Miceli, Sergio - Vanguardias literarias y artísticas en el Brasil y en la Argentina un ensayo...

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Historia de los intelectuales en América Latina CARLOS ALTAMIRANO (director) II. Los avatares de la "ciudad letrada" en el siglo XX CARLOS ALTAMIRANO (editor del volumen) conocimiento katz

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Historia de los intelectuales en América LatinaCARLOS A L T A M I R A N O ( d i r e c t o r )II. Los avatares de la "ciudad letrada" en el siglo XX

CARLOS A L T A M I R A N O ( e d i t o r d e l v o l u m e n )

conocimiento

katz

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Prim era edición, 2010

© Katz Editores Charlone 216 C1427BXF-Buenos Aires Calle del Barco NQ 40, 3<> D 28004 Madrid w w w .k atzed ito res.co m

© Carlos Altamirano

ISBN Argentina: 978-987-1566-22-8 ISBN España: 978-84-92946-05-1

1. Historia del Pensamiento Latinoamericano. I. Título. CDD 306.42

El contenido intelectual de esta obra se encuentra protegido por diversas leyes y tratados internacionales que prohíben la reproducción íntegra o extractada, realizada por cualquier procedimiento, que no cuente con la autorización expresa del editor.Diseño de colección: tholön kunst

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índice

9 Introducción al volumen IIÉlites culturales en el siglo x x latinoamericano

Carlos Altam irano

I. INTELECTUALES Y PODER REVOLUCIONARIO

31 Los intelectuales y la Revolución M exicana

Javier Garciadiego

45 Anatomía del entusiasmo. Cultura y Revolución en Cuba

(1959-1971)Rafael Rojas

II. TRAYECTOS Y REDES INTELECTUALES

65 Pedro Ilenríquez Ureña y las tradiciones

intelectuales caribeñas

Arcadio Díaz Quiñones

82 E l intelectual-diplomático: Alfonso Reyes, sustantivo

Jorge Myers

98 Letras y diplomacia en el Brasil: una aproximación

en tres tiempos

Fernanda Arêas Peixoto

1*9 América Latina como práctica. Modos de sociabilidad

intelectual de los reformistas universitarios (1918-1930)

M artín Bergel y Ricardo M artínez Mazzola

146 Huellas, redes y prácticas del exilio intelectual

aprista en Chile Ricardo Melgar Bao

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III. REVISTAS

Amauta: vanguardia y revolución

Oscar Terán

Sur. Una m inoría cosmopolita en la periferia occidental

M aría Teresa Gram uglio

Marcha del Uruguay: hacia Am erica Latinapor el Río de la Plata

Xim ena Espeche

Cuadernos Am ericanos: la política editorial

como política cultural

Liliana Weinberg

La Revista M exicana de Literatura: territorio

de la nueva élite intelectual (1955-1965)

Ricardo Pozas Horcasitas

Casa de las Am éricas (1960-1971): u n e sp len d o r

en dos tiem p o s

Claudia Gilm an

IV. ENTRE LA ACCIÓN CULTURAL Y LA ACCIÓN POLITICA

La desmesura revolucionaria. Prácticas intelectuales

y cu ltu ra v ita lista en los o ríg en es d e l a p r a p e r u a n o

(1921-1930)M artín Bergel

E l modernismo y la form ación del intelectual católico

en el Brasil

Fernando Antonio Pinheiro FilhoLos proyectos de un grupo de intelectuales católicos

argentinos entre las dos guerras

Fernando J. Devoto

Artistas e intelectuales brasileños en las décadas

de i960 y 1970: cultura y revolución

Marcelo Ridenti

Los intelectuales y la izquierda en la Argentina

(1955-1975)José Luis de Diego

V. LA SUSTANCIA DE LA NACIÓN!

INTELECTUALES Y DISCURSO INDIGENISTA

M anuel Gamio y el indigenismo de la Revolución Mexicana

Emilio Kourí

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Indigenismo, nación y política en el Perú

(1904-1930)O sm ar Gonzales

Arguedas: los peruanos somos un "noble torbellino

de espíritus diferentes”

Luis Millones

VI. VANGUARDIAS

Vanguardismo pictórico y vanguardia política

en la construcción del Estado nacional revolucionario

mexicano

Alicia Azuela de la Cueva

Vanguardias literarias y artísticas en el Brasil

y en la Argentina: un ensayo comparativo

Sergio Miceli

V II. EMPRESAS EDITORIALES: ESTRATEGIAS

COMERCIALES Y PROYECTOS CULTURALES

Los editores españoles en la Argentina:

redes comerciales, políticas y culturales entre España

y la Argentina (1892-1938)

Fabio EspositoM isión de la edición para una cultura en crisis.

E l Fondo de Cultura Económica y el americanismo

en Tierra Firm e

Gustavo SoráEditoriales y círculos intelectuales eti Chile (1930-1930)

Bernardo Subercaseaux

V III. LA IN TELLIGEN TSIA DE LAS CIENCIAS SOCIALES

Intelectuales, poder revolucionario y ciencias sociales

en México (1920-1940)

Guillerm o Palacios

Ciencias sociales en el Cono Sur y la génesis de una nueva élite intelectual (1940-1963)

Alejandro Blanco

Generaciones pioneras de las ciencias sociales brasileñas

Luiz Carlos JacksonPasajes: Albert O. Hirschman en América Latina

Jeremy Adelman

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IX . TENDENCIAS Y DEBATES

685 Los intelectuales de la literatura: cambio social y narrativas

de identidad

Gonzalo Aguilar

712 La élite itinerante del boom : seducciones transnacionales

en los escritores latinoamericanos (1960-197$)

Nora Catelli

733 Campo intelectual, crítica literaria y género (1920-1968)

Heloisa Pontes

759 Intelectuales y medios de comunicación

M irta Varela

783 Colaboradores

791 índice de nombres

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Vanguardias literarias y artísticas en el Brasil y en la Argentina: un ensayo comparativo*Sergio Miceli

Las vanguardias literarias y artísticas brasileña y argentina de la década de

1920 permiten un cotejo de los rasgos estructurales derivados del surgi­

miento del cam po intelectual en esos países “ nuevos” de la periferia capi­

talista. Debido a im posiciones externas a la actividad creativa -q u e nunca obtuvo el peso de la autonomía conquistada por las figuras pioneras del

“escritor” y del “ artista” europeos, com o Baudelaire, Flaubert o M anet-,

el escenario cultural que por entonces se constituía en nuestro continente

se basó en un ordenam iento radicalm ente distinto en lo que respecta a

los lazos entre condicionantes sociales y rasgos singulares del cam po en

gestación. Esa experiencia histórica afectó totalmente al im aginario crea­

tivo plasm ado por la reinvención característica del trabajo intelectual

desarrollado por los líderes de aquellos movimientos.

E l examen de las condiciones estructurales de emergencia de esos cam ­

pos sui generis de producción intelectual no puede eludir la inversión en

el posicionam iento de las sociedades sudamericanas en relación con España y Portugal, ex potencias colonizadoras ahora declinantes e inm ersas en

una gravísim a crisis política y cultural. Tam poco puede dejar de consi­

derar la postura dependiente respecto de la hegem onía europea, sobre todo de París, por entonces la meca sim bólica de la élite sudam ericana.

M ás allá de las considerables diferencias en la influencia que ejercieron

los m odelos español y portugués en sus antiguas áreas cautivas de A m é­

rica Latina, el debilitamiento del vigor cultural de esas ex m etrópolis como

exportadoras de paradigmas, estilos y lenguajes instigó el despertar de una

conciencia nativista por parte de los sectores cultos de los grupos locales dom inantes.

* Traducido por Ada Solari.

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CRISIS IBERICA

El universo cultural hispanoam ericano poseía algunos rasgos que atenua­

ron el descenso gradual de la autoridad cultural española. Los factores

decisivos de ese reordenam iento de las relaciones de dependencia en el

plano cultural derivaban de la cartografía intelectual del nuevo continente»

de la variedad de expresiones lingüísticas, de los brotes de creatividad his­

panoam ericana y del rescoldo de los intereses comerciales y doctrinarios

de la m etrópoli en el m ercado del Nuevo M undo. La diversidad exube­

rante de dialectos locales del castellano se refleja en la m ultiplicidad de

experiencias letradas insólitas» como las de ciertos casos del Caribe (Cuba,

Puerto Rico, etc.) (Díaz Quiñones, 2006), así com o las de naciones y capi­

tales latinoam ericanas en com petencia -e n especial, M éxico y Buenos

A ires-. El surgim iento de innovadores notables de la creación literaria

autóctona en pequeños reductos -e l nicaragüense Rubén Darío, el chi­

leno Vicente H uidobro, el peruano César V alle jo -, así com o el tránsito de las obras de esos “ nom otetas” en Am érica Latina e incluso en Europa

señalan el germ en de las rupturas subsiguientes y configuran un estadio

incipiente de unificación del cam po literario hispanoam ericano. El res­

guardo de la parcela del mercado en constitución como plazas bajo el con­trol de editores españoles, la m oda castiza insuflada por la m ilitancia

culturalista de la Generación de 1898, la derrota española ante los Esta­

dos Unidos en Cuba, marcan retrocesos y resistencias de aquellos que hasta

entonces habían dictado los rum bos de la avanzada cultural.

La conjunción de esos factores rediseñó las esferas de influencia que la

intelectualidad española ejercía sobre las nuevas generaciones de escrito­

res hispanoam ericanos. La crisis española se extendió a lo largo de todo el siglo XIX y alcanzó su cima en 1898, con la pérdida de las últimas colonias.

En esa coyuntura se llevaron a cabo diversas iniciativas con el propósito de

trasm utar la derrota política en una revitalización de la influencia cultu­

ral, orientada por diagnósticos hispanistas de tinte consolador. Por otro lado, el efecto evidente del ultraísmo español sobre el grupo “ m artinfie-

rrista” fue, en gran medida, compensado por el impacto expresivo que pro­

dujo la obra poética de las figuras emblemáticas del m odernism o litera­

rio hispanoam ericano, como Rubén Darío, fulm inado por el “galicism o

m ental” (Casanova, 1999), cuya legitim idad afrancesada traspasó las fron­teras de América Latina e irrum pió con fuerza incluso en España, así como

por la dicción pom posa y centelleante de Leopoldo Lugones.

La pérdida del Brasil, el m arasm o económ ico, la fuerte dependencia

del mercado colonial, la elevada tasa de analfabetismo, el sentimiento gene-

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ralizado de crisis y decadencia por parte de la élite intelectual, el incómodo

protectorado impuesto por Inglaterra, tales fueron algunos de los princi­

pales indicadores de la larga agonía del régimen m onárquico portugués,

que culminó con el asesinato del rey Carlos y de su primogénito Luis Felipe

en 1908. La instauración de la república portuguesa (1910) no logró poner

freno a las sucesivas insurrecciones militares y a los golpes de Estado, que

abrieron el camino para los experim entos dictatoriales (19 15 ,19 17), abor­

tados de manera sangrienta, que llevaron al país al desastre en medio de

la guerra en Europa. Entre 1919 y 1925, la lucha política llegó al paroxismo,

con la caída de veintiocho gobiernos.

El prim er m odernism o portugués -encarnado por la tríada poética de

Fernando Pessoa, M ário de Sá-Carneiro y Almada Negreiros, en torno de

las revistas Orfeu (1915), Portugal Futurista (1915) y Contemporánea (1922)-

surgió en plena crisis política y no logró imponerse más allá de un círculo

lim itado de pares. La recepción e incluso una parte significativa de la

edición de las obras de esos escritores, com enzando por las de Fernando Pessoa, que sólo publicó un libro en vida, se debió a la divulgación crí­

tica que realizaron los grandes ensayistas del segundo m odernism o por­

tugués, José Régio, João Gaspar Simões y Adolfo Casais M onteiro, crea­

dores de la revista Presença (1926) en Coim bra. A pesar de la popularidad

de num erosos escritores portugueses -C am ilo Castelo Branco, Antero de

Quental, Eça de Queirós, Antonio Nobre (Candido, 2004: 85)- entre los

intelectuales brasileños, la prim era generación m odernista sostuvo una

postura decididam ente antilusitana. En el rechazo del estilo idiom ático

practicado en la antigua m etrópoli en favor de una dicción autóctona -en

el vocabulario y en el ritm o, en la entonación y en la sin tax is- se ponía

de m anifiesto la búsqueda voluntariosa de una lengua portuguesa abra-

sileñada (Franca, 1991, 2004).

En contraste con el caso brasileño, en el caso argentino hubo un flujo

incesante de intercambios transatlánticos: intelectuales españoles de visita

en la Argentina, escritores argentinos en viajes de placer o de estudios a Europa, el seguim iento de la producción intelectual española en las sec­

ciones literarias de diarios y periódicos argentinos. Ese intercambio desi­

gual revela de manera indiscutible un tipo de relación asimétrica que marcó

profundamente los experimentos vanguardistas en la Argentina, pues per­

m itió cierta confluencia entre, por un lado, la recuperación entusiasta de una identidad hispanista en la producción cultural y en el fraseado del

idioma y, por otro lado, la apropiación cada vez más audaz de las tem áti­

cas y las tradiciones criollistas, como se desprende de la expresión poética

de los líderes de la vanguardia argentina (Arrieta, 1957:171; Colom bi, 2004).

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Si se com para con el predom inio indiscutible de la lengua española y

de sus baluartes -editores radicados en la m etrópoli, mentores “externos”

(U nam uno, Baroja, A zorín), “ internos” (D arío , Lugones) y “ v ia jeros”

(Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña) de la nueva generación-, la uni­

ficación lingüística brasileña se im puso a través del eje Río de Janeiro-

San Pablo, en torno del cual se m ovían, en brotes espasmódicos de creati­

vidad, los núcleos regionales con peso político y cultural (Porto Alegre,

Belo Horizonte, Recife, Salvador, los de mayor envergadura). La literatura

regionalista brasileña nunca mereció el lugar de honra que sí se le conce­

dió a la literatura gauchesca argentina, ni tampoco logró entronizar per­

sonajes como el de Jeca Tatú5* en el panteón mítico de la nacionalidad, tal

como sucedió con el héroe-desertor Martín Fierro, recuperado y exaltado

por Lugones, Gálvez y Borges.

En aquella coyuntura, el hecho de que el español y el portugués hayan

sido los idiomas expresivos de esas vanguardias periféricas im pidió la difu­

sión internacional de sus autores y sus obras y, al mismo tiempo, dilató los márgenes de explosión creativa en la medida en que los préstamos tom a­

dos de los modelos europeos eran sometidos a reajustes y reciclajes. En otras

palabras, el mercado confinado por los idiomas ibéricos revirtió en un triunfo,

para nada despreciable, al alcance de los vanguardistas, es decir, en un tri­

buto que permitía preservar cierto tono de riesgos y osadías constructivos,

que hoy son el fundamento indiscutible de un avanzado mercado de bienes

culturales. Las lenguas de la colonización sirvieron de fundamento para una

historia singular, materia prima de los acervos circulantes en mercados que

se han expandido a un ritmo más veloz que el configurado por idiomas euro­

peos hasta hace poco dominantes, como el francés y el italiano, hoyen retro­

ceso tanto en términos de hablantes como de público consumidor.

GÉNESIS DEL NACIONALISMO LITERARIO

El legado histórico de estos países sudamericanos -desde la época colonial,

pasando por las guerras y los m ovim ientos de la independencia, por el

agrupam iento algo tardío de la dirección política y cultural en torno de

las capitales (en especial, de Buenos Aires), hasta la época de consolidación

* Personaje de un cuento de Monteiro Lobato, Jeca-Tatu pasó a ser el nombre y el símbolo del caipira (pequeño propietario o campesino pobre) del interior del Brasil. [N. de la T.]

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de los regímenes republicanos- modeló, de manera decisiva, los rasgos que

caracterizaron a los brotes de renovación literaria y artística en las tres pri­

meras décadas del siglo pasado. Com o bien lo muestra la experiencia de

las generaciones romántica y realista, en el Brasil, y la de las hom ologas

generaciones romántica, modernista y del Centenario en la Argentina, la

actividad literaria sólo pudo germ inar al amparo de las dádivas y las pro­

tecciones concedidas por los grupos poseedores del poder económ ico y

político (Halperin Donghi: 1985,2004,2005; Sevcenko, 1983; M iceli, 2001).

Así como no es posible disociar los textos de Sarmiento, Alberdi, Mitre y

Hernández de las aflicciones del exilio, de los diagnósticos conflictivos acerca

del régimen de Rosas, de los proyectos de reforma del país - lo que culminó

con el triunfo personal de los que sobrevivieron a la intemperie política-,

tampoco pueden desvincularse los escritos de Alencar, Nabuco y Oliveira

Lima de los desafíos y los impasses que debieron enfrentar en el desempeño

de sus funciones públicas, desde el régimen m onárquico hasta el período

republicano. Las realizaciones intelectuales modélicas de Machado de Assis o de Leopoldo Lugones, más allá de las diferencias de lenguaje y de género,

parecían valerse de las energías que suscitaba el despegue de una activi­

dad autoral m ás osada en medio de la m araña de vínculos que envolvía a

los diferentes círculos y fracciones de la clase dirigente.

En estos países, los practicantes de la actividad literaria o artística nunca

lograron desprenderse del dom inio estructural que ejercían los grupos

políticos dominantes: o bien fueron acogidos por los dispositivos oligár­

quicos de los estados o por el Estado central, como ocurrió en el Brasil, o

bien se mantuvieron al abrigo de empresarios o fueron financiados por el

patrim onio familiar, como sucedió en el caso argentino. En rigor, la dife­

rencia radicó en los tipos de mediadores políticos dispuestos a dar sostén

material e institucional a la vida cultural: los mandamases y los proceres

políticos en el Brasil, que operaban como jefes de redes burocráticas en el

interior de los poderes constituidos; los m agnates y los jefes de la gran

prensa porteña, toda ella aferrada a las banderas partidarias y a las pala­

bras de orden de las coaliciones de gobierno. El brasileño Oswald de Andrade (1890-1954) y los argentinos Oliverio Girondo (1891-1967) y Ricardo Güi-

raldes (1886-1927) son ejemplos conspicuos de escritores cuyas audacias

creativas estaban bien ancladas en una situación de privilegio debida a su

fortuna personal.Tanto en el caso de la tutela ejercida por el mecenazgo imperial brasi­

leño com o en el del enfrentam iento entre el régimen de Rosas y la élite

letrada argentina, esos m ediadores controlaban las actividades intelec­

tuales, que alternaban m om entos de sujeción a las dem andas políticas

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con aquellas circunstancias y con los hechos en los que lograban afirm ar

su autonom ía. Esta camada intelectual, empleada en la política, se hallaba

com prim ida entre el azote del trabajo por encargo y el desafío de una

obra expresiva autóctona. Por consiguiente, todos los avances en materia

de autonom ía y de capacidad de invención dependieron de recursos de

las entidades públicas con inserción estratégica en el ámbito cultural-com o,

por ejemplo, la universidad, el principal sostén de la actividad intelectual

en el Brasil desde mediados del siglo x x (Pontes, 1998; Schwartzman, 1979)-,

o del éxito alcanzado en el m ercado de bienes culturales, com o ocurrió

en el caso del boom de la novela latinoam ericana.

En estos países, los experimentos vanguardistas deben ser com prendi­

dos mediante la conjunción de factores estructurales modeladores de la acti­

vidad intelectual: las condiciones del ejercicio del mecenazgo, la m orfolo­

gía social de los integrantes de esos m ovimientos y las vinculaciones de esos

escritores con los mentores, los modelos y los paradigmas vigentes en las

m etrópolis europeas. Los contrastes más elocuentes que surgen de la com ­paración entre la vida intelectual brasileña y las condiciones de estructura

y de funcionamiento del campo literario y artístico en la Argentina, en las

décadas de 1910 y 1920, se relacionan con el im pacto desigual del legado

del período colonial y de la postindependencia en la configuración de un acervo de obras y modelos de excelencia en el dom inio cultural. Hasta el

momento de eclosión de las vanguardias, las sucesivas generaciones de inte­

lectuales repartían sus esfuerzos entre la escritura y la actividad política, a

veces limitada a la colaboración en la prensa, y al mismo tiempo reaccio­

naban ante los cambios y las propuestas que surgían en la m etrópoli euro­

pea. Las diferencias son acentuadas y perceptibles en el campo de las artes

visuales, en cuyo ámbito los frutos acumulados por sus practicantes en el Brasil y en el Plata se muestran bastante desacompasados.

La historia cultural de la era de Rosas y la llegada tardía de un arreglo

político satisfactorio, que se tradujo en la federalización de Buenos Aires,

divergió claramente de las políticas culturales centralizadoras subvencio­nadas por el erario m onárquico brasileño (Malosetti Costa, 2001; Balda-

sarre, 2006; Batticuore, Gallo y Myers (eds.), 2005; Schvvarcz, 1998:125; Levy,

1990). El arbitrio m onárquico subsidió la M isión Artística Francesa de 1816,

la Academia Im perial de Bellas Artes en 1828 y las Exposiciones Generales

en el período 1840-1889 -in iciativas que se afirm aron en el régimen repu­blicano-, así como las actividades de enseñanza a cargo de la Escuela Nacio­

nal de Bellas Artes y el otorgamiento de premios, que desde 1894 fue pre­

rrogativa del Salón Nacional de Bellas Artes. Este largo ciclo de enseñanza

artística y la tradición ininterrumpida de los salones nacionales dieron base

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institucional a una práctica académica dentro de los géneros entroniza­

dos por la escuela de David: la com posición histórica, el retrato, el pai­

saje, la naturaleza muerta, la pintura de género. Ninguna entidad de este

tipo tuvo presencia en suelo argentino, donde tampoco arraigó un género

como la pintura paisajística. En el Brasil, la continuidad de esa tradición

académica se afirm ó mediante un linaje de maestros, que actuaron como

modelos de excelencia y líderes de venta en una plaza reducida como era

por entonces Río de Janeiro y, más adelante, también en San Pablo. El mece­

nazgo que ejercieron el poder público y las familias de la élite funcionó, a

veces, como remedo de un mercado del arte.

En la Argentina próspera y optimista de la década de 1920, se observa

la virtual ausencia de iniciativa gubernam ental o pública en m ateria de

apoyo a la producción cultural. Pero la pujante industria editorial conso­

lidó inversiones y proyectos en todos los ram os, form atos y géneros -d ia ­

rios, periódicos, tabloides, revistas literarias, folletines, libros-, atendiendo

así a las demandas urgentes de las nuevas camadas de lectores, descendien­tes de la masa de inmigrantes europeos, en su mayoría italianos, recién ins­

talados en el país (Sarlo, 1985,1988). Esta gran efervescencia cultural cimentó

la vida cultural, o, mejor, operó como brazo fírm e de un mecenazgo pri­

vado, ejercido ya sea en clave personal por figuras prestigiosas de familias

cultivadas de la élite dom inante, ya sea por m edio de periodistas que se

lanzaron a empresas de riesgo -e n la producción de diarios de noticias,

revistas ilustradas, colecciones de libros-, o incluso por los portavoces de

organismos políticos (partidos) o confesionales (Iglesia católica). Ninguno

de esos mecenas se m ostró reacio a la colaboración política y partidaria,

lo que se hacía más visible durante las crisis políticas de sucesión o en las

campañas por las elecciones presidenciales (Saítta, 1998; Abós, 2001).Fortalecido por su presencia en numerosos frentes e iniciativas de la indus­

tria cultural editorial, el mecenazgo privado am plió aun más su radio de

influencia debido al aumento fenomenal del público lector, cuyo proceso

de expansión ya había comenzado en las dos últimas décadas del siglo x ix a partir del éxito de la literatura criollista (Prieto, 2006: 23). El conjunto de

marcas institucionales instauradas por la prensa y por los emprendimien-

tos editoriales de punta, destinados a un círculo limitado de lectores cultos

y refinados, definió los contornos de un espacio literario escindido entre las

demandas de los grandes diarios y la producción de las revistas de los ce­náculos y los grupos de letrados. Las revistas de la vanguardia argentina - Ini­

cial, Valoraciones, Proa, Martín Fierro , etc - prolongaron las funciones y las

atribuciones que hasta entonces habían desempeñado las publicaciones canó­

nicas, como Nosotros, al tiempo que hacían alarde de los programas estéti-

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eos y de las pretensiones de liderazgo de sus mentores. Para decirlo con pala­

bras de la jerga sociológica, los integrantes de la vanguardia argentina ope­

raban, de manera concomitante, en un mercado comercial editorial y perio­

dístico, orientado a un público masivo y recientemente escolarizado, y en

un campo de producción restringida, dirigida a los pares, divulgada en perió­

dicos literarios subsidiados y en libros de tirada limitada con el sello de

editores audaces.

HISTORIA SOCIAL DE LOS ESCRITORES DE VANGUARDIA

Ricardo Güiraldes, Jorge Luis Borges (1899-1986), Oliverio Girondo, Leo­

poldo Marechal (1900-1970), entre otros, lograron articular debates e im po­

ner su autoridad intelectual gracias al trabajo editorial y autoral desple­

gado en aquellas iniciativas. Los esfuerzos por ganar un nom bre propio no les im pidieron continuar colaborando con regularidad en la gran prensa

porteña. Por ello, sería erróneo subrayar la veta autoral, tan alabada en las

revistas de circulación limitada, en detrimento de los escritos hechos por

encargo para los periódicos comerciales. Además, algunos de los trazos más

innovadores de las primeras ficciones de Borges, en la década de 1930, pro­

curaban ajustarse a los moldes de la “ Revista M ulticolor de los Sábados”,

el suplemento literario (de 1933 a 1934) del diario Crítica (Louis, 1997). En

nuestros países, en efecto, la vida literaria sólo puede com prenderse a

partir de la conexión íntim a entre rebeliones autorales, dem andas de la

industria cultural y exigencias del ámbito político. Sin embargo, una parte

prestigiosa de los líderes del campo literario emergente dependía m uy poco

para su supervivencia de la participación en los proyectos editoriales. G ü i­

raldes y G irondo, por ejem plo, eran herederos de fortunas fam iliares, y

ese privilegio daba form a a una sociabilidad adversa, en la práctica, a los

com prom isos profesionales propiam ente dichos.

En el Brasil, el despegue creativo de la prim era generación del m oder­nism o literario se debió, sobre todo en el comienzo, a las rivalidades y a

los enfrentamientos entre las fuerzas políticas representativas de las élites

regionales. En San Pablo, en M inas Gerais, en Rio Grande do Sul, la crisis

aguda del poder oligárquico en la década de 1920 en lucha con facciones disidentes, a lo que se sum aban las rebeliones de los oficiales m ilitares

descontentos, m odificó de manera drástica los m odos de colaboración de

la nueva generación de intelectuales con los dueños del poder político. En

los estados mencionados, la historia social de los jóvenes letrados se explica

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por completo a partir de la inserción en la división regional del trabajo de

dom inación. Los escritores m odernistas com enzaron sus carreras como

cuadros de los partidos republicanos estaduales y de los respectivos órga­

nos de prensa, lo que los hizo tributarios de las palabras de orden en las

que fueron socializados y, al m ismo tiempo, les proporcionó una sensibi­

lidad aguda para percibir las oscilaciones en el prestigio de sus mentores

que podían afectar a su destino tem poral. Ninguna artim aña estetizante

será capaz de hacer descarrilar ese origen.

La competencia política entre los grupos dirigentes paulistas m otivó la

creación de un partido de oposición (el Partido Democrático), así como el

control del diario O Estado de $ . Paulo y de la Revista do Brasil por parte de

una fracción especializada de em presarios culturales, reunidos en torno

de la fam ilia Mesquita. En esa coyuntura de escisión político-partidaria,

cuyos efectos se hicieron sentir en todos los ámbitos de la vida cultural, tuvo

lugar la movilización de los integrantes del frente modernista paulista. En

Minas Gerais, el círculo m odernista, liderado desde el comienzo por Car­los D rum m ond de Andrade (1902-1987), floreció a la sombra del Partido

Republicano Mineiro. Algunos de los integrantes del círculo trabajaron en

la redacción del Diario de M inast órgano oficial de la agrupación partida­

ria, en cuyas oficinas se hacía el periódico literario del grupot A Revista, edi­

tado en la Imprenta Oficial del estado, sello de casi toda la literatura de la

época. Los modernistas de Minas Gerais pertenecían a una generación de

gente del interior proveniente del mismo estrato social de los “ hacendados

del aire” (“ fazendeiros do ar” ), según la expresión de Drummond de Andrade,

es decir de aquellos hacendados cuyas familias habían perdido sus tierras

y debieron reconvertir las expectativas de sus herederos hacia el trabajo inte­

lectual. Por tanto, en esa “ciudad estancada y sofocante” como era por enton­ces Belo Horizonte, se mostraron receptivos a los intentos transform ado­

res de la oligarquía regional (Dias, 1971).

Más allá de las cualidades personales del poeta, la cohesión del grupo

mineiro [de] estado de M inas Gerais] en torno del liderazgo de D rum m ond de Andrade reflejaba la merma de las alternativas profesionales en el ámbito

de la coalición dirigente del estado, así como los choques entre los círcu­

los modernistas de San Pablo estaban vinculados a la confrontación entre

el situacionism o perrepista (del Partido Republicano Paulista, p r p ) y la

im pugnación democrática. Augusto Meyer (1902-1970), Raúl Bopp (1898- 1984) y otros escritores gauchos [del estado de Rio Grande do Sul) de esa

generación también procuraron com patibilizar el trabajo intelectual con

las ocupaciones de funcionarios graduados. Tras el período probatorio

de colaboración con los dirigentes oligárquicos en el ámbito estadual,gaú-

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chos y mineiros fueron atraídos por el gobierno de Vargas, que les ofreció

posiciones destacadas en los altos escalones del servicio público federal.

En San Pablo, tanto los intelectuales vinculados al partido republicano

com o aquéllos identificados con las causas disidentes trabajaban en la

adm inistración estadual, en la prensa, en el sector editorial, en el Legis­

lativo, y se m ovían, por tanto, entre los espacios culturales bajo la tutela

de magnates privados, líderes políticos, dirigentes partidarios y autori­

dades gubernam entales.

En Río de Janeiro, la generación llamada “ m odernista” por amnesia de

la historia literaria constituía un grupo significativo de escritores que habían

debutado en clave simbolista o “ penumbrista”, algunos de ellos mucho antes

de 1922. R onald de C arvalho (1893-1935), G ilberto A m ado (1887-1969),

Manuel Bandeira (1886-1968), Prudente de Morais Neto (1904-1977), Murilo

Mendes (1901-1975), Alceu Amoroso Lima (1893-1983), entre otros, se movie­

ron entre la actividad política, la carrera diplom ática, los encargos oficia­

les, las entidades y los periódicos de la reacción católica (Gom es, 1999), en un m om ento en que toda la vida intelectual se hallaba bajo el dom inio

de la gran prensa, que era la instancia que brindaba la m ayor parte de las

gratificaciones y de las posiciones intelectuales (Miceli, 200 1:15).

La trayectoria intelectual y profesional de los jóvenes modernistas bra­

sileños, incluida la de los más favorecidos, como Oswald de Andrade, se

fue moldeando en medio de una serie de circunstancias político-institu-

cionales regionales, en función del grado variable de diversificación y de

respiro dentro del m ando de las fuerzas oligárquicas. Estas mediaciones

locales perm iten estim ar los com plejos viveros de experiencias por los

que transitaron los m odernistas brasileños, quienes, en el pasaje de la

provincia a la capital del país, lograron consolidar a un m ismo tiempo una posición funcional y el reconocimiento literario, en la órbita de los círcu­

los y anillos burocráticos controlados por sus protectores políticos.

Mientras que la mayoría de los modernistas brasileños continuó depen­

diendo de las oportunidades de inserción en el servicio público, o bien en los equipos de trabajo de destacados líderes oligárquicos, y procuró, en la

medida de lo posible, resguardar la obra literaria de las imposiciones polí­

ticas, una parte significativa de los escritores argentinos de la generación

vanguardista buscó abrigo institucional y apoyo financiero junto a las gran­

des figuras del mecenazgo privado. Algunos pocos argentinos, en virtud de la autonom ía financiera de la que disponían, dieron alas a proyectos

audaces de creación literaria. Estas modalidades de inserción - lo s brasile­

ños bajo el acicate de los proceres políticos, los argentinos bajo el sello de

los magnates de la prensa, o incluso, aquí y allí, algunos pocos con recur­

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sos p rop ios- enredaban la producción autoral en lazos extraintelectuales,

con lo que se redoblaba la fuerza de las constricciones alim entadas por

los vínculos de clase.

Este tipo de com padrazgo infundió cierta politización saturada a la

vida intelectual, en una m edida m ucho más significativa y tangible de lo

que suele ocurrir en campos intelectuales menos atravesados por im posi­

ciones extraintelectuales, como en los casos ejemplares de Francia y de Ingla­

terra a lo largo del siglo x ix . No es un hecho casual que los escritores más

inventivos fueran aquellos que dispusieron de sostén material y de capital

social para llevar adelante iniciativas ambiciosas que les permitieron reno­

var las reglas del juego literario. El argentino Jorge Luis Borges y el brasi­

leño M ário de Andrade (1893-1945) fueron beneficiarios privilegiados de

esa conjunción excepcional de triunfos familiares, refinada escolarización

autodidacta y libre circulación en las redes de sociabilidad de la élite nativa.

El retrato colectivo de la prom oción vanguardista de escritores argen­

tinos permite rastrear ciertos rasgos sociales que infunden “esa especie de consanguinidad tem poral y retórica que une a los m iem bros de una gene­

ración indiscutible” (Lanuza, 1962: 28). La principal línea divisoria separa

a los mentores veteranos - lo s líderes intelectuales del m ovimiento y de la

revista M artín F ierro - de los jóvenes provenientes del interior. Entre los

privilegiados, los de mayor edad solían tener título universitario, y dispo­

nían de un patrim onio m aterial considerable y de un tránsito garanti­

zado en los círculos de la élite. Girondo y Güiraldes no necesitaban suje­

tarse a las rutinas del trabajo rem unerado y podían darse el lujo de llevar

a cabo iniciativas culturales, a pura pérdida, como parte de su esfuerzo por

realizar una obra literaria en los tiem pos libres de una agenda cargada de

com prom isos m undanos. A su vez, los escritores de extracción provin­ciana, como por ejemplo Eduardo Mallea (1903-1982) y Carlos Mastronardi

(1901-1976), eran hijos de profesionales liberales exitosos, jefes de familias

prestigiosas del interior, que se habían instalado en Buenos Aires para estu­diar en la universidad.

Los escritores más jóvenes, sin títulos universitarios, debutaron en el

aprendizaje del oficio literario como autodidactas, en pasantías de prueba

en la gran prensa porteña. La subsistencia m aterial y el prestigio de estos

periodistas novatos letrados dependían del apoyo de los dirigentes y los

propietarios de los diarios más importantes de la capital, con lo que se daba continuidad a una tradición de sim biosis entre el artículo periodístico y

el texto literario, tan característica de la anterior generación de letrados,

en la que habían brillado los nombres de Gálvez, Payró, Rojas e Ingenie­

ros (Altam irano y Sarlo, 1997:161). La generación del Centenario comenzó

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a “profesionalizar” la actividad del escritor, a dotarla de una identidad social

fuerte; y el hecho de que la subsistencia de m uchos de ellos dependiera

del trabajo periodístico no les im pidió lanzarse a una reflexión sobre su

práctica, a un punto tal que, en algunos casos, llegaron a plantear una

ruptura im aginaria entre el oficio literario y la función política.

El autodidactism o fue la marca de la generación vanguardista, ya sea

supliendo el aliento expresivo de los que carecían de capital cultural, ya sea

ungiendo a los jóvenes de buena fam ilia -B o rges, G irondo y Bernárdez

(1900-1987)-, que habían adquirido, por su entorno fam iliar y por la for­

m ación escolar en el extranjero, los emblemas característicos del m anejo

cultural de la élite. Los primeros se vieron cercenados en términos de poten­

cial creativo y fueron empujados a ejercer servicios literarios poco gratifi­

cantes. En cam bio, los poseedores de un capital intelectual diferenciado

parecían estar predestinados a “ inventar” la figura depurada del escritor

nato, del hombre de letras consumado, del sumo pontífice de las reglas domi­

nantes del juego literario, algo que Borges encarnó tan bien (Miceli, 2007). Si no me equivoco, los únicos “ m artinfierristas” en condiciones de pres­

cindir de las luces providenciales de la prensa -e l verdadero apoyo de la vida

intelectual argentina- fueron escritores que se m antenían por medio de

las actividades en el servicio público, en el magisterio, en el sector privado, o bien aquellos pocos que podían valerse de su fortuna personal.

La mayoría de esos escritores provenía de familias relativamente alejadas

del polo cultivado de la élite argentina. Muchos de ellos desistieron de lle­

var a cabo proyectos autorales propios y se contentaron con subsistir por

medio de los servicios prestados a la prensa o aceptando tareas subalternas

de la vida literaria, como la redacción de perfiles biográficos, reportajes y

entrevistas literarias, el trabajo como columnistas o críticos de arte, de tea­tro, de cine, en suma, como piezas de fácil reposición en la división del tra­

bajo intelectual establecida por las necesidades de los medios periodísticos.

La primera generación de modernistas brasileños no tuvo ninguna mujer

en la condición de autora con nombre propio, al contrario de lo que suce­día en el campo de la pintura modernista, en el que figuras femeninas nota­

bles -A n ita M alfatti (1889-1964) y Tarsila do A m aral (1886-1973), entre

o tras- actuaron como pioneras de un trabajo artístico pautado por los len­

guajes y los estilos de las vanguardias europeas. En cambio, la vanguardia

argentina no sólo recibió el impacto de los trabajos de una escritora pro­fesional com o Alfonsina Storni (1892-1938) que, en el auge de su actividad

creativa, tuvo gran repercusión en el periodism o de la década de 1920, sino

que también se m ostró receptiva a la colaboración de mujeres escritoras.

Borges hizo una reseña elogiosa de una antología poética de Nydia Lamar-

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que (1906-1982) y escribió el prefacio de la prim era obra de Norah Lange

(1905-1972), amiga y antigua pasión de juventud, con la que además estaba

emparentado. Norah Lange pasó a ser una escritora reconocida por los

pares y más tarde se casó con Oliverio Girondo. En definitiva, las experien­

cias suscitadas por la identidad sexual y de género proporcionaron mate­

riales expresivos a las artistas brasileñas y a las escritoras argentinas de esa

generación.

Pero más importante que el estatus ocupacional paterno, el prestigio

familiar o el volumen de capital cultural, sobre todo al lidiar con intelec­

tuales ávidos de estabilidad profesional, parece ser el grado de participación

de los escritores en la experiencia de la inm igración. Ninguno de ellos, ni

siquiera los más convencidos acerca del “carácter criollo”, com o Borges,

pudo esquivar el impacto avasallador de la inm igración en las transforma­

ciones que atravesaba la estructura social del país desde fines del siglo xix.

La primera generación de m odernistas brasileños no sintió este aguijón

con la misma fuerza y el mismo apremio, si bien las vivencias de los inmi­

grantes fueron tratadas en los cuentos de los paulistas Alcântara Machado

(1875-1941) y Mário de Andrade. En San Pablo, con excepción de Menotti

Del Picchia (1892-1988) -e l “patito feo” del llam ado “grupo de los cinco”

modernistas, el único que era hijo de inmigrantes, periodista exitoso, cuyas

novelas y poemas nativistas, pese a ser bien recibidos por el público, fue­

ron objeto de burla por parte de sus pares (M iceli, 2003)-, los demás inte­

grantes pertenecían a familias con apellidos ilustres, en etapas variables de

declinación económica y social, y que se vieron sumergidas por los cam­

bios en la estructura social que desencadenaba el aluvión inmigratorio.

La fisonomía de las alas “cosm opolita” y “provinciana” del movimiento

literario modernista en San Pablo provino de las características económi­

cas, sociales y culturales de sus familias, de las especies y los montos de

capital acumulado, de la procedencia geográfica, así com o de la antigüe­

dad del linaje y de los modos de inserción en el espacio de la clase dirigente

(Miceli, 2004:167). Guilherme de Almeida (1890-1969), Alcântara Machado

y Cândido Motta Filho (1897-1977) pertenecían a clanes enquistados, desde

mucho tiempo atrás, en corporaciones especializadas en el trabajo político

-magistratura, magisterio superior-, casi siempre residentes en la capital

y cuyos herederos eran educados y socializados en una convivencia íntima

con los círculos de juristas y catedráticos del derecho. Cassiano Ricardo (1895-1974), Plínio Salgado (1895-1975) y Menotti Del Picchia provenían de familias arraigadas en pequeñas ciudades y en haciendas del interior del estado, lo que por cierto implicó una merma en los horizontes de su for­mación escolar, determinó tanto las ocupaciones iniciales como su primer

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casamiento y, en suma, definió la herencia de un habitus conformista, de

repertorios y lenguajes del pasado, de filiaciones doctrinarias y políticas

retrógradas, lo que condujo a la construcción de un universo provinciano

de creación literaria. En términos de postura política y doctrinaria, el con­

servadorism o im pregnó, con diversos matices, la posición dom inante de

casi todos, e incluso los más carentes de capital cultural adhirieron a los

m ovimientos de derecha de la época y, luego, a la coalición ejecutiva que

estuvo a la cabeza del dictatorial Estado Novo de Vargas.

La única experiencia que com partieron todos los m iem bros de ambos

grupos - lo s letrados provenientes del interior y los de la capital-, con la

significativa excepción de M ário de Andrade, fue el pasaje por la Facultad

de Derecho de San Pablo, lo que necesariam ente lleva a interpretar sus

composiciones de juventud como lances en el fuego cruzado de las rivali­

dades académicas. Las contribuciones proporcionales del capital familiar,

por un lado, y de la nivelación de las expectativas de éxito profesional que

brindaba la carrera jurídica, por otro, determ inaban las oportunidades de esos jóvenes respecto del casamiento, la profesión, las pretensiones eco­

nóm icas y la actividad intelectual. Con exclusión del soltero M ário de

Andrade y del bohem io Oswald de Andrade, cuyas elecciones amorosas

dependían, en desigual m edida, de la m agnitud de la pulsión intelectual

o del despilfarro material, el prim er casam iento de diversos integrantes

de las dos alas del m odernism o paulista fue resultado de estrategias de

alianza familiar.

Al igual que en el caso de sus hom ólogos argentinos, las primeras acti­

vidades profesionales de los modernistas paulistas se desarrollaron en la

prensa, el único espacio capaz de garantizar empleos y honorarios adecua­

dos a cam bio de una producción literaria autoral, cuyos temas y estilos

no podían eludir por completo la hechura periodística. M ientras que la

vivencia periodística de los escritores argentinos, reclutados en un momento

de apogeo de la industria cultural de m ateriales im presos, im pregnó la

materia prim a e incluso ciertas rasgos narrativos de Borges, Roberto Arlt

(1900-1942) y Roberto M ariani (1893-1946), entre otros, los modernistas brasileños procuraron separar las incursiones en la prensa de los hechos

literarios. Los argentinos reciclaban los faits-divers policiales como asunto

ficcional o elaboraban relatos estrafalarios para entretenimiento del lec­

tor; los brasileños, en cambio, escribían crónicas en las que suavizaban el tratamiento literario de temas favoritos.

En ambos países, la declinación m aterial y política de fam ilias ilustres

constituyó el piso social de las ramas empobrecidas de la élite nativa de la

que brotaron algunas de las más importantes “ vocaciones” literarias, entre

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ellas las de Borges y M ario de Andrade. Con una composición social mucho

más diversificada que la del m odernism o literario brasileño, la vanguardia

porteña reunió a jóvenes de familias ilustres, algunos incluso adinerados,

en grados variables de decadencia económica, y a hijos de familias de ori­

gen inmigrante. Este patrón de reclutamiento daba continuidad a la absor­

ción de descendientes de inmigrantes que había tenido lugar en la genera­

ción del Centenario, en la que se mezclaban escritores de cepa criolla, como

Gálvez y Rojas, y jóvenes sin conexiones con los círculos m ás elevados,

como Roberto Giusti o Alfredo Bianchi, fundadores y dirigentes del perió­

dico literario Nosotros. Así, el perfil intelectual y político de la vanguardia

argentina -m óviles de competencia, filiaciones estéticas, panteón,“opcio­

nes” de género literario, temáticas, estilos expresivos, posicionam ientos

artísticos y doctrinarios- se fue configurando en respuesta a la presencia

de hijos de inmigrantes entre sus practicantes, y, más aun, por la im plo­

sión de las experiencias de vida de ese contingente como materia prima

insoslayable de reflexión y de expresión, incluso por parte de aquellos inte­lectuales criollos hostiles e incóm odos por el modo en que esas vivencias

se reflejaban en el registro de la lengua hablada y escrita.

POÉTICAS DEL NUEVO MUNDO

En ambos casos, los m ovimientos de vanguardia lograron im poner cierto

reordenamiento en el cuadro de los valores estéticos prevalecientes y, en

la práctica, condenaron al ostracism o y a la desvalorización a autores y

obras de generaciones intelectuales decisivas en la vertebración del esce­nario cultural. En la Argentina, Lugones fue erigido como el gran villano

del continuismo m odernista, objeto de brom as por parte de los “ m artin-

fierristas”, y las consignas de orden de proscripción sim bólica se exten­dieron a las figuras de Benito Lynch, Gálvez y Quiroga. El papel de héroes

de la vanguardia porteña recayó en el esporádico escritor M acedonio Fer­

nández (1874-1952), mezcla de aristócrata y mistagogo, cuyas excentrici­

dades de rentista ilustrado e imaginativo estaban en la raíz de su leyenda,

y en el poeta Evaristo Carriego (1883-1912), bardo de la modesta vida coti­

diana de los suburbios, donde arraigaban los ornam entos de la sensibili­dad del criollism o urbano, el tango y el coraje viril. En el Brasil, el m oder­

nismo paulista execró a los poetas parnasianos y sim bolistas, detractó la

retórica bachilleresca y el legado entero del arte académico, en favor del

enaltecimiento del barroco y de la cultura popular.

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Borges y M ário de Andrade buscaron infundir una fisonom ía nacio­

nalista, incluso nativista, a la producción poética y ensayística, lo que

también los ayudó a disim ular las marcas de clase, el rechazo de los inm i­

grantes y de las disonancias culturales derivadas de su presencia, difumi-

nar así cierta nostalgia elitista, tan vibrante en el bagaje expresivo de las

fracciones arruinadas, e incluso el arraigado conservadorismo social y polí­

tico. La consecución de objetivos en apariencia tan contradictorios fue

posible, en parte, por el alarde en torno de la adopción de form as, lengua­

jes y estilos im portados de los repertorios vigentes en las m etrópolis euro­

peas. Esta leyenda m odernizadora engendró el relato triunfal de la histo­

riografía literaria.

El desgaste de los modelos nativistas de legitimidad legados por los m ovi­

mientos de vanguardia permite apreciar el sentido doctrinario de sus tomas

de posición y, al mismo tiempo, contrastar el tono efectivo de innovación

estética con las constricciones de su práctica social y política. Con una

fórm ula algo brutal, se podría decir que los vanguardistas argentinos y bra­sileños eran tributarios, aun cuando no tuviesen plena conciencia de ello,

de un pujante m ovim iento de reacción oligárquica que les perm itió adop­

tar, en sintonía con los m óviles de lucha cultural de esos grupos amena­

zados, una postura estética renovadora como fachada productiva de una práctica política regresiva. El program a de innovaciones formales y temá­

ticas pareció contribuir a velar, filtrar y revigorizar las energías rem anen­

tes de la derrota política oligárquica.

En la Argentina, la poética y el ensayismo borgeanos de la década de 1920

derivan de esa ansia por tomar, del interior de un universo de tradiciones

culturales en riesgo inminente de devaluación, las peculiaridades de una

condición social y política amenazada. El examen riguroso de los versos de Borges de esa década permite rastrear los rasgos de su acentuada iden­

tificación con las reivindicaciones más sentidas y vividas de cierto revi­

sionism o histórico criollista. La representación sim bólica de la nación reitera la pulsación de energías contenidas por el pasado criollo, cuyas figu­

ras emblemáticas, en especial el caudillo Rosas, son elogiadas y contrapues­

tas a los héroes de la generación de Sarm iento, M itre y A lberdi, todos

ellos aparentemente m inados por el liberalismo disolvente.

Por su parte, el m odernism o brasileño entonó el canto de cisne de la

cultura oligárquica, el soplo renovador en las vísperas de la derrota polí­tica en 1930, que tomaría un rum bo de revancha constructiva tras el duro

golpe que sufrieron las élites paulistas en 1932. El aliento expresivo del esta­

llido m odernista, en el m om ento de arranque del redescubrim iento del

país, no debe em pañar el servicio político que la m ayoría de sus integran­

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tes prestó para la construcción de un cinturón de defensa cultural, apo­

yado en emprendim ientos y en iniciativas a lo largo de la década de 1930.

M ientras que M ario de Andrade se desdoblaba en los múltiples frentes de

la eclosión cultural en la capital paulista, asumiendo encargos y desafíos

de construcción institucional, D rum m ond de Andrade se afirm aba como

portavoz de la experiencia existencial, intelectual y política de toda una

generación de escritores educada y crecida en los estertores de la repú­

blica oligárquica, con fibra y recursos suficientes para hacer el pasaje desde

ese enclave regional sin brillo hacia un destino m ixto de subordinación

política y liderazgo cultural. La acogida de estos intelectuales en el inte­

rior de los eslabones burocráticos del régimen de Vargas les garantizó los

recursos políticos indispensables para la reinvención de la mística nacio­

nalista, que dio im pulso a políticas sustantivas en áreas diversificadas de

la actividad cultural.

Las figuras modélicas de Jorge Luis Borges y M ário de Andrade perm i­

ten ponderar el valor inventivo de los experimentos de vanguardia. Más allá de cierta hom ología estructural en lo que concierne a su inserción social

en círculos cultivados de ramas empobrecidas de la oligarquía, el rasgo deci­

sivo del audaz proyecto cultural de ambos líderes se condensó en el voltaje

de su ambición, en el empeño por transitar con ingenio y desenvoltura en

la práctica de géneros diversos, en la pretensión de hacerse oír en los idio­

mas nativos de la verdad y la belleza. Com ponían versos de un nativismo

apasionado, al m ismo tiem po que escribían ensayos críticos y páginas de

estética, en los que daban testimonio, con vehemencia, de las aspiraciones

de un patriotism o candente y exhibían el triunfo de una sorprendente

erudición capaz de desentrañar las querellas de la cultura nacional.

En Paulicéia desvairada (1922) y en Fervor de Buenos Aires (1923), M ário

de Andrade y Jorge Luis Borges enuncian las razones que convirtieron a

sus ciudades en teatro de operaciones de los movimientos de vanguardia.

En esos poemas del comienzo de sus carreras, es posible apreciar los im pre­

vistos de sus susceptibilidades, los meandros de sus afinidades estéticas y

sus inclinaciones políticas, sus representaciones del entramado social urbano.La tercera parte de los poemas de Borges se refiere al Buenos Aires de la

zona de Palermo, el barrio de la casa paterna, alejado del puerto y de los agi­

tados paseos públicos del centro comercial. Borges prefiere m irar las calles

tranquilas de los arrabales apartados, donde el cam po aún se resiste al avance de la ciudad. Esa predilección por una Buenos Aires del descam ­

pado, de las cuadras rectilíneas, de las casas bajas, es el reverso del m undo

de los negocios, de los carteles lum inosos, de los edificios altos. El poeta

debutante m iró a Buenos Aires desde la óptica de su casa y del barrio de

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Palermo, una zona apartada del centro, entrecortada por plazas vacías,

cuyas casas de una planta mostraban los elementos arquitectónicos y deco­

rativos característicos de la vida criolla: zaguanes, balaustradas, balcones,

aleros, patios y aljibes.

M ário de Andrade recrea una ciudad de San Pablo donde resuena la pre­

sencia avasalladora del inmigrante italiano y, al m ismo tiempo, elige como

lugar privilegiado la zona del centro histórico, en la que se concentran las

oficinas de los grandes bancos y las empresas industriales, el edificio de la

Bolsa de Valores, el Club Com ercial, los viaductos, evocando así los pila­

res de las transformaciones en marcha.

Mientras que el personaje principal de los versos argentinos es el m ismo

poeta como un andariego alerta, provisto con lentes potentes para captar

su universo social íntim o, la oda andradina al burgués juega con la figura

síntesis de la prosperidad paulista - lo s propietarios y los nuevos ricos de

origen inm igrante-, cuyas pretensiones de hidalguía son objeto de burla.

Las comunidades de las etnias “comerciales” -jud íos, sirios, libaneses, arme­n io s- se extienden a lo largo de un cinturón que rodea el vértice financiero

-e l Braz y la M oóca de los italianos, el Bom Retiro de los ju d íos-, en con­

traste con los nuevos reductos residenciales de la aristocracia agraria y de

los petulantes capitanes de la industria, la crema emergente con sus m an­

siones edificadas en los barrios de Higienópolis y en la avenida Paulista.

En su obsesión por los crepúsculos fantasmagóricos tan bien evocados

en el libro, el vagabundeo borgeano descarta los espacios por los que tran­

sitaban los trabajadores inmigrantes. El paseo lírico de M ário se basa en una

secuencia de paisajes que recuperan una cartografía vibrante del tejido

urbano en expansión: la calle Marechal Deodoro, la Plaza de Arouche, la

Plaza de la República, la avenida São João, Anhangabaú, Santa Ifigênia, la calle São Bento -u n eje que va del margen del río Tietê al centro finan­

ciero; Pacaembu, Santa Cecilia, Higienópolis, la calle de la Consolação, la

avenida Paulista-, que constituyen el frente de especulación inm obiliaria que empuja a la ciudad adinerada hacia la zona en ascenso de Jardim Am é­

rica; los barrios de Cam buci y de Ipiranga, en los bajos al pie del centro

histórico, lugares de concentración de la actividad fabril; la estación ferro­

viaria donde se ve el brillo y el estertor de la prosperidad que llega del café.

El lenguaje poético de Borges está repleto de argentinismos, el de M ário

de Andrade hace la misma profesión de fe, sin dejar de replicar lenguajes y expresiones característicos de los inmigrantes. La escritura criolla de B or­

ges se constituye sobre un entrecruzamiento de nostalgias y decepciones,

reminiscencias embargadas de un tiempo y de una sociabilidad que ya han

sido abolidos por los nuevos inquilinos extranjerizados. La brasileñidad

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508 i v a n g u a r d i a s

de M ário de Andrade amplifica el vocerío de los personajes recién llega­

dos, empresarios, obreros, costureras; alude a las formas nacientes de socia­

bilidad, como el fútbol, los desfiles de carruajes, las sesiones de cine y aque­

llos géneros étnicos de entretenimiento, como la ópera italiana, objeto de

resistencia y de escarnio por parte del poeta.

La figura sólida del criollo de buena fam ilia que encarna Borges, iden­

tificado por completo con el universo de valores del clan fam iliar y de su

clase, y herido por el desfasaje entre las promesas de un futuro inviable y

las obligaciones del oficio intelectual, contrasta con el autorretrato de Mário

de Andrade, celoso de las privaciones que separan al mulato feúcho de las

prerrogativas recién conquistadas por el inmigrante blanco y rubio de sus

versos, basadas en el dinero y en los negocios lucrativos.

VANGUARDIAS EN LA RETAGUARDIA

Aun cuando no sea posible captar la singularidad de esos proyectos nacio­

nalistas a la luz de esquemas norm ativos derivados de experiencias extran­

jeras, su estruendosa innovación y su estética sorprendente revelan hasta

qué punto su peso sim bólico es indisociable de cierta figura intelectual,

en la que la veta poética luminosa se liga con la agudeza del ensayista alerta,

deseoso de concatenar sintonías y disonancias entre el rescoldo del m ode­

lado europeo y el aguijón de las voces del nuevo mundo.

Más allá de las peculiaridades nacionales, las vanguardias argentina y

brasileña, fervientes y deseosas de novedades en la década de 1920, y ya en

retroceso estético y político en la década siguiente, configuraron m ovi­mientos de reacción intelectual a la recom posición de los grupos dirigen­

tes. El nuevo ordenamiento político-partidario que se produjo en los prin­

cipales estados brasileños, en especial en el caso paulista, se llevó a cabo en m edio de transformaciones de peso en el m ontaje de un sistema local

de producción cultural, que comenzó desde aquel m om ento a competir

con la capital federal. En cam bio, Buenos Aires m onopolizaba en la prác­

tica los poderes concesivos del renombre literario y artístico, en un vol­

taje centralizador que había liquidado cualquier tipo de pretensión regio­

nal de empuje cultural.

Estos m ovim ientos de renovación literaria y artística nunca lograron

desembarazarse de los círculos de la élite, cuyo gusto literario y artístico

era bastante anticuado. El lector de hoy podrá com probar esa traba al leer

los versos de la mayoría de los poetas argentinos de esa generación y los

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V A N G U A R D I A S L I T E R A R I A S V A R T I S T I C A S E N E L B R A S I L Y EN L A A R G E N T I N A | 5 O 9

ensayos de los modernistas brasileños ligados a la reacción católica. La circulación de varios escritores llamados vanguardistas en las redes de la élite contribuyó a viabilizar proyectos autorales y configuró el patrón reba­jado de una actividad cultural impregnada por los dictámenes de sus pro­tectores-clientes. En el momento aún incipiente de maduración de un campo literario autónomo, a veces los propios escritores, por lo general los mejor provistos de capital económico, financiaban ellos mismos iniciati­vas a pura pérdida, o a veces quedaban rehenes de las oportunidades abier­tas por los nuevos frentes de la industria cultural de materiales impresos.

Los escritores de vanguardia se empeñaron en aprender a internalizar las

directrices nacientes de la estética moderna -e l ultraísmo español, el futu­

rismo italiano, el cubismo francés- en dosis atemperadas de acuerdo con el

voltaje de riesgo y de osadía que, según juzgaban, se ajustaba a los patrones

de gusto eclécticos y convencionales de la élite local. Por lo tanto, la explica­

ción de los límites estéticos y políticos de las vanguardias argentina y brasi­

leña más bien corre por cuenta de los impedimentos de todo orden que debió

enfrentar esa generación de escritores, cuyas veleidades fueron, en buena

medida, menguadas por los guardianes del orden político y cultural.

En 1930, el golpe de Uriburu en la Argentina y la revolución de la Alianza

Liberal en el Brasil marcan la coyuntura clave de recomposición de las fuer­

zas oligárquicas y el umbral de supervivencia cultural al que se vieron con­

finados los intelectuales renovadores. El rescoldo de la década de 1930 impuso

rumbos políticos conservadores y obras de hechura amanerada. Así como

Borges tuvo que amoldarse a los horizontes doctrinarios disciplinados y a

la postura política escapista del grupo reunido por Victoria Ocampo en torno

de la revista Sur (King, 1989:47), el fracaso de Mario de Andrade en la imple-

mentación de una política cultural democrática lo obligó a reorientar las

expectativas de influencia hacia la órbita clientelista de la gestión de Capa-

nrma. las condiciones de emergencia de las vanguardias no resistieron al

cambio drástico de las circunstancias políticas dirigidas por la coalición

conservadora victoriosa en el Río de la Plata y en Río de laneiro.

b i b l i o g r a f í a

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