Mis viajes en carretilla. El nido de la Ñacanina

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Hugo Mitoire. Literatura infantil. Cuentos para niños.

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Nació en Margarita Belén, Chaco, en 1960. Estudió en Corrientes, donde se graduó demédico cirujano. Profesión que ejerció por más de 20 años. Misionero por opción,reside en Oberá, Misiones. Actualmente ejerce la docencia universitaria, es columnistade un semanario y participa activamente promoviendo la lectura y la escritura endiferentes ámbitos como escuelas, bibliotecas, Ferias del Libro, Foros. Sus textos fueronincorporados a antologías nacionales y provinciales.

“Mis viajes en carretilla” y “El nido de la Ñacaniná” de Hugo Mitoire© Hugo Mitoire

Diseño de colección: Plan Nacional de Lectura 2011

Ministerio de Educación de la NaciónSecretaría de EducaciónPlan Nacional de Lectura 2011Pizzurno 935 (C1020ACA) Ciudad de Buenos AiresTel: (011) 4129-1075/[email protected] - www.planlectura.educ.ar

República Argentina, 2011

HUGO MITOIRE

Ejemplar de distribución gratuita. Prohibida su venta.

PARA SEGUIR LEYENDO

6 cuentos y 2 pasiones.Común y corriente.Cuentos de terror para Franco. I, II, III, IV, V y VIHistoria de un niño lobo.Cuando era chico.Criaturas celestes.

PRESIDENTA DE LA NACIÓNDra. Cristina Fernández de Kirchner

MINISTRO DE EDUCACIÓNProf. Alberto Sileoni

SECRETARÍA DE EDUCACIÓNProf. María Inés Abrile de Vollmer

DIRECTORA DEL PLAN NACIONALDE LECTURAMargarita Eggers Lan

COORDINACIÓN REGIÓN 4 (NEA)Natalia [email protected]

ARMADO DE COLECCIÓNEquipo Región 4 (Vanina Bravo,Olga Dri) y Equipo Técnico PlanProvincial de Lectura "Misiones Lee"[email protected]

GOBERNADOR DE LA PCIA. DE MISIONESDr. Maurice Fabián Closs

MINISTRO SECRETARIO DE EDUCACIÓNDE LA PCIA. DE MISIONESIng. Luis A. Jacobo

SUBSECRETARÍA DE EDUCACIÓNProf. Francisco Rubén Conde

COORDINADORA del PLAN PROVINCIALDE LECTURA“Misiones lee”Prof. Silvia Zapaya

CAPACITADORESProf. Damián PrietoProf. Félix Sebastián FrancoProf. Alejandro Di Iorio

EQUIPO TÉCNICOLic. Raquel Benchoff

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iajar en carretilla es uno de los placeres más verti-ginosos que puede experimentar un niño ¡puraadrenalina! Sin ninguna duda. El que ya lo haexperimentado bien sabrá de lo que hablo, y elque no, que deje de pavear con su celular o con losjueguitos electrónicos y ya mismo se ponga a bus-

car una carretilla y pida a su papá o hermano mayor queempuje el vehículo. Comenzará a disfrutar de una de las emo-ciones más indescriptibles que pueda imaginar.Probablemente la mayoría de los niños ni saben qué significa la

palabra “carretilla” ¡muchos ni siquiera han visto o imaginado una!Qué barbaridad.Pero ¿qué es una carretilla?Para los desdichados niños que nunca la han visto o imagi-

nado, les cuento. Una carretilla es un vehículo compuesto de unarueda, dos patas traseras, una carrocería o plancha, y dos varasque se originan en el eje de la rueda y terminan en dos manijaso mangos. Eso es todo.Las hay de metal y de madera. En cuanto a la carrocería, pode-

mos encontrar las más simples o planas (ideal para acarrear cajas ofardos de alfalfa); las hay de forma semicóncavas (para transportararena o tierra), y no faltan las muy ahuecadas o en forma de cajón(apta para ladrillería y el acarreo de barro o aserrín).Obviamente cuando la carretilla está estacionada, se asienta

sobre su rueda y las dos patas. Para ponerla en movimiento, el con-ductor o empujador se inclina levemente, toma de ambas manijas y

MIS VIAJESEN CARRETILLAHUGO MITOIRE

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levanta la parte trasera. A partir de este momento, la carretilla solo seasienta sobre su rueda y lista para emprender la marcha. Comienzasu desplazamiento con el andar del conductor y la velocidad depen-de de cuán rápido camine este, y por supuesto, puede ir a paso de tor-tuga, a media marcha o a toda manija.A simple vista, cualquiera podrá suponer que manejar una

carretilla es más fácil que pelear contra una sandía, pero no es así.Manejar una carretilla es tan o más complejo que manejar un autode fórmula uno, un cohete o transatlántico. Un pequeño error en eltripulante y/o el conductor, puede desencadenar un buen revolcón.Viajar en carretilla es vértigo en grado máximo ¡ni la montaña

rusa le pisa los talones! La experiencia para el tripulante depende engran medida del conductor, ya que si es medio paparulo y conducetorpemente, no se genera la emoción del “carretilleo”. Es extrema-damente importante la experiencia y entrenamiento del tripulante,ya que siempre debe acompañar con su cuerpo las inclinaciones,bruscas frenadas o aceleradas violentas que le imprime el conductor.Cuando el conductor se desplaza a gran velocidad y toma una

curva en forma muy cerrada, debe inclinar el vehículo en un ángu-lo igual o inferior a los 45 grados, haciendo derrapar la rueda. A estollamamos “carretilleo”. Este es uno de los momentos de máximovértigo para el tripulante que va sentado en la carrocería, prendidocomo una garrapata de los bordes laterales de la misma. En estas cir-cunstancias, experimenta una de las sensaciones solo comparables aldespegue de un cohete. Fuerza G equivalente a diez unidades. ¡Y sino va bien agarrado, vuela como un cachilito y va a parar a los pas-tizales! Ojo con esto.En Costa Iné, en el campo de mi abuelita Rufina, donde había

chacras, animales y todo tipo de cosas propias de la vida campestre,disfrutaba como ninguno de los viajes en carretilla. Yo tendría siete uocho años, y como era el nieto de la dueña de todo, los peones y elpersonal en general, obedecían todas mis órdenes: me fabricabanhondas, cañitas de pescar, pandorgas; escarbaban buscando lombri-ces para carnada y por supuesto, también me paseaban en carretilla.Eso era como tener vehículo propio con chofer exclusivo. Yo me

paseaba por los corrales, la huerta, los galpones; por los caminitos

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que iban hasta el arroyo Ine, y a veces incluso llegaba hasta las cha-cras de algodón y tabaco. Lo bueno era que yo le indicaba pordonde debíamos ir, y también la velocidad,–¡Arranque! –y el conductor tomaba las manijas iniciando el

paseo.–¡A toda manija a la derecha! –ordenaba y el tipo le metía velo-

cidad máxima girando y realizando un electrizante carretilleo.–¡Despacio! –y disminuía la marcha.–¡Freno! –y ahí nomás frenaba en seco.–Estacionarse –y apoyaba la carretilla en sus patas.Muchas veces le indicaba pasar por algunos charquitos o gran-

des barreales ¡y bueno che, a mí me gustaba ir por el barro! Otrasveces invitaba a mis hermanos o primos a dar un paseo, y en estohabía que tener cuidado porque era importante que la carretilla enmovimiento, tuviera un peso equilibrado ¡si no podíamos tumbar ydarnos unos revolcones! Obviamente, la carretilla se ponía muchomás pesada ¡había que ver al conductor como se ponía rojo y se leinflaban los cachetes por el esfuerzo con los ojos a punto de saltarlede la cara! ¡Y bueno che!, yo también tenía derecho a invitar a darun paseo a mis primos y hermanos.Cuando se organizaba alguna carrera de carretillas tripuladas,

era importante que el tripulante se sentara bien adelante, apoyandoapenas la cola en el borde de la carrocería, con los pies sobre los cos-tados de la rueda, en los soportes del eje. De esta manera al conduc-tor se le hacía más liviano el vehículo y podía desarrollar altas veloci-dades. Claro que era una posición muy inestable para el tripulante, yen cualquier saltito o curva peligrosa, podía ir a parar a los yuyos.Padecí varios accidentes de carretillas, pero claro, yo era muy

arriesgado, y siempre buscando el peligro. Era común verme con lasrodillas peladas, raspones en la frente o los codos, y golpes de todotipo, pero bueno, esos eran los riesgos de esas apasionantes aventuras.Termino este relato con una recomendación: para el próximo

Día del Niño, pidan a sus padres que les regalen una carretilla ycomiencen a disfrutar de la vida.

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Alguien vio alguna vez un nido de ñacaniná…? ¿Con ñacani-ná y todo?¿No? No saben lo que se pierden.Ver un nido en vivo y en directo es uno de los instantes másestremecedores que puede tener una persona, un instante de

miedo al cien por ciento. Pánico en su máximo nivel. ¡Qué momentotan maravilloso!No hay película, televisión, computadora ni jueguito electrónico que

pueda llegarle a los talones o brindarnos un espectáculo igual.Obvio, no es lo mismo ver a una víbora por televisión que verla a

cinco metros de distancia, ¡y sabiendo que te correrá! ¡Pura adrenalina!Les cuento cómo es la cosa. La ñacaniná es una víbora no vene-

nosa (a pesar de que por ahí leerán que es venenosa, el tío Aldo measeguró que no es venenosa y sanseacabó). Suele medir hasta dosmetros, y su hábitat natural son los esteros y cañadas. Come ranitas,ratitas de pajonales, bichitos en general, gallinas, pollitos y huevos. Esbásicamente una víbora constrictora, o sea, se te enrosca y te ahogacomo si fueras un cachilito. Pero además, tiene otra característicaterrible: ¡corre como un cohete! ¡Qué lo tiró!Es una de las víboras más veloces, tanto por tierra ¡como en el

agua! ¡Hay que ver cómo corre la desgraciada! Y tiene una particula-ridad que la hace más aterradora aún, y es que cuando navega, sacasu cabeza y parte de su cuerpo fuera del agua ¡como el periscopio deun submarino! ¡Imagínense entonces corriendo en la cañada con algoasí detrás de sus talones!Yo sabía esto desde chiquito, porqueme lo contabanmi tío ymi primo

Sergio. En el campo era raro encontrar un chico al que no lo hubieracorrido alguna vez una ñacaniná. ¡A Sergio lo habían corridomás de diezveces! Al final ese asunto terminó transformándose en una especie dedeporte: “Huyendo de la ñacaniná” podríamos ponerle de título.Mi primo tenía muchos amigos ahí en Cancha Larga, todos, por

EL NIDO DE LANACANINA?

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supuesto, chicos del campo como él. Había dos que eran sus íntimos: loshermanos Eduardo y Raúl Acuña. Los tres ya habían sido alcanzados ymordidos por esta aterradora viborita, y Eduardo era el que tenía elrécord: ya lo habíanmordido tres veces. La verdad es queme hacían sen-tir inferior cuando contaban esas cosas, sobre todo porque yo veía unalagartija y salía corriendo.Cuando tenía siete u ocho años, me daba miedo y ni por las tapas

quería ir a ver un nido de ñacaniná o cosas parecidas. Pero después quecumplí los diez, ya era grandecito como para andar achicándome antecualquier peligro y a pesar de que me moría de miedo, ¡minga que meiba a achicar! Aparte, no quería hacerle pasar vergüenza a Sergio y quele dijeran que tenía un primo pueblerino y miedoso. Por supuesto, erapueblerino y miedoso, ¡pero cómo lo disimulaba!Recuerdo la primera vez que fuimos a ver un nido. No solo era verlo

de cerca, sino que había que cascotearlo y embravecer a la víbora ¡y acorrer se ha dicho! Esa era la diversión. Ya me habían explicado paraque no me hiciera problema si por ahí me alcanzaba y me daba un mor-discón, que eso no tenía importancia, y había que hacer de cuenta comosi nos hubiese arañado un gato o picoteado un loro. Con eso me quedéalgo más tranquilo, ¡pero igual estaba dispuesto a correr con todas misenergías hasta echar los bofes!Hacia el fondo de la chacra del tío Luis, había una cañada no muy

grande, justo al costado de la chacra de los Almanza. Tendría unos dos-cientos metros de largo por cien de ancho. Ahí había de todo.La ñacaniná suele hacer su nido en algún montículo de tierra que

sobresale del agua, pero siempre dentro de la cañada. Allí deposita sushuevos, y los cuida hasta que salen sus hijitos. Si hay una madre que cuidaa su cría ¡sin dudas esa es la ñacaniná! ¡Qué lo tiró que es brava la señora!La diversión consistía en acercarse de la manera más sigilosa posible

desde distintos ángulos, cosa de rodearla por todas partes. Debíamos iren alerta máxima, mirando fijamente el nido donde se hallaba enrosca-da la víbora, y apenas veíamos que se desenrollaba y comenzaba asumergirse, ¡patitas para qué las quiero y a correr se ha dicho! Porque esosignificaba que ya nos había oído y se largaba al ataque. Por supuesto,era una lotería saber a quién correría de todos los que nos acercábamos.En esa oportunidad, tuvimos que caminar bastante –cañada aden-

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tro–, hasta divisar el nido. A unos cincuenta metros nos distribuimos loscuatro, cosa de rodearla desde todas partes. El agua nos llegaba casihasta las rodillas. Yo pedí que me dejaran correr hacia la parte másplaya, porque era el más nuevo e inexperto. Me autorizaron por esa vez.Todos llevábamos cascotes, para el caso de que la víbora estuviera

muy perezosa. Y efectivamente estaba perezosa. Llegamos hasta unosocho o diez metros, y la vimos, ¡era inmensa! Estaba toda enroscadasobre el montículo de tierra. Nosotros, en silencio absoluto. Nos hicimosseñas y preparamos una andanada de cascotazos. “¡Ya!”, gritó Sergio, ytodos lanzamos nuestros cascotes.En un santiamén la víbora se desenrolló al tiempo que velozmente se

sumergía, y vimos los movimientos de los pastitos y camalotes, pordonde iba nadando subacuáticamente, ¿y a que no saben hacia quién sedirigía? ¡¡Sí!! ¡Acertaron! ¡La desgraciada se venía derechito hacia mí!¡¡Cómo nadaba la loca!! Por supuesto que yo salí como alma que se llevael Diablo, y mientras corría, los otros se mataban de risa y me gritabanguarangadas y otras cosas, pero yo sólo miraba el camino y los obstácu-los que tenía por adelante, ¡miren si me caía! Ahí sí que me agarraba lañacaniná, me enroscaba y me mordisqueaba todo. Como no mirabapara atrás, sólo me guiaba por los gritos de los chicos, y según ellos, pare-cía que ya estaba a punto de alcanzarme.Habré corrido unos doscientos metros, chapoteando o atropellan-

do cardos y pajonales, y tal vez la víbora sólo me habrá perseguidounos veinte o treinta metros nomás, o sea que corrí más de ciento cin-cuenta metros al santo cohete, ¡pero qué me importaba! Yo sólo que-ría asegurarme.Creo que luego de esa experiencia, ya estaba en condiciones de

representar a mi país en los juegos olímpicos mundiales. Me sentía elniño más veloz del planeta.Pero como todo juego peligroso –y este de verdad que era muy

peligroso– a veces, en vez de gracioso y divertido suele resultar trági-co y aterrador.Todos en Cancha Larga recuerdan el caso de los hermanitos Ávalos,

una familia requetepobre y humilde. Eran tan pobres que tres de sushijos habían muerto de desnutrición. Ninguno fue a la escuela, porqueles quedaba lejísimo. Y con el hambre y la debilidad que tenían suma-

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dos a la pobreza, eso era una imposibilidad absoluta. En total erannueve, pero si les restamos los tres muertos, solo nos quedan seis. Bueno,de estos seis es que quiero contarles la historia.Cuando ocurrió el hecho, el más grandecito tendría once años y el

más chiquito era un bebé de dos meses. Vivían en un lugar muy inhós-pito y casi inaccesible, donde sólo se podía llegar a pie o a caballo, atra-vesando montes, picadas y esteros. Yo recuerdo que desde la panaderíadel tío Aldo, uno podía llegar hasta ese ranchito si se internaba por unapicada muy angosta entre pajonales y montes. La distancia sería demedia legua más o menos.El ranchito estaba ubicado a orillas del monte y a unos veinte metros

comenzaba un gran estero. Se imaginarán que estos chicos no teníanotro lugar para estar, para jugar o para recorrer que los alrededores desu casa. El humilde padre, todos los días salía a recorrer las chacras dela zona en busca de trabajo o para pedir algo de comida a alguien pia-doso. La mayoría de las veces no conseguía ninguna changa, ni tampo-co comida. No había ningún lugar cercano para pescar; y para cazar, notenía siquiera una escopeta, apenas una honda y un machete, con losque conseguía cada tanto matar algunas palomas o charatas, o cazar untatú. Lo más frecuente solía ser atrapar algunas aves con las dos o trescimbras que tenía preparadas en el monte.En esas condiciones, los chicos estaban cada vez más débiles y fla-

quitos. La pobre madre, desesperada, no sabía qué hacer durante el díaante sus hambrientos hijitos. Para colmo, su bebé, de apenas dos meses,era pura piel y huesos. De tan desnutrido, tal vez no llegaba a pesar nidos kilos. Casi ni lloraba de lo débil que estaba.Angustiada, la madre decidió ponerse a buscar un trabajo como

empleada doméstica en alguna chacra. Y lo consiguió. Desde ese día,partía a las cuatro de las madrugada cada mañana para estar a las seisen la chacra de los Alviso. Hacia el atardecer, ya estaba de regreso. Elpadre continuaba con su diario trajinar por toda la zona buscando algu-na changuita o comida.Claro, desde el día en que la madre comenzó a salir a trabajar los

chicos quedaban solos. El mayor debía hacerse cargo del cuidado de sushermanitos.A los pocos días ocurrió la desgracia.

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A eso de las diez de la mañana, tres de los hermanos –el de diez, el denueve y el de ocho– salieron hacia el estero a buscar, como todos los días,nidos de teros y de perdices. La mamá solía hacer tortillas con los huevosde estas aves. El mayor, con el bebé, y una hermanita de dos años fueronhasta un algarrobo a orillas del estero. Al bebé lo tenían en una especie decunita hecha con un cajón de manzanas. Se sentaron bajo la sombra delgran árbol entre los pajonales, y ahí estaban, hasta que de pronto, el her-manomayor ve una bandada de palomas que se posaba en unmogote cer-cano, a unos cien metros. Le dijo a su hermanita que se quedara quieta ycalladita cuidando al bebé, hasta que él regresara. Preparó su honda y unoscuantos balines, y sigilosamente se dirigió hacia el mogote. Con un poco desuerte podría matar una y así tendrían algo para comer.Al mismo tiempo, los tres hermanos que andaban por el estero encon-

traron un nido de ñacaniná, y como siempre solía ocurrir, no aguantaronla tentación de cascotearlo y salir a correr. La víbora enfurecida comenzóa perseguir a los niños, que pasaron corriendo cerca del algarrobo –haciael ranchito– sin ver ni advertir que su hermanita y el bebé estaban allí.La nena de dos años, que distraídamente jugaba con unos palitos al

lado de la cuna-cajón, de pronto vio asomar entre los pajonales a esatremenda víbora de casi dos metros, que se acercaba hacia ella con suamenazante cabeza erguida. Muda de espanto, sin siquiera poder llo-rar, salió a correr hacia el ranchito. Al llegar allí, lloraba con la respira-ción entrecortada sin poder decir una palabra, mientras los tres herma-nos trataban de consolarla, diciéndole que no tuviera miedo, que lavíbora no llegaría hasta el ranchito. Entre sollozos ahogados y entre-cortados, la nena sólo atinaba a señalar con insistencia hacia el alga-rrobo, queriendo hacer entender que allí… había quedado el bebé. Loshermanitos pensaban simplemente que había visto a la ñacaniná cercadel algarrobo y que por eso estaba tan asustada.Algunos minutos después, cuando el mayor volvía hacia el algarro-

bo desplumando a la paloma que había cazado, se encontró con laespantosa y macabra situación que lo dejó paralizado de horror: dentrodel cajón, estaba la feroz ñacaniná enrollada como un ovillo sobre elcuerpito y sabanitas del bebé.

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