MUSEO TEXTIL DE OAXACA · La historia del traje de luces encuentra paralelos en México en la...

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“Traje de luces” se nombran las galas de los toreros, el atavío que visten ante el público en una corrida. Compuesto de “taleguilla” (un pantalón ceñido), chaleco, chaquetilla y “capote de paseo” (una capa corta), además de las medias, la montera (sombrero redondo) y las prendas interiores, se llama “traje de luces” porque está cubierto de bordados de canutillo (hilo metálico) y lentejuelas de oro, en el caso del matador, y de plata o azabache, en el caso de los peones que le asisten en la corrida. Unos y otros reflejan la luz con mil destellos. Semejante traje nos parece hoy día pintoresco y decididamente anacrónico, modelado como está en la moda española de finales del siglo XVIII, al estilo de los “majos” (jóvenes madrileños) que pintó Francisco de Goya… sin hablar del anacronismo moral, frente a la oposición creciente a la fiesta brava por el sufrimiento que infringe a los animales. La historia del traje de luces encuentra paralelos en México en la vestimenta de charro, bordada antiguamente con alamares (adornos de trencilla metálica) y botonadura de plata, y sobre todo en el zagalejo de la china poblana, enagua de castor (tela de lana, teñida originalmente con grana) bordada con chaquira (pequeñas cuentas de vidrio) y lentejuela. Como el atuendo de los majos, el traje de china poblana perdura hasta el día de hoy porque ha adquirido una nueva función social al convertirse en ícono de nuestro nacionalismo, en contrapunto enconado con cualquier resabio de España. La lentejuela dorada, que adorna lo mismo el zagalejo mexicano que la chaquetilla ibérica, tiene raíces que se remontan cuatro mil años atrás: los antiguos egipcios, la gente del valle del Indo y la élite precolombina de los Andes decoraban su ropa con pequeñas placas de oro cosidas a la tela. Fue precisamente el hallazgo de la tumba del faraón Tutankamón en 1922, cuyas prendas estaban cubiertas de diminutos discos dorados, lo que marcó la moda de esa década, cuando las flappers (mujeres jóvenes liberadas) de París y Nueva York levantaron revuelo al lucir vestidos cortos chapados de lentejuela metálica. Siguieron su ejemplo los apasionados de la música “disco” en los años 1970 y más recientemente Michael Jackson, “el Rey del Pop”. El traje de los toreros y el zagalejo de las chinas poblanas son prendas de fiesta, demasiado pesadas y apabullantes para usarse fuera del redondel, o pasada la noche mexicana. Pero hay pueblos que bordan lentejuelas y espejillos sobre la ropa que usan todos los días, como lo ilustramos en esta exposición. Sobresalen entre esos diversos pueblos de Asia, África, Europa y América las comunidades rabaris en el estado de Guyarat, en el occidente de India, donde el lastre del vidrio cosido al vestuario sobrepasa con mucho el peso de la tela. Los espejillos fabricados artesanalmente para las bordadoras rabaris evocan de nuevo una historia de milenios: la evidencia documental más temprana de esa técnica sitúa su origen en la ciudad fenicia de Sidón, en el actual Líbano, en tiempos de Cristo. Siguiendo una ética cristiana, hay quienes visten hoy día con recato y de la forma menos conspicua posible en la vida cotidiana, para lucir sus galas los domingos. Otras personas disfrutan al llamar la atención usando ropa vistosa todos los días, de colores brillantes y diseños contundentes. Talantes como ésos disfrutarán seguramente de esta exhibición, porque ¿qué mayor lucimiento puede haber en el vestuario, si no es cubrirse con reflejos del sol? Alejandro de Ávila - Curador MUSEO TEXTIL DE OAXACA Hidalgo 917 Centro, Oaxaca Contacto: 501 11 04 y 501 16 17 Ext. 110 Exposición: marzo-junio 2020 Textos y curaduría: Alejandro de Ávila Museografía: Hector Meneses Montaje: Montaje: Eva Romero, Laura Santiago, Conrado López, Tonantzin Collado, Hector Meneses Restauración: Laura Santiago, Eva Romero, Tonantzin Collado Diseño gráfico:Abraham Hernández Fotografía: Marcel Rius Administración y contabilidad: Yazmín García, Verónica Luna Conservación: Laura Santiago Acervo: Eva Romero, Jesús Aguilar, Nicholas Johnson Servicios educativos: Adriana Sabino Enlace comunitario: Gema Peralta Comunicación: Salvador Maldonado Tienda: Monserrat Ruiz Mantenimiento: Alma Salinas, Ruth Leyva, Manuel Matías, Víctor Robles, Conrado López MAYOR INFORMACIÓN DE ACTIVIDADES Y PROGRAMAS EDUCATIVOS [email protected] www.museotextildeoaxaca.org.mx

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“Traje de luces” se nombran las galas de los toreros, el atavío que visten ante el público en una corrida. Compuesto de “taleguilla” (un pantalón ceñido), chaleco, chaquetilla y “capote de paseo” (una capa corta), además de las medias, la montera (sombrero redondo) y las prendas interiores, se llama “traje de luces” porque está cubierto de bordados de canutillo (hilo metálico) y lentejuelas de oro, en el caso del matador, y de plata o azabache, en el caso de los peones que le asisten en la corrida. Unos y otros reflejan la luz con mil destellos. Semejante traje nos parece hoy día pintoresco y decididamente anacrónico, modelado como está en la moda española de finales del siglo XVIII, al estilo de los “majos” ( jóvenes madrileños) que pintó Francisco de Goya… sin hablar del anacronismo moral, frente a la oposición creciente a la fiesta brava por el sufrimiento que infringe a los animales.

La historia del traje de luces encuentra paralelos en México en la vestimenta de charro, bordada antiguamente con alamares (adornos de trencilla metálica) y botonadura de plata, y sobre todo en el zagalejo de la china poblana, enagua de castor (tela de lana, teñida originalmente con grana) bordada con chaquira (pequeñas cuentas de vidrio) y lentejuela. Como el atuendo de los majos, el traje de china poblana perdura hasta el día de hoy porque ha adquirido una nueva función social al convertirse en ícono de nuestro nacionalismo, en contrapunto enconado con cualquier resabio de España.

La lentejuela dorada, que adorna lo mismo el zagalejo mexicano que la chaquetilla ibérica, tiene raíces que se remontan cuatro mil años atrás: los antiguos egipcios, la gente del valle del Indo y la élite precolombina de los Andes decoraban su ropa con pequeñas placas de oro cosidas a la tela. Fue precisamente el hallazgo de la tumba del faraón

Tutankamón en 1922, cuyas prendas estaban cubiertas de diminutos discos dorados, lo que marcó la moda de esa década, cuando las flappers (mujeres jóvenes liberadas) de París y Nueva York levantaron revuelo al lucir vestidos cortos chapados de lentejuela metálica. Siguieron su ejemplo los apasionados de la música “disco” en los años 1970 y más recientemente Michael Jackson, “el Rey del Pop”. El traje de los toreros y el zagalejo de las chinas poblanas son prendas de fiesta, demasiado pesadas y apabullantes para usarse fuera del redondel, o pasada la noche mexicana. Pero hay pueblos que bordan lentejuelas y espejillos sobre la ropa que usan todos los días, como lo ilustramos en esta exposición. Sobresalen entre esos diversos pueblos de Asia, África, Europa y América las comunidades rabaris en el estado de Guyarat, en el occidente de India, donde el lastre del vidrio cosido al vestuario sobrepasa con mucho el peso de la tela. Los espejillos fabricados artesanalmente para las bordadoras rabaris evocan de nuevo una historia de milenios: la evidencia documental más temprana de esa técnica sitúa su origen en la ciudad fenicia de Sidón, en el actual Líbano, en tiempos de Cristo.

Siguiendo una ética cristiana, hay quienes visten hoy día con recato y de la forma menos conspicua posible en la vida cotidiana, para lucir sus galas los domingos. Otras personas disfrutan al llamar la atención usando ropa vistosa todos los días, de colores brillantes y diseños contundentes. Talantes como ésos disfrutarán seguramente de esta exhibición, porque ¿qué mayor lucimiento puede haber en el vestuario, si no es cubrirse con reflejos del sol?

Alejandro de Ávila - Curador

MUSEO TEXTIL DE OAXACAHidalgo 917 Centro, OaxacaContacto:501 11 04 y 501 16 17 Ext. 110Exposición: marzo-junio 2020

Textos y curaduría: Alejandro de ÁvilaMuseografía: Hector Meneses Montaje: Montaje: Eva Romero, Laura Santiago, Conrado López, Tonantzin Collado, Hector MenesesRestauración: Laura Santiago, Eva Romero,Tonantzin ColladoDiseño gráfico:Abraham Hernández Fotografía: Marcel RiusAdministración y contabilidad: Yazmín García, Verónica LunaConservación: Laura Santiago Acervo: Eva Romero, Jesús Aguilar, Nicholas JohnsonServicios educativos:Adriana SabinoEnlace comunitario: Gema Peralta Comunicación:Salvador Maldonado Tienda: Monserrat RuizMantenimiento: Alma Salinas,Ruth Leyva, Manuel Matías, Víctor Robles, Conrado López

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The “suit of lights” is the name of the regalia worn by bullfighters for a public performance. Composed of the taleguilla (tight trousers), a vest, a short jacket, and the capote de paseo (a light cape), in addition to silk stockings, montera (a rounded hat) and underwear, it’s called the “suit of lights” because it’s covered with canutillo (metallic thread) and gold sequins, in the case of the matador, and with silver or black sequins for his assistants in the bullfight. Ornaments of either kind reflect light in a thousand sparkles. Today such attire seems to us quaint and picturesque, and decidedly anachro-nistic, modelled as it is after Spanish fashion of the late 1700s, in the style of the majos (young men in Madrid) portrayed in the paintings of Francisco de Goya… not to mention moral anachronism, in the face of growing opposition to bullfighting because of the suffering it inflicts on the animals.

The history of the “suit of lights” finds parallels in Mexico in the clothing of the charro horseman, formerly embroidered with metallic braiding and silver buttons, and, especially, in the zagalejo of the china poblana (the national costume for women). The zagalejo is a skirt made out of a specific woolen fabric, originally dyed with cochineal, embroidered with tiny glass beads and silver sequins. Like the attire of the majos, the china poblana costume endures to this day because it acquired a new social function, as it became an icon of our nationalism, in heated counterpoint to any symbolic traces from Spain.

Gold sequins, which decorate the Mexican zagalejo as much as the Iberian chaquetilla, have deep roots that go back four thousand years: the ancient Egyptians, the people in the Indus valley and the pre-Columbian elite in the Andes embellished their clothing with small plates of gold sewn onto the fabric. It was precisely the finding of pharaoh Tutankhamun’s grave in 1922, whose garments were covered with tiny gold disks, which shaped the fashion of that decade, when flappers in New York and Paris caused an uproar when they donned short dresses cluttered with metallic sequins. That trend was followed by the fans of disco music in the 1970s, and more recently by Michael Jackson, “the King of Pop.”

The bullfighter’s suit and the china poblana skirt are festive attire, too heavy and over the top to be worn outside of the arena, or after Mexican Independence night. But there are people who embroider sequins and small mirrors on their everyday clothes, as we show in this exhibit. Foremost among these diverse cultural groups in Asia, Africa, Europe and the Americas, are the Rabari communities in the state of Gujarat, in western India, where the burden of glass sewn onto the garments far exceeds the weight of the fabric. The tiny mirrors produced by glass artisans for Rabari embroiderers again evoke a history that spans thousands of years: the earliest documentary evidence for this technique places its origin in the Phoenician city of Sidon, in contemporary Lebanon, at the time of Christ.

Following a Christian ethic, there are people today who dress with modesty every day, in the least conspicuous manner possible, to show off their best on Sunday. Other people enjoy drawing attention by wearing showy clothes at all times, brightly colored and boldly designed. Such personalities will surely enjoy this exhibit, for what greater splendor can there be than to cover yourself with reflections from the sun?

Alejandro de Ávila - Curator