Monografico

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Este texto escrito por Curro Esbrí es un conjunto de fragmentos que forman un diario íntimo y un relato de ciencia ficción al mismo tiempo. Monográfico es un fanzine literario de grapa (pero con sobrecubierta) que supone la sexta publicación de Ofegabous. «Este es un texto casi autobiográfico, un conjunto de fragmentos escritos en un periodo en el que me encontraba muy solo. Hay cosas de las que estoy orgulloso y cosas que me da vergüenza incluso haber pensado. Es un refrito muy sincero. Es una historia de ciencia ficción.» Lo puedes comprar aquí: http://tiendaofegabous.bigcartel.com/product/monografico

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«Cuando desperté, no recordaba nada de lo que me había leído».

Lucía, escritora.

«No me puedo creer que haya terminado algo».

Mayte, editora.

«¿Por qué no escribirá que se pueda entender?».

Teresa, mamá.

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Tetas y tripas

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Reconocimiento – No comercial – Compartir igual 3.0 España

Reconocimiento (Attribution): En cualquier explota-ción de la obra autorizada por la licencia hará falta reconocer la autoría.No Comercial (Non commercial): La explotación de la obra queda limitada a usos no comerciales.Compartir Igual (Share alike): La explotación autori-zada incluye la creación de obras derivadas siempre que mantengan la misma licencia al ser divulgadas.

Autor del texto, maquetación, diseño de portada y trasera: Curro Esbrí.www.viajeimbloqueable.blogspot.com

Ofegabous Editorial, 2015, [email protected]

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Tetas y tripas

Curro Esbrí

Ofegabous

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Ugen despertó definitivamente poco antes de la hora prevista. Tenía la boca seca, así que fue a la cocina y se conectó al grifo, del que estuvo chupando hasta quedar harto. Esta vez el sueño había variado ligeramente. Un ser que era una lengua porosa estuvo lamiéndole las paredes de la boca una y otra vez. Sus labios goteaban sobre el pecho como plástico derretido.

Todas las noches mato a Frank Malcov. Con-vierto su coche en una gran bola de fuego. Si no, no puedo dormir. No es por nada. Es que siempre, siempre acaba yendo el primero, o me lo parece a mí porque me fijo más cuando es él el que va primero.

Pero no quiero engañar a nadie. Frank Malcov es el personaje de un videojuego que conduce un coche ridículo y azul. La verdad es que lo elegí porque una vez, en una carrera, él iba primero y no pude alcanzarlo. Se me acabó el

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tiempo. Game over. Ahora siento la necesidad de matarlo todas las noches antes de dormir. A veces tardo más y a veces lo hago a la pri-mera. A veces no lo consigo. Pero nunca es él el que me derrota, sino el sueño. Ahora tengo mucho de eso. Voy a matar a Frank Malcov.

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Normalmente lo que hago es entrar en la ca-rrera que tengo grabada, en la que dejé a Frank Malcov dentro de un amasijo de chatarra cha-muscada. Reintento esa misma carrera, que ya es otra, y vuelvo a perseguir al pobre Frankie. Todas las noches.

Al principio quería que esto se llamara Tetas y tripas, pero ayer decidí que no. Volviendo a casa en el metro he pensado que mejor es lla-marlo Cosas que se me ocurrieron después de dejarlo contigo, y empezar ya a escribir como cuando no tenía pareja, es decir, a realizar esta tarea mezquina de buscarme a mí mismo, porque mi forma de ser es mi forma de amar.

De repente, necesito tenerla pequeña. Me la busco y, efectivamente, la tengo pequeña. Ahora ya puedo volver a quedarme dormido.

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Pero no, escribir sobre mí mismo ya me aburre. Escribiré sobre Ugen.

Llegaste y recolocaste los patitos de goma. Son cinco, así que impares. Yo soy el quinto patito azul que mira hacia otro lado.

Ahora mismo no puedo evitar sentir que las mujeres no aman. Sentir que puedes llegar a creer que lo hacen, pero nada más. Sentir que son tremendamente prácticas, que su natura-leza es práctica: ellas y sus hijos deben sobre-vivir. En cambio, no puedo evitar sentir que el hombre sí es capaz de otorgarle sentidos nada prácticos a las cosas. Sentir que sí es capaz de hacer el idiota, es capaz de amar.

Y sé, aunque no lo sienta, que estoy empe-zando a confundir sentir con saber.

Ugen comprobó el programa de cabecera y se cercioró de que no había ningún error. Lo de

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sus sueños era cosa exclusivamente suya y, por eso mismo, escapaba a su control.

Cosas que se me ocurrieron… porque el título lo voy a poner cuando lo acabe, no antes.

Pero yo tampoco la amaba, sino que me apo- yaba en ella para generar amor. Esto explica muchas cosas. El amor no nos pertenece.

Cierro la ventana porque ya es hora de dormir.

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He escrito que las mujeres no aman porque era lo que me parecía que dictaba mi expe-riencia, tan pequeña. Lo único cierto es que ninguna mujer ha mantenido su amor hacia mí tanto tiempo como yo lo he hecho hacia ella. Si olvido esto puedo acabar olvidando también que ahora confundo saber con sentir. Si doy ese paso estará todo perdido.

Saber que no soy capaz de sentir la verdad. Intuir que todo es culpa de mi resentimiento.

¿Las cinco de la mañana de un martes es buen momento para echar un polvo? Mis vecinos son discretos, pero mi sueño es ligero estos días. Además, tengo el alma extremadamente sus-ceptible con respecto de ciertos estímulos.

Ya he dejado de matar a Frank Malcov. Ha sido sencillo: la consola descansa en un cajón de la cómoda. Para suprimir ciertas tentaciones

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basta con no tenerlas a la vista. Por eso las mujeres siguen siendo un problema para mí.

¿Debería, aun así, buscar algún modo de acabar con esos sueños? En principio, si solo influían en su mente dormida, no había de qué preocuparse.

Soy una princesita encerrada en lo alto de una torre y asomada a la ventana. Observo a los enamorados y a los árboles del parque, que se besan y se mecen.

Era simplemente esa sensación molesta al des-pertar y que tras el baño remitía para desapa-recer luego, al introducirse en la Serpiente. Pero ¿podían tener sus sueños alguna relación con la sed?

Mi hermana dice que soy muy especial para ser un tío. La verdad es que yo no soy un hom-bre, o es solo que me resisto a serlo.

—¡Los estoy viendo! —dice a su acompañante una chica (que quizá sea mi tipo) mientras, presumo, señala mis pies desnudos asomados a la ventana.

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También esta noche me está costando dormir, y no quisiera tener que invocar a Malcov.

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La gracia está en ser amado aquí y ahora. El resto no basta.

Se lo he dicho: soy una princesita en lo alto de una torre, encerrada, observando por la ventana.

Frankie ha vuelto para morir mucho mejor. Ahora en cada carrera empiezo por él y acabo con todos ya. Solo queda mi coche ronro- neando y con una nube negra saliéndole del motor, como si todo fuera mal, pero no es así, porque todos están calcinados menos yo.

La literatura, como las uniones amorosas, es imposible, es decir, es un milagro.

El médico me ha dicho que tenga cuidado con la orina. No por mí, porque lo mío ya no tiene remedio. Dice que no vaya a ser que le haga daño a alguien. No he entendido eso. Yo

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estaba pensando más bien en que voy a dejar la carrera de una vez por todas, y el sexo.

Y que la vida es un asco no es ninguna conclu-sión, leches. Es un punto de partida. Mejor: es el punto de partida.

Pero tu soledad es directamente proporcional a tu sensibilidad.

Ella casi lee esto, porque hace ya mucho tiempo que no me asomo a la ventana. Se lo quité de las manos de un zarpazo.

—Ah, que también escribes —dijo ella mientras yo pensaba que una princesita nunca usaría las zarpas—. Tienes letra de tío.

—Yo no soy un tío —le contesté—. Soy Curro.

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Recuerdo que, mientras se cargaba la carrera, un texto explicaba a Malkov. «Es un buen piloto que en su momento obtuvo numerosos éxitos, pero que ahora se halla en horas bajas. Nadie entiende el porqué del declive de su carrera. Pese a su estado actual, en algunos momentos es capaz, si se siente inspirado, de demostrar la habilidad extraordinaria de la que sin duda es poseedor». Es por esto por lo que a veces me apetece —necesito— matarlo.

Y también creo que el amor con coito de por medio es sospechoso.

Por otro lado, quiero que el sexo sea un accidente, y no la esencia. No se ha de dar un equilibrio. No quiero que el amor sea un derivado. No se ha de buscar el milagro. Ya no quiero amar a las mujeres que me atraigan sexualmente. No es lo deseable. Me intere-san más las personas que el sexo. Quiero ser coherente.

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La Serpiente es una abstracción de Eridu. En la primera solo existen los puntos clave de la segunda, y nos transporta de uno a otro por dentro de un tubo cilíndrico y retorcido.

Nosotros no recorremos Eridu, la Ciudad, sino un tubo que la representa. Ni siquiera man-tenemos la conciencia dentro de La Serpiente porque a nuestro sistema nervioso le sen-taría mal un viaje semejante si estuviésemos despiertos.

Eridu es un espacio recorrido a diario por seres que sueñan.

Vi su cuarto, más bien ordenado y limpio de lo que había estado en años y sí, me eché a llorar, no pude evitarlo. Usted tiene que compren-derme. Son demasiadas cosas, y no todas desa-gradables. Usted tiene que comprenderme.

Sí, sí… pero en este caso la intensidad viene del desequilibrio.

¿Recuerdas lo que te dije sobre si algún día lo dejábamos tú y yo? Pues resulta que va a ser verdad, que acerté. Nunca he visto tan cerca la posibilidad de que se me vaya la pinza del todo.

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De ella solo me queda una manchita de rímel en la sábana bajera que se resiste a desapa-recer, pero que a mí sigue costándome un rato encontrar, y unas como ganitas de llorar cuando vuelvo a casa y es de noche y los árbo-les de la avenida hacen ruidito porque sopla un poco de viento…

Creo que si caigo en ese pozo ya no podré salir. Si recorro esa carretera una sola vez, tendré ya que recorrerla cada día.

El bueno de la película es siempre el que hace posible el placer, y el malo, el que lo niega. Esto es un sistema.

Hay una norma no escrita sobre los espejos y las calabazas. Es esta: nunca te mires al espejo si tu habitación está en penumbra y una chica te ha rechazado recientemente.

A veces llego a creer que el inexplicable declive de la carrera de Frank Malcov se debe tan solo a mi peculiar obsesión. Mi manía de dormir con el pie sobre su motor reventado y todavía caliente.

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Tengo la ventana abierta y oigo una persiana bajándose que es una vieja loca maldicién-dome. Y yo me asusto porque no sé que he oído una persiana bajándose.

Se me acaba de ocurrir, pero creo que podría valer. Caerse y morir. Tropezar con cualquier cosa, caerse y morir.

Un convencido es un loco.

Mira que sentirme tan solo y tener que pasar matando cucarachas todo el fin de semana…

Y otra vez la sed cuando sale de La Serpiente, otra vez las ganas de repente y de camino al trabajo. ¿Cómo quitarse esta sensación de encima?

Ugen conecta sus sosias y la caja. Se mete en ella. Por el momento no puede hacer más que tratar de ignorar su sed por unas horas.

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Si es que de verdad que no me importa: mi cuerpo es un regalo; pero, por favor, no me hagáis más daño ya.

Acariciaba la mano de un maniquí que estaba suelta sobre la mesa.

—¿Cuándo dejamos de sentir que valíamos la pena? —le pregunté a Jesús.

—No sé tú. Yo en el colegio.

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Una mujer nunca tiene suficiente con todo eso que pide. ¿Por qué los hombres son tan torpes?

¿Acaso a un hombre se le ama por sus virtudes? No es tan difícil hacer las cosas bien, sobre todo si son sencillas.

El trabajo de Ugen consistía en realizar informes sobre los fallos que la misma Áliter detectaba en su propio sistema.

En la mayoría de los casos no hacía más que iniciar una sesión y acudir al lugar que indi-caban las coordenadas marcadas para después describir con el mayor número de detalles todo aquello que quedaba fuera de la normalidad.

—Hombre, a mí alguna vez algún tío me ha gustao, pero después de un tiempo me he fijao bien y siempre he acabao pensando ¿y este tío me gustaba a mí, si es un petardo fallao?

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—Te decía si te habías enamorado, mamá.

—Pues eso que te acabo de decir.

Esta mezquindad que nos lleva a odiar a las personas que queremos solo porque se resisten a ser lo que deseábamos que fueran.

La solución es encontrar una obsesión sufi- cientemente absorbente y que no implique a nadie más.

Y esa fue la última vez en que me resultó grato necesitar a otro.

Todavía no ha dejado de llover, pero abro la ventana para poder pensar con claridad.

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Ah, pero un viaje… Uno no espacial. Largarse por dentro.

Ya no quiero seguir viviendo. Prefiero viajar.

Si no queréis que acabe cogiendo cariño a cualquier sillón del salón, no me abráis la puerta y punto.

He vuelto a acechar a Frank Malcov. Mi madre tiene razón. Esto tiene un nombre, y es FRA-CASO. No veo la salida. Tenía que ser un viaje imbloqueable y no paro de tropezar. Se acabó. Que la solución venga de fuera. Yo, mientras tanto, voy a entretenerme persiguiendo a mi amigo el del coche azul.

¿Qué tiene de malo ser una niña que ama a las mujeres?

La soledad se me antoja hoy un premio de consolación.

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Ya está. Se acabó. Pero esta vez no ha sido el mundo quien me ha derrotado, porque el mundo ni se equivoca ni acierta. Contra quien no he podido vencer es contra mí mismo. Es el momento de dejar a un lado las convicciones, empezar a conocerme mejor y a atenerme a lo que soy.

No sé muy bien dónde puedan estar las Plé- yades esas, pero la luna esta allá arribotas, es medianoche casi, la hora se acerca, y yo voy a acostarme sola.

Quién gane o quién pierda, no importa.

¿Quiero guardar todavía mi doncellez? Sobre un blando colchón tiendo yo mis miembros… Preferiría dormir sobre el pecho de una blanda amiga…

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Que alguien te mire fijamente en el metro no quiere decir que desee ser lamido por ti en toda regla y en cualquier periodo.

Si alguien que no te conoce te mira fijamente no ha intuido que tu personalidad es compa-tible con la suya. Solo la pones cachonda.

No, pero hacer caso de lo que pone en la por-tada de la libreta cutre esta en la que escribo y titularlo Monográfico.

¿Y Ugen? Ugen ve ahora una mano inmóvil que pertenece a un cuerpo oculto por una nube blanca. Estas nubes son en realidad espacios vetados en Áliter, es decir, lugares que la caja negra no representa porque por lo general son de ámbito privado.

Pero en este caso Ugen comprueba que la extensión de esta nube es anómala, y que cubre un espacio que en realidad no debería

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estar oculto. Alguien la ha manipulado para encubrir algo, algo relacionado con esa mano inerte que ahora desaparece como si alguien, al otro lado del blanco, arrastrara el cuerpo al que pertenece.

—Si decidiese suicidarme por razones ideológi-cas, ¿me apoyarías?

—No, claro.

—Entonces es que no me quieres de verdad.

Antes de enjuagarme la boca me paso el cepillo por la lengua. Vienen las arcadas. Después salivo sobre el lavabo durante un minuto y recuerdo la última vez en que me pasó esto. Intuyendo ya lo que va a ocurrir, me miro en el espejo y, por fin, después de tanto tiempo, consigo reconocerme en eso que veo.

Y sí, bueno, ya salí. Pero, ¿qué hemos ganado con esto? Ahora simplemente ocupo otro nivel que no está ni más arriba ni más abajo. Otro lugar del que también quise escapar en su momento. Ahora ya sé: salir de un agujero es siempre entrar en otro.

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Si te enamoras es que estás allá en el quinto pino, donde no hay nadie.

Todo aquello de lo que nos enamoramos es siempre una posibilidad, nunca un hecho.

Cualquiera puede pensar que una escribe porque todavía guarda alguna esperanza. Si no fuera así, ¿por qué hacerlo? Es curioso que yo piense de mí misma lo contrario. Escribo porque he sido completamente derrotada. Si no fuera así, ¿por qué hacerlo?

Meo dentro de una botella de plástico y la dejo sobre el suelo justo en esa parte de la habi- tación que no se ve cuando abres la puerta. Luego salgo de casa y camino bajo la fina lluvia sin paraguas durante una hora y media, que es lo que tardo en llegar a la Quinta de los Molinos.

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¿Dónde están las princesitas ahora?

Ahora Ugen es una mujer porque en Eridu todo el mundo lo es. De hecho, la palabra «mujer» no existe. Ugen es, pues, una ciudadana.

El amor por la que eligía era constante porque no dependía de ella. Nadie que generara en mí ese sentimiento. Solo alguien en quien podía apoyarme para crearlo yo misma. El amor en ellas fue inconstante porque dependía de mí. Que les provocara yo ese sentimiento. Que yo fuera exactamente lo que necesitaban.

Contra todo pronóstico, las demás han resul-tado ser las de la necesidad, y no yo.

El amor hace necesarios a los individuos, pero en eso tampoco se diferencia del poder.

Hoy lo he vuelto a conseguir. Después de un par de días dedicándole horas y horas, no solo he acabado con Frank Malcov, sino también con los otros once coches de la carrera. Todos calcinados menos yo. Me han sobrado, incluso, veintitrés segundos. He apagado la consola porque no me siento capaz de soportar tanto tiempo sola.

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Un deseo fuerte que me empuja y que reconozco porque solo hay una cosa en el mundo que pueda estar tan vacía y tener al mismo tiempo tanta fuerza.

—Creía que me odiarías para toda la vida.

—Pero eso es porque piensas que las personas merecemos o no la pena.

Cada cosa ha caído ya de la estantería. Sus grietas me han dicho que, efectivamente, no había nada que no estuviese hueco. Contra todo pronóstico, yo sigo aquí, entera.

De las personas que merecen la pena una solo se enamora con esfuerzo.

Convertirte en aquello que quieres encontrar.

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Creo recordar que Ugen solicitaba para su informe la ID de la ciudadana cuya mano inerte había visto y sí, en efecto, figuraba como desaparecida.

Es forzoso que retome este texto tres años más tarde, justo unas horas después de pre-sentarle, tumbada sobre mi cama, a mi amigo Frank Malkov.

Es forzoso además que ahora añada un nuevo sentido al título —que definitivamente será Monográfico, porque aquí hay poco más que mis desahogos—, justo después de que la misma Lucía montase en el coche rojo.

Era una idea extraña, pero había pensado, por alguna razón, que su sed disminuiría gracias a la excitación que le estaban produciendo sus pesquisas. Y es que había conseguido por fin la ID de quien manipuló las nubes blancas, y el porqué. Dentro de Áliter su rostro nunca apa-

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recía, pero sí el de las víctimas, todas ellas ofi-cialmente desaparecidas, claro. No obstante, la sed no se apagaba, sino todo lo contrario.

Si me siento amada aquí y ahora, si es una mujer quien, junto a la ventana, me cepilla el largo pelo de princesita, ¿cómo estar de acuerdo con lo anteriormente dicho aquí? ¿Cómo seguir resentida? ¿Cómo no sentir vergüenza por haberlo estado?

Si los dos hemos perseguido juntos al ridículo y azul coche de Frankie, es forzoso también que hoy le dé un final a este texto.

Aunque le temblaban las rodillas, pudo darle el cambiazo, así que la asesina, sin saberlo, ingirió la gema de la víctima y Ugen la de la asesina. Que no se la culpe. Era la única forma de frenar esa locura que realmente estaba en su mano.

Solo después de acabar con ella, supo Ugen cómo había quitado todas aquellas vidas. La gema de la víctima convertía sus tetas en dos redondas y rebosantes piezas de carne. La que ingirió Ugen, por el contrario, permitía mamar de esas mismas tetas más allá de la leche.

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Luego le leí lo que llevaba de este texto hasta que se quedó dormida. Bueno, en realidad seguí leyendo en voz alta más allá de cuando su respiración se volvió lenta y profunda.

La asesina murió vaciada por su propia arma y Ugen fue retirada —ella nunca supo cómo modificar las nubes blancas de Áliter—, pero lo cierto es que, al menos, desapareció después de que su sed por fin fuera saciada.

Pero que nadie piense que esto está acabado: aquí faltan y faltarán las tripas. Menos mal que nunca llegué a esa parte.

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Madrid

2009-2015

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«Un texto odioso escrito por alguien odioso. Nada más que añadir».

Frank Malcov, piloto de carreras.

«Os juro que los vi. Esa parte, al menos, es real».

Margarita, vecina de Madrid.

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Este es un texto casi autobiográfico, un conjunto de fragmentos escritos en un periodo en el que me encontraba muy solo. Hay cosas de las que estoy orgulloso y cosas que me da vergüenza incluso haber pensado. Es un refrito muy sincero. Es una historia de ciencia ficción.