Mrozek Slawomir - Huida Hacia El Sur

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    SAWOMIR MROEK

    HUIDA HACIA EL SURHUIDA HACIA EL SUR

    TRADUCCIN DEL POLACODE JOANNA ALBIN

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    T T U L O O R I G I N A L : Ucieczka na poudnie

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    1991 BY DIOGENES VERLAG AG Zrich. All rights reserved de la traduccin, 2008 by Joanna Albin

    de esta edicin, 2008 by Quaderns Crema, S. A.

    TODOSLOSDERECHOSRESERVADOS,QUADERNS CREMA, S. A.

    ISBN: 9 7 8 -84-96834-66-8DEP S I T O L E G A L : B . 1 6 5 3 -2008

    ENLACUBIERTA, ILUSTRACINDE SAWOMIR MROEK

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    PRIMERA EDICINJUNIODE 2008

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    Puede que algunos de vosotros ya hayis odo algo acerca de estaextraordinaria historia. Aqu, sin embargo, la contaremos por vezprimera de principio a fin. sta es, pues, la versin original y la nicaverdadera.

    Antes de nada, para comprender adecuadamente la sucesin delos hechos, debemos volver al principio mismo. Todo empez en unalocalidad (cuyo nombre no podemos facilitar por motivos evidentes),en un pequeo pueblo de la zona septentrional de Polonia, alejado delos centros econmicos y culturales, y algo somnoliento. He aqu unavista panormica: el ayuntamiento, y delante de ste, la calle de los

    paseos dominicales, el cine Arcoris, la cooperativa El Guadaero, y laescuela, a la que os pido que prestis especial atencin, ya quenuestro relato dar comienzo en ella.

    Pasemos a algunos detalles que caracterizan al pueblo y su vida.

    En la cima de la torre del ayuntamiento, hubo en otros tiempos unaveleta de hojalata con forma de gallo. Dice la leyenda que, cierta vez,

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    durante el sitio de los yatvinguianos, hubo tal hambruna que losdefensores llegaron a devorar al gallo. Tal vez no sea ms que unaleyenda, pero de qu inusual belleza! Por lo dems, como ya hemosmencionado, la vida del pueblo discurre lentamente; es probable quealgunos, incluso, la consideraran aburrida. En el cine Arcoris se

    proyectan pelculas dos veces por semana, pero para qu, si de todosmodos, a causa del deficiente estado del sistema antiincendios, no sedeja pasar a los espectadores. Aun as, si algn cinfilo lograseirrumpir en la sala contraviniendo el reglamento, no podra ver nada,ya que el proyector tiene la bombilla rota. Preguntaris entonces,ypara qu se proyecta? A lo cual respondemos: y la planificacin?Acaso la planificacin no cuenta? El nico inconveniente es la bajarentabilidad de la empresa, ya que no es de extraar que en estascondiciones sean pocos los que compren una entrada.

    A cambio, tenemos el cosmorama municipal, donado a la ciudadpor el mismsimo zar Nicols, con motivo de su magnnimo paso porel lugar (cuando en 1899 parta camino de una gran cacera). Desdeentonces, en el cosmorama se alternan invariablemente dosprogramas: La exposicin de electricidad en el pabelln Minerva yLos encantos de las islas hawaianas. Del primero no hay mucho

    que decir: un hombre bigotudo, con un panam blanco, sacudido porel electroimn..., un pararrayos. El segundo programa, en cambio, esel principal entretenimiento de los residentes del pueblo desde haceya tres generaciones. Las celestes lagunas, los verdes penachos delas palmeras mecidas por el viento del Pacfico, los picudos blagosde las chozas, los nativos semidesnudos con sus guitarras en lamano. Aunque, a decir verdad, una sola imagen es la que atrapa laatencin de todos. El pie de la imagen reza: Muchachas hawaianasen el bao. Cuando pasan el programa Los encantos de las islashawaianas, el cosmorama registra alta afluencia. Sin embargo, todoslos asientos estn libres, ya que los espectadores, que persiguen a las

    muchachas de Hawai eternamente en movimiento, bullen en torno aldispositivo circular de madera que constituye, como es sabido, el

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    ncleo del cosmorama, apretujndose frente al nico visor. Quinsabe si la cosa no tendr algn tipo de contenido simblico. De nadahan servido las intervenciones de los prrocos, repetidas a lo largo demedio siglo, ni sus inspirados sermones. En cierta ocasin, durantetres aos, las Muchachas fueron excluidas de la serie; se las

    sustituy por una foto que ilustraba la arada en la granja estatalMalinowiec Wielki. Situada entre La choza del chamn y La lagunaal atardecer, la imagen causaba a los espectadores una impresinrealmente imborrable.

    Al margen de esto, el pueblo dispone de otras atraccionesmenores. Justo delante del ayuntamiento, en el centro del paseo, seyergue una estatua. Representa una figura heroica de holgadasvestiduras, la cual sostiene un gran libro en una mano, mientras quela otra descansa sobre la cabeza de un mozuelo.Desafortunadamente, como la estatua carece de cabeza desdetiempos inmemorables, es difcil determinar con exactitud qu es loque simboliza. Cada cierto tiempo, en las reuniones del ConsejoMunicipal, se toma la determinacin de poner fin a esta ambigedadescogiendo para la estatua alguna cabeza que resulte apropiada. Sinembargo, llegado el momento de encargar un rostro concreto al

    maestro cantero del lugar, la discusin revela tal desgarro deopiniones que la ejecucin de tan til iniciativa (y es que, por un lado,los escolares as tendran de quien tomar ejemplo, y por otro, lascelebraciones en la Plaza Mayor adquiriran un carcter algo msslido) se vuelve a aplazar indefinidamente. Algunos opinan que lacabeza debera ser la de una Virgen que simbolice sabidura; algunos,que la de Mickiewicz; otros, finalmente, que la del presidente delConsejo Municipal.

    El pueblo tiene tambin un jardn zoolgico, aunque modesto,naturalmente, y adaptado a las posibilidades locales. El zoolgico fuefundado hace unos aos a raz de un decreto sobre desarrollo culturalen las localidades atrasadas. Una vez llamado a la existencia, porobvias razones de prestigio no se pudo clausurar. Sin embargo,

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    hubiese sido difcil exigir que se hallasen en l el majestuoso tigre, elveloz antlope u, el manso y extremamente raro okapi u otrosanimales valiosos. De manera que en las jaulas fueron instalados unavaca bonachona, un marrano embadurnado de betn paraconferirle cierto aire de bravura, un gato asalvajado y algunas

    gallinas. Francamente, hay que reconocer que incluso algo tanfamiliar como una vaca o tan tonto y absurdo como una gallina, traslos gruesos barrotes de hierro, adquirieren inmediatamente ciertoaire de misterio, exotismo, e incluso amenaza. De este modo sedemuestra, pues, que las circunstancias crean el clima espiritual.

    Sin embargo, todas estas distracciones resultaban insuficientespara los habitantes del pueblo. Por qu ocultarlo: todo el mundo, trasagotar las posibilidades de diversin ofrecidas por las institucionessociales, segua buscando por su cuenta cosas que los liberasen de lasensacin de vacuidad. Hubo quienes, movidos de pronto por un odioirrefrenable hacia las botellas, pero slo hacia aquellas que contienenalcohol, dedicabantodas sus fuerzas aempinarlas y vaciarlas.Adems, como era

    gente cultivada, lohaca conforme a laspautas comnmenteaceptadas y marcadaspor la tradicin y por lasociedad; de estemodo, no derramabansu contenido comogente vulgar, acto porel cual hubiesendelatado su falta derespeto por laesforzada labor de nuestros cerveceros y licoreros, sino que se lo

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    beban con decoro, sentados en los locales designados por ley paralos amantes de este pasatiempo.

    Hablando sin tapujos, a veces reinaba tal aburrimiento que losdignatarios del lugar, tras haber corrido cuidadosamente las cortinas,se colocaban delante del espejo unas narices de payaso, para ver si

    se distraan un poquito.En tales circunstancias, cierto da ocurri un suceso que iba aconmover, hasta lo ms hondo, las conciencias de los residentes delpueblo. Pero antes de proceder a narrar la historia propiamente dicha,debemos presentar al menos a aquellos personajes que tendrn unpapel principal en la trama. Y de nuevo, por los mismos motivos porlos que silenciamos el nombre de nuestro pueblo, no podemos darapellidos, ni siquiera nombres de pila. Nos conformaremos, pues, conlos motes que usaban estas personas en su crculo. Hablamos deunos alumnos del instituto local: el Gordo, el Flaco y el Mediano.

    He aqu al individuo al que llaman el Gordo: bajo, rechoncho, decara ovalada, algo pecosa. De carcter tranquilo, un poco soador,amante de los libros, sobre todo de las novelas policacas o deaquellas que describen crmenes motivados por cualquier tipo deaberracin humana. Lo observamos mientras se aleja para entregarse

    a su actividad preferida: tendido sobre el sof de su padre, elfarmacutico del lugar, lee el segundo volumen de Medicina Forense. Unmomento, pero y esa portada a todo color que, pese a haber sidoescrupulosamente ocultada, asoma del siniestro compendio de loscrmenes ms sofisticados? Qu ser? No podra jurar que no fuesela historia de Mara, la Huerfanita, y los enanitos, que el Gordo lee aescondidas entre un caso de envenenamiento y el relato de unhomicidio con mazo de zapatero. Nunca sabremos cmo es enverdad la naturaleza humana y qu cosas se hacen para uno mismo,y qu cosas se hacen en beneficio de los amigos! Sobre la mesa hayun bho disecado smbolo de la sabidura, una bolsa de avellanas(al Gordo le encantan) y una corbata negra que suele llevar puesta,aunque ahora, enfrascado en la descripcin del crimen del

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    microcfalo, haya preferido preservar el flujo libre de su respiracin.

    Y he aqu al individuo al que llaman el Mediano. Chupa de cuero,pantaln ajustado, un gran nmero de ingeniosos bolsillos, tiras ycremalleras. Junto a l, La Flecha Celeste, un vehculo que haconstruido con sus propias manos en la poca del gran sueo de lamotorizacin, realizado en la cerrajera de su padre con una baerade beb y el motor de una vieja barca. El vehculo avanza avelocidades inferiores a las de un peatn, aunque produce enormesnubes de gases de combustin, estruendo y estertores. En opinin de

    su creador y propietario, slo tiene un defecto: cuando en algnacceso de desasosiego y necesidad de espacio abierto le apetece irsea alguna otra parte, debe prescindir de La Flecha Celeste e ir a pie, yaque el fragor y el humo que acompaaran su viaje, as como sumortal lentitud, llamaran enseguida la atencin de todo el mundo.

    Sobre el tercero, a decir verdad, se sabe realmente poco. Semantiene siempre al margen de todo, aparece por sorpresa y

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    desaparece del mismo modo. Se le ve siempre al otro lado de la calle,en la orilla opuesta del ro o detrs de una curva; siempre al lado,nunca en el centro, nunca aqu mismo. Es hurfano y est al cuidadode su ta. Cuando por la regin pasaban los gitanos, se le sola verhacindoles compaa. El da que en el pueblo tuvo lugar la

    colocacin solemne de una piedra angular (cuyo destino exacto sedecidira ms tarde) y, por tanto, lleg una delegacin y un coromasculino, l fue la nica persona que se qued pescando en lasafueras. Obtena excelentes notas en Geografa, aunque nodestacaba en otras asignaturas; cuando supo de la existencia delsonambulismo, una noche de luna llena sali de casa para intentarsubir sin xito una pared vertical, y es que su sueo era convertirseen un sonmbulo. Lo observamos mientras est en el puente,inclinado sobre el agua. Bien. En un momento pasaremos a describirlos acontecimientos. Queda aadir, sin embargo, que a los tresindividuos los una una inquebrantable amistad.

    Era un da nublado y oscuro, y pareca que sera igual ya toda laeternidad. Justo en ese momento tenan clase de Matemticas. Ni lacucaracha que sumergieron en la tinta y luego dejaron libre, paraque, caminando por el tablero, dejase tras de s una negra estela,poda distraer a los tres amigos. El Mediano la observaba con unhasto supremo. El Flaco, en un acceso de desesperacin, se pona elzapato izquierdo en el pie derecho y viceversa. Slo el Gordo seocupaba de la cucaracha e intentaba modificar su trayectoria con una

    pajita. As estaban las cosas en el momento en que un sombrero rojocon un penacho blanco apareci en el rectngulo de la ventana; pasde largo y se esfum al instante. Con toda seguridad, aqul era unsombrero de los que no usaban los lugareos; de hecho, era de esetipo de sombreros de los que se puede dudar de su existencia.

    Con extremado esfuerzo, mantuvieron relativa calma hasta elfinal de la clase. Su estupor estaba mezclado con el presentimiento

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    de encontrarse frente a algo grandioso y desconocido. En vano, lapobre cucaracha se esforzaba por entretenerlos. Slo un elefanteembadurnado de tinta pasendose por el pupitre, y no unacucaracha, hubiese logrado apartar de sus mentes el fantasmagricosombrero rojo. Cuando acab la clase, se lanzaron afuera con la

    rapidez del primer mdulo de un cohete interplanetario. No tuvieronque correr mucho. Sobre el muro del almacn de la cooperativa ElGuadaero, brillaba un enorme cartel amarillo en el que poda leerselo siguiente:

    GODOT HA LLEGADO

    Ciudadanos de esta villa! Y t, agricultor polaco! Mucho habisaguardado, y no ha sido en vano! ste es el da en que Godot hallegado! Ya est aqu! Maana, a las siete de la tarde, todo el mundopodr verlo en su nica aparicin en el local del almacn de lacooperativa El Guadaero. Sensaciones inolvidables! Asientos deprimera clase (entrada desde la calle): 10 zlotys. Asientos de segunda(entrada desde el patio): 5 zlotys. Los militares (pero desarmados!)

    pagan la mitad. El acceso de menores queda terminantementeprohibido. Atencin: slo una aparicin! Para informacin ysolicitudes, dirjanse al Director Repatriado.

    Deben pensrselo los caballeros son a sus espaldas el extraoacento extranjero de una voz ronca y viril al mismo tiempo.

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    Se dieron la vuelta. Delante tenan al desconocido del sombrerorojo con penacho blanco. Llevaba un excelente traje de un cortenunca visto en la zona, una camisa blanca y una estrecha corbata.

    Tena grandes ojos negros, largas patillas y un bigotito. Llevaba bajoel brazo ms carteles enrollados.

    Quienquiera que fuese aquel misterioso empresario queanunciaba al desconocido Godot en nuestro pueblo, no hubiesenecesitado sombrero rojo para llamar la atencin de sus habitantes.Dondequiera que hubiese aprendido las leyes de la publicidad,pareca ignorar que basta con que aparezca un forastero para quetodos, tras abandonar sus ocupaciones o el ejercicio de laholgazanera, acudan rpidamente para ver al que trae aires de algodiferente. Tanto ms porque aquel estrambtico sombrero de bufn,unido al traje de visita, no eran el nico reclamo para la atencinpopular: delante de la estatua sin cabeza, los chicos vieron un coche

    extremadamente largo, parecido a un gigantesco pez dorado yplateado, lleno de resplandecientes e ingeniosas superficies

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    acristaladas. Tena algo de angelical y un aire de aparador. Vindolo,resultaba difcil hacerse a la idea de que el ronco Skoda de laadministracin comarcal, alrededor del cual, pese a estar rodadohasta el lmite, se formaban corrillos de mirones cada vez que sedetena ante el ayuntamiento, tuviese algo en comn con este

    vehculo. En su interior, entre los suaves abismos de coloridas mantasy almohadones, podan observarse abandonadosdespreocupadamente unos guantes de piel de alce y un mapa dePolonia a medio enrollar.

    Pero no slo era aquel fenomenal vehculo lo que cautivaba yexcitaba a todo el mundo hasta la ebullicin. Extrao y grandioso, conun corto timn remolcaba algo que, segn la ley de los contrastes,despertaba un inters parejo. Era una caseta hecha de recias tablas,cuyas juntas se haban fijado con listones de dura madera, de talmodo que no haba ni una grieta que permitiera asomarse al interior.En lo alto, justo debajo del tejado cubierto de cartn embreado, sevislumbraba una ventanita enrejada y tapada con una cortina. Ungrueso candado aseguraba la puerta. A pesar de todo, la caseta, concubiertas de goma en sus ruedas, hubiese resultado familiar de no serpor el lujoso automvil que la remolcaba y que perteneca al viajero

    del sombrero rojo con penacho blanco.La noticia dio la vuelta al pueblo inmediatamente, y caus unafuerte sensacin. Al saber de la llegada de aquel Godot, tanto tiempoesperado, como anunciaba el cartel, el contable y el gerente de lacooperativa El Guadaero se apresuraron a sus camas, tras declarar ala vez a sus respectivas familias que haban contrado,repentinamente, el uno, la escarlatina, y el otro, la tos ferina. Y es quesiendo sta una poca de siglas, la palabra Godot poda sugerirperfectamente alguna de esas instituciones destinadas a controlar silos ciudadanos con puestos de responsabilidad no abusaban de suposicin en beneficio propio y con perjuicio de las arcas del Estado.Algunos, en cambio, sintieron un secreto acceso de esperanza de quela llegada de Godot supusiera el comienzo de cambios polticos

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    radicales, aunque no llegaron a exteriorizarlo por miedo a ladecepcin.

    La molestia que la anunciada llegada de Godot le supuso alpresidente del Consejo Municipal tampoco fue poca cosa. El hombre,temiendo que, por haber estado ocupado en asuntos estrictamentede hacienda privada, no hubiera seguido suficientemente el progresodel pas y que Godot fuera, posiblemente, el nuevo ministro deInteriores, se puso sin demora un traje de gala lleno decondecoraciones. No obstante, lo torturaba otra idea: y si Godot era

    (cosa que indicara su extico apellido) algn representante de losnumerosos pases excoloniales amigos,entonces qu? Perode cul de ellos? Dequ conocimientoshabra que disponerpara no cometerningn error fatal alsaludarlo? Yfinalmente, aunque la

    confundida memoriadel alcalde se niega aacudir en su socorro,no tendr que ver sullegada con algnaniversario queconviene celebrar?

    As que, por si acaso, enfundado ya en su traje de gala, el alcalderepasaba ansioso todas las variantes de discursos: el de la piedraangular, el de bienvenida de los representantes, el de los aniversariosy el de la clausura del ao escolar. Seguidamente, dio rdenesespeciales al bedel en materia de pendones, mientras un mensajeroespecial fue avisando a los miembros de la banda del cuerpo de

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    bomberos. Adems, las letrinas municipales se cerraron y se sellaronapresuradamente para que su grato aroma no profanase laceremonia, cualquiera que fuese.

    En cuanto a las autoridades parroquiales, segn fuentesfidedignas, se abstuvieron de emitir juicios en espera de losacontecimientos.

    Mientras, el pueblo bulla, especialmente los jvenes, paraquienes la llegada de Godot y el espectculo anunciado (sobre todoporque les haba sido prohibido) suponan, comprensiblemente, una

    variacin de la rutina. Un anciano, consejero jubilado de la compaade ferrocarriles, se empeaba en decir que conoca muy bien a Godot,ya que de joven haba sido su compaero de prcticas. Afirmabaincluso que Godot le deba cinco coronas con diecisis hellers, comocoste de una excursin a las Rocas de Kmita, organizada por laAsociacin de Practicantes, ms comida y cerveza negra, y queaquella deuda Godot nunca se la haba saldado. Sin embargo, lamayora relacionaba a Godot con asuntos de naturaleza ms amplia yreciente. Algunoscampesinos se dieron ala fuga y, tras improvisar

    unas cabaas en elbosque, decidieronaguardar all a que lasituacin se aclarase.Posiblemente, el hechotuviese algo que ver conel asunto del impago deimpuestos, prcticabastante generalizadaen algunas zonas.

    Tampoco se puedeexcluir que elcomentario que acab

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    de enfocar correctamente la situacin fuese el de cierto aldeano, tanentrado en aos que agotaba la cuenta de sus das junto a la estufaen un lugar cercano. Cuando su nuera, impresionada, igual que todos,por la noticia de la llegada de Godot, le dio un codazo y exclam:Godot ha llegado!, el anciano contest: Y?, y dndose la vuelta,

    volvi a dormirse profundamente.

    sta era la situacin cuando el misterioso forastero, tras haberdistribuido los carteles, ascendi las escaleras del ayuntamiento. Elalcalde lo esperaba inquieto y tenso, preparado para cualquier

    eventualidad.Apareci en la puerta con aire modesto, pero tambin digno,escrutando al alcalde con sus grandes ojos negros, en los que, comose dira despus, haba algo de inhumano. No llevaba su clebresombrero rojo, al considerar quiz que lo que poda resultar atractivopara la turba callejera, no sera decoroso en una entrevista con unrepresentante de las autoridades, se quiera o no, materialistas.Efectu, sin previo aviso, una profunda genuflexin y, tras llevarse lamano al lado izquierdo del pecho, dijo con una voz muy suave, en laque son, como despus se dira, un timbre inhumano:

    Senhor...

    Ninguna proclama, ninguna teora poda tener preparadas elalcalde para recibir tal visita. En un desesperado esfuerzo mental,intent, durante un segundo ms, averiguar quin podra ser aquelinusual visitante. En vano. As que se limit a susurrar unos cuantosviva! que no venan al caso y a ponerse en pie.

    Me llamo Mefisto Kovalsky, pero para abreviar me llaman Mef.Soy un artista repatriado del Brasil. Al volver y tomar conciencia delas condiciones locales, he decidido dedicarme al servicio del biencomn. Soy la nica persona en el mundo que puede mostrar aGodot, usted, naturalmente, sabe de qu se trata, de manera que novoy a entretenerme con explicaciones superfluas. Como puedeapreciar, realizo una gira por todo el pas en mi vehculo particularcon el fin de dar a conocer a mis compatriotas algo que en vano me

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    ha reclamado la Europa Occidental. Mi fin es el de mostrar a Godot acada campesino, pues ya sabemos cun importantes son paranosotros los campesinos. De este modo, deseo expiar los muchosaos de separacin de mi patria, borrar mi culpa de hijo prdigo.Usted, seor alcalde, ha visto alguna vez a Godot?

    Yo... Ji, ji! Nerviosa risa del funcionario. Qu va! Ennuestro pueblo?Ya ve usted. Si un hombre con posicin, cultivado, no ha visto a

    Godot, cmo podra haberlo visto un simple agricultor o un guardaforestal? Usted mismo entender la suprema importancia de mi visita.Supongo que pondr todos los medios a su alcance con el fin deorganizar la presentacin de Godot en la sala de la cooperativa ElGuadaero. El Ministerio de Cultura, el Departamento Externo y elconsejero Szpakiewicz, del Ministerio de Exteriores, esperan tambinsu colaboracin.

    Sobra decir que, ante tan convincente exposicin del asunto,cualquier trmite se consider innecesario.

    Mef Kovalsky ocup la habitacin de invitados especiales en laprimera planta de la Casa Restaurante del Pueblo. Su maravillosalimusina brillaba con todo su resplandor extranjero en el centro de la

    Plaza Mayor. Por la noche lleg una pea ecuestre de los puebloscircundantes, ya que haba corrido el falso rumor de que el obisposufragneo realizaba una visita pastoral. Al experimentar tan amargadecepcin, propinaron una paliza a algunos de los ciudadanos y semarcharon. Mientras tanto, los amigos, el Gordo, el Mediano y elFlaco, a quienes no conviene perder de vista a causa del destacadopapel que han de jugar en breve, celebraban un consejo, escondidosen la plaza, en un cobertizo vaco que serva para pesar a losmarranos los das de mercado.

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    ste es un coche de una enorme calidad dijo el Mediano.A lo mejor es un criminal sugiri el Gordo esperanzado.Seores! exclam el Flaco de repente. Y dnde est la

    caravana?En efecto, la caseta de madera que remolcaba el coche de Mef

    Kovalsky, haba desaparecido.

    Intrigados por la desaparicin de la caravana, emprendieron subsqueda siguiendo las huellas que las cubiertas de los neumticoshaban dejado sobre la tierra reblandecida. Las marcas permitanconcluir que Mef Kovalsky haba remolcado la caravana hasta unpatio abandonado detrs del edificio en la que se ubicaban la tabernay las habitaciones de alquiler. Ciertamente, no tardaron enencontrarla escondida entre unos espesos sacos. Segua cerrada concandado. No haba nadie. Todo el mundo se haba congregado en laplaza en torno al deslumbrante vehculo de Mef. Los amigos, el Gordo,

    el Flaco y el Mediano, se acercaron despacio. Dentro reinaba unsilencio total. Slo por detrs de los edificios llegaba desde la plaza el

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    sonido de la multitud. De pronto, escucharon un suave aullido. Lespareci que llegaba del interior de la caseta.

    Dentro hay alguien! Seguro! exclam el Gordo.No, slo es un perro observ el Mediano.En un rincn del patio, un perro guardin, mostrando los dientes y

    erizando el pelo, grua sin apartar de la caseta sus ojos inyectadosen sangre.

    La oscuridad empezaba a hacerse ms densa. Las primerasestrellas aparecieron en el cielo. Intentando pisar con suavidad y

    cuidado, se acercaron un poco ms. Pero antes de que pudiesen tocarel candado, ocurri algo que hizo tambalear su osada. He aqu queen la ventanita situada en lo alto se prendi una suave y homognealuz.

    Ya os deca yo que dentro haba alguien! susurr el Gordo.Eh! Vosotros, caballeros! dijo una voz familiar.Se dieron media vuelta. Delante tenan a Mef Kovalsky en

    persona.

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    Escuchad! exclam, hurgando en la arena con la punta de sufusta. Dejemos las cosas claras. Si vuelvo a encontrarme convosotros en mi camino...

    Sin embargo, no acab la frase, sino que, lanzando los brazos con

    violencia hacia la luna, con voz alterada y salvaje pronunci unconjuro:Oh, Dios, puertos el sacca paez!Como hechizados, los muchachos se apresuraron a abandonar en

    silencio el patio.Al despedirse de sus amigos, el Gordo volvi a casa. Su padre, el

    farmacutico del pueblo, era propietario de un casern. La numerosafamilia ocupaba la segunda planta, pero en verano el Gordo dormaen una pequea habitacin del tico. Desde su ventana se divisabatodo el pueblo. Debajo no haba ventanas ni balcones, sino una paredciega. En ella el Gordo poda entregarse, sin ser interrumpido, a suactividad preferida: la lectura de novelas policacas y volmenes deMedicina Forense, extrados a hurtadillas de la biblioteca de su padre;tambin lea, sin que sus amigos lo supieran, la historia de Mara, laHuerfanita, y los enanitos.

    Volvi meditabundo y, apenas hubo cenado, se refugi en suhabitacin. La noche se anunciaba clara, la luna estaba en su cuartocreciente y, en cuanto dieron las diez, el paisaje se esclareci con uninquietante resplandor. El incidente del patio de la taberna ocupaba lamente del Gordo. Las amenazas de Mef Kovalsky y el misterio sinrevelar de la caravana haban alimentado la curiosidad de losmuchachos. Haban decidido colarse en el espectculo de Mef en lasala de la cooperativa El Guadaero, empujados por la categricaprohibicin de acceso a los menores de edad. El Gordo encendi unavela y abri Medicina Forense por una pgina que describa lostraumatismos craneales. La luna estaba ya muy alta y los tejadoscomenzaban a lanzar destellos plateados. Durante algn tiemposiguieron llegando desde abajo los ruidos de la familia al acostarse: el

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    llanto de los nios que no quieren lavarse, el retintn de los cacharrosde cocina al fregarlos, el refunfuar de alguien. El claro de luna llenel patio.

    La lectura avanzaba a duras penas. Sobre las once, un perro sepuso a aullar. Al Gordo se le antoj que era el mismo que vierondetrs de la taberna, aterrado, metido en un rincn y con el raboentre las patas. La implacable esfera blanca se alzaba cada vez ms.

    A las doce menos cinco, se haba agotado la reserva de avellanasque al Gordo tanto le gustaba picotear durante sus lecturas. Se

    levant y se dirigi al gabinete de su padre para buscar el siguientevolumen. Haba que bajar por una estrecha escalera y atravesar luegoun pasillo. El Gordo, que no llevaba vela por no delatar su presenciaen el pasillo, entr en el gabinete dej la puerta abierta en elinstante en que el reloj en la torre de la iglesia daba las doce. Vio lahabitacin inundada con la luz de la luna. Se arrodill delante de laestantera y comenz a buscar entre unos volmenes de slidaencuadernacin.

    De pronto oscureci. Alz la cabeza. En la pared de enfrente seproyectaba la sombra de una gigantesca figura.

    El Gordo no fue capaz de moverse. Una sensacin de inercia lo

    invadi por completo, le pareca que llevaba siglos enteroscontemplando aquella monstruosa sombra, tal y como estaba, con unlibro en la mano, y que as seguira por toda la eternidad. Se oy ungolpe. Era el libro que, sin su consentimiento ni voluntad, se habadeslizado al suelo. Slo alcanz a comprenderlo cuando la sombra seapart y el Gordo oy a sus espaldas el sonido de algo que pareca unsaco muy pesado pero blando, y que cay al suelo desde unapequea altura. El mortecino claro de luna volvi a inundar el cuarto.Despacio, como entre sueos, el Gordo gir la cabeza. La ventanasegua abierta, detrs reinaba una blanca noche. El Gordo se dirigilentamente hacia la puerta.

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    Sin embargo, al recordar que cuando entr haba dejado la puertaabierta de par en par, y que ahora, en cambio, estaba entornada, sedetuvo atemorizado. El aire inmvil impeda pensar en la posibilidadde que hubiese sido la corriente. No caba duda: alguien habapenetrado en el interior de la casa.

    Fuese lo que fuese aquello (persona o cosa) que acababa deatravesar la puerta, haba que seguir. El Gordo, a pesar del miedo,comprendi que era responsable de la seguridad de sus inadvertidosfamiliares. Empuj la puerta y se encontr en el pasillo. Nadie.Entreabri la puerta de la izquierda, que daba paso a lashabitaciones. Durante un buen rato, aguz el odo, estuvo en sigilo yacech, hasta que finalmente, cansado, lleg a la conclusin de quetodo haba sido una alucinacin. Ni un ruido aparte de la rtmicarespiracin de los que dorman. Se dirigi a su habitacin. Y hasta queno se encontr en mitad de ella no se percat de que, aparte de la

    luna, no la iluminaba ninguna luz. La mesa estaba vaca. La vela conel candelabro y el ejemplar de Mara, la Huerfanita, y los enanitos haban

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    desaparecido sin dejar rastro. No haba nadie. Mir debajo de lacama. Tampoco. Se lanz hacia la ventana. Debajo, la lisa pared detres pisos de altura.

    De repente, un bulto grande y oscuro, con bigote, revolotedelante de l. Sinti un golpe que lo aturdi y lo lanz de espaldas;fue a parar al suelo.

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    Tard un instanteen comprobar que elproyectil que taninesperadamentehaba impactado

    contra l no era otracosa que el vigilantenocturno que solamontar guardia junto ala tienda deesmquines, abiertapor la Autoayuda deCampesinos comoimpulso para lademocratizacin. Eraun hombre mayor,padre de familia numerosa. Se levant del suelo no menos asustadoque el Gordo. Masajendose las partes magulladas, ambos se miraronexigiendo una explicacin. Cmo el vigilante, ciudadano respetable yde considerable corpulencia, pudo entrar en volandas al tercer piso?Ni l mismo poda responder a esa pregunta. Estaba paseandodelante del escaparate, como siempre; los esmquines sobre losmaniques brillaban a la luz de la luna, con su negrura, discretos ymisteriosos. En algn momento le pareci or un ruido sospechoso dellado de la farmacia. Estaba ya a punto de dirigirse en direccincontraria, segn un procedimiento elaborado durante sus muchos

    aos de servicio, cuando a sus espaldas escuch un golpe sordo,como si algo pesado hubiese cado al suelo, y despus alguien le tapla boca; sinti que un brazo frreo, de una fuerza desconocida ydescomunal se le cea a la cintura, y lo lanz hacia arriba. Slovolvi en s al levantarse del suelo, cuando, magullado y mediomuerto de miedo, vio al Gordo, al hijo del farmacutico con quientena cierta confianza. No era capaz de contar nada ms. De cualquiermodo, una vez recuper la entereza, mencion algo de unos cincozlotys que le deba el Gordo por la molestia de haberle hecho subirhasta el tercero. Perteneca a esa clase de gente sencilla que contotal naturalidad es capaz de entablar una conversacin acerca de la

    suma que por tal o cual motivo tendran que desembolsarles susinterlocutores, condicin obligada para que el elemental sentido de la

    justicia no se vea menoscabado. Hablaba, adems, cada vez ms altoy, en cuanto el instinto le sugiri que el Gordo no quera que el restode su familia se despertase y lo interrogase sobre el porqu de noestar dormido a tan altas horas y de hacer venir a su habitacin ahurtadillas al anciano vigilante, exigi diez zlotys deshacindose enun acceso de tos. Curado de inmediato gracias a la moneda de diezque el muchacho le puso en la mano, y tras ser conducido afuera condisimulo, dej la casa, gimoteando un poco para dar a entender que

    haba sido vctima de una disimulada manipulacin de precios y de latacaera del Gordo. Despus, el muchacho volvi a su cuarto.

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    Hablara el vigilante? Pareca poco probable. Quizs estuviesepersuadido de que todo lo acontecido no haba sido ms que unsueo, por lo cual no se arriesgara a exponerse a las burlas de unaposible audiencia. En cuanto a s mismo, el Gordo estaba seguro dehaber visto una sombra en la pared del gabinete. De cualquier modo,

    incluso si aquello no hubiera sido ms que una alucinacin, alguien sehaba llevado el libro y la vela. La desaparicin de ambos objetos eraincuestionable, aunque se considerara el vuelo del vigilante nocturnohacia la habitacin del tercero como un lamentable malentendido sinrelacin con el caso.

    Completamente exhausto por aquella aventura nocturna, el Gordocay dormido apoyado sobre la mesa y sin haberse desvestido.

    No tard en salir el sol.

    Al da siguiente, en el colegio, los amigos celebraron un consejo

    acerca de la mejor manera de penetrar, no ya a pesar de laprohibicin, sino precisamente porque exista tal impedimento, en la

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    sala de la cooperativa El Guadaero para asistir a la muestra deGodot, esperada con impaciencia por la regin entera. El Gordoestaba plido y sooliento. El Mediano propuso cavar un tnel yacceder por l al interior. El proyecto se rechaz debido a que nohaba tiempo suficiente. El Mediano sugiri entonces colocar un

    petardo cuya explosin causara cierta confusin que les facilitara elacceso. El Flaco reflexionaba sin prestarle atencin. Slo cuando elMediano propuso construir una presa en el ro para provocar unainundacin que distrajese a los guardias de la puerta de lacooperativa, habl el Flaco:

    Creo que podemos ver a Godot gratis en otro sitio. Slo habrque volver a asomarse a la caseta con ruedas que est escondida enel patio. Porque l debe llevar a ese Godot consigo, seguro que lotiene en la caravana, porque si no, entonces para qu la iba a tenersiempre cerrada, enrejada y tapada con cortina. Para m eso estclaro.

    Eso no est tan claro como te parece protest el Gordo. Nosabemos qu es, en realidad, ese Godot. Y si es un objeto tanpequeo que lo lleva en la chaqueta? O a lo mejor es algo que noocupa sitio.

    El Flaco contest:Hay que ponerse manos a la obra antes de la funcin, cuando

    Don Mefisto est ocupado vendiendo entradas en la taquilla. Notenemos nada que perder. Si Godot no est en la caseta, antendremos tiempo de llegar a El Guadaero.

    En ese momento, el Gordo reconoci por qu le daba miedoasomarse o entrar en la caravana.

    Cmo sabemos que ese Godot no es muy fuerte y malvado? Ysi se nos echa encima?

    Cuando comenzaron a burlarse de l por miedoso, les cont loque le haba sucedido en casa la noche anterior.

    El asunto es grave dijo el Flaco una vez que el Gordo huboacabado, pero no hay motivo para pensar que esto tenga alguna

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    relacin con lo que vamos a hacer. Por si acaso, adoptemos medidasde seguridad.

    Llegados a este punto, podemos ahorrarnos citar su conversacinliteralmente. Indicaremos, en cambio, algunos detalles de loacontecido aquella misma tarde, una hora antes de la anunciada

    aparicin de Godot, ya que, a pesar de ser nimiedades, tienen supeso a la hora de poder entender lo que sucedera despus.

    As pues, en la taquilla, junto a la puerta principal, Mef Kovalskyvende las entradas para los asientos de primera (entrada desde la

    calle) y los de segunda (entrada desde el patio). La afluencia esenorme.Los tres amigos se encuentran en el patio trasero de la taberna,

    donde entre los sacos se halla escondida la caravana, cerrada ysilenciosa. El Mediano ha trado un juego de herramientas decerrajera del taller de su padre. No llevan abrigos ni sombreros, vancon ropa de a diario, con la que sale uno de casa a comienzos deverano (circunstancia importante). En casa han dicho que salen y quevolvern para la cena. Adems, entre todos, disponen de 100 gramosde avellanas, un pauelo, un trozo de lpiz, un cordel, la cabeza deuna chincheta rota, una bola de papel de aluminio y cuatro zlotys con

    ochenta grossos. Se acercan a la caravana.Oye, y si este Godot es una mujer? pregunta el Gordo alFlaco.

    Vamos a ello dijo el Mediano.Hablaban con susurros. Se acercaron al candado. Era macizo y

    pareca un obstculo difcil de superar.El Mediano escogi una de las limas y la pas por el metal, con lo

    que dej escapar un sonido estridente. Luego se detuvo. Aguardaron.Del interior no llegaba ruido alguno.

    No hay ms remedio dijo el Mediano. Tenis que cantar algoo declamar, si no, todo el mundo se percatar de que hacemos algosospechoso.

    Declamar! exclam el Gordo. Quieres que nos tomen por

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    idiotas?Qu se le va a hacer! O trabajamos juntos, o no trabajamos.El Gordo y el Flaco lo discutieron con desgana. Result que de los

    muchos poemas que les hacan aprenderse de memoria en el colegio,recordaban tan slo La muerte del general, y adems slo en parte.

    Empieza t dijo el Gordo con una mueca, como si se estuvieratragando algo asqueroso.

    Las fieles huestes llegarona aquella casa del monte,pues all en cuartucho pobre...

    Era el Flaco quien recitaba. Mientras tanto, el Mediano pasaba la limapor el metal una y otra vez.

    El general expiraba...

    Se uni el Gordo. En el patio solitario, las estrofas del poema semezclaban con el penetrante chirrido de la lima.

    Ms alto! grit el Mediano.

    Levntase desmayado,manda ensillar el caballoal que ninguno ha igualado...

    Acabaron con El general. La lima estaba ardiendo, las manos delMediano, doloridas, haban enrojecido. Sobre el asa del candadoapenas si se haba dibujado una delgada raya.

    Venga, venga! los apremiaba el Mediano. Podis cantaralgo?

    Yo no s cantar, que empiece el Gordo protest el Flaco.

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    Recuerdas, era otoo, el Hotel de las Rosas.

    El Gordo enton en falsete, lanzando malvolas miradas hacia elFlaco. El Mediano reanud su trabajo con la lima.

    Nada, es intil dijo el Mediano despus de un tiempo. Debede ser un candado extranjero. Llevo slo la mitad!

    El Gordo y el Flaco interrumpieron el Tango a la madre en mitad dela estrofa. En cierto sentido, esta pausa les alivi.

    Hagamos un agujero en una tabla y echemos un vistazo propuso el Flaco.

    Colocaron un taladro en un costado de la caseta. Esta veztuvieron ms fortuna, a pesar de que las tablas tenan unos cincocentmetros de grosor y eran de roble duro. Al rato, el Mediano notque el taladro comenzaba a girar sin resistencia en el agujero. El

    Gordo y el Flaco, en cuclillas, esperaban detrs.Oye, mira eso! exclamaron de pronto ambos, al mismo

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    tiempo y con la voz ahogada por el miedo.El Mediano alz la cabeza. La ventanita de lo alto se haba

    iluminado con el mismo resplandor uniforme que en la otra ocasinlos haba asustado e intrigado tanto. Ocupados con el taladro, ni sehaban percatado de que la luz se hubiera prendido.

    Aguantaron la respiracin.Nos estar oyendo, seguro que nos oye susurr el Gordoimperceptiblemente. Ya os dije yo que lo dejsemos. l estar all,detrs de la pared.

    El Mediano sac el taladro con cuidado, acerc un ojo a laabertura. Y he aqu lo que vio: en su campo de visin haba unapequea y sencilla mesa y, sobre ella, un candelabro con una velaencendida. Sentado a la mesa haba alguien tan inesperado que elMediano, cuando acab de entender lo que estaba viendo, apart lacabeza profiriendo una exclamacin de terror.

    Aquel personaje superaba la estatura media. Tena unosimponentes hombros y unos brazos muy largos. Su cabeza y su cara,de un mismo color oscuro, casi pardo, delataban claramente losrasgos de un gran mono. Tena una poderosa musculatura y un pelajecorto, un poco brillante, e igualmente pardo, le cubra todo el cuerpo.

    Sus increbles formas, seales de lo indomable y de podero,adoptaban una postura del todo sorprendente: el monstruo estabainclinado, leyendo la novela de Mara, la Huerfanita, y los enanitos.

    Huyamos grit el Mediano incorporndose con violencia.

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    Sin embargo, antes de que tuviese tiempo de dar un paso, algoretumb en el interior de la caseta y la puerta, golpeada desdedentro, venci la resistencia del candado a medio serrar y,repentinamente, se abri de par en par. Una negra y costilluda siluetallen el umbral a lo alto y ancho.

    Les esperaba, caballeros dijo una voz de un timbre gutural ysombro, pero ntido y de cierta refinada cortesa al mismo tiempo.Pasen.

    Incapaces de articular palabra, obedecieron y se acercaron a lacaravana. Pasaron en fila india, sin rechistar, como si entrasen en elpatbulo. Adems de la mesa, vieron una cama de hierro plegable y,en un rincn, algunos cacharros con restos de comida y unos libros.Un fuerte e irritante olor inundaba la caseta. El simio, escuchando conatencin, aguard an un instante en la puerta y despus la cerr consigilo. Ahora estaban con l a solas en su estrecha jaula, asustados

    por su imponente presencia.No teman dijo el increble anfitrin con una voz tan espesa

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    como una negra colcha y tan retumbante como un carro cargado debarriles vacos cruzando un puente de madera. l no vendr, demomento.

    Les hizo sentarse en la cama y ocup la silla.Me ha gustado mucho el poema ese sobre el general agonizante

    dijo. En otro momento les pedir que me lo repitan: Aunque deguerrero la capa | qu rostro oculta de moza | de virgen qu suavesformas.... Conocen algo ms de ese autor?

    En otro momento? Cmo se supone que hemos de entendereso? explot el Mediano.

    Simplemente, creo que tendremos tiempo suficiente para eso,ya que es probable que ya no nos separaremos.

    Los muchachos se miraron.Pero esto es un secuestro! exclam el Gordo. No s si usted

    se da cuenta de que la Constitucin de la Repblica Popular Polaca...El simio le interrumpi con un gesto de la pata:Mreme: acaso le parezco un jurista? Por cierto, a usted tendr

    que pedirle disculpas por el incidente de anoche. Espero que no lehaya sucedido nada ni a usted ni a aquel anciano al que lanc por laventana. Tuve que hacerlo porque no poda permitir que me viesen,

    ni usted, cuando se asom por la ventana, ni l mientras paseabaabajo. Tengo motivos para querer pasar desapercibido. Y aunque mellev su libro, no puede llamarlo robo porque yo ya saba que ustedesvendran por aqu y que tendra ocasin de devolvrselo. Los llevoobservando desde que los sorprendi Mef Kovalsky.

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    Apenas hubo pronunciado este nombre, se produjo un extraocambio en todo su extraordinario cuerpo. Comenz a gruir, bajo suslabios resplandecieron unos blancos colmillos. Sus puos golpearon elpecho causando un estruendo sordo y tenebroso. Los muchachos seapretaron en un rincn.

    No teman dijo finalmente, dominndose. Cuando pienso enl, me dominan mis instintos.

    Pero no, qudese con el libro, insisto exclam el Gordo,sonrojado. Y es que no quera que sus amigos supieran que por lasnoches lea Mara, la Huerfanita, y los enanitos.

    Es muy interesante, sobre todo los pasajes de las aventuras delenano Opalek; lo comentar con usted con gusto en un rato libre seanim el simio. En cuanto a la vela, desafortunadamente, las masya se han agotado. Por otro lado, si usted supiese cul era el principalmotivo de mi visita, no estara aqu sentado tan tranquilo.

    Usted es... Godot? se atrevi el Gordo.La bestia estall en una repentina risa, ensordecedora a causa de

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    la cascada de sonidos graves.Ay, qu bueno! Ustedes tambin picaron con ese viejo

    numerito? Nada de extraar, por cierto.Entonces..., quin es usted?De repente los mir reflexivo. Tena los ojos pequeos, muy

    juntos, pero muy bellos, de manifiesta inteligencia.Ay...! dijo despacio. Que quin soy... Quin soy yo? Podradecirles quin fui o quin ser, si es que an contino siendo lo quesoy. Pero quin soy? Les aseguro que yo mismo me hago estapregunta ms de una vez, y con una ansiedad quin sabe si no mayorque la de ustedes. Pero debemos darnos prisa. Quiero que entiendanla situacin al detalle antes de que les haga una propuesta.

    En el mundo entero slo hay uno como yo: mi primo el Yeti. Conl, por cierto, no he mantenido ms relacin que la de felicitarnos porel cumpleaos o el santo. Entre nosotros existe una diferencia degustos: l prefiere las temperaturas bajas, por eso escogi elHimalaya como territorio. Yo, en cambio, aprecio el sol sobre todaslas cosas, el calor, la vegetacin exuberante; me encanta escuchartambin el susurro del mar. Por eso, durante toda mi vida, hehabitado en las partes ms salvajes de Sumatra.

    Ambos procedemos de la familia que, en pocas remotas,engendr a la especie humana a travs de una rama lateral. As queen cierto sentido somos familia. La cuestin es que uno de loscabezas de la estirpe, mi bisabuelo, decidi prohibir a nuestra tribudevenir hombre, ya que, tras estudiar el asunto y a los miembros dela familia que haban optado por tal decisin, la juzg fallida. Desdeentonces, durante milenios, hemos llevado una vida modesta, perohonrada. No nos entrometemos en asuntos como el del petrleopersa ni ingeniamos sistemas filosficos cuya verdad tendramos quedefender despus. Desgraciadamente, a pesar de haber vividoestupendamente desde el punto de vista individual y de que no sepueda concebir un estilo de vida ms ameno para seres con tantaautonoma, desde el punto de vista social, comenzamos a declinar.

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    Aquella decisin de no devenir hombres, la hemos pagado tantopoltica como econmicamente; con ello se ha ocasionado la cada yla casi total extincin de nuestra comunidad. ltimamente al Yeti yano lo dejan en paz, y en cuanto a m, por desgracia, debo pasar acontarles ahora recuerdos muy dolorosos.

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    Un da, mientrasobservaba, gustoso,con la espalda apoyadaen una palmera,destellos en el mar y

    en el cielo (eranacorazados volados yaviones que ardandurante la SegundaGuerra), una pequeaembarcacin se acerca mi orilla, dej a unhombre blanco y semarch. El hombre nollevaba armas, sloalgunos cachivachesintiles. En el bolsillo trasero del pantaln tena algo que despert micuriosidad. Lo supe porque, como l estaba completamente indefensofrente a m, lo derrib con una sola pata y rebusqu en sus bolsillos.El objeto en cuestin era un libro. Hoy s que no era ms que unamsera novela pornogrfica. Ante los incomprensibles caracteresnegros comenc a sentir una inusual desazn. Al parecer, en aquelmomento despertaron en m el mismo instinto y el mismo ciegoimpulso hacia la civilizacin, propios de mi especie de supermono,que indujeron a mis antepasados a devenir hombres. Mi disparatadacuriosidad, metafsica para un mono, le salv la vida a aquel

    pendenciero. Todo ocurri del siguiente modo: el viejo pillo adivinque si yo no lo haba dejado a merced del hambre y de los peligros dela selva, fue gracias a mi imperiosa curiosidad por el libro.Comprendi, adems, que l era la nica persona que podasatisfacerla, explicarme el significado y el fin de ese extrao objeto yensearme a utilizarlo. As pues, yo lo abasteca de comida y lodefenda de los depredadores, y l, a cambio, me enseaba a hablar ya reconocer las letras del alfabeto. No sucedi esto, ciertamente, sinque me chantajeara y alargara adrede mi aprendizaje del alfabeto,exigiendo cada vez nuevos manjares que slo era posible conseguirtras adentrarse an ms y ms en la selva. Finalmente, un da que

    volva yo con un brazado de exquisitos tallos del rbol de pan, por loscuales l se haba comprometido a explicarme la ltima letra, la zeta,vi cmo una barca lo transportaba a bordo de una goleta que, depaso por la zona, habra visto sus seales. Sobre el tronco de lapalmera encontr una nota que le a la luz del sol poniente: "No tepreocupes, viejo. Te inscribir en la biblioteca municipal de SanFrancisco. Volver pronto". Pens que se estaba burlando. Ignorabaque habra sido mejor para m que no hubiese vuelto.

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    Cul no fue mi sorpresa cuando dos meses despus lo volv aver. Traa consigo una biblioteca breve, pero seleccionada con buengusto. Un yate ech el ancla a cierta distancia de la orilla. Aparte delos libros, traa tambin una gran jaula de hierro en la que habacolocado todos aquellos volmenes. Precisamente, tena acabada laprimera parte de La familia Thibault y le exiga su continuacin. "Ve ycgelo", me dijo. Entr en la jaula sin sospechar nada. La puerta secerr a mis espaldas. Con la ayuda de sus hombres me llev a bordo,y despus, cada vez ms lejos de mi Sumatra nativa.

    Supongo que sobra decir que aquel hombre era MefistoKovalsky, al que ya conocis, camorrista internacional, al que suscompinches en el trfico de opio lo haban abandonado en aquellaorilla, condenndolo a una muerte segura.

    Vale, pero no entiendo qu le empuj a entrar en mi casa por lanoche dijo el Gordo, reuniendo todo su valor.

    El simio lo mir con sus bellos ojos.Enseguida llegaremos a eso. Ambas cosas guardan una

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    estrecha relacin.La vela sobre la mesa chisporrote de repente y su llama

    comenz a temblar.El simio prosigui su relato:

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    Mef Kovalsky

    me llev a

    Argentina. No

    crean ustedes que

    tras capturarme

    dej de instruirme

    o que me quit

    los libros. Nada de eso. Ese demonio es m s astuto de

    lo que ustedes estar an dispuestos a aceptar. Me

    escondi en cierta remota hacienda en medio de la

    pampa y all continu su labor. No s lo me daba a leer

    cada vez m s libros, sino que me explicaba, personalmente, las nociones b sicas de las principales

    disciplinas cient ficas. Hice progresos espectaculares. Yo

    atribuyo el hecho a que, desde generaciones, me

    mantengo, por as decirlo, artificialmente, gracias a mi

    fuerza de voluntad, en una posici n del eslab n entre

    lo humano y lo animal, es decir, que me he resistido a

    convertirme en hombre, a evolucionar tal y como la

    naturaleza hab a planificado. Mis antepasados

    acumularon y me transmitieron intacta, y por lo tanto

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    multiplicada, una disposici n a devenir hombre con

    facilidad. Para lo que la naturaleza hab a dispuesto

    decenas de millones de a os, a m me bastaron slo unassemanas. De manera que Mef Kovalsky observ con satisfaccincmo sus planes se realizaban. Sent, desesperado, que dejaba de serquien haba sido: un benvolo simio de Sumatra. Aun a pesar dehaber conservado, por fortuna, el aspecto de un ser silvestre,comenc a asimilar los rasgos por excelencia de una mente humana.Pronto, Mef comenz a dejarme salir de la jaula. Saba tan bien comoyo que no huira, porque con cada nuevo saber adquirido caa en unadependencia ms profunda. Si hubiese huido, habra podido hacermepasar por un mono, cosa que ya no era, o por un humano, cosa que

    tampoco era todava y que, por cierto, no quera ser. En el primercaso, me hubiesen encerrado para los restos en algn zoolgico, locual no hubiese tolerado ni como mono ni como humano. Lo segundono poda ni soarlo. Cmo poda aspirar a la humanidad con estecrneo aplanado, con esta planta y estos msculos de gorila, con estepelaje? Adems, a Mef se le haba ocurrido algo diablico. Al notarque, a consecuencia del proceso de evolucin, empezaba a sentirvergenza de mi desnudez, me negaba el vestido para evitar quepudiese presentarme ante nadie. Pronto advert tambin el porqu dehacer de m su esclavo. Al constatar que mi evolucin, o sea, mi

    dependencia de l, era ya satisfactoria, me oblig a ser cmplice desus actividades criminales. Necesitaba de mi fuerza y de mi habilidad.Sera yo quien lo defendiese, muy a pesar mo, del terrible ToniWheeper, en Chicago. Sera yo quien escalara, siguiendo sus rdenes,una pared vertical de la sede general de la Interpol, para extraer deall, una caja fuerte me la llev al hombro que contena todas laspistas que podan conducir a la polica internacional a su detencin.Sera yo, finalmente...

    Pero dejemos a los

    muchachosencerrados en lacaseta a merced delsimio y embaucadospor su relato. Noconfiemosexclusivamente en susexplicaciones,trasladmonos a lasala de la cooperativaEl Guadaero, dondeest a punto de hacersu aparicin el

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    misterioso y largamente esperado Godot.

    A medida que la hora del espectculo se ha ido acercando, frentea la taquilla se ha ido reuniendo cada ms gente. Mefisto Kovalsky,distinguido y corts, vende entradas. Los ciudadanos ms pudientes ydestacados adquieren los mejores sitios (entrada desde la calle),primero para ver mejor, y segundo, porque lo contrario hubieraestado mal visto. Los dems se dirigen a los asientos ms alejados(entrada desde el patio). Al cruzar el umbral, tanto unos como otrosocupan sus asientos; miran alrededor con curiosidad. La sala de El

    Guadaero ha sido barrida y desratizada. Las cortinas estn corridas.En el centro, un gran teln guarda a ojos del espectador (slo por elmomento, naturalmente) el misterio de Godot. El local se va llenando.Crece el runrn y la tensin.

    Un cuarto de hora antes del comienzo, Mef Kovalsky habacolgado el anuncio de entradas agotadas, haba recogido larecaudacin y se haba marchado.

    Por fin, el reloj da las siete. Reina la tensin y, aunque algunos sehacen los valientes, cierto desasosiego: Bah, Godot, eso no es nadaextraordinario, yo tambin podra. Esto va a doler?, preguntaalgn sensible anciano. En primera fila, est el alcalde. En estos

    momentos lo martiriza un pensamiento: Habr en esto algnelemento subversivo? Proclamas monrquicas? Alegatos en favordel escarabajo de la patata?. Las siete y cinco. Desde la ltima filase levanta la meloda de la popular cancin: Al amanecer o al ocaso.Intervienen los guardias. Las siete y diez. Qu empiece ya, queempiece ya!, se oyen algunas voces impacientes.

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    La agitada espera dura por lo menos casi media hora ms,transcurrida la cual se levanta de su asiento un soldado de infanteraque est de permiso en el pueblo. Con enrgico paso, se acerca alteln y tira de l. Para su sorpresa, el teln responde con no menorresolucin: se abomba hacia l y le propina un doloroso golpe en laoreja. El militar, visiblemente sorprendido por un momento, suelta unpuetazo a la animosa tela y da contra algo duro. Pero, enseguida, elteln ondea por abajo y le suelta una patada en la espinilla. La sala lo

    jalea; alguien exclama: Godot est pegando a Franek!. A pesar deldolor, el valiente tirador descarga dos derechazos, se alza una nube

    de polvo y un nuevo y potente abombamiento impacta contra suestmago, a lo cual el soldado responde agarrando el pao conambas manos y colgndose de l. Se oye un seco chasquido, el telnse desprende y cubre al tirador; en el suelo se forma una maraapalpitante, ya que la lucha contina en su interior. Mientras tanto,ante los ojos de los estupefactos espectadores se abre, llena depblico, la segunda mitad de la sala, a la que se accede desde elpatio. Ambos lados, sentados el uno frente al otro, se miran las carasal tiempo que en el centro sigue sacudindose el enredo de la tela.

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    Timo! A por l! Al instante se levanta un gran gritero ytodos se abalanzan hacia las puertas, la frontal y la del patio, paraatrapar a Mef Kovalsky e imponerle un terrible y justo castigo.

    Pronto en la sala no queda ms que el pao combatiente, en elque el valiente soldado lucha contra un bombero que se habaacercado al teln desde el otro lado para averiguar por qu seretrasaba el espectculo. El simio se call de repente. Aguz el odohusmeando el aire. Sus narices negras y rosadas temblabanligeramente. Los muchachos se esforzaron por escuchar algo, peroningn sonido llegaba desde detrs de la taberna o del patio a la

    caravana en la que estaban encerrados. A pesar de ello, el simiopareca perceptiblemente preocupado.Caballeros dijo, tenemos cada vez menos tiempo, as que

    concluyamos.Me preguntaban si era yo aquel misterioso Godot con quien

    Mefisto cruza el pas, para exhibirlo en sus espectculos. No, no lo soypor el simple motivo de que Godot no existe. Mef alquila una sala, ladivide con un teln en dos partes con puertas separadas y vende lasentradas. Luego se sube a su fantstica limusina y se da a la fuga.Los timados se quedan un tiempo esperando, despus, impacientes,abren la cortina y se encuentran cara a cara los unos con los otros. No

    avisan a las autoridades porque se avergenzan de su estupidez.Gracias a ello, Mef puede dirigirse a otra comarca y repetir la historia.Obtiene bastantes beneficios, pero en realidad todo este proceder esuna apariencia detrs de la cual se oculta algo ms.

    Ya les he contado con qu endemoniada artimaa Mef mesecuestr de mi Sumatra y me convirti en su esclavo. Podraliquidarlo con un slo golpe de mi mano, pero no lo hago porque sin lestara perdido en vuestro bello, pero extrao pas, sin carn deidentidad ni amistades. Por las noches, Mef me obliga a abandonar miescondrijo y a robar casas, lo cual no me supone el menor problemagracias a mi fuerza y habilidad. He aqu por qu aqu se dirigi alGordo me encontraba en su piso: Mef me lo indic personalmente,pues crea que su padre, como farmacutico, sera un hombre

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    acaudalado, y que all podra hallar para l un generoso botn. Unavez alcanc la ventana del gabinete, lo vi a usted. Puesto que, comodije antes, me haban llamado la atencin ya de antes y tengo ciertasesperanzas y proyectos relacionados con ustedes, desobedec laorden de Mef. Me llev solamente el libro y la vela, ya que Mef, desde

    que acab de formarme, se ha desentendido totalmente de mislecturas; en cuanto a la vela, se haban acabado mis reservas.

    El simio interrumpi su relato, se levant de la silla y acerc suhirsuta oreja a la pared. Esta vez, a los muchachos, les pareci or

    ruidos.Vayamos, pues, al grano prosigui el simio, esta vez concierta prisa y nerviosismo. Me encuentro en el poder de MefistoKovalsky, pero lo odio y deseo liberarme. No quiero continuar siendouna herramienta de su actividad criminal. No quiero permanecer msen Europa. Quiero volver a mi Sumatra, a mi selva. De lo contrario meexpongo a la prdida de mis ltimos rasgos simiescos y a una totalasimilacin fsica con los humanos. Tienen que ayudarme. He aqu mipropuesta:

    Nos desharemos de Mef Kovalsky y nos marcharemos hacia elsur. Como habris estudiado en la escuela, en la pennsula Balcnica

    abundan cuevas subterrneas que llegan a alcanzar una longitud decientos de kilmetros. Si conseguimos llegar hasta Zakopane,podramos cruzar media Checoslovaquia bajo tierra, y ms adelanteencontraramos un ro subterrneo que nos llevara hasta Macedonia.

    Tras atravesar Turqua, Persia, el valle del ufrates, por la India o porBurma, llegaramos cerca de mi regin, y all ya no debe haberobstculos. Trato hecho?

    Ay! Sentados los tres en una caseta de madera sobre ruedas,frente a aquel negro simio, en un pueblo al norte de Polonia, aquelloslejanos nombres les parecieron de pronto dorados y aromticos comofrutas tropicales. Todas sus ensoaciones acerca de viajes exticos,surgidas en su imaginacin, regresaron de pronto. Era como siestuvieran viendo de nuevo el programa del cosmorama local: Los

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    encantos de las islas hawaianas, pero las palmeras, inmviles en lafotografa, se sacudan esta vez y ondeaban al viento, las blancascrestas de las olas del mar saltaban y corran hacia la orilla y lasMuchachas hawaianas en el bao perdan su habitual rigidez y

    jugueteaban entre la vegetacin. Sin embargo, al instante esa imagen

    les result sospechosa.Tendramos que pensarlo... dijo el Gordo con voz desfallecida.Pensar el qu!? Les prometo un viaje por medio mundo y la

    mitad de mi reino selvtico cuando lleguemos a nuestro destino!Adems... Con un gesto de la pata orden silencio y se call por uninstante. Adems, ya es demasiado tarde.

    Una mueca de triunfo desfigur la cara del simio. La caravanaarranc y comenz a sacudirse entre los baches del patio. Oyeron elsuave sonido del motor trabajando silencioso.

    Demasiado tarde... repiti con satisfaccin. En estosmomentos, Mefisto Kovalsky acaba de engancharnos al remolque,huye del pueblo tras la ltima exhibicin de Godot; dentro de cincominutos estaremos en la carretera. Han visto su coche? Nadie podralcanzarnos.

    Y..., y si no estamos de acuerdo?

    Existen slo dos opciones en el caso de que Mef descubra quese encuentran aqu. La primera ya la habrn adivinado. Por mi parte,slo quiero aadir que hace tiempo, en Bolivia, Mef aniquil a tres desus enemigos colgndolos de un rbol por los pies, con las cabezasmetidas en un hormiguero. La segunda opcin es que yo los defienda.Pero, en este caso, debern acceder a venir al sur conmigo.

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    La caravana dej de sacudirse y tambalear. Escucharon, encambio, el uniforme susurro de los neumticos y el silbido del vientoen las grietas de la caseta. Haban salido a la carretera.

    Elijan dijo el simio.

    De este modo, se alejaban, en contra de su voluntad, del puebloen el que transcurriera su infancia y parte de su juventud toda suvida. Naturalmente, como todo el mundo, ellos tambin habansoado con viajes exticos, pero no en tales circunstancias!Encerrados en una caseta de madera junto a un antropopiteco, cuyaapariencia fsica era, todo hay que decirlo, ms terrorfica que sucarcter, y amenazados por un asesino extranjero, el cual, tras la finapared de tablas, sin adivinar todava su presencia, conduca un cochede ocho cilindros que atravesaba como un cohete los campos deMazury, no lograban imaginarse que acababa de comenzar para ellosla aventura que tanto haban esperado, y menos an estaban en

    condiciones de gozar de ella.Lo siento dijo el simio, siento mucho recurrir a esta especie

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    de chantaje, pero no tengo ms remedio.Debemos consultarlo dijo el Mediano. Usted comprender

    que el asunto no es tan sencillo.El terrorfico anfitrin accedi con una sonrisa. Para dar a

    entender que les dejaba total libertad, se alej hacia un rincn, donde

    se ocup en ejercicios gimnsticos. Los muchachos se apretujaron enel rincn opuesto. Todos tenan las mejillas encendidas.Ese Mefisto nos quitar de en medio sin pensrselo en cuanto

    nos descubra dijo el Mediano. A no ser que l nos defienda.

    Pero entonces resulta que tendramos que ir hasta Indonesia, yes que no llevamos nada para el camino! Yo ya tengo hambre. seera el Gordo.

    Por el camino habr algn bar observ el Flaco.Y nuestros viejos, qu?Callaron todos.Slo hay una solucin aadi, al cabo de un rato, el Mediano.

    Todos lo saban. Slo haba una solucin si es que queran volvera casa sanos y salvos: aparentar estar de acuerdo con el simio,acceder a su propuesta, establecer un pacto, aprovecharlo paradefenderse de Kovalsky, y despus romper la promesa, abandonarlo y

    huir. Dejaran a esa extraa criatura falta de objetos tanfundamentales y necesarios para una persona, y por lo visto tambinpara un mono, como una libreta militar o un certificado deempadronamiento, en medio de una carretera secundaria, entre lossauces polacos.

    Al cabo de dos das, los aldeanos lo encontrarn y se locomern, y de su piel se harn colleras murmur el Flaco.

    Miraron al simio. De espaldas a ellos, realizaba sus flexiones. Alsentir sus miradas, se dio media vuelta y les envi una amistosamueca con su prehistrico rostro.

    Aunque no lo dijeran, saban que aquella nica salida tambin secerraba ante ellos.

    Y la Sumatra esa, est muy lejos? pregunt con cautela el

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    Mediano.Era la primera vez que se enfrentaba a tener que poner en

    prctica todo su saber, a cuya asimilacin haba ofrecido, por cierto,tanta resistencia mientras cumpla su escolarizacin obligatoria. Esemomento nos llega a todos tarde o temprano y es la seal de que uno

    es ya adulto.Bastante lejos contest con igual cautela el Gordo.Como ltima opcin, podemos acercarnos por all y volver

    observ el Flaco. Era de suponer que sera l precisamente quienmostrase ms entusiasmo con la idea de hacer mundo. Adems,pasado maana es el examen de Matemticas.

    Era un argumento de peso. Teniendo que elegir entre el viaje aSumatra o hacer el examen, haba pocas posibilidades de queescogiesen lo segundo.

    All hay palmeras record el Mediano.Palmeras plataneras! exclam el Gordo, que abandon su

    habitual prudencia ala hora de formular

    juicios.Una vez que

    haban decidido, apesar de que suvoluntad no haba

    jugado el papelconveniente en estetipo de decisiones, se

    dieron cuenta de quela empresa en la quese embarcaban,adems de ser forzosay arriesgada,abundaba enelementos de gran atractivo.

    El ocano! Dice que hay ocano!

    Vamos al trpico!Y la selva!De pronto se escuch un agudo y horripilante chirrido. El poder de

    la inercia los proyect a los tres contra la pared, y los aplast sobrelas tablas de roble. Slo el simio, increblemente despierto y fuerte,pudo agarrarse a una viga, con lo que evit correr la misma suerte.

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    Despus rein el silencio, ni siquiera interrumpido por el motor dela limusina que, al parecer, se haba apagado. A travs de una rendijaentre el marco y la puerta, que tras haberla forzado estabadesajustada, penetraba adentro un largo rayo del sol que deba dehaber descendido ya en el horizonte. Los pasajeros de la caravanapermanecieron inmviles y en silencio, tratando, cada uno por sucuenta, de decidir el siguiente paso. A la conciencia del mortal peligroque los amenazaba en cuanto Mefisto Kovalsky descubriese elcandado daado y a sus tres enemigos en la caseta, se una ahora lainseguridad de aquel misterioso frenazo en la carretera. Ya no haba

    tiempo para vacilar. Los muchachos y el simio estaban unidos por unadependencia mutua. Ellos contaban con su ayuda a corto plazo; l, encambio, esperaba recibirla de ellos en el futuro.

    Atencin! susurr el simio casi inaudiblemente, si abre lapuerta, dejdmelo a m. Tengo muchsima ms fuerza que l, aunquel nunca se me acerca desarmado y, adems, conoce muchos trucos.

    Pasaron algunos segundos y nada ocurra. Afuera se podan orsolamente los suaves rugidos de una vaca, el suave rumor de lasnubes de mosquitos, tan caracterstico del atardecer. No se oanpasos.

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    Finalmente, el simio se subi con cautela hacia la ventanita.No se ve nada los inform susurrando, salvo que estamos

    parados en pleno campo.Despacio, dispuestos a responder a un ataque en cualquier

    momento, entreabrieron la puerta.Delante de ellos se extenda un apacible paisaje de prados y

    trigales, verdes todava, a la luz del sol poniente.Saltaron a la calzada y, escondidos detrs de la esquina de la

    caseta, se asomaron.La fabulosa limusina pisciforme de Mef estaba vaca y silenciosa,

    situada perpendicularmente a la carretera. Delante de ella se apilabauna gran masa de piedras, laboriosamente dispuestas sobre elasfalto. Un grupo de muchachitos del pueblo, pastorcillos, en los ratosen los que no tallaban caramillos para tocar sus melanclicascanciones, haban acumulado las rocas con el fin de alterar lamonotona de la vida campestre con el espectculo de algnaccidente. Suscorazoncitos infantileshaban comenzado alatir ms fuerte cuandolos infalibles frenos de

    la limusina hicieronesfumarse susesperanzas. En el bordedel bosque, MefistoKovalsky los perseguacon un cinturn en lamano, lanzandoexclamaciones ya enespaol, ya en polaco.

    Rpido! grit elsimio. Cul devosotros sabe conducir?

    Yo dijo el Mediano, vacilante. Nunca se hubiese atrevido a

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    afirmarlo, si no fuese por la presencia de sus amigos, entre los cualespasaba por un conductor consumado.

    Subamos!Una vez dentro, se

    sintieron como en un

    cuento de hadas. Losenvolvi el aroma acuero, a gasolina, acolonia, a lo impolutoy extranjero. ElMediano logrlocalizar las llaves.Escucharon un crujidode madera: era elsimio, que rompa consus poderosas manosel timn con el queMef remolcaba lacaravana. De un salto

    se meti dentro del coche.Vamos! exclam. Rpido!Mef, que haba llegado hasta el borde del bosque persiguiendo

    intilmente a los pastorcillos, se percat en aquel instante de lo queestaba sucediendo. Volvi a toda carrera, gritando y amenazando.

    El Mediano, plido y con la frente brillante de sudor, movaalgunas palancas. El coche arranc, pero hacia atrs, y casi choc con

    la caseta.

    No s hacerlo de otra manera! grit desesperado.Gira y sigue de culo! le grit el simio. No hay tiempo que

    perder!Marcha atrs, con el motor ahogado y emitiendo estertores, el

    vehculo rode el montn de piedras, sali a la carretera y comenz aalejarse de la caravana y del vociferante Mef.

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    Agachaos! exclam el simio. Tiene un arma!La angulosa caja de la caravana y la agitada silueta de Mefisto,

    negras, recortadas contra el sol bajo, quedaban ms y ms lejos.

    Atravesando loscampos que ibanoscureciendo, losbosques que, cada vezcon ms asiduidad,surgan a ambos ladosde la carretera,avanzaban marchaatrs, con el ruido delmotor sobrecargado,pero, a pesar de todo,avanzaban, alejndosede Mef Kovalsky, cuyavenganza losamenazaba de manerams horrible a medidaque se acumulaban los motivos. Incluso el simio, esa musculosacriatura de la selva, provisto de una fortaleza nerviosa innata, respirms tranquilo una vez que, tras algunos minutos, todo pareci indicarque la huida haba resultado un xito. Podan, pues, analizar lasituacin.

    A pesar de susmuchos esfuerzos, elMediano no podaenderezar la marchadel vehculo. Era unasupermquinaextranjera, equipadacon toda la gama deextras que lasempresas americanasde automocin ofrecen

    a sus clientes. Alguienms experimentadohubiese tenido losmismos problemas. Unmontn de

    interruptores, cronmetros y palancas ocupaban el salpicadero dellujoso interior. Una vez se les haba pasado el miedo, una excitacinparecida a la que sienten los habitantes de provincias perdidas de lamano de Dios cuando se encuentran por primera vez a bordo de untransatlntico domin a los muchachos. Gozaban de la blandura de

    los asientos y de la comodidad ofrecida por cada nuevo dispositivoque descubran.Oscureci y hubo que encender las luces. No fue fcil, ya que esa

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    lujosa nave de carretera extranjera dispona de todo un sistema dediversos focos y faros. Tras accionar varias palancas, pusieron enmarcha sucesivamente una ducha, ubicada en un bao provisional,una radio, una televisin, un petardo astutamente concebido paraahuyentar a eventuales ladrones y, finalmente, sin saberlo,

    encendieron una emisora de onda corta. Sucedi, entonces, quecierto radioaficionado de Wroclaw, que precisamente montabaguardia junto a su receptor, pudo escuchar unas voces que decan losiguiente:

    Adnde vamos ahora?Creo que a la izquierda.O a la derecha.Demasiado tarde, ya he girado a la izquierda.Cuanto ms al sur, mejor.Qu fro.Porque usted no est acostumbrado, pues viene de una selva

    tropical.Es cierto. Cuntas veces a esta misma hora me columpiaba

    sobre una rama con la clida brisa!Permtame una pregunta: usted no tiene rabo?No. Es una de las cosas que me diferencia del eslabn inferior.El radioaficionado se coloc mejor los auriculares.

    Mientras, en el otro extremo de Polonia, la limusina, al finiluminada, se meca a travs de un espeso bosque. El Flaco estabasentado junto a la luna trasera que, sin embargo, a consecuencia delsentido del viaje, era la luna delantera y, esforzando la vista, dictabael camino al Mediano, el cual sudaba al volante.

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    Marchaban por zonas deshabitadas y, a pesar de que era unacircunstancia favorable, acab por entrarles cierto desasosiego.

    Para! exclam de repente el Flaco. Parece que ah hayalgo!

    El Mediano fren. Pegaron las caras al cristal.Al borde del camino, contra la oscura pared del bosque, se

    dibujaba el contorno de una casa. En la galera, iluminada por unquinqu que colgaba del techo, brillaba una silueta de dimensionessobrenaturales que pareca no percatarse de su presencia.

    Yo me quedar aqu dispuso el simio. El sonido corre con el

    roco, podr escucharlo todo. Vosotros iris a preguntar dndeestamos. Por si acaso, id los tres. En caso de necesidad, aqu metenis.

    El Gordo quera decir algo, pero se limit a dar un suspiro. A estahora, como de costumbre, debera estar cenando en casa de sus

    padres.Bueno, qu se le va a hacer, vamos dijo el Flaco.

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    Sin quedarse atrs, pero tampoco sin adelantarse, el Gordomarchaba con sus amigos hacia la galera.

    Esforzaban la vista, mientras paso a paso se acercaban. Prontopudieron distinguir que la gran figura blanca all sentada era unamujer vestida con traje folclrico. Un paso ms y todo el cuadro sepercibi con mayor claridad. He aqu que a la mesa estaba sentadauna lozana cracoviana con un corpio decorado con cintas, paueloen la cabeza y una colorida falda de flores. Era, sin embargo, de tanalta estatura, sus manos y su espalda eran tan anchas, que causaba

    asombro. Delante de ella, en la mesa, haba un cuenco de humeantesopa de papas y una botella de vodka que la seora inclinaba una yotra vez sobre el cuenco de sopa; lo remova y coma de l con gusto.

    Escrutaron la casa. Era una vieja casa de guarda forestal cuyoestado de abandono y ruina saltaba a la vista hasta con la msmsera luz de un quinqu. Los puntales que sujetaban la galera sehaban podrido e inclinado; en las grietas de los resecos peldaos demadera creca la hierba.

    La figura, queresult finalmente serun imponente hombre

    disfrazado de mujer, sepuso en pie revelandotoda su estatura.

    Bienvenidos dijo con un tono roncoy bajo al ltimo lugardecente. Riqueza noencontraris ninguna,pero, en cambio, no seos mirar consospecha.

    Sin poder disimularsu asombro, tomaron

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    asiento en un banco de madera de roble del otro lado de la mesaalzada sobre unos caballetes.

    Ea, slo me queda esta mesa se quejaba el desconocido.Pero en los mejores tiempos hubo incluso servicio domstico.

    El Gordo lanzaba hacia la sopa miradas de una avidez tal que

    hasta el anfitrin, que estaba entrompado, se dio cuenta. As que lesacerc otro cuenco, del que los tres fueron comiendo.No llore intentaba consolarle el Gordo, quien tena un buen

    corazn. Siempre podr observar la naturaleza, o hacerse unherbario...

    El gigante se enjug la cara.Y vosotros, quin demonios sois? pregunt bruscamente.Nosotros? No. Nada. De la escuela. Estamos de excursin, o

    sea... contestaban cada vez ms confundidos.Sin embargo, nada pudo evitar ni deshacer su recelo.Sanguijuelas! gritaba. Qu habis hecho con los Negros?

    Nosotros, nada. Yo, de verdad, es que no s nada... El Gordose justificaba entre cucharada y cucharada.

    Todo pareca indicar que su visita a la casa del guarda forestalconcluira en breve. El Gordo tragaba la sopa con desesperacin,

    intentando llevarse de aquella ermita, aparte del recuerdo, algocaliente en el estmago.Con el grito de agresores!, el loco corri hacia el interior de la

    casa. Los muchachos, tras tropezar en los podridos peldaos,aprovecharon la ocasin para lanzarse en direccin al lugar donde losesperaba el simio, escondido en el coche.

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    Sawomir Mroek Huida hacia el sur

    Os vais a enterar! Tras ellos se pudo or tal exclamacinamenazadora.

    En la galera apareci nuevamente el guarda, esta vez armadocon una escopeta. Les salieron alas. Sin embargo, el otro no dispar,sino que sali corriendo detrs de ellos. El eco de sus zancadasretumbaba en el interior del bosque.

    Alcanzaron el coche. El motor arranc. El Mediano, casi echadosobre el volante, gir bruscamente, orientando el coche hacia superseguidor, pero de espaldas al sentido del viaje, pues, comosabemos, seguan sin ser capaces de conducirlo hacia delante.

    Qu pas tan raro, qu interesante!... dijo, pensativo, el simiohacia sus adentros.

    Siguieron recto, huyendo hacia atrs de alguien que mostrabaclaramente tan hostiles intenciones. De pronto, se encendieron todoslos faros. La limusina, siempre emitiendo estertores a causa de su

    marcha de cangrejo, abarc en un haz de brillante luz blanca alcostilludo personaje que los persegua sin descanso. Los abetos,

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    verdes como de escenografa bajo esa luz, desaparecan a susespaldas. Huan por el mismo camino por el que haban llegado. Elperseguidor, queriendo ganar en libertad de movimientos, comenz adesprenderse de las ropas femeninas mientras corra. El mandil, lafalda, el corpio con cintas y el pauelo alfombraban el camino.

    Corra ahora en camisa y largos calzoncillos blancos, apretando laescopeta con la mano.De pronto, en el momento menos oportuno, ocurri lo que hasta

    entonces se haba esforzado por conseguir el Mediano. De algn lugardentro de aquel vehculo tan impresionante y amenazador como unsubmarino, vino un horrible chirrido, se produjo una sacudida y lalimusina comenz a rodar en sentido contrario al que llevaba hastaese momento: por fin, hacia delante. Sin embargo, desde el punto devista de la huida que haban emprendido, hacia atrs.

    El atacante se qued perplejo y al instante dio media vuelta ycomenz a huir ms ligero que una liebre, iluminado por el cegadorhalo de los potentes faros.

    Aquella persecucin invertida acab de manera tan sencilla comocasual. El enloquecido guarda forestal tropez con una de las largascintas de los bajos de sus calzoncillos y estamp su frente contra unapiedra, lo cual lo priv temporalmente de la posibilidad de influiractivamente en la realidad.

    Gracias a esta circunstancia, el Mediano fue capaz de echar manode todas sus habilidades de conductor y, tras dar la vuelta, dirigi elcoche en direccin contraria, llevndolo lo ms lejos posible de lacasa del guarda.

    Por el camino, el simio orden que se detuviese para poderrecoger las prendas del traje de cracoviana, desparramadas por todoel camino.

    He odo todo de lo que habis hablado dijo. Tengo una idea.Sea como sea, al menos hemos conseguido cenar, pens el

    Gordo.Era ya ms de medianoche cuando llegaron a la bifurcacin en la

    que antes haban tomado el camino de la izquierda en lugar del de laderecha, lo que les acab conduciendo a los profundos y despobladosbosques y a la perdida casa del guarda. El simio les dio su opinin.

    Est claro argumentaba que no ser cosa fcil deshacernos

    de Mef Kovalsky. Lo conozco mejor que vosotros y s lo que se puedeesperar de l. Nos va a perseguir hasta el ltimo aliento paravengarse de vosotros y aprisionarme de nuevo con el fin de utilizarmepara sus objetivos criminales. El hecho de haber conseguido huir noes definitivo. Debemos ser prudentes.

    En primer lugar, no puedo continuar viajando desnudo. Deboutilizar alguna ropa, y nada mejor que un disfraz de mujer. La historianos demuestra que este mtodo da excelentes resultados y quepermite a los perseguidos, en ms de una ocasin, salir del aprieto,sanos y salvos. Pongamos como ejemplo al gran duque Constantino,

    quien pudo escabullirse de Belvedere y de los insurrectos ennoviembre de 1830. El mismo cielo nos enva este traje de muchachacracoviana, y su talla permite suponer que me podr servir. Cuando

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    Kovalsky pregunte si alguien ha visto a tres muchachos acompaadosde un simio en una limusina color prpura, oir que s, que han sidovistos tres muchachos en una limusina de esas caractersticas, peroacompaados de una muchacha que llevaba un traje cracoviano. Esonos ayudar a despistarlo. No soy ninguna belleza, sin embargo, en

    este momento no se trata de la belleza, sino de los principios.Finalmente, pudo colocarse el traje, aunque le quedaba un tantoestrecho. El pauelo de flores atado bajo la barbilla permitira hacerpasar al misterioso visitante de Indonesia por una robusta cracoviana,incluso a corta distancia y con una luz relativamente clara. Despusde haber acabado de disfrazarse, volvieron a analizar la situacin.

    Si no nos falta combustible y si no tenemos avera alguna,podemos hacer en coche un buen trecho hacia la frontera meridional.Eso, ciertamente, es arriesgado, porque un control de carreterapodra detenernos en cualquier momento por falta de permiso deconducir y de otros documentos. As que tendremos que ir porcarreteras s