Mi Encuentro Con César Vallejo

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MI ENCUENTRO CON CÉSAR VALLEJO INTEGRANTES: CRUZ VARGAS, JERICKA RAMOS TORRES, DANIEL REYES HORNA, MAURICIO ROJAS SIFUENTES, GIANELLA

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MI ENCUENTRO CON CÉSAR VALLEJO

INTEGRANTES:CRUZ VARGAS, JERICKARAMOS TORRES, DANIELREYES HORNA, MAURICIOROJAS SIFUENTES, GIANELLA

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• César Vallejo, el gran poeta peruano (1892-1938), tuvo una visión de su muerte, 18 años antes de que ésta ocurriera.

• Ese episodio tétrico de la vida del “poeta universal” lo ha

relatado el filósofo y escritor Antenor Orrego en su libro Mi encuentro con César Vallejo.

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El episodio ocurrió en 1920, cuando César Vallejo se encontraba refugiado en la casa de Antenor Orrego, en Mansiche, Trujillo, eludiendo la persecución policial a raíz de una falsa acusación de vandalismo y asesinato. Orrego, que por primera vez veía al poeta, hizo rápidamente amistad con él. Vallejo, en un rapto de confidencia, le contó que a veces tenía visiones extrañas, en las que se veía participando en situaciones que no le habían ocurrido, pero que extrañamente le parecían recuerdos, y que tiempo después se cumplían. Pero hubo una visión en particular que llenaría de terror al poeta y que lo angustiaría por muchos días, y que ocurrió precisamente cuando se hallaba junto a Orrego. Esta es una parte del relato:

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“Algún tiempo después fui testigo presencial de una nueva manifestación de esta proclividad visionaria. Vallejo estaba asilado en mi rústica casa de campo —en Mansiche, pueblecillo rural cercano a Trujillo— que nuestros amigos la bautizaron con el nombre de "El Predio". El poeta eludía, por esa época, la persecución de la justicia a consecuencia de los sucesos de Santiago de Chuco. Dormíamos ambos en el único dormitorio de la casa. Una noche despertéme sobresaltado a los gritos angustiados de mi huésped que me llamaba desde su lecho. Cuando abrí los ojos en la penumbra, Vallejo estaba delante de mí, temblando como un azogado de la cabeza a los pies:

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—Acabo de verme en París —me dijo— con gentes desconocidas y, a mi lado, una mujer, también, desconocida. Mejor dicho, estaba muerto y he visto mi cadáver. Nadie lloraba por mí. La figura de mi madre, levitada en el aire, me alargaba la mano, sonriente.Y añadió:

—Te aseguro que estaba despierto. He tenido la visión en plena vigilia y con caracteres tan animados como si fuera la realidad misma. Siento que voy a perder el juicio. Levántate, por favor. Inútiles fueron mis esfuerzos para calmarlo. No dormimos ya el resto de la noche. Hicimos café. El alba nos sorprendió conversando.Cada vez que recordaba esta circunstancia tenía la certeza que había tenido su raíz en esa visión, aquellos bellísimos y admirable versos en que se siente batir un extraño aletazo de misterio y que comienzan así: "Me moriré en París con aguacero,

un día del cual tengo ya el recuerdo...