Naturaleza, Jardín y Ciudad en el nuevo mundo.

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9 NATURALEZA, JARDIN Y CIUDAD EN EL NUEVO MUNDO NATURE, GARDEN AND CITY IN THE NEW WORLD MARÍA DOLORES MUÑOZ REBOLLEDO 1 Y JUAN LUIS ISAZA L. 2 RESUMEN El objetivo de este trabajo es destacar la importancia de los jardines públicos en el urbanismo colonial hispa- noamericano. Las alamedas, jardines botánicos y paseos arbolados fueron espacios cuyas dimensiones y valor como generadores de actividades, permitieron reforzar la estructura significante de la ciudad y crear nuevos lugares de intercambio que enriquecieron el trazado y la vida urbana. Otro objetivo es destacar la innovación urbanística que representaron los jardines coloniales porque las alamedas de las capitales virreinales fueron los primeros jardines públicos de occidente ya que su aparición se adelantó en varias décadas a los primeros jardines públicos europeos. En este trabajo se explica que la construcción de jardines coloniales fue impulsada por la variada y abun- dante vegetación del Nuevo Mundo o por la preexistencia de jardines precolombinos como el de Chapulte- pec, que sirvió de base en la construcción del más famoso jardín mexicano. Además, se analizan los jardines coloniales del siglo XVIII como respuesta a la nueva sensibilidad frente a la naturaleza, considerada por la Ilustración como un marco ambiental positivo para la vida urbana; esta idea, de amplia difusión, se refleja en la presencia de jardines en gran parte de las ciudades coloniales, desde las capitales hasta los núcleos de menor interés administrativo o económico; en Chile se construyeron alamedas y paseos en ciudades de diferente jerarquía. La cartografía histórica expresa la importancia alcanzada por los jardines ya que en las viñetas – además de la plaza mayor, edificios de gobierno, catedral e iglesias– se identifica a los jardines, denotando que formaban parte de los elementos más significativos y destacables de la ciudad colonial. PALABRAS CLAVES: Jardines históricos, Ciudad colonial, Historia urbana, Urbanismo iberoamericano. 1 Depto. de Diseño y Teoría de la Arquitectura, Facultad de Arquitectura, Construcción y Diseño, Universidad del Bío-Bío, Concepción Chile. E-mail: [email protected] 2 Arquitecto, Director de la Corporación La Candela- ria, Santafé de Bogotá, Colombia. 1. SIGNIFICADO E IMPORTANCIA CULTURAL DEL JARDIN En una primera lectura, los jardines, cuya vegetación parece obedecer la voluntad hu- mana, pueden ser considerados artificios que imitan a la naturaleza, pero en su significa- do más amplio representan la necesidad de descubrir y transmitir el orden del cosmos, simbolizan la búsqueda del Paraíso perdido o expresan la posibilidad de modelar las for- mas naturales para crear una nueva realidad sustentada por el arte. Tradicionalmente, los jardines han sido considerados imágenes comprensibles del mundo y los espacios más bellos que el hombre puede habitar porque se relacionan con el equilibrio entre natura- leza y cultura. En la América prehispánica, Netzahual- coyotl, el más famoso poeta precolombino y rey de la región del lago Texcoco, constru- Theoria, Vol. 10: 9-22, 2001 ISSN 0717-196X

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NATURALEZA, JARDIN Y CIUDAD EN EL NUEVO MUNDO

NATURE, GARDEN AND CITY IN THE NEW WORLD

MARÍA DOLORES MUÑOZ REBOLLEDO1 Y JUAN LUIS ISAZA L.2

RESUMEN

El objetivo de este trabajo es destacar la importancia de los jardines públicos en el urbanismo colonial hispa-noamericano. Las alamedas, jardines botánicos y paseos arbolados fueron espacios cuyas dimensiones y valorcomo generadores de actividades, permitieron reforzar la estructura significante de la ciudad y crear nuevoslugares de intercambio que enriquecieron el trazado y la vida urbana. Otro objetivo es destacar la innovaciónurbanística que representaron los jardines coloniales porque las alamedas de las capitales virreinales fueron losprimeros jardines públicos de occidente ya que su aparición se adelantó en varias décadas a los primerosjardines públicos europeos.

En este trabajo se explica que la construcción de jardines coloniales fue impulsada por la variada y abun-dante vegetación del Nuevo Mundo o por la preexistencia de jardines precolombinos como el de Chapulte-pec, que sirvió de base en la construcción del más famoso jardín mexicano. Además, se analizan los jardinescoloniales del siglo XVIII como respuesta a la nueva sensibilidad frente a la naturaleza, considerada por laIlustración como un marco ambiental positivo para la vida urbana; esta idea, de amplia difusión, se refleja enla presencia de jardines en gran parte de las ciudades coloniales, desde las capitales hasta los núcleos de menorinterés administrativo o económico; en Chile se construyeron alamedas y paseos en ciudades de diferentejerarquía. La cartografía histórica expresa la importancia alcanzada por los jardines ya que en las viñetas –además de la plaza mayor, edificios de gobierno, catedral e iglesias– se identifica a los jardines, denotando queformaban parte de los elementos más significativos y destacables de la ciudad colonial.

PALABRAS CLAVES: Jardines históricos, Ciudad colonial, Historia urbana, Urbanismo iberoamericano.

1Depto. de Diseño y Teoría de la Arquitectura, Facultadde Arquitectura, Construcción y Diseño, Universidad delBío-Bío, Concepción Chile. E-mail: [email protected]

2Arquitecto, Director de la Corporación La Candela-ria, Santafé de Bogotá, Colombia.

1. SIGNIFICADO E IMPORTANCIACULTURAL DEL JARDIN

En una primera lectura, los jardines, cuyavegetación parece obedecer la voluntad hu-mana, pueden ser considerados artificios queimitan a la naturaleza, pero en su significa-do más amplio representan la necesidad de

descubrir y transmitir el orden del cosmos,simbolizan la búsqueda del Paraíso perdidoo expresan la posibilidad de modelar las for-mas naturales para crear una nueva realidadsustentada por el arte. Tradicionalmente, losjardines han sido considerados imágenescomprensibles del mundo y los espacios másbellos que el hombre puede habitar porquese relacionan con el equilibrio entre natura-leza y cultura.

En la América prehispánica, Netzahual-coyotl, el más famoso poeta precolombinoy rey de la región del lago Texcoco, constru-

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yó un magnífico jardín dotado de un com-plejo sistema de irrigación que también abas-tecía de agua a Tenochtitlán, la ciudadcapital. El jardín de Chapultepec simboli-zaba el poder imperial y expresaba la capaci-dad técnica alcanzada por la cultura azteca;además, era una imagen dinámica del cos-mos en constante movimento y cambio yaque su enorme colección de animales y plan-tas se incrementaba constantemente connuevas especies que los mensajeros realestraían desde las selvas más lejanas para inte-grarlas al extraordinario conjunto.

Díaz del Castillo (1975) describe conadmiración el jardín imperial con sus huer-tos, casas de aves y de fieras, paseos, baños ycenadores donde se realizaban espectáculosde danza. Según el relato del soldado espa-ñol, que conoció al jardín en época deMoctezuma, decenas de hortelanos mante-nían los huertos medicinales y jardines consus estanques de agua dulce y gran cantidadde pajarillos que se criaban en los árboles.La casa de las aves contenía una enorme varie-dad de águilas, pájaros, papagayos, quetzalesy aves de largas patas que habitaban un enor-me estanque junto a muchas otras especies;cientos de indígenas se encargaban de alimen-tarlas, limpiar sus nidos y cuidar sus huevos.La casa de las fieras, también bajo el cuida-do de numerosas personas, albergaba lobos,zorros y otras alimañas; las serpientes y ví-boras se guardaban en tinajas de donde salíael característico silbido de las venenosas ser-pientes de cascabel que espantaba a los es-pañoles. Díaz del Castillo dice que las bestiasestaban allí para acompañar a los dioses másterribles y cuando bramaban las fieras y sil-baban las serpientes, el bullicio los aterrabapues parecía el infierno. El jardín de Cha-pultepec reunía a los seres más hermosos dela naturaleza junto a los más peligrosos omonstruosos; por esto, no sólo símbolizabael poder imperial sino que era una completasíntesis del universo azteca donde el mal y lafealdad convivían con la belleza.

Un jardín es la recompensa más trascen-dente que la humanidad cristiana puede al-canzar si logra llegar al Paraíso, el jardín delos bienaventurados. De modo análogo, lapromesa contenida en El Corán es un fértiljardín con ríos de agua cristalina, leche, vinoy miel; arómaticas fuentes de alcanfor o jen-gibre y abundantes frutos perfumados y sa-brosos. El mundo clásico también aspirabaa la naturaleza fecunda que, idealmente, seencontraba en el Jardín del Eliseo o en el Jar-dín de las Hespérides. Sin embargo, a pesarde su importancia y significado, hasta la pri-mera mitad del siglo XVII, los grandes jar-dines europeos eran espacios accesibles sóloa quienes tenían el poder de construir suParaíso privado.

2. APARICION DEL JARDINCOMO ESPACIO PUBLICO

En Europa, el primer paso hacia la creaciónde un jardín público se dio en París, en 1635,cuando se construyó el Jardín des Plantes oJardín Real para cultivar plantas medicina-les con fines experimentales y didácticos; estejardín dio origen a un modelo de espaciourbano que alcanzó amplia difusión. LasTullerías, tras las reformas efectuadas por LeNotre, se abrió al público transformándose,según Guidoni y Marino (1982a), en el pri-mer jardín urbano de cáracter lúdico. Si-guiendo el ejemplo francés, en otras ciudadeseuropeas se construyeron jardines públicoscomo expresión de la nueva sensibilidad frentea la naturaleza que, según el pensamientoilustrado dominante, proporcionaba un mar-co positivo para la vida humana. Esta idease relacionaba con los principios urbanísti-cos orientados a mejorar la belleza e higienede las ciudades y con los planteamientos deRousseau, quien ensalzaba la vida humanacuando transcurre en un ambiente natural.

Los primeros jardines públicos europeosderivan del cultivo de plantas medicinales y

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aromáticas en los huertos de conventos ypalacios medievales; esta tradición se actua-lizó con la aparición en Europa de especiesbotánicas procedentes de América. El deseode aclimatar, reproducir y utilizar las extrañasy novedosas variedades vegetales provenien-tes del Nuevo Mundo alentó el desarrollode la botánica y la incorporación de jardinescomo nuevos ámbitos para la vida urbana,tendencia que también se relacionaba conel anhelo de la nueva clase social, los ciuda-danos, por acceder a jardines que hasta esemomento estaban sólo al alcance de los gruposhistóricamente dominantes y, fundamental-mente, porque en los círculos intelectualesse consideraba a la naturaleza un escenarioadecuado para alentar el progreso individualy social (Guidoni y Marino, 1982b).

Las principales ciudades en la Europailustrada fueron dotadas de jardines públi-cos que se caracterizaban por la complejageometría de sus trazados. España no fueajena a este proceso; inmersa en una tradi-ción jardinera de origen árabe, también re-cibió influencias italianas y francesas desdeel Renacimiento. Con el advenimiento delos Borbones se introduce definitivamenteel gusto francés y la naturaleza en los espa-cios públicos, de los que existían preceden-tes como las cañadas medievales y alamedasconocidas desde el siglo XVI; esta tradiciónunida a los conceptos de higiene urbana yprogreso constituyen la más significativaexpresión de la ilustración hispana en rela-ción a las reformas de las ciudades.

3. LOS JARDINES EN LACIUDAD COLONIAL

El afán de enriquecer la trama urbana con laincorporación de naturaleza vegetal dispues-ta en complejos trazados tuvo un débil re-flejo en Hispanoamérica donde los jardinespúblicos no alcanzaron la complejidad es-pacial y formal de los diseños europeos. Una

excepción fue la red verde proyectada en laciudad cubana de Cienfuegos que consistíaen un extenso conjunto de jardines que atra-vesaban la trama en sentido longitudinal,cruzaban la plaza y remataban en un hemi-ciclo arbolado, en el sector poniente de laciudad, donde se integraban a un sistema depaseos arbolados que seguía el contorno dela bahía de Xagua.

Los jardines públicos del Nuevo Mundono se destacaron por la complejidad de sudiseño; por tanto, desde esta perspectiva, semantenían al margen de las corrientes euro-peas. La simplicidad fue un rasgo distintivode los jardines coloniales, quizás para dis-tinguirlos, en cuanto obra humana, de unanaturaleza exuberante y diversa que sólo eraposible confrontar con soluciones elemen-tales, similares a la trama simple y regularde la ciudad colonial. Los ejes de vegetacióny los jardines de trazado ortogonal reforza-ban la potencia ordenadora del plano endamero y fortalecían el carácter uniformadorde la ciudad cuya homogeneidad contrasta-ba con la diversidad del paisaje. El diseñode los jardines del Nuevo Mundo tambiénpuede considerarse una expresión de dominioante una naturaleza que se intentaba redu-cir, aunque fuera simbólicamente, diferen-ciando los espacios ordenados por la geometríacartesiana del espacio natural no urbaniza-do.

Una particularidad de los jardines delNuevo Mundo fueron sus grandes dimen-siones, proporcionales con la medida de lasplazas y otros espacios urbanos; inclusivealgunos huertos de conventos colonialesmexicanos como Desiertos de Los Leones yTenancingo, descritos por Toussaint (1983),tenían tamaños enormes. Los jardines deCienfuegos ocupaban un área de 225.000m2 aproximadamente, el jardín botánico deMéxico abarcaba un sitio de 315,786 varas2

(equivalentes a 454.780.622 m2) y el jardínbotánico de La Habana, según el plano deJosé María de la Torre que se conserva en el

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Archivo General de Indias, era un espaciode 78.300 varas2 (equivalentes a 54.710,46m2).

La construcción de jardines y huertascoloniales fue favorecida por la variada yabundante vegetación del Nuevo Mundo y,en algunos casos, por la preexistencia de jar-dines precolombinos como el de Chapulte-pec, construido en 1428 por Netzahualcoyotl.Junto a este jardín se levantó el palacio deChapultepec, obra ordenada por los virre-yes Matías y Bernardo de Gálvez como par-te del reacondicionamiento de los antiguosjardines aztecas. Los jardines públicos másrelevantes por su capacidad para fortalecerla imagen urbana de la ciudad colonial fue-ron los jardines botánicos, alamedas y pa-seos que, en algunos casos, por su dimensióny valor como lugar de encuentro cívico, lo-graron modificar el trazado original de lasciudades, generando nuevos lugares signifi-cativos de la trama.

Con la creación de las primeras universi-dades americanas en el siglo XVI comenzóel intercambio, entre América y Europa, deplantas, formas de cultivo y sistemas de irri-gación valorando el importante avance queen estos aspectos habían alcanzado las cul-turas inca y azteca. El interés por la flora delNuevo Mundo fue más evidente en el sigloXVIII y se expresa en una serie de expedi-ciones botánicas, cuya magnitud no es com-parable a ninguna otra empresa de caráctercientífico. En 1787 se aprobó la expediciónbotánica a Nueva España dirigida por MartínSessé y José Mariano Mociño para fomentarel estudio de la flora mexicana –especialmen-te plantas medicinales y tintóreas– e impul-sar la creación de la primera cátedra debotánica y un jardín botánico, cuyos planoselaboró Miguel Constanzó.

El jardín botánico de México compren-día un edificio para la clase de botánica, her-bario, gabinete y biblioteca. Sin embargo,Sessé estimó que faltaban invernaderos, casadel catedrático, almacén y bodega de semi-

llas; para suplir las faltas compró la casa delarquitecto mayor Ignacio Castera, recomen-dable por su ubicación y por estar inconclu-sa lo que, según indica Angulo (1939),permitía adecuarse al programa del jardín.Para financiar su proyecto Sessé ocupaba losbeneficios de corridas de toros en una plazaconstruida para tal efecto, procedimientoque no era extraño en la Nueva España delXVIII. A comienzos de 1790 se dictó unareal orden mandando que el jardín botáni-co se estableciese en el potrero de Atlampa,pero los terrenos eran pantanosos y se inun-daban con frecuencia; por esta razón, Cons-tanzó sugirió el traslado del jardín al Bosquede Chapultepec, argumentando que las di-versas alturas de su cerro permitirían el cul-tivo de distintas plantas y que éstas podríanexponerse en el palacio, sin afectar sus de-más usos. El Virrey Revillagigedo ofreció eljardín de Chapultepec, lugar de aclimataciónde plantas que los alumnos podían estudiar.En 1791, se remodeló parte del palacio don-de, hasta 1820, se dieron las clases de botá-nica.

La Habana después de ser recuperada porEspaña en 1772, tras una toma de diez me-ses por parte de los ingleses, fue beneficiadacon la ejecución de obras públicas para acen-tuar su valor en la conservación del imperiocolonial y contribuir a su desarrollo urbano;por tal razón, entre otras obras de adelanto,se crearon un jardín botánico y dos paseosarbolados. Según el plano de José María dela Torre, fechado en 1812, el jardín botáni-co estaba en los extramuros de La Habanaocupando un terreno vacío sobre el cual lue-go se proyectó un ensanche. Comprendíauna construcción con bibliotecas, salonespara demostraciones, habitación del jardi-nero y una plantación con fines didácticos,ordenada según el sistema de clasificaciónde Linneo, que terminaba en un estanquecircular con plantas acuáticas. El conjuntoincluía parterres con flores, un viñedo, dosedificios para habitación de los negros de do-

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tación, semilleros, plantaciones de frutales,huertos, una construcción de planta circu-lar con el techo y los muros cubiertos deplantas trepadoras, bosques de árboles sil-vestres y plantaciones para el mantenimien-to de los negros.

A lo largo del siglo XVIIl, debido al cre-cimiento demográfico, la emigración decampesinos a la ciudad y la incipiente pre-industrialización, se aceleró el proceso dedensificación de las ciudades coloniales loque impulsó la subdivisión del solar tradi-cional con el consiguiente aumento del índi-ce de construcción y pérdida de las zonasverdes existentes en los centros de las man-zanas. Según Gutiérrez (1983) se produceun doble proceso consistente en la disminu-ción o eliminación de áreas verdes privadasy la creación de zonas verdes públicas, comopaseos y jardines botánicos. Este procesoimitaba los cambios urbanísticos de Europa.

No todas las acciones urbanísticas delNuevo Mundo siguieron modas europeas;al contrario, la alameda de México se cons-truyó en 1592, fecha temprana que, segúnSolano (1987), la define como el primer par-que público de una ciudad ibérica. Tambiénes original respecto de otras regiones euro-peas porque aparece 58 años antes que elJardín des Plantes construido en 1635 y 74años antes de la transformación de LasTullerías en 1666, fecha en que este jardínse hizo público. Estos dos ejemplos france-ses se consideran precursores de los jardinespúblicos en occidente; no obstante, comose ha visto, el mérito corresponde a la Ala-meda de México. La Alameda de Lima esotro jardín público que precede a los ejem-plos franceses mencionados pues data del609, por tanto, se adelanta en 41 años alJardín des Plantes. México y Lima eran ca-pitales de los únicos virreinatos existenteshasta la segunda mitad del siglo XVIII, con-dición que les otorgaba una categoría excep-cional dentro de las ciudades coloniales. Porser sedes de los virreinatos convergían en ellas

personajes e ideas que crearon un activoambiente cultural, del cual pueden ser fru-to, estos jardines.

La Alameda de México fue obra de Luisde Velasco, Virrey de Nueva España entre 1590a 1595, quien se destacó por apoyar la in-dustria y las expediciones científicas. El co-mienzo de la Alameda fue díficil; inclusivefue preciso cercarla porque las personas lle-vaban animales a pastar, maltrataban los ár-boles y robaban la tierra. En 1770 se amplióocupando las plazuelas de Santa Isabel y SanDiego; en su nueva extensión, alcanzó laforma y el tamaño que conserva hasta hoy.La ampliación fue ordenada por Carlos deCroix, Virrey de Nueva España entre 1766y 1771, quien pasó a la historia por expulsara los jesuitas e introducir en México las co-midas y modas francesas, dentro de lo cualse inserta la transformación de la alameda.Los planes del Virrey de Croix fueron con-tinuados por Antonio María de Bucarelli yUrzúa, Virrey de Nueva España desde 1771a 1779, quien ordenó remodelar el trazadode la alameda, según un proyecto atribuidoa Alejandro Darcourt, capitán de Infanteríade Flandes. El nuevo trazado, como se apre-cia en la Figura 1, consta de calles diagonalesy cinco fuentes que ornamentaban la tramainscrita en un rectángulo. Los últimos virre-yes se ocuparon por forestar la alameda quea fines del XVIII tenía dos mil fresnos, ála-mos y sauces. La Emperatriz Carlota, ya enel siglo XIX, hizo otras reformas introdu-ciendo una rosaleda y pasto inglés para sus-tituir los arriates.

En Lima se construyeron varias alamedasempezando, a comienzos del siglo XVII, porla de Los Descalzos, la primera de Sudamérica,que estaba en el barrio de San Lázaro, al nortede Lima, junto al río Rímac. El Marqués deMontesclaros, Virrey del Perú entre l607 yl615, que, según Cabrera y Morán (1988),pasaba temporadas en San Lázaro, en 1609,propuso al Cabildo de Lima hacer una ala-meda en el camino hacia el convento de Los

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Figura 1. Vista de la ciudad de México desde un globo. Famosa litografía de C. Castro donde se apreciarectángulo con el trazado en diagonal que conformaba la Alameda colonial y su relación con el Paseo Nuevoo de Bucarelli.

Figura 2. Litografía de Ciudad de México con el Paseo de Bucarelli.

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Descalzos. La Alameda, trazada por Cristó-bal Gómez, tenía más de 500 m de longitudy ocho hileras de árboles que conformabansiete calles, con las centrales más anchas; enla calle del medio se colocaron tres fuentesde piedra que utilizaban agua del río. Se ter-minó en 1611 pero sólo dos años más tardeya presentaba muestras de abandono y en1615 debió ser reforestada porque los árbo-les se habían perdido por falta de cuidados.El Virrey Francisco de Borja y Aragón, Prín-cipe de Esquilache, que fue enjuiciado pordescuidar la alameda y condenado a pagaruna considerable suma de dinero para su res-tauración, en 1620 mandó a plantar saucespara reemplazar a los árboles casi secos. LaAlameda de Los Descalzos (Fig. 3) no tuvootras transformaciones hasta que el VirreyAmat y Junient remodeló el barrio de SanLázaro y su entorno con la creación, en 1775,de la Plaza de Toros de Acho.

La Alameda de Acho fue otro célebre pa-seo del barrio de San Lázaro; servía de accesoa la plaza de toros o de Acho, de la cual tomasu nombre. Se construyó en 1773 aprove-chando los terrenos dejados por los tajamaresdel río Rímac donde se trazaron tres callesde 316 varas de longitud, delimitadas porsauces; la central para carruajes y las latera-les para peatones. La Alameda de Acho, lla-mada Alameda Nueva para distinguirla dela Alameda de Los Descalzos –que se empe-zó a llamar Alameda Vieja– fue prolongadadesde la Plaza de Toros hasta los baños dePiedra Lisa, dos puntos de atracción que lahicieron popular. La Alameda de Acho fueobra del Virrey Amat y Junient, quien ade-más creó el Paseo de la Narbona o Paseo deAguas, construido junto a la plaza de torosde Acho. La Alameda de Las Cabezas tam-bién fue construida en el barrio de San Lázaropor mandato del Virrey Marqués de Villagarcía.Estaba paralela al río Rímac aprovechandoun terreno libre frente al matadero de reses yse extendía desde las cercanías del Puente dePiedra hasta la antigua calle de Camaroneros,

que conducía hasta la iglesia de Las Cabe-zas.

Los jardines públicos del Nuevo Mundotambién comprendían paseos y avenidas ar-boladas que fueron casi contemporáneas aobras similares realizadas en España. A modode ejemplo se puede señalar que el Paseo oSalón del Prado de Madrid se construyóentre 1775 y 1782 y el Paseo de las Aguasde Lima se concluyó en 1776, el Paseo Nue-vo de La Habana es anterior a 1776 puesfue obra del Marqués de la Torre –quien go-bernó entre 1771 y 1776– y el Paseo deBucarelli en México se inauguró en 1778.Los paseos, que fueron los jardines más uti-lizados en los proyectos urbanos del sigloXVIII, cumplían diferentes funciones, puesservían para reforzar el trazado, acentuar es-pacios y edificios singulares, rematar los ejesprincipales, definir los límites urbanos y pro-longar a la ciudad por el territorio rural.

Con el crecimiento de México, la alame-da fue insuficiente como jardín público, loque impulsó al Virrey Bucarelli a disponer,en 1778, la ejecución de un paseo al occi-dente de la ciudad conocido como PaseoNuevo o de Bucarelli, que alcanzó una lon-gitud de 1.181 varas (987,20 m). Tenía cua-tro hileras de árboles que generaban trescarriles: los laterales para peatones y el cen-tral para coches y jinetes. El Paseo (Fig. 2),por estar en una zona pantanosa, no fue muyconcurrido a pesar de las obras de los Virre-yes Bernardo de Gálvez y José de Azanza,quien lo prolongó en un tramo que se co-noció como Paseo de Azanza o Calzada deLa Piedad.

Diferente era el caso del Paseo de La Viga,construido en 1790 por el Virrey Revillagi-gedo, que llegó a ser uno de los más célebresjardines mexicanos. Se iniciaba cerca de laparroquia de San Pablo y recorría 1.848 mhasta llegar a la Ermita de La Viga, de don-de tomó su nombre. Era paralelo a la AcequíaReal, uno de los canales que llegaba a la ciu-dad por donde pasaban embarcaciones ador-

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Figura 3. La Alameda de Los Descalzos en Lima.

Figura 4. Plano de Nueva Guatemala de la Asunción proyectado por Luis Diez Navarro.

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nadas con flores que armonizaban con loscampesinos cargados de flores que circula-ban por su calzada. Esta característica dabaun aspecto especial al paseo, un lugar favo-rito de la aristocracia, especialmente en pri-mavera. El Paseo de La Viga ya no existe yse sabe de él sólo por descripciones en rela-tos y novelas costumbristas.

En La Habana, ante la falta de lugares deesparcimiento, el Virrey Marqués de la To-rre ideó dos paseos. El primero, llamadoAlameda de Paula, transcurría a lo largo dela bahía y servía de antesala al Coliseo, pri-mer teatro habanero y balcón para contem-plar el mar. El segundo fue el Paseo Nuevodel Gobernador o de Extramuros, más tar-de conocido como Paseo del Prado, estabajunto al Jardín Botánico a unos 200 m de lamuralla de la ciudad y se extendía más deun kilómetro desde la Puerta de la Tierrahasta el Fuerte de La Punta. Su trazado erauna derivación del modelo de los primerosboulevards arbolados de París. Los gobernan-tes coloniales, en el siglo XVIII, se preocu-paron por convertir sus sedes de gobiernoen lugares que mostrasen el poder del impe-rio español, procurando que las ciudadesamericanas tuviesen la comodidad e higienede las ciudades europeas. Las reformas ad-ministrativas y los cambios en la políticacomercial aceleraron el desarrollo económi-co, lo que permitió reformar ciudades e in-corporar las ideas urbanísticas en boga.Aunque varios proyectos no se realizaron ose hicieron en forma parcial, reflejan la bús-queda de soluciones ideales.

Los ejes arbolados introducían a la natu-raleza geometrizada en proyectos de ensan-ches y nuevas fundaciones; un ejemplo es elproyecto de Manuel Agustín Mascaró paraVeracruz, cuyo ensanche fue delimitado conplazas circulares y paseos arboladas que pro-longaban las calles principales hacia el terri-torio circundante. Otro famoso proyecto conpaseos arbolados es el de Nueva Guatemalade la Asunción, obra del ingeniero militar

Luis Diez Navarro, donde la cuadrícula fuedelimitada por el Paseo de Circunvalaciónque tenía cuatro hemiciclos coincidiendocon los puntos cardinales y las calles tangen-ciales a la plaza principal (Fig. 4). En Daxa-bon, un pequeño núcleo fundado en la fronteracon las colonias francesas de La Española,también se incorporó una doble hilera deárboles para reforzar la trama de calles. Esteejemplo muestra que la preocupación porincluir la naturaleza en el trazado de la ciu-dad era una idea que se aplicaba en las capi-tales virreinales y otras ciudades jerárquicas,pero también en poblaciones pequeñas yperiféricas.

4. LOS JARDINES PUBLICOS EN LACIUDAD COLONIAL CHILENA

En Chile, la situación se repite porque lascañadas, alamedas y paseos se encuentrantanto en Santiago y otros núcleos de mayorjerarquía como en asentamientos menores.Santiago, San Felipe el Real, San Fernando,Santa Rosa de Los Andes, San Rafael de lasRozas (Illapel), San José de Buenavista(Curicó), San José de Floridablanca (Parral),La Serena y Santa Bárbara de la Reina deCasablanca tuvieron cañadas que tambiénsirvieron de paseos.

El paseo chileno más antiguo fue el Paseode la Cañada, llamado más tarde Paseo deLas Delicias y conocido en el período repu-blicano como Alameda. El primer nombrese debía a su ubicación junto a la Acequíade Nuestra Señora del Socorro ya que lascañadas se vinculaban a la existencia de bra-zos de ríos, que con el tiempo, al encauzarse,dejaban libre superficie del lecho que erautilizada como espacio de uso público, es-pecialmente paseo. En las primeras décadascoloniales La Cañada era uno de los princi-pales ejes en sentido oriente-poniente deSantiago; servía como referencia del límitesur de la ciudad y del cambio en la ocupa-

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ción social del espacio ya que los terrenos desu costado sur, por tanto, opuestos a la ciu-dad, eran ocupados con arrabales que se con-fundían con las zonas de viñas y huertos.

La Cañada se abría en una amplia vistahacia la cordillera y estaba flanqueda porvarios conventos cuyas altas torres eran hi-tos en el paisaje, como se aprecia en los di-bujos de la ciudad colonial. Algunos de estosconventos eran de gran importancia comoocurría con el convento de San Franciscoque, según Armando de Ramón (2000), fueel más extenso del Santiago colonial, o el deSan Juan de Dios, que tenía un conocidohospital. En 1762 el Presidente Félix deBerroeta mandó a plantar sauces y otros ár-boles a lo largo de las tres calles que recorríaLa Cañada (Guarda, 1978) con lo cual latransformó, definitivamente, en paseo (Fig.5). En el gobierno de Ambrosio O’Higginsvolvió a ser remodelada, pero su cambio másradical corresponde al período republicanoy fue obra de Bernardo O’Higgins.

En el plano de Santiago de Amadeo Frezier,fechado en 1713, se distingue La Cañada ylas diferentes acequías que desde el ríoMapocho se dirigen, rodeando el cerro San-ta Lucía, hasta el eje de La Cañada. En elplano (Fig. 6) se aprecia la condición deborde del paseo que definía el límite sur delnúcleo urbano. El paseo se extendía, en sulongitud mayor, desde el cerro Santa Lucíahasta las zonas de huertas ubicadas al costa-do poniente de la ciudad, con un total dequince cuadras, divididas en tres tramos. Lasplantaciones de árboles se ordenaban en dosde estos tres tramos, el primero pasaba porel Noviciado de los Jesuitas y recorría cuatrocuadras; el otro segmento arbolado, que se-gún Freziér tenía tres cuadras de longitud,se desarrollaba entre el hospital San Juan deDios y el convento de los Carmelitas.

En el plano de Santiago incorporado a lasegunda edición de la obra de Molina seaprecia cómo el paseo de La Cañada dividíaa la ciudad en dos áreas. La más antigua, al

norte del paseo, es una trama cuadricular quesólo se deforma al encontrarse con el cerroSanta Lucía y el río Mapocho. La segundazona, al lado sur del paseo, corresponde a laexpansión de la ciudad resuelta en un traza-do ortogonal que se rompe por la presenciade viñas y huertas. El paseo presentaba unaleve curvatura hacia su extremo oriente loque debe haber generado una interesanteperspectiva del mismo. En Santiago, ademásde La Cañada, existieron el Paseo del Mar-qués de Obando de 1745, la Alameda deSan Pablo de 1775 y el Paseo del Tajamar,construido en 1792, que suplantó a La Ca-ñada o Alameda de las Delicias como prin-cipal paseo público de la ciudad.

El Tajamar, cuyo nombre deriva de losmalecones y diques construidos para resistirlas crecidas del río Mapocho, inicia su his-toria de paseo cuando el Marqués de Obandoplantó el lugar de numerosos árboles; mástarde el Corregidor Zañartu construyó en elsitio una plaza de toros que fue destruida en1783 por una de las mayores crecidas delMapocho. El río se desbordó por calles yplazas causando enormes daños a la pobla-ción y construcciones, entre las cuales esta-ba el Puente Nuevo, considerado una de lasmás hermosas obras públicas de la capital.Leandro Badarán fue encargado para dise-ñar nuevas defensas, las que representó enun plano que también incluyó una detalla-da descripción del área central de Santiago.Joaquín Toesca, el célebre arquitecto autorde la Casa de Moneda, en 1791 asumió ladirección de los trabajos incorporando a losmuros defensivos, diques y puentes diseña-dos por Leandro Badarán y Pedro Rico otroselementos como calzadas y un obelisco hastaconfigurar una de las más importantes obrasde ingeniería en la América colonial. LosTajamares del Mapocho, una construcciónnotable por su belleza y funcionalidad, nosólo era una eficiente defensa fluvial sino quellegó a ser el más famoso y concurrido paseode Santiago. Recogido en la obra de Carlos

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Figura 5. El paseo de La Cañada. Litografía de Lehnert, basada en un dibujo de Van der Burch que formaparte del Atlas de Claude Gay.

Figura 6. Copia del plano de la ciudad de Santiago de Amadeo Freziér.

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Wood (Fig. 7) Fernando Brambilla (Fig. 8),también fue elogiado por diversos autoresquienes lo describieron, junto con la Cate-dral, el Cabildo y la Casa de Moneda, comouno de los monumentos más importantesde la ciudad.

Las referencias gráficas de la arborizaciónen los paseos y alamedas son escasas y casisimbólicas, generalmente sólo se representa

una hilera de árboles en medio del espaciodestinado a paseo; pero, por su importanciacomo referencia urbana, La Cañada o Ala-meda de Santiago fue citada en todos losplanos de Santiago, incluso los más esque-máticos, como el de Antonio Lozada, fecha-do entre 1755 y 1761, que representa elLlano de Maipo donde las únicas referen-cias de Santiago son el río Mapocho, el ce-rro Santa Lucía y La Cañada.

Figura 7. Paseo del Tajamar. Oleo de Carlos Wood. Siglo XIX (Museo Histórico Nacional de Santiago).

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5. CONCLUSIONES

Los jardines coloniales constituyen un temaapasionante y escasamente estudiado a pe-sar de su importancia cultural y urbanísti-ca. Las alamedas y paseos no sólo cumplíanfunciones de intercambio social o introdu-cían un nuevo componente estético que for-talecía la imagen de las ciudades; tambiénservían para enfatizar o definir los ejes fun-damentales del trazado, reforzar los límitesurbanos, integrar a la ciudad con su entor-no natural y generar espacios singulares. Porotra parte, los jardines expresan la adapta-ción de la ciudad a las nuevas ideas filosófi-cas relacionadas con la creciente curiosidadcientífica por la naturaleza vegetal. Es nece-sario rescatar la importancia estructuradora

del jardín público y la estrecha relación dela vida urbana con el paisaje. En Chile, lanaturaleza ordenada era un elemento funda-mental de la ciudad por su capacidad paraenfatizar tensiones dentro del trazado urba-no y definir los espacios de encuentro social.

La importancia otorgada a los jardines serefleja en la cartografía histórica, donde losespacios públicos ajardinados o arboladosadquieren singular importancia dentro de laconciencia colectiva; es así como en las cartelaso viñetas de planos de ciudades las alamedaso paseos figuran junto a la plaza mayor, losedificios de gobierno, la catedral y las igle-sias de las distintas órdenes, denotando queforman parte de los elementos más signifi-cativos y destacables de la ciudad.

Figura 8. Vista de Santiago con los tajamares del Mapocho. Aguada de Fernando Brambilla

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