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Mundo de Millonarios El hombre que hoy posee una fortuna que supera los 15 mil millones de dólares se ha hecho solo. A pulso. La suya es una fortuna de primera generación. No hay nada heredado, no hay favores, ni suerte, sino más bien más de 50 años de permanente esfuerzo. “Mi filosofía es trabajo, trabajo y trabajo”, señala, para luego agregar: “trabajo pensado y nunca vacilar en lo que se quiere”. Es uno de los ocho hombres más acaudalados e influyentes de América Latina y ocupa un privilegiado puesto en la lista de los hombres más ricos del mundo. Desde un inicio hay que decir que a temprana edad, Luis Carlos Sarmiento Angulo fue mostrando esas cualidades que convierten a los hombres ordinarios en extraordinarios. Nació en Bogotá el 27 de Enero de 1933. Hijo de una familia de clase media, nunca tuvieron nada de más, pero tampoco nada de menos. Vivieron con lo justo. Eduardo Sarmiento, el padre, se dedicaba al negocio de la madera, y su madre, doña Georgina, era la encargada de los quehaceres del hogar y de impartir la disciplina familiar. Todos los hermanos mostraban rendimientos académicos notables, pero él era excelente. El niño brilló desde pequeño. Fue precoz. En sus pequeñas vivencias ya se advertía un gigante: le gustaba ser el primero en todo. Ganar en todo. Casi pareciéndose a esos titanes que señalan

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Mundo de Millonarios

El hombre que hoy posee una fortuna que supera los 15 mil millones de dólares se ha hecho solo. A pulso. La suya es una fortuna de primera generación. No hay nada heredado, no hay favores, ni suerte, sino más bien más de 50 años de permanente esfuerzo. “Mi filosofía es trabajo, trabajo y trabajo”, señala, para luego agregar: “trabajo pensado y nunca vacilar en lo que se quiere”.

Es uno de los ocho hombres más acaudalados e influyentes de América Latina y ocupa un privilegiado puesto en la lista de los hombres más ricos del mundo. Desde un inicio hay que decir que a temprana edad, Luis Carlos Sarmiento Angulo fue mostrando esas cualidades que convierten a los hombres ordinarios en extraordinarios. Nació en Bogotá el 27 de Enero de 1933. Hijo de una familia de clase media, nunca tuvieron nada de más, pero tampoco nada de menos. Vivieron con lo justo. Eduardo Sarmiento, el padre, se dedicaba al negocio de la madera, y su madre, doña Georgina, era la encargada de los quehaceres del hogar y de impartir la disciplina familiar. Todos los hermanos mostraban rendimientos académicos notables, pero él era excelente. El niño brilló desde pequeño. Fue precoz. En sus pequeñas vivencias ya se advertía un gigante: le gustaba ser el primero en todo. Ganar en todo. Casi pareciéndose a esos titanes que señalan que el éxito auténtico no precisa medias tintas, el a donde iba daba la hora. Bueno en la escuela, brillante entre los hermanos, líder entre sus amigos. A los 5 años ya sabía leer. Fue uno de los primeros en demostrar que la responsabilidad era lo suyo: Si decía que a tal hora regresaría de jugar, a tal hora llegaba. Pareciese como si a temprana edad hubiese sabido ese principio de la excelencia que sugiere que no se puede ser perfecto, pero hay que ser más que los promedios.

Cuando la familia es numerosa y la economía es ajustada, uno experimenta situaciones que lo marcan aún más. Y ese fue el caso. Los Sarmiento Angulo eran nueve, él es el penúltimo: había que ser despierto para defenderse de las bromas de los hermanos y actuar en mancha cuando la calle o el colegio exigía defender a uno de ellos del abuso de algún amigo. Tenían que ser obedientes, pero había que evitar ser el blanco de los “mandados”, y se debía usar la ropa del hermano mayor. Lo que al mayor ya no

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quedaba, al menor servía. Y esa fue su escuela de austeridad, de apoyo familiar y disciplina.

La historia demuestra que los hombres de éxito a temprana edad se hacen del trabajo. Y así sucedió: Obtuvo su primer empleo a los 14 años en Radio Difusora Nacional. Luis Carlos es ingeniero civil, pero la contabilidad es otra de sus pasiones. Desde pequeño tuvo interés en aprender todo sobre el debe y el haber, los activos y los pasivos, el flujo de caja y los estados financieros. Con ese conocimiento, a los 15 años, ya había sido contratado como contador. Y aquí uno encuentra otro rasgo de su personalidad: conceder importancia a todo aquello que despierta su curiosidad. No es tan común que la contabilidad llame la atención a un púber, pero el muchacho le dedicó tiempo y vaya que ganó: no sólo aprendió y consiguió trabajo, sino que la contabilidad le serviría como una linterna que alumbra su camino en futuros negocios.

Luis Carlos nunca ha vacilado. Por ejemplo, en sus memorias da cuenta que desde pequeño supo que quería ser ingeniero civil. Postuló a la Universidad Nacional e ingresó con el primer puesto. Ya universitario rápidamente entabló un acuerdo con su padre, quien sólo debía pagar la matricula porque él se haría cargo del resto de sus gastos: libros, pasajes, etc. Pero pronto el padre se llevaría una grata sorpresa: la universidad le devolvía el dinero de la matricula porque el muchacho era de excelente rendimiento académico y a los mejores la universidad no les cobra. “Quédese con ese dinero mijo, que usted se lo ganó”, le decía el orgulloso padre. El joven, que era de moderada y sana diversión, fue siempre partidario del hábito del ahorro, fue selecto para elegir a sus amistades y fino para elegir a la pareja que lo acompañaría por el resto de su vida. Y es que los jóvenes que son realmente maduros y listos son así: saben que las grandes amistades nacen en la niñez y en la juventud, conocen aquel principio de vida que establece que los amigos son los hermanos que uno elige, porque te ayudan o te estancan, te potencian en la buena conducta, o te descarrilan. Así que el muchacho fue inteligente en hacerse de dos agrandes amigos a quienes más adelante llamaría para iniciar su proyecto. Y cuando de su pareja se trató, fue todavía más listo. A los 17 años conoció a la mujer que lo sigue acompañando hasta el día de hoy, y con la cual ha logrado formar una bonita y sólida familia: tienen 5 hijos y once nietos. El hombre se casó con Fanny Gutiérrez, y como bien dice, entre ellos el amor es cada vez más grande y con tolerancia, caídas y subidas, siguen y seguirán juntos. Bien dice el dicho: detrás de todo gran hombre hay una gran mujer. Y no se ofendan las mujeres: Fanny no está adelante, ni al costado, sino atrás, donde siempre está el poder real. Y es que la mayor influencia, la fuente de donde viene el equilibrio, siempre es invisible, siempre está atrás y ese no es ocupar el último lugar, sino más bien el primero. Es difícil para un hombre que maneja millones ser prudente y ubicar a su familia en el centro de su vida. Luis Carlos es así y ese mérito es de Fanny. Si el esposo es bueno, una buena esposa tiene el poder para hacer que caminen por horizontes inimaginables. El joven trabajaba y estudiaba. Pero siempre eligió trabajos que tengan que ver con su carrera y con la contabilidad. Consciente de que no había que esperar terminar la carrera para salir a la calle a comprobar o poner en práctica lo aprendido, pasó por diferentes empleos. Ya en cuarto año trabajaba en la firma Cuéllar Serrano Gómez como jefe de Construcciones, luego trabajó en el Instituto Geográfico Agustín Codazzi y tenía bajo su responsabilidad la elaboración de los mapas del país, y antes de graduarse como ingeniero, cuando cursaba sexto año, fue contratado como ingeniero de campo en la firma Santiago Berrío y Cía. Dicen que el muchacho era muy hábil y rápidamente se

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hacía amigo de los maestros de obra, los ingenieros y con todo el personal , todo con tal de saber más sobre la construcción. A los 21 años, ya egresado de la universidad, había ganado una beca para seguir estudios de postgrado en la Universidad de Cornell, en norte américa, pero cuestiones económicas le impidieron viajar. Entonces decidió trabajar un par de años en la Berrío y Cía, ahorrar y marcharse a los EEUU para seguir los estudios. Dos años de trabajo es más que suficiente para que el hombre inteligente y resuelto sepa todo sobre la empresa en la que trabaja. Luis Carlos era de esos colaboradores de oro, era de aquellos que conocen tanto la empresa en la trabajan, que parecen los dueños: saben al revés y al derecho todos los movimientos. Se vuelven indispensables. El trabajo iba de maravilla, pero no había olvidado el sueño de ir al extranjero para seguir sus estudios. Entonces postuló para una beca en Harvard y aplicó. Pero cuando ya se disponía a viajar, el terrorismo, ese cáncer que tanto daño le ha hecho a Colombia, asesinó al dueño de la empresa, don Santiago Berrío. Los herederos de Santiago, que no tenían su vena empresarial, pidieron al joven que en honor a su padre, quien lo apreciaba mucho, los apoye haciéndose cargo de la liquidación de la organización. Aceptar implicaba abandonar nuevamente la posibilidad ir a los EEUU. Pero el joven demostró que la amistad es cuestión de honor, así que aceptó el reto y se olvidó de la beca. Parece que el destino se empeñaba en que el muchacho se quede en esa tierra alegre y generosa llamada Colombia. Entonces se quedó con la promesa de cumplir el trabajo y encontrar un nuevo horizonte. Sabía que todo revés trae consigo una oportunidad mayor. Cumplió el trabajo y a cambió recibió lo acordado: un pago de 10,000 pesos. Le embargaba la pena de haber perdido a su amigo, Don Santiago, y haber perdido también la beca. Pero de pena no se vive, había que seguir. Corría el año 1956 y ya tenía 23 años. Conversó con su esposa y resolvió que era tiempo de abrirse camino solo. “haré trabajos por mi cuenta”, se habría sentenciado. Y ahí empezó lo que es hoy un imperio que maneja empresas en casi todos los sectores de la economía. A los 23 años abrió su oficina y compró una Chevrolet modelo 56. Se contactó con dos amigos a quienes propondría trabajar juntos y se propuso encontrar contratos. Su rubro: la construcción. Sector rentable, pero que precisa capital. El muchacho estaba dispuesto a todo. Rápidamente advirtió que en las zonas de violencia nadie quería trabajar. Ahí la competencia no entraba. Entonces realizó lo que ya varios hombres de éxito empresarial han realizado: Llegar a los lugares donde otros no llegan. Medir el riesgo y estar dispuesto a correr la cancha. Tomaba los contratos que otros no aceptaban. No fue fácil, pero era la única forma de ir capitalizándose e ir adquiriendo la confianza del mercado. Así fue, así fue creciendo. El joven que tenía facilidad para los números, que nunca confundía los gastos personales con los gastos de la empresa y que hacía gala de disciplina para cumplir todas las normas que el mismo se fijaba, necesitaba de más capital para dar pasos mayores. Entonces, con sus cuentas en orden y un plan bastante realista pero prometedor, se presentó ante un funcionario del banco de los Andes para pedir un préstamo que, al cambio actual, sería de $4.000. Pero el ejecutivo fue amargo y directo: “No se preocupe joven, que el préstamo… oportunamente le será negado.” Tenía un mercado potencial, pero requería capital. El banco se negaba a financiar sus proyectos y eso le generaba un sin sabor. En verdad eso le molestaba. Y es que todos los que tienen el espíritu de libertad total buscan no depender de nadie. Luis Carlos dependía del banco y había que liberarse. Si no había financista, él mismo debía serlo. Entonces la conclusión fue sencilla: “Si los bancos no quieren trabajar conmigo, tengo que tener mi banco”. Tener un banco no es asunto sencillo. El negocio financiero, el negocio del dinero, es de

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los más rentables del mundo, y hacerse de un banco requiere capital, un plan certero y una oportunidad. No hay que empezar desde cero, se puede comprar uno. Sarmiento quería comprar un banco, ya había estudiado el negocio y además ya era un constructor ducho. Sabía que la construcción es cíclica, tiene una época de bonanza y luego una caída. Entonces hay que explorar nuevos horizontes. Pero mientras se espera el momento para dar el salto, el trabajo silencioso y paciente es la mejor apuesta. Nadie vendía un banco. Había que estar atento, encontrar el momento. Y así fue: el universo conspiró y de pronto, en 1972, las noticias no se hicieron esperar: El Banco de Occidente estaba al borde de la quiebra. El hombre rápidamente viajó a Cali – allí quedaban las oficinas principales y vivían la mayoría accionistas- a realizar su propuesta de compra y negociar. La espera estaba dando sus resultados: El hombre acertó. Ahora el Banco de Occidente era suyo. Dieciséis años después de haber fundado su pequeña empresa, con 39 años, tras un arduo esfuerzo, el tipo ya era un banquero. Con esa joya en mano ya era un jugador distinto: ahora tenía más peso. Pero el banco estaba en quiebra, había que sanar al enfermo, rescatarlo, de lo contrario era un pasivo, una carga, una mala inversión. Una vez más el genio empresarial del joven se impone y él lo explica con sus propias palabras: “La contabilidad aterriza a la gente. De lo contrario, la gente se hace muchas ilusiones. En donde más dinero he ganado, ¡mucho dinero!, ¡muchísimo!, es organizando empresas". Y acto seguido pone un ejemplo: “Si uno coge empresas con problemas cuyo valor comercial está muy deteriorado, como me pasó con el Banco de Occidente. Como estaba tan mal, compré las acciones por el 70 por ciento del valor nominal, lo organizamos y cuatro años después ese banco tenía un multiplicador de dos veces o dos veces y medio su valor en libros. Entonces comprarlo en el 70 por ciento y cuatro años después vale el 250 por ciento, ahí sí hay una utilidad grandísima y ese es un mérito de la contabilidad porque esa es una valorización real, no de mercado". Sencillo y categórico: Hay mucha ganancia organizando la empresa. Es posible sanar al enfermo, porque es la dirección, es el valor que agregue a su organización lo que la hace rentable. “No hay empresas malas, sino mal gestionadas”, advertía Peter Drucker. Una buena administración, abrir nuevos mercados, y un equipo comprometido, hicieron que rápidamente por cuestiones del horizonte empresarial el banco de Sarmiento absorba, apenas un tiempo después, al banco de los Andes, la entidad que antes se había negado a prestarle dinero. Ya tenía más poder. Hacía lo que hacen todos los titanes: estar atento al mercado para comprar empresas en quiebra y reestructurarlas. Dos años después creo Corfiandes, Corficolombiana. Ya en 1988 compró el Banco de Bogotá. A sus 55 años, Sarmiento ya se había convertido en el banquero más importante del país.“Gozo enormemente del ejercicio de la ingeniería, me encanta hacer carreteras, obras públicas, pues eso es parte de lo que soy. Pero como negocio, me gusta mucho lo financiero, porque es estable, sólido, creciente. Vivo muy contento con esas dos aficiones, y como me va bien, pues las quiero más”, relata para una revista Colombiana desde su modesta y sobria oficina.Hoy este guerrero empresarial, que empieza su día a las 6 y 30am haciendo ejercicios para luego ir a su oficina y salir de ella hasta no antes de las 9 de la noche, tiene cuatro bancos (Bogotá, Occidente, Villas y Popular), ha fusionado otros tantos que ha comprado (del Comercio, Aliadas, Unión y Ahorramás), tiene el fondo privado de pensiones más grande del país (Porvenir, que tiene el 30 por ciento de afiliados), una de las bancas de inversiones más poderosas (Corficolombiana) y compañías de seguros. A finales de los noventa creó el Grupo Aval, un holding que maneja todas sus inversiones, y que tiene participación activa y mayoritaria en más de 60 empresas de todos los sectores económicos, desde minería e infraestructura hasta agroindustria y hotelería. El

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pequeño que alguna vez dijo que cuando se es empleado es mejor ser un empleado soñador, hacer planes y decidir caminar solo, hoy es el constructor más grande del país, controla más del 30% de la banca, genera más de 60mil puestos de trabajo, paga el 3% del impuesto de renta del país y el 2% de los Bogotanos vive en una casa hecha por él.

Haciendo eco a aquella máxima que legara al mundo empresarial el gran Carnegie, quien dijo que el hombre de negocios tiene dos etapas en su vida: una para amasar fortuna y otra para hacer obras de caridad, Sarmiento no duda en ayudar. Eso sí: cree que sus ayudas deben estar orientadas a la educación. Tiene su fundación y desde allí es padrino del programa de becas Colfuturo, programa que permite que miles de colombianos hagan estudios de posgrado en el extranjero. En 2008 realizó una donación por 18.000 millones de pesos para la construcción del edificio de Ciencia y Tecnología de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional, el alma máter donde hizo sus estudios. Pero también hace otros aportes y así dan cuenta los medios: “LCSA ha realizado donaciones para el Hospital Universitario San Ignacio, la unidad de recién nacidos del Hospital Simón Bolívar y una sala de cirugías del Cardio Infantil a través de su Fundación. La más reciente donación fue la entrega de una ciudadela de 400 apartamentos para las familias damnificadas por la ola invernal. Y hace apenas unos años se embarcó en el Grameen Aval Colombia, un proyecto de banca para los más pobres ideado por Muhammad Yunus.”Luis Carlos ya llega a las ocho décadas, pero sigue imparable. Es un hombre de familia y un creyente. Su hermano es un conocido Obispo de la Iglesia Católica y a través del él también hace importantes apoyos. Todos los días ojea los diarios y las revistas, selecciona las noticias de su interés y las lee detenidamente. “Hay que estar al tanto de lo que pasa, sondear, conocer lo que otros piensan. Eso sirve para proyectarse, sacar ideas”. Una periodista le pregunta por sus amigos. ¿Cuántos amigos tiene Don Luis?, le consulta“Los cuento con mis dedos”.- responde, y agrega: “Cuando ya tienes dinero todo el mundo quiere ser tu amigo. Por eso creo que los amigos verdaderos se hacen en la juventud, que en mi caso es cuando no tenía nada.” En la vida de un millonario no todo es color rosa. No hay millonario que no sea criticado. No hay millonario al que no le interpongan una denuncia. No es extraño que al hombre de empresa que logra sobresalir imponiendo su talento y su esfuerzo, incluso se le acuse de ladrón y hasta de asesino. Pero cuando el dinero es bien ganado, nada de eso importa. Es la conciencia lo que manda, y Luis Carlos lo sabe. Es posible que en el trayecto haya algún accionar que parezca injusto, que sea duro y despierte la crítica, pero eso no disminuye el carácter, la fuerza, la valía y la enorme contribución que hacen los hombres de empresa. “El dinero es una cosa en la que no se puede confiar. Es importante, pero no pretendo que se me reconozca por el dinero, sino por las contribuciones que he hecho, por lo que he aportado al país”, sostiene este maestro Colombiano. Le preguntan si siente que el no haber ido a los EEUU a estudiar le genera sentimientos encontrados, y rápidamente responde que “tal vez eso le hubiese hecho más fácil el camino, pero que no hace falta ir a Harvard para ser un buen administrador”. Contesta y mira su escritorio en silencio, como quien revelara que en su caso hacerse rico es el resultado de haber pagado el módico precio de nada más y nada menos que más de medio siglo de esfuerzo. No se hizo rico de la noche a la mañana, sino que la luchó y en su afán de permanente crecimiento llega a donde sigue llegando.

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El hombre tiene olfato para los negocios. El magnate ya preparó a su hijo, Luis Carlos Jr, quien tiene el reto de llevar el grupo aún más lejos. Ya tiene sucesor, pero sigue trabajando ¿Qué tanto puede hacer en su oficina un tipo que lo tiene todo, que está rodeado de buenos gerentes? “Yo llevo mis años pero todavía dirijo, me gusta dirigir, orientar. Me gusta fijar los horizontes, trazar el camino, comparar opciones. Y también me gusta que los problemas grandes me los dejen a mí. Me gusta ser un bombero que apaga incendios”, comenta para las ondas de radio Caracol. El titán de la construcción y de la banca no vacila cuando de reconocer a su gente se trata. Señala que valora la experiencia de la gente y que para exigir resultados hay que pagar bien. Sabe que a la gente no se le puede exigir mucho, si no se le paga bien. Ofrecer buenos sueldos da derecho a esperar buenos resultados. Y cuando de inversiones hablamos, inmediatamente toma la palabra: “Cuando uno va a invertir no hay que pensar tanto en cuánto se va a ganar, sino más bien en calcular cuánto se podría perder”. Esa es su filosofía. Cree mucho en los análisis técnicos. Sabe lo que ya muchos han experimentado: la emoción, la ilusión, es buena para el arranque, pero cuidado que te puede cegar. Nada de emocionarse. La ilusión está bien un momento, pero hay que saber escuchar el análisis técnico, comprender los números para manejarlos, porque de lo contrario se corre el riesgo de pisar en falso. La realidad y las cifras siempre se imponen. El hombre no es de poses, ni de frases rebuscadas, es sencillo. Prefiere el perfil bajo. No le gusta que le digan que es el más rico de Colombia. Le preocupa su país y cree que es deber de los empresarios hablar de la situación cuando el momento así lo exige. El mismo da cuenta que ha tenido contacto con casi todos los presidentes de su país, quienes siempre le han pedido consejo. Aunque parco, de palabras precisas, le brillan los ojos cuando habla de negocios y siempre que puede suelta consejos, que en su caso son verdaderas perlas. Como cuando se animó a aconsejar a los emprendedores de la construcción: “este negocio requiere de políticas contra cíclicas. Esto simplemente nos indica que en época de bonanza nos debemos preparar para las crisis. Y en las crisis nos debemos apoyar en las reservas que se hicieron oportunamente para no tener que castigar los resultados en momentos realmente inadecuados. La gran lección para todos los empresarios de la construcción, incluido yo, es que hay que ser muy cuidadosos en cuanto a las ventas, debemos asegurarnos de pre vender los proyectos para que si cambian los momentos económicos no nos veamos afectados por la crisis”. Y sentencia: “Vender para construir, y no construir para vender”.Así es Luis Carlos Sarmiento Angulo, quien entre sus propiedades tiene un verdadero paraíso privado: la isla Eleuthera, en las Bahamas, con un pequeño hotel y una cancha de golf. Unas cuatro o cinco veces al año llega allá en su avión privado (un Gulfstream 550) con su familia. Según su esposa, Fanny, disfruta como un niño de sus paradisíacas playas montando en su cuatrimoto, vestido en shorts y sin escoltas, El emprendedor de la construcción que se volvió líder del sector financiero dice que el liderazgo que debe tener el dueño de una empresa no es tanto que debe pensar lo correcto, sino que debe adelantarse a las circunstancias. Debe preverlas. “En mi caso no es que yo pueda pensar mucho más que los demás, tal vez un poquito y en algunas cosas. Pero lo que sí tengo que pensar es antes. Y cuando deje de hacerlo, habré perdido mi liderazgo”. Y es que se tiene que ser ágil y certero en señalar el norte. Y remata con algo que ya en parte hemos dicho anteriormente: “Muchos creen que hacer empresa es tener una idea y salir a buscar quién la apoye. O más bien buscarle financiación y echarla a andar, eso no es todo. Eso se dice fácil, pero en la práctica se requieren organización, rigurosidad, constancia, conocimiento, buena administración, buena

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contabilidad... analizar antes de actuar. No basarse en ilusiones sino en cifras”.Hace poco se publicó un extenso libro titulado “50 años de progreso” en honor a su trayectoria. Y diferentes medios lo entrevistaron. En una de esas entrevistas dijo algo que todos los empresarios bien deben leer y aplicar: “En primer lugar, dejemos claro que uno funda empresas para ganar plata. Es que aquí ese concepto se distorsiona y a la gente le da pena decirlo. Específica y únicamente es para ganar plata. Decir lo contrario es fariseísmo. Pero cuando a uno le va bien en los negocios, la tranquilidad económica se consigue relativamente rápido y la pregunta más bien es ¿y por qué sigo? Y la respuesta es que uno sigue porque esto lo arrolla. Ahí empieza uno a sentir a su país de verdad. A ver que esas casas que hace baratas le resuelven el problema de vivienda a mucha gente. A ver que los impuestos que uno paga producen bienestar para el resto. A ver que uno puede ayudar en muchas cosas. Eso es casi un placer. Uno puede tener un carro, y si es muy rico, dos, y si es un extravagante, 10. Pero... ¿y después qué hace, ¿dónde los guarda?, ¿para qué le sirven? Esas necesidades humanas son finitas"Ese es el dueño del grupo Aval, gigante de Latinoamérica, hombre de empresa, ejemplo para los que desean amasar fortuna limpiamente.

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John D Rockefeller: La Historia de un gigante.

Nació en 1839 y es considerado el empresario poseedor de la mayor fortuna que jamás haya conocido la humanidad. La historia de este magnate no es muy distinta a la historia de la mayoría de los grandes triunfos que ya conocemos: Rockefeller es el tipo que empezó desde abajo y se hizo a sí mismo. Proveniente de una familia humilde, el joven se vio fuertemente marcado por las enseñanzas de su madre, la cual lo formó en la ética calvinista, aquella que señala que el hombre debe hacerse próspero con su propio esfuerzo y su inteligencia, porque sólo así será bendecido por el señor. Hacia el final de sus días, Rockefeller recordaba que su madre siempre le repetía algunas máximas que él jamás olvidaría, entre ellas aquella cita bíblica que dice: “¿Ves a un hombre afanoso en su trabajo? Será igual a los reyes.” Y esa otra que le inculcaba el valor del ahorro y la austeridad: “: ¡A derroche desvergonzado, vergonzosa pobreza! Pero su madre también le inculcaría el valor de las palabras y el de los silencios. Rockefeller representaba ese perfil reservado que suele caracterizar a los grandes hombres del mundo empresarial: no era de muchas palabras, pero decía lo necesario. Lo justo. Y hablaba más cuando callaba. “Mi madre decía que las palabras te pueden hundir o te pueden ayudar, igual que los silencios. Yo comprendí que en los negocios esto funciona perfectamente”, confesó tiempo después.

Cuando era niño vendía en la escuela piedras de colores (que el mismo pintaba) y de diferentes formas. Lo recolectado lo guardaba en un tazón de loza azul que guardaba en lo alto de una cómoda de la sala y a la cual se refirió como su primera “caja fuerte”. Producto de ese negocio logró juntar 50 dólares (que para la época era mucho dinero). Ese capital fue prestado a un granjero, quien se lo devolvería con intereses. Y ahí Rockefeller comprendió una máxima de la riqueza, una lección que año tras año se sigue divulgando y sobre la cual cientos han desarrollado exitosas publicaciones, pero que fue él quien nos la dejó como legado

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consagrándola como una de sus frases en un texto que escribió hace décadas: “Debo hacer que el dinero trabaje para mí y no al revés.”Desde pequeño ya poseía una libreta donde anotaba todos sus gastos. Absolutamente todos, desde aquellos que podrían pasar como “gastos tontos e insignificantes”, hasta aquellos dólares que invertía en pasajes, alimentación y estudio. Esa libreta se llamaba el “Registro A” y la conservó hasta el final de sus días, cuando ya anciano y retirado decía que en ese registro se encontraba su niñez y su juventud. Refiriéndose a ese valioso documento, Rockefeller sentenció que todo aquel que desea conocer el éxito financiero debe “aprender a hacer hablar las cifras”. “Registrar los números para tener una idea de nosotros mismos.”

Ya a sus 16 años era contador en Cleveland . El joven John recordará a lo largo de toda su vida la fecha en que obtuvo su primer empleo, el 26 de Septiembre de 1855, como un segundo cumpleaños. En su trabajo era brillante. Pronto ascendió, su remuneración también subió, pero, por sobre todo, Rockefeller tendrá presente su primer empleo porque, en sus propias palabras, “lo acercó al mundo de los grandes negocios y lo puso en contacto con personas que le enseñarían mucho.”

A los 19 años se independizó. Gracias al préstamo que le hizo su papá completó un capital de 1, 800 dólares y junto a Maurice Clarck, 12 años mayor que él, abrió una pequeña empresa de corretajes. Pese a que el negocio parecía prometer y todo era cuestión de seguir, cuatro años después, a los 23 años de edad, John conoce a Samuel Andrews, quien era primo de Clarck y juntos estaban empezando a incursionar en el oro negro. Ambos le compartieron a John su entusiasmo y perspectivas por el oro negro. Querían que se uniera como socio comanditario a“Clarck, Andrews y Cía.”, siempre y cuando pusiera un capital de $4000. Rockefeller,algo escéptico, los puso. Con el paso del tiempo Rockefeller comprobó que el oro negro era un negocio para gigantes,y conforme pasaban los días aprendía más y más del rubro, hasta convertirse en experto capaz de conquistar el mundo.

La empresa crecía y crecía, pero los socios (los primos Clarck y Andrew) tenían temor de seguir avanzando. Rockefeller era contrario a detenerse, a diferencia de sus socios,quería seguir avanzando, incluso a ritmo más acelerado. Había comprendido que una regla de todo éxito es la expansión,que era el momento de expandirse, de ir dando los primeros pasos de lo que años después sería el imperio Rockefeller. Y así sucedió. En febrero de 1865, por 72,500 dólares, su socio Clarck le vende sus acciones y solo quedaría con Andrew, a quien si convenció de continuar. El negocio pasó a llamarse Rockefeller y Andrew y se convirtió en la mayor refinería de Cleveland, con una producción de 500 barriles por día y ganancias que ya superaban el millón de dólares y que cada trimestre se duplicaban.

En los momentos de crecimiento, cuando aparentemente todo marcha bien, ahí es cuando hay que reforzar las bases del éxito. Y así lo había comprendido Rockefeller, quien rápidamente contrató a los mejores ejecutivos del medio. La máxima era sencilla:Hombres claves en puestos claves. Y así es como John contrató a ejecutivos millonarios que se comportaran como socios suyos. La misión: hacer crecer el negocio. Profesionalizarlo. Llevarlo por caminos que nadie imaginaba.

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En Enero de 1870 fundó la Standard Oil, que en realidad era la ampliación y refundación de la empresa que ya existía. La Standard Oil se convirtió e una de las mayores refinerías de petróleo de su país, tanto que dos años después, en 1872, Rockefeller había comprado 22 de las 25 refinerías de la Cleveland y en 1878 un estudio revelaba que en los Estados Unidos se refinaban un total de 36 millones de barriles por día, de los cuales 33 millones eran de la Standard Oil.

Como en todo camino hacia la cumbre, nada es fácil. Nada es gratuito. Alrededor de la figura de Rockefeller se han levantado una serie de mitos y controversias. Están desde los que no le reconocen nada y, por el contrario, lo acusan de enriquecerse presionando y levantando los monopolios más escandalosos de la historia, y, por otro lado, quienes lo acusaron de Iluminati, conspirador y causante de la primera guerra mundial. Sobre los ataques,calumnias y el monopolio, Rockefeller dijo lo siguiente: “Todo está claro entre el señor (Dios) y yo.” Más adelante le dijo a un periodista en una entrevista refiriéndose a sus críticos: “Mire esa lombriz allí, en la tierra. Si la piso, llamo la atención sobre ella. Si la ignoro,desaparece.”

Quienes lo han acusado de indiferente y egoísta argumentando que solo compartió con los demás una vez millonario, se equivocan. Olvidan que ya desde pequeño,John Davison Rockefeller, donaba una parte de sus ganancias al templo que siempre visitó en el barrio donde vivía. Desde pequeño mostró un espíritu generoso. Frecuentaba ese templo aun después de multimillonario y a lo largo de su vida siempre donó religiosamente una parte de sus ganancias. Pero eso no es todo. Es más, visto en perspectiva, quizá eso sea lo menos significante. Lo más sustancial fue que en 1901 fundó el Instituto de Investigaciones Medicas de los EEUU (el cual luego devino en universidad). En 1903 inició el Comité para la Educación, el cual brindó y fomentó la educación de los hombres de color. De igual forma, puso en marcha la Comisión de Salud, la cual realizaba atenciones y apoyos masivos a personas de escasos recursos. Con su apoyo se fundó la Universidad de Chicago. Puso en marcha la fundación Rockefeller, que es una de las organizaciones filantrópicas más grandes en la historia del mundo, habiendo invertido más de 500 millones de dólares en sus causas.Se recuerda mucho lo que le confesó a Napoleón Hill en una entrevista que este último publicara en su célebre y conocida revista Regla de Oro: “Creo que el poder de hacer dinero es un don de Dios, creo que hay que desarrollarlo y utilizarlo lo mejor posible para hacer el bien a la humanidad. Como yo he recibido ese don, creo que es mi deber hacer dinero, siempre más dinero, y utilizar ese dinero para el bien de mis semejantes escuchando la voz de mi conciencia”.

Sin duda, se trata de una figura polémica. Un rasgo particularmente interesante es que el magnate no creía en la competencia. “A la competencia se le elimina”, sentenciaba. A fin de cuentas, todo es asunto de filosofías y esa era la suya: en su rubro el mercado tenía que ser suyo, nada de compartirlo.

El gigante de los negocios se mantuvo activo hasta el final de sus días, pese a que las enfermedades siempre lo golpeaban. Falleció en Florida a los 97 años de edad y se estima que su fortuna superaba los 400 mil millones de dólares. Conviene recordar, al final de estas

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merecidas líneas, unas palabras de Rockefeller, aquellas que concedió a su biógrafo y que se han reproducido como lo que son:autenticas lecciones, tanto en libros como en revistas, vídeos y discursos, que le servirán como máximas inviolables a todos aquellos que dese en continuar firmes en su camino hacia la riqueza: “Nada de apresurarse.Ningún paso en falso. Tu futuro depende de cada día que pasa. Disciplina y orden, además de un registro fiel del debe y el haber