Miguel Ángel arquitecto

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Más grande pero no más bella”, dijo Miguel Ángel que sería su cúpula de San Pedro frente a la de Brunelleschi de Florencia. No es fácil juzgar sobre la mayor o menor bondad de las grandes obras maestras, pero posiblemente el juicio de Miguel Ángel fue demasiado modesto, pues su cúpula de San Pedro alcanza una vez más cotas máximas de perfección y belleza, siendo imitada una y otras vez por los arquitectos posteriores de numerosas generaciones.

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“Más grande pero no más bella”, dijo Miguel Ángel que sería su cúpula de San Pedro frente a la de Brunelleschi de Florencia. No es fácil juzgar sobre la mayor o menor bondad de las grandes obras maestras, pero posiblemente el juicio de Miguel Ángel fue demasiado modesto, pues su cúpula de San Pedro alcanza una vez más cotas máximas de perfección y belleza, siendo imitada una y otras vez por los arquitectos posteriores de numerosas generaciones.

IX. 5

Miguel Ángel Buonarroti.

El arquitecto.

Sería del todo injusto omitir el valor e influencia de otro gran arquitecto, Bramante (1444-1514), -tampoco hemos podido abordar a otro sobresaliente arquitecto, Leon Battista Alberti (1404-1472) anterior por tanto a Bramante- iniciador de las obras del nuevo San Pedro, el autor de un pequeño pero edifico máximamente representativo del pleno renacimiento, estructura completamente centrada, con la cúpula rsemiesférica como gran elemento distintivo, San Pietro in Montorio, que, en cierta medida, seguiría Miguel Ángel.

Bramante, San Pietro in Montorio, Roma, h. 1500.

Bóvedas de Brunelleschi de la catedral de Florencia y de la capilla Pazzi.

Deslumbre es el interior de la bóveda, soberbia representación del cielo, inmensa superficie por fin resuelta, que manifiesta la grandeza de este artista casi “divino”.

Miguel Ángel no llegó a ver acabada su cúpula, pero cuando murió ya estaba levantado todo el tambor (ese bellísimo elemento arquitectónico, que parece casi inmaterial por la entrada de la luz, sobre el que parece casi flotar la cúpula).

Sus sucesores siguieron casi al pie de la letra los programas de Miguel Ángel, limitándose a hacerla un poco más apuntada, pero que, en esencia, nos permite valorar esta obra culminante de su obrar, quizá la más conocida de entre tantas joyas como materializó también en este campo.

“Joyas” que abarcaron fachadas de palacios e iglesias, fortificaciones, puertas de ciudades, el urbanismo, como fue el diseño de la emblemática plaza del Campidoglio en Roma.

También bibliotecas como la de la iglesia de San Lorenzo, iniciada en 1523, de la que sólo la escalera de acceso a ésta, en un reducido espacio, un cuadrado de apenas diez metros de lado, compuso un diseño que da una idea de ese genio que fue Miguel Ángel, muestra de una “libertad creativa hasta ahora desconocida”, que, apoyada en la tradición, le serviría, para “plantear nuevas propuestas que en muchos casos tendrían una gran fortuna posterior, y en otros se agotarían en sí mismas sin derivaciones, pero que en su conjunto y una a una constituyen notables hitos en la historia de la arquitectura” (Sureda i Pons).