Monsivais - Medios, Violencia y Terrorismo

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ECUADOR bate CONSEJO EDITORIAL José Sánchez-Parga, Alberto Acosta, José Laso Ribadeneira, Simón Espinosa, Diego Cornejo Menacho, Manuel Chiriboga, Fredy Rivera Vélez, Marco Romero. Director: Primer Director: Francisco Rhon Dávila. Director Ejecutivo del CAAP José Sánchez-Parga. 1982-1991 Editor: Fredy Rivera Vélez Asistente General: Margarita Guachamín ECUADOR DEBATE Es una publicación periódica del Centro Andino de Acción Popular CAAP, que aparece tres veces al año. La información que se publica es canalizada por los miembros del Consejo Editorial. Las opiniones y comentarios expresados en nuestras páginas son de exclusiva responsabilidad de quien los suscribe y no, necesariamente, de ECUADOR DEBATE. Se autoriza la reproducción total y parcial de nuestra información, siempre y cuando se cite expresamente como fuente a ECUADOR DEBATE. SUSCRIPCIONES Valor anual, tres números: EXTERIOR: US$. 30 ECUADOR: US$. 9 EJEMPLAR SUELTO: EXTERIOR US$. 12 EJEMPLAR SUELTO: ECUADOR US$. 3 ECUADOR DEBATE Apartado Aéreo 17-15-173 B, Quito - Ecuaclor Fax: (593-2) 2568452 E-mail: caap1 @caap.org.ec Redacción: Diego Maín de Utreras 733 y Selva Alegre, Quito. PORTADA Magenta DIAGRAMACION Maha Vinueza IMPRESION Albazul Offset ESTE NÚMERO DE LA REVISTA CONTÓ CON EL APORTE DE LA FUNDACIÓN HEINRICH BÓLL STIFTUNG Q caap I ISSN-1012-1498 1

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ECUADOR

bate

CONSEJO EDITORIAL José Sánchez-Parga, Alberto Acosta, José Laso Ribadeneira, Simón Espinosa, Diego Cornejo Menacho, Manuel Chiriboga, Fredy Rivera Vélez, Marco Romero.

Director: Primer Director:

Francisco Rhon Dávila. Director Ejecutivo del CAAP José Sánchez-Parga. 1982-1991

Editor: Fredy Rivera Vélez Asistente General: Margarita Guachamín

ECUADOR DEBATE Es una publicación periódica del Centro Andino de Acción Popular CAAP, que aparece tres veces al año. La información que se publica es canalizada por los miembros del Consejo Editorial. Las opiniones y comentarios expresados en nuestras páginas son de exclusiva responsabilidad de quien los suscribe y no, necesariamente, de ECUADOR DEBATE. Se autoriza la reproducción total y parcial de nuestra información, siempre y cuando se cite expresamente como fuente a ECUADOR DEBATE.

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PORTADA Magenta

DIAGRAMACION Martha Vinueza

IMPRESION Albazul Offset

ESTE NÚMERO DE LA REVISTA CONTÓ CON EL APORTE DE LA FUNDACIÓN HEINRICH BÓLL STIFTUNG

Qcaap I ISSN-1012-1498 1

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ECUADOR DEBATE Quito-Ecuador, diciembre del 2003

PRESENTACION /3-6

COYUNTURA

Pobreza, dolarización y crisis en el Ecuador /7-24 Carlos Larrea y }eannette SJnchez El rumbo de una democracia militar /25-37 HernJn /barra

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¿En las puertas de un mundo nuevo? Neoimperialismo y respuestas /39-50 Mariano Aguirre Conflictividad socio política Julio-Octubre 2003/51-57

TEMA CENTRAL

El nuevo orden antiterrorista mundial /59-89 }. Sánchez Parga Vivir con miedo, morir en el terror. Chile, 1973-1990 /91-1 04 Loreto Rebolledo El impacto de ETA sobre el sistema político Vasco /1 05-126 Pedro lbarra Latinoamérica y el terrorismo de posguerra fría /127-145 Francisco Rojas Aravena la lucha estadounidense contra el terrorismo /147-157 José Maria Tortosa Que se lleven sus matanzas a otra parte, que no me dejan ver la telenovela /159-170 Carlos Monsiváis

. ENTREVISTA

Otra mundialización es posible Entrevista realizada a Francois Houtart /171-176

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DEBATE AGRARIO -RURAL

los "intermediarios buenos": ideales teóricos, sobrevivencia y mercados 1 177-190 Tíziana Cícero Vendiendo su mejor recurso a bajo precio: el caso de los comuneros de Santa Elena 1 191-205 María José Castillo y Richard Beilock

ANAUSIS

identidades y movilización: la frontera entre la acción comunitaria y la instrumentalízación de los artefactos culturales: el caso Guayaquil/207-221 Santiago Basabe Serrano Individuo, comunidad y derechos humanos: el caso Boliviano /223-240 H.C.F. Mansi/la Autosuficiencia nacional 1 241-252 John Maynard Keynes

CRITICA BIBUOGRAFICA

El precio del petróleo. Conflictos socioambientales y gobernabilídad en la Región Amazónica 1 253-258 Guil/aume Fontaíne Comentarios: Jorge León

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Qua se llevan sus matanzas a otra parta,

qua no me daian ver la telenovela"

(Medios da comunicaci6n, violencia y terrorismo)

Carlos Monsiváis""

A ntes del 11 de septiembre y la in­vasión a lrak, el término globali­zación describe de manera más

bien borrosa o abstracta, el control esta­dounidense de los extraordinarios cam­bios tecnológicos y, de manera conco­mitante, el proceso de eliminación de las alternativas políticas y culturales.

Ahora, tras la emergencia de opcio­nes surgidas de la defensa de los dere­chos humanos todavía no muy firmes pero en modo alguno irrelevantes, la globalización se ha vuelto también un término abierto que refiere la simultanei­dad de experiencias, actitudes, informa­ciones y modas, pero ya no la homoge­neidad de reacciones y acciones. Lo ini­ciado en Seattle y Milán se amplía y vi­goriza por los movimientos antibélicos.

A los medios de comunicación se les ha considerado el vocero más importan-

te o influyente del modelo único de la globalización. Al irse clarificando la existencia de alternativas y coinciden­cias críticas, conviene revisar el papel de los medios y la noción fatalista que los ampara: seamos apocalípticos o sea­mos integrados, los medios son lo irrefu­table, lo que inutiliza a las protestas y devasta la diversidad. El fatalismo orga­niza sus lugares comunes a modo de santuarios de las ponencias, los artículos y los intercambios de puntos de vista. En estas notas uso como punto de partida la primera entronización del determinismo de los medíos: el carácter de "Universi­dad de las nuevas generaciones".

l. Violencia y terrorismo

HTe aseguro que entre gente de la misma edad los delincuentes han visto

Este articulo apareció en la Revista Mexicana Etcétera en Junio de 2003. Agradecemos a Marco Levario, Director de la Revista por permitirnos su difusión.

** Carlos Monsiváis es escritor. Esta es una versión corregida por el autor para Etcétera de la conferencia magistral presentada durante la Conferencia Internacional sobre Medios de Comunicación: Guerra, Terrorismo y Violencia, organizada por el Departamento de Co­municación de la UIA, a través de su Cátedra Unesco.

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diez veces más horas-televisión que los aspirantes a la santidad"

Desde mediados de la década de 1960: los medios (la televisión, el cine, la Internet, los juegos de video) son ob­jeto de una acusación severísima: some­ten a sus espectadores, en especial a los niños, al bombardeo de imágenes­shock que constituyen su formación esenciaL Antes de concluir la escuela primaria, los niños mexicanos han visto ocho mil asesinatos y cien mil acciones violentas (La jornada, 3 de julio de 2001 ), lo que conduce a alegatos como el del profesor Felipe Neri Rivero: n ¿Có­mo negarles o reprocharles a los niños que jueguen a guerritas, luchitas, a ser los superhéroes de la televisión, a poli­das y ladrones o nuevos Rambos, si las calles, los mercados, las escuelas y sus propios hogares están infestados de ar­mas y violencia en todos los órdenes?H (en Anuario Educativo Mexicano: Visión retrospectiva, UPN/La jornada, 2002).

Si la televisión como la pedagogía última de la sociedad, el determinismo es la ideología que la explica. ¿Quién discrepa del You're what you see, del "Eres lo que contemplas, porque cuan­do no piensas con imágenes te vuelves inarticulado". De acuerdo con esta lógi­ca sin escapatorias, los egresados de la primaria retienen varios axiomas: a) el que ve televisión compulsivamente (ca­si todos) extravía su sentido de la ética porque, por ejemplo, los únicos poi idas honestos a su disposición visual mueren en los primeros cinco minutos del epi­sodio; b) el dilema profundo del Horno Videns oscila entre la condición de víc­tima y la de victimario. Nadie prefiere la primera y pocos la segunda, con lo que el Horno Videns carece orgánicamente

de identidad; e) toda representación de la violencia corroe los sistemas valorati­vos tradicionales.

El espectador, o todavía más, la es­pectadora, viven estupefactos porque según Marshall McLuhan, profeta de otra era, la televisión potencia la simul­taneidad, la síntesis y la inmersión par­ticipativa, y todo ello con independen­cia de su mensaje. Así, ante las imáge­nes de violencia tanto la síntesis dispo­nible como la inmersión participativa son de índole didáctica ("Si el lenguaje de la violencia es natural, el· que yo no lo posea me coloca en desventaja"). Pe­ro con todo y alejamiento del mensaje, la creencia da un vuelco radical el 11 de septiembre con las .imágenes de las Twin Towers, repetidas obsesivamente y convertidas con rapidez en el símbolo del tránsito de una sociedad confiada a una recelosa y muy inquisitorial. Ante el terrorismo y los bombardeos a las socie­dades que han sido las primeras en pa­decer sus efectos, ¿tiene sentido pregun­tarse cuántas horas de programas vio­lentos ven los niños? Si la violencia es uno de los grandes lenguajes internacio­nales, ¿cómo ocultar este conocimien­to? Sostener que sólo a la mayoría de edad se comprende lo prohibido y lo in­deseable es otra de las técnicas para in­fantilizar la educación. Desde el 11 de septiembre al insistir en el terrorismo, lo que en materia de formación de las per­sonas y las sociedades, reclasifica la violencia.

us¡ no fuera por la te/e, los malhe­chores no se hubieran enterado de la existencia del delito"'

Se insiste: los niños ven televisión en cuando pueden y cuánto pueden, con o sin vigilancia de los padres o de

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las madres solteras, y los medios elec­trónicos los enfrentan al detalle de los hechos de sangre. "Se les educa para la violencia, esa hija bastarda de la televi­sión". Tal creencia, nunca muy segura de sí misma, se aletarga en la energía declamatoria: "¡Fuera la violencia de la pantalla chica!" y se opone a la exhibi­ción de cadáveres.

De tarde en tarde, desde los altos ni­veles burocráticos o desde las organiza­ciones de la derecha, se promueven en toda América Latina las prohibiciones y los intentos de prohibiciones.

En México, en 1993, el grupo Mujer de Blanco, dirigido por César y Maribel Coll, organiza una manifestación frente a la filial de Televisa en Guadalajara. En el clímax, los participantes destruyen a martillazos tres aparatos de televisión porque "difunden el hedonismo y la violencia". En 1997, a solicitud del pre­sidente de México Ernesto Zedillo, se c¡¡.ncelan dos series diarias de muchísi­mo éxito que dan noticia estrepitosa de la delincuencia y los brotes de violencia (Fuera de la ley en Televisa y Ciudad desnuda en Telev�sión Azteca). El Presi­dente insiste: "Los programas son perni­ciosos para la niñez y fomentan el deli­to". Con esto, Zedillo se añade a la in­terminable lista de políticos, educado­res, clérigos y abogados integristas habi­litados de madres de familia que res­ponsabilizan a los medios electrónicos de la promoción de la ilegalidad. Si los niños y los jóvenes son muy maleables, la televisión los habitúa a la "normali­dad" de la violencia y por eso continúa el sermón exhibir actos fuera de la ley es habituarlos a la transgresión de la ley. Las empresas apenas se defienden ("Cumplimos un deber informativo"), se

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acata la exigencia presidencial, se sus­penden los programas y, luego de una brevísima tregua, la nota roja reaparece destacadamente en los noticieros, recu­perada por la demanda insaciable.

Desde que jehová intranquilizó a los primeros lectores del Génesis al infor­mar del homicidio sin atenuantes de Abel, la atención morbosa a los delitos corresponde a la "salud mental". No só­lo se exorciza el crimen ubicándolo co­mo el suceso remoto en la pantalla de televisión, eliminable a golpes de zap­ping; también, al incorporarlos al flujo del espectáculo, se banalizan los he­chos de sangre. De suyo, el morbo es una "técnica de control" de la violencia, y si el chisme incorpora la intimidad ajena el culto de la nota roja aleja la desgracia al acecho. "Tan no estoy muerto que contemplo a estos policías explicar cómo hallaron el cadáver". (Al respecto, es previsible que no se tome en cuenta un genuino despliegue de la barbarie: las corridas de toros, presenta­das tristemente como "arte".) Como sea, suprimir estas series o sus equivalentes no disminuye en lo mínimo la frecuen­cia del delito. ¿Qué se ha conseguido al prohibir en las estaciones de radio los corridos mariguaneros? La promoción del narco no se localiza en versos que nunca lo son al lado de melodías bana­les, sino en la circulación del dinero, en la dotación de empleos marginales, en el canje de sensaciones y dinero por el tiempo acortado de vida.

"Pero el cadáver ay, siguió murien­do"

Además de lo precisado por Borges ("La censura es la madre de la metáfo­ra"), las prohibiciones se extinguen en el homenaje involuntario a lo prohibí

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do, y algunas moralejas nacen muertas, por ejemplo: "Si no se habla del delito o si se triplican las penas, no hay incenti­vos para la criminalidad''. En rigor, el debate apenas se esboza asi se multipli­quen las menciones "escalofriantes" y los sermones pro castidad visual. Esto radicaliza la autoridad pedagógica atri­buida a los medios.

Con todo, el cine si es una gran in­fluencia en materia de la escenificación de la violencia y de los estilos para ejer­cerla. El narcotráfico y la delincuencia organizada han contraído con el cine una deuda estilística enorme, y bastan las imágenes y Jos reportajes disponi­bles sobre los asaltos y la contrarréplica policiaca para cerciorarse de cuánto aprende el hampa de la gestualidad fíl­mica. Lo sepan o no, tanto los apóstoles del desorden como los guardianes del orden (papeles intercambiables} extraen del cine la memoria de las actitudes y :a clonación de los ademanes y el lengua­je corporal. En el imaginario de un sec­tor, alguien los filma al momento de ac­tuar, transforma sus rasgos y los sustitu­ye desventajosamente con los de Robert de Niro, John Travolta, Al Pacino y Be­nido del Toro.

¿En qué momento se le confiere a la violencia el papel de Deus ex machina, de sinónimo fatal del destino urbano? En espacios sobrepoblados se congre­gan las devastaciones económicas, la creencia en el desplome de las institu­ciones de justicia, el contagio atmosféri­co del narcotráfico y el apogeo de la de­lincuencia organizada y la descomposi­ción policiaca. Si, según diversas esta­dísticas, en América latina 90% de los delitos quedan impunes, esto se debe de acuerdo con la derecha al abandono de

los principios morales (versión de la de­recha}. O, presento otra versión: se de­be a las lecciones del capitalismo salva­je. En efecto, a esta devastación la im­pulsa la parálisis de un sistema ético, pero las explicaciones generales dejan de lado asuntos básicos. Ni los princi­pios santificados por la derecha han re­gido nunca en la práctica ni es posible olvidar que un grupo de creyentes com­pulsivos, junto al de los empresarios, es el del narco. Pagan con largueza misas, bautizos, primeras comuniones, casa­mientos, entierros y confirmaciones, pa­trocinan la construcción de seminarios, visitan al nuncio papal (luego de asesi­nar a un obispo) y le refieren sus proble­mas de conciencia, organizan lo que la prensa llama narcotours a Tierra Santa, se confiesan para renovar sus deudas de conciencia. Por lo menos no desertan de su fe.

¿Tendría sentido alegar que en mate­ria de ilegalidad y violencia la forma o incluso la indiferencia moral, no son el fondo? Hasta ahora, a la explosión de­mográfica del delito la defienden la im­punidad y su cortejo de supersticiones, la metamorfosis implacable de la poli­da y los vaivenes de la desesperación económica.

11. La violencia urbana

"Iba para mi casa cuando un señor muy <�tento me avisó que me estaba asaltando en ese instante"

En diversas ciudades del continente, las estadounidenses desde luego, cun­den visiones de la distopia, la utopía ne­gativa, donde la violencia urbana cerca y frena las libertades a la disposición. 11Si no te proteges, desapareces y si de-

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dicas tiempo a protegerte pasas de vivir a sobrevivir". Megalópolis es ya sinóni­mo de las formas de la degradación im­puestas por los hacinamientos urbanos, sobre todo en un orden económico don­de amengua el trabajo formal, sustituido por la automatización, y donde la vio­lencia aumenta al ritmo de la desapari­ción de los controles internos de las per­sonas. Como sea, en el lenguaje cotidia­no la justicia parece ser la mezcla de aplazamientos, impunidades y distribu­ción siempre inequitativa de la ley.

No se puede exagerar o minimizar el papel de la violencia urbana, ni su obligada presencia en las peliculas, las series televisivas y la insistencia noticio­sa. La violencia ha recompuesto, y con vandalismo, el mapa de la ciudad tran­sitable, y ha puesto de relieve la desin­tegración del tejido social. Allí está en las noticias y en la ficción, y su furia empobrece las soluciones al punto de que la Cero Tolerancia y la mano dura no intimidan en demasía.

Ante la violencia, la televisión es un confesor fallido y un maestro hipócrita. La violencia se Jnterioriza en los habi­tantes de la urbe, no tanto porque cada uno intente desquitarse de la realidad, sino por la energía consumida en la es­pera de .lo irreparable que la ciudad im­pone. Esto no es únicamente psicológi­co, desde luego. En la medida de las po­sibilidades y de las posesiones, cada persona aguarda la violencia con el di­luvio de cerraduras en las puertas, los dispositivos de seguridad en los auto­móviles, las armas en la casa, las ganas de disponer de los servicios de una compañía de seguridad privada (tres mil 600 en México), los gadgets innumera­bles de protección personal a manera

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de indulgencias medievales, el simple miedo físico a los grupos o los indivi­duos con los que uno se tropieza en ho­ras inconvenientes (se rf.'CÍuce el tiempo de las horas convenientes}. Y si los mo­delos apocalípticos anteriores han sido Nueva York y Los Ángeles, ahora cada ciudad dispone de un espacio privile­giado de terror: la ciudad misma, la in­terminable vivencia de la angustia.

En el París del siglo XIX, Walter Ben­jamín distingue al flanneur, al que toma la calle como su morada, con esas cua­tro paredes de la curiosidad y la vitali­dad. En la megalópolis de fines del siglo XX, un sustituto del flanneur es la Vícti­ma en Potencia, que hace de la descon­fianza su instrumento del conocimiento y del recelo su bitácora, y a la que los medios confirman en su encierro y sus recelos. "El náufrago tembloroso antici­pa el trabajo de la brújula", escriben Horkheimer y Adorno en Dialéctica de la ilustracíón. los contextos violentos obligan a teatralizar y generalizar las ex­periencias desagradables o trágicas, ais­lan doblemente en las casas, devienen el estado de sitio de los ricos rodeados de guaruras (esos ángeles de la guarda de las previsiones sombrías) y de los po­bres cercados por sus experiencias ine­vitables ("Si me roban otra vez la quin­cena no vuelvo a dar limosnas. Así que ya sabes, Diosito"), modifican la intui­ción hasta volverla depósito de miedos ancestrales, se aterran ante la propia sombra porque no se sabe si el incons­ciente va armado y, por último, enarbo­lan una tesis persuasiva: la ciudad, el antiguo campo de las sensaciones de li­bertad, es progresivamente de los Otros y es cada vez más el reino del Otro y de lo Otro. aquello que dejó de pertenecer

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nos cuando aceptamos por lo pronto asilamos en el miedo, ya al tanto de que en las urbes el por lo pronto eterniza sus plazos.

En cualquier lugar del mundo sólo tiene conclusiones optimistas en mate­ria de violencia urbana el que, tranqui­lizado por las declaraciones ante cáma­ras de los funcionarios, deja abierta la puerta de su casa.

111. El terrorismo y los medios

El terrorismo, una de las manifesta­ciones más trágicas de la irracionalidad, expresa el odio radicado en las causas secuestradas por el fanatismo o por la ebriedad de poder. Un terrorista es un convencido: su libertad exige el derra­mamiento de sangre.

Una bomba en un café, en un super­mercado, en un edificio de gobierno, en un complejo habitacional. Mía es la venganza, dijo el Señor. El terrorista, con o sin estas palabras pero con esta actitud, se siente un oficiante ultraterre­no. Ofrenda su vida, que retornará co­mo relámpago al triunfo de los suyos, acepta la fusión de sus miembros des­trozados con los de sus enemigos. No duda, porque el adoctrinamiento encau­za lo ya asumido: la pertenencia a fa es­tirpe vencida, la condición de cadáver social, y la certeza implacable: lo único que reanima la existencia es el terror de los enemigos. A la monstruosidad moral del terrorista la explican su dolor políti­co y su agravio rnetaffsico: me han des­pojado de sentido, humillan a mi pue­blo y a mis reivindicaciones sociales, es apenas justo que despoje a los que pue­da de la posibilidad de burlarse dé mi desgracia y la de los míos.

los terroristas de Estado se ciñen a una lógica opuesta y complementaria. Tampoco creen en las leyes, ni les co­rresponde hacerlo si desprecian las le­gislaciones lentas y mezquinas, tan ne­cesitadas de legajos. Quieren extirpar la cizaña y en su idioma visceral el floreci­miento del trigo ampara el asesinato se­lectivo, compartido no sólo por el ene­migo sino con frecuencia sus familiares, amigos, los vecinos. Unos y otros terro­ristas coinciden en un credo: no se ma­tan seres humanos sino enemigos de la causa, los derechos humanos son para los humanos, no para las ratas (tomo prestado una brillante consigna de Artu­ro Montiel, gobernador del Estado de México). Sin humanidad adjudicable, las víctimas de los terroristas o de los te­rroristas de Estado pagan la conversión psicológica del crimen en autoindul­gencia.

El modelo clásico de terrorista (clá­sico porque domina el imaginario occi­dental hasta la Segunda Guerra Mun­dial) o es el radical desolado que asesi­na a los personajes que reprimen y le cierran el paso a las ideas liberadoras, o es el grupo de conspiradores de Los de­monios o Los poseídos de Dostoeivsky. En Los demonios, el angustiado Stefan Trofimovich se permite la ilusión extre­ma: sus palabras serán profecías, y de allí el discurso agónico donde exalta su ideario, al margen de los daños y los males que arrastre:

La ley general de la existencia hu­mana se reduce a que el hombre pueda siempre venerar Jo inmensamente gran­de. Si privamos a los hombres de lo in­finitamente grande, se truncará su vida, y morirán sumidos en la desesperación.

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lo inmenso y lo infinito le son tan indis­pensables al hombre como el minúscu­lo planeta en que habita. Amigos míos, amigos todos: ¡Viva la Magna Idea! ¡la eterna e inmensa Idea! Todo hombre, sea cual fuere, necesita inclinarse ante lo que representa la Magna Idea. Hasta el más necio de los seres humanos pre­cisa de algo grande, Petrushka ..• ¡Oh, de qué buena gana volvería a verlos a todos! ¡Ellos ignoran, ignoran, que tam­bién en ellos se encierra la misma Idea Magna y Eterna!

Shatov, Kirilov, Stovroguin, persona­jes iluminados por su indistinción entre el bien y el mal, adoptan los métodos cruentos de los hacendados y policías zaristas, convencidos de que a los tibios Dios los arrojará de su boca. A los "pu­ros", a /os justos en el sentido que le otorga al término Albert Camus, todo se les perdona por su condición de porta­dores de la Idea Magna y Eterna, no in­tuida siquiera por los necios y los igno­rantes. los terroristas adaptan el sentido mesiánico de los caudillos, bestial casi por necesidad, y lo convierten en el go­ce de la destrucción que es el ejercicio del mando a su alcance. En Bajo las mi­radas de Occidente ( Under Western Eyes), de joseph Conrad, el terrorista, Haldin, interviene en el i:ltentado a un ministro y lanza una bomba:

Este segundo proyectil hirió al mi­nistro presidente en la espakla mientras estaba inclinado sobre su moribundo criado, y cayendo luego entre los pies de aquel, reventó con terrífica violen­cia, derribándolo muerto, rematando al herido y reduciendo a menudas astillas el trineo, todo ello en un abrir y cerrar de ojos. Con un clamoreo de horror la multitud se dispersó huyendo en todas

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direcciones, excepto los que cayeron muertos o moribundos muy cerca del ministro, y algunos otros que heridos de muerte se desplomaron a corta distan­cía.

Haldin se presenta en la casa del es­tudiante Razumov, el antihéroe de la novela, y le confía su credo:

Usted me supone un terrorista, un destructor de lo existente . . . Yo y los míos hemos hecho el sacrificio de nues­tras vidas; pero, así y todo, necesito es­capar, si es posible. No es mi vida la que me importa salvar, sino el poder se­guir trabajando por el triunfo de nues­tros ideales. No quiero vivir ocioso. ¡Oh!, no. Desengáñese usted, Razumov. los hombres de mi temple son raros ...

El terrorista literario suele ser articu­lado y febril, y desborda tesis que exhor­tan a los seres humanos a despertar del sueño de iniquidad. En 1914, en Saraje­vo, Gavrilo Princip asesina al archidu­que y precipita la Gran Guerra. Desde ese momento viene a menos el terroris­ta de las pesadillas tremolantes y apare­ce en la literatura y la realidad el deses­perado por antonomasia, el que ajusta a su causa (rápidamente deformada y vuelta oficio de guerra) el significado de su vida. Pero este terrorismo queda en las sombras o halla explicaciones o jus­tificaciones al surgir los terrorismos de Estado, los de Hitler y Stalin en primer lugar, que masifican el desprecio a la vi­da humana, y hacen de los campos de concentración los reinos del calcina­miento de la especie. Y los dictadores por así decirlo menores, refrendan den­tro de sus posibilidades las lecciones del exterminio. Recuérdese al generalísimo Trujillo en República Domínicana, los Somoza en N ir ,,·agua, el Khmer Rouge

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en Camboya, el genocidio en Indonesia, el exterminio de las minorías en Asia y África, ldi Amin que colecciona en el refrigerador las cabezas de sus enemi­gos, Pinochet. Esto para no hablar del terrorismo económico y los millones de asesinados por el hambre.

Del sótano del desprecio a la vida humana, emergen las criaturas de la te­ratología del poder a cualquier precio, en primer término del poder para extir­par vidas humanas. El cine ennoblece a unos cuantos confiriéndoles una psico­logía inteligible. Recuérdese Odd Man Out, la obra maeStra de Carol Reed, con James Mason en el rol del terrorista ir­landés acosado, o más recientemente juego de lágrimas (The Crying Game), de Neil Jordan.

Pero los hechos son siempre menos

literarios y más ominosos que sus re­creaciones artísticas, y El día del chacal o cualquiera de las numerosas novelas y películas sobre el terrorismo son, en su falsificación d� los hechos, su torpeza y desmesura, más exactas que los intentos de acentuar la complejidad de los ca­racteres. ¿A qué trasfondo prvfético res­ponde Carlos o lllich Ramírez, el mul­tíasesíno venezolano que aún se da el lujo de proclamarse revolucionario? Só­lo es producto del ansia homicida recu­bierta de frases dogmáticas. El terroris­mo, sea de Estado, de grupo o de parti­culares, no admite y ya ni siquiera pre­tende justificación alguna.

IV. Terrorismo de secta y terrorismo de Estado

En América Latina la demostración más abyecta de terrorismo a nombre de la justicia social ha sido Sendero Lumi-

noso en Perú. El Presidente Gonzalo o Abimael Guzmán, criminal que se de­claró "la cuarta espada del marxismo", ordenó el asesinato de campesinos, de líderes sociales, de médicos, de todo el que se interpusiera en su ruta de "pure­za". Para explicarlo se habla de la cruel­dad y el racismo de los terratenientes peruanos y la insania del ejército. Esto, muy cierto, no justifica en lo mínimo una sola acción de Sendero Luminoso, como nada le concede la razón a otro ejemplo demoledor, ETA en el Pafs Vas­co.

A lo largo del siglo XX lo más fre­cuente en América Latina es el terroris­mo de Estado: desapariciones, campa­ñas de amedrentamiento, asesinatos sin investigaciones mm1mas, golpizas, bombas, destrucción de maquinarias, ametrallamiento de edificios, presos po­líticos, mutilaciones de presos, cárceles clandestinas... En Perú, Colombia (na­ción sometida al horror múltiple del narcotráfico, la guerrilla, los paramilita­res y el ejército), Argentina, Uruguay, Cuba, República Dominicana, Haití, Centroamérica (Guatemala y El Salva­dor especialmente), Bolivia, México, el terrorismo de Estado ha querido en di­versas etapas representar al poder con torturas y asesinatos, ha pretendido in­hibir el mínimo desarrollo democrático. Terrorismo es todo rechazo salvaje de la aplicación de las leyes.

La irracionalidad monstruosa se atiende apenas en los medios. En cada país por las "razones de la seguridad na­cional" y por el "respeto al espectador", se omiten o se quieren omitir las infor­maciones esenciales, los cadáveres mu­tilados, los heridos graves, la consterna­ción del vecindario afectado. En los no-

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ticieros no se buscan explicaciones. No hay tiempo o el espectador ya está al tanto o un acto terrorista es una entidad autosuficiente, que tiene que ver con el mal casi en abstracto.

Como tema de suspenso, de intriga, de difusión de atmósferas de la tecnolo­gía de punta, el terrorismo es una veta inagotable. Si se quiere ser preciso, po­dría hablarse más que del género del te­rrorismo de la teoría de la conspiración. Cientos de filmes y de series de televi­sión se apegan al mismo esquema: en la conjura contra el mundo libre, el bien se extravía y está a punto de ser derrota­do pero en el minuto final vence en me­dio de una serie de revelaciones estrepi­tosas. Esta teoría de la conjura, sin em­bargo, antes del 11 de septiembre cul­paba indistintamente a los árabes, los radicales de ultraizquierda o de ultrade­recha, la CIA, el FBI, la Casa Blanca misma. Esto se modifica a raíz de las te­sis sobre ei"Eje del mal".

El centro del tratamiento del terroris­mo en la industria del espectáculo ha si­do la teoría de la conjura, sustentada en la visión idolátrica de la tecnología. Se necesitó el sacudimiento de lrak para desazolvar la comprensión del terroris­mo, ya no más el misterio que está al fi­nal de las intrigas y que se traslada de la industria a los espectadores. (En el géne­ro, el motivo último de los atentados pa­rece ser el goce de la conspiración.) Ahora ya resulta imposible o muy paté­tico sujetar las visiones del terrorismo a criterios mercadológicos, pero han sido décadas de posponer las explicaciones de un fenómeno límite. Y por eso los mensajes de los gobernantes estadouni­denses parecen siempre extraídos de una película sólo requerida ·de Tom

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Cruise. Véase la muy reciente declara­ción del presidente George Bush: 11Sólo es cuestión de tiempo para que las fuer­zas militares encabezadas por Washing­ton encuentren en lrak armas prohibidas de destrucción masiva. Las encontrare­mos. No les quepa la menor duda". Sí, en el siguiente capítulo de Los expe­dientes X.

V. Los linchamientos y los medios

El 31 de agosto de 1996, en Tatahui­capan, Municipio de Playa Vicente, Ve­racruz, en la zona limítrofe con Oaxaca, un "juicio popular" determina la inmo­lación de Rodolfo Soler Hernández, de 28 años de edad, acusado de la viola­Ción y el asesinato de la señora Ana Bo­rromeo, de 46 años, que lavaba ropa en el río. Soler Hernández huye a Paso del Águila, Oaxaca, donde se le captura, alertada la población por las campanas de la iglesia. (Según una versión, lo atra­pan mientras se baña.) Los captores de Soler se niegan a entregarlo a las autori­dades, afirmados en sus tradiciones: "A los asesinos se les debe quitar la vida. Son las leyes aceptadas por todos". El esposo de la señora Borromeo explicó la sentencia: "Respetamos lo que el pueblo decidiera. Nosotros como fami­lia no somos tampoco jueces. Si el pue­blo decide que se linche, que se linche; si el pueblo decide que se mande a pre­sidio, que se mande a presidio. Por eso estamos recabando todas las firmas. Nos dijeron que quieren un acta, que se elabore un acta donde vayan plasmadas las firmas del pueblo".

los linchamientos son una costum­bre de barbarie hoy multiplicada por la certidumbre df :d inexistencia del apa-

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rato de justicia. En México y en varios países latinoamericanos cada año se produce la cuota de seres destruidos mi­nuciosamente por multitudes revanchis­tas, y la de los individuos no muy nume­rosos que salvan su vida. lo peculiar en el caso de Tatahuicapan es la presencia de una cf¡mara, que, como expresa el video, ni perturba ni intimida a los pre­sentes. La mitad del pueblo se retira, los otros con una muchedumbre de niños adjunta se queda.

El único detenido por el crimen es Sergio Madrigal Gómez, el poseedor de la sola cámara de video en el pueblo. En su descargo, alega que lo contrata "al­guien de una comisión de derechos hu­manos"; en el video se escucha a Madri­gal incitar a la gente: "¿Qué tipo de jus­ticia quieren?". El video, de unos 40 mi­nutos de duración, pasa a manos de las autoridades. Lo más llamativo de las imágenes es el aire perceptible de fatiga o indiferencia, lo propio de cn día de calma rutinaria con niños y campesinos en pos del pintoresquismo o tal vez convencidos de que asisten en vivo a una serie de horror. La agonía dura cer­ca de diez minutos, con todo y fuego que se apaga y se activa (11iÉchenle más!"). Atado a un árbol, inconsciente, Soler Hernández es para quienes lo contemplan, ya no un ser humano si al­guna vez así lo percibieron. Es un des­pojo, un montón de carne incinerable. Al final el aullido de dolor del moribun­do es la única nota, asf sea agónica, de humanidad.

Es por lo menos desconcertante la actitud de los que, casi con indolencia observan la escena. ¿Qué importa la ho­guera? Son pueblo justiciero no crimi­nales y es obvio, su acción les parece

esencialmente virtuosa, al negarse al va­do de justicia en la zona. En Tatahuica­pan el linchamiento se describe como la transformación anímica de la comuni­dad súbitamente poderosa gracias al certificado de licitud del videotape.

Las autoridades distribuyen el video a las televisaras. Las de Veracruz lo transmiten menos de un minuto. Televi­sa y Televisión Azteca pasan cerca de minuto y medio, lo que suponen asimi­lable por el público. (No les falta razón, me llevó un tiempo enorme atreverme al video completo, y sé que la experien­cia es irrepetible.) Y no hay al respecto demasiadas hipótesis en lo tocante a la respuesta del pueblo a la grabación. Tal vez se trate de un reflejo condicionado en cualquier parte del mundo: la cáma­ra representa no a la Historia, un con­cepto privatizado por la política y he­cho a un lado por la mercadotecnia, ni a la constancia de la justicia popular por terrible que sea, sino a la televisión misma y su capacidad de regalar ese mi­nuto en que millones se fijan en la ima­gen de una persona, rescatándola del hacinamiento.

Otro suceso similar es la matanza de un grupo de campesinos cerca del po­blado de Aguas Blancas, Guerrero en 1992. los campesinos se dirigen a una manifestación y la policía municipal los detiene y procede a su ejecución minu­ciosa. Una cámara de vídeo capta la es­cena, que tiempo después transmite Ri­cardo Rocha en Televisa. Tampoco estos asesinos se molestan al verse registrados por la cámara. Para ellos, supongo, la cámara es parte de la naturaleza, una forma de inmunidad. Probablemente se les informó que el video no sería visto por nadie, pero la ausencia de recelo

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me certifica la confianza en las imáge­nes, algo supongo ligado a la costumbre de los espectadores que llevan tiempo elevando el umbral de lo soportable, y habituados a escenas antes simplemen­te intolerables. Hoy ésta parece ser la moraleja el espectador ya sabe más, co­noce de efectos especiales y he visto có­mo se fabrican las secuencias espeluz­nantes y voluntaria o involuntariamen­te, traslada a la realidad esa confianza en la calidad de los trucos ópticos. ¡Ah, la muerte como un "efecto especial"! Por lo demás, y consúltense los registros de atrocidades del siglo XX, los verdu­gos no le han hurtado a las cámaras de fotografía o de cine la exhibición de su poder sobre la vida y el dolor ajenos. Alli están, por ejemplo, la foto del muti­lado vivo en China, la del vietnamita en el momento de recibir un tiro en el ce­rebro y, sobre todo, las imágenes de las maquinarias del campo de concentra­ción nazi levantando como basura las pilas de cadáveres.

Del lado opuesto están los testimo­nios electrónicos contra los grandes agravios, el primero de ellos por sus re­sonancias inmediatas de la golpiza bru­tal grabada por George Holiday de Rod­ney King en los Ángeles. Otros videos importantes, de acuerdo con la lista de Jesse Drew ("' Activismo en los medios y democracia radical") son los surgidos en Bosnia, China, Rumania, la selva amazónica, los territorios de los nativo americanos, Palestina, Haitf y libet. En lrak, las guerrillas del Kurdistán, en su desafío a Sadam Husein, constituyeron su propio sistema de televisión con tec­nología elemental.

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VI. La guerra y la destrucción de las re­glas

En su nuevo libro, Recording the pain of others, Susan Sontag pregunta: "¿Cuál es la evidencia de que ha dismi­nuido el impacto de las fotografías, y de que nuestra cultura neutraliza la fuerza moral de las imágenes de atrocidades?". En mi respuesta de lector, evoco lo visto y escuchado profusamente desde el ini­cio de la invasión de lrak. Ha sido ge­nuina la reacción ante las imágenes de las víctimas civiles, en especial las de los niños muertos o mutilados. las to­mas televisivas (más numerosas de lo que supone el control estadounidense) y el número amplísimo de fotos compro­meten a la ciudadanía global. El padre aferrado a su hija sin pies estremece y cancela al instante cualquier técnica de distanciamiento.

Un diario nacional publicó una de estas fotos en primera plana. Un sector se sintió agraviado y lamentó los ultrajes a su "buen gusto". El periódico recibió muchas cartas de protesta: "¿Cómo se atrevían a perturbar la paz hogareña, tan armada sobre la reticencia y fa su­presión de lo molesto?".

Al examinar Three Guineas, el ensa­yo de Virgina Woolf sobre los testimo­nios gráficos de la guerra civil española, Sontag se acerca a la creencia de Woolf: la respuesta conmovida a esas fotos uni­rá inevitablemente a los hombres de buena voluntad.

No afligirse por estas imágenes, no retroceder alarmado ante ellas, no esfor­zarse por abolir lo que provoca, esta destrucción éstas para Woolf, serían las

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reacciones de un monstruo moral. Y,. lo que también está diciendo, no somos monstruos, somos miembros de la clase educada. Fracasó nuestra imaginación, nuestra empatfa: fracasamos al no soste­ner esta realidad en nuestra mente.

¿Quiénes integran el "nosotros" de Virginia Woolf?, se pregunta Sontag. En el caso de las imágenes de lrak los afli­gidos y alarmados por lo que son y por lo que simbolizan (en ese orden), cono­cemos muy bien nuestros límites: las protestas y las movilizaciones no pertur­ban el sueño de Rumsfeld, Condoleeza Rice, Bush, Colín Powell, Richard Perle; no modifican un solo discurso de Blalr o de Aznar; no alteran el Nuevo Orden Mundial. Pero existen y no dan señas de desvanecerse, y al verterse en comenta­rios, reflexiones, actitudes y moviliza­ciones convierten en la prioridad inter­nacional a la defensa de los derechos humanos, causa que ya incluye los de­rechos económicos y la igualdad ante la ley. Ante esto ¿a quién persuaden los teóricos que pretenden encapsular los acontecimientos en el reality show don­de el fin de la historia no dispone del ra­ting suficiente corno para ser incluido en el horario Triple A?

Ser la vanguardia de la hiperrealidad a través de interpretaciones delirantes al servicio de la religión del espectáculo tiene un costo: el ridlculo. Los bombar­deos de Bagdad no obtuvieron el hechi­zo mediático profetizado por videntes como Jean Baudrillard. La invasión de lrak no fue el show de los medios coro­nado por las muchedumbres jubilosas que aplaudían la liberación (incluso se necesitó montar el derrumbe de la esta-

tua de Sadam Hussein), y el diluvio de luces sobre Bagdad no condujo a la re­petición de la guerra mediática de 1991. El determinismo ante la televisión se quebranta ante la emergencia de la ciudadanía global, en gran medida to­davía un proyecto, sujeta a los vaivenes de las frustraciones y resignaciones, pe­ro ya provista del gran espacio de con­tienda de Internet, y de la posibilidad crecientemente aprovechada de ir cons­truyendo en cadena los blogs, las movi­lizaciones en pos de firmas que son las manifestaciones por acumulación las versiones distintas de lo que ocurre, de interpretación sustentada en los alcan­ces de la resistencia ética y moral.

El centro de las manipulaciones del autoritarismo y el totalitarismo es llevar a las personas a no distinguir entre la realidad y la ficción. Lo que se dice, se promete y se vive resultan lo mismo porque la falta de alternativas borra los matices y los distingos, y genera un campo unificado en donde la impoten­cia es la gran sensación igualadora. To­do da lo mismo o parece dar lo mismo, mientras no afecte lo personal y lo fami­liar. Pero el fatalismo existe hasta que las alternativas no se producen, y en buena medida el crecimiento desmesu­rado del público, la ciudadanía global y su defensa de los derechos humanos y la ecología, y las posibilidades de Inter­net atenúan drásticamente los poderes del determinismo. El zapping fue el pri­mer signo de la independencia literal­mente a mano, y hoy ante los medios electrónicos, la diversidad es la primera profana de resistencia activa.