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    Una Perspectiva Normativaacerca de la Videopoltica

    Miguel ngel Santagada

    UBA-UNICEN, Argentina

    Resumen: El artculo que se presenta a continuacin tiene como propsito exponer algunasreflexiones, que puedan contribuir al intercambio de experiencias de investigacin; con mirasa discutir el alcance y los objetivos generales del trabajo acadmico en el campo de lacomunicacin. A partir de un sucinto pan orama referido a las reformas estructurales del EstadoArgentino, se discute la viabilidad de un enfoque normativo inspirado en los idealesdemocrticos de participacin ciudadana.Palabras clave: Reformas estructurales, Estado argentino, enfoque normativo, ideales demo-crticos, participacin ciudadana.Abstract:The pa per that is pre sented next has as pur pose to ex pose some re flec tions that theycan con trib ute to the ex change of in ves ti ga tion ex pe ri ences, in or der to dis cuss ing the reachand the gen eral goals of the ac a demic work in the field of the com mu ni ca tion. Starting from abrief pan orama re ferred to the struc tural ref or ma tions of the Ar gen tin ean State, it ar gues forthe vi a bil ity of a nor ma tive point of view in spired by the dem o cratic ide als of par tic ipa tion ofthe cit i zen ship.

    Key words: Struc tural ref or ma tions, ar gen tin ean State, nor ma tive point of view, dem o craticide als, par tic i pa tion of the cit i zen ship.

    Los estudios de comunicacin y la ciudadana

    La disolucin de las funciones integrativas del Estado, que estaraen tre las claves del escenario transnacional de los noventa, suelecaracter izarse como una consecuencia de diversastransformaciones, que se habran acentuado con el advenimiento de lasideologas neoliberales y la penetrante difusin de los principios delibertad de comercio. De este modo, minadas en su capacidad degestin por bajos recursos, las instituciones pblicas fueronredimensionadas hasta perder credibilidad y representatividad. Frentea este derrumbe, los consorcios oligoplicos transnacionalesexplotaron, para su propio beneficio, el vaco de las institucionespblicas y se presentaron inicialmente como los seguros satisfactoresde las autnticas demandas sociales, para terminar asumiendo elmesinico designio de ser sus nicos exgetas. Al combinar lasestrategias publicitarias de sus productos y servicios con el evidente

    mayo-agosto del 2000, Nm. 22, pp 11

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    deterioro de la gestin estatal, lograron imponer en forma sucesiva elprincipio pragmtico de quees bueno si funciona;que luego dara lugaral descarado y abstracto no importa quin lo haga, lo que importa esque se haga, para concluir en un apotegma que re sume sin ambages ladespolitizacin creciente de esta dcada: todo lo estatal es malo y todolo poltico es peor.

    En correspondencia con las exigencias de ahora, los partidospolticos mayoritarios dejaron de ejercer aquella ctedra doctrinaria dela que hablan ciertos autores y redefinieron la militancia en trminos dealguna manera de asistencia social prestada en los barrios populares,cuidadosamente intensificada poco tiempo antes de las contiendaselectorales (Entel, 1996:93-99)1. Vinculadas con esta desacreditacin

    de lo pblico y lo poltico, las opinionesespontneas de los ciudadanossobre la gestin estatal confluyen en una ro tunda desaprobacin, peroes posible distinguir los argumentos que esgrimen los distintosopinantes. Reducida a consumidora, la ciudadana tiende a evaluar lapoltica en los acotados trminos de necesidad y satisfaccin. As, paraquienes no tienen necesidades que demandaran la intervencin de lagestin estatal, sta termina resultando incomprensible. Los serviciosestatales, limitados a seguridad, educacin, salud y justicia, en losnoventa vieron complementadas sus ineficientes prestaciones con

    empresas privadas que se posicionaron rpidamente en el mercado. Ala polica, mal equipada y peor dirigida, se le sum el concurso de losvigilantes privados, reclutados entre los propios agentes de seguridadestatal y costeados por los vecinos de un barrio residencial o de unedificio de propiedad horizontal. El deficiente, en muchos aspectos,sistema educativo pblico fue compensado gracias al crecimiento de laoferta de enseanza privada, que pudo colmar parcialmente lasaspiraciones de slo los sectores con ms recursos. Algo parecidoocurri con la atencin mdica, cuyas prestaciones fueron robustecidas

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    1 A la crisis de legitimidad del Estado-nacin debemos aadir la crisis de credibilidad delsistema poltico, basada en una competencia abierta entre los partidos polticos.Atrapado en el mbito de los medios, reducido a un liderazgo personalizado,dependiente de una compleja manipulacin tecnolgica, empujado a una financiacinilegal, arrastrado por los escndalos polticos, el sistema de partidos ha perdido suatractivo, su fiabilidad, y, a todos los fines prcticos, es un resto burocrtico, privado dela confianza pblica(Castells, 1998:381).

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    con la generalizacin de los sistemas (privados, o sea comerciales)pre-pagos de salud. En cuanto a la justicia, imprivatizable pordefinicin, los managers de las polticas de ajuste no supieron qu

    contestar. Pero algunos llegaron a proponer que ciertos estadosprovinciales, inviables desde el punto de vista de su financiacin,estudiaran la forma de unificar sus respectivos sistemas judiciales olegislativos, a fin de administrar con eficiencia sus magros recursospresupuestarios.

    Por otra parte, a los sectores sociales que s tienen necesidades dehabitacin, trabajo, atencin sanitaria, etc., el discurso oficial respondecon un plaiderono hay recursos; con lo que stos, por otra va, llegan ala misma interrogacin que los otros: Para qu est el Estado?. Entre

    ambos sectores, parece ocupar un lugar intermedio cierto grupominoritario que puede re sponder favorablemente por las funciones delEstado; aunque, desde luego, se refiera no a la institucin estatal, sino alas prebendas de ciertos funcionarios. Este ltimo sec tor deciudadanoses el que asume ms francamente el papel de clientela de los lderespolticos que les dispensan servicios, materializados en cargospblicos, reglamentaciones convenientes o alimentos (segn loscasos) en reconocimiento por las lealtades electorales o de aparatoque presta. Para este sector, la gestin estatal suele confundirse con la

    prctica de la supervivencia que algunos funcionarios y que,fundamentalmente, las polticas neoliberales estimulan.

    En este contexto, la situacin de la ciudadana parecera amenazarcon disolver finalmente a las sociedades nacionales, en torno de cuyanocin se estructuraron diversas perspectivas y se definieron muchosde los problemas de la investigacin en comunicacin. Si la ciudadanaconstitua el eje que permita vertebrar los imaginarios de identidadnacional e integracin social dentro del territorio jurisdiccional de losEstados, y si stos, luego del repliegue reformista de los noventa,

    quedan reducidos a las pocas funciones que apenas cumplen, culespueden ser, entonces, los escenarios de las nuevas formas desocialidad, de integracin, de cultura?, podrn esperarse de lainvestigacin en comunicacin ciertas precisiones acerca de estasnuevas formas?, son suficientes las ma tri ces tericas que han reveladoser tan frtiles un par de dcadas atrs?.

    Frente a las nacionalidades amenazadas y las instituciones pblicasen decadencia y sin demasiadas probabilidades de mejora, la

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    investigacin latinoamericana en comunicacin ha mantenido elprincipio de la cultura como escenario, a partir del cual se analizan losconflictos sociales y los problemas tericos de identidad,

    modernizacin y globalizacin. Como no podra ser de otro modo, conla agudizacin de los procesos de transnacionalizacin de la cultura, delas economas y comunicaciones; tanto el sentido de estasproblemticas, como la oportunidad en que las estrategias de anlisis einvestigacin mostraron su eficacia, han sido afectadas.

    Sobre las teoras normativas

    Los fundamentos de un marco donde se condensen las expectativas, entorno a las modalidades que debera asumir el funcionamiento de los

    medios de comunicacin, parecen conformar una cuestin difcil detrabajar por la investigacin. En tre otras razones, la exigencia de un sa-ber asptico, alejado del subjetivismo elitista, parece operar en contradel registro de un vaco de regulaciones, que amenaza con hacer de lacomunicacin pblica un asunto sobre el que no se debera opinar msde lo necesario. A veces pareciera que lo indispensable es guardarsilencio frente a una situacin, cuya complejidad y opacidad nadiepone en duda. Mientras tanto, vinculados a las fuerzas del mercado, lossistemas mercantilizados de la comunicacin social proceden sin ms

    sujeciones, que la que una presunta accin de los receptores impondrade modo sutil y permanente.Sin embargo, el hecho de que se hayan producido las

    transformaciones apuntadas, a propsito de la disolucin de lasfunciones de los Estados nacionales, reclama una atencincomprometida de parte de la investigacin. Precisamente la palpabledebilidad de los Estados debera ser una de las principalescircunstancias, que estimulen a los investigadores en comunicacin arevisar las matrices tericas inspiradas en ciertas perspectivas que se

    proponen entiendo que injustificadamente neutrales, en torno a laevolucin de los procesos culturales. A este respecto, convienerecordar lo que seala Garca Canclini (1995:180-181):

    Uno de los hechos centrales de los aos ochenta y noventa ha sido eldesvanecimiento de los espacios polticos de negociacin. As como el anlisismicrosocial de la antropologa nos sirve para descubrir el papel clave de lastransacciones y los pactos en los conflictos, el estudio comunicacional de cmose estn reorganizando las interacciones sociales por la videopoltica lleva a

    percibir las tendencias que ahogan la negociacin.

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    En el contexto ac tual, signado por la creciente concentracin de losgrandes consorcios multinacionales, abstenerse de emitir opinionespuede equivaler a una decisin, en diversos sentidos, cuestionable.

    Dejar abierto el camino a la lgica de las industrias culturales puedeimplicar, por lo pronto, la desercin de un espacio fundamental paraarticular polticas que afiancen el sentimiento de solidaridad yrefuercen los ideales democrticos. No debera ser la actitud de lainvestigacin, la de mantenerse en silencio frente a una estructura decontrol social que se consolida sin demasiados obstculos. Pues consto se estaran convalidando procesos que transcurriran librados a lasuerte que les depara su carcter eminentemente mercantil2, enausencia de controles eficaces y ante lo imposible o desaconsejable de

    su implementacin.En la historia de la investigacin en comunicacin, como se

    recordar, se han registrado mltiples esfuerzos encaminados hacia laformulacin de teoras normativas (Fox, 1989). Con estos aportes sepretenda, desde la actividad acadmica, aportar a la solucin de lo quese consideraba, en cada caso, problemas derivados del uso de losmedios de comunicacin. En no pocas circunstancias, dichas teorasnormativas incurran en una apreciacin por lo menos poco realista delas profundas diferencias, que separan la gestin burocrtica de los

    funcionarios estatales, respecto de la participacin de las institucionesde la sociedad civil en los asuntos pblicos (Martn Barbero, 1995). Porlo dems, la asuncin de los valores que inspiran el marco normativoofrece largas complicaciones que resultan difciles de conjurar. Porejemplo, puede ser paradjico definir taxativamente cmo debeevaluarse la libertad de expresin o cunto deben contribuir los mediosa la integracin de los grupos de las distintas sociedades (McQuail,1991). Pero si se pretenden evitar estas paradojas, otro fantasma, el de

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    2El universo del periodismo es un campo sometido a los constreimientos del campoeconmico a travs de los ndices de audiencia. Y este campo tan heterogneo, tantremendamente sometido a las imposiciones comerciales, se impone a su vez sobretodos los dems campos, en tanto que estructura. Este efecto estructural, objetivo,annimo, invisible, nada tiene que ver con lo que se suele denunciar, es decir con laintervencin de Fulano o Mengano. Uno no puede, no debe limitarse a denunciar a losresponsables (...) hay que tener en cuenta que es un epifenmeno de una estructura,que es, como un electrn, la expresin de un campo que lo produce y le confiere sureducida fuerza (Bourdieu, 1997:78-79).

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    la generalidad hueca, torna a la propuesta en un ramillete de buenaspero inconducentes intenciones.

    Una carga adicional que aflige a las investigaciones normativas,deriva del denuncismo que fuera tan denostado en los ltimos aos.Con el atendible argumento de que la denuncia no implica ms queinmovilidad y carencia de imaginacin, para superar las situacionesque dieron motivo a las acusaciones respecto de la invasin cultural(Muraro, 1987), algunos investigadores han insistido en que un mejorservicio a las no bles causas de la transformacin del sistema de medios,podra provenir de una acumulacin considerable de trabajosempricos que ilustraran al respecto (Lozano, 1991 y 1997).Naturalmente, los estudios de recepcin y otras formas de medir los

    diversos impactos de los mensajes mediticos, por ms interesantes yprofundos que sean, parten de un reconocimiento algo resignado de laimposibilidad de trabajar con valores, y de desarrollar, enconsecuencia, teoras normativas.

    El in ev i ta ble utopismo del trabajo normativo en la investigacin nodebe confundirse con una sencilla expresin de deseos personales ocolectivos. Acaso la poltica no es una actividad caracterizada por elreconocimiento de problemas y la discusin de sus soluciones amediano y largo plazo? (Ortiz, 1997). En vista de la aparentenaturalidad y despoli t izacin con que se manif iesta latransnacionalizacin de las comunicaciones, no corresponde anuestro campo de estudios elaborar un discurso crtico, con sustentoterico y emprico, que no descuide los valores fundamentales de lademocracia, de la justicia y de la libertad?.

    El punto de vista inclusivo

    Por cierto, la pretensin de legitimidad para una teora normativa correel riesgo de ser subsumida en un planteo ingenuamente relativista o,

    peor an, terminar vinculado con un universalismo totalizador; cuyasconsecuencias no parecen ser distintas de las condiciones quejustificaran la formulacin de dichas teoras. Quiz uno de los mstenaces esfuerzos que se deber acometer sea desarrollar perspectivasno autoritarias, que a la vez mantengan a distancia el sesgo apocalpticoque suele acompaar las perspectivas crticas y el ya insostenibletalante nostlgico con el que se pretende retornar a supuestos parasosperdidos. En un escenario como el que delimita la situacincontempornea, una vez ms se vuelve impostergable un de bate acerca

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    de los supuestos fundamentales que inspiran las unidades de anlisis yel planteo general, desde el cual se abordarn los problemas queafectan nuestro campo.

    En este escenario, caracterizado por una crecientemente cercenadaautonoma de los Estados nacionales, la bsqueda de nuevos marcosconceptuales, en vez de partir de la nocin que adjudica a la institucinestatal la unidad elemental de la esfera poltica y el monopolio deconferir sentido a las acciones colectivas (Ortiz, 1997), deberaorientarse hacia objetivos epistmicos que consientan la paradjicacoexistencia de fenmenos, en cierto modo, contradictorios como lafragmentacin y homogeneizacin, globalizacin y regionalizacin,centralizacin y descentralizacin, etctera. La inclusin y la apertura,y no la exclusin y el cierre, podran ser las claves de un dinamismointelectual poco frecuentado en los claustros acadmicos. Como sever, se trata de admitir la pluralidad y de exigir que sta se admita.

    En las actuales condiciones, no habra posibilidades para, porejemplo, un tipo de teoras normativas como las que dieron inspiracina las polticas nacionales de comunicacin, debido a varias razonesinterconectadas. En primer lugar, existira un impedimento de tipofctico. Las perspectivas de regulacin y con trol de alcance nacional seven fuertemente afectadas por la creciente concentracin de lapropiedad de las industrias culturales, por la flexibilidad y penetracinde las tecnologas de comunicacin y por la diversidad de flujosinformativos que tales tecnologas posibilitan. En segundo lugar, nosencontraramos con obstculos de naturaleza poltica. Cualquierintento de regulacin de los servicios mercantilizados de comuni-cacin sera interpretado como una amenaza a la libertad de expresin,y quedara expuesto, por ende, a los ms amargos reproches no slo departe de las corporaciones, sino tambin de los ciudadanosindependientes, que reclaman, con razn, por su mayora de edad y li -

    bre albedro. Una tercera razn deriva de la main stream que alcanzpredominio en el campo de la investigacin latinoamericana en losltimos aos. Se trata de una concepcin ampliamente difundida sobrela indeterminacin de efectos inmediatos imputables alfuncionamiento de los medios masivos de comunicacin. Un cuerpomuy vasto de argumentaciones y trabajos empricos parece indicar quelas asimetras entre los cdigos de la emisin y la recepcin de losmensajes mediticos, deberan disuadirnos de un planteounidireccional, que adjudique especial eficacia a supuestas

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    intencionalidades subyacentes a los procesos de comunicacin (Cfr.Landi, 1992:53-122). Finalmente, otro obstculo que encontraran laspolticas nacionales de comunicacin estara representado por el

    encuadre tico de la teora normativa, en que se fundamentaron talesconcepciones. Al ser problemtico establecer un punto de vista uni ver-sal, que diera cuenta de un modo terminante acerca de cmo debenajustarse a determinados valores las acciones de personas, grupos oinstituciones, la legitimidad de una teora normativa depender menosde la imposicin dogmtica de cnones, que de la apertura al dilogointercultural donde todas las perspectivas pudieran expresarse y seratendidas.

    Por paradjico que parezca, no se deberan interpretar estas

    circunstancias como un cmulo de objeciones que afectan laposibilidad de una poltica de comunicacin. Ms bien dichasobjeciones indican la necesidad de optar por un camino alternativo, queexige de la teora normativa la adopcin de un punto de vista inclusivo,para el cual, Ulrich Beck (1998:50) entiende que es preciso sustituir elconcepto de linealidad y la disyuntiva o esto o eso, (...) porafirmaciones ilativas del tipo esto y eso. La posibilidad de semejanteperspectiva deriva de una confrontacin de certezas que implica, aldecir de Kant, el uso pblico de la razn. Ahora bien, como no puede

    garantizarse apriorsticamente una adecuada definicin de estetrmino, el diseo de instituciones y mbitos donde puedan canalizarselas correspondientes confrontaciones no debera seguir aplazndose demodo indefinido3.

    Acaso por las dificultades tericas que trae aparejadas, el punto devista inclusivo no parece haberse seguido ms que en ocasionesaisladas (Beck, 1999:9-13). Quiz las urgencias que provocaron enotros tiempos la formulacin de teoras normativas, nos ayuden acomprender por qu stas se planteaban como conjuntos de valores

    universales, cuyo reconocimiento era obligatorio. Probablemente,como sostiene Beck (1998:99-126), el hecho de que cierta concepcin

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    3 Es posible desenchufarse, o al menos descondicionarse de las redes hegemnicasde informacin? Esta pregunta, que en los aos sesenta y setenta se busc respondermediante organismos independientes, surgidos de la sociedad civil desde la dcada delos ochenta se ve enriquecida a travs de las redes informticas (Garca Canclini,1995:190).

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    de la sociedad como contenida en los lmites territoriales definidos porlos Estados nacionales, prestaba asidero a una concepcin excluyente eimperativa, que requera de una construccin de los enemigos o de los

    otros para reforzar una construccin identitaria, que en ltima instanciaobedeca a fines polticoculturales de alcance inmediato. Sin em -bargo, el punto de vista inclusivo supone la adopcin de un mtodo decomprensin que, favoreciendo el dilogo intercultural, no renuncia ala afirmacin de los valores particulares reconocidos por cada grupocomo legtimos. Al mismo tiempo, de lo que se trata es de retener unprincipio que, con los nuevos escenarios esbozados por eldebilitamiento de la autonoma de los Estados nacionales, laversatilidad de las tecnologas de comunicacin y los impactos que

    suponen los procesos culturales globalizados, puede ir hacindose msverosmil.As esbozados, estos escenarios hacen impracticable la pretensin

    relativista de un no involucramiento entre grupos o culturas distintas.El acortamiento de las distancias, y la generalizacin de las relacionesdesterritorializadas han determinado que la no injerencia seaimposible, que cualquier intento por mantenerse al margen estcondenado de antemano al fracaso. Sin em bargo, el principio inclusivono pretende caracterizar el orden cultural de la globalizacin como un

    estado idlico ya alcanzado, o tentativamente prximo al que habremosde llegar gracias a la fuerza de los hechos. Antes bien, el principioinclusivo pretende llamar la atencin sobre la irreversibilidad deciertos procesos ya consolidados y el carcter contingente de los que seestn desarrollando. En otras palabras, con el reconocimiento de que lano implicacin es imposible, el punto de vista inclusivo procura no darpor descontada la eventualidad de una experiencia que todava no se haintentado. Dicha experiencia consiste en mantener en alto los propiosvalores tan slo como propios, pero con derecho a la aceptacin y al

    respeto por aquellos que no los compartan. Esto implica, por un lado, laautolimitacin de las certezas propias, pero tambin unreconocimiento de la necesidad de movilizacin para la crtica de lascertezas que, siendo particulares, se imponen ya por su presencia

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    omnmoda, ya por la ubicuidad que les asegura su enclavehegemnico, como universales e indiscutibles5.

    Un par de ejemplos especficos permitir ilustrar esas reflexiones.De acuerdo con el principio inclusivo, la necesidad de una teoranormativa para las comunicaciones podra fundamentarse en lainexistencia de foros de discusin, donde participen equitativamenteconsumidores, profesionales, empresarios y estudiosos. En la prctica,los medios comerciales de comunicacin apoyan sus polticas deprogramacin slo en abstractos esquemas numricos donde, sesupone, quedan expresados los niveles de audiencia obtenidos en losdistintos segmentos horarios. Una comprensin de la recepcintelevisiva derivada de tales criterios, slo puede arrojar como

    conclusin ciertas tendencias comportamentales que acaban siendointerpretadas en trminos de expectativas o preferencias de lostelevidentes. Sin embargo, la variedad y calidad de las opcionesofrecidas rara vez son contrastadas con observaciones criteriosas. Msbien, la reconstruccin de las preferencias de los televidentes pareceobedecer a un mecanismo de ensayoerror, cuyas prescripcionesacerca de la evaluacin de resultados no estn por lo gen eral puestas enduda. El ensayo consiste en repetir frmulas que en el pasado handevengado rditos comerciales, y el er ror slo se mide desde el punto

    de vista de los niveles de audiencia alcanzados. Este mecanismo parecehaber inspirado recientemente la decisin de desplazar lostelenoticieros nacionales de los llamados horarios centrales de latelevisin abierta ar gen tina. An tes de que fuera tomada dicha decisin,y en vistas de la merma en los niveles de rating que alcanzaban losnoticieros, se ensay con la frmula que reduce al mnimo lasnoticias polticas nacionales e internacionales, y ampla el espacio paralas notas de actualidad, accidentes de trnsito, crmenes, deportes y deespectculos.

    Sujetas nicamente a estos criterios6

    las decisiones gerenciales delas productoras televisivas, que impactan en los servicios noticiosos

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    5Garca Canclini (1995:197) describe en pocas palabras la necesidad de orientar la

    investigacin hacia tales objetivos. Mientras las acciones de masas no desplieguen

    intervenciones adecuadas a la extensin y la eficacia de los medios, prevalecern lasdisidencias atomizadas, los comportamientos grupales errticos, conectados ms por el

    imaginario del consumo que por deseos comunitarios.

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    desde los cuales la ciudadana orienta su atencin sobre los temaspblicos, imponen acrticamente una semblanza de los conflictossociales deformada y en ocasiones irreconocible como tal. En un

    trabajo de campo finalizado hace poco tiempo, se pudo observar quelos usuarios de la televisin abierta de Argentina desconocan porcompleto, no slo las causas que desencadenaron el reciente conflictode los Balcanes, sino el propio desarrollo de los bombardeos, con susecuela de errores, aniquilacin de la infraestructura civil,mutilaciones y matanzas indiscriminadas. De este modo, mientras losprocesos de globalizacin avanzan a un ritmo irrefrenable, lasconsecuencias que comienzan a advertirse sealan una progresivaapata que, como se sabe, es uno de los pilares de la falta de

    compromiso y participacin en asuntos pblicos.En el mismo sentido, las protestas sociales (Entel, 1996) que, como

    se sabe, han devenido las nuevas formas de participacin poltica y deexpresin del descontento de los ciudadanos (Offe, 1992), sonpresentadas desde los telenoticieros como agitaciones cuyos motivoscasi siempre se ignoran. Su eficacia se oculta y los efectos en el cortoplazo obstruccin del trnsito, desbordes, pedradas, heridos,etctera ocupan la mayor parte de los reportajes. Esta concentracinen lo puntual y anecdtico de las protestas recuerda la visin su per fi cial

    de un ice berg: aquello que est sumergido, lo que est en el fondo de lacuestin, lo que permite comprender la protesta en tanto ndice de unaconflictividad social sobre la que es preciso discutir y actuar, acabaopacndose an ms en la construccin meditica de las noticias.

    El punto de vista inclusivo permitira interrogar acerca de laautenticidad democrtica de las tcnicas y rutinas profesionales, quehan cristalizado en esquemas de representacin de los asuntospblicos; los cuales consisten en exponerlos como espectculos

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    6 Para comprender cmo la lgica de los medios encuadra la poltica, debemos hacerreferencia a los principios generales que gobiernan las noticias de los medios: la carrerade los ndices de audiencia, en competencia con el entretenimiento; el distanciamientonecesario de la poltica para inducir credibilidad. Todo ello se traduce en las asuncionestradicionales de la cobertura de noticias, tal como las identifica Gitlin: A las noticias lesinteresa el acontecimiento, no la condicin subyacente; la persona, no el grupo; elconflicto, no el consenso, el hecho que adelanta la noticia, no el que la explica(Castells, 1998:354).

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    desconectados de la conflictividad social. No enfocara la atencinsobre los contenidos transmitidos de cada asunto, sino sobre los quedeliberadamente o no se omiten. Tampoco insistira con la

    revisin de los criterios editoriales de seleccin, edicin ycompaginacin; ms bien se limitara a discutir acerca de lafuncionalidad social y no de la gratificacin y uso de la informacinpblica que pueda atribuirse estadsticamente a preferenciasindividuales. Por ltimo, y a fin de que las rutinas profesionales seanconcebidas como un asunto de inters pblico, que concierne al mbitode los debates que posibilitan la concrecin de los idealesdemocrticos, el punto de vista inclusivo permitira canalizar losresultados de la investigacin ms all de las instancias acadmicas,

    donde stos tienen su asentamiento institucional.Sociedades transparentes. Mediocracia y videopoltica

    Admitido el carcter en buena medida irreversible de lastransformaciones acaecidas en los Estados nacionales, la investigacinreciente se ha preocupado tambin por revisar las nociones anexas desociedad civil y participacin poltica; las cuales establecan uninestable equilibrio en el que, no obstante, se mantenan en pie losideales democrticos. Las limitaciones impuestas a la gestin de los

    Estados nacionales que se materializaran en la consagracin de losderechos de expresin, reunin, afiliacin, libertad de culto, etc.,parecen haber encontrado, finalmente, un punto en el que se asegura sufacticidad (Vattimo, 1990). Sin embargo, el camino para satisfacerestos derechos no se halla en modo alguno libre de obstculos. Lainterpenetracin de los procesos de comunicacin y los procesospolticos han delimitado un mbito de problemas sociales, que lainvestigacin en comunicacin ha venido observando con especialinters. Diversos autores han comentado ya las variadas circunstancias

    en que los de bates polticos y las manifestaciones partidarias en callesy mbitos pblicos, se han desplazado hacia las pantallas de televisin;donde por imperio de los criterios ya comentados es posible verificar larestriccin, que afecta a la exposicin de las propuestas, y quesimplifican hasta la caricatura los mensajes polticos. En formaanloga, las constantes protestas pblicas, que encabezan los distintosmovimientos de la sociedad civil, encuentran en el sistema de medioselectrnicos ms accesibles, una sordina que obstruye la comprensiny, que a la vez, deforma los motivos del descontento. Podra decirse

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    que ya no es el arbitrio desptico de las dictaduras lo que acalla lasdemocrticas voces opositoras, sino que un conjunto de dispositivostcnicos, criterios profesionales e intuiciones guiadas por finesmercantiles es lo que est condicionando la enunciacin y discusin delos conflictos sociales, y de los programas de accin elaborados por loscandidatos electorales7.

    Estos rasgos de mediatizacin de la poltica tienden a agudizarse enlas campaas pre-electorales. Ya Habermas (1990) haba advertidohacia comienzos de la dcada de los sesenta tales fenmenos, a los quedio el nombre de esfera pblica temporalmente fabricada, parasubrayar el carcter de simulacro que asuman las actividadesproselitistas. stas se orientaban a la caza de los indecisos y a mantenerlas lealtades electorales, bajo la simbologa cuasi-folklrica de lasadhesiones partidarias. Ya por aquel entonces, los polticos se dirigana los ciudadanos como consumidores, en el sentido de personas quecambiaban sufragios por decisiones administrativas favorables a susintereses privados. Con ello la opinin pblica perda su condicin deexpresin del pensamiento de los ciudadanos aplicado al bienestargeneral, para servir de mscara a un intercambio poco menos quemercantil, entre votos y servicios. A ms de treinta aos de estasreflexiones, y en el contexto marcado por la escasez de recursos

    estatales, los polticos prodigan menos promesas de servicios

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    7Por supuesto, a estos programas de accin se los coarta por una doble va. Desde el

    punto de vista de su exposicin, dichas influencias del medio sobre el mensajealegraran a Marshall McLuhan. Pero desde el punto de vista de la ejecucin en pleno

    ejercicio de la autonoma de los Estados nacionales, los programas de accin terminansiendo condicionados al otro arbitrio desptico, ste ms efectivo por cierto, de los

    organismos de crdito internacional que velan por el legtimo inters de losinversionistas y acreedores externos. Como recuerda Bauman: las corporaciones

    transnacionales tienen especial inters por los Estados dbiles, por Estados que sondbiles pero que, a pesar de ello, siguen siendo Estados; causal o intencionadamente,los actores del mercado mundial producen una presin coordinada sobre todos losEstados miembros o dependientes de ellos para que neutralicen inmediatamente todo loque pueda impedir, retrasar o limitar la libertad de movimiento del capital. La condicinprevia es abrir las puertas y renunciar a una poltica econmica autnoma, condicin a laque hemos de someternos sin resistencia si queremos ser considerados aptos pararecibir apoyo financiero del Banco Mundial y del Fondo Monetario. Es precisamente elconcurso de los Estados dbiles lo que necesita el nuevo orden mundial, paraperpetuarse y reproducirse(citado en Beck, 1998:138-139).

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    especficos y ms esfuerzos por seducir a la ciudadana; medianteestrategias que recuerdan a las que se emplean, para difundir lascualidades de los artculos de consumo. Repasemos algunos ejemplos.

    Varios autores (Cfr. Castells, 1998; Landi, 1992) observan que elencuadre caracterstico de los programas de opinin, tiende a lapersonalizacin de los acontecimientos. De esta manera, la exposicinde asuntos pblicos asume la forma de una mise en scne, dondeocupan el centro de la atencin los polticos y no la poltica, losrostros y no las ideas, la verborragia y la serenidad en la exposicin y nolos argumentos.

    Tambin se ha observado en diferentes pases la denominada

    espectacularizacin de la poltica (Landi, 1992; Sarlo, 1992 y 1995;Garca Canclini, 1995). Un complejo juego de estrategias de mar ket ingsolventado por recursos de procedencia sospechosa, que despliegan loscandidatos electorales a fin de exhibirse como pertenecientes a loscrculos de hom bres de mundo, como conspicuos frecuentadores debalnearios de primer nivel, donde entre otras personalidades tambinasisten deportistas o estrellas de la televisin. El mecanismocomplementario ha consistido en hacer traspasar, desde su mbitooriginario, al mundo de la poltica a varias figuras del espectculo o eldeporte8.

    Ya con miras a perfilar la imagen de un candidato, se insiste en sucualidad de confiable, simptico o cordial. En ocasiones, los spotstelevisivos muestran escenas de caravanas preelectorales donde esposible ver a los competidores rodeados de nios o ancianos, a quienesabrazan con aparente cario y sinceridad. Otros anuncios presentan unprimer plano del candidato quien, ensayando una sonrisa, se dirige acada uno de los ciudadanos como en un dilogo cara a cara. Tambin seha utilizado la tcnica del llamado telefnico grabado, donde sereconoce la voz del candidato solicitando la concurrencia a las urnas, afin de consolidar segn se trate el rumbo ya emprendido o elcambio que todos deseamos. En resumen, con el empleo de estas

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    8 Como seal Anbal Ford, el futuro Presidente [Carlos Menem] hombre de la noche,amigo de artistas y deportistas, apareca en la pantalla de manera habitual, como unode los integrantes de este medio y no como un poltico que compraba espacios paraemitir publicidad partidaria(Landi, 1992:82).

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    tcnicas se procura vincular a los distintos candidatos con valores queconciernen a un trato amistoso, de tipo personal, que no guardaproporcin con la responsabilidad de conducir un Estado (cuya

    autonoma, por otra parte, se encuentra en franca espiral declinante)para la que en realidad se postulan.

    En las cuatro campaas presidenciales registradas en Argentinaluego de la dictadura militar, no ha habido de bates preelectorales en trelos distintos candidatos. Su carencia la suplen envos mediticos, en losque los postulantes se cruzan toda suerte de difamaciones, querecuerdan los cotilleos de las comedias de enredos. En la campaa de1989, por ejemplo, el candidato del por entonces partido oficialistadesafi en ms de una ocasin a quien se postulaba por el partido

    justicialista. Ante la denegatoria de ste, quien se excus aludiendofalta de tiempo, la otra lista lanz un anuncio en el que se vea un sillnvaco el que haba rehusado el candidato opositor, mientras unlocutor en offlea un texto que recordaba la (injustificada) ausencia delcontrincante.

    Al extendido empleo de emblemas para una identificacin de loscandidatos como personas cordiales, se agrega la tcnica del impactoque consiste en suministrar cuasi-argumentos contrarios a la imagen delos dems competidores; ya sea mediante la simple difamacin, o atravs de la sugerencia o la acusacin de conductas impropias en lavida ntima de otros candidatos. Para volver al ejemplo de lascampaas argentinas, en 1983 el candidato que result vencedor en laselecciones apoy una parte esencial de su campaa en la acusacin deun supuesto pacto sindical-militar, suscrito en tre quienes por entoncesencabezaban el Partido Justicialista que procedan de una largamilitancia gremial y los principales jefes militares, que pretendanobtener impunidad para los responsables del brutal terrorismo deEstado y de otros ilcitos cometidos durante la dictadura. La respuesta

    del Partido Justicialista consisti en recordar los servicios que, comoabogado, haba prestado el candidato Alfonsn a la empresa Coca-Colade Ar gen tina, todo un smbolo de la penetracin imperialista. En 1989,con miras a sembrar temor en tre el electorado, al candidato Menem sele adjudicaban relaciones sospechosas con diversas personalidadesnefastas, como el cabecilla de los pronunciamientos armados de 1987 y1988, el lder libio Muhammar Kadafi, el narcotrfico, etctera.Ninguna de estas acusaciones fue expuesta con pruebas irrefutables;simplemente circulaban como altisonantes declaraciones que la prensa

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    se encargaba de magnificar, o como rumores que se hacan pblicosgracias a la difusin que, en el marco de la campaa, posibilitaba elenardecimiento de las pasiones. En 1995, el presidente Menem fue

    reelecto, luego de unos comicios desarrollados en el contexto de unadesocupacin, cuyos ndices haban alcanzado el 20%. Sin embargo,una de las estrategias proselitistas del oficialismo consisti en elsloganNosotros o el caos, con lo que se pretenda persuadir a los ciudadanosque haban contrado deudas en moneda estadounidense,atemorizndolos acerca de la eventual devaluacin que ordenaran loscandidatos de la oposicin. A este procedimiento se le llam elvoto-cuota, en homenaje a la probable ntima conexin entre lasdecisiones electorales de los ciudadanos y sus intereses privados

    inmediatos.Acaso estos ejemplos permitan ilustrar un punto sobre el que es

    necesario seguir reflexionando, a fin de considerar los objetivos de lainvestigacin latinoamericana en comunicacin. Las transformacionesen los Estados nacionales, en la ciudadana, en la participacin polticason hechos que podran abordarse y estudiarse con mayor o menordramatismo; pero no parece ser admisible el criterio relativista que slove en tales cambios, una variedad novedosa del simulacro an ces tral dela actividad poltica y que concluye, por ello, que la democracia es un

    fin a alcanzar de todos modos, gracias a la fuerza resistente y a lasagacidad de los ciudadanos que siempre encontrarn los intersticiospara ejecutar sus tcticas. Estas visiones dispondrn de con -tra-argumentos en apoyo de sus conceptos acerca de la inocuidad delsistema de medios, de la artificialidad manifiesta de la separacin delas esferas pblica y privada, de la predestinada permanencia deconflictos en las sociedades humanas. Sin embargo, la experienciapresente indica que el sistema de medios electrnicos, librado a supropio arbitrio, es un serio condicionante ms que un estmulo para la

    participacin democrtica, la percepcin de los conflictos y ladiscusin en torno a la toma de decisiones. Tambin la experienciapresente parece indicar que la esfera pblica no es de ningn modoaccesible universalmente y que la distribucin de canales departicipacin est lejos de ser equitativa. Por ltimo, la permanencia delos conflictos que pregona cierta visin esencialista de la sociedad, nose compadece con el agravamiento de los ndices de desocupacin, deextrema pobreza, violencia, exclusin y marginalidad, que al menosobligaran a revisar el ada gio de que siempre ha habido pobres. Por lo

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    dems, el sentido de nuestra experiencia histrica no debe proclamarseantes, sino despus de realizada nuestra experiencia. Como sostieneBeatriz Sarlo (1994:10-11): [debemos] examinar lo dado con la idea

    de que eso dado result de acciones sociales cuyo poder no es absoluto:lo dado es la condicin de una accin futura, no su lmite.

    Al recordar Renato Ortiz (1996) que, en tanto prctica social, elejercicio de la ciudadana requiere que los individuos dispongan deconcepciones aproximativas de la libertad y la democracia, comovalores compartidos que impregnan sus culturas y sus vidas, sepregunta en qu medida es verdadero que los valores no hayan sidotrastocados y conserven inalterada su esencia ms all de lasredefiniciones, que provocan la disputa por la asignacin de los

    recursos y los intereses enfrentados en el conflicto dinmico porestablecer las prioridades. Si se trata de defender los idealesdemocrticos, por ejemplo, stos no deberan quedar remitidos a unainterpretacin esttica y unidimensional que de manera benvola losmedios electrnicos comercializados difunden, diluyendo laimportancia del problema en aras del autoproclamado objetivo dellevar relax y distraccin a sus audiencias. Refirindose a la polticanorteamericana, Manuel Castells (1998:56) se pregunta:

    Imgenes, mensajes codificados y poltica de carrera de caballos en tre hroes y

    villanos (cambian los papeles de manera peridica), en un mundo de pasionesfalsificadas, ambiciones ocultas y apualamientos por la espalda: tal es lapoltica estadounidense, encuadrada por los medios electrnicos y de este modotransformada en virtualidad real poltica, que determina el acceso al Estado.Podra ser este modelo estadounidense el precedente de una tendencia

    poltica ms amplia, caracterstica de la era de la informacin?.

    Considero que cada generacin debe reformular las cuestiones que,para abreviar, ataen al sentido de la existencia humana. Aunque estareformulacin no consista ms que en nuevas preguntas, debemospermanecer en silencio frente a la disolucin del sistema tradicional deelecciones, celebrando con un descriptivismo esperanzado lo queprobablemente sean los ltimos estertores de la democracia?. Losnuevos escenarios a que hemos aludido en este trabajo no deberanseguir pensndose slo en trminos de cuestiones tcnicas oeconmicas, o slo en atencin a las principales reivindicaciones queplanean los directores de las empresas y los jefes de los gobiernos. Elpunto de vista inclusivo que sostendr nuestra teora normativa, prev

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    que en estos escenarios tambin debe plantearse algo ms. Se trata decmo t y yo vivimos nuestras propias vidas.

    [email protected]

    Recepcin: 05 de abril del 2000.

    Aceptacin: 15 junio del 2000.

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