Neveu Erik_Sociologia de Los Movimientos Sociales_Cap3

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Érik Neveu SOCIOLOGIA DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Segunda edición corregida y aumentada  A by a- Y al a

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Ér ik Neveu

SOCIOLOGIADE LOSMOVIMIENTOS

SOCIALES

Segunda edicióncorregida y aumentada

 Abya-Yala

2000

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Sociología de los m ov im ien tos sociales 

 Érik Neveu

Título original: Sociologie des mouvements sociaux,  Collection Repères. Ed. La

Découverte. Paris, 1996. ISBN-2-7071-2646-2. Con las debidas licencias.

Traducido por Ma. Teresa Jiménez

la . Edición Ediciones ABYA-YALA

abril 2000 12 de Octubre 14-30 y Wilson

Casilla: 17-12-719

Teléfono: 562-633 / 506-247

Fax: (593-2) 506-255

E-mail: [email protected] 

[email protected] .

Quito-Ecuador 

2da. Edición:

agosto del 2000

Corregida y aumentada a partir de la 2da. edición francesa (2000).

Impresión Docutech

Quito - Ecuador 

ISBN: 9978-04-588-0

La traducción de esta obra fue posible gracias al aporte del Ministerio de la

Cultura y de la Co m unicac ión de Francia.

Impreso en Quito-Ecuador, 2000

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 ÍN D ICE

Prefacio a la edic ión e c u a to ria n a ........................................................... 9

In t ro d u c c ió n ................................................................................................ 13

1/ ¿Qué es u n m ovim iento soc ia l? .................................................   16

 Las dim ensiones de la acción colectiva............................................... 17

El ac tua r en co nju nto com o un proyecto v o lu n ta rio ........... 17

¿Está proh ibido co nfu nd ir las organizaciones con lasm ovil iz acio nes?................................................................................. 19

La acció n co ncertada en favor de una c a u sa ........................... 21

 El componente político de los m ovim ie nto s sociales......................   22

Una acción “en con tra” ................................................................... 22

Las tenden cias de los m ov im ien tos sociales a la

 po litizac ión ......................................................................................... 25

Políticas públicas, opacidad y politización ..............................   27

 ¿Hay una arena no insti tu cio nal?....................................................... 29

La arena de los conflictos sociales............................................... 30

¿Hay un reg istro de la acció n dom in ada?................................. 31

Los re perto rios de la acción colectiva........................................ 33

La cuestión de la organiz ació n ..................................................... 35

 El espacio de los movim ientos sociales ............................................... 39

El m odelo de K riesi......................................................................... 39

T rayecto ria s........................................................................................ 41

II / Los o bstá cu lo s del a n á lis is .......................................................... 42

 Pensar relacionalmente los movim ientos sociales........................... 42

“Exit, voice and loyalty” ................................................................ 43

Una encru cijada d is c ip lin aria ..................................................... 47

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52 Los o b st ácul os d el a náli s is 

cambiar el aspecto del mu nd o, el marxismo -leninismo, parad ójicam en

te, apen as hizo ev oluc iona r la teoría de su p ráctica, así com o la reflexiónsobre sus usos instrumentales en manos de los grupos e instituciones

que había ayudado a movilizar y a estructurar [Pudal, 1989], En la so

ciología contem po ránea, tam bién, hay un persistente rechazo de los te

mas delicados que plantea la herencia marxista respecto a los movi

mientos sociales. Mientras que hay pocas obras de iniciación que no

consagran varias páginas a las elucubraciones de Le Bon, en ellas apenas

se m encion a a los marxistas, aun c uan do algunos elem entos del enfoque“movilización de los recursos” [Oberschall, 1973; Tilly, 1976] verifiquen

el más duradero de los aportes de Marx. Esta asimetría señala también

el m alestar de los intelectuales ante un a herencia teórica m an tenida co

mo políticamente poco presentable.

Morfo logía social 

y capacidades de mov il izació n pública en Marx

«Los cam pesino s de las parcelas son una enorm e m asa cuyo s m iem-bros viven todos en la misma situación, pero sin estar unidos entre sí porvínculos diversos. Su modo de producción los aísla mutuamente en lugarde llevarlos a tener relaciones de reciprocidad. Este aislamiento se haceaún más grave por el mal estado de los medios de comunicación en Fran-cia y la pobreza de los campesinos. Cada familia rural se basta a sí misma

casi completamente. Ella m ism a produce directamente la m ayor parte de loque consume y procura sus medios de subsistencia mediante un intercam-

bio con la naturaleza, m uc ho m ás que con la sociedad. (La parcela de tie-rra, el campesino y su familia; al lado, otra parcela, otro campesino y otrafamilia). Así, pues, la gran masa de la nación francesa está constituida poruna simple adición de dimensiones del mismo nombre, casi como un sacolleno de manzanas forma un saco de manzanas. En la medida en que mi-llones de familias cam pe sinas viven en con diciones e con óm icas que las se-paran entre sí, y oponen su género de vida, sus intereses y su cultura a los

de las otras clases sociales, constituyen una clase propia. Pero no lo hacenen la medida en que sólo existe un vínculo local entre los campesinos delas parcelas, y en que la similitud de sus intereses no crea ninguna comu-nidad entre ellos, ni relación nacional ni organización política alguna. Poreso son incapaces de defender su s intereses de clase en su p ropio nom bre.No pueden representarse a sí mismos. Deben ser representados.»

K. Marx, El 18 Brum arío de Lou is Bonaparte,  1852

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Ca p í t u l o   III

LAS FRUSTRACIONES Y LOS CÁLCULOS

Para el h isto riad or Paul Veyne [1971], «estudiar la sociología no es

estudiar un cuerpo doctrinario, como se estudia la química o la econo

mía; es estudiar las doctrinas sociológicas sucesivas..., pero no hay un

 proceso acum ulativo del saber. Esta varie dad tiene igualm ente un carácter común: no haberse guardado nada bajo la palma». Aparentemente,

hay razon es pa ra este severo juicio. Pues, ¿qué hay de co m ún desde el si

glo XIX entre los análisis de Marx sobre las movilizaciones como una

lucha de clases, los de Le Bon sobre las lógicas del contagio propias de

las masas, y los de Tocqueville sobre el papel que tiene en la democracia

la vida asociativa? Los enfoques desarrollados desde hace medio siglo,

sobre los que van a tratar los siguientes tres capítulos, pueden dar una

impresión parecida de disparidad. Pero estas contradicciones no son el

reflejo de un caleidoscopio de especulaciones abstractas. Con la suce

sión y la confrontación de teorías, la investigación de fines de los años

‘70 prod uc irá un cerrado “zócalo teó rico”, que se gua rda “en la pa lm a de

la mano” un precioso capital de saberes e instrumentos de análisis.

Lo qu e qu ed a al descu bierto es la inestab ilida d de las co ns truc cio

nes teóricas y la dificultad de aprehender todas las facetas de los movi

mientos sociales. Lo que surge inmediatamente, al evocar la l lamadaEscuela del “Comportamiento Colectivo” y luego de la Acción Racio

nal, es la tensión en la que se insc ribe la relac ión de la sociología co n es

tos fenómenos. Estos dos modelos teóricos no tienen, a priori,  nada

más en común que ser los dos primeros en aparecer. Su proximidad

apenas va m ás allá de esta referencia temp oral, pues residen en do s p ro

 ble m áticas contradictoria s. Las teorías del “com p o rtam ien to colectivo”

(collective behaviour)  esclarecen las movilizaciones por medio de una sicosociología  de la frustración social y la consideración del poder ex plosivo de las aspiracio nes y los deseos frustrados. El m odelo de acciónracional t iende, en cambio, a someter las movilizaciones a una forma

de lectura económica que las ban aliza al sub raya r en qu é m edida los in

dividuos que participan en los m ov im ientos sociales perm ane cen aten

tos a una lógica del cálculo costo-beneficio que con diciona su co m pro

m iso con la pro bab ilidad de una gananc ia material .

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54 Las frustraciones y los cálculos

La amplitud misma de la oposición entre estos enfoques puede

suscitar una reflexión. Ésta sugiere la dificultad que tiene la sociología para to m a r la m edida exacta de los fenóm enos a estudiar: p rim ero p o r

que los encuentra tan singulares que sólo el recurso a la sicología pu

diera restituir su sentido. Segundo, po rqu e la invocación a un a explica

ción econó m ica pueda acabar, en cambio, po r negar cualquier singula

ridad al objeto, considerado apen as u n caso pa rticu lar del cálculo de los

réditos p o r parte de ind ividuo s calculadores. El hech o de qu e esos m o

m entos teóricos se presenten sucesivamente po r ru p tura también señala una dificultad que la investigación tardará años en superar: ¿Cómo

restituir las razones para actuar de los individuos que se movilizan al

salir de la falsa alterna tiva del cálculo cínico o interesa do o de la exp lo

sión de las frustracio ne s y de las emociones?

Las teorías del "comportamiento colectivo"

Una etiqueta conciliadora

La referencia a una escuela de comportamiento colectivo  es enga

ñosa. Sugiere una coherencia intelectual, allí, donde existen además

un a atención co m partida de los mismos objetos y un a form a de m igra

ción intelectual que va a term inar po r redefinir el enfoque de los m o

vim iento s sociales po r c am inos a veces diversos. La escuela de Chicago,

 particularm en te Park, lu ego Blumer, co n trib u irán en la entreguerra a

que el com po rtam iento colectivo entre al rang o de o bjetos legítim os de

la investigación sociológica. Pero en esa coyuntura intelectual de los

funcionalistas como Smelser, también contribuyen autores próximos a

la sicosociología, como Gurr.

Una primera pista aparece al notar que la noción de comporta

m ien to colectivo “da pa ra largo”. Los mo vim iento s sociales son sólo u n

componente, junto al conjunto de fenómenos que engloba pánicos,m od as, m ov im ien tos religiosos y sectas. Para Blumer, el elemen to fede

rativo de estos comportamientos está en su déficit   de institucionaliza-

ción, en la debilidad de los cuadros no rm ativos que enm arcan la acción

social. Smelser [1962] insiste en la idea de una “movilización pública

 basada en una creencia que redefina la acción socia l”. Las proporciones

de estas categorías tan extensas no siemp re facilitan la perce pció n de las

singularidades de los movimientos sociales.

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Sociología de los movimientos sociales 55

La coherencia que vincula estos enfoques se sostiene por cuatro

series de desplazamientos. El primero está en el abandono gradual de

una visión heredada de la sicología de las masas. Se pone ahora el enfá-

sis en el hecho de que las movilizaciones no son patologías sociales,

sino que poseen su racionalidad. Un segundo desplazamiento consiste

en moverse desde una visión centrada en el potencial destructivo y

am ena zad or de los m ovim ientos sociales hacia un a consideración de su

capacidad de crear nuevos modos de vida, normas, instituciones, es

decir, del cam bio social. Esta revisión im po ne un a tercera vía, el m od e

lo epidemiológico de Le Bon, presente también en Blumer, que introducía en el principio de “comportamientos de masas”, una lógica de

contagio,  para ser reemplazadas con una problemática de la convergen-

cia.  Los comportamientos colect ivos nacen deja sincronización entre

creencias y frustraciones, ya presentes entre los individuos y no de fe

nómenos de imitación.

El análisis se abre, entonces, al estudio de las ideologías y de las

creencias, a su m od o de difusión. M ediante la noción de “norm a em ergen te”, pro pu esta p or Tu rne r y Killian [1957], y de “creencia gen erali

zada” por Smelser, el papel de las representaciones ocupa un espacio

creciente. El acento se po n e en el hec ho de que u na m ovilización p úb li:

ca no nace de la sola existencia de un descontento. Este debe encontrar

un lenguaje que le de se ntid o, designe a sus adversarios y legitime la rei

vindicación con referencia a los valores. Los teóricos del comporta

m iento colectivo se en cu en tran con las grande s reflexiones que hace unTarde sobre los vectores de d ifusión de estas creencias, y cuya recepción

 p o r m edio de diversos m edio s socia les evoca Smelser a través de la n o

ción de “conductividad estructural”. Ésta designa el desigual potencial

de difusión de las creencias, los valores o rumores, según los espaciossociales que puede ilustrar la oposición, entre la rapidez de un pánico

 bursátil y la lenta difusión de un ru m o r en una com unidad dispersa,

débilmente conectada mediante redes de comunicación. De maneramás ambigua, estas evoluciones designan un último elemento federa

tivo. El m om en to del co m po rtam iento colectivo se inscribe en un a os

cilación en tre la volu nta d de socializar el análisis, de to m a re n ^cuenta

las estructu ras sociales qu e p rov oca n la movilización pública y la fuer

za de un anclaje, en la problemática tomada de la sicología, como son

las nociones de tensión o de  frustració n   puestas en el principióle lasdisposiciones individuales a movilizarse. La obra de Gurr manifiesta la

riqueza y la fragilidad de estas orientaciones.

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56 Las frustraciones y los cálculos

 ¿Por qué se sublevan los hombres?

Con este t í tulo ( W hy M en Rebel?),  Ted Gurr desarrolla, en 1970,

un marco analít ico que será, al mismo tiempo, uno de los manifiestos

más elaborados y la última de las obras de collective behaviour.  Este es

un enfoque sicosociológico. Gurr parte de la noción de frustración re 

/flíivfl^Ésta designa un estado de tensión, una satisfacción esperada y

rechazada, generadora de un potencial de descontento y de violencia.

La frustración pu ede definirse com o un saldo negativo entre los “valo

res” (término que puede designar un nivel de ingresos o una posición jerárquic a, com o tam bién elem ento s in m ateriale s, com o el reconoci

miento o el prest igio) que un individuo mantiene en un momento da

do y aquellos que se con sideran co m o p arte de las aspiraciones a las que

se tiene derecho por su condición y situación social. Si bien la frustra

ción se manifiesta con emociones de despecho, cólera e insatisfacción,

aqu í, es un h ec ho social, es relativa, po rqu e de pen de de un a lógica de la

comparación. Nace de normas sociales, de sistemas de expectativas re

lacionados con lo que en una sociedad dada parece ser la distribución

legítima de los recursos sociales en varios grupos de referencia. Para

 ponerlo claro , los m iem bros de un g rupo social privilegiado, pero cuyo

estatus o recursos declinan (los aristócratas de ayer, los médicos gene

rales de hoy), pu ede n sentir una frustración m ás intensa que los m iem

 bros de un g rupo objetivam ente m enos do tado , pero cuyos re cursos y

estatus corresponde n a lo que sus m iemb ros habían p odid o prever e in

terioriza r sobre su p apel social.

L a s   v a r i a n t e s   d e   l a   f r u s t r a c ió n   r e l a t i v a  

M o d e l o   1: l a   f r u s t r a c ió n   d e   l a   d e c l i n a c i ó n   (d e c r e c ie n t e )

fuerte

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Sociología de los movimientos sociales 57

En este modelo, el horizonte de expectativa y las representaciones

del nivel normal de recompensas sociales que se puede esperar legítima-mente en una posición social varían poco. Pero las representaciones del

porvenir y del presente están m arcad as p or la percepción (real o im ag ina -ria) de una fuerte declinación de los valores disponibles. Gurr asocia a es-

te marco la descripción hecha por Marx de las primeras movil izaciones de

artesanos contra la mecanización, que se percibe como una amenaza so-bre el estatu s de traba jado r libre y tam bién la movilizac ión púb lica de la pe-queña burguesía tradicional en la génesis de los fascismos.

M o d e l o   2: l a   f r u s t r a c i ó n   d e   l a s   a s p ir a c io n e s   e n   a l z a  

(a s p i r a n t e )

fuerte

A

Nivel de esperanza

de "va lores "

F R U S T R A C I Ó N

Satisfacción de las expectativas

----------

débil Tran scurrir del tiem po

Aquí, los valores disponibles para el m iem bro de un grupo dad o va -

rían poco, mientras que sus expectativas, las representaciones a las quetiene "de re ch o " se elevan b rutalm ente sin en contrar satisfacción. U na par-

te de las sublevaciones anticoloniales de la posguerra puede responder aeste esquema. Los "colonizados", integrados en el ejército que Leclerc

conformó en el norte de África en 1941 para liberar a Francia (que recibie-

ron insignias de grado), se sentían iguales respecto de los "metropolita-

nos" y con capacidad de gozar de sus derechos civi les. Pero una vez des-

movi l izados se encuentran de nuevo sumidos en una s ituación colonialque los convierte en no ciud ad an os y constituirán una parte importante delos mandos de las movil izaciones independentistas.

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58 Las frustraciones y los cálculos

M o d e l o   3: l a   f r u s t r a c ió n   p r o g r e s iv a

fuerte

La situación c or resp on de a un m ovim iento de tijera. Las expectativas

en materia de acceso a la distribución de los recursos sociales suben,mientras que los valores disponibles bajan sensiblemente. El proceso pro-duce de forma brutal un gran potencial movilizador. Tocqueville describe

este fenóm eno en v ísperas de la Revolución Francesa, dem ostrando cóm ouna fase de prosperidad y su relativa apertura social suscita crecientes ex-

pectativas que vienen a contrariar la conjunción de una crisis económica y

de la reacción nobiliaria.

Gurr describe el sufrimiento social sin correlación con normas

absolutas (el umbral de la pobreza.. .) , sino concebido como la miseria

de po sición, el desnivel entre las expe ctativas soc ialme nte c on struid as y

la percepción del presente. Para aprehender el objetivo de Gurr puede

ayudar la imagen del plan de carrera, respecto del cual, un asalariado

 puede m ed ir si su éxito se sitúa o no en la n o rm a y verse así sa tisfecho

o frustrado en diversos momentos de su vida. Pero el modelo de este

au tor tam bién con sidera la form a en que la cotización social de los va

lores fluctúa y modifica los horizontes de expectativa de los diferentes

grup os: p or ejem plo, pose er un auto no es un “va lor” idéntico en 1930

que en 1990, tal y como los “valores” que puede esperar un individuo

que se compromete en el oficio de maestro de escuela difieren según

comience en uno u otro de esos años. La hipótesis de Gurr consiste en

co nside rar la intensidad de las frustracione s el com bu stible de los m o

vim ientos sociales. F ranq ue ar colectivam ente esos um brales de frustra

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Sociología de los movimientos sociales 59

ción es la clave de cua lquier gran m ov im iento social. El marco inte rp re

tativo distingue aquí una serie de casos de frustración relativa (Cf. elcuadro anexo anterior). Y también explícita variables que permiten

evaluar la probabilidad de un paso a formas conflictivas de acción: la

intensida d de la variación m ensu rable e ntre las expectativas y sus satis

facciones, el grado en que sobresale y se desea un recurso y la existen

cia de un a plu ralidad de cam inos p ara acceder a los valores deseados (el

análisis se enc ue ntra a quí con la pro blem ática del exit  de H irschman).

El mérito de Gurr también busca (siguiendo a Smelser) dar unaauténtica profundidad sociológica a su modelo. La frustración es un

simple potencial de movilización pública y de violencia que no se pro

duce mecánicamente por ella . Gurr presta mucha atención a los datos

culturales y a la memoria colectiva. ¿Hay en el grupo o en el país en

cuestión u na tradición de m ovilización pública o un a cultura del co n

flicto? ¿O una memoria de episodios o victorias que legitimen la hipó

tesis de recurrir a la fuerza, como el recuerdo de la Revolución Zapatis-ta m exicana, o el del m ovim iento T upac A m aru peruano?

Una cultura nacional de la pro testa

Los m ovim ientos socia les a rgent inos se presentan tradic ionalmente

en dos registros principales: el de las huelgas (entre ellas, la huelga gene-

ral) y el de la manifestación. El lugar de la actividad de las manifestacionesse explica, a la vez, por el extraordinario porcentaje de población que viveen la aglomeración (urbana) de Buenos Aires, por la precoz existencia departidos políticos y po r la im portac ión de ese repertorio de acción p or par-te de los inm igrantes, entre los cuales figuraba n militantes activos so cia lis-tas y anarquistas. La frecuencia de las épocas de gobierno dictatorial con-tribuirá paradójicamente a hacer del recurso a la manifestación callejera elúnico registro de expresión asequible durante largos periodos de la pos-guerra.

De sde 1945, la historia argentina co ntribu yó a consolidar, en una cu l-

tura nacional de la protesta, el lugar estratég ico de la manifesta ción y el deun sitio, la Plaza de Mayo, punto central de los desfiles oficiales y de las vi-sitas de los gobernantes extranjeros, situada en el centro de Buenos Airesfrente a la sede de la Presidencia.

El proceso de construcción de este sitio como un verdadero lugar dememoria (y de poder) de la protesta empieza con la gigantesca manifesta-ción del 17 de octubre de 1945, que será el catalizador de la salida de los

militares y, luego, de la llegada de Perón. El régimen peronista contribuiráigualmente a consolidar ese estatus al organizar una manifestación de lafidelidad cada 17 de octubre en la Plaza de Mayo, donde también se orga-

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60 Las frustraciones y los cálculos

nizan las ce lebra ciones del 1 de mayo . En 1969, otras m an ifesta cion es co n -tribuirán a la caída del régimen de Onganía. El estatus de esta "simbólica

catedral de las m an ifestac ione s" y el poder casi má gico aso ciad o a es os lu-gares se convertirán en lo que son hasta para las autoridades guberna-

me ntales que usarán oca siona lm en te el arma de la ma nifestación. En 1982,

la Junta Militar provocará manifestaciones para mantener la toma de con-

trol de las islas Malvinas. Y, en abril de 1987, el presidente Alfonsín convo-

ca el domingo de Pascua a una manifestación en la cual 500.000 personasse reúnen en la Plaza de Mayo en respuesta al desarrollo en marcha de unainsurrección militar, que de este modo se deslegitimará.

En una sociedad donde los sondeos de opinión juegan aún un papel

moderado, las manifestaciones de B ue no s Ai res funcionan com o indicadoreficaz de las legitimidades y de las expectativas sociales. La escasa asisten-

cia a las celebraciones del aniversario peronista el 17 de octubre de 1955,se percibirá como el signo del aislamiento del jefe del Estado, preludio de

su destitución. V a la inversa, la cultura política na ciona l tiene la conv icció n

de que los principales cam bios polít icos y sociales pueden alcanzarse por

m edio de una man ifestación exitosa. A sim ism o, debe entend erse dentrode este contexto el célebre m ovim iento de las "M a d re s de la Plaza de M a -yo" durante la dictadura militar (19761983). Dado el terror que desata elEstado y que vuelve im po sible el recurso a la manifestación, las mad res depersonas "desaparecidas" (de hecho, asesinadas por la Junta) tomarán la

costumbre de marchar cada jueves en silencio y durante tres horas, en los

ca m inos peato nales de esa plaza, con la cabeza cubierta (com o antes en las

iglesias) con un pañuelo que lleva el nombre del desaparecido, la fecha de

su secuestro, y llevando a veces una pancarta y la foto de sus hijos. Aun

cuando varias de esas madres fueron a aumentar la lista de los desapare-

cidos, la Junta jam ás p ud o encon trar la respuesta a decua da a esa forma de

reconquista del espacio sim bó lico de exp resión callejera que suscita el res-peto y la simpatía de la opinión pública. F   u e n t e  :  CHAFFEE |1993).

“La asociación que hace Gurr entre protesta y violencia es re

duccionista y no carece de ambigüedades. Tomada en retrospectiva,

tam bién parece tener el autén tico m érito de obligar a pen sar sociológi

cam ente las condicion es en las que surge la violencia. H abrá q ue esp e

rar entonces a la descomposición de los izquierdismos y a los ‘años de

 p lom o’* para que la lite ra tu ra ref leje sobre la acción colectiva y con se

ried ad estas cu estio ne s” [Della Po rta, 1990; Som m ier, 1998],

* ( “ années de plom b” [sic]: Referido a los año s más duro s de la represión

de las dictaduras militares, como la chilena, desde 1973: Nota de la Tra

ductora).

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Sociología de los movimientos sociales 61

Why Metí Rebel?  también se ocupa del trabajo de movilización

 públic a. Este conlle va una d im ensión cognitiva y sim bólica. U n m o v imiento social exige un trabajo de producción discursiva de imputación

de responsabilidad, de inyección de sentido en las relaciones sociales

que se viven y de pro du cció n de símbo los y llam adas al ord en. Este tra

 bajo no es lo único que hace un g rupo m ovilizado. El “contro l social”

que puede ejercer el Estado no se limita solamente al uso de las fuerzas

 policiale s; tam bién pasa p o r un trabajo preventivo de leg itim ación de

las instituciones, del régimen y descalificación de las formas más vio

lentas de cuestionamiento. A falta de disipar siempre las tensiones, el

“control social” juega igualmente con lo simbólico y con los gestos que

marcan la preocupación por responder a ellas. El autor recuerda, por

ejemplo, el papel de la requisición de viviendas como un fuerte signo

de la autoridad que se ocupa de ese problema. Por eso no es sorpren

dente que G urr sea un o de los prim eros en introd uc ir los m edios de co

municación en el rango de objetos de la sociología de la movilización

 pública.

Pese a su densidad , el traba jo de G urr no deja de asem ejarse a una

 brillan te posdata de todos sus escritos sobre “los c om p o rtam ien to s co

lectivos”, m uy p ro n to enviados a un p urg ator io eru dito. Las razones de

esta m argin ació n se deben, en prim er lugar, a las fallas de la pro b lem á

tica. El concepto de frustración es difícil de objetivar porque proviene

de las creencias y las percepciones que s op orta n, en p arte, los datos m a

teriales, como el prestigio. De este modo, el análisis amenaza frecuen

temente con hacer la corte a un ejercicio tautológico consistente en

 p ro ba r la frustración m edian te el su rg im ien to de la m ovilización p ú

 blica que la existencia de u n a poderosa frustración explica (C f. D obry

[[1986], p.53-56)]. Por lo demás, si estas críticas no afectan en nada a

las ricas evoluciones relativas, a las condiciones sociales en que surgen

los movimientos sociales, éstos seguirán siendo un programa de inves

tigación con la form a de un com plejo sistem a de hipótesis sin verifica

ción em pírica sistem atizada con casos concretos. Pero, lo que desplaza

rá permanentemente los formatos de análisis hacia un marco prove

niente de la economía es sobre todo la llegada del modelo de Olson al

mercado teórico. Este nuevo marco analítico hará olvidar los méritos

del marco sociológico que desarrollaron Smelser o Gurr. Pero con él

 persistirá el inconvenien te de hacer que los in vestigadores se priven d u

rante veinte años de los recursos intelectuales que una reflexión sobre

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62 Las frustraciones y los cálculos

los aportes de la sicología podía ofrecer para la comprensión de lo que

se vive en la movilización pública.

Cuando el Hom o ceconom i cus   entra en acción

El economista Mancur Olson publica en 1966, The Logic of Co 

- llective Action   (La lógica de la acción colectiva). Con este libro, que se

inscribe en una lectura “económica” del conjunto de los comporta

mientos sociales, contribuirá al surgimiento de una verdadera ortodo

xia de la acción racional que pesará poderosamente en las ciencias sociales de Norteamérica y luego de Europa.

 La paradoja de Olson

El pu nto de partid a del análisis de Olson descansa en un a fecun

da parad oja. El sentido co m ún sugiere que la acción colectiva se des en

cadenará por sí sola desde el momento en que un conjunto de individuos pueda ver una ventaja en acudir a la movilización pública y que

tenga conciencia de ello. Ahora bien, la objeción de Olson consiste en

demostrar que un grupo con esas características puede perfectamente

no hacer nada. En efecto, es incorrecto imaginar que un grupo latente 

(individuos con intereses materiales comunes) sea una suerte de enti

dad dotada de voluntad colectiva, allí donde el análisis debe considerar

tam bié n la lógica de las estrategias ind ividuales. Y si la acción colectiva

se da po r hecho, al considerar al grupo com o el t i tular de u na v oluntad

única, las racionalidad es individ uales estorba n. U n ejem plo d e ello es el

movimiento antiñscal que ilustra el anexo siguiente. La movilización

 pública es ren ta ble, tan to m ás si es masiva. Pero esto olv id a el guión del

“polizón” (freerider ). Hay u na estrategia m ás rentable qu e la m oviliza

ción pública: mirar a los demás en las movilizaciones. El clásico caso

del no huelguista que se beneficia con el incremento de su remunera

ción lograda por la huelga, sin haber sufrido las retenciones salariales

consecutivas, es un ejemplo llevado a su extremo. Esta lógica hace im

 posib le cualquier m ovil izació n pública. Las racionalid ades in dividuales

 jun ta s de diez inquilinos en paro que acuden a una m ovil ización púb li

ca de otros para beneficiarse con ella, concluyen en la inacción y dejan

la presión fiscal en su punto máximo.

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Sociología de los movimientos sociales 63

Los rend im ientos de la mo vil ización pública 

y de la abstención

En una comuna, el impuesto a la vivienda se eleva a 5.000 francos

por persona. Diez inquilinos deciden movilizarsepúblicamente para que

baje. La hipótesis (arbitraria) es que este acto pueda situarlo hasta en 3.000

francos. La redu cción está en función de la cantidad de inqu ilinos en m o-

vilización: (diez logran una baja de 2.000 francos, nueve, de 1.800 francos,

ocho de 1.600 francos, etc.). La participación en la acción conlleva costos

(de creación de una asociación, de distribución de panfletos, del tiempodedicado a las reuniones y gestiones). Estos costos se fijan convencional-

mente en 500 franc os p or persona.

Número de par t ic ipantes en el movimiento ant i f iscal

1 ! 2 3 4 5 6 7 8 9 10

Ganancia teórica

por miembroCosto por

miembro

200 i 400

500 ! 500

600

500

800

500

1.000

500

1.200

500

1.400

500

1.600

500

1.800

500

2.000

500

Ganancia real

respecto de

los costos300 100Zona de pérdida

100 300 500 700 900 1.100 1.300 1.500

Ganancia deun "polizón" 200! 400 600 800 1.000 1.200 1.400 1.600 1.800

Esta paradoja parece desembocar en un punto muerto. El énfasis

sobre los efectos de las racionalidades individuales sugiere la improba

 b ilidad de la acción colectiva. Pero, la experiencia hace m anifiesta su

existencia. El modelo de Olson se enriquece entonces, con la noción de

incitación selectiva.  Existen técnicas que permiten acercar los compor

tam ien tos ind ividu ales a lo que sería, en lo abstracto, la racion alidad de

un grupo con una voluntad colectiva. Para ello basta con bajar los cos

tos de la participación en la acción o con aumentar los de la no parti

cipación. Las incentivos selectivos pueden ser prestaciones y ventajas

otorgadas a los miembros de la organización que convoca a manifes

tación. La  Am eric an M edical Associa tion  (Asociación Médica de los

EE.UU.) ofrece a sus afiliados médicos una formación continua, seguros, servicio jurídico y un a revista profesion al reconocida, todo lo cual

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64 Las frustraciones y los cálculos

hace rentable el pago de sus alícuotas. En cambio, un médico no afilia

do debe recurrir a seguros privados costosos y arriesga que sus colegasse cierren al contacto con él. Las incentivos selectivos también pueden

 presentarse com o restric ciones. El caso m ás cla ro es el llam ado sistem a

del closedshop,  que el sindicato del libro de la CGT o el de los estiba

dores han practicado durante mucho t iempo en Francia: la contrata

ción está con dicion ada po r la adhesión a la organ ización, lo que elim i

na a cualquier polizón. No tarem os de paso que la  Ley Wagner  de los Es

tados Unidos, generalizó este sistema entre 1936 y 1947, y que una re

flexión sobre este tema debe interrogarse a la vez sobre el estorbo a la

libertad que conlleva... y sobre sus efectos en la construcción de pode

rosos “socios soc iales” en las relacio nes laborales.

Un conjunto de trabajos empíricos vino a fortalecer los análisis

de Olson sobre el papel de estos incentivos selectivos. Gamson [1975]

 pudo dem ostrar, en base a un am plio abanico en los Estados U nid os,

que los interlocutores de una organización que ofrece incitaciones co

lectivas las reconocen en un 91% de los casos y tiene éxito en el 82%,con tra el 36% y el 40% pa ra las organ izaciones que n o tien en acceso a

ese recurso. En este mismo sentido se desarrolla un estudio de David

Knokke [1988], sobre el m un do asociativo de la aglom eración de M in

neapolis. Los afiliados a las asociaciones “menos políticas” (asociacio

nes dep ortivas, clubes de coleccionistas, etc.) sólo se dec laran disp ue s

tos en un 2% a seguir siendo m iem bros, si su asociación n o hiciera m ás

que un trabajo de grupo de presión: Un 70 % declara poder aceptaruna asociación prestataria pura, m ientras que u n 23% cond icionan su

adhesión a tom ar a su cargo esas dos funciones.

¿Cómo deshacerse de los polizones?

En un trabajo sobre las movilizaciones campesinas en la Bretaña

Francesa durante los añ os '60, Fanch Elegoét, pud o dem ostrar en qué con -sistían las estrategias sindicales de los productores de legumbres inter-

pretadas ampliamente como un sistema que clausuraba las posibil idades

de actuar como un pasajero clandestino, es decir, como un "polizón". La

organización de base del sindicato a nivel del "barrio" (hameau)  permite

un control mutuo, así como la identificación de los explotadores que rom-pen la solidaridad frente a los negociantes. La siembra centralizada de losretoños de las plantas de alcachofa (llamadas " d rageons " en francés) y lainmediata destrucción controlada de todos los drageons   sobrantes (como

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Sociología de los movimientos sociales 65

estrategia sindical para impedir que se vendan y planten en otras regionescuya producción compite con la de esa región), pone fin a la provisión de

plantas en zon as com petitivas de producción , a la vez que reduce a casi na -

da el costo de la participación individual de este bloqueo. Una circular del

líder sindical Gourvennec indica, a propósito de los que se resisten, que

éstos se expone n a " la e xpuls ión de los org an ism os recíprocos y coope ra-tivos, exclusión de las redes de ayuda mutua, exclusión en el barrio, (in-cluido el caso de un tropiezo en la granja), la designación del vendedor (sin

publicarlo, ni ponerlo en cartelera), o a señalar un hombre con el dedo enla calle y a veces con grandes letras escritas en su carga de legumbres"...,

sin olvidar las molestias de toda naturaleza: desinflarles los neumáticos(por la válvula), poner azúcar en la gasolina, mojar el Delco, etc." (p. 153).

Es justamente la construcción de las instituciones y disp osit iv os téc-nicos del mercado en la esfera obligatoria lo que puede interpretarse co-

mo la maquinaria "anti polizón", debido a la despersonalización de las

transacciones y al suscitar una transparencia y una publicidad de cualquierventa que cierre el espacio del mercado que haga imposibles las negocia-

ciones secretas o los tratamientos a favor, por lo que, los expendedores ylos m ayoristas dejan de solidarizarse con los camp esinos.

F u e n t e : ELE G O ÉT [1984]

 La “R A T ” y el endurecimiento del modelo

El mo delo que Olson construye tam bién recibe de su au tor algu

nas limitaciones explícitas. Se aplica a las movilizaciones que buscanobtener “bienes colectivos”, es decir, bienes que benefician al conjunto

de m iem bros de la colectividad en cuestión: u n retroceso de la po lución

del aire beneficia p o r definición a toda la pob lación. Pero O lson su b ra

ya ante todo la singularidad de los grupos pequeños. Algunos de ellos

 pueden corresponder a situaciones en las cuales u n m iem bro puede to

mar a su cargo todos los costos de la acción y, sin embargo, hallar ven

taja en ello. Más aún, en los grupos pequeños el sentimiento de pesaren las decisiones es más fuerte y movilizador. También hay presiones

sociales y mo rales m ás presentes y eficaces entre m iem bros de los g ru

 pos pequeños. F inalm ente, O lson subraya que su fo rm ato analítico co

rre el riesgo de “no aportar mayor cosa” al estudio de los grupos “filan

trópicos o religiosos que defienden los intereses de quienes no son

m iem bro s suyos” (p. 183-184). Se pu ede plan tear la pre gu nta si la aten

ción que presta este autor a los efectos sociales o afectivos en la diná

mica movilizadora propia de los grupos pequeños no mina la fuerte

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66 Las frustraciones y los cálculos

coherencia de su modelo. Los fenómenos vinculados con la sociabili

da d y las relaciones interp erson ales y afectivas se trad uc en difícilm enteal lenguaje del cálculo económico. Por lo demás, el embrollado trata

miento que Olson reserva para esta variable es significativo. Los ele

mentos “afectivos o ideológicos” pronto se eliminan por ser poco im

 p o rtan tes y p or ello, poco eficaces, (p. 34-35). En o tros casos, se consi

deran como incentivos selectivos secundarios (p. 84); por ejemplo, la

fidelidad al gru po juega en favor de la solidaridad. Finalm ente, cuand o

el peso empírico de estos datos afectivos e ideológicos crea hechos que

la teoría no puede digerir, se crea una “categoría escoba” (en el sentido

de que se encarga de “limp iar los restos” que no en tran en las otras ca

tegorías) para las acciones colectivas no racionales y se las asocia con

los elem en tos estrafalarios (los lunatic fringes del origin al inglés); y lue

go, para desembarazarse de ella, se la deja en las buenas manos de los

sicólogos (p. 185).

La prudencia inicial de Olson se verá gradualmente eliminada a

comienzos de los años ‘80 por el apogeo de una rational action theory (teoría de la acción racional) cuyos adeptos (llamados  R A T ’s,  en razón

de las siglas en inglés de esa teoría) pretenden aplicar el modelo del  H o -

mo economicus  a todos los hechos sociales con la gracia de una aplana

dora. Los economistas James Buchanan y Gary Becker ilustrarán este

enfoq ue sobre el po stulado e conó m ico (en el doble sentido) de un a po

sible interp reta ció n de todos los fenóm eno s, con la referencia de actores

racionales, pa ra quiene s la pa rticipac ión en la acción colectiva es un p u ro enfoque de cáculo del rendimiento de las energías y recursos inverti

dos en la acción. Sin em bargo , es posible m os trar a lgunas insuficiencias

internas  (aun qu e sin desarrollar po r el m om en to u na crítica de los fu n

damentos mismos de este modelo analítico de la acción colectiva).

Si los po tenciales pa rticipa n tes en la acción colectiva son calcula

dores racionales tentados por la posición del polizón, ¿por qué no iría

su sentido de la anticipación racional ha sta el p un to de anticipar las a n

ticipaciones parecidas de los demás? ¿Es disparatado postular que un

individu o en s i tuación de part icipar en un a mo vilización pue de ac tuar

como un jugador de cartas o de ajedrez y preguntarse lo que hará acto

seguido su contrincante? Este modelo de sofisticación del cálculo (que

no ignora la microeconom ía m oderna) podr ía em pujar hacia la movi

lización y hasta en grado excesivo dado el desastroso rendimiento de

una abstención generalizada. ¿Cómo no recalcar de paso que los ejem

 plos cifrados de los  R A T ’s y de la escuela del “individualismo m étod o-

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Sociología de los movimientos sociales 67

lógico” (la correspondiente a los diez inquilinos mencionados en un

anexo an terior) a me nu do son de un simplism o que los hace más dignos del estatus de los cantos infantiles que designan lúdicamente los

roles que de las demostraciones sociológicas?

Pierre Favre [1977] propuso en este campo cuadros de rendi

miento netamente dist intos de los imaginados por Boudon en su Pre

facio a la edición francesa de O lson; Favre presen ta hipótesis ni más ni

menos realistas que las de estos autores que toman en cuenta las eco

nom ías de escala de u na im p o rtan te m ovilización y los “efectos de um  bra l”. C on ello, presenta situ acio nes en las cuales la partic ipación acti

va se muestra más rentable  que la estrategia del polizón. Este contrae

 je m plo no in valida la tesis de O ls on, sin o que sugiere que la actitud del

 freerider   no es de ninguna manera la más rentable universalmente.

¿Cóm o hay que interp retar en térm inos de acción racional una parte de

los resultados, esta vez empíricos, de la mencionada investigación de

Knokke, que, en la categoría de las asociaciones “altamente políticas”(ecologismo, antiracismo .. .) , constata que sólo un 34% de los miem

 bros cond icionan su apoyo a que se les p roporc ione alg unos se rv icios,

m ientras qu e u n 35% seg uirían afiliados au nq ue no se les ofreciera ser

vicios ni hubiera un trabajo eficaz como grupo de presión? La lista de

los pu nto s débiles del m od elo de O lson pu ede am pliarse fácilmente. El

 postu lado de la acción racional reside en la idea de acciones orientadas

hacia la satisfacción de preferencias que fu nc ion an com o “cajas negras”cuyo m odelo teó rico no explica ni el origen ni la naturaleza. Al respec

to, uno de los méritos de los trabajos históricos de Tilly es señalar có

mo los efectos conjuntos del capitalismo, la dividión del trabajo y el

empeño de las lógicas burocráticas en el universo profesional pueden

crear efectivam ente actitudes y con dicion es a través de las cuales el  H o-

mo ceconomicus se vuelve em píricam ente observable.

 El buen uso del cálculo racional 

U na crítica razo nad a n o consiste en negar qu e el m odelo del cál

culo costos-beneficios pueda esclarecer los comportamientos durante

ciertas movilizaciones, y ante todo, las que tratan sobre reivindicacio

nes económ icas. Justamen te, lo que c om po rta la fecund idad de la im a

gen del  H omo ceconomicus es la co nn otac ión cínica que se le pued e asociar en fuerte contraste con las ingenuas y “encantadas” representacio

nes de cualquier militantismo movido por un puro desinterés. Olson

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68 Las frustraciones y los cálculos

formula su paradoja como un saludable desafío al análisis sociológico.

En el centro de la polém ica sitúa un auténtico d esagrado hacia los aná

lisis que prete nd en la simplicidad: la m ovilización colectiva ja m ás es al-

 go dado. Esta constatación obligará a toda una generación de investiga

dores a aceptar ese desafío para dar cuenta de las condiciones de desa

rrollo de los movimientos sociales. Reconocer el honor que le corres

 ponde a O lson no im pide para nada que se exijan m ás precis io nes so

 bre la “rac ionalid ad ” q ue él considera central en los com po rtam ien tos

y sobre sus con diciones de existencia ni q ue se inquier a sobre los lím i

tes de aplicación de este esquema. Durante un congreso de sociólogosestadounidenses en 1983, Joseph Gusfield había observado con ironía

que si el m ode lo de O lson a veces parecía ser irreal, esta falla incu m bía

a los individuos movilizados que no siempre habían leído  La Logique 

de Yaction collective.  ¿Se trata de u na fó rm ula provocadora? N o, si p re

tende sugerir la muy desigual interiorización de una disposición para

el cálculo económico según los medios y las épocas. No, si viene a re

cordar que la prob abilidad de trata r los problem as en térm inos del cálculo racional difiere según las circusntancias (no es lo mismo una per

sona que hace com pras o que asiste a una reun ión de una organización

católica de beneficencia o de la Liga contra el cáncer). No, si ayuda a

con jurar el riesgo de cua lquier análisis eru dito: el objetivismo, esto es, la

confusión entre modelos teóricos de explicación (incluso fecundos)

que el erudito elabora para dar cuenta de regularidades objetivas en los

co m po rtam iento s, y las m otivacio nes que los agentes sociales en acción

viven subjetivamen te d ura nte la huelga o la m anifestación. Un enfoque

así supone considerar el personaje del militante y del individuo que

 participa en una m ovil izació n desde o tra realidad socia l diferente a la

de una máquina de cálculo (Cf. capítulo VI).