Miscelánea Variaciones autobiográ˜cas en yo mayor y menor

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Fermín Cebrecos

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Fermín Cebrecos

Cebrecos-Bravo, FermínMiscelánea. Variaciones autobiográficas en yo mayor y menor /

Fermín Cebrecos. Primera edición. Lima: Universidad de Lima, Fondo Editorial, 2019.

172 páginas. (Colección Biblioteca Universidad de Lima).Referencias: páginas 171-172.

1. Profesores universitarios -- Anécdotas. 2. Filosofía -- Miscelánea. 3. Cosmología. I. Cebrecos-Bravo, Fermín -- Miscelánea. II. Francisco de Asís, Santo, 1182-1226 -- Crítica e interpretación. III. Universidad de Lima. Estudios Generales. IV. Universidad de Lima. Fondo Editorial.

869.56C45 ISBN 978-9972-45-496-7

Colección Biblioteca Universidad de LimaMiscelánea. Variaciones autobiográficas en yo mayor y menorPrimera edición: abril, 2019Tiraje: 300 ejemplares

© De esta edición: Universidad de Lima Fondo Editorial Av. Javier Prado Este 4600, Urb. Fundo Monterrico Chico, Lima 33 Apartado postal 852, Lima 100, Perú Teléfono: 437-6767, anexo 30131 [email protected] www.ulima.edu.pe Diseño, edición y carátula: Fondo Editorial de la Universidad de Lima

Imagen de portada: Frankie’s/Shutterstock.com

Impreso en el Perú

Prohibida la reproducción total o parcial de este libro, por cualquier medio, sin permiso expreso del Fondo Editorial.

ISBN 978-9972-45-496-7

Hecho el depósito legal en la Biblioteca Nacional del Perú n.� 2019-04279

[7]

Índice

Presentación 13

I. Autobiografía académica 211. Prefacio a mi tesis doctoral “De la imposibilidad

de una escatología en Ludwig Feuerbach. Antecedentes, legitimación y límites de la idea de progreso indefinido” 23

2. Dos añadidos a mi tesis doctoral 27

2.1 La imposibilidad de insertar lo infinito en lo finito 27

2.2 La imposibilidad de secularizar la teología cristiana 29

3. Tres dictados de clase 33

3.1 Clase introductoria de Cosmología 33

3.1.1 Tres aproximaciones al significado de “cosmología” 33

3.1.2 Un añadido esencial para que toda aproximación al significado de “cosmología” sea “actual” o, lo que es lo mismo, sea denominada “astrofísica” 36

3.1.3 Los cinco grandes temas del curso de cosmología astrofísica 36

3.2 Clase introductoria de Filosofía 38

3.2.1 El logos es racional 38

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3.2.2 El logos es universal 39

3.3.3 El logos es autónomo 40

3.2.4 El logos es crítico 40

3.2.5 El logos es comunicable (dialógico) 41

3.3 Clase introductoria mixta: la filosofía de los primeros presocráticos y su vinculación con la ciencia cosmológica actual 41

3.3.1 Importancia de los primeros presocráticos 41

3.3.2 El método de la filosofía presocrática 42

3.3.3 Conceptuación del mito 42

3.3.4 Los dos ámbitos de la realidad 43

3.3.5 La problemática presocrática 44

3.3.6 La doble acepción del término “naturaleza” en los presocráticos 45

3.3.7 La respuesta de los primeros presocráticos al problema de la arché 46

3.3.8 A modo de resumen 48

3.3.9 Aproximación a la ciencia actual y similitud con la filosofía presocrática 48

4. Universidad de Lima: visión y alcance de los Estudios Generales 53

4.1 El “deber ser” de la universidad frente al “ser” de la opinión 54

4.2 Las exigencias de la relación scientia-praxis 56

4.3 La “parcialidad” del éxito y la “universalidad” del saber 58

4.4 El cometido de las “ciencias humanas” 60

4.5 El significado de los Estudios Generales 61

4.6 La no interrupción de lo “general” en los estudios universitarios 64

4.7 Colofón 65

9Índice

5. Tres interpretaciones del “genio maligno” cartesiano 67

6. Con Francisco de Asís, siempre 71

6.1 Marco introductorio 71

6.2 La filosofía del franciscanismo 74

6.2.1 La filosofía franciscana es una modalidad de la filosofía cristiana 75

6.2.2 La experiencia de Dios 76

6.2.3 La experiencia del mundo 78

6.2.4 El pensamiento franciscano es eminentemente teocéntrico 79

6.2.5 El amor por los más pequeños 81

6.2.6 La crítica franciscana (por lo tanto, humilde) del statu quo 82

6.2.7 La filosofía franciscana como una de las causas (paradójicas) de la ciencia moderna 83

6.2.8 A modo de conclusión 84

6.3 El espíritu franciscano y la fraternidad universal 85

7. Tres relatos literarios de autores españoles 93

7.1 Marco introductorio 93

7.2 Azorín 94

7.3 Juan Ramón Jiménez 95

7.4 Luis Buñuel (con un marco introductorio general) 97

8. Tres relatos literarios de autores peruanos 103

8.1 Antonio Cisneros 103

8.2 Carlos López Degregori 105

8.3 José Carlos Huayhuaca 106

9. Mis publicaciones 109

II. Autobiografía sentimental 1131. El estilo es el hombre 115

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2. Epístola a Mario Augusto 123

3. Breve divertimento lingüístico 127

4. Anécdotas de mi vida docente 131

4.1 Un episodio trágico 131

4.2 Recreación del mito platónico del nacimiento de Eros 132

4.3 Sobre consejería política y amorosa 134

5. La guerra inconclusa 137

6. Dos remitentes significativos 141

6.1 Carta de Franco 141

6.2 Carta de un exalumno 142

7. Predicadores y predicadoras laicos 145

8. “Quien canta ora dos veces” 149

9. Augusto Polo Campos (1932-2018): in memoriam 157

10. Arequipa en el corazón 163

Referencias 171

Yo no digo esta canción sino a quien conmigo va.

(Romance del conde Arnaldos)

[13]

Presentación

No hace mucho —y no en afán de reproche sino de cariñosa advertencia—, mi hijo me hizo la siguiente pregunta: “Papá, ¿cuándo dejarás de escribir libros que nadie o muy pocos leen, y nos contarás algo que nos hable de tus experiencias como profesor y de otras cosas de tu vida?”. Justo entonces, con el fin de buscar afinidades teóricas para uno de mis últimos trabajos, leía yo “Ensayo sobre el terror” (2004), un artículo de Carlos Javier Blanco publicado en la revista A Parte Rei, en el que se pone de manifiesto que los comentarios de textos, los escritos hermenéuticos y psicobiográficos a lo único que contribuyen es a una “vieja y desvirtuada labor” de la filosofía. Y añade Blanco: “En verdad se pierde mucho tiempo leyendo a autores que escriben sobre autores (cursivas del original), y bien poco se halla de valor en las cosas mismas” (p. 5, acápite 1).

A la pregunta de mi hijo solo pude responder con un encogimiento de hombros. Me he pasado gran parte de mi vida entre libros y reco-nozco haberlos identificado, no pocas veces, con las “cosas mismas”. ¿De qué podría yo escribir, entonces, si no fuera sobre lo leído y sobre las reflexiones provocadas en mí a su costa? Dependiendo de lo que se entienda por “vivir”, podría hacer míos los versos de José Santos Chocano en Nostalgia: “He vivido poco. Me he cansado mucho. Quien vive de prisa no vive de veras”. Y para refrendar que soy un impeni-tente lector de libros ajenos, recurriría también a Nietzsche cuando, con la solemnidad propia de sus aforismos, proclamó: “El mejor escritor es aquel que se avergüenza de serlo”. Adelanto que no me considero un buen escritor y, aunque me avergonzara de serlo, tampoco lo sería.

Los textos (todos, inéditos) que presento ahora bajo el título de Miscelánea. Variaciones autobiográficas en yo mayor y menor están redac-tados en primera persona y en diferentes etapas de mi vida. Su prin-cipal objetivo no es rescatar mi yo de las tinieblas en que siempre se

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verá envuelto, sino algo más entrañablemente humano: dedicárselos a quienes considero, hasta hoy, compañeros inseparables de camino: mi familia, mis maestros, mis colegas en la enseñanza universitaria y, ante todo, aquellos a quienes (me niego aquí a emplear el adjetivo posesivo “mis”) tuve el honor de que se inscribiesen como alumnos en los cursos que dicté durante mi larga carrera de profesor. No han sido pocos los centros de enseñanza en los que, desde muy joven, he trabajado. Pero, entre ellos, la Universidad de Lima ocupa el lugar más destacado y, por eso, este libro significa también un agradecido reconocimiento a la institución educativa que, durante treinta años, me brindó una acoge-dora deferencia en la tarea docente y en la investigación.

El primer texto, fechado en 1993, reproduce el prefacio de mi tesis doctoral, y le doy cabida aquí porque en él hablo de algunas personas que dejaron huellas profundas en mi vida intelectual. Le he adjuntado dos adiciones complementarias, fruto de mi reflexión actual sobre la misma temática. Son tres lecturas que demandan del lector una cierta familiaridad con la filosofía y que pueden ser obviadas sin desmedro de lo que esta Miscelánea significa. En muchos de los otros artículos —exceptuando los que son copias de dos conferencias que expuse en Lima sobre la filosofía del franciscanismo—, he introducido ligeras variaciones para, en algunos casos, atemperar la intensidad del “yo mayor” y, en otros, dar más volumen a la del “yo menor”. Supervisados ad hoc en época reciente, tienen que ver principalmente con lo que he llamado “autobiografía sentimental”.

Los referentes a tres dictados de clase obran, de seguro, en poder de algunos exalumnos. Siempre tuve por costumbre entregar anticipa-damente apuntes sobre lo que iba a exponer, aunque luego en el aula efectuaba, como es obvio, añadiduras y caía también en las redun-dancias propias del lenguaje oral. Hay un dictado de la primera clase del curso de Cosmología, otro de la primera de Filosofía y otro —el referente a los presocráticos— que es una combinación de ambos. Este último lo empleé de pórtico de entrada, durante varios ciclos, tanto en la Universidad de Lima como en otras instituciones universitarias. No pretenden, en absoluto, constituirse en modelos. Se trata, más bien, de textos cuya redacción está hecha pensando en los alumnos que se inician en los estudios superiores, de ahí que sea la claridad expositiva su primer mandamiento pedagógico.

La Universidad de Lima me contrató en 1987 para dictar el curso de Cosmología, tarea que desempeñé durante una docena de años y que fue muy estimulante para mí por tres razones. Tuve, primero, que ahondar

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en la abundante bibliografía sobre el origen, evolución y posible final del universo, así como reflexionar sobre los conceptos fundamentales de la teoría de la relatividad de Einstein e incluso familiarizarme con las coor-denadas astronómicas y enseñar el cálculo del acimut, de la altura y de la ascensión recta y, también, las nociones de declinación, equinoccio y eclíptica. En segundo lugar, formé parte de un equipo multidisciplinario de profesores (filósofos, ingenieros, juristas, biólogos, sociólogos), que nos reuníamos semanalmente, bajo la guía complaciente y magnánima de Bernardo Regal, para intercambiar ideas y experiencias, hablar de nuevas bibliografías y presentar las preguntas de los exámenes parciales y finales para su descarte, corrección o aprobación definitiva. Aunque nombrada en último lugar, la tercera razón fue la más importante: en su dictado aprendí más de lo que enseñé, pues me resultó fácil, por el magnetismo de su temática, motivarme a mí mismo y a los alumnos en la relación enseñanza-aprendizaje. Tomado en conjunto, sigo considerando el curso de Cosmología como el más gratificante de mi carrera docente. Creo recordar los nombres de todos los profesores que trabajaron en él y quiero dedicar mi sencillo texto cosmológico a los tres que ya se han ido de este mundo: Doris Gonzales Ballón, Juan Abugattás y Eric Cardich.

Hace varios años, una persona que ejercía un cargo importante en la Universidad de Lima —ahora retirada ya de toda labor docente y administrativa— me pidió que escribiese un artículo sobre la misión e importancia de los Estudios Generales. Y me dijo, con rotunda claridad, que no me eximiese de señalar defectos, cosa que traté de cumplir en la medida de mis posibilidades. Cuando he releído el artículo, me he dado cuenta de su tono excesivamente dogmático, pero no lo he retocado sino en un par de aspectos en los que, felizmente, la realidad actual de la Universidad de Lima ha sido su mejor correctivo.

“Tres interpretaciones del ‘genio maligno’ cartesiano” es el título que he dado a la síntesis de los trabajos de investigación que realizaron, durante varios semestres, los alumnos que se inscribieron en el curso de Filosofía que yo dictaba. Su publicación implica, a no dudarlo, la significación que concedo a sus aportes.

La parte dedicada a Francisco de Asís y al franciscanismo tiene que ver con lo que ha sido un largo tramo de mi vida. Ingresé al Colegio Seráfico de Anguciana (España) a los diez años y abandoné oficialmente la Orden Franciscana en 1986, así que puedo afirmar —y lo hago con un agradecido recuerdo— que, durante casi treinta años, me imbuí de un espíritu franciscano que, en sus rasgos esenciales, desearía que me acompañase siempre. Fueron los franciscanos quienes me educaron,

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primero, en una ascética preconciliar y también los que, después del Concilio Vaticano II, me enseñaron filosofía y teología en un clima de amplia libertad de pensamiento, que quizás contribuyó a que, años más tarde, me independizase de parte de lo aprendido y adquiriese paulatinamente, frente a casi todo, una actitud escéptica. Sin embargo, no quisiera liberarme nunca de mis deberes hacia ellos. Sé que puede sonar a idealización excesiva, pero soy sincero cuando afirmo que en la Orden Franciscana conocí y traté a las mejores personas que han pasado por mi vida. Unos eran sabios y otros lo eran menos; casi todos, sin embargo, se destacaban por su sencillez, por su relación caritativa con los pobres y por una humildad campechana que les valía el aprecio de todas las clases sociales.

Sin yo merecerlo, pues muchos de ellos saben —y, sobre todo, viven— más y mejor que yo lo que es el espíritu franciscano, fui invi-tado, como ponente, a reflexionar públicamente sobre algunas dimen-siones que dicho espíritu entraña. Si hay algo que me desagrada es dictar conferencias, dar entrevistas, romper un perfil intencionada-mente bajo, que tan solo aumentaba de decibeles en el aula, por ser el único lugar en el que tenía conciencia de estar cumpliendo mi deber de maestro. Me gusta más ver que ser visto y leer que ser leído, pero nunca me he negado a cooperar con mi verdadera alma mater francis-cana, madre nutricia de muchas de mis convicciones y de mis actos. En consecuencia, los tres textos incluidos sobre Francisco de Asís y el fran-ciscanismo están dedicados a los profesores, compañeros y alumnos franciscanos con los que tuve el privilegio de convivir.

En “Tres relatos literarios de autores españoles” y “Tres relatos literarios de autores peruanos” no se pretende otro objetivo que dejar constancia de un breve elenco de textos que, escritos por autores de ambas nacionalidades, han contribuido a hacer más plural, ética y esté-ticamente, mi visión del mundo. He querido que las memorias de Luis Buñuel estuviesen precedidas por una breve constatación de la impor-tancia que siempre he reservado en mi vida para los relatos autobiográ-ficos. Eso explica que el texto sobre el cineasta aragonés haya ocupado un espacio mayor.

La “autobiografía académica” —título, por supuesto, más rimbom-bante que preciso— se cierra con “Mis publicaciones”, exigencia casi obvia en el contexto en el que están insertadas. Como es muy fácil de notar, en dicha autobiografía hay aspectos relacionados con la subje-tividad de los sentimientos, si bien será en la “autobiografía senti-mental” donde se justifiquen, con un desparpajo menos moderado,

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las variaciones en “yo” mayor. Claro está, entre ambos relatos auto-biográficos resulta imposible trazar, sin que tambalee el pulso, una línea demarcatoria.

En “El estilo es el hombre” he descrito mi paso por diversas formas de concebir y escribir textos filosóficos. Testigos de mis múltiples filia-ciones literarias y filosóficas, sus páginas han de ser interpretadas como una parte de la historia de mi vida y, al mismo tiempo, como el encuentro, siempre mejorable, del estilo que considero más acomodado a mi manera de pensar y escribir. La “Epístola a Mario Augusto” nunca fue enviada a su destinatario y reproduzco su contenido —que hoy me parece, en algunos aspectos, un tanto obsoleto— como complemento de “El estilo es el hombre”. En cuanto a “Breve divertimento lingüís-tico”, solo me resta decir que su título habla por sí mismo, ya que, ni en intención ni profundidad, aspira a ser otra cosa.

Las anécdotas que aquí he seleccionado, ocurridas todas en mi larga carrera docente, constituyen un muestrario pequeñísimo de un relato que podría, por su variedad y abundancia, no tener fin. Aunque muy diferentes entre sí, los episodios forman parte de una imperdible memoria en la relación enseñanza-aprendizaje y quieren erigirse, a la par, en obligado testimonio de lo mucho que han significado para mí los alumnos de tres universidades distintas.

Redactado en julio del 2011, “La guerra inconclusa” es un home-naje a mi padre. Llamado a filas en 1937, fue soldado de infantería en la cruenta Guerra Civil Española (1936-1939) y prestó sus servicios al ejército durante siete largos años. Luego de la invasión alemana a Francia, custodió el puente internacional de Irún e hizo guardia en una cárcel de mujeres represaliadas por el bando vencedor. Su vida, inevitablemente vinculada a las privaciones de la posguerra, la concibo como una dolorosa metáfora de lo que fue la España donde nací, pero también como un símbolo de que las heridas fratricidas tardan dema-siado tiempo en restañarse.

Referirse a a un par de cartas que, distanciadas grandemente en el tiempo, forman parte ineludible de mi memoria sentimental, es el propósito de “Dos remitentes significativos”. Distinta es la tesitura que caracteriza a los breves apuntes de “Predicadores y predicadoras laicos”, originados a raíz de un artículo que, con innegable sello machista, se publicó en un diario limeño. Su alcance, sin embargo, es más expan-sivo y está relacionado con las señales de poseer la verdad (política, religiosa, deportiva) que ponen de manifiesto, minusvalorando la

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inteligencia crítica de sus oyentes y lectores, algunos de los comunica-dores en los medios escritos y audiovisuales.

“Quien canta, ora dos veces” —título tomado de San Agustín y Martín Lutero— es, tal vez, el texto que mejor se acomoda a mi historia sentimental. Puesto que, profesionalmente, soy filósofo, puede parecer indigno de figurar aquí con la minuciosidad y el espacio que concedo a una materia en apariencia frívola. Responde, sin embargo, a un pedido que se me ha hecho insistentemente desde voces familiares y amigas, y considero su contenido como un invitado de honor en esta Miscelánea. Tarareo con frecuencia las canciones que figuran en él y, sin su mención, el relato de ciertos aspectos de mi vida quedaría incompleto. La música ubica los recuerdos (el amor, la tristeza, la añoranza, el miedo) en un marco tan real como el que los motivó, pero les da un aire nuevo y un espacio-tiempo donde las vivencias del pasado se convierten en un presente que las recrea y perenniza.

Escrito casi a vuelapluma, y motivado por la muerte de Augusto Polo Campos, aparece en estas páginas un breve homenaje crítico —como deberían ser todos los homenajes póstumos— a su memoria. Dejo cons-tancia en él de mi admiración a un compositor privilegiado que, sin dominar teoría musical alguna, supo imprimir en sus creaciones el sello de su amor incondicional al Perú y legarnos un cancionero criollo que, de un modo u otro, ha modulado el mundo de nuestros sentimientos.

El libro se cierra con “Arequipa en el corazón”, título tomado a las claras del poemario que Pablo Neruda dedicó, en 1937, a una España que se destrozaba a sí misma en una guerra civil. Aquí, sin embargo, no describo ningún enfrentamiento bélico. Aunque circunscrito casi en exclusiva al primer período de los ocho años (1965-1968; 1975-1980) que me tocó vivir en la Ciudad Blanca, desearía que el texto fuese leído como lo que realmente pretende ser: un homenaje al lugar en el que pasé, antes de cumplir los veinte años, la etapa más enriquece-dora —y, probablemente, también más feliz— de mi vida. Desde ese tiempo, los vínculos culturales y afectivos que me unen a Arequipa constituyen para mí una de mis cartas de presentación como profesor y como ser humano.

Sin pretensiones ridículas de pasar a la posteridad, hubiese querido que, por lo menos mínimamente, esta Miscelánea se pareciese al “Canto a mí mismo” de Walt Whitman, o a alguno de los relatos autobiográ-ficos con los que el lector se topará más adelante. Pero estas páginas a lo único que aspiran es —lo reitero— a que puedan leerlas personas que me

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acompañaron desde mi niñez hasta mi edad actual, y especialmente las que dieron más sentido a mi vida académica: los numerosos alumnos a los que tuve el privilegio de enseñar. Ante ellos, cuesta mucho parecer siempre inteligente y, más todavía, ser un hombre bueno, pero confío en que sabrán perdonar los errores que perpetré en ambos ámbitos. Considero que algunos de estos artículos pueden servir de clave inter-pretativa para los escritos filosóficos que la Universidad de Lima, en un gesto que me obliga a un permanente reconocimiento, se ha dignado editar. Son el símbolo de mi despedida de la carrera docente y encie-rran en sí la nostalgia del recuerdo de experiencias que ya no volverán.

Deseo, finalmente, subrayar que, como “eterno principiante” en filosofía, me corresponde ser un “especialista en generalidades” y, por ello, podría ser caracterizado con lo que muchos, tal vez despreciativa-mente, denominan “todista” o “todólogo”. En efecto, hablo de temas muy diversos en un estilo que no me fluye por ensalmo, sino cuya gestación ha sido trabajosa, señal evidente, sin duda, de su imperfección. Por eso, cierro esta presentación recurriendo a un libro de Azorín, que citaré más adelante, y a su prosa lenta y sentenciosa: “… y dudo ante las cuartillas de si un pobre hombre como yo, es decir, de si un pequeño filósofo, que vive en un grano de arena perdido en lo infinito, debe estampar en el papel los minúsculos acontecimientos de su vida prosaica”.

El autor*

* Correo electrónico: [email protected]

I

Autobiografía académica

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Séame permitido que la presente investigación, transgrediendo el principio baconiano-kantiano de nobis ipsis silemus (“callemos acerca de nosotros mismos”), vaya antecedida por unas anotaciones de índole estrictamente personal. A mi llegada a Alemania, en 1980, albergaba yo la intención de trabajar en un proyecto de tesis doctoral que investigara las bases epistemológicas de la posible cientificidad de la Teología de la Liberación, por ese entonces en boga dentro no solo del panorama inte-lectual latinoamericano, sino también de las universidades europeas. Puesto manos a la obra y recogidos ya una serie de datos que determi-naban, entre la aparente inabarcabilidad de la bibliografía concerniente a temática tan profusa, una primera delimitación de intereses y de logros, aparecieron en 1981, en traducción castellana, dos obras que me convencieron, casi de golpe, de la inutilidad de mi proyecto. Me refiero a la Teoría de la ciencia y teología, de Wolfhart Pannenberg, y a la excelente investigación de Clodovis Boff, Teología de lo político. Sus mediaciones, titulada así tal vez más por causa de su posible conquista de un mayor número de lectores que por lo que en realidad era: una epistemología del “saber” teológico. Si bien las conclusiones de ambos trabajos apun-taban en una dirección distinta de lo que mi primera ocupación con el tema dejaba vislumbrar, eran, con toda seguridad, más profundas y completas que lo que mi proyecto estaba en capacidad de rendir. En consecuencia, este quedó descartado.

Hubo un punto del mismo que, sin embargo, permaneció atrayendo mi atención y, por ende, ensanchándose y diversificándose con nuevos apuntes y reflexiones. Fue el de mi encuentro con el pensamiento de

1. Prefacio a mi tesis doctoral: “De la imposibilidad de una escatología en Ludwig Feuerbach. Antecedentes, legitimación y límites de la idea de progreso indefinido”

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Ludwig Feuerbach. No obstante que, en una primera etapa, y por antí-tesis de lo que en principio yo proyectaba, su filosofía se convirtió en una veta de argumentos en pro de la liberación de la teología, lo que iba a ir tomando cuerpo era una idea que no encontré tematizada en la variada bibliografía a la que, en aras de conseguir un lugar de observa-ción y de examen cada vez más totalizador, hube de enfrentarme. En efecto, se ponía de relieve en Feuerbach, aparte de otros aspectos más “tradicionales”, o bien su énfasis en la finitud humana (concordando, en este aspecto, con una filosofía contemporánea que redescubría, en el bicentenario de la publicación de la Kritik der reinen Vernunft, las deri-vaciones existenciales del planteamiento kantiano de la finitud), o bien su apelación a la Naturaleza como fuente de salvación y de salud (coin-cidiendo, en ello, con una crítica posmoderna a la racionalidad ilus-trada y, de manera especial, a la “cientificidad” hegeliana, y haciendo de Feuerbach un portavoz del contacto con una Naturaleza no mediati-zada por ninguna artificiosidad de la abstracción). La idea, empero, que a mí más me llamó la atención en la obra de Feuerbach fue la del rodeo especulativo y teológico (fundamentalmente este último, por su conexión con mi primer proyecto de investigación) que el hombre debía realizar para encontrar su “identidad”. Dicha idea, asociada posteriormente a una meditación sobre el significado de la “historia”, de su posible teleología y de lo que entre esta y aquella se interpone para que el optimismo humanista feuerbachiano no carezca de sentido (esto es, la noción de progreso), devino en una reflexión escatológica acerca de lo que la teología misma, en el rodeo antes citado, inoculó en la filosofía de Feuerbach para hacer de ella una Weltanschauung que, no renun-ciando al mensaje soteriológico de la teología cristiana, se erigiese en sucedáneo ateo de lo que en los ámbitos del saber, del hacer y del esperar, había recibido en su paso por el “exilio” teológico.

De un primer acercamiento al tema deja constancia mi memoria de bachillerato en Filosofía: Ludwig Feuerbach: ‘homo homini deus’, o el postu-lado de una historia sin final (Lima, 1986, Pontificia Universidad Católica del Perú). Posteriormente, sin embargo, mi itinerario intelectual tuvo que seguir otros derroteros, lejos no pocas veces de los intereses que habían movido mis anteriores preocupaciones. Profesor de Cosmología Contemporánea en la Universidad de Lima y de clases introductorias de Filosofía en la Universidad del Pacífico, el campo de mi investiga-ción, cuando el recargado horario de clases así lo permitía, se ubicó en otras coordenadas. Ello, no obstante, tanto en “Pitagorismo y legibi-lidad del mundo en Galileo Galilei” (Universidad de Lima, 1991), como en mi tesis para optar el grado de magíster en Filosofía: Voluntarismo y

25I. AutobIogrAfíA AcAdémIcA

legibilidad del mundo: génesis e interpretación de una aporía galileana (Lima, 1991, Pontificia Universidad Católica del Perú) retomé, especialmente en la primera parte de ambas investigaciones, una temática que, en su interpretación de los imperativos “confía” y “progresa” dirigidos a Galileo Galilei por Johannes Kepler (Confide, Galilaee, et progredere), guarda estrecho nexo con los problemas que plantea la cientificidad de la teología.

La tesis doctoral que ahora presento está vinculada, asimismo, a los primeros apuntes que, iniciados en Hamburgo, tuvieron principal-mente en Münster —y, más tarde, también en Berlín— un período de sedimentación y de nuevos análisis. Estos últimos, habida cuenta de los “intermedios” ha poco constatados, han sido perseguidos hasta hoy, con intereses seguramente distintos de los iniciales, pero con el mismo brío de reapropiación en que fueron concebidos. La génesis de sus ideas-fuerza se vio reforzada, y en algunos casos incluso originada, por las lecciones que en la Westfälische Wilhems-Universität escuché a los profesores Friedrich Kaulbach, Johann Baptist Metz y, especialmente, Hans Blumenberg, del que visité, en calidad de Gasthörer, con puntual asiduidad y durante siete semestres continuados, tanto sus clases sobre escatología filosófica como las referentes a “cuestiones escogidas” de fenomenología y a otros temas. De ahí que sean también las obras de este autor una sostenida fuente de consulta en determinados tramos de la investigación. Durante mi estadía en España —y ya en pleno trabajo de recopilación y de redacción definitiva del material consultado—, he procurado completar la bibliografía con el apoyo de autores españoles o de habla hispana que, en los últimos años, han escrito sobre temas atingentes a (o limítrofes con) los de mi investigación.

Lo más difícil de la tarea final ha sido, sin duda, verme obligado a dejar de lado un material de consulta, ya recopilado, de gravitante significación para la idea de “progreso indefinido”. Me estoy refiriendo no solo a la obra del Marqués de Condorcet, sino también a la disputa Kant-Herder, a la réplica de F. W. J. Schelling a F. H. Jakobi en Von den göttlichen Dingen und ihrer Offenbarung (1812) y, como colofón preanunciado en muchos de sus rasgos fundamentales por ambas polémicas, a la relación Feuerbach-Max Stirner. Es de esperar que el haberme decidido, —en una tesis que pretende dilucidar los antecedentes, la legitimación y los límites de la idea de progreso indefinido—, por determinadas aportaciones de la filosofía de Leibniz y Kant para registrar en ellos, si bien todavía desde una perspectiva de teología teísta, los antecedentes de un discurso ateo sobre Dios que

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imposibilita la aparición final de cualquier horizonte escatológico, compense de algún modo el material sacrificado.

Quisiera, por último, hacer más llevadera la transgresión del de nobis ipsis silemus, dejando constancia de mi gratitud. A una edad como la mía, es dable ya reconocer, pues el tiempo transcurrido así lo amerita, las “raíces” que, de una u otra manera, hicieron posible, como prepa-ración remota en unos casos y como cercanía coadyuvante en otros, el fruto de esta investigación.

En primer término, y siguiendo un orden cronológico y representa-tivo, he de testimoniar mi agradecimiento a los profesores que en mi adolescencia y primera juventud —en el Colegio Seráfico del Callao y en la Domus Studiorum de filosofía de Arequipa, respectivamente—, originaron mi vocación filosófica: David Martínez de Compañón y Jesús Goicoechea Sáez de Viteri, ambos ya fallecidos. También doy las gracias a la doctora Soledad García, que representa, en el marco de un tiempo gratamente recordado, a los profesores de la Escuela Normal San Jerónimo de Arequipa. Ya en la Facultad de Teología de Ocopa (años 1968-1972), mi gratitud se extiende a Gregorio Pérez de Guereñu y Antonio Goicoechea Mendizábal. Probablemente, vinculada a las clases sobre “cuestiones fronterizas” impartidas por este último, se encuentre la determinación más primigeniamente detectable del presente estudio. También merecen una mención de reconocimiento Edgar Guzmán Jorquera, catedrático de filosofía en la universidad arequipeña de San Agustín, el cual, desvirtuando la creencia de que una universidad provinciana tenga que estar unida a la precariedad del saber, dio con sus inquietudes científicas nuevos impulsos a mi voca-ción filosófica, así como los profesores Federico Camino y Rosemary Rizo-Patrón de Lerner, de la Pontificia Universidad Católica del Perú, quienes leyeron mi memoria de bachiller con la paciencia estimulante de verdaderos maestros.

Gracias sean dadas, finalmente, a Juan Manuel Navarro Cordón, asesor de esta tesis doctoral, por haber depositado en mí una confianza optimista en su desarrollo, haber atendido inteligente y solícitamente mis consultas y —lo que no es menos importante— haberme propor-cionado el necesario margen de independencia para la reflexión y redacción de lo que a continuación se medita.

Madrid, marzo-abril de 1993