MIENTRAS EL AVI{ON VUELA POR LOS CIELOS

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LEONARDO PEREIRA MELÉNDEZ Mientras el Avión vuela por los Cielos 1

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NARRATIVA CORTA, ENSAYOS, POESÍA.

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LEONARDO PEREIRA MELÉNDEZ

Mientras el Avión vuela por los Cielos

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Fundación Luis Alberto Meléndez Meléndez

MI HERMANO JORGE FRANKLIN

La vida, realmente, se compone de momentos; de momentos apesadumbrados, protervos, radiantes, oportunos y compasivos. La vida también es hermosa, virtualmente exaltada. Pero no es justa. Uno tiene el derecho de vivir los instantes humanos que concede el destino; y el sagrado deber de subsistir, restablecerse, a los obstáculos que ofrece el duro camino de la subsistencia. El 25 de febrero de l987 me tocó a mí despedir en el cementerio al hombre más honorable que he conocido, quien sin saber leer – aprendió a hacerlo, por su cuenta, después de los cuarenta años – demostró ser un sabio: nunca se apegó a los bienes materiales de la tierra. Vivió siempre al día. Y así levantó a su familia. Ese hombre fue mi abuelo materno, don Manuel Jesús Meléndez, mi nunca olvidado “Papa Chus”. Años más tarde, el 16 de enero de 1990, hice lo propio con mi abuela materna, doña María Teresa Meléndez de Meléndez, mi querida “Mama Teresa”, ¡Qué tanta falta me ha hecho! No hay un desolado día que no piense en ellos; un solo momento, que no los recuerde… Ahora me ha tocado despedir, en el mismo camposanto, el 28 de marzo de 2007, con música y aguardiente, tal como él me lo pidiera, ha tiempo, a mi hermano mayor: Jorge Franklin Pereira Meléndez, quien cumpliría 60 años el próximo 31 de mayo. No voy a recordar los momentos malos. ¿Para qué? Nunca pude comprenderlo. Nunca alcancé a entender que alguien con una capacidad asombrosa para el comercio, pudiera ganar tanto dinero, y al mismo tiempo, tirarlo todo, o lanzarlo todo, en parrandas con amigos; nunca le importó gastar todo el dinero ganado en un mes, en las santificadas cuán agraciadas piernas de una beldad mujer. Tampoco le importó donar o regalar su dinero al amigo enfermo que lo necesitara. Parrandero como ninguno. Bebedor como nadie. Ese era y será siempre mi hermano, de quien me sentiré orgulloso hasta el último soplo de mi vida. Trabajó con mis cuñados, don Cristóbal Parra y don Francisco Olivera, y si se lo hubiera propuesto, de verdad, hubiera muerto siendo un hombre fuertemente rico. Muchas veces me tocó verlo dormido, tirado como un vagabundo, en la plaza Chío Zubillaga Perera. Iba y lo paraba, molesto, y le decía que se fuera para su casa. Con el brillo de sus lúgubres ojos, sonreía y me decía: “no te preocupes…Ya me voy, no se lo digas a

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mamá…” Otras veces me pedía que le diera algo de dinero para comprarse “una carterita de cocuy”. Confieso que ello me molestaba; pero como sabía que si yo no se lo proporcionaba, cualquier otra persona le daría dinero, cedía a regañadientes a sus peticiones. Tanto mi madre como mis demás hermanos sufríamos por su comportamiento. Sin embargo, los últimos seis años de su vida, me proporcionó sin pretenderlo, una fascinante y meritoria enseñanza: no hay que amontonar bienes materiales para ser feliz. Para complacerse o “gozar la vida” como él solía decirlo; tan solo hay que recolectar amistades, cosechar buenos amigos… Era un cristiano empedernido. Rígido. Profesó un amor hacia Dios que implícitamente he envidiado. La estampita del Dr. José Gregorio Hernández y la imagen sacrosanta de la Virgen de la Chiquinquirá de Aregue, lo acompañaron siempre. Cuando tocábamos ese delicado tema de la religión, no le agradaba mucho mis opiniones ortodoxas. Mi madre, con su mirada, indicaba que era tiempo de callarme o de liar los bártulos hacia otro lado. Se reía. Nos reíamos…Y mamá apaciguaba nuestros ánimos con su acostumbrado jugo de limón. Tendríamos unos cinco años, cuando lo trasladaron del Hospital San Antonio a nuestra casa solariega, allá en la Calle San José. Había tenido un accidente de tránsito, donde perdiera la vida un hermano de mi compadre Tita Chávez. Lo veo acostado en la hamaca, diciéndome que le pase un vaso de agua, soportando los regaños de mamá. También está sentado en una destartalada silla, viéndome “chapotear” en la piscina del Parque Municipal “Ricardo Álvarez”, donde me llevaba para que Heriberto Torrealba, “el meco”, me enseñara a nadar. Bañándose en la “Casa e’ Piedra”, a esos de las nueve de la noche, contándome o preguntándome cosas, evasivamente, para que yo lo acompañé, pues la casa está sola, mamá, Daybo, Luis y los demás muchachos andan visitando a “Mama Teresa”. Buscando el queso en el local de don Juan Pereira, donde yo hacía de caletero, para ganarme unos treinta bolívares, que me servían para ir al cine con mis amigos y comprarme unas dos arepitas que vendían frente al Cine Bolívar. Jugando al escondite, con Luis, con Raquelita y conmigo, en la “Casa e’ Piedra” de Daybo, donde yo bailaba al estilo de Jhon Travolta y él se reía de mis disparates. Escuchando las canciones del brasileño Nelson Ned, “El Gigante de la Canción”, cuando nos quedábamos, él y yo, solamente, cuidándole la casa a Daybo, y ambos, buscábamos dos colchonetas para dormir en el piso debajo del Caney, diciéndome… “Ponlo de nuevo”. Ese es el Jorge Pereira, que voy a perpetuar en mi corazón. Para muchos fue un bohemio. Un canapial. En su sepelio lo acompañaron desde el más humilde beodo de la placita Chío Zubillaga hasta el más encumbrado personaje de la alta alcurnia caroreña. No dejó enemigo alguno. Ha podido morir siendo un hombre adinerado. Empero, ostentaba algo inusitado: era un hombre honrado. Posiblemente sea el más honesto de los hijos de doña

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Goya, mi bienamada madre. Así era mi hermano Jorge Franklin. Ese es el hermano que lloro y busco todas las mañanas al llegar a la esquina de mi oficina, sin encontrar respuestas…

¡A TU SALUD!, MIGUEL

“No envidio a los que saben más que yo, pero me compadezco de quienes saben menos” T. Browne

Ésta semana, como habrá observado el desocupado lector, no salió mi asidua columna jurídica. Múltiples razones podría aducir, pero la menos académica, es que he pasado estos días ebrio de emociones, y, obviamente, emborrachado de recuerdos, claro está, acompañado de inacostumbradas resacas, por culpa de mis perversos cuán cándidos amigos, como lo son, Juan Perera Montes de Oca, Publio Cordero, y Franklin Piña, el menos maquiavélico de estos tres cómicos de la lengua, lumbreras como Miguel Prado, quien ha tenido la elegancia de escribir un libro acerca de mi poesía y prosa ensayística, hermosa y pomposamente titulado: Los demonios interiores en la poesía de Leonardo Pereira Meléndez, editado por el Ateneo de Carora Guillermo Morón, bajo el cuidado de Gilberto Abril Rojas, buen escritor, buena pluma, pero que no empina el codo como sí lo hace el Prof. Emerson Corobo Rojas, cronista sin sueldo, empeñado en rescatar la historia de la patria chica. Tengo motivos para estar embriagado, pues, que un literato de la casta de Miguel Prado se haya ocupado de un escritor de provincia, como soy y seré siempre, hacedor de lluvias, cuyo mérito no es otro que ser hijo de Gregoria Meléndez, mujer de pueblo, mujer trabajadora, analfabeta, que sin haber ido a la escuela aprendió a leer y escribir por su cuenta, y levantó, a punta de esfuerzos virtuosos, a nueve hijos, y pudo construir un sólido e envidiable hogar, con la ayuda de otro gran hombre, trabajador sin par, amante de la lectura, de cuya pasión por los libros y periódicos adquirí, desde que tenía unos ochos años, noble viejo, a punto de cumplir 83 años, que es conocido como don Polito, porque se llama Hipólito Antonio Álvarez, aunque fue presentado y bautizado en la Iglesia de Aregue, como Policarpo Antonio, y tiene la costumbre de agregarse el Betancourt, simplemente por la omisión del abuelo don Monche Betancourt, omisión

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que también yo he heredado; sin embargo, por mis venas, llevo mezclada la sangre Meléndera con la sangre Betancouriana, de allí, mi inteligencia, y bueno, según mi tía Elda Betancourt, soy tan buenmozo como lo era don José María Betancourt Navas, su abuelo, es decir, mi bisabuelo paterno. Tengo motivos para estar embriagado. Don Javier Oropeza, el “don” no es por viejo, sino por adinerado, dueño de dos periódicos, clarividente, porque en el año 1988, cuando bautizo, con aguas del río Morere, mi primera obra poética, Yo Soy Hijo de Gregoria Meléndez, editada por el Centro de Estudios e Investigaciones “Antonio Herrera Oropeza”, dijo que éste poemario mío mi haría rico algún día. ¡Dio en el clavo! Ya que quien tiene un amigo, un verdadero amigo, es rico. Por dinero no me preocupo—las vainas de mi pana Iván Ferrer Carrasco se me están pegando – porque si no tengo para pagar mis glaciales cervetanas en El Páramo o en El Campestre, en ambos me fían, aunque a veces el risueño “Bole” se ponga bravo, y don Beto Herrera, se haga el loco conmigo. Teníamos veintidós años cuando se publicó mi primer libro. Ello constituyó un escándalo. A mi madre la llamaron por teléfono para recriminarle mi demonial conducta. Mi abuela, Mama Teresa, me llamó a su casa un día para decirme: “Hijo, no le pare a eso, siga escribiendo, a mi me gustó…”. En algunas instituciones prohibieron su lectura. Y todo, porque en uno de mis poemas dije que no recordaba de quién era las pantaletas de alguien, que hoy día, a casi veinte años después, juro que no recuerdo ni el nombre de esa beldad mujer y ni siquiera dónde escondí tan íntima prenda. Que yo sepa, el generalísimo don Francisco de Miranda, coleccionaba los vellos de las damas que le hacían el favor de apaciguar el estruendo de sus luchas revolucionarias, y más de una vez, guardó en sus baúles, una que otras pantaletas, como simples trofeos. Juandemaro Querales, que siempre me trae revistas, diarios y libros, para que explaye mi tosquedad literaria, puso en el año 2000, una revista merideña, dirigida por el ya tributario de la tierra y uno de los mártires de la revolución bolivariana, Giandomenico Puliti, nombrada Quórum- Con el Arte y la Cultura, editada en Tovar, entre los meses enero-abril, en cuya página 10, leímos un poema de Yaquelín Fermín, titulado Mi Amante, cuya lectura, obsequio, a mis fervientes lectores: “ Tú que estas ahí/constante, presente ,alucinante./Mi amante imaginario/Ese que me hace privar/al pensar en él/que me hace sentir sin haberlo sentido/que me hace llegar sin haberme penetrado/Ese que no se porqué aún/ no ha llegado…” Y hablando de bardos merideños, cometería un pecado sino menciono a Luis Gerardo Gabaldón, abogado penalista, Profesor Titular de Derecho Penal y Criminología de la Universidad de los Andes, con postgrados en Perusa, Roma, París, Cambridge y Albaquerque, autor de Susurros y Gemidos, un poemario solo para mujeres, en cuyo interior trepidan las imágenes de una guapa mujer desnuda llena de vida de colorido que es percibida como si fuéramos

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dioses griegos. Al poeta Eddy Rafael Pérez, no lo nombro, porque no es merideño, aunque viva en Mérida, y además, porque si su esposa, alcanzara a leer lo que pensaba escribir de él, se arma un pamparancho, y es capaz que deje de hablarme como lo hizo con el negro Tito Núñez Silva. Tengo motivos para estar embriagado. Que mi columna hoy aparezca en una docena de periódicos venezolanos, que cuente con camaradas como don Joel Suárez, don Juandemaro Querales, don Eddy Rafael Pérez, don Gilberto Abril Rojas, don Pedro Claver Herrera, don Javier Oropeza, don Juan Perera, don Franklin Piña, don Emerson Corobo, don Jesús Meléndez, don Ramón Pérez Linárez, don Andrés Blasini, don José Ángel Ocanto, don Iván Ferrer Carrasco, y que don Miguel Prado, se ocupe de mi poesía, es para pasar una semana, haciéndole loas al dios Baco y rezando para que no me corran de mi casa. ¿Dios mío, de quién era esa pantaleta? A tú salud, Miguel.

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ALEXANDER JOSE CRESPO MELENDEZ

(A Papa Chú y Mama Teresa, apasionados y humildes cristianos, fieles cumplidores de la Ley de Dios, quienes vivieron y practicaron siempre las enseñanzas que predicara el Hijo del Hombre, Jesús de Nazaret, In Memorian, dedico)

El hogar de mis tíos, don Cecilio Jesús Crespo Pereira y doña María Dolores Meléndez de Crespo, están alborozados porque Dios los ha bendecido: el último de sus vástagos, Alexander José Crespo Meléndez, recibirá la Orden Sacerdotal el día 13 de Septiembre de 2008, en la Catedral San Juan Bautista de Carora, por imposición de manos de Mons. Luis Alfonso Márquez Molina, Obispo auxiliar de Mérida. Alexander o “Chande”, en el lenguaje del cariño familiar, nació el 29 de Diciembre de 1980, en Carora, tierra de hombres castos, probos, inmaculados, de hombres afanosos del campo y labradores de sueños; cuna de hombres santos como nuestro Mártir, Monseñor Salvador Montes de Oca, que en justicia eclesiástica, debe ser canonizado para convertirse en el primer santo venezolano, pues, según la doctrina canónica, los mártires no necesitan hacer milagros, asunto que seguramente llamará la atención a dos sabios amigos míos, cultivadores de la amistad, que me templaran de las orejas si es que estoy equivocado: José Gregorio Quero Sierra y Ramón Luís Crespo Lobato, presbíteros, teólogos y filósofos, caroreños, que tuvieron la fortuna de conocer, ser bendecidos y recibir las enseñanzas personalmente del Papa su Santidad Juan Pablo II, que tanta falta le ha hecho a la Iglesia Católica hoy en día. ¿De dónde viene la vocación de mi primo, si en mi familia ancestral, que yo sepa, no ha habido ni curas ni monjas? ¿De dónde proviene su amor por el estudio? ¿De quién sacó esa límpida agudeza para transmitir en una forma tan natural y cándida los preceptos de las sagradas escrituras? A los 15 años, según me contara el propio Alexander, asistió a un retiro vocacional en la Cura del Apostolado de Carora, y fue allí, en ese lugar, donde encontró su vocación: educar al prójimo a través de la palabra de Dios Padre, omnímodo y omnipresente, labor muy ardua en estos tiempos cuando el egoísmo y la ignorancia del

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hombre se ha expandido cuán enérgicos soplos huracanados. Desde que comenzó sus estudios en la Escuela “José Herrera Oropeza” de la Guzmana, sabía que su misión en la vida era servirle a Dios, servir y no ser servido, procurar expandir las ideas que nos legó hace más de dos mil años, el hijo de un dócil carpintero, y de una dúctil mujer que no solo lo concibió a través del espíritu santo, sino que lo vio sufrir las más infames humillaciones terrenales, hasta verlo morir en una cruz, para el perdón de los pecados , que cometimos y cometeremos, porque nunca dejaremos de ser humanos, recordado como Jesús de Nazaret, Rey de los Judíos. Fiel seguidor del legado de San Agustín, Alexander ya estudiaba en el Ciclo Básico “Julio Segundo Álvarez” y en el Colegio Nuestra Señora del Rosario de Carora, la vida y obra de San Pedro y San Pablo, los dos apóstoles que edificaron las columnas de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Al graduarse de Bachiller de la República, hubo de pasar año y medio, meditando el gran compromiso que tenía por delante. En ese breve lapso de espera, trabajó en el restaurant del señor Virgilio Rodríguez, hasta que un día despertó, y reuniendo a todos sus hermanos, Ramón Antonio, Cecilio Jesús (h), Jesús Alberto, Alfredo y Jhonny; y a sus padres, les manifestó que había decidido irse a Caracas, para estudiar Teología y Filosofía, en el Instituto de Teología para Religión de Caracas, y quería sus bendiciones, pues, aunque no aceptarán su voluntad, ya había hecho las gestiones para estudiar en el Colegio San Agustín de Caricuao. Mi tía, María Dolores, o “Mora” – como le llamamos todos en la familia – en principio, estuvo reacia, porque no deseaba que su hijo se fuera lejos, además temía a los peligros que afronta todo joven provinciano en la Capital del país. Ramón Antonio, por ejemplo, dijo: “Está bien. Dejémoslo ir. En seis meses estará de vuelta”. Frase que, seguramente, recordara el 13 de Septiembre, al ver a su hermano menor, recibir con disciplina cristiana, con el candor y esa sonrisa que lo caracteriza, la Ordenación Sacerdotal, cuya primera misa efectuará el día 14 de Septiembre, en la Iglesia Divina Pastora de Carora. Ahora, todos en la familia, sin excepción alguna, nos sentimos henchidos de orgullo, porque si bien, en nuestras familias, atiborradas de comerciantes, ingenieros, profesores, licenciados, abogados, empresarios, vagos, canapiales, vagabundos y hacedores de lluvias como quien escribe está crónica, habían puros pecadores y pecadoras, ahora también contamos con alguien que nos meta la mano, cuando estemos rindiendo cuentas a nuestro Padre Celestial.

NOTA BENE: Mis más sinceras felicitaciones a mis tíos, Chilo y Mora, a mis primos Ramón Antonio, Chine, Chubeto, Alfredo y Jhonny, y muy especialmente, a ti, Chande, que Dios y la Virgen de la Chiquinquirá te protejan y bendigan siempre.

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CARTA PÚBLICA A MI AMIGO JAVIER OROPEZA

Como hombre formado en la cultura y como hacedor de lluvias – azotado muchas veces por beldades féminas; y, repudiado por trovadores de cartel, igualmente – debo confesarte una suerte de asombro que desde hace unos días – subjetivamente, claro – viene molestándome. Me he enterado a través de tú periódico – “El Diario de los Torrenses”, según el slogan – que, sin consultar siquiera con el pueblo de Carora, nuestra amada Carora, porque me consta que de verdad la amas, decidiste constituir tu “Comando de Campaña” nada menos que en la sede del famoso “Naranjo”, esto es, en la casa donde nació EL DIARIO DE CARORA, la más prestigiosa e ilustrada Universidad que ha tenido nuestra ciudad. ¿Qué le habrá pasado a Javier? – pensé –, pues no me resulta cómodo emitir un juicio de alguien que, de alguna manera, está relacionado con el periodismo; y, mucho menos, de una persona que dio sus primeros inicios en el cosmos de la cultura, precisamente, en la esfera donde se formaron prohombres como don Cecilio Zubillaga Perera, don Agustín Oropeza, don José y don Antonio Herrera Oropeza, don Alirio Díaz, don Antonio Crespo Meléndez, don Isaías y don Víctor Julio Ávila, don José Numa Rojas, donde publicaron por primera vez sus poemas y escritos, los gloriosos rapsodas Alí Lameda, Luis Beltrán Guerrero, Marco Aurelio Rojas, Dimas Franco Sosa, donde se iniciaron los más grandes fablistanes del siglo XX venezolano, Héctor Mújica, Federico Álvarez, Juan Páez Ávila, José Ángel Ocanto, Jorge Euclides Ramírez, José (Cheíto) Herrera Oropeza, Jesús Antonio Herrera, donde se hicieron grandes escritores y fabuladores, mutantes de la literatura, creadores de himnos y exaltaciones, como don Guillermo Morón, Juandemaro Querales, Luis Alberto Crespo, Cecil Álvarez Yépez, Jesús Enrique León, Luis Oropeza Vásquez, Lino Coronel, Fernando Briceño Álvarez, Emma Rosa Oropeza de Herrera, donde publicaron sus primeras investigaciones científicas, los más preclaros hijos de la medicina pediátrica y psiquiátrica de Venezuela: Pastor Oropeza Riera y Ricardo Álvarez; donde, finalmente, se formó y educó, la mayor pléyade de intelectuales, humanistas, músicos, científicos que ha tenido el país en toda su historia contemporánea. Ello mi estimado Javier, constituye – y tú bien lo sabes – un bárbaro sacrilegio, una

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involución hacia el abstraído pensamiento humano. ¿Acaso tus afanes electorales te hicieron olvidar que EL DIARIO DE CARORA, tú Universidad, mí Universidad, fue declarada PATRIMONIO CULTURAL DE LOS TORRENSES, y solo de esa comprensiva perspectiva, “La Casa del Naranjo”, merece respeto y nunca jamás el recuerdo de ese faro de luz puede ser salpicado por el estercolero de la política? Tengo entendido que el Dr. Luis Gerardo Oropeza te donó la biblioteca de su padre, el negro Luis Oropeza Vásquez; que sumada a la pequeña pero significativa de Juandemaro Querales—quien está organizándola para obsequiártela—significara para el estudiantado torrense una ventana abierta para estudiar a los más colosales pensadores del mundo, como Amédée Jacques (1813-1865), Luis Pereira Barreto (1840-1923), Andrés Bello (1781-1865), Simón Bolívar (1783-1830), Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616), Manuel Díaz Rodríguez (1868-1927), Rubén Darío (1867-1916), José Asunción Silva (1870-1919) y – a ver, a ver, ah, sí ya me acordé—a Walt Whitman (1819-1892, creo) el mismo bardo americano de poesía oscilante que leyó—deficientemente – en Yare nuestro Presidente Hugo Rafael Chávez Frías. Así sabrán y concebirán las razones por las cuales en la galería de fotos que había en la sede de EL DIARIO DE CARORA, entre las que yo recuerdo, y se me vienen en mente, la de don José Herrera Oropeza, don Agustín Oropeza, don Antonio Herrera Oropeza, don Federico Carmona, don Otto Herrera Oropeza, don Chío Zubillaga Perera, don Víctor Julio Ávila, doña Lila de Herrera Oropeza, Dr. José (Cheíto) Herrera Oropeza, y donde estaba—anda Javier acuérdate conmigo, has un poco de memoria—un ejemplar del periódico La Patria, primer diario fundado en Carora, y se exhibían las incontables condecoraciones y reconocimientos recibidos por don Antonio Herrera Oropeza. Permíteme elucubrar algunas interrogantes: ¿ Qué habría pensado don Antonio Herrera Oropeza al ver que en el sitio donde estaba la fotografía de su padre y fundador de EL DIARIO DE CARORA, ahora estará la foto del “Filósofo del Zulia”, Manuel Rosales; que en el lugar donde estaba la fotografía del primer redactor de EL DIARIO DE CARORA, don Agustín Oropeza, ahora estará la de una persona que nunca ha escrito nada ni siquiera un artículo de opinión, pero usa, pomposamente, el título de periodista, como es, tú astuto mentor político, Orlando Fernández Medina? Por ello digo que así sabrán esos muchachos diferenciar la barbarie del complejo existencialismo nacional de la cultura—quehacer del hombre—para rescatar así las actividades propias de escuela, como la ideó ese sabio que se llamó don Cecilio Acosta. ¿Qué le pasa a Javier? – pensé y he pensado estos últimos días – . ¿Habrá olvidado dónde publicó sus primeros escritos? ¿Qué se hizo el apasionado poeta que colocaba los ideales supremos de la cultura por encima de sus intereses personales? Recuerdo, además, que Jesús Antonio Herrera, te escribió el

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prólogo de un poemario que te has negado a publicar, no sé si es porque prefieres que te llamen “político”, y no “poeta”, o porque el político—con sus contadísimas excepciones – se enriquece rápidamente, en cambio, el poeta, lo hace—se vuelve rico—de fantasías, pasando toda su vida fundando Repúblicas, como lo hizo Caupolicán Ovalles, y lo hace actualmente Jesús Enrique León, noble poeta tan sencillo como la risa de un niño merideño. Quisiera terminar estas líneas, diciéndote algo que tú sabes, pero te haces el pendejo: son muchas las personas—verbigracia, Juan Perera, por solo citar, al voleo, un nombre – que no vieron con agrado que decidieras instaurar tu “Comando de Campaña”, en la sede de EL DIARIO DE CARORA. Que no te lo digan, obviamente, por prevención, es otra cosa. Tú has podido alquilar una casa, otro inmueble para ese fin. A mí, particularmente, me ha parecido desacertado lo que hiciste. Por consiguiente, Javier, como amigo y ahijado tuyo que soy, te pido que rectifiques. Te lo pido de corazón. No permitas que algún día yo diga de ti – salvando las distancias, obviamente – como dijo el poeta Juan Vicente González (1811-1866) al General José Antonio Páez (1790-1873) –: “¡Insensato, has destruido la leyenda que te inventó mi cariño!”.

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EL MAR, LA MAR…

Contemplo el mar. Lo tengo frente a mí. La brisa fuertemente golpea mi rostro y ese sonido, seco, hondo, lo percibo al oído, como si un viejo desdentado soplara a propósito para asustarme. El color azul me fascina, podría pasar toda la eternidad contemplando el verde agua que distingo a lo lejos, no sé si es una lancha, o un velero, quizás es un simple bote pesquero, anticuado, estropeado; advierto, sí, una gaviota que vuela en círculo, sobre ese inmensa área verde-agua, y que de cuando en cuando se sumerge, en busca de comida (parece una travesura supuesta). ¿Qué es el amor? Se me ocurre preguntar mientras observo a un hombre que se desvive, que llora, y que ha intentando suicidarse por una mujer que tiene tres hijos de diferentes padres. ¿Tendrá cangrejera? Solo él lo sabe. Estoy frente al mar y lo observo todo, porque me encuentro sentado en el balcón del segundo piso del apartamento de mi hermana Raquel, solo porque Moraima – mi hermosa bruja – y mis hijos han bajado a la piscina a bañarse y a platicar con la doña Carmen y Oscar que acaba de llegar. Ese eco me entusiasma y aunque no sé cómo explicarlo, la forma como van hiriendo las frías y espumosas olas, a la orilla, golpeándose una sobre la otra, sé que es como muere la mar. Esa fuerza que arrastra legendarios dioses, hijos del espejismo – como todos los dioses que hasta  ahora han existido – constituye un auténtico espectáculo,  que, por ahora, me sirve para frenar esta aciaga promiscuidad de impresiones que desde hace tiempo ronda lo que queda de mí.

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DARWIN BARRIOS HERRERA

El gran poeta Rainer Maria Rilke, escribía y pedía en su magna obra Elegías de Duino: “Oh, Señor, da a cada uno su propia muerte, el morir que surja verdaderamente de esta vida, donde encontró amor, sentido y desamparo”. Pero casi siempre sucede lo contrario; seres extraordinarios, de fuerza noble y esencia de niño; personas que nunca guardan rencor en su espíritu y que siempre están dispuestos a dar lo mejor de sí, por y para el bienestar de su prójimo, son arrebatados por el ala de la muerte...No tuve el honor de conocer a Darwin Barrios Herrera; sin embargo, él fue muy amigo de mi siempre recordado hermano Jorge Franklin Pereira Meléndez. Cuando murió Jorge, muchas personas expresaron palabras de sentimientos; y, a mí, particularmente, me llamó la atención las enunciadas por Darwin Barrios Herrera: no solo por su espontaneidad, sino porque fueron formuladas por alguien que amó y respetó a mi hermano como si fuera tío suyo. Tengo entendido que era un sobresaliente estudiante de derecho; lo que demuestra su preocupación por el progreso personal, familiar y el crecimiento y desarrollo del país. Compartía el estudio con el trabajo. No conocí ni fui amigo de Darwin Barrios Herrera. Pero, la vida, los libros, y eso que la posmodernidad denomina experiencia, me ha permitido – con el transcurrir del tiempo – saber cuando un hombre – o una mujer – es de corazón hidalgo y espléndido. Por ello, lamento su inesperada y sorpresiva muerte; y, exprésole a sus familiares mis palabras de solidaridad, en nombre de mi familia y en el mío propio; no sin antes recordar, que las personas como él, nunca mueren ni son olvidados, porque como decía Bertol Brecht: “Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles”. Darwin Barrios Herrera, era un hombre imprescindible. Espero que en algún lugar del universo, se encuentre con su amigo y tío Jorge Franklin y con mi otro hermano Luis Alberto. Sit Tibi Terra Levis.

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DE LA QUEBRADA “LA PEÑA BLANCA” AL RÍO MORERE

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Mi abuela materna se llamaba María Teresa Meléndez, y quienes la conocieron en la pubescencia, sostienen que era una beldad mujer a la que le gustaba mucho la poesía. Tenía los ojos almendrados y un minucioso deleite por las bellas artes. Amaba la naturaleza. No es necesario decir que mi amor por las letras proviene de esa alma tan caritativa. Pero mi abuela materna, Mama Teresa, como la llamábamos, tenía una particularidad: no sabía leer ni escribir. Mi abuelo paterno se llamaba Manuel Jesús Meléndez Camacaro, y según me han contado, era un empedernido rapsoda que aprendió muy joven a labrar la tierra, no conociendo nunca un libro, tan solo las herramientas propias del campo: el hacha, el machete y la pala. Tampoco sabía leer ni escribir. Hoy quiero confesar, y de ello, me es imposible ocultar mi orgullo, que estas personas, son los seres más inteligentes, cultos y educados que he conocido a lo largo de mi vida. El viejo “Chus Meléndez” sin conocer a fondo las ciencias del Derecho, mucho menos qué es eso, a lo que muchos de nosotros denominamos “Justicia”, sabía que debía tratar a sus congéneres en forma igualitaria, sin permitir que el patrón abusara del peón que trabaja de sol a sol para llevar el sustento a su familia. El viejo “Chus Meléndez” no sabía de leyes, pero sí sabía que no podía disfrutar de algo si no lo había ganado con el sudor de su frente. ¿Qué otra cosa no es la Justicia? Para ser un hombre justo no es necesario saber de justicia. Para ser un hombre sabio no es necesario ir a la escuela. Es ineludible ocultar cuán orgulloso me siento de pertenecer a la estirpe meléndera. Cuando hoy Byzancio me honra, generosamente, sé de antemano que no es a mí a quien homenajea. La codificación bizantina del método romano está compuesta por costumbres, no otra cosa es la actividad jurídica que recoge el gran Justiniano en sus apuntaladas interpretaciones. Es una costumbre honrar a los muertos. El Derecho reivindica el hombre con la naturaleza. El amor es espontáneo. No hay nada en el mundo que

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me haga pensar que soy inteligente. Me da miedo pensarlo. El hecho de que haya ido a la escuela y haya aprendido a leer y a escribir, ello no me da libertad para pensar que lo soy. Por eso, en ocasiones, huyo de los claustros universitarios y me refugio en la poesía. Solo en ella, en la dadivosa poesía, he sentido que el cosmos donde habito suele estar lejano y pequeño como cuando la noche engendra la flor del tiempo. Adoro la poesía y sus eternidades. No me es ajena la vida bizantina. De hecho provengo de un pueblo mágico: San Cristóbal de Aregue. Más allá de “Las Huertas”, “La Mesa”, “la Cruz Verde”, “El Tanquito”, más acá de “Chipororo”, queda San Cristóbal de Aregue, donde tengo enterrado mi ombligo, porque ahí en ese agraciado lugar nació mi madre y nacieron mis abuelos y bisabuelos, comarca donde renace en cada casa y en cada habitante, una palaciega soledad, sempiterna, llena de una infinidad próxima a la nostalgia. Los cerros, y las colosales quebradas, como la no menos famosa “Piedra de la Peña Blanca”, que está poco antes de llegar al pueblo, son de una naturaleza indescriptible como lo es el frío que se siente de madrugada. De ese amado pueblo vengo. De ese pequeño caserío soy. Hecho de barro y cal. De ese milagroso Olimpo, de sofocante calor y de mujeres enigmáticas, con ojos de color almíbar, únicas en el mundo en descifrar el sonido de la lluvia, y comprender el canto de los pájaros, saber qué dice el céfiro a los árboles, de cuyos colores violeta y amarillo queda apresado hasta el más receloso mortal. El mundo bizantino no me es ajeno. Porque Byzancio es la exploración del universo, es el humanismo hecho hombre. Byzancio forma parte de la vida. El placer y la religión filosóficamente pertenecen al hombre desde la prehistoria. Ludovico Silva, clásico entre los clásicos, influenciado por Charles Baudelaire, confesó antes de morir que creía en Dios y en los ángeles y decía que para él, era “inconcebible que un poeta no crea en Dios, en los ángeles y en los milagros”. Cuando yo era niño iba siempre a la casa solariega de mis abuelos maternos, y muchos fueron los atardeceres que compartí con mi abuela Mama Teresa, quien me recitaba de memoria cuentos de desaparecidos y hermosos cuán largos poemas de autores antiguos y populares, aprendidos en la literatura hablada, conversada no convencional ni académica. ¿No es eso mágico, Dra. Raquel Pereira Meléndez? ¿No es eso bizantino, Dra. Berenice Láscaris Comneno? ¿No constituye ello un Milagro, Dr. Joel Suárez? Desconozco si soy un hombre bienaventurado. Pero he sido testigo de muchos milagros. El mundo se ha globalizado. El perverso capitalismo corrompe sin piedad el espíritu de los débiles. La igualdad social no existe para el empresariado. El latifundista pretende seguir apoderándose de la tosquedad del campesino. Se fragmentan legislaciones, pero el hombre sigue a la intemperie. ¿Es eso razonable, Dr. Nelson Mújica? El recuerdo por lo justiciero del viejo “Chus Meléndez” habita en mi memoria. Confieso que el derecho me seduce menos que la poesía y la

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literatura, pero me apasiona el Derecho Penal. Por eso mi trajinar en busca de un mundo más igualitario. Más socialista. El sol brillante, anaranjado como cuando muere la aurora, de San Cristóbal de Aregue, se trasladó al río Morere. Son interminables mis caminatas por el Cerrito de la Cruz. De ahí arriba veo el crecimiento de la Sultana del Morere. Desde ahí observo a Carora y el desértico espejo que es hoy día Venezuela. La historia de la traición es tan vieja como el Derecho Bizantino. Ya es tiempo de recuperar el hilo de la esperanza y la fe en los valores de la moral. Es tiempo de construir las frases rotas por quienes se embelesan en rendirles pleitesía a la ignorancia, madre de la desesperación y del fracaso. Byzancio no me es ajeno. Me parece apropiado el momento para agradecer. Hoy decido que éste caliente sol carorense preñé la sombra del crepúsculo. Estoy agradecido. Muy agradecido. Cuando en el año 1990 gradúome de Abogado en la muy ilustre Universidad Santa María, mi bienamada madre, Doña Gregoria Meléndez Meléndez, había prometido que yo llevaría a la Santísima Virgen de la Coromoto, allá en el templo de Guanare, la medalla que me confirieron, y así hice, para honrar la palabra de mi madre, y porque además, soy religioso, y como todo poeta creo en Dios y en los ángeles, aunque los míos, mis ángeles sí tienen sexo. Por eso no es extraño que yo haya escrito el poema que transcribo y leo, con la anuencia de mi sabia madre:

-I-

Padre MíoQue estás en el Cielo

Santificadas sean las mujeresQue me amaron

Y dejaron mi cuerpoDispersoEn tú nombre

Ven a mi ReinoUrdido de deseosConvierte mi tristezaEn el arcoíris de Noé

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-II-

Has realidad el sueño del mendigoBendice los hijos que no conozcoPerdona mis pecados Como yo perdono al que conduce

A mis hermanos a la miseria

Perdona mis fornicacionesComo yo perdono al Papa

Que solo recibe en su departamento

Reyes y reinasPríncipes y princesas Morbosos borrachos de Alta

/Alcurnia

Y se conforma con saludarDesde el papa MóvilA la muchedumbre que creeEn un mundo de igualdad

-III-

Padre mío que estas en el cieloPerdona mis pecados No te metas en líos.

-2-

1990, ¿Cuánto tiempo ha pasado? Era un joven lleno de sueños, de ilusiones, de esperanzas. Hoy, 17 años después, siento que algunas están muertas. Algunos sueños realizados. A medias, claro. Sin embargo, noto que he cambiado. No mucho, pero si he cambiado. Ya no soy el mismo. Si

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bien no he dejado de soñar con un mundo mejor, ya no creo en el hombre. Quizás porque he andado estos últimos diecisiete años en medio de lobos. Me nombran y callo. No digo nada. No hablo nada. He dejado de construir casas de caracoles. Soy humano. Soy poeta. Un escritor de provincia. Un hacedor de lluvias. Eso soy y seré siempre. Hoy estoy agradecido. Aunque sé que siempre seré el secreto nunca develado, la ventana marchita, la piedra transparente. Sí, seré solo eso, el que retorna sin glorias, al pasado, lleno de vidrios, sobre el caballo de la muerte.

Agradezco a la Dra. Berenice Láscaris-Comneno Torres, por honrar a mis ancestros. Gracias Princesa de Byzancio por eternizar mi amor por la poesía y mi pasión por el derecho.

Agradezco a todos mis amigos, socios de sueños, por escoltarme en mis fantasías de construir—encima de un elefante—casas de caracoles.

Gracias Raquelita. Gracias Joel Antonio Suárez. Gracias Ramón Pérez Linárez. Gracias Nelson David Mújica. Gracias Emerson Corobo Rojas. Gracias José Ángel Ocanto. Gracias Gilberto Abril Rojas.

Gracias Mamá, gracias Polito, gracias Papá, los amo mucho.

Gracias Moraima, esposa mía, madre de mis tres invalorables tesoros.

Muchas gracias a mis hermanos, Luis, Daybo y Marisol. Gracias a mi hermano Jorge Franklin, dispénsame allá arriba con nuestro Padre Celestial por mi atrevimiento poético. El nos conoce. Yo soy su toñeco.

Gracias José Gregorio, hermano mío, traslúcida inocencia, hermoso regalo de Dios, único sabio viviente de la familia Meléndez-Pereira Meléndez.

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Gracias a mis novias imaginarias.

Gracias a todos los presentes.

Es tiempo de agradecer. Estoy agradecido. Eternamente agradecido.

Muchas gracias a todos.

Señoras. Señores.

Carora, 6 de Octubre de 2007. Iglesia de El Calvario.

Discurso pronunciado el día 6 de octubre de 2007, en la Iglesia El Calvario de Carora, con motivo del conferimiento del Doctorado Honoris Causa en Jurisprudencia por la Internacional Philo-Byzantine Academy And University, Miami. U.S.A.-

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DON JUAN ROMULO TIMAURE MELÉNDEZ

Cada vez que voy a San Cristóbal, viene a mi mente El llano en llamas, del escritor mexicano Juan Rulfo, porque la vida bucólica de este pueblo se amolda a los sueños y a la memoria que encierra sin consonancia la noche que nos mata como simples mortales, acercándonos cada vez a los dioses inmortales. Esta vez me tocó ir acompañado de mi hermano Luis Alberto Meléndez, y de mi cándido amigo Edgar de Jesús Herrera, a la última noche de don Juan Rómulo Timaure Meléndez, hijo de la tierra silvestre, que solo pare hombres heroicos, osados, de pelo en pecho, hacendosos y celosos por la faena diaria, como don Ciriaco Almao, don Pedro Montes de Oca, don Erasmo Aponte y tantos otros que ya se han ido sin irse, porque al igual como ocurre en Cómala, los que mueren no se van, se quedan como fantasmas, por eso no es extraño encontrarse en el camino desolado, encantado que une al caserío, separado solo por esa inmensa quebrada, que de cuando en cuando arroja ímpetus y ardores en las cabeceras, a don Erasmo Aponte, a mi tía Betilde Meléndez de Aponte, a don Tálamo Lameda, a su esposa doña América de Lameda, que se forja no en forma divina, mítica, sino humana, porque nunca se fueron, están allí en la evocación, que es el final de la vida. San Cristóbal es un pueblo pródigo, espléndido, munífico, bizarro, porque así son sus habitantes, olimpo ideal, que ni el mismísimo William Faulkner llegó o pudo imaginar siquiera. Esa noche, su última noche entre los vivos, don Juan Rómulo Timaure Meléndez, conversó con cada uno de sus hijos, y luego con su amada y fiel esposa, doña Baudilia Sisiruca de Timaure, mujer sin par, inseparable, que lo acompañó por muchos años y seguirá haciéndolo, porque en su memoria vivirá por siempre. En San Cristóbal cada árbol tiene su propio olor y zumbido, ninguno se parece a otro; pero todos se parecen a don Rómulo Timaure, así a secas, como lo llamaban parientes y peregrinos, como lo llama y seguirá llamándolo su madre, doña Fidelina Meléndez, sobrina de mi abuelo, don Manuel Jesús Meléndez Camacaro, todos resuenan para perpetuar el gran luchador social que se fue el 5 de Mayo de 2007, al preclaro prohombre que nació un 6 de Julio de 1936, para quedarse siempre anclado principalísimamente en el corazón de un

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pueblo que se desbordó, en lágrimas, puras como el alma de un niño, para despedir –sin irse—a uno de sus más esclarecidos hijos. “Este pueblo ya no será igual”, oí decir en esa lóbrega y calmada noche a una linda y lozana muchacha que nunca había visto y que de seguro era forastera. No quise explicarle que nadie muere en este pueblo. Que en ese cerrito, donde hay tantas cruces, donde reposan los restos del niño Valentín y allá, más arriba, en el cerro donde vive mi tía Chira Meléndez, están los de Abrahán, los dos hermanos de doña Goya Meléndez, mi mamá, que cada vez que sabe que voy a San Cristóbal me dice “acuérdate de pararte en la cuestecita y préndele un velón a Valentín”, sin saber que cuando llegó a casa de don Álcido Meléndez, y me acuesto en esa frondosa hamaca a dormitar el cansancio urbano, la risa e hilaridad de esos niños no me dejan empuñar el sueño. Una que otra vez, he visto a mi tía América limpiando su telúrica morada y a mi tía “Tilde” entrando en la inmensa cocina que dio, da y sigue dando de comer a quienes llegan por vez primera a San Cristóbal. Es común sentarse en la placita y ver a muchos de mis ancestros deambular por doquier. Ellos no saben que soy su pariente. Yo sí. Porque solo basta mirarlos fijamente a sus ojos, verle la tristeza que nos caracteriza a los Meléndez, para saber que provenimos del mismo bosque genealógico. Algunos sí me reconocen y preguntan por mi mamá. Un hombre virtuoso, respetable, tan casto e inmaculado como era don Rómulo Timaure nunca muere. “Mi padre era un hombre sabio…Tenía respuesta para todo”, me dijo su hijo mayor Miguel Timaure. Él sí conoce el sortilegio de San Cristóbal. No quise explicarle a esa ninfa de piel olorosa a cemeruco que nadie muere en mi pueblo. Tal vez, digo, sabiendo que vendrá, cuando venga el próximo mes de Enero a las fiestas de éste empinado pero soberbio caserío, no se sorprenda si encuentra a don Rómulo Timaure procurando que todo salga bien, que nadie se valla sin comer en su casa, que todo el mundo se sienta contento para que nunca deje de venir el año entrante, y que nadie, ni siquiera yo, deje de oír la misa del Padre José Gregorio Quero, hijo de Dios que lo cautivó el enigma de San Cristóbal.

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EPISTOLARIO DE MUJER

“La poesía es un pájaroque se caga en las alambradas”

Sören Kierkegaard

No es fácil presentar la obra de un poeta. No hay una ley fundamental que rija la fórmula para hacerlo. Ello dependerá, en cierto modo, de la actitud y tendencia cultivada del expositor. En lo que a mí me concierne, debo decir, que, estéticamente hablando, la poesía de éste novel aeda caroreño, representa para la poesía venezolana, uno de sus más devotos servidores. Freddy Angulo se inspira en una sola mujer: la que tocó su sensibilidad de hombre y abrió su corazón para que de él floreciera la imaginación, poder que solo le es dado a los dioses como arrebato de la grandeza de la naturaleza. El autor de Epistolario de Mujer despierta el interés cuando advierte a su amada: “Exalto la ausencia/ en los polos de tus cabellos/ imploro cada fragmento de arena/ que has subyugado con tu pisada”. Si bien el influjo amoroso y pasional fluye atisbadamente en símbolos bien construidos, el poeta no logra la percepción de la musa, quizás por falta de acercamiento con los magnos rapsodas. Obviamente, la posibilidad de conseguir la perfección; descubrir el enigma extraordinario de la poesía, lo logrará con el paso del tiempo. No obstante, sería injusto no mencionarlo: temperamento poético le sobra, su expresividad en la imagen es aleccionadora, hay elegancia en el lenguaje, denota cierta disciplina, que de no abandonarla, más bien, tenerla como apostolado, seguramente, logrará la compresión cósmica de la función poética. Su afán por buscar el amor de esa agraciada hembra, lo aísla del mundo real, recogiéndose en sus vivencias mundanas: “Ven conmigo/ a regar las semillas intactiles/ de la mañana/ incineras la procreatividad/ con los adagios de tu andar/ enlútame en los simientes/ cúspides de los placeres”. Freddy Angulo, es muy joven aún, por eso anda en busca de experiencia. Ha empezado a oírse a sí mismo, para lograr su propia voz; ha empezado a deslastrarse de las voces que lo enriquecieron: Jesús Enrique León, su más ferviente

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maestro; Orlando Pichardo, Jesús Enrique Barrios, Pablo Neruda, maestro y mecenas de todos los lozanos vates que comienzan a dar sus primeros pasos por el espinoso camino de la poesía. Este es el segundo poemario que Freddy Angulo pública, y puede decirse sin equívoco alguno, que el poeta ha venido creciendo, pues, los diez y seis poemas que congregan o forman este Epistolario de Mujer demuestran el potencial humano y creativo de un hombre que no le teme a los obstáculos ni a la tragedia; todo lo contrario, percibe e intimidad sin afanes de grandeza el fervor del sueño más humano: conocer a profanidad el misterio hecho mujer, sin olvidar, claro está, como decía Jean Nouel, que “el arte es como la mujer, perfección incomprensible”, porque la mujer no solo es inspiración poética, “es además inventora de la perfección, aunque tenga alguna vez adorables defectos”.

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HACE FALTA OTRA COSA

(Al poeta Jonathan Mendoza, dedico)

“No llores…El mundo tiene demasiadas lágrimas…Hace falta otra cosa”

Pablo Neruda

Tengo el alma y el cuerpo lleno de cicatrices, como señal de que no ha sido fácil la vida. Sin embargo, no me arrepiento de nada. Quizás haber sido muy cándido en el peregrinar del camino. Antes coleccionaba amaneceres y geranios; una que otra prenda íntima femenina – como lo hacía don Sebastián Francisco de Miranda – que mis novias imaginarias – casadas, viudas, solteras, bembonas y de traseros voluminosos – dejaban tiradas o esparcidas, en lugares que hoy existen, solamente, en mi memoria. Ahora, colecciono recuerdos. Si algún pecado he cometido es haber confiado a ciegas en el hombre. He andado en medio de lobos, y, cabalgado sobre el caballo de la muerte. El tártaro no me es ajeno. He estado en él; sus huellas están tatuadas en mi piel. Dante Alighieri jamás imaginó ni conoció el infierno que me ha marcado para siempre. Confieso que soy cristiano ortodoxo. No practicante. Creo en Jesús de Nazareth como hombre y profeta. No soy gnóstico, porque a menudo veo el rostro de Dios, cuando hago el amor, claro está; creo en Jesús que predicó en Galilea no en su hermano gemelo: Simón, que, según los valentinianos, predicó en Siria, y quien fue igualmente sacrificado, por confabularse contra el poder de Roma, y como Jesús también resucitó al tercer día. Sin embargo, a pesar que María, la hija de Ana y Joaquín, descendientes directos de David, había parido a dos gemelos iguales, sólo uno de ellos era el hijo de Jehová: Jesús de Nazareth. (Acá entre nos: Juandemaro Querales, Míster Solo, cree que es posible que Jesús haya vivido y muerto en Cachemira, y le da la razón al escritor Andreas Faber-Kaiser; cree inclusive que Jesús tuvo descendencia con Magdalena; yo, en cambio, como sé que el presbítero Carlos Vivas, y mi bienamada madre, leerán ésta crónica, me abstengo de dejar constancia de mi discernimiento). Ha tiempo, alguien cuyo rostro angelical tampoco

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olvidaré, me preguntó: “¿Por qué escribes?” “Escribo – le explique a Génesis, una linda niña de piel morena, como la arena de la mar, que padecía de un cáncer terminal y ya le habían amputado todo su bracito derecho, quien con frecuencia visitaba mi oficina, en busca de algunos obsequios que yo siempre le guardaba a ella, y a su atormentado padre, algo de dinero para que comprara su medicina; le explicaba…a sabiendas de que ella no entendería mi respuesta – porque a pesar de no conocer el misterio de mi tristeza, hay alegría de piedra dulce en mi tristeza. Porque quizás algún día un idiota pueda matarme, pero no podrá enterrar la esperanza vivaz de mi lúgubre corazón”. (Vid. Corte de Apelaciones; Editorial Berkana; La Victoria, Edo. Aragua, Venezuela; año 2000; pág. 39). La historia de la traición es tan vieja como la humanidad. Por eso no creo en la religión de los sacerdotes pedófilos; ni en la amistad de falsos amigos, sino en el “Credo” de Aquiles Nazoa y el de Miguel Ángel Asturias. Por las noches, me desvelo, buscando la silueta de ausencia de mi gata en celo, y el frío pavoroso me convierte en un madero olvidado. Esta soledad que vivo y padezco me transforma en pájaro, hoja, y tallo. Busco su origen y encuentro la sonrisa de una vida salteada, por la envidia y por la sombra del averno que me sigue. Mi vida no ha sido fácil. A pesar de haber nacido en una humilde casa de la Calle San José de Carora, siempre me he comportado como lo que soy y seré siempre: un Príncipe de la poesía. El orbe me dio el privilegio de ser engendrado en el vientre de una mujer buena, sencilla, inteligente, honesta, valiente, como lo es, en efecto mi madre, quien ha tenido que presenciar el entierro de sus dos mayores hijos varones: uno, arrancado de la vida terrenal, por un cáncer terminal prostático; el otro, arrebatado por manos de delincuentes facinerosos, ratas asquerosas uniformadas de guardianes, cuando en realidad desprecian la condición humana; y, presenciar el destierro de la patria chica de su pequeño hijo, loco y vagabundo, a quien enseñó a distinguir el bien del mal, a no mentir, a no ser hipócrita, a decir siempre la verdad verdadera, aunque con ella se vaya al sepulcro. Decir la verdad con fingida modestia es hipocresía. No me gusta montar aviones. Pero hoy lo hago con frecuencia. A poco fui invitado por la Universidad del Zulia, en compañía del Dr. José Luis Tamayo Rodríguez, a dictar una conferencia sobre la prueba ilícita. “¿Hasta cuándo la ternura es castigo?” (Julio Jiménez) Si yo divulgara las cosas que sé de mis enemigos, ¿Qué ganaría yo con ello? Nada. Es mejor dejar el mundo como está: lleno de envidia y podredumbre. No he tenido suerte con los amigos. Pero a pesar de todo, no guardo rencor ni odio en mi corazón, ni siquiera a los infelices que atentaron contra mi vida la navidad pasada, porque con el suceder del tiempo, nadie hablará de ellos; nadie los recordarán; en cambio, mi nombre tiene un lugar ganado en la Historia de la Literatura y del Derecho Procesal Penal en Venezuela. ¿Qué hará el príncipe-poeta Leonardo actualmente? Se preguntará quien

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me recuerda fugazmente. Leo Un largo Camino a la Libertad de Nelson Mandela; esperando – ¿Llegará? – que el Magistrado Pérez Lanárez me traiga o me haga llegar, al menos, la última obra de Tomás Eloy Martínez: Purgatorio y que don Gilberto Abril Rojas me envié desde Colombia el libro: El Olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince.

LA OBRA POÉTICA DE JESÚS ANTONIO HERRERA

El trabajo poético de Jesús Antonio Herrera (Carora, 1954) quien además de ser abogado (USM) es periodista (UCV), expresa en toda su extensión, la sinceridad de un hombre que ama los valores más representativos y espirituales de la vida. Poesía honda, realista, absorta, serena y excitable. De tono muy personal. Entre los libros de prosa publicados por el Dr. Herrera, es preciso citar: El Diario de Carora: Historia y Compromiso; Periodismo: Fuerza Social; Fermín Toro y las Virtudes Ciudadanas. Su obra poética está dispersa en: Entre el Amor y la Muerte; Soledades; Homenaje a Carora. Su labor intelectual ha sido reconocida: Premio Municipal “Antonio Crespo Meléndez” Mención: Ensayos (1985); Mención Honorífica en Narrativa (1985); Premio Nacional de Literatura, Mención: Poesía, otorgado por el Ateneo de Carora “Guillermo Morón” (2008). En la década de los años 80 fue un articulista múltiple. Sus ensayos o artículos de opinión aparecían en los mejores diarios de la capital y de las principales ciudades del país. Sin embargo, a mí hoy me interesa hablar solamente de su poesía. Su primer poemario: Entre el Amor y la Muerte, vislumbra el sentido clandestino de la vida de un hombre culto, sosegado, sin esnobismos ni destemplanzas, como corresponde a un hombre que a la vez de jurista y comunicador social es un consagrado creador. Jesús Antonio Herrera se apasiona más por el arte de la literatura, cuando más por la poesía, que incluso por el ejercicio del derecho, más no por ello, la juventud del estado Lara deja de tener en él a un guía, en todo lo que constituye los Derechos Humanos. En Soledades el bardo ha madurado. Ya no esconde los sentimientos del corazón; expresa con palabras sinceras y simples lo que siente, logrando transmitir al lector el calor de lo humano y de lo divino, con toda fortuna, algo que no es común en todo hacedor de la palabra. Ha tiempo, por el año 1985 o quizás por el año 1987 Jesús Antonio Herrera publicó en El Diario de Carora un soneto dedicado al General Antonio José de Sucre. Me atrevo a

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decir que esa hermosa composición suya nada tiene que envidiarle a El Cardón de Luis Beltrán Guerrero. Por eso me ha extrañado que siendo él un sonetista consumado haya preferido el verso libre para articular sus emociones, algunas perfectamente logradas; otras sin sentido del ritmo. Obviamente, como narrador y como ensayista tiene muy nobles cualidades que le aseguran un lugar privilegiado en la historia de la literatura del país: empero, ese soneto será recordado por los más insignes maestros, porque está tallado en mármol y escrito en letras de oro; aunque, claro está, debo ser justo con el lector y con el autor de Soledades: la personalidad del poeta nos seduce; pero hay unos versos libres que no nos convence. Le faltan aplausos y aprobaciones de carácter literario. Su poema “Nuevamente Sombras” es un himno a la duda eterna. En “Esa otra Nostalgia” nos muestra un pensamiento complejo y hondo; es, a nuestro entender, uno de sus mejores poemas escrito en versos libres. Es una representación peculiar de los estragos de su vida. En Soledades el espíritu del autor busca la hermandad de las cosas unánimes—el río, el mar, el árbol, la piedra – y con ellos se funde, porque Jesús Antonio Herrera está seguro de que sólo en ellos hallará comprensión para sus castigos y alivio para sus aflicciones. La poesía de éste creador caroreño tiene de los auténticos aedas la generosidad, el desapego de las cosas materiales, la necesidad de entregar a los otros su tesoro interior, sin reservarse nada para sí mismo, y la fe inagotable en la bondad de los hombres. Difícil tarea resulta para un mero escribidor como yo, apenas un desempleado leguleyo que cree en la libertad como la mejor de las riquezas, plasmar en el papel un juicio sobre alguien que ha sido su amigo incondicional, su maestro de toda su adolescencia; más como escritor responsable no puedo incurrir en juicios laudatorios de compromisos, porque en verdad hay que poner las cosas en su lugar y ser justos, sobre todo cuando se tiene obligaciones solo con la almohada. Por eso, con auténtica pena, debo decir que me entusiasma más el poeta, el narrador y el ensayista de temas culturales, sociales y políticos, que el educador que se debate entre los derechos humanos; en todo caso, la escuela ganó un brillante profesor universitario; Carora perdió la honra de tenerlo como Alcalde, el estado Lara la oportunidad de tener en la Asamblea Nacional un ilustrado legislador, porque sin dudad, hoy por hoy, el rapsoda Jesús Antonio Herrera, es una referencia nacional y posiblemente la única reserva moral con que cuenta el estado Lara, en lo que a política se refiere.

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LUIS ALBERTO MELÉNDEZ MELÉNDEZ*

(Al viejo Polo y a Mama Goya, dedico)

Esta mañana tuve un mal presentimiento. Un mal presagio. Se lo comuniqué a mi hermana Raquel. Ella, tímidamente, me respondió: “Yo también”. Mi hermano Luis Alberto Meléndez Meléndez, desde ayer – 18 de diciembre—no aparecía y sus teléfonos celulares estaban apagados. Varias veces marqué sus números en vano. Mi madre estaba nerviosa, preocupada. A las 8 de la mañana, fui con mi sobrino Luis Alberto Meléndez (hijo) a colocar la denuncia por ante el CICPC-Carora. Antes yo había ido a hacerme unos exámenes en el laboratorio de la Lic. María Chami, amiga de la familia. Media hora después llegó a casa de mi mamá, mi cuñado, Hernán González. Le conté de mi intranquilidad. De repente suena mi celular y al ver que era mi sobrino Luis Alberto (hijo), lo abro inmediatamente, y oigo que me dice – aturdido por el dolor y la impotencia – que el cadáver de mi hermano Luis Alberto Meléndez Meléndez se hallaba en la morgue del Hospital “Pastor Oropeza”. De inmediato Hernán y yo, nos abrazamos, y ambos, lloramos, sin percatarnos que mi adorada madre, se encontraba en la cocina. Ella, al oírnos llorar, desesperadamente, salió al pasillo y nos preguntó: “¿Lo mataron?”, “¿Mataron a mi hijo?”... No pude responderle ni siquiera me atreví ver su demacrado rostro. Le pedí a Hernán que me llevara al hospital. En el trayecto llevaba una esperanza. Una maldita esperanza: de que no fuera mi hermano. Llegamos al hospital. Entré y lo vi. Terriblemente torturado. Despiadadamente golpeado. Amarrado como si fuera un perro, un animal. Manos sanguinarias acabaron con la vida de mi hermano. Nunca le hizo mal a nadie. Ayudó a muchísimas personas, y no pocas veces, llegó a quedar limpio después de darle lo único que cargara en los bolsillos a quien lo necesitara. “¿Padre, por qué me has abandonado?”, recitó el hijo de María y de José El Carpintero, a Dios cuando sintió que su muerte estaba

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cerca. ¿Padre, qué se hicieron mis oraciones, por qué no socorriste a mi hermano cuando más te necesitó? ¿Dónde estabas? Mañana, temprano, muy temprano, a las 10 a.m., sepultaremos a mi hermano Luis Alberto. Unos criminales asesinaron a mi hermano. Cerraron sus ojos para siempre. Empero, su alma está liberada. Libre. Yo lo sé. En algún lugar del universo mi abuelo Papa Chú y Mama Teresa lo esperan para abrazarlo y transformar su angustia y dolor en bálsamo de alegría. ¿Padre Mío, por qué no socorriste a mi hermano cuando más necesitó de ti? ¿Acaso es inútil la plegaria? ¿No dice la Biblia, en su Salmo 91, que “Caerán mil a tu lado, y diez mil a tu diestra, pero a ti no llegará”? Si yo supiera que mi hermano Luis Alberto, hubiere sido un delincuente, bajaría la cerviz, y aceptaría este inesperado golpe que ha marcado mi vida para siempre. Pero, Luis Alberto, mi hermano, era un hombre honesto, decente, un extraordinario hombre de negocios, un grandioso padre, un maravilloso hijo, un impresionable hermano, sin ninguna macula de maldad en su alma de niño. Nunca se le conoció enemigo alguno. Jamás habló ni se expresó mal de nadie. Hermético. Callado. Cuando estaba enfermo nunca se lo comunicaba a nadie, ni siquiera a nuestra madre, para no preocupar ni molestar a ninguno de sus allegados. Últimamente habíamos tenido una reunión muy familiar, propiciada por mi cuñado Francisco Olivera Palencia, y todos le preguntamos que si tenía algún problema, si temía algo, y a sus hermanos nos manifestó: “Mi mamá estará muy orgullosa de nosotros sus hijos; yo nunca he estado ni estaré involucrado en cosas malas”, y dirigiéndose a nuestra hermana Raquelita, dijo: “Siéntase orgulloso de mí, yo lo único que soy y seré toda la vida es un buen comerciante”. Y le creímos, y así lo creemos. Mi hermano Luis Alberto jamás llegó a contarme nada pérfido que pudiera poner en peligro su vida o que pudiera deshonrar el apellido de nuestra honorable madre, herencia de nuestros abuelos maternos. Por ello nos duelen los malsanos comentarios que impúdicos personeros sin oficios han lanzado a la calle para hacernos daño. Empero, toda Carora conocía a mi hermano Luis Alberto. Toda Carora sabe que mi hermano era un buen hombre. Era amigo del pobre y del burgués, como me gusta llamar a los bolsas que idolatran el dinero y creen que ello es todo en el mundo; compartía y disfrutaba de las conversaciones con los limpiabotas y con tantas gentes que se le acercaban en la Panadería “Flor de Carora”, a pedirle “ Luis regálame algo que ando pelando”, y él, como cuenta mi hermano Andrés Eloy Álvarez, malhumorado de mentira, ripostaba : “ Chico, yo lo que tengo es la pura cara de rico, habiendo aquí setenta personas, te antojaste del más pendejo”, y no había terminado la frase cuando sacaba de su bolsillo lo que cargara y no solo le daba algo de dinero sino que también le pedía un café y comenzaba a charlar con esa persona de lo más normal como si lo conociera desde hace tiempo. ¿Padre Mío, por qué no socorriste a mi hermano cuando más necesitó de ti? Mataron a mi

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hermano Luis Alberto y una inmensa impotencia se convierte en lágrimas y la tristeza en el cuchillo que hoy quema lo que queda de mi alma.

P.D: Hace un año mataron a mi hermano. Mi dolor sigue intacto, aunque, poco a poco, me he ido acostumbrando a ello. Mi hermano fue un comerciante muy brillante y honesto; hasta puedo asegurar que ninguno de sus hermanos – ni paternos ni maternos – nos asemejamos o nos acercamos a él. Ni siquiera sus hijos heredaron su sapiensa y habilidad comercial. Lamentablemente, Luis, tenía un defecto, un gran defecto: tenía alma de niño y como tal, era demasiado ingenuo. Hace un año me pregunté y hoy nuevamente lo hago, haciendo mías las palabras de San Agustín: “¿Quién sembró en mí este semillero de amarguras?”.

* Esta crónica salió publicada el día 18 de diciembre de 2009 en el diario El Impulso de Barquisimeto. Al día siguiente – el 19 – a esos de las 6 de la tarde, saliendo de la casa de mi hermana Daybo Pereira Meléndez, fui víctima de un vil atentado, que me mantuvo entre la vida y la muerte. Permanecí treinta y cinco días, en tres clínicas diferentes; de los cuales, veinte en terapias intensivas y cinco días en estado de coma. Con anterioridad había recibido varias llamadas amenazándome con secuestrar un hijo mío o en tal caso a mí persona, sino entregaba una alta suma de dinero. Interpusimos la denuncia por ante el Grupo Anti-Extorsión y Secuestro del estado Lara, con sede en la ciudad de Barquisimeto. No hicieron nada al respecto. No trabajaron como ha debido ser. Días antes – lo recuerdo como si hubiera sido ayer – el Dr. Ramón Pérez Linárez me llamó, para advertirme que debía cuidarme, por una situación que hasta la fecha de hoy, no logro comprender cómo y de qué manera consiguió enterarse. Tengo mi conciencia muy tranquila – no sé los demás – y no albergo en mi alma ni siquiera un grano de resentimiento contra nadie. Por lo otro, no me arrepiento absolutamente de nada; no me arrepiento haber intentado que se hiciera justicia en el caso de mi hermano Luis Alberto Meléndez, quien fue secuestrado y asesinado por un organismo policial, y después de su despiadada muerte, varias personas han pretendido mancillar su nombre. Pero el pueblo caroreño es muy sabio y noble; la multitudinaria población que conoció de cerca a mi hermano, consciente está que él era un hombre virtuoso y distinguido, incapaz de hacerle mal a nadie, y que en ese inmenso cuerpo de hombre, convivía el espíritu de un travieso niño – sí, el mismo que tantas veces subió el Cerro de la Cruz a elevar papagayos con sus amigos – y que ahora lo hace desde el cielo.

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MI GATO AMARILLO

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Antes de las diez de la noche, cuando estaba a punto de terminar la novela que acostumbro ver, correspondía levantarme rápidamente para abrirle la puerta de la casa, a “Estrella”, mi testarudo y robusto gato amarillo, el cual después que mi hijo José Leonardo le daba de comer, salía a deambular todas las noches, en ocasiones con uno u otro gato vecino, en busca de pasiones sibilinas, hasta las cinco de la alborada, cuando ya el crepúsculo matutino comienza a florecer. A esa hora volvía yo a abrirle la puerta de mi casa, y él, cansado, se dirigía a comer, para luego echarse sobre el sillón donde dormitaba todo el día. “Estrella” era un pequeño y escurridizo felino que mi Papá Polito Álvarez habíale regalado a José Leonardo. En realidad eran dos los gatitos. Sólo que uno, la hembrita, salió alebrestada y decidió cogerse el mundo para ella, marchándose una mañana de la casa para no regresar jamás. En cambio, “Estrella” con el transcurrir del tiempo – y gracias al amor y atención que le prodigó mi familia – se convirtió en un gato sumiso, obediente, dócil, y como decía mi mamá, también en haragán. Cuando percibía que la gatarina se había acabado, hecho el pendejo, y en forma silenciosa, se introducía en la casa de mi Mamá, quien posee tres enormes gatos, y entre ellos, un sordomudo, descendientes de una simpática gata, peluda, blanca-gris, de ojos tristes y soñadores, cuyo dueño es el antipático y ceñudo comentarista deportivo don Franklin Piña, y sin que Mamá se diera cuenta, se comía la comida de “Kiko”, “Kika”, y “El sordomudo”, y Mamá al percatarse lo despachaba como a veces hace conmigo después de darme de comer. Hay días en lo que despierto y lo oigo maullar. Me levanto y abro la puerta de mi casa, y la dejo semiabierta, mientras releo algún libro que he dejado inconcluso o mientras termino de cepillarme, Moraima, me dice que si es que me estoy poniendo loco, que no dejé la puerta de la calle abierta, que un día de estos nos van a robar y no sé cuántas cantaletas más, me visto y me voy a casa de Mamá a leer la prensa y a tomarme un poquito de café negro “para que se te componga el cuerpo, hijo”, dice Mamá cuyo corazón noble y bondadoso ya no le cabe en el pecho.

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-Gregoria, ¿Ya le dieron de comer a “Luky”?

-Sí Papá, contesta mi hermosa princesa.

-¿Y ya le echaron la comida a “Sirena”?

-Ajá, sí, sí Papá, responde de nuevo Gregoria, refunfuñando.

-¿Y qué se hizo “Estrella”? Ese gato vagabundo, ya tiene días que no llega a la casa, ¿No será que anda enamorado?...

-No, Papá- me aclara mi hijo José Leonardo—“Estrella” está en el cielo.

Carora, 17 de agosto de 2008.

Apostilla luctuosa: “Estrella”, mi inseparable y hermosísimo gato amarillo, luego de soportar dos operaciones y un largo tratamiento médico, murió a la 1:12 p.m., el día 9 de agosto de 2008. A esa hora, encontrándome almorzando con el Dr. William Bastidas Colombo y con mi hijo José Leonardo, recibí la llamada del médico veterinario Dr. José Gregorio Mosquera, para informarme de la infausta noticia. Ha mucho vi una película infantil titulada “Los perros también van al cielo”. Espero que “Estrella” se cuele por la puerta principal.

Nota bene : “Luky” es un diminuto morrocoy que me fuera obsequiado, recién nacido, cerca de la Montaña de Sorte, por una gentil viejita, de encantadores ojos grisáceos, conversadora sin par, el cual di a mis hijos para que lo tengan de mascota. Ya tiene un año y todo el que llega a mi casa se lo quiere llevar “prestado”. “Sirena” es una agraciada perrita yusa que encontré recién nacida y moribunda cerca de la quebrada que queda frente a “Chimar”, aposento donde de cuando en cuando, voy a pedir fiado algunas glaciales bebidas,

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néctar de los castos dioses caroreños, para calmarme el calor y espantar los hálitos profanos que abundan en estas calles de Dios. Tiene unos seis meses, y no la cambio ni por una poodle.

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PURGATORIO

(A Alessandra Victoria Coronel; Jackeline Torrealba; A.S.O.G; M. B; S. B; ellas saben por qué…Dedico)

“Les aseguro que no estoy enfermo créanmeni me suceden a menudo estas cosaspero pasó que estaba en un bañocuando vi algo como un ángel"Cómo estás, perro" le oí decirmebueno -eso sería todoPero ahora los malditos recuerdosya no me dejan ni dormir por las noches”

Raúl Zurita

Debo aclarar que el título de ésta crónica lo tomo prestado de la última obra de Tomás Eloy Martínez, sobresaliente novelista que nació el 16 de Julio de 1934 – para gloria de Sudamérica – y falleciera el 31 de Enero de 2010; y, aunque se casó – para no ser casado – y tuvo numerosas mujeres; su magno amor fue sin vacilación: Susana Rotker. Pero hoy no quiero hablar de literatura ni de cómo me vi obligado a comprar ésta obra que hace más de tres meses pedí a un amigo me la remitiera a mi lugar de destierro, ya que – por ahora, como dijera mi Comandante en Jefe en 1992 – no tengo trabajo alguno, y estoy triste, al mejor estilo de César Abraham Vallejo Mendoza: porque me da la gana. Por lo demás, tengo un torbellino de dudas rodando por mi cabeza. Ayer mi hermano Luis Alberto, cumplió dieciséis meses de muerto. He procurado recordar una que otra enseñanza bíblica y de nada me ha servido. ¿Cuántos libros religiosos, metafísicos, teológicos y filosóficos me he leído desde la época de mi bachillerato? Incontables. No por venir de un hogar clásico, plenamente religioso, católico: no, nada de eso. Por mi curiosidad intelectual. Nada más. Cuando murieron mis abuelos maternos, Papa Chú y Mama Teresa, me sumergí en ese laberinto profundo de la fe. Más adelante, cuando falleció mi hermano mayor, Jorge Franklin, yo – permítaseme la individualidad – hablaba de ello con mi hermano Luis Alberto. Él – Luis – era profundamente católico. Creyente en Dios y en la Virgen María en la advocación de la Chiquinquirá de Aregue. En mi caso particular, más por costumbre que por obligación, lo acompañaba a misa como en ocasiones hago con mis viejos padres, si bien,

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en más de una ocasión, me retiro del recinto eclesiástico, para no oír las peroratas del presbítero. (Y, créanme que no soy ningún apóstata ni nada que se parezca a ello). Dieciséis meses cumplió mi hermano de muerto. Dieciséis meses que unos truhanes, sin la valentía de dar la cara, lo asesinaron, cobardemente. Mi hermano Luis, tenía la costumbre de levantarse temprano, y antes de salir a trabajar, para llevar el sustento de su sudor a su familia, se persignaba y rezaba a las imágenes de la Virgen de Chiquinquirá y de San Benito. Por mi parte, yo – ¡por favor! Dispénseme mi yoismo o petulancia, como cariñosamente me dice el colega Dr. Ramón Pérez Linárez – también me levanto temprano. Y como Luis, también me persignaba y rezaba-sí, rezaba, mejor: oraba – y le pedía a la imagen de la Virgen de Lourdes que mi esposa me obsequió hace muchos años, por la salud y el bienestar de mis padres; pedía – sí, lo hacía – por todos y cada unos de mis hermanos; por mis hermanos de padre y madre; por mis hermanos de madre; y, por mis hermanos de padre; por mis hijos; por mi esposa; por una que otra gata…Bueno en fin, por todas las personas allegadas a mí. Desde que mataron a Luis, ya no lo hago. Ni rezo ni oro. Ni pido por nadie. Tampoco pido nada para mí. Ni siquiera después del vil atentado del que fui víctima el 19 de diciembre próximo pasado. (Por cierto, en esos días – permanecí 35 días en tres clínicas diferentes – recibí numerosas esquelas y mensajes de alientos, y uno de ellos, escrito por el Dr. Ramón Pérez Linárez, me hizo llorar en perturbadas ocasiones; no podía comenzar su lectura…Hasta que una tarde, parca y silenciosa, le pedí a mi hermosa bruja que me buscara la carta que Ramón me había escrito: ¡Y al fin! Conseguí leerla sin derramar una lágrima) Para paliar este dolor que socaban mis entrañas, me he dedicado mucho más a la lectura. Actualmente estoy escribiendo un libro sobre el debido proceso y la presunción de inocencia en el proceso penal que había dejado inconcluso, y del cual, solía comentarle a Luis, quien sin ser abogado o letrado, siempre se interesaba por mis cosas, sintiéndose orgulloso, cuando una que otra vez, y quizás por equivocación, yo ganaba algún premio. También he retomado un poemario que no tiene nombre sino arañazos y gemidos...Cada vez recuerdo el rostro demacrado de mi amada madre, una anciana de 82 años; y de mi viejo, de 85 años, quienes a cada rato me preguntaban – ya no lo hacen – cómo iban las investigaciones… Sé que están, posiblemente, como mi fe en el Creador: perdida... En verdad no sé si habrá justicia para mi hermano. Sé que ello no lo resucitará ni lo regresará a la vida. Hace unos días dialogando con un eminente colega mío, quien, del mismo modo, ha soportado adversidades, y, en todas ha salido airoso, le manifestaba que, con el tiempo, las heridas producidas por los sicarios que intentaron matarme, estaba seguro que no solo lo superaré sino que, asimismo, no le guardaré rencor ni odio a esas personas, que en el fondo, son merecedoras de misericordia, porque – inequívocamente –

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fueron criadas sin amor a la humanidad. En cambio, la muerte de mi hermano Luis Alberto en absoluto voy a superarlo. Viviré con ese dolor. Me acostumbraré a ese dolor. Me asiré al dolor de haber perdido a mi hermano. Es una lástima que ninguno de sus dos hijos varones se parezcan a él. En nada se parecen a mi hermano Luis Alberto. Han deshonrado su memoria. Por ello, de un tiempo a esta parte, he dejado de creer en el hombre. Desde tiempos inmemoriales el hombre ha buscado la esperanza en la eternidad. Ha creado mitos e íconos, viviendo por siglos, asido a la mentira. ¿Qué ello es sustancialmente fantástico, mágico? Por supuesto. Aporta tranquilidad, como cualquier quimera. Cuando recibo por facebook fotografías de mis hermanos fallecidos, como hoy, en la que fui etiquetado por mi hermana Raquelita, no encuentro palabras cómo expresar este sentimiento de añoranzas y tristeza que día a día, aprisiona lo que queda de mi ser.

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MIENTRAS EL AVIÓN VUELA POR LOS CIELOS

“Si miro hacia atrás y trato de recordar los hechos que he vivido, los pasos que me han traído hoy hasta aquí, nunca estoy completamente seguro de si estoy rememorando o inventando”, dice Héctor Abab Faciolince, ese gran escritor colombiano, nacido en Medellín, en 1958, autor, entre otras no menos valiosas obras, que de El Olvido que Seremos y Traiciones de la Memoria, libros que me ha traído como obsequio, ese otro gran novelista colombo-venezolano, don Gilberto Abril Rojas, venido desde las lejanas cuán favorecidas tierras de Boyacá, y quien caballerosamente ha puesto en mis manos una tarjeta de invitación para asistir al XXXI Encuentro Internacional de Escritores en Chiquinquirá, Colombia, desde el día 9 hasta el 12 de septiembre de 2010. “Debe asistir Ud. – me indica – porque el día 11 de septiembre habrá una presentación de libros y revistas. Y ese día, se presentarán dos libros de Juandemaro Querales: La Historia Barroca en la Narrativa de Gilberto Abril Rojas y Mala Señal”. “También – agrega don Gilberto con su acentuado dialecto costeño – vamos a bautizar una obrita mía titulada La Ruta del Cocuy, y Ud., es el encargado de presentar dichos libros”. Estoy ansioso de culminar la lectura de Purgatorio la última novela escrita por el argentino Tomás Eloy Martínez, la cual hube de hacer el esfuerzo de adquirirla, por cuanto me cansé de los ofrecimientos por parte del ex – Magistrado, Dr. Ramón Pérez Linárez. “Dos mulas de tiro han caído muertas y nadie las puede mover. No hay más remedio que desviarse”, creo que expresa el escolta de Emilia Dupuy cuando baja del vehículo que los traslada a no sé dónde porque apenas voy en la página 63. Hoy, a media noche, seguramente, extenderé un poco más esa historia. Ésta semana que ya culmina – aunque según la Primera Carta a los Corintios y los Evangelios, el primer día de la semana comienza hoy domingo 25 de Julio – he tenido la oportunidad de viajar por diversos estados: Zulia, Trujillo, Aragua, Carabobo, Yaracuy, Cojedes, Lara, Distrito Capital y, finalmente, de regreso a San Cristóbal, Táchira. Visité no menos de seis Palacios de Justicias o estrados judiciales, como prefiero llamar a esos recintos donde muchas veces se deja el alma, y la capacidad de asombro se pierde en el Olimpo. En uno de los aeropuertos donde estuve, dos situaciones me colocaron en serios aprietos: en el Zulia un joven – presumo que estudiante de filosofía – en una amena conversación – confieso que temo a las alturas – me inquirió – candorosamente, si cabe el vocablo – qué de dónde éramos – se refería a mi asistente y a mí,

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naturalmente – y si creía en la amistad verdadera. He pensado que el joven peregrino hizo tales preguntas porque advirtió que en mis manos tenía un libro – que intenté leer, en vano, tanto en los aviones como en las salas de espera de los aeropuertos – titulado No he Venido Aquí a Hacer Amigos: Desventuras de Un Consultor IT (III Premio de Narrativa Caja Madrid) de Jaime Miranda. Por un instante estuve tentado llamar al Dr. Nelson Mujica, mi ex – socio de Barquisimeto, para que me diera el número telefónico celular del abogado Ramón Aguilar Lucena, socio principal del Escritorio Jurídico Pérez Linárez & Asociados, y así llamarlo y pedirle a él que le explicara a dicho joven el delicado tópico de la amistad. En el silencio que guardo mientras el avión vuela por los cielos, me preguntaba: ¿Cuánto cuesta realmente una amistad? ¿Cien Mil Bolívares fuertes? ¿Trescientos Mil Bolívares Fuertes? ¿Cuatrocientos Mil Bolívares Fuertes? Habría que preguntárselo al culto y erudito profesor universitario y ex – Magistrado, Dr. Ramón Alfredo Aguilar Lucena1. La otra circunstancia o escenario vivido por mí en esa tarde tan exaltada como acalorada, es que, en la lista de espera, ya habíanse anotado las quince personas reglamentarias; nosotros habíamos llegado tarde, por un derrumbe que hubo en la carretera hacia el Aeropuerto de Santo Domingo. Sin embargo, logramos conversar con la gerente del Aeropuerto de San Antonio, Táchira, y, una vez expuesta nuestra premura de montar el avión, asintió anotarlos en los numerales 16 y 17. En ese ajetreo, visualicé una guapa mujer, achocolatada, de ojos achinados, diminutos, y de largas pestañas; poseedora de unos labios gruesos – bembona, como decimos en Carora – seductores, de cabellos ondulados, con un trasero perfecto, hecho a mano, que poco a poco, se fue acercando hacia donde me hallaba. Como pueblerino al fin, intenté acomodarme la corbata, y a peinarme con los dedos, y, sin darme cuenta, tan divina ninfa fue aproximándose más a mí, hasta que, tocó mi hombro derecho para decirme: “ Señor, señor, será que Ud., puede decir que yo soy su hija, para que me anoten a mí también. Necesito llegar hoy a Maiquetía, porque de allí debo tomar un avión hacia México”. Cuando llegué a mi hogar, lo primero que hice fue contarle a mis preciosas brujas, que en el Aeropuerto de San Antonio, una lozana odontóloga, de unos 26 años, quería que yo me hiciera pasar por su padre, y, como si nada de ello me importara, les pregunté a ambas: ¿Tan viejo estoy? – “Sí, muy viejo” – respondieron al unísono.

1 Éste abogado, a quien en más de una ocasión, le demostramos solidaridad – desde el punto de vista profesional y gremial – actuó como defensor de una de las personas que – supuestamente – actuaron en el secuestro y posterior asesinato de mi hermano Luis Alberto Meléndez Meléndez. Después me enteré que lo exoneraron o renuncio – no lo recuerdo, realmente – y los nuevos defensores lograron conseguir una medida cautelar sustitutiva de libertad, no obstante que el imputado había sido acusado por su presunta vinculación en el secuestro de dos adolescentes, hecho que conmocionó a todo el estado Lara.

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PALABRAS MÁS, PALABRAS MENOS

“Hay poetas que están en el infierno.Otros en el purgatorio, pero ninguno en el paraíso”

Giovanni Quessep

El novelista estadounidense Ernest Hemingway (1899-1961), con el sarcasmo que siempre lo acompañó, fue quien dijo, palabras más, palabras menos: “La cualidad más esencial para un buen escritor es la de poseer un detector de mierda, innato y a pruebas de golpes”. No hay nada que yo deteste más en la vida que una puta chillona y las personas que se ocultan detrás de la falsedad y de la hipocresía, y que creen que uno es pendejo. He tenido pequeños y grandes enemigos. Y cuando he tenido que enfrentarme, nunca me he ocultado detrás del seudónimo, y mucho menos del anonimato, y, por supuesto, tampoco he denigrado de nadie a sus espaldas. Es cobarde quien lo hace. Tengo gran respeto por mis enemigos. Pero lo maravilloso de todo es que no tengo ningún resentimiento o algún malsano remordimiento. ¡Qué el Santísimo me ampare! Me gustan los grandes enemigos. Que sean inteligentes y que tengan mucho poder. De los pequeños no me ocupo. No malgasto en ellos ni siquiera un mal pensamiento. Afortunadamente, en el gremio de los abogados, y en el regazo de los literatos, todos nos conocemos. Hay abogados que solo ganan sus juicios en la prensa; y, en los estrados judiciales, se valen de torniquetes y otras roscas, porque, sencillamente, repudian la justicia e ignoran los más elementales principios del derecho procesal penal moderno. Hay escritores que son unos cagatintas tasados. Temen escribir lo que sienten por prevención al qué dirán. Pobrecitos. Extraño el canto del gallo a las cinco y media de la mañana. El ladrido de mis perras. De “Katy” y “Sirena”. Añoro masturbarme el clítoris con mis amigos. A través de la montaña advierto cuán enormes son los edificios, feroces y con ganas de comerme o devorarme como cualquier insignificante bocadillo. Siento que ésta gran ciudad desea atraparme; utilizarme como cualquier trapo sucio. Los pájaros que revoletean me llevan a mi telúrico pueblo. Extraño mis libros. Mis gatas. Mis putas. Mis mujeres. Ya nadie juega con mis bolas. Eso duele. Me duele. Tantos payasos a mi alrededor ofusca mi entendimiento. Temo ser devorado en cualquier instante. Presto atención a las caravanas de gentes que deambulan por las calles; desde aquí arriba, desde éste cerro ceñido de cemento, el silencio me trae a la memoria a Ernest Hemingway: “Un hombre puede ser derrotado pero no destruido”, ¿dónde, en qué lugar leí esto? ¿En El Viejo y el Mar? No me acuerdo. Quizás es por el insomnio. Esta madrugada desperté con ganas de conversar. Mi esposa estaba en el quinto sueño. ¿Se dice así? ¿Por qué en el quinto y no en el primero? De nuevo me acosté a dormir. Soñé que estaba despierto. De pronto mi hermano Luis Alberto Meléndez se apareció y sonriendo me dijo sé que llevas mucho tiempo sin poder dormir, pensando en lo que me sucedió y en lo que pudo no suceder. Ya no puedo cuidarte. Tampoco podemos ser socios ni vender quesos ni crema como antes. No necesitas verme porque yo siempre he estado contigo. Cuanto más piensa en mí, más crezco y me fortalezco en tu corazón. ¿Por qué no te cuidaste? ¿Quién te traicionó? Todo a su momento, Leonardo. Tú como siempre, tan crédulo. Aquí, en estos momentos, te propongo algo. ¿Qué te parece si ambos escribimos un libro? Me encantaría. Necesito que el mundo sepa lo que me ocurrió. Cuenta conmigo, Luis. ¿qué tal si de cuando en cuando me asomo, vengo y hablamos desde la época que te llevaba

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agarrado de la mano a ver el matinal del Cine Estelar en la Calle Bolívar, porque Mamá así me lo pedía? ¿Te acuerdas, Leonardo? De eso hace tiempo. Llévalo de la mano, no lo solté por el camino. Muchos de los que has creído que son tus amigos, después que publiques nuestras conversaciones te odiaran y te envidiaran aún mucho más. ¿Te animas? Tú sabes que siempre contarás conmigo, Luis. Son las 6:45am. Me acerco a la ventana y mientras veo un grupo de niños que van a la escuela, Moraima me dice vas a tomar café negro o te le echo Coffee-mate, sí como tú quieras, le digo. ¿Me odiarán más? ¡Verga! Esto se pone bueno. A Oscar Wilde lo odiaron por su homosexualidad, y no ha habido un genio más grande que él. Quizás Wolfgang Goethe. Van Gogh, el gran pintor de los girasoles, fue duramente odiado por su exacerbado amor a una prostituta, ¡Pero nadie ha pintado como Van Gogh! A Charles Baudelaire, lo odiaron por su afición al opio, pero nadie ha escrito un libro tan hermoso como Las Flores del Mal No he olvidado que, poco antes de morir Ludovico Silva, un estudiantico de Letras de la UCV, escribió en El Nacional de Caracas sobre “lo borracho que éste era”. De ese infeliz “estudiante” nunca supe más; quién sabe la vida no le alcancé para leer la obra completa del único escritor latinoamericano que conocía, palmo a palmo, la obra de Karl Marx. ¿Cuál es la razón de estas líneas? Ninguna. Solo busco un motivo para dilucidar el agua turbia.

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