Moral Burguesa Y Revolucion

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  • Moral burguesa y revolucin

    Len Rozitchner

    Ediciones Proycon, Buenos Aires, 1963 Editorial Tiempo Contemporneo, Buenos Aires, 1969 (3 edicin)

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  • A mis compaeros de CONTORNO

  • I N T R O D U C C I N

    Enfrentar las concepciones morales de la burguesa con la tica de la Revolucin, tal es la finalidad del presente trabajo. Pero no se trata de una oposicin imaginaria en la cual tendramos que recrear nosotros mismos el papel de unos y otros. Hemos recurrido a materiales concretos: los dilogos que los prisioneros mantuvieron con los revolucionarios a raz de la fracasada invasin contrarrevolucionaria a Cuba enviada por los Estados Unidos.1

    Como es sabido, a medida que iban cayendo prisioneros muchos combatientes de las brigadas invasoras, preparados por los Estados Unidos, fueron llevados ante las cmaras de televisin, an con sus uniformes de campaa, para dialogar con un grupo de periodistas y miembros del gobierno revo- lucionario, en una oposicin esta vez discursiva, cuando el enfrentamiento armado todava no haba terminado. Todos ellos aceptaron voluntariamente la discusin, como se conclu- ye de las preguntas previas que se les haca. Todos tenan plena libertad para expresarse, y saban por otra parte que estaban siendo observados y escuchados tanto por sus parien- tes y amigos en los Estados Unidos y contrarrevolucionarios en Cuba, como por la poblacin revolucionaria.

    Para evitar las declaraciones que estuviesen dictadas por el temor, hemos dejado de lado las de quienes no hacan sino

    1 Playa Girn, derrota del imperialismo, ediciones R., cuatro tomos, La Habana, 19611962. Primer tomo: La invasin y los hroes; segundo tomo: Reaccin internacional; tercer tomo: La batalla de la O.N.U.; cuarto tomo: Los mercenarios. Nosotros hemos utilizado sobre todo el tercer tomo, para el ltimo captulo, y el cuarto para los captu- los restantes.

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  • confesar plenamente su equvoco y su repentina adhesin a la Revolucin.2 Solamente hemos utilizado aquellas que establecan un dilogo a la defensiva, reivindicando la ac- cin que los llev al combate, y reiterndola en las palabras. Los prisioneros cuyas respuestas utilizamos continuaban as la lucha, sabindose situados en un campo complejo que con- tena las dos perspectivas opuestas en el campo de batalla, y por lo tanto ambas interiorizadas como espectadores de cada afirmacin o negacin.

    Este combate discursivo nos proporcion la oportunidad privilegiada de comprender las categoras morales que dos concepciones del mundo opuestas, en ocasin de una lucha concreta, ponan en juego para dar sentido a la accin. Lo- grbamos de este modo unir dos extremos: el de una activi- dad prctica, la ms dramtica y culminante de todas como es la guerra, con su expresin racional que, no acallado an el tronar de las armas, recupera su voz para traducir ese acto en una expresin consciente. Esta circunstancia es la que, creemos, proporciona todo su valor de prueba al anlisis que efectuamos.

    Quisimos adems mostrar que la reflexin filosfica, sobre todo si es reflexin tica, debe ponerse a prueba en el an- lisis de situaciones vividas en las cuales los hombres asu- men la mayor de sus responsabilidades histricas. En ese sen- tido este trabajo quiere ser el pendant extremo de la activi- dad seudofilosfica que se desarrolla oficialmente en las universidades de nuestro pas, dedicada toda ella a ocultar, precisamente en nombre del conocimiento, aquel que se re-

    2 Como por ejemplo, las declaraciones del sacerdote Segundo Las Heras Cabo:

    Sacerdote.: Estoy completamente arrepentido de lo que ha pasado, y suplico al pueblo de Cuba que acepte este arrepentimiento mo, que yo estoy dispuesto a reparar mi falta, sea donde sea (p. 258).

    Periodista.: Y usted, como sacerdote, como devoto de la doctrina cristiana no cree que sta es una revolucin que procede de acuerdo con la prdica de Cristo?

    Sacerdote.: Yo creo que s, casi en su totalidad. El doctor Fidel Castro dijo el otro da eso s que lo pude or que era una Revolucin para los humildes, por los humildes y con los humildes. Entonces, sin- ceramente, he podido ir comprobando... (p. 261).

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  • fiere a las situaciones ms dramticas que nos toca compren- der en nuestro momento histrico. Contra esa seudofisolofa (que se explica tambin por los menesteres de encubrimiento que histricamente le toca asumir), hemos querido intentar este libro. Por lo tanto, contra esa poltica implcita en la reflexin filosfica oficial que no tiene todava autorizacin para plantearse la pregunta, que sigue inquiriendo sobre si cabe preguntar, y cuyo engao consiste precisamente en lo siguiente: que se interroga slo por lo ms absoluto (y cree estar ya en l) justo cuando ms relativa y dependiente se manifiesta, cuando ms sierva del poder poltico se muestra.

    La invasin de Playa Girn, y las declaraciones de los prisioneros, nos permitieron resolver un conflicto siempre presente en el campo de la tica. Ese conflicto se plantea del siguiente modo: para analizar los problemas que le son propios cada disciplina debe resolver primeramente, en el plano del mtodo, las perspectivas desde las cuales su objeto de estudio quedar delimitado. Tratndose de un objeto humano, es preciso saber si las miradas que lo sitan pueden realmente verlo, si no estn comprometidas en el aconteci- miento y prefieren, ms que descubrirlo, ocultarlo. Se puede afirmar que los resultados que posteriormente se obtengan dependern de ese primer paso que es, al mismo tiempo, el prejuicio del observador: aqu se revela el secreto de la primaca que la ontologa pretende tener sobre la ciencia.

    Es verdad que el objeto, como se acostumbra a decir, est situado en el mundo. Esto ya lo proclaman todos, abs- tractos y concretos, a la derecha y a la izquierda. Pero una afirmacin tan general no basta. Es preciso poner de relieve cules son, concretamente, esos lazos que mantienen con el mundo y en qu medida determinan tanto al objeto como a quien se ocupa por conocerlo. Es lo que se pone en eviden- cia, ms que en ninguna otra disciplina, en el campo de la tica. Este problema aparece contaminado aqu por las pre- suposiciones esencialistas de la ideologa burguesa que afirma que el objeto en este caso el hombre y sus conductas slo se define a partir de determinadas estructuras ocultando justamente aquellas que desfavorecen como clase. Por eso son ellos los primeros que introducen la poltica en la filosofa,

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  • slo que lo hacen de manera inconfesada y por lo tanto des- honesta: utilizan a sus lectores para ganarlos generalmente para inmovilizarlos, en favor de su causa. La preeminencia del sujeto moral formal la persona y su intimidad por sobre las determinaciones pasivas pero concretas del medio, hace que los anlisis adolezcan de la misma deformacin ideo- lgica: nos presentan al hombre abstracto, al hombre del amor que definen en sus principios pero que no aparece nunca en los hechos. Este enriquecimiento y purificacin esencial del hombre realiza al mismo tiempo un empobreci- miento del fenmeno que precisamente deben reconocer. Todo anlisis, desde esa perspectiva, es slo un simulacro interesa- do: se obtiene como si fuese una evidencia absoluta aquello que ya, desde el punto de partida, se quera justificar.

    Nos propusimos conocer la significacin de una de las coyunturas claves de nuestra poca, y en particular una de las que ms nos interesa a nosotros, latinoamericanos. Deba- mos hallar entonces dentro de las experiencias que engloba- ran tanto la existencia de la burguesa como de los revolu- cionarios, de los espiritualistas como de los materialistas, una conducta o un conjunto de ellas que pudieran ser acep- tadas desde ambas perspectivas precisamente esas que cons- tituyen las posiciones claves del debate que nos atae. Un caso que, por su carcter de forzosidad, presentara al mis- mo tiempo una evidencia irrefutable para todos.

    Ya hemos mostrado cul era la dificultad: el objeto de la tica es un objeto interesado. Su construccin como ob- jeto de estudio, hemos visto, depende muy particularmente de la concepcin del mundo y del hombre que el observador o el lector poseen. Esto no puede ser puesto entre parntesis: forma parte del proyecto humano total dentro del cual la actividad cientfica se realiza. De all la dificultad: en estas situaciones de soberano riesgo la verdad objetiva, cientfica, aceptable para todos, no puede aparecer, o bien porque quie- nes las proclaman vencen y dominan, o bien porque son vencidos o exterminados y no pueden siquiera acceder a la palabra. La lucha que se refleja en el plano de la tica, que expresa el plano de la realidad total, puesto que es total, al- canza tambin a la investigacin filosfica. Es una lucha a

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  • muerte donde los adversarios no pueden considerarse mutua- mente, en el momento preciso del enfrentamiento, como ob- jeto de estudio. La lucha realiza la convergencia dramtica de todas las perspectivas y las pone a prueba en el acto con- creto: en ella se materializan las ideologas.

    Porque el tema de toda tica considera justamente el momento en que las conductas del hombre se expresan en una accin material definitoria del mundo, reivindicando los valores que promueven y en medio de quienes se oponen a la existencia de esa nueva modalidad de ser. Las conductas culminantes de la tica responden a la categora del todo o nada. En ese momento preciso, y tambin fugaz, lo singular sabe que su accin se instaura en lo universal, que el curso del mundo converge en ese acto. Que su acto limita entonces con todos los otros, y que una nueva significacin de noso- tros depende comienza a circular por las venas de la histo- ria. No hay pues, por sobre la lucha en la cual los hombres se oponen a muerte, un dilogo cientfico que se haga explcito solamente en la oposicin racional. Esta oposicin discursiva est, como una aproximacin, o antes o despus. El dilogo se hace lucha precisamente en el momento en que deja de serlo y habla entonces por la promocin concreta que realiza. Esto quiere decir adems que la verdad en filo- sofa trata de expresar ese rudo combate contra la muerte. No hay por eso treguas filosficas en la lucha histrica en que estamos viviendo, y cada afirmacin expresada lo es siempre desde una situacin asumida. La verificacin slo podr realizarse entonces cuando todas las expresiones se pongan a prueba sobre el fondo del enfrentamiento concreto. Si la filosofa pudiera producir el entendimiento racional y la comprensin mutua entre los individuos que se oponen, quedara demostrada entonces la posibilidad del acuerdo por encima de las luchas, o antes o despus, y los filsofos diri- giran el mundo. La lucha sera, como en Hegel, una lucha entre conciencias. Pero los individuos constituyen su raciona- lidad y su substancia humana en el medio mismo desde el cual acceden al combate. Por eso la salida est, volvemos a repetir a Marx, en realizar la filosofa, teniendo la seguridad

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  • de que no habra modificacin a partir de las solas ideas. Y menos an cuando stas son falsas.

    De all que podamos sostener: mientras exista la parcia- lidad dominante de la burguesa no habr dilogo de ideas, oposicin racional discursiva, en la que el poder asentado sobre la materia, pero materia destinada a sojuzgar a los hombres, se preste a la puesta en claro de los verdaderos mo- tivos que lo mueven. No quiere decir esto que nos evadamos del dilogo; simplemente decimos que el oponente no ad- mitir en el dilogo, si admite siquiera el dilogo, las eviden- cias que podamos presentarle. El oponente, an racional, es tambin un hombre que juega en lo moral su destino personal y material, su propia seguridad. Conoce entonces, porque siempre la ha utilizado en su provecho, esa verdad que Marx pone al desnudo.

    Todo lo dicho nos permite comprender el carcter pri- vilegiado de la situacin que analizamos. Tenemos aqu un objeto de estudio posterior al momento de la lucha, pero que conserva todava los caracteres de la accin. Este di- logo fue posible porque la discusin se hizo sobre el fondo de una evidencia irrefutable; era preciso agarrarlos con las manos en la masa, discutir con quienes fueron desalojados del privilegio y del poder. Pero discutir desde una posicin tal que no les fuera ya posible ni acallar al adversario por medio de la aplicacin de sus leyes democrticas, ni negar la relacin material que constituy su fundamento, pero que comnmente aparece negado en sus conductas. Era preciso una situacin as la inversa, que los revolucionarios fueran llevados a enfrentarse con sus opositores en un rgimen de- mocrtico no se dio nunca para que no pudieran ya negar la significacin que adquira esa totalidad de individuos que integraron la invasin. Para lograrlo fue preciso que se lle- varan esas conexiones hasta sus consecuencias ltimas. Por eso se present una situacin ideal: confrontar las ideas, la ideologa, con los hechos, una vez que estos hechos, puesto que no podan ser ya ocultados, sirvieron de fondo real y evidente para cada una de las afirmaciones vertidas. Y eso fue posible porque slo la actividad prctica revolucionaria, y el combate, reunieron en un todo las significaciones que

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  • brotaron en el proceso revolucionario junto con aquellas que la burguesa, por boca de sus representantes, les acerc.

    Se nos podra reprochar que hayamos recurrido a un ejemplo lejano y no propio, como si nuestra misma realidad no fuese tan significativa como aqulla. Esto es indudable: podemos dedicarnos a pensar qu diran qu dirn? tantos personajes ahora dominantes cuando tengan que enfrentar las evidencias que se hagan a la luz en un proceso revolucio- nario nacional. Slo recurrimos al de Cuba porque contiene sintticamente, en un slo haz, significaciones que entre no- sotros estn diseminadas y contenidas en su expresin por el poder de la burguesa. Por ahora, entre nosotros, slo caben las preguntas autorizadas y las respuestas encuadradas en la justificacin de lo dado: el poder de las armas, que no del pueblo, los respalda. El poder de una minora respalda aqu y conserva la imposibilidad del dilogo, el estricto con- torno no disturbable, como en Cuba el poder del pueblo respalda, por el contrario, la posibilidad material, con los hechos de poner a la burguesa continuamente al descubier- to. Ese privilegio revolucionario, ligado al problema de la verdad tica, es el que quisimos sealar en este trabajo: como la verdad requiere darse a s misma el mbito nacional que la haga posible, y que slo la revolucin abre.

    Por eso en el grupo de prisioneros tomados en Playa Girn se nos ofreci la oportunidad de ver inmediatamente cmo expresa la ideologa burguesa esa accin de encubri- miento cotidiano emprendida en el lenguaje que le es pro- pio, con todos los subterfugios que no alcanzan a encubrir, porque la evidencia est all y ellos mismos no pueden ne- garla totalmente. Esta situacin se hizo visible en el mtodo que utilizan para ocultar la verdadera significacin moral de sus actos. En ellos veremos aparecer algunos de los me- canismos fundamentales que emplean cotidianamente, pero puestos aqu privilegiadamente al desnudo en una sola tota- lidad significativa. Ya no es la moral que ensea en sus ma- nuales, en sus catecismos y en sus declogos; ya no es la ideologa apoyada en las armas o en el dominio econmico que impide en los dominados la aparicin de toda crtica. Aqu estn sus aserciones verificadas una a una por los re-

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  • volucionarios, cada una de ellas puesta inmediatamente sobre el fondo de una accin concreta y material cuyo sentido slo tiene una lectura objetiva posible. No ha habido entre los que hablaron un solo combatiente democrtico que pu- diera hacerse cargo del sentido total de la accin que em- prendieron, que sintiera que su responsabilidad atravesaba toda la dimensin del propio grupo invasor. Esto sucede por- que en la tica de la burguesa no hay nadie, como veremos, responsable concretamente del conjunto. Nadie lleva aqu la totalidad del sentido de la accin; todos aparecen como ele- mentos dislocados de un sentido global que ninguno asume completamente; cada uno se remite a su propia individuali- dad cuando quiere alejarse de la miseria ajena que (cree) inmerecidamente lo contamina, o se sumerge en el grupo indiferenciado cuando tiene que ocultar su propia respon- sabilidad, y contamina entonces sin empacho a los otros. No hay, entre ellos, en el sentido tico, una sola personalidad moral; no hay uno solo que pueda hacerse cargo de su accin y extender su sentido hasta reencontrar en ella la significa- cin de los actos emprendidos en comn, involucrando toda la materialidad en la que se apoyan. Para la burguesa la significacin verdadera de sus actos es reversible: o est en la ms profunda subjetividad o est en lo hondo e inmarce- sible del profundo cielo. O es lo ms ntimo o lo ms lejano: nunca lo objetivo, nunca la realidad plena. Todos ellos son incapaces de dar cuenta coherentemente del mundo que ha- bitan.

    Por eso, extendiendo las semejanzas, nos preguntba- mos: constituye un acto tico la tarea que nuestros filsofos realizan? Vamos viendo entonces que para que as sea no po- demos recurrir a la filosofa y construir con ella un estado de excepcin que nos permita eludir el sentido de las luchas humanas. Quienes as lo hacen slo tienen una salida: se en- tregan al poder que los resguarda y permutan su silencio por el pan de cada da que ya no es Dios quien se lo da. Los filsofos de la burguesa hacen tica sin incluir en esta actividad la propia dimensin moral: se limitan aqu, dicen, a la funcin contemplativa, objetiva, desnuda y trascenden- tal del conocimiento. Pastores del ser, como les gusta decir

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  • de s mismos en buclica imagen. Pero nosotros insistimos: por qu dejan de lado su propia situacin frente a los pro- blemas morales de su tiempo y slo ejercen el conocimiento metodolgico en el mbito social incontaminado de la co- munidad universitaria? Pues no se trata de que vayan luego a reencontrar lo que dejan de lado, no se trata de que ade- ms de dedicarse al conocimiento vayan despus a terminar tomando posicin. Se trata de hacer que ese conocimiento mismo, sin tomar partido, no puede alcanzar siquiera la dig- nidad de conocimiento cientfico. nicamente el propio com- promiso logra descubrir las significaciones ocultas que la mera dedicacin al solo conocimiento (que es tambin un acto tico, aunque voluntariamente mudo y de sentido nega- tivo) trata vanamente de encubrir. Los que se dedican a la filosofa pura, los intimistas, depuran a la filosofa de la historia concreta. Creen que de este modo hacen algo ms objetivo cuando, en realidad, lo nico que logran es conver- tir al objeto de estudio en un pobre objeto, queremos decir en un objeto empobrecido, que se ve despojado as de su significacin ms humana: lo depuran del nombre.

    Esto significa tambin que nuestro compromiso, al actua- lizar y validar la conexin total que mantenemos con el mun- do, nos prepara, como hombres que reflexionamos, para aco- ger al objeto en su significacin interhumana total. Si as no lo hiciramos, nuestro acto de conocimiento no nos propor- cionara un verdadero conocimiento. Por qu? Porque su- pondra que puede haber alguien, yo que analizo, yo privi- legiado, que logre en algn momento evadirse de la respon- sabilidad que en todos los rdenes mantengo con los dems hombres. Y precisamente en el momento en el cual, digo, me dedico a pensar para ellos.

    Esta misma responsabilidad es la que nos permite defi- nir el criterio de anlisis: cada individuo expresa una pers- pectiva personal estructurada en el seno de una determinada clase social. Es en ella donde todas sus categoras de com- prensin, todo el orden de su mundo actual, se han formado. Y como aqu no estudiamos seres de excepcin, sino personas que por sus hechos y sus respuestas responden a esquemas generales bastante conocidos, nos hemos permitido extraer

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  • los caracteres que ellos mismos nos sugieren en sus actos, que tuvieron que poner en evidencia al confrontar su querer con su hacer. Aqu lo irrefutable es el cuadro aceptado por todos: cada presunta excepcin encuentra inmediatamente la banalidad y el verdadero sentido de su destino singular en el grupo como lugar de la actividad comn. Se trataba entonces de observar cmo esa realidad bsica, oculta en unos y reve- lada en otros, era interpretada en ambos casos, ya que dis- ponamos para comprender la situacin de dos perspectivas que se excluan.

    Hemos sealado, adems, que esa totalizacin lograda en el conjunto invasor resume y simboliza la estructura moral bsica de la sociedad capitalista, dependiente del imperialis- mo, que iba a suplantar al socialismo en Cuba. En tanto avanzada del capitalismo su presencia en Cuba adelantaba, en el grupo, el esquema humano bsico del sistema que iban a implantar. Por eso encontraremos bajo la organizacin mi- litar de las brigadas invasoras una jerarqua de funciones so- ciales que sintetiza y compendia la divisin del trabajo social y moral de la burguesa: el sacerdote, el hombre de la libre empresa, el funcionario diletante, el torturador, el filsofo, el poltico, y los innumerables hijos de buena familia. Cada uno de ellos ejerca una funcin especfica, y sin embargo fue la totalidad, el grupo, quien proporcionaba el sentido a las acti- tudes individuales. Poder leer ese sentido comn, colectivo, en forma pblica, fue lo que permiti disolver las diferencias individuales y encontrar la verdad elemental que gua los actos encubiertos generalmente bajo la falacia de la singula- ridad personal, de la intimidad pura.

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  • I

    IMAGEN DEL OPORTUNISTA

    ...Y si tengo algn pecado es haber vivi- do al margen de las circunstancias, porque yo era un hombre de posicin econmica desahogada. (p. 193.)

    FELIPE RIVERO DAZ

    La burguesa como conjunto indiferenciado

    A travs de las respuestas del prisionero trataremos de comprender las categoras fundamentales que ordenan la con- cepcin del mundo de la burguesa. Lo primero y ms im- portante ser reconocer qu sentido posee para el invasor el propio conjunto social del cual formaba parte, como expre- sin de ese conjunto mayor de la sociedad total cuya repre- sentacin, en accin tan decisiva, deca ejercer. Veremos as cmo concibe su inherencia a la totalidad de individuos en los cuales reconoce a su sociedad.

    Lo primero que notamos es el carcter negativo de la totalidad humana en la cual se encuentra integrado, y la ne- cesidad de permanecer sin embargo en ella. Por una parte admite que en el grupo invasor se encuentra la representa- cin democrtica de la sociedad:

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  • Prisionero.: ...en ese grupo haban todos los matices sociales y todas las tendencias... (p. 197).

    Prisionero.: Los hombres que estn all (en el F.R.D.)1 res- ponden a distintas tendencias y a distintos partidos pol- ticos y agrupaciones (p. 196).

    El grupo manifiesta el carcter heterogneo del todo, que contiene la universalidad posible, pero no actual: pare- cera que el prisionero ve en ese conjunto el fermento social (las distintas tendencias) del cual tendra que surgir el fu- turo mejor que da sentido a su accin presente. Pero inme- diatamente reconoce que, sin embargo, como futuro posible, sobre ese conjunto no se puede contar:

    Prisionero.: ...porque lo que vena, s, yo estoy de acuerdo, son veinte aos de retroceso. Ahora, si haba un grupo ms o menos sano, podamos tratar de que esos veinte aos no fuesen exactamente veinte aos (p. 196).

    El grupo invasor, expresin de todos los matices so- ciales, estaba formado entonces por una agrupacin indiscri- minada de sentido negativo, dentro de la cual se encontraban incluidas las fuerzas ms retrgradas de la sociedad. Este marco colectivo, que el prisionero concibe como la sociedad, comprenda las ms bajas expresiones de su contorno. Se va viendo entonces que el concepto democrtico de sociedad constituye un todo indiscriminado de valor que tolera y admi- te en ella tanto sus factores positivos (l mismo y una mino- ra que intentara que esos veinte aos no fuesen exactamente veinte aos) como los negativos (esos que traan los veinte aos de retroceso). Y al decir negativos los revolucionarios insisten en sealar: torturadores, latifundistas, militares, mer- cenarios, delatores, polticos venales, etctera. Desde el punto de vista subjetivo parecera que esta aceptacin constituye una virtud moral: es el necesario sacrificio que a la realidad ms verdadera hace una personalidad burguesa cuando quie-

    1 Siglas del Frente Revolucionario Democrtico, con asiento en los Estados Unidos.

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  • re vencer sus diferencias para penetrar en el plano de lo obje- tivo del cual su marginalidad lo haba arrojado. Es su des- pertar a la accin:

    Prisionero.: Ahora, si yo me quedaba en mi casa de nuevo con las manos cruzadas, como cuando la lucha entre Batista y los fidelistas, por ejemplo, que no me fui por una serie de razones personales, pues entonces ni yo ni los que piensan como yo podramos el da de maana funcionar o tratar de movernos y de rescatar algo (p. 196).

    Pero esta misma decisin de aparente objetividad es una eleccin muy parcial. Pues ese marco social que se da, y para el cual tiene la extraa indulgencia de tolerar lo negativo, deja fuera de s precisamente al pueblo que apoya la Revo- lucin, y especficamente a todos los revolucionarios. Deja justamente fuera de s a aquella otra gran capa social, los obreros, los campesinos, la clase media activa, con la cual la Revolucin emprendi su tarea transformadora. Es decir, deja fuera de s precisamente a la parte ms positiva de la socie- dad. A su concepcin de sociedad, en la cual estn borra dos los lmites de lo negativo y positivo, con preeminencia reconocida de los factores negativos, la Revolucin opone una concepcin diametralmente diferente: una totalidad hu- mana que selecciona para su accin a la parte ms positiva de sus habitantes, y slo a ella.

    Pero no solamente el prisionero se proporciona una so- ciedad indiscriminada sino tambin una sociedad minori- taria. Esa invencible imagen de la realidad nacional como un todo indiscriminado no es un hecho de azar: seala la per- cepcin del mundo y el ncleo humano que esta personalidad burguesa arrastra como su necesario contorno. Ms tarde ve- remos cmo este contorno es funcionalizado. Sus cmplices actuales, que l mismo desprecia, pero que son los suyos, constituyen el marco dentro del cual emerger su pureza in- dividual, su excepcionalidad.

    Se transparentan aqu con toda claridad dos concepcio- nes sociales: 1) la que domina por una parte a la burguesa como clase, que se reconoce en una totalidad indiscriminada,

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  • esa que se rene, se conglomera y se actualiza como grupo en el momento de peligro, y 2) por la otra, a los obreros y campesinos que se unifican alrededor de la Revolucin, es decir, que realizaron el proceso de excluir, por medio de la lucha, el enfrentamiento armado y el sacrificio de la vida, a la parcela negativa de la sociedad.

    El peligro de su desaparicin como clase permite as ver cmo convergen en la burguesa, y se dan cita para de- fender sus intereses, todos los elementos aparentemente dis- gregados y negativos que la constituyen. Esa diseminacin de los elementos que la conforman como clase ilegible aun para sus propios miembros, emerge a la conciencia en los tiempos de crisis y es aceptada con el reconocimiento ms veraz y objetivo de su realidad. Este realismo burgus, hemos visto, constituye sin embargo una eleccin que se define fren- te y contra la totalidad social que conglomera a los revolu- cionarios. La totalidad que conglomera a los revolucionarios no es de ningn modo esa aceptacin de lo indiscriminado, sino seleccin. Mientras en un caso la clase burguesa aparece como aceptacin pasiva, soslayando su carcter negativo por medio de una lnguida posibilidad de modificacin re- mitida a un futuro incierto (...podamos tratar de que no fuesen veinte aos...), la Revolucin es rechazo activo de la realidad presente, con la cual se define necesariamente la burguesa. El pasaje al verdadero realismo revolucionario, su decisin de modificar la realidad, se encuentra ya en la actualidad misma: no integra sus filas sino con los que, desde el presente mismo, viven la necesidad de esa modificacin.

    Dialctica entre la individualidad pura y el grupo impuro

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    Dentro de esa totalidad donde predominan los elementos negativos, el burgus que sin embargo la acepta como propia, realiza dentro de ella un movimiento de diferenciacin per- sonal:

  • Prisionero.: Ahora, lo que tenamos era una idea. Yo hablo por m y los individuos que piensan como yo quiz somos los menos. Yo no hablo por Ventura (asesino al servicio de Batista), ni por los choferes de Batista, ni por una se- rie de gente miserable que ustedes me han nombrado, y yo creo que ustedes saben perfectamente bien que hay, inclusive, en una crcel de presos comunes vamos a poner as grados, no? As que no todos somos igua- les (p. 200).

    La crcel con su conjunto de delincuentes comunes, imagen a la que recurre para hacer ms inteligible su propia situacin, nos ofrece lo mismo que sealbamos de la bur- guesa como clase: interioriza en s mismo la necesaria co- existencia con la mxima degradacin, dentro de una limita- cin sufrida desde afuera. Nuestro prisionero tiene perfecta conciencia de que debe recurrir necesariamente a esa degra- dacin para realizar o proyectar su futuro, pues son los ni- cos hombres con los cuales cuenta. Ya veremos luego que ese futuro, que excluye esa negatividad, ni siquiera es concebible imaginariamente para l mismo, pues no puede darse, desde su perspectiva de ciase, ni siquiera una imagen de ese futuro mejor por el cual pretendi luchar. Y esto es lo que constituye uno de los factores de su realismo: la inamovilidad de su realidad. Pero no se vea aqu el sacrificio que su persona hace en aras de la Realidad: el realismo al cual se sacrifica constituye la necesaria contraparte de s mismo, esa que en los momentos de distensin, cuando es su clase la que ocupa el poder, puede darse el lujo de desalojarla del plano de su realidad cercana y convertirla en lo ms distante.

    Periodista.: Y hiere grandemente su sensibilidad el codearse, el haberse codeado en Retalhaleu2 con esa ralea de ase- sinos batistianos y ex oficiales del ejrcito de Batista, malversadores y politiqueros? Ha herido esa sensibilidad suya esa compaa?

    2 Campo de entrenamiento situado en Guatemala, donde los ins- tructores norteamericanos prepararon a los invasores.

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  • Prisionero.: Me hiri la primera vez cuando me vi obligado a irme con una serie de malversadores, cuando estaba en la Embajada (...). As que imagnese. Pero cuando es- taba trabajando para una causa o estaba tratando de cumplir con una cosa que es un deber, uno tiene que hacer de tripas corazn como vulgarmente se dice, y hacer caso omiso a lo que lo rodea (p. 201).

    En la sociedad burguesa slidamente establecida, el pri- sionero, marginal, poda vivir la singularidad de su persona sin que los individuos que integraban y sostenan esa socie- dad aparecieran junto a l. Esta marginalidad le sugera la ilusin de una verdadera independencia. Ahora bien: esta in- dependencia fue rpidamente quebrada en momento de cri- sis y disolucin, durante la cual se realiza la integracin de las relaciones e individuos antes diseminados. Sin embargo el prisionero no sabe leer este sentido objetivo que se pro- duce en la nueva situacin: le parece solamente un hecho de azar, una casualidad fortuita que pone a cuenta de esa irra- cionalidad que cimenta su escepticismo y con la cual es pre- ciso transar. Pero esta aceptacin de la negatividad de su clase se convierte en un acto moral (no en su rechazo sino en su aceptacin); es la causa, es el deber lo que lleva a rei- vindicarla como propia. Y ante el deber y la causa realiza el supremo sacrificio de su persona moral: la integracin de s mismo con lo ms miserable de lo social. Sin embargo esto que la conciencia acepta despus, como un sacrificio, estaba en la conducta concreta desde antes, como un beneficio. Des- de el comienzo mismo de la accin sta se encuentra ya ca- racterizada por el abandono, la falta de reconocimiento mu- tuo, la complicidad pasiva con el crimen. Estas significaciones el prisionero no puede leerlas ni explicarlas a la altura de su individualidad: constituyen un resultado social, colectivo, que se impone al individuo cuando su ser est amasado ya por la inercia de la clase.

    La situacin aparece claramente cuando el prisionero tiene que justificarse por haber venido en compaa de Cal- vio3, asesino y torturador:

    3 El anlisis de Calvio lo efectuamos en el cap. III.

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  • Prisionero.: Mire, le voy a ser franco: hoy por primera vez vine a conocer al seor Calvio, que es un seor rubio que estaba ah, que todo el mundo lo estaba mirando como una cosa rara, y nosotros nos opusimos a venir (a comparecer ante la televisin) con ese seor (p. 201).

    Desde el comienzo mismo de la accin, el prisionero sabe que ella conglomera a los individuos ms despreciables de su sociedad, que con ellos debe personalmente contar por- que constituyen la realidad comn a su clase. Pero luego es- boza ese movimiento de exquisita diferenciacin: no puede tolerar que ese sentido inscripto en la realidad parezca con- cretamente ligado a su persona. Quiere reproducir, en este momento sinttico que la Revolucin provoca, la misma leja- na simulada en la cual viva la burguesa en la poca de Ba- tista, cuando l era apoltico y gozaba de sus acciones y es- criba sus libros como hobby, mientras este Calvio que est ahora a su lado torturaba y asesinaba. Pues Calvio tor- turaba lejos de sus casas, en lugares especiales, desde donde los gritos de los moribundos no disturbaban su marginalidad topogrfica, esa que ahora habra de quebrarse ante la tele- visin. La burguesa atomizada se horroriza de las conexio- nes concretas y materiales: ama la separacin y la distancia que torna ilegibles los sentidos que sin embargo la constitu- yen. Las instituciones represivas consolidaban el marco con- creto en y del cual viva. Por eso Calvio y otros asesinos4

    formaban parte ahora de la expedicin invasora. No es una relacin que el azar les depar, y solamente aceptable en aras de la causa: nicamente la rechazan cuando la contamina- cin se hace objetiva, visible para todos, pero con esa obje- tividad que proporciona la promiscuidad de sus modelos humanos que se deben mutuamente la existencia.

    Esta cobarda por las conexiones concretas, este encubri- miento dignificante de aquello que realmente los conforma y sobre los cuales se apoyan, es lo que les permite darse la apa- riencia ms apreciada por la burguesa: construir la mscara de una personalidad impoluta, de una intimidad virgen de

    4 Rafael Soler Puig, Jorge Chino King.

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  • toda contaminacin, aun cuando viva dentro de la abyeccin de clase y la lleve profundamente dentro.

    Aparece aqu uno de los rasgos que ponen de relieve la divisin del trabajo moral dentro de la burguesa, paralela a la divisin del trabajo social. El modo como el prisionero se ganaba su vida demuestra esto que decimos; a la pureza mo- ral corresponde un alejamiento de lo material:

    Periodista.: A qu se dedicaba usted? Prisionero.: Yo me dedicaba a... mi familia tena acciones en

    las minas de Matahambre. Periodista.: Entonces usted viva de las acciones de las minas

    de Matahambre? Prisionero.: Era escritor tambin, escriba por hobby. Periodista.: Dnde escriba usted? Prisionero: Escrib un libro, y tena dos en preparacin, y te-

    na unas obras de teatro (p. 197). Periodista: Usted dice adems que era accionista de las mi-

    nas de Matahambre? Prisionero.: Era un modo de vida. Periodista.: Era su modo de vida. Cortar cupones. Prisionero.: En? Periodista: .:S, cortar cupones, es decir, usted no trabajaba, us-

    ted cortaba cupones. S, es un modo de vida, desde lue- go uno puede estar contra l, pero es un modo de vida; hay muchos modos de vida. Este es uno de ellos.

    Prisionero.: No me las rob. Periodista.: Es que usted haba elegido (p. 212).

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    Cmo pretender que el prisionero llevara ms lejos las conexiones que viva en la realidad, puesto que su vida esta- ba basada en el encubrimiento de ese origen? Esto aparece claramente en el comportamiento con el dinero, cuya gnesis la herencia borra por completo, como si su existencia sin tra- bajar fuese un don legtimo de clase y le eximiera de conocer ese origen del privilegio cuando se extiende ms all de la propiedad privada. Esa limpieza que ostenta en el plano personal, resulta de su falta de contacto con la misma tierra en tanto tierra trabajada por el esfuerzo y sacrificio sucio de

  • los otros. El prisionero realizaba el acto asptico de cortar los cupones del mismo modo como realizaba el acto asptico, frente a las cmaras de televisin, de separarse de Calvio. Su inocencia quedaba rubricada tambin por otra actitud moral: esas acciones de la mina no las haba robado. Por derecho propio y por estricta moralidad su persona emerga desde el fondo de su clase destinndolo, a l, ser de excep- cin, a vivir del trabajo de los otros. Y en ese mismo acto su persona aparece como absolutamente independiente. Todo su derecho a ser como es, se basa sobre una legalidad justifica- tora que lo mantuvo inocente tanto tiempo como su clase se mantena en el poder; sus acciones no robadas constituyen el smbolo de su conexin encubierta con el mundo.

    La imposibilidad de imaginar el futuro

    Cuando el prisionero tuvo que comenzar una actividad prctica no hizo otra cosa que integrarse en un grupo, el de su clase. Es esta misma determinacin la que le impide, por otro lado, imaginar concretamente un futuro que modifique ese estado de cosas sobre las que su clase se apoya. El marco concreto de sus relaciones vividas configura tambin, al ser aceptado pasivamente, el campo de su imaginacin. Y aun cuando acude al arsenal ideolgicomoral de su clase, los ele- mentos que extrae de l poseen esa misma significacin. As con sus ideas de nacionalismo y tercera posicin:

    Prisionero.: Poda a lo sumo fundar un partido poltico que buscara la tercera posicin, vamos a suponer. Yo no s, yo no tena plan ninguno (p. 199).

    Prisionero.: Ya le digo que con el triunfo, si hubiera sucedido, de este aparato, no se iba a llegar a la tercera posicin. Al contrario, muy lejos de la tercera posicin. Pero haba una posibilidad, y estbamos unos cuantos que no pen- sbamos como los seores que apuntaban... (p. 199).

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  • Periodista.: Bueno, y usted que es un hombre preocupado por la tercera posicin y el nacionalismo, por qu se le dio por comenzar a ser nacionalista ahora que Cuba es ver- daderamente nacionalista, y no en la poca en que su fa- milia, y todos los que..., y su clase, dominaban a Cuba, cmo es que se le ocurri tan tarde esa preocupacin?

    Prisionero.: Se me ocurri tarde... no es que se me haya ocurrido tarde, he pensado en eso en muchas ocasiones, pero no haba ambiente, por lo menos no tuve..., parece que padeca la miopa de no verlo, lo vieron otros por m...

    Periodista.: No haba ambiente? (p. 202).

    Esta limitacin, su miopa, dada por la perspectiva de la clase, explica su posicin frente a la Revolucin:

    Prisionero.: Bueno, le voy a explicar: durante la Revolucin, y yo aqu lo admit, si tuve algn pecado fue vivir al margen de las circunstancias; no pens que esa Revo- lucin iba a ganar. En primer lugar, la opinin que nosotros tenamos, o tena yo, era de que esa Revolucin se haba hecho para poner a un seor que, a la verdad, yo despreciaba mucho, al seor Pro Socarrs, en el po- der; o sea, volver... era una Revolucin ms. Si Batista era malo, el otro era peor, o era igual as que... no cre que... y nunca me preocup por leer la propaganda de ustedes, ni nada; es ms no consideraba que pudieran ganar (p. 203).

    Cmo se constituy en el prisionero esa miopa que le impeda imaginar el futuro, ni considerar siquiera que fue- se posible su advenimiento a la realidad? Ante una Revolu- cin en marcha, vivida como opuesta a los de su clase, ex- tendi sobre ella el pesimismo. Ms an: ni siquiera se pre- ocup por conocerla. Su inteligencia ignor lo que su afecti- vidad negaba. Esta deformacin perceptual de la realidad es la que le segua permitiendo la vida: dejaba expedito el ca- mino de su morosidad. Las mismas categoras que, en tanto

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  • burgus, hacan irreconocibles las verdaderas relaciones sobre las cuales l se asentaba, son las que ahora le hacan tambin irreconocible esa modificacin que avanzaba en la Revolu- cin. La destruccin de las verdaderas significaciones de su pasado tambin destrua las significaciones de su futuro. El mecanismo para ocultarlo consisti en extender sobre la reali- dad, como un signo que la sobrevolaba, su escepticismo de clase. Escepticismo quiere decir aqu incapacidad de nutrir una posibilidad con su propia vida.

    Este escepticismo voluntario, que no surge de la expe- riencia total (como queda evidenciado por el triunfo, inima- ginable para l, de la Revolucin) ocultaba con su mecanismo toda posibilidad de modificacin imaginaria:

    1) Si pensaba que los revolucionarios iban a ganar, sola- mente poda ser ste, nuevamente, el triunfo de uno de los suyos (ese que despreciaba, miserable, pero que formaba parte de su medio, pues convergieron luego todos, los de Pro y de Batista, hermanados en la invasin). Este futuro igual al presente (Era una revolucin ms. Batista era malo, el otro era peor, o era igual, as que...) lo frenaba en su accin.

    2) Si imaginaba a los Revolucionarios como modificado- res verdaderos de la realidad, stos no podan sino perder. Para negar el futuro revolucionario cuando de alguna mane- ra asomaba como posible, el recurso imaginario contaba en- tonces con las fuerzas slidamente establecidas por los seme- jantes a s mismo en la clase: ejrcito, clero, torturadores, im- perialistas, etctera: no consideraba que pudieran ganar. Las mismas fuerzas que repriman a la Revolucin en la reali- dad eran las que repriman la posibilidad de concebirlas triunfadoras en su imaginacin. Y la ignorancia en la que adrede permaneca (nunca me preocup por leer la propa- ganda de ustedes, ni nada) coadyuvaba a su escepticismo, para que su conciencia no se forzara en tener que enfrentar la necesidad de integrar otros datos en su juego imaginario. Esta conciencia desgraciada slo poda encontrar en el es- cepticismo y el agnosticismo su consuelo. As es como, fun- cionalizado en una situacin determinada, el escepticismo bur-

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  • gus constituye una de las caras de la ignorancia voluntaria en la que permanece.

    El futuro abstracto como consolacin moral

    La imposibilidad de imaginar el futuro concreto es una determinacin de clase, como hemos visto. La clase, enton- ces, es la que inhibe el despliegue de las cualidades ms esen- ciales del hombre, encerrado como queda en los estrechos lmites que sta le fija.

    Prisionero.: El triunfo, cuando vino... lo que pas en esto, la derrota que tuvimos, sa s yo la daba como posible, porque ms o menos conoca las fuerzas a las que nos habamos aliado, pero era un riesgo que haba que correr.

    Periodista.: Qu fuerzas son sas? Prisionero.: Me imagino que los imperialistas, como ustedes

    llaman... Periodista.: Que nosotros llamamos o que son? Prisionero.: Bueno, lo son; todos los grandes imperialistas...

    todas las naciones grandes son imperialistas... todas las naciones grandes son imperialistas, se es mi modo de ver las cosas. Y adems los norteamericanos tienen una forma de actuar que es nefasta, su poltica, es nefasta.

    Periodista.: Pero usted estaba aliado con ellos, o no? Prisionero.: Hay una frase que dice que a veces hay que reci-

    bir ayuda aunque sea del diablo, no? o algo de eso... Periodista.: Entonces ustedes estaban aliados con el diablo? Prisionero.: Bueno, si usted lo quiere poner as... Periodista.: No, usted es quien lo dice, no yo... Prisionero.: Ayuda, no aliado, ayuda... Periodista.: Ah! Ustedes reciban ayuda pero no estaban alia-

    dos? Prisionero.: Por lo menos yo no me senta aliado... (ps. 203

    204).

    Este dilogo es, en ese sentido, esclarecedor. Primero los imperialistas no son tales, sino para los revolucionarios. Lue-

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  • go, casi inmediatamente, debe admitir que s lo son, pero slo en el plano de una generalidad que disuelve la relacin que el imperialismo mantiene con su propia realidad: todas las grandes naciones lo son. Y termina admitiendo, penosa- mente, por fin, su verdadera cualidad, cuando reconoce que el imperialismo es como el diablo. Repite aqu el mismo movimiento de retraerse hacia su individualidad cuando la significacin objetiva al fin pareca comprometerlo: no fue l quien se ali con los imperialistas. El prisionero, ente abso- luto, intimidad pura, individualidad retrada, mnada incon- taminada, permaneca sin sentirse aliado con ellos (Por lo menos yo no me senta aliado) en el momento mismo en que toda su actividad material estaba condicionada por ese po- der. l, en su intimidad, senta otra cosa. Y era su sentimiento el que desuna lo que la realidad uni. Este sentimiento que lo desligaba del imperialismo en su intimidad, justo en el mo- mento en que la realidad ms lo ligaba concretamente, adquira para l una mayor realidad que la realidad misma, esa por don- de asomaba la muerte que venan a dar a los otros. Slo el ato- mismo individualista de la burguesa logra de este modo trans- formar lo abstracto en concreto, convertir en concretos sus sentimientos ms abstractos. Y esta dialctica que tiene como centro a su intimidad pura corresponde punto por punto con la percepcin tambin atomizada que se dan de la realidad:

    Periodista.: Dgame una cosa, Rivero, usted que es un hom- bre inteligente...

    Prisionero.: Muchas gracias.

    Periodista.: ...un hombre que ha estudiado, seguramente y, por sus expresiones, yo creo que es inteligente: usted cree que lo que usted ha realizado, es decir, salir de los Estados Unidos, ir a Guatemala, all, en esos predios de la United Fruit, recibir instruccin de los instructores norteamericanos, ir a Nicaragua, la finca de los Somoza y del imperialismo, salir de Nicaragua, en aviones norte- americanos, protegidos por destroyers norteamericanos, y caer en Cuba, para combatir al pueblo de Cuba, con armas norteamericanas, usted cree que eso es naciona- lismo, Rivero?

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  • Prisionero.: Pero yo le expliqu ya por qu lo hicimos. Pero yo estoy de acuerdo, estoy de acuerdo con que el rgi- men de Somoza es monstruoso, estoy de acuerdo con que el rgimen de Nicaragua es monstruoso, yo he visto los indios cmo viven... adems, yo no tena que salir, por- que yo he ledo historia y s cmo viven esos pases, pero haba que hacer algo, como le repet siempre haba que estar en eso. As que nosotros lo que pensbamos era dar despus, el da de maana, un tercer paso... o un se- gundo paso, pero se era el primer paso, haba que tra- garse esa pldora (p. 205).

    Todos los primeros pasos de estos idealistas promueven entonces previamente la aceptacin de la miseria que ya es, de una realidad que en nada modifica el proyecto que reali- zan. Porque el marco mental que se proporcionan encubre y disuelve las conexiones que descansan en esa realidad final- mente aceptada, pero siempre de otro modo. Con la acepta- cin que acabamos de leer culmina el proceso de separar los velos de ignorancia consciente que su escepticismo haba in- troducido, esa lejana con que recubri las significaciones evidentes que ya estaban en l (adems yo no tena que sa- lir, porque yo he ledo historia y s cmo viven esos pases) pero que no deban jugar con la percepcin de la realidad: se las retiraba de circulacin. El escepticismo era el medidor entre el saber consciente y la conveniencia propia: imperia- lismo, que ustedes le llaman... Y cuando aparece el impe- rialismo como lo que es, sin la relatividad escptica, cuando los velos son retirados por el esfuerzo de verificacin que el revolucionario realiza como mediador, entonces ante esa evi- dencia que el prisionero termina reconociendo no cabe sino una actitud: tragarla como se traga una pldora. Y se es el momento en que junto con la aceptacin de esa realidad des- preciable aparece la salvacin personal esbozada por su con- ciencia moral como consolacin, proyectada hacia el futuro que habr de negarla, no se sabe cmo ni por quin. Que el futuro es solamente una consolacin para aceptar ms deci- didamente la miseria actual se hace evidente en su carcter abstracto, de completa lejana e ineficacia, vaga aureola, ca-

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  • mino intransitable, imagen teida de completa irrealidad: el da de maana... un tercer paso... o un segundo paso, pero se era el primer paso: haba que tragarse esa pldora (p. 205).

    Qu diferencia exista entre el acto de deliberada igno- rancia que este intelectual diletante burgus se impona a s mismo, y el de Batista, por ejemplo, ordenando quemar los libros que divulgaban la verdadera situacin del pas? Pues que aqu el intelectual quemaba en su propia intimidad, en s mismo, la eficacia del conocimiento: interiorizaba hasta su mximo extremo la accin poltica de su clase, ejercida por Batista, all donde sin Batista cada burgus prosigue su pro- pia represin interior. Esta es la mxima alineacin cultural de la burguesa.

    La marginalidad burguesa

    Las mismas contradicciones que han ido hasta ahora con- formando sus relaciones pblicas son las que encontramos en los lazos estrictamente personales. Las mismas consolaciones morales, que le sirven para justificar la inversin interesada de los procesos sociales, son las que encontramos cuando in- tenta justificar su presunta marginalidad personal. Toda su moralidad consiste en darse, dentro de la inmoralidad am- biente, una presunta isla donde rige la buena administracin, donde l es honesto... con los corruptores y malversadores.

    Periodista.: Usted nos dijo que haba sido pasivo con Batista. Pero no tuvo ningn puesto?

    Prisionero.: S, tuve un puesto. Periodista.: As que usted fue pasivo desde un puesto. Qu

    puesto tena? Prisionero.: Le voy a explicar... Cristbal Daz necesitaba un

    presidente para un Retiro y entonces me nombraron a m. Periodista.: Lo nombraron a usted porque necesitaban un pre-

    sidente. Prisionero.: Necesitaban un candidato idneo, necesitaban una

    persona que no fuera, que no hiciera... Periodista.: Que no les chocara...

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  • Prisionero.: Perdn... que no chocara con nadie. Entonces me ofrecen el puesto a m. Yo estaba aburrido y dije: bueno, voy a hacer una buena obra (p. 213).

    Periodista.: Y su pasividad consisti en no decir una palabra

    contra Batista y usufructuar ese puesto durante todo ese gobierno?

    Prisionero.: Bueno, le voy a decir: al final las cosas del Go- bierno llegaron... yo reconozco que viva al margen de las circunstancias...

    Periodista.: No, al margen no... dentro de ellas. Vivir al mar- gen es un seor... perdneme vivir al margen es un seor que no se beneficiaba nada con aquello, que esta- ba completamente al margen. Usted estaba dentro de la situacin.

    Prisionero.: Bueno, un momento Yo en mi puesto creo que rend una funcin social, porque si no, lo hubiera cogido un malversador y sabe Dios cmo hubiera dejado aque- llo all (p. 215).

    El campo de accin moral quedaba limitado, como ve- mos, al establecido por la misma burguesa y su dictadura. Su justificacin se reduce aqu al campo mnimo de los mal- versadores del rgimen, y a la probidad y honestidad bur- guesas de las cuentas bien hechas. Ntese aqu nuevamente la existencia de dos horizontes:

    1) Por una parte, aquel horizonte verdaderamente total dentro del cual se encontraban los revolucionarios, y que permita comprender al rgimen de Batista como una fraccin deformante de las conexiones reales que constituyen el pas.

    2) Por la otra, el horizonte de clase que el prisionero se da, y que queda restringido voluntariamente al rgi- men de Batista, y del cual quedaban excluidos los re- volucionarios.

    Considerado desde este ngulo su honestidad personal es solamente una honestidad regional, encuadrada dentro de la fraccin ms deshonesta de la sociedad. Pero constituye entonces la excusa subjetiva, moral, que pretende suplir la

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  • cobarda de no pasar a la verdadera totalidad concreta que constituye el campo pleno de la moral: yo rend una fun- cin social.

    Esa funcin social slo era tal si permaneca dndose como horizonte la inmoralidad de la tirana: si no, lo hubie- ra cogido un malversador, y sabe Dios cmo hubiera dejado aquello all. Pero con su acto mantena ese rgimen que ha- ca posible un modo de vida: cortar cupones, escribir libros como hobby, cobrar 350 dlares mensuales para no abu- rrirse, en momentos en que sus compatriotas eran persegui- dos, asesinados o ms simplemente condenados al hambre y a la explotacin: toda la nacin dominada por la deshonesti- dad bsica de las relaciones imperialistas.

    Pero ms an: esta deshonestidad suya era tambin en otro plano una legalidad relativa tambin al rgimen de Ba- tista. Por eso el sentido de su justicia corresponda al orden legal imperante:

    Periodista.: Usted que dice que hizo una funcin social a car- go del Retiro, qu hizo cuando lleg all al Retiro con los empleados que haba? Usted no bot a 64 emplea- dos?

    Prisionero.: Haba sido ordenado por el Tribunal de Cuentas, me remito a los hechos, 21 excedencias, y ordenadas por el Directorio, nada ms, y hubo que sacar a unos cuan- tos de all...

    Periodista.: Usted permiti pasivamente, como usted ha acos- tumbrado en todas sus funciones...

    Prisionero: Pero, imagnese, si era una cosa que el presupues- to... los clculos actuariales de los retiros estn mal he- chos. Todo eso lo sabe todo el mundo, los retiros estaban hechos para darle un puesto a Fulano y a Menga- no... (p. 231).

    La marginalidad no consiste entonces en apartarse del rgimen, sino en considerarse l mismo una excepcin, pero esta vez legtima, aun participando dentro de l. Excepcin tan profundamente sentida que le sirve para dictaminar la exclusin de los otros, porque les haban dado un puesto, pero no de s mismo. Y sin embargo tambin l mismo, Fula-

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  • no o Mengano como los dems, es uno de ellos. Pero se coloca fuera de la situacin como si no hubiera l tambin llegado all por una decisin arbitraria semejante a la que llev a los otros.

    Al restringir los lmites de su horizonte a los individuos que formaban su clase, negaba, dijimos, ese otro horizonte con- creto revolucionario que no quera percibir (nunca me pre- ocup por leer la propaganda de ustedes, ni nada; es ms, no consideraba que pudieran ganar). Ese horizonte revolucio- nario hubiera modificado el sentimiento que lo ataba ciega- mente al mundo, porque constitua la negacin de aquel otro en el cual viva y usufructuaba. En definitiva: es el marco humano que nos damos, son los hombres que hemos interio- rizado como semejantes los que confieren sentido a cada acto que efectuamos. Pero nuestro prisionero manifestaba su iner- cia de clase, su pasividad, en el hecho de ser incapaz de con- cebir como posible la negacin de su propia miseria, de darse otro marco humano para encuadrar su accin. Los lmites de la clase definen estrictamente el contorno de sus actos. Por eso, al no querer percibir esa otra posibilidad (que no estaba oculta sino por l mismo, tcnicamente, por un subterfugio preparado por su propia conciencia) slo quedaba la actitud individualista del egosmo prescindente y excepcional que destruyera, para su sola conciencia, esas relaciones que sin embargo mantena:

    Periodista.: Sin embargo usted, desde luego, en aquella po- ca no saba que precisamente por asesinos como Calvio y por ladrones como Andrs Domingo y Morales del Cas- tillo (parientes suyos) usted poda detentar un cargo de presidente de un Retiro. Eso no lo saba?

    Prisionero.: Yo no conoca ni a Calvio en aquella poca... Periodista.: Pero usted no conoca eso, que usted poda deten-

    tar cargo porque haba asesinos como Calvio y ladro- nes como Andrs Domingo...?

    Prisionero: Le voy a decir una cosa: en el gobierno de Pro Socarras haba ladrones y haba asesinos, y si yo en aquel momento me iba... no haba otra cosa, nada ms que estaban los pristas, la gente que responda a la ten-

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  • dencia autntica, que nunca estuve de acuerdo con ellos, y los batistianos (p. 232).

    Los otros, los revolucionarios, estaban fuera del sistema, estaban en la Sierra, en las crceles, expatriados o simple- mente muertos. Pero eso no cuenta, porque el mundo qued reducido, como vemos, a los lmites de su mundo. Y conti- na, ms explcitamente:

    Prisionero.: A m lo que me interesaba era, sencillamente, vi- vir mi vida. Me dieron un puesto, dije: Bueno, pues, voy a cumplir una funcin: yo voy a demostrarle a esa gente que me rodea que soy distinto a ellos. Esa es mi posicin en cuanto a eso... usted, lgicamente, no me cree... (p. 232).

    Esto muestra claramente el vaco que la adhesin a una clase muerta crea como futuro: no parecerse a nadie, ser dis- tinto a ellos, pero siempre dentro de los lmites que le mar- can a aquellos a quienes cree despreciar. Era precisamente en los mismos delincuentes donde buscaba la confirmacin de su excepcionalidad moral: su conciencia moral perciba como va- liosa la perspectiva de s mismo que le proporcionaban los individuos inmorales de su clase: yo voy a demostrarle a esa gente que me rodea que soy distinto a ellos. Quera ser reco- nocido por los mismos delincuentes, porque ellos eran los que le proporcionaban ese espejo en el cual lea su propio ser. Por lo tanto, sta, su bsqueda para ser distinto, emprendida en medio de la colaboracin concreta, slo poda proporcio- narle una apariencia de heterogeneidad: en realidad era lo opuesto dentro de lo homogneo. Los otros, los revoluciona- rios, los que eran verdadera y cualitativamente distintos, aque- llos que defendan los valores ms altos de una nueva socie- dad, requeran para integrarse a ellos un acto concreto: des- ligarse materialmente y ponerse fuera de la burguesa para poder darse ese otro futuro que la imaginacin niega pero que la accin proporciona. El prisionero no poda eludir esos lmites porque todo l, su personalidad concreta, dependa de ellos. Su conciencia no haca sino reflejar esta relacin de de-

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  • pendencia, y los subterfugios empleados para eludir la evi- dencia. No era una funcin de clarividencia la que su con- ciencia ejerca: era pura pasividad, pura oscuridad, oculta- miento tenaz de aquello que poda ponerlo en peligro y disturbar su paz:

    Periodista.: Y a usted se le ocurri meterse en una expedi- cin para ver si algn da poda llegar a hacer un par- tido y...

    Prisionero.: Bueno, no, porque yo no era poltico. No me iba a levantar en un cajn en el Parque Central, porque na- die me iba a seguir en ese sentido. Nosotros, si ramos cuatro o cinco que pensbamos como yo, ramos muchos, y no conoca a los dems. As es que yo no me iba a de- dicar a la poltica, como no tena... vaya, digamos m- tier como dicen los franceses para ese tipo de cosa, pues me consideraba incapaz de hacerlo. Y como le vuel- vo a repetir, no lo niego, se es mi pecado: viva al mar- gen de las circunstancias (p. 233).

    Realismo y riesgo de la vida

    Esta aceptacin disminuida de la realidad que pretende pasar por plena no muestra, en su lmite, sino el temor ante el riesgo de la vida que no se supo asumir. La burguesa de- pendiente del imperialismo es aquella porcin de la sociedad que cedi lo ms alto ante lo ms bajo, que conserva sus pri- vilegios sobre la muerte de los otros, aquellos para quienes la vida est asentada cotidianamente sobre la imposibilidad de vivir. Realismo no es aqu sino otro nombre para justificar la acomodacin. En el caso del prisionero que consideramos, todos sus movimientos son de aquel que permanece aferrado a los valores mnimos del goce individual (yo quera vivir mi vida) y que perseverar realizando todos los actos que l mismo, a priori, sabe que han de ser los de la aceptacin. Toda su estructura personal lo preparaba para ello.

    La conciencia, para todos, aun para los burgueses, cum- ple su funcin: la de ser el poder de unificacin coherente de todas las significaciones relativas a la realidad. Slo que los burgueses, como el prisionero, no pueden sino dislocar esa

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  • coherencia, rechazando, obstruyendo, restando sentido a aque- llos elementos que permitiran totalizar las significaciones vi- vidas en el campo de la actividad. Este disloque de la realidad culmina con el ataque a Cuba en la invasin preparada por los enemigos histricos de su patria. Ese poder del imperia- lismo, que permita el suyo como mero poder delegado, mues- tra as el trmino de la larga cadena de relaciones que una su persona cotidiana con el imperialismo, puesto que desalo- jado del privilegio que ejerca en Cuba, vuelve a caballo de ese otro que lo cimentaba. Se presenta as, sintticamen- te, la verdadera relacin sobre la cual se encontraba fundada su persona, porque constituye tambin el ltimo recurso para volver a recuperarla. Pero para los revolucionarios es como si de este modo se desenvolviera impdicamente, en el mo- mento del todo o nada, de este ser o no ser de la burguesa, la evidencia cnica y obscena de su dependencia antes en- cubierta. El ataque bajo la dependencia norteamericana se- ala el retorno a la matriz de la burguesa colonizada: el mo- mento en que osa desnudarse en pblico, acepta el mximo de los ultrajes contra s misma, porque da su ser por lo que vale.

    Que no arriesg decididamente la vida sino que vena a sembrar la muerte se deduce por el armamento que traan y por sus propias confesiones:

    Prisionero.: As que yo no pens que me iba a encontrar a una tropa entusiasta defendiendo un ideal (p. 234).

    Prisionero.: Exactamente, por eso fuimos, porque nosotros no somos suicidas. Nosotros tambin contbamos con que la Isla entera estaba en llamas y que la Milicia se nos iba a unir (p. 206).

    Prisionero.: Pero yo, personalmente, pensaba que la nica sal- vacin de nosotros era de que fuese cierto eso, que todo el pas estaba en contra, que haba fracasado el experi- mento socialista, y que lo nuestro iba a ser un paseo (p. 206).

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  • Ni siquiera la posibilidad de la muerte, el riesgo de la vida, constitua el eje de la accin emprendida. Y cmo po- dra ser de otro modo si la burguesa construye su propia existencia sobre la muerte de los otros? Su propia vida coti- diana es la continua concesin que realizan precisamente para no afrontar los lmites de la existencia. Mientras que para los revolucionarios cubanos, desde las guerrillas, el riesgo de la muerte ha estado siempre presente en el proyecto de cons- truir una verdadera universalidad (vase: La guerra de gue- rrillas, de Che Guevara), para los invasores la lucha slo se realiz escudada en el mximo poder del imperialismo, res- guardados abundantemente por sus riquezas, y la seguridad de que, apoyados por sus destroyers y sus aviones, tambin la lucha para ellos iba a ser un paseo. Ellos eran los que bien armados venan una vez ms a revelar la modalidad co- tidiana: dar la muerte a los otros. La propia vida la saban a resguardo: por eso afirmaron casi todos que haban sido em- barcados, es decir engaados. Se vieron forzados a correr, sin quererlo, el riesgo de la vida.

    La inversin de la realidad

    La falsa totalidad que constituye el horizonte de su clase como un todo indiscriminado, es el marco sobre el cual se apoya su falsa objetividad, pues tambin la objetividad es un producto de su clase. En el plano de la razn la clase vuelve a aparecer como el esquema ms amplio, comprensi- vo, que el individuo se da para asimilar el proceso de la reali- dad. Y sin embargo, esa falsa objetividad constituida con ese esquema se verifica en sus resultados: la realidad aparece invertida, y lo ms abstracto ocupa el lugar de lo ms con- creto. Sigamos los pasos de este proceso:

    1) Limar las oposiciones y diluir con ello el sentido del privilegio.

    Prisionero.: Bueno, yo le voy a decir una cosa: yo entiendo que el nacionalismo no es slo nacionalizar empresas y pro-

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  • piedades privadas, yo entiendo que el nacionalismo no tiene que ser una cosa precisamente de izquierdas o de- rechas, yo entiendo que el verdadero nacionalismo tiene que contemplar la sociedad como un todo, no como... digamos, parcializarla (p. 208).

    Esta totalidad indiscriminada a la que quiere volver co- mo fuente de la objetividad muestra su sentido: es para se- guir conservando en ella sus aspectos negativos.

    2) Referir la accin a un motivo superficial (falsa tota- lidad). Nacionalizar? Desde luego...

    Prisionero.: (...) Ahora, no en la forma tan radical. Quizs ustedes sean los que tengan razn: yo no soy un experto, yo estoy exponiendo opiniones personales (p. 209).

    Por qu no radicalizar? Como no conciben las actitudes morales sino como la aureola que se adopta luego de haber transado con la realidad, la dignidad nacionalista de dere- cha no requiere que se haya establecido primero la verdade- ra dignidad material en los hechos. Adems, porque fuera de las bases materiales sobre las cuales se apoya su clase, los burgueses no conciben otra posibilidad de vida digna salvo la que se asienta en el poder que hasta entonces haban ejer- cido y que ven desaparecer. Esta actitud moral del naciona- lismo de derecha reposa en una concepcin tan bajamente material de la persona espiritual que no pueden proyectar sobre ella sino su propia imagen:

    3) Dar como motivo para no radicalizar la esencia in- noble del hombre (definicin cristiana de la maldad humana; egosmo del liberalismo).

    Prisionero.: Si se llega, en este tipo de nacionalizacin, a com- pletamente terminar con la propiedad privada, se termi- na con el estmulo del individuo (p. 209).

    El ser se confunde con la propiedad privada: fuera de ella no hay estmulo para la vida. Esta adhesin fervorosa a

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  • la materia vuelve nuevamente a querer justificarse por el idealismo moral, realizando aqu entonces ese proceso de inversin durante el cual la justificacin secundaria se con- vierte en la verdadera causa:

    4) a) La justificacin moral abstracta se convierte en lo concreto al tratar de convertir lo innoble en noble: encuentro con la conciencia moral.

    Prisionero.: El nacionalismo, aparte de eso, es otra cosa: man- tener una postura digna del pas, hablarles y decirles las cosas de igual a igual a los americanos, en eso estoy de acuerdo con ustedes, a los americanos o a la China, al pas que sea (p. 210).

    b) Por ese mismo proceso, lo concreto se convierte en abstracto y queda desplazado:

    Periodista.: Cuando Cuba realiza la Reforma Agraria, cuando nacionaliza las propiedades extranjeras, cuando arma al pueblo, cuando rescata su soberana nacional, se inclina a algo o se inclina nica y exclusivamente a un verdade- ro nacionalismo?

    Prisionero.: A mi modo de ver, se inclina a un nacionalismo en la forma, en el aspecto, pero no lo hace en el fondo (p- ginas 210211).

    Nacionalismo y tercera posicin

    Las categoras privadas del prisionero, concebidas a par- tir de las relaciones mnimas que ordenan el mundo de su clase, determinan rigurosamente la moral no solamente indi- vidual sino tambin nacional e internacional. Las conexiones de la intimidad, ese reducto interior conformado en la socie- dad capitalista, reproducen de este modo en el plano de las relaciones entre grupos y pases la misma degradacin del nombre sobre la que se apoya la vida privada.

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  • Habamos visto que su concepcin de Nacin englo- baba indiferenciadamente a la totalidad indiscriminada de individuos que componen a la burguesa, dependiente del im- perialismo. Es decir: la nacin presenta de este modo la mis- ma estructura de dominio y de dependencia que los hombres ejercen desde una clase sobre otra. La nacin conserva esen- cialmente, como si fuese una necesidad de su definicin, to- dos los desequilibrios que caracterizan este dominio. Pero si hay un concepto de Nacin verdadero, se ser aquel en el cual todos los hombres puedan encontrarlo como el lugar co- mn de una conducta recproca de reconocimiento. Si la Na- cin delimita un mbito geogrfico, eso significa que la ver- dad de cada hombre, en la Nacin, debe leerse desde el plano mnimo de la materialidad, por lo tanto en el modo humano como su persona habita esa porcin de tierra.

    Pero esta totalidad que es al mismo tiempo fsica, vital y espiritual y que abarca todas las dimensiones concretas de la Nacin, no puede ser asumida por el prisionero. Para se- guir reinando en lo material tiene que definir a la Nacin en el aspecto que menos le afecta pero que ms simula reve- renciar: en el aspecto espiritual. Dnde son actualmente iguales los individuos? Dnde son reconocidos como seme- jantes por la burguesa? No en los hechos concretos, sino en los principios. De este modo, incapacitado de definir a la Nacin en los hechos concretos, en su materialidad, el pri- sionero reivindica una falsa totalidad eludiendo los desequi- librios actuales que definen a la Nacin:

    Prisionero.: Yo entiendo que el nacionalismo no tiene que ser una cosa de derechas o de izquierdas, yo entiendo que el verdadero nacionalismo tiene que contemplar a la socie- dad como un todo, no como... digamos, parcializarla (p. 208).

    Pero las derechas e izquierdas constituyen, dentro del pas, dos formas de relaciones humanas que se excluyen, dos modos diferentes de concebir la nacin. Presenta como si es- tuviese resuelta ya la oposicin concreta entre derechas e iz- quierdas y como si, dentro del desequilibrio actual, hubiera

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  • la posibilidad de totalizar a los hombres dentro de la verdad. Pero para las derechas, el nico campo posible para realizarlo es el meramente espiritual. Es entonces, como se ve, una mera ficcin conceptual, un subterfugio moral para defender sus propios intereses al mismo tiempo que se los convierte en los intereses de la nacin: La sociedad como un todo, no como... digamos, parcializarla.

    Pero la Revolucin tiene su propia evidencia: los hom- bres que viven y constituyen esa parcialidad negada por la burguesa. De aqu surge el proyecto hacia la verdadera in- tegracin.5

    Por lo tanto, el nacionalismo burgus tiene que diferir esencialmente del nacionalismo revolucionario. El naciona- lismo burgus, que en el plano internacional adopta aqu la llamada tercera posicin, rechaza airadamente toda conta- minacin de tercerismo en la vida nacional. Pero no porque en la realidad nacional aparezcan como habiendo tomado partido, sino porque desde su perspectiva de clase no cabe ninguna opcin: no parten acaso de una totalidad actual, y consideran a la Nacin como una extensin de lo que ellos son? Slo parten, hemos visto, de la realidad abstracta defi- nida en el plano poltico como totalidad formal: la demo- cracia representativa. Para la burguesa, el nacionalismo no puede ser tercera posicin, ni segunda, ni primera en el plano nacional, porque sera admitir que en l caben las oposicio- nes esenciales, reconocer la existencia de un desequilibrio y la necesaria toma de partido. Porque si ellos reconocen que son la nacin, toda toma de posicin en el plano verdadera- mente nacional, que es en definitiva toma de posicin contra la burguesa, ser considerada como exterior y contraria a la Nacin. Acaso nuestro prisionero no dejaba fuera de su ho- rizonte nacional a los revolucionarios?

    5 Que la Revolucin comprende tambin a los norevolucionarios,

    por lo tanto a la burguesa, pero dentro de un contexto humano modi- ficado, integrados a la verdad material de la Revolucin, se desprende de esta afirmacin de Lenin: La tierra pertenece a la nacin entera, es decir, tambin al mismo ex propietario, pero no en virtud de privi- legio de herencia. Lenin, Mensaje al proletariado norteamericano, 1919.

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  • Una nacin definida abstractamente pasa para la bur- guesa a integrar el mundo espiritual, entidad slo moral. Como nacin ideal, lo nico que tiene que defender en el plano exterior es esa presencia moral internacional: su dig- nidad. Aqu el ocultamiento de sus estructuras econmicas, las relaciones de dependencia que los beneficia pero que no podan ocultar, encuentran su justificacin tica. La Nacin aparece como una entidad absoluta, sin lazos materiales con los dems pases.

    En el plano nacional esta posicin, al ocultar la estruc- tura que la liga con los intereses de los otros pases y repri- mir su emergencia en el interior, es la que les permite pro- porcionarse la ideologa de la tercera posicin. El primer paso, hemos visto, fue constituir a la Nacin cerrada sobre s misma, existiendo como un absoluto moral, verdaderamente independiente. Fuera de ella, las dems naciones tambin existen entonces como entidades aisladas, tambin cerradas sobre s mismas, en cuyas luchas no tenemos por qu inter- venir porque no estn en ninguna relacin de causalidad con nosotros. As la lucha internacional, por partir de esta con- cepcin nacional, puede aparecer como un espectculo que la historia nos brinda y al cual asistimos, en el que algunos pueblos juegan el drama de la bsqueda de la libertad, mien- tras otros buscan su sometimiento, pero en el que no tenemos por qu intervenir. Decir tercera posicin significa que los debates del mundo no son nuestros, que existimos a su mar- gen y que su resultado en nada nos afecta, porque la burgue- sa concibe ideolgicamente su realidad nacional del mismo modo como imagina sus propias personas, cerradas sobre s mismas, aisladas y absolutas.

    Pero tngase presente que si sta es una posicin que la burguesa asume cuando est a la defensiva, cuando presume de objetiva e imparcial, es decir, frente al poder revolu- cionario, no sucede lo mismo cuando es ella la que maneja la realidad nacional. Porque en los hechos este nacionalismo superficial, como slo pretende salvar su conciencia moral, deja subsistir todas las dependencias materiales que lo cons- tituyen:

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  • Prisionero.: Mi nacionalismo consiste en una posicin digna de Cuba; en la tercera posicin, que adopt Nasser; en la tercera posicin, por ejemplo, que pudo... algo que pudo haber hecho, por ejemplo, el seor Batista antes de prostituirse el 10 de marzo, como lo prostituy (...) (p- gina 195).

    Ya lo vemos: la tercera posicin era una posibilidad que el mismo rgimen de Batista segregaba, naturalmente antes de esa traicin subjetiva de una conciencia aislada moral, la de Batista, que pudo haber tomado una decisin estrictamen- te individual y modificar con ella la apariencia nacional. Pero la verdad la vemos ahora: la tercera posicin, como postura internacional compatible con el nacionalismo burgus, viene concretamente desde los Estados Unidos en una invasin ar- mada para corregir al rgimen de Castro de esa apariencia que no supo darse.

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    De all la insistencia del prisionero en no aceptar que su tercera posicin internacional, si retorna a la realidad con- siderada como un todo, significa extenderla tambin nece- sariamente al plano nacional: para este pasaje bastaba sola- mente con entender la relacin que la nacin mantiene en el plano internacional como una estructura concreta y mate- rial de dependencia. Pero es eso lo que la burguesa no quiere dejar ver. Slo escindiendo ambas actitudes bajo dos rtulos distintos, y ambos morales, la verdad se hace ilegible y la burguesa puede ganar en ambos planos: en el sometimiento concreto del plano material y la buena conciencia en el plano moral. As aparece nuevamente la escisin de las significa- ciones en dos estratos incomunicados, que no se implican mutuamente. Desde el acto poltico internacional hacia el na- cional no hay para la burguesa pasaje del uno al otro: hay un hiato, una falta de continuidad, ese que reconocimos ya en su propia personalidad, que es la misma falta de conti- nuidad que aparece en la propia persona disgregada, atomi- zada, del burgus sometido. Es la realidad contradictoria en que viven y de la que se aprovechan la que les impide darse una coherencia consciente:

  • Periodista.: Yo le pregunt que si usted cree que entre los invasores y los patriotas de Playa Girn haba una ter- cera posicin.

    Prisionero.: No s qu es lo que usted llama tercera posicin.

    Periodista.: Es decir, usted proclama que...

    Prisionero.: Quiero decirle, en primer lugar, que los invaso- res, la mayora de los invasores, son un ejrcito... La tercera posicin es la tercera posicin geopoltica, mun- dial, la posicin poltica internacional que debe adop- tar Cuba (...). Usted no me ha comprendido lo que estaba hablando, la tercera posicin. Ah no haba ter- cera posicin, es que no cabe la pregunta, perdneme que le diga eso. Porque yo le repito de nuevo: o yo no me expres bien cuando dije eso o usted no me com- prendi. . . (pp. 237238).

    Periodista.: La pregunta es la siguiente: (...) entre los in- vasores de la Patria, entre los que se ponen al servicio del imperialismo, y los que defienden al pas, los que defienden al pueblo de Cuba, no cabe una tercera posi- cin; en la Playa Girn no haba una tercera posicin.

    Prisionero.: No, es que la tercera posicin es otra cosa... (p. 241).

    El prisionero no puede admitir que el nacionalismo im- plica necesariamente tambin una definicin que proviene del plano nacional y transforma la posicin internacional en una toma de posicin, y no en la tercera posicin. Si no hay tercera posicin en el plano nacional, porque la Revolucin tom posicin, la Revolucin tampoco puede admitirla en el plano internacional, pues esa opcin interior abarca tam- bin las relaciones que pasan por los otros pases.

    Cul es el trmino medio que trueca lo ms concreto en lo ms abstracto, la dependencia nacional en independen- cia internacional? Esa frmula mgica de la burguesa, ese disolvente universal de toda significacin concreta es el co- munismo. El comunismo, como mal absoluto, supremo trans- mutador, cierra toda dialctica y ya no hay evidencia posible para la conciencia burguesa ni hay mal que pueda compa-

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  • rarse con el Mal. All donde aparece el momento decisivo de la verificacin, all donde hay que contrastar los dichos con los hechos, aparece el comunismo como disolvente de toda conexin, de todo razonamiento:

    Prisionero.: (...) yo tengo mis ideas en cuanto a que toda- va... a que hay hoy en da un problema, que son dos imperios que estn en lucha a muerte, o dos sistemas, como ustedes lo quieran llamar, y Cuba se ha inclinado peligrosamente a mi modo de ver hacia un lado: luego tambin eso me hace dudar si es de verdad soberana (p. 210).

    El mal frente al Mal el imperialismo frente al comu- nismo relativizan as las miserias vividas y las hacen acep- tables. Pero veamos si esa opcin puede mantenerse:

    Periodista.: Usted conoce a Suez bastante bien, conoce a Egipto, conoce lo de la represa de Asuan. Sabe por qu fue la invasin a Suez?

    Prisionero.: Por los intereses anglofranceses. Periodista.: Por los intereses imperialistas, los imperialistas bri-

    tnicos.

    Prisionero.: Esa fue una monstruosidad que hicieron los in- gleses y los franceses all.

    Periodista.: Usted sabe que los norteamericanos se negaron a financiar la represa de Asuan despus de que Nasser...

    Prisionero.: Es un error monstruoso de los americanos de los tantos que han cometido.

    Hasta aqu el prisionero comprende perfectamente las situaciones lejanas, la dignidad moral del acto ajeno que sus- cita su admiracin. Pero slo, como veremos, en la medida en que es extraa a su propio pas:

    Periodista.: Usted cree que el rgimen de Nasser se hu- biera mantenido si no hubiera ido la carta de Bulganin al seor Ivin? Usted cree que se hubiera mantenido?

    Prisionero.: No se hubiera mantenido.

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  • Periodista.: No se hubiera mantenido! Entonces usted dice que la posicin de Nasser era la ms favorita de usted, y lo que hizo Nasser cuando su patria estuvo en peligro, es lo que ha hecho Fidel Castro en cada momento: acep- tar la ayuda extranjera, pero dada sin condiciones, que es ayuda amiga. De modo que su Nasser ha hecho lo mis- mo que nuestro Fidel, ni ms ni menos.

    Prisionero.: No se entreg a la poltica rusa. Periodista.: Ni Fidel est entregado a la poltica rusa; si usted

    lo dice, miente...

    Prisionero.: Yo no estoy diciendo que Fidel se ha entregado a la poltica rusa; estbamos hablando de Nasser.

    Periodista.: No ha querido debatirlo aqu, por qu no lo de- bate? por qu usted insina las cosas sin entrar en la discusin? Vamos a entrar, aqu hay ocho periodistas dispuestos a entrar...

    Prisionero.: Yo no puedo entrar en la discusin de una cosa que desconozco, si acabo de decir que acabo de llegar engaado (p. 256).

    El irracionalismo en que cae no es sino el resultado de su posicin nacionalista aparentemente moral, pero que no puede verificarse en los hechos, porque los hechos que la sostienen no son los que pueden constituir verdaderamente una Nacin. Adems, porque los caminos que llevan a ella estn por la barrera del Mal absoluto, cerrados a priori: la prosecucin de su ms preciado bien no puede obtenerse en la historia, porque conducen hacia el Mal.

    La verdad de la burguesa: el oportunismo

    Habamos visto que toda accin que tienda a quebrar las estructuras de la burguesa implica, desde el acto ms in- dividual hasta el internacional, el riesgo de la vida. Esa es la premisa tica que constituye y confiere sentido material a la verdad que expresa con su accin la persona revolucio- naria. Por qu? Porque solamente en el riesgo de la vida estamos seguros de que nuestra accin est verdaderamente enfrentando las resistencias que suscita, que estamos en lo

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  • serio de la historia, y que la nuestra no se da ya ms de las trampas de la complacencia que elude ese riesgo. As la muerte, o el riesgo de la vida, se convierte durante la acti- vidad poltica en el fiel que seala que la accin est real- mente incidiendo sobre la realidad, que est penetrando en ella. La tolerancia que la burguesa nos concede, o su bene- volencia, muestra por el contrario la carencia de esa deci- sin fundamental que no somos capaces de asumir.

    El oportunismo se nos va a presentar como una conse- cuencia, en todos los rdenes de la vida, de no asumir ese riesgo, que mide la verdadera modificacin de una realidad asentada sobre las armas y el temor.

    El prisionero, al enfrentar el problema poltico, primero quiere eludirlo, evadindose en el plano de lo general: lo concreto representa para l el peligroso lugar de la evidencia, el punto hacia el cual convergen las significaciones que debe mantener dispersas:

    Periodista.: Usted dice que es un nacionalista, pero lo que impugna a la Revolucin de Fidel Castro es no haber sabido administrar bien el nacionalismo. Eso es lo que usted impugna?

    Prisionero.: Digamos, que lo ha maniobrado con una dosis muy grande de peligrosidad para el pas. Yo puedo estar equivocado, pero. ..

    Periodista.: Usted estaba de acuerdo con la nacionalizacin de todas las riquezas del pas que haban sido sustradas por los Estados Unidos?

    Prisionero.: Por cualquier pas, yo no me estoy refiriendo... Periodista.: No, pero es que aqu no haba ms que los Esta-

    dos Unidos. Prisionero.: Bueno, pero vamos a decir, vamos a hablar...

    estamos hablando sobre una filosofa; cualquier pas, los Estados Unidos, o Indochina...

    Periodista.: S, pero es que Indochina no tiene propiedades en el extranjero. Aqu en Cuba quien tena... (...) (p. 219).

    Periodista.: (...) Vamos a ver este problema: usted tena el

    poder, haca como Fidel, haca una ley de la Reforma

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  • Agraria; con la Ley de la Reforma Agraria empezaba el cerco norteamericano; como consecuencia del cerco norteamericano, las nacionalizaciones no de empresas pri- vadas, como usted bien recuerda, nacionalizaciones de servicios pblicos extranjeros, usted lo recuerda bien. En- tonces, a ese poder democrtico, revolucionario y nacio- nalista, que en todo ya... Usted estaba de acuerdo hasta ah, no? o no estaba de acuerdo?

    Prisionero.: Estaba de acuerdo.

    Periodista.: Entonces el imperialismo norteamericano que, co- mo usted lo ha dicho, ha sido un enemigo tradicional de nuestro pas, tena una manera de ahogarlo y agobiarlo, crey, suspendindole el envo de petrleo. Si esa sus- pensin de petrleo la aceptaba usted o quien estuviese en el Poder, pasivamente, la consecuencia era la para- lizacin del pas y la derrota de la Revolucin. Viene un pas, Equis, Zeta, el que sea, ese pas no tiene em- presas en Cuba, no tiene acciones en nuestro pas, y nos vende petrleo, hubiera aceptado ese petrleo?

    Prisionero.: Le voy a decir una cosa: en primer lugar, yo es- timo, hubiera estimado si estbamos en el poder (...) que a los Estados Unidos lo nico que le interesa... porque esto como lo dije anteriormente, es una guerra a muerte entre dos sistemas o imperios, que Cuba no se inclinara hacia el lado ruso. A los Estados Unidos a mi modo de ver, no le importa en el fondo nada unos cuan- tos miles de millones de pesos. Mucho ms les importa el votico de Cuba en la ONU y la posicin poltica de Cuba en cuanto a la poltica internacional (pp. 220 221).

    Aqu aparece el secreto de su nacionalismo en el plano internacional o de su falsa tercera posicin: era el modo en- cubierto para apoyar a los Estados Unidos. La tercera posi- cin consiste en defender la dignidad pero vendiendo ese votico que es justamente lo que, cediendo en el apoyo invisible de lo moral, la burguesa hace continuamente para ser lo que es. Represe, adems, cmo su concepcin moral de la vida est completamente separada del plano

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  • material: tambin los Estados Unidos queran ese voto para conservar su dignidad frente a los rusos, o para man- tener su imperialismo econmico, su sistema de explota- cin diseminado por el mundo? El problema se convierte en un enfrentamiento entre conciencias que quieren conservar su dignidad, aun a costa del sacrificio material: A los Es- tados Unidos, a mi modo de ver, no le importa en el fondo nada unos miles de millones de pesos. Esa escisin entre materia y espritu, constante en la burguesa, mientras per- manecen slidamente apoyados en la materia, se extiende a todos los mbitos de la vida, pblica o privada. La prueba de esa duplicidad mercantil se verifica en esta afirmacin pos- terior, que fulgura con el mximo esplendor espiritualista:

    Prisionero.: Yo les hubiera sacado a los americanos lo que hubiera podido (p. 221).

    La verdadera dignidad, esa que unifica lo espiritual en lo material, conduca a la lucha, al riesgo de la vida que se quera eludir, all donde ningn valor humano puede ser objeto de trueque, de transaccin comercial. Esta comercia- lizacin de la dignidad nacionalista resulta a la postre acep- table, como se ve, porque es un buen negocio.

    Por eso mismo resulta tan difcil el dilogo, porque c- mo demostrarle a un fariseo que el planteo cubano exceda el mbito de la dignidad considerada como una mercanca?

    Periodista.: Usted no recuerda todo lo que ha pasado des- pus, es decir, los votos de Cuba en la ONU estn con- dicionados? Cree usted que estn condicionados?

    Prisionero.: Yo no puedo decirle, eso ya no puedo... (p. 221). Periodista.: (...) El voto de Cuba en la ONU estaba con-

    dicionado? Usted conoce algn voto de Cuba en la ONU que se pueda decir que est condicionado por algo o por alguien?

    Prisionero.: No puedo afirmarlo ni negarlo. Periodista.: No puede afirmarlo ni negarlo! Es decir, enton-

    ces usted es un agnstico en eso.

    Prisionero.: Soy un agnstico (p. 222).

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  • Este agnosticismo muestra su imposibilidad de creer en la afirmacin de un valor moral que no est supeditado, como el suyo, solamente al aprovechamiento econmico. La verdad en el plano de la moral no incluye para l el plano de la eco- noma, ni ambos valores se verifican mutuamente. De all su incredulidad: esa actitud es imposible: soy un agnstico. Si reconociera que Cuba se haba nacionalizado materialmen- te, y que eso significaba tambin su nacionalizacin en el plano internacional, toda su concepcin del mundo se vera contradicha: lo moral y lo material no seran necesariamente antagnicos, tal como su vivencia de clase se lo dictaba. Pero pinsese adems que en el plano de la poltica in- ternacional esta imposibilidad, vista desde el imperialismo (que compra cada posicin, como en realidad la situa- cin batistiana haba comprado su propia marginalidad, su prescindencia) y donde toda coincidencia en los vo- ticos es