N48

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Número 48

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contenidos

02 Santoral03 Extracto de la Familiaris Con-sortio (10ma Parte)08 Mensaje Navideño de nuestro Arzobispo10 Transmitir la Fe a los hijos 15 Homilía del Papa Francisco en la Misa de Navidad16 La celebración de la Navidad en Bagdad18 Mucho alboroto cínico20 Avisos Publicitarios

Revista Católica

Nº 48, Dic de 2015, Año 6

rescatandoalafamilia.blogspot.com [email protected]

Directora:

Rosa María Valencia Z.

Editor:

Santino Bruguera

Colaboradores:

Oficina de Comunicaciones del Arzobispado

Ing. Edwin Heredia R.

Santos InocentesTodavía no hablan, y ya confiesan a Cristo. Todavía

no pueden entablar batalla valiéndose de sus pro-pios miembros, y ya consiguen la palma de la vic-toria”, dijo una vez San Quodvultdeus al exhortar

a los fieles sobre los Santos Inocentes, los niños que murieron por Cristo y cuya fiesta se celebra el 28

de diciembre.

De acuerdo al relato de San Mateo, el rey Herodes mandó a matar en Belén y sus alrededores a los ni-ños menores de dos años, al verse burlado por los Reyes Magos, quienes regresaron a sus países por otra ruta para no revelarle dónde estaba el Mesías.

En el siglo IV se instituyó esta fiesta para venerar a estos niños que murieron como mártires. La tradi-ción oriental los recuerda el 29 de diciembre, mien-

tras que la latina, el 28.

Posteriormente, San Quodvultdeus, Padre de la Igle-sia del Siglo V y Obispo de Cartago (norte de África),

dio un sermón sobre este lamentable hecho.

“¿Qué temes, Herodes, al oír que ha nacido un Rey? Él no ha venido para expulsarte a ti, sino para ven-

cer al Maligno. Pero tú no entiendes estas cosas, y por ello te turbas y te ensañas, y, para que no escape

el que buscas, te muestras cruel, dando muerte a tantos niños”, expresó.

Más adelante el Santo le señala al rey asesino: “Ma-tas el cuerpo de los niños, porque el temor te ha

matado a ti el corazón. Crees que, si consigues tu propósito, podrás vivir mucho tiempo, cuando preci-

samente quieres matar a la misma Vida”.

“Los niños, sin saberlo, mueren por Cristo; los padres hacen duelo por los mártires que mueren.

Cristo ha hecho dignos testigos suyos a los que toda-vía no podían hablar”, enfatizó San Quodvultdeus.

LA PASTORAL FAMILIAR EN LOS CASOS DIFÍCILES

Circunstancias particulares

Es necesario un empeño pastoral todavía más gene-roso, inteligente y prudente, a ejemplo del Buen Pastor, hacia aquellas familias que —a menudo e independien-temente de la propia volun-tad, o apremiados por otras exigencias de distinta natu-raleza— tienen que afrontar situaciones objetivamente difíciles.

A este respecto hay que lla-mar especialmente la aten-ción sobre algunas catego-rías particulares de personas, que tienen mayor necesidad no sólo de asistencia, sino de una acción más incisiva ante la opinión pública y so-bre todo ante las estructuras culturales, profundas de sus dificultades.

Estas son, por ejemplo, las familias de los emigrantes por motivos laborales; las familias de cuantos están obligados a largas ausencias, como los militares, los nave-gantes, los viajeros de cual-quier tipo; las familias de los presos, de los prófugos y de los exiliados; las familias que en las grandes ciudades vi-ven prácticamente margina-das; las que no tienen casa; las incompletas o con uno solo de los padres; las fami-

lias con hijos minusválidos o drogados; las familias de alcoholizados; las desarrai-gadas de su ambiente cultu-ral y social o en peligro de perderlo; las discriminadas por motivos políticos o por otras razones; las familias ideológicamente divididas; las que no consiguen tener fácilmente un contacto con la parroquia; las que sufren violencia o tratos injustos a causa de la propia fe; las for-madas por esposos menores de edad; los ancianos, obliga-

dos no raramente a vivir en soledad o sin adecuados me-dios de subsistencia.

Las familias de emigrantes, especialmente tratándose de obreros y campesinos, deben tener la posibilidad de en-contrar siempre en la Iglesia su patria. Esta es una tarea connatural a la Iglesia, dado que es signo de unidad en la diversidad. En cuanto sea posible estén asistidos por sacerdotes de su mismo rito, cultura e idioma. Correspon-

EXTRACTO DE LA FAMILIARIS CONSORTIO (10ma parte)

Exhortación Apostólica de San Juan Pablo II

de igualmente a la Iglesia hacer una llamada a la con-ciencia pública y a cuantos tienen autoridad en la vida social, económica y política, para que los obreros encuen-tren trabajo en su propia re-gión y patria, sean retribui-dos con un justo salario, las familias vuelvan a reunirse lo antes posible, sea tenida en consideración su identi-dad cultural, sean tratadas igual que las otras, y a sus hijos se les dé la oportunidad de la formación profesional y del ejercicio de la profesión, así como de la posesión de la tierra necesaria para trabajar y vivir.

Un problema difícil es el de las familias ideológicamente divididas. En estos casos se requiere una particular aten-ción pastoral. Sobre todo hay

que mantener con discreción un contacto personal con estas familias. Los creyen-tes deben ser fortalecidos en la fe y sostenidos en la vida cristiana.

Aunque la parte fiel al cato-licismo no puede ceder, no obstante, hay que mantener siempre vivo el diálogo con la otra parte. Deben multipli-carse las manifestaciones de amor y respeto, con la viva esperanza de mantener firme la unidad. Mucho depende también de las relaciones en-tre padres e hijos. Las ideolo-gías extrañas a la fe pueden estimular a los miembros creyentes de la familia a cre-cer en la fe y en el testimonio de amor.

Otros momentos difíciles en los que la familia tiene nece-

sidad de la ayuda de la comu-nidad eclesial y de sus pasto-res pueden ser: la adolescen-cia inquieta, contestadora y a veces problematizada de los hijos; su matrimonio que les separa de la familia de ori-gen; la incomprensión o la falta de amor por parte de las personas más queridas; el abandono por parte del cón-yuge o su pérdida, que abre la dolorosa experiencia de la viudez, de la muerte de un familiar, que mutila y trans-forma en profundidad el nú-cleo original de la familia.

Igualmente no puede ser descuidado por la Iglesia el período de la ancianidad, con todos sus contenidos po-sitivos y negativos: la posi-ble profundización del amor conyugal cada vez más pu-rificado y ennoblecido por

una larga e ininterrumpida fidelidad; la disponibilidad a poner en favor de los demás, de forma nueva, la bondad y la cordura acumulada y las energías que quedan; la dura soledad, a menudo más psi-cológica y afectiva que física, por el eventual abandono o por una insuficiente atención por parte de los hijos y de los parientes; el sufrimiento a causa de enfermedad, por el progresivo decaimiento de las fuerzas, por la humilla-ción de tener que depender de otros, por la amargura de sentirse como un peso para los suyos, por el acercarse de los últimos momentos de la vida.

Son éstas las ocasiones en las

que —como han sugerido los Padres Sinodales— más fácil-mente se pueden hacer com-prender y vivir los aspectos elevados de la espiritualidad matrimonial y familiar, que se inspiran en el valor de la cruz y resurrección de Cris-to, fuente de santificación y de profunda alegría en la vida diaria, en la perspectiva de las grandes realidades es-catológicas de la vita eterna.

En estas diversas situaciones no se descuide jamás la ora-ción, fuente de luz y de fuer-za, y alimento de la esperan-za cristiana.

Matrimonios mixtos

El número creciente de ma-

trimonios entre católicos y otros bautizados requiere también una peculiar aten-ción pastoral a la luz de las orientaciones y normas con-tenidas en los recientes do-cumentos de la Santa Sede y en los elaborados por las Conferencias Episcopales, para facilitar su aplicación concreta en las diversas si-tuaciones.

Las parejas que viven en ma-trimonio mixto presentan peculiares exigencias que pueden reducirse a tres apar-tados principales.

Hay que considerar ante todo las obligaciones de la parte católica que derivan de la fe, en lo concerniente

al libre ejercicio de la misma y a la consecuente obliga-ción de procurar, según las propias posibilidades, bauti-zar y educar los hijos en la fe católica.

Hay que tener presentes las particulares dificultades in-herentes a las relaciones en-tre marido y mujer, en lo re-ferente al respeto de la liber-tad religiosa; ésta puede ser violada tanto por presiones indebidas para lograr el cam-bio de las convicciones reli-giosas de la otra parte, como por impedimentos puestos a la manifestación libre de las mismas en la práctica reli-giosa.

En lo referente a la forma li-túrgica y canónica del matri-

monio, los Ordinarios pue-den hacer uso ampliamente de sus facultades por varios motivos.

Al tratar de estas exigencias especiales hay que poner atención en estos puntos:

- En la preparación concreta a este tipo de matrimonio, debe realizarse todo esfuerzo razonable para hacer com-prender la doctrina católica sobre las cualidades y exi-gencias del matrimonio, así como para asegurarse de que en el futuro no se verifiquen las presiones y los obstácu-los, de los que antes se ha hablado.

- Es de suma importancia que, con el apoyo de la co-

munidad, la parte católi-ca sea fortalecida en su fe y ayudada positivamente a madurar en la compren-sión y en la práctica de la misma, de manera que lle-gue a ser verdadero testigo creíble dentro de la familia, a través de la vida misma y de la calidad del amor de-mostrado al otro cónyuge y a los hijos.

Los matrimonios entre cató-licos y otros bautizados pre-sentan aun en su particular fisonomía numerosos ele-mentos que es necesario va-lorar y desarrollar, tanto por su valor intrínseco, como por la aportación que pueden dar al movimiento ecuménico. Esto es verdad sobre todo cuando los dos cónyuges son

fieles a sus deberes religio-sos.

El bautismo común y el di-namismo de la gracia procu-ran a los esposos, en estos matrimonios, la base y las motivaciones para compar-tir su unidad en la esfera de los valores morales y espiri-tuales.

A tal fin, aun para poner en evidencia la importancia ecuménica de este matrimo-nio mixto, vivido plenamente en la fe por los dos cónyuges cristianos, se debe buscar —aunque esto no sea siempre fácil— una colaboración cor-dial entre el ministro católi-co y el no católico, desde el tiempo de la preparación al

matrimonio y a la boda.

Respecto a la participación del cónyuge no católico en la comunión eucarística, obsér-vense las normas impartidas por el Secretariado para la Unión de los Cristianos.

En varias partes del mundo se asiste hoy al aumento del nú-mero de matrimonios entre católicos y no bautizados. En muchos de ellos, el cónyuge no bautizado profesa otra re-ligión, y sus convicciones de-ben ser tratadas con respeto, de acuerdo con los principios de la Declaración Nostra ae-tate del Concilio Ecuménico Vaticano II sobre las rela-ciones con las religiones no cristianas; en no pocos otros

casos, especialmente en las sociedades secularizadas, la persona no bautizada no profesa religión alguna. Para estos matrimonios es nece-sario que las Conferencias Episcopales y cada uno de los obispos tomen adecuadas medidas pastorales, encami-nadas a garantizar la defensa de la fe del cónyuge católico y la tutela del libre ejercicio de la misma, sobre todo en lo que se refiere al deber de ha-cer todo lo posible para que los hijos sean bautizados y educados católicamente. El cónyuge católico debe ade-más ser ayudado con todos los medios en su obligación de dar, dentro de la familia, un testimonio genuino de fe y vida católica. n

Navidad:

Fiesta de Misericordia

“Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado, y la so-beranía reposará sobre sus hombros”. Con estas pala-bras, el profeta Isaías anun-ció, con varios siglos de anticipación, la llegada del Mesías, el nacimiento del Hijo de Dios que celebramos en cada Navidad. Dios mis-mo, la segunda persona de la Santísima Trinidad, se ha hecho hombre y ha venido al mundo para librarnos de la esclavitud del pecado y de la muerte eterna.

Como dijo el Papa Francis-co en la Misa de Navidad del año pasado: “La presen-cia del Señor en medio de su pueblo libera del peso de la derrota y de la tristeza de la esclavitud, e instaura el gozo y la alegría”. La celebración de la Navidad produce gozo y alegría en quien abre su corazón a este Niño Dios que no viene a arrebatarnos nada, como temía Herodes que le quitara su reino, sino que viene a hacernos partí-cipes de su reinado y su so-beranía.

Para muchas personas la ce-lebración de la Navidad se queda en el plano afectivo. Es cierto y es bonito que,

por lo general, la Navidad está vinculada a la familia. Es una fiesta familiar y nos sirve para estrechar los vín-culos que nos unen con las personas que más queremos, para expresarles nuestro ca-riño. Es cierto y bonito tam-bién que la contemplación de un niño recién nacido nos mueve a la ternura y el afec-to. Todo eso está muy bien, pero no sería suficiente que-darnos sólo en la dimensión afectiva, sentimental, que muchas veces es incluso su-perficial.

La Navidad es mucho más que eso. Marca la llegada de la plenitud de los tiempos y nos hace presente la pacien-cia y la misericordia de Dios para con nosotros. Como también dijo el Papa, la Na-vidad “nos revela que Dios es Padre y que su paciente fidelidad es más fuerte que las tinieblas y que la corrup-ción”. Al hacerse hombre, Dios nos da una prueba irre-futable de su amor incon-dicional para con nosotros. Él asume nuestra fragilidad, nuestros sufrimientos y an-gustias, nuestros anhelos y esperanzas. Dios viene para hacerse uno con nosotros. Asume nuestra naturaleza

humana para hacernos par-tícipes de su naturaleza divi-na.

Celebramos esta Navidad en el marco del Jubileo Ex-traordinario de la Misericor-dia al que nos ha convocado el Papa; y así como en cada diócesis del mundo Dios ha abierto para nosotros la Puerta de la Misericordia, Él nos invita a abrir de par en par la puerta de nuestro co-razón a Cristo y a dejarnos amar gratuitamente por Él. Sólo en la medida en que nos acojamos a la misericordia de Dios y la experimente-mos en nuestra propia vida, podremos también nosotros ser misericordiosos con los demás. “Misericordiosos como el Padre” es el lema que el Papa nos ha propues-to para el Año Santo que es-tamos comenzando.

Pidámosle a la Virgen María y a San José que, así como ellos acogieron a Jesús y de ese modo lo introdujeron en el mundo, también no-sotros lo acojamos en esta Navidad y lo introduzcamos, con nuestra propia vida, en los ambientes en los que vi-vimos, haciéndolo presente con nuestras obras de mi-sericordia especialmente a aquellos que más sufren en el cuerpo o en el espíritu.

¡Feliz Navidad para todos!

En la propia familia se forja el carácter, la personalidad, las costumbres... y tam-bién se aprende a tratar a Dios. Una tarea que cada día resulta más necesaria

Escribe: A. Aguiló Transmitir la fe

Cada hijo es una muestra de confianza de Dios con los padres, que les

encomienda el cuidado y la guía de una criatura llamada a la fe-licidad eterna. La fe es el mejor legado que se les puede trans-mitir; más aún: es lo único ver-daderamente importante, pues es lo que da sentido último a la existencia. Dios, por lo demás, nunca encarga una misión sin dar los medios imprescindibles para llevarla a cabo; y así, nin-guna comunidad humana está tan bien dotada como la familia para facilitar que la fe arraigue en los corazones.

El testimonio personal

La educación de la fe no es una mera enseñanza, sino la trans-misión de un mensaje de vida. Aunque la palabra de Dios es eficaz en sí misma, para di-fundirla el Señor ha querido servirse del testimonio y de la mediación de los hombres: el Evangelio resulta convincente cuando se ve encarnado.

Esto vale de manera particular cuando nos referimos a los ni-ños, que distinguen con dificul-tad entre lo que se dice y quién lo dice; y adquiere aún más fuerza cuando pensamos en los propios hijos, pues no diferen-cian claramente entre la madre o el padre que reza y la oración misma: más aún, la oración tie-ne valor especial, es amable y significativa, porque quien reza

es su madre o su padre.

Esto hace que los padres tengan todo a su favor para comunicar la fe a sus hijos: lo que Dios es-pera de ellos, más que palabras, es que sean piadosos, coheren-tes. Su testimonio personal debe estar presente ante los hijos en todo momento, con naturali-dad, sin pretender dar lecciones constantemente.

A veces, basta con que los hijos vean la alegría de sus padres al confesarse, para que la fe se haga fuerte en sus corazones. No cabe minusvalorar la pers-picacia de los niños, aunque parezcan ingenuos: en realidad, conocen a sus padres, en lo bue-no y en lo menos bueno, y todo lo que éstos hacen –u omiten– es para ellos un mensaje que ayuda a formarlos o los defor-ma.

Benedicto XVI ha explicado muchas veces que los cambios profundos en las instituciones y en las personas suelen promo-verlos los santos, no quienes son más sabios o poderosos: «En las vicisitudes de la historia, [los santos] han sido los verdaderos reformadores que tantas veces han remontado a la humani-dad de los valles oscuros en los cuales está siempre en peligro de precipitar; la han iluminado siempre de nuevo».

En la familia sucede algo pareci-do. Sin duda, hay que pensar en

cuál es el modo más pedagógico de transmitir la fe, y formarse para ser buenos educadores; pero lo decisivo es el empeño de los padres por querer ser santos. Es la santidad personal la que permitirá acertar con la mejor pedagogía.

«En todos los ambientes cristia-nos se sabe, por experiencia, qué buenos resultados da esa natu-ral y sobrenatural iniciación a la vida de piedad, hecha en el calor del hogar. El niño aprende a co-locar al Señor en la línea de los primeros y más fundamentales afectos; aprende a tratar a Dios como Padre y a la Virgen como Madre; aprende a rezar, siguien-do el ejemplo de sus padres. Cuando se comprende eso, se ve la gran tarea apostólica que pueden realizar los padres, y cómo están obligados a ser sin-ceramente piadosos, para poder transmitir –más que enseñar– esa piedad a los hijos».

Ambiente de confianza y amistad

Por otra parte, vemos que mu-chos chicos y chicas –sobre todo, en la juventud y adoles-cencia– acaban flaqueando en la fe que han recibido cuando sufren algún tipo de prueba. El origen de estas crisis puede ser muy diverso –la presión de un ambiente paganizado, unos amigos que ridiculizan las con-vicciones religiosas, un profesor que da sus lecciones desde una

perspectiva atea o que pone a Dios entre paréntesis–, pero estas crisis cobran fuerza sólo cuando quienes las sufren no aciertan a plantear a las perso-nas adecuadas lo que les pasa.

Es importante facilitar la con-fianza con los hijos, y que éstos encuentren siempre disponi-bles a sus padres para dedicar-les tiempo. «Los chicos –aun los que parecen más díscolos y despegados– desean siempre ese acercamiento, esa frater-nidad con sus padres. La clave suele estar en la confianza: que los padres sepan educar en un clima de familiaridad, que no den jamás la impresión de que desconfían, que den libertad y que enseñen a administrarla con responsabilidad personal.

Es preferible que se dejen en-gañar alguna vez: la confianza, que se pone en los hijos, hace que ellos mismos se avergüen-cen de haber abusado, y se co-rrijan; en cambio, si no tienen libertad, si ven que no se confía en ellos, se sentirán movidos a engañar». No hay que esperar a la adolescencia para poner en práctica estos consejos: se pue-de propiciar desde edades muy tempranas.

Hablar con los hijos es de las cosas más gratas que existen, y la puerta más directa para entablar una profunda amistad con ellos. Cuando una persona adquiere confianza con otra, se establece un puente de mutua satisfacción, y pocas veces des-aprovechará la oportunidad de

conversar sobre sus inquietudes y sus sentimientos; que es, por otra parte, una manera de cono-cerse mejor a uno mismo. Aun-que hay edades más difíciles que otras para lograr esa cercanía, los padres no deben cejar en su ilusión por «llegar a ser amigos de sus hijos: amigos a los que se confían las inquietudes, con quienes se consultan los proble-mas, de los que se espera una ayuda eficaz y amable».

En ese ambiente de amistad, los hijos oyen hablar de Dios de un modo grato y atrayente. Todo esto requiere que los pa-dres encuentren tiempo para estar con sus hijos, y un tiem-po que sea “de calidad”: el hijo debe percibir que sus cosas nos interesan más que el resto de

nuestras ocupaciones. Esto im-plica acciones concretas, que las circunstancias no pueden llevar a omitir o retrasar una y otra vez: apagar la televisión o el or-denador –o dejar, claramente, de prestarle atención– cuando la chica o el chico pregunta por nosotros y se nota que quiere hablar; recortar la dedicación al trabajo; buscar formas de recreo y entretenimiento que faciliten la conversación y vida familiar, etc.

El misterio de la libertad

Cuando está por medio la li-bertad personal, no siempre las personas hacen lo que más les conviene, o lo que parecería previsible en virtud de los me-dios que hemos puesto. A ve-ces las cosas se hacen bien pero salen mal –al menos, aparen-temente–, y sirve de poco cul-pabilizarse –o echar la culpa a otros– de esos resultados.

Lo más sensato es pensar cómo educar cada vez mejor, y cómo ayudar a otros a hacer lo mis-mo; no hay, en este ámbito, fór-mulas mágicas. Cada uno tiene un modo propio de ser, que le lleva a explicar y plantear las cosas de un modo diverso; y lo mismo puede decirse de los educandos que, aunque vivan en un ambiente semejante, po-seen intereses y sensibilidades diversas.

Tal variedad no es, sin embargo,

un obstáculo. Más aún, amplia los horizontes educativos: por una parte, posibilita que la edu-cación se encuadre, realmente, dentro de una relación única, ajena a estereotipos; por otra, la relación con los temperamen-tos y caracteres de los diversos hijos favorece la pluralidad de situaciones educativas.

Por eso, si bien el camino de la fe de es el más personal que existe –pues hace referencia a lo más íntimo de la persona, su re-lación con Dios–, podemos ayu-dar a recorrerlo: eso es la educa-ción. Si consideramos despacio en nuestra oración personal el modo de ser de cada persona, Dios nos dará luces para acertar.

Transmitir la fe no es tanto una cuestión de estrategia o de

programación, como de faci-litar que cada uno descubra el designio de Dios para su vida. Ayudarle a que vea por sí mis-mo que debe mejorar, y en qué, porque nosotros propiamente no cambiamos a nadie: cambian ellos porque quieren.

Diversos ámbitos de aten-ción

Podrían señalarse diversos as-pectos que tienen gran impor-tancia para transmitir la fe. Uno primero es quizá la vida de pie-dad en la familia, la cercanía a Dios en la oración y los sacra-mentos. Cuando los padres no la “esconden” –a veces involun-tariamente– ese trato con Dios se manifiesta en acciones que lo hacen presente en la familia, de un modo natural y que res-

peta la autonomía de los hijos. Bendecir la mesa, o rezar con los hijos pequeños las oraciones de la mañana o la noche, o en-señarles a recurrir a los Ángeles Custodios o a tener detalles de cariño con la Virgen, son modos concretos de favorecer la virtud de la piedad en los niños, tantas veces dándoles recursos que les acompañarán toda la vida.

Otro medio es la doctrina: una piedad sin doctrina es muy vul-nerable ante el acoso intelectual que sufren o sufrirán los hijos a lo largo de su vida; necesitan una formación apologética pro-funda y, al mismo tiempo, prác-tica.

Lógicamente, también en este campo es importante saber res-petar las peculiaridades propias de cada edad. Muchas veces, hablar sobre un tema de actua-lidad o un libro podrá ser una ocasión de enseñar la doctrina a los hijos mayores (esto, cuando no sean ellos mismos los que se dirijan a nosotros para pregun-tarnos).

Con los pequeños, la formación catequética que pueden recibir en la parroquia o en la escuela

es una ocasión ideal. Repasar con ellos las lecciones que han recibido o enseñarles de un modo sugerente aspectos del catecismo que tal vez se han omitido, hacen que los niños entiendan la importancia del estudio de la doctrina de Jesús, gracias al cariño que muestran los padres por ella.

Otro aspecto relevante es la edu-cación en las virtudes, porque si hay piedad y hay doctrina, pero poca virtud, esos chicos o chicas acabarán pensando y sintiendo como viven, no como les dicte la razón iluminada por la fe, o la fe asumida porque pensada. Formar las virtudes requiere re-saltar la importancia de la exi-gencia personal, del empeño en el trabajo, de la generosidad y de la templanza.

Educar en esos bienes impulsa al hombre por encima de las ape-tencias materiales; le hace más lúcido, más apto para entender las realidades del espíritu. Quie-nes educan a sus hijos con poca exigencia –nunca les dicen que “no” a nada y buscan satisfacer todos sus deseos–, ciegan con eso las puertas del espíritu.

Es una condescendencia que puede nacer del cariño, pero también del querer ahorrarse el esfuerzo que supone edu-car mejor, poner límites a los apetitos, enseñar a obedecer o a esperar. Y como la dinámi-ca del consumismo es de por

sí insaciable, caer en ese error lleva a las personas a estilos de vida caprichosos y antojadizos, y les introducen en una espiral de búsqueda de comodidad que supone siempre un déficit de virtudes humanas y de interés por los asuntos de los demás.

Crecer en un mundo en el que todos los caprichos se cumplen es un pesado lastre para la vida espiritual, que incapacita al alma –casi en la raíz– para la donación y el compromiso.

Otro aspecto que conviene con-siderar es el ambiente, pues tie-ne una gran fuerza de persua-sión. Todos conocemos chicos educados en la piedad que se han visto arrastrados por un ambiente que no estaban pre-parados para superar. Por eso, es preciso estar pendientes de dónde se educan los hijos, y crear o buscar entornos que fa-ciliten el crecimiento de la fe y de la virtud. Es algo parecido a lo que sucede en un jardín: no-sotros no hacemos crecer a las plantas, pero sí podemos pro-porcionar los medios –abono, agua, etc.– y el clima adecuados para que crezcan.

Como aconsejaba san Josema-ría a unos padres: «procurad darles buen ejemplo, procurad no esconder vuestra piedad, procurad ser limpios en vuestra conducta: entonces aprenderán, y serán la corona de vuestra madurez y de vuestra vejez». n

En esta noche brilla una «luz grande» (Is 9,1); so-bre nosotros resplandece

la luz del nacimiento de Jesús. Qué actuales y ciertas son las palabras del profeta Isaías, que acabamos de escuchar: «Acre-ciste la alegría, aumentaste el gozo» (Is 9,2). Nuestro corazón estaba ya lleno de alegría mien-tras esperaba este momento; ahora, ese sentimiento se ha in-crementado hasta rebosar, por-que la promesa se ha cumplido, por fin se ha realizado. El gozo y la alegría nos aseguran que el mensaje contenido en el miste-rio de esta noche viene verdade-ramente de Dios. No hay lugar para la duda; dejémosla a los es-cépticos que, interrogando sólo a la razón, no encuentran nunca la verdad. No hay sitio para la indiferencia, que se apodera del corazón de quien no sabe que-rer, porque tiene miedo de per-der algo. La tristeza es arrojada fuera, porque el Niño Jesús es el verdadero consolador del cora-zón.

Hoy ha nacido el Hijo de Dios: todo cambia. El Salvador del mundo viene a compartir nues-tra naturaleza humana, no es-tamos ya solos ni abandonados. La Virgen nos ofrece a su Hijo como principio de vida nueva. La luz verdadera viene a ilumi-nar nuestra existencia, recluida con frecuencia bajo la sombra del pecado. Hoy descubrimos nuevamente quiénes somos. En esta noche se nos muestra claro

el camino a seguir para alcanzar la meta. Ahora tiene que cesar el miedo y el temor, porque la luz nos señala el camino hacia Belén. No podemos quedarnos inermes. No es justo que este-mos parados. Tenemos que ir y ver a nuestro Salvador recostado en el pesebre. Este es el motivo del gozo y la alegría: este Niño «ha nacido para nosotros», «se nos ha dado», como anuncia Isaías (cf. 9,5). Al pueblo que desde hace dos mil años reco-rre todos los caminos del mun-do, para que todos los hombres compartan esta alegría, se le confía la misión de dar a cono-cer al «Príncipe de la paz» y ser entre las naciones su instrumen-to eficaz.

Cuando oigamos hablar del na-cimiento de Cristo, guardemos silencio y dejemos que ese Niño nos hable; grabemos en nuestro corazón sus palabras sin apar-tar la mirada de su rostro. Si lo tomamos en brazos y dejamos que nos abrace, nos dará la paz del corazón que no conoce oca-so. Este Niño nos enseña lo que es verdaderamente importante en nuestra vida. Nace en la po-breza del mundo, porque no hay un puesto en la posada para Él y su familia. Encuentra cobijo y amparo en un establo y viene recostado en un pesebre de ani-males. Y, sin embargo, de esta nada brota la luz de la gloria de Dios. Desde aquí, comienza para los hombres de corazón sencillo el camino de la verdadera libe-

ración y del rescate perpetuo. De este Niño, que lleva graba-dos en su rostro los rasgos de la bondad, de la misericordia y del amor de Dios Padre, brota para todos nosotros sus discípulos, como enseña el apóstol Pablo, el compromiso de «renunciar a la impiedad» y a las riquezas del mundo, para vivir una vida «so-bria, justa y piadosa» (Tt 2,12).

En una sociedad frecuentemen-te ebria de consumo y de pla-ceres, de abundancia y de lujo, de apariencia y de narcisismo, Él nos llama a tener un com-portamiento sobrio, es decir, sencillo, equilibrado, lineal, ca-paz de entender y vivir lo que es importante. En un mundo, a menudo duro con el pecador e indulgente con el pecado, es necesario cultivar un fuerte sentido de la justicia, de la bús-queda y el poner en práctica la voluntad de Dios. Ante una cul-tura de la indiferencia, que con frecuencia termina por ser des-piadada, nuestro estilo de vida ha de estar lleno de piedad, de empatía, de compasión, de mi-sericordia, que extraemos cada día del pozo de la oración.

Que, al igual que el de los pas-tores de Belén, nuestros ojos se llenen de asombro y maravilla al contemplar en el Niño Jesús al Hijo de Dios. Y que, ante Él, brote de nuestros corazones la invocación: «Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salva-ción» (Sal 85,8). n

Así celebraron la Navidad los cristianos perseguidos en Irak

Fuente: aciprensa

A pesar de la preocupación por lo que significa la amenaza del Estado Is-

lámico (ISIS) y, en muchos casos, haber perdido sus hogares por la persecución, los cristianos iraquíes vivieron en Bagdad una Navidad con esperanza y fe, que se mani-festaron en la apertura de la Puerta Santa en un campamento de refu-giados, así como actividades y fies-tas para celebrar el nacimiento del Niño Jesús.

Desde el 23 de diciembre, los cris-tianos comenzaron a preparar el corazón para la Navidad. Ese día un grupo de laicas consagradas pertenecientes a las Hijas de María realizaron una hora de meditacio-nes y oraciones ante la imagen del Niño Jesús en la capilla del campa-mento de refugiados “Virgen Ma-ría” de Bagdad antes de la Apertu-ra de la Puerta Santa.La Puerta Santa fue abierta por el Patriarca Caldeo de Bagdad, Mons. Louis Sako. También estu-vo presente el Nuncio Apostólico, Mons. Alberto Ortega Martín, al-gunos obispos, sacerdotes dioce-sanos y religiosos, además de los fieles que llenaban el templo.

Sobre este momento, los Amigos de Irak manifestaron en su sitio de Facebook que fue un “hermoso y elocuente signo de la misericordia de Dios que viene a nuestro en-cuentro, fue motivo de gran con-suelo para nuestros fieles refugia-dos que vivieron una verdadera fiesta. Ahora tienen la posibilidad de ganar las indulgencias ‘en su propia casa’ porque el Emmanuel, el Dios con nosotros, se hizo bien cercano de ellos”.

Durante la Homilía, Mons. Sako recordó la huida de la Sagrada Fa-milia a Egipto y la comparó con la huida de los cristianos de la Lla-

nura de Nínive. También destacó que los fieles que abandonaron todo “salieron con la ropa que lle-vaban y con su fe”. “Es como un resumen de lo que tienen: nada material y abundancia espiritual”, dijeron los Amigos de Irak.

Terminada la Eucaristía, hubo una cena donde participaron to-dos y una entrega de regalos. Es-tos fueron chocolates, calendarios y ayuda económica para los uni-versitarios.

Al día siguiente, 24 de diciembre, se celebró la Misa de Nochebuena en Bagdad a la que asistieron los cristianos iraquíes y también los miembros del Instituto del Verbo Encarnado. En la Eucaristía, presi-dida por Mons. Sako, participaron varios niños y jóvenes. Después hubo un compartir entre los fieles.

El 25 de diciembre, el P. Luis Mon-tes, sacerdote del IVE, celebró la Misa de Navidad en la iglesia del campo de refugiados “Virgen Ma-ría”, donde hay cerca de 140 fami-lias.

Luego, los miembros del IVE rea-lizaron una fiesta en Bagdad para los niños y jóvenes de la cateque-

sis que asistieron junto a sus fa-milias. También participaron va-rias familias de refugiados.

“Como no podía ser de otro modo, en concordancia con la alegría de este tiempo de Navidad, fue una verdadera fiesta: almuerzo, can-tos, bailes, espectáculos, premios, regalos, videos, etc.”, comentaron los Amigos de Irak sobre la fiesta.

Alegría para los niños refugia-dos

La semana pasada llegó a Irak Marco, Il Pimpa, un payaso mago italiano que visita algunos países de Medio Oriente para dar alegría a los niños que están inmersos en la guerra.

“Para los niños es fundamental revivir la alegría que tenían antes de sufrir la guerra, la persecución y el hecho de tener que dejarlo todo. Si bien se recuperan más rá-pido que los adultos, porque tie-nen mayor capacidad de adapta-ción, es importante ayudarlos en esto. Es algo incluso terapéutico. Hemos visto progresos notables gracias a las actividades que orga-nizamos para ellos” indicó a ACI Prensa Amigos de Irak.n

Suelo llamar a las cosas por su nombre. No me desagradan los eufe-

mismos. Pero estos tienen su lugar y oportunidad, sobre todo si se utilizan en un con-texto definido. Sin embargo, en los tiempos que corren, los eufemismos son muy usados en el lenguaje políti-camente correcto, siendo la mentira el resultado normal-

mente buscado. En cualquier caso, si suenan fuerte las palabras empleadas, existe siempre la posibilidad de una aclaración.

Tal es el caso del título esco-gido. Todos, principalmen-te en Occidente, nos hemos horrorizado después de los sucesos del pasado 13 de no-viembre en París. Lo perpe-

trado por 8 ó 9 musulmanes yihadistas, es una injusticia sin nombre y que clama al cielo. Ante ello, lo primero es rezar por esas 120 personas inocentes que encontraron la muerte de un modo tan cruento como absurdo. He-mos afirmado, tantas veces, que cada vida importa y que ninguna importa más que otra. Pero también es cierto que no es lo mismo que mue-ran 250 mil personas que 120, siendo -además- frutos amargos del mismo árbol.

El horror y la ingenuidad los

Mucho alboroto cínico

vemos en la inmensa mayo-ría de la gente de a pie, con-secuencia de la ignorancia y de la continua desinforma-ción. En cambio, el alboroto cínico corresponde a los que se mueven en los altos círcu-los del poder. Francia reac-cionó furibundamente, como quien es atacado de repente y no sabía absolutamente nada. Sin embargo, junto con USA, Inglaterra, Alemania, Arabia Saudí, Rusia, Irán y otros, no solo conocen muy bien los conflictos existentes, sino que durante años los han planeado, provocado y siguen siendo protagonistas. Esto es lo que más desgarra y desespera.

Para mayor información re-mito al lector a los siguientes números de PILARES DE LA SOCIEDAD: 18, 59, 60, 62, 70, 72, 85, 86, 87, 101 y 102. Sin embargo, lo ocurrido el 13-N ha marcado la llegada de la guerra a Europa. Pienso que no es una barbarie terrorista más, como tampoco lo fue la destrucción en el aire y en mil pedazos del avión en el que murieron 224 personas, rusas la gran mayoría. Am-bos atentados -muy recien-tes- han sido reinvindicados por el Estado Islámico (El). Rusia ya lo comprobó. En los dos casos, El lo advirtió ... y cumplió.

Después del 13-N, Hollande

declaró que Francia estaba en guerra. La noche siguien-te, sus cazabombarderos des-truían los arsenales, centros de mando y entrenamiento del EI, en Raqqa (Siria), capi-tal del Califato instaurado. La pregunta brota fácil: ¿Es que no conocían antes del 13-N los objetivos bombardeados? Claro que sí. En realidad, si USA, Francia, Inglaterra y Rusia quisieran, les tomaría menos de una semana borrar del mapa al EI. Pero, ¿real-mente lo quieren? ¿O son solo soflamas, lanzadas de cuando en cuando, o amena-zas al ver por TV cómo deca-pitan a sus conciudadanos?

La existencia del EI es muy importante para ellos; no para Rusia e Irán que apoyan al sirio Bashar Al Assad. No olvidemos que EI fue creado y es sostenido por USA en alianza con la monarquía co-rrupta de Arabia Saudí. Pe-san mucho más los intereses

geopolíticos que cada uno tiene en la zona. Así, desde marzo de 2011 han observa-do con la “prudencia debida” cómo se mataban sirios fie-les al gobierno con distintos grupos opositores al mismo, armados por USA. Luego, siguieron observando cuan-do ingresó EI al escenario, matando miles de sirios, ira-quíes y kurdos; entre ellos muchísimos cristianos solo por el hecho de serlo.

Hay muchos intereses po-líticos, económicos, geoes-tratégicos, etc. en la zona. Solo se conocen algunos. Pero todos pasan por la vio-lencia y el caos permanente. En diciembre de 2014, Emil Shimoun, Arzobispo de Mo-sul, Irak, decía: “Nuestro sufrimiento es un preludio del que vosotros, cristianos europeos y occidentales, su-friréis en un futuro inmedia-to”. Profecía cumplida. Y es solo el inicio. n