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REVISTA DE ESPIRITUALIDAD 71 (2012), 475-499 ‘Mis amigos mercaderes’ y gentes del común, colaboradores en las fundaciones de santa Teresa TEÓFANES EGIDO (Valladolid) RESUMEN: En las fundaciones de santa Teresa no solamente colaboraron las elites sociales; también la ayudaron eficazmente quienes procedían de otros sectores no privilegiados. El artículo estudia la presencia y la acción de las mujeres, de los pobres, de trabajadores en la construcción, en los transpor- tes y comunicaciones y en los “amigos” de la fundadora: los mercaderes. PALABRAS CLAVES: Santa Teresa de Jesús, Fundaciones, carmelitas des- calzas, historia de la Iglesia. ‘My merchant friends’ and ordinary people, collaborators in the foundations of St. Teresa SUMMARY: Not only the social elites collaborated with St. Teresa’s foundations; she had many supporters among the less privileged social classes. This article examines the presence and action of women and the poor, and of construction, transport and communications workers, as well as those special ‘friends’ of the foundress: merchants. KEY WORDS: St. Teresa of Jesus, Foundations, Discalced Carmelites, Church history.

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REVISTA DE ESPIRITUALIDAD 71 (2012), 475-499

‘Mis amigos mercaderes’ y gentes del común, colaboradores en las fundaciones de santa Teresa

TEÓFANES EGIDO (Valladolid)

RESUMEN: En las fundaciones de santa Teresa no solamente colaboraron

las elites sociales; también la ayudaron eficazmente quienes procedían de otros sectores no privilegiados. El artículo estudia la presencia y la acción de las mujeres, de los pobres, de trabajadores en la construcción, en los transpor-tes y comunicaciones y en los “amigos” de la fundadora: los mercaderes.

PALABRAS CLAVES: Santa Teresa de Jesús, Fundaciones, carmelitas des-calzas, historia de la Iglesia.

‘My merchant friends’ and ordinary people, collaborators in the foundations of St. Teresa

SUMMARY: Not only the social elites collaborated with St. Teresa’s

foundations; she had many supporters among the less privileged social classes. This article examines the presence and action of women and the poor, and of construction, transport and communications workers, as well as those special ‘friends’ of the foundress: merchants.

KEY WORDS: St. Teresa of Jesus, Foundations, Discalced Carmelites, Church history.

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Los estudios, cada vez menos excepcionales, que se van haciendo sobre las fundaciones de santa Teresa, fundaciones en cuanto narra-ción y acontecimiento eclesial y, por tanto, también social entonces, suelen insistir más en la dimensión carismática, espiritual, que en la histórica, la que trata de comprender y de explicar la obra fundadora de la madre Teresa en su contexto, en sus condiciones materiales, en sus factores humanos, dentro del horizonte -no había otro- de los comportamientos y mentalidades de su tiempo. No todo el mundo es-tá de acuerdo en este tratamiento, que no pretende nunca ser exclusi-vo. Y de hecho, cuando, hace ya mucho, demasiado, tiempo apareció una edición del libro de las Fundaciones presentadas y anotadas con criterios históricos, y teniendo en cuenta lo que a la Madre preocupó tanto, desde los caminos hasta las rentas, alguien, autorizado, recri-minó el que se fabricara una imagen deformada de la fundadora, nada espiritual, oportunista y poco fiel al evangelio1.

Más aún: en el congreso internacional para el que fueron elabora-das estas páginas se repitió la afirmación de que el libro interesaba más por el carisma que trasmitía, por el mensaje espiritual para hoy o, mejor, desde hoy, que por la historia maravillosa que narra.

Convencidos de que no es posible desvincular lo que en los días de la madre Teresa iba tan unido, lo espiritual y lo temporal, intentaré recordar la presencia de algunos grupos sociales en la historia funda-cional teresiana. Lo haré sin entrar en cuestiones, básicas por otra parte, como las referidas a la estratificación social en el siglo XVI2. Y

1 B. SECONDIN, en Carmelus 25 (1978), p. 400. 2 Para lo que se refiere a los mundos de doña Teresa de Ahumada y al de

la Madre Teresa de Jesús, remito al trabajo (entre tantos como tiene) clarifi-cador y accesible en las actas del Congreso dedicado al Libro de la Vida: S. DE TAPIA, “La sociedad abulense en el siglo XVI”, en F. J. SANCHO FERMÍN y R. CUARTAS LONDOÑO (dirs.), El Libro de la Vida de santa Teresa de Jesús. Actas del I Congreso Internacional Teresiano, Burgos-Ávila, Monte Carmelo y CITES, 2011, pp. 71-109. No ayudan demasiado para ver la aportación de los distintos estamentos a la obra de la Madre Teresa el libro de Ismael Ben-goechea, Teresa y las gentes, Cádiz, Carmelitas Descalzos, 1982, ni la curio-sa edición de las cartas de santa Teresa por categorías de destinatarios prepa-rada por Tomás Álvarez y Simeón de la S. Familia, Santa Teresa, Cartas, Burgos, Monte Carmelo, 1979. Datos interesantes, aunque sean desde un punto de vista apologético, pueden verse en la descripción de las relaciones mutuas entre santa Teresa y los distintos grupos sociales y los individuos a ellos pertenecientes, en la obra de hace tiempo: SALVADOR DE LA VIRGEN DEL

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me detendré en los que suelen ser menos atendidos por los estudiosos, es decir, en los grupos y en las personas del común que ayudaron a que la Madre Teresa materializase su proyecto de reforma. Huelga advertir que la mejor fuente de que disponemos para esta recreación es el libro de las Fundaciones3.

ALGUNAS MUJERES

Prescindo casi del todo de los agentes principales, de las mujeres, en esta aventura fundadora hecha por y para ellas, y en la que las pro-tagonistas indudables fueron mujeres. Lo fue la Madre Teresa y lo fueron sus monjas, desde el nacimiento del proyecto fundador en la Encarnación hasta la última de las fundaciones de Burgos. No deja de ser simbólico lo acontecido entre 1562 y 1582 para matizar interpre-taciones con muy poco de históricas y mucho de dogmáticas, cuales las de la marginación y la discriminación radical de las mujeres por el hecho de serlo. No incluyo entre las carmelitas descalzas, puesto que sería más exacto hacerlo entre los frailes, cuyo hábito vistió, a doña Catalina de Cardona, que nunca se encontró con la Madre Teresa y que exigiría más que una mera mención

Por otra parte, las mujeres que intervienen en las fundaciones, además de las monjas, verdaderas protagonistas, son incontables y de muy diversa condición. Están presentes las aristócratas, y de forma tan relevante como doña Luisa de la Cerda, doña María de Mendoza, las amigas fundadoras; la princesa de Éboli (Ébuli, escribe la Madre), doña Ana de Mendoza y la Cerda, que no era tan amiga. Las mujeres de la otra casa, rival de la de Éboli en la disputa por el poder político en Madrid, la del Duque de Alba, poco hicieron por la Madre, si no CARMEN, Teresa de Jesús, Vitoria, Diputación Foral de Álava, 2 vols., 1964 y 1968. Pueden verse las referencias a las relaciones de amistad, a las mante-nidas con nobles e incluso reyes, en los apartados correspondientes de M. DIEGO SÁNCHEZ, Bibliografía sistemática de santa Teresa de Jesús, Madrid, Editorial de Espiritualidad, 2008.

3 Citamos por la edición (dirigida por A. BARRIENTOS): SANTA TERESA DE JESÚS, Obras completas, Madrid, Editorial de Espiritualidad, 2000, y con las siglas siguientes: CC = Cuentas de Conciencia; CE = Camino de Perfección, códice de Escorial; CV = Camino de Perfección, códice de Valladolid; F = Fundaciones; MC = Meditaciones sobre los Cantares; V = Vida.

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fue acelerar indirectamente su muerte, y nada por la fundación en su señorío. Decía Juana de Ahumada (y en tonos parecidos se pronun-cian casi todos los testigos “abulenses” del pleito posterior a la muer-te con ocasión del traslado del cuerpo a Ávila): “Que sabe que no son fundadores ninguno de la Casa de Alba del dicho monasterio de la Encarnación desta villa ni le dan cosa alguna”4.

No sintonizaba con las aristocracias ni con sus comportamientos la Madre Teresa de Jesús. La primera estancia en el palacio toledano de doña Luisa de la Cerda, decisiva para la personalización de su re-forma inmediata ya, le da pie para describir la principal de las flaque-zas de este sector social, con tantas esclavitudes como la falta de li-bertad hasta para comer, que lo han de hacer “sin tiempo ni concier-to”, esclavitudes que las hacen siervas hasta de los criados, a los que no acaba de ver bien la Madre aunque haga excepción cortés con los de doña Luisa. No puede ser más expresiva su convicción: “Es así que de todo aborrecí el desear ser señora. Dios” (V 34,4).

No es preciso ni aludir a lo acontecido con la otra fundadora, la de Pastrana. Cuando aún permanecía la fundación, la Madre escribía al padre Báñez (enero, 1574): “La monja de la princesa de Éboli era de llorar”. Y a renglón seguido contrasta con “ese ángel” de Valladolid, “que puede hacer gran provecho a otras almas”. Se refiere a doña Ca-silda de Padilla, cuya alabanza entonó en dos capítulos magistrales (10 y 11) de las Fundaciones que, como veremos, tardarían en im-primirse. Era una niña, desposada (por supuesto sin amor, “porque no se perdiese la negra memoria”, F 10,13) nada menos que con el ya mayorcito Adelantado de Castilla. Decía, con la ingenuidad infantil de sus pocos años, que prefería casarse con el mejor esposo. Cuando, después de profesa, abandonó el convento y pasó a otra orden por in-tereses familiares, la Madre comunicaba a Gracián (17 septiembre 1581,4) su profunda decepción: “No debe querer su Majestad que nos honremos con señores de la tierra, sino con los pobrecitos, como eran los apóstoles, y así no hay que hacer caso de ello… Vaya con Dios. ¡Él me libre de estos señores que todo lo pueden y tienen extraños re-veses!”. Conviene advertir, ya que estamos ocupados con el libro de las Fundaciones, que la Madre Teresa no alteró ni borró ni arrancó

4 En J. L. ASTIGARRAGA, E. PACHO y O. RODRÍGUEZ (eds.), Fuentes his-tóricas sobre la muerte y el cuerpo de Santa Teresa de Jesús, Roma, Teresia-num (“Monumenta Historica Carmeli Teresiani” 6), 1982, p. 400.

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las páginas de estos dos capítulos, testigos de su errada apreciación de la vocación de doña Casilda. Sí lo hicieron la mayor parte de las co-pias que circularían después de muerta la Madre para librarla de son-rojos imaginados. No solo eso: cuando el libro se imprimió en Bruse-las, tarde, en 1610, por Ana de Jesús y el padre Gracián, aparecía sin estos dos capítulos que, a juicio del buen catador Jerónimo Ezquerra, es “de lo mejor que hay en el libro”5.

Mayor presencia tienen en sus fundaciones, como agentes varios y como monjas de los conventos, mujeres procedentes de otros grupos sociales. Me refiero a ese mundo fluido, tan complejo, de la hidal-guía. Al que pertenecía doña Guiomar de Ulloa, animadora y funda-dora legal en los documentos romanos de San José de Ávila. O la fundadora de Alba de Tormes doña Teresa Laiz. No tenían disponibi-lidades económicas, pero sí ánimo la primera, anhelos de prestigio la segunda. El caso de doña Teresa Laiz le presta le argumentos para la crítica social que ha derramado en escritos anteriores, sobre todo en Camino de Perfección, donde con ironía, dureza o conmiseración, lamenta, y denuncia, los alardes mentirosos de quienes quieren apa-rentar una honra que en realidad no se compadece con la pobreza. Los padres, hidalgos, de la fundadora de Alba se habían refugiado en Tordillos, una aldea cercana, para encubrir sus indigencias reales que había que disimular. Y la Madre Teresa se lamenta en su crítica mor-daz por la pobreza cultural a que se condenan con tales comporta-mientos: “Es harta lástima que, por estar las cosas del mundo puestas en tanta vanidad, quieren más pasar la soledad, que hay en estos luga-res pequeños, de doctrina y otras muchas cosas, que son medios para dar luz a las almas, que caer un punto de los puntos que, esto que ellos llaman honra, traen consigo” (F 20, 2).

En esta crítica a las obsesiones hidalgas se ayuda de ejemplos de sus monjas, liberadas cuando se deciden por el convento venciendo tantas oposiciones familiares. Ya no les importan los cánones de hermosura; mejor dicho, se rebelan contra ellos. Así, el padre de la fundadora de Beas, doña Catalina Godínez, quería para su hija ma-trimonios que ella, hasta los catorce años, rechazaba porque “le pare-

5 Esta impresión primera de las Fundaciones (Bruselas, Roger Velpio y Huberto Antonio, 1610) ha sido editada en facsímil, con Prólogo del entonces ministro de Justicia e Interior Juan Alberto Belloch Juste y con Introducción de Teófanes Egido, Madrid, 1995.

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cía todo era poco”, y a partir de los catorce porque nuestro Señor “la llamó para sí”. Una de las estratagemas para lograr su objetivo de en-trar en el convento fue el enfrentarse al ideal de belleza femenina que, por lo que se refiere al color, era el de la blancura: “No hacía sino en-trarse en un corral y mojarse el rostro y ponerse al sol, para que, por parecer mal, la dejasen los casamientos que todavía la importunaban” (F 22, 10).

En la siguiente fundación, la de Sevilla, sucedió algo parecido con la primera novicia. Beatriz de la Madre de Dios sería después una pe-sadilla, la “negra vicaria”, para la Madre y para María de San José, la priora. La Madre Teresa escribe el capítulo 23 de las Fundaciones an-tes de tales cambios. Y, entre otras cosas más interesantes, dice que era hija de padre montañés (es decir, de limpia sangre), pero opuesto a la entrada de su hija en el convento. Cuando logró ingresar después de tantas odiseas, y como signo de menosprecio de la honra y de humildad, se aferró a la escoba: para la Madre Teresa lo del barrer era muy significativo, como se sabe, por el menosprecio que implicaba hacia convencionalismos sociales honrosos, (véase en F 14, 6, al re-cordar el encuentro con el P. Antonio, barriendo, en Duruelo). La monja sevillana, y como efecto de su actitud, mejoró también en su hermosura: “Teníamos harto que hacer en quitarle la escoba. Estando en su casa tan regalada, todo su descanso era trabajar. Con el contento grande, fue mucho lo que luego engordó. Esto se le dio a sus padres de manera que ya se holgaban de verla allí” (F 27,13).

Y una tercera expresión de monjas que sirven a la Madre para presentar la bondad de la vocación a la vida en sus conventos, el ideal de la virtud que ofrece, las mercedes que hace el Señor entre ellas, el contramodelo social al que estamos aludiendo, es el caso de la otra monja de Valladolid, por cierto emparentada con doña Casilda de Pa-dilla. Se trata de Beatriz de la Encarnación. Es magistral la descrip-ción que hace de la entereza, de la paciencia, la paz, de impasibilidad de la hermana Beatriz ante cualquier adversidad. Y su crítica de los modales y apariencias hidalgas recuerda forzosamente la sátira amar-ga del Lazarillo de Tormes: “Siempre la veían estar en un ser; tanto, que le dijo una vez una hermana que parecía de unas personas que hay muy honradas, que, aunque mueran de hambre, lo quieren más que no que lo sientan los de fuera; porque no podían creer que ella dejaba de sentir algunas cosas, aunque tampoco se le parecía” (F 12,6).

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LOS POBRES

Los hidalgos de los que se ríe el autor del Lazarillo de Tormes y a quienes ridiculiza la Madre Teresa son los pobres envergonzantes, muchas veces venidos a menos, que tenían que esconder su pobreza real bajo apariencias de dignidad honrosa. Había muchas complicida-des y connivencias, y cierta comprensión, en aquella sociedad, que hasta cofradías había creado, al menos en algunas ciudades, para el socorro discreto de esta pobreza. La Madre Teresa en múltiples cir-cunstancias, y con más ahínco en Camino, cuando quiere decir a sus monjas la verdadera honraza de su pobreza liberadora, escribirá con duro realismo lo que casi todos pensaban: “por maravilla hay honrado en el mundo si es pobre, antes, aunque lo sea en sí, le tienen en poco” (CV 2,6). En la anterior redacción lo había dicho de forma más abso-luta: “Por maravilla, o nunca, hay honrado en el mundo si es pobre, antes, aunque sea en sí honrado, le tienen en poco” (CE 2,6). “En esta casa tenéis ya aventurada y perdida la honra del mundo, porque los pobres no son honrados” (CE 20,1). En Meditaciones sobre los Can-tares: “De la paz que da el mundo en honras no tengo para qué deci-ros nada, que pobres nunca son muy honrados” (MC 2, 11).

No seguimos con lo que podía ser una antología del menosprecio de honras fingidas y de la realidad social de los pobres envergonzan-tes. Porque los pobres más numerosos, entre tantas formas de mendi-gar como había, eran los de solemnidad, los propios de cada lugar, en cierto sentido privilegiados por los derechos de que disfrutaban, de manera especial en tiempos de carestías, letales en economías agra-rias y que arrojaban a gran parte de la población a elevar tan drásti-camente la masa ya desbordante de la pobreza. Suele cometerse el anacronismo de identificar aquellas pobrezas con las posteriores a la revolución industrial, cuando tienen muy poco que ver ambas situa-ciones6.

Otra clase de pobreza era la constituida por los “pauperes Christi”, por los conventos numerosos que vivían de limosna: eran los rivales,

6 M. Á. LADERO QUESADA y T. EGIDO, “Pobreza y Sociedad en España.

Siglos XV al XVIII. Algunos aspectos e investigaciones recientes”, en el li-bro colectivo Aspects of Poverty in Early Modern Europe. II: La réaction des pauvres à la pauvreté, Odense University Press, 1986, pp. 59-75.

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y la Madre experimentó esta rivalidad y los miedos de los obispos a aumentar conventos de este estilo. Pueden verse tales resistencias y oposiciones en el momento primerísimo de San José de Ávila, en Medina del Campo, en Segovia, en Sevilla, y de manera más dura en Burgos. A esta pobreza, radicalmente entendida, a la que se refiere la Madre cuando habla de ella con entusiasmo. Aunque tuviese que ce-der en tantas ocasiones, su idea permanente y aguerridamente defen-dida fue la de que sus fundaciones lo fuesen de pobreza, es decir, sin renta de fundadores, entre otras cosas porque era más segura, por su-puesto más libre de servidumbres de patronatos, la renta que provenía del Señor de las rentas y renteros. Es la pobreza con honraza: “La verdadera pobreza trae una honraza consigo que no hay quien la su-fra; la pobreza que es tomada por sólo Dios, digo, no ha menester contentar a nadie sino a él; y es cosa muy cierta, en no habiendo me-nester a nadie, tener muchos amigos; yo lo tengo bien visto por expe-riencia” (CE y CV 2,6).

Esta es la pobreza del universo mental de la Madre7. La otra, la de los pobres en sociedad, exige una consideración aparte y sincera. Tu-vo relación, al menos indirecta, con ellos, puesto que su padre “era hombre de mucha caridad con los pobres y piedad con los enfermos, y aun con los criados” (V 1,2). Y sin embargo, doña Teresa de Ahu-mada no tuvo especial sensibilidad hacia los necesitados, no simpati-zaba con ellos. Al menos hasta los cuarenta y siete años. Confesaba en una de sus cuentas de conciencia que suele fecharse hacia 1562:

“Paréceme tengo mucha más piedad de los pobres que solía, te-niendo yo una lástima grande y deseo de remediarlos; que, si mira-se a mi voluntad, les daría lo que traigo vestido. Ningún asco tengo de ellos, aunque los trate y llegue a las manos. Y esto veo es ahora don de Dios, que, aunque por amor de él hacía limosna, piedad na-tural no la tenía. Bien conocida mejoría siento en esto” (CC, julio-agosto 1562).

Incluso después de estas fechas hay signos de que su visión de los pobres era más bien la erasmista, postura adoptada, en debates de al-

7 T. EGIDO, “Significado eclesial y social de la fundación de San José”, en

F. J. SANCHO FERMÍN Y R. CUARTAS LONDOÑO (dirs.), El Libro de la Vida de santa Teresa de Jesús. Actas del I Congreso Internacional Teresiano, Bur-gos-Ávila, Monte Carmelo y CITES, 2011, pp. 133-156.

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tura sobre la pobreza, por un sector de teólogos y tratadistas críticos con las formas tradicionales del pordioseo. Por ello, la útil y produc-tiva le parecía la limosna más razonable, como dice expresamente al aprobar, con cierta complacencia, que en la fundación de Malagón se estableciera un “colegio” de niñas: “Dejamos concertado se traiga una mujer muy teatina, y que la casa la dé de comer (como hemos de hacer otra limosna, que sea ésta) y que muestre a labrar de balde mu-chachas, y con este achaque, que las muestre la doctrina y a servir al Señor, que es cosa de gran provecho” (Carta a doña Luisa de la Cer-da, 27 de mayo 1568, 9).

A pesar de todas las prevenciones que pudiera tener, los pobres salen al paso en la historia fundacional, y, por lo mismo, en el libro de las Fundaciones. A veces, incluso, son recordados por la Madre con sus nombres, siempre con agradecimiento, puesto que resultaron eficaces colaboradores. Fue lo acontecido con Nicolás Gutiérrez, en Salamanca, “un buen hombre de allí”, rico venido a menos, o sea, una especie de pobre envergonzante, que había padecido muchos trabajos, “y vístose en gran prosperidad, y había quedado muy pobre, y llevá-balo con tanta alegría como la riqueza” (F 19, 2). Fue quien desemba-razó de estudiantes la casa en aquella tarde de Todos los Santos, em-presa nada fácil. La Madre no lo dice, pero Nicolás Gutiérrez dio na-da menos que seis hijas (María Pinel dice que siete) al Carmelo: per-tenecientes a la Encarnación, todas menos una pasarían a la descalcez teresiana8.

Tampoco era rico un benefactor, anónimo, cuya ayuda fugaz aconteció en el paso ajetreado por Córdoba camino de Sevilla. El epi-sodio dice mucho de la sensibilidad delicada, del sentido común y del horror al ridículo de la Madre Teresa, que agradeció aquel gesto de forma singular. Pues bien, entre tantas cosas como pasaron aquella mañana una de ellas fue el problema planteado por la misa, que, de decirse, tenía que ser en una iglesia. Y aquel día era, nada menos, el de preceptísimo de Pentecostés. Aquí, como en tantas otras ocasiones, no queda más remedio que remitir a la narración fresca, humorosa, del libro de las Fundaciones (que puede compararse con la que decla-ró el otro protagonista, el capellán Maestro Julián de Ávila, aunque

8 María PINEL, en Retablo de Carmelitas, Madrid, Editorial de Espiritua-lidad, 1981, p. 109.

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solo sea para ver las distancias literarias entre una escritora cabal y un capellán fiel)9.

El primer problema provino del espectáculo de aquella comitiva de carros y de monjas, con hábitos y velos que extrañaban tanto a los curiosos, multitud ya en la iglesia, “porque era vocación del Espíritu Santo (lo que no habíamos sabido, y había gran fiesta y sermón. Cuando yo esto vi, diome mucha pena, y a mi parecer era mejor irnos sin oír misa que entrar entre tanta barahúnda. Al padre Julián de Ávi-la no le pareció, y, como era teólogo, hubímonos todas de llegar a su parecer”. Peor fue la sensación de ridículo a su entrada en la iglesia con velos grandes echados, con capas blancas, con alpargatas, lo que bastaba “para alterar a todos”. El sobresalto fue tal, que la debió, dice, “quitar la calentura del todo”. Menos mal que al entrar en la iglesia, un “hombre de bien” se puso a apartar a la gente, atendió el ruego de la Madre y las llevó a una capilla, “cerróla, y nos dejo hasta tornarnos a sacar de la iglesia. Yo os digo, hijas, que, aunque esto no os parece-rá quizá nada, que fue para mí uno de los malos ratos que he pasado; porque el alboroto de la gente era como si entraran toros. Así no vi la hora que salir de allí de aquel lugar. Aunque no le había para pasar la siesta cerca, tuvímosla debajo de una puente” (F 4, 12-14).

Un venido a menos, un hombre de bien; como pobre seguramente de solemnidad, en todo el libro de las Fundaciones aparece uno, el de Toledo. Y, además, no con nombre, que era el de Alonso, solo con el apellido: el mancebo Andrada se hace presente con reiteración en el capítulo quince. Iba recomendado por el “muy santo” fray Martín de la Cruz y era, dice la Madre, “nonada rico sino harto pobre”. Lo del “harto pobre” lo repite. Y la admira, mejor dicho (para utilizar su len-guaje), la espanta lo acontecido:

“Muchas veces, cuando considero en esta fundación, me espan-tan las trazas de Dios. Que había casi tres meses (al menos más de dos, que no me acuerdo bien), que habían andado dando vuelta a Toledo para buscarla personas tan ricas, y, como si no hubiera casas en él, nunca la pudieron hallar. Y vino luego este mancebo, que no lo era, sino harto pobre, y quiere el Señor que luego la halla, y que, pudiéndose fundar sin trabajo, estando concertada con Alonso Ál-

9 Véase en T. SOBRINO CHOMÓN (ed.), Procesos para la beatificación de

la madre Teresa de Jesús. Edición crítica, vol. I, Ávila, Institución Gran Du-que de Alba, 2008, pp. 79-83.

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varez, que no lo estuviese, sino bien fuera de serlo, para que fuese la fundación con pobreza y trabajo” (F 15,8).

La actitud de sus monjas ante el pobre Andrada fue muy otra a la de la Madre, que lo trata con naturalidad y con agradecimiento aun-que no calle que “su traje no era para tratar con descalzas”. No aca-baban de aceptar su mediación por temor al ridículo, para no verse desprestigiadas por el porte externo del mediador, y hubieran preferi-do prescindir de su ofrecimiento para disimular la situación en que se encontraban en aquellas soledades de Toledo: “Ellas se rieron mucho de mí, y dijeron que no hiciese tal, que no serviría de más de descu-brirlo. Yo no las quise oír, que, por ser enviado de aquel siervo de Dios, confiaba había de hacer algo, y que no había sido sin misterio” (15,7).

La reinterpretación posterior no puede ser más elocuente. El P. Pulgar, en la crónica oficial que hace de la fundación años más tarde, y que sería la lectura, también oficial, de los descalzos, manipula ya los datos de las Fundaciones para disimular su recurso a un pobre. Y el mancebo “nonada rico sino harto pobre” de la Madre es convertido en un “pobre estudiante”, disimulando, o matizando, así su pobreza incómoda. No solo eso: como no sería honrosa para la Madre la ayu-da de un pobre, en cuanto puede lo transfigura en rico con un recurso seguramente imaginado. Y dice:

“No quiso Dios que Andrada quedase sin premio de la buena obra que a la Santa había hecho. Colmóle delante de hacienda, diole una mujer honrada y virtuosa y sucesión no corta, de quien hoy hay descendientes que atribuyen a las oraciones de la Santa las merce-des que de Dios reciben, y enseñan algunas cosas de devoción que dio a su abuelo”10.

10 FRANCISCO DE SANTA MARÍA, Reforma de los Descalzos de Nuestra

Señora de la primitiva observancia, I, Madrid, 1644, p. 284. Alonso de An-drada tuvo oportunidad de declarar en los procesos de beatificación de la Madre, que, para él, era “digna de ser canonizada por santa”. Lo que interesa es que, en efecto, la Madre Teresa le agradeció, además de con su memoria en las Fundaciones, con el regalo de “algunas cosas que este testigo tiene que le dio la dicha Madre Teresa de Jesús, como es un rosario y otras cosas”, y que “este testigo lo estima en tanto, que ninguna cosa de su casa y hacienda tiene más guardada que ello”. La deposición es de julio de 1596, la edad de-clarada de Alonso de Andrada es la de cuarenta y ocho o cincuenta años, “poco más o menos”, lo que indica que tendría poco más de veinte cuando

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Era un estereotipo hagiográfico este de imaginarse premios mate-riales por la obra buena, porque, no hay duda, la pobreza no se veía en aquellas mentalidades como una situación, como una virtud; se re-chazaba como una desgracia. La misma Madre Teresa recurría a él cuando recuerda al buen hombre que la ayudó Córdoba: “Después de pocos días vino a Sevilla, y dijo a un padre de nuestra orden que por aquella buena obra que había hecho pensaba que había Dios héchole merced; que le había proveído de una gran hacienda, o dado, de que él estaba descuidado” (F 24, 14). MAESTROS, OFICIALES, PEONES DE LA CONSTRUCCIÓN

Todos los trabajadores del gremio resultaron imprescindibles en las fundaciones, hay que repetir que peculiares, de la Madre Teresa. El estilo artístico carmelitano, que ha sido estudiado y se conoce, fue algo que se dio después de santa Teresa, de forma más definida entre los frailes que entre las monjas11. Los conventos de primera hora fun-dacional fueron construcciones ocasionales, con frecuencia adapta-ciones y ampliaciones de casas preexistentes, pues fueron raras las de nueva planta. Eran, los monasterios inaugurales, edificaciones redu-cidas conforme a las convicciones de la Madre, que no quería ruidos en el momento de su ruina final y que no solía disponer de dineros abundantes. Y, además, eran construcciones iniciadas en la noche, ya que la sorpresa, necesaria para evitar inconvenientes mayores, era otro de los recursos con los que contaba para echar andar.

Son frecuentes las presencias de estos oficiales en el libro como fue necesario su trabajo en la obra fundacional. Tanto la fundadora como quienes deponen en los procesos presentan las relaciones labo-rales entre ella y estos oficiales (no hay que buscar la palabra albañil) como una fuente de preocupación cuando llega la hora de pagar jor-nales y materiales. La solución del problema económico puede con- ayudó a la Madre Teresa. SILVERIO DE SANTA TERESA (ed.), Procesos de bea-tificación y canonización de santa Teresa de Jesús, I, (BMC 18), Burgos, Monte Carmelo, 1934, pp. 272-273.

11 Entre las monografías, abundantes, acerca de este tema, cfr. J. M. MU-ÑOZ JIMÉNEZ, “La arquitectura de santa Teresa”, en Monte Carmelo 97 (1989), pp. 127-157. Id, La arquitectura carmelitana (1562-1800), Ávila, Institución “Gran Duque de Alba, 1990.

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vertirse en milagro sin gran dificultad, como hace ella misma en la narración del proceso de construcción de San José de Ávila: “Una vez, estando en una necesidad que no sabía qué me hacer, ni con qué pagar unos oficiales, me apareció san José, mi verdadero padre y se-ñor, y me dio a entender que no me faltarían, que los concertase; y así lo hice sin ninguna blanca; y el Señor, por maneras que se espantaban los que lo oían, me proveyó” (V 33,12). Ya había confiado a su her-mano, cuando se estaba empezando a construir, su confianza en que se solucionarían bien los problemas del jornal: “Y es así que sólo confiando (pues Dios quiere que lo haga, él me proveerá) concierto los oficiales” (23 diciembre 1561, 5).

No es posible detenernos en lo acontecido en todas y en cada una de las fundaciones y en las que casi siempre los oficiales, necesarios, suelen también ser cómplices de prisas o de nocturnidades. Basten un par de ejemplos de lo que resultó habitual. En el asentamiento provi-sional de Valladolid: “Hice muy secretamente venir oficiales y co-menzar a hacer tapias para lo que tocaba al recogimiento y lo que era menester” (F 10, 4). En Toledo, y gracias a la diligencia del pobre Andrada, “con un oficial nos fuimos a boca de noche con una campa-nilla para tomar la posesión” (F 15,9), y recuerda que en Toledo este trato continuo la hacía sentirse “cansada aquellos días de andar con oficiales” (F 17,1).

Así se podría seguir hasta la fundación de Burgos. Sin olvidar que estas presencias y convivencias no fueron exclusivas de la obra fun-dacional sino que se prolongaron en los trabajos posteriores de las ca-sas, como acontecía, nada menos que por 1578, en San José de Ávila, donde andaba “con gran barahúnda de oficiales” (Carta a Gracián, 17 abril 1578, 12).

Merece una mirada especial, no obstante, lo acontecido en Sala-manca, y ello por varios motivos: la fundación fue la más duradera en las obras; la que más veces se trasladó de edificio, con tantos quebra-deros de cabeza para la Madre y con tantas actuaciones del maestro, de los oficiales, de los peones; y, lo más importante, porque dispone-mos de las declaraciones tan elocuentes del encargado, más exacta-mente, del maestro de obras de carpintería, Pedro Hernández, “de edad de sesenta y tres años, poco más o menos”, conforme a la per-cepción del tiempo de las edades por entonces. Se trata de la deposi-ción en el proceso de beatificación de la Madre fundadora ofreciendo la versión alternativa, y complementaria, del texto tan expresivo y

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hermoso de la autora de las Fundaciones. Es cierto que testifica casi cuarenta años después de algunos de los hechos, es decir, con el tiempo suficiente para la transfiguración de imágenes y noticias. Tie-ne, además, que responder rótulo, y a las preguntas del interrogatorio, como es bien sabido, se acomodan las respuestas de los testigos (no solo las del maestro de carpintería salmantino)12.

Recordemos el protagonismo que en la fundación de Salamanca, al igual que en el origen del libro de las Fundaciones tuvieron los rectores de la Compañía. En el capítulo correspondiente, la Madre Teresa, con estilo regocijante, habla de los miedos de su compañera a los estudiantes, a la muerte, a las ánimas en su noche con toque de campanas y todo, de pajas por colchón, de soledad. Dice expresa-mente: “Quedamos la noche de Todos Santos mi compañera y yo so-las”. Líneas antes ha dicho que ante la falta de curiosidad de los in-quilinos anteriores, los estudiantes, “estaba de suerte toda la casa, que no se trabajó poco aquella noche” (F 19,3).

Quienes trabajaron fueron los de la Compañía, y quien más traba-jó fue el maestro de carpintería, que nos cuenta la otra cara de aquella noche de Todos los Santos. Estaba, dice, en casa con otro maestro del gremio, cuando, “como a hora de las ocho de la noche, poco más o menos, llegó un religioso de la Compañía del nombre de Jesús de esta ciudad de Salamanca, cuyo nombre no se acuerda; y le hizo a este tes-tigo que se fuese con él”. Ante la resistencia del maestro, “el dicho religioso le dijo que había llegado a esta ciudad una religiosa foraste-ra a hacer cierta fundación de un monasterio, y que tenían ya una casa para ello a San Juan de Barbados de esta ciudad, y que era necesario la dicha noche adornarle la casa, y ponérsela de suerte que por la ma-ñana la dicha religiosa pudiese tratar y comunicar con quien la fuese a ver”.

Se admira del primer milagro: de que sin pesadumbre se armase de las herramientas y fuese con el religioso a las casas, así, en plural,

“adonde este testigo halló a la dicha venerable madre Teresa de Jesús con otra religiosa de su hábito. La dicha religiosa venerable madre Teresa de Jesús ordenaba y trataba lo necesario para la fun-dación del dicho monasterio en la dicha casa; y unos religiosos de

12 Acerca del tratamiento historiográfico de los procesos, cfr. T. EGIDO,

“Ambiente histórico”, en A. BARRIENTOS (dir), Introducción a la lectura de santa Teresa, 2ª edición, Madrid, Editorial de Espiritualidad, 2002, pp. 75-ss.

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la Compañía de Jesús con un chirrión iban llevando con un macho la madera y materiales necesarios, y dos tarimas 'en que las dichas religiosas se recogiesen”.

Segundo milagro: “Y este testigo estuvo trabajando solo con los dichos religiosos

en la dicha obra aquella noche hasta las cuatro de la mañana; en el cual tiempo, al parecer de este testigo, se hizo obra de tanto trabajo, que en cuatro días no se pudíera hacer. Y lo que más le admiró a es-te testigo, que cuando acabó, no le pareció tenía cansancio ninguno, y que estaba y quedó tan entero como de antes que hubiese empe-zado a hacer la dicha obra, siendo cosa natural que cuando un ofi-cial sale de trabajar, y particularmente en su oficio de este testigo, por ser oficio de puro trabajo del cuerpo, queda cansado y con gana de descansar, este testigo no tuvo necesidad de ello”.

Tiene ocasión para declarar virtudes y milagros de la venerable Madre más llamativos que los anteriores por su trato con ella en tan-tas obras como hubo de acometer en las casas de Salamanca. Y habla de pobreza, de caridad, sobre todo de caridad como virtud y como mi-lagro. La mayor parte son milagros sencillos, obrados por reliquias de la Santa ya muerta y famosa, con fama de santidad. Entre tantos acae-cidos en vida, recuerda uno, que aducimos por estar directamente re-lacionado con el trabajo en la nueva casa y por manifestar, al mismo tiempo que la caridad de la Madre, su trato llano con tantos oficiales y peones como trabajaban allí, “entre oficiales y peones, de veinte a veintidós personas”. Lo aduzco literalmente porque ahí se encuentran dichos de santa Teresa que no han sido recogidos por sus recopilado-res y editores.

“Y a la sazón se asomó la santa madre Teresa de Jesús a una ventanilla del entresuelo, y dijo a este testigo: Hermano Pedro Hernández, esa gente anda muy cansada; y envíeles por algo que beban, que lo han menester, que yo lo echo de ver. Y este testigo la respondió: ‘Madre, somos tantos, y el vino vale tan caro, que es menester una sima de dinero para ella’. La cual le replicó: Ande, hermano, envíeles por ello, que Dios lo ha de remediar todo. Y en-tonces este testigo por darla gusto y ver que era tan amiga de la ca-ridad, llamó a un criado de este testigo para que fuese por ello, y le dio dinero para que trajese dos maravedís de vino para cada uno, que, a lo que este testigo se acuerda, valía muy caro, a real y medio la azumbre. Y como trajese el vino, este testigo tomó en sus manos

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el jarro, y le echó una poca de agua, que fue bien poca, y empezó este testigo a dar de beber a los dichos oficiales y peones lo que le parecía le cabía en parte a cada uno; y ya que no faltaban de beber de tres o cuatro personas, mirando este testigo el jarro para las dar de beber, halló que estaba con la misma cantidad de vino que cuan-do se había traído de la taberna. Y a la sazón se volvió a asomar a la dicha ventanilla la santa Madre Teresa de Jesús, y volvió a decir a este testigo: Hermano Pedro Hernández ¿ha hecho lo que le he ro-gado? Y este testigo le respondió: ‘sí, Madre; y me parece que ha sucedido aquí lo que en las bodas del architriclino, que se ha vuelto el agua en vino’. Y la dicha Santa dijo: Ande, hermano, que esto Dios lo hace. Y entonces la respondió este testigo: ‘Bien parece que andan buenos de por medio’; y este testigo dijo a sus oficiales y peones: ‘Ea, hermanos, que no hay sino beber muy bien, que esto es vino de bendición’”13.

EL MUNDO DEL TRANSPORTE Y DE LAS COMUNICACIONES Es sabido cómo la Madre Teresa cuidaba no solo de la habilita-

ción de sus casas para que las monjas quedaran acomodadas antes de su partida sino también de que sus conventos estuvieran bien comuni-cados por razones evidentes. En la historia de las fundaciones, por lo mismo, es imprescindible el mundo complejo que se mueve por los caminos, para cuyo conocimiento es una fuente envidiable el Libro de las Fundaciones.

El camino fundacional requería preparativos cuidadosos, y más cuando las viajeras, en caso insólito, eran mujeres, más aún cuando

13 SILVERIO DE SANTA TERESA (ed.), Procesos de beatificación y canoni-zación de santa Teresa de Jesús, III, (BMC 20), Burgos, Monte Carmelo, 1935, pp. 28-35). Trato con maestros, oficiales y peones de la construcción se registran en otras fundaciones. No obstante, y porque las obras eran in-acabables, fue con los de Salamanca con los que más anduvo. En carta a do-ña Juana de Ahumada, en Alba ésta, ella en Salamanca, 14 noviembre 1573, 3, le dice acerca de este trato frecuente: “los negocios de Pedro de la Vanda andan en buenos términos; con todo eso, he miedo tardaremos algo, porque se ha de ir a Madrid. En acabando de hacer la probanza me iré a los oficiales (que no han acabado), que Dios parece quiere esté aquí, porque no queda en casa quien entienda de obras ni de negocios”. Véase la reflexión de O. LEROY, “Le vin du charpentier. Épisode du séjour de sainte Thérèse à Salamanque”, en Carmel (1963), pp. 311-313.

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eran monjas. No era ya solo cuestión de alquilar medios de transporte cuando no se viajaba en coches cedidos por aristócratas, como en el viaje de Palencia a Soria, sino también de contratar carreteros y mo-zos que condujeran los carros y cuidaran de la fuerza de tracción, de las bestias. La Madre viajó en variados tipos de transporte, y no tiene inconveniente en aconsejar hasta la litera si era necesario su recurso por la dignidad de las monjas, pero el más habitual vehículo fundador fue el carro, fueron los carros, puesto que a veces hasta cinco iban en el convoy; eso sí, convertidos los de las monjas en verdaderos con-ventos ambulantes. El Padre Ribera describe este complejo ambulante con detalle aunque lo haga sobre todo desde la ladera piadosa14.

Quiere decir esto que se requerían carreteros, profesionales del transporte. Y los carreteros aparecen como elementos inevitables en esta aventura, porque todo viaje entonces era una aventura. Estaban agrupados en la poderosa y, por tanto, privilegiada “Cabaña Real de Carreteros del Reino”. Disponían, ellos y quienes podían utilizarlas, de guías de caminos, ya fuera la del valenciano Pedro Joan Villuga, ya de la copia levemente ampliada y posterior del correo Alonso de Meneses15.

Como es natural, entre tanto carretero, la Madre menciona sobre todo a los que la llamaron la atención por sus fallos. Como los regis-trados en el trance, que pudo acabar en tragedia, de los carros en las barcazas cruzando el Guadalquivir y que describe magistralmente: “Nosotras a rezar. Todos, voces grandes” (F 24,10-11). Por lo gene-ral, los fallos más aparatosos tienen lugar cuando los carreteros son mozos, como en el retorno de Soria a Segovia. Aunque aquí se trató

14 Francisco de RIBERA, La vida de la Madre Teresa de Jesús, fundadora de las Descalzas y Descalzos Carmelitas, Salamanca, Pedro Lasso, 1590, pp. 212-216. Donde habla también de venteros y posaderos, necesarios en los caminos de la Madre pero que no ayudaron demasiado a las fundadoras en camino. Gracián, compañero de la Madre en los caminos en los que no la abandonó, completa el panorama viajero con datos de interés, como el de que dominaba el cabalgar en mula, “que se sabía tan bien tener en ella e iba tan segura como si fuera en el coche” (Jerónimo Gracián, Escolias a la vida de santa Teresa compuesta por el P. Ribera, edición preparada por J. L. ASTI-GARRAGA, Roma, Teresianum, 1982, p. 413).

15 Pedro Juan VILLUGA, con el librito de bolsillo Reportorio de todos los caminos de España hasta agora nunca visto (1546). Alonso de MENESES, Re-pertorio de caminos, ordenado por, Alcalá de Henares, 1576.

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más bien de fallos de los guías, que podían conocer el camino de mu-las, pero no el de carros, y que “llevabannos hasta donde sabían había buen camino, y un poco antes que viniese el malo, nos dejaban” (F 31, 13).

Lo mismo acontece con la narración de los peligros en que se vie-ron coche y carros en el viaje a la última fundación y penúltimo de la fundadora, de Palencia a Burgos, porque, hecho en lo más crudo del invierno norcastellano, “acertamos a llevar carreteros mozos y de po-co cuidado”. El viaje fue un sobresalto continuo, con la madre enfer-ma, con perlesía, “tan trabada la lengua que era lástima verla”, escri-be Ana de San Bartolomé, que habla de que se atollaban los carros, de que eran grandes los lodos y de aquel peligro de trastornarse el ca-rro de las monjas. “En este punto, apostilla, un mozo que llevábamos asióse de la rueda y tuvo el carro para que no cayese, que más pareció ángel de la guarda que hombre”16. El padre Gracián, que iba en la comitiva, también habla de lo más impresionante, de la Madre con “el mal de perlesía, y trabósele la lengua, de manera que apenas se en-tendía lo que hablaba”. Al narrar la angustia de los carros, no habla de mozos, sí de la aparición de Nuestro Señor a la Madre y de las pa-labras: “Aquí voy yo, no tengas miedo”17.

La Madre, que escribía en la cercanía de lo acontecido, también tuvo sus temores, al “verse entrar en un mundo de agua sin camino ni barco”. Y describe “los grandes trabajos y peligros que nos vimos, en especial un paso que hay cerca de Burgos, que llaman unos pontones, y el agua había sido tanta, y lo era muchos ratos, que sobrepujaba so-bre estos pontones tanto, que ni se parecían ni se veían por dónde ir, sino todo agua, y de una parte y de otra está muy hondo. En fin, es gran temeridad pasar por allí, en especial con carros; que, a trastornar un poco, va todo perdido; y así el uno de ellos se vio en peligro (F 31,16).

No es mera curiosidad el recordar que, hace tiempo, el historiador Valentín Vázquez de Prada advertía la coincidencia de la observación de la Madre con la queja del Concejo de Burgos por el mismo año (de

16 ANA DE SAN BARTOLOMÉ, Últimos años de la Madre Teresa de Jesús, en Obras Completas, ed. Julen Urkiza, I, Roma, 1981, p. 12.

17 Jerónimo GRACIÁN, Escolias a la vida de santa Teresa compuesta por el P. Ribera, cit., p. 419.

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grandes lluvias) y acerca del mismo paso de los Pontones: “de tal manera que en tiempo de invierno y en otros de aguas no se puede andar dicho camino sin grandísimo peligro, y que ha habido daños y sucedido algunas desgracias en dicho camino…”18. LA COMUNICACIÓN EPISTOLAR

Los carreteros cumplían, con frecuencia, el quehacer complemen-tario de correos, y la Madre, para quien la comunicación epistolar era esencial en sus sistema de fundaciones, los aprovechó con frecuencia para sus cartas y envíos y los aconsejaba por sus garantías de seguri-dad y de rapidez: “Estos carreteros dan las cartas más presto y cier-tas” (A Gracián 3 junio 1580, 3).

Más frecuente, no obstante, es el recurso a los otros profesionales del transporte, en concreto a los arrieros y recueros, que ejercen de carteros y que en sus rutas y trasiegos pueden circular por caminos que no eran carreteros sino muleros. Son personajes que aparecen de forma constante en el epistolario de la Madre, que conoce tan bien todas las posibilidades y los trayectos de la comunicación epistolar.

Los arrieros, imprescindibles en los caminos fundacionales, son también el medio de transporte más utilizado para la correspondencia. Los usa con generosidad, e incluso los aconseja (A María de San Jo-sé, 1 y 2 de marzo de 1577, 19; 22 octubre 1577) por sus garantías de seguridad (A Gracián, 16 de febrero 1578).

Con más frecuencia, y por razones parecidas a las esgrimidas con los arrieros, acude a los recueros. Lo hace con Alba de Tormes desde Sevilla, en envoltorio con dineros (A María de San José, 8 noviembre 1576), al escribir a “mi buen fundador” Antonio Gaitán (10 julio 1575). “No envíe cuentas con el ordinario correo ni por pensamiento, si no fuere con el recuero, aunque sea tarde, que no llegará acá cosa”, escribe a la priora de Valladolid en tiempos difíciles (desde Toledo, 2 de noviembre de 1576. 13). Lo mismo, y en los mismos momentos de recelos, recomienda a María de San José, a la que riñe (con humor) por no aprovechar la ocasión: “No sé cómo deja venir al recuero sin

18 V. VÁZQUEZ DE PRADA, Historia económica y social de España. Tercer volumen: Los siglos XVI y XVII, Madrid, Confederación Española de Cajas de Ahorro, 1978, p. 483.

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carta suya” (A María de San José, desde Toledo, 5 y 31 de octubre 1576).

Son, en efecto, los recueros, los correos más fiables, y no es raro que manifieste expresamente su confianza en ellos para envíos o por recepciones de dineros, de misivas delicadas: “Ayer, día de la conver-sión de San Pablo, me dio el recuero sus cartas y dineros, y todo lo demás, que venía tan bien puesto que era de ver, y así todo llegó bue-no. Dios le pague el contento que se me ha dado”; “Que si no es con persona muy cierta y que vaya presto, no se sufre darlas a ninguno, que van algunas cartas que, a no ser el recuero tan cierto, no las osara enviar” (A María de San José, 26 enero 1577, 2-3,12).

Lo que no quiere decir que calle sus quejas porque el trasiego a veces deterior los envíos: “Ya la escribí cómo había recibido lo que traía el recuero, aunque no venía bueno. No es ya tiempo con la calor. No me envíe cosa sino el agua de azahar, pues se quebró la redoma, y un poco de azahar si se puede hallar de hoja, seco, en azúcar, que yo enviaré lo que costare, aunque no sea mucha cantidad” (A María de San José, Desde Toledo, 9 de abril de 1577).

Y como la Madre Teresa es moderna y convive con lo que casi nadie vivía entonces, con la urgencia de las prisas y de la velocidad, se queja y se queja por la tardanza mayor que la de los correos, como dice, por ejemplo, a su principal corresponsal, a María de San José (4 junio 1578): “Jesús. Sea con vuestra reverencia, hija mía, el Espíritu Santo. Dos cartas suyas he recibido, la una por Madrid, otra que trajo este recuero de aquí esta semana, que tarda tanto que me da mohína. Vino todo muy bueno”.

Debe quedar muy claro que la Madre Teresa, como hemos apun-tado, que la Madre Teresa utilizó de forma más sistemática los servi-cios del ordinario, de la posta, procurando ganarse a los correos y empleados de aquel sistema postal, bastante incierto y muy costoso. Y por supuesto, no escatima el recurso al medio más caro, más urgen-te y más seguro: a los propios, imprescindibles para quien tenía tantas responsabilidades y actuaba con tanta elegancia y sin escatimar gas-tos en esto de escribir (y de recibir) cartas, como estudiamos ya hace mucho tiempo19.

19 L. RODRÍGUEZ MARTÍNEZ Y T. EGIDO, “Epistolario”, en A. BARRIENTOS (dir.), Introducción a la lectura de santa Teresa cit., pp. 611-667.

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MIS AMIGOS MERCADERES

Como podemos ver, los agentes que posibilitaron la realización del proyecto teresiano pertenecieron a todos los estamentos, aunque de forma desigual. Intervienen, y aparecen en Fundaciones, en Vida, en el epistolario y en otros escritos, aristócratas diversos; nobleza media e inferior; señores como la familia de doña Guiomar de Ulloa; hidalgos numerosos, y no todos mirados con la lástima con que mira-ba a algunos o, mejor, con que se burlaba de sus comportamientos vergonzantes. Son hidalgos tan estimados como Francisco de Salce-do, cuya escasa fortuna conoce y, por desventura para él, como escri-be la Madre, heredará San José de Ávila. Hidalgos como Antonio Gaitán, en el que depositaba tanta confianza, “mi buen fundador”, le llama ella por haberlo sido en realidad en su nombre en Caravaca y por la colaboración en las de Segovia, Beas, Sevilla, al margen de te-ner en el convento de Alba a la hijita de siete años, Mariana, a la que la Madre llama “a nuestra sabandijita” (A Antonio Gaitán, 10 de julio de 1575).

No es extraña ni mucho menos la ausencia en este libro, en sus fundaciones, seguramente en su mentalidad, del sector primario, es decir, de los campesinos, ya que la Madre Teresa era sustancialmente urbana y sus fundaciones fueron proyectadas para ciudades, ricas, li-mosneras, a pesar de que no tardara en acceder a asentamientos en lugares más reducidos20.

En contraste, se identificó con el sector secundario y el financiero. Los mercaderes (comerciantes, tratantes, arrendatarios de impuestos, cambistas y banqueros de entonces, aunque estas denominaciones no puedan entrar aún en el léxico teresiano), serán elementos fundamen-tales y permanentes en toda su historia fundacional. Conviene recor-dar las conexiones de la mayor parte de ellos con el sector de los ju-deoconversos. Y no puede olvidarse que, a pesar de posteriores com-pras de ejecutorias, el de los mercaderes era el grupo al que pertene-cía su estirpe: fue el oficio de su abuelo el Toledano, lo fue el de su

20 Los esfuerzos de algún “teresianista” por presentar casos de relación de

amistad-admiración en el mundo rural prueban claramente lo contrario. Cfr. SALVADOR DE LA VIRGEN DEL CARMEN, Teresa de Jesús, cit., I, págs. 348-353.

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padre, hasta que le dio por vivir a lo hidalgo, y, naturalmente, se arruinó.

Esta cercanía es perfectamente explicable. Quien quiera que lea las Fundaciones o las cartas a ellas referidas, podrá advertir la inter-vención directa o mediadora de mercaderes en la fundación respecti-va. Cuatro mercaderes, expresamente nombrados, posibilitan que lle-guen a buen término los dineros (una de las palabras con más fre-cuencia en los escritos de la Madre) que de Indias manda su hermano Lorenzo para la primera fundación, la de San José de Ávila, como se ve en la primera carta de su epistolario. Tomás Álvarez ha estudiado con su maestría habitual la figura del más representativo de los cua-tro, Antonio Morán21.

Decir dinero de Indias equivalía a mirar hacia Sevilla, y, de hecho, la Madre se preocupa por las llegadas y salidas de la armada (“el armada” dice siempre ella). Era el punto de arranque de la eco-nomía no sólo española, que trataba en las ferias de Medina del Cam-po, el otro núcleo mercantil básico, como estudiara hace tiempo Al-berto Marcos22. Es más que significativo que la expansión de los con-ventos teresianos empezara por esta villa, tan rica y tan activa en 1566, pero con dificultades para disponer de casa la Madre, entre otros motivos por su confianza fallida en promesas clericales. En con-traste, el mercader Blas de Medina le ofrecerá la suya, y encontrará también la ayuda del banquero Simón Ruiz, estableciendo una rela-ción de confianza duradera.

El otro extremo de la red económica animada por el comercio de la lana, la riqueza de Castilla, era Burgos, tierra de los Ruiz Embito. Después de bancarrotas de los años setenta, y como lamenta la Ma-dre, “Burgos no era lo que había sido”. Baste con recordar la historia ajetreada de la fundación y la entrega incondicional y comprometida de doña Catalina de Tolosa, prestándose a algunas de las maniobras prudentes y delicadas de la Madre Teresa para conseguir las licencias necesarias y huidizas y la apariencia de fundar con renta. Era viuda

21 T. ÁLVAREZ, “Un amigo de santa Teresa en América: el capitán Anto-

nio Morán”, en Monte Carmelo 100 (1992), pp. 479-517. 22 A. MARCOS MARTÍN, Auge y declive de un núcleo mercantil y financie-

ro de Castilla la Vieja. Evolución demográfica de Medina del Campo duran-te los siglos XVI y XVII, Valladolid, Universidad, 1978.

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de un rico mercader, Sebastián Muncharaz. Con el tiempo, doña Ca-talina daría a la reforma teresiana todos sus siete hijos, y se daría ella misma23.

José Antonio Álvarez Vázquez, el historiador autorizado de esta vertiente de santa Teresa24, relaciona el dominio que la Madre tenía de los mecanismos económicos, la información sorprendente de que disponía para su “empresa”, con este trato continuo con gentes del di-nero y de los negocios, y de forma especial, si cabe, con Simón Ruiz. Lamenta, no obstante y con fundamento, el no disponer de datos di-rectos para rastrear la opinión teresiana sobre la moral de los nego-cios.

Creo que puede satisfacerse su queja mirando a las actitudes de la Madre Teresa. Concretamente, recordando lo sucedido en Toledo, muy sensibilizada hacia estos sentimientos, fundación que se llevaba entre ella y mercaderes, concretamente judeoconversos. Los compor-tamientos de este grupo social exigían gestos tendentes a borrar y hacer olvidar sus orígenes, y entre ellos, para ganar y exhibir el pres-tigio ansiado y negado, uno de los más anhelados era la fundación de capillas, de enterramientos, o de capillas mayores como aconteció con el convento toledano. La misma Madre describe las resistencias de los limpios de sangre o de los aristócratas (incluida doña Luisa de La Cerda) a que se cediese el patronato a judeoconversos. El pensar y el sentir (y el actuar) de la fundadora en este conflicto castizo ha sido suficientemente estudiado. En aquella ocasión se expresó en lenguaje muy teresiano: aduciendo la voz del mismo Dios en sus experiencias espirituales, en sus hablas, que coincidían con sus convicciones.

“Estando en el monasterio de Toledo y aconsejándome algunos que no diese el enterramiento de él a quien no fuese caballero, dí-jome el Señor: Mucho te desatinará, hija, si miras las leyes del mundo. Pon los ojos en mí, pobre y despreciado de él. ¿Por ventu-ra serán los grandes del mundo, grandes delante de mí? O ¿habéis

23 “Tolosa, Catalina de”, en T. ÁLVAREZ (dir), Diccionario de Santa Te-

resa, Burgos, Monte Carmelo, 2002, pp. 1175-1176. VALENTÍN DE LA CRUZ, Santa Teresa en Burgos (Historia de la última fundación), Burgos, Monte Carmelo, 1982.

24 J. A. ÁLVAREZ VÁZQUEZ, “Trabajos, dineros y negocios”. Teresa de Jesús y la economía del siglo XVI (1562-1582), Madrid, Editorial Trotta, 2000. Todo el libro, especialmente las pp. 182-184.

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TEÓFANES EGIDO

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vosotras de ser estimadas por linajes, o por virtudes?” (CC, Tole-do, 1570). Es más tajante en las Fundaciones: no es sólo el “díjome el Señor”, sino “me hizo una reprensión grande porque daba oídos a los que me hablaban de esto” (F 15, 16).

Esta tentación toledana de la Madre, y la manera de superarla, proclama muy a las claras su crítica radical a los convencionalismos tan arraigados como el de presuponer que los mercaderes han allega-do sus riquezas con tratos de dudosa moralidad (no olvidemos que el del comercio era un oficio vil). Ella, por el contrario, no escatima alabanzas a los comportamientos de los mercaderes. Ya que estamos en Toledo, su historia se abre con este panegírico hagiográfico: “Es-taba en la ciudad de Toledo un hombre honrado y siervo de Dios, mercader, el cual nunca se quiso casar, sino hacía una vida como muy católico, hombre de gran verdad y honestidad. Con trato lícito allega-ba su hacienda, con intento de hacer de ella una obra que fuese muy agradable al Señor. Diole el mal de la muerte. Llamábase Martín Ra-mírez” (F 15,1).

No solo ensalza las virtudes de los mercaderes; es que, además, no se anda con remilgos al proclamar su amistad con ellos, y el “amigo mío” es casi inevitable cuando aparece el mercader. “Un mercader, amigo mío, del mismo lugar, que nunca se ha querido casar, ni en-tiende sino en hacer buenas obras con los presos de la cárcel y otras muchas obras buenas que hace” (F 15,6). Recomienda a Lorenzo se fíe de la priora de Valladolid en lo de los dineros, “que lo hará muy bien, que tiene un mercader gran amigo de aquella casa y mío y buen cristiano” (En carta a don Lorenzo, en Ávila, desde Toledo, 17 enero 1577).

Más aún: se fía más del mercader conocido que del propio padre Nicolás Doria, como puede verse en la recomendación que hace a María de San José para asegurar los dichosos doscientos ducados para la sepultura de su hermano: “No los envíe vuestra reverencia a Casa-demonte ni encaminados por el padre Nicolao (esto sólo para con vuestra reverencia), sino encamínelos vuestra reverencia a Medina del Campo, si allá tienen algún conocido mercader a quien envíen un crédito, que con esto viene más seguro y sin hacer costa el traerlos (A María de San José, 6 de enero de 1581).

Y, por fin, y en contraste con la actitud de otros estamentos, los mercaderes son sensibles, son capaces de emocionarse (de espantarse

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COLABORADORES EN LAS ‘FUNDACIONES’

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diría la Madre), de llorar ante el espectáculo de pobreza, de virtud ex-trema, como la contemplada en la visita primera a los frailes de Du-ruelo: “Primero o segundo domingo de adviento (que no me acuerdo cuál de estos domingos fue)…Dos mercaderes que habían venido de Medina hasta allí conmigo, que eran mis amigos, no hacían otra cosa sino llorar”. Y aprovecha para la alabanza, insólita, de la virtud de los mercaderes: “¡Qué cosa es la virtud, que más les agradó aquella po-breza que todas las riquezas que ellos tenían, y les hartó y consoló su alma!” (F 14,6,11).