MUTATIS MUTANDIS

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Cuento 25 Mutaciones Psicoecológicas 1

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Cuento infantil

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Cuento 25

Mutaciones Psicoecológicas

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V. R. G. U.

MCMXCVII

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DERECHOS: Víctor R. González Uslar

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Mutaciones Psicoecológicas

Era temprano por la mañana y no había sonidos que se

esparcieran por los vientos ancestrales de aquella ribera. Acababa de

suceder un hecho extraordinario la noche anterior, que había llenado la

atmósfera de quejidos ensordecedores. Aullidos agudos, llenos de dolor y

tristeza, dieron paso a la tranquilidad, la cual sólo se había hecho sentir

de esta forma después de la creación del universo, donde en el vacío

espacial sólo existió el silencio. Todo quedó silente mientras el mar

bañaba con suavidad materna las arenillas que conformaban la playa.

Desde ese momento, la tierra comenzó a parecerse a la que

conocemos hoy, ya que lo que les cuento sucedió antes de que

apareciera el primer dinosaurio sobre la faz de este planeta, que guarda

muchos secretos.

Sucede que, hace muchos millones de años existió una

civilización, la cual llegó a ser igual o más desarrollada que la de

nosotros. En esos tiempos el planeta estaba conformado por un solo

continente y un océano. El continente unía meridionalmente el planeta

de polo a polo y le llamaron Gea.

En tiempos de Gea, abundaban criaturas de toda clase, las de

ahora y las que, lamentablemente, ya no están más. Todo era verde,

denotando la generosidad de la tierra, que al verse halagada por un trato

justo y sin explotaciones irracionales, se entregaba como un solo jardín.

Era sin duda un placer ver la fruta descolgarse de frondosos árboles que

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conformaban bosques exuberantes. Hasta entonces, todo se veía muy

bien, el futuro parecía aproximarse tan puro como el agua cristalina que

descendía por los arroyos de montañas lozanas.

A medida que avanzó el tiempo, al contrario de lo esperado,

fueron desmejorando las cosas y el hombre fue perdiendo sus buenos

hábitos. La explotación exagerada de recursos y en especial la tala de

bosques provocó daños irreparables, al extremo que algunas criaturas se

fueron extinguiendo. Al hombre no pareció importarle mucho, porque

aunque estaban al tanto de eso, permitieron que siguiera sucediendo.

Unos pocos excéntricos trataron de llamar la atención, pero fueron

acallados rápidamente y la gente no prestó mucho cuidado. Siempre el

ser humano se encontraba más preocupado de sus propios problemas, o

al menos, así lo entendía esta antigua civilización.

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Las industrias crecían descontroladamente y las selvas se volvían

grises. La construcción engullía las selvas desequilibrando ecosistemas

enteros y bajando los índices de oxígeno, mientras el smog de vehículos

e industrias aumentaba cubriendo los cielos. Dejaron de existir los días

de sol, pues las grandes nubes de humo impedían que pasaran los rayos

solares. Al hombre, pareció no importarle mucho ya que se encontraba

más preocupado de sus propios asuntos. De hecho, la gente estaba tan

preocupada de sus problemas que ya casi ni se hablaba entre sí. Fue

entonces cuando el hombre ideó sofisticadísimos sistemas de

telecomunicación, parecidos al teléfono, pero no con el fin de

comunicarse mejor, no señor, sino que con el único propósito de ganar

tiempo para estar consigo mismo y no tener que hablar cara a cara con

gente que los contrariaba o para poder decir una mentira con más

confianza, o, como habrían dicho ellos mismos en ese momento, con el

propósito de estar “preocupados de sus asuntos”.

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La falta de clorofila y calor se hizo sentir rápidamente y la frialdad

poco a poco se transformó en individualismo. Ya no había mucho tiempo

para estar con otros porque cada uno se encontraba “preocupado de sus

propios problemas", mientras la ciudad seguía esparciéndose.

El “desarrollo”, eso sí, era imparable. Las ciudades literalmente se

desbordaban hasta el mar y las autopistas vislumbraban algún día

envolver el planeta. Construyeron puentes colosales; por decir lo menos,

y pasos bajo nivel que entraban a túneles interminables. Hay algo

especial que pasaba, literalmente, sobre estas autopistas: Los vehículos.

No puedo seguir hablando sin referirme a estas alabadas máquinas. Era

sorprendente, porque tenían un vínculo casi psicológico con las personas

de ese tiempo. Los vehículos de la época eran prolongaciones del cuerpo

que, siendo un espacio de seguridad del ser, vestían al ocupante y de

alguna manera los transformaba en eso. (Un simple vehículo)

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Un siglo más tarde sobrevino una gran frustración, pues el hombre no

tuvo donde ir ya que todo estaba colapsado, pero este ser inteligente en

extremo, ideó nuevos sistemas. En pocos años, viajar ya no lo requería,

todo podía hacerlo desde donde vivía. Lógico, un nuevo sistema de

consumo más rápido y eficaz fue la tendencia de moda. Consuma sin

moverse de su escritorio; rezaba el slogan. Y así todos se mantuvieron

en sus habitáculos mientras el deseo de tener más los fue enfriando

poco a poco sin que dejaran, eso sí, de preocuparse por sus propios

problemas.

Se construyeron más y más ciudades, sobre las cuales nunca se

sabía si era de día o de noche, (recuerden que estaba muy contaminado

el cielo) a veces no se sabía si había sol o luna, en realidad no se sabía

si es que aún existía esa estrella o aquel hermoso satélite y el planeta

entero pasó a tener un clima frío. Todo esto endurecía día a día a la

gente que ya no tenía tiempo de preocuparse del antílope que murió

ayer o de cuanto tiempo más viviría la tortuga ridley.

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Al convertirse en personas frías no podían sentir un poco de compasión.

La frialdad endureció los pensamientos e hizo que el rostro de aquellas

personas se transformara en algo inexpresivo, de rasgos congelados

como una roca. Sí, como una roca de verdad, piedra pura.

Un día una pequeña raza de ranas comenzó a sufrir mutaciones y no

fue mucho el tiempo que tomó para que lo propio comenzara a suceder

a la población. La gente comenzó a verse amenazada por si misma y con

agresividad inconsciente se protegió. Todos desconfiaban de los otros y

culpaban al prójimo de los lamentables cambios que estaban sufriendo.

Muy pronto el odio comenzó a reflejarse en los rostros duros de la gente,

con las miradas cubiertas de sombras se perdió la sinceridad y taparon

con un velo la nobleza.

Los corazones se endurecieron ante la necesidad de los más

pobres, al igual que las miradas ante los niños desvalidos en las calles.

Nadie se miró a los ojos al hablar, nadie se abrasó al saludar ni al

decir adiós y de pronto la tierra se hizo un lugar pequeño lleno, lleno,

lleno de gente sola y dura. Un mundo donde la gente que se había

multiplicado apenas cupo en él. Pronto ya nadie pudo caminar, pues no

había espacio para hacerlo y las extremidades se les habían rigidizado en

extremo de tanto tiempo sin usarlas. Un endurecimiento general lo

envolvió todo.

El continente reflejó lo duro que era vivir en un lugar así y el

emperador de aquel mundo se fue transformando en un individuo de

piedra que se despreocupó de cosas que tenían una importancia

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inmensa. Tal como el credo de esa dinastía lo había profetizado, el era la

piedra donde se había fundado la doctrina que gobernaba al mundo. La

doctrina telecomunicada del ser supremo había dividido más que unido.

El emperador Uluru, se convirtió poco a poco en la roca mayor, la roca

más grande, y siguiendo la jerarquía sucedió lo mismo con los otros sub-

gobernantes que no impidieron que continuara la cadena hacia abajo.

Notarán que el individualismo y la despreocupación de ciertas cosas

comenzaron a revelar un destino desfavorable para esta gente que

involucionaba de la carne a entes de materias rocosas.

Como no se movían sus extremidades comenzaron a atrofiarse y poco a

poco, un día terminarían por desaparecer. A lo mejor el cambio fue

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imperceptible para ellos y cuando lograron darse cuenta ya era

demasiado tarde. Sea como sea, la cosa es que comenzaron a morir por

esta extraña enfermedad que los convertía en lo que hoy conocemos

como piedras.

El virus se esparció de una manera veloz. No importaba donde

estuvieran porque eran alcanzados inevitablemente. Los pocos que

todavía no estaban infectados por completo trataron de aislarse de los

que estaban mal e impedir el contacto con ellos, pero esto sólo aceleró el

procedimiento de su propia enfermedad. Definitivamente esa no era la

salida al problema que estaban enfrentando. En vez de ablandar sus

sentimientos cayeron en el error de seguir en la rebeldía de un

ensimismamiento despiadado. Quizás habría sido tan fácil como

comprender que los problemas de otro, pueden ser también los

problemas propios, como comprender que tal vez las cosas que hacemos

de alguna forma volverán a nosotros como un boomerang, como si todo

lo que existe estuviera comunicado, conformando un todo.

Tal vez un cambio social habría mejorado la situación pero, esas

cosas no se producen sin comenzar por uno mismo en primer lugar. La

tierra sólo retribuyó lo que la gente le dio, lo cual obviamente fue muy

poco y la piedrumanidad se quedó perdida como una piedra lanzada a un

lago, en cuyo trayecto hacia el fondo, que se hace cada vez más oscuro,

no se sabe en que momento será tocado éste. El planeta entero

comenzaba a perderse, como un granito de arena que cae, viajando

desde la superficie hacia el fondo de un océano inmenso, con la

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diferencia que el océano, sabemos aproximadamente cuanto mide, en

cambio el universo y la materia oscura es un misterio.

Realmente sé que es increíble… la gente se endureció pero tanto…

Fue el comienzo de un vestigio lítico permanente, que quedaría en todo

el planeta y sobre el cual caminarían dinosaurios. Sin poder hacer nada

para evitarlo todos esos cuerpos fueron muriendo, transformándose en

rocas medio ovaladas y deformes. Como eran tantos sus cuerpos

quedaron diseminados por todas partes. Ya nadie podía salvarse de ese

trágico final, todo era frialdad y dureza.

Los niños, aunque eran candidatos a salvarse, cayeron presa del

temible mal producto de la tristeza. Pero existía la posibilidad de

protegerse buscando algo que reblandeciera en ellos, algo como un rayo

solar, lo más parecido a una caricia de amor.

En la costa, hacia el oeste, se había abierto una ventana en la

nube de gases, que permitía pasar el sol. Esa podría ser la llave de salida

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para los infantes, y aunque eran muchos millones, lograron aproximarse

a la costa oeste. Sin duda esta era su gran posibilidad, ellos tenían que

lograrlo.

Como por instinto, buscando la calidez del sol (calidez que no

encontraron en el poco tiempo de sus padres) corrieron al crepúsculo

hasta encontrarse con el océano, el cual al principio los detuvo, pero con

tenacidad los niños pudieron continuar, adentrándose en el mar.

Los primeros millones comenzaron a nadar hacia el sol utilizando

todas sus energías, con pasión y ahínco en un intento desesperado, con

la esperanza que solo un niño puede tener.

El agua estaba helada y comenzaba a congelar a los primeros

mientras el sol se ponía en el horizonte inexorablemente como la muerte.

De a poquito comenzaron a hundirse.

Sin duda ellos hicieron su mejor esfuerzo pero el sol se puso de

pronto y desde que su base toco horizonte sólo pasaron 59 segundos y

desapareció. Todos, pequeñitos, pequeñitos, se enfriaron y se hundieron

mientras billones yacían en la orilla también endurecidos por la

impotencia de no poder alcanzar lo que necesitaban para seguir ahí. Un

poco de calor, algo de suavidad, y algo de amor. Allí terminaron de

formarse las primeras piedrecitas de este planeta.

Bueno, es de entonces que las playas tienen arenas y las piedras

se encuentran en cualquier lado.

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El mar, con sabiduría, se quedó para siempre acariciando las

arenillas de las playas y no olvida castigar con severidad las rocas más

grandes.

El resto de la historia o prehistoria, ustedes ya la conocen.

FIN

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V.R.G.U.

©Santiago 1997

Todos los dibujos son propiedad del autor.

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