año si no los comemos los echamos a faltar. - ¿No echarás este año de menos pasar las navidades con tus padres? - Preguntó Elena. - Es posible, pero hay que ser justos- Nicolás lleva tres años de pasarlas sin los suyos. Este será el cuarto, que se van a reunir toda la familia. - Mi madre estará contenta - Agregó Nicolás. - ¿Qué vais a hacer vosotros para estas fiestas? - Preguntó Sara con la mayor inocencia.

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Hubo unos segundos de silencio. Marcos en todo el rato que llevaban en el coche, no había hablado. Se aclaró la garganta de una carraspera y dijo. - Tengo miedo de que vayamos a algún sitio, tanto su familia como la mía conocen a Elena, y podría liar uno de sus montajes en cualquier momento. Elena miraba a Marcos con deseos de devorarlo, de destrozarlo dentro del coche. No se pudo contener y le dijo. - ¿Qué tienes en contra de mi? - Yo nada ¡Eres tú que estás en contra de todo el mundo, y te montas unas historias que nunca terminan! Elena dirigió la mirada hacia delante, y les dijo a Nicolás y a Sara. - Sois testigos de cómo me habla ¿Le he dicho yo algo para que se meta conmigo? - Tengamos la fiesta en paz - Dijo Nicolás con palabras duras y comprensivas. - ¡Es que ya me está buscando, no puede verme cinco minutos tranquila! ¡Parece que yo le moleste! - ¡Lo que realmente me molesta de ti, es verte cada tarde cuando regreso a casa del trabajo, y me empiezas a contar tus historias con las vecinas, historias que no existen! ¡Eso me pone de un humor, que si lo supieras te callarías! - ¡Qué historias te cuento, a ver! ¡Di solo una! - ¡Elena por favor, no hagas que hable! - Dijo Marcos encendido. - ¡Si, quiero que digas la verdad! ¡Di lo que yo te cuento! - ¡Elena! ¡Que lo tuyo es de terror! Tú irías bien para representar el cine en Sitges. A Sara se le escapó una carcajada. Elena se detuvo para mirarla.

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- ¿Te das cuenta de lo que haces? - Apuntó Elena a Marcos. - ¿Qué es lo que he hecho? - Preguntó con ironía. - Pues que los demás se rían de mí. - Es que no es para menos. Sara levantó el índice de su mano derecha, y dijo con precisión, aunque no podía parar de reír. - Elena, no me he reído de ti, sino de la ocurrencia que ha tenido Marcos. - Es que es gracioso - Dijo para vengarse - Él no cuenta lo que hace por las noches cuando duerme. Marcos se puso en vanguardia, mirando a Elena para ver qué iba a decir. - No tienes nada que contar de mí, puesto que cuando dormimos lo hacemos a pierna suelta. - ¡Ajá! ¡Tienes miedo de que cuente lo ridículo que te pones! - ¿Miedo yo? Cuenta lo que quieras ¿Qué vas a contar aquello que dices que me parezco a los conejos? Lo puedo contar yo, aunque no sé si es cierto porque estoy durmiendo, eso lo dices tú. Sara estaba que no se tenía de la risa. Nicolás con lo cachondo que demostraba siempre ser, ardía de ganas para que el uno o el otro contara qué era eso de parecerse a los conejos mientras dormía. Y los animó. - Queremos saber que le ocurre a Marcos mientras duerme. - Lo voy a contar yo - Dijo Marcos. - No lo vas a decir cómo es - Puntualizó Elena - lo contaré yo que soy quien te ve, y te oye, y quien te aguanta. - ¡Venga vale! ¡Pero no cuentes más de lo que es!

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Nicolás había girado el oído a la derecha para poder oírlo todo lo mejor posible. Sara se había girado y miraba a Elena cómo lo contaba. - Lo que voy a decir es cierto - Dijo Elena con los brazos apoyados en el borde de los asientos delanteros, quedando su rostro en medio de Nicolás y de Sara - Cuando nos vamos a dormir quiere que se deje la luz del dormitorio encendida, cada noche tenemos la misma discusión. Espero que se haya dormido para apagarla. Como duerme boca arriba, los primeros diez minutos ronca, y pasado este tiempo silva cada vez que respira. Pero aún queda más, cada silbido que hace va acompañado de una sacudida que pega con la pierna derecha. Aún tengo suerte de que no duermo en ese lado y la patada no la recibo yo. Pero estoy toda la noche con ese fastidioso meneo, eso es lo que yo llamo dormir como los conejos. Al mismo tiempo Sara y Nicolás soltaron una carcajada tan fuerte que Marcos se avergonzó, y se quedó echado hacia atrás del asiento con los brazos cruzados, y la mirada baja. Nicolás que era el cachondo número uno, seguía conduciendo, y al mismo tiempo roncaba una vez y silbaba otra. Y se atrevió a decirle a Marcos. - ¿No duermes pensando en que eres un pájaro que vuela? ¿Por qué quieres dormir con la luz encendida? ¿Tienes miedo de algo? - Puede que le tenga miedo a Elena - Dijo como revancha. Elena se puso derecha y se colocó en el orden que Marcos estaba, y con el ceño fruncido le preguntó. - ¿Me tienes miedo? Marcos tardó en responderle. Nicolás y Sara estaban al tanto para no perderse nada, pues, los dos formaban un dúo que era demasiado.

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- Miedo, miedo lo que se dice miedo, no. Tengo reparo contigo, con todas las cosas tan raras que dices que te ocurren, es para estar con la mosca tras la oreja. Elena enrojeció de ira. - ¡Qué cosas raras me ocurren! ¿Por qué no lo dices ahora? - ¡Es que son inexplicables! Creo que sólo un psiquiatra puede entender lo tuyo. - ¿Me estás llamando loca? Nicolás llevaba en el coche la radio puesta en la emisora de Justo Molinero. Y sonaba un villancico aflamencao, que pedía, la paz y el amor. Sara se dio la vuelta, y le dijo en voz alta para que la oyeran por el revuelo que los dos tenían. - ¡No es tiempo de médicos, y menos de psiquiatras! ¡Tranquilizaos que estamos llegando! Habían elegido un sitio estupendo, San Miguel del Fay. Se detuvieron en el arcén derecho de la carretera. Había a la izquierda una gran pendiente donde centenares de matorrales de romero se alzaban. Carretera en sí no era, sino un camino ancho campestre donde podían circular personas y coches para pasar un día de campo. La parte de la derecha era llana, y poblada de hierba, ahí fue donde Nicolás paró el coche. Chuli fue el primero en salir del coche, y directamente se puso a olfatear la hierba. Corría como un loquillo, jugando, comiendo y mordisqueando la hierba. Sara iba prevista de una mesa plegable, cuatro sillas del mismo uso, tenedores y platos para tirar. A parte, comida para que sobrara. Elena llevaba un bizcocho que había hecho la noche anterior. Y una botella de vino tinto rioja. Marcos fue el encargado en abrir la botella, y llenar los vasos de plástico. Era un buen vino, cómo para

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beberlo en recipientes de plástico, pero ese día podía pasar por estar en el campo. Entre Sara y Elena dispusieron la mesa, y distribuyeron comida en los platos. Todo estaba bien organizado. El día espléndido los acompañaba, con el sol calentando. - ¡Ya tenía yo ganas de venir un día al campo! - Dijo Marcos mientras saboreaba un muslo de pollo, hecho en el horno. - Para que vengas hay que traerte - Dijo Elena - Nunca se te ha ocurrido de que vengamos un día, conmigo no quieres ir a ninguna parte. Marcos lanzó un suspiro. - ¡Bueno déjame tranquilo que pueda saborear este vino riojano! - Dijo bebiendo un sorbo del vaso. Elena también suspiró para no ser menos. - Si dejarte voy a tener que dejarte, no voy a poder estar viviendo muchos más años contigo de este modo, pues, esto no es vivir. Nicolás y Sara se miraron. Seguro que les iban arruinar el día. - ¿Siempre estáis así? - Intervino Nicolás diciendo. - Un día si, y dos también - Respondió Elena con rintintín. Marcos meneó la cabeza. - ¡No sé porqué, me enamoré de ella! - Dijo Marcos ofendido. Sara le echó una mirada, y le dijo. - ¡No tienes porqué ofenderla de ese modo! ¿Cuándo conociste a Elena, su comportamiento era este? Marcos miró a Sara y se rió. - ¿También tu te has dado cuenta que su comportamiento no es el justo? - Dijo con sarcasmo. Sara posó su mirada en los tres, y rectificó.

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- No he querido decir eso. Apenas nos conocemos, y de todas maneras no la estoy juzgando ¿Quién soy yo para hacerlo? A Nicolás le sonaron bien las palabras de Sara. Se aproximó a ella y besó su frente. - Cariño, estoy orgulloso de ti - Le manifestó. Elena giró la vista hacia Marcos, y le dijo. - ¿Por qué no eres conmigo así de cariñoso? - Elena ¿Por qué no eres también tú conmigo cariñosa? - Le devolvió Marcos la respuesta. - Lo soy, pero tú no te dejas - Contestó Elena con los ojos húmedos. Cuando voy hacerte una caricia, levantas el brazo como modo de desprecio. Marcos se sintió observado por Nicolás y Sara. -¡No es cierto lo que dice! - Dijo justificándose. Elena iba ya a por todas. - Marcos ¿Cuánto tiempo hace que no hacemos el amor? Las mejillas de Marcos enrojecieron. - ¡Elena por favor, no saques eso ahora a relucir! - Sientes vergüenza ¿No es cierto? - Es que este tema no es para que lo hablemos aquí. - ¿Por qué no? Ellos también están casados - Dijo refi-riéndose a Nicolás y Sara - Saben de qué estamos hablando. - Sí es cierto, pero este tema sólo nos concierne a ti y a mí- Manifestó Marcos aún sonrojado. - ¿Tienes miedo de que diga que hace nueve meses que no te has acercado a mí? - ¿Eh? - Exclamó Nicolás - ¿Tanto tiempo hace que no riegas la maceta? Las mejillas de Marcos se pusieron a punto de explotar. - Está exagerando - Dijo defendiéndose.

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- ¿Yo exagerando? - Replicó Elena - Tengo apuntado la última vez que hicimos el amor. - ¿Cómo? - Volvió a exclamar de nuevo Nicolás. - Sí Nicolás, tengo una cruz puesta en el calendario de bolsillo, aquí en el bolso lo llevo, os lo voy a mostrar. Elena agarró su bolso y lo abrió. En ese instante Marcos alcanzó con su mano derecha el bolso de ella y se lo arrebató. Sara que no se metía en nada de ellos rápidamente intervino. - Tienes que ser un tío legal, y afrontar con responsabilidad todos los fallos que tengas. Marcos echó la mirada hacia arriba como buscando el cielo. Sin mencionar palabra alguna volvió a depositar el bolso sobre las rodillas de Elena. Ella lo abrió, y extrajo del bolsillo interior, un almanaque de los que dan en el supermercado. Se lo mostró a Nicolás y a Sara mostrándoles con el índice la cruz que había marcada. - ¿El veinte de Marzo? - Exclamó Nicolás - ¿Desde ese día no habéis hecho ñaca ñaca la cigala? - ¡Pues desde esta fecha estoy a pan y agua! - Dijo Elena en modo de protesta. Marcos se tenía que defender, y expuso sus razones. - Es que esta mujer me quita las ganas de todo. Cuando llego a casa harto de trabajar, empieza hablarme de las cosas que ha visto, de los ruidos que la persiguen, y de las vecinas que la quieren ver muerta ¿Cómo voy a tener ganas de nada? Le he dicho mil veces, que tiene que buscarse un trabajo. No se lo digo porque lo necesitemos, yo tengo un buen sueldo, y no nos falta de nada. Es para que Elena salga de casa, y se distraiga en alguna labor. De esa manera no tendría tiempo de pensar en tantas cosas raras, y que son nada más que tonterías.

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Elena tenía la mirada baja, comprendía perfectamente a su marido. En dos ocasiones trabajó en sitios distintos, pero su estancia duró sólo un mes, y el último no llegó a dos meses. También veía a los compañeros y compañeras mal. Según ella todos querían hacerle la vida imposible. Sara quería intervenir. - ¿Y si fuerais en busca de un hijo? Creo que esa sería la solución para Elena, y también para vuestros problemas. Necesitáis un hijo o hija que os alegre la vida. Elena tendría todo el tiempo ocupado. - Está pensado - Contestó Marcos - Pero no me atrevo. Elena es muy cambiante, y lo mismo un día está de una manera, y otro de otra. No creo que un hijo fuera la solución. Antes, tiene ella que cambiar. Seguir hablando del tema era cómo la pescadilla que se muerde la cola. Nicolás propuso, mirando y señalando frente a ellos, donde se alzaban los matorrales de grandes romeros. - ¿Quién se atreve a subir a ese cerro? Fue Elena quien se apunto la primera. - ¡Yo me atrevo a subir contigo! Marcos que estaba al desquite dijo en plan burlón. - ¡Te quiere dar trabajo, no sabes cómo las gasta! Elena le devolvió la pelota. - ¡Dice eso porque él, no se atreve, le faltan agallas! - Vaya tontería, demasiado sabes de que no tengo miedo a nada. Sara para cambiar el ambiente dijo. - ¡Yo soy la primera en subir, y cobarde el último! Los cuatro cogen carrerilla para subir monte arriba. Pero el primero en llegar es chuli, que no había pasado dos

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minutos, y ya estaba esperando en la cima, con la lengua afuera, y contento moviendo la cola. Nicolás y Elena van los primeros, y como a dos metros de distancia, suben sin prisa Marcos y Sara. Elena quiere ponerse arriba antes que nadie, y va haciendo grandes esfuerzos agarrándose a las fuertes y resistentes ramas de romero. Hace un traspié y pierde el equilibrio.

Grita cogida a las ramas de romero. - ¡Me caigo, que alguien me coja! Nicolás es el que está detrás de ella. La quiere ayudar, trata de cogerla, pero no sabe cómo hacerlo. No quiere que Sara y Marcos piensen mal de él, que crean que se quiere aprovechar de la situación. - ¡No puedo sostenerme más! - Dice gritando - ¡La rama se rompe, no aguanta mi peso! Sara y Marcos ríen a carcajadas, parecen dos tontos esperando a que Elena se pegue el castañazo. Elena hace un esfuerzo para echar una mirada hacia atrás, y alcanza ver a Marcos que sigue destornillándose de risa, y le dice gritándole. - ¡Marcos, ven a cogerme, no puedo más! ¿No te das cuenta de que estoy a punto de caerme? - Te has metido tu sola en ese berenjenal - Respondió Marcos encogiéndose de hombros. La rama de romero está tronchada, y el cuerpo de Elena se está yendo cada vez más hacia atrás. - ¡Será vaina! ¡Qué me voy a caer de un momento a otro! ¡Ven a cogerme! - Dijo pegando un grito. - ¡A ver cómo te las apañas ahora sin mi! - Respondió Marcos con revancha. La rama de romero acaba por romperse. Los pies de Elena resbalan, y su cuerpo se balancea hacia atrás. Nicolás se encuentra a un metro de ella. Quiere ayudarla y

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lo hace. Pone sus manos en el trasero de ella, para impedir que se caiga. Elena se encuentra molesta y rara ¿Quién ha osado ponerle las manos en su trasero? - ¿Qué es esto? ¿Quién me coge así? ¡Me están tocando el culo! Sara está doblada de la risa, y Marcos la sigue riendo con ganas. Nicolás está cansado de la postura que ha cogido, sosteniendo con sus dos manos el trasero de Elena. Los pies se le están resbalando por entre la hierba, y se está sujetando en la pendiente con la punta de los pies, y su agotamiento ha llegado al límite. Dice cansado porque no puede más. - ¡Vamos Elena ponte derecha! ¿Sabes que pesas un montón? Elena no puede más, se gira, y va a poner las manos para sujetarse, en los hombros de Nicolás. Él no puede sujetar el peso, sus pies se hunden y resbala, y pierde el equilibrio. Nicolás cae doblado hacia un lado, y Elena va detrás de él, los dos ruedan monte abajo. Nicolás va delante de Elena, pero casi se están tocando, ruedan sin parar, hasta llegar a la carretera. La cuneta los para. Elena quedó encima de Nicolás. Sara y Marcos siguieron todo el proceso de la caída, pero no pudieron hacer nada para impedirlo. Los dos bajaban sujetándose en las ramas de romero, para ayudarlos a levantarse. Elena trataba de ponerse en pie, empujando sobre el cuerpo de Nicolás. Él gritaba diciendo. - ¡Que alguien me quite este peso de encima! Marcos rápidamente actuó, y ayudó a que su mujer se pusiera en pie. Nicolás lo hizo sólo.

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- ¡Para haberse matao! - Dijo Elena poniéndose bien la falda. Sara trataba de contenerse la risa pero no podía. Nicolás se había sentado sobre la tierra, y Sara le iba quitado del pelo trozos de restrojos que había cogido al bajar rodando. Sacudía la cabeza haciendo ver que no se había enterado de nada. - ¿Qué ha pasado? - Preguntó todavía aturdido. - ¿No sabes por donde habéis rodado? - Dijo Sara, limpiándole la cara de tierra con la palma de sus manos. - Siento mareo, cómo pájaros que revolotean a mi alrededor. Sentí que perdía el equilibrio, y que ahora estoy sentado encima de la hierba. Sara lo había tomado al principio como una broma, pero ahora que estaba viendo a Nicolás mareado y descompuesto, se puso de rodillas para estar a su nivel, y hablarle con mimos, como si de un niño se tratara. A Nicolás le gustaba hacer a menudo que no se encontraba bien, buscaba con ese comportamiento las caricias y palabras cariñosas de Sara. Marcos se había fijado en la pareja tan feliz que Nicolás y Sara hacían. Elena estaba de pie a su lado observando lo mismo que Marcos. Sus miradas se cruzaron, y los dos a la vez sintieron lo mismo. Marcos cogió de la mano a Elena. Los dos se fueron acercando, y cuando sus rostros estaban casi pegados, se besaron en los labios repetidas veces. Marcos con su mirada buscaba algo. Elena apercibió qué era, y señalándole con el dedo unos altos matorrales fueron a esconderse detrás. Marcos en esos instantes deseaba a Elena, ella también lo deseaba a él.

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Nicolás estaba mejor de la caída, y se puso en pie. Sara estaba abrazada a él por la cintura, dándole besitos en el cuello. Nicolás buscaba con la mirada a Marcos y a Elena. Se dio la vuelta para encontrarlos, pero no dio resultado, y extrañado le preguntó a Sara. - ¿Dónde se han metido estos dos? - Estarán dentro del coche. - ¿Qué van hacer allí? - Dijo Nicolás echando una ojeada de lejos al vehículo. Los ladridos de chuli llamaron la atención de los dos, y sus ojos se pusieron en un alto y espeso matorral que había como a veinte metros de ellos. Chuli seguía ladrando y moviendo la cola, por el lado opuesto del matorral. Nicolás y Sara se miraron y sonrieron. - ¿Serán capaces de estar haciéndolo ahí? - Dijo Nicolás. - ¿Qué pueden estar haciendo? - Preguntó Sara con inocencia. - Cariño ¿No te lo imaginas? - No - Dijo con el mismo carisma infantil. De pronto reaccionó. - ¿Es posible que hayan tenido que venir al campo para hacer el amor? - Dijo Sara extrañada. - Cariño eso parece. Observa a chuli como está de contento mirándolos, pero ellos ni se inmutan, seguro que están en el séptimo cielo. - Es lo más probable, no prestan atención al perrito, y ni siquiera saben de que los están mirando. Es que hace nueve meses que no hay trikitri - Dijo Sara con una sonrisa irónica.

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- Pues, creo que ahora le han cogido el gustillo, y empezará otra luna de miel para ellos - Dijo Nicolás atrayendo por la cintura a Sara. Se besaron en los labios, repetidas veces. El sol estaba bajo, y el frío se notaba. Chuli seguía por detrás de los matorrales ladrando a Marcos y a Elena, no se cansaban, la perra se había quedado afónica, y como no podía soportar por más tiempo seguir mirándolos, se enrabiscó con una de las piernas de Marcos, y se agarró al calcetín. No soltaba la pieza estirando de derecha a izquierda, en vista de que chuli era más fuerte, salió Marcos del matorral, con el pie derecho arrastrándolo para no hacerle daño a chuli. Elena salía detrás de ellos, con el rostro radiante y satisfecho, la mirada le brillaba, y la sonrisa le llegaba de oreja a oreja, iba al encuentro de Nicolás y de Sara colocándose bien la falda y el jersey de cuello alto. Y antes de llegar a ellos soltó una carcajada, hizo que Marcos agarrado a chuli soltara el calcetín, y volviera la cabeza para mirarla. Nicolás y Sara se miraban mientras que movían la cabeza sonriendo. - Podemos irnos cuando queráis - Dijo Elena como si nada. - Estás contenta ¿no? - Le preguntó Nicolás. - ¿No se me nota? - Le respondió colocándose bien los cabellos. - A la legua. Si no te conociéramos pensaríamos que hoy ha sido el primer día de luna de miel. - Pues, os voy a decir un secreto, antes de que Marcos se acerque y lo pueda oír. En tres años que hace que estamos casados, hoy ha sido el mejor día de todos. Ha cumplido como un hombre, y yo he disfrutado como una tigresa en celo.

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Sara se quedó mirando a Nicolás. - ¿Por qué me miras? - Le preguntó él - ¿Te puedes quejar de algo? - Siempre queda aquello. De que podría haber sido mejor. Marcos se acercaba a ellos con chuli que le iba mordisqueando los tobillos jugando. - ¡No me lo puedo creer! - Exclamó Nicolás. - ¿El qué no puedes creerte? - Preguntó Marcos. - Pues, esto que Sara acaba de reprocharme ¿por qué me ha tirado la piedra y escondido la mano? - ¿A qué se estaba refiriendo? - Siguió con la pregunta Marcos. Nicolás miró a Elena, ella le guiñó un ojo, advirtiéndole que no la fuera a mencionar a ella. - Pues… cosas de mujeres - Dijo al fin. Elena respiró profundamente. - ¿Se puede saber qué cosas son? - Siguió con la pregunta Marcos. - ¡No! - Dijo de súbito Elena. - ¿También tú estás metida en el ajo? - Preguntó Marcos. - ¡Yo… no! Son cosas de ellos dos. - Entonces ¿Por qué sales a la defensiva? - ¿Quién yo? - Claro tú ¿Quién va a ser? - Pregúntale a estos dos - Dijo Elena evadiéndose a la pregunta. - Es lo que estaba haciendo, pero tú lo has cortado ¿No quieres que yo lo sepa? - ¿Yo? ¡A mí que me importa! - Pues, entonces, deja que Nicolás me lo diga si quiere. A Sara se le dibujaba una sonrisa en los labios. Nicolás la miró con el entrecejo fruncido.

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- ¿No me lo quieres contar? - Le preguntó Marcos - Si se trata de mujeres también está la mía incluida. Elena se dio la vuelta para alejarse de ellos, pero Marcos la agarró de la mano y la detuvo diciéndole. - Prefiero que te quedes aquí para escuchar ¿Seguro que no me has metido en nada? Elena negó. Sara apoyó la cabeza en el hombro de Nicolás, y le dijo por lo bajo. - A ver ahora cómo te las arreglas. Nicolás se encogió de hombros. Marcos advirtió que el lío no venía de ellos, y seguía reteniendo a Elena por la mano. - No tiene importancia Marcos, es cosa de mujeres como he dicho antes - Dijo Nicolás algo contrariado. Marcos negaba con la cabeza, y se reía. - Son cosas de Elena ¿No? Pero lo que no entiendo es porque estás afectado. Sara creyó razonable intervenir. - Marcos, las mujeres nunca estamos saciadas completamente, y exigimos más de nuestra pareja. Marcos se quedó sorprendido, y mirando a Elena le preguntó. - ¿No has disfrutado hoy como nunca? - ¿Ves? Eso es exactamente lo que les he dicho - Contestó Elena triunfante. - ¿Qué le has contado? - Replicó Marcos algo molesto - ¿No les habrás dicho lo que hoy hemos hecho? - Es que no hacia falta que se lo contara, estaban aquí presentes. - Cómo presentes ¿Nos han visto?

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- ¡No hombre no! - Dijo Nicolás - Sabíamos que estabais detrás de los matorrales. Quien os ha visto ha sido chuli, no se ha perdido ni una sola secuencia. - ¡Bueno él, no importa! Tampoco sabemos si sabe lo que ve. Estaba anocheciendo, y el frío empezaba a calar los huesos, y decidieron regresar a Barcelona.

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Alfonso y Mercedes habían bajado hasta la puerta de la calle para despedirse de su hija Sara, y de su yerno Nicolás. Marchaban a Nápoles, a pasar las navidades con los padres y familiares de éste. Para los padres de Sara era incomprensible, y casi no aceptaban que tanto Sara como Jorge estuvieran dispersados de ellos en esas fiestas tan señaladas. Pero lo asumían porque así es la vida. Alfonso aunque su apariencia era la de un hombre brusco y rudo, en cambio sus sentimientos mostraba siempre todo lo contrario. Tenía los ojos húmedos, pero se esforzaba para que no saliera una lágrima. A Mercedes le resbalaba por las mejillas dos gruesas lágrimas. Abrazada al cuello de su hija le decía llorando. - Cuídate mucho, hija, y tener cuidado con la carretera. Escríbenos, y envíanos una postal de Nápoles. Sara estaba acongojada de ver a sus padres lo tristes que se quedaban. - Mamá, os escribiré. Pero piensa que sólo vamos a estar fuera diez días, estoy segura que nosotros regresaremos antes que la postal ¡Tranquilízate, que no me voy al fin del mundo! - Cuando seas madre lo comprenderás - Contestó Mercedes escapándosele un suspiro. Nicolás sólo hacía que mirar la hora que era en su reloj de pulsera. Movía la cabeza impaciente, al final no pudo más y respondió.

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- Mercedes, su hija será una madre acaparadora como todas. Alfonso y Mercedes lo miraron de mala manera, y fue Alfonso quien le dijo. - ¡Tú cállate, a ti nadie te ha dado vela en este entierro! Nicolás soltó una carcajada y dijo con sarcasmo. - ¡No sabía que se estaba enterrando a alguien! - ¡De gracioso pasas a ser gilipollas! ¡Es el único título que te he podido dar desde que te conozco! - Amplió con una sonrisa Alfonso. Nicolás levantó la mano en señal de pasar. Sara se incomodó. - ¡Papá, no le hables de ese modo! Después empezáis a decir que pasa de vosotros. - Hija, es que no nos deja que nos despidamos de ti. - Papá, es que os estáis haciendo pesados, tú y mamá. - ¿Somos pesados por que te queremos? - Le preguntó su madre. - Mamá vamos con retraso, es por esa razón que Nicolás se muestra inquieto. - ¡Sí, porque estará deseando de abrazar a su madre! - ¡Mamá, no empieces! Alfonso tenía ganas de abrazar a su hija, y como su mujer no lo dejaba, abrazó a las dos, quedaron los tres unidos en un abrazo. Al separarse advirtieron que Nicolás esperaba a un lado con los brazos cruzados. Mercedes fue hasta él, y dándole un abrazo le dijo. - ¿Creías que me había olvidado de ti? ¡Cuida de Sara, y cuídate tú también! - Sí claro, porque sino me cuido yo nadie lo va a hacer ¿No es eso lo que ha querido decir?

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- Más o menos - Dijo echándose a reír - No lo tomes a mal, de sobra sé que Sara te cuida mucho, y tu cuidas de ella ¿No es cierto? - Exacto ¿Cómo lo sabía usted? - Dijo también riéndose. - ¡Anda ya! - Respondió dándole un palmetazo en el hombro izquierdo. Alfonso se acercó a ellos, y le dio un abrazo a Nicolás diciéndole. - Chaval, te queremos. Sara hizo a su madre el último recordatorio. - Mamá, cuida bien de chuli. Recuerda que no tenéis que darle huesos. - No hija, ya me lo has dicho varias veces. Nicolás y Sara subieron en el coche, y se marcharon, Mercedes les decía adiós agitando la mano, hasta que los perdió de vista. Tenían que salir de Barcelona, y coger la autopista. Las calles estaban colapsadas. Todo el mundo esperaban un día antes de noche buena para hacer las compras, y a las diez de la mañana no se podía circular por Barcelona. Nicolás llevaba un cabreo que no se podía aguantar, Sara trató de tranquilizarlo. - Cariño, déjame que lleve yo el volante. Nicolás la miró al mismo tiempo que dio una carcajada. - ¿Estás pretendiendo de que nos quedemos aquí toda la mañana? - No, ¿Eso sólo lo piensas de mí? ¡Y deja ya de claxonar! ¿Te sirve de algo? - Me entretengo ¿Te das cuenta? ¡Ya estamos parados otra vez! - Cógelo con calma, y si no llegamos antes llegaremos después.

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Nicolás la miró y meneó la cabeza. - A ti no te importaría llegar para la misa del gallo, el tiempo que hemos perdido mientras te despedías de tus padres ¡Una hora hemos estado en la calle, parecía que te fueras a Filipinas! Sara no tenía ganas de discutir, y en el fondo estaba convencida de que tenía razón Nicolás. Para calmar un poco los nervios pulsó el botón de la radio y conectó con una emisora que sonaba música clásica. Nicolás que estaba en todo, y nada se le escapaba, para que el ambiente fuera más tranquilo dijo. - ¿Piensas que esa música de Beethoven va apaciguar la fiera que llevo dentro? - ¿Por qué lo dices? -Porque Beethoven era peor que yo. Sara lanzó una carcajada al aire, y le preguntó con sarcasmo. - ¿Lo conociste bien? - ¡Qué graciosa eres! - Dijo al tiempo que hacía sonar el claxon - Hace algunos años leí su biografía, y la música que compuso fue la más revolucionaria de su época ¿Sabes por qué? - No. - Porque era un hombre infeliz. No tenía suerte en nada de lo que hacía, la vida le volvió la espalda, y en las notas que escribía mostraba su agresividad, su descontento, su mala fortuna, es como hablar de un rockero de nuestra época. - ¡Mira esa fila, ya corre más! - Dijo Sara cortando la palabra a Nicolás - Trata de ponerte a la derecha. - ¡No me digas lo que tengo que hacer! ¿No te das cuenta de que no puedo meterme donde tú quieres?

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- Si llevara yo el coche ya habríamos salido de este atasco- Dijo moviéndose en el asiento. - Si no hay todavía ningún caos es porque tú no estás al volante. Así es que, estate tranquila que ya estamos saliendo de este laberinto. Sara abrió la guantera y cogió un mapa de carreteras para ir a otros paises. Lo desplegó y lo puso delante, se disponía a mirarlo, cuando Nicolás apartó con su mano derecha el mapa. - ¡Quítalo de aquí! ¿Por qué lo miras ahora? - Para saber por donde vamos. Nicolás se quedó parado mirándola. - ¿No sabes en qué calle estamos? - Le preguntó con un movimiento de cabeza. - ¡No me estoy refiriendo a la calle, sino a las carreteras que tenemos que coger! - ¡Cierra ese mapa que me está estorbando! - Dijo Nicolás doblando con su mano derecha una parte del papel - Tenemos que coger la autopista que va a Francia. Sara lo miró confusa. - ¿A Francia dices? ¿No vamos a Italia? - Exacto, vamos a Italia - Recalcó Nicolás. - ¿Y por qué tenemos que pasar por Francia? - Por la sencilla razón de que vamos en coche, y también hay que pasar por Mónaco, y bajar toda la costa hasta Nápoles. - ¿Todo este trayecto lo vamos a hacer en un día? - Preguntó Sara algo extrañada. - Todo, aunque lleguemos a casa de mis padres a las cinco de la mañana. - ¿No te parece que eso es una paliza?

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- ¡Es que no me hiciste caso cuando te dije que teníamos que haber salido de madrugada! ¡Pues ahora esto es lo que hay! - ¡No te pongas borde conmigo! - Dijo Sara encarándose muy disgustada - ¡Tampoco me dijiste que era tan lejos! Era cierto que Nicolás estaba alterado. - Perdona cariño - Dijo disculpándose - Es que hasta que no salgamos de este atasco, los nervios pueden conmigo. - Ya va más fluido - Respondió Sara acercándose a la mejilla de Nicolás para besarlo. Y después le recordó - ¿Has llamado a tu madre? - Sí, y le dije que llegaríamos de madrugada, tal como la conozco se pasará en vela toda la noche. - ¿No le advertiste que llegaremos alrededor de las cinco? - Es que es posible de que sean las cuatro, las cinco o las seis. Le he dicho que no nos espere, y que cuando lleguemos la llamo desde el móvil para que nos abra la puerta. Nicolás se colocó bien en el asiento, y cogió con ganas el volante, el atasco había terminado, y se disponían a entrar en la autopista. - ¡Uff! Al fin - Dijo manifestando su liberación. Sara movió el botón de la radio y cambió de emisora, había música movida y alegre. Miró la hora que era en su reloj de pulsera y dijo. - Cariño, son las once y cuarto. Hemos pasado más de una hora en caravana ¿Y sabes qué? - ¿Qué puede ocurrir ahora? - Dijo esperando oír lo que se suponía. - Me estoy haciendo pis - Contestó bajando el tono de voz. Nicolás meneó la cabeza. -¿Porqué no has hecho en casa de tu madre?

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- Pues, porque no tenía ganas. Son los nervios que he pasado cruzando Barcelona, con tanto atasco pensaba que no íbamos a salir de ahí en toda la mañana. - Pues, ahora hasta la próxima gasolinera no puedo parar. - ¿Y queda mucho? - No tengo ni idea. Acabamos de entrar en la autopista, y más adelante veremos la indicación, pero puede que la próxima esté a veinticinco o treinta kilómetros, media hora puedes esperar ¿No? El móvil de Sara sonó. Lo tenía al alcance, miró la pantalla, y musitó. - Es mi madre. - Que quiere ahora - Dijo Nicolás - No hace ni dos horas que te ha visto ¿Y ya te está llamando? - No seas pesado y sigue conduciendo, y recuerda, que tienes que parar en la primera gasolinera. - ¿Vas a estar más de media hora hablando con tu madre? - Le preguntó extrañado. Sara no le prestó atención y pulsó la tecla verde. - Mamá que pasa - Dijo directamente. - ¿Hija estás bien? - Sí mamá ¿Para eso me llamas? - Dijo Sara echándole una mirada a Nicolás observándolo. - Para eso y para decirte que chuli sólo hace que llorar, y no se aparta de la puerta desde que os habéis ido ¿Qué hago? Nicolás oía a Mercedes por el móvil, y meneaba la cabeza en señal de protesta. - Mamá, cógelo en brazos y consuélalo, nos echa a faltar, sabe que nos hemos ido. - Hija, tú lo ves fácil, pero yo no estoy acostumbrada a cuidar perros, y no sé cómo hacerlo. Nicolás saltó.

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- Mercedes ¿Cómo hacía usted con sus hijos cuando eran pequeños y lloraban? - ¿Qué dice el idiota de tu marido? No lo oigo bien, pero seguro que lo que ha dicho no tiene ni pies ni cabeza. - Mamá, no empieces ya. Lo que Nicolás dice tiene razón. - Repítemelo tú, que no lo he oído. - Cuando yo era pequeña y lloraba ¿Cómo hacías para que me callara? Eso es lo que Nicolás te ha querido decir. - ¡Hay por Dios! Tú eres una persona y chuli es un animal, ¿Cómo es que hacéis esas comparaciones? - Mamá, no estamos haciendo comparaciones, sólo queremos decirte que llora porque no siente cariño, y se encuentra solo. - Solo no está, estoy aquí con él ¿Lo oyes cómo llora? Sara y Nicolás se miraron. - Mamá, sólo tienes que cogerlo en brazos y acariciarlo - Dijo Sara demostrando paciencia. - ¿Y si me muerde? - Chuli no muerde, es una ricura de perrito. Hacía rato que Nicolás permanecía callado, pero esta vez habló. - Eso de que no muerde vamos a dejarlo ¿Recuerdas el día que me mordió el tupé, y también la pierna? - Nicolás, no digas tonterías que mi madre se las va a creer. - ¿Tonterías dices? ¡Si me arrancó un manojo de pelo! ¡Creía que mi tupé era un osito de peluche! Mercedes respondió al instante. - ¡Lo estoy oyendo todo! Y no me gusta la manera de cómo me está ladrando Chuli! - Mamá, pareces una cría ¿Está ahí papá?

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- No, nada más iros vosotros también se fue él, tenía una entrevista con un cliente, y hasta la hora de la comida no vendrá. Sara le echó una mirada a Nicolás, y poniendo su índice en el centro de la boca, le hizo ver que se callara. - Mamá ¿Le tienes miedo a un perrito tan pequeño? - Es que apenas lo conozco, y no sé cómo reaccionará. - ¿Cómo quieres que reaccioné? ¿Crees que te va a comer? - ¡Mercedes! - Saltó Nicolás levantando la voz para que ella lo oyera - ¡Muerda a chuli antes de que el la muerda a usted! De esa manera se acojonará, y será el perro quien le coja miedo a usted. Sara le pegó un codazo. Mercedes se rebotó. - ¡Estoy harta de tus insolencias! Te crees muy listo ¿No?- Dijo bastante molesta. - Mamá ¿Es que no sabes soportar una broma? - ¡Si viene del tonto de tu marido no! Sara se dio prisa en poner su mano en la boca de Nicolás, pero él ladeó la cara y respondió mirando hacia arriba. - ¡Soy listo señora, es por eso que me casé con su hija! Mercedes no aguantó y colgó el teléfono. Sara se quedó con la boca abierta mirando a Nicolás. - ¡No me lo puedo creer! ¿Te das cuenta lo que has conseguido? - Sí, de que tu madre no me hable cuando volvamos. - Voy a llamarla, y no abras la boca, os lleváis como el perro y el gato, lo mejor es estar callado. Nicolás la interrumpió. - A un kilómetro hay un área de servicio ¿No tenías que ir hacer pis?

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Sara estaba buscando a su madre en el móvil, pero pulsó la techa de cierre, pues, un kilómetro lo hacían en cinco minutos, y lo más seguro es que estuviera hablando con ella otra media hora. El móvil lo guardó dentro del bolso, y se preparó, pues, entraban en el área de servicio. Nicolás acompañaba a Sara a todos lados, y esta vez no iba a ser una excepción. Y aún más por ser un lugar grande y desconocido, estaba lleno de viajeros que consumían en las mesas. El lavabo de señoras estaba a tope, y la cola salía por la puerta, y sin embargo en el de los caballeros estaba vacío. Sara ya iba que no podía más aguantar la orina. Y sin pensárselo dos veces entró en los lavabos de hombres. Tres señoras al verla que entraba, también ellas la siguieron. En esos instantes hacía la aparición un hombre para entrar en el lugar que le correspondía, y al ver a mujeres que entraban - pidió disculpas y se fue buscando el lavabo de los caballeros, y al no encontrarlo se marchó. Sara salía del aseo y se dio de bruces con dos hombres que entraban. Ellos pusieron cara de espanto diciéndole uno. - Perdón señora, nos hemos equivocado. - No se han equivocado, están en el lugar justo - Les dijo Sara sin poderse aguantar la risa. Los dos caballeros clavaron la mirada en la figura de hombre que había en la puerta, y uno exclamó. - ¡Señora, no podemos entrar, está lleno de mujeres! ¿Y si nos apalean? Sara se encogió de hombros. Miró a Nicolás que la observaba y la estaba esperando enfrente, con una sonrisa que no podía contener. Y le comentó al llegar a él.

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- Es que las mujeres lo acaparáis todo - Dijo poniendo su mano derecha abierta en el pecho para aguantar la carcajada - No os dan pena los hombres, si se están orinando, u otra cosa. - No sigas diciendo tonterías - Contestó Sara colocando bien el cuello de la cazadora de Nicolás - ¿Por qué no entran? - Ninguno de esos tres hombres que esperan se atreven, si alguno le diera por entrar se liarían las mujeres a chillar de tal manera que saldrían corriendo disparados. Otro hombre llegaba, y se ponía detrás del tercero haciendo cola. - ¿A qué están esperando? - Dijo Sara otra vez. - No lo sé, pero de lo que si estoy seguro es que a mi no me sucedería. Estoy viendo, que en la puerta del aseo está la señal de caballeros, entro sin más, aunque hayan mujeres ¡Son ellas las que están invadiendo el terreno! - ¿No tienes ganas de orinar? - Le preguntó Sara para probarlo. - No, pero no me importaría entrar - Dijo haciéndose el enterao. - Me gustaría ver cómo entras sin hacer cola detrás de esos hombres ¡Ya que lo dices demuéstralo! - ¿Me estás poniendo a prueba? - Preguntó con ironía. - Exacto - Dijo Sara con la sonrisa en los labios y la mirada brillante - ¿A qué estás esperando? - Es que no me estoy orinando - Contestó apoyándose en la pared. - ¡Es que no te atreves! - Siguió Sara pinchándole. Nicolás hizo un arranque. - ¿Dices que no me atrevo? - Sí, eso es.

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- Pues, fíjate bien - Dijo avanzando hasta la entrada del aseo. El hombre que hacía rato que esperaba el primero, le dijo advirtiéndole. - ¡Oiga, póngase en la cola! Nicolás hizo como si no lo oyera y entró. Los siete wáteres estaban ocupados, sólo había una señora que esperaba, esta señora le dijo a Nicolás. - No puedes entrar. - ¿Sabe que este aseo es para hombres? - Y tanto que lo sé, pero es que el de mujeres está a tope, y no, nos podemos aguantar. Nicolás no prestó demasiada atención a las palabras de esa señora, y ni corto ni perezoso empujó la primera puerta. Se abrió una rendija, y rápidamente la mujer que había sentada en el water cerró de golpe, y se escuchó que dijo. - Aunque la puerta no cierre está ocupado. La señora que esperaba le dijo. - Te dije que no podías entrar, yo voy delante de ti. Nicolás aunque no tenía muchas ganas de orinar, se esforzó por hacer esa necesidad, pero ocupó el otro servicio de urinarios. Al salir del aseo no encontró a Sara en donde la había dejado. Se dislocó al no verla, hasta que ella lo llamó desde lo alto de la escalera, y respiró tranquilo. - Me he asustado al no encontrarte - Dijo subiendo las escaleras - ¿Por qué no me has esperado? - Antes de coger el coche tenemos que tomar algo caliente, y he pedido en la cafetería dos chocolates, dos magdalenas, y dos ensaimadas. Necesitamos reponer fuerzas antes de ponernos en la carretera. Nicolás asintió con la cabeza, y dijo.

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- No es la carretera, es la autopista. - ¿Qué más da? - Respondió Sara levantando los hombros. El día estaba bastante soleado, y frío apenas hacía. Al pasar por Mónaco, el color del día cambiaba con el verde del mar, y el azul brillante del cielo. Todo el viaje pasó con normalidad. Sara no durmió en un solo momento, estuvo todo el tiempo hablando con Nicolás para que no se durmiera en el volante. Fue él, quien estuvo conduciendo todo el tiempo que duró el viaje, no quiso en ningún momento que Sara condujera. A las cuatro de la madrugada habían llegado a la ciudad de Nápoles. Con un tiempo que hacía espléndido, un cielo raso, y poblado de estrellas, y un mar en calma. Parecía que fuera otra estación del año menos Navidad. Antes de entrar en la ciudad pararon en una estación de servicio abierta las veinticuatro horas, para reponer combustible, y al mismo tiempo, Nicolás llamaría por teléfono a su madre, y advertirle de que habían llegado. Marcela descolgó el teléfono a la novena llamada. La voz la tenía ronca y adormilada, aunque esperaba que Nicolás llamara, no pensó que se tratara de él. Al reconocer la voz de su hijo, lanzó un grito de alegría, y arrancando una carraspera de la garganta dijo. - ¡Nicolás hijo! ¿Dónde estáis? - En una gasolinera mamá. - ¿Qué hacéis ahí? - Lo normal, echar gasolina al coche y llamarte a ti. - ¿Te has fijado en la hora que es? - Dijo Marcela con la voz más despejada. - Sí claro, sé la hora que es. Las cuatro y diez minutos de la madrugada ¿Por qué lo dices? - Pues porque ahora está tu padre durmiendo.

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- ¡Y qué importa, despiértalo! - Dijo Nicolás algo inquisidor - ¿No teníais ganas de que estuviésemos en casa? - Claro que sí, sólo ha sido un comentario que te he hecho. Es que tu padre tiene un mal despertar - Dijo Marcela con voz tranquila. - No hace falta que lo despiertes. Sara y yo estamos ahí en media hora. También nosotros tenemos ganas de descansar, y cuando lleguemos nos acostamos. - Está bien hijo. Mientras tanto voy a mirar si no hace falta nada en el dormitorio que vais a ocupar. - Hasta pronto madre - Se despidió Nicolás.

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Marcela abría la puerta con los brazos extendidos con la sonrisa de oreja a oreja, con una expresión de felicidad que una madre tiene al recibir a su hijo después de no verlo seis meses. Lo apretaba fuerte contra su pecho, mientras que musitaba frases tiernas. Sara se había quedado detrás de Nicolás, esperando a que Marcela dejara libre a su hijo para abrazarla a ella. Pero, la espera se hacía larga, Nicolás en los brazos de su madre era un muñeco de trapo, lo estrujaba cómo quería, lo despejaba de ella para verle la cara, y con la misma velocidad lo volvía a oprimir en el fondo de su pecho. Nicolás estaba mareado, tantas horas al volante y tantas sacudidas que estaba recibiendo de su madre, lo estaba dejando sin sentido. Hasta que dio un giro, y se agachó saliendo por debajo de los brazos de ella. Marcela al ver que se le había escapado avanzó tres pasos para volver a cogerlo, pero Nicolás se había escondido tras de Sara, y fue ella quien estaba delante. Él le recalcó a su madre asomando su cabeza por encima del hombro de Sara. - Es tu nuera ¿La reconoces? Marcela se quedó parada frente al rostro de Sara, que seguía sin perder la sonrisa. - ¡Qué flacucha estás! - Fue lo primero que le dijo - ¿También quieres tú seguir la línea? ¡Pues aquí vas a comer, no creas que voy a dejarte que hagas lo que quieras! ¡Venga, ven a mis brazos!

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Nicolás quería advertirle a su madre que tuviera cuidado, y no la fuera a estrujar, y dejarla más arrugada que a una pasa, pero ya era demasiado tarde. La zarandeaba de mejilla a mejilla dándole todos los besos que no pudo darle a Nicolás, porque se le escapó de los brazos. Sara lo llamaba para que fuera en su ayuda, Nicolás le decía desde una distancia prudente. - ¡Te suelta a ti, y me coge a mí, nada de eso yo no me acerco! - Le dijo a su madre - ¡Basta ya! ¿No te das cuenta que la vas a descoyuntar? Lucas el padre de Nicolás, el alboroto que había lo había despertado. Llegó hasta el salón frotándose los ojos con los puños, y bostezando. - ¿Qué está ocurriendo? - Preguntó, al tiempo de mirar a su hijo y a Sara que se habían quedado uno al lado del otro, para protegerse del ataque repentino que Marcela pudiese tener de nuevo - ¡Ven a mis brazos hijo! - Dijo andando a paso ligero, y se quedó abrazado en medio de Nicolás y de Sara. Marcela, mujer espontánea y de gran carácter, no iba a ser menos que su marido, y como por delante de Nicolás y de Sara no los podía abrazar fue por detrás y ensanchando sus brazos todo lo que pudo, abarcó con las manos el cuello de su marido. Nicolás y Sara no podían aguantar por mucho tiempo, pero el que peor lo estaba pasando era Lucas, que su cabeza había quedado atrapada y encajada entre las cabezas de Nicolás y de Sara. Y con la cara delgadita y flacucha pudo gritar mirando a su mujer. - ¡Me… estás asfixiando, suéltanos de una puñetera vez! Marcela escuchó la voz trémula de su marido y aflojó las manos. Lucas al verse liberado se desenganchó de Nicolás y de Sara, y se alejó dos metros. - ¡Eres un enclenque ! - Le reprochó Marcela.

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- ¡Y tu una bárbara! - Le respondió Lucas. Siempre que puedes pretendes matarme ¿Qué te he hecho yo para que la tengas tomada conmigo? - ¡Ya sabía yo que no había que despertarte porque no hay quien te aguante! - ¿Qué tiene que ver eso con que me quieras matar? - ¿Cuándo te he querido yo matar? - Preguntó Marcela encendida. - Para no ir más lejos, ayer por la tarde, si no llega a ser por una señora, me mato. La cosa se encendida a las cinco de la madrugada, cuando todo el bloque de vecinos dormían. Nicolás quiso poner paz. - Mamá, déjalo ya, no sigas preguntándole a papá, pues, la vais a liar. De hecho, la estáis liando. Pero Marcela no se pudo contener. -¡Quiero que diga tu padre de qué modo lo he querido matar! Lucas que tampoco se quedaba callado, dijo exponiendo los hecho a Nicolás y a Sara. - Ayer por la tarde fuimos de compras para estos días que vienen de fiestas. Cogimos el autobús porque en el coche no se puede circular, nos fuimos a sentar en un asiento de dos plazas, y lo normal es que yo me sentara en la parte interior. Pero tu madre no quiso, dijo que en ese sitio se sentaba ella, y me dejó en la parte de fuera. Ella con el trasero que tiene, ocupaba todo el asiento, y yo tenía un filo para sostenerme. A la primera curva que vino, el autobús dio una sacudida, y yo salí despedido, y me quedé sentado en el suelo. No me pegué un topetazo en la cabeza con el asiento de enfrente, porque la señora que venía sentada, usó la rapidez, y con sus manos cogió mi cabeza, y seguidamente me ayudó a que me levantara del suelo.

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Tu madre parecía un pasmarote, reía a pierna suelta, y nadie la podía parar. La otra señora le tuvo que decirle. - Oiga, su marido se ha caído ¿Se ha dado cuenta? Ella no paraba de reír, pero le pudo responder entre carcajadas. - Lo tenía que haber dejado donde estaba, no puede imaginarse cómo me estoy riendo, de la caída tan tonta que ha tenido. - Sí, lo he visto - Le respondió la señora. Tu madre siguió diciéndole entre risas. - Es que, con cincuenta y seis kilos que pesa, estas curvas son peligrosas para él. Y no es porque no coma, que come como una lima. Tu madre no se movió del asiento, estaba esparramada saliéndole morcillones por los dos lados. Esa señora se ocupó de que me sentara bien, y entonces fue cuando tu madre pasó su brazo por el medio del mío, para que no me volviera a caer. Ella le dijo a esa señora el peso mío, y yo no me quise quedar atrás, y como revancha aunque se distinguía muy bien, le dije a esa señora. - ¿Sabe usted lo que ella pesa? - No - Me respondió ella - Pero calculo que ciento quince kilos. - Pues, calcula usted mal. Pesa, ciento treinta. Tu madre me dio un empujón, que casi vuelvo a caerme otra vez. Esta señora al ver lo ocurrido, movió la cabeza, pero no pronunció palabra, y se mantuvo mirando. Nicolás y Sara estaban que se caían de sueño. Ella mantenía la cabeza apoyada en el hombro izquierdo de Nicolás. Él dijo lanzando un bostezo. - ¡Hogar… dulce hogar, volvemos a lo de siempre! Marcela remetió contra su marido Lucas.

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- ¡Has conseguido aburrirlos, con tus historias malas! ¿Digo malas? ¡Pésimas! Sara tenía los ojos cerrados, y Nicolás trataba de mantener una rendija en los suyos, y dijo. - Mamá, Papá no nos ha aburrido. Lo que ocurre es que no nos tenemos en pie y queremos irnos a la cama. Necesitamos dormir, descansar y cuando hayamos dormido ocho horas estaremos mejor. Lucas miró a su mujer y salió una mueca de su boca, al tiempo que se encogió de hombros, y comentó. - ¿Te has fijado que yo no soy el culpable de que se querían ir a dormir? Marcela lanzó un gruñido. - Tú con tal de defenderte imaginas lo que sea. Lucas se alteró. - ¿Qué me imagino yo? ¿No dice el chico que necesitan dormir ocho horas? Marcela siguió. - Dice eso para que tú no te sientas mal, pero después de estar tanto tiempo sin verme, seguro que está deseando de quedarse a solas conmigo para hablarme de tantas cosas como le deben haber sucedido. Lucas no cesaba de mirarla y negando. - El chico está deseando de irse a dormir ¿Te has fijado que se han quedado los dos de pie sosteniéndose por la cabeza, y durmiendo? Solo falta que se pongan a roncar. Marcela frunció el entrecejo, y se colocó delante de su hijo mirando fijamente dentro de su boca, pues la tenía abierta y dormía como un lirón, negó con la cabeza, y echándole una ojeada a su marido le dijo. - El chico hace tiempo que no va al dentista, tiene dos muelas picadas. Una en la parte derecha y la otra a la izquierda, voy a decírselo.

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Marcela sacudió con su mano el hombro derecho de Nicolás, con un ademán para que se despertara. Nicolás dio un ronquido y abrió los ojos. Delante estaba su madre mirándolo fijamente. Sara también se despertó, y se tambaleó hacia un lado, pero Marcela la cogió por el brazo y la mantuvo derecha. Nicolás meneó la cabeza mientras se preguntaba - ¿Qué estará tramando ahora? - Marcela con la mano levantada y regañándole, le preguntó. - ¿Cuánto tiempo hace que no has ido al dentista? Nicolás frotó los ojos con las yemas de sus dedos, y sin comprender lo que su madre le decía, le preguntó. - ¿Por qué gritas tanto? ¡Quiero irme a dormir! ¡Sara y yo, nos vamos a la cama! ¿Dónde está? - ¿Dónde está qué? - Inquirió Marcela - Tú solo quieres dormir, y no te has fijado en la boca que tienes. Sara miró de reojo la boca de Nicolás, y se quedó mirando a Marcela sin comprender. Marcela investigaba con la vista casi dentro de la boca de Sara. Ella hacía por deshacerse de su pesada suegra, también la había tomado con ella, pero Marcela le decía insistiendo. - ¡Sigue con la boca abierta, tengo que ver si necesitas ir tú también al dentista! Sara trataba de llegar con su mano al brazo de Nicolás, que se había quedado pasivo observando el comportamiento de su madre. Al fin Marcela soltó la mandíbula de Sara. - Tú no tienes desgaste, pero mi hijo tiene arriba dos agujeros oscuros, y antes de que os vayáis, lo llevaré al dentista.

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- ¡De eso ni hablar! - Respondió Nicolás con el semblante encendido - ¿Cuántos días crees que vamos a estar aquí? - Hasta fin de año ¿No? - Respondió Marcela - Eso por lo menos. - Sólo nos vamos a quedar dos días, al que hace tres, nos marcharemos ¡Y deja ya de tratarme como si fuera un niño! Marcela no escuchó esto último que Nicolás le dijo. Y pegó un grito diciendo. - ¿Sólo habéis venido para dos días? ¿Un viaje tan largo para dos días? - Dijo repitiendo. - ¡Sí! ¿Es que quieres todo el tiempo para ti? - Respondió Nicolás levantando la voz. - ¿He estado yo arreglando la casa, y pintándola para cuando vinierais lo encontrarais todo bien, y solo para que os quedéis dos días? - Mejor dos que nada ¿No? Marcela había perdido la paciencia, y como con su hijo no podía hacer nada, se giró hacia su marido, que hacia rato había cogido asiento en un sillón, y le dijo. - ¡Habla tú con él, para que se queden más tiempo! Lucas pasaba de todo, y se hacía el cargo. - Marcela, ellos son jóvenes, y tienen proyectado de ir a algún sitio más, no te empeñes en lo que no se puede. Nos están haciendo el regalo de quedarse dos días con nosotros, no está mal. Marcela había sacado del bolsillo de su bata un pañuelo, y se lo llevó a los ojos para secarse las lágrimas. - Es que tanto tiempo sin verlo lo hecho mucho de menos- Dijo Marcela echándose al cuello de su hijo para abrazarlo. Sara solo hacía que bostezar, e intervino diciendo.

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- Pueden ustedes venir a Barcelona y quedarse en casa todo el tiempo que quieran. Marcela tenía el pañuelo en la mano para sonarse la nariz, y al oír a Sara, se animó, y sonrió. Miró a su marido, y después a su hijo, y le preguntó. - ¿Podremos ir a tu casa todas las veces que queramos? Nicolás le echó una mirada a Sara. - Sí, podéis ir pero no para que estéis allí todo el tiempo. Vais en algún momento especial, y estáis una semana, y en otra ocasión otra semana. De esa manera podremos soportarte, papá tiene el cielo ganado. Marcela frunció el entrecejo como para enfadarse, pero echó una sonrisa de agradecimiento, y de confianza. Pues sabía que su hijo le estaba siendo sincero, y sólo pretendía decirle la verdad. Ella era muy suya, y de un gran carácter, y pocas veces daba su brazo a torcer. Sara había cogido asiento en un sillón. El cansancio y el sueño la habían dejado sin fuerzas. Lucas estaba en todo, se colocó delante de su mujer y le dijo. - Deja ya a los chicos tranquilos ¿No te has dado cuenta de la hora que es? - ¿Qué horas es? - Respondió Marcela algo sorprendida, y sin dejar la mirada de Lucas - Sólo son las seis y media de la mañana ¿Es que no tienen tiempo de dormir hasta la hora de la comida? Lucas meneó la cabeza. - Sí es cierto que tienen tiempo, pero ahora están agotados, y necesitan dormir. Nicolás con los párpados en rendija afirmó. - Mi padre tiene razón - Dijo dirigiéndose a su madre - ¿Nuestro dormitorio es el que yo tenía de soltero?

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Marcela se había quedado parada sin saber que responder, pues, entre su marido y su hijo la habían sacado de su historia, se había quedado sin argumentos. Y lo que se le ocurrió decir fue. - ¡Vamos todos a dormir! Marcela fue la primera en entrar en su dormitorio. Y después la siguió su marido. Nicolás cogió la mano de Sara, y se dirigieron al dormitorio que él había ocupado cuando vivía ahí.

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El día de Navidad Marcela había reunido en su casa casi toda la familia. Aparte de celebrar el día que era se sentía orgullosa y feliz de tener con ella a Nicolás, su único hijo. El comedor y salón se habían quedado pequeños, los asientos faltaban y habían llevado al comedor los taburetes de la cocina. Tampoco nadie de la familia a excepto de una prima de Nicolás que asistió a su boda, era quien conocía a Sara, todos los demás no. Renato, primo hermano de Nicolás, estaba soltero. Treinta años a punto de cumplir, y aún no había encontrado la mujer de su vida, y no era porque no hubiese salido con chicas. Pues, eran muchas las que había conocido, y con una estuvo a punto de casarse, pero la muchacha se echó atrás. El carácter de Renato era parecido al de Nicolás, no se interesaba por nada, a nada le daba importancia, y carecía de interés. Se destacaba por contar chistes, y muchos se los inventaba él. Físicamente su parecido a Nicolás era grande, con sus hermanas tenía un parecido similar. Nicolás no se fiaba ni un pelo de él. Hacía cinco años le había quitado una casi novia. Esa muchacha era la ilusión de su vida, esperaba el día para declararse a ella, y le fue fatal en el momento que Nicolás se la presentó a su primo Renato. No le quitaba el ojo de encima, buscaba estrategias para llamar su atención, para que ella lo viera superior a Nicolás y se enamorara de él. Cuando consiguió que la chica dejara de salir con Nicolás y hacerse novia de

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él, sólo lo pudo soportar seis meses. No aguantaba su narcisismo, era él, y nada más que él. Esta chica se arrepintió de haber dejado a Nicolás, pero ya era demasiado tarde. Nicolás había dejado de hablarle a su primo Renato, y ahora lo tenía sentado frente a él, y a Sara. No bajaba la guardia, y estaba en todos los detalles que su primo hacía, estaba seguro con Sara, sabía a un cien por cien, que ella era la mujer de su vida, hasta que la muerte los separara. Renato sentía envidia de Nicolás, él había conseguido siempre lo que se proponía, chicas guapas. Sabía hablarles a las mujeres, cómo complacerlas, cómo mimarlas, y sobretodo, cómo hacer de que se rieran con él. Los quince de familia que estaban comiendo lo mejor que Marcela sabía hacer, el cordero con hierbas aromáticas, y verduras bien condimentadas, saboreaban este exquisito manjar. Marcela se hallaba sentada a la derecha de su hijo. Lo miraba orgullosa, y observaba a sus familiares, para que se fijaran en él. Renato trataba de buscar la mirada de Sara, que la tenía enfrente. Ella como no entendía el idioma, solo se fijaba en Nicolás y compartían algunas frases en español. Nicolás comía ese cordero tan sabroso que su madre había cocinado, pero sin quitar la vista a su primo Renato. Este, estaba dispuesto de nuevo a alardear para llamar la atención de Sara. Y no se le ocurre otra cosa que pasar su mano por encima de la mesa, y coger la copa que Sara tenía de vino, para ponérsela a su izquierda, donde comía Lucas. Sara alzó la vista y miró a Renato, por el cambio que había hecho con su copa. Renato le sonrió, y le guiñó un ojo. Sara lo tomó como un cumplido por tratarse del primo de Nicolás, y ella le correspondió con una sonrisa. Nicolás No se estaba

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perdiendo la estrategia que su primo había inventado esta vez, y mientras seguía sonriéndole a Sara, de pronto sintió un puntapié, que acababa de pegarle su primo Nicolás en la espinilla. Un fuerte dolor se apoderó de él, hasta el punto que la sonrisa le desapareció de los labios. Miró a Nicolás, los dos se miraron. Nicolás sin apartar la vista de su primo, le hizo un gesto con la cabeza de afirmación. Renato puso delante sus dos índices cruzados, y seguidamente afirmó también con la cabeza, sin apartar la vista de Nicolás, le dijo por lo bajo. - ¡Me las pagarás! Nicolás señaló con el índice a Sara y le respondió. - ¡Ella no! - ¡Ya lo veremos! - Respondió Renato por lo bajo. Al instante otro puntapié le pegó Nicolás pero en la otra pierna. El dolor esta vez fue superior al primero. Todo esto estaba sucediendo por debajo de la mesa y en silencio, ni siquiera Sara se había percatado de nada. Renato no podía comer del dolor que tenía en las espinillas. Metió la mano por debajo de la mesa para tocarse las piernas, cuando sacó las manos y las miró, vio que en las yemas de los dedos había sangre. Necesitaba ponerse de pie e ir al cuarto de baño para curarse las heridas que Nicolás le había provocado. Nadie de los asistentes había visto nada, y seguían hablando riendo y comiendo. Nicolás le advirtió a Sara. - Cariño, no mires a mi primo, ni le sonrías. Sara lo encontró extraño. - ¿Porqué no quieres que lo mire? - Es raro, muy raro. Sólo nos vamos a quedar aquí hasta mañana, y no me las quiero ver con él. Sara y Nicolás se miraban fijamente a los ojos.

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Ella quería saber más cosas de la historia que rodeaba a los dos primos. Estaba segura de que algo había sucedido en sus vidas, y le preguntó. - ¿Qué ocurre entre vosotros dos? Nicolás no quería entrar en detalles, sólo olvidar el pasado, y le respondió. - Hoy es Navidad y estamos comiendo en familia, ya te hablaré de esto en otro momento. Marcela sonreía feliz a su hijo y a Sara. No entendía lo que decían, pero le daba igual. Lo importante es que ellos se querían, y lo demostraban de la manera en que se miraban, y cómo sonreían. Renato regresaba del cuarto de baño con los bajos de los pantalones mojados de agua. Todos seguían sin saber si había ocurrido algo. Sólo Nicolás y Renato llevaban la historia a su manera. Se sentó en el asiento que ocupaba, sin dejar de mirar de reojo a su primo Nicolás. Renato no estaba dispuesto a perder, y la revancha la llevó acabo. Estaba dispuesto a sacudirle a su primo, los dos puntapiés que él recibió, y deseaba empezar por la pierna derecha de Nicolás, se concentró, tactó el lugar donde pegaría de lleno, y apuntó. Marcela en ese instante hablaba con su hermana, madre de Renato. La tenía a su derecha, y le comentaba la receta del cordero que estaban comiendo. De pronto, Marcela lanzó un grito, y los ojos se le agrandaron como las dos fuentes redondas que había encima de la mesa. - ¡Ay! ¿Quién ha sido el cretino que me ha pegado esta patada? Todos se quedaron callados, y pararon de comer a excepto Renato que para disimular siguió comiendo como si no se hubiese enterado de nada.

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Marcela calculó la distancia que había entre ella y su sobrino. Estaba segura de que había sido él, se separó de la mesa, y miró su espinilla como sangraba, su hermana fue rápidamente para ayudarla, sin pensar, que se lo había hecho su hijo. Marcela había enrojecido de ira, y tan grande era la rabia que tenía, que no se acordaba del dolor que sentía. Con la cara y las orejas rojas, se puso en pie, y rodeó la mesa ante la mirada de los familiares. Renato la conocía y la estaba esperando con el semblante blanco, con los ojos puestos en ella. Al llegar a él, no le preguntó - ¿Por qué lo había hecho? - Llanamente levantó su gruesa mano, y le sacudió una bofetada que hizo eco en el comedor. A esto, que Nicolás soltó una carcajada. Todas las miradas se posaron en él, y después, en Marcela. Algo había sucedido que nadie advirtió. Renato se llevó la mano a la mejilla, y seguidamente se cubrió la otra, pero olvidó que tenía una buena mata de pelo. Marcela no había terminado, eso no se quedaba así. Lo cogió por el tupé, y lo levantó del asiento. Renato cogió con fuerza las manos de su tía, lo iba a dejar calvo. En este instante, Nicolás lanzó otra carcajada, pero su tía, la madre de Renato, se puso en pie. Sólo tuvo que hacer tres pasos hasta llegar a Nicolás, y cuando iba a soltar la segunda carcajada, le arreó una bofetada que lo dejó con la boca abierta. Sara no sabía cómo reaccionar, pues, en sí, no sabía exactamente que estaba sucediendo. Pero no le gusto nada, en absoluto lo que estaba pasando, y menos aún, que la tía de Nicolás le pegara una bofetada a él. Nicolás se dio la vuelta para tranquilizarla. - ¡Cariño no es nada! ¿Estás bien?

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- ¡No! No lo estoy ¿Qué está sucediendo? ¿Os habéis vuelto todos locos? Marcela había soltado el tupé de Renato, para fijarse en su hermana la bofetada que le había dado a su hijo Nicolás. Fue hacia ella muy dispuesta, y le mostró el puntapié que Renato le había pegado. Había un hilo de sangre que bajaba por la pierna, y muy enfadada le dijo. - ¡Antonina, esta herida me la ha hecho tu hijo! ¿Qué te ha hecho el mío para que le pegues? Antonina estaba plantada frente a su hermana y dispuesta a lo que fuera, parecían dos fieras preparadas para devorarse. - ¡El idiota de tu hijo, se ha reído del mío, de lo que tu le has hecho! Lucas que no había abierto la boca, poniéndose en pie dijo a las dos hermanas. - Hoy es navidad, y no es día de peleas ¿Por qué no guardáis las armas para otra ocasión? El marido de Antonina aplaudió la sugerencia de Lucas, pero permaneció con la boca cerrada. Su mujer le echó una mirada, y dejó de aplaudir posando las manos sobre la mesa. Nada se iba a arreglar ya, pues, las dos hermanas estaban picadas. Antonina no era más suave que Marcela, las dos habían heredado el carácter de la madre, y ninguna iba a dar su brazo a torcer. Pero el día de Navidad, la familia estaba siempre unida, y cuando acabaran de comer se marcharían - Hasta el año siguiente. Cuando ya todos se marcharon. Quedó un trabajo enorme para hacer, pero entre Sara y Marcela pronto quedó todo colocado en su sitio.

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Nicolás estaba triste de ver a su madre la pierna hinchada que se le había puesto. Se la estuvo curando, y le puso para que cicatrizara, micromina. Marcela apenas sentía el dolor, pues, para ella, lo más importante era, lo que su hijo le estaba haciendo, con mimos y cuidado. Por la noche cuando Sara y Nicolás se encerraron en el dormitorio, ella quiso sacarle la verdad de todo. No le encontraba lógica a lo sucedido, y le preguntó. - ¿Por qué tu primo ha pegado una patada a tu madre? - No iba para mi madre sino para mí. - ¿Para ti? - Sí, es una historia larga, pero que ya no viene a cuento. - La quiero conocer - Sugirió Sara. - Cariño, no importa ya, es agua pasada. - ¿Se trata de una mujer? - Preguntó ella. Nicolás miró a Sara con cansancio, sin ganas de sacar nada a relucir. - Sí ¿Por qué sabías que se trataba de una mujer? - Es fácil, cuando dos hombres no se pueden ver, es que hay una mujer por medio. - No vas equivocada, pero de esto hace ya bastantes años. - ¿Y qué pasó? - Me enamoré de una chica, sólo esperaba tener un trabajo estable para pedirle que se casara conmigo. Yo no podía suponer que ella no me quería, y cuando una mujer no está enamorada de un hombre, llega otro a su vida, y se queda con ese, eso fue lo que paso con mi primo. Él es amante de quitar novias, y también mujeres casadas. Es cómo un reto que lleva - Yo soy más hombre que tu y por eso te dejo sin mujer - He apercibido durante la comida, cómo te sonreía, y te guiñaba un ojo.

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Me estaba poniendo a prueba, trataba de llevar otra vez acabo su reto. Sara frunció el entrecejo, y dijo enfadada. - ¿Desconfías de mí? - No cariño, estaba enojado por el comportamiento de él, no lo soporto, y le pegué dos puntapiés ¿No advertiste cuando se puso de pie y fue al cuarto de baño? - Sí ahora que lo recuerdo. - Pues iba a lavarse las heridas que yo le había hecho en las espinillas. Lo quise hacer porque trataba de conquistarte, aunque sabía que por tu parte no iba a suceder, quise quedarme a gusto. - Y con tantas mujeres como ha conocido ¿No se ha casado? - No hay mujer que lo aguante, cuando están un poco de tiempo con él, lo dejan, no lo soportan. Pues, cuando se cansa de una mujer coge otra, es lo que se dice - Un bala - Y ahí lo tienes, viviendo todavía con sus padres, hasta que Dios quiera, si no tuviera la madre que tiene estaría casado. - ¿Qué ocurre con su madre? - Preguntó Sara. - Pues que le da dinero cuando no tiene, lo mima como si fuera un niño chico. Le compra todo lo que él quiere, y lo que no quiere también. Hace todo lo posible para que no se vaya de la casa, lo quiere tener con ella. A su marido ya no le hace apenas caso, y con Renato mantiene largas horas de charlas hasta la madrugada. - ¿Renato no trabaja? - Esporádicamente, cuando le sale algo donde no se tenga que esforzar, es por eso, que él tampoco se quiere ir de la casa de sus padres. - ¿Me estás hablando de un gandul? ¿De alguien que no quiere trabajar?

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- Eso es, siempre ha sido un vago, y pensar en ir a trabajar le daba escalofríos, y cogía todas las alergias que había en el ambiente. Sara memorizó lo que ocurrió en la hora de la comida, y dijo. - ¿Cada año ocurre lo de hoy el día de Navidad? - Más o menos, somos una familia de carácter y de sangre caliente, no necesitamos mucho para liarnos a gritos. - Y también a golpes - Terminó diciendo Sara riéndose. Nicolás también se reía con ella. El dormitorio era el que Nicolás tenía de soltero, y la cama no muy grande ni ancha, pero los dos cabían bien. Para Nicolás era mejor, porque de esa manera dormía pegado y abrazado a Sara, como a él le gustaba. Al día siguiente, Marcela se levantó temprano, y fue a la cocina para hacer buñuelos de anís. Este dulce frito era el preferido de Nicolás cuando vivía en casa de sus padres. Marcela hizo una fuente grande, para que desayunaran, y para que al día siguiente que era cuando Nicolás y Sara se marchaban, se llevaran para el viaje. A las diez de la mañana estaba Nicolás duchándose, y cantando con voz de tenor, pero con muchos desafinos - ¡O sole mío! - La ventana del cuarto de baño daba al patio de luces. Los vecinos estaban enterados - Que el hijo de Marcela había llegado - Era el último en entrar al cuarto de baño, por el tiempo que se tiraba dentro. Le gustaba estar rato debajo de la ducha, se lavaba dos veces la cabeza, y el cuerpo se lo enjabonaba por lo menos cuatro, era narcisista hasta para su limpieza corporal. Nicolás mientras desayunaba y saboreaba los deliciosos buñuelos que su madre había hecho con tanto cariño, les propuso que fueran al mediodía a comer a un

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restaurante. Ellos cuando salían era a pasear, y alguna vez que otra se sentaban en la terraza de un bar para tomar un aperitivo. Nicolás se puso en pie, y fue hasta el teléfono, consultó la lista de teléfono y marcó un número. Sus padres y Sara seguían con la mirada sus gestos, hasta que lo oyeron que dijo. - ¿Restaurante napolitano? - Hizo una pausa y seguidamente siguió diciendo - Una mesa para cuatro, a partir de la una - otra pausa - De acuerdo, a la una y media, gracias. Nicolás colgó el teléfono, y volvió a su desayuno, y cuando estaba sentándose le dijo su madre. - Hay comida en casa, y pronto iba a ponerme a hacerla. Nicolás se había llevado otro buñuelo a la boca. - ¡Uff! Están deliciosos - Exclamó - Mamá se que hay comida, siempre la hubo, pero hoy no quiero que trabajes más para nosotros. Este día es para descansar, ya trabajaste bastante ayer, y el sofocón que te llevaste no es para olvidarlo. - Hijo más que sofocón fue la pierna que Renato me puso - Marcela se levantó la bata y enseñó el bulto que le había quedado con una pequeña costra que empezaba a cicatrizar- Mira, que puntapié me pegó el gilipollas. Y aún no sé porqué ¿Lo sabes tú? ¿Alguien lo sabe? Sara sabía algunas palabras de italiano, y al decir esto último Marcela, se le escapó una carcajada. Marcela la observó unos instantes, y seguidamente puso sus ojos en Nicolás, y le preguntó. - ¿Lo sabes verdad? ¿Qué fue lo que hiciste para que él, reaccionara de ese modo? Nicolás permanecía callado, y con la mirada alta hacia su madre.

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- ¿Lo sabes tú? - Le preguntó Marcela a Sara. Ella asintió con la cabeza. Marcela esperaba una respuesta de su hijo, y al ver que no la obtenía, le volvió a preguntar. - ¿Es sobre aquella historia ya antigua? Nicolás negó con la cabeza. Lucas que era un hombre tranquilo, empezó a moverse en su asiento, y dijo. - Explica de una vez qué fue lo que pasó entre vosotros dos, porque estoy seguro que ese puntapié iba dirigido a ti, pero calculó mal. Y el golpe se lo llevó tu madre, no te quedes callado y habla. Nicolás tragó el buñuelo que tenía en la boca, bebió de la taza un sorbo de café con leche, y aclaró su garganta. Miró a Sara, pues, ella no cesaba de mirarlo, alargó la mano para coger la suya. - Nada tiene que ver con la vieja historia que conocemos. Renato, ayer lo intentó con Sara. - ¡Oh! - Exclamó Marcela - ¡Siempre dije que este chico es un cretino! ¡Un vaina! ¡Un don nadie! ¡Un…! - ¡Basta! - Cortó Lucas - ¡Para de decir tonterías y deja que Nicolás se explique! Marcela asintió convencida. - Ayer mientras comíamos, Renato miraba a Sara con intensidad, le sonrió, y le guiñó un ojo. La rabia que sentí se convirtió en ira, le dije por lo bajo para que nadie me oyera - A ella, ni la mires - Me confirmó haciéndose el chulo - Ya veremos - Entonces fue cuando le pegué dos puntapiés. Uno en cada pierna, en las espinillas concretamente, el resto ya lo sabéis. Lucas meneó la cabeza, y afirmó.

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- Este chico va por mal camino ¡Si su madre fuera de otra manera! ¡Si no le consintiera tanto, y lo mandara a trabajar, otra cosa sería! Marcela intervino. - Lo que no entiendo es porqué Antonina le pegó un guantazo a Nicolás. Nicolás lanzó una carcajada. - Pues, porque me estaba riendo de cómo le pegabas a su hijo. - ¡Ah! Pues, pensé que lo había hecho como revancha - Tú le pegas a mi hijo, y yo, le pego al tuyo - Eso fue lo que creí. Lucas no podía más, y dijo. - Bueno, vamos a olvidarnos de lo sucedido. Pronto estará Antonina llamando por teléfono o, tú la llamarás a ella, sois dos hermanas que os peleáis por cualquier cosa, y pronto olvidáis. - Gracias a Dios es así - Contestó Marcela. Nicolás había elegido para comer, un buen Restaurante, especializado en pasta, y en pizzas de treinta maneras de hacerlas. Marcela tenía el menú delante, hacía rato que lo miraba, y no se decidía por nada, buscaba el plato más económico. El camarero seguía de pie, y a su lado esperando a que se decidiera. - ¿No encuentras nada que te guste? - Le preguntó Lucas acercándose al oído para que el camarero no lo oyera. Marcela lo miró de reojo, y le dijo por lo bajo. - Es que todos los platos son bastante caros, y no quiero que nuestro hijo se gaste mucho dinero. - Pues, pide como yo, cintas a la carbonara. - ¿Qué precio tiene el plato? - Susurró Marcela al oído de Lucas.

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Nicolás no sabía que era lo que estaba sucediendo con sus padres. Miraba al camarero que estaba algo impaciente con la espera, con la libreta en la mano izquierda y el bolígrafo en la derecha. Era joven y bien parecido, trataba de disimular su nerviosismo mirando a su alrededor. - ¿Qué ocurre mamá? - Preguntó Nicolás. Marcela antes de responderle, levantó la vista y miró al camarero. Este se encontró con los ojos de ella, Marcela disimuló diciendo. - No sé que pedir, es que no tengo mucha hambre. El camarero le sonrió, y contestó. - Mis padres hacen igual que ustedes cuando vienen aquí o, van a otro Restaurante, se pasan veinte minutos buscando en la carta, el plato más barato ¿Por qué hacen eso las personas mayores? - ¿Sabías que estaba mirando lo que vale menos? - Preguntó Marcela. - Si señora, cuando tarda un cliente en decidirse, es porque está mirando lo que le sale más a cuenta. - No soy yo quien voy a pagar, es mi hijo quien nos invita- Dijo mirando a Nicolás, y orgullosa de tener ese hijo. - Pues todavía peor - Dijo el camarero - Las madres no quieren que de los bolsillos de sus hijos salga dinero. Lucas intervino. - Ya le he dicho que pida como yo, cintas a la carbonara, pero incluso este plato le resulta caro. Nicolás seguía la conversación con un movimiento de cabeza, y algo avergonzado dijo. - Mamá, tu plato preferido es el risoto de pollo. - ¿Has visto el precio que tiene? - Respondió alarmada. Nicolás se dirigió al camarero y le dijo.

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- Trae para mi madre risoto de pollo, y para mi padre, un chuletón de ternera con verduras salteadas. - De acuerdo señor - Respondió el camarero respirando de alivio. Sara aprovechó que estaba en Italia para probar dos variaciones de pasta. Nicolás también quiso comer las especialidades de la casa. Al salir del restaurante, tanto Marcela como Lucas iban satisfechos de haber comido bien, y de beber uno de los mejores vinos italianos. La tarde fue tranquila y sosegada. Lucas se había ido a la cama para hacer la siesta. Marcela sacó del armario de su dormitorio una caja grande de metal. Dentro guardaba todas las fotografías de Nicolás, y se las entregaba a Sara para que las mirara. Ella miraba la foto, y giraba la cara para comprobar que Nicolás de niño tenía la misma cara que en la actualidad. La tarde pasó rápidamente, pues, a las siete se hacía de noche, y pronto se irían a dormir. Nicolás había previsto de iniciar el viaje a las cinco de la mañana, para llegar al Monasterio de la Oliva a la hora de la comida. No era él quien tenía deseos de ir al Monasterio, a pasar allí seis días en retiro y en silencio. Su manera de ser era muy distinta, la idea surgió de Sara. Hacía tiempo que lo quería haber hecho, pero nunca tuvo la ocasión, y ahora se le presentaba. La despedida que Marcela dio a su hijo y a Sara fue emocionante. No soltaba a Nicolás de sus brazos, y lo oprimía contra su pecho, besaba infinidad de veces, sus mejillas, y le decía. - ¿Cuánto tiempo vamos a tardar en volver a vernos? Nicolás se pudo separar de los brazos de su madre, y en su sitio colocó a Sara. Marcela besaba las mejillas

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sonrosadas de Sara, dos lágrimas le resbalaron al tiempo que le decía. - Hija te quiero mucho, porque quieres a mi hijo, y lo haces feliz. Está más guapo de lo que era desde que os habéis casado. Lucas estaba abrazado a Nicolás, y lo felicitaba por la esposa que había elegido.

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Seguía el buen tiempo, la nieve no había hecho su aparición por ningún lugar de España. Y según las predicciones meteorológicas, seguirían subiendo las temperaturas. Nicolás y Sara habían hecho un viaje de regreso bastante bueno. En el Monasterio de la Oliva los monjes servían la comida a partir de la una. El comedor largo y ancho, cabían cuatro mesas largas de madera, y sillas de plástico de las de cocina, alrededor de las cuatro mesas. Había dos frailes que depositaban bandejas de guisado de carne con patatas y verduras sobre las mesas. El olor que hacía el guisado abría el apetito, y aún más el de Nicolás y Sara que acababan de llegar. La puerta del Monasterio estaba abierta, y en la entrada no estaba el monje portero, decidieron quedarse en la sala de espera para que fueran conducidos a la celda que le habían asignado. Las paredes de la sala estaban adornadas con cuadros de Jesucristo, de la Virgen María, de San Isidro el labrador, y de San Bernardo. Este cuadro impresionó a Sara. Se podía ver en el lienzo, a la Virgen, tenía un pecho fuera, y del pezón le salía un chorro de leche que iba directamente a la boca de San Bernardo, que la tenía abierta. Nicolás estaba a la izquierda de Sara mirando detenidamente la figura del cuadro. Una voz de mujer hizo que Sara se sobresaltara. Era una monja cisterciense, que no vestía hábito, debía tener entre cuarenta y cuarenta y cinco años, el pelo canoso y corto, ella les dijo.

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- Nuestra Madre Virgen María está alimentando a San Bernardo con la leche de su pecho maternal, es una visión que el santo tuvo en sus momentos de oración. Sara retrocedió dos pasos para ponerse junto a la monja, y le preguntó. - ¿Es cierto que la Virgen saca su pecho para alimentar a San Bernardo? La monja la miraba con seriedad, con la mirada lánguida, y le respondió. - Si señora, es cierto, lo podemos creer, porque es una visión que San Bernardo tuvo de la Virgen. - ¿Por qué lo alimentaba con su leche? - Por la razón que San Bernardo se negó a ingerir cualquier alimento. Sólo comía un trozo de pan por la mañana y otro al mediodía. Estaba todo el día y parte de la noche meditando, y muchas horas se las pasaba en silencio. Nuestra Madre que todo lo ve, era ella quien alimentaba a San Bernardo con su leche, ocurrió muchas veces. La monja que vestía con una falda de paño gris oscuro, y un jersei negro, preguntó. - ¿Son ustedes visitantes o vienen para quedarse? Tanto Nicolás como Sara no se imaginaban que se pudiese tratar de una hermana cisterciense. Ella no llevaba hábito, y estaba dirigiéndose a ellos como alguien que había ido para la meditación y el silencio. - Venimos para quedarnos seis días - Respondió Nicolás - ¿Y usted lleva muchos días aquí? La monja sonrió, y respondió. - Dos años. - ¿Dos años? ¿Dejan estar aquí tanto tiempo? - Y muchos más - Respondió sin perder la sonrisa.

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- Quedarse en este Monasterio para seis días no resulta caro, pero si se vive aquí, debe resultar un alquiler. Sara se había fijado en esta mujer de cuarenta años aproximadamente. Con la humildad que hablaba, con las manos cruzadas por encima de su vientre, y se adelantó diciéndole. - ¿Trabaja usted aquí? - Sí, soy la única monja que hay en el Monasterio. - ¿Monja dice usted que es? - Preguntó Nicolás sorprendido. - Exacto ¿Han comido ustedes? - Preguntó, preocupada. - No, y traemos hambre ¿Se puede todavía comer? - Por supuesto, entren en el comedor, cojan un plato de la pila que hay, y Sírvanse comida de cualquier bandeja que haya sobre las mesas, y busquen un sitio para sentarse. - No nos han hecho todavía la ficha ¿Nos llamaran la atención? - No. Aquí, el que llega come, aunque por supuesto sabemos que hasta aquí no vienen mendigos para pedir un plato de comida. El Monasterio está bastante alejado del pueblo. - ¿Dónde dejamos las maletas? - Preguntó Nicolás. - Aquí mismo, no pasa nada, el padre que está en recepción, también ayuda en la cocina, y una vez que hayan acabado de comer, vendrá a ocupar su puesto. - Gracias hermana - Dijo Sara. Esta monja fue a integrarse a la cocina. Había mucho trabajo y el comedor estaba a tope. Para Nicolás y Sara todo esto era nuevo para ellos. Era por decisión de ella, que quiso sentir el recogimiento que se vive en un Monasterio, el silencio y la paz. Cruzaron el gran salón. En el centro ardía en una gran chimenea, con gruesos chopos de leña. Los asientos que

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habían la mayor parte eran bancos de madera incrustados en la pared, también algunas mesas de lo más sencillo, y sillas pocas. Un monje que era el que se quedaba todo el tiempo en el comedor hasta que la gente acabara de comer, echó una mirada a la nueva pareja que entraba. Él rápidamente les buscó dos asientos, indicándoles donde estaban los platos, y las bandejas para que se sirvieran comida. El ambiente era familiar, y la comida bastante buena, hecha igual que en casa. Las ensaladas y frutas, eran del huerto, que los monjes cultivaban. A Nicolás y a Sara les habían designado una celda o habitación de dos camas, en el primer piso, todo puesto muy sencillo, la ventana daba al huerto, el lado que daba lechugas, los surcos estaban bien formados, y así con todos los vegetales. En la planta baja estaba la capilla. Las personas que querían orar, entraban. Saliendo fuera al claustro, se encontraba la iglesia. En el patio también se podía encontrar una pequeña tienda donde se podían adquirir reliquias del Monasterio de la Oliva, como souvenir. La cena se servía a las ocho de la noche. El desayuno de ocho a nueve de la mañana. La habitación la tenían que limpiar, las personas que la ocupaban. Dentro se encontraba el aseo, que se componía de un lavabo, una ducha y un water. A la más pura sencillez. El coste diario de cada persona resultaba bastante económico. Sara estaba disfrutando esos días del silencio, y del descanso, fuera de los ruidos de la ciudad. Por las mañanas se despertaban con el canto de los pájaros, pero a las cinco

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de la mañana sonaba la campana para matines, indicando a los monjes, que tenían que acudir a la iglesia para orar. Nicolás se aburría, los días se le hacían largos, y decidieron el tercer día de estar en el Monasterio de ir a visitar algunos de los pueblos que habían cerca, y se trasladaron en coche. Se quedaron en el pueblo de Olite, como a diez kilómetros del Monasterio de la Oliva. El pueblo no es grande, pero los habitantes que lo habitan, son sencillos, acogedores, y muy nobles. En la plaza donde se encuentra la iglesia habían instalado una gran Pirámide Dorada. Decoraba mucho el lugar, y más con los adornos de Navidad. Nicolás parecía un turista, pronto preparó la cámara de fotos e hizo dos. Sara fue hasta la puerta de la iglesia, pero estaba cerrada. El pueblo de Olite, a parte de la plaza y de sus calles estrechas y pendientes, con sus casitas blancas, se encuentra alzado el castillo - palacio del siglo Xlll que ocuparon los reyes de Navarra. Daban la vuelta para volver al coche, e ir a visitar el castillo mencionado. En la calle que sale de la plaza, se dieron de cara con una hermana Franciscana, de aproximadamente cincuenta años de edad. Ella y Sara se miraron y se sonrieron. La hermana Franciscana se paró delante de Sara y le preguntó sin perder la sonrisa. - ¿Ustedes son del pueblo? Nicolás iba más atrás haciéndole fotos a las casitas más típicas. - No, hemos venido mi marido y yo a visitar el pueblo. - ¿De dónde son? - Siguió preguntando la hermana. - De Barcelona, pero mi marido es italiano. - ¿Y han venido de Barcelona para visitar Olite? - Estamos en el Monasterio de la Oliva.

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- ¡Ah! - Exclamó la Franciscana - Ya decía yo que su cara no me era conocida ¡Pero podrían vivir aquí! Hace catorce años me fui de Olite destinada a las misiones del Perú, y he vuelto ahora para quedarme con mi familia un mes, y después vuelvo. - ¿Es usted del pueblo? - Preguntó Sara muy fascinada por este personaje. - Mis padres eran de aquí, y yo, nací en este lugar tan acogedor. - ¿Hermana cómo se llama usted? - Carmen ¿Y usted? - Sara, y mi marido Nicolás - Sara repuso - ¿Qué trabajo hace usted en las misiones? Carmen suspiró con tristeza. - Hago de todo hija. Hay muchos necesitados que tenemos que atender, enfermos de todas clases de enfermedades. En los comedores repartimos comida a los pobres, hay muchos. El estado físico de los hermanos y hermanas Franciscanos, es deplorable. Yo no sé lo que es dormir cuatro horas seguidas, y el cansancio nos rinde a todos. Pero tenemos que seguir de pie y trabajando para esa hermosa labor como son las misiones. Nicolás se había agregado a ellas. Carmen le sonrió y dijo. - Hacéis una buena pareja ¿Ya habéis visto todo el pueblo? - Sólo habíamos llegado hasta la iglesia - Dijo Sara - Yo quería visitarla pero está cerrada. - ¿Quieres verla? - Preguntó Carmen - Me gustaría. - Pues ven conmigo que la vas a conocer por dentro. Carmen tuteó a Sara de un modo familiar y se agarró a su brazo como si de una amiga se tratara. Nicolás advirtió al instante.

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- Yo me quedo fuera esperando. Por la parte derecha de la iglesia está la puerta de la sacristía. Estaba abierta, sólo había que empujar con la mano, eso fue lo que hizo Carmen. Pasaron por dos recintos, y seguidamente, entraron en la iglesia. Había un sacerdote vestido de paisano, que dirigía a un coro de niños, unos cánticos angelicales. Él se dio la vuelta al verlas y afirmó con la cabeza mirando a Carmen, ella se acercó y le dijo. - Padre, traigo a una amiga para que visite la iglesia. - Está bien - Afirmó, y dirigiéndose a los niños les dijo- Sigamos. Estaban en el altar mayor, delante de Jesucristo. Una belleza de figura, que las manos de un artista esculpió. Carmen observaba la cara de emoción que a Sara se le había puesto. Se había quedado inmóvil mirando con la cabeza levantada a Cristo extendiendo las manos. Después de hacer un corto recorrido por la iglesia, salieron. Nicolás, se hallaba delante de la pirámide dorada mirando la estructura. Sara y Carmen se acercaron, Carmen comentó dándole poco valor. - Han instalado una pirámide ¡Cómo cambian las cosas! Desde el otro lado de la plaza se oyó una voz de mujer que llamaba a Carmen repetidas veces. Ella se giro y dijo. - Tengo que irme, me están esperando. Sara, ha sido un placer conocerte, y estar contigo. - También yo me alegro mucho de haberte tenido a mi lado, cuídate mucho. - Aunque lo hiciera de nada serviría, pues mi tiempo lo tengo dedicado a los que más necesitan. Sara reza por

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nuestra orden, necesitamos que hagan por nosotros muchos rezos. - Lo haré Carmen - Dijo Sara emocionada. Carmen se dirigió a Nicolás y a Sara y les recomendó. - Cuidar mucho el uno del otro. Una mujer de cuarenta años aproximadamente se acercó a ellos, y dirigiéndose a Carmen le dijo. - ¡Vamos a llegar tarde! - Es mi hermana, la mediana - Dijo Carmen mirando a Sara - Que os vaya todo bien. Carmen se alejó acompañada de su hermana, y subieron en una furgoneta que estaba esperando con más mujeres dentro. La hora de la comida en el Monasterio se acercaba, solo les quedaba tiempo de marcharse. De Regreso, Sara iba callada, era poco habitual en ella. Nicolás la observaba, en el fondo sabía que el encuentro con Carmen la había fascinado. No quiso hablarle pensando que era posible que estuviese rezando y pidiendo para la orden Franciscana. Sara miró a Nicolás al mismo tiempo que él también la miraba, ella le preguntó. - ¿Qué te ha parecido Carmen? Nicolás reflexionó unos instantes. - ¿La llamas por su nombre? ¿No es una monja? Dijo que era Franciscana ¿No? - Si, es Franciscana. Me dijo que la llamara Carmen, pues, en el Perú, todos la llaman así, y a las demás hermanas también las llaman por su nombre. Me dijo que era mucho protocolo si la llamaban hermana Carmen, donde había tanta pobreza y dolor. Lo importante era llegar a Dios con el corazón.

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Nicolás seguía mirando a Sara. - ¿Ocurre algo? - Le preguntó ella. - Te estoy imaginando vestida de monja. - ¿A mi? - Dijo Sara sorprendida. - Te estaba observando todo el rato que estuviste con la hermana Franciscana. Daba la impresión que eras otra monja, te comportabas igual que Carmen. - No sé de donde has sacado eso, mis deseos son los de tener hijos, y formar una familia contigo ¿No piensas lo mismo que yo? - También, pero estoy seguro de no haberme conocido estarías metida en un convento o, en las misiones como Carmen. Sara lanzó una carcajada. - Que poco me conoces - Dijo ella - Antes de conocerte a ti conocí a dos chicos, pero a los dos rechacé porque no me gustaban para casarme. Y si no te hubiera conocido a ti, hubiese conocido a otro. Cuando te elegí fue porque estaba segura de que eras el hombre de mi vida, y jamás me pasó por la mente meterme a monja. Nicolás sonrió forzándose, sin dejar de mirar la carretera. - ¿Cómo eran esos chicos que conociste antes que a mi? ¿Llegaste a salir con ellos? - Con los dos - Contestó Sara riéndose. - ¿Fuisteis novios? - Ahora lo de novios no existe. - ¿Te besaron? - ¿Tú que crees? - Respondió Sara. Nicolás estaba más atento en fijarse en la carretera. - Quiero que tú me lo digas - Contestó él. - ¿Por qué tengo que decírtelo? Pertenece a mi pasado ¿Te pregunto yo por las novias que tuviste en Italia?

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- Lo mío es diferente. - ¿Por qué? - ¡No sé que contestarte, pero no es lo mismo! ¿Te besaron? Sara cuando quería que algo se acabara, lo exageraba al máximo. - Era yo quien los besaba a ellos, los besaba con locura. Nicolás se fue más hacia la derecha, y paró el coche a un lado de la carretera. Miraba a Sara con los ojos brillantes de amor, de pasión, y lleno de celos le contestó. - ¡No es cierto lo que dices, estás mintiendo! A mi me costó bastante obtener un beso tuyo. Yo pedía ¿Santa Madonna cuando se va a dejar que la bese? Nicolás llevó su mano izquierda a la nuca de Sara, y la atrajo hacia él, sus bocas se juntaron, y se besaron sin límites. Deseaban que sus cuerpos se unieran en un amor profundo, estaban respetando el lugar del Monasterio, y sólo se daban un besito cuando se iban a dormir. La hora de la comida en el Monasterio había pasado, y después de haberse amado mucho y siendo infinitamente felices, necesitaban comer, el apetito les había aumentado, y decidieron quedarse en el pueblo más cercano, Santacara. Buscaban un sitio para comer, iban recorriendo callecitas, y se encontraron con una casa de comidas que parecía más una tasca. Dentro se estaba bien, y se comía aún mejor. Los pescaditos fritos era la especialidad de la casa. Uno de los hombres que servían en las mesas, traía entre sus manos una bandeja llena de boquerones, de sardinas fritas y bien calientes, la depositó encima de la mesa. Antes había servido una jarra de cerámica con vino tinto de la tierra, y una panera llena de pan redondo hecho al horno de leña.

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Una vez acabada la bandeja de pescadito frito, llevó a la mesa el mismo hombre, un cuenco de cerámica donde aún se freían trozos de chorizo y de morcilla de cebolla. Estaba deliciosa esa combinación de embutidos de la tierra. Después de ponerse las botas comiendo, regresaron al Monasterio de la Oliva. La puerta de la pequeña tienda de souvenir estaba abierta. Nicolás y Sara habían hablado que comprarían algunos regalos para llevarse a Barcelona, también de esa manera contribuirían para facilitar la economía de los monjes. Un monje se hallaba detrás del mostrador, y al ver a Nicolás y Sara que entraban, les hizo un saludo con la mano. - Buenas tardes - Dijo Sara. El monje no respondió al saludo. Nicolás creyó que el monje no había oído, y le dirigió el mismo saludo levantando más la voz. El monje seguía sin responder. Nicolás no cesaba de mirarlo con curiosidad, estaba más interesado por el monje que por los regalos que iban a comprar. Sara se había quedado en una estantería mirando las reliquias hechas por las manos de los monjes. Nicolás se acercó a Sara, y a media voz le dijo cerca del oído. - Este monje es sordo. - ¿Porqué crees que lo es? - Contestó Sara mirando una cajita redonda de madera que tenía entre sus manos, y que encima de la tapadera estaba tallada la Virgen de la Oliva. - No te ha contestado al saludo, ni a mí tampoco. Sara se dio la media vuelta para observar al monje que seguía de pie, y sin dejar de mirarlos.

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- Puede que también hayan monjes sordomudos - Dijo ella- Pero si lo es, no se le nota. El monje los observaba con una sonrisa. - Le voy a hablar - Dijo Nicolás acercándose al mostrador y poniéndose frente al monje le dijo. - ¿Oye usted? El monje asintió con la cabeza. - ¿Y hablar habla? El monje volvió a sentir. - ¿Entonces por qué no me responde? El monje se llevó el índice de su mano derecha a la boca haciendo señal de silencio. - ¿Dice usted que me calle? ¿Quiere que no hable? El monje negaba con la cabeza. - ¿No quiere que me calle? El monje seguía negando con la cabeza. - ¿Quiere que me calle y que no hable más? ¿Esto es lo que me quiere decir? El monje seguía negando. - Yo no lo entiendo a usted, unas veces me dice que hable, y otras que me calle, esto parece la canción de la parrala. ¿Me puede usted decir porqué no quiere hablar? El monje miró al cielo, y se santiguó. - ¡Ah! Ya lo entiendo - Dijo Nicolás - Sus superiores le han dicho que no hable. El monje seguía negando. Levantó el brazo y el índice señalando al cielo. - Ahora lo he cogido - Dijo Nicolás - Es Dios el que no quiere que hable. El monje negó. - Esto es peor que salir de un laberinto - Dijo casi rendido- No es Dios quien no quiere que hable, tampoco son sus superiores ¿Quién hay más arriba de Dios?

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El monje negó otra vez. - ¿No puede usted darme una señal de lo que ocurre? El monje se arremangó la manga del hábito del brazo izquierdo, y mostró a Nicolás un reloj de pulsera, y con el índice le señaló las cuatro. - Sí, veo las cuatro ¿Pero que va a suceder a esa hora? ¿Se va acabar el mundo? Al monje se le escapo la risa, cerró la boca, y con su mano abierta y puesta delante, la agitó para que reinara el orden. Sara se acercó a Nicolás y le dijo. - Hace rato que te está diciendo que es la hora de silencio, y en ese tiempo que dure no puede hablar. - ¿Estás segura? - Preguntó Nicolás echando una mirada al monje, que tenía la cara más relajada después de que Sara hubiese intervenido. Nicolás consultó el reloj de su muñeca, y dijo. - Faltan diez minutos para que hable, nos esperamos o volvemos más tarde. El monje agitó la mano negando, y mostró ocho dedos. - Nos está indicando que le quedaba solo ocho minutos, vamos a esperar con tranquilidad - Dijo Sara. Pasados los minutos el monje preguntó. - ¿Ya han elegido? Nicolás posó las manos en el filo del mostrador. - ¿Por qué no hablaba? - Le preguntó. - Estaba haciendo penitencia - Contestó. - ¿Por qué? ¿Tantos pecados tiene? - ¡No hombre de Dios! Todos los monjes hacemos penitencia de no hablar durante un rato, creía que lo sabía usted. - Yo no soy monje ¿Por qué debería saberlo?

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- Su esposa estaba al corriente, de hecho se lo ha comentado. - ¡Bueno! si ella es medio monja. Sara se echó a reír, y dijo. - Hoy se ha inventado de que yo podría ser monja. - Ya sabes que donde pongo el ojo pongo la bala - Dijo Nicolás dirigiéndose a Sara. Ella había elegido dos cajitas redondas que podrían servir de joyero, con la Virgen de la Oliva tallada encima de la tapa, las puso encima del mostrador para pagarlas. Nicolás las miró y dijo al monje. - Son bonitas ¿Las talla usted? - Yo no sé hacer ese trabajo de artista. Son otros hermanos monjes que las hacen, yo sólo soy el portero, y cuando termino las horas que hago aquí, voy al huerto, a trabajar la tierra, a regar las hortalizas y los árboles frutales, aquí hay mucho trabajo para todos. - Ya me doy cuenta - Contestó Nicolás. - Esta noche después de la cena hacemos una fiesta en la iglesia. - ¿De qué se trata? - Está relacionada con el nacimiento de Jesucristo. - El nacimiento de Jesús ya pasó - Dijo Nicolás. - Exacto, pero cada tres días hacemos oraciones hasta el día de Reyes, y cantamos a Jesús nacido. Sara estaba más pendiente de lo que decía el monje, a Nicolás no le interesaba demasiado lo referente a la iglesia. - ¿Dice usted que es después de la cena? - Preguntó Sara. - Sí señora, primero hacemos oraciones, y después cánticos. Sara miró a Nicolás y le dijo. - Asistiremos.

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Nicolás afirmó con la cabeza. Pagaron las dos cajitas y salieron de la tienda. Una ducha les vino a los dos la mar de bien, y también cambiarse de ropa. Nada más cenar fueron a sentarse en el gran salón, dándoles el calor de los chopos que ardían en la chimenea, y esperando hacer tiempo a que los frailes que trabajaban en la cocina se prepararan para asistir al acto religioso que se iba a ofrecer en la iglesia. La gente que se hospedaban se había preparado para asistir a la ceremonia religiosa, e iban saliendo del salón. Nicolás y Sara no se daban prisa, pues, pensaban que los monjes aún tardarían. No había pasado ni diez minutos cuando Nicolás y Sara advirtieron que se habían quedado solos en el salón. En medio de tanto silencio, sólo se oía las chispas que salían de los chopos que ardían. Y rodeados de cuadros de santos, imponía tanto, que Sara se puso de pie, y seguidamente lo hizo Nicolás, los dos se miraron, y ella dijo. - ¿Dónde se han ido de pronto todos? - Por allí - Respondió Nicolás señalando la salida. - Vamos a la iglesia - Sugirió Sara. Las luces que iluminaban con más fuerza, los monjes la habían apagado, y habían dejado encendidas las más pequeñas. Salieron aprisa del salón y se encaminaron hacia la iglesia. El trayecto era corto, sólo había que cruzar el jardín. La noche era oscura y fría, el ruido del viento que giraba al mismo lado dejaba un ruido de cuchilla. La puerta de la iglesia estaba cerrada y parecía que no hubiese un alma dentro. Nicolás y Sara se habían parado delante, ella permanecía abrazada a la cintura de

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Nicolás. Él rodeaba con su brazo izquierdo los hombros de Sara. Había indecisión por parte de los dos para traspasar el umbral, para empujar la puerta y descubrir qué era lo que había dentro. - Tengo algo de miedo - Dijo Sara - Parece que esté soñando, no me gusta este silencio que hay ¿No te parece extraño lo que está sucediendo? Nicolás estaba atento a las palabras de Sara, pero con cautela miraba a la derecha y a la izquierda, esperando ver a alguien que se cruzara. - También tengo yo miedo, y estoy temblando pero de frío- Contestó Nicolás posando la mano abierta en el centro de la puerta de la iglesia - Vamos a verificar si está abierta. Dio un pequeño empujón, la puerta se abrió a medias, hizo resonar un ruido de peldaños viejos y oxidados. Nicolás y Sara se miraron, los ojos se les pusieron como platos. - Vámonos, no nos quedemos aquí - Dijo Sara por lo bajo. - Cariño, vamos a mirar que hay dentro ¡Ya que estamos aquí no nos vamos sin saber que está pasando! Nicolás entró el primero, se introdujo por el hueco de la puerta que estaba abierta, y con su cuerpo empujó hasta que se abrió de par en par. Los dos habían andado dos metros por el largo pasillo. La oscuridad era aún más absoluta, era como entrar en una cueva ancha y profunda. Se habían quedado abrazados y quietos, Nicolás estaba convencido de que allí dentro no había nadie, y dijo a Sara. - Vámonos de aquí, no me gusta nada lo que está pasando, estoy sintiendo un frío que me está calando los huesos,

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Parece una iglesia fantasma. Me da la impresión que estamos viviendo una noche de terror - Dijo Nicolás sin soltarse de la cintura de Sara - ¿A dónde se han ido todos? - No lo sé pero esto no me huele bien - Respondió ella. Se oyó un hombre que tosía. - ¿Has oído eso? - Dijo Sara a media voz - ¿No será alguien que llega de la ultratumba? Nicolás se puso nervioso y empezó a mirar por los alrededores más cercanos. Se acercó a su derecha y empezó a palpar con las manos en el aire. - ¿Qué estás haciendo? - Le preguntó Sara. - Estoy verificando si realmente estamos solos. En esos instantes se encendió una pequeña luz en el lateral de la derecha. Era lo suficiente para ver que los bancos estaban ocupados por los frailes, rezando con la cabeza baja. En el lateral izquierdo estaban todos los asistentes y mantenían sus miradas puestas en Nicolás y Sara. Al ver que un señor les señalaba que permanecieran en silencio, Sara exclamó. - ¡Dios mío! ¡La iglesia está llena de gente! La lucecita seguía encendida, esperaban a que se acomodaran. Sara murmuró al oído de Nicolás. - No nos quedamos aquí ¿No has advertido la oscuridad en la que están? - Sí, pero es porque están orando. - Chisssst - Se escuchó de alguien indicando silencio. Nicolás estiró de la mano de Sara y salieron de la iglesia. Al cerrar la puerta Nicolás lo hizo con mucho cuidado para evitar que los peldaños chillaran, pero no lo pudo remediar, y el ruido de sierra se volvió a oír. Cruzaron el patio y entraron en el pabellón.

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Los troncos de leña estaban acabando de arder, se habían partido por la mitad, y sólo quedaban cuatro extremos que se iban consumiendo despacio. En una de las estanterías habían bien colocados una fila de libros, Sara se acercó y estuvo mirando títulos. Todo era vida de Santos. Se fijó en uno que era la vida de San Ignacio de Loyola. Con el libro entre las manos fue a sentarse junto a Nicolás, cerca de la chimenea. Nicolás le echó una ojeada al título, y comentó. - ¿No prefieres que hablemos? - ¿Sobre qué? - Contestó Sara abriendo el libro por el medio- ¿De qué quieres que hablemos ahora? - De lo que sea. Este silencio me pone nervioso ¿Qué te parece si nos vamos mañana después del desayuno? - Llevamos sólo tres días, y la estancia aquí está reservada para seis días. - A los frailes les da igual, ya has visto como vienen todos los días gente para quedarse, y como está lleno les dicen que no puede ser. Mañana después de desayunar, les pagamos y nos vamos. Sara sonrió, lo vio bien, y preguntó. - ¿Pasaremos fin de año y año nuevo con mis padres? Nicolás negó con la cabeza. Sara frunció el entrecejo. - No cariño - Dijo Nicolás - He visto en el mapa, que Puente la Reina no está lejos de aquí. - ¿Es un pueblo? - Preguntó ella. - Sí y tengo oídas de que es precioso, y con paisajes pintorescos. Me gustaría que pasáramos estos tres días allí ¿Qué te parece? - Por mi vale.

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Se oía de fondo el cántico de los frailes en la iglesia. Dejaba una buena armonía, y relajada hasta el punto de encontrar la paz. A la mañana siguiente antes de entrar al desayuno, Fueron Nicolás y Sara a hablar con el fraile recepcionista, este no vio inconveniente en que se marcharan. Para ser la fecha que era hacía un tiempo espléndido durante el día, pero al llegar la noche había que abrigarse. Llegaron a Puente la Reina sin tener reserva en ningún Hotel - Nicolás decía - Que con dinero se podía ir a todos sitios, y efectivamente fue así. La gente del País Vasco son amables y hospitalarios, y en Puente la Reina no iba a ser distinto. No conocían nada de este bonito pueblo, pero preguntaron a gente que pasaban, por un Hotel donde estuviesen bien. Les indicaron uno que está restaurado para Hotel, pues, antes había sido un castillo, donde se cruzan los cuatro caminos para Santiago, indicando en el cruce una cruz.

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En el parking del hotel dejaron el coche, y atravesaron un gran jardín hasta la entrada del hotel. Las puertas son las originales. Dos portones de madera gruesa y todavía fuerte por la conservación y cuidados que le tienen. La habitación que le asignaron era parecida a las demás. Sencillas pero cómodas, con dos camas y una mesita de noche en el medio. La ventana de rejas daba a uno de los jardines. Al cuarto de baño no le faltaba de nada, pero también dentro de la sencillez, la ventana también de rejas era más pequeña que de la habitación. A la mañana siguiente, estaba Nicolás afeitándose. La ventana estaba a la derecha del lavabo, recorrió con la mirada las barras de hierro y llamó su atención el hueco que había donde terminaban los hierros y pensó - Por aquí cabe una persona - No le dio más importancia y siguió con el afeitado. Desayunaron en el hotel, un desayuno suculento, y bastante nutritivo. Nicolás estaba muy interesado en conocer bien Puente la Reina, y los demás pueblos de los alrededores, por sus paisajes pintorescos, y por los ríos de una belleza extraordinaria, por el agua limpia y cristalina que baja de las montañas. Sara tenía el mismo empeño que Nicolás, y sus deseos eran grandes de encontrarse cara a cara con la naturaleza.

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Al tiempo que Nicolás dejaba la llave de la habitación encima del mostrador de recepción, le preguntó al recepcionista. - ¿Cerráis las puertas del Hotel de noche? - Sí señor, a las doce o doce y diez se cierra cada noche. - De acuerdo, estaremos aquí antes. - ¡Que pasen un buen día! - Les deseó el recepcionista. El pueblo está a diez minutos en coche, lo dejaron en fila bien aparcado, y fueron paseando, por las calles típicas con sus casas de origen, de portalones grandes y rústicos, por donde salían y entraban asnos y mulas cuando realizaban un día de trabajo duro en el campo. No dejaron de visitar el puente, por donde pasa un río de abundante agua cristalina. El día pasaba rápidamente, y querían visitar más pueblos montañosos y que verdaderamente es una delicia para los ojos. Visitaron lo más importante del pueblo y decidieron marcharse a otro, que está a ochenta kilómetros de Puente la Reina. Se encontraban en una alta montaña donde su nombre figura como Rai, donde el sol se pone tarde. Sara quería quedarse para ver la maravillosa puesta de sol. Nicolás le manifestó. - Se nos hará tarde para regresar al hotel, es mejor que vayamos bajando. Sara estaba ensimismada mirando al astro Rey enormemente grande y de un color anaranjado como jamás había visto. Nicolás volvió a insinuarse. - Cariño son las ocho, y las carreteras son estrechas y de gran altura, se ha hecho de noche.

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- Diez minutos faltan para que el sol pase por detrás de la montaña, y después, rápidamente nos vamos - Dijo Sara sin dejar de mirar al astro. Nicolás igual que un marido complaciente permaneció a su lado observando lo mismo que ella. El regreso fue un poco difícil, las carreteras con la estrechez que tienen, y las curvas rodeando las montañas y uno de los laterales que daban al vacío, Sara estaba pasando mucho miedo. Los faros del coche iban iluminando al máximo, de pronto, antes de llegar a una curva se encontraron con dos grandes figuras que estaban cortando la carretera. Sara se asustó y exclamó. - ¿Que es eso? Con la oscuridad de la noche no se vio hasta que estaban cerca. - ¡Cariño son dos asnos, que por lo visto los han dejado aquí, o son ellos que se han perdido! Uno de los animales se hallaba en el interior de la estrecha carretera, y el otro en la parte donde quedaba el vacío. El coche tenía que pasar por medio de los dos asnos. Nicolás conducía despacio. Sara estaba nerviosí-sima, y muy asustada de que el asno que estaba al borde del precipicio fuera a caerse, la profundidad que había era enorme, no se podía ver el fondo, puesto que la falda de la montaña, estaba llena de árboles y de matorrales. - ¡Nicolás, el coche está rozando al asno, y se va a caer! - Decía Sara gritando sin darse cuenta que lo hacía. - ¡Sara por favor no me pongas nervioso! - Respondió concentrándose en lo que hacía, pero no pudo más y paró. El asno que estaba al borde del precipicio, puso su cara en los cristales de la ventanilla del coche, mirando en

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el interior. Con la luz de la Luna podían ver los ojos del animal clavados en ellos dos, como si los quisieran saludar. El otro asno se había quedado detrás del coche, por los cristales podían verlo. Este animal seguía quieto esperando a que el coche echara andar, pero el problema estaba en el que se encontraba al borde del precipicio. Eran momentos muy tensos por los que estaban pasando Nicolás y Sara. - ¿Qué hacemos? - Dijo Nicolás echándose hacia atrás del asiento. - Hay que esperar hasta ver cómo reacciona este animal - Contestó Sara. - ¿Te has fijado en la hora que es? - Dijo Nicolás consultando su reloj de pulsera. Seguidamente lo hizo Sara. - Son las diez. - Todavía tenemos setenta kilómetros que hacer de montaña. - Llegaremos antes de que hayan cerrado el hotel - Dijo Sara confiada. Con el bao que desprendía la nariz del asno había empañado los cristales de la ventanilla por fuera. Parecía que el animal estuviese esperando a que bajaran los cristales para tener contacto con los humanos. Era posible que los dos asnos estuviesen en la montaña desde hacía tiempo, pues, en aquel lugar no había ninguna granja o casa a la redonda, incluso, en la estrecha carretera había crecido la hierba de no pasar vehículos hacía tiempo. El asno se había movido, y caminaba pegado al coche, y por el borde del precipicio, lo iba haciendo despacio, y mirando por donde pisaba.

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Llegó a la parte delantera del coche, se quedó delante mirando por el parabrisas. - ¿Qué hará ahora? - Dijo Sara. - No puedo decírtelo hasta que no se mueva y decida a donde quiere ir, pero voy a salir, y lo voy a llevar al otro lado, a ver si ya de una vez nos podemos ir. - Estos animales están faltos de calor humano ¿Cómo se puede dejar a dos asnos solos en plena noche y con un frío que pela? - Dijo Sara denunciándolo. Nicolás meneó la cabeza como señal de reproche. - No llevan aquí un día o una noche, estos animales hace ya tiempo que vagan solos. Por esta carretera no pasan coches, es la vieja, es por eso que aquí están bien, no tenemos que preocuparnos por ellos. Sara no lo aprobaba. - Yo sí estoy preocupada, hace mucho frío, y hasta puede que nieva. Si ocurre, se morirán aquí. - Todos no sienten el mismo amor por los animales, también pienso, que no lo hacen para hacer mal, sino que los dejan en libertad, para que ellos se encuentren mejor - Aclaró Nicolás. Nicolás y Sara salieron del coche por el lado del conductor, y se acercaron al asno que se había quedado delante. El animal se dejaba acariciar por ellos, y aún más tranquilo y quieto estaba oyendo las palabras de cariño que Sara le tenía. El otro asno que se había quedado en la parte trasera del coche, pasó por el lado de entre la montaña y el vehículo. Buscaba que también a él lo acariciaran, y le dijeran palabras de consuelo. El frío en la montaña hacía calar los huesos, y tanto Nicolás como Sara entraban en el coche. Era el

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momento de salir a la máxima velocidad permitida, por el terreno, por las curvas y por la oscuridad. Sara rodeó la cabeza para echar una última mirada a los asnos, y con sorpresa vio que los animales iban corriendo detrás del coche para alcanzarlos. Se le escapó una lágrima, que resbalaba por su mejilla. Nicolás la miró de lado y le dijo. - Estás llorando. Sara estaba quitándose la lágrima con la yema de sus dedos, y respondió. - Nos vienen siguiendo. - ¿Los asnos? - Si, y vienen detrás nuestro. Nicolás levantó los hombros, y dijo. - Cuando se cansen se pararan. Sara afirmó con la cabeza, sin dejar de mirar atrás, y observó. - Nicolás ¿Te has fijado que la hierba crece en la carretera? - Sí, lo vi antes, es por eso que te dije, que es la carretera vieja. Al pasar la segunda curva perdieron a los animales de vista. Ahora era cuestión de avanzar aprisa, tenían que llegar al Hotel antes que lo cerraran. El móvil de Sara sonó, miró la pantalla y dijo- Es mi madre. Nicolás no dijo nada y siguió atento al volante. - Mamá ¿Cómo estáis? - Dijo Sara contestando a la llamada. - Bien hija ¿Y vosotros? - Vamos de aventura en aventura, pero bien. - ¿Dónde estáis ahora? Sara miró a Nicolás, y sonrió.

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- Estamos en plena montaña, y nos persiguen dos asnos. Nicolás lanzó una carcajada, y dijo a su suegra. - ¡Esta noche lo llevamos crudo! - ¿A donde os habéis metido? - Preguntó Mercedes. - Hemos llegado a unas montañas muy altas, es como si estuviésemos dentro de la selva. - ¿No estabais en el Monasterio de la Oliva? - No - Dijo Sara riéndose - Ayer nos fuimos a Puente la Reina. - ¿Qué es, un pueblo? - Sí, muy bonito, de Navarra. - ¿El pueblo está en lo alto de la montaña? - Preguntó Mercedes extrañada. - No. - ¿Pues, que hacéis a las once de la noche en ese lugar? ¿Os habéis perdido? - Dijo Mercedes con voz preocupada. - Mamá creo que no. - ¿Cómo dices que crees que no? ¿Ha sido el sopla gaitas de tu marido que se le ha ocurrido rodear la montaña? Nicolás giró la cabeza y contestó. - ¡Señora sin insultar! Nadie cuida de su hija mejor que yo. - ¡No me vengas con pamplinas! ¿No eres consciente de la hora que es? - Decía Mercedes chillando. - Mamá, déjalo ya - Dijo Sara, y para cambiar de tema le preguntó. - ¿Cómo está chuli? - ¡Ah! Este, lo tengo sentado en mi regazo. Está oliendo el teléfono, debe de estar oyendo tu voz. - ¿No nos echa de menos? - Se pasó dos días llorando, y sentado detrás de la puerta esperando a ver si volvíais, pasado este tiempo se rindió. - Lo echo mucho de menos. Nicolás saltó.

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- También yo. Mercedes no contestó. - Hija mañana es fin de año ¿Te acordarás de llamarnos? Vamos a estar solos tu padre y yo. - Sí mamá, no pienses que me había olvidado, os llamaré dentro de veinticinco horas. - ¿Y Cómo es que os habéis ido del Monasterio de la Oliva? - Preguntó Mercedes. - Yo me hubiese quedado hasta el último día que teníamos previsto, pero Nicolás se estaba aburriendo, y me propuso de ir a Puente la reina, para conocer el pueblo, realmente es precioso y pintoresco. Nicolás miró a Sara y le dijo. - Ahora tu madre me tomará más manía y me va a llamar de todos los nombres que encuentre. Mercedes le respondió. - No te tengo manía, lo que pasa es que no haces las cosas bien ¡Vamos, que eres un inconsciente! ¿Por donde vais ahora? - Rodeando la montaña en bajada - Respondió Nicolás. - Estaréis helados de frío, al menos llevareis la calefacción puesta ¿no? - ¡Señora que cosas tiene usted! ¡Luego dice que yo digo tonterías! Sara hizo a Nicolás una señal con la mano para que pasara. - ¿Dónde está papá? - Preguntó Sara. - Delante de la tele, pero creo que se ha quedado dormido ¿Quieres hablar con él? - No, déjalo que duerma, mañana cuando os llame hablaré con él. - También mañana estará dormido, siempre que se pone a mirar la tele se duerme, y lo tengo que despertar para irnos

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a la cama - Mercedes dijo para terminar - Bueno hija, vamos a cortar, y mañana cuando nos llames, nos dices cómo habéis terminado esa aventura. - De acuerdo mamá, un beso muy fuerte. Puente la Reina, a las doce menos veinte minutos, el pueblo estaba que parecía un desierto. La gente se encontraba en sus casas calentándose en el calor de las chimeneas. Le daba vida a las calles la iluminación que colgaba de Navidad. A las doce menos diez, Nicolás estaba aparcando el coche en el parking del Hotel. Todas las luces del jardín estaban apagadas, el Hotel no se veía desde el aparcamiento, pues, hay detrás grandes arbustos, pero tampoco había ninguna luz que iluminara a través de las espesas hojas de los árboles y matorrales. Nicolás y Sara estaban delante de los grandes portones que dan entrada al Hotel, las dos grandes puertas estaban cerradas. Sara reaccionó diciendo. - Nos hemos quedado fuera. Nicolás consultó su reloj. - No puede ser, faltan diez minutos para las doce. Nicolás empujaba la puerta pensando que solo estaría encajada. Miró buscando el timbre, pero timbre no había, y siguió llamando con la palma de las manos. El ruido que hacía hizo despertar a dos perros de raza, pastor alemán, los animales se les oían como ladraban. Nicolás le comentó a Sara. - Ahora vendrá a abrir el recepcionista que tenga el turno de noche. - No debe haber, puesto que a las doce cierran. - Pero aunque cierren tiene que quedarse alguien dentro.

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- No lo creo. Con el ruido que hemos hecho, era para que ya hubiese salido alguien. Nicolás llamaba con más fuerza. Los perros eran quien le respondían con sus ladridos. - Tengo frío - Dijo Sara. - Voy contigo hasta el coche, te quedas dentro, y mientras yo iré en busca de alguien para que nos abra la puerta. Sara estaba cansada. Tenía frío, también hambre y sueño. Nicolás la dejó dentro del coche, recordó que ese día al dejar la llave de la habitación en recepción, cogió del mostrador una tarjeta del Hotel. La había dejado en la guantera del coche, se instaló en su asiento, abrió la guantera y cogió la tarjeta, y muy confiado le dijo a Sara. - Cariño, ya tenemos la solución, voy a llamarlos desde el móvil. Lo tenía de manos libres en el coche. Marcó el número que había en la tarjeta, y esperó escuchando las llamadas. Sara había echado la cabeza hacia atrás, y mantenía los ojos cerrados. Diez llamadas se habían oído, y nadie cogió el teléfono. Nicolás cerró y volvió a marcar de nuevo el número. Otras diez llamadas, y sin resultado. Sara abrió los ojos, lo miró y le dijo. - No insistas, no hay nadie, es mejor que te quedes aquí dentro conmigo, y los dos nos demos calor. - Cariño, esta noche dormiremos en nuestras camas, te lo prometo. Sara se incorporó y le echó una mirada. - ¿Qué vas a hacer? - Le preguntó. - Ahora es demasiado largo para explicártelo, enseguida vengo a por ti.

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Sara se quedó inquieta mirando a Nicolás cómo se alejaba en dirección al Hotel. Habían pasado cinco minutos cuando empezó a oírse de nuevo los perros ladrar. Ladraban más fuerte, incluso con rabia. Pensó por unos instantes de salir del coche, e ir para ver qué pasaba. Pero después, lo pensó mejor, y se quedó esperando aunque intranquila. Veinte minutos habían pasado cuando Nicolás venía corriendo y algo sofocado, abrió la puerta del coche y sonriente le dijo a Sara. - Vamos cariño, la puerta del Hotel está abierta. - ¿Estaba abierta? - Repitió Sara con inocencia. - No, la he abierto yo. - ¿De qué manera? - Mañana te lo contaré, esta noche ya es tarde. Sara sólo quería descansar, y sobretodo dormir. Así es que no hizo más preguntas, y se dirigieron hacia el Hotel. Una de las puertas estaba abierta de par en par, era como la había dejado Nicolás. Sara se había quedado junto al mostrador de recepción, mirando como Nicolás cerraba la puerta del Hotel. Nicolás había llegado al lado de Sara, la llave de la habitación estaba colgada en el tablero, en el número cinco. Sólo tuvo que alargar el brazo para cogerla, y con la llave en la mano le dijo a Sara. Cariño esta noche vamos a dormir como los ángeles. Sara no respondió tenía demasiado sueño como para mantener una conversación. Nada más entrar en el dormitorio fueron al cuarto de baño, y seguidamente se acostaron. Eran las diez de la mañana cuando se despertaron. Los dos tenían un hambre como para comerse un cordero

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asado. Después de ducharse y vestirse salieron de la habitación a desayunar. Al llegar a recepción, se encontraba el recepcionista, un hombre joven, y una mujer algo más mayor. El recepcionista esperaba que se acercaran, y cuando Nicolás iba a entregar la llave de la habitación, le dijo este. - Señor ¿Es usted quien de madrugada ha abierto la puerta del Hotel? - Exacto - Respondió Nicolás, esperando a que le dijera lo que él sabía que le iba a decir, y se apresuró - Me dijiste ayer por la mañana que no cerrabais hasta las doce. Estábamos aquí a las doce menos diez minutos y tuve que saltar por una de las ventanas para entrar en el Hotel. Sara lo miró sorprendida, no esperaba oír eso. El recepcionista advirtió que su esposa no estaba al corriente de lo que había sucedido, y se dirigió a Nicolás dándole una reprimenda. - Entró usted por la ventana de un dormitorio donde dormían dos chicas francesas. Menudo susto se llevaron. Mire si se asustaron, que esta mañana muy temprano se levantaron y me dijeron que les hiciese la cuenta porque se marchaban. Sara miraba a Nicolás más sorprendida. Mucho más de lo que estaba antes. Iba de sorpresa en sorpresa. Nicolás mantenía una sonrisa. - La culpa no la tengo yo - Dijo Nicolás dirigiéndose al recepcionista - Es tuya por no habernos esperado ¿No te fijaste antes de cerrar que la llave de nuestra habitación estaba colgada en el tablero? - ¡Por supuesto que la vi! - Respondió el recepcionista - Pero creí que se quedarían a dormir en algún otro sitio. - ¡Oh! Qué cara más dura - Dijo Sara con indignación -¿Por qué creías eso?

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El joven recepcionista no supo qué responder, y levantó los hombros. Luego se dirigió a Nicolás y le preguntó. - ¿Qué hizo usted para que esas chicas francesas se fueran esta mañana corriendo? - Ya te lo he dicho antes. Entré por la ventana de la habitación donde ellas dormían. Antes miré la ventana de nuestra habitación, y vi que estaba cerrada. Seguí mirando las ventanas que dan al jardín, y esa era la única manera de entrar en el Hotel, era saltando por esa ventana. Cuando me estaba deslizando para poner los pies en el suelo, una de ellas se despertó, y encendió la luz. Al verme que yo iba cruzando el dormitorio, se puso a gritar como una desesperada. Su compañera se despertó al oír los gritos, y entonces, eran las dos que gritaban mirándome con los ojos desencajados, y la boca abierta chillando como dos locas. Sara escuchaba la narración de Nicolás atónita. Estaba imaginando si a ella eso le hubiese sucedido ¡Se hubiese muerto del susto! - ¿Hiciste algo para calmarlas? - Le preguntó Sara. - ¡No pasa nada! - Les decía yo, pero ellas no me escuchaban y seguían gritando cada vez más fuerte. Teníamos que dormir ¿No? - ¿Cómo es que yo no oí nada? - Preguntó Sara. - Cuando abrí la puerta y salí de la habitación, una de las chicas cerró dando un golpe, y oí cómo daba dos vueltas de llave. Seguro que hizo lo mismo con la ventana. El recepcionista escuchaba con los brazos cruzados. - Señor ¿Sabe usted que una de esas chicas lo quería denunciar? Su compañera se opuso diciendo que lo mejor que podían hacer era irse de aquí rápidamente.

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- ¡Tampoco es para ponerse así! - Dijo Nicolás meneando la cabeza - Lo único que pretendía era que mi mujer y yo durmiésemos en nuestra cama. Sara tenía las manos puestas en el estómago, y le advirtió a Nicolás. - Cariño, tengo un hambre que no me tengo de pie, vamos a desayunar y luego te diré algo. Nicolás frunció el entrecejo. - ¿Qué es? Dímelo ahora. El joven recepcionista, no se movía del sitio esperando oír algo personal de la pareja. Nicolás le echó una mirada y le dijo. - ¿Quieres saber antes que yo el secreto que mi mujer guarda para mi? El recepcionista no respondió, dio la media vuelta y volvió a su trabajo. Entraron en el comedor. La camarera que servía los desayunos les eligió una mesa, y les preguntó. - Quieren café o café con leche. - Las dos cosas - Contestó Nicolás - Y un desayuno abundante, tenemos hambre. La camarera había llevado a la mesa un plato con huevos fritos, choricitos, queso en lonchas, mantequilla, mermelada de fresa, y una panera con panecitos todavía calientes. Nicolás y Sara comían a destajo, a dos carrillos. En media hora lo habían acabado todo, también las dos jarras de café y leche. Nicolás estaba hacia atrás del asiento observando los platos y tazas vacías que había quedado sobre la mesa. Sara se puso en pie y se acercó a Nicolás. Lo rodeó por detrás de los hombros. Puso sus labios en la mejilla de él y lo besó, luego le dijo al oído.

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- Quiero que nos vayamos hoy mismo a Barcelona. Nicolás levantó la vista para mirarla, y cuando sus ojos se encontraron, le preguntó. - ¿Quieres que nos vayamos hoy a Barcelona? - Eso es. Vamos a la habitación a hacer las maletas, pero antes le dices al recepcionista que nos prepare la cuenta. - Ahora mismo cariño - Dijo Nicolás poniéndose en pie - ¿Estás pensando que pasemos fin de año y año nuevo con tus padres? - Lo has adivinado cariño ¿Te gusta la idea? - Mucho, ya me estaba aburriendo aquí.

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Habían cogido el coche en dirección a Barcelona. Sara no quiso advertir a su madre de la llegada, era una sorpresa que les tenían reservada. El trayecto era largo y entrarían en la ciudad condal, bien entrada la noche. Esta vez pararían poco en áreas, solo lo harían para poner combustible. Habían desayunado bastante bien, era como si en el desayuno hubiesen hecho también la comida. Sara buscaba una emisora de radio, música agradable, iba pasándolas con rapidez, y al llegar a una, Nicolás le dijo. - Déjala ahí ¿Conoces esta música? Sara la había oído, era un tema musical, pero no recordaba cual, y contestó. - Sé que el compositor es italiano, pero nada más. - Se llamaba Albinoni, había nacido en Venecia, era un gran romántico. - ¿Cómo se llama la pieza que se oye? - Adagio. Es bellísima, la cantaba yo mientras me duchaba, me decían gritando por la ventana del cuarto de baño. - ¡Afina mejor, que estás destrozando un bello canto! Sara se rió y le preguntó. - ¿Tan mal cantas? Ahora que lo recuerdo, en casa nunca te he oído cantar ¿Por qué no haces ahora una demostración? - Hace buen tiempo ¿Quieres que lleguemos a Barcelona con un chaparrón?

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- Hazlo por mi, cariño. Quiero oírte como gritas - Dijo Sara sin poder contenerse la risa - En casa de tus padres te oí una mañana en la ducha cantando - ¡Oh sole mío! Y también escuché a ese vecino que decía gritándote. - ¿Te quieres callar? Nicolás dejó de mirar la carretera para fijarse en la cara que a Sara se le había quedado. La conocía demasiado bien, y se quería asegurar de que había parado de reírse. - ¿Y si te doy la sorpresa y saco la voz de tenor que siempre he escondido? Sara lanzó al aire una carcajada. - Cuando termine esa dulce melodía de sonar, canto para ti lo que me pidas. - ¡Eso es, como hacen los cantantes en los conciertos! - Dijo Sara partiéndose de la risa. Nicolás también se reía con ella, estaban los dos hechos a medida, él más juguetón y travieso, y Sara con la sonrisa casi perenne. Adagio, esa pieza musical tan maravillosa estaba acabando, dando las últimas notas. Nicolás la iba siguiendo con la mano derecha como si de un director de orquesta se tratara. - ¡Cómo me hubiese gustado haber dirigido una orquesta! ¡En el colegio sacaba buenas notas en música! - ¿Qué instrumento tocabas? - La flauta dulce, cuando tenía diez y doce años. Las notas me salían bien, pero más tarde descubrí, que lo que realmente me gustaba tocar, es la mandolina. Tiene un sonido fino y perfecto. A la edad de dieciocho años hicimos un conjunto de chicos de casi la misma edad. Tocábamos en reuniones, y también debajo de los balcones de las chicas que nos gustaban.

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Sara estaba sorprendida, no conocía esa faceta de su marido. Se había colocado sobre el lado izquierdo para oír con atención lo que él le iba contando. - ¿Es fácil de tocar la mandolina? - Le preguntó Sara cada vez más interesada. - Pienso que como otro instrumento, cada uno tiene su forma. - ¿De cuantas cuerdas se compone? - Cuatro dobles, y cada una lleva su escala. El sonido es fino y delicado. Sara se quedó callada. Sus ojos los tenía puestos en el perfil del rostro de Nicolás, pasó los cuatro dedos por el revés de su mano izquierda, y por la mejilla derecha de él. Lo iba acariciando con suavidad y con ternura. Dejó la mano caer sobre el asiento, acercó su boca a la mejilla de Nicolás, y le dio uno, dos y tres besos, y le dijo. - Estas navidades son las primeras que pasamos estando casados, y no nos hemos hecho ningún regalo. - ¿Te parece poco regalo el viaje que nos estamos haciendo? - Respondió Nicolás. - Si, es un regalo, pero yo hablo de otro ¿Qué te parece si te regalo una mandolina? Nicolás la miró y meneo la cabeza riéndose. - Te lo tomas todo muy en serio ¿Piensas que no guardo la mía? - ¿Dónde la tienes? - En Italia, en el armario del dormitorio. - Me hubiese gustado que me la enseñaras. - Esta vez no me he acordado que la tenía, la hubiese acariciado. - ¿Por qué no te hiciste músico?

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- Era lo que yo quería, pero mi madre se opuso - Dijo que sería un muerto de hambre, y que lo que ella quería era que estudiara para médico. Cada noche me ponía la cabeza como un bombo. Y muchas noches llegaba a mi casa de madrugada, pues, a las tres o las cuatro era cuando me recogía, lo hacía así para que ella estuviese dormida. - ¿Lo estaba? - ¡No Santa Madonna! Me esperaba meciéndose en la mecedora y me preguntaba. - ¿De donde vienes a estas horas? - Mamá - Le respondía yo - Deja de espiarme, ya hace años que dejé de ser un niño. Se levantaba de la mecedora, y daba la luz del comedor. Me miraba de frente inspeccionándome, y me volvía a preguntar. - ¿Con quien has estado? Yo le hacía un desaire, y daba dos pasos para irme a mi habitación, pues, al que hacía tres pasos me había sujetado del brazo, y me decía mirándome a los ojos. - ¡No me has contestado! ¿Has estado con esos amigos tuyos músicos? Yo muy enfadado le respondía. - Sí ¿y que pasa? ¡Tengo edad de salir con quien me de la gana! - En qué momento le dije eso. Me arreó una bofetada que aún siento en mi mejilla el zumbido de su mano. Sara sonreía escuchando la historia de Nicolás con su madre. - ¿Y qué paso después? - Le preguntó Sara. - Fueron muchas noches que sucedieron cosas. Pero esa madrugada en concreto, después de pegarme la bofetada, se llevó las manos a la cara y se puso a llorar, lloraba

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fuerte, como si hubiese sido yo quien le hubiese pegado. Empezó a hacerme culpable de lo que había pasado, me decía que la estaba matando, que estaba acabando con ella, que no era un hijo bueno. Y Blá. Blá. Blá. - Sabía cómo hacerte chantaje - Dijo Sara - Te hacía culpable de la situación que estaba viviendo, porque no hacías lo que ella quería. - Si, es el castigo que todas las madres dan a sus hijos cuando no las dejamos que manejen nuestras vidas. Sara se rió a carcajadas. Nicolás le echó una mirada moviendo la cabeza. - ¿Por qué te ríes de esa manera? - Le preguntó. - Estoy pensando en nosotros. En ti y en mí el día que seamos padres, veremos a nuestros hijos crecer. ¿Piensas que seremos con ellos igual que nuestros padres son con nosotros? - No lo sé, porque todavía no los tenemos, no somos egoístas porque no los conocemos. Pero ¿Y si después resulta que somos igual que nuestros padres? - ¡Uff! - Dijo Sara con fastidio - ¿Crees que podríamos caer en esa demagogia? - Es bochornoso ¿Verdad? - Sí lo es. Nicolás se movió en el asiento. Dio al intermitente y aceleró pasando un coche que le venía dando la lata hacía rato. - Pero nosotros no seremos como nuestros congenitores. Los hijos que tengamos que no quiero que sean más de dos, los educaremos con nuestras costumbres, y cuando tengan la edad de volar, que hagan de sus vidas lo que más les convengan - Dijo Sara. - ¿No quieres que tengamos más de dos hijos?

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- Tú eres hijo único y ya pudiste comprobar cómo tu madre te vigilaba, y aún todavía lo hace. Estos días de Navidad que hemos pasado con ella, muchas veces pude comprobar, y llegué a creer que con quien te habías casado era con ella - ¡Si mamá! ¡Como tú quieras mamá! - Sí, sabía que lo notarías. Pero es que la veo de muy tarde en tarde, y ahora no me apetece contrariarla. - ¿Entonces, todo lo que hacías cuando llegabas de madrugada a tu casa era para contrariarla? - En cierto modo sí. Le quería hacer ver, que quien manejaba mi vida era yo. Sara volvió a soltar otra carcajada. - ¿No tenías miedo de que te pegara un guantazo? Nicolás se rió. - ¡Uff! Me dio muchos, cuando discutíamos por algo no le quitaba ojo a su mano derecha. Era con esa con la que pegaba fuerte. Y cuando la levantaba haciendo un gesto, rápidamente me cubría la cara, es que mi madre es de gran temperamento. La tuya tampoco se queda atrás ¿Te ha dado alguna vez un cachete? - Algún tozolón que otro, pero cuando era niña. Recuerdo una vez, que le pegó una bofetada a mi hermano por responderle mal, ya tenía veinte años. La miró con rabia y le dijo. - ¡Ahora me voy de casa, y la que vas a llorar serás tu! - ¿Se fue? - Hizo la pantomima como que se iba, se llevo una bolsa con un poco de ropa. Mi madre se quedó muy preocupada, y lloraba pidiéndole a mi padre que lo fuera a buscar. Él se negó diciendo - Que era bueno que recibiera un escarmiento, puesto que dinero apenas tenía, y sólo podía ir a casa de un amigo. - ¿Y cuando volvió?

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- Al día siguiente por la tarde hacía ver que estaba enfadado, pero como es mi hermano y lo conozco, sabía que todo era una pantomima para que mi madre se sintiera responsable y sufriera. - ¿Le sirvió de algo la bofetada que tu madre le dio? - Jorge ya tenía veinte años, y que yo recuerde, no le sirvió de nada, pues salía con Rosa, una novieta que tenía, y para que ella no lo juzgara de algo malo que había hecho, volvió a la normalidad. Estaban haciendo un viaje bueno, con un tiempo que se podría decir de primavera. La noche había entrado, y tanto Nicolás cómo Sara deseaban llegar no muy tarde a casa de los padres de ella. Era fin de año y lo pasarían juntos. Una parada en un área para llenar el depósito de combustible. Tomar un tentempié, y hacer una necesidad. Habían parado dos veces para hacer este menester.

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En casa de los padres de Sara todo estaba tranquilo. Tanto Mercedes como Alfonso tenían pensado para las doce tomar las uvas y el cava. Alfonso lo más probable es que se fuera a dormir. Pero Mercedes se quedaría sentada en un sillón, y chuli en su regazo, mirando el programa de televisión que como siempre sería aburrido, cada año iban de peor en peor. Todos los fines de año quien hacía la cena era Alfonso, la tradición la llevaba haciendo desde que sus hijos eran pequeños. Esa noche le quitaba trabajo a Mercedes y ahora no iba a ser diferente aunque estuviesen los dos solos. El menú de cada fin de año era el mismo para no perder la costumbre. Alfonso estaba en la cocina con las mangas de la camisa arremangadas y con el delantal puesto. El pavo al coñac le salía de maravilla, acompañado con puré de castañas y algunas guindas. A las diez cenarían, para cuando llegara las doce tuvieran la mesa recogida, las copas de cava preparadas, y las respectivas uvas. Mercedes aunque no le decía para no entristecer a Alfonso, no cesaba de pensar en sus hijos. Jorge y su esposa se habían ido con dos matrimonios más a pasar las fiestas fuera. Sara también con su marido. Solo quedaban ellos dos, y chuli que aunque no entendía la fecha de la navidad, entregaba todo su cariño a quien cuidaba de él. Hacía algo más de una semana que Mercedes lo tenía, y había momentos que cuando le hablaba parecía que lo

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estuviese haciendo con algunos de sus hijos, ella nunca pensó que pudiese sucederle. Mercedes estaba preparando la mesa para dos, en media hora cenaban. Había sacado como cada año la vajilla de porcelana, y las copas de cristal. Miraba la mesa, para que los dos cubiertos estuvieran bien colocados. El timbre de la puerta sonó con algarabía tres veces seguidas. - Abro yo - Dijo Alfonso. Seguidamente se le oyó exclamar. - ¡oh! - Y llamó a su mujer - ¡Mercedes corre! ¡Mira quien ha llegado! Chuli se puso a correr pasillo alante, y llegó a la puerta antes que Mercedes. De un salto alcanzó los brazos de Sara. Parecía un plumero removiéndose en sus manos. Se le acercaba al cuello y a la cara lamiéndosela, y haciéndole todas las caricias que en ese momento podía sacar de su pequeña cabecita. Mercedes se quedó en la mitad del pasillo con los brazos abiertos, la sonrisa que le llegaba de oreja a oreja, y los ojos chispeándoles de alegría. - ¡Hija! - Exclamó como si hiciese un año que no lo había visto. Y loca por llegar a ella fue corriendo, y las dos se abrazaron - No os esperábamos esta noche ¿Nos echabas de menos? - Un poco si - Respondió Sara. Habían llegado al comedor. Chuli iba en los brazos de Nicolás, loco de contento, mordiéndole la barbilla. - ¿A mi nadie me da un beso? ¿No me preguntan cómo estoy? - Dijo Nicolás haciéndose notar de que él también estaba allí. - ¡Ah! No me había dado cuenta - Dijo Alfonso bromeando, se acercó a su pecho y lo abrazó.

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- ¡Ven aquí granuja y dame un beso! - Dijo a continuación Mercedes. La salida del año fue fabulosa. Y el nuevo año que empezaba estaba lleno de perspectivas para Nicolás y Sara.

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Todo había vuelto a la normalidad. Nicolás al taller de mecánica, y Sara a la oficina de transportes. Los dos iban al mediodía a comer a casa, y el primero que llegaba le tocaba preparar la comida. Pero era sencilla y rápida, el tiempo les agobiaba. Por la noche preparaban los dos la cena, y era cuando tenían más tiempo para estar juntos. Hacía un tiempo que iban lo sábados por la noche a bailar a la Paloma. Esa clase de música les gustaba más que la de las discotecas. Nicolás sobresalía como bailarín, la música y el ritmo lo llevaba en las venas, y se movía llevando a Sara como una vara de mimbre en el aire. Cuando en algunas ocasiones estaban en la pista bailando, habían parejas que dejaban de bailar para mirarlos, y cuando se daban cuenta estaban solos en el centro de la pista, y alrededor muchas parejas mirándolos y admirando el modo en que bailaban. La orquesta estaba tocando una balada, y los asistentes la bailan como bolero. Balada triste de trompeta. El trompetista estaba concentrado en las notas. Las parejas bien agarradas bailando esta balada triste. Y de súbito se oyó otras notas sumamente altas, parecidas a las de la trompeta, detonantes, y explosivas. La gente miraba hacia cualquier sitio buscando el detonador de ese desagradable ruido, y al no hallar la causa continuaban bailando. Los músicos cruzaban sus miradas, buscando también una razón, pero la mayoría de los compañeros posaban sus ojos en el trompetista. Este levantaba los

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hombros y seguía para acabar la balada triste que lo había metido en apuros. Nicolás y Sara seguían en medio de la pista esperando a que comenzara la próxima pieza para bailarla. Sara advierte. - Nicolás, para ya de hacer ese ruido con la nariz. Me he estado fijando en el trompetista lo mal que lo ha pasado - Dijo Sara cogiendo la nariz de Nicolás y examinándola - ¿Qué tienes aquí dentro? Nicolás estaba demasiado juguetón esa noche. - Es mi válvula de escape. También de más joven quise aprender a tocar la trompeta, pero como no pudo ser, busqué una que la tuviera cerca ¿No lo hago bien? - No es que no lo hagas bien, es que no se sabe lo que es. Es un estruendo desafinante que hace daño a los oídos. Pararás ¿verdad? Nicolás respondió con un sonido agudo. Las parejas que esperaban el próximo baile, lo miraron a él, creyendo haber encontrado el causante. Luego abandonaron la idea porque el joven moreno peinado con tupé, se le veía muy formal conversando con su pareja. Los músicos se disponían para tocar un cha-cha-chá. Y unos segundos antes recorrieron con la vista a todos los asistentes. No cabía duda alguna que el gracioso se encontraba entre la muchedumbre. Sara miraba con detalle a los músicos. Y musitó al oído de Nicolás. - Cariño, nos están vigilando. - Sí, pero no a nosotros, todavía no lo tienen claro. - De acuerdo, pero no lo vuelvas hacer más. - ¿No te quieres divertir? - ¿Quieres que nos echen?

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- ¿Por tocar la trompeta desafinada? - Por extorsionar a los músicos y también a la gente ¿Te parece poco? - Dijo Sara dispuesta para comenzar el baile. Los compases del chachachá empezaron a sonar. Las parejas de todas las edades cada una bailaban a su manera, el rico bacilón. Que el titulo le iba bien a Nicolás, a su modo de divertirse. Vacilaba continuamente. Al cambiar de postura en el cha-cha-chá, Nicolás daba una palmada, y sacaba dos sonidos agudos de la nariz, hasta el punto que Sara le habló en serio por la vergüenza que estaba pasando, y cómo la gente los miraba. - ¡Si no paras de hacer ese horrendo ruido con la nariz, dejo de bailar contigo! - Dijo Sara algo enfadada. Nicolás sin dejar de mover las caderas, y con la mano de Sara cogida, le respondió. - Cariño, hemos venido a divertirnos. - Yo si, pero tu te estás portando como un gamberro. - ¿Te has fijado en estas dos parejas que tenemos a los dos lados como se están riendo? - ¡Me da igual, pero yo quiero que te comportes de otro modo! Nicolás se abrazó a Sara. - Está bien cariño, no te enfades, te encuentro un poco rara esta noche ¿Te sucede algo? - No me pasa nada. Hemos venido a bailar, y no a que nos echen. - Siempre me he comportado en estos sitios del mismo modo, y no lo has visto mal. Es más, te hacia gracia y te reías un montón. Lo hago para que te rías, para que disfrutes a mi lado, estoy seguro de que te ocurre algo ¿Por qué no me lo dices? - Es verdad, hoy no estoy como otras veces.

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- Pues dime ¿Qué te ocurre? Soy tu marido y lo tengo que saber. - Cuando lleguemos a casa te lo diré. - ¿Tan fuerte es que no me lo quieres decir aquí? - Es que no es el lugar. El cha-cha-chá había acabado, pero las parejas seguían en la pista esperando el próximo baile. Nicolás seguía cogido a las manos de Sara. Posó su frente en la de ella, y con las bocas casi juntas le preguntó. - ¿Es tan grave lo que me quieres decir, que no te atreves a decírmelo ahora? Sara se rió. - Es bueno, muy bueno. Te vas a alegrar cuando lo sepas. - ¡Uff! Que peso me has quitado de encima - Dijo Nicolás más tranquilo. Las notas de un rock empezaron a oírse, era suave. Nicolás suelta a Sara de una mano y la tiene cogida de la otra, y se prepara para este baile. Sara se queda quieta, y le dice a Nicolás. - No quiero bailar el rock. - ¿No? ¿Pero si siempre que hemos ido a bailar lo hemos bailado? ¿Por qué no quieres ahora? - Porque no debo. - ¿Qué? ¿Pero que mosca te ha picado? ¡A ti te pasa algo! Nicolás no hace caso, y con el ritmo en el cuerpo, coge a Sara por la cintura, y le da una voltereta. Sara da un grito queriéndoselo quitar de encima. - ¡Te he dicho que me dejes, no quiero bailar el rock! Sara se despega de Nicolás y trata salir de la pista, ante la mirada de las parejas que bailan cerca de ellos. Advierten que algo no va bien entre la pareja. Nicolás alcanza a Sara por la mano, y le pregunta. - Cariño ¿Dime que te ocurre?

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La música se oye alta. Sara tiene que gritar para que Nicolás la oiga. - ¡En casa te lo diré! - ¿Qué dices? - ¡Cuando lleguemos a casa te lo digo! - ¿Qué? ¡Habla más alto! - ¡Estoy esperando un hijo! - Decía Sara gritando. Nicolás meneaba la cabeza sin comprender. - Cariño, grita más fuerte - Le aconseja Nicolás. Sara abrió la boca todo lo que pudo, y cogió aire. - ¡Que estoy esperando un hijo tuyo! - ¿Qué dices que es mío? - Preguntó posando el oído en la boca de Sara. Vuelve de nuevo a coger aire, y con los pulmones hinchados gritó al mismo tiempo de terminar el rock. - ¡Estoy embarazada! Los músicos se partían de la risa. Las parejas que eran muchas se agruparon alrededor de ellos dos, y empezaron aplaudirles. Un señor dijo en voz alta. - ¡Bravo! ¡Bravo! El trompetista de la orquesta levantó su mano y dijo. - ¡Esto hay que celebrarlo! - ¡Sí, hagamos un brindis por la futura mamá! - Dijo una señora. Nicolás se quedó sin palabras, y parado frente a Sara, la miraba con los ojos húmedos. No sabía si reír o llorar. Un músico anunció en voz alta. - ¡Ahora un bolero para estos futuros padres! Si tú me dices ven. Nicolás y Sara se dieron un beso en los labios.

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Una pareja que se habían preparado para bailar el bolero, se acercaron a ellos, y él les dijo. - ¡Enhorabuena! - Gracias - Respondía Nicolás a derecha y a izquierda. El bolero empezó con sus notas agradables. Nicolás tenía las dos manos de Sara cogidas con las suyas. Le dijo al oído. - Mamá ¿Quieres bailar conmigo? - Sí papá - Respondió ella con los ojos puestos en los de él. El bolero lo bailaban bien agarrados. Mejilla contra mejilla. Sara tenía su cuerpo pegado al de Nicolás. La última nota se dejó oír. Nicolás se había despegado de la mejilla de Sara, porque alguien le había tocado en el hombro izquierdo. Miró, y exclamó. - ¡Hombre! ¿Vosotros por aquí? Sara miró y vio con gran sorpresa que se trataba de Marcos y Elena. - ¿Acabáis de llegar? - Preguntó Sara. - Sí, que coincidencia ¿no? - Respondió Elena - Nos aburríamos en casa, y he animado a Marcos para venir a bailar. Marcos la miró y meneó la cabeza. - ¿Tú me has animado a mí? - ¿Quién ha dicho que viniéramos a bailar? - Dijo Elena sacudiendo con su mano el hombro de Marcos. - Yo - Respondió Marcos - Te dije que hacía tiempo que no veníamos a bailar. Te lo pensaste un rato, y luego me dijiste - Vamos a la Paloma. - Entonces ¿No he sido yo quien ha decidido venir aquí? - Sí, pero no. Fui yo quien te dio la idea. Nicolás y Sara se miraron y se echaron a reír.

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- Vosotros no cambiáis, sois siempre los mismos - Dijo Sara ¿Por qué estáis siempre discutiendo y llevándoos la contraria? - Este, que no sabe qué hacer para contrariarme. Las notas de un pasodoble - En el mundo- Hicieron que los rostros de las parejas bailarinas les cambiaran el semblante. En este pasodoble el saxofonista tenía que demostrar sus dotes de músico, y sus potentes pulmones. Nicolás y Sara estaban agarrados y empezaban a bailar. Elena pone las manos en posición de bailar con Marcos. Pero él le dice. - ¿Este pasodoble quieres bailar conmigo? - Sí claro, para eso hemos venido - Le responde Elena. - No sabes mover los pies ¿Te has fijado en Nicolás y Sara cómo bailan? - ¡No empieces ya de nuevo! ¿Eh? Tenía que haber venido yo sola ¿Crees que aquí no iba a encontrar pareja? Marcos lanzó una carcajada, y luego dijo. - ¡Pobre hombre! ¡Cómo le dejarías los pies! - ¿Quieres que me pasee por los laterales, o que suba al piso de arriba? Pronto vendría acompañada de un hombre. - Me iba a partir de la risa ¡A ver si es verdad que lo haces! - Dijo Marcos levantando los hombros. Elena hace el ademán de subir al piso superior. Marcos estaba convencido que no iba hacer nada y se da la vuelta mirando a las parejas que bailan. Elena no le pierde de vista mientras que va subiendo las escaleras. Arriba en una mesa se halla un hombre de unos treinta y cinco años aproximadamente, de aspecto rudo, y de desafinados modales, con aspecto cateto. Estaba controlando la situación que acababa de suceder entre

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Marcos y Elena. La miraba con ojos saltones y llenos de esperanza. La cara enrojecida y gorda, las orejas también, sólo le faltaba la boina en la cabeza. Elena pronto llegará hasta donde él está sentado. Ella no se ha fijado en este hombre rural, que sólo tiene ojos para vigilar, desde lejos la gente que hay en la barra del bar, hay varias chicas que hablan y ríen de lo que se están contando. Elena quiere darle celos a Marcos y no sabe cómo. En el momento de pasar por delante del hombre de pueblo. Este, para que se pare y se fije en él, le pone el pie derecho cortándole el paso. Elena se para y lo mira. Él se ríe mostrando una dentadura de dientes pequeños separados y amarillentos. Elena se impresiona, y hace un movimiento y gesto de escalofrío con la cara. Este hombre piensa que se ha ganado la simpatía de ella, y le dice en tono campestre señalándole el asiento de enfrente. - Siéntate aquí ¿No estás buscando a un hombre? Pues aquí hay uno. Elena menea de nuevo la cabeza, no piensa que se lo ha dicho a ella, y gira la mirada buscando alguien más. Como no hay nadie le pregunta. - ¿Me estás hablando a mi? - Pues claro, a quien va a ser. - ¿Y tú que quieres? - Le preguntó Elena separando con su pie, el de este hombre que le cortaba el paso. - Que te sientes aquí y hablemos. Elena miró abajo, y advirtió que de donde ella estaba, Marcos podía descubrirla sólo con mirar hacia arriba. La vería sentada en una mesa en la compañía de un hombre, era eso lo que ella buscaba, darle celos. - ¿Hombre de Dios, que haces tú por estas tierras? - Le preguntó mientras se sentaba mirando abajo, y siguiendo

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la figura de Marcos que había llegado hasta la barra. La pista de baile quedaba en el centro. Vio a Nicolás y a Sara cómo seguían bailando acurrucados y ajenos a todo lo que estaba sucediendo. El paleto no paraba de sonreírle y respondió. - Mira, me he escapado de mi pueblo, para venir a conocerte a ti ¿Tú hombre es ese que está tratando de vacilar con esas cuatro chicas? - ¡Qué dices, mi mirado no vacila con ninguna mujer! - ¿Ah no? Y eso que hace de tocarle los cabellos a la rubia del medio ¿Qué es? - Lo hace por simpatía. - ¿Por que no eres tú simpática conmigo? - Lo voy a ser - Dijo Elena desesperada porque Marcos no echaba una ojeada al piso de arriba. - ¿A que esperas? Hace cinco años que no toco ni me toca una mujer. Lo vamos a pasar bien, muy bien ¿Cómo te llamas? Elena no estaba por lo que este hombre le estaba preguntando. Su única obsesión era que Marcos la viese con él. El hombre rudo también se había obsesionado con ella. Bebió un trago de vino tinto que tenía en un vaso sobre la mesa. Lo volvió a dejar, sin quitar la mirada de Elena. Quería hacerse notar, que supiera ella que él estaba allí ¡Y que por algo había ido hasta él! Y ni corto ni perezoso, se levantó a medias de su asiento, rodeó la cabeza de Elena con las dos manos y la atrajo hacia él. Y con su boca carnosa y labios agrietados besó a Elena en los suyos. A Elena le faltaba aire, no podía respirar, gruñendo porque no podía hablar, trataba de quitarse de encima ese armazón. Cómo no lo podía conseguir porque estaba pegado a ella como una sanguijuela, no podía

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soportarlo más, hasta los dientes le dolían. Y se agarró de los pelos de la cabeza de él. El contacto era grasiento, y los pelos se le escurrían por entre los dedos. Cogió otro modo de separarse, pegándole en la cabeza con los puños. Le pegaba y le pegaba sin que diera resultado. Ya se puso echa una mula, se incorporó como pudo, utilizó las rodillas para tirar la mesa que era para dos. La mesa se fue hacia el interior, y quedó tirada en el suelo. Ahora Elena se defendió con uñas y pies. Le arreaba patadas en las espinillas. Las uñas se las clavaba en las mejillas ¡Hasta que por fin la soltó! Se hubiese puesto a gritar, pero con las melodías que iban tocando los músicos, una tras la otra, nadie la hubiese oído. Su rabia fue inmensa encontrarse sola con ese pedazo de alquitrán pegajoso. Le dio un arranque de locura y se tiró a él con destreza, quería arrancarle la piel, pero él también utilizó la habilidad, y al tiempo de clavarle las uñas en la cara, la cogió fuertemente por las muñecas, tratando de nuevo besarla. - ¡Uff! ¡Que asco! - Dijo Elena en el momento que le pegaba una patada en sus partes. - ¡Oh! - Exclamó el hombre rudo, en cuclillas, y con las manos puestas delante de la bragueta protegiéndose los huevos. Elena vio que era el momento de salir corriendo, y tiró escaleras abajo lo más rápidamente posible limpiándose la boca por el revés de sus dos manos, y repetía. - ¡Qué asco! ¡Qué asco me da! Entró en el baile arreglándose los cabellos, y disimulando. Se dio de cara con Nicolás y Sara que bailaban. - ¿Te sucede algo?

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- No - Dijo sacudiendo la cabeza - Estoy buscando a Marcos ¿Lo habéis visto? - Nos hemos encontrado con él en la pista, bailaba con una chica rubia ¿De donde sales tú? - Le preguntó Sara. - Es largo de contar, y raro, puede que algún día te lo cuente, ahora voy a ver si encuentro a Marcos ¡Este todavía no sabe como yo soy! ¡Me tiene harta! Elena se fijo, y en el otro lado de la pista, estaba Marcos bailando con la rubia. La cara la tenía a punto de explotarle, se puso roja de ira. Fue rápida al encuentro, y al llegar al sitio donde Marcos bailaba marcándose un tango, lo cogió por un brazo, y por otro lado a la rubia de bote. Y descarándose con ella le dijo. - ¡Es mi marido, ya has bailado bastante con él! La rubia que era una descarada le preguntó. - ¿Tú eres la mujer de este? - Sí ¿Pasa algo? - Respondió Elena plantándole cara. - ¿Esta es tu mujer? - Le preguntó la rubia a Marcos. Como Marcos no respondía, y se había quedado a un lado, Elena le dio en el hombro diciéndole. - ¿Por qué no hablas ahora? ¿Tanto como tienes para largar cuando estamos a solas, y ahora parece que seas mudo? La rubia cuando vio que la cosa entre ellos se calentaba, no medió palabra y se dispuso a salir de la pista. Marcos quería quedar bien con ella, y antes de que se alejara le dijo pidiéndole disculpas. - Perdónala, pero es que ella es así. La joven no respondió, y se marchó para reunirse con sus compañeras en el bar. - ¿A dónde has estado todo este tiempo? - Le preguntó Marcos.

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Elena encontró el momento para bailar, y ponerlo celoso, y respondió con aire de chulería. - Vengo de ahí arriba. - ¿Qué hacías ahí sola? - No estaba sola, había un hombre conmigo. Marcos echó una mirada. - Arriba no hay nadie ¿Ya te has inventado otra cosa? - Pues, si no hay nadie ahora, es porque se habrá ido. - ¿Quién? - Le preguntó Marcos con el ceño fruncido. - Ya te lo he dicho, un hombre. Marcos se había fijado en la boca de Elena. En los labios no le quedaba carmín, y la barbilla se le había quedado enrojecida. Marcos de un pellizco la cogió por la mejilla y examinando la boca de ella, le preguntó enfadado. - ¿A quien has besado? Elena sonreía. Al fin había logrado lo que ella quería. - Yo no he besado a nadie - Respondió riéndose. - ¿Quieres decir que te han besado? - Sí, más o menos - Dijo haciéndose la remolona. - ¿Ahí arriba? - Sí. Marcos estaba enfurecido, cogió a Elena por los hombros y le dijo. - ¿Te has fijado en la boca que te ha dejado ese desgraciado? ¡Voy ahora mismo arriba a partirle la cara! - ¿Estás enfadado? - Preguntó Elena en un tono triunfal. - Yo no - Respondió él. - ¿Entonces por qué quieres subir arriba? - ¡Para verle la cara y decirle cuatro cosas! - ¡Me parece que se ha ido!

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- ¡Elena dime lo que ha sucedido entre tú y él! ¡Necesito saberlo! Elena lanzó una carcajada. - ¡Le he pegado una patada en los huevos! Marcos meneó la cabeza. - ¿Ya te estás inventando otra cosa más? Elena ya no quería hablar más del tema, había sido demasiado desagradable y asqueroso. Pasó sus brazos por detrás del cuello de Marcos y le dijo con voz melosa. - ¿Bailamos este vals? - No sabes bailar el vals. - ¡Quien no lo sabes bailar eres tú! Marcos estaba enfadado por lo que había sucedido con Elena en el piso de arriba. Hace como que lo olvida, pero en el fondo está quemado, y celoso muy celoso, y la complace en bailar. Marcos se pone en posición de bailar el vals, y coge a Elena fuerte por la mano y la espalda. Ella se queja. - ¡No puedo bailar si me estrujas de ese modo! - ¡Di mejor que eres tú que no sabes mover un pie! - ¡Ay! Me has dado un pisotón - Se quejó Elena. Marcos la llevaba casi en volandas, le daba igual pisarla o no. Elena apenas podía respirar, con su pecho pegado al de Marcos. - ¡Ay! ¡Me has pegado otro pisotón! ¿Lo haces aposta? - Todo lo que hago es porque quiero - Respondió Marcos enfadado y ofendido pensando en el beso que sepa quien le había dado a su mujer. - Esta noche estás hecho un borde, y no hay quien te aguante ¡Suéltame, no quiero seguir bailando contigo! ¡Digo que me sueltes! ¿Me estás oyendo?

….

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Nicolás y Sara se habían sentado en la mesa que ocupaban. Hacía una hora que bailaban, fue Nicolás quien quiso parar. Su temor era que Sara se cansara, y luego se encontrara mal. Estaban mirando detenidamente y esperando que algo les sucediera a Marcos y a Elena. Aunque se peleaban del modo que lo hacían, poniendo tanta pasión, de sobras sabían que los dos se amaban. Y que no podían pasar el uno sin el otro. Eso es lo que ocurre cuando uno es el día y el otro la noche. - La van a liar - Dijo Sara a Nicolás. - ¿Por qué tienen ese comportamiento? ¿Lo sabes tú? - No cariño. Son así, y creo que los dos son bastante aburridos, lo saben, y para que se diviertan tienen que atacarse el uno al otro. Es como lo pasan bien. - Pues, me has dado una descripción muy clara de los dos. Creo que tienes razón, esta clase de parejas son sólidas en el amor. ¡Pero qué horrible tener que estar peleándose todo el tiempo para sentirse mejor! - Fíjate en Elena el empujón que le acaba de dar a Marcos. Lo ha puesto a un lado, y sin embargo esto a él le gusta. De esa manera se ocupa el uno del otro. - ¿No sería mejor que se dedicaran a buscar un hijo? - Dijo Nicolás acariciando el vientre de Sara.

… Un señor de unos cincuenta años, estaba bailando con su pareja. Se siente molesto de ver a Marcos el modo en que le habla a Elena, y de cómo la está tratando. Su indignación aumenta cuando Marcos se acerca a Elena, la coge para bailar, los dos discuten, y Marcos empuja a

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Elena hacia atrás. Ella va a chocar y se detiene con la pareja que los están observando. El hombre es muy cumplido y cortés. Detiene a Elena para que no caiga a un lado, Marcos se acerca para seguir el baile con Elena. Este señor no aguanta más, y cuando lo tiene a un lado le dice en tono desafiante. - ¿No sabes tratar a una mujer? ¿Qué modo es ese de tirarla como lo has hecho? Marcos mira al hombre que le está armando la marimorena. Mide su edad, su estatura y su fuerza. Le viene un pensamiento - ¡A este tío lo derribo yo! - Y le responde. - ¡No te metas en lo que no te importa! Lo que está ocurriendo entre mi mujer y yo, es cosa nuestra. El hombre mira a Elena y le pregunta. -Señora ¿Está usted de acuerdo de que su marido la trate así? Elena lo mira, parece desconcertada, y le responde. - Lo que ocurre entre mi marido y yo, es solo nuestro. Marcos le echa una ojeada a este hombre y se ríe. El defensor de Elena se queda haciendo cruces. Su mujer que está a su lado le dice. - Ya te lo había advertido - No te metas en el rollo que llevan los dos. Esta pareja siguen bailando el pasodoble.

Nicolás y Sara continúan presenciando lo último que ha ocurrido. - ¿Te has fijado como Elena quiere a Marcos? - Dijo Sara.

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- Si. Si no lo veo no lo creo - Respondió Nicolás afirmando - Y dan la impresión de que se detestan. Es increíble lo que llega hacer el amor. - Lo que es increíble es, todas las cosas raras que dice oír y ver de sus vecinos. Se siente perseguida por todos lados. El último día que nos vimos me contó un sinfín de sucesos raros y extraños que sirven para una película de terror. Yo estaba asustada, quería levantarme e irme, pero ella no me dejaba, me cogía por los brazos y me sentaba ¿Sabes que me dijo? - ¡Qué! - Pues, que ese día por la mañana llamaron a la puerta. Se acercó a la mirilla y vio a un hombre vestido con traje oscuro y en su mano derecha portaba un maletín negro, cruzó los dos índices haciendo la cruz y le dijo - ¡Vete de aquí Satanás! ¿Te manda la vecina de arriba? Nicolás soltó tres carcajadas, que con la música de mambo sólo oyó Sara. - Esta mujer está zumbada - Dijo Nicolás entre risas - Lo más seguro es que se tratara de un representante. Pero el hombre tuvo suerte de que ella no le abriera. ¿Te imaginas si lo hace? Los hay en la calle peores que en el manicomio. Nicolás y Sara se mantuvieron callados, pues Marcos y Elena venían a su encuentro. Ella cojeaba del pie derecho. Al llegar, Elena se sentó cerca de Sara. Se quitó el zapato haciendo un gesto de dolor y con su mano cogió los cinco dedos del pie tratando de quitarse de esa manera el dolor. Le echó una mirada a Marcos que seguía de pie y mirando a Nicolás y a Sara meneando la cabeza. Elena se descubrió los dedos del pie y mostrándoselos a Sara le dijo.

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- ¡Mira lo que me ha hecho este animal! ¡Dice que sabe bailar! ¿Esto es de alguien que sabe? Nicolás miró a otro lado muerto de la risa. - Es la última vez que vengo a bailar con ella. No sabe bailar y todo cae sobre mí. ¿Qué culpa tengo yo de que ponga sus pies debajo de los míos? - Dijo Marcos mientras se sentaba junto a Nicolás. Sara deseaba que acabaran de una vez las malas interpretaciones que había entre este matrimonio que se llevaban a matar, pero que en el fondo se amaban profundamente. Sara les propuso. - Mañana noche ¿Qué tenéis pensado hacer? - Quedarnos en casa como cada domingo - Respondió Elena. - ¿Os apetece venir a cenar? - Por mi sí - Respondió Marcos - Pero Elena no sé si querrá. Elena levantó la cara y lo miró. - Siempre soy yo la causante de todo lo que pasa y de lo que no ¡Pues claro que quiero ir! Sara rebosaba de felicidad ¡Y Nicolás para que decir! Los dos eran cómplices en cómo se miraban, en el cariño que sentían el uno hacia el otro. A Elena que nada se le escapaba se fijó en el semblante de los dos, y sin poderse callar les preguntó. - Hay algo que no queréis que sepamos y que os hace felices. Nicolás y Sara se miraron y con los ojos brillantes de amor se besaron en la boca. - ¿Qué ocurre? - Dijo Marcos casi en broma. Sara mostraba mucho cariño hacia Nicolás. Cuando acabaron de besarse, acarició con su mano la cara

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de su marido, y la yema de sus dedos las posó por los labios de él. Sara se giró hacia Elena, y con la cara radiante de alegría, le dijo. - Estoy embarazada. Elena se emocionó y se dirigió a Marcos. - ¿Has oído lo que ha dicho? - Sí. Que están esperando un hijo. - ¡Pues, a ver tu cuando te animas! ¡Que ya tengo ganas de que en casa seamos tres, y si es mejor cuatro! - Vas muy aprisa, eso hay que pensárselo bien. - Hace cinco años que te lo estás pensando ¡No te puedes imaginar las ganas que tengo de tener entre mis brazos a un niño que llore, a nuestro propio hijo o hija! Todas las noches sueño con eso. - Sé lo que tú sueñas ¡Cuando no gritas diciendo que te están persiguiendo, lloras pidiendo un hijo! No creo que estés preparada para tener uno. - ¿En qué te basas? - Le preguntó Elena decepcionada. - ¿Qué en qué me baso dices? - Sí ¿A ver lo que te imaginas ahora? - No me imagino nada, sólo que aún no eres adulta. Sigues siendo la niña que yo conocí, cuando tenías diez años. - ¡Oh! - Exclamó Sara, y les preguntó - ¿Erais niños cuando os conocisteis? Marcos sonrió echando una mirada a los tres. - Íbamos al mismo colegio. Ella aún siendo niña era precoz para el amor, y me engatusó diciéndome - Que habían tres niños que iban tras de ella. Elena se molestó. - Era yo una niña con mucha imaginación. - Igual que ahora - Replicó Marcos - No has cambiado ¿Y tú quieres ser madre?

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Elena bajó la mirada. - ¿Por qué le hablas de este modo? - Salió en su defensa Sara - Estoy segura que la quieres. Que os queréis los dos ¿Por qué tenéis que estar como el perro y el gato? Marcos sabía que Sara tenía razón. Hizo un gesto cariñoso hacia Elena. Con el pulgar y el índice la cogió de la barbilla e hizo que levantara la cabeza y lo mirara, mirándose de frente, Marcos le dijo. - Te quiero, lo sabes ¡Pero es que hay cosas que no puedo aguantar y estallo! Elena afirmó con la cabeza. - Soy de esta manera porque me paso todo el día en casa sola. Y creo que las paredes me hablan. Que las vecinas me están acechando para algo malo. Estoy segura que esto lo hace la soledad. Intervino Nicolás. - Eso que dice es cierto - Tengo una tía que cuando pasa bastante tiempo sola dice que ve duendes que vienen para hablar con ella, y tienen largas conversaciones. Dice incluso cómo son. - ¿Cómo dice que son? - Pregunto Elena. Marcos miró a Nicolás y negó con la cabeza. - No cuentes ahora de cómo tu tía ve a esos duendes, pues, Elena está deseando que le hablen de seres de otros mundos para decir que también ella los ve. - No te preocupes de que lo diga porque no lo sé. No lo sabe nadie de la familia, pues, nadie le pregunta por cómo son ellos. A pesar de que mi tía dice insistiendo, que aprende juegos que ellos les enseña. Nicolás y Marcos lanzaron una carcajada a la vez. - No sé de qué os reís - Dijo Sara - Yo creo todo eso. Y si tú tía los describe de esa manera es que es cierto. - También lo creo yo - Contestó Elena.

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Nicolás y Marcos pararon de reír sin parar de mirarse. Nicolás negó con la cabeza al tiempo que miraba a Sara. Y algo contrariado le dijo. - Cariño ¡Tú no puedes creer todas esas fábulas! ¡Eres una mujer equilibrada! - ¿Quieres decir que tu tía está loca? Nicolás lanzó una mirada a los presentes. - No creo de que esté loca. Pero la soledad hace estragos en la vida de una persona. - ¿Tantos como para asegurar que los duendes le enseñan juegos? - Cariño es mejor que no hablemos de este tema, pues te puede afectar en el estado en que estás. - ¿Y de qué manera? - Preguntó Sara con ironía. Nicolás levantó los hombros. Las parejas en la pista bailaban al ritmo de samba, que Sara seguía con movimientos de hombros y de cabeza. Nicolás consultó su reloj de pulsera y puso el grito en el cielo. - Cariño son las doce - Dijo animándola para que se marcharan. Sara lo miró sorprendida. - Otras veces nos hemos marchado a las dos de la madrugada ¿Por qué esta noche te asombras por la hora que es? Nicolás cariñosamente besó la mejilla de ella, y le dijo. - Ahora no es como antes. Tengo que cuidar de dos. Los cuatro se despidieron en la puerta de la Paloma hasta el día siguiente a la noche, para cenar en casa de Nicolás y Sara.

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Hacía un tiempo extraordinariamente bueno y el sitio adecuado para cenar era la terraza, lo eligió Sara, y montó la mesa para cuatro. Un pollo de dos kilos estaba acabándose de hacer en el horno. El olor a rustido estaba extendido por el piso. Chuli había cogido un sitio para estar más cerca del pollo, la entrada a la cocina. Se había sentado en el umbral de la puerta y no dejaba entrar ni salir. Nicolás que era quien se había encargado de echarle una mirada al pollo, tenía que saltar por encima de chuli para entrar y salir de la cocina. Se oyó el timbre de la puerta. - ¡Cariño voy yo! - Dijo Nicolás saltando por encima de chuli. Al llegar a la puerta oyó que Marcos y Elena discutían, Nicolás meneó la cabeza y sonrió. Abrió la puerta con una gran sonrisa y los recibió. - ¡Qué hay pareja! ¿Vosotros siempre lo mismo? Marcos entró el primero dando dos grandes zancadas, con la cabeza gacha. Elena entraba detrás con el ceño fruncido y diciendo. - Este no tiene remedio ¡Me estará machacando toda la vida! Nicolás cerró la puerta, y le echó una vuelta de llave. Se reunió en el salón donde ya estaba Sara saludando a la pareja de recién llegados. Marcos trataba ponerse derecho y mirar de frente a Sara. Cuando tuvo su imagen cogida le dijo. - ¿Tengo que hacerle caso siempre a esta mujer?

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Me vigila igual que a un niño chico. - ¡Mirar en qué estado viene! - Replicó Elena. - En mi vida he estado mejor - Contestó Marcos tambaleándose hacia un lado, y balbuceando preguntó - ¡Que ocurre! - Dilo tú, porque ahora no sé qué quieres decir. - Pues, que quieres hacer de mi, un pelele ¡Ponte aquí! ¡Ves allí! ¡Vamos, que no lo soporto más! - ¡Vaya plan que tiene esta noche! - Se quejo Elena a Sara. Si lo dejo media hora que se vaya a dar un paseo, viene con una tajá. Marcos se fijó en Elena, y se tambaleó hacia delante, y con réplica, contestó. - ¿Tú le llama tajá a dos coñac que he tomado? - Dos coñac en el bar, y dos cervezas que te has tomado en casa antes de salir ¡Esta noche bebes agua! - El agua, es para las ranas que la necesitan para vivir - Dijo Marcos soltando una carcajada. Nicolás había vuelto a la cocina, y se dispuso a sacar el pollo del horno. Sara acompañó a Marcos y a Elena hasta la terraza. Les ofreció que tomasen asiento, y sonrió. Marcos le echó una mirada, y le preguntó. - ¿También tú piensas que estoy borracho? Elena lo miró con el ceño fruncido, y lo agarró del brazo diciéndole. - ¡No tienes vergüenza en presentarte en estas condiciones! Marcos gira el brazo y se deshace de la mano que lo está oprimiendo. - ¡Tú, te callas! - Le dice a Elena, al tiempo que mira a Sara - No hablo contigo.

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- ¿Queréis saber en qué pensaba en estos instantes? - Dijo Sara sentándose frente a ellos. - Sí - Contestó Marcos. Sara volvió a reírse. - Íbamos a tomar un aperitivo antes de la cena, y ahora no sé qué preguntarte que vas a beber ¿Qué piensas tú? Elena rápidamente saltó. - ¡Alcohol para éste, ni un grado! - ¿Y tú que vas a tomar? - Cuestionó Marcos a su mujer. - ¡Yo no estoy bebida, quien ha bebido eres tú! Marcos hizo un gesto con la mano para que Elena lo dejara en paz. Y dirigiéndose a Sara le dijo sin perder la sonrisa. - A mi me pones una coca-cola, mejor que sea un cuba libre. - ¡Qué! - Dijo Elena sorprendida. - No me has dejado acabar - Dijo Marcos - Coca-cola y ron. - ¡De eso nada! - Exaltó Elena - ¿Qué es lo que buscas esta noche, que te lleven a casa entre dos? - ¡O entre tres! Esa serías tú. Sara lo pasaba bien con ellos, eran una pareja de lo más divertido en lo que a discutirse se refiere. Sus disputas no eran serias. Quien no los conociera pensaría - Que de un momento a otro se iban a tirar algún objeto a la cabeza. Nicolás hizo su presencia en la terraza. Miró a Sara, y movió la cabeza riéndose. Y anunció. - El pollo está apunto, lo acabo de sacar del horno. La ensalada y los quesos también están preparados. Marcos se giró para mirar de frente a Nicolás y le preguntó. - ¿Qué vas a beber tú?

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- Me apetece una cerveza, el estar en la cocina me ha dado sed, y necesito aclarar la garganta. Marcos levantó el índice y dijo. - Pues, que sean dos. Elena frunció el entrecejo, y contestó con la rapidez del rayo. - ¡No! ¡Esta noche no tomas más alcohol! Nicolás echó una mirada a los tres, y preguntó. - ¿Ocurre algo? - Que no paran de discutirse - Respondió Sara sin perder la sonrisa. - ¿No podéis parar cinco minutos? - Dijo Nicolás dirigiendo la mirada al matrimonio - ¡Me gustaría veros un día, alegres! ¿No lo podéis conseguir? - ¡Con ella es imposible! - Atajó diciendo Marcos - ¿Sabéis qué quería esta noche? - No - Respondió Sara, ante la mirada desafiante de Elena que hacía señales con la mano a su marido para que callara. Marcos no le prestó atención, y continuó. - Quería un hijo ¡Vamos, que antes de venir aquí me pidió que lo hiciéramos! Elena piensa que tener un hijo es decirlo y hacerlo. - ¡Pues, tendré un hijo! Me lo he propuesto - Dijo Elena. - Y si yo no quiero ¿Qué vas hacer? Elena lo desafió. - Lo tendré por otros medios ¡No eres tú el único hombre! Nicolás notó que la cosa se estaba calentando. - Tengamos la fiesta en paz - Dijo - Voy a buscar las cervezas, Elena ¿Qué quieres tomar? Elena trataba de calmarse. - Lo mismo que beba Sara. - Ella beberá un refresco, o agua.

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- Pues eso, lo mismo que ella. Nicolás entró en el piso en busca de las bebidas. Le chocó no encontrar a chuli haciendo guardia en la entrada de la cocina. Pero sonrió al descubrirlo de pie, en el asiento de una silla de la cocina, mirando y moviendo la cola al pollo que Nicolás había preparado dentro de una bandeja, que reposaba encima de la mesa. - Chuli, después te daré tu ración cenando en la terraza ¿De acuerdo? Chuli entendía perfectamente lo que Nicolás le dijo. No tenía ganas de esperar a que todos estuviesen cenando. El pollo asado olía demasiado bien como para tardar tanto en comérselo. Y sin dejar de mirar al pollo se puso a ladrarle. Nicolás para evitar males mayores, cogió con una mano a chuli y lo dejó en el suelo. Se dio la vuelta para abrir la nevera, y en ese tiempo, chuli de un salto se volvió a encaramar encima de la silla. Ahora sus deseos eran ir directamente a clavar los dientes en un muslo del pollo. Nicolás lo advirtió, y fue rápidamente a bajar de la silla a chuli. Pero el animal se engrescó con la mano de Nicolás. Y cogiéndole el dedo meñique, estiraba, y gruñía para que lo dejara ya de una vez tranquilo. Nicolás traslado a Chuli a la terraza para que Sara se hiciese cargo de él. Nicolás era un primor de hombre. A parte de hacer reír, sabía cocinar, y decorar un plato, solo hacia un día que sabía que Sara estaba esperando un hijo, y ya no la dejaba hacer casi nada. Él era el padre de la criatura que iba a nacer, y la responsabilidad había aumentado un cien por cien. Marcos y Elena se habían calmado. Ella para no ser menos que su marido bebió cerveza. Y chocó su vaso

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con el de él, e hizo un brindis ante las miradas de Nicolás y Sara. - Brindo por nuestro hijo. Marcos meneó la cabeza, y sin tenérselo en cuenta bebió un trago de cerveza. La bandeja con el pollo estaba sobre la mesa de la terraza. Y Nicolás preparado para trincharlo. Había clavado el tenedor en el centro del pollo, y con el cuchillo en la mano derecha empezó a cortarlo por la mitad. Quería que todo le saliera perfecto, los trozos cortados casi del mismo tamaño. Los demás lo observaban como queriendo aprender. Chuli también lo estaba observando impaciente, pues, para él nunca llegaba su ración del delicioso pollo, y el hambre lo devoraba. Nicolás había pinchado con el tenedor en hueso, que había quedado atravesado entre el utensilio. Trataba de sacar el tenedor bien clavado, ayudándose de la mano derecha. Y al estirar hacia arriba para despegar el tenedor, quedó el pollo pinchado, era lo más parecido a un chupa-chups. Al instante el pollo se despegó del tenedor y fue a caer a los pies de Nicolás, y junto a sus pies lo estaba esperando chuli. Hacía rato que lo veía venir y se preparó colocándose a los pies de él. Los cuatro a la vez fueron a echarle mano al pollo, pero chuli fue más rápido. Cogió al pollo por un muslo, y lo iba arrastrando hasta que se metió entre dos jardineras bien al fondo. Rugía como un pequeño tigre para que a nadie se le ocurriese meter la mano para llevarse el pollo. Nicolás se cruzó de brazos observando a los tres, que se habían quedado sin aliento viendo como un perrito

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de apenas cuatro kilos se había adueñado de la cena de ellos. El pollo ya no lo querían para la cena, pues había sido golpeado en el suelo. Luego arrastrado por chuli hasta meterlo y escondiéndolo entre dos grandes jardineras y también mordisqueado. Sara se enfadó con Nicolás. - ¡No tienes cuidado en lo que haces! Nicolás se defendió. - ¿No habéis visto como se ha tirado sobre el pollo? ¿Qué quieres que hiciera? - Eres tú quien ha tirado el pollo al suelo. Ha saltado por encima de tu hombro, y es lógico que chuli lo fuera a recoger, se ha guiado por su instinto. - Hace rato que chuli intentaba apoderarse de esa deliciosa carne ¡Mira cómo me ha dejado el meñique! Marcos reía con ganas, no se podía saber si lo hacía por el hecho que era gracioso o si porque llevaba dos copas de más. - Entonces ¿Esta noche aquí no se cena? - Dijo Marcos sin cesar de mirar el hueco donde a chuli se le oía morder el pollo - Macho ¡Tu eres tonto! ¿Mira que dejarte engañar por un perrito? - ¿Qué hubieses hecho tú en mi caso? - Le cuestionó Nicolás. - No dejarlo que me quitara la cena y la de mis invitados. Elena intervino. - ¡Ya estás acusando a otra persona de lo que tú solo tienes la culpa! Marcos se acaloró. - ¿Qué yo tengo la culpa de que el perrito le haya quitado el pollo? ¡Ya está alucinando! ¿En qué te basas? Elena también se encendió.

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- ¡En que siempre tienes que estar discutiendo, y llevándome la contraria! ¡Las personas que se encuentran en compañía nuestra se ponen nerviosas y pierden los pedales! Eso es lo que ha pasado con Nicolás. Marcos y Nicolás se miraron. - ¿Es cierto eso que dice Elena? - Le preguntó Marcos. - En parte si, pero ahora no es eso lo más importante. - Si exacto - Dijo Sara - Tenemos que pensar en lo que vamos a cenar. Y también sacar a chuli de su madriguera. Es capaz de comerse todo el pollo, y seguro que se muere, de esta noche no pasa. Nicolás la miró con reproche. - Lo tienes mal acostumbrado. Lo has mimado demasiado y ahora se ha hecho el dueño de la casa. Hasta nos ha quitado la cena. Sara estaba tranquila. - Esta bien, pero ahora separa una de las jardineras para poder sacar a chuli. - Estás esperando ver cómo me muerde ¿No es eso? Marcos se acercó a una de las jardineras, y posó la mano derecha para separarla. Pero al instante quitó rápidamente la mano, pues, chuli había querido alcanzarla con fuertes gruñidos. - ¿Hace muchos días que no come vuestro perro? - Preguntó poniéndose derecho. Sara sabía que lo hacía para hacerse el gracioso. Y sin más preámbulos fue ella quien se agachó para hacer el esfuerzo de coger a chuli, y quitarle el pollo medio devorado. Sara con chuli entre los brazos le estuvo regañando diciéndole que estaba mal hecho. Chuli había cogido la postura de ser un perrito bueno, y casi con timidez echaba su mirada a todos los

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presentes. El pollo lo había mordisqueado por la parte de arriba. Nicolás lo depositó en un plato. Lo dejó para chuli, cada día les pondrían para su comida, hasta que lo acabara. Nicolás y Sara decidieron salir los cuatro a cenar fuera.

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El cumpleaños de Mercedes cada año era sonado, montaban en el piso una gran fiesta. El culpable de este evento era Alfonso, que a pesar de su figura áspera y algo bruto, se escondía un hombre alegre y romántico. Mercedes se pasaba dos días antes en la cocina preparando platos exquisitos para que toda la familia disfrutara. Alfonso y Mercedes montaron la mesa más larga, con la vajilla mejor que tenían. Con un centro de flores en medio de la mesa, que hacía resaltar todo el entusiasmo que pusieron para tener esa noche con ellos a sus hijos, y a sus futuros nietos, pues Jorge también esperaba un hijo. Él y su esposa habían llegado y radiaban de felicidad. La familia en poco tiempo se iba a hacer más grande. El timbre de la puerta sonó. Mercedes se adelantó para ir a abrir. Su rostro se iluminó al fijarse en Sara y en su vientre, lo avanzada que estaba, pues sólo le faltaba una semana para que diera a luz. - ¿Cómo está la futura mamá? - Dijo Mercedes estrechando a su hija entre sus brazos. - ¡Dirá usted los futuros papás! - Añadió Nicolás - Yo también cuento, soy el principal. Alfonso venía al encuentro, y empezó a provocarlo. - La principal es mi hija que es la que va a parir, la que está llevando esa criatura nueve meses en su vientre, y se está alimentando de ella. Sara es la más importante, en

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menos de siete días se pondrá de parto, y sufrirá fuertes dolores hasta tener a su hijita encima de su pecho. Nicolás hacía gestos con la cara como de no aguantar más tantos dolores de parto. Como si fuera él quien lo estaba pasando, hasta el punto que se quedó blanco, y los ojos le giraban. - ¡Que te ocurre muchacho! - Le preguntó Alfonso al tiempo que ponía su mano derecha abierta en la mejilla de Nicolás. - Me estoy mareando. Necesito sentarme. Alfonso siguió con su gracia. - El segundo hijo que tengáis lo vas a parir tú. Mercedes intervino. - Ahora los hombres también pueden tener hijos, le implantan un óvulo en la próstata ¡y a parir se ha dicho! A Nicolás le vino una arcada seguida de otra. Alfonso agarró una silla y se sentó a su lado, y siguió machacándolo. - Muchacho esas arcadas son porque estás embarazado. Todos seguían la broma. También Sara, pero la tuvo que parar, pues conocía muy bien la sensibilidad de Nicolás, y lo estaba pasando verdaderamente mal. Jorge se incorporó, y dándole una palmada a Nicolás en la mejilla le dijo. - ¡Venga hombre, un empujoncito de nada y la criatura sale! - ¡Basta ya! - Dijo Sara - Tengo hambre, y la criatura que vive aquí en mi vientre también. Agarró a Nicolás por la mano y estiró de él, yendo hasta la mesa. Rosa la mujer de Jorge seguía la broma sentada, y picando unas aceitunas. Sara cogió asiento a su lado, y hablaron del tema que a las dos las concernía.

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Esperaban estar todos reunidos alrededor de la mesa para entregarle a Mercedes los regalos. Alfonso quería ser el primero en empezar, y del bolsillo de su americana extrajo un estuche alargado, y bien envuelto de regalo de joyería. Se lo entregó a su mujer. Los dos se miraban felices y enamorados, como lo hicieran la primera vez de conocerse. Mercedes sostenía el estuche entre sus manos. Sus hijos la miraban radiantes de cariño, esperando a que abriera el envoltorio. Como Mercedes estaba algo nerviosa, le entregó el estuche a su marido para que fuera él, quien lo abriera. Alfonso no tardó en abrir el regalo y extraer una gargantilla de oro. La mostró a su esposa de manera que la vieran sus hijos. - ¡Oh! - Exclamó Mercedes con la mirada iluminada de la emoción. Alfonso ajustó la gargantilla al cuello de su esposa, que lucía un vestido gris perla con escote hasta el canalillo. Mercedes se giró hacia sus hijos para que la admiraran. De inmediato se aproximó al espejo de la entrada para mirarse. Alfonso la siguió. Se quedó tras de ella, observándola a través del espejo, y le musitó al oído. - Una joya para un tesoro. Mercedes se dio la vuelta y se besaron. Sara y Nicolás habían dejado sobre la mesa el regalo de ellos. También lo hizo Jorge. Y en el momento de entrar su madre en el comedor se lo dieron. Sara le había regalado perfume, el que a Mercedes le gustaba ponerse cada día. Agua de Rochas. Jorge, un microondas, pues, el que tenía era ya viejo. Y le cantaron, cumpleaños feliz.

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Alfonso preparó en una bandeja el pavo recién sacado del horno, y lo llevó a la mesa del comedor. Estaba preparado con cuchillo en mano y tenedor de trinchar, y se dispuso a cortar el pavo. Nicolás estaba pendiente de su suegro e imaginando lo que a él le ocurrió unas noches antes con el pollo, y le advirtió con ironía. - ¡Ten cuidado con el pavo no vaya a ser que vuele por los aires! Alfonso lo miró, pero no le sorprendió la advertencia dado al carácter risueño y burlón de su yerno. Sara dice ante la mirada de todos. - A Nicolás le ha ocurrido. - Es que de él no nos extraña nada - contestó Alfonso al tiempo que clavaba el tenedor en el centro del pavo para ir cortando filetes de una de las pechugas. Nicolás vuelve a advertirle. - Esa no es la mejor manera de trinchar un pavo. Alfonso lo mira al tiempo que hunde el tenedor en el hueso del centro, en el que no se rinde. Y con fallo por parte de la fuerza que Alfonso utiliza, el tenedor se dobla, de manera que no se le puede sacar por muchos estirones que pega. Alfonso algo enfadado levanta con fuerza el tenedor, enganchado en el pavo asado y bien dorado. Dirigió su mirada hacia Nicolás y le reprochó. - ¡Tenías que haber cerrado la boca, siempre que la abres ocurre algo! - Y dirigiéndose a su mujer le dijo - Este tenedor no sirve para nada.

Mercedes estaba pasando un día feliz, y nada le iba a hacer enfadar. Soltó una carcajada y dijo. - Ese tenedor es el de trinchar el pavo ¿Cómo te la has arreglado para doblarlo? - Sí, ríete tú también - Contestó Alfonso intentando desclavar el tenedor. Cuando lo consiguió sacando el

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utensilio lo más parecido a una horquilla, Mercedes venía de la cocina con otro tenedor más sensible. Lo puso en la mano de su marido, y cogió el doblado. Alfonso le echó una mirada a Nicolás diciéndole. - ¡Ahora te callas y no digas nada! ¿De acuerdo? Nicolás no podía quedarse callado. - No hace falta que te diga algo, pues, tú solo vas a volver a meter la pata. Alfonso iba a responderle, pero Mercedes fue más rápida. Levantó su copa de vino y dijo con alegría. - ¡Vamos a hacer todos un brindis! Levantaron las copas, y Mercedes dijo. - ¡Brindamos por mis nietos que están apunto de nacer! ¡Y para que los veamos correr, fuertes y sanos! - ¡Brindamos todos por eso! - Repitieron juntos. La comida había estado deliciosa. A un lado del comedor Alfonso había instalado un micrófono de pie, era todo de una pieza. El cumpleaños de su mujer se celebraba cada año montando una fiesta que estaba dedicada a ella. Jorge se inició el primero diciendo. - Voy a subir al estrado para dedicarle a mi madre unas palabras que son mis sentimientos. Todos lo aplaudieron y lo animaron. - Era yo una semilla en el vientre de mi madre. Un día oí su voz. Me estaba hablando, igual que se les habla a los niños recién nacidos. Su voz era y sigue siendo aterciopelada, que cuando habla te enamora ¡Madre, hoy es tu cumpleaños, y no me paro a pensar cuantos cumples, porque para mi, eres joven igual que una flor! Mercedes escuchaba con atención a su hijo, sin darse cuenta que las lágrimas le resbalaban por las

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mejillas. Alfonso tenía su mirada puesta en ella. Extrajo un pañuelo de bolsillo de su pantalón, y lo extendió para secar las lágrimas de su mujer, ella le echó una mirada y le sonrió. Y volvió de nuevo la vista a Jorge, que seguía de pie mirando a todos los presentes esperando un clamor. Sara fue la primera en aplaudirlo. - ¡Bravo! - Gritó Lo has hecho muy bien ¡Bravo! Los aplausos fueron seguidos de los demás. Jorge volvió a su asiento. De súbito Nicolás subió al estrado. Todos quedaron con la boca abierta esperando qué era lo que tenía preparado para su suegra, y quedaron sorprendidos al oírlo decir. - Quiero cantarle a la mujer que amo. - ¿Es tu suegra? - Gritó Alfonso lanzando una carcajada, y mostrando lo feliz que era. - Es vuestra hija. Yo no sé componer frases, y es por eso que le cantaré una canción que se refleja en ella. - ¡Te quiero! - Le dijo Sara echándole un beso con la mano. Nicolás se preparó aclarándose la voz, y empezó.

- Amapola, lindísima amapola, Será siempre mi alma tuya sola. Yo te quiero amada niña mía

Igual que a la flor la luz el día…

Nicolás quería llegar con el micrófono hasta Sara. Había parado de cantar para llevarse con él, la piña. Con la mano izquierda sujetaba el pie del micrófono, y con la derecha estiraba del micrófono hacia él, lo hacía con fuerza. Alfonso le avisó.

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- ¡Cuidado muchacho que no se puede sacar! Nicolás no atendía, no escuchaba. Su afán era la de coger la piña y llegar hasta Sara, y cantarle muy de cerca lo mucho que la quería. Coge aire y estira con todas sus fuerzas hacia arriba. - ¡Que te lo cargas! - Gritaba Alfonso poniéndose de pie para llegar hasta Nicolás y mostrarle que el micrófono estaba pegado al pie. Era demasiado tarde, Nicolás pegó un estirón. La piña la arrancó de cuajo, y se fue a pegar con el micrófono en toda la boca. Todos reían a carcajadas, a excepto Sara que había advertido el daño que se había causado. Rápidamente llegó hasta Nicolás que tenía las dos manos posadas en la boca. El micrófono lo había arrancado y dejado caer en el suelo. Alfonso sin parar de reírse dijo. - ¡Que tío, es mejor de lo que yo pensaba! Sara estaba preocupada y le preguntó. - Cariño ¿Te has hecho daño? Nicolás le señalaba con el dedo, el diente que tenía en la palma de su otra mano. - ¡Te has roto un diente! - Dijo alarmada. Mercedes se levantó de su asiento y se acercó. - ¡Hombre de Dios! - Le dijo con espanto - ¿No has visto que se trata de un micrófono de una sola pieza? Sara entró con Nicolás en el cuarto de baño para que se enjuagara con agua la boca. Ella se había quedado con el diente encima de la palma de su mano. Después de aclararse varias veces, Nicolás le mostró a Sara la mella que le había quedado delante. Ella no pudo más y se enfado.

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- ¿Por qué no pones más atención en lo que haces? - No te enfades conmigo, te quería sorprender. - ¡Pues, me has sorprendido, y mucho! ¡Te podrías haber roto toda la dentadura! Mercedes entró en el baño. - ¿Cómo te encuentras? - Le pregunto a Nicolás - ¿Cuántos dientes te has echado abajo? - ¡Mamá por favor, que estoy pasando un mal rato! - Dijo Sara - No metas más leña al fuego. - Perdona hija. Pero es que no escucha a nadie, mira que tu padre se lo estaba advirtiendo. Y él, erre que erre, qué manía de querer arrancar el micrófono. Nicolás sólo pedía que Sara le mirara el hueco que le había quedado delante. - Mira cariño, el diente que le sigue, también se mueve. Mercedes le echó una mirada y murmuró. - más dinero para el dentista. Mercedes entró a la cocina para hacer más café. Y quince minutos más tarde hacía presencia en el comedor, con una bandeja en las manos, y la depositó sobre la mesa. Volvió a poner café en las tazas. Mercedes se había sentado junto a Sara, y movía con la cucharita el café, y le dijo. - Hija, cuando te pongas de parto, que Nicolás me telefonee ¿Aún no sientes ninguna clase de molestias? - Mamá, me encuentro perfectamente. Alfonso se acercó. - Tengo grandes deseos de conocer a mis nietos. Nicolás sentía un dolor enorme en la boca, pero se callaba para no preocupar más a Sara, pues, lo había pasado demasiado mal. Y solo hacia que

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mirarlo por si encontraba un gesto de dolor que hiciera. Nicolás trataba de sonreír por la misma causa, y se cubría la boca con la mano para que no se le viera el diente que le faltaba.

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La noche transcurría con normalidad, Nicolás y Sara habían cenado en la terraza. Era noche de Luna llena y no había sido necesario de encender la luz. Ella decidió de irse a dormir antes que de costumbre. Nicolás no le dio importancia, y se quedó recogiendo la mesa, y luego fue al salón y conectó la televisión. No aguantó más de media hora y se fue a dormir. Lo hizo despacio para no despertar a Sara, pues, hacía casi un mes que no encontraba la posición para quedarse dormida. Y ahora que dormía profundamente, tenía que tener cuidado en no despertarla. Lo consiguió, y rápidamente se quedó dormido. De súbito, un dolor en el vientre despertó a Sara. Abrió los ojos, pensando si había sido pura sugestión, pero poco después otro dolor, y despertó a Nicolás. - ¡Cariño estoy de parto! Nicolás seguía durmiendo profundamente. - Tengo sueño, déjame dormir - Musitó. De un estirón destapó la cama y dejó a Nicolás al descubierto. Abrió los ojos, y miró a Sara sin entender que es lo que estaba sucediendo. - ¡Tenemos que irnos al Hospital rápidamente! - Dijo ella. Nicolás se sentó en la cama, y la mira fijamente. - ¿Qué has dicho? - Le preguntó aún medio dormido. - Voy a tener a nuestra hija ¡Despiértate! Nicolás de un salto se puso en pie. - ¿Ahora va a nacer?

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Exacto ¡Tu hija quiere nacer ahora! - ¿Aquí? - Preguntó de pie y en calzoncillos cortos. - ¿Quieres que me ponga a parir aquí? - ¿Estás segura de que la niña va a nacer? - ¡Date prisa en despertarte! - Dijo Sara gritando. - ¿Por qué me gritas? Estoy despierto, te estoy mirando y también te oigo. Dime ahora despacio que te pasa. Otro dolor más fuerte. Nicolás giró a la redonda sin saber qué estaba haciendo. Sara le pegó otro grito para que parara. - Sara, son las tres de la madrugada. No es hora de que nuestra hija quiera venir ¿Estás segura? - ¿Estás esperando a que tenga aquí la niña? ¡Vamos coge la bolsa que tengo preparada! ¡Date prisa! Nicolás vuelve a girar a la redonda, buscando algo que no sabe que es. Chuli que se había percatado de lo que pasaba, también gira sin saber a donde ponerse para no sufrir una fractura, pero es demasiado tarde. Nicolás con sus giros, le pisa la colita, y chuli, chilla queriéndose escapar del pie de Nicolás. Al fin levanta el pie, y chuli corre huyendo a esconderse debajo de la cama. - ¡Qué bolsa! - Repetía Nicolás buscando en los cuatro rincones del dormitorio. Sara se estaba dando prisa a vestirse. Y otro dolor más fuerte. - Mira dentro del armario, ahí la dejé. Nicolás abrió las dos puertas del armario. Miraba de arriba abajo. Como no encontraba ninguna bolsa empezó a sacar ropa, y más ropa, estaba dejando el armario vacío. - ¡Aquí no hay ninguna bolsa!

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Sara tenía las manos cruzadas por debajo del vientre sosteniéndoselo, y preparada para el próximo dolor. - ¿Y si llamamos a tu madre? - Propuso Nicolás. - ¿Para qué? - Para que busque la bolsa. Había entre el armario y los pies de Nicolás un montón de ropa tirada en el suelo. - La bolsa la estoy viendo desde aquí - Dijo Sara. - ¡Donde! ¡Dime donde! - Decía tratando de introducirse dentro del armario. - Está a tu derecha. - ¡Dónde está mi derecha! ¡No se ahora cual es! Sara llega hasta él. Lo coge por la cabeza y se la gira hacia su derecha. Y dice. - Esa es tu derecha. Mira arriba y al fondo ¿No ves una bolsa color rosa? ¡Sácala rápidamente! - ¡Bolsa donde estás! - Seguía diciendo, con las manos temblorosas, y la voz también. Estaba teniendo un ataque de nervios. - Nicolás - Lo llamó Sara para que se tranquilizara - Nicolás cariño. - ¡Qué! - Tranquilízate. - Yo estoy tranquilo. Lo que ocurre es que esa dichosa bolsa no se quiere hacer ver. - Mira donde te he mostrado antes, sólo tienes que levantar los brazos y cogerla. - Los brazos los tengo levantados - Decía girando la cabeza para mirarla - ¿Qué hago ahora? - Hunde las manos en el altillo de la derecha, y la tocarás. Nicolás tanteaba con mucho nerviosismo.

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- ¡Ya está, ya la tengo! ¡Nos podemos ir! Sara estaba preparada y aguantándose los dolores que cada vez eran más continuos. Nicolás cogió a Sara por la mano derecha, y en la izquierda sostenía la bolsa. Se dirigió a la puerta con intención de salir. Sara le advirtió. - Cariño, estás desnudo. Se miró y se vio en calzoncillos. - Me cambió pronto. No te vayas sin mí. - Un día lo mato - Musitó Sara. Nicolás se dio toda la prisa que pudo. Cuando llegó a la puerta donde Sara lo estaba esperando venía con los pantalones a medio poner, con la camisa desabotonada, y calzándose los zapatos. Con los pelos de punta y sin saber que hacer.

- ¿Cariño te duele mucho? -. Preguntó. - Lo normal, pero tenemos que darnos prisa. Chuli se quedó detrás de la puerta mirando como se marchaban. El coche no lo había dejado lejos. Sara fue con Nicolás, hasta el sitio, y se acomodaron dentro. Él, quería arrancar lo más rápidamente posible. - Este coche no arranca - Dijo Nicolás poniéndose nervioso - ¿Cómo puede hacerme esto ahora? - Cariño quita el freno de mano - Aconsejó Sara. Con la palma de la mano Nicolás se pegó en la frente. - ¡Cómo es posible que me pueda suceder esto! - A ti, te sucede de todo, date prisa, que a estas horas puedes correr. La niña está a punto de salir.

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La policía venía detrás, y aceleraron hasta que los pararon. Uno de los agentes salió del coche y por la ventanilla le preguntó a Nicolás. - ¿Por qué va usted tan aprisa? Nicolás se puso más nervioso. - ¡Mi mujer está de parto! El policía se lo comunicó a su compañero, y rápidamente le dicen a Nicolás. - Aunque ahora no hay circulación le vamos a abrir el paso hasta el Hospital Valle Hebron. Dentro del coche, Sara se puso de parto, y los dolores no los resistía. Pero acababan de llegar a las puertas de urgencias. Todo fue muy rápido. Sara dio a luz con Nicolás a su cabecera. La niña era preciosa, morenita y con mucho pelo negro. El mismo retrato de su padre. Al ponerle la niña a Sara en el pecho, ella le dijo besando su frente. - Cariño, deseábamos conocerte. Nicolás con los ojos húmedos, besó la cabecita de su hija, y le dijo. - Eres una Sandrini. Sara movió la cabeza, y respondió. - Es una Martin. Es igual que mi padre. - No cariño, si la miras bien se parece a mi madre. - ¿Qué? - Saltó Sara, que hasta el doctor y la comadrona se sobresaltaron y se fijaron en ellos. Nicolás había advertido el espanto de los Doctores y bajando la voz siguió insistiendo. - ¿Te molesta que te diga que la niña se parece a mi madre?

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- Me molesta mucho. No me imagino a mi hija con el cuerpo y el carácter de tu madre. Nicolás meneó la cabeza. - ¡Tampoco imagino yo a mi hija con la cara y el cuerpo de tu padre! La comadrona se acercó a la cabecera y le advirtió en un tono bajo de voz. - Tengan cuidado con lo que dicen, pues, la niña lo oye todo. Nicolás frunció el entrecejo. - ¿Usted cree que nuestra hija entiende lo que estamos diciendo? - ¿Me ha entendido usted a mi? - Le preguntó la comadrona. - Sí. - Pues, la niña también. - ¿Pero si no sabe hablar, sólo tiene media hora? La niña se había puesto a llorar, y seguía encima del pecho de Sara. Ella le dijo a Nicolás. - Es cierto lo que dice la comadrona, nada más te ha oído decir que se parece a tu madre, se ha asustado. - Pues, yo prefiero que se parezca a mi madre más que a tu padre. La comadrona intervino de nuevo. - Aún es muy pequeñita para saber a quien se va a parecer. Cada semana que pase, la carita le irá cambiando, hasta que se quede con la que tiene que tener. Nicolás sonrió a la comadrona, y le dio las gracias.

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30 Sara era toda una madraza. Estaba criando a su hija Ángela con leche materna, quería hacerlo hasta que tuviese seis meses. No salían tan a menudo, pues cada tres horas le daba el pecho. Habían ido los padres de Sara a casa de ellos, no podían pasarse dos días sin ver a la nieta, y cogerla en brazos. Alfonso que siempre tenía que estar pinchando a Nicolás, dijo mirando a su nieta que la tenía en brazos. - ¡Quien diría que de este padre nacería una niña tan guapa! Sara le echó una mirada. - Papá, no sabes ver la belleza. Nicolás es guapo, y la niña se parece a él. - ¿A este? - Exclamó señalándolo con el dedo, y riéndose por la gracia que había podido causar. - Somos almas gemelas - Dijo Sara. Alfonso soltó una carcajada suave. - Quien te ha metido eso en la cabeza ¿Él? Mercedes participó. - He oído hablar de almas gemelas, y creo en eso. - ¿También tu? - Dijo extrañado. - Tú y yo somos almas gemelas. Alfonso se quedó con la boca abierta, mientras que acunaba en los brazos a su nieta. - ¿Quién te lo ha dicho?

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- Nadie, pero yo lo sé, Alfonso miró a Nicolás y le dijo. - Muchacho, no sólo has cambiado a mi hija, también has conseguido cambiar a mi mujer. Al instante llamaron al timbre de la puerta. Nicolás fue a abrir. Y se encontró con Marcos y Elena. Ella estaba alegre no parecía la misma. Iban para conocer a la niña y también para anunciarles que ella estaba esperando un hijo. - Pasar al salón, precisamente ahora estábamos tomando café - Dijo Nicolás invitándolos. Elena se deshacía en elogios hacia la niña. - Sara, es igualita a ti. Nicolás rápidamente saltó. - Se parece a mí. Sara cortó el tema, y les preguntó. - ¿Vosotros cuando os vais a animar? - Está encargado - Respondió Elena con los ojos brillantes de felicidad. - ¡Qué sorpresa más buena! ¿Y para cuando es? - Para el mes de octubre. - Cuando seas madre te sentirás feliz - Le anunció Sara. Marcos besó la mejilla de su mujer y dijo. - Era lo que ella necesitaba. Estoy seguro que estará mejor y más tranquila. Nicolás que era también un padrazo tenía ausencia de su hija. Se aproximó a Alfonso y extendiendo las manos le dijo. - Devuélveme a mi hija. Alfonso al principio se negó. - Tienes todo el tiempo para estar con ella. Elena que estaba cerca de Sara le preguntó. - ¿Qué nombre le habéis puesto a la niña?

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- Ángela. Alfonso y Nicolás seguían discutiéndose la niña. - Te la voy a dar pero tienes que tener cuidado de no hacerle daño. Nicolás lo miró de frente. - ¡Cómo le voy hacer daño a mi hija! - Tus brazos son fuertes - Dijo Alfonso fijándose en el cuerpo de Nicolás. - ¡Los tuyos son aún más! Mercedes intervino desde su asiento. - No paráis, siempre estáis igual. Sois lo más parecido a dos críos. - Es difícil tenerlo como suegro - Dijo Nicolás. - ¿Yo difícil? ¡Pues anda que tú! La pequeña rompió a llorar. Sara se puso de pie, y llegó hasta los dos. - Papá dame la niña, es la hora de su toma. Alfonso con mucha pesadumbre puso a su nieta en los brazos de Sara. La miraba con ternura y dijo. - Es igual que mi hija cuando tenía su edad. Nicolás negó con la cabeza. - Es igual que yo cuando tenía quince días. - ¡Venga ya! - Dijo Alfonso rechazándolo - Mi nieta no tiene tu físico. Es clavada a mi hija. Elena preguntó. - ¿Siempre están así? - Siempre - Respondió Mercedes - ¡Qué castigo tenemos con los dos! -Pues, usted tampoco se queda atrás - Dijo Nicolás a su suegra. - Por lo que veo se lo pasan todos a lo grande - Remarcó Elena.

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- Si, no nos podemos quejar, cuando no se mete conmigo mi suegra, es mi suegro. Y siempre tienen un refranillo para mí. - Dime uno - Pidió Elena. - ¿También tu quieres reírte a costa mía? Mercedes con la risa que no la podía aguantar dijo. - Marido italiano, hombre de poca mano. - ¿Qué quiere decir? - Preguntó Elena con la boca abierta esperando una respuesta. - ¿No lo has entendido? - Preguntó Mercedes. - No. - Mujer… pues… que… tiene poca mano. - Poca mano ¿Para qué? - ¡Ay, yo que sé! Es un refrenillo que yo le digo. - ¡Ah! Pensaba que quería decir algo. Nicolás movía la cabeza riéndose. Y dirigiéndose a Elena le preguntó de cachondeo. - ¿Siguen aún los fantasmas en tu casa? Elena paró de reírse. Y le echó una mirada a Mercedes. Ella había levantado la cabeza al oír la pregunta de Nicolás. Como Elena no decía nada, Nicolás siguió. - ¿Y el duende viene a silbar a la ventana de tu comedor? Mercedes que nada se quería perder, y que estaba a la orden del día, rápidamente preguntó. - ¿Qué es eso de los fantasmas, y del duende? Elena se levantó del asiento, y haciendo como si con ella no fuera, fue a sentarse cerca de Sara que estaba dándole el pecho a su hija. Alfonso se había percatado de que algo habían dicho y que él se había perdido. Se acercó a Mercedes y le preguntó al mismo tiempo que miraba a Nicolás.

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- ¿Qué estabais comentando? - ¡Que te lo cuente tu yerno, sabe de qué se trata! Alfonso esperaba sonriendo a que Nicolás hablara. Parecía que Elena estuviese distraída mirando como mamaba la niña, y pensando en el día que lo hiciera ella con el hijo que esperaba. Nicolás no es que quisiera hablar de Elena, y de todos los tormentos que había vivido y que era probable de que todavía lo viviera. Marcos estaba ajeno a lo que se estaba tramando. Leía un periódico de deportes. Alfonso seguía esperando a que Nicolás dijera algo. No es que tuviera curiosidad por saber cosas de Elena, tenía conocimientos de que era algo extraña. Lo que más le interesaba era saber acerca de los fantasmas y de los duendes. - ¡Vamos! ¿Te vas a quedar callado? - Dijo Alfonso. Nicolás le echó una mirada a Sara. Ella estaba manteniendo una sonrisa de madre feliz viendo cómo su hija se hartaba de leche. Luego miró a Elena que aparentemente estaba distraída mirando el cuadro tan tierno de Sara y su hija. - No hay mucho que contar - Respondió Nicolás con la mirada cansada. - Seguro que sí - Afirmó Alfonso - Te estás haciendo el remolón ¿Quieres que te lo pida de rodillas? Nicolás meneó la cabeza convencido de que lo que iba a decir de Elena no estaba bien, ni le importaba a nadie. - En algunas ocasiones, ha dicho que alguien la estaba vigilando - Dijo Nicolás agachando la cabeza por la vergüenza que sentía. - ¿Pero quien? ¡Cuenta, cuenta! De súbito Elena se puso de pie, y avanzó hasta donde estaban ellos. Se quedó en medio, y delante de

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Alfonso y Nicolás. Y fijando la vista en él, dijo bastante ofendida. - Quizás tus suegros no sepan una de tus hazañas que hiciste el año en que nos conocimos en Palma nova. - ¡Ah! - Exclamó Mercedes - Cuéntanosla. Sara había oído algo que llamó su atención. Nicolás levantó los hombros con expresión de no saber de qué se trataba. - Estamos impacientes por oírte - Dijo Alfonso. - Era por la mañana y fuimos las dos parejas a la playa - Empezó diciendo Elena - Nicolás es un hombre muy celoso, jamás he visto a un hombre tan celoso como él. Estábamos bañándonos a excepto Sara, que se había quedado en la arena sentada en la toalla, ojeando la revista ¡Hola! Un joven pasaba por detrás de ella, y le llamó la atención los titulares de un reportaje que daban de alguien conocido. Se paró como a un metro de ella tratando de leer el artículo. Estaba medio en cuclillas con las manos apoyadas en sus rodillas. No estábamos muy adentro del mar, pues, el agua sólo cubría nuestras rodillas. De pronto oímos a Nicolás que decía gritando. - ¡A ese imbécil le parto la cara! - ¿Ocurre algo? - Le pregunté. Nicolás señaló con el dedo al joven que leía el artículo de la revista a una distancia por detrás de Sara. Salió del agua a grandes zancadas gritándole al joven. - ¡Eh! Deja a mi mujer tranquila. Sara no había apercibido que el chico leía detrás de ella, ni tampoco oía a Nicolás gritar, pues, el griterío de la gente no dejaba oír su voz.

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Mi marido se había quedado dentro del agua, le importaba poco lo que estaba sucediendo. Quizá fuera porque el joven no estaba haciendo nada desfasado. Yo seguí los pasos de Nicolás, quería ver, qué era lo que iba hacer. Nicolás hizo un rodeo para no pasar por delante de Sara. Y cuando se puso detrás del joven, le propinó una patada en el trasero. El chico aceleró dos pasos hacia delante, y rápidamente se volvió para comprobar quien le había sacudido la patada. Antes de que el joven reaccionara también le propinó una bofetada, se llevó la mano a su mejilla, y le preguntó enfadado a Nicolás. - ¡Tío! ¿Por qué me has pegado? Nicolás con rapidez le propino otra bofetada en la otra mejilla que tenía al descubierto. Y le dijo hinchado como un gallo en pelea. - ¡Esto para que te vayas rápidamente de aquí! En esto, que Sara se dio la vuelta, había oído voces detrás de su espalda. Se puso de pie al comprobar que se trataba de Nicolás y de otro chico. Avanzó cuatro pasos, y se puso al lado de ellos, preguntándole a Nicolás. - ¿Qué está ocurriendo? Nicolás no respondía nada a Sara. Tenía la cara puesta muy cerca de la del joven. Este le estaba advirtiendo utilizando los mismos modales. - ¡Tío que te voy a meter! - ¿A mí? ¿Después de probar ligarte a mi mujer me quieres pegar? - ¡No sé quien es tu mujer ni tampoco me importa! - Respondió con el semblante blanco por la ira. Nicolás le dio un empujón al chico. El joven quería razonar y hablar el mal entendido, como personas civilizadas, pero Nicolás no venía a razones.

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Sara se percató de que el joven desconocido, la paciencia se le había acabado, y se había preparado para pegar. Sara cogió a Nicolás por el brazo, y le dijo. - Cariño, deja esta historia que no te lleva a ninguna parte. - ¡La reputación de los Sandrinis es lo más importante que tenemos, nuestras mujeres sólo las miramos nosotros! ¡Y cuando un moscón se acerca, le metemos! Este estaba probando de qué manera podía hablar contigo para ligarte- Respondió muy acalorado. - ¡Tío que yo no quiero beneficiarme a tu mujer! ¡A ver cuando te enteras! Sara estaba segura y yo también de que Nicolás iba a recibir, lo estaba buscando. Lo pedía a gritos - Siguió contando Elena. Nicolás interrumpió. Sus suegros la seguían con la boca abierta. - Elena, estás exagerando - Dijo Nicolás. Tu venganza está llegando lejos ¿No te parece? - ¿Exagerando yo? - Respondió Elena con las manos puestas en la cabeza - Cuando cuente el final ya verán si exagero. Mercedes estaba muy ancha escuchando lo sucedido. Alfonso impaciente para oír lo que seguía. Elena continuó narrando. - El joven de la playa estaba harto de recibir reproches que no eran ciertos. Bofetadas y empujones. Y por última vez le aviso a Nicolás. - ¡Para tío, o te rompo la cara! Nicolás se hinchó aún más. Ya no parecía un gallo de pelea, sino una avestruz preparado para picar y muy fuerte. Sara se acaloró, le pedía a gritos que dejara de hacer el payaso. Nicolás le respondió desviándose de ella.

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- Los hombres tenemos que arreglar nuestros problemas y nuestras diferencias como hombres. Sara muy enfadada se alejó con la toalla en las manos para irse al Hotel. Yo me quedé, no quería perderme la gran charlotada que estaba a punto de empezar. Nicolás se puso en posición de boxeador, con los puños cerrados a la altura de su cara. El joven le estaba dando larga, se hacía el remolón para no pelearse. Yo me tuve que abrir paso entre la gente que habían formando un corro alrededor de ellos, y me había quedado atrás de todos, me tapaban la visión. Si todos los asistentes nos piden un precio por ver lo que iba a suceder, lo hubiésemos dado, pues, no tenía desperdicio. Mi marido también se agregó al pelotón de gente, y antes de que el combate empezara lo puso al corriente de lo que le podía suceder, pero Nicolás como un pavo emplumado hasta el punto de poder explotar, no lo quiso escuchar. - ¡Quieres pelea! ¿No? - Dijo el joven harto de que Nicolás le diera empujones, bofetadas, y alguna que otra patada - ¡Pues vamos, vuelve a pegarme otra vez! - ¡Claro que si te pego quitamujeres! A todo esto la gente los animaba a que se dieran los dos. Miré en dirección por donde Sara se había ido, y pude comprobar que ya iba lejos, acelerando el paso cada vez más. Nicolás seguía preparado para boxear con el joven. Y en el momento que fue a darle un puñetazo, el chico le arreó una guantá con la mano abierta, tan fuerte le pegó que Nicolás fue perdiendo rápidamente el equilibrio,

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pero se repuso al instante, y terco que terco se puso otra vez en posición de boxeador. El joven le volvió a advertir. - ¡Mira tío no quiero hacerte daño, vamos a dejarlo! Nicolás erre que erre, y le respondió. - ¿Tienes miedo de que te haga pupa? - ¡Bueno tú lo has querido! - Respondió el joven. Sara interrumpió. - Elena ¿No crees que estás llegando demasiado lejos? Alfonso reclamó sin perder la sonrisa. - Queremos que llegue hasta el final. - Ahora que nos lo estábamos pasando bien ¿Nos lo quieres quitar? - Reclamó también Mercedes. Y girando la cara hacia Elena le dijo - Continua, que esto está que arde. Nicolás se había quedado con los brazos cruzados mirando a unas y a otras. De antemano sabía que la culpa era de él, por haber empezado a hablar de las cosas de Elena. Ella siguió el relato. - Al punto de que Nicolás iba a darle otro puñetazo al joven. Este no pudo más, y le arreó otra guantá de la misma manera de antes. Aquí Nicolás no aguantó la fuerza del joven. Y fue de medio lado saltando, y girando igual que una peonza hasta que fue a hincar la cabeza en la arena. Parecía una espiral dando vueltas con la cabeza dentro de la arena, y los pies hacia arriba, se quedó clavado. Las carcajadas de Alfonso y de Mercedes se oían por todo el piso. Sara los tuvo que callar. - Me vais a despertar a la niña ¡Papá deja de reírte con esa voz que tienes de ogro!

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- ¡Cómo me hubiese gustado participar en esta revancha! - Dijo Alfonso con la voz más baja. - ¿Y que pasó después? - Preguntó Mercedes. Elena había mirado a Sara, y se dio cuenta de que era mejor no seguir. De todas maneras ya lo había contado todo. Se dirigió a Sara y le preguntó. - ¿Te ha molestado de que contara este episodio? - No, pero ya había bastante. - Y eso que no he contado el momento que Nicolás sacó la cabeza de la arena. - Cuéntalo, no te cortes - Dijo con rapidez Mercedes. - Mamá, no metas cizaña - Dijo Sara. - ¡Hija mía, pero si esto es divertidísimo! Me estoy imaginando a tu marido con la cabeza hincada en la arena, y los pies levantados hacia arriba mirando al cielo. Es para ponerlo en los comics. Elena había ido a sentarse junto a su marido, él reía por lo bajo disimulando leer la página deportiva. Mercedes que no se perdía nada, le echó una mirada. También Marcos había presenciado lo sucedido, y sabía todo lo que pasó. - Marcos ¿Quieres tu terminar de contar la historia? - Dijo Mercedes, sin moverse de su asiento. Marcos la miró por encima del periódico al tiempo que negaba con la cabeza. - ¡Uff! ¡Que alguien lo termine de contar! - Suplicó Mercedes. Y cuando menos lo esperaban dijo Nicolás. - Lo voy a terminar de contar yo. Sara le sonrió. - Al hincar la cabeza dentro de la arena haciendo un agujero, por mi mente pasaron muchas cosas, una de ellas, que iba a tragar agua del mar, y que mi cabeza traspasaría

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todo el espesor de arena. Incluso, que iba a ver a los peces nadar delante de mis ojos. Que me morderían la nariz, y yo estaba indefenso con los brazos fuera de la arena. Y por último, no iba a ver más a mi mujer. Eso era lo que más me fastidiaba, y dolía. Recordé en ese instante, que se había ido enfadada. Alguien bastante fuerte me cogió de las manos y estiró hacia arriba de mi. Entonces fue cuando pude respirar. La nariz la tenía hinchada de la cantidad de arena que había entrado en los orificios, la boca también llena de tantos granitos de arena. Una vez fuera me daba la impresión de que me iba a asfixiar. Me tuvieron que llevar hasta el agua, y meter la cabeza dentro, para que los orificios se lavaran, y la boca también. Todo mi interés era buscar a mi mujer, y la llamaba a gritos. Marcos y Elena se me pusieron delante, y recuerdo que ella me dijo. - Tu mujer se ha ido. - ¿Al Hotel? - Le pregunté. - No lo sé - Respondió ella. Mercedes había parado de reír, y le echó una mirada a Elena. Ella afirmó con la cabeza dando crédito a las palabras de Nicolás. Alfonso seguía con la sonrisa en los labios. Pasó a preguntarle a Nicolás. - ¿No has podido saber quien te sacó la cabeza de la arena? - No lo he preguntado, y se que tanto Marcos como Elena lo saben porque estaban allí. Mercedes miró a Elena buscando la respuesta. Fue Sara quien respondió. - El mismo joven con quien mantuvo la pelea. - ¿Tú como lo sabes? - Le cuestionó Nicolás. - Al día siguiente Elena me lo contó todo.

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- ¿Por qué insististe tanto con el chico? - Preguntó Mercedes - Te había avisado de que te iba a meter si no parabas. Nicolás se encogió de hombros y dijo. - Estaba detrás de mi mujer, y yo al verlo me encendí. En esos instantes sentí deseos de pegarle, y lo hice. Y aunque me advertía para que parara, no le hacía caso. Sara se puso de pie con su hija dormida en los brazos, y se dirigió al dormitorio, la dejó en la cuna, y volvió al salón. Llegó hasta Nicolás y se sentó en sus rodillas, rodeando con su brazo derecho el cuello de él, beso su mejilla repetidas veces. Sara siempre le estaba demostrando lo mucho que lo quería, y Nicolás cuando Sara se ponía melosa, se le caía la baba, sintiéndose el hombre más feliz del mundo. - Eres un héroe - Dijo Sara acariciando el rostro de Nicolás - Desde el primer día que nos conocimos lo supe. Nicolás no dijo nada. Se dejaba llevar por las caricias y palabras lanzadas con mucho cariño de la mujer que más amaba.

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Desde que Elena se había quedado embarazada, no era la misma persona, las tonterías que tenía se le habían acabando. Había cogido la mano de Marcos. Y ajenos a lo que estaba sucediendo entre Nicolás y Sara, acercaron sus labios y se besaron. Alfonso y Mercedes tenían que marcharse, pues, pasaron toda la tarde al lado de la nieta que para ellos era su alegría de vivir. Nicolás era un hijo para ellos. Se metían mucho con él, por las ocurrencias que tenía, siempre le estaba sucediendo algo gracioso, algo nuevo. Marcos y Elena también se marcharon, y quedaron con Nicolás y Sara para cenar en casa de ellos, les debían una cena. Estaba previsto de que los padres de Nicolás llegaran de un día a otro para conocer la nieta. Sara les estaba preparando una habitación para que estuvieran cómodos. El llanto de Ángela despertaba a Nicolás y a Sara. Habían decidido que por la noche se levantara Nicolás para ponerle el chupete a la niña. Pues, con Sara no daba resultado. Ángela era demasiado lista, y reconocía por el olor, si era su madre quien se levantaba, la niña le hacía chantaje. Lloraba y berreaba hasta conseguir que Sara la cogiera en brazos y la acunara hasta que se durmiera. Pero si el que iba era Nicolás, le ponía el

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chupete y se volvía a dormir. Era por eso que Nicolás le chinchaba a Sara diciéndole. - Ángela es una Sandrini, nos reconoce a mil leguas por el olor. Sara lo pinchaba también. - Es que ella hace, lo que hacía yo con su misma edad, y estoy segura de que es una Martin. Fuera de una manera o de otra, la hija tenía de los dos. Los ojos y la nariz eran de Nicolás. La boca y las manos de Sara. Un argumento complementario para ser un matrimonio feliz. ESTA HISTORIA PUEDE CONTINUAR... CLARA EISMAN PATON