Muerte entre mu€  ñecos_texto

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Muerte entre muñecos de Julio Ruiz Melero Al cabo de una hora, llamaron a la puerta del despacho. Era ella: mujer morena, joven y menuda. Llevaba un conjunto de algodón color salmón, ropa de grandes almacenes, pocas joyas y maquillaje discreto; un ama de casa con traje de calle. Me dio la mano con timidez, casi sin fuerzas. —Buenos días, me llamo Marga Ramos y necesito su ayuda. —Yo soy Maite Rovira —«y necesito su dinero», pensé. Miró a su alrededor, la horrible decoración, los papeles desordenados, los ceniceros llenos. Se protegía de todo eso con el bolso pegado a su cuerpo en guardia. La hice sentarse en la única silla sana del despacho, frente a la ventana. El bochorno era insoportable. —Mañana van a reparar el aire acondicionado —dije, cuando vi que ella se secaba con un kleenex el sudor que le caía por la frente. —Mi marido me engaña con otra mujer. ¡Qué original! No había sorpresas. El caso de la mujer engañada. —¿Está usted segura? ¿Cómo lo sabe? —No lo sé por rumores, créame. Desde hace algunas semanas regresa dos horas más tarde de su trabajo. Ricardo decía que tenía un nuevo cargo y que eso le obligaba a participar en muchas más reuniones de trabajo. Es verdad que ahora gana más dinero, pero no en la oficina. Un día estaba yo mirando las tiendas de ropa del barrio, ya sabe, por las rebajas, y esas cosas… Mi hija estaba en la guardería y aún era pronto para recogerla. De pronto vi su coche aparcado en un rincón de un callejón cercano. Vi la matrícula y el muñeco que cuelga delante. Pensé que tenía una reunión con algún cliente cerca de allí. Pero lo volví a ver al día siguiente, a la misma hora, cuando él me decía que estaba en el trabajo. —A lo mejor estaba con el mismo cliente —dije yo para tranquilizarla. —No —la mujer hablaba ahora más deprisa, atropelladamente. —Él trabaja fuera de la ciudad, en Sant Cugat. Hace dos noches sonó el teléfono. Lo cogió rápidamente. Nunca lo había hecho. Fui al dormitorio y cogí el supletorio con cuidado. Tenía miedo de ser oída. Hablaba con una

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Muerte entre muecosde Julio Ruiz Melero

Al cabo de una hora, llamaron a la puerta del despacho. Era ella: mujer morena, joven y menuda. Llevaba un conjunto de algodn color salmn, ropa de grandes almacenes, pocas joyas y maquillaje discreto; un ama de casa con traje de calle. Me dio la mano con timidez, casi sin fuerzas.

Buenos das, me llamo Marga Ramos y necesito su ayuda.Yo soy Maite Rovira y necesito su dinero, pens.

Mir a su alrededor, la horrible decoracin, los papeles desordenados, los ceniceros llenos. Se protega de todo eso con el bolso pegado a su cuerpo en guardia. La hice sentarse en la nica silla sana del despacho, frente a la ventana.

El bochorno era insoportable.

Maana van a reparar el aire acondicionado dije, cuando vi que ella se secaba con un kleenex el sudor que le caa por la frente.

Mi marido me engaa con otra mujer.

Qu original! No haba sorpresas. El caso de la mujer engaada.

Est usted segura? Cmo lo sabe?

No lo s por rumores, crame. Desde hace algunas semanas regresa dos horas ms tarde de su trabajo. Ricardo deca que tena un nuevo cargo y que eso le obligaba a participar en muchas ms reuniones de trabajo. Es verdad que ahora gana ms dinero, pero no en la oficina. Un da estaba yo mirando las tiendas de ropa del barrio, ya sabe, por las rebajas, y esas cosas

Mi hija estaba en la guardera y an era pronto para recogerla. De pronto vi su coche aparcado en un rincn de un callejn cercano. Vi la matrcula y el mueco que cuelga delante. Pens que tena una reunin con algn cliente cerca de all. Pero lo volv a ver al da siguiente, a la misma hora, cuando l me deca que estaba en el trabajo.

A lo mejor estaba con el mismo cliente dije yo para tranquilizarla.

No la mujer hablaba ahora ms deprisa, atropelladamente. l trabaja fuera de la ciudad, en Sant Cugat. Hace dos noches son el telfono. Lo cogi rpidamente. Nunca lo haba hecho. Fui al dormitorio y cog el supletorio con cuidado. Tena miedo de ser oda. Hablaba con una mujer con acento extranjero. Creo que hice algo de ruido porque l, de repente, empez a hablar con ella en ingls y enseguida colg. No me habl en toda la noche y se acost temprano. Estoy segura de que me oy.

Pudo escuchar la conversacin?

Apenas hablo ingls. Lo nico que entend fue algo sobre encontrarse al da siguiente. Fue extrao. Mencionaron la palabra conquistadores varias veces. Pens que sera algn club o restaurante o algo as.

Cog la libreta y el bolgrafo y apunt los datos: nombre, direccin, telfono. No era el caso de mi vida pero era mejor que nada.

En qu trabaja su marido?

En una fbrica de juguetes, en Sant Cugat. Desde hace seis aos. Las cosas no nos van mal. Soy relativamente feliz con l, un matrimonio normal. Si me ha engaado puedo perdonarlo, pero no quiero hacer de mi relacin una comedia. Debo cortar con esto ya.

Tranquilcese. Debemos estar seguras de que su marido la engaa. Pronto lo va a saber.

No se preocupe por la tarifa. Tengo mis propios ahorros.

No la voy a explotar nos remos. Las bromas quitan los nervios. Las bromas entre mujeres hablan casi siempre de hombres. Todos son iguales, qu me va a contar usted.

Cogi su cartera y sac algo de ella. Me dio su tarjeta y la de su marido, de la empresa en la que trabajaba. Nos despedimos con un apretn de manos. En la otra tena las treinta mil pesetas que me haba dado de adelanto.IINo quera preguntar an en la empresa porque no estaba segura de la mujer. A lo mejor tena demasiada imaginacin. As que aquella misma tarde empec mis averiguaciones. Aparqu el coche cerca del lugar que me haba dicho ella. Era la zona de la Villa Olmpica e, increblemente, encontr un lugar libre para dejar el coche. Edificios nuevos y limpios, jardines cuidados, pocas tiendas y farolas de diseo a pocos metros del puerto deportivo. La gente tomaba cerveza fra en las terrazas y oa msica. Camin aburrida por la acera del callejn. El coche an no estaba. Lleg medio paquete de cigarrillos ms tarde, alrededor de las tres y media. Aparc ms all, en una plaza interior de un conjunto de apartamentos. El hombre sali con rapidez y mir a derecha e izquierda.

Iba bien vestido y pareca guapo, aunque el aspecto era un poco chulesco: gafas oscuras, el pelo brillante hacia atrs, oscuro y con algunas entradas. Llevaba un maletn de ejecutivo, negro, de piel y con cierre de seguridad. Lo segu. Se dirigi hacia uno de los portales de la plaza y llam a un timbre.

El portero automtico zumb y entr en el edificio. Tengo buena vista. El botn que apret era el ms alto de la izquierda. Llam desde una cabina a la empresa y pregunt por Ricardo Fernndez. Una mujer me dijo que ya no estaba en su despacho desde haca ms de una hora.

Crea que siempre lo poda encontrar a esta hora.

Se equivoca, seora me dijo la voz impersonal de la mujer. Siempre acaba su trabajo a las dos y se va.

Muchas gracias.

Su mujer tena razn, al menos en esto. Pero tena que hacer algo ms para justificar el adelanto recibido.

Al cabo de media hora, el hombre dej el edificio. Demasiado pronto. Quiz se haban peleado. A lo mejor ella se asust cuando l le dijo que su mujer los oy por telfono la otra noche. Camin rpido hacia el coche y arranc con fuerza. Me acerqu al portal. No haba nombres en los timbres, slo nmeros. Apret el de arriba a la izquierda. No sucedi nada. Volv a llamar. O era sorda o crea que yo era la mujer de Ricardo y tena miedo, o yo tena una vista peor de lo que pensaba. Un hombre gordo, de unos cincuenta aos y bigote blanco, lleg con un perro al otro extremo de una vieja correa de cuero. Estaba cansado y sudaba mucho. El perro sacaba una lengua blanquecina y jadeaba.

Adnde va usted?

Llamo al doce, pero no hay nadie.

Casi nunca hay nadie. Conoce a la mujer?

Bueno, no mucho. Soy su abogada. Me cit a esta hora.

Puede esperar dentro, si quiere dijo, mientras abra la puerta y me dejaba pasar al vestbulo.

Le sonre y me sent en una de las confortables butacas que haba all. Lo mejor era llevar buena ropa para dar buena impresin. Lo peor era que esa ropa me la pagaba mi padre.

Esper un momento. El hombre cogi el ascensor y desapareci. Los buzones tambin estaban numerados y bajo los nmeros figuraban los nombres de los inquilinos, pero el nmero doce no tena ningn nombre. Estaba lleno de publicidad. Haca muchos das que nadie lo abra. Llam al ascensor y sub al ltimo piso. En la puerta nmero 12 no haba tampoco ninguna placa con nombre. Llam al timbre y esper. Silencio. Nadie vino a abrir. Puse la oreja junto a la puerta y escuch. No se oan ni pasos, ni ningn ruido. El marido iba cada tarde a un piso vaco. Me apoy sin querer en la puerta y est se abri por mi peso. Entr. Dentro, las paredes del pasillo estaban desnudas. Llegu al comedor. Tambin sin muebles. El piso entero pareca vaco. Las puertas del balcn estaban cerradas, sin cortinas, y la luz del sol entraba con fuerza por el cristal. Haca mucho calor. Una de las habitaciones estaba amueblada, con seales de que alguien la habitaba: una cama funcional deshecha, un ropero desmontable, un pequeo tocador con los cajones abiertos, al fondo unas cajas de cartn abiertas. El suelo estaba cubierto de ropa y papeles que formaban una alfombra desordenada. Haba unos muecos de trapo sobre la cama. Estaban de moda, eran los protagonistas de una pelcula de ciencia-ficcin de mucho xito. No recordaba el ttulo, pero todos los nios se los pedan a sus padres, y entre esos nios estaba, cmo no, mi sobrina Pilar. No encajaban en el lugar. La caja del despertador estaba abierta a la fuerza y las pilas estaban tambin sobre la cama.

En la cocina haba algunos platos sucios en el fregadero, un cubo de basura casi vaco y una botella de cava calentndose sobre una nevera medio llena.

Haba un olor extrao que no vena de la basura. Faltaba ventilacin y yo ola a sudor, pero el olor era ms rancio cuanto ms me acercaba al cuarto de bao.

Dentro, nuevo desorden. Toallas, pastillas de jabn y productos de belleza por el suelo. La cabina de la ducha era moderna, con translcidas mamparas altas y curvas. Dentro se distingua una forma oscura que se diferenciaba del color gris de la cermica. Abr la cabina y se me pusieron los pelos de punta.