nº 21 Año 2010 Julio SACERDOCIO, EL AMOR DEL CORAZÓN DE ...€¦ · y lo que está escondido en...

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Asociación Persona y Familia Pág. 1 Nada hay que permanezca tanto en la superficie de la vida humana como el amor, ni nada que sea más desconocido y misterioso... Verdad y Libertad ...La diferencia entre lo que hay en la superficie y lo que está escondido en el amor origina precisamente el drama. (Karol Wojtyla, El taller del orfebre) nº 21 Año 2010 Julio SACERDOCIO, EL AMOR DEL CORAZÓN DE JESÚS Y DE LA FAMILIA Recién concluido el Año Sacerdotal y aprovechando el final del mes dedicado al Corazón de Jesús, tan íntimamente ligado a los sacerdotes, hemos querido dedicar este número de “Al hilo de la noticia” de forma monográfica a la figura del sacerdote como co-responsable de la pastoral familiar junto a la familia. Todos los que de alguna u otra manera formamos parte del Instituto, hemos vivido de primera mano la esencial misión que el sacerdote tiene en nuestras vidas, en nuestros matrimonios, en nuestras familias... desde el mismo Karol Wojtyla hasta el último de los ordenados. Pero a la vez, en esta doble dirección de la nueva evangelización, es en la familia donde se forjan los futuros sacerdotes y es la familia, en estrecha unión con ellos, la que mejor puede llevar la Buena Nueva a los hombres de hoy. A pesar de las muchas cosas que seguro se nos han quedado en el tintero, nos gustaría que éste número sirva al menos, de sencillo homenaje a tantos hombres valientes, cuya existencia, por encima de todo, además de acercarnos el perdón del Señor, hace posible que podemos acceder a Cristo mismo en la Eucaristía. SACERDOCIO DE CRISTO SACERDOCIO DE CRISTO Y SACERDOCIO DE LA FAMILIA Y SACERDOCIO DE LA FAMILIA C ARMEN Á LVAREZ * En el Principio, sólo Dios Creador, como ninfagogo de la creación y de la historia, condujo a Eva a la pre- sencia del esposo Adán. Con esta figura –Dios condu- ciendo a la esposa Eva ante el esposo Adán–, el Géne- sis describió ya, figuradamente, el misterio del sacer- docio. Adán, había sido puesto en la existencia como un ser litúrgico, mediador e intermediario entre Dios y el cosmos creado, dispuesto y preparado para vivir el día del Sabbat, es decir, el culto y la adoración a Dios. Él había recibido de Dios, como una esposa, toda su obra creada, para conducirla ante Él, como un esposo. Y así, en esa esponsalidad, debía Adán descubrir y vi- vir su vocación litúrgica y sacerdotal conduciendo to- do hacia Dios. Yahvé Dios condujo a Eva, la esposa, a la presencia del esposo para enseñarle a Adán a vivir esponsalmente aquella vocación sacerdotal que inicia- ba a revelarse en él. Y, en aquel don de la esposa, Adán aprendía de Dios que también la mujer había sido asociada, desde los primordes de la historia de la salvación, a aquella existencia sacerdotal de Adán. Eva, por su parte, dejándose conducir ante Adán, (Continúa en la página 2)

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Asociación Persona y Familia Pág. 1

Nada hay que permanezca tanto en la superficie de la vida humana como el amor, ni nada que sea más desconocido y misterioso...

Verdad y Libertad

...La diferencia entre lo que hay en la superficie

y lo que está escondido en el amor origina precisamente el drama.

(Karol Wojtyla, El taller del orfebre)

nº 21 � � � � Año 2010 ���� Julio

SACERDOCIO, EL AMOR DEL CORAZÓN DE JESÚS

Y DE L A FAMILIA

Recién concluido el Año Sacerdotal y aprovechando el final del mes dedicado al Corazón de Jesús, tan íntimamente ligado a los sacerdotes, hemos querido dedicar este número de “Al hilo de la noticia” de forma monográfica a la figura del sacerdote

como co-responsable de la pastoral familiar junto a la familia.

Todos los que de alguna u otra manera formamos parte del Instituto, hemos vivido de primera mano la esencial misión que el sacerdote tiene en nuestras vidas, en nuestros matrimonios, en nuestras familias... desde el mismo Karol Wojtyla hasta el último de los ordenados.

Pero a la vez, en esta doble dirección de la nueva evangelización, es en la familia donde se forjan los futuros sacerdotes y es la familia, en estrecha unión con ellos, la que mejor puede llevar la Buena Nueva a los hombres de hoy.

A pesar de las muchas cosas que seguro se nos han quedado en el tintero, nos gustaría que éste número sirva al menos, de sencillo homenaje a tantos hombres valientes, cuya existencia, por encima de todo, además de acercarnos el perdón del Señor,

hace posible que podemos acceder a Cristo mismo en la Eucaristía.

SACERDOCIO DE CRISTOSACERDOCIO DE CRISTO Y SACERDOCIO DE L A FAMILIAY SACERDOCIO DE L A FAMILIA

CARMEN ÁLVAREZ*

En el Principio, sólo Dios Creador, como ninfagogo de la creación y de la historia, condujo a Eva a la pre-sencia del esposo Adán. Con esta figura –Dios condu-ciendo a la esposa Eva ante el esposo Adán–, el Géne-sis describió ya, figuradamente, el misterio del sacer-docio. Adán, había sido puesto en la existencia como

un ser litúrgico, mediador e intermediario entre Dios y el cosmos creado, dispuesto y preparado para vivir el día del Sabbat, es decir, el culto y la adoración a Dios. Él había recibido de Dios, como una esposa, toda su obra creada, para conducirla ante Él, como un esposo. Y así, en esa esponsalidad, debía Adán descubrir y vi-vir su vocación litúrgica y sacerdotal conduciendo to-do hacia Dios. Yahvé Dios condujo a Eva, la esposa, a la presencia del esposo para enseñarle a Adán a vivir esponsalmente aquella vocación sacerdotal que inicia-ba a revelarse en él. Y, en aquel don de la esposa, Adán aprendía de Dios que también la mujer había sido asociada, desde los primordes de la historia de la salvación, a aquella existencia sacerdotal de Adán. Eva, por su parte, dejándose conducir ante Adán,

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aprendía de Dios a asociarse al sacerdocio del varón, como la esposa se une al esposo, para que la ofrenda y el don sacerdotal de Adán fueran completos. Ambos, debían prefi-gurar y anunciar en su carne esponsal, la ofrenda sacerdotal suma, el mayor acto de cul-to al Padre, que un día Cristo y la Iglesia debían cumplir en la Cruz.

De este modo, aquella carne masculina y femenina modelada por las manos de Dios, fue dispuesta y preparada para anunciar desde el Principio el misterio del sacerdocio que un día habría de revelarse y cumplirse plenamente en la carne, también esponsal, de Cristo y de la Iglesia. Y en esta –podríamos llamarla así– “sacerdotalidad creatural” encuentra su raíz y fundamento último la teología del sacerdocio bautismal y confir-matorio de todos los fieles, a la que se refiere LG 34. Además, en esa dimensión cul-tual y litúrgica que define al primer ser humano creado, varón y mujer, encontramos ya el marco antropológico necesario para fundamentar el ser litúrgico y sacerdotal de Cristo y de toda la Iglesia. Este sacerdocio único, el de Cristo y la Iglesia, es el que se vive de manera específica, complementaria y recíproca, en la masculinidad y femini-

(Viene de la página 1)

(Continúa en la página 3)

Sacerdocio de Cristo y sacerdocio de la familia CARMEN ÁLVAREZ ______________________________________________________________ Pág. portada

El grupo Srodowisko y Karol Wojtyla, JUAN DE DIOS LARRÚ ____________________________________________________________ Pág. 4

“Celebremos la vocación al amor” JOSÉ Mª ALCÁZAR ARANDA _______________________________________________________ Pág. 8

“Poned una familia en vuestras vidas”, ANTONIO PRIETO ________________________________________________________________ Pág. 9

“Ante todo, hombres auténticos” JULIÁN CARRÓN ________________________________________________________________ Pág. 11

La colaboración entre los sacerdotes y el matrimonio ___________________________________ Pág. 13

Proyecto: apadrinar a un seminarista ________________________________________________ Pág. 14

Ejercicios espirituales para matrimonios en familia _____________________________________ Pág. 16

Conferencia de Juan José Pérez-Soba, en Cuenca _______________________________________ Pág. 17

“Yo he visto La última cima” ______________________________________________________ Pág. 20

Encuentros de verano del Master de Pastoral Familiar ___________________________________ Pág. 23

Oración de San Juan María Vianney ________________________________________________ Pág. 24

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dad, o más concretamente, en la paternidad y mater-nidad propias tanto del matrimonio como del ministe-rio sacerdotal. Hay, por tanto, mucho de esponsalidad en el sacerdocio de Cristo y de la Iglesia. Y hay, tam-bién, mucho de sacerdotal en el misterio esponsal que se vive en el matrimonio cristiano.

Era necesario que María, la nueva Eva, estuviera al pie de la Cruz, perfectamente asociada a la ofrenda sacer-dotal de Cristo, para que el sacer-docio de la Iglesia, la nueva y de-finitiva esposa, completara en cierta manera aquello que faltaba a la ofrenda sacerdotal de Cristo. De esta manera, también el sacer-docio ministerial y el sacerdocio bautismal y confirmatorio, deberí-an correr unidos y perfectamente asociados, para actualizar y pro-longar en todos los rincones del espacio y del tiempo, el único misterio del sacerdocio de Cristo, que sustenta como eje de oro toda la historia de la sal-vación. Aquella esposa del Génesis, que Dios había asociado al sacerdocio de Adán, debía ahora asociarse perfectamente al sacerdocio de Cristo, para ser condu-cida al Padre por el nuevo y definitivo Esposo, el úni-co y eterno Sacerdote. Así, en la Iglesia, también toda la creación, engalanada ya con la salvación de la Cruz, como la esposa con sus joyas, podía ser presentada como ofrenda agradable al Padre. De esta manera, en lo humano de María y en lo humano de Cristo se reve-laba en plenitud y se cumplía en su totalidad todo el misterio del sacerdocio, aquel que comenzó ya a esbo-zarse en la carne de los esposos del Génesis.

Este es el misterio del único sacerdocio de Cristo y de la Iglesia que se vive de manera específica y propia en la vida familiar, a través de los actos propios de los cónyuges, de los esposos, de los padres, de los educa-dores. San Ambrosio de Milán, en la segunda mitad del s. IV, se refería ya a este sacerdocio propio del ma-trimonio cuando hablaba del hijo como la hostia ma-tris, que había de ser ofrecida diariamente (cotidiano sacrificio) en el altar de la propia vida de familia. Mis-terio grandioso éste de participar, a través de la espon-salidad propia del matrimonio, en la misma ofrenda sacerdotal de Cristo y en la universalidad de su reden-ción. La esposa ha de darse asociándose al don del es-poso, viviendo ambos en su esponsalidad, ese sacerdo-cio propio del ministerio de su maternidad y paterni-dad. Ambos, hechos una sola carne, han de ofrecerse

mutuamente al Padre, como sacerdote, hostia y altar, para que en ellos reverbere ese misterio del sacerdocio que se cumple y revela en el don esponsal entre Cristo y la Iglesia. Sólo así su sacerdocio conyugal participa del carácter universal de la redención de Cristo, pues su eficacia espiritual trasciende los límites estrechos de su donación mutua y de la vida familiar. Los hijos son, en la carne, signo y sacramento de esa universalidad que el don esponsal de los cónyuges y su mutua obla-ción sacerdotal están llamados a alcanzar, por el bien salvífico de toda la familia humana. Sólo así, la familia será, en verdad, esa pequeña iglesia doméstica en la que se prolonga, de un modo específico y propio el único sacerdocio de Cristo y de la Iglesia.

Cuando el sacerdote ofrece la Eucaristía sobre el altar, celebra el memorial de aquel sacerdocio creatural del Principio, el que comenzó ya a esbozarse en la carne esponsal, masculina y femenina, del primer ser huma-no creado. Memorial del misterio del Principio, que se hacer presente sobre el altar en cada Eucaristía, sacra-mento de todo el misterio de Cristo. En el ministro que celebra la Eucaristía in persona Christi et Ecclesiae contemplan los esposos un signo visible y sacramental de lo que también ellos expresan y significan en la rea-lidad de su carne: el don de Cristo, el Esposo, y de la Iglesia, la Esposa. Por eso, en la Eucaristía se pone en ejercicio todo el misterio del sacerdocio, el de Cristo, representado sacramentalmente en la masculinidad del varón, y el de la Iglesia, en cuyo seno materno se cele-bra la vida que transmite el Cuerpo y la Sangre de Cristo. A Él, esposo y sacerdote, se asocia la Iglesia, Esposa y Madre, como aquella “una sola carne” del Génesis, para ofrecerse mutuamente como ofrenda sa-cerdotal, agradable al Padre, por la salvación universal de todos los hijos que forman la familia humana. Y esta fecundidad divina de la Eucaristía, cuya eficacia universal toca y traspasa todo lo creado, es la que tam-bién se prolonga, misteriosa pero realmente, en cada familia cristiana, nacida de la fecundidad de la gracia del matrimonio. Diferentes formas de vivir aquel mi-nisterio sacerdotal propio de la masculinidad y femini-dad, que ya apuntaba en el Génesis, y diferentes for-mas de vivir el carácter sacerdotal que entraña la ma-ternidad y paternidad, biológica y espiritual.

La historia de la salvación comenzó en una pareja pri-mordial y el dinamismo del Apocalipsis se orienta hacia la culminación de esa pareja en las bodas entre el Cordero y la Esposa. Y, al final, como al Principio, sólo se oirá la voz del Esposo, que clama en el Espíri-tu: ¡Ven, Esposa!�

* Carmen Álvarez. Doctora en Teología Dogmática por la Universidad Pontificia Salesiana de Roma. Profesora de la Facultad de Teología San Dámaso y Miembro del Servicio de Publicaciones de la Facultad de Teología San Dámaso, de Madrid.

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* Juan de Dios Larrú. DCJM. Doctor en Teología por el P.I. Juan Pablo II de Roma. Director Académico del Master en Pastoral Familiar.

KAROL WOJTYŁA Y EL GRUPO ŚRODOWISKO JUAN DE DIOS LARRÚ*

Karol Wojtyła comenzó a trabajar con los jóvenes, provenientes principalmente del Politécnico de Crocavia, como capellán uni-versitario en la parroquia de S. Floirán de la que era vicepárroco en los inicios de los años 50. En torno a él, comienza a formarse un grupo de oración que tiene su centro en la Eucaristía, y que recibe originalmente el nombre de Rodzinka (“pequeña familia”). Posteriormente, cuando comienza a ser pro-fesor, la comunidad se separa en cierto mo-do de la parroquia, creciendo y tomando diversos nombres como Paczka1 (“pandilla”), Towarzystwo (“compañía”), y Środowisko (“ambiente”) que es el que finalmente ha permanecido hasta hoy.

De este grupo forman parte personas que se confiesan con don Jan Pietrazsko, de mo-do que los domingos solían asistir juntos a la Eucaristía presidida por éste en la cole-giata de Santa Ana. Sus homilías se convir-tieron en un instrumento de formación fun-damental para el grupo. Desde el punto de vista humano son singularmente relevantes las actividades que ellos realizaban juntos: organizaron un pequeño coro, escuchaban canto gregoriano, cantaban villancicos en Navidad y representaban la Pasión en Se-mana Santa, asistían a una conferencia los jueves… La posibilidad de jugar al fútbol en el atrio de la Iglesia atraía a los más pequeños, a los monagillos.

Wojtyła hablaba personalmente con cada uno de los componentes del grupo. Este trato asiduo le iba permitiendo conocer las vicisitudes de la vida de estos jóvenes y acompañarles en el camino de su vocación cristiana.

En los años 1951-1952 se comienzan a orga-nizar las primeras excursiones fuera de la

ciudad. La necesidad de una verdadera libertad y de una amistad con una profunda intimidad, amenazada por el régimen soviético, condujo al naciente grupo a sentir la fuerte necesidad de salir de los ambientes donde se encontraban estrechamente vigilados. Tras una de ellas, organizada en 1952, Wojtyła, por iniciativa

de Danuta Rybicka, comenzará a ser llamado con el apelativo cariñoso de Wujek (“tío”). La circunstancia merece la pena ser recordada pues después de programar la excursión en la estación de tren las chicas comprobaron que los chicos no les iban a acompañar Danusia cuenta entonces lo siguiente “El Sacerdote, viendo nuestras caras tristes, toma una decisión valiente, partir él sólo con las chicas. (…) En estas condiciones no sabíamos cómo dirigirnos al Sacerdote, para no provocar escándalo: de hecho él iba vestido de calle, y en aquella época habría ya bastado esto como motivo de escándalo, sin pensar qué habría sucedido si las chicas le hubiesen tratado de «Don». (…) Entonces pedí tímidamente al Sacerdote el permiso de poderlo llamar «tío» (Wujek). Para nuestra gran alegría, aceptó sin dudarlo”2. Y así el mote ha permanecido hasta el final.

El grupo fue aumentando y llevaba una rica vida de relación, turismo y cultura. Karol

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Wojtyła se convirtió muy pronto, con su extraordinaria y gigantesca personalidad, en el auténtico guía espiritual y humano del grupo entrando en contacto con los padres y hermanos de los jóvenes, para conocer de primera mano sus relaciones familiares. Karol era amigo de cada uno de estos jóvenes, al tiempo que una autoridad, un maestro, y, para tantos, también el confesor. Como afirmó Benedicto XVI en la homilía de la Eucaristía celebrada con motivo del cuarto aniversario de su muerte: “Como padre afectuoso y atento educador, indicaba seguros y puntos firmes de referencia indispensables para todos, de modo especial para la juventud”3.

Es en este contexto donde hemos de situar esta ín-tima confesión de Karol Wojtyła: “Siendo aún un joven sacerdote aprendí a amar el amor humano”4. Se trata de una expresión específicamente sacerdotal con un sustrato muy fuerte en su propia vocación personal. Podríamos denominarla como una inten-sa llamada interior en su inci-piente misión sacerdotal. Esta experiencia le va a marcar con un sello muy característico como discípulo del amor humano, que le impulsa a dedicar todas sus fuerzas a la búsqueda de un “amor hermoso”. La afirmación revela una singular sensibilidad para descubrir en el amor el lu-gar privilegiado donde Dios en Cristo se revela al hombre. Aprender a penetrar en el misterio del amor humano le va a permitir conocer el corazón del hombre y de la mujer de un modo novedoso. Este particular discipulazgo en la escuela del amor humano va a consistir para él en aprender a ras-trear en el amor el modo como Dios comunica al hombre su plan de salvación. Con el paso del tiem-po Wojtyła se va a convertir en maestro y en testi-go del amor humano, de modo que su entera bio-grafía se puede leer bajo esta óptica5.

A medida que los jóvenes comenzaron a ennoviar-se, el tema del matrimonio y la familia comenzó a emerger como una de las cuestiones más relevan-tes. En una carta personal escrita a una de las inte-grantes del grupo escribe: “Normalmente se pien-sa de mí más o menos esto: Wujek desearía que todos se casasen. Pienso, sin embargo, que ésta sea

una imagen falsa. Se trata, en realidad, de algo bien diferente. Mira, el hombre vive gracias al amor. La capacidad de amar determina su perso-nalidad en profundidad, -no sin razón es éste el mandamiento mayor-, no una gran capacidad inte-lectual, sino la capacidad del amor auténtico, que consiste en un cierto salir de sí, en un cierto apro-bar al otro y a los otros, en dedicarse a la realidad del hombre, de los hombres, y primero de todo en el dedicarse a Dios (…) no pienses ni por un ins-tante que yo quiera algún atajo para tu camino. Quiero solamente tu propio camino. Wujek”6.

Al inicio del verano de 1953, Wojtyła presentó al grupo de jóvenes un estudiante del Politécnico, llamado Jerzy Ciesielski, que había perdido a su padre hacía poco tiempo, y que deseaba agregarse al grupo. Jerzy era un joven ingeniero que había estudiado también educación física. Por sus cuali-dades y su amistad con Wujek, se va a convertir en el líder natural de Środowisko, impulsando con su

espíritu las diferentes acciones del grupo7.

Organizaban con cierta frecuen-cia excursiones a la montaña y, de vez en cuando, otras en bici-cleta o para ir a esquiar. Tam-bién les gustaba ir en kayak. Jer-zy era un gran aficionado a este último, y organizó en septiem-bre la travesía del río Brda, al-quilando unos kayaks plegables. Jerzy solicitó aquel verano que

su amiga Danuta, que posteriormente se convirtió en su mujer, pudiese incorporarse al grupo como así sucedió. Danuta cuenta que dos semanas antes de la boda Wujek les hizo un gran regalo: se fue con ellos a una excusrsión de dos días desde Ptaszkowa a Krynica. En palabras de Danuta, fueron sus día de retiro antes del matrimonio. El primer día les habló del Misterio de la Santísima Trinidad y, el segundo, de la riqueza y de los peligros de la vida conyugal y familiar. Dos semanas después Wujek bendecía su matrimonio en la colegiata de Santa Ana en Cracovia.

Durante las excursiones, la jornada se iniciaba siempre con la santa Misa celebrada al aire libre. Si alguno deseaba hablar más personalmente con el sacerdote, podían ir en el mismo kayak o camina-ban juntos a cierta distancia de los demás. Wojtyła

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les sugería contemplar a ratos en silencio la natu-raleza, los bellos paisajes que les rodeaban con fre-cuencia. De este modo, el contacto con el misterio de la creación favoreció enormemente la profundi-zación en la espiritualidad conyugal como una es-piritualidad que brota del misterio del amor crea-dor, de un amor que nos precede y del cual el nuestro es siempre respuesta.

Ya los teólogos medievales, a la luz de su interpre-tación de Gn 2, 24, habían afirmado que entre los siete sacramentos, el matrimonio es el primero ins-tituido por Dios, habiendo sido instituido ya en el momento de la creación, en el Paraíso, al principio de la historia, y antes de cada historia humana. Es un sacramento del Creador del universo, inscrito por lo tanto precisamente en el ser humano mis-mo, que es orientado hacia este camino. Karol Wojtyła escribirá posteriormente en sus catequesis que: “en el hombre creado a imagen de Dios se ha revelado, en cierto sentido, la sacramentalidad misma de la creación, la sacramentalidad del mun-do. Efectivamente, el hombre, mediante su corpo-reidad, su masculinidad y feminidad, se convierte en signo visible de la economía de la verdad y del amor, que tiene su fuente en Dios mismo y que ya fue revelada en el misterio de la creación”8.

Como es bien conocido, en 1958, durante una de estas excusiones en kayak sobre el río Lyna, a Ka-rol Wojtyła le llegó la comunicación de haber sido nombrado obispo auxiliar de Cracovia. Comenzó, de este modo, una nueva etapa para el grupo. El número de actividades en las que podía participar directamente el nuevo obispo se iban reduciendo, pero, sin embargo, continuaba visitando las casas de los miembros del grupo, se interesaba por sus cuestiones profesionales y seguía con atención el crecimiento de sus hijos.

En 1967 se celebraba el décimo aniversario de bo-das del matrimonio Jerzy y Danuta Ciesieslski. Con ocasión de este aniversario, nace en este ma-trimonio el profundo deseo de una renovación es-piritual de la vida conyugal y familiar. Este deseo les conduce a extender tal inquietud al círculo de sus amigos del grupo de matrimonios guiado por el cardenal Wojtyła.

Por otro lado, conviene tener presente que nos en-contramos en un tiempo propicio, pues durante este periodo surgen en Cracovia diversas iniciati-

vas a favor del matrimonio y la familia como el Instituto para la Familia y la Consulta familiar.

El cardenal Wojtyła les propone, en este particular contexto, transformar las precedentes experiencias en un grupo y movimiento oficial de espirituali-dad conyugal del que habla la “Regla”. La pro-puesta se fundaba, según ha revelado Danuta9, so-bre el modelo de un movimiento familiar francés que el cardenal había conocido en su estancia en París. Con alguna probabilidad podría tratarse de los Equipos de Nuestra Señora que había fundado en 1938 el P. Henri Caffarel. No obstante, la suge-rencia no llegó a materializarse, pues probable-mente pensaron que el contacto personal con el cardenal, era suficiente para organizarlo todo.

A partir de 1970, con la muerte de Jerzy una parte del grupo, ocupados en sus propios tareas profesionales, continuaba formando el círculo de Środowisko permaneciendo unido con Wujek solamente por los lazos de la oración. Otros en cambio, decidieron participar activamente en los trabajos del Sínodo Pastoral de Cracovia, que duró siete años (1971-1978). El Cardenal Wojtyła, animándoles al trabajo en los grupos sinodales, expresaba su cuidado pastoral por la actividad de la comunidad. Su atención portaba las huellas de un plan profético. Él lo manifestó en la carta a Środowisko del 19 de septiembre 1971:

“Queridísimos Amigos! Escribo esta carta a todos y a cada uno de vosotros, en nombre de todo lo que nos unía hace años y que todavía nos une. Si bien lo que en el tiempo de los estudios llamábamos nuestro “ambiente” hoy ya no existe en la misma

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forma, sin embargo estoy convencido que, en un cierto modo, exista todavía en cada uno de nosotros. Pienso también de modo particular en quienes estamos unidos en los momentos de dolor, como por ejemplo con ocasión de la trágica muerte de Janek Veltulani, o también el año pasado por la muerte de Zofia e Krystyna Wodniecka, Dorotka Rybicka y finalmente, el 9 de octubre, por la muerte de Jurek Ciesielski y de sus hijos Kasia y Piotruś. Todos nos acordamos muy bien que ha significado Él para nuestro “ambiente”. El 9 de septiembre nos reunimos de nuevo para la celebración de la Eucaristía, que hemos vivido tantas veces juntos en el interior del ambiente, durante las excursiones a la montaña o en los ríos y lagos. Esta realidad dura todavía, permanece también aquel vínculo y,

mediante él, continúan existiendo, en cierto modo, todos aquellos que se han marchado.

Hago memoria de este vínculo para mantenerlo y profundizarlo. Lo recuerdo también para poder encontrar la posibilidad de nuevos encuentros. Podría quizás convenir renovar aquellas formas de contacto de una vez, como por ejemplo la peregrinación anual a Jasna Góra o quizás una excursión o una acampada. De hecho, a lo largo de estos años ha nacido una nueva generación a la cual es necesario transmitir nuestras buenas tradiciones.

Deseo en fin aseguraros que en la oración os encomiendo siempre a Dios a cada uno y a todos. Wujek”10.�

NOTAS 1 Paczka – traducido literalmente significa “paquete”, sin embargo el sentido corresponde a “combriccola”. 2 D. RYBICKA, Całe bogactwo [Tutta la ricchezza], in AA. VV., Zapis drogi... cit., 212. 3 BENEDICTO XVI, Homilía en el IV aniversario de la muerte del siervo de Dios Juan Pablo II (2.04.2009). 4 Cfr. JUAN PABLO II, Cruzando el umbral de la esperanza, Plaza y Janés, Barcelona 1994, 133. 5 L. MELINA-S. GRYGIEL, Amar el amor humano. El legado de Juan Pablo II sobre el matrimonio y la familia, Edicep, Valencia

2008. 6 De la carta personal de Karol Wojtyła a Teresa Życzkowska, en T. ŻYCZKOWSKA, Od Beskidów i Bieszczad do Watykanu [Da Bes-

chidi e Bieszczady al Vaticano], en AA. VV., Zapis drogi... Wspomnienia „Środowiska” o nieznanym duszpasterstwie księdza Karola Wojtyły, Wydawnictwo św. Stanisława BM, Kraków 2005, 323.

7 Jerzy Ciesielski murió, junto a dos de sus hijos, en un naufragio en el Nilo, en Sudán, donde había sido invitado a enseñar en la universidad. Su causa de beatificación está abierta.

8 JUAN PABLO II, Hombre y mujer lo creó, Cristiandad, Madrid 2000, Catequesis 18, n. 5. 9 Véase: AA. VV., Zapis drogi... Wspomnienia „Środowiska” o nieznanym duszpasterstwie księdza Karola Wojtyły, Wydawnictwo

św. Stanisława BM, Kraków 2005, 67. 10 Cfr. G. TUROWSKI, Karol Wojtyła. Przyjaciel, Kardynał, Papież (Karol Wojtyła. Amico, Cardinale, Papa), Biały Kruk, Kraków

2007, 43-44.

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CELEBREMOS LA VOCACIÓN AL AMOR J o s é M ª A l c á z a r A r a n d a *

Hablar sobre mi experiencia como sacer-dote en el campo de la pastoral familiar es difícil, y a la vez, fácil. Difícil porque mu-chas vivencias son complicadas de contar, pero con la certeza de que me han ayuda-do a caminar, a vivir mejor mi fe y mi sa-cerdocio; y a la vez fácil, porque es contar lo que día a día veo.

Si tuviera que poner un ejemplo a lo que se puede parecer esta pastoral de la familia en mi vida, tendría que decir que se parece a un edificio… pero que esta vivo, muy vivo. Y como está vivo, hay que estar muy atentos a su crecimiento, como en la vida de cada uno. Te das cuenta de que hay momentos en los que has pegado un esti-rón, aunque más bien te lo dicen otros, porque tú no lo aprecias; en otros momen-tos empiezas a descubrir que hay un mun-do que te rodea y que cada vez es más grande y te empiezas a hacer muchas pre-guntas; en otras ocasiones, te parece que ya lo sabes todo y que estás como de vuel-ta y no escuchas; hay etapas donde no haces mas que pedir y en otras donde no paras de dar; y también hay momentos donde ves que los acontecimientos te vuel-ven a provocar y te crean la ilusión de un niño.

Me quiero quedar ahí, en la ilusión de un niño. Creo que tenemos que “hacernos co-mo niños” en la pastoral familiar para po-der ver todo, para preguntar, confiar y sen-tir todo lo que sucede a nuestro alrededor.

Si ahora me preguntara qué es lo que me ha movido y quiero que me siga moviendo en mi sacerdocio, tendría que responder: CRISTO. Pero no quiero olvidar lo que me dijo un sacerdote mayor, al que un día, mirando a niños que pasaban a recibir la

catequesis, me dijo. Yo le pregunté: “¿qué puedo hacer por estos niños, qué consejo me da vd?” El me respondió con una pala-bra: “quererles”.

Este sabio y sencillo consejo no lo he olvi-dado nunca, y me asalta en multitud de ocasiones a la cabeza cuando veo no sólo a los niños. Tengo que querer a todos. To-dos los días puedo ver niños, jóvenes, ma-yores, ancianos… Todos los días me pue-do encontrar con personas que vienen a solicitar algún sacramento; todos los días me encuentro con familias, unas que han comprendido la belleza y hermosura del

matrimonio y están dispuestas a dar la vi-da por Cristo para vivir así; otras que están hechas polvo y han perdido la mirada; to-dos los días llegan transeúntes a pedir, muchas veces, lo que sea.

Y casi siempre me acuerdo de las palabras de mi amigo, y anciano sacerdote ya; a to-dos tengo que querer y amar, acoger y abrazar, escuchar y hablar, oír y mirar…

(Continúa en la página 10)

* José Mª Alcázar Aranda. Párroco de la Parroquia de San Fernando (Cuenca). Delegado de Pastoral Fami-liar de la Diócesis de Cuenca

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“PONED UNA FAMILIA EN VUESTRAS VIDAS” A n t o n i o P r i e t o L u c e n a *

Acabamos de clausurar el Año Sacerdotal, que el Papa Benedicto XVI ha convocado para promover la renovación interior de todos los sacerdotes y para vigorizar su testimonio evangélico en medio del mundo. Es un momento de acción de gracias a Dios, que nos ha regalado este Año de bendición y de intensa oración “por” y “con” los sacerdotes. Son muchas las familias cristianas que han vivido el Año Sacerdotal con ilusión: mostrando más afecto y orando por los sacerdotes que sienten más cercanos, apadrinando espiritual-mente a algún sacerdote misionero, cansado o perseguido, participando en los encuentros de oración que se han organizado en todas las diócesis, etc. Se podrían citar multitud de testimonios preciosos que muestran la fe de la fami-lia cristiana en el sacerdote, icono de la presencia de Jesucristo Cabeza y Pastor en medio de su grey.

Pero, si la familia necesita al sacerdote, también el sacerdote necesita a la familia para vivir con autenti-cidad su vocación. Entre los consejos que, como rec-tor, suelo dar a mis seminaristas cuando llega el mo-mento de su ordenación, suelo incluir el siguiente: “poned una familia en vuestras vidas”. Dado por supuesto que todo sacerdote que quiera acertar en su estrategia pastoral ha de poner en su punto de mira la pastoral familiar, estoy convencido de que tener una “familia amiga” es de gran provecho para la espiritualidad sacerdotal. Inmersos en muchos trabajos, cargos y programaciones, los sacerdotes podemos tener el peligro de irnos deslizando hacia una concepción burocrática de la diócesis y de la parro-quia, en la que todo funcionaría al modo de una empresa. Se corre así el riesgo de consi-derarse a sí mismo como mero “funcionario de la religión”, con el consiguiente empobre-cimiento del propio ministerio.

Vivir cerca de una familia nos ayuda a no perder de vista la dimensión esponsal de nuestro sacerdocio. El sacerdote, en efecto, no es solo representación existencial de Cristo Cabeza y Pastor, sino también de Cristo “Esposo de la Iglesia”. Nuestra caridad pastoral es una caridad esponsal: amoris officium, en palabras de San Agustín. Nuestra relación con la Iglesia no es la relación con una empresa, sino la relación con una Esposa, por la que debemos estar dispuestos a dar la vida, no solo ofreciendo a nuestros feligreses un servicio competente y cualificado, sino amándolos verdaderamente, sin escatimar tiempo ni energías en nuestra entrega. De igual modo, nuestra relación personal con Cris-to no puede ser la relación con un difunto, que nos dejó un bello ejemplo y un novedoso mensaje. No somos seguidores de una causa, ni meros continuadores de un mensaje, sino discípulos y presencializadores de Cristo resucitado y vivo, al que seguimos con una vida célibe, pobre y obediente.

Vivir muy en contacto con las familias cristianas nos recuerda permanentemente toda es-ta riqueza contenida en nuestro ministerio: cuando somos testigos de los detalles de amor de los cónyuges, de sus desvelos por la educación de los hijos, su capacidad para superar

* Antonio Prieto Lucena. Rector del Seminario de Córdoba. Consiliario de la Delegación de Familia y Vida.

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Es la VOCACIÓN AL AMOR el hilo con-ductor de la vida de un sacerdote y de cualquier persona que quiera vivir. La vo-cación a la entrega, la vocación a la gene-rosidad, la vocación a la VIDA. Es una necesidad vital que necesito experimentar para saber que estoy vivo.

Una vocación al amor que aprendo miran-do la vida de muchos matrimonios que el Señor ha puesto cerca de mí para que no me olvide y pueda ser feliz. Doy GRA-CIAS por cada uno de ellos, que tienen nombre y rostro. Se llaman Cristo y su rostro es el Amor.

Esta vocación al amor la celebro cada día cuando repito las palabras: “Tomad y co-med, esto es mi Cuerpo que se entrega por vosotros; tomad y bebed, esta es mi San-gre que se derrama por vosotros”. Esta vocación al amor la celebro cada vez que veo a alguien y me acuerdo de las palabras de Cristo: “haced esto en conmemoración mía”.

¡Sigamos celebrando la Vocación al Amor!

¡Dejemos que el Señor celebre con noso-tros todos los días la Vocación al Amor!

¡Celebremos todos juntos,

la Vocación al Amor!����

(Viene de la página 8)

dificultades, su disponibilidad para la entrega y el sacrificio, su caridad conyu-gal, que supera muchas veces los límites de la propia familia y se desborda en servicios muy generosos a la Iglesia y a los más necesitados…

Descansa mucho a un sacerdote salir en ocasiones de sus ambientes clericales y encontrarse con una familia cristiana: compartir el almuerzo o la cena con ellos, y también algún rato de ocio o de tertulia. Cuántas de sus preocupaciones se re-lativizan cuando asiste al espectáculo vital de unos cónyuges y de una familia que lucha por ser fiel a su misión, haciendo compatible el trabajo, la oración, la educación y la sana convivencia, y todo esto con tanta sencillez, sin aspavientos, con una alegría contagiosa, hecha de abnegación y desprendimiento.

Estos encuentros con las familias muchas veces acaban con un rato de oración, con la bendición de la casa, la confesión de los niños, una conversación intere-sante en la que el sacerdote responde a dudas sobre las más diversas cuestiones de fe o de moral. Muy frecuentemente, el sacerdote sale de estas reuniones reno-vado interiormente, con la sensación de haber comprendido con más profundi-dad el misterio del que es portador por su consagración. Uno tiene la sensación

de haberse acercado a un santuario: el santuario de la vida, la iglesia doméstica. De esta manera, se refuerza también su vo-cación al amor. Ya antes de entrar al Semi-nario me impresionaba mucho esta frase de Juan Pablo II: “elegir el sacerdocio es

creer en el amor”. En mis diez años de sacerdocio, la relación con las familias cristianas me ha enseñado mucho a seguir creyendo en el amor, quizá por eso me siento cada día más contento de ser sacer-dote. Muchas gracias, queridas familias.�

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ANTE TODO, HOMBRES AUTÉNTICOS J u l i á n C a r r ó n *

Nunca olvidaré la impresión que me pro-dujo un hecho que me sucedió en Améri-ca Latina, durante un retiro espiritual con algunos sacerdotes. Les acababa de decir que a nuestra fe con frecuencia le falta lo humano, cuando un sacerdote se acercó a mí. Me contó que, en la época en la que estaba en el seminario, le habían enseñado que era mejor esconder su humanidad concreta, no prestarle atención «porque estorbaba el camino de la fe». Este episo-dio me hizo más consciente de la reduc-ción a la que se puede someter el cristia-nismo, y del estado de la confusión en el que somos llamados a vivir nuestra voca-ción sacerdotal. Una vez le preguntaron a don Giussani qué recomendaría a un jo-ven sacerdote: «Ante todo, que sea un hombre», respondió, suscitando el asom-bro de los presentes. Nos hallamos en las antípodas de la indicación recibida por el seminarista: por una parte, no prestar atención a la propia humanidad, por otra, una mirada llena de simpatía por uno mis-mo.

¿Qué resulta, pues, decisivo para nuestra fe y para nuestra vocación? ¿Qué necesi-tamos? Don Giussani ha señalado muchas veces el «descuido del yo», la ausencia de un interés auténtico por nuestra propia persona, como «el mayor obstáculo para el camino del hombre» (El rostro del hombre, Encuentro, Madrid 1996, p. 7). En cambio, el verdadero amor a uno mis-mo, el verdadero afecto a uno mismo nos lleva a redescubrir nuestras exigencias constitutivas y nuestras necesidades origi-nales en su desnudez y amplitud, hasta llegar a reconocernos como relación con

el Misterio, como exigencia de infinito, como espera estructural. Sólo un hombre “herido” de este modo por la realidad, comprometido seriamente con su propia humanidad, puede abrirse totalmente al encuentro con el Señor. «Cristo se presen-ta, en efecto –afirma don Giussani–, como respuesta a lo que soy “yo”, y sólo tomar conciencia atenta y también tierna y apa-sionada de mí mismo puede abrirme de par en par y disponerme para reconocer, admirar, agradecer y vivir a Cristo. Sin esta conciencia incluso Jesucristo se con-vierte en un mero nombre» (Los orígenes de la pretensión cristiana, Encuentro, Madrid 2001, p. 9).

«No hay nada más absurdo que la res-puesta a una pregunta que no se ha plan-teado», escribía Reinhold Niebuhr. Esta afirmación se nos puede aplicar perfecta-mente a nosotros cuando padecemos de forma acrítica la influencia de la cultura en la que nos hallamos inmersos, que pa-rece favorecer la reducción del hombre a sus antecedentes biológicos, psicológicos y sociológicos. Ahora bien, si el hombre se ve reducido de este modo, ¿cuál es nuestra tarea como sacerdotes? ¿Para qué servimos? ¿Cuál es el sentido de nuestra vocación? ¿Cómo resistir a una huida de la realidad que nos lleva a refugiamos en el espiritualismo o en el formalismo, bus-cando alternativas que hagan soportable la vida? ¿No sería mejor obedecer al clima cultural y convertirnos en asistentes socia-les, psicólogos, trabajadores culturales o políticos? Como ha recordado Benedicto XVI en Lisboa, «con frecuencia nos pre-

(Continúa en la página 12)

* Julián Carrón. Sacerdote; Presidente de la Fraternidad de Comunión y Liberación.

Publicado el 9 de junio de 2010 en L’Osservatore Romano, y en www.clonline.org

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ocupamos afanosamente por las con-secuencias sociales, culturales y polí-ticas de la fe, dando por descontado que hay fe, lo cual, lamentablemente, es cada vez menos realista. Se ha puesto una confianza tal vez excesiva en las estructuras y en los programas eclesiales, en la distribución de pode-res y funciones, pero, ¿qué pasaría si la sal se volviera insípida?» (Homilía de la Santa Misa en Terreiro do Paço, Lisboa, 11 mayo 2010).

Todo depende de la percepción que tengamos de lo que es el hombre y de lo que corresponde realmente a su deseo infinito. La decisión con la que vivimos nuestra vocación deriva por tanto de la decisión con la que vivi-mos nuestro ser hombres. Sólo dentro de una vibración humana auténtica podemos conocer a Cristo y dejarnos fascinar por Él, hasta darLe la vida para que otros Le puedan conocer. «¿Por qué la fe sigue teniendo hoy día una oportunidad?», se preguntaba hace algunos años el entonces carde-nal Ratzinger. Y él mismo respondía: «Yo diría: porque la fe corresponde a la naturaleza del hombre. […] En el hombre vive inextinguiblemente el anhelo de lo infinito. Ninguna de las respuestas que ha intentado darse re-sulta suficiente. Tan sólo el Dios que se hizo –él mismo– finito, a fin de romper nuestra finitud y conducirnos a la amplitud de su propia infinitud, responde a la pregunta de nuestro ser. Por eso, también hoy día la fe volverá a encontrar al hombre» (Fe, verdad y tolerancia, Sígueme, Salamanca 2005, p. 121).

Esta certeza que Benedicto XVI testi-monia continuamente incluso frente a todo el mal que nos hacemos o que causamos a los demás –pensemos en

el asunto de la pedofilia–, nos invita a hacer un camino para redescubrir y para profundizar en la razonabilidad de la fe: «Nuestra fe tiene fundamen-to, pero hace falta que esta fe se haga vida en cada uno de nosotros […]. Sólo Cristo puede satisfacer plena-mente los anhelos más profundos del corazón humano y dar respuesta a los interrogantes que más le inquietan sobre el sufrimiento, la injusticia y el mal, sobre la muerte y la vida del más allá» (Homilía de la Santa Misa en Terreiro do Paço, Lisboa, 11 mayo 2010). Sólo si experimentamos la verdad de Cristo en nuestra vida, ten-dremos el valor para comunicarla y la audacia para desafiar el corazón de las personas con las que nos encon-tremos. De este modo, el sacerdocio seguirá siendo una aventura para cada

uno de nosotros y, por tanto, la oca-sión para testimoniar a nuestros her-manos los hombres que Cristo es la única respuesta al «misterio de nues-tro ser» (G. Leopardi).

Gracias.�

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LA COLABORACIÓN ENTRE EL SACERDOTE Y LOS MATRIMONIOS

Fernando Herrera y Cristina Zaforas *

La Iglesia, desde hace dos mil años, crece gracias a las familia cristianas, constató Benedicto XVI en la audiencia general en la que presentó a un matrimonio de la Iglesia primitiva, Priscila y Áquila.

La evocación de estos dos colaboradores cercanos a san Pablo apóstol, a quien en alguna ocasión sal-varon la vida, llevó al Papa a afirmar que «toda casa puede transformarse en una pequeña iglesia».

«Hay algo que es seguro -añadió el Papa-: a la gratitud de esas primeras Iglesias, de la que habla san Pa-blo, se debe unir también la nuestra, pues gracias a la fe y al compromiso apostólico de los fieles laicos, de familias, de esposos como Priscila y Áquila, el cristianismo ha llegado a nuestra generación».

«Podía crecer no sólo gracias a los apóstoles que lo anunciaban -aclaró-. Para arraigarse en la tierra del pueblo, para desarrollarse vivamente, era necesario el compromiso de estas familias, de estos esposos, de estas comunidades cristianas, de fieles laicos que han ofrecido el “humus” al crecimiento de la fe».

Modestamente consideramos, tras contemplar el modelo de Aquila y Priscila, haber sido esa “pequeña Iglesia doméstica en la que toda casa puede transformarse”, aunque “no hayamos salvado la vida” a nin-guno de los sacerdotes, ni frecuentemos, tan a menudo como sentimos que debiéramos, la lectura de la Palabra de Dios con amigos y familiares.

Es cierto que hemos ido siendo conscientes, cada vez más, de la humana condición del sacerdote, hombre como nosotros, necesitado de calor humano, compañía y ayuda, material también, para sacar adelante sus proyectos, Su Proyecto, su Evangelización…, en el barrio, en la Parroquia, en el mundo…

Hemos vivido de una forma enormemente gratificante numerosas experiencias de las que señalaremos dos, tratando de no compararlas ni distinguirlas específicamente: una en nuestra Parroquia, Nuestra Se-ñora del Consuelo, la otra en relación con nuestro consiliario del movimiento ENS (Equipos de Nuestra Señora).

En nuestra experiencia de colaboración con el sacerdote hemos sentido una doble y recíproca relación “material” y “espiritual” en un proyecto de vida “común” en el sentido de tener un mismo horizonte que es la consecución de una vida plena, de una vida lograda, de la santidad para cada uno de nosotros y de las personas que nos rodean y que, de manera distinta, nos han sido encomendadas. De manera distinta en cuanto a la forma de concretar la vocación de cada uno, sacerdote o casado, y en cuanto a la vincula-ción con las personas en relación –en unos casos “cónyuge” versus “hijos espirituales” en otros, “hijos biológicos” versus “filiación espiritual”,…-.

Esa doble relación que referimos se apunta considerando por un lado, el carácter humano-material, y por otro, el espiritual, reconocidos en su diversidad y en su inseparable unidad por la dualidad de la naturale-za de la persona.

En primer lugar citamos su inestimable ayuda en el ámbito del crecimiento y sostén de nuestra fe, para nuestra vida de matrimonio y de familia, así como para la de nuestros hijos, en las catequesis, homilías, dirección espiritual, conversaciones, ratos de ocio y convivencia; sin olvidar ni menospreciar, por dejar en último lugar, su testimonio de vida. En segundo lugar reconocemos, en este testimonio de su vida, la la-bor de ayuda que realizan en la parroquia, el barrio, en nuestro movimiento… y en concreto con los ma-trimonios que forman nuestro Equipo de Nuestra Señora., el grupo de matrimonios de la Parroquia, así como en la formación intelectual y, sobre todo de fe, a través del Pontificio Instituto Juan Pablo II.

Ello nos impulsó a ponernos a disposición suya en las tareas que otras ocupaciones familiares y persona-les nos permitiera, procurando cuidar el difícil equilibrio entre el activismo y la falta de colaboración. En los ámbitos en que cada uno se mueve, y en los que podíamos participar; nos sentimos honrados por ser solicitados, acogidos en nuestras iniciativas y reconocidos en nuestros quehaceres lo que, procurando ser-vir antes que ser servidos o reconocidos, siempre es de satisfacción personal y de agradecer.

(Continúa en la página 19)

* Fernando Herrera y Cristina Zaforas, están casados y son padres de familia. Ambos son Especialistas Universitarios en Pastoral Familiar por el P.I. Juan Pablo II.

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PROYECTO: APADRINAR A UN SEMINARISTA

INFORMACIÓN PARA LA BECA DE UN CURSO COMPLETO

Coste de la beca

La beca para el curso completo de noviciado con el que comienza la formación del candida-to cuesta 3.800 euros.

El curso se realiza en Villaescusa de Haro (Cuenca) en la casa madre del Instituto (Calle San Juan 12.

Este curso incluye:

• Formación en la espiritualidad propia de la orden (Ejercicios espirituales, cursos de formación...)

• Formación humana (introducción a la vida religiosa, latín, arte retórico...)

• Introducción a la vida de oración.

• Trabajos (jardinería, manualidades, albañilería…)

• Ayuda en hospitales.

Contacto de la beca:

Para concretar el modo de hacer efectivo el ingreso, contactar con el padre Carlos Granados por el correo electrónico [email protected] o en el teléfono 679 313 113.

Las familias sabemos de sobra los ajustes de cinturón que tantas veces tenemos que hacer para llegar a cubrir todas nuestras necesidades. También la forma-ción de un futuro sacerdote puede supo-ner un coste que no siempre es posible afrontar.

Por eso, desde estas líneas, os informamos sobre este hermoso proyecto de apadri-namiento que nos presentan los Discípu-los de los Corazones de Jesús y María, cu-yo servicio está tan íntimamente ligado al Master de Pastoral Familiar del P.I. Juan Pablo II, como fruto de uno de los ejes de su misión apostólica: la pastoral familiar.

¡Esto sí que puede ser una obra de amor!

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Y… ¿Q u i é n e s s o n l o s D C J M ?Y… ¿Q u i é n e s s o n l o s D C J M ?

MÁS INFORMACIÓN: www.dcjm.org

IDENTIDAD:

Los Discípulos de los Corazones de Jesús y María son un Instituto Religioso Clerical católico de derecho diocesano, con se-de principal en la diócesis de Cuenca (España), y actualmente presente en España, Italia y Estados Unidos.

Su misión apostólica gira en torno a tres ejes fundamentales: los Ejercicios Espiri-tuales de San Ignacio de Loyola, predi-cados y vividos, la pastoral familiar y ju-venil y la dirección espiritual y la forma-ción teológica.

Todo ello, en profunda comunión con la Iglesia universal: cum Petro et sub Petro.

BREVE HISTORIA:

La congregación de los Discípulos fue constituida como Instituto Religioso en for-mación (Asociación pública) por Mons. José Guerra Campos, Obispo de Cuenca (España), el 1 de enero de 1987, solemnidad de Santa María Madre de Dios.

Fue erigida en Instituto Religioso Clerical de derecho diocesano por Mons. Ramón del Hoyo López, Obispo de Cuenca, el 19 de mayo de 2002, solemnidad de Pen-tecostés.

Con sede en Villaescusa de Haro (Cuenca), los estudios se realizaron desde el principio en la Facultad de Teología de Burgos. Se extendió a Madrid en 1994 y a Roma en 1996; en 1998 la comunidad de estudiantes se trasladó de Burgos a Ma-drid, donde actualmente se forman en la Facultad de Teología San Dámaso. En 2004 se inauguró la comunidad de Falls Church (diócesis de Arlington, Virginia, EEUU) y en 2007 la de Littleton (archidiócesis de Denver, Colorado), también en los EEUU.

Desde la fundación del Instituto hasta enero de 2008 el Superior General ha sido el R.P. Luis de Prada. Desde enero de 2008 el Superior General es el R.P. José No-riega.

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“A vosotros os he llamado amigos (Jn. 15,15). Asentar la

familia en el amor”. ¿Puede acaso haber un título más per-tinente y sugerente para lo que el Amigo, el Esposo, que viene en ayuda de los esposos y permanece con nosotros, nos tenía preparado en ese lugar, que ya está registrado en nuestra memoria y nunca olvidaremos, en plena sierra de Pradales, próximo a las Hoces del río Duratón, en la provin-cia de Segovia?

Y es que, como dijimos en la introducción nada más llegar - y era más que un mero juego imaginativo, era una absoluta certeza -, el mismo Jesús era quien nos estaba esperando, el que nos había convocado, el que nos tenía preparadas – utilizando el inmejorable texto de la lectura del Evangelio de ese domingo de Pascua de la pesca milagrosa - las brasas al amanecer de nues-tras oscuridades y a la vuel-ta de nuestras fatigas, que seguro que no eran pocas, y allí nos había convocado en esta gran familia de fami-lias, en esta humanidad nue-va. Y, ¿qué nos ofrecía Cristo resucitado? Pues sen-cillamente…volver a empe-zar, siempre en el gozo de su divina misericordia, que nunca merecemos, pero que se nos ofrece a espuertas, a manos llenas… Y sólo era nece-saria una cosa: unos ojos para reconocerle, como los de Juan, y alguien que se deje hacer de nuevo, como Pedro.

Dirigidos por el maestro de orquesta, el padre Jesús Enrique Sáiz (dcjm), venido directamente de Roma y con muletas, y que sencillamente hizo arder nuestro corazón, con la ayuda de nuestro amigo y sacerdote Chema (siempre para los ami-gos, por eso le llamamos siempre Chema), 38 adultos y 50 niños y jóvenes, desde 6 meses a 25 años, vivimos un fin de semana memorable, sencillamente inolvidable. Una frase, sencilla, resumió en los días subsiguientes a los Ejercicios el parecer común de todos cuantos fueron, de forma espontá-nea, ofreciendo sus testimonios por el correo electrónico: “¡Qué bien se estaba allí!”. Y que conste que este juicio sobre la bondad de lo vivido, lo entrañablemente vivido, supera y va más allá de las adversidades que tuvimos que pasar: mal tiempo, un poco estrechos por el grupo tan nu-

meroso que éramos,… pero, ¡y qué más nos daba! El juicio último era esta exclamación unánime: ¡qué bien hemos esta-do allí! Sólo alguien con hambre y sed…, verdaderas ham-bre y sed, es capaz de ir río arriba, contracorriente, buscan-do la Fuente de la que mana el agua y corre, el Agua de la Vida de nuestros matrimonios y de nuestras familias.

Este es el segundo año que la Delegación de Familia y Vida de la Diócesis de Cuenca organiza esta modalidad de Ejerci-cios Espirituales, que está resultando novedosa, especial-mente atractiva y, sobre todo, fructífera. Los Ejercicios son para matrimonios, pero asistimos familias completas, y cada grupo, el de adultos por un lado, y el de niños por otro, diri-gidos por monitores, la mayoría de ellos nuestros propios

hijos más mayores, este año con la dirección y coordina-ción de nuestros queridos jóvenes, “los cinco” – como aquellos legendarios libros de aventuras: Ana, Saúl, Ali-cia, Iñaki y Águeda, digo que cada grupo recibe su alimento, y qué alimento. Luego, compartimos juntos momentos entrañables: la oración de por la mañana, la Eucaristía, el Rosario cami-no de la iglesia románica, las comidas lógicamente y una

estupenda recreación que tuvimos el sábado por la noche. ¿Qué donde queda el silencio? Pues sencillamente en el in-terior de nuestro corazón. Y puedo asegurar que el que quie-re y la sigue, en este caso la consigue. Posiblemente si no hay predisposición interior, ni en el más perdido convento de cartujos se podría hacer silencio, el silencio verdadero. En este Albergue, en la sierra de Pradales, fue posible, lo puedo asegurar y doy fe de ello.

Y una merecida referencia, para terminar, a quienes hicieron que nuestro ambiente de familia no se perdiera, sino que fuera aún más exquisito: los propios dueños del albergue, que más que empresarios de la hostelería, fueron como nuestros padres y hermanos, cuidando hasta el último deta-lle, salvando las dificultades y creando, para un fin de sema-na, un hogar luminoso y alegre para nosotros.

Julián Huete Cervigón, Delegación Diocesana de Familia y Vida de Cuenca �

EJERCICIOS ESPIRITUALES PARA MATRIMONIOS Navares de las Cuevas (Segovia), 16 a 18 de abril de 2010

Organizados por la Delegación de Familia y Vida de Cuenca

Dirigidos por el P. Jesús Enrique Sáiz García, DCJM

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No tardó el profesor D. Juan José Pérez-Soba ni un minuto en despejar cualquier posible duda que se hubiera podido generar sobre la orientación que iba a dar a la que sería su magnífica ponencia; y lo digo porque, la aparición de la pa-labra “sociedad” completando el título de la conferencia, acaso pudiera haber hecho pensar a alguno que se hablaría en esa tarde de mayo de la familia desde el más estricto punto de vista sociológico-político. Esto, desde luego, no fue así. Y es que, como a él mismo le gusta decir, a cada persona se le suele pedir aquello que sabe hacer, y si de algo sabe el profesor Pérez-Soba es del amor, y maestro es de enseñar a amar esponsalmente, y a ello ha dedicado al me-nos los últimos quince años de su vida en su tarea como profesor y sacerdote.

Parecía obligado traer el recuerdo - así lo sugería inevitable-mente el título de la conferencia, y así lo hizo el ponente -, de nuestro venerado Juan Pablo II en la Jornada Mundial de las familias en el año 1994 en Roma, en aquella memorable vigilia abarrotada de gente. Y, como lo hiciera en su día el Concilio, preguntando a la Iglesia “¿qué dices de ti mis-ma?”, a fin de concebir su ser y misión en el mundo, Juan Pablo II se dirigía en aquella ocasión a la familia con el mis-mo fin, consciente de que la “nueva evangelización” depen-de de la “iglesia doméstica”, depende de la familia: “Familia, ¿qué dices de ti misma?”. Y con palabras del Concilio, el santo padre ofrecía la respuesta: “Familia, tú

eres gaudium et spes”, tú eres el gozo y la esperanza.

La familia es el gozo y la esperanza, y esto y no otra cosa – tal y como señaló el profesor D. Juan José – debe de ser nuestro punto de partida, porque se trata de la experiencia elemental de lo que es la familia para cada persona: la familia es gozo, y es esperanza. La familia como gozo, es decir, el recuerdo de momentos profundamente felices, que no se trata de una cosa pasajera, sino que tiene que tener un sentido y ser fuente de sentido. Este gozo remite al primer encuentro que refiere la Escritura entre un hombre y una mujer, la primera canción de la Humanidad, el gozo auténti-co de la mujer cuando Adán, mirándola, exclama: “Esto sí.., tú sí que eres hueso de mis huesos y carne de mi carne; te llamarás mujer porque del hombre has salido”. Adán en-cuentra así el sentido de su vida, por lo que vale la pena dar-la, entregarla, dejar al padre y a la madre, y unirse a su mu-jer, y los dos ser una misma carne…Dejarlo todo, para hacer algo nuevo: esta es la experiencia profunda de un gozo verdadero, que no es pasajero, que te permite vivir, ya

que, como decía Péguy, para poder afrontar las dificul-tades de la vida, es necesario haber tenido experiencia de un gozo muy grande, porque sólo eso engendra una au-téntica esperanza. Como refirió nuestro querido ponente, el primer gozo, precisamente porque engendra esperanza, está llamado a crecer, a hacerse fecundo; es el gozo de haber recibido algo grande, pero con la promesa de algo todavía mayor.

Estos son por lo tanto – señaló el profesor Pérez-Soba - los dos elementos humanos, profundamente humanos, que vivimos dentro de la familia: el gozo de encontrar un sentido de vivir, y la fecundidad de una vida entregada. Esto es lo que la familia siempre ha representado. Pero eso no quiere decir que esto sea totalmente claro; esa luz, la luz de las gentes que representa la Iglesia, vive en medio de la oscuridad, una oscuridad que proyecta grandes sombras so-bre el matrimonio y la familia. Y esto no es algo que sea extraño y que nos deba sorprender. El mismo Papa – y así lo recordó el ponente - , en esa Jornada memorable del año 1994, al día siguiente, en la Misa de las familias, completó la frase, y tomando el inicio de la Constitución Pastoral so-bre la Iglesia en el mundo, Gaudium et spes, comenzó di-ciendo: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las an-gustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Cierta-mente, si la familia es el gozo y la esperanza, es también porque está unida a los dolores y a las angustias de los hombres, porque es el campo donde las personas sufren, y sufren verdaderamente mucho. Por eso, después del primer canto de la humanidad del capítulo 2 del Génesis, aparece el capítulo 3, donde sale a escena el pecado del hombre, donde toda esa primera paz, parece desvanecerse, donde aquellos que han alabado a Dios por haberse encon-trado, se esconden de Dios, y ante Dios mismo se acusan el uno al otro, donde en vez de expresar esa unión profunda, reciben como una especie de maldición: “buscarás con an-sia a tu marido que te dominará …”; en vez de esa relación transparente del lenguaje del amor, aparecen esas sombras del deseo de dominio

Y aquí puso encima de la mesa nuestro querido ponente algo decisivo para comprender en este mundo, nuestro mun-do no otro, cuál es el papel de la familia; hemos de mirar y comprender también este dolor que el hombre experi-menta, y que tiene que ver con ese desgarro, cuando se

LA FAMILIA, EL GOZO Y LA ESPERANZA DE LA SOCIEDAD Cuenca, 12 de mayo de 2010

Conferencia organizada por la Delegación Diocesana de Familia y Vida y la Escuela Diocesana de Ciencias Religiosas

Pronunciada por D. Juan José Pérez-Soba, Catedrático de la Facultad de Teología “San Dámaso”

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da cuenta de que la primera fascinación de un amor no sirve para construir una vida. Por eso al mismo tiempo hay que entender las dificultades que existen, no hay que ocultarlas. Pero hay que verlas con los ojos de Dios, con su mirada misericordiosa, que no ignora el mal del mun-do, pero que entiende que el mal no es la última palabra; esa mirada de Jesús que, al ver las multitudes, las veía vejadas y maltratadas, como ovejas sin pastor. De este modo es como debemos tratar de dar respuesta a una pregunta decisiva, que se puede desdoblar en otras: ¿Por qué las personas no perci-ben a veces la familia como un gozo? ¿Por qué tantas fami-lias están tristes? ¿Por qué en vez de esperanza, lo que se produce a veces es una desilusión, un desconsuelo? ¿Por qué en vez de ver la familia como un bien tan hermoso, tan-tas personas hablan mal de ella, y a veces la ridiculizan? ¿Por qué en vez de presentar la familia como algo que pue-de ayudar a las personas, se presentan tantas reticencias, y se presentan como modelos familiares, como distintas op-ciones que una persona pudiera elegir porque todas fueran lo mismo? Estas preguntas - tal y como nos enseñó el profe-sor Pérez-Soba -, no podemos eludirlas, sino que debemos abordarlas desde esa mirada misericordiosa de Jesucristo. Y así podremos ver que el origen está en la dificultad que tienen las personas ahora de creer en el amor. Esto es muy importante – según señaló el ponente - para entender lo que puede ser hoy la nueva evangelización. Nosotros, que hemos creído en el amor, somos los que tenemos que ilu-minar el mundo; por eso, como escribió Benedicto XVI en la encíclica Deus Caritas est, tenemos que aprender qué significa creer en el amor, porque todo amor requiere una fe. Es imposible amar sin tener fe, porque el amor pide fe siempre, la fe en una promesa de un amor más gran-de.

Por lo tanto, lo que es importante tener presente, y eso es algo que esencial para entender la familia como señaló el profesor Pérez-Soba, es que no hay increyentes respecto del amor; una persona que no cree en el amor, le pasa algo, está dañada, tiene una enfermedad. Y el cristiano sí que puede expresarse y por eso es luz, y puede decir: “yo

sí te puedo decir en qué amor creo, porque, ¡es para mí

tan importante el amor en que creo…, he puesto tanto en

ese amor en el que creo…!”. Ahora resulta que hemos en-contrado el amor de nuestra vida, y hemos creído en él, y podemos por lo tanto mostrarlo a los demás. Tal y como insistió D. Juan José, esto es muy importante para ver cómo esas sombras en el amor se producen ante todo por la dificultad que tienen las personas de creer en el amor, no por el amor mismo, sino porque hay falsos amores. Y una persona que en el amor se ha sentido frustrada, una persona que ha creído amar, y se ha sentido engañada, tiene una herida muy grande. Por eso, citando el ponente a Ortega y Gasset, se ha hablado mucho de amores, y poco de amor, porque las personas que no creen en el amor, se entregan a los amores.

Y esto es lo que es tan esencial, y así lo puso de manifiesto el profesor Pérez-Soba: la dificultad de no creer en el amor, tiene actualmente un contenido cultural básico, que es lo que se denomina el amor romántico, y no se

quería referir nuestro ponente, tal y como él mismo se en-cargó de advertir, a una experiencia primera de amor inten-sa y fascinante que es muy propia del ser humano, sino a un modo de interpretar el amor como si fuera sólo verdade-ro por su intensidad, una interpretación exclusivamente romántica del amor que desconoce por lo tanto el origen del amor, que no está en la intensidad (el amor a los padres es poco intenso, pero nadie duda de su verdad), y que tiene un enemigo implacable, que es el tiempo que se ve siem-pre como una amenaza del amor reducido a mero sentimien-to. El amor verdadero, sin embargo – apunto nuestro queri-do ponente -, no se puede dominar, no se puede reducir a la mera satisfacción; y una persona que centra su vida sólo en el dominio y la satisfacción, no entenderá jamás el amor.

Si el amor, utilizando un símil magnífico y tremendamente sugerente – y así lo indicó a modo de reflexión el ponente - es una fuente, lo único que podemos y debemos hacer es poner las manos cual recipientes, para recibir el agua. Esto significa que entender el amor como un bien y una espe-ranza es abrirnos a una lógica distinta a la del dominio y la satisfacción, es abrirnos a la lógica de un don. Los cristianos podemos entender muy bien que el amor que hemos encontrado es ante todo un don. Y esto, como señaló el profesor Pérez-Soba, es radicalmente importante. Enten-der que la lógica del don nos indica que hemos nacido de un amor, es la única manera de entender que estamos llamados al amor.

Con esto, ante todo, se ve cómo ese gozo inicial, ese gozo que por lo tanto conforma la vida de todo hombre, es el gozo de haber recibido un don muy grande. Por eso es tan importe para los matrimonios que entendamos bien - y así nos exhortó el profesor Pérez-Soba a los presentes - el don que hemos recibido, y que entendamos que no somos los grandes protagonistas, que no hemos sido nosotros los que hemos elegido a Jesucristo, sino que él nos ha elegido para que vayamos y demos fruto, y nuestro fruto dure; que nues-tro matrimonio no es en primer lugar un plan humano, sino un plan de Dios. Por eso, para decir “te quiero”, nos tenemos que mirar a nosotros mismos, ver que lo que nos ha pasado en nuestra relación amorosa es algo muy grande, algo que me promete un querer mayor, y luego mirar a la otra perso-na, y ver si se lo puedo comunicar, ver cómo lo puede recibir para construir así una historia de amor. Para decir “te quie-ro” de verdad, hemos de decir sí al plan de Dios, porque lo que quiero de la otra persona no es mi sólo querer, sino un querer más grande que nosotros mismos, que es el que nos une. En esa mirada de los novios de la obra de Karol Wojtyla El taller del Orfebre, con la que se descubren ante el espejo sus figuras, unidos, con los anillos al fondo, es cuando entienden lo que es el matrimonio: ya no consiste en verse el uno al otro, ya no consiste en ver lo que el otro me puede dar, ya no consiste en ver lo que el otro me promete, sino verse los dos unidos en un plan de Dios. El matrimo-nio es una promesa de una plenitud que todavía está por alcanzar, un amor que, como la zarza ardiente que se encuentra Moisés y en la que Dios le hace la primera prome-sa, no se consume, sino que es un amor que permanece, y esa es la esperanza que necesitamos los hombres. Este es

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el gozo autént ico que Cristo ha traído,

que vence la d e b i l i d a d

humana.

Tal y como pro-fundizó el profesor

Pérez-Soba, la dificul-tad más grande al hablar del

amor deriva de que el amor nos hace vulnerables. Una persona que

ama, presta su corazón y lo abre a la posi-bilidad del dolor; cuando queremos a alguien mu-

cho, esa persona nos puede hace sufrir mucho. Y eso es muy difícil de vivir. Por eso, es muy difícil decir a las personas que amen porque, si sabes de la vida, se está pi-diendo a las personas que sufran, y eso no es sencillo. Por eso – afirmó nuestro magnífico ponente - sólo en el amor que ha pasado por la experiencia de un amor que ha su-frido al máximo y ha vencido, se puede verdaderamente amar. Sólo cuando se entiende que en el origen del amor está un amor que se ha hecho vulnerable hasta el final, el mismo amor que brota del corazón herido de Dios por amor, por piedad a nuestra nada, es posible pensar que hay que creer en el amor hasta la muerte. Si buscábamos el origen del amor, lo hemos encontrado en esa fuente que mana del costado de Cristo. Es ahí donde nuestro go-zo y nuestra esperanza tienen otro fundamento. Ya no es un gozo inicial que no supiera de los dolores de los hombres, y que luego pudiera ser fracasado, sino que es un don recibi-do, que nace de una entrega hasta el final. Ya no es una es-peranza que se sustenta en realidades que pueden pasar y en las que no tenemos el dominio, sino que es la esperanza de que está siempre con nosotros en el camino de la vida.

Por eso, lo que era un gozo y una esperanza, es ahora un don y una misión, y así nos lo recordó el profesor Pérez-Soba a los presentes: hemos recibido un don muy grande, y eso es ahora para vosotros una misión. Los matrimonios somos “luz de las gentes”, porque nuestros hogares están iluminados, y no se puede nunca perder esa luz, sino que tiene que lucir en el candelero. No es una luz que así des-lumbre, pero es una luz que el hombre necesita para sentirse

atraído para encontrar el calor del hogar. Es esa la misión que hemos recibido. La Iglesia por eso confía de una ma-nera especialísima en las familias, y espera en las fami-lias para que den testimonio de que no falte esta luz.

No pudieron faltar unos apuntes, unas luces, absolutamente pertinentes de carácter metodológico que el profesor Pérez-Soba trajo a colación para poder llevar la difusión auténtica y eficaz de esta buena noticia a nuestros contemporáneos: cuando se habla de estos temas, hay que saberlo hacer desde el amor de Dios y con misericordia. Para entender nuestra sociedad – apuntó nuestro excepcional ponente -, hay que saber que uno de los efectos que provoca hablar de estos temas es el resentimiento, que viene provocado cuando se habla de una grandeza que una persona reconoce que es im-posible para ella. Entonces parece como si se estuviera hablando de eso para echarle en cara que no lo tiene. Para hablar del matrimonio y la familia, hay que hacerlo por tanto como un don de Dios, que es algo bueno para todo el mundo, es algo que tiene que ver con los deseos huma-nos, las exigencias más elementales y profundas de todo ser humano, sin excepción, porque nace del perdón.

Tal y como concluyó acertadamente el ponente, la dificul-tad auténtica en la actualidad que encuentran los hom-bres y las mujeres para formar una familia, es la dificul-tad para perdonar. Sólo un amor que perdona, es un amor que no pasa nunca, sólo un amor que perdona es el amor que sabe dónde está esa fuente que siempre mana. Por eso, el amor cristiano que regenera la familia, es el que permite que seamos luz. Y eso es lo que la Iglesia quiere: que esa luz ilumine a todos los hombres. Que “no es bueno que el hombre esté sólo”, quiere decir que es necesario que nadie se sienta solo, porque podemos decirle que existe la gran familia de los hijos de Dios. Por eso, recordando las palabras de Benedicto XVI en la gran jornada que se hizo en Madrid en el año 2008 en el día de la Sagrada Fami-lia, el profesor Pérez-Soba terminó su intervención, con palabras que regeneran todos los corazones de los matrimo-nios, de las familias, y de todo agente de la pastoral fami-liar, hasta el del más cansado: vale la pena trabajar por la familia, porque vale la pena trabajar por el hombre, que es la criatura a la que ha amado Dios.

Julián Huete Cervigón, Delegación Diocesana de Familia y Vida de Cuenca �

Experimentando en esa colaboración la humana condición de los sacerdotes, con sus debilidades y fortalezas, con sus nece-sidades y grandezas, siendo ejemplo y motivación, nos sentimos animados a integrarlos como uno más de nuestra familia, de ese modo especial que entendemos que pudieran hacer Aquila y Priscila con San Pablo, de un modo diverso a como se acoge al cónyuge o al hijo pero de un modo en que, además de acoger al amigo que te necesita, sientes que recibes al Ami-go al que necesitas.

Con ello, en suma, reconocemos la suerte inmensa de contar con esa amistad recíproca en esa especial condición que nos enorgullece como tenedores de un bien precioso al tiempo que nos sentimos en disposición de “ser para ellos” en su vida y en su misión Evangelizadora.�

(Viene de la página 13)

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La última cima de Juan Manuel Cotelo

Es providencial la producción de esta película de carácter documental que justo al final del Año Sa-cerdotal, es testimonio de la vida buena de un cura sencillo y entregado a su vocación: Pablo Domín-guez Prieto.

A pesar de no ser cine al uso, su rotundo éxito nos obliga en cierta forma a tenerla en cuenta en este boletín especialmente dedicado al sacerdocio. Pero más que el “éxito”, comercialmente hablando, nos mueve el hecho de que Pablo, además de haber sido profesor del Master que el Instituto imparte en Ma-drid, ha formado parte de la vida de muchos de no-sotros.

Por eso, hemos querido transcribir en estas líneas, unas cuantas opiniones recogidas de Internet que nos dan una idea de lo que este sencillo proyecto ha supuesto para muchas personas. Cualquiera que se asome a la red, podrá comprobar que son sólo una pequeña muestra. Y, por último, además de lo que hemos encontrado navegando por el ciberespacio, ofrecemos un par de testimonios propios: el de un laico, casado y padre de familia, y el de un joven sacerdote recién ordenado, ambos, alumnos del Instituto.�

“Yo he visto La última cima”

www.20minutos.es […]Los creadores de "La última cima" reconocen que no es fácil que los medios de comunica-ción se ocupen hoy en día de buenos modelos de sacerdotes, pero esta película intenta ser un homenaje a todos ellos a través de la figura de Pablo Domínguez Prieto. Dirigido por el realizador madrileño Juan Manuel Cotelo (El sudor de los ruiseñores), este documental narra la historia real de un cura español que, a pesar de ascender importantes cimas nacionales e internacionales, nunca buscó la notoriedad. Una notoriedad que encontró el fatídico día que falleció a causa de un accidente en el Moncayo, en febrero de 2009.

Quienes conocieron a Pablo dicen que sabía que moriría joven y que quería hacerlo en la mon-taña. Ésta y otras historias se narran a través de las imágenes de este filme, al igual que su dedi-cación a la hora de predicar la palabra de Dios en misas y conferencias con alegría, humildad y generosidad. Todo ello conduce a que el espectador se formule una pregunta comprometida: ¿yo también podría vivir así?[…]

www.cinissimo.com […] La última cima muestra la huella profunda que puede dejar un buen sacerdote, en las perso-nas con las que se cruza. Y provoca en el espectador un pregunta comprometedora: ¿también yo podría vivir así?

www.decine21.com Así, de entrada, la historia de un cura llamado Pablo Domínguez, que muere en accidente de montaña con 42 años, no se diría capaz de conformar el motivo de un apasionante documental. Cabe esperar en el mejor de los casos el acercamiento a una "buena persona", de cuyas accio-nes darían testimonio aquellos que le conocieron, con mayor o menor emotividad. Sin embargo cualquier prejuicio en esta línea se desvanece a los pocos minutos de empezar a visionar La últi-ma cima, un film memorable, que confirma el buen sabor de boca que Juan Manuel Cotelo dejó con su debut en la dirección, el trabajo de ficción El sudor de los ruiseñores.

Vertebra la película la mirada directa de Cotelo al espectador, que en varios momentos a lo largo del metraje, le interpela provocativamente, dando rienda suelta a sus cualidades actorales, un poco a lo Michael Moore, pero sin trampas. Botón de muestra es el arranque, donde señala

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que en el cine actual un film sobre un sacerdote sólo parece caber si éste es pederasta, ladrón, manipulador, ávido de poder, o, en el mejor de los casos, misionero en un país del tercer mundo; y vaticina que igual que tales sacerdotes son 'crucificados', él asume el riesgo de correr igual suerte por mostrar a un sacerdote 'normal', y con numerosas cuali-dades. O sea, alegre, listo, intelectual, apuesto, cercano, entregado a los demás, piadoso. Del que todos los que le conocieron parecen guardar recuerdos personales imborrables, de su amistad y cariño para con ellos.[…]

Juan Orellana,

www.paginasdigital.es […] Cuando Cotelo comprobó las reacciones de la gente ante la muerte de Pablo, dedujo que se tra-taba de un hombre excepcional del que merecía la pena saber más. Así comenzó una tarea de indagación y de recogida de testimonios que han culminado en un interesante documental que no deja indiferente.

En realidad, aunque la película trata exclusivamente de Pablo Domínguez, lo cierto es que da una imagen general del sacerdocio católico en el siglo XXI, una imagen que refuerza los esfuerzos de la Iglesia en este año sacerdotal que ahora termina.[…]

[…] La película transmite esperanza cristiana, alegría profunda y testimonia que Pablo Domínguez sigue vivo aunque las cámaras no puedan registrarle.

La última cima cuenta con recursos fotográficos, vídeos de Pablo Domínguez -aunque se echa de menos una mayor abundancia-, y algunas recreaciones -el punto más flojo del conjunto-, amén de los citados testimonios. El conjunto resulta muy ágil, fresco, impactante, incluso con puntos de humor que protagoniza el propio director, el cual intervie-ne en algún momento con esa ironía provocativa que le caracteriza.[…]

[…] En fin, una película que no hay que perderse en los tiempos que corren, ya que apuntala nuestra alegría de ser cristianos y de pertenecer a una iglesia de pecadores y de santos. La última cima es el testimonio de un hombre nue-vo, transformado por su encuentro con Cristo. Y hoy los testigos son más necesarios que nunca.

Pablo J. Ginés, www.forumlibertas.com […] Si toda la primera mitad de la película puede ser una herramienta muy útil en cualquier pastoral vocacional (es difícil no querer hacerse cura viendo esta obra y la vida de Pablo) la segunda mi-tad, que trata de la muerte, ya ha demostrado su eficacia ayudando a gente, creyente o no, que ha afrontado la muerte de un ser cercano. En una cultura en que la muerte es un tabú del que no se habla, esta película se acerca a ella con belleza. Es esa belleza, ligada a la verdad, a lo real, a lo vivido… esa belleza que, decía Dostoievsky, salvará al mundo. En definitiva, se trata de una película donde lo cotidiano se convierte en épico. Hay que verla.

Jerónimo José Martín,

www.cope.es/noche-de-cometas Podría pensarse que el cine contemporáneo ofrece una visión de los sacerdotes católi-cos tan superficial como la que proponen ciertas series televisivas y crónicas periodísticas. Pero no es así. Ciertamente, varias películas recientes —Las dos caras de la verdad, La mala educación, Mar adentro— caen en ese enfoque par-cial. Pero hay muchos más títulos de los últimos años que subrayan la meritoria labor espiritual y social de esos hombres entregados a Dios y a los demás, a veces hasta el heroísmo.

Ahí están El Jorobado de Notre Dame, Salvar al soldado Ryan, Disparando a perros, Comprométete (Casomai), El no-veno día, Katyn, Lourdes o Million Dollar Baby y Gran Torino, ambas de Clint Eastwood. Incluso en España, filmes como Héctor, de Gracia Querejeta —Premio ¡Bravo! de la Conferencia Episcopal—, o Una palabra tuya, de la Ministra de Cultura, Ángeles González Sinde, ofrecen retratos elogiosos de sacerdotes católicos.

Ahora amplía esa lista el documental La última cima, que confirma la alta calidad que Juan Manuel Cotelo ya mostró en su primer largometraje, El sudor de los ruiseñores (1998).[…]

[…] A alguno quizá le pesen las provocadoras apariciones del propio director. Y otros tal vez echen en falta alguna aparición más del propio biografiado, pues existen abundantes grabaciones y entrevistas. En cualquier caso, esos posibles defectos no oscurecen la frescura narrativa de la película, ni su inteligente recurso al humor, que enriquece sus luminosas reflexiones sobre la santidad, la Eucaristía, la Confesión, la dirección espiritual, la oración, la formación doctrinal-religiosa, el celibato, la vida eterna o el compromiso con la defensa de la vida.

Con todo esto, queda una sugerente semblanza y, de paso, un encendido homenaje al sacerdocio y al catolicismo del siglo XXI. Un catolicismo activo, alegre, lleno de esperanza, radicalmente alejado de sus burdas caricaturas, y muy atrayente también en su equilibrada visión del papel del laicado y los religiosos. En fin, un testimonio valioso y muy oportuno en este año sacerdotal, que puede abrir camino a otros muchos.

Juan Manuel Cotelo, en

www.zenit.org […] Este cineasta cuenta cómo aquella conferencia y su breve trato con Pablo alteraron su vida: "Pablo es la demos-tración de que cualquier persona puede tener una vida fértil. Porque sus virtudes son accesibles a cualquiera", dice.

"Gracias a él, ahora procuro escuchar con más atención a las personas, prestar pequeños servicios a quien se ponga delante, sonreír cuando no me apetece, alterar mi horario sin enfadarme cuando surge alguien que me lo pide... y unas cuantas cosas más en las que veo que él era mucho mejor que yo", señala.

"Sobre todo, procuro buscar a diario y en todo la voluntad de Dios para mí", agrega. "Por último, con Pablo uno puede descubrir que el Cielo no está 'más allá' ni empieza 'más tarde', sino que desde ahora uno ya puede empezar a vivir en el Cielo, si dejas que Dios entre en tu vida", dice Juan Manuel.

Este trabajo le ha permitido a Cotelo encontrarse con la belleza de la vocación sacerdotal que para él "es la belleza de un Dios humilde quien, pudiendo actuar sin depender de nadie, nos hace llegar su gracia a través de otros hom-bres".

"Cristo, pudiendo dar de comer a una multitud, con un simple chasquido de dedos, lo hizo con la colaboración de hombres vulgares: 'dadles vosotros de comer'. Y hoy sigue actuando igual", dice Juan Manuel. "Son los sacerdotes quienes nos dan el alimento para el alma, que no es suyo, sino del mismo Dios, que se nos entrega en persona a cada uno", asegura. […]�

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¿Existen los curas alegres?

Me encantó la película de Pablo Domínguez, me gusto toda entera y me gusto mucho. Podría decir muchas cosas pero solo voy a comentar una cosa de la pelícu-la. En un momento determinado, se acercan a una se-ñora y la preguntan, “¿usted conoce algún sacerdote alegre?”. La señora lo piensa un rato, unos segundos, y responde “no”. ¡¡Dijo que no!! No me lo podía creer. Yo conocí a Pablo y es verdad que era un sacerdote alegre y que era capaz de contagiar la alegría que vi-vía, Cristo era su alegría. Incluso dando clase en la facultad, ¡¡lo hacía con alegría!! A mí me acaban de ordenar cura y estoy inmensamente alegre, Dios ha hecho de mí “servidor de vuestra alegría”, Dios sigue eligiendo sacerdotes que transmitan la alegría a los demás, la verdadera alegría… ¿es posible que existan sacerdotes que no sean alegres? A mí me hizo esto mucho que pensar… Cada día hemos de pedir al Señor el don de alegría, no sólo para que los sacerdotes sea-mos alegres, sino para llevar esa alegría de Cristo re-sucitado a todos. Pablo lo fue y lo hizo.

Rafa, sacerdote

¡¡Vaya seis euros bien aprovechados!!!!

Pues, efectivamente, la película La última cima se ha estrenado este viernes 25 de junio en Cuenca, y se rumorea que estará poco tiempo puesta. Todo depen-derá del público, como siempre… De momento, al menos este fin de semana, la están pasando a las 16,30, 18,15 y 20,20. Dura una hora y ochenta y dos minutos.

Yo estuve ayer sábado, y os puedo decir que merece la pena, y mucho… Es apta, y muy recomendable, para todos los públicos, para toda persona, creyente y no creyente… Sólo se necesita un corazón, como el que todos tenemos sin excepción, lleno de exigencias y anhelos de verdad, de belleza, de felicidad, de amor… de Dios. No tengáis ningún reparo en recomendarla a vuestra familia, compañeros de trabajo, amigos… Aceptar el riesgo. Ni ellos ni vosotros vais a quedar defraudado.

Sin ánimo de adelantar el contenido de la película, pensando sobre todo en los que no la habéis visto aún, sí que quiero destacar tres puntos que a mí se me han quedado gravados, a los que no dejo de dar vueltas, y que tienen que ver con las tres virtudes teologales, que salen a borbotones en la película, y que provocan in-cluso lágrimas no contenidas:

La fe. Pablo Domínguez tenía una fe desde luego dig-na de envidia de la buena… Reconocía al Misterio, a Cristo, en todo: en la naturaleza, obra del Creador… Cómo sería este verLe en la creación, que él manifestó en más de una ocasión que querría morir en la monta-ña… Y, sobre todo, nuestro protagonista reconocía a Dios en el otro, en el prójimo. Uno de los sacerdotes que intervienen en la película, y lo conoció, dice abier-tamente que Pablo vivía y tenía la firme convicción de que, enfrente de sí estaba otro, otro que era como si fuera Cristo, que era el mismo Cristo.

La esperanza. La película no es una hagiografía dul-zona que exalte las virtudes de Pablo Domínguez y las presente como inalcanzables, como si se tratara de un extraterrestre. Todo lo contrario. De hecho, otro sacer-dote al que entrevistan dice abiertamente, mirando el testimonio, la persona del protagonista: “cualquiera puede ser Pablo Domínguez…”. Y digo yo, sólo es cuestión de dejarse hacer por Otro. Esto abre la espe-ranza no veáis de qué forma.

El amor, la caridad. Sus amigos, los que le trataron manifiestan abiertamente: “Cuando estaba contigo, parecía que no tenía nada que hacer, que tenía todo el tiempo para ti…”. Ese estar disponibles para el otro, tener todo el tiempo, y, sobre todo, tener esa pasión por el hombre, fruto de la pasión por Cristo que Pablo Domínguez tenía… Esa es caridad de la buena…

Y concluyo con una anécdota que me parece muy inte-resante. Cuando compramos las entradas, la taquillera

“Yo he visto La última cima”

nos advirtió amablemente que se trataba de un docu-mental, imagino que con la sana intención de que no nos asustásemos… Yo, también con mucha amabili-dad, le dije que lo sabíamos y que, aún más, nosotros habíamos sido unos de tantos que hemos pedido a tra-vés de internet que la película viniese a Cuenca. Así quedó la cosa. Cuando ya estábamos viendo la pelícu-la, puede advertir que en una esquina, de las primeras filas, estaba sentada la taquillera, y vio un buen trozo de película… En fin, parece que no pudo aguantar la curiosidad… Seguramente tendría que haberse hecho más violencia para resistirse, que para ir a ver al me-nos un trozo, como al final hizo.

Un abrazo, y que disfrutéis de la película.

Julián, casado y padre de familia

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MÁLAGA, del 1 al 7 de agosto

• Fundamentos de la moral. Prof. P. Juan de Dios Larrú Ramos, DCJM

• Psicología de la vida conyugal. Prof. Dña. Clara de Cendra Núñez-Iglesias

• Noviazgo y preparación al matrimonio. Prof. D. Ramón Acosta Peso

• Las familia en el Magisterio de la Iglesia. Prof. P. Luis Granados García, DCJM

• La transmisión de la fe en la familia. Prof. Mons. Fernando Sebastián Aguilar

• Familia y trabajo. Prof. D. Francisco Manuel Torres Núñez y Dña. Mª del Prado Gómez Garzás

SEGORBE (Castel lón), del 8 al 14 de agosto

• Teología del cuerpo. Prof. Dña. Carmen Álvarez Alonso

• El ser comunional de la persona humana. Prof. P. Ignacio de Ribera Martín, DCJM

• La revelación del amor en la Sagrada Escritura. Prof. P. Carlos Granados García, DCJM

• Educar en las virtudes a los hijos. Prof. D. Sebastián Blanch Boris y Dña. Mercedes Jover Maté

• Del amor a la institución. Prof. D. José Mª Mira de Orduña Gil

• Paternidad y maternidad. Prof. D. Arturo Gross Alesanco y Dña. Rocío Fernández Nebreda

TORTOSA (Tarragona), del 15 al 21 de agosto

• Análisis teológico de la comunión interpersonal. Prof. D. Juan José Pérez-Soba Diez del Corral

• La pastoral de las familias. Prof. D. Jaime Fernández Colomé e Inés de Mir Messa

• Paternidad y Maternidad. Prof. P. Daniel Granada Cañada.

• Psicología de la vida conyugal. Prof. D. Martiño Rodríguez González

• Educar en virtudes a los hijos. Prof. D. Juan Pardo de Santayana Galbis y Dña. Cristina del Río Villegas

• Familia y política social. Prof. D. Nicolás Sánchez García

TUI (Vigo), del 22 al 28 de agosto

• Teología del cuerpo. Prof. Dña. Carmen Álvarez Alonso

• Del amor a la institución. Prof. D. Pablo Ormazábal

• La familia en el Magisterio de la Iglesia. Prof. D. José Antonio García Acuña

• Familia y política social. Prof. D. Nicolás Sánchez García

• Matrimonio y comunión entre Dios y los hombres. Prof. D. Fernando García Álvaro

• La transmisión de la fe en la familia. Prof. D. Fernando Herrera Casañé y Cristina Zaforas de Cabo

Como todos los años, en agosto se celebrarán los encuentros estivales del Master de Pastoral Familiar en diversas diócesis de España. Este verano, los temas que se tratarán son los siguientes:

Para más información: www.jp2madrid.org

Page 24: nº 21 Año 2010 Julio SACERDOCIO, EL AMOR DEL CORAZÓN DE ...€¦ · y lo que está escondido en el amor origina precisamente el drama. (Karol Wojtyla, El taller del orfebre) nº

AL HILO DE LA NOTICIA � nº 21 � Año 2010 � julio

Pág. 24 Asociación Persona y Familia

“Te amo, mi Dios, y mi solo deseo

es amarte hasta el último respiro de mi vida.

Te amo, oh Dios infinitamente amable,

y prefiero morir amándote

antes que vivir un solo instante si amarte.

Te amo, Señor, y la única gracia que te pido

es aquella de amarte eternamente.

Dios mío, si mi lengua

no pudiera decir que te amo en cada instante,

quiero que mi corazón te lo repita

tantas veces cuantas respiro.

Ti amo, oh mi Dios Salvador,

porque has sido crucificado por mi,

y me tienes acá crucificado por Ti.

Dios mío, dame la gracia de morir amándote

y sabiendo que te amo”. Amen.

San Juan María Vianney