Mike baker ovarb, padre

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¡Cuidado! ¡Casi tocaste ese auto de costado! Me gritó mi padre. "¿Es que no puedes hacer nada bien?“ Esas palabras me dolieron más que un golpe. Volví mi cabeza hacia ese anciano sentado en el asiento junto a mí, desafiándome a contestarle. Se me hizo un nudo en la garganta y aparté los ojos. No estaba preparada para otra pelea. "Yo vi el auto, papá. Por favor, no me grites cuando manejo." Mi voz fue medida y firme, que sonaba mucho más calmada de lo que realmente me sentía. Mi padre me miró furioso, después volvió su cabeza y se mantuvo callado. En casa lo dejé enfrente del televisor y fui afuera para componer mis pensamientos. Había oscuras y pesadas nubes en el cielo, prometiendo lluvia. Un trueno distante retumbó como si fuera el eco de mi agitación interna. ¿Qué puedo hacer con él? -1- Mi padre había sido leñador en el estado de Washington y en Oregon. Había disfrutado de vivir al aire libre y le gustaba medir su fuerza contra el poder de la naturaleza. Había entrado en agotadoras competiciones de leñadores y a menudo ganaba. Los estantes de su casa estaban llenos de trofeos que probaban su habilidad. Pero los años pasaron implacables. La primera vez que no pudo levantar un pesado tronco, hizo una broma sobre eso; pero luego el mismo día lo vi afuera solo, tratando de levantarlo. Se volvió irritable cada vez que alguien le hacía bromas sobre estar envejeciendo, o cuando no podía hacer algo que hacía cuando era joven. Cuatro días antes de cumplir 67 años, tuvo un ataque al corazón. Una ambulancia lo llevó al hospital mientras el paramédico le hacía resucitación para mantener la sangre y el oxígeno circulando. En el hospital, lo llevaron corriendo al cuarto de operaciones. Tuvo suerte, sobrevivió. Pero algo en el interior de papá, murió. -2-

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¡Cuidado! ¡Casi tocaste ese auto de costado! Me gritó mi padre.

"¿Es que no puedes hacer nada bien?“

Esas palabras me dolieron más que un golpe. Volví mi cabeza hacia ese anciano sentado en el asiento junto a mí, desafiándome a contestarle. Se me hizo un nudo en la garganta y aparté los ojos. No estaba preparada para otra pelea.

"Yo vi el auto, papá. Por favor, no me grites cuando manejo."

Mi voz fue medida y firme, que sonaba mucho más calmada de lo que realmente me sentía.

Mi padre me miró furioso, después volvió su cabeza y se mantuvo callado.

En casa lo dejé enfrente del televisor y fui afuera para componer mis pensamientos. Había oscuras y pesadas nubes en el cielo, prometiendo lluvia. Un trueno distante retumbó como si fuera el eco de mi agitación interna. ¿Qué puedo hacer con él?

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Mi padre había sido leñador en el estado de Washington y en Oregon. Había disfrutado de vivir al aire libre y le gustaba medir su fuerza contra el poder de la naturaleza. Había entrado en agotadoras competiciones de leñadores y a menudo ganaba. Los estantes de su casa estaban llenos de trofeos que probaban su habilidad.

Pero los años pasaron implacables.

La primera vez que no pudo levantar un pesado tronco, hizo una broma sobre eso; pero luego el mismo día lo vi afuera solo, tratando de levantarlo. Se volvió irritable cada vez que alguien le hacía bromas sobre estar envejeciendo, o cuando no podía hacer algo que hacía cuando era joven.

Cuatro días antes de cumplir 67 años, tuvo un ataque al corazón. Una ambulancia lo llevó al hospital mientras el paramédico le hacía resucitación para mantener la sangre y el oxígeno circulando.

En el hospital, lo llevaron corriendo al cuarto de operaciones. Tuvo suerte, sobrevivió. Pero algo en el interior de papá, murió.

-2-

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Mi padre había sido leñador en el estado de Washington y en Oregón. Había disfrutado de vivir al aire l ibre y le gustaba medir su fuerza contra el poder de la naturaleza. Había entrado en agotadoras competiciones de leñadores y a menudo ganaba. Los estantes de su casa estaban l lenos de trofeos que probaban su habil idad.

Pero los años pasaron implacables.

La primera vez que no pudo levantar un pesado tronco, hizo una broma sobre eso; pero luego el mismo día lo vi afuera solo, tratando de levantarlo. Se volvió irri table cada vez que alguien le hacía bromas sobre estar envejeciendo, o cuando no podía hacer algo que hacía cuando era joven.

Cuatro días antes de cumplir 67 años, tuvo un ataque al corazón. Una ambulancia lo l levó al hospital mientras el paramédico le hacía resucitación para mantener la sangre y el oxígeno circulando.

En el hospital, lo l levaron corriendo al cuarto de operaciones. Tuvo suerte, sobrevivió. Pero algo en el interior de papá, murió.

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¡Cuidado! ¡Casi tocaste ese auto de costado! Me gritó mi padre.

"¿Es que no puedes hacer nada bien?“

Esas palabras me dolieron más que un golpe. Volví mi cabeza hacia ese anciano sentado en el asiento junto a mí, desafiándome a contestarle. Se me hizo un nudo en la garganta y aparté los ojos. No estaba preparada para otra pelea.

"Yo vi el auto, papá. Por favor, no me grites cuando manejo."

Mi voz fue medida y firme, que sonaba mucho más calmada de lo que realmente me sentía.

Mi padre me miró furioso, después volvió su cabeza y se mantuvo callado.

En casa lo dejé enfrente del televisor y fui afuera para componer mis pensamientos. Había oscuras y pesadas nubes en el cielo, prometiendo l luvia. Un trueno distante retumbó como si fuera el eco de mi agitación interna. ¿Qué puedo hacer con él?

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Escuché mientras ella leía. El artículo describía el sorprendente estudio hecho en una clínica geriátrica. Todos los ancianos pacientes estaban con tratamiento por depresión crónica. En todos ellos sus acti tudes mejoraron en forma excepcional cuando se les dio la responsabil idad de cuidar un perro.

Fui a la municipalidad a ver los perros ofrecidos en adopción. Después que l lené un formulario, un oficial uniformado me l levó a los corrales de los perros. El olor a los desinfectantes inundó mi nariz cuando entré a las fi las de jaulas. Los había de pelo largo, enrulado, unos negros y otros con manchas que saltaban, tratando de alcanzarme. Los fui estudiando uno por uno pero los rechacé a todos por distintas razones, demasiado grande, o demasiado chico, o demasiado pelo, etc.

Cuando l legué al último corral, un perro desde la esquina más alejada se paró con dif icultad, caminó hacia el frente de la jaula y se sentó. Era un pointer, una de las razas aristócratas del mundo de los perros. Pero éste era una caricatura de su raza.

El gusto por la vida desapareció. Obstinadamente se negaba a seguir las órdenes del doctor. Las sugerencias y los ofrecimientos de ayuda eran rechazados con sarcasmo e insultos. El número de visitantes disminuyó y finalmente cesaron. Papá quedó solo.

Mi esposo Dick y yo le pedimos que venga a vivir con nosotros a nuestra pequeña granja. Esperábamos que el aire l ibre y la atmósfera de granja le ayudaran a ajustar su vida.

Una semana después de venir, ya me arrepentí de la invitación. Nada le parecía satisfactorio. Crit icaba todo lo que yo hacía. Me sentí frustrada y deprimida. Pronto me di cuenta que estaba desahogando mi rabia con Dick. Empezamos a discutir y pelear.Había que hacer algo y era yo la que lo tenía que hacer.

Al día siguiente me senté con la guía telefónica y l lamé a cada una de las clínicas mentales que había en el l ibro. Expl iqué mi problema a cada una de las voces l lenas de simpatía que me contestaron. Justo cuando estaba perdiendo la esperanza, una de esas amables voces de repente exclamó, "¡Recién leí algo que podría ayudarla! Déjeme ir a buscar el artículo..."-3- -4-

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Los años habían puesto en su cara y hocico un poco de gris. Los huesos de sus caderas sobresalían en triángulos desiguales. Pero fueron sus ojos que atraparon mi atención. Calmados y límpidos, me observaban fi jamente.

Apuntando al perro, pregunté, ¿qué me dice de éste?

El oficial miró y sacudió su cabeza, intrigado. "El es un poco raro. Apareció no se sabe de dónde y se sentó en el portón del frente. Lo entramos, pensando que quizá alguien viniera a reclamarlo. Eso fue hace dos semanas y nadie ha venido. Su tiempo termina mañana". Hizo un gesto, como que no se puede hacer nada.Mientras las palabras entraban a mi mente, me volví al hombre con horror... “¿Quiere decir que lo van a matar?"

"Señora", di jo dulcemente, "Es el reglamento. No hay lugar para todos los perros que nadie reclama."

Miré al pointer otra vez. Sus calmados ojos marrones esperaban mi decisión.

"Lo tomaré", di je. Y manejé hasta casa con el perro sentado en el asiento delantero a mi lado. Cuando l legué a casa, toqué la bocina dos veces. Lo estaba ayudando a bajar del auto cuando papá apareció en el porche del frente...

“¡Mira lo que te traje, papá!” di je entusiasmada.Papá miró y puso una cara de disgusto.

El enojo creció dentro de mí. Me apretaba los músculos de la garganta y sentía latidos en las sienes. “¡Es mejor que te acostumbres a él, papá, porque se queda con nosotros!”“Si yo quisiera un perro lo hubiera buscado. Y hubiera elegido uno mejor que esta bolsa de huesos. Quédate con él, yo no lo quiero.” Agitó su brazo despectivamente y empezó a caminar hacia la casa.

Papá me ignoró...

“¿Me escuchaste, papá?” Grité.

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A estas palabras papá se volvió enojado, con sus manos apretadas a sus costados, con sus ojos entornados con odio.

Estábamos parados mirándonos fi jamente como duelistas, cuando de repente, el pointer se soltó de mi mano. Fue cojeando despacio hasta mi padre y se sentó frente a él. Entonces muy despacio, cuidadosamente, levantó la pata delantera.

La quijada de mi padre tembló mientras se quedó mirando la pata levantada. La confusión reemplazó la ira de sus ojos. El pointer esperaba pacientemente. De pronto, papá estaba arrodil lado, abrazando el animal.

Fue el principio de una cálida e íntima amistad. Papá lo l lamó Cheyenne. Juntos, él y Cheyenne exploraron el vecindario. Pasaron largas horas caminando por polvorientos caminos. Iban a las ori l las de los rápidos ríos, a pescar sabrosas truchas, pasando largos momentos de reflexión. Incluso comenzaron a ir juntos a la iglesia los domingos, mi padre sentado en un banco y Cheyenne echado silencioso a sus pies.

Papá y Cheyenne fueron inseparables a través de los tres años siguientes. La amargura de mi padre se desvaneció y él y Cheyenne hicieron muchos amigos.

Entonces, una noche, muy tarde, me extrañó sentir la fría nariz de Cheyenne revolviendo nuestras frazadas. Nunca antes había entrado a nuestro dormitorio en la noche. Desperté a Dick, me puse el salto de cama y corrí al cuarto de mi padre. Papá estaba en su cama, con una faz serena. Pero su espíritu se había ido si lenciosamente en algún momento durante la noche.

Dos días más tarde, mi dolor se hizo todavía más profundo cuando descubrí a Cheyenne tendido muerto junto a la cama de papá. Envolví su cuerpo en la alfombra sobre la cual siempre había dormido. Mientras Dick y yo lo enterrábamos cerca de su lugar favorito de pesca, le agradecí si lenciosamente por la ayuda que me había dado para devolver a mi padre la paz y tranquil idad.

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La mañana de funeral de papá amaneció nublada y sombría. Este día se ve de la misma manera que yo me siento, pensé, mientras caminaba hacia la línea de bancos de la iglesia reservados para la famil ia. Estaba sorprendida de ver la cantidad de amigos que papá y Cheyenne habían hecho, que l lenaban la iglesia. El pastor comenzó su elogio del difunto. Fue un tributo para papá y para el perro que había cambiado su vida.

El pastor citó Hebreos 13:2, “No dejes de dar hospitalidad a forasteros, porque haciéndolo, algunos han recibido ángeles sin saberlo.”

Entonces me di cuenta, y el pasado cayó todo en su lugar, completando un rompecabezas que no había visto antes: aquella amable y simpática voz que me leyó aquel artículo sobre el estudio en la clínica geriátrica. La inesperada aparición de Cheyenne en el lugar de los perros para adopción. Su calmada aceptación y completa devoción a mi padre y la proximidad de sus muertes.

Y de repente, comprendí. Me di cuenta que, ciertamente, Dios había contestado mis plegarias en busca de su ayuda.-9- Fin

Texto:Francisco Pegorari Gomez

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Texto:Francisco Pegorari Gomez

La mañana de funeral de papá amaneció nublada y sombría. Este día se ve de la misma manera que yo me siento, pensé, mientras caminaba hacia la línea de bancos de la iglesia reservados para la famil ia. Estaba sorprendida de ver la cantidad de amigos que papá y Cheyenne habían hecho, que l lenaban la iglesia. El pastor comenzó su elogio del difunto. Fue un tributo para papá y para el perro que había cambiado su vida.

El pastor citó Hebreos 13:2, “No dejes de dar hospitalidad a forasteros, porque haciéndolo, algunos han recibido ángeles sin saberlo.”

Entonces me di cuenta, y el pasado cayó todo en su lugar, completando un rompecabezas que no había visto antes: aquella amable y simpática voz que me leyó aquel artículo sobre el estudio en la clínica geriátrica. La inesperada aparición de Cheyenne en el lugar de los perros para adopción. Su calmada aceptación y completa devoción a mi padre y la proximidad de sus muertes.

Y de repente, comprendí. Me di cuenta que, ciertamente, Dios había contestado mis plegarias en busca de su ayuda.-9- Fin

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