mitosjaponeses
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7/17/2019 mitosjaponeses
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Mitos modernos japoneses
Algunos estudiantes aventajados de español intentaban encontrar hace un par de semanas los mitos sobre
los cuales se funda la sociedad japonesa de hoy, basados en un texto del escritor François Brune, titulado
De l’idéologie aujourd’hui (Acerca de la ideología actual).
Antes que nada, la mayoría estuvo de acuerdo en señalar que los mitos japoneses diferían bastante
poco de aquéllos que se encuentran en la base de nuestra “modernidad” occidental; nuestra mitología
contemporánea. Por esta razón los reseñamos.
Según Brune, la mitología contemporánea está compuesta de cuatro mitos intocables:
1) El mito del progreso
2) La supremacía de la técnica
3) El dogma de la comunicación
4) La religión de la época
Para Brune, el progreso es una realidad, pero también una ideología. El mito del progreso nos dice que no
podemos detenernos, que debemos seguir desarrollándonos, cambiando, evolucionando. Nadie se atreve-
ría a retroceder. Este mito es bastante más comprensible si lo contrastamos con visiones de mundo circu-
lares o cíclicas (tales como las de algunos pueblos amerindios), en las que el progreso es una cruel ironía o
una franca falsedad.
La supremacía de la técnica es también una realidad, pero no deja de ser una ideología. En nuestro mundo
moderno se relega la toma de decisiones al dictamen de los criterios técnicos. Uno de los ejemplos que
da el mismo autor dice relación con el hecho de que se espera controlar los contenidos violentos de la
TV mediante artilugios electrónicos que, una vez instalados, sirvan de cedazo y censuren los contenidos
deseados. De esa manera, los padres podrían hacerle un bypass a su responsabilidad de inculcar a sus hijos valores que resuelvan ése y toda la cadena de problemas asociados. Se prefiere usar la tecnología para
solucionar problemas humanos; para comunicarnos mejor, necesitamos cada vez más aparatejos; pero al
mismo tiempo nos apartamos de la gente con la que queremos comunicarnos.
Es una realidad y una ideología el dogma de la comunicación. Tenemos que estar comunicados,
interconectados; expuestos y accesibles a todo el mundo. Sin embargo, los contenidos de la información
recibida vienen mezclados con publicidad o sobre su soporte. Aún más, el sociólogo Marshal McLuhan
había dicho ya hace bastante tiempo que el medio mismo es el mensaje. De otro lado, el mundo
representado por los medios de comunicación vendría deformado: abundan los estereotipos y hacen que
el receptor se ajuste a “su visión del mundo”(la de los mismos medios). Los medios se constituirían enperfectos canales de reproducción del resto de la mitología que apunta Brune.
Por último, la religion de la época es tanto una realidad como una ideología. La época es “la modernidad”.
Necesitamos “adaptarnos a la evolución”. Nuestras falencias son justificadas echándole la culpa al “tiempo en
que vivimos”, como si la forja de esta época no dependiese de nosotros mismos.
Los estudiantes reconocen que estos mitos están en la fundación de la sociedad japonesa moderna, pero
también se atrevieron a exponer uno muy marcado: el mito del pragmatismo. La sociedad japonesa, dicen,
es pragmática. No está del lado de las grandes ideas, del pensamiento sublime, sino más bien se atrinchera
en el espacio de lo útil; aquello que podemos usar en nuestra vida diaria. Cualquier proyecto que se apartede la utilidad práctica es violentamente dado de baja, apartado o exterminado. La producción cultural del
país cumpliría más con el propósito (útil, por cierto) de divertir a la gente, para que continúe produciendo,
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“progresando”, que con el de relevar los signos de la tribu, las verdades imperecederas, de generación en
generación. De allí que escritores como Kenzaburo Oé, o realizadores como Oshima Nagisa, no tengan
ninguna resonancia nacional y sean enclaustrados o encasillados en el círculo de los “pesados”. Incluso los
más tradicionales son meros nombres en las listas de famosos. Da pena decirlo, pero en Japón, durante la
enseñanza básica y secundaria, no se lee ni siquiera a Kawabata, tampoco a Mishima y menos a Tanizaki.
La cultura ancestral va desapareciendo por su falta de pragmatismo, porque éste rechaza todo aquello queno produzca resultados visibles, medibles: la adoración de la poesía y los poetas; la veneración de los trazos
de un ideograma; la meditación que surge en torno de la preparación y servicio del té; o la lectura de una
obra de corte filosófico.
Al igual que los anteriores, este mito parece que ha florecido del mismo modo en nuestro mundo, pero por
las características arriba señaladas, en Japón, debido al rechazo del intelectualismo, se están erradicando, a
pasos aún más agigantados, grandes valores culturales y se está imponiendo la idea de que el desarrollo se
alcanza, únicamente, por la vía material.