Mix de citas, heces y deposiciones varias Un … · la rosa. Que sólo la m… existe, mientras que...

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BOCA DE SAPO 24. Era digital, año XVIII, Agosto 2017. [MIERDA] pág. 18. ISSN 1514-8351 Es bien sabido, como lo indicó Roland Barthes, en Sade, Fourier, Loyola (1971), que “la mierda escrita no huele”. Sí, en cambio, suena: aquí se traza un pentagrama donde registrar algunos de sus sonidos. La belleza clásica se levanta purgando la carga excrementicia de la retórica: la lengua bella es una lengua lavada, pura. Este pentagrama, en cambio, recoge desde la modernidad hasta nuestro presente una colección inacabada de desperdicios. Mix de citas, heces y deposiciones varias Un pentagrama para la mierda unque sean de cuero flor, decía un viejo ferroviario napolitano y anarquista, las botas de la burguesía va- cuna argentina se llenan de bosta mientras los de- dos de las manos deslizan cuidadosamente las cuentas de plata engarzadas en un soberbio trenzado de tiento sobre las barrigas abultadas. Sin embargo, la paradoja sabia y bienvenida irrumpe y es posible constatar que la palabra “mierda” no le era fácil de pro- nunciar a esa alta burguesía –tal vez por fonía– ni fácil de escribir –tal vez por la combinación de sus consonantes y vocales–. Lo cierto es que la distinguida Victoria Ocampo, “genio tutelar” de la cultura argentina, sin recordar que las palabras no huelen y que si desaparecen las letras domina la imagen, en pleno enojo por la publicación de Las criadas de Jean Genet, escribe un descargo en su revista en el que se priva de largarse un buen “¡Mierda!” y se pierde la sensación liberadora de asentar la palabra, con ganas, por lo menos a fines de los años cuarenta. Por Adriana Mancini A *Adriana Mancini es Doctora en Letras por la Universidad de Buenos Aires, donde se desempeña como do- cente e investigadora e integra la comisión de doctorado. Ha dictado seminarios y cursos en las Universidades de La Plata,Venezia, Milano, Köln,Trieste.Tuvo a su cargo la edición de Walter Benjamin, Denkbilder. Epifanías en viajes (Cuenco de Plata, 2011) y, en colaboración, la edición ilustrada de La ronda y el antifaz. Lecturas críticas sobre Silvina Ocampo (Editorial FyL UBA, 2009). Ha publicado Silvina Ocam- po. Escalas de pasión (Norma, 2003), Bioy va al cine (Libraria, 2015) y artículos sobre ficción argentina en revistas especializadas nacionales y extranjeras.

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BOCA DE SAPO 24. Era digital, año XVIII, Agosto 2017. [MIERDA] pág. 18. ISSN 1514-8351

Es bien sabido, como lo indicó Roland Barthes, en Sade, Fourier, Loyola (1971), que “la mierda escrita no huele”. Sí, en cambio, suena: aquí se traza un pentagrama donde registrar algunos de sus sonidos. La belleza clásica se levanta purgando la carga excrementicia de la retórica: la lengua bella es una lengua lavada, pura. Este pentagrama, en cambio, recoge desde la modernidad hasta nuestro presente una colección inacabada de desperdicios.

Mix de citas, heces y deposiciones varias

Un pentagrama para la mierda

unque sean de cuero flor, decía un viejo ferroviario napolitano y anarquista, las botas de la burguesía va-cuna argentina se llenan de bosta mientras los de-

dos de las manos deslizan cuidadosamente las cuentas de plata engarzadas en un soberbio trenzado de tiento sobre las barrigas abultadas. Sin embargo, la paradoja sabia y bienvenida irrumpe y es posible constatar que la palabra “mierda” no le era fácil de pro-nunciar a esa alta burguesía –tal vez por fonía– ni fácil de escribir –tal vez por la combinación de sus consonantes y vocales–. Lo cierto es que la distinguida Victoria Ocampo, “genio tutelar” de la cultura argentina, sin recordar que las palabras no huelen y que si desaparecen las letras domina la imagen, en pleno enojo por la publicación de Las criadas de Jean Genet, escribe un descargo en su revista en el que se priva de largarse un buen “¡Mierda!” y se pierde la sensación liberadora de asentar la palabra, con ganas, por lo menos a fines de los años cuarenta.

Por Adriana Mancini

A*Adriana Mancini es Doctora en Letras por la Universidad de Buenos Aires, donde se desempeña como do-cente e investigadora e integra la comisión de doctorado. Ha dictado seminarios y cursos en las Universidades de La Plata, Venezia, Milano, Köln, Trieste. Tuvo a su cargo la edición de Walter Benjamin, Denkbilder. Epifanías en viajes (Cuenco de Plata, 2011) y, en colaboración, la edición ilustrada de La ronda y el antifaz. Lecturas críticas sobre Silvina Ocampo (Editorial FyL UBA, 2009). Ha publicado Silvina Ocam-po. Escalas de pasión (Norma, 2003), Bioy va al cine (Libraria, 2015) y artículos sobre ficción argentina en revistas especializadas nacionales y extranjeras.

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Una de las características de la literatura sórdida es su afectación de creer que la m…, es más verdadera que la rosa. Que sólo la m… existe, mientras que la rosa es una invención, una ilusión a la que se aferran única-mente los sentimentales o los imbéciles. En tanto que la m…, ¡enhorabuena! Basta creer en ella, proclamarla, maravillarse de ella, sumirse en su contemplación para recibir de inmediato un diploma de inteligencia, de su-tileza, de refinamiento y hasta de genialidad. Victoria Ocampo, “A propósito de Las criadas” en: Sur 168. Octubre 1948, año XVI.

En las antípodas y unos años después, David Viñas aporta su parecer sobre el tema en sus reflexiones acer-ca de Roberto Arlt.

Y que sabe [Roberto Arlt] quedarse solo arañándose las entrañas.Y no aislarse del grupo porque el grupo tiene mal olor.Y que sabe de su piel cuando los demás usan guantes.Y que entiende que está relleno de carne cuan-do los otros se engordan con lana. Que sabe equivocarse cuando los otros pretenden hacer la obra impecable, sin errores. La obra pura, el Zepelin inodoro. David Viñas (como Diego Sánchez Cortés), “Arlt un escolio” en: Contorno, N°2, mayo 1954.

Frontal y sin temores a rodear y atravesar con pala-bras que no necesitan demostrar su inocencia, Silvina, la menor y más osada de las hermanas Ocampo, señala divertida el rubor de sus congéneres cuando de algunas partes del cuerpo se trata, aunque la rima la excusa,

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no se arriesga a buscar para su poema las vocales que acordarían con un “culo”, hermano vulgar de las geme-las “nalgas”.

En la nalga de una estatuaescribiste nuestros nombresla estatua era toda blancay tu cara colorada. Silvina Ocampo, “Inscripción” en: Amarillo Celeste (1972). Poesía completa II. Buenos Aires, Emecé, 2003.

Pero esta Ocampo también sabe cómo sellar en un poema la pútrida naturaleza, en una de sus estaciones loada por la juventud y el amor. Porque donde hay amor, se sabe, hay odio.

Afuera está la primavera inmunda;la irisada paloma que fecunda;los insectos que son como ladrones,ya lo sé, en los azahares con limones;las glicinas guarangas derramadasensuciando baldosas coloradasnovios que unen sus risas y sus cosméticos junto al jazmín del Paraguay, frenéticos; frente a columpios exhibicionistas, y lascivas posturas de ciclistas.El viento lleva el hálito calientede las bestias y lo infunde en el ambiente,humedece las hojas de calor, riza el pétalo esquivo de la flor.Y el frío solo está en el corazóncomo un pozo en la arena, sin pasión, con espejitos que atesora el marque sabe a lágrimas para mostrarel frío conmovido que se elevadel fondo misterioso en que abreva.Silvina Ocampo, “De amor y de odio” en: Lo amargo por dulce (1962). Poesía completa II. Buenos Aires, Emecé, 2003.

Fue Charles Baudelaire quien extremó la impronta del tiempo en la materia: toda belleza devendrá carro-ña, pura mierda. Solo el poeta, la poesía, el arte captará el instante efímero de esplendor.

Todo aquello descendía, subía como una ola,o se lanzaba chispeante;se había dicho que el cuerpo,

hinchado de un aliento vago,vivía multiplicándose.

Y este mundo comportaba una extraña música,como el agua corriente y el viento,o el grano que un aventador de un movimiento rít-micoagita y devuelve a su harnero.

Las formas se borraban y sólo era un sueño,un esbozo lento en venir,sobre la tela olvidada, y que el artista acabasolamente para el recuerdo.

Detrás de las rocas una perra inquietanos miraba con mirada enojada,esperando el momento de recuperar el esqueletoel trozo que había abandonado.

Y, por tanto, tú eres semejante a esa porquería,a esta horrible infección,estrella de mis ojos, sol de mi naturaleza,tú, mi ángel y mi pasión.

¡Sí! Tal serás, oh, reina de las gracias, después de los últimos sacramentos,cuando irás, bajo la hierba y las floraciones grasas,a enmohecer entre las osamentas.

Entonces, ¡oh, mi belleza! Dile al gusanoque te comerá a besos,que he guardado la forma y la esencia divina

de mis amores descompuestos.Charles Baudelaire, “Una carroña” (frag.) en: Spleen e Ideal. Obra poética completa. Traducción Enrique Parellada. Ed. bilingüe. Barcelona, Libros Río Nuevo, 1977.

Salvo en francés (idioma que transforma la palabra mierda en un mágico albur), la palabra mierda es una mierda. Paul Verlaine le dedicó unos versos al perca-tarse de ese “perfume” tan singular aunque cambiante según las papilas olfativas de la época:

Un poco de mierda y de quesono son para amedrentarmi olfato, mi boca y mi valoren el amor de bujarrónEn suma: me hace feliz el olor

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O señalando la condición humana:

Como Sade en sus escritos, como Gilles de Rais en sus crímenes, la condesa Bartory alcanzó más allá de todo límite, el último fondo de desenfreno. Ella es una prueba más de que la libertad absoluta de la criatura humana es horrible. Alejandra Pizarnik, La condesa sangrienta (1965). Ibídem (frag. p.391)

Y aquí, Juan Martini en un intento de alertar sobre lo abyecto de un poder sin límites denunciado desde una literatura que se atreve a ilustrar sobre los años ne-gros de la historia argentina:

¿Qué historia es ésta?, voces que no están precisamente allí, que parecen escucharse imprevistamente en el aire enrarecido, en la bruma gris que desciende, que cae desde un techo invisible encerrando como en una caverna el cuerpo desnudo, solitario, que sangra, de pie, magnífico, desafiante, sobre las maderas de un rústico escenario, sobre la tierra, la llanura infinita, oscura, donde alguna vez estallará el fuego del fin, donde alguna vez el viento en remolino alzará al cielo cenizas de pudrición y muerte... Juan Martini, La vida entera. Bruguera. 1981, p. 157.

Con ese “rústico escenario, sobre la tierra, llanura infinita” al que alude Martini, volvemos a la impronta de bosta en las botas de cuero de la que las niñas here-deras quieren huir.

Cómo evadirnos de esta destilería de bosta, dijo Elena esa noche. Pero no como la Gallardo, irse para seguir escribiendo novelas rurales. Mejor irse de una vez y no volver a pisar –en este punto del relato la prima fue interrumpida por Isabel, quien había dispuesto en la mesa una sopa de avena arrollada, por algún canon riguroso sobre la digestión, el alimento indicado para los duelos. Matilde Sánchez, El desperdicio. Buenos Aires, Alfaguara, 2007, p. 29.

Lo supo San Agustín: Inter faeces et urinam nascimur. La vida misma empieza y termina con lágrimas y caca. Quevedo lo afirma y Roth lo convierte en una imagen humillante de la vejez. Nacer y morir. Llegar al mun-

del culo de mis amantesagrio y fresco como la manzanaen la sana humedad de sus fermentos.Paul Verlaine, “Poema VIII” (frag.) en: Poemas eró-ticos. Traducción Juan José Hernández. Edicio-nes de la flor, Buenos Aires, 1994.

Sin olvidar a Sade, otros destacados franceses han encontrado en la mierda y sus alrededores tanto placer, que han querido inmortalizarlo, por ejemplo, así:

Llevaba medias de seda negra que le subían por encima de las rodillas; pero todavía no había podido verle el culo (este nombre que Simona y yo empleamos siempre, es para mí el más hermoso de los nombres del sexo).George Bataille, Historia del ojo. Prólogo y notas so-bre las diversas traducciones de la obra Margo Glanz. México, Ediciones Coyoacán, 1994, p. 27.

Pero los argentinos, como se sabe, nunca queremos

ser menos: tenemos a Osvaldo Lamborghini, que supo cantarle miríada de odas al culo y a la mierda, ahí está Tadeys (2005) rescatado de las ciénagas de la inedición por César Aira, como paladín encarnado de “El Cloaca Iván”, acaso de uno de sus personajes más queridos:

Yo soy El cloaca Iván, el de la fama larga y gruesa; arrinconado, esquinado entonces: solo y mi prontuario. Desde la cárcel hoy, por pasar el tiempo (que es asqueroso en Europa), ya que le muevo la mierda a este recluso débil de popa que dice “Fui antes periodista”. Osvaldo Lamborghini, “El Cloaca Iván” en: Novelas y cuentos. Barcelona, Ediciones del Serbal, 1988, p. 315.

Casi como un comodín la mierda sale de la manga y completa, recupera, sintetiza y se proyecta. El arte bordea su existencia, a su manera. Y está aquí, en Pi-zarnik, pero no como palabra, sino como destino de un dolor:

dice que no sabe del miedo de la muerte del amor dice que tiene miedo de la muerte del amor dice que el amor es muerte es miedo dice que la muerte es miedo es amor dice que no sabe. Alejandra Pizarnik, “poema 20” en: El árbol de Diana (1966). Obras completas. Buenos Aires, Corregidor, 1998.

BOCA DE SAPO 24. Era digital, año XVIII, Agosto 2017. [MIERDA] pág. 22. ISSN 1514-8351BOCA DE SAPO 24. Era digital, año XVIII, Agosto 2017. [MIERDA] pág. 22. ISSN 1514-8351

La vida misma empieza y termina con lágrimas y caca. Quevedo lo afirma y Roth lo convierte en una imagen humillante de la vejez.

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do y salir de él no sucede sin dolor; no hay paliativos; llegamos y nos vamos desnudos y cubiertos de mierda.

La vida empieza en lágrimas y caca,luego viene la mu, con mama y coco,síguense las viruelas, baba y moco,y luego llega el trompo y la matraca.

En creciendo la amiga y la sonsaca,con ella embiste el apetito loco;en subiendo a mancebo, todo es poco,y después la intención peca en bellaca.

Llega a ser hombre, y todo lo trabuca;soltero sigue toda perendecacasado se convierte en mala cuca.

Viejo encanece, arrúgase y se seca;llega la muerte, y todo lo bazucay lo que deja paga y lo que peca.

Francisco Quevedo, Poema 71 en: Selección poética. Buenos Aires, Editorial Kapelusz, 1981.

Ahora, todo un lado de la habitación la cerraban puertas deslizantes, de cristal, con vistas al césped, los muros de piedra y los arroyos y campos que se extendían delante de la casa. En otros tiempos, ahí solía instalar a mi padre, en un sillón de mimbre, frente al espacio abierto, y cuando hacía buen tiempo se pasaba la mañana tan campante, con el Times, leyendo primero las noticias de Israel y luego todo lo que se dijera del gobierno de Reagan, lo cual le servía para mantener vivo su odio al presidente durante lo que quedase de la mañana.Ahora que Seth y Ruth habían venido a comer y todos charlábamos de cosas insustanciales, en un día de verano tan luminoso como darse puede, mi padre se hallaba totalmente aislado en el interior de un cuerpo que se había trocado en un recinto de alta seguridad, a prueba de fugas, una especie de cajón de matadero.Cuando estábamos a punto de terminar de comer, apartó su silla y se dirigió hacia la escalera que lleva a la cocina. Era la tercera vez que se levantaba de la mesa, y fui con él para ayudarlo a subir. No me lo permitió, sin embargo, lo cual me llevó a pensar que se disponía a hacer un nuevo intento de mover los intestinos en el cuarto de baño, y preferí no incomodarlo con mi insistencia.

Tomábamos el café cuando me di cuenta de que aún no había regresado. Me levanté de la mesa sin decir nada, mientras los demás seguían hablando, y entré en la casa, convencido de que iba a encontrarlo muerto.No estaba muerto, pero sí, quizá, deseando morirse.El olor me llegó cuando sólo iba por la mitad de la escalera al piso de arriba. Al llegar a su cuarto de baño encontré la puerta abierta de par en par; delante, en el suelo del pasillo, vi sus vaqueros y sus calzoncillos. Dentro del cuarto de baño estaba mi padre, completamente desnudo, recién salido de la ducha y chorreando agua. La peste era insoportable.Le faltó poco para echarse a llorar, al verme. En el tono más desesperado que quizá le haya oído nunca a nadie, me dijo algo que no me habría costado mucho trabajo adivinar:–Me he cagado.Había mierda por todas partes, aplastada por los pies en la alfombrilla, ribeteando el borde y manchando la columna del lavabo, apilada en el suelo, salpicando el cristal de la ducha que acababa de abandonar, secándose en la ropa tirada. También en el pico de la toalla con que había empezado a secarse. En aquel cuarto de baño de reducidas dimensiones, que era yo quien utilizaba normalmente, había hecho lo posible por salir del embrollo por sus propios medios, pero, casi ciego como estaba, y recién salido del hospital, al quitarse la ropa para meterse en la ducha lo único que consiguió fue extender la mierda por todas partes. Vi que hasta las cerdas de mi cepillo de dientes, colocado en su colgador, sobre el lavabo, tenían las puntas manchadas.–No pasa nada – le dije–, no pasa nada. Enseguida lo arreglamos todo.Metí el brazo en la cabina de la ducha, volví a abrir el agua y estuve jugando con los grifos hasta obtener la temperatura adecuada. Luego le quité la toalla y lo ayudé a meterse otra vez en la ducha.–Agarra el jabón y empieza desde el principio– le dije; y mientras él, obedientemente, se iba enjabonando todo el cuerpo, yo hice un montón con su ropa, las toallas y la alfombrilla, fui al armario que había en el pasillo, cogí una funda de almohada, y la usé de bolsa en que meterlo todo. Y le llevé una toalla limpia.Philip Roth. Patrimonio. Una historia verdadera. Trad. Ramón Buenaventura. Barcelona, Seix Ba-rral, 2003, pp. 170-172.

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En los comienzos de los tiempos marcados por los ro-manos, defecar en compañía no difería mucho de compar-tir una buena comida. Sabemos que la mierda, sus olores y su purificación junto a la limpieza de una lengua que nace tan sucia como su futuro hablante –y que maestros y leyes saben muy bien lavar– tienen su historia, según argumenta con rigor Dominique Laporte en Historia de la mierda.

En Pompeya se conservan las ruinas de los baños pú-blicos, las viviendas no contaban con ellos y allí concurría el pueblo. Sin puertas ni cortinas divisorias, sentados en U, cada usuario en un agujero aprovechaba la ocasión para transformar el evento en una entretenida reunión social. Michelet se inspiraba entre los olores de sus propias he-ces tal como lo hiciera el personaje de Ulises de Joyce a quien la vanguardia argentina leía con fruición mientras que a Arlt lo enojaba, según se desprende de las “Palabras de autor” que anteceden a Los lanzallamas (“Eso provenía del deleite espiritual que les ocasionaba cierto personaje de “Ulises”, un señor que se desayuna más o menos aromá-ticamente, aspirando con la nariz en un inodoro el hedor de sus excrementos que ha defecado un minuto antes”. Roberto Arlt, “Palabras de autor” en: Los siete locos y Los Lanzallamas. Biblioteca Ayacucho. s/f . p.190).

Fue precisamente la falta de retretes la que trajo múl-tilples molestias a la nobleza francesa. La duquesa de Or-leans desde Fontainebleau escribe el 9 de octubre de 1694 una carta dirigida a la electriz de Hannover:

Sois muy dichosa de poder cagar cuando queráis ¡cagad, pues, toda vuestra mierda de golpe! … aconseja la prince-sa palatina. No ocurre lo mismo aquí donde estoy obliga-da a guardar mi cagallón hasta la noche; no hay retretes en las casas al lado del bosque, y yo tengo la desgracia de vivir en una de ellas, y por consiguiente, la molestia de tener que ir a cagar fuera, es lo que me enfada, porque me gusta cagar a mi aire, cuando mi culo no se expone a nada. Item todo el mundo nos ve cagar…. Dominique Laporte, Historia de la mierda. Traduc-ción Nuria Pérez de Lara. Valencia, Pre-Textos, 1989, p. 20.

¿Comenzaría una nueva tendencia? Sin duda que sí, aunque para llegar a los “inodoros inteligentes” que des-lumbran hoy a Martín Caparrós, aun nos falta una “cultura de la mierda” que en Occidente no termina de imponerse:

El hotel, en pleno centro de Seúl, era supermoderno, lujoso y apretado. Mi habitación no era una habitación sino una máquina perfecta de limpiarse y dormir. Mi habitación te-

nía el espacio justo para una buena cama –una tremenda cama– y un ventanal con cielo, los edificios, una montaña al fondo. Tenía lámparas varias, un espejo gigante, enchu-fes, conexiones y, por todas partes, las pantallas: mi habi-tación rebosaba de pantallas. Estaba, por supuesto, la gran pantalla del televisor, junto a la ventana, compitiendo con la ventana, venciendo a la ventana. Y la pantalla táctil de la temperatura, y la pantalla táctil de la mesita de luz que manejaba luces, cortinas, televisor, relojes varios, teléfono, mensajes, y la pantalla táctil de la caja fuerte y la panta-lla táctil de la balanza del baño y, sobre todo, la pantalla muy táctil que operaba el inodoro.Yo no estaba preparado para la cultura del inodoro in-teligente, la letrina letrada. Quizá por eso tardé días en aprender a manejar su pantallita –y sólo terminé de con-seguirlo cuando entendí que no tenía que manejarla real-mente: que alcanzaba con sentarme o pararme y dejar que la inteligencia del inodoro hiciera. Aun así, la pantallita tenía funciones que no pude entender –silver, kids, auto– para cumplir con dos contenidos básicos: limpiar la taza del retrete, limpiarme el ulterior.Martín Caparrós, “La letrina inteligente” en: El País, 22 de febrero de 2016.

Y para cerrar este pentagrama que no pretende sino dar cabida a algunas notas graves y dispersas, es loable recordar, del saber popular, un proverbio para la salud que dice así:

Tromba di’ulo, sanita di´orpo; aiutami culo, se no son morto. (Toscana) Dizionario dei proverbi italiani e dialettali, Ric-cardo Schwamenthal e Michele L. Straniero. Biblioteca Universale Rizzoli, 1991.

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Street Art:

Imagen 1 - Fonso - Berlin 2017Imagen 2 - Fonso & Alterlier - Bogotá 2015

Imagen 3 - Fonso & M.A.L. - Bogotá 2013

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Un examen de la sugestiva incidencia de Cocina ecléctica (1890), que Juana Manuela Gorriti (1818-1892) pu-blicó ya a finales de su vida. Doscientas cincuenta recetas enviadas a la escritora salteña dibujan una verdadera red de parientes, amistades y colegas provenientes de distintos lugares de América. Cocina, política y reivindicación de lo americano son examinados a partir de una biografía fuera de la tradición y una obra, solo en apariencia, coherente con el canon de su tiempo.