Mortificación de Los Sentidos

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MORTIFICACIÓN DE LOS SENTIDOS Los pecados de sensualidad que tanto daño hacen al alma comienzan, casi siempre, por los sentidos o por la imaginación. Dios ha puesto para guardar la santa pureza dos mandamientos –esto ya nos da una cierta idea de su importancia–, uno que mira al cuerpo y otro que mira al espíritu . En el sexto –No cometerás actos impuros– se nos pide la pureza del cuerpo; y en el noveno, la del espíritu, en la mente y en el corazón, en la voluntad –No consentirás pensamientos ni deseos impuros–. Nos pasaría lo mismo que a los que han de seguir un régimen de comidas; toda la eficacia depende de la constancia que hace que se acumulen los esfuerzos cotidianos hasta que se consigue el resultado apetecido. Mortificación exterior, la que se refiere al campo de los sentidos externos: la vista, el oído, la curiosidad, el gusto, la lengua: evitando conversaciones inútiles, murmuraciones, chismes etc. Ejemplos prácticos: Podemos y debemos aceptar lo que nos venga de él sin chistar, sin murmurar y sin dejarnos Llevar del espíritu crítico que tan afilado suele mostrarse en estas situaciones. Levantarnos a la hora fijada, ser puntuales en el cumplimiento de nuestros deberes, cuidar los pequeños detalles en cualquier actividad que desempeñemos, hacer con intensidad el trabajo –con horas de sesenta minutos y minutos de sesenta segundos–, practicar la caridad y la delicadeza en la vida de familia y en el trato con los demás, vencer la pereza que nos invita a dejar las cosas para después o para

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MORTIFICACIÓN DE LOS SENTIDOS

Los pecados de sensualidad que tanto daño hacen al alma comienzan, casi siempre, por los sentidos o por la imaginación. Dios ha puesto para guardar la santa pureza dos mandamientos –esto ya nos da una cierta idea de su importancia–, uno que mira al cuerpo y otro que mira al espíritu . En el sexto – No cometerás actos impuros– se nos pide la pureza del cuerpo; y en el noveno, la del espíritu, en la mente y en el corazón, en la voluntad –No consentirás pensamientos ni deseos impuros–.

Nos pasaría lo mismo que a los que han de seguir un régimen de comidas; toda la eficacia depende de la constancia que hace que se acumulen los esfuerzos cotidianos hasta que se consigue el resultado apetecido.

Mortificación exterior, la que se refiere al campo de los sentidos externos: la vista, el oído, la curiosidad, el gusto, la lengua: evitando conversaciones inútiles, murmuraciones, chismes etc.

Ejemplos prácticos:

Podemos y debemos aceptar lo que nos venga de él sin chistar, sin murmurar y sin dejarnos Llevar del espíritu crítico que tan afilado suele mostrarse en estas situaciones.

Levantarnos a la hora fijada, ser puntuales en el cumplimiento de nuestros deberes, cuidar los pequeños detalles en cualquier actividad que desempeñemos, hacer con intensidad el trabajo –con horas de sesenta minutos y minutos de sesenta segundos–, practicar la caridad y la delicadeza en la vida de familia y en el trato con los demás, vencer la pereza que nos invita a dejar las cosas para después o para mañana, hacer con amor las prácticas de piedad que forman parte de nuestra vida espiritual y no omitirlas sin verdadera causa, cuidar la ropa, tener siempre ordenada la habitación y el armario, dejar las cosas en su sitio, hacer una pequeña mortificación en las comidas, y mil y mil detalles más que cada uno sabrá descubrir de acuerdo con su interés y con su amor a Dios.

En nuestro caso será crear el hábito de pequeñas renuncias que purifican el alma y nos acercan a Jesús, porque estas pequeñas molestias sufridas y abrazadas con amor, son agradabilísimas a la divina Bondad, que por sólo un vaso de agua ha prometido a sus fieles el mar inagotable de una bienaventuranza cumplida (San Francisco de Sales, Introducción a Ia vida devota, III, 35).

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«La mejor mortificación es la que combate -en pequeños detalles, durante todo el día-, la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida. Mortificaciones que no mortifiquen a los demás, que nos vuelven más delicados, más comprensivos, más abiertos a todos» (I. Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, Madrid 1973, 37).

«Donde más fácilmente encontraremos la mortificación es en las cosas ordinarias y corrientes: en el trabajo intenso, constante y ordenado; sabiendo que el mejor espíritu de sacrificio es la perseverancia por acabar con perfección la labor comenzada; en la puntualidad, llenando de minutos heroicos el día; en el cuidado de las cosas, que tenemos y usamos; en el afán de servicio, que nos hace cumplir con exactitud los deberes más pequeños; y en los detalles de caridad, para hacer amable a todos el camino de santidad en el mundo: una sonrisa puede ser, a veces, la mejor muestra de nuestro espíritu de penitencia... Tiene espíritu de penitencia el que sabe vencerse todos los días, ofreciendo al Señor, sin espectáculo, mil cosas pequeñas. Ése es el amor sacrificado, que espera Dios de nosotros» (J. Escrivá de Balaguer, Carta, Madrid 24-11 1-1930).