Michael Ende La Historia Interminable

454
ENDE, MICHAEL novelasdescargas.blogspot.com LA HISTORIA INTERMINABLE La Historia Interminable De Michael Ende - 1 -

description

Libro épico.Narra la historia de un niño nada ordinario quien leyendo un libro se convierte en el protagonista de la historia del mismo

Transcript of Michael Ende La Historia Interminable

La Historia Interminable

ENDE, MICHAEL novelasdescargas.blogspot.com LA HISTORIA INTERMINABLE

La Historia Interminable

De

Michael Ende

ndice

5Prologo

15Fantasa En Peligro

25E1 Llamamiento De Atreyu

36La Vetusta Morla

47Ygrmul El Mltiple

55Los Dos Colonos

63Las Tres Puertas Mgicas

74La Voz Del Silencio

85En El Pas De La Gentuza

95La Ciudad De Los Espectros

107El Vuelo A La Torre De Marfil

116La Emperatriz Infantil

126El Viejo De La Montaa Errante

136Pereln, La Selva Nocturna

146Goab, El Desierto De Colores

155Gragraman, La Muerte Multicolor

163Amarganz, La Ciudad De Plata

175Un Dragn Para Hynreck El Hroe

190Los Ayayai

201Compaeros De Viaje

211La Mano Vidente

225El Monasterio De Las Estrellas

238La Batalla De La Torre De Marfil

253La Ciudad De Los Antiguos Emperadores

267Doa Aiuola

280La Mina De Las Imgenes

290Las Aguas De La Vida

Prologo

Esta era la inscripcin que haba en la puerta de cristal de una tiendecita, pero naturalmente slo se vea as cuando se miraba a la calle, a travs del cristal, desde el interior en penumbra.

Fuera haca una maana fra y gris de noviembre, y llova a cntaros. Las gotas correteaban por el cristal y sobre las adornadas letras. Lo nico que poda verse por la puerta era una pared manchada de lluvia, al otro lado de la calle. La puerta se abri de pronto con tal violencia que un pequeo racimo de campanillas de latn que colgaba sobre ella, asustado, se puso a repiquetear, sin poder tranquilizarse en un buen rato.

El causante del alboroto era un muchacho pequeo y francamente gordo, de unos diez u once aos. Su pelo, castao oscuro, le caa chorreando sobre la cara, tena el abrigo empapado de lluvia y, colgada de una correa, llevaba a la espalda una cartera de colegial. Estaba un poco plido y sin aliento pero, en contraste con la prisa que acababa de darse, se qued en la puerta abierta como clavado en el suelo.

Ante l tena una habitacin larga y estrecha, que se perda al fondo en penumbra. En las paredes haba estantes que llegaban hasta el techo, abarrotados de libros de todo tipo y tamao. En el suelo se apilaban montones de mamotretos y en algunas mesitas haba montaas de libros ms pequeos, encuadernados en cuero, cuyos cantos brillaban como el oro. Detrs de una pared de libros tan alta como un hombre, que se alzaba al otro extremo de la habitacin, se vea el resplandor de una lmpara. De esa zona iluminada se elevaba de vez en cuando un anillo de humo, que iba aumentando de tamao y se desvaneca luego ms arriba, en la oscuridad. Era como esas seales con que los indios se comunican noticias de colina en colina. Evidentemente, all haba alguien y, en efecto, el muchacho oy una voz bastante brusca que, desde detrs de la pared de libros, deca:

-Qudese pasmado dentro o fuera, pero cierre la puerta. Hay corriente.

El muchacho obedeci, cerrando con suavidad la puerta. Luego se acerc a la pared de libros y mir con precaucin al otro lado. All estaba sentado, en un silln de orejas de

cuero desgastado, un hombre grueso y rechoncho. Llevaba un traje negro arrugado, que pareca muy usado y como polvoriento. Un chaleco floreado le sujetaba el vientre. El hombre era calvo y slo por encima de las orejas le brotaban mechones de pelos blancos. Tena una cara roja que recordaba la de un buldog de esos que muerden. Sobre las narices, llenas de bultos, llevaba unas gafas pequeas y doradas, y fumaba en una pipa curva, que le colgaba de la comisura de los labios torcindole toda la boca. Sobre las rodillas tena un libro en el que, evidentemente, haba estado leyendo, porque al cerrarlo haba dejado entre sus pginas el gordo dedo ndice de la mano izquierda... como seal de lectura, por decirlo as.

El hombre se quit las gafas con la mano derecha, contempl al muchacho pequeo y gordo que estaba ante l chorreando, frunciendo al hacerlo los ojos, lo que aument la impresin de que iba a morder, y se limit a musitar: -Vaya por Dios! -Luego volvi a abrir su libro y sigui leyendo. El muchacho no saba muy bien qu hacer, y por eso se qued simplemente all, mirando al hombre con los ojos muy abiertos. Finalmente, el hombre cerr el libro otra vez -dejando el dedo, como antes, entre sus pginas- y gru:

-Mira, chico, yo no puedo soportar a los nios. Ya s que est de moda hacer muchos aspavientos cuando se trata de vosotros..., pero eso no reza conmigo! No me gustan los nios en absoluto. Para m no son ms que unos estpidos llorones y unos pesados que lo destrozan todo, manchan los libros de mermelada y les rasgan las pginas, y a los que les importa un pimiento que los mayores tengan tambin sus preocupaciones y sus problemas. Te lo digo slo para que sepas a qu atenerte. Adems, no tengo libros para nios y los otros no te los vendo. Est claro?

Todo eso lo haba dicho sin quitarse la pipa de la boca. Luego abri el libro otra vez y continu leyendo.

El muchacho asinti en silencio y se dio la vuelta para marcharse, pero de algn modo le pareci que no deba aceptar sin protesta aquel sermn, y por eso se volvi otra vez y

dijo en voz baja:

-No todos son as.

El hombre levant despacio la vista y se quit de nuevo las gafas.

-Todava ests ah? Qu hay que hacer para librarse de ti, me lo quieres decir? Qu era eso tan importantsimo que has dicho?

-No era importante -respondi el muchacho en voz ms baja todava-. Slo que... no todos los nios son como usted dice.

-Vaya! -El hombre enarc las cejas fingiendo asombro-. Entonces, t eres sin duda una excepcin, no?

El muchacho gordo no supo qu responder. Slo se encogi ligeramente de hombros y se volvi otra vez para irse.

-Vaya educacin! -oy decir a sus espaldas a aquella voz refunfuona-. Desde luego no te sobra, porque, si no, te hubieras presentado por lo menos.

-Me llamo Bastin -dijo el muchacho-. Bastin Baltasar Bux.

-Un nombre bastante raro -gru el hombre-, con esas tres bes. Bueno, de eso no tienes la culpa porque no te bautizaste t. Yo me llamo Karl Konrad Koreander.

-Tres kas -dijo el muchacho seriamente.

-Mmm -refunfu el viejo-. Es verdad!

Lanz unas nubecillas de humo.

-Bueno, da igual cmo nos llamemos porque no nos vamos a ver ms. Ahora slo quisiera saber una cosa y es por qu has entrado en mi ienda con tanta prisa. Daba la impresin de que huas de algo. Es cierto?

Bastin asinti. Su cara redonda se puso de pronto un poco ms plida y sus ojos se hicieron an mayores.

-Probablemente habrs asaltado un banco -sugiri el seor Koreander-, o matado a alguna vieja o alguna de esas cosas que hacis ahora. Te persigue la polica, hijo?

Bastin neg con la cabeza.

-Vamos, habla -dijo el seor Koreander-. De quin huyes?

-De los otros.

-De qu otros?

-Los nios de mi clase.

-Por qu?

-Porque... no me dejan en paz.

-Qu te hacen?

-Me esperan delante del colegio.

-Y qu?

-Me llaman cosas. Me dan empujones y se ren de m.

-Y t te dejas?

El seor Koreander mir al muchacho un momento con desaprobacin y pregunt luego:

-Y por qu no les partes la boca?

Bastin lo mir asombrado.

-No... no quiero. Adems... no soy muy bueno boxeando.

-Y qu tal la lucha? -quiso saber el seor Koreander-. Correr, nadar, ftbol, gimnasia... No se te da bien nada de eso?

El muchacho dijo que no con la cabeza.

-En otras palabras -dijo el seor Koreander-, que eres un flojucho, no?

Bastin se encogi de hombros.

-Pero hablar s que sabes -dijo el seor Koreander-. Por qu no les contestas cuando se meten contigo?

-Ya lo hice una vez...

-Y qu pas?

-Me metieron en un cacharro de basura y ataron la tapa. Estuve dos horas llamando hasta que me oy alguien.

-Mmm -refunfu el seor Koreander-, y ahora ya no te atreves.

Bastin asinti.

-O sea -dedujo el seor Koreander-, que adems eres un gallina.

Bastin baj la cabeza.

-Y seguramente un pelota tambin, no? El mejor de la clase con todo sobresalientes, y enchufado con todos los profesores, verdad?

-No -dijo Bastin conservando la vista baja-. El ao pasado se me cargaron.

-Santo cielo! -exclam el seor Koreander-. Una nulidad en toda la lnea.

Bastin no dijo nada. Slo sigui all. Con los brazos colgantes y el abrigo chorreando.

-Qu te llaman para burlarse de ti?

-No s... Todo lo que se les ocurre.

-Por ejemplo?

-Gordo! Gordote! Sentado en un bote! Si el bote se hunde, el Gordo se funde. Bueno est que abunde!

-No es muy ingenioso -opin el seor Koreander-. Y qu ms?

Bastin titube antes de hacer una enumeracin.

-Chiflado, blido, cuentista, bolero...

-Chiflado? Por qu?

-Porque a veces hablo solo.

-De qu, por ejemplo?

-Me imagino historias, invento nombres y palabras que no existen, y cosas as.

-Y te lo cuentas a ti mismo? Por qu?

-Bueno, porque no le interesa a nadie.

El seor Koreander se qued un rato en silencio, pensativo.

-Qu dicen a eso tus padres?

Bastin no respondi enseguida. Slo al cabo de un rato musit:

-Mi padre no dice nada. Nunca dice nada. Le da todo igual.

-Y tu madre?

-No tengo.

-Estn separados tus padres?

-No -dijo Bastin-. Mi madre est muerta.

En aquel momento son el telfono. El seor Koreander se levant con cierto esfuerzo de su silln y entr arrastrando los pies en una pequea habitacin que haba en la parte de atrs de la tienda. Descolg el telfono y Bastin oy confusamente cmo el seor Koreander pronunciaba su nombre. Luego la puerta del despacho se cerr y slo pudo or un murmullo apagado.

Bastin se puso en pie sin saber muy bien lo que le haba pasado ni por qu haba contado y confesado todo aquello. Le molestaba que le hicieran preguntas. De repente se dio cuenta con horror de que iba a llegar tarde al colegio; era verdad, tena que darse prisa, correr... pero se qued donde estaba, sin poder decidirse. Algo lo detena, no saba

qu.

En el despacho segua oyndose la voz apagada. Fue una larga conversacin telefnica.

Bastin se dio cuenta de que, durante todo el tiempo, haba estado mirando fijamente el libro que el seor Koreander haba tenido en las manos y ahora estaba en el silln de cuero. Era como si el libro tuviera una especie de magnetismo que lo atrajera irresistiblemente.

Cogi el libro y lo mir por todos lados. Las tapas eran de color cobre y brillaban al mover el libro. Al hojearlo por encima, vio que el texto estaba impreso en dos colores. No pareca tener ilustraciones, pero s unas letras iniciales de captulo grandes y hermosas. Mirando con ms atencin la portada, descubri en ella dos serpientes, una clara y otra oscura, que se mordan mutuamente la cola formando un valo. Y en ese valo, en letras caprichosamente entrelazadas, estaba el ttulo

Las pasiones humanas son un misterio, y a los nios les pasa lo mismo que a los mayores. Los que se dejan llevar por ellas no pueden explicrselas, y los que no las han vivido no pueden comprenderlas. Hay hombres que se juegan la vida para subir a una montaa. Nadie, ni siquiera ellos, puede explicar realmente por qu. Otros se arruinan para conquistar el corazn de una persona que no quiere saber nada de ellos. Otros se destruyen a s mismos por no saber resistir los placeres de la mesa... o de la botella. Algunos pierden cuanto tienen para ganar en un juego de azar, o lo sacrifican todo a una idea fija que jams podr realizarse. Unos cuantos creen que slo sern felices en algn lugar distinto, y recorren el mundo durante toda su vida. Y unos pocos no descansan hasta que consiguen ser poderosos. En resumen: hay tantas pasiones distintas como hombres distintos hay.

La pasin de Bastin Baltasar Bux eran los libros. Quien no haya pasado nunca tardes enteras delante de un libro, con las orejas ardindole y el pelo cado por la cara, leyendo y leyendo, olvidado del mundo y sin darse cuenta de que tena hambre o se estaba quedando helado...

Quien nunca haya ledo en secreto a la luz de una linterna, bajo la manta, porque Pap o Mam o alguna otra persona solcita le ha apagado la luz con el argumento bien intencionado de que tiene que dormir, porque maana hay que levantarse tempranito...

Quien nunca haya llorado abierta o disimuladamente lgrimas amargas, porque una historia maravillosa acababa y haba que decir adis a personajes con los que haba corrido tantas aventuras, a los que quera y admiraba, por los que haba temido y rezado, y sin cuya compaa la vida le parecera vaca y sin sentido...

Quien no conozca todo eso por propia experiencia, no podr comprender probablemente lo que Bastin hizo entonces.

Mir fijamente el ttulo del libro y sinti fro y calor a un tiempo. Eso era, exactamente, lo que haba soado tan a menudo y lo que, desde que se haba entregado a su pasin, vena deseando: Una historia que no acabase nunca! El libro de todos los libros!

Tena que conseguirlo, costase lo que costase! Costase lo que costase? Eso era muy fcil de decir! Aunque hubiera podido ofrecerle ms de los tres marcos y cincuenta pfennig que le quedaban de su paga..., aquel antiptico seor Koreander le haba dado a entender con toda claridad que no le vendera ningn libro. Y, desde luego, no se lo iba a regalar. La cosa no tena solucin...

Y, sin embargo, Bastin saba que no podra marcharse sin el libro. Ahora se daba cuenta de que precisamente por aquel libro haba entrado all, de que el libro lo haba llamado de una forma misteriosa porque quera ser suyo, porque, en realidad, le haba pertenecido siempre!

Bastin escuch atentamente el murmullo que, lo mismo que antes, vena del despacho.

Antes de darse cuenta de lo que haca, se haba metido muy deprisa el libro bajo el abrigo y lo sujetaba contra el cuerpo con ambos brazos. Sin hacer ningn ruido, se dirigi a la puerta de la tienda andando hacia atrs y mirando entretanto temerosamente a la otra puerta, la del despacho. Levant el picaporte con cautela. Quera evitar que las campanillas de latn sonaran y abri la puerta de cristal slo lo suficiente para poder deslizarse por ella. Silenciosa y cuidadosamente, cerr la puerta por fuera.

Y slo entonces comenz a correr.

Los cuadernos, los libros del colegio y la caja de lpices saltaban y tableteaban en su cartera al ritmo de sus piernas. Le dio una punzada en el costado, pero sigui corriendo.

La lluvia le resbalaba por la cara, metindosele por el cuello. El fro y la humedad le calaban el abrigo, pero Bastin no lo notaba. Senta calor, y no era slo de correr.

Su conciencia, que antes, en la tienda, no haba dicho esta boca es ma, se haba despertado de repente. Todas las razones que haban sido tan convincentes le parecieron de pronto totalmente increbles, y se fundieron como monigotes de nieve bajo el aliento de un dragn.

Haba robado. Era un ladrn!

Lo que haba hecho era peor incluso que un robo corriente. Aquel libro era seguramente un ejemplar nico e insustituible. Sin duda haba sido el mayor de los tesoros del seor Koreander. Quitarle a un violinista el violn o a un rey su corona era peor que llevarse el dinero de un banco. Mientras corra, apretaba contra su cuerpo el libro, por debajo del abrigo. No quera perderlo por muy caro que le costara. Era todo lo que le quedaba en el mundo.

Porque a casa, naturalmente, no poda volver. Intent imaginarse a su padre, sentado en la amplia habitacin arreglada como laboratorio y trabajando. A su alrededor haba docenas de vaciados en escayola de dentaduras humanas, porque era protsico dental. Bastin no haba pensado nunca si a su padre le gustaba realmente aquel trabajo. Ahora se le ocurri por primera vez, pero ya no podra preguntrselo nunca.

Si volviera a casa ahora, su padre saldra del taller con su bata blanca y, quiz, con una dentadura de escayola en la mano, y le preguntara:

-Ya de vuelta?

-S -dira Bastin-.

-No hay colegio hoy? -Bastin vio ante s la cara tranquila y triste de su padre y se dio cuenta de que le sera imposible mentir. Pero tampoco poda decirle la verdad. No, lo nico que poda hacer era marcharse; a cualquier parte, muy lejos. Su padre no deba saber nunca que su hijo se haba vuelto ladrn. Y quiz ni se diera cuenta de que Bastin no estaba ya. La idea resultaba incluso un tanto consoladora.

Bastin haba dejada de correr. Ahora andaba despacio y, al final de la calle, vio el edificio del colegio. Sin darse cuenta, haba tomado su camino habitual. La calle le pareci vaca, aunque haba personas aqu y all. Pero, a quien llega tarde al colegio, el mundo que lo rodea le parece siempre muerto. De todas formas, le daba miedo el colegio, escenario de sus fracasos diarios; le daban miedo los profesores, que le rean amablemente o descargaban sobre l sus iras; miedo los otros nios, que se rean de l y no perdan oportunidad de demostrarle lo torpe y lo dbil que era. El colegio le haba parecido siempre como una pena de prisin largusima, que durara hasta que creciera y que l tena que cumplir con muda resignacin.

Pero cuando iba ahora por sus pasillos llenos de ecos, que olan a cera de pisos y a abrigo mojado, cuando el siniestro silencio de la casa le tapon de pronto los odos como un trozo de algodn y cuando, finalmente, estuvo delante de la puerta de su clase, pintada del mismo color espinaca seca que las paredes, comprendi que tampoco all se le haba perdido nada. Tena que irse. Y lo mejor era hacerlo ya.

Pero a dnde?

Bastin haba ledo en los libros historias de muchachos que se enrolan en un buque y se van a correr mundo para hacer fortuna. Algunos se hacan tambin piratas o hroes, y otros volvan ricos a su patria, unos aos ms tarde, sin que nadie sospechase quines eran.

Pero una cosa as no se atreva a hacerla Bastin. Ni siquiera poda imaginarse que lo aceptaran como grumete. Adems, no tena la menor idea de cmo llegar a un puerto donde hubiera buques apropiados para esas arriesgadas empresas.

Entonces, a dnde?

Y de pronto se le ocurri el lugar adecuado, el nico en donde -por lo menos, de momento- no lo buscaran y encontraran.

El desvn era grande y oscuro. Ola a polvo y naftalina. No se oa ningn ruido, salvo el suave tamborileo de la lluvia sobre las planchas de cobre del gigantesco tejado. Fuertes vigas, ennegrecidas por el tiempo, salan a intervalos regulares del entarimado, unindose ms arriba a otras vigas del armazn del tejado y perdindose en algn lado en la oscuridad. Aqu y all colgaban telas de araa, grandes como hamacas, que se columpiaban suave y fantasmalmente en el aire. De lo alto, donde haba un tragaluz, bajaba un resplandor lechoso.

La nica cosa viva en aquel entorno, en donde el tiempo pareca detenerse, era un ratoncito que saltaba sobre el entarimado, dejando en el polvo huellas diminutas. All donde la colita le arrastraba, quedaba entre las impresiones de sus patas una raya delgada. De pronto se enderez y escuch. Y luego -hush!- desapareci en un agujero de las tablas.

Se oy el ruido de una llave en la gran cerradura. La puerta del desvn se abri despacio y rechinando y, por un instante, una larga franja de luz atraves el cuarto. Bastin se meti dentro y cerr luego empujando la puerta, que rechin otra vez. Meti una gran llave en la cerradura y la hizo girar. Luego ech adems el cerrojo y dio un suspiro de alivio. Ahora s que no podran encontrarlo. Nadie lo buscara all. Slo muy raras veces vena alguien -de eso estaba bastante seguro!- e, incluso si la casualidad quera que precisamente hoy o maana alguien tuviera algo que hacer all, quien fuera se encontrara con la puerta cerrada. Y la llave no estara. En el caso de que, a pesar de todo, abrieran la puerta, Bastin tendra tiempo suficiente para esconderse entre los cachivaches.

Poco a poco, sus ojos se iban acostumbrando a la penumbra. Conoca el lugar. Seis meses antes, el portero del colegio le haba pedido que lo ayudase a transportar un gran

cesto de ropa lleno de viejos formularios y papeles que haba que dejar en el desvn. Entonces Bastin haba visto dnde se guardaba la llave de la puerta: en un armarito que haba en la pared, junto al tramo superior de la escalera. Desde entonces no haba vuelto a pensar en ello. Pero ahora se haba acordado otra vez.

Bastin comenz a tiritar, porque tena el abrigo empapado y all arriba haca mucho fro. Por de pronto, tena que buscar un lugar en donde ponerse un poco ms cmodo. Al fin y al cabo, tendra que estar all mucho tiempo. Cunto... En eso no quera pensar de momento, ni tampoco en que pronto tendra hambre y sed.

Anduvo un poco por all.

Haba toda clase de trastos, tumbados o de pie; estantes llenos de archivadores y de legajos no utilizados haca tiempo, pupitres manchados de tinta y amontonados, un bastidor del que colgaba una docena de mapas antiguos, varias pizarras con la capa negra desconchada, estufas de hierro oxidadas, aparatos gimnsticos inservibles, balones medicinales pinchados y un montn de colchonetas de gimnasia viejas y manchadas, amn de algunos animales disecados, medio comidos por la polilla, entre ellos una gran lechuza, un guila real y un zorro, toda clase de retortas y probetas rajadas, una mquina electrosttica, un esqueleto humano que colgaba de una especie de armario de ropa, y muchas cajas y cajones llenos de viejos cuadernos y libros escolares.

Bastin se decidi finalmente a hacer habitable el montn de colchonetas viejas. Cuando uno se echaba encima, se senta casi como en un sof. Las arrastr hasta debajo del tragaluz, donde la claridad era mayor. Cerca haba, apiladas, unas mantas militares de color gris, desde luego muy polvorientas y rotas, pero plenamente aprovechables. Bastin las cogi. Se quit el abrigo mojado y lo colg junto al esqueleto en el ropero. El esqueleto se columpi un poco, pero a Bastin no le daba miedo. Quiz porque estaba acostumbrado a ver en su casa cosas parecidas. Se quit tambin las botas empapadas. En calcetines, se sent al estilo rabe sobre las colchonetas y, como un indio, se ech las mantas grises por los hombros. Junto a l tena su cartera... y el libro de color cobre.

Pens que los otros, en la clase de abajo, deban de estar dando precisamente Lengua. Quiz tuvieran que escribir una redaccin sobre algn tema aburridsimo.

Bastin mir el libro.

Me gustara saber, se dijo, qu pasa realmente en un libro cuando est cerrado. Naturalmente, dentro hay slo letras impresas sobre el papel, pero sin embargo... Algo debe de pasar, porque cuando lo abro aparece de pronto una historia entera. Dentro hay personas que no conozco todava, y todas las aventuras, hazaas y peleas posibles... y a veces se producen tormentas en el mar o se llega a pases o ciudades exticos. Todo eso est en el libr de algn modo. Para vivirlo hay que leerlo, eso est claro. Pero est dentro ya antes. Me gustara saber de qu modo.

Y de pronto sinti que el momento era casi solemne. Se sent derecho, cogi el libro, lo abri por la primera pgina y comenz a leer

Fantasa En Peligro

sus agujeros, nidos y madrigueras se dirigan todos los animales del Bosque de Haule.

Era medianoche, y en las copas de los viejsimos y gigantescos rboles ruga un viento tempestuoso. Los troncos, gruesos como torres, rechinaban y geman.

De pronto, un resplandor suave cruz en zig-zag por el bosque, se qued temblando aqu o all, levant el vuelo, se pos en una rama y se apresur a continuar. Era una esfera luminosa, aproximadamente del tamao de una pelota, que daba grandes saltos, rebotaba de vez en cuando en el suelo y volva a flotar en el aire. Pero no era una pelota.

Era un fuego fatuo. Y se haba extraviado. Un fuego fatuo infatuado, lo que resulta bastante raro, incluso en Fantasia. Normalmente son los fuegos fatuos los que hacen que otros se infaten.

En el interior del redondo resplandor se vea una figura pequea y muy viva, que saltaba y corra a ms no poder. No era un hombrecito ni una mujercita, porque esas diferencias no existen entre los fuegos fatuos. Llevaba en la mano derecha una diminuta bandera blanca, que tremolaba a sus espaldas. Se trataba, pues, de un mensajero o de un parlamentario.

No haba peligro de que, en sus grandes saltos areos en la oscuridad, se diera contra el tronco de algn rbol, porque los fuegos fatuos son increblemente giles y ligeros y pueden cambiar de direccin en mitad de un salto. A eso se deba su ruta en zig-zag, porque, en general, se mova siempre en una direccin determinada.

Hasta que lleg a un saliente rocoso y retrocedi asustado. Jadeando como un perrito, se sent en la oquedad de un rbol y reflexion un rato, antes de atreverse a asomar de nuevo y mirar con precaucin al otro lado de la roca.

Ante l se extenda un claro del bosque y all, a la luz de una hoguera, haba tres personajes de clase y tamao muy distintos. Un gigante que pareca hecho de piedra gris y que tena casi diez pies de largo estaba echado sobre el vientre. Apoyaba en los codos la parte superior de su cuerpo y miraba a la hoguera. En su rostro de piedra erosionada, que resultaba extraamente pequeo sobre sus hombros poderosos, la dentadura sobresala como una hilera de cinceles de acero. El fuego fatuo se dio cuenta de que el gigante perteneca a la especie de los comerrocas. Eran seres que vivan inconcebiblemente lejos del Bosque de Haule, en una montaa... pero no slo vivan en esa montaa, sino tambin de ella, porque se la iban comiendo poco a poco. Se alimentaban de rocas. Afortunadamente, eran muy frugales y un solo bocado de ese alimento, para ellos sumamente nutritivo, les bastaba para semanas y meses. Adems, no haba muchos comerrocas y, por otra parte, la montaa era muy grande. Pero como aquellos seres vivan all desde haca mucho tiempo -eran mucho ms viejos que la mayora de las criaturas de Fantasa-, la montaa, con el paso de los aos, haba adquirido un aspecto muy raro. Pareca un gigantesco queso de Emmental lleno de agujeros y cavernas. Sin duda por eso la llamaban la Montaa de los Tneles.

Pero los comerrocas no slo se alimentaban de piedra, sino que hacan de ella todo lo que necesitaban: muebles, sombreros, zapatos, herramientas..., hasta relojes de cuco. Y

por eso no resultaba muy sorprendente que aquel comerrocas tuviera detrs una especie de bicicleta totalmente hecha del material citado, con dos ruedas que parecan robustas piedras de molino. En conjunto, la bicicleta pareca una apisonadora con pedales.

El segundo personaje que se sentaba a la derecha de la hoguera era un pequeo silfo nocturno. Como mucho, era dos veces mayor que el fuego fatuo y pareca una oruga negra como la pez, cubierta de piel, que se hubiera puesto de pie. Gesticulaba vivamente al hablar, con sus dos diminutas manitas de color rosa, y all donde, bajo unos pelos negros y revueltos, deba de tener la cara, ardan dos grandes ojos, redondos como lunas.

Silfos nocturnos, de las formas y los tamaos ms variados, haba en Fantasa por todas partes y, por eso, no se poda saber a primera vista si aqul haba llegado de cerca o de lejos. De todos modos, pareca estar tambin de viaje, porque la montura habitual de los silfos nocturnos -un gran murcilago- colgaba boca abajo, envuelta en sus alas como un paraguas cerrado, de una rama situada detrs de l.

Al tercer personaje del lado izquierdo de la hoguera slo lo descubri el fuego fatuo al cabo de un rato, porque era tan pequeo que, desde aquella distancia, slo poda verse con dificultad. Perteneca a la especie de los diminutenses, y era un tipejo muy fino, con un trajecito de colores y un sombrero de copa rojo en la cabeza.

Sobre los diminutenses el fuego fatuo no saba casi nada. Slo una vez haba odo decir que ese pueblo construa ciudades enteras en las ramas de los rboles, en las que las casitas estaban unidas entre s por escalerillas, escalas de cuerda v toboganes. Sin embargo, esas gentes vivan en una parte totalmente distinta del reino sin fronteras de Fantasa, ms lejos, mucho ms lejos an que los comerrocas. Por eso era tanto ms extrao que la cabalgadura que aquel diminutense tena a su lado fuera precisamente un caracol. Estaba detrs de l. Sobre su concha de color rosa brillaba una sillita de montar plateada, y tambin el bocado y las riendas que sujetaban sus cuernos brillaban como hilos de plata.

El fuego fatuo se maravill de que aquellos seres tan diversos se sentasen juntos armoniosamente, porque por lo comn, en Fantasa, no todas las especies vivan en paz y armona. A menudo haba luchas y guerras, existan tambin rivalidades de siglos entre determinadas especies, y adems no slo haba criaturas buenas y honradas, sino tambin rapaces, perversas y crueles. El propio fuego fatuo perteneca a una familia a la que podan ponerse reparos en materia de credibilidad y fiabilidad.

Slo despus de haber contemplado un rato la escena se dio cuenta el fuego fatuo de que los tres personajes llevaban una banderita blanca o una banda tambin blanca cruzada en el pecho. As pues, eran igualmente mensajeros o parlamentarios, y eso explicaba, desde luego, que se comportasen tan pacficamente.

No estaran de viaje, en fin de cuentas, por las mismas razones que el fuego fatuo?

Lo que hablaban no se poda entender desde lejos, a causa del rugiente viento que sacuda las copas de los rboles. Pero, como se respetaban mutuamente en calidad de mensajeros, quiz reconoceran tambin como tal al fuego fatuo y no le haran nada. Y, al fin y al cabo, tena que preguntar a alguien el camino. Sera difcil que se presentara una oportunidad mejor en pleno bosque y en plena noche. As pues, se decidi, sali de su escondite agitando la banderita blanca y se qued temblando en el aire.

El comerrocas, que tena el rostro vuelto en su direccin, fue el primero que lo vio.

-Hay muchsimo trfico esta noche -dijo con voz rechinante-. Ah llega otro.

-Huyhuy, un fuego fatuo! -cuchiche el silfo nocturno, y sus ojos de luna se encendieron-. Me alegro, me alegro!

El diminutense se puso en pie, dio unos pasitos hacia el recin llegado y gorje:

-Si no me equivoco, usted est aqu tambin en calidad de mensajero?

-S -dijo el fuego fatuo.

El diminutense se quit el rojo sombrero de copa, hizo una pequea reverencia y trin:

-En tal caso, acrquese por favor. Tambin nosotros somos mensajeros. Sintese.

Y, con un gesto de invitacin, seal con el sombrerito el sitio libre que quedaba junto a la hoguera.

-Muchas gracias -dijo el fuego fatuo acercndose ms, tmidamente-, perdonen la libertad. Permtanme que me presente: me llamo Blubb.

-Encantado -respondi el diminutense-. Yo me llamo Ockuck.

El silfo nocturno se inclin sin levantarse.

-Mi nombre es Vschvusul.

-Mucho gusto en conocerlo -rechin el comerrocas-. Yo soy Pyernrajzark.

Los tres miraron al fuego fatuo, que desvi la mirada nervioso. A los fuegos fatuos les resulta muy desagradable que los miren descaradamente.

-No quiere sentarse, amigo Blubb? -pregunt el diminutense..

-La verdad es que tengo mucha prisa -respondi el fuego fatuo- y slo quera preguntarles cmo llegar desde aqu a la Torre de Marfil.

-Huyhuy! -dijo el silfo nocturno-. Quieres ver a la Emperatriz Infantil?

-Exacto -dijo el fuego fatuo-. Tengo un mensaje muy importante que transmitirle.

-Qu mensaje? -rechin el comerrocas.

-Bueno... -el fuego fatuo cambi el peso de su cuerpo de una pierna a otra-, es un mensaje secreto.

-Los tres tenemos la misma misin que t... Huyhuy! -respondi Vschvusul, el silfo nocturno-. Estamos entre colegas.

-Es posible que incluso llevemos el mismo mensaje -opin ckuck, el diminutense.

-Sintate y cuntanos! -rechin Pyernrajzark.

El fuego fatuo se instal en el sitio libre.

-Mi patria -comenz a decir despus de reflexionar un poco- se encuentra bastante lejos de aqu... No s si alguno de los presentes la conoce. Se llama Podrepantano.

-Huyhuy! -suspir encantado el silfo nocturno-. Un lugar maravilloso!

El fuego fatuo sonri dbilmente.

-Verdad que s?-

-Y qu ms? -rechin Pyernrajzark-. Por qu ests aqu, Blubb?

-En Podrepantano, nuestro pas -sigui diciendo entrecortadamente el fuego fatuo-, ha ocurrido algo... algo incomprensible... Es decir, est ocurriendo an... Es difcil describirlo... empez por, es decir... Bueno, al este de nuestro pas hay un lago... o, mejor dicho, haba... llamado Clidocaldo. Y todo empez porque, un da, el lago de Clidocaldo no estaba ya all... Simplemente haba desaparecido, comprendis?

-Quiere usted decir -pregunt ckuck- que se sec ?

-No -repuso el fuego fatuo-, en tal caso habra ahora all un lago seco. Pero no es as. Donde estaba el lago no hay nada... Simplemente nada, comprendis?

-Un agujero? -gru el comerrocas.

-No, tampoco un agujero -el fuego fatuo pareca cada vez ms desamparado-. Un agujero es algo. Y all no hay nada.

Los otros tres mensajeros intercambiaron miradas.

-Qu aspecto tiene... huyhuy... esa nada? -pregunt el silfo nocturno.

-Eso es precisamente lo que es tan difcil de describir -asegur el fuego fatuo con tristeza-. En realidad, no se parece a nada. Es como... como... Bueno, no hay palabras para describirlo!

-Como si uno se quedara ciego al mirar ese lugar, no? -se le ocurri al diminutense.

El fuego fatuo lo contempl con la boca abierta.

-Eso es exactamente! -exclam-. Pero, de dnde... quiero decir, cmo... o es que tambin conocis ese...?

-Un momento! -rechin el comerrocas interviniendo--, Eso ha ocurrido en un solo lugar?

-Al principio s --explic el fuego fatuo-; es decir, el lugar se hizo cada vez mayor. Cada vez faltaba algo ms en la regin. El Supersapo Sumpf, que viva con su pueblo en el lago de Clidocaldo, desapareci de repente. Otros habitantes comenzaron a huir. Pero poco a poco empez tambin en otros lugares de Podrepantano. A veces era al principio muy pequeo, una cosa de nada, del tamao de un huevo de gallineta. Pero esos lugares se ensanchaban. Si alguien, por descuido, pona el pie en ellos, el pie... o la mano... o lo que hubiese entrado all desapareca tambin. Por lo dems, no es doloroso... lo nico que pasa es que, al que sea, le falta de pronto un pedazo. Algunos hasta se han tirado dentro intencionadamente, al ver que la nada se les acercaba demasiado. Tiene una fuerza de atraccin irresistible, que se hace tanto ms intensa cuanto mayor es el lugar. Ninguno de nosotros poda explicarse qu era esa cosa horrible, de dnde vena ni qu se poda hacer contra ella. Y, como por s sola no desapareca, sino que se extenda cada vez ms, finalmente se decidi enviar un mensajero a la Emperatriz Infantil para pedirle

consejo y ayuda. Y ese mensajero soy yo.

Los otros tres miraban ante s en silencio.

-Huyhuy! -se oy decir al cabo de un rato a la voz lastimera del silfo nocturno-. All de donde yo vengo ocurre exactamente lo mismo. Y estoy aqu con la misma misin... Huyhuy!

El diminutense volvi el rostro hacia el fuego fatuo.

-Cada uno de nosotros -gorje- viene de un pas distinto de Fantasia. Nos hemos encontrado aqu por pura casualidad. Pero todos traemos el mismo mensaje para la Emperatriz Infantil.

-Lo que quiere decir -gimi el comerrocas- que Fantasa entera est en peligro.

El fuego fatuo los mir uno tras otro, con un susto de muerte.

-Entonces -exclam ponindose en pie de un salto-, no hay un segundo que perder!

-De todas formas, bamos a marcharnos ya -explic el diminutense-. Slo habamos hecho un alto a causa de la impenetrable oscuridad de este Bosque de Haule. Pero ahora

que est con nosotros, Blubb, podr iluminarnos.

-Imposible! -exclam el fuego fatuo-. No puedo esperar a alguien que monta en un caracol.

-Pero si es un caracol de carreras! -dijo el diminutense un tanto molesto.

-Y adems... Huyhuy! -cuchiche el silfo nocturno-. Si no, no te diremos la direccin!

-Con quin estis hablando? -gru el comerrocas.

Porque la verdad era que el fuego fatuo no haba odo ya las ltimas palabras de los otros mensajeros, sino que se alejaba por el bosque a grandes saltos.

-Bueno -dijo -grandes el diminutense, echndose el sombrero de copa rojo hacia atrs-, como alumbrado de carretera, un fuego fatuo quiz no hubiera sido de todas formas lo adecuado.

Al mismo tiempo salt a la silla de su caracol de carreras.

-Tambin yo -declar el silfo nocturno llamando con un suave huyhuy! a su murcilago- preferira que cada uno viajara por su cuenta. Al fin y al cabo, voy por el aire!

Y zas! desapareci.

El comerrocas apag la hoguera golpendola simplemente unas cuantas veces con la palma de la mano.

-Tambin yo lo prefiero -se le oy rechinar en la oscuridad-. As no tendr que preocuparme de no aplastar cualquier cosa diminuta.

Y se le oy penetrar en el bosquecillo sobre su potente bicicleta, con toda clase de crujidos y chasquidos. De vez en cuando chocaba sordamente contra algn gigante arbreo y se le oa rechinar y gruir. Lentamente, el estrpito se alej en la oscuridad.

Uckuck, el diminutense, se qued solo. Cogi las riendas de hilo de plata y dijo:

-Bueno, veremos quin llega antes. Vamos, viejo, vamos!

Y chasque la lengua.

Y luego no se oy nada ms que el viento tempestuoso, que ruga en las copas de los rboles del Bosque de Haule.

El reloj de la torre prxima dio las nueve.

Slo de mala gana volvieron a la realidad los pensamientos de Bastin. Le alegraba que la Historia Interminable no tuviera nada que ver con esa realidad.

No le gustaban los libros en que, con malhumor y de forma avinagrada, se contaban acontecimientos totalmente corrientes de la vida totalmente corriente de personas totalmente corrientes. De eso haba ya bastante en la realidad y, por qu haba que leer adems sobre ello? Por otra parte, le daba cien patadas cuando se daba cuenta de que lo queran convencer de algo. Y en esa clase de libros, ms o menos claramente, siempre lo queran convencer a uno de algo.

Bastin prefera los libros apasionantes, o divertidos, o que hacan soar; libros en los que personajes inventados vivan aventuras fabulosas y en los que uno poda imaginrselo todo.

Porque eso saba hacerlo..., quiz fuera lo nico que realmente saba hacer: imaginarse algo tan claramente que casi poda verlo y orlo. Cuando se contaba a s mismo sus histo

rias, a menudo olvidaba todo lo que le rodeaba y se despertaba slo al final, como de un sueo. Y aquel libro era exactamente de la misma clase que sus propias historias! Al leerlo, no slo haba odo el rechinar de los gruesos troncos y el rugido del viento en las copas de los rboles, sino tambin las distintas voces de los cuatro extraos mensajeros, y hasta se haba imaginado percibir el olor del musgo y del suelo del bosque.

Abajo, en la clase, comenzara pronto la hora de Ciencias, que consista principalmente en contar pistilos y estambres a las flores. Bastin se alegr de estar en su esconditey poder leer. Era exactamente el libro apropiado para l, pens, exactamente el apropiado!

Una semana ms tarde, Vschvusul, el pequeo silfo nocturno, lleg a la meta el primero. O, ms bien, estaba convencdo de ser el primero, porque haba llegado por los aires. Era la hora de la puesta de sol, y las nubes del cielo de la tarde parecan de oro lquido, cuando se dio cuenta de que su murcilago se cerna ya sobre el Laberinto. se era el nombre de una gran llanura que se extenda de horizonte a horizonte, y que no era otra cosa que un jardn inmenso, lleno de perfumes turbadores y colores de sueo. Entre arbustos, setos, prados y macizos con las flores ms extraas y extraordinarias, discurran anchos caminos y estrechas veredas de forma tan artstica y complicada, que el jardn entero formaba un laberinto de increble extensin. Naturalmente, aquel laberinto slo se haba construido para jugar y divertirse, y no para poner seriamente en peligro a nadie ni para defenderse contra ningn atacante. Para ello no hubiera servido y tampoco la Emperatriz Infantil necesitaba esa proteccin. En todo el reino sin fronteras de Fantasa no haba nadie de quien tuviera que guardarse. Eso se deba a algo que pronto sabremos.

Mientras el pequeo silfo nocturno planeaba con su murcilago, sin hacer ruido alguno, sobre aquel laberinto de flores, pudo observar toda clase de extraos animales. En un pequeo claro, entre lilas y lluvias de oro, jugaba una manada de jvenes unicornios al sol crepuscular, y una vez hasta le pareci haber visto, bajo una gigantesca campnula azul, a la famosa ave fnix en su nido, pero no estaba totalmente seguro y tampoco quiso volver para comprobarlo, a fin de no perder tiempo. Porque ahora apareca ya ante l, en medio del Laberinto y reluciendo en forma maravillosa, la Torre de Marfil: el corazn de Fantasa y la residencia de la Emperatriz Infantil.

La palabra torre" podra dar quiz, a alguien que no haya visto nunca el lugar, una falsa impresin, como si se tratase de la torre de una iglesia o de un castillo. La Torre de Marfil era tan grande como una ciudad. Desde lejos, pareca un picacho alto y puntiagudo, retorcido sobre s mismo como una concha de caracol, y cuyo punto ms alto llegaba a las nubes. Slo al acercarse se vea que aquel inmenso piln de azcar se compona de innumerables torres, torreones, cpulas, tejados, miradores, terrazas, arcos, escaleras y balaustradas, que se entrecruzaban y entrelazaban. Todo era del marfil ms blanco de Fantasa, y cada detalle estaba tan soberbiamente tallado, que se hubiera podido tomar por el ms fino encaje.

En todos aquellos edificios viva la corte que rodeaba a la Emperatriz Infantil: tesoreros y sirvientas, sabias y astrlogos, magos y bufones, mensajeros, cocineros y acrbatas, funmbulas y narradores de historias, heraldos, jardineros, guardianes, sastres, zapateros y alquimistas. Y arriba del todo, en la punta ms alta de la majestuosa torre, viva la Emperatriz Infantil en un pabelln que tena la forma de un capullo de magnolia. Algunas noches, cuando la luna llena brillaba en el cielo estrellado de forma especialmente grandiosa, las hojas de marfil se abran convirtindose en una esplndida flor en cuyo centro estaba la Emperatriz Infantil.

El pequeo silfo nocturno aterriz con su murcilago en una de las terrazas bajas, donde estaban las caballeras. Al parecer, alguien deba de haber anunciado su llegada, porque lo esperaban ya cinco cuidadores imperiales de animales, que lo ayudaron a bajar de la silla, se inclinaron ante l y luego, en silencio, le ofrecieron la libacin ceremonial de bienvenida. Vschvusul prob apenas del vaso de marfil, para guardar las formas, y luego lo devolvi. Cada uno de los cuidadores bebi igualmente un trago, y luego todos se inclinaron de nuevo y llevaron al murcilago a los establos. Todo se desarroll en silencio.

Cuando el murcilago lleg al lugar que le estaba destinado, no toc la bebida ni la comida, sino que se enroll enseguida sobre s mismo, se colg de su gancho cabeza abajo y cay en un profundo sueo de agotamiento. Lo que haba exigido de l el pequeo silfo nocturno haba sido un poco excesivo. Los cuidadores lo dejaron en paz y se marcharon de puntillas.

En aquel establo, por cierto, haba muchas cabalgaduras: un elefante rosa y uno azul, un gigantesco grifo, cuya parte superior pareca de guila y la inferior de len, un caballo blanco alado, cuyo nombre fue conocido en otro tiempo fuera de Fantasia, pero ahora se haba olvidado, algunos perros voladores, otros murcilagos tambin y hasta liblulas y mariposas para jinetes especialmente pequeos. En otros establos haba adems otras cabalgaduras que no volaban, sino que corran, reptaban, saltaban o nadaban. Y cada una de ellas tena cuidadores especiales para su servicio y aseo.

Lo normal hubiera sido que se oyera una considerable confusin de voces: bramidos, chillidos, silbidos, gorjeos, cantos de rana y graznidos. Pero reinaba un silencio total.

El pequeo silfo nocturno estaba an en el sitio en que el cuidador lo haba dejado. De repente se sinti abatido y desanimado, sin saber muy bien por qu. Pero tambin l estaba agotado por el largo, largusimo viaje. Y ni siquiera el hecho de haber sido el primero lo animaba.

-Hola -oy decir de pronto a una vocecita gorjeante-, no es nuestro amigo Vschvusul? Qu bien que haya llegado usted por fin!

El silfo nocturno mir a su alrededor y sus ojos de luna se encendieron porque, en una balaustrada, apoyado negligentemente contra un tiesto de flores, estaba ckuck, el diminutense, agitando su rojo sombrero de copa.

-Huyhuy! -dijo el silfo nocturno desconcertado y, alcabo de un rato, repiti otra vez-: Huyhuy! -Simplemente no se le ocurra nada ms inteligente.

-Los otros dos -explic el diminutense- no han llegado an. Yo estoy aqu desde ayer por la maana.

-Cmo... huyhuy!... es posible? -pregunt el silfo nocturno.

-Bueno -dijo el diminutense, sonriendo con un poco de condescendencia-, ya se lo dije: tengo un caracol de carreras.

El silfo nocturno se rasc con su manecita rosa la negra maraa de piel de la cabeza.

-Tengo que ver enseguida a la Emperatriz Infantil -dijo lloriqueando.

El diminutense lo mir pensativo.

-Mmm -dijo-, bueno, yo solicit audiencia ya ayer.

-Audiencia? -pregunt el silfo nocturno-. No se la puede ver enseguida?

-Me temo que no -gorje el diminutense-, hay que esperar mucho. Hay... cmo dira... una enorme afluencia de mensajeros.

-Huyhuy -gimi el silfo nocturno-, por qu?

-Lo mejor -trin el diminutense- es que lo vea usted por s mismo. Venga, amigo Vschvusul, venga!

Los dos se pusieron en camino.

La calle principal, que ascenda por la Torre de Marfil en una espiral cada vez ms estrecha, estaba llena de una densa multitud de extraos personajes. Gigantescos yinnis, ataviados con turbantes, diminutos duendes, trolls de tres cabezas, enanos barbudos, hadas luminosas, faunos de pies de cabra, mujercitas salvajes con piel de velln dorado, resplandecientes espritus de las nieves y otros seres innumerables suban y bajaban por la calle, formaban grupos hablando en voz baja, o se acurrucaban mudos en el suelo, mirando ante s melanclicamente.

Cuando Vschvusul los vio se qued inmvil.

-Huyhuy! -dijo-. Qu pasa aqu? Qu hacen aqu todos sos?

-Son mensajeros -le explic ckuck en voz baja-, mensajeros de todas las regiones de Fantasia. Y todos traen el mismo mensaje que nosotros. He hablado ya con muchos de ellos. Al parecer, en todas partes ha surgido el mismo peligro.

El silfo nocturno dej escapar un largo suspiro quejumbroso.

-Y se sabe qu es y de dnde viene? -pregunt.

-Me temo que no. Nadie puede explicrselo.

-Y la Emperatriz Infantil?

-La Emperatriz Infantil -dijo el diminutense en voz baja- est enferma, muy, muy enferma. Quiz sea sa la causa de la incomprensible desgracia que se ha abatido sobre Fantasa. Pero hasta ahora ninguno de los muchos mdicos que estn reunidos en el recinto del palacio, ah arriba, en el Pabelln de la Magnolia, ha podido averiguar por qu est enferma y qu se puede hacer para curarla. Nadie conoce el remedio.

-Eso -dijo el silfo nocturno sordamente- es, huyhuy!, una catstrofe.

-S -respondi el diminutense-, eso es lo que es.

Dadas las circunstancias, Vschvusul renunci de momento a solicitar audiencia de la Emperatriz Infantil.

Dos das despus, por cierto, lleg tambin Blubb, el fuego fatuo, que naturalmente se haba equivocado de direccin y haba dado un enorme rodeo.

Y finalmente -otros tres das ms tarde- lleg el comerrocas Pyernraizark. Vino a pie, apisonando el suelo, porque en un repentino ataque de hambre furiosa se haba comido su bicicleta de piedra..., por decirlo as, como provisin de boca.

Durante el largo tiempo de espera, los cuatro desiguales mensajeros se hicieron muy amigos, y tambin luego siguieron juntos.

Pero sa es otra historia y debe ser contada en otra ocasin.

E1 Llamamiento De Atreyu

ien o mal, las deliberaciones que afectaban al porvenir de toda Fantasa se celebraban normalmente en el gran saln del trono de la Torre de Marfil, que se encontraba, en el interior del verdadero recinto del palacio, slo unas plantas ms abajo que el Pabelln del Magnolia.

Ahora, el saln amplio y redondo estaba lleno de una confusin de voces apagadas. Los cuatrocientos noventa y nueve mejores mdicos del reino de Fantasa estaban all reunidos, susurrando o cuchicheando entre s, en grupos pequeos o grandes. Cada uno de ellos haba visitado a la Emperatriz Infantil -unos haca tiempo, otros recientemente- y cada uno haba intentado ayudarla con su ciencia. Pero ninguno lo haba logrado, ninguno conoca su enfermedad ni las causas, ninguno saba cmo curarla. Y el nmero quinientos, el ms famoso de todos los mdicos de Fantasa, de quien se deca que no haba hierba medicinal, hechizo ni secreto de la Naturaleza que no conociera, llevaba ya horas con la enferma, y todos esperaban con impaciencia el resultado de su visita.

Ahora bien, una reunin as no debe imaginarse, naturalmente, como un congreso de mdicos humanos. Desde luego, en Fantasia haba muchos seres que, en su aspecto exterior, eran ms o menos parecidos a los hombres, pero haba por lo menos otros tantos que parecan animales o criaturas de especies totalmente distintas. Si variada era la multitud de mensajeros que bulla fuera, igualmente diversa era la concurrencia del saln. Haba mdicos enanos con barba blanca y joroba, mdicas hadas, con tnicas relucientes de un azul plateado y estrellas centelleantes en el cabello; haba genios acuticos de vientres abultados y membranas natatorias en pies y manos (para ellos se haban instalado expresamente baos de asiento), pero haba tambin serpientes blancas, enroscadas en la gran mesa del centro del saln, elfos abeja y hasta brujas, vampiros y espectros que, en general, no eran considerados especialmente bienhechores y salutferos.

Para comprender la presencia de estos ltimos es absolutamente necesario saber una cosa: La Emperatriz Infantil era -como indica su ttulo- la soberana de todos los incontables pases del reino sin fronteras de Fantasa, pero en realidad era mucho ms que una soberana o, mejor dicho, era algo muy distinto.

No gobernaba, nunca haba utilizado la fuerza ni hecho uso de su poder, no mandaba nada ni daba rdenes a nadie, nunca atacaba ni tena que defenderse de ningn atacante, porque a nadie se le hubiera ocurrido levantarse contra ella ni hacerle dao. Para ella, todos eran iguales.

Slo estaba all, pero estaba all de una forma especial: era el centro de toda la vida de Fantasia.

Y todas las criaturas, buenas o malas, hermosas o feas, divertidas o serias, necias o sabias, todas, estaban all slo porque ella exista. Sin ella no poda subsistir nada, lo mismo que no puede subsistir un cuerpo humano sin corazn.

Nadie poda comprender del todo su secreto, pero todos saban que era as. Y por eso la respetaban por igual todas las criaturas de aquel reino, y todas se preocupaban igualmente por su vida. Porque su muerte hubiera sido tambin el fin de todos, el hundimiento del inmenso reino de Fantasia.

Los pensamientos de Bastin vagaban.

En su recuerdo, vio de pronto otra vez el largo pasillo de la clnica en que haban operado a Mam. l se haba quedado sentado esperando muchas horas con su padre delante de la sala de operaciones. Cuando su padre haba preguntado luego cmo estaba Mam, haba recibido slo respuestas evasivas. Nadie pareca saber exactamente cmo estaba. Por fin haba venido un hombre calvo de bata blanca, que pareca cansado y triste. Les haba dicho que todos los esfuerzos haban sido intiles y que lo senta mucho. Les haba dado a los dos la mano y haba murmurado mi sentido psame.

Despus, todo haba cambiado entre su padre y Bastin.

No exteriormente. Bastin tena todo lo que poda desear. Tena una bicicleta de tres marchas, un tren elctrico, muchas tabletas de vitaminas, cincuenta y tres libros, un hamster, un acuario con peces tropicales, una mquina de fotos pequea, seis navajas y todo lo imaginable. Pero, en el fondo, todo eso no le importaba nada.

Bastin recordaba que su padre; antes, haba jugado de buena gana con l. A veces, hasta le haba contado o ledo historias. Pero aquello haba terminado. Ya no poda hablar con su padre. Alrededor de ste haba como una pared invisible que nadie poda atravesar. A Bastin nunca lo rea ni lo elogiaba. Tampoco dijo nada cuando lo suspendieron. Slo lo mir de aquella forma ausente y preocupada, y Bastin tuvo la sensacin de no estar all. Esa sensacin era la que casi siempre tena con su padre. Cuando, por la noche, se sentaban juntos delante de la televisin, Bastin se daba cuenta de que su padre no la miraba, sino que estaba lejos, muy lejos con el pensamiento, donde l no poda alcanzarlo. O algunas veces, cuando los dos tenan un libro, Bastin se daba cuenta de que su padre no lea porque, durante horas, contemplaba la misma pgina sin pasarla.

Bastin comprenda que su padre estaba triste. Tambin l haba llorado entonces muchas noches, tanto que, a veces, tena que vomitar a causa de los sollozos... pero aquello haba pasado poco a poco. Y, despus de todo, l estaba all. Por qu no hablaba su padre con l, por qu no hablaba de Mam, de cosas importantes, y no solamente de lo imprescindible?-Si se supiera al menos -dijo un espritu del fuego largo y delgado- en qu consiste su enfermedad. No tiene fiebre, no tiene nada inflamado, ninguna erupcin, ninguna infec-

cin. Es, simplemente, como si se estuviera extinguiendo... sin saber por qu.

Al hablar le salan de la boca, despus de cada frase, pequeas nubecillas de humo que formaban figuras. Aquella vez fue un signo de interrogacin.

Un viejo cuervo desplumado, que pareca una gran patata en la que alguien hubiera clavado al azar unas cuantas plumas negras, respondi con voz graznante (era experto en enfermedades producidas por enfriamientos):

-No tose, no est constipada..., no es ninguna enfermedad en sentido clnico.

Se arregl las gruesas gafas sobre el pico y mir a los circunstantes con desafo.

-En cualquier caso, una cosa me parece evidente -zumb un scarabaeus (coleptero llamado tambin a veces escarabajo pelotero)-: entre su enfermedad y las horribles cosas de que nos informan los mensajeros de toda Fantasa existe una misteriosa relacin.

-Bah! -le rebati despectivamente un hombrecito de la tinta-. Usted no hace ms que ver misteriosas relaciones por todas partes.

-Y usted no v siquiera el borde de su tintero! -zumb el scarabaeus irritado.

-Queridos colegas! -se quej un espectro demacrado envuelto en una larga bata blanca-. No empecemos con disputas personales improcedentes. Y, sobre todo... bajen la voz!

Esas y otras conversaciones se oan por todas partes en el gran saln del trono. Quiz pueda parecer extrao que seres tan distintos pudieran comprenderse entre s. Pero en Fantasa casi todos los seres, incluidos los animales, conocan por lo menos dos idiomas: en primer lugar el propio, que slo hablaban con los de su especie y no entenda ningn profano, y en segundo lugar uno general, llamado fantasio clsico o Gran Lenguaje. Todos lo dominaban, aunque algunos lo utilizasen de una forma un tanto peculiar.

De pronto se hizo el silencio en la sala y todos los ojos se dirigieron hacia la gran puerta batiente que se estaba abriendo. Entr Caron, el famoso y legendario maestro del arte mdico.

Era lo que, en pocas ms antiguas, se llamaba un centauro. Tena figura humana hasta las caderas y el resto de su cuerpo era de caballo. Sin embargo, Caron era uno de los llamados centauros negros. Haba venido de una regin muy remota, situada lejos, muy lejos, al sur. Por eso su parte humana tena el color del bano y slo su pelo y su barba eran blancos y rizados; su cuerpo de caballo, en cambio, era listado como el de una cebra. Llevaba un extrao sombrero de juncos trenzados. En torno a su cuello colgaba de una cadena un gran amuleto de oro, en el que podan verse dos serpientes, una clara y otra oscura, que se mordan mutuamente la cola formando un valo.

Bastin se interrumpi sorprendido. Cerr el libro -no sin poner previsoramente un dedo entre sus pginas- y mir otra vez con ms atencin la cubierta. All estaban las dos serpientes que se mordan las colas formando un valo! Qu poda significar aquel extrao signo?

Todo el mundo saba en Fantasa lo que significaba aquel medalln: era el Signo que llevaba quien estaba al servicio de la Emperatriz Infantil y poda actuar en su nombre como si ella estuviera presente.

Quera decir que su portador tena poderes secretos, aunque nadie supiera exactamente cules. Su nombre lo conocan todos: URYN.

Sin embargo, muchos no se atrevan a pronunciar ese nombre y lo llamaban la Alhaja> o tambin el Pentculo o, simplemente, el Esplendor.

As pues, el libro llevaba el signo de la Emperatriz Infantil!

Un murmullo recorri la sala y se oyeron algunas exclamaciones de asombro. Haca tiempo que no se confiaba a nadie la Alhaja.

Caron golpe en el suelo con los cascos urcas cuantas veces, hasta que la agitacin ces, y entonces dijo con voz profunda:

-Amigos, no os asombris demasiado: slo llevar a URYN por corto tiempo. Soy nicamente su portador. Pronto entregar el Esplendor a alguien ms digno que yo.

Un silencio en el que nadie respiraba se haba extendido por la sala.

-No intentar suavizar nuestra derrota con bellas palabras -sigui diciendo Caron-. Todos estamos perplejos ante la enfermedad de la Emperatriz. Slo sabemos que la destruccin de Fantasa ha venido al mismo tiempo que esa enfermedad. No sabemos ms. Ni siquiera si el arte mdico puede salvarla. Pero es posible -y confo en no ofender a nadie si hablo francamente-, es posible que nosotros, los que estamos aqu reunidos, no reunamos todos los conocimientos ni toda la sabidura. Incluso tengo la ltima y nica esperanza de que, en alguna parte de este reino sin fronteras de Fantasa, exista un ser ms sabio que nosotros, capaz de prestarnos consejo y ayuda. Pero eso es ms que incierto. Dondequiera que pueda estar la posibilidad de salvacin... una cosa es segura: su bsqueda requiere un explorador capaz de encontrar su camino en lo intransitable y de no retroceder ante ningn peligro ni ningn esfuerzo; en una palabra: un hroe. Y la Emperatriz Infantil me ha dicho el nombre de ese hroe, al que confa su destino y el nuestro: se llama Atreyu y vive en el Mar de Hierba, detrs de los Montes de Plata. Yo le entregar a URYN y lo enviar a la Gran Bsqueda. Y ahora ya lo sabis todo...

Dicho esto, el viejo centauro sali ruidosamente de la sala.

Los que se quedaron se miraron unos a otros confusos.

-Cmo se llamaba ese hroe? -pregunt uno.

-Atreyu o algo parecido -dijo otro.

-No lo he odo en mi vida! -exclam un tercero. Y los cuatrocientos noventa y nueve mdicos movieron preocupados la cabeza.

El reloj de la torr dio las diez. Bastin se asombr de lo deprisa que haba pasado el tiempo. Durante las clases, cada hora le pareca normalmente una eternidad. Abajo, en el aula, tenan ahora Historia con el seor Droehn, un hombre delgado, casi siempre de mal humor, a quien le gustaba especialmente poner en ridculo a Bastin delante de todos porque no poda recordar las fechas de las batallas, los nacimientos ni los reinados de nadie.

El Mar de Hierba, situado tras los Montes de Plata, estaba a muchos, muchsimos das de camino de la Torre de Marfil. Se trataba de una pradera que, realmente, era tan ancha y tan grande y tan plana como el mar. Una hierba jugosa creca en ella hasta la altura de un hombre y, cuando el viento la acariciaba, las olas la recorran como si fuera el ocano y murmuraba lo mismo que el agua.

El pueblo que all viva se llamaba los hombres de hierba o tambin los pieles verdes. Tenan el pelo de color negro azulado e incluso los hombres lo llevaban largo y, a menudo, en trenzas, y su piel era de un color verde oscuro que tiraba un poco a castao, como el de las aceitunas. Llevaban una vida sumamente sobria, severa y dura, y sus hijos, tanto los chicos como las chicas, eran educados en el valor, la nobleza y el orgullo. Tenan que aprender a soportar el calor, el fro y las privaciones y poner a prueba su arrojo. Esto era necesario porque los pieles verdes eran un pueblo de cazadores. Todo lo que necesitaban para la vida lo fabricaban con la hierba dura y fibrosa de las praderas o lo sacaban de los bfalos purpreos que, en enormes rebaos, recorran el Mar de Hierba.

Aquellos bfalos purpreos eran casi dos veces mayores que toros o vacas corrientes, tenan una piel de pelo largo, brillo sedoso y color rojo prpura, y unos cuernos formidables, de puntas duras y afiladas como puales. En general eran pacficos, pero cuando husmeaban un peligro o se sentan atacados, podan ser tan terribles como una fuerza de la Naturaleza. Nadie se hubiera atrevido a cazar a aquellos animales, salvo los pieles verdes... que adems lo hacan slo con arcos y flechas. Preferan la lucha caballeresca y por eso ocurra a menudo que no era el animal sino el cazador quien perda la vida. Los pieles verdes queran y respetaban a los bfalos purpreos y crean que nicamente tenan derecho a matarlos porque estaban dispuestos a ser matados por

ellos.

La noticia de la enfermedad de la Emperatriz Infantil y de la fatalidad que amenazaba a toda Fantasa no haba llegado an a aquellas tierras. Haca ya mucho tiempo que ningn viajero llegaba a los campamentos de los pieles verdes. La hierba creca ms jugosa que nunca, los das eran claros y las noches estrelladas. Todo pareca ir bien.

Pero un da apareci en el campamento un viejo centauro negro de pelo blanco. Su piel chorreaba sudor, pareca mortalmente exhausto y su rostro barbudo estaba consumido y

demacrado. En la cabeza llevaba un extrao sombrero de juncos tejidos y, al cuello, una cadena de la que colgaba un gran amuleto. Era Caron.

Se qued de pie en medio del espacio despejado que rodeaban las tiendas del campamento en crculos cada vez ms anchos, all donde los ancianos se reunan para el consejo o donde, en los das de fiesta, se bailaban bailes y se cantaban viejas canciones. Esper y mir a su alrededor, pero a su alrededor slo se apretaban mujeres y hombres muy viejos y nios muy pequeos, que lo miraban curiosos. Impaciente, golpe el suelo con los cascos.

-Dnde estn los cazadores y cazadoras? -resopl, quitndose el sombrero y secndose la frente.

Una mujer de pelo blanco, con un beb en los brazos, respondi

-Todos han ido de caza. No volvern hasta dentro de tres o cuatro das.

-Est Atreyu con ellos? -pregunt el centauro.

-S, extranjero, pero, de qu lo conoces?

-No lo conozco. Id a buscarlo!

-Extranjero -respondi un anciano con muletas-, difcilmente vendr porque hoy es su caza. Comienza a la puesta de sol. Sabes lo que eso significa?

Caron sacudi sus crines y piaf.

-No lo s y tampoco importa, porque tiene algo ms importante que hacer. Ya conocis el Signo que llevo. Por lo tanto, id a buscarlo!

-Vemos la Alhaja -dijo una nia- y sabemos que te enva la Emperatriz Infantil. Pero, quin eres t?

-Me llamo Caron -refunfu el centauro-, Caron el Mdico, si es que eso os dice algo.

Una anciana encorvada se adelant y dijo:

-Es verdad. Lo conozco. Lo vi una vez cuando todava era yo joven. Es el mdico ms importante y famoso de Fantasia!

El centauro hizo un gesto de saludo con la cabeza.

-Gracias, mujer -dijo-, y ahora, si alguno de vosotros fuera tan amable y trajese de una vez a Atreyu... Es urgente. Est en juego la vida de la Emperatriz Infantil.

-Yo lo har! -grit una nia que tendra unos cinco o seis aos.

Corri y, pocos segundos ms tarde, se la pudo ver entre las tiendas, sobre un caballo sin silla que parta al galope.

-Vaya, por fin! -refunfu Caron. Y perdi el conocimiento.

Cuando volvi en s, no supo al principio donde estaba, porque a su alrededor reinaba la oscuridad. Slo poco a poco se dio cuenta de que se encontraba en una tienda espaciosa, echado sobre una manta de piel. Pareca ser de noche y, por una grieta de la cortina que haca de puerta, penetraba el resplandor de las llamas de una hoguera.

-Por los clavos de una herradura! -murmur mientras trataba de incorporarse-. Cunto tiempo llevo aqu?

Una cabeza ech una ojeada por la cortina de la puerta se retir y alguien dijo:

-S, parece que se ha despertado.

Entonces la cortina fue corrida a un lado y entr un muchacho de unos diez aos. Llevaba pantalones largos y zapatos de cuero blando de bfalo. Tena el torso desnudo y slo le colgaba de los hombros un manto purpreo, al parecer de pelo de bfalo, que le llegaba hasta el suelo. Su pelo, largo y de color negro azulado, lo llevaba atado en la nuca con tiras de cuero, formando una trenza. En la piel verde aceitunada de su frente y sus mejillas haba pintados, en color blanco, algunos adornos sencillos. Sus ojos oscuros centelleaban colricos mirando al intruso, pero por lo dems no se apreciaba en sus facciones emocin alguna.

-Qu quieres de m, extranjero? -pregunt-. Por qu has venido a mi tienda? Y por qu me has privado de mi caza? Si hubiera matado hoy al gran bfalo -y mi flecha estaba ya en la cuerda cuando me llamaron- maana sera un cazador. Ahora tendr que esperar un ao entero. Por qu?

El viejo centauro lo mir desconcertado.

-Eso quiere decir -pregunt por fin- que eres Atreyu?

-S, extranjero.

-No hay algn otro, un hombre adulto, un cazador experimentado, con ese nombre?

-No, Atreyu soy yo y nadie ms.

El viejo Caron se dej caer en el lecho y jade:

-Un nio! Un muchacho! Realmente, las decisiones de la Emperatriz Infantil son difciles de comprender.

Atreyu callaba, esperando inmvil.

-Perdname, Atreyu -dijo Caron, que slo con dificultad poda dominar su agitacin-, no tena la intencin de ofenderte, pero sencillamente ha sido una sorpresa demasiado grande. A decir verdad, estoy desesperado! Me pregunto seriamente si la Emperatriz Infantil saba de veras lo que haca al elegir a un nio como t. Evidentemente, es una locura! Y si lo hizo deliberadamente, entonces... entonces...

Sacudi con violencia la cabeza y balbuce:

-No! No! Si yo hubiera sabido a quin me enviaba, me hubiera negado simplemente a transmitir su encargo. Me hubiera negado!

-Qu encargo? -pregunt Atreyu.

-Es una monstruosidad! -exclam Caron, dejndose llevar por la clera-. Cumplir esa misin hubiera sido probablemente algo imposible para los hroes ms grandes y aguerridos, pero para ti ... Ella te enva a lo desconocido a buscar algo que nadie conoce. Nadie puede ayudarte, nadie puede darte consejos y nadie puede predecir lo que te aguarda. Y, sin embargo, tienes que decidir enseguida, ahora mismo, sobre la marcha, si aceptas o no esa misin. No hay momento que perder. He galopado casi sin pausa diez das con sus noches para encontrarte. Pero ahora... ahora casi quisiera no haber venido. Soy muy viejo y estoy al cabo de mis fuerzas. Dame un trago de agua, por favor!

Atreyu trajo un jarro de agua fresca de la fuente. El centauro bebi a grandes sorbos, luego se enjug la barba y dijo, un poco ms tranquilo:

-Gracias, qu bien me hace! Ahora me siento mejor. Escucha, Atreyu, no necesitas aceptar ese encargo. La Emperatriz Infantil lo deja a tu eleccin. No te lo ordena. Yo se lo explicar y ella encontrar a otro. No deba de saber que eres un muchacho. Se habr confundido con otro; sa es la nica explicacin.

-En qu consiste la misin? -quiso saber Atreyu.

-En encontrar el remedio para la Emperatriz Infantil -respondi el viejo centauro- y salvar a Fantasa.

-La Emperatriz est enferma? -pregunt asombrado Atreyu.

Caron comenz a contar lo que le pasaba a la Emperatriz Infantil y lo que haban relatado los mensajeros de toda Fantasia. Atreyu sigui haciendo preguntas y el centauro las contest lo mejor que pudo. Fue una larga conversacin nocturna. Y cuanto mejor comprenda Atreyu todo el alcance de la fatalidad que haba cado sobre Fantasia, tanto ms claramente se dibujaba en su rostro, al principio tan reservado, la ms franca consternacin.

-Y yo -murmur finalmente con labios plidos-, que no saba nada de todo eso...

Caron mir al muchacho por debajo de sus espesas y blancas cejas, de una forma seria y preocupada.

-Ahora ya sabes cmo estn las cosas, y quiz comprendas por qu perd la serenidad al verte. Y, sin embargo, la Emperatriz Infantil pronunci tu nombre. Ve y busca a Atreyu, dijo. Pongo en l toda mi confianza, dijo. Pregntale si quiere emprender la Gran Bsqueda, por m y por Fantasia, dijo. No s por qu te eligi a ti. Quiz slo un muchacho como t pueda realizar esa tarea imposible. No lo s y no puedo aconsejarte.

Atreyu se qued sentado con la cabeza baja y en silencio. Comprenda que se le presentaba una prueba que era mucho, muchsimo ms importante que su caza. Hasta para los mayores cazadores y los mejores exploradores hubiera sido difcil de superar, pero para l resultaba excesiva.

-Qu? -le pregunt en voz baja el centauro-. Quieres hacerlo?

Atreyu levant la cabeza y lo mir de frente.

-Quiero -dijo con firmeza.

Caron asinti despacio, y luego se quit del cuello la cadena con el amuleto de oro y se la puso a Atreyu.

-Que, URYN te d el gran poder -dijo solemnemente-, pero no lo utilices. Porque tampoco la Emperatriz Infantil usa nunca de su propio poder. AURYN te proteger y guiar, pero t no debers intervenir, porqu tu propia opinin no cuenta a partir de ahora. Por eso debes ir sin armas. Debes dejar que ocurra lo que tenga que ocurrir. Todo debe ser igual para ti: mal y bien, belleza y fealdad, necedad y sabidura..., lo mismo que es igual para la Emperatriz Infantil. Slo debes buscar y preguntar, pero nunca juzgar por ti mismo. No lo olvides jams, Atreyu!

-URYN! -repiti Atreyu con respeto-. Me har digno de llevar la Alhaja. Cundo debo partir?

-Ahora mismo -respondi Caron-. Nadie sabe cunto durar tu Gran Bsqueda. Es posible que cada hora importe. Despdete de tus padres y hermanos!

-No tengo -replic Atreyu-. Mis padres fueron muertos por un bfalo, poco despus de venir yo al mundo.

- Y quin te cri?

-Todas las mujeres y todos los hombres juntos. Por eso me llamaron Atreyu, que quiere decir, en palabras del Gran Lenguaje: Hijo de Todos.

Nadie poda comprender mejor que Bastin lo que eso significaba. Aunque su padre viviera an. Y aunque Atreyu no tuviera padre ni madre. Sin embargo, Atreyu haba sido educado por todos los hombres y mujeres juntos y era el hijo de todos, mientras que l, Bastin, en el fondo no tena a nadie... Era un hijo de nadie. A pesar de todo, Bastin se alegraba de que, de esa forma, tuviera algo en comn con Atreyu que, por lo dems, no se pareca en nada a l, por desgracia, ni en su arrojo y decisin ni en su aspecto fsico. Y, sin embargo, tambin l, Bastin, haba emprendido una Gran Bsqueda que no saba a dnde lo conducira ni cmo terminara.

-Entonces -dijo el viejo centauro- es mejor que te vayas sin despedirte. Yo me quedar y se lo explicar todo.

El rostro de Atreyu se volvi an ms tenso y duro.

-Por dnde he de empezar?

-Por todas panes y por ninguna -respondi Caron-. A partir de ahora ests solo y nadie puede aconsejarte. Y as ser hasta el fin de la Gran Bsqueda... acabe como acabe.

Atreyu asinti.

-Adis Caron!

-Adis Atreyu! Y... mucha suerte!

El muchacho se volvi e iba a salir ya de la tienda cuando el centauro lo llam otra vez. Mientras estaban frente a frente el viejo le puso ambas manos sobre los hombros, lo mir con una sonrisa respetuosa en los ojos y dijo despacio:

-Creo que empiezo a comprender por qu te eligi la Emperatriz Infantil, Atreyu.

El muchacho baj un poco la cabeza y luego sali con rapidez.

Fuera, delante de la tienda, estaba rtax, su caballo. Era moteado y pequeo como un caballo salvaje, tena las patas fuertes y cortas y, sin embargo, era el corcel ms rpido y

resistente a la redonda. Todava llevaba silla y bridas, tal como lo haba trado Atreyu de la caza.

-rtax -le susurr dndole palmadas-, tenemos que marcharnos. Tenemos que irnos lejos, muy lejos, y nadie sabe si volveremos.

El caballito movi la cabeza y resopl suavemente.

-Est bien, seor -respondi-. Y qu pasar con tu caza?

-Vamos a una caza mucho ms importante -contest Atreyu subiendo a la silla.

-Un momento, seor! -resopl el caballito-. Te has olvidado las armas. Vas a salir sin arco y sin flechas?

-S, Artax -respondi Atreyu-, porque llevo el Esplendor y debo ir sin armas.

-Ah! -exclam el caballito-. Y a dnde vamos?

-A donde t quieras, rtax -contest Atreyu-. A partir de ahora estamos en la Gran Bsqueda.

Con estas palabras, salieron al galope y la oscuridad de la noche se los trag.

Al mismo tiempo suceda en otro lugar de Fantasa algo que nadie observaba y de lo que ni Atreyu y Artax, ni tampoco Caron, tenan la menor sospecha.

En un pramo nocturno muy lejano, las tinieblas se concentraron para formar una figura vaga y enorme. La oscuridad se fue espesando hasta que, incluso en aquella noche sin luz, el pramo pareci un formidable cuerpo hecho de negrura. Sus contornos no eran todava precisos, pero se sostenan sobre cuatro zarpas y los ojos de su poderosa cabeza peluda ardan con un fuego verde. Levant el hocico en el aire y husme. As estuvo largo tiempo. Luego, de pronto, pareci haber encontrado el olor que buscaba, porque un profundo gruido de triunfo sali de su garganta.

Comenz a correr. A saltos grandes y silenciosos, aquella criatura de las sombras atravesaba velozmente la noche sin estrellas.

El reloj de la torre dio las once. Ahora empezara el recreo. De los pasillos suba el gritero de los nios, que corran abajo por el patio del colegio.

A Bastin, que segua sentado en cuclillas en las colchonetas de gimnasia, se le haban dormido lis piernas. Al fin y al cabo, no era un indio. Se puso en pie, sac el bocadillo del colegio y una manzana de la cartera y comenz a andar arriba y abajo por el desvn. Senta un hormigueo en los pies, que lentamente se le despertaron.

Entonces se subi al potro de gimnasia y se sent sobre l a horcajadas. Se imagin que l era Atreyu, galopando en la noche sobre rtax. Se inclin sobre el cuello de su caballito.

-Hala! -grit-. Galopa, rtax, Hala, hala!

Luego se asust. Era una imprudencia muy grande gritar tanto. Y si alguien lo haba odo? Esper un rato, escuchando. Pero slo lleg hasta l el gritero de muchas voces en el patio del colegio.

Un poco avergonzado, se baj otra vez del potro. Realmente, se estaba comportando como un nio pequeo. Desenvolvi el bocadillo y frot la manzana contra su pantaln. Sin embargo, antes de morderla se detuvo un segundo.

-No -se dijo a s mismo en voz alta-, tengo que administrar cuidadosamente mis provisiones. Quin sabe para cunto tiempo tendrn que bastarme?

Con el corazn oprimido, envolvi otra vez el bocadillo y lo meti de nuevo en la cartera, juntamente con la manzana. Luego se dej caer suspirando en las colchonetas y

cogi otra vez el libro.

La Vetusta Morla

uando el ruido de los cascos del caballo de Atreyu se apag, Caron, el centauro negro, se dej caer de nuevo en su lecho de pieles. El esfuerzo lo haba agotado. Las mujeres que, al da siguiente, lo encontraron en la tienda de Atreyu temieron por su vida. Incluso cuando, unos das ms tarde, regresaron los cazadores, apenas estaba mejor, pero de todas formas pudo explicarles por qu se haba marchado Atreyu y por qu tardara en volver. Y como todos queran al muchacho, a partir de entonces se quedaron serios y pensaban en l preocupados. Al mismo tiempo, sin embargo, se sentan orgullosos de que la Emperatriz Infantil le hubiese encomendado precisamente a l la Gran Bsqueda aunque nadie pudiera entenderlo del todo.

Por lo dems, el viejo Caron jams volvi a la Torre de Marfil. Pero tampoco muri ni se qued con los pieles verdes en el Mar de Hierba. Su destino deba llevarlo por otros caminos totalmente insospechados. Sin embargo, sa es otra historia y debe ser contada en otra ocasin.

Aquella misma noche, Atreyu cabalg hasta el pie de los Montes de Plata. Era ya de madrugada cuando hizo una pausa. rtax past un poco y bebi agua con avidez de un claro arroyo de montaa. Atreyu se envolvi en su manto rojo y durmi unas horas. No obstante, cuando el sol sali estaban otra vez en camino.

El primer da atravesaron los Montes de Plata. Conocan cada senda y cada sendero y avanzaron rpidamente. Cuando tuvo hambre, el muchacho se comi un pedazo de carne de bfalo seca y dos pequeas tortas de semillas que haba guardado en un bolsillo de su silla de montar en realidad para la caza.

-Bueno! -se dijo Bastin-. De vez en cuando hay que comer.

Sac el bocadillo de la cartera, lo desenvolvi, lo parti en dos, envolvi otra vez uno de los pedazos y lo guard. El otro pedazo se lo comi.

El recreo haba terminado y Bastin pens en lo que deban de estar haciendo ahora en clase. Ah, s!, Geografa con la seora Karge. Haba que recitar ros y afluentes, ciudades y cifras de poblacin, recursos naturales e industrias. Bastin se encogi de hombros y sigui leyendo.

A la puesta de sol, haban dejado atrs los Montes de Plata e hicieron alto otra vez. Aquella noche, Atreyu so con los bfalos purpreos. Los vio avanzar a lo lejos por el Mar de Hierba e intent acercarse a ellos con su caballo. Pero intilmente. Siempre estaban a la misma distancia, por mucho que espoleara al caballito.

Al segundo da atravesaron el Pas de los rboles Cantores. Cada uno de los rboles tena una forma distinta, hojas distintas, distinta corteza, pero la razn de que se llamara as esa tierra era que se poda escuchar su crecimiento como una msica suave, que sonaba de cerca y de lejos y se una para formar un potente conjunto de belleza sin igual en toda Fantasia. Se deca que no dejaba de ser peligroso caminar por aquella regin, porque muchos se haban quedado encantados, olvidndose de todo. Tambin Atreyu sinti la atraccin de aquel sonido maravilloso, pero no cay en la tentacin de detenerse.

A la noche siguiente so de nuevo con los bfalos purpreos. Esta vez l iba a pie y los bfalos pasaron por delante, en un gran rebao. Pero estaban fuera del alcance de su arco y, cuando quiso darles caza, se dio cuenta de que tena los pies clavados al suelo y no poda moverse. El esfuerzo que hizo para soltarse lo despert. Estaba amaneciendo an, pero parti inmediatamente.

El tercer da vio las torres de cristal de Eribo, en las que los habitantes de la regin capturaban y guardaban la luz de las estrellas. Con ella hacan objetos maravillosamente decorados pero que, salvo ellos, nadie saba en Fantasia para qu servan.

Encontr incluso a algunas de aquellas gentes, pequeas figuras que parecan tambin sopladas en vidrio. De forma extraordinariamente amistosa, le dieron de comer y de beber, pero a su pregunta de cmo podra saber algo sobre la enfermedad de la Emperatriz Infantil se sumieron en un silencio triste y desconcertado.

A la noche siguiente, Atreyu so una vez ms que los rebaos de bfalos purpreos pasaban ante l. Vio cmo uno de los animales, un macho especialmente grande y majestuoso, se separaba de los dems y se diriga, lentamente y sin dar seales de miedo ni clera, hacia donde l estaba. Y, como todos los verdaderos cazadores, Atreyu tena el don de ver enseguida, en cada animal, el sitio en que tendra que acertarle para matarlo. El bfalo purpreo se situ incluso de una forma en que le presentaba claramente ese lugar como blanco. Atreyu puso una flecha en su slido arco y lo tens con todas sus fuerzas pero no pudo disparar. Tena los dedos pegados a la cuerda y no poda separarlos.

Y eso mismo o algo parecido le ocurri en los sueos de las noches siguientes. Cada vez se acercaba ms al bfalo purpreo -que, por cierto, era precisamente el que en realidad haba querido cazar: lo conoca por su mancha blanca en la frente-, pero por alguna razn no poda disparar la flecha mortal.

Durante el da segua cabalgando, alejndose cada vez ms, sin saber a dnde iba ni encontrar a nadie que pudiera aconsejarlo. Todos los seres con que se tropezaba respetaban el amuleto de oro que llevaba, pero ninguno poda responder a su pregunta.

Una vez vio de lejos las calles de llamas de la ciudad de Brousch, donde vivan criaturas cuyo cuerpo era de fuego, pero prefiri no entrar. Atraves la gran meseta de los azafranios, que nacen viejos y mueren cuando son bebs. Lleg a Muamaz, el templo de la selva, en el que una gran columna de piedra lunar flota en el aire, y habl con los monjes que viven en el templo. Pero tambin de all tuvo que marcharse sin respuesta.

Casi una semana llevaba vagando as de un lado a otro cuando, al sptimo da y en la noche siguiente, le pasaron dos cosas muy distintas que cambiaron fundamentalmente su actitud interior y exterior.

El relato hecho por el viejo Caron de los horribles sucesos que se estaban produciendo en toda Fantasa le haba impresionado, pero hasta entonces haba sido para l slo un relato. El sptimo da, sin embargo, vio algo con sus propios ojos.

Cabalgaba hacia el medioda por un bosque espeso y oscuro formado por rboles especialmente gigantescos y nudosos. Era aquel Bosque de Haule en el que, algn tiempo antes, se haban encontrado los cuatro mensajeros. En aquella regin, eso lo saba Atreyu, haba trolls de la corteza. Eran, segn le haban dicho, individuos e individuas gigantescos que parecan nudosos troncos de rbol. Si, como era su costumbre, se mantenan inmviles, se los poda tomar realmente por rboles y pasar por delante sin sospechar nada. Slo cuando se movan se vea que tenan unos brazos como ramas y unas piernas torcidas semejantes a races. Eran, desde luego, tremendamente fuertes, pero no peligrosos. Todo lo ms, les gustaba de vez en cuando jugrles malas pasadas a los viajeros extraviados.

Atreyu acababa de descubrir un claro del bosque por el que serpenteaba un arroyuelo, y haba descabalgado para que rtax bebiera y pastara, cuando de pronto oy detrs de s

violentos crujidos y chasquidos y se volvi.

Del bosque venan hacia l tres trolls de la corteza, cuya vista hizo que un escalofro le recorriera la espalda. Al primero le faltaban las piernas y la parte inferior del cuerpo, de

forma que tena que andar con las manos. El segundo tena un enorme agujero en el pecho, a travs del cual se poda mirar, y el tercero brincaba sobre su nica pierna porque le faltaba toda la mitad izquierda del cuerpo, como si lo hubieran partido por en medio.

Cuando vieron el amuleto en el pecho de Atreyu, se hicieron mutuamente un gesto de asentimiento y se acercaron despacio.

-No te asustes! -dijo el que caminaba sobre las manos, y su voz son como el crujido de un rbol-. Nuestro aspecto no es precisamente muy agradable, pero en esta parte del Bosque de Haule nadie ms que nosotros puede avisarte. Por eso hemos venido.

-Avisarme? -pregunt Atreyu-. De qu?

-Hemos odo hablar de ti -gimi el del pecho agujereado- y nos han dicho por qu ests en camino. No debes seguir adelante, porque si no estars perdido.

-Te pasar lo mismo que a nosotros -suspir el partido en dos-. Mranos! Te gustara?

-Qu os ha pasado? -pregunt Atreyu.

-La aniquilacin se extiende -se quej el primero-, aumenta cada da ms... si es que se puede decir que la nada aumenta. Todos los dems huyeron a tiempo del Bosque de Haule, pero nosotros no quisimos dejar nuestro hogar. Y entonces nos sorprendi durante el sueo e hizo con nosotros lo que ves.

-Duele mucho? -pregunt Atreyu.

-No -respondi el segundo troll de la corteza, el del agujero en el pecho-, no se siente nada. Slo te falta algo y cada da te falta algo ms, una vez que has sido atacado. Pronto no existiremos ya.

-En qu lugar del bosque comenz todo? -quiso saber Atreyu.

-Quieres verlo? -El tercer troll, que era slo medio troll, mir interrogativamente a sus compaeros de infortunio. Cuando stos asintieron continu:-Te llevaremos hasta donde puedas verlo, pero tienes que prometer que no te acercars ms. De otra forma, la Nada te atraera de un modo irresistible.

-Est bien -dijo Atreyu-, os lo prometo.

Los tres se volvieron y se dirigieron al lindero del bosque. Atreyu cogi a Artax de las riendas y los sigui. Durante un rato se abrieron paso entre los gigantescos rboles y luego se detuvieron ante un tronco particularmente grueso. Ni cinco hombres adultos hubieran podido abarcarlo con sus brazos.

-Trepa tan alto como puedas -dijo el troll sin piernas- y mira hacia oriente. Entonces lo vers... o, mejor dicho, no lo vers.

Atreyu subi, agarrndose a los nudos y protuberancias del tronco. Lleg a las ramas ms bajas. Se iz hasta las siguientes y se elev cada vez ms, hasta que dej de ver el suelo. Sigui trepando, el tronco se hizo ms delgado y las ramas ms numerosas, de forma que le result ms fcil avanzar. Cuando finalmente estuvo sentado en lo ms alto de la copa, mir hacia oriente y lo vio:

Las copas de los otros rboles que estaban muy cerca eran verdes, pero el follaje de los rboles que haba detrs pareca haber perdido ese color, porque era gris. Y, un poco ms lejos, se haca extraamente transparente, nebuloso o, mejor dicho, cada vez ms irreal. Y detrs no haba nada, absolutamente nada. No era un lugar pelado, una zona oscura, ni tampoco una clara; era algo insoportable para los ojos y que produca la sensacin de haberse quedado uno ciego. Porque no hay ojos que aguanten el contemplar una nada total. Atreyu se tap la cara con la mano y estuvo a punto de caerse de la rama. Se sujet con fuerza y descendi tan deprisa como pudo. Ya haba visto bastante. Slo entonces comprendi todo el horror que se extenda por Fantasia.

Cuando lleg otra vez al pie del gigantesco rbol, los tres trolls de la corteza haban desaparecido. Atreyu salt sobre su caballito y, a galope tendido, tom la direccin opuesta a aquella en que la Nada avanzaba lenta pero inconteniblemente. Slo cuando era ya oscuro y haca tiempo que el Bosque de Haule haba quedado atrs hizo alto.

Y aquella noche le esperaba el segundo acontecimiento que haba de dar a su Gran Bsqueda una nueva orientacin.

So -de forma mucho ms clara que hasta entonces- con los grandes bfalos purpreos que haba querido cazar. Esta vez estaba ante ellos sin arco ni flechas. l se senta muy pequeo, pero la cabeza del gran animal cubra el cielo entero. Y oy cmo le hablaba. No pudo entenderlo todo, pero aproximadamente le dijo as:

Si me hubieses matado seras ahora un cazador. Sin embargo, renunciaste a ello y por eso puedo ayudarte ahora, Atreyu. Escucha! Hay un ser en Fantasia que es ms viejo que todos los otros. Lejos, muy lejos, al norte, est el Pantano de la Tristeza. En medio de ese pantano se alza la Montaa de Cuerno y all vive la Vetusta Morla. Busca a la Vetusta Morla!

Entonces Atreyu se despert.

El reloj de la torre dio las doce. Los compaeros de Bastin iran pronto a dar la ltima clase en el gimnasio. Quiz jugasen hoy con aquel baln medicinal grande y pesado con el que Bastin se daba siempre tan mala maa, por lo que ninguno de los equipos lo quera como jugador. A veces tenan que jugar tambin con una pelota pequea, dura como una piedra, que haca muchsimo dao cuando le daba a uno. Y a Bastin le daban siempre y con todas las ganas, porque ofreca un blanco fcil. Sin embargo, quiz hubiera que hacer hoy cuerdas... un ejercicio que Bastin detestaba especialmente. Mientras que la mayora de los otros estaban ya arriba, l se columpiaba casi siempre como un saco de patatas, con la cara roja como un tomate, al extremo inferior de la cuerda, con gran regocijo de toda la clase pero sin ser capaz de trepar ni medio metro. Y el seor Menge, el profesor de gimnasia, no escatimaba las bromas a su costa.

Bastin hubiera dado cualquier cosa por ser como Atreyu. Entonces les hubiera dado a todos una leccin.

Suspir profundamente.

Atreyu cabalg hacia el norte, siempre hacia el norte. Slo se permita y permita a su caballo las pausas ms estrictamente necesarias para dormir y comer. Cabalg da y noche, con el ardor del sol y bajo la lluvia, a travs de tormentas y tempestades. No vio nada ni consult con nadie ms.

Cuanto ms avanzaba hacia el norte, tanto ms oscuro se haca. Un crepsculo gris de plomo, siempre igual, llenaba los das. Por las noches, las auroras boreales iluminaban el cielo.

Una maana, en cuya turbia luz el tiempo pareca haberse detenido, vio por fin, desde una colina, el Pantano de la Tristeza. Vapores de niebla flotaban sobre l y de ellos surgan bosquecillos de rboles cuyos troncos se abran por abajo en cuatro, cinco o ms zancos retorcidos, de forma que parecan grandes cangrejos, sostenidos sobre muchas patas en el agua negra. Del follaje pardo colgaban por doquier races areas, como tentculos inmviles. Era casi imposible saber dnde era firme el suelo entre las charcas y dnde consista slo en una alfombra de plantas acuticas.

rtax resopl suavemente de espanto.

-S -respondi Atreyu-, hemos de encontrar la Montaa de Cuerno que est en medio de ese pantano.

Espole a rtax y el caballito obedeci. Paso a paso, iba comprobando la firmeza del suelo y, de ese modo, avanzaban lentamente. Finalmente, Atreyu desmont y llev a rtax de las