Monografia_la Identidad Del Sacerdote Del Tercer Milenio

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FACULTAD DE TEOLOGÍA “REDEMPTORIS MATER” VOCACIÓN E IDENTIDAD DEL SACERDOTE DEL TERCER MILENIO JESÚS MOISÉS CORNEJO OROPEZA 2009

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FACULTAD DE TEOLOGÍA “REDEMPTORIS MATER”

VOCACIÓN E IDENTIDAD DEL SACERDOTE DEL TERCER

MILENIO

JESÚS MOISÉS CORNEJO OROPEZA

2009

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VOCACIÓN E IDENTIDAD DEL SACERDOTE DEL TERCER

MILENIO

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INTRODUCCIÓN

Para afrontar los desafíos actuales, el sacerdote necesita una comprensión clara de su propia identidad, pero ¿qué es una identidad sacerdotal auténtica? Se puede comenzar recordando brevemente lo que no es: no es ser un trabajador social, un maestro, un investigador, un consejero o cualquier otro tipo de profesional.

Al contrario, esta identidad puede ser comprendida de manera adecuada sólo según sus dimensiones cristológicas y trinitarias. Aunque los papeles desempeñados por el sacerdote puedan cambiar según los desafíos de los nuevos tiempos, «existe un aspecto esencial del sacerdote que no cambia: el sacerdote de mañana, no menos que el sacerdote de hoy, debe semejar a Cristo. Cuando vivía en esta tierra, Jesús manifestó en su misma persona el papel definitivo del sacerdocio (...) el sacerdote del tercer milenio (...) seguirá siendo el llamado a vivir el sacerdocio único y permanente de Cristo»1.

Además, la dimensión «relacional» fundamental de la identidad sacerdotal «surge de las profundidades del misterio inefable de Dios, es decir, por el amor del Padre, la gracia de Jesucristo y el don de la unidad del Espíritu Santo, el sacerdote entra de manera sacramental en la comunión con el obispo y con los demás sacerdotes para servir al Pueblo de Dios que es la Iglesia y llevar a toda la humanidad a Cristo»2.

Por ello, la identidad sacerdotal es lo más característico y esencial que posee el sacerdote, ya en cuanto a lo que pudiéramos llamar dimensión metafísica y dimensión personal, pero en una consideración real y concreta como es la existencia de esta persona participando del sacerdocio de Cristo, consagrando totalmente su vida a su perfecto ejercicio, bajo la acción del Espíritu Santo para gloria del Padre y la salvación de las almas.

Todo esto, no únicamente supone sino que de hecho exige una perfecta configuración con Cristo Sumo y Eterno Sacerdote, de quien se prolonga su misión sacerdotal a través de los tiempos y en las circunstancias concretas de cada hombre, según su época y su historia. Y por eso, hablar de identidad sacerdotal, será consecuentemente hablar de identificación con Cristo en lo que tiene de más significativo: en cuanto sacerdote, su función de mediador entre Dios y los hombres. Esto requiere en la existencia del sacerdote una

1 JUAN PABLO II, Exhortación apostólica post-sinodal Pastores Dabo Vobis (=PDV) (25 marzo 1992), 5: AAS 84 (1992) 664.

2 PDV 12.

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comunicación preclara con Dios, a tal punto que lo identifique con Cristo Sumo y Eterno Sacerdote, capaz de entregarle a los hombres la plenitud de la riqueza de Dios, pero también exige una identificación del sacerdote con los hombres que encaminan sus pasos a la casa del Padre, para que no los defraude en su ascensión y alcance cabalmente la felicidad cumplida: la bienaventuranza eterna.

Cristo se presenta como el perfecto Sacerdote que realiza la cabal unión entre Dios y el hombre. Este hecho singular se efectúa en su propia existencia. Cristo es perfecto Dios y perfecto Hombre. En Cristo habita la plenitud de la Santidad (cf. Col 2,9) y por lo mismo puede comunicarla a todos los hombres. Cristo posee una naturaleza humana cabal que la ofrece a Dios como expresión perfecta de amorosa oblación (cf. Hb 9,14). En Cristo se realiza en forma admirable, perfecta, irrepetible esta indisoluble comunión: Dios y el hombre.

La meta suprema de todo sacerdote será, pues, intentar lograr una identificación, en cuanto sea posible, con Cristo Sumo y Eterno Sacerdote. Es decir, poseer en una plenitud de actuación tanto la naturaleza humana, que le corresponde por su condición de hombre, como la naturaleza divina, que Dios le ha entregado por participación, por adopción, mediante la efusión de su Espíritu (cf. Gál 4,6; Rm 5,5). Estos principios tan simples conducen a consecuencias trascendentales, pues nos presentan al sacerdote en su justa y verdadera dimensión, en su correcta identidad: Un hombre pleno de la Vida de Dios que es conocimiento del Misterio Divino (cf. Jn 17,3), que es participación de la Divina Caridad (cf . 1Jn 4,7-21). Un hombre preocupado de hacer eficaces los deseos de sus hermanos por disfrutar más abundantemente de la vida de Dios. Verdadero puente de unión entre Dios y los hombres.

Afianzado en un concepto adecuado de su identidad, el sacerdote está preparado a confrontarse con los desafíos de hoy, algunos de los cuales son positivos y otros negativos. En lo positivo, hay un gran deseo de paz y justicia, de protección de la dignidad humana, de cooperación y solidaridad internacional; a ello se agrega un desarrollo rápido y continuo de la ciencia y la tecnología, en particular de la tecnología de la información, que lleva a una interacción positiva entre las culturas. Además, a medida que se debilitan las ideologías, aparecen nuevas oportunidades de evangelizar o volver a evangelizar3.

Junto con estos elementos positivos de la cultura actual que desafían al sacerdote en el ejercicio de su identidad como alter Christus, se observan desafíos negativos muy poderosos. Se enumera los siguientes: el racionalismo, que embota la sensibilidad ante la revelación divina; un individualismo solitario, que conduce al hedonismo y al consumismo y, además, a una capacidad cada vez menor para relacionar lo humano con lo divino; el temor hacia los compromisos de por vida; una prosperidad material y un sentido de

3 Cf. PDV 6.

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autosuficiencia que hacen que muchos no sientan la necesidad de Dios; la ruptura cada vez más acentuada de los valores familiares tradicionales, a través de la contracepción, el aborto y el sexo extramatrimonial.

¿De qué manera podrá obrar el sacerdote ante los desafíos que se acaba de enumerar? Es imposible prever cómo, en la fidelidad a su identidad, cada sacerdote ha de responder a su situación concreta e individual; pero se puede afirmar, en cambio, que toda solución requiere la cooperación plena de la comunidad como sostén en la fe.

Finalmente, los Padres sinodales que elaboraron la exhortación apostólica Pastores Dabo Vobis han resumido, en pocas pero muy ricas palabras, la verdad, más aún el misterio y el don del sacerdocio ministerial, diciendo:

“Nuestra identidad tiene su fuente última en la caridad del Padre. Con el sacerdocio ministerial, por la acción del Espíritu Santo, estamos unidos sacramentalmente al Hijo, enviado por el Padre como Sumo Sacerdote y buen Pastor. La vida y el ministerio del sacerdote son continuación de la vida y de la acción del mismo Cristo. Esta es nuestra identidad, nuestra verdadera dignidad, la fuente de nuestra alegría, la certeza de nuestra vida”4.

4 Mensaje de los Padres sinodales al Pueblo de Dios (28 octubre 1990), III, en: L´Osservatorio Romano, 29-30 octubre de 1990.

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CAPÍTULO I

LA IGLESIA, PUEBLO SACERDOTAL

1. EL PUEBLO DE LOS FIELES DE CRISTO

1.1 La Iglesia

“Vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido”5.

La Iglesia, el pueblo de Dios, es la asamblea de los fieles que creen en Jesucristo6:

“Son fieles cristianos quienes, incorporados a Cristo por el bautismo, se integran en el Pueblo de Dios y, hechos partícipes a su modo por esta razón de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, cada uno según su propia condición, son llamados a desempeñar la misión que Dios encomendó cumplir a la Iglesia en el mundo”7.

“Todo el Pueblo de Dios participa de estas tres funciones de Cristo y tiene las responsabilidades de misión y de servicio que se derivan de ellas”8.

Por ello, los fieles cooperan en su edificación plena:

“Por su regeneración en Cristo, se da entre todos los fieles una verdadera igualdad en cuanto a la dignidad y acción, en virtud de la cual todos, según su propia condición y oficio, cooperan a la edificación del Cuerpo de Cristo”9.

Según la vocación ha la que han sido llamados:

“Las mismas diferencias que el Señor quiso poner entre los miembros de su Cuerpo sirven a su unidad y a su misión. Porque "hay en la Iglesia diversidad de

5 1 P 2,9.6 La Iglesia designa la asamblea de aquellos a quienes convoca la palabra de Dios para

formar el Pueblo de Dios y que, alimentados con el Cuerpo de Cristo, se convierten ellos mismos en Cuerpo de Cristo, cf. CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA (=CEC), Librería Editrice Vaticana, Bilbao 1992, 777.

7 CÓDIGO DE DERECHO CANÓNICO (=CIC) 204,1; CEC 871; cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen Gentium, (=LG) 31.

8 CEC 783; cf. JUAN PABLO II, Encíclica Redemptor Hominis (=RH) 18–21.9 CIC 208; CEC 872; cf. LG 32.

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ministerios, pero unidad de misión. A los Apóstoles y sus sucesores les confirió Cristo la función de enseñar, santificar y gobernar en su propio nombre y autoridad. Pero también los laicos, partícipes de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, cumplen en la Iglesia y en el mundo la parte que les corresponde en la misión de todo el Pueblo de Dios"10. En fin, en esos dos grupos, hay fieles que por la profesión de los consejos evangélicos... se consagran a Dios y contribuyen a la misión salvífica de la Iglesia según la manera peculiar que les es propia”11.

Y en ello radica su identidad:

“La identidad de este Pueblo, es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo”12.

1.2 Pueblo sacerdotal13

“Cristo el Señor, Pontífice tomado de entre los hombres, ha hecho del nuevo pueblo ‘un reino de sacerdotes para Dios, su Padre’. Los bautizados, en efecto, por el nuevo nacimiento y por la unción del Espíritu Santo, quedan consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo”14.

El Concilio Vaticano II ha profundizado la concepción del pueblo sacerdotal, presentándolo en el conjunto de su Magisterio, expresión de las fuerzas interiores, de ese “dinamismo” por medio del cual se configura la misión de todo el pueblo de Dios en la Iglesia. Por ello, Juan Pablo II dijo:

“La misión del Pueblo de Dios se realiza mediante la participación en la función y en la misión del mismo Jesucristo, que como es sabido tiene una triple dimensión: es misión y función de Profeta, de Sacerdote y de Rey. Analizando con atención los textos conciliares, está claro que conviene hablar más bien de una triple dimensión del servicio y de la misión de Cristo que de tres funciones distintas. De hecho, están íntimamente relacionadas entre sí, se despliegan recíprocamente, se condicionan también recíprocamente y recíprocamente se iluminan. Por consiguiente es de esta triple unidad de donde fluye nuestra participación en la misión y en la función de Cristo. Como cristianos, miembros del Pueblo de Dios y, sucesivamente, como sacerdotes, partícipes del orden jerárquico, nuestro origen está en el conjunto de la misión y de la función de Nuestro Maestro que es Profeta, Sacerdote y Rey, para dar un testimonio particular en la Iglesia y ante el mundo”15.

10 CONCILIO VATICANO II, Decreto sobre el apostolado de los laicos, Apostolicam Actuositatem (=AA) 2.

11 CIC 207,2; CEC 873.12 CEC 782.13 “La Iglesia entera es un pueblo sacerdotal. Por el bautismo, todos los fieles participan

del sacerdocio de Cristo”, CEC 1591.14 LG 10; CEC 784. “Cristo, sumo sacerdote y único mediador, ha hecho de la Iglesia

‘un Reino de sacerdotes para su Dios y Padre’ (Ap 1,6; cf. Ap 5,9–10; 1 P 2,5.9)”, CEC 1546.

15 JUAN PABLO II, Carta del Santo Padre a los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo, 8 de abril de 1979, 3: AAS 71 (1979) 395.

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2. EL SACERDOCIO COMÚN Y EL SACERDOCIO MINISTERIAL

2.1 Los fieles participan del sacerdocio de Cristo

Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, ha deseado que su único e indivisible sacerdocio fuese participado a su Iglesia. Este es el pueblo de la nueva alianza, en el cual, por la “regeneración y la acción del Espíritu Santo, los bautizados son consagrados para formar un templo espiritual y un sacerdocio santo, para ofrecer, mediante todas las actividades del cristiano, sacrificios espirituales y hacer conocer los prodigios de Aquel que de las tinieblas le llamó a su admirable luz”16.

«Un sólo Señor, una sola fe, un solo bautismo17; común es la dignidad de los miembros que deriva de su regeneración en Cristo, común la gracia de la filiación; común la llamada a la perfección»18.

Vigente entre todos “una auténtica igualdad en cuanto a la dignidad y a la acción común a todos los fieles en orden a la edificación del Cuerpo de Cristo”; sin embargo, algunos son constituidos, por voluntad de Cristo, “doctores, dispensadores de los misterios y pastores para los demás”19.

Sea el sacerdocio común de los fieles, sea el sacerdocio ministerial o jerárquico, “aunque diferentes esencialmente y no sólo de grado, se ordenan, sin embargo, el uno al otro, pues ambos participan a su manera del único sacerdocio de Cristo”20. Entre ellos se tiene una eficaz unidad porque el Espíritu Santo unifica la Iglesia en la comunión y en el servicio y la provee de diversos dones jerárquicos y carismáticos21.

“En el momento del bautismo fuimos marcados por un "carácter", por un "sello", que estableció de modo definitivo nuestra pertenencia a Cristo, dándonos una personal consagración, principio del desarrollo de la vida divina en nosotros. Tal consagración funda el sacerdocio común de todos los cristianos, es decir, el sacerdocio universal de los fieles que tiende a manifestarse en los diversos gestos de la liturgia, de la oración y de la acción”22.

2.2 La diferencia esencial

La diferencia esencial entre el sacerdocio común y el sacerdocio ministerial no se encuentra, por tanto, en el sacerdocio de Cristo, el cual permanece

16 LG 10; cf. 1 Pe 2,4-10.17 Ef 4,5.18 LG 32.19 IBÍD.20 LG 10.21 Cf. LG 4.22 JUAN PABLO II, Angelus del 7 de enero de 1990, 2, citado en: DIEGO COLETTI, El

sacerdocio. Don de Dios, Conferencia Episcopal Peruana, Lima 1992, 59.

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siempre único e indivisible, ni tampoco en la santidad a la cual todos los fieles son llamados:

“En efecto, el sacerdocio ministerial no significa de por sí un mayor grado de santidad respecto al sacerdocio común de los fieles; pero, por medio de él, los presbíteros reciben de Cristo en el Espíritu un don particular, para que puedan ayudar al Pueblo de Dios a ejercitar con fidelidad y plenitud el sacerdocio común que les ha sido conferido”23.

En la edificación de la Iglesia, Cuerpo de Cristo, está vigente la diversidad de miembros y de funciones, pero uno solo es el Espíritu, que distribuye sus variados dones para el bien de la Iglesia según su riqueza y la necesidad de servicios24.

La diversidad está en relación con el modo de participación al sacerdocio de Cristo y es esencial en el sentido que “mientras el sacerdocio común de los fieles se realiza en el desarrollo de la gracia bautismal —vida de fe, de esperanza y de caridad, vida según el Espíritu— el sacerdocio ministerial está al servicio del sacerdocio común, en orden al desarrollo de la gracia bautismal de todos los cristianos”25. En consecuencia, el sacerdocio ministerial “difiere esencialmente del sacerdocio común de los fieles porque confiere un poder sagrado para el servicio de los fieles”26.

Con este fin se exhorta el sacerdote “a crecer en la conciencia de la profunda comunión que lo vincula al Pueblo de Dios” para “suscitar y desarrollar la corresponsabilidad en la común y única misión de salvación, con la diligente y cordial valoración de todos los carismas y tareas que el Espíritu otorga a los creyentes para la edificación de la Iglesia”27.

2.3 Las características de esta diferencia28

Las características que diferencian el sacerdocio ministerial de los Obispos y de los presbíteros de aquel común de los fieles, y delinean en consecuencia los confines de la colaboración de estos en el sagrado ministerio, se pueden sintetizar así:

23 JUAN PABLO II, Exhortación apostólica post-sinodal Pastores dabo vobis (=PDV) 17: AAS 84 (1992) 684.

24 Cf. LG 7; 1 Cor 12,1-11.25 CEC 1547.26 CEC 1592.27 PDV 74.28 CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Instrucción interdicasterial Ecclesiae de Mysterio

sobre algunas cuestiones acerca de la colaboración de los fieles laicos en el sagrado ministerio de los sacerdotes (15 agosto 1997), Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 1997, 11-12: AAS 89 (1997) 850-852.

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a) el sacerdocio ministerial tiene su raíz en la sucesión apostólica y esta dotado de una potestad sagrada29, la cual consiste en la facultad y responsabilidad de obrar en persona de Cristo Cabeza y Pastor30;

b) esto es lo que hace de los sagrados ministros servidores de Cristo y de la Iglesia, por medio de la proclamación autorizada de la Palabra de Dios, de la celebración de los Sacramentos y de la guía pastoral de los fieles31.

Poner el fundamento del ministerio ordenado en la sucesión apostólica, en cuanto tal ministerio continúa la misión recibida de los Apóstoles de parte de Cristo, es punto esencial de la doctrina eclesiológica católica32.

El ministerio ordenado, por tanto, es constituido sobre el fundamento de los Apóstoles para la edificación de la Iglesia33: “está totalmente al servicio de la Iglesia misma”34. “A la naturaleza sacramental del ministerio eclesial está intrínsecamente ligado el carácter de servicio. Los ministros en efecto, en cuanto dependen totalmente de Cristo, quien les confiere la misión y autoridad, son verdaderamente ‘esclavos de Cristo’ (cf. Rm 11), a imagen de El que, libremente ha tomado por nosotros ‘la forma de siervo’ (Flp 2,7). Como la palabra y la gracia de la cual son ministros no son de ellos, sino de Cristo que se las ha confiado para los otros, ellos se harán libremente esclavos de todos”35.

Finalmente, Juan Pablo II, resume diciendo:

“El sacerdocio del que participamos por medio del sacramento del Orden, que ha sido “impreso” para siempre en nuestras almas mediante un signo especial de Dios, es decir, el “carácter”, está relacionado explícitamente con el sacerdocio común de los fieles, esto es, de todos los bautizados y, al mismo tiempo se diferencia de éste, “esencialmente y no sólo en grado”36. De este modo cobran pleno significado las palabras del autor de la Carta a los Hebreos, sobre el sacerdote, “tomado de entre los hombres, es instituido en favor de los hombres” (Hb 5,1)”37.

29 LG 10, 18, 27, 28; CONCILIO VATICANO II, Decreto sobre el ministerio y la vida de los presbíteros Presbyterorum Ordinis (=PO) 2. 6; CEC 1538. 1576.

30 PDV 15; CEC 875.31 PDV 16; CEC 1592.32 PDV 14-16; CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Carta Sacerdotium

ministeriale (6 agosto 1983), III, 2-3: AAS 75 (1983), 1004-1005.33 Cf. Ef 2,20; Ap 21,14.34 PDV 16.35 CEC 876.36 LG 10.37 JUAN PABLO II, Carta del Santo Padre a los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo,

8 de abril de 1979, 3: AAS 71 (1979) 395.

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CAPÍTULO II

LA VOCACIÓN SACERDOTAL EN LA IGLESIA

“Sabemos que la vocación sacerdotal es un don de la gracia, una llamada gratuita que procede del amor divino pues no se puede nunca considerar la vida sacerdotal como una promoción simplemente humana, ni la misión del ministro como un simple proyecto personal. En todo instante de su vida el sacerdote debe considerarse a sí mismo como destinatario de una especial llamada de Jesús y totalmente empeñado en realizarla”38.

1. VOCACIÓN CRISTIANA

Cada cristiano recibe una llamada para una misión especial dentro de la Iglesia.

Así, vocación es llamada a la misión y servicio eclesial que Cristo encomienda a cada uno. Cada persona es llamada porque es amada; cada uno recibe una llamada irrepetible.

“La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador”39.

La vocación es un don e iniciativa de Dios que expresa la predestinación de cada uno para los planes salvíficos, personales y comunitarios40. Este don de Dios se comunica con la cooperación de la familia, de la comunidad eclesial y, especialmente, de la persona llamada, que debe responder libremente.

38 JUAN PABLO II, Angelus del 3 de diciembre de 1989, 2, citado en: DIEGO COLETTI, El sacerdocio. Don de Dios, Conferencia Episcopal Peruana, Lima 1992, 50.

39 Concilio Vaticano II, constitución dogmática sobre la iglesia en el mundo actual, Gaudium et Spes (=GS) 19,1.

40 El CIC describe estas ‘llamadas personales’ en estados o condiciones de vida específicos dentro de la Iglesia: “Por institución divina, entre los fieles hay en la Iglesia ministros sagrados, que en el derecho se denominan clérigos; los demás se llaman laicos. Hay, por otra parte, fieles que perteneciendo a uno de ambos grupos, por la profesión de los consejos evangélicos, se consagran a Dios (religiosos) y sirven así a la misión de la Iglesia”, CIC 207.

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Teniendo presente que la vocación última del hombre es realmente una sola, es decir, la vocación divina41.

Por esta llamada especialísima de Dios a la vida divina, el ‘elegido’ está invitado a seguirlo en una vocación específica dentro de las realidades eclesiales42. Así, unos son llamados al matrimonio, otros a la vida religiosa, otros al ministerio sacerdotal43.

“La vocación al matrimonio se inscribe en la naturaleza misma del hombre y de la mujer, según salieron de la mano del Creador”44.

“La vida consagrada a Dios se caracteriza por la profesión pública de los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia en un estado de vida estable reconocido por la Iglesia”45.

Pero este llamado ha de realizarse en la comunidad donde se vive de amor en la dimensión de la cruz. Comunidad que vive la fe como experiencia existencial de la presencia de Dios. En ella, el fiel redescubre su vocación cristiana: la llamada, que Dios dirige a cada ‘elegido’ al manifestarle el misterio de la salvación y, a la vez, el puesto, que debe ocupar con referencia al mismo misterio, como hijo adoptivo en el Hijo46.

2. VOCACIÓN SACERDOTAL

La vocación sacerdotal es una concreción de la vocación cristiana, para participar, de modo peculiar, en la unción y misión de Cristo sacerdote.

La iniciativa de la llamada la tiene siempre Dios, que ha elegido a cada uno en Cristo desde la eternidad; pero se vale de medios humanos eclesiales para hacer ver esta llamada. Por ello, nadie puede atribuirse a sí mismo el ‘carisma’ de la vocación sacerdotal.

La vocación sacerdotal es la llamada a participar en la misión que Cristo confió a los Apóstoles y que ahora se transmite por la imposición de manos en la ordenación sacerdotal. Esta vocación se complementa con las otras vocaciones dentro del Pueblo de Dios, es decir, con la vocación laical y la de vida consagrada.

Las señales de vocación sacerdotal se manifiestan en el mismo llamado y en la comunidad en que vive. Estas señales son: recta intención, idoneidad o cualidades, decisión libre, llamada de la Iglesia.

41 Cf. GS 22; LG 16; AG 7.42 El Catecismo señala que los sacramentos de iniciación cristiana “fundamentan la

vocación común de todos los discípulos de Cristo, que es vocación a la santidad y a la misión de evangelizar el mundo”, (CEC 1533). Cf. LG 41.

43 “Las tres vocaciones, con su diversidad y relación mutua, tienden a la construcción armónica de la Iglesia como Pueblo de Dios y Cuerpo de Cristo”, J. EZQUERDA BIFET, El sacerdocio hoy. Documentos del magisterio eclesiástico, BAC, Madrid 21985, 551.

44 CEC 1603.45 CEC 944.46 Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la divina revelación, Dei

Verbum, 5; CEC 1-2, 142.

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Esta llamada suscita una respuesta de decisión, donación y gozo:

«Se sientan ayudados a consolidar su decisión de abrazar la vocación con entrega personal y alegría de espíritu»47.

El sacerdote está llamado, en sus propias circunstancias, allí donde Dios le ha colocado, a encontrar, conocer y amar a Cristo en el ejercicio de su ministerio y a identificarse cada vez más con Él48.

Por ello, la vocación sacerdotal es «esencialmente una llamada a la santidad, que nace del sacramento del Orden»49.

2.1 Existencia

2.1.1 Origen y razón de ser de la vocación sacerdotal

La Pastores dabo vobis reconoce la raíz y el origen de la vocación sacerdotal en el diálogo entre Jesús y Pedro:

“Formarse para el sacerdocio es aprender a dar una respuesta personal a la pregunta fundamental de Cristo: ‘¿Me amas?’ Para el futuro sacerdote, la respuesta no puede ser sino el don total de su vida”50.

La vocación sacerdotal es, por lo tanto, un acontecimiento sobrenatural de gracia, una intervención libre y soberana del Señor que “llamó a los que él quiso y se reunieron con él” (Mc 3,13)51.

“El Señor Jesús, después de haber hecho oración al Padre, llamando a sí a los que El quiso, eligió a los doce para vivir con El y enviarlos después a predicar el Reino de Dios (cf. Mc 3,13-19; Mt 10,1-42); a estos Apóstoles (cf. Lc 6,13) los fundó a modo de colegio, es decir, de grupo estable, y puso al frente de ellos, sacándolo de en medio de ellos, a Pedro (cf. Jn 21,15-17). Los envió Cristo, primero a los hijos de Israel, luego a todas las gentes (cf. Rm 1,16) para que, con la potestad que les entregaba, hiciesen discípulos suyos a todos los pueblos, los santificasen y gobernasen (cf. Mt 28,16-20; Mc 16,15; Lc 24,45-48; Jn 20,21-23) y así dilatasen la Iglesia y la apacentasen, sirviéndola, bajo la dirección del Señor, todos los días hasta la consumación de los siglos (cf. Mt 28,20). En esta misión fueron confirmados plenamente el día de Pentecostés (cf. Hch 2,1-26), según la promesa del Señor: ‘Recibiréis la virtud del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos así en Jerusalén como en toda la Judea y Samaria y hasta el último confín de la tierra’ (Hch 1,8). Los Apóstoles, pues, predicando en todas partes el Evangelio (cf. Mc 16,20), que los oyentes recibían por influjo del Espíritu Santo, reúnen la Iglesia universal que el Señor fundó sobre los Apóstoles y edificó sobre el bienaventurado Pedro, su cabeza, poniendo

47 CONCILIO VATICANO II, Decreto sobre la formación sacerdotal Optatam Totius (=OT) 14.

48 D. CASTRILLÓN HOYOS, Carta con motivo de la Jornada mundial por la santificación de los sacerdotes, 18 de junio 2004.

49 PDV 33.50 PDV 42; cf. Jn 21.51 Cf. PDV 65.

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como piedra angular del edificio a Cristo Jesús (cf. Ap 21,14; Mt 16,18; Ef 2,20)”52.

Esta vocación tiene su razón de ser en una llamada exclusiva del Señor para una misión de servicio:

“El sacerdocio ministerial encuentra su razón de ser en esta perspectiva de la unión vital y operativa de la Iglesia con Cristo. En efecto, mediante tal ministerio, el Señor continúa ejercitando, en medio de su Pueblo, aquella actividad que sólo a Él pertenece en cuanto Cabeza de su Cuerpo”53.

“Para apacentar el Pueblo de Dios y acrecentarlo siempre, Cristo Señor instituye en su Iglesia diversos ministerios ordenados al bien de todo el Cuerpo. Porque los ministros que poseen la sagrada potestad están al servicio de sus hermanos, a fin de que todos cuantos son miembros del Pueblo de Dios y gozan, por tanto, de la dignidad cristiana, tiendan libre y ordenadamente a un mismo fin y lleguen a la salvación”54.

2.1.2 Fundamento de esta vocación

La vocación al ministerio sacerdotal, lo recordamos con palabras de Pablo VI, «no es una profesión o un servicio cualquiera ejercido a favor de la comunidad eclesial, sino un servicio que participa de manera absolutamente especial y con un carácter indeleble en la potencia del sacerdocio de Cristo»55.

Por ello, en el fundamento de la vocación sacerdotal, existe la relación de amor intenso, apasionado, ardiente, exclusivo y totalizador entre Cristo Señor y el llamado. Sin esta experiencia “arrasadora”, que cambia, y en cierto sentido desconcierta la vida, no existe una auténtica vocación, una verdadera comprensión del actuar poderoso de Dios, en el acontecimiento histórico de cada uno.

Este amor, que obviamente tiene origen divino, realmente envuelve el corazón humano, la inteligencia, la libertad, la voluntad y la afectividad del llamado, ya que, en razón de la profunda unidad del hombre, todas sus

52 LG 19. Cf. CONCILIO VATICANO I, Const. Dogmática sobre la Iglesia de Cristo Pastor aeternus: DH 3050s; SAN GREGORIO, Liber sacramentorum. Praefacio in Cathedra S. Petri, in natali S. Mathiae et S. Thomae: PL 78, 50, 51 y 152; SAN HILARIO, In Ps., 67,10: PL 9,450; SAN JERÓNIMO, Adv. Iovin, 1,26: PL 23,247a; SAN AGUSTÍN, In Ps., 86,4: PL 37,1103; SAN GREGORIO MAGNO, Mor. in Iob., XXVIII V: PL 76,455-456; PRIMASIO, Comm. in Apoc., V: PL 68,924c; PASCASIO, In Mt., L. VIII, capítulo 16: PL 120,561c; LEÓN XIII, Epist. Et sane, 17 dic. 1888: AAS 21 (1888) 321.

53 CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros (31 enero 1994), Libreria Editrice Vaticana, Vaticano 1994, 1.

54 LG 18. La Iglesia constituida mediante el don del Espíritu con una trabazón orgánica, participa de diversos modos en las funciones de Cristo Sacerdote, Profeta y Rey, para que en nombre suyo y con su poder pueda llevar a cabo, como pueblo sacerdotal, la misión de la salvación. Cf. SAN CLEMENTE ROMANO, 1 Ad Cor. 44,2-3.

55 PABLO VI, «Mensaje a los sacerdotes», 30 de junio de 1968, al clausurar el Año de la Fe, 5: AAS 60 (1968) 468; cf. LG 10 y 28. “La vocación sacerdotal continuará siendo la llamada a vivir el único y permanente sacerdocio de Cristo”, JUAN PABLO II, Angelus (14 enero 1990), 2, en: L'Osservatore Romano, 15-16 enero 1990.

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dimensiones son como “arrebatadas” e intensamente plasmadas por la llamada del Señor56.

“Con la caridad pastoral, que caracteriza el ejercicio del ministerio sacerdotal como ‘amoris officium’57, ‘el sacerdote, que recibe la vocación al ministerio, es capaz de hacer de éste una elección de amor, para el cual la Iglesia y las almas constituyen su principal interés y, con esta espiritualidad concreta, se hace capaz de amar a la Iglesia universal y a aquella porción de Iglesia que le ha sido confiada, con toda la entrega de un esposo hacia su esposa’58”59.

2.2 Naturaleza

La fuente principal de la vocación sacerdotal es Dios mismo, en su libre y misericordiosa voluntad60. He aquí por qué decía a sus apóstoles:

“Ustedes no me escogieron a mí, pero yo he escogido, y han nombrado a usted para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca”61.

Y San Pablo, al mismo tiempo que exalta el sacerdocio de Jesucristo por encima de la Antigua Alianza, señaló que cada sacerdote legítimo, siendo por naturaleza un mediador entre Dios y los hombres, depende principalmente de la benevolencia divina:

“Porque todo sumo sacerdote tomado de entre los hombres está establecido para los hombres en las cosas que pertenecen a Dios... Y nadie se arroga tal dignidad, sino el llamado por Dios, lo mismo que Aarón”62.

Por ello, muy excelsa y gratuita es la vocación de participar en el sacerdocio de Jesucristo, del que el mismo Apóstol escribe:

“Cristo no se apropió la gloria del sumo sacerdocio... y cuando perfeccionado, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen, proclamado por Dios Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec”63.

56 La vocación nace, crece, se desarrolla, se mantiene fiel y fecunda, sólo en la intensa relación con Cristo.

57 Cf. SAN AGUSTÍN, In Iohannis Evangelium Tractatus 123,5: CCL 36,678.58 A los sacerdotes participantes en un encuentro convocado por la Conf. Episcopal

Italiana (4 noviembre 1980): Insegnamenti, III/2 (1980), 1055.59 PDV 23.60 Cf. PABLO VI, Carta apostólica Summi Dei Verbum, 10: AAS 55 (1963) 983.61 Jn 15,16.62 Hb 5,1.4. “Consagrado, como por una divina vocación, a este agustísimo misterio,

está constituido en lugar de los hombres en las cosas que tocan a Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados”, PÍO XII, Exhortación apostólica sobre el fomento de la santidad sacerdotal Menti Nostrae 5: AAS 42 (1950) 659.

63 Hb 5,5.9-10. Ratzinger comentando la definición introductoria que hace la PO 1 del sacerdocio dice ‘que por la consagración los presbíteros son ordenados al servicio de Cristo Maestro, Sacerdote y Profeta y participan de su ministerio por medio de las cuales la Iglesia aquí en la tierra es incesantemente edificada como Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo’, J. RATZINGER, «La doctrina del Concilio Vaticano II sobre el sacerdocio», en: VE 49 (2001) 18.

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Por lo tanto, con razón San Juan Crisóstomo escribe en su valioso tratado De Sacerdotio:

“El sacerdocio se ejerce en la tierra pero tiene el rango de las órdenes celestiales, y ciertamente con justicia. Porque no fue el hombre, ni los ángeles, ni los arcángeles, ni ningún poder creado, sino que el mismo Espíritu Santo quien instituyó este oficio: y él hizo que los hombres pudieran realizar un ministerio de los ángeles”64.

Asimismo, el decreto sobre el ministerio y la vida de los presbíteros Presbyterorum Ordinis dice:

“Mas el mismo Señor, para que los fieles se fundieran en un solo cuerpo, en que ‘no todos los miembros tienen la misma función’65, entre ellos constituyó a algunos ministros que, ostentando la potestad sagrada en la sociedad de los fieles, tuvieran el poder sagrado del Orden, para ofrecer el sacrificio y perdonar los pecados66, y desempeñar públicamente, en nombre de Cristo, la función sacerdotal en favor de los hombres. Así, pues, enviados los apóstoles, como El había sido enviado por el Padre67, Cristo hizo partícipes de su consagración y de su misión, por medio de los mismos apóstoles, a los sucesores de éstos, los obispos68, cuya función ministerial fue confiada a los presbíteros69, en grado subordinado, con el fin de que, constituidos en el Orden del presbiterado, fueran cooperadores del Orden episcopal, para el puntual cumplimiento de la misión apostólica que Cristo les confió70.

El ministerio de los presbíteros, por estar unido al Orden episcopal, participa de la autoridad con que Cristo mismo forma, santifica y rige su Cuerpo. Por lo cual, el sacerdocio de los presbíteros supone, ciertamente, los sacramentos de la iniciación cristiana, pero se confiere por un sacramento peculiar por el que los presbíteros, por la unción del Espíritu Santo, quedan marcados con un carácter especial que los configura con Cristo Sacerdote, de tal forma, que pueden obrar en nombre de Cristo Cabeza”71.

64 SAN JUAN CRISÓSTOMO, De Sacerdotio, Lib. III, 4: PG 48,642.65 Rm 12,4.66 Cf. Concilio de Trento, Ses. 23, cap. 1 y can. 1: DH 1764 y 1771.67 Cf. LG 18.68 Cf. LG 28.69 IBÍD.70 Cf. PONTIFICAL ROMANO, De la ordenación del presbítero, prefacio. Estas palabras

se encuentran ya en el SACRAMENTARIO VERONENSI, ed. L.C. Mohlberg, Roma 1957, 9; también en el Libro SACRAMENTORUM ROMANAE ECCLESIAE, ed. L.C. Mohlberg, Roma 1960, 25; en el MISSALE FRANCORUM, ed. L.C. Mohlberg, Roma 1957, 9; en el PONTIFICAL ROMANO GERMÁNICO, ed. Vogel-Elze, Citta del Vaticano 1963, vol. I, 34.

71 PO 2. “En el n. 2 se habla de la potestad de ofrecer el sacrificio y perdonar los pecados. Pero esta tarea peculiar del sacerdote está insertada, en forma muy explícita, en una visión histórico-dinámica de la Iglesia, en la que todos tienen ‘parte en la misión’ de todo el Cuerpo, pero ‘no todos tienen la misma función’”, J. RATZINGER, «La doctrina del Concilio Vaticano II sobre el sacerdocio», 18.

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El ministerio sacerdotal del NT, que continúa el ministerio de Cristo mediador, hace perenne la obra esencial de los apóstoles:

“El sacerdocio es, ciertamente, el gran don del Divino redentor: pues éste, a fin de perpetuar hasta el final de los siglos, la obra de la redención, por él consumada en su sacrificio de la Cruz, confió su potestad a la Iglesia, a la que quiso hacer partícipe de su único y eterno sacerdocio. El sacerdote es como otro Cristo (alter Christus), porque está sellado con un carácter indeleble, por el que se convierte casi en imagen viva de nuestro Salvador; el sacerdote representa a Cristo, el cual dijo: ‘Como el Padre me envió, así yo os envío a vosotros’ (Jn 20,21), ‘el que a vosotros os escucha a mi me escucha’ (Lc 10,16)”72.

En efecto, proclamando eficazmente el Evangelio73, reuniendo y guiando la comunidad, perdonando los pecados74, viviendo santamente75 y, sobre todo, celebrando la Eucaristía76, hace presente a Cristo, cabeza de la Iglesia, en el ejercicio de su obra de redención humana y de perfecta glorificación a Dios.

“El fin que buscan los presbíteros con su ministerio y con su vida es el procurar la gloria de Dios Padre en Cristo. Esta gloria consiste en que los hombres reciben consciente, libremente y con gratitud la obra divina realizada en Cristo, y la manifiestan en toda su vida. En consecuencia, los presbíteros, ya se entreguen a la oración y a la adoración, ya prediquen la palabra, ya ofrezcan el

72 PÍO XII, Exhortación apostólica sobre el fomento de la santidad sacerdotal Menti Nostrae 5: AAS 42 (1950) 659. “El sacerdocio es un ministerio instituido por Cristo para servicio de su Cuerpo místico, que es la Iglesia”, PABLO VI, Encíclica sobre el celibato sacerdotal Sacerdotalis Caelibatus 62.

73 “Dios concede a los presbíteros la gracia de ser entre las gentes ministros de Jesucristo, desempeñando el sagrado ministerio del Evangelio, para que sea grata la oblación de los pueblos, santificada por el Espíritu Santo (cf. Rm 15,16). Pues por el mensaje apostólico del Evangelio se convoca y congrega el Pueblo de Dios, de forma que, santificados por el Espíritu Santo todos los que pertenecen a este Pueblo, se ofrecen a sí mismos ‘como hostia viva, santa; agradable a Dios’ (Rm 12,1)”, PO 2.

74 Cf. CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, El presbítero, maestro de la palabra, ministro de los sacramentos y guía de la comunidad, ante el tercer milenio cristiano, Paulinas, Buenos Aires 1999, 38-44.

75 “La vocación sacerdotal es esencialmente una llamada a la santidad, que nace del sacramento del Orden. La santidad es intimidad con Dios, es imitación de Cristo, pobre, casto, humilde; es amor sin reservas a las almas y donación a su verdadero bien; es amor a la Iglesia que es santa y nos quiere santos, porque ésta es la misión que Cristo le ha encomendado. Cada uno de vosotros debe ser santo, también para ayudar a los hermanos a seguir su vocación a la santidad”,, PDV 33.

76 “Por el ministerio de los presbíteros se consuma el sacrificio espiritual de los fieles en unión del sacrificio de Cristo, Mediador único, que se ofrece por sus manos, en nombre de toda la Iglesia, incruenta y sacramentalmente en la Eucaristía, hasta que venga el mismo Señor (cf. 1 Cor 11,26). A este sacrificio se ordena y en él culmina el ministerio de los presbíteros. Porque su servicio, que surge del mensaje evangélico, toma su naturaleza y eficacia del sacrificio de Cristo y pretende que "todo el pueblo redimido, es decir, la congregación y sociedad de los santos ofrezca a Dios un sacrificio universal por medio del Gran Sacerdote, que se ofreció a sí mismo por nosotros en la pasión, para que fuéramos el cuerpo de tan sublime cabeza" (SAN AGUSTÍN, De civitate Dei, 10, 6: PL 41,284)”. PO 2.

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sacrificio eucarístico, ya administren los demás sacramentos, ya se dediquen a otros ministerios para el bien de los hombres, contribuyen a un tiempo al incremento de la gloria de Dios y a la dirección de los hombres en la vida divina. Todo ello, procediendo de la Pascua de Cristo, se consumará en la venida gloriosa del mismo Señor, cuando El haya entregado el Reino a Dios Padre (cf. 1 Cor 15,24)”77.

77 PO 2.

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CAPÍTULO III

LA IDENTIDAD SACERDOTAL78

“Los presbíteros del Nuevo Testamento, por su vocación y por su ordenación, son segregados en cierta manera en el seno del pueblo de Dios, no de forma que se separen de él, ni de hombre alguno, sino a fin de que se consagren totalmente a la obra para la que el Señor los llama (cf. Hch 13,2)”79.

Los presbíteros encuentran, por lo tanto, su identidad viviendo plenamente la misión de la Iglesia y ejerciéndola de diversos modos en comunión con todo el pueblo de Dios, como pastores y ministros del Señor en el Espíritu, para completar con su obra el designio de salvación en la historia80.

“Por lo tanto, el sacerdocio ministerial hace palpable la acción propia de Cristo Cabeza y testimonia que Cristo no se ha alejado de su Iglesia, sino que continúa vivificándola con su sacerdocio permanente. Por este motivo, la Iglesia considera el sacerdocio ministerial como un don a Ella otorgado en el ministerio de algunos de sus fieles”81.

78 Para todo este apartado, cf. P.J. CORDES, Enviados por el Espíritu. Algunos aspectos de la teología del ministerio presbiteral, Grafite, Bilbao 2002, 67-72; CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros (31 enero 1994), Libreria Editrice Vaticana, Vaticano 1994; IBÍD., Instrucción el Presbítero, pastor y guía de la comunidad parroquial, Epiconsa, Vaticano 2002, 5-9; CONCILIO VATICANO II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium 28; Decreto sobre la formación sacerdotal Optatam totius 22; Decreto sobre el oficio pastoral de los Obispos en la Iglesia Christus Dominus 16; Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros Presbyterorum Ordinis; PABLO VI, Carta Encíclica Sacerdotalis coelibatus (24 junio 1967): AAS 59 (1967) 657-697; S. CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Carta circular lnter ea (4 noviembre 1969): AAS 62 (1970) 123-134; SÍNODO DE LOS OBISPOS, Documento sobre el sacerdocio ministerial Ultimis temporibus (30 noviembre 1971): AAS 63 (1971) 898-922; CODEX IURIS CANONICI (25 enero 1983), can. 273-289; 232-264; 1008-1054; CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, Ratio fundamentalis Institutionis Sacerdotalis (19 marzo 1985), 101; JUAN PABLO II, Cartas a los Sacerdotes con ocasión del Jueves Santo; IBÍD., Catequesis sobre los sacerdotes, en las Audiencias Generales del 31 marzo al 22 septiembre 1993.

79 PO 3. 80 SÍNODO DE LOS OBISPOS, Documento sobre el sacerdocio ministerial Ultimis

temporibus (30 noviembre 1971), 15: AAS 63 (1971) 910.

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La identidad del sacerdote, entonces, deriva de la participación especifica en el Sacerdocio de Cristo, por lo que el ordenado se transforma en la Iglesia y para la Iglesia—en imagen real, viva y transparente de Cristo Sacerdote: «una representación sacramental de Jesucristo Cabeza y Pastor»82.

“El presbítero es ontológicamente partícipe del sacerdocio de Cristo, verdaderamente consagrado, hombre de lo sagrado, entregado como Cristo al culto que se eleva hacia el Padre y a la misión evangelizadora con que difunde y distribuye las cosas sagradas la verdad, la gracia de Dios a sus hermanos: ésta es su verdadera identidad sacerdotal; y ésta es la exigencia esencial del ministerio sacerdotal también en el mundo de hoy”83.

La identidad sacerdotal tiene cuatro dimensiones bien precisas que son como cuatro soportes que dan sentido, consistencia y plenitud a la vida del sacerdote.

1. DIMENSIÓN TRINITARIA

1.1 En comunión con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo

El sacerdote, a causa de la consagración recibida en el sacramento del Orden, es constituido en una relación particular y especifica con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo.

La identidad sacerdotal tiene su fuente original en la Trinidad84, pues el sacerdote es elegido por el Padre, el cual lo configura sacramentalmente con Cristo por la acción del Espíritu Santo, en la Iglesia y para la Iglesia, en orden a la salvación del mundo, y en comunión con el obispo y con el presbiterio:

“En efecto, nuestra identidad tiene su fuente última en la caridad del Padre. Al Hijo -Sumo Sacerdote y Buen Pastor- enviado por el Padre, estamos unidos sacramentalmente a través del sacerdocio ministerial por la acción del Espíritu Santo. La vida y el ministerio del sacerdote son continuación de la vida y de la acción del mismo Cristo. Ésta es nuestra identidad, nuestra verdadera dignidad, la fuente de nuestra alegría, la certeza de nuestra vida”85.

81 CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, 1.

82 Cf. PDV 15. El Concilio Vaticano II estableció el sacerdocio ministerial al servicio del sacerdocio común de los fieles, y cada uno, aunque de manera cualitativamente distinta, participa del único sacerdocio de Cristo. Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, nos ha redimido y nos ha participado su vida divina. En Él, somos todos hijos del mismo Padre y hermanos entre nosotros. El sacerdote no puede caer en la tentación de considerarse solamente un mero delegado o sólo un representante de la comunidad, sino un don para ella por la unción del Espíritu y por su especial unión con Cristo cabeza. “Todo Sumo Sacerdote es tomado de entre los hombres y puesto para intervenir a favor de los hombres en todo aquello que se refiere al servicio de Dios” (Hb 5,1).

83 JUAN PABLO II, Catequesis sobre los sacerdotes, en la Audiencia General del 31 de marzo de 1993, 8.

84 PDV 12.

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La identidad, el ministerio y la existencia del presbítero están, por lo tanto, relacionadas esencialmente con las Tres Personas Divinas, en orden al servicio sacerdotal de la Iglesia.

1.2 En el dinamismo trinitario de la salvación

El sacerdote, como prolongación visible y signo sacramental de Cristo, estando como está frente a la Iglesia y al mundo como origen permanente y siempre nuevo de salvación, se encuentra insertado en el dinamismo trinitario con una particular responsabilidad.

“Por medio del sacerdocio ministerial la Iglesia toma conciencia en la fe de que no proviene de sí misma, sino de la gracia de Cristo en el Espíritu Santo. Los apóstoles, y sus sucesores, revestidos de una autoridad que reciben de Cristo Cabeza y Pastor, han sido puestos -con su ministerio- al frente de la Iglesia, como prolongación visible y signo sacramental de Cristo, que también está al frente de la Iglesia y del mundo, como origen permanente y siempre nuevo de la salvación, El, que es ‘el salvador del Cuerpo’ (Ef 5,23)” 86.

Su identidad mana del «ministerium Verbi et sacramentorum », el cual está en relación esencial con el misterio del amor salvífico del Padre87, y con el ser sacerdotal de Cristo, que elige y llama personalmente a su ministro a estar con Él, así como con el Don del Espíritu88, que comunica al sacerdote la fuerza necesaria para dar vida a una multitud de hijos de Dios, convocados en el único cuerpo eclesial y encaminados hacia el Reino del Padre.

1.3 Relación intima con la Trinidad.

De aquí se percibe la característica esencialmente relacional de la identidad del sacerdote:

“Se puede entender así el aspecto esencialmente relacional de la identidad del presbítero. Mediante el sacerdocio que nace de la profundidad del inefable misterio de Dios, o sea, del amor del Padre, de la gracia de Jesucristo y del don de la unidad del Espíritu Santo, el presbítero está inserto sacramentalmente en la comunión con el Obispo y con los otros presbíteros89, para servir al Pueblo de

85 PDV 18; Mensaje de los Padres sinodales al Pueblo de Dios (28 octubre 1990), III, en: L'Osservatore Romano, 29-30 de octubre de 1990.

86 PDV 16.87 Cf. Jn 17,6-9: “He manifestado tu Nombre a los hombres que tú me has dado

tomándolos del mundo. Tuyos eran y tú me los has dado; y han guardado tu Palabra. Ahora ya saben que todo lo que me has dado viene de ti; porque las palabras que tú me diste se las he dado a ellos, y ellos las han aceptado y han reconocido verdaderamente que vengo de ti, y han creído que tú me has enviado. Por ellos ruego; no ruego por el mundo, sino por los que tú me has dado, porque son tuyos”; 1 Cor 1,1: “Pablo, llamado a ser apóstol de Cristo Jesús por la voluntad de Dios”.

88 Cf. Jn 20,21: “Jesús les dijo otra vez: « La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío”.

89 Cf. PO 7-8.

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Dios que es la Iglesia y atraer a todos a Cristo, según la oración del Señor: ‘Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros... Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado’ (Jn 17,11.21)” 90.

La gracia y el carácter indeleble conferidos con la unción sacramental del Espíritu Santo91 ponen al sacerdote en una relación personal con la Trinidad, ya que constituye la fuente del ser y del obrar sacerdotal; tal relación, por tanto, debe ser necesariamente vivida por el sacerdote de modo íntimo y personal, en un diálogo de adoración y de amor con las Tres Personas divinas, sabiendo que el don recibido le fue otorgado para el servicio de todos:

“También los presbíteros llevan en sí mismos ‘la imagen de Cristo, sumo y eterno sacerdote’92. Por tanto, participan de la autoridad pastoral de Cristo: y ésta es la característica específica de su ministerio, fundada en el sacramento del orden, que se les ha conferido. Como leemos en el decreto Presbyterorum ordinis, ‘el sacerdocio de los presbíteros supone, desde luego, los sacramentos de la iniciación cristiana; sin embargo, se confiere por aquel especial sacramento con el que los presbíteros, por la unción del Espíritu Santo, quedan sellados con un carácter particular, y así se configuran con Cristo sacerdote, de suerte que puedan obrar como en persona de Cristo cabeza’93”94.

2. DIMENSIÓN CRISTOLÓGICA

2.1 Identidad específica

La dimensión cristológica -al igual que la trinitaria- surge directamente del sacramento, que configura ontológicamente con Cristo Sacerdote, Maestro, Santificador y Pastor de su Pueblo:

“Mediante el sacramento del orden, por institución divina, algunos de entre los fieles quedan constituidos ministros sagrados, al ser marcados con un carácter indeleble95, y así son consagrados y destinados a apacentar el pueblo de Dios

90 PDV 12.91 Cf. CONCILIO DE TRENTO, Sesión XXIII, De sacramento Ordinis: DH 1763-1778;

PDV 11-18. “El carácter es también signo y vehículo, en el alma del presbítero, de las gracias especiales que necesita para el ejercicio del ministerio, vinculadas a la gracia santificante que el orden comporta como sacramento, tanto en el momento de ser conferido como a lo largo de todo su ejercicio y desarrollo en el ministerio”, JUAN PABLO II, Catequesis sobre los sacerdotes, en la Audiencia general del 31 marzo 1993, 7, en: L'Osservatore Romano, 1 abril 1993.

92 LG 28.93 PO 2; cf. CEC 1563.94 JUAN PABLO II, Catequesis sobre los sacerdotes, en la Audiencia general del 31

marzo 1993, 6, en: L'Osservatore Romano, 1 abril 1993. 95 Con respecto al ‘carácter’, el Papa Benedicto XVI, escribía: “La palabra ‘character’

describe el carácter ontológico del servicio de Cristo, que encontramos en el sacerdocio y, al mismo tiempo, esclarece lo que se intenta decir con su sacramentalidad”, J. RATZINGER, «La doctrina del Concilio Vaticano II sobre el sacerdocio», 23. Cf. CEC 876; PDV 16.

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según el grado de cada uno, desempeñando en la persona de Cristo Cabeza las funciones de enseñar, santificar y regir”96.

A aquellos fieles, que -permaneciendo injertados en el sacerdocio común- son elegidos y constituidos en el sacerdocio ministerial, les es dada una participación indeleble al mismo y único sacerdocio de Cristo, en la dimensión pública de la mediación y de la autoridad, en lo que se refiere a la santificación, a la enseñanza y a la guía de todo el Pueblo de Dios97. De este modo, si por un lado, el sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico están ordenados necesariamente el uno al otro -pues uno y otro, cada uno a su modo, participan del único sacerdocio de Cristo-, por otra parte, ambos difieren esencialmente entre sí98.

“El sacerdocio ministerial difiere esencialmente del sacerdocio común de los fieles porque confiere un poder sagrado para el servicio de los fieles. Los ministros ordenados ejercen su servicio en el pueblo de Dios mediante la enseñanza (munus docendi), el culto divino (munus liturgicum) y por el gobierno pastoral (munus regendi)”99.

En este sentido, la identidad del sacerdote es nueva respecto a la de todos los cristianos que, mediante el Bautismo, participan, en conjunto, del único sacerdocio de Cristo y están llamados a darle testimonio en toda la tierra:

“Los cristianos seglares obtienen el derecho y la obligación del apostolado por su unión con Cristo Cabeza. Ya que insertos en el bautismo en el Cuerpo Místico de Cristo, robustecidos por la Confirmación en la fortaleza del Espíritu Santo, son destinados al apostolado por el mismo Señor. Son consagrados como sacerdocio real y gente santa (cf. 1 P 2,4-10) para ofrecer hostias espirituales por medio de todas sus obras, y para dar testimonio de Cristo en todas las partes del mundo”100.

La especificidad del sacerdocio ministerial se sitúa frente a la necesidad, que tienen todos los fieles de adherir a la mediación y al señorío de Cristo, visibles por el ejercicio del sacerdocio ministerial.

En su peculiar identidad cristológica, el sacerdote ha de tener conciencia de que su vida es un misterio insertado totalmente en el misterio de Cristo de un modo nuevo y específico, y esto lo compromete totalmente en la actividad pastoral y lo gratifica:

96 CIC 1008; cf. LG 18-31; PO 2.97 Cf. LG 10; PO 2.98 Cf. CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Instrucción interdicasterial Ecclesiae de

Mysterio sobre algunas cuestiones acerca de la colaboración de los fieles laicos en el sagrado ministerio de los sacerdotes (15 agosto 1997), Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 1997, 10-12.

99 CEC 1592.100 CONCILIO VATICANO II, Decreto sobre el apostolado de los laicos Apostolicam

Actuositatem 3; cf. JUAN PABLO II, Exhortación apostólica post-sinodal Christifideles laici (30 diciembre 1988), 14: AAS 81 (1989) 409-413.

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“El presbítero es ontológicamente partícipe del sacerdocio de Cristo, verdaderamente consagrado, hombre de lo sagrado, entregado como Cristo al culto que se eleva hacia el Padre y a la misión evangelizadora con que difunde y distribuye las cosas sagradas la verdad, la gracia de Dios, a sus hermanos, ésta es su verdadera identidad sacerdotal”101.

2.2 En el seno del Pueblo de Dios

Cristo asocia a los Apóstoles a su misma misión. «Como el Padre me ha enviado, así os envío yo a vosotros»102. En la misma sagrada Ordenación está ontológicamente presente la dimensión misionera:

“La dimensión misionera del presbítero nace de su configuración sacramental a Cristo Cabeza: esta trae consigo, como consecuencia, una adhesión cordial y total a aquella que la tradición eclesial ha reconocido como la apostolica vivendi forma. Esta consiste en la participación en una “vida nueva” espiritualmente entendida, a ese “nuevo estilo de vida” que fue inaugurado por el Señor Jesús y que fue hecho propio por los Apóstoles. Por la imposición de manos del Obispo y la oración consagratoria de la Iglesia, los candidatos se convierten en hombres nuevos, llegan a ser “presbíteros”. A la luz de esto parece claro cómo los tria munera son en primer lugar un don, y sólo como consecuencia un oficio, antes una participación en una vida y por ello una potestas. Ciertamente, la gran tradición eclesial ha justamente desvinculado la eficacia sacramental de la situación existencial concreta del sacerdote, y así se salvaguardan adecuadamente las legítimas expectativas de los fieles. Pero esta justa precisión doctrinal no quita nada a la necesaria, es más, indispensable, tensión hacia la perfección moral, que debe habitar en todo corazón auténticamente sacerdotal”103.

Los Hechos de los Apóstoles nos recuerdan que ese mismo Jesús con el que los apóstoles habían vivido, habían comido y compartido el cansancio de cada día, sigue estando presente ahora en su Iglesia. Cristo está presente en ella no sólo porque sigue atrayendo hacia sí a todos los fieles desde ese Trono de gracia y de gloria que es su cruz redentora104, formando con todos los hombres, de todo tiempo, un solo Cuerpo, sino también porque él está siempre presente en el tiempo y de manera eminente como Cabeza y Pastor, que enseña, santifica, y gobierna constantemente a su Pueblo. Y esta presencia se realiza a través del sacerdocio ministerial que él quiso instituir en el seno de su Iglesia. Por este motivo, todo sacerdote puede repetir que ha sido elegido,

101 JUAN PABLO II, Catequesis sobre los sacerdotes, en la Audiencia general del 31 marzo 1993, 8, en: L'Osservatore Romano, 1 abril 1993.

102 Jn 20,21.103 Benedicto XVI, El sacerdocio ministerial es indispensable para la Iglesia, en la

audiencia a los participantes en la Plenaria de la Congregación para el Clero, 16 de marzo de 2009.

104 Cf. Col 1,20.

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consagrado y enviado para que se vea la actualidad de Cristo, de quien se convierte en auténtico representante y mensajero105.

Se puede decir, entonces, que la configuración con Cristo, obrada por la consagración sacramental, define al sacerdote en el seno del Pueblo de Dios, haciéndolo participar, en un modo suyo propio, en la potestad santificadora, magisterial y pastoral del mismo Cristo Jesús, Cabeza y Pastor de la Iglesia:

“El presbítero participa de la consagración y misión de Cristo de un modo específico y auténtico, o sea, mediante el sacramento del Orden, en virtud del cual está configurado en su ser con Cristo Cabeza y Pastor, y comparte la misión de "anunciar a los pobres la Buena Noticia", en el nombre y en la persona del mismo Cristo”106.

Actuando in persona Christi Capitis, el presbítero llega a ser el ministro de las acciones salvíficas esenciales, transmite las verdades necesarias para la salvación y apacienta al Pueblo de Dios, conduciéndolo hacia la santidad:

“Los presbíteros existen y actúan para el anuncio del Evangelio al mundo y para la edificación de la Iglesia, personificando a Cristo, Cabeza y Pastor, y en su nombre. Este es el modo típico y propio con que los ministros ordenados participan en el único sacerdocio de Cristo. El Espíritu Santo, mediante la unción sacramental del Orden, los configura con un título nuevo y específico a Jesucristo Cabeza y Pastor, los conforma y anima con su caridad pastoral y los pone en la Iglesia como servidores autorizados del anuncio del Evangelio a toda criatura y como servidores de la plenitud de la vida cristiana de todos los bautizados”107.

3. DIMENSIÓN PNEUMATOLÓGICA

3.1 Carácter sacramental.

En la ordenación presbiteral, el sacerdote ha recibido el sello del Espíritu Santo, que ha hecho de él un hombre signado por el carácter sacramental para ser, para siempre, ministro de Cristo y de la Iglesia. Asegurado por la promesa de que el Consolador permanecerá ‘con él para siempre’108, el sacerdote sabe que nunca perderá la presencia ni el poder eficaz del Espíritu Santo, para poder ejercitar su ministerio y vivir la caridad pastoral como don total de sí mismo para la salvación de los propios hermanos.

3.2 Comunión personal con el Espíritu Santo

105 Cf. CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, 7.

106 PDV 18.107 PDV 15.108 Cf. Jn 14,16-17.

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Es también el Espíritu Santo, quien en la Ordenación confiere al sacerdote la misión profética de anunciar y explicar, con autoridad, la Palabra de Dios. Insertado en la comunión de la Iglesia con todo el orden sacerdotal, el presbítero será guiado por el Espíritu de Verdad, que el Padre ha enviado por medio de Cristo, y que le enseña todas las cosas recordando todo aquello, que Jesús ha dicho a los Apóstoles. Por tanto, el presbítero -con la ayuda del Espíritu Santo y con el estudio de la Palabra de Dios en las Escrituras-, a la luz de la Tradición y del Magisterio, descubre la riqueza de la Palabra, que ha de anunciar a la comunidad, que le ha sido confiada109.

“Los presbíteros, como cooperadores de los obispos, tienen como obligación principal el anunciar a todos el Evangelio de Cristo110, para constituir e incrementar el Pueblo de Dios, cumpliendo el mandato del Señor: ‘Id por todo el mundo y predicar el Evangelio a toda criatura’ (Mc 16,15)111. Porque con la palabra de salvación se suscita la fe en el corazón de los no creyentes y se robustece en el de los creyentes, y con la fe empieza y se desarrolla la congregación de los fieles, según la sentencia del Apóstol: ‘La fe viene por la predicación, y la predicación por la palabra de Cristo’ (Rm 10,17). Los presbíteros, pues, se deben a todos, en cuanto a todos deben comunicar la verdad del Evangelio112 que poseen en el Señor. Por tanto, ya lleven a las gentes a glorificar a Dios, observando entre ellos una conducta ejemplar113, ya anuncien a los no creyentes el misterio de Cristo, predicándoles abiertamente, ya enseñen el catecismo cristiano o expongan la doctrina de la Iglesia, ya procuren tratar los problemas actuales a la luz de Cristo, es siempre su deber enseñar, no su propia sabiduría, sino la palabra de Dios, e invitar indistintamente a todos a la conversión y a la santidad”114.

3.3 Invocación al Espíritu

109 DV 10.110 Cf. 2 Cor., 11, 7. Lo que se dice de los obispos puede aplicarse también a los

presbíteros, por ser sus cooperadores; cf. STATUTA ECCLESIAE ANTIQUA, c. 3: ed. Ch. Munier, París, 1960, 79; DECRETUM GRATIANI, C. 6, D, 88: ed. Friedberg, 1, 307; CONCILIO DE TRENTO, Decreto sobre el sacramento del Orden, Sess. XXIII, c. 4: DH 1767-1770 (p. 739); LG 25.

111 Cf. CONSTITUTIONES APOSTOLORUM, II, 26, 7 (ed. F.X. Funk, Didascalia et Constitutiones Apostolorum, I, Paderborn 1905, 105): “Sean (los presbíteros) maestros de la ciencia divina, puesto que el Señor nos envió con estas palabras: Id y enseñad, etc.”. El SACRAMENTARIUM LEONIANUM y los demás sacramentarios hasta el Pontifical Romano, Prefacio en la ordenación del presbítero: “Con esta providencia, Señor, diste a los apóstoles de tu Hijo maestros de la fe como compañeros, y llenaron el mundo con predicaciones acertadas”. LIBER ORDINUM LITURGIAE MOZARABICAE, Prefacio para la ordenación del presbítero: “Maestro de las muchedumbres y gobernante de los súbditos, mantenga en orden la fe católica y anuncie a todos la verdadera salvación” (Ed. M. Férotin, París 1904, col. 55).

112 Cf. Gál 2,5.113 Cf. 1 P 2,12.114 PO 4.

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Mediante el carácter sacramental e identificando su intención con la de la Iglesia, el sacerdote está siempre en comunión con el Espíritu Santo en la celebración de la liturgia, sobre todo de la Eucaristía y de los demás sacramentos.

En cada sacramento, es Cristo, en efecto, quien actúa en favor de la Iglesia, por medio del Espíritu Santo, que ha sido invocado con el poder eficaz del sacerdote, que celebra in persona Christi.

“El ministerio ordenado o sacerdocio ministerial está al servicio del sacerdocio bautismal. Garantiza que, en los sacramentos, sea Cristo quien actúa por el Espíritu Santo en favor de la Iglesia. La misión de salvación confiada por el Padre a su Hijo encarnado es confiada a los Apóstoles y por ellos a sus sucesores: reciben el Espíritu de Jesús para actuar en su nombre y en su persona115. Así, el ministro ordenado es el vínculo sacramental que une la acción litúrgica a lo que dijeron y realizaron los Apóstoles, y por ellos a lo que dijo y realizó Cristo, fuente y fundamento de los sacramentos”116.

La celebración sacramental, por tanto, recibe su eficacia de la palabra de Cristo -que es quien la ha instituido- y del poder del Espíritu, que con frecuencia la Iglesia invoca mediante la epíclesis. Esto es particularmente evidente en la Plegaria eucarística, en la que el sacerdote -invocando el poder del Espíritu Santo sobre el pan y sobre el vino- pronuncia las palabras de Jesús, y actualiza el misterio del Cuerpo y la Sangre de Cristo realmente presente, la transubstanciación.

3.4 Fuerza para guiar la comunidad.

Es, en definitiva, en la comunión con el Espíritu Santo donde el sacerdote encuentra la fuerza para guiar la comunidad, que le fue confiada y para mantenerla en la unidad querida por el Señor:

“Los presbíteros, ejerciendo según su parte de autoridad el oficio de Cristo Cabeza y Pastor, reúnen, en nombre del obispo, a la familia de Dios, como una fraternidad unánime, y la conducen a Dios Padre por medio de Cristo en el Espíritu117. Más para el ejercicio de este ministerio, lo mismo que para las otras funciones del presbítero, se confiere la potestad espiritual, que, ciertamente, se da para la edificación118. En la edificación de la Iglesia los presbíteros deben vivir con todos con exquisita delicadeza, a ejemplo del Señor. Deben comportarse con ellos, no según el beneplácito de los hombres119, sino conforme a las exigencias de la doctrina y de la vida cristiana, enseñándoles y amonestándoles como a hijos amadísimos120, a tenor de las palabras del apóstol:

115 Cf. Jn 20,21–23; Lc 24,47; Mt 28,18–20.116 CEC 1120; cf. PO 5.117 LG 28.118 Cf. 2 Cor 10,8; 13,10.119 Cf. Gal 1,10.120 Cf. 1 Cor 4,14.

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"Insiste a tiempo y destiempo, arguye, enseña, exhorta con toda longanimidad y doctrina" (2 Tim 4,2)121. Por lo cual, atañe a los sacerdotes, en cuanto educadores en la fe, el procurar personalmente, o por medio de otros, que cada uno de los fieles sea conducido en el Espíritu Santo a cultivar su propia vocación según el Evangelio, a la caridad sincera y diligente y a la libertad con que Cristo nos liberó122”123.

La oración del sacerdote en el Espíritu Santo puede inspirarse en la oración sacerdotal de Jesucristo124. Por lo tanto, debe rezar por la unidad de los fieles para que sean una sola cosa, y así el mundo crea que el Padre ha enviado al Hijo para la salvación de todos.

4. DIMENSIÓN ECLESIOLÓGICA

4.1 El sacerdote ‘en’ la Iglesia y ‘ante’ la Iglesia

Cristo, origen permanente y siempre nuevo de la salvación, es el misterio principal del que deriva el misterio de la Iglesia, su Cuerpo y su Esposa, llamada por el Esposo a ser signo e instrumento de redención. Cristo sigue dando vida a su Iglesia por medio de la obra confiada a los Apóstoles y a sus Sucesores.

A través del misterio de Cristo, el sacerdote, ejercitando su múltiple ministerio, está insertado también en el misterio de la Iglesia, la cual “toma conciencia, en la fe, de que no proviene de sí misma, sino por la gracia de Cristo en el Espíritu Santo”125. De tal manera, el sacerdote, a la vez que está en la Iglesia, se encuentra también ante ella.

“El sacerdote, en cuanto que representa a Cristo Cabeza, Pastor y Esposo de la Iglesia, se sitúa no sólo en la Iglesia, sino también al frente de la Iglesia. El sacerdocio, junto con la Palabra de Dios y los signos sacramentales, a cuyo servicio está, pertenece a los elementos constitutivos de la Iglesia. El ministerio del presbítero está totalmente al servicio de la Iglesia; está para la promoción del ejercicio del sacerdocio común de todo el Pueblo de Dios; está ordenado no sólo para la Iglesia particular, sino también para la Iglesia universal126, en comunión con el Obispo, con Pedro y bajo Pedro. Mediante el sacerdocio del Obispo, el sacerdocio de segundo orden se incorpora a la estructura apostólica de la Iglesia. Así el presbítero, como los apóstoles, hace de embajador de Cristo127. En esto se funda el carácter misionero de todo sacerdote”128.

121 Cf. Didascalia, II, 34, 2-3; II, 46, 6; II, 47, 1; Constitutiones Apostolorum, II, 47, 1 (ed. F. X. Funk, Didascalia et Constitutiones, I, 116, 142 y 143).

122 Cf. Gal 4,3; 5,1.13.123 PO 6.124 Cf. Jn 17.125 PDV 16.126 cf. PO 10.127 Cf. 2 Cor 5,20.128 PDV 16.

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4.2 Partícipe en cierto modo, de la esponsalidad de Cristo

El sacramento del Orden, en efecto, no sólo hace partícipe al sacerdote del misterio de Cristo a Sacerdote, Maestro, Cabeza y Pastor, sino -en cierto modo- también de Cristo “Siervo y Esposo de la Iglesia”129. Ésta es el “Cuerpo” de Cristo, que Él ha amado y la ama hasta el extremo de entregarse a Sí mismo por Ella130; Cristo regenera y purifica continuamente a su Iglesia por medio de la palabra de Dios y de los sacramentos131; se ocupa el Señor de hacer siempre más bella a su Esposa y, finalmente, la nutre y la cuida con solicitud132.

Los presbíteros -colaboradores del Orden Episcopal-, que constituyen con su Obispo un único presbiterio133 y participan, en grado subordinado, del único sacerdocio de Cristo, también participan, en cierto modo, -a semejanza del Obispo- de aquella dimensión esponsal con respecto a la Iglesia, que está bien significada en el rito de la ordenación episcopal con la entrega del anillo134.

“Los presbíteros, ejercitando, en la medida de su autoridad, el oficio de Cristo, Pastor y Cabeza, reúnen la familia de Dios como una fraternidad, animada y dirigida hacia la unidad y por Cristo en el Espíritu, la conducen hasta Dios Padre. En medio de la grey le adoran en espíritu y en verdad135. Se afanan finalmente en la palabra y en la enseñanza136, creyendo en aquello que leen cuando meditan en la ley del Señor, enseñando aquello en que creen, imitando aquello que enseñan”137.

Los presbíteros, que “de alguna manera hacen presente -por así decir- al Obispo, a quien están unidos con confianza y grandeza de ánimo, en cada una de las comunidades locales”138 deberán ser fieles a la Esposa y, como viva imagen que son de Cristo Esposo, han de hacer operativa la multiforme donación de Cristo a su Iglesia.

Por esta comunión con Cristo Esposo, también el sacerdocio ministerial es constituido -como Cristo, con Cristo y en Cristo- en ese misterio de amor salvífico trascendente, del que es figura y participación el matrimonio entre cristianos.

Llamado por un acto de amor sobrenatural absolutamente gratuito, el sacerdote debe amar a la Iglesia como Cristo la ha amado, consagrando a ella

129 PDV 3.130 Cf. Ef 5,25.131 Cf. Ibíd., 5,26.132 Cf. Ibíd., 5,29.133 Cf. LG 28; PO 7; AG 19; CD 28; PDV 17.134 Cf. PONTIFICALE ROMANUM, Ordinatio Episcoporum, Presbyterorum et

diaconorum, cap. I, 51, Ed. typica altera, 31990, 26.135 Cf. Jn 4,24.136 Cf. 1 Tim 5,17.137 LG 28.138 Ibíd., 28.

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todas sus energías y donándose con caridad pastoral hasta dar cotidianamente la propia vida.

4.3 Universalidad del sacerdocio

El mandamiento del Señor de ir a todas las gentes (Mt 28,18-20) constituye otra modalidad del estar el sacerdote ante la Iglesia.

“Los presbíteros, aunque no tienen la cumbre del pontificado y en el ejercicio de su potestad dependen de los Obispos, con todo están unidos con ellos en el honor del sacerdocio y, en virtud del sacramento del orden, han sido consagrados como verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento, según la imagen de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote139, para predicar el Evangelio y apacentar a los fieles y para celebrar el culto divino”140.

Enviado –missus- por el Padre por medio de Cristo, el sacerdote pertenece “de modo inmediato” a la Iglesia universal141, que tiene la misión de anunciar la Buena Noticia hasta los “extremos confines de la tierra” (Hch 1,8).

“Las diversas formas del “mandato misionero” tienen puntos comunes y también acentuaciones características. Dos elementos, sin embargo, se hallan en todas las versiones. Ante todo, la dimensión universal de la tarea confiada a los Apóstoles: “A todas las gentes” (Mt 28,19); “por todo el mundo... a toda la creación” (Mc 16,15); “a todas las naciones” (Hch 1,8). En segundo lugar, la certeza dada por el Señor de que en esa tarea ellos no estarán solos, sino que recibirán la fuerza y los medios para desarrollar su misión. En esto está la presencia y el poder del Espíritu, y la asistencia de Jesús: “Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos” (Mc 16,20)”142.

“El don espiritual, que los presbíteros han recibido en la ordenación, los prepara a una vastísima y universal misión de salvación”143. En efecto, por el Orden y el ministerio recibidos, todos los sacerdotes han sido asociados al Cuerpo Episcopal y -en comunión jerárquica con él según la propia vocación y gracia-, sirven al bien de toda la Iglesia:

“Los presbíteros, como próvidos colaboradores del orden episcopal, como ayuda e instrumento suyo llamados para servir al Pueblo de Dios, forman, junto con su Obispo, un presbiterio dedicado a diversas ocupaciones. En cada una de las congregaciones de fieles, ellos representan al Obispo con quien están confiada y animosamente unidos, y toman sobre sí una parte de la carga y solicitud pastoral y la ejercitan en el diario trabajo. Ellos, bajo la autoridad del Obispo, santifican y rigen la porción de la grey del Señor a ellos confiada, hacen visible en cada lugar a la Iglesia universal y prestan eficaz ayuda a la edificación del Cuerpo

139 Cf. Hch 5,1-10; 7,24; 9,11-28.140 LG 28.141 Cf. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Carta sobre la Iglesia como

comunión Communiones notio (28 mayo 1992), 10: AAS 85 (1993) 844.142 JUAN PABLO II, Encíclica Redemptoris Missio, 23a: AAS 83 (1991) 269.143 PO 10; PDV 32.

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total de Cristo144. Preocupados siempre por el bien de los hijos de Dios, procuran cooperar en el trabajo pastoral de toda la diócesis y aun de toda la Iglesia”145.

Por lo tanto, la pertenencia -mediante la incardinación- a una concreta Iglesia particular146, no debe encerrar al sacerdote en una mentalidad estrecha y particularista sino abrirlo también al servicio de otras Iglesias, puesto que cada Iglesia es la realización particular de la única Iglesia de Jesucristo, de forma que la Iglesia universal vive y cumple su misión en y desde las Iglesias particulares en comunión efectiva con ella. Por lo tanto, todos los sacerdotes deben tener corazón y mentalidad misioneros, estando abiertos a las necesidades de la Iglesia y del mundo147.

“El cuidado de anunciar el Evangelio en todo el mundo pertenece al cuerpo de los pastores, ya que a todos ellos en común dio Cristo el mandato imponiéndoles un oficio común, según explicó ya el Papa Celestino a los padres del Concilio de Efeso. Por tanto, todos los Obispos, en cuanto se lo permite el desempeño de su propio oficio, deben colaborar entre sí y con el sucesor de Pedro, a quien particularmente se le ha encomendado el oficio excelso de propagar la religión cristiana. Deben, pues, con todas sus fuerzas proveer no sólo de operarios para la mies, sino también de socorros espirituales y materiales, ya sea directamente por sí, ya sea excitando la ardiente cooperación de los fieles. Procuren finalmente los Obispos, según el venerable ejemplo de la antigüedad, prestar una fraternal ayuda a las otras Iglesias, sobre todo a las Iglesias vecinas y más pobres, dentro de esta universal sociedad de la caridad”148.

4.4 Índole misionera del sacerdocio

Es importante que el presbítero tenga plena conciencia y viva profundamente esta realidad misionera de su sacerdocio, en plena sintonía con la Iglesia que, hoy como ayer, siente la necesidad de enviar a sus ministros a los lugares donde es más urgente la misión sacerdotal y de esforzarse por realizar una más equitativa distribución del clero149.

144 Cf. Ef 4,12.145 LG 28.146 Cf. CIC 266,1.147 Cf. CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Notas directivas Postquam Apostoli (25 marzo

1980), 5; 14; 23: AAS 72 (1980) 346-347; 353-354; 360-361; TERTULIANO, De praescriptione 20,5-9: CCL 1,201-202.

148 LG 23; cf. 26; AG 37; “La misión pasa a ser, pues, no sólo ayuda generosa de Iglesias "ricas" a Iglesias "pobres", sino gracia para cada Iglesia, condición de renovación, ley fundamental de vida (cf. Postquam Apostoli, 14-15)”, JUAN PABLO II, Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones (30 mayo 1982), 4.

149 Cf. LG 23; PO 10; PDV 32; CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Notas directivas Postquam Apostoli (25 marzo 1980): AAS 72 (1980) 343-364; CONGREGACIÓN PARA LA EVANGELIZACIÓN DE LOS PUEBLOS, Guía pastoral para los sacerdotes diocesanos de las Iglesias dependientes de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos (1·octubre 1989), 4; CIC 271.

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“El don espiritual que los presbíteros recibieron en la ordenación no los prepara a una misión limitada y restringida, sino a la misión universal y amplísima de salvación ‘hasta los confines de la tierra’, pues cualquier ministerio sacerdotal participa de la misma amplitud universal de la misión confiada por Cristo a los Apóstoles”150.

“Los sacerdotes no dejarán además de estar concretamente disponibles al Espíritu Santo y al Obispo, para ser enviados a predicar el Evangelio más allá de los confines del propio país. Esto exigirá en ellos no sólo madurez en la vocación, sino también una capacidad no común de desprendimiento de la propia patria, grupo étnico y familia, y una particular idoneidad para insertarse en otras culturas, con inteligencia y respeto”151.

Esta exigencia de la vida de la Iglesia en el mundo contemporáneo debe ser sentida y vivida por cada sacerdote, sobre todo y esencialmente, como el don, que debe ser vivido dentro de su institución y a su servicio.

No son, por tanto, admisibles todas aquellas opiniones que, en nombre de un mal entendido respeto a las culturas particulares, tienden a desnaturalizar la acción misionera de la Iglesia, llamada a realizar el mismo misterio universal de salvación, que trasciende y debe vivificar todas las culturas152.

“El proceso de inserción de la Iglesia en las culturas de los pueblos requiere largo tiempo: no se trata de una mera adaptación externa, ya que la inculturación ‘significa una íntima transformación de los auténticos valores culturales mediante su integración en el cristianismo y la radicación del cristianismo en las diversas culturas’153. Es, pues, un proceso profundo y global que abarca tanto el mensaje cristiano, como la reflexión y la praxis de la Iglesia. Pero es también un proceso difícil, porque no debe comprometer en ningún modo las características y la integridad de la fe cristiana”154.

Hay que decir también que la expansión universal del ministerio sacerdotal se encuentra hoy en correspondencia con las características socioculturales del mundo contemporáneo, en el cual se siente la exigencia de eliminar todas las barreras, que dividen pueblos y naciones y que, sobre todo, a través de las comunicaciones entre las culturas, quiere hermanar a las gentes, no obstante las distancias geográficas, que las dividen.

Nunca como hoy, por tanto, el clero debe sentirse apostólicamente comprometido en la unión de todos los hombres en Cristo, en su Iglesia.

Por ello, la eclesiología de comunión resulta decisiva para descubrir la identidad del presbítero, su dignidad original, su vocación y su misión en el

150 JUAN PABLO II, Encíclica Redemptoris Missio, 67: AAS 83 (1991) 315-316. Cf. PO 10; AG 39.

151 JUAN PABLO II, Discurso a los participantes en la Plenaria de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos (14 abril 1989), 4: AAS 81 (1989) 1140.

152 Cf. CONGREGACIÓN PARA LA EVANGELIZACIÓN DE LOS PUEBLOS, Guía pastoral para los sacerdotes diocesanos de las Iglesias dependientes de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos (1·octubre 1989).

153 Asamblea extraordinaria del 1985, Relación final, II, D, 4.154 JUAN PABLO II, Encíclica Redemptoris Missio, 52: AAS 83 (1991) 299-300.

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Pueblo de Dios y en el mundo. La referencia a la Iglesia es pues necesaria, aunque no prioritaria, en la definición de la identidad del presbítero. En efecto, en cuanto misterio la Iglesia está esencialmente relacionada con Jesucristo: es su plenitud, su cuerpo, su esposa. Es el “signo” y el “memorial” vivo de su presencia permanente y de su acción entre nosotros y para nosotros. El presbítero encuentra la plena verdad de su identidad en ser una derivación, una participación específica y una continuación del mismo Cristo, sumo y eterno sacerdote de la nueva y eterna Alianza: es una imagen viva y transparente de Cristo sacerdote. El sacerdocio de Cristo, expresión de su absoluta ‘novedad’ en la historia de la salvación, constituye la única fuente y el paradigma insustituible del sacerdocio del cristiano y, en particular, del presbítero. La referencia a Cristo es, pues, la clave absolutamente necesaria para la comprensión de las realidades sacerdotales155.

155 Cf. PDV 12.