Mi Embroteca.

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Mi-embroteca. Hay un cuento muy gracioso de Pescetti que arranca con una confesión: “Les voy a contar un secreto: a mi mamá se le salía la cabeza”. Algo así siento cuando me piden describir mi biblioteca; tengo que explicar algo que falla por todos lados. Algo que hace agua -muy oportuna la metáfora en estos momentos-, por donde se la mire. Mi biblioteca es una biblioteca desmembrada, y sus miembros están esparcidos por todos lados. Hay un poco en el living (libros agolpados en un antiguo estante de galletitas, acondicionado para ello); otro poco en mi minúsculo cuarto de estudiante del interior (una alacena también reacondicionada), y algo más en el interior, resguardado en mi habitación de adolescente; algo en formato digital, (actualmente el más visitado); mucho en cajas, que despiertan un sinnúmero de improperios en las mudanzas... Y otro poco en otras bibliotecas, haciendo pasantías, para mi gusto, un poco largas. En fin: ya no sé hasta este punto si es correcto referirse a ella como “biblioteca”. No tanto por la parte de libros, sino por la parte de “conjunto de”. Ni hablemos ya del significado “mueble”: no tengo nada parecido a un mueble de biblioteca. Los admiro desde toda la vida, casi al punto de querer meterme adentro y ser un libro más. Pero no. A mis pobres libros les tocó ser heredados o comprados por mí. No fue la mejor de las suertes, pero todavía no los oigo quejarse. Además, si hay algo que tiene mi biblioteca, es que tiene representantes inolvidables. Me acuerdo hasta de cómo son y por qué los tengo, aunque no los haya leído. Aunque estén sin orden ni concierto, acomodados por tamaño (los estantes son muy irregulares) en el aparador de las galletitas. Hay de todo: desde manuales sobre el tratamiento del afásico, hasta cuentos infantiles alemanes. Desde libros de Rusia en la guerra, hasta viejas gramáticas del buen decir que despertaron mi hilaridad en su momento. Me angustio con Schopenhauer y me río con Copi, todo en un mismo estante. Aparecen las poesías de Asunción Silva

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Pequeño trabajo literario

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Mi-embroteca.Hay un cuento muy gracioso de Pescetti que arranca con una confesin: Les voy a contar un secreto: a mi mam se le sala la cabeza. Algo as siento cuando me piden describir mi biblioteca; tengo que explicar algo que falla por todos lados. Algo que hace agua -muy oportuna la metfora en estos momentos-, por donde se la mire. Mi biblioteca es una biblioteca desmembrada, y sus miembros estn esparcidos por todos lados. Hay un poco en el living (libros agolpados en un antiguo estante de galletitas, acondicionado para ello); otro poco en mi minsculo cuarto de estudiante del interior (una alacena tambin reacondicionada), y algo ms en el interior, resguardado en mi habitacin de adolescente; algo en formato digital, (actualmente el ms visitado); mucho en cajas, que despiertan un sinnmero de improperios en las mudanzas... Y otro poco en otras bibliotecas, haciendo pasantas, para mi gusto, un poco largas. En fin: ya no s hasta este punto si es correcto referirse a ella como biblioteca. No tanto por la parte de libros, sino por la parte de conjunto de. Ni hablemos ya del significado mueble: no tengo nada parecido a un mueble de biblioteca. Los admiro desde toda la vida, casi al punto de querer meterme adentro y ser un libro ms. Pero no.A mis pobres libros les toc ser heredados o comprados por m. No fue la mejor de las suertes, pero todava no los oigo quejarse. Adems, si hay algo que tiene mi biblioteca, es que tiene representantes inolvidables. Me acuerdo hasta de cmo son y por qu los tengo, aunque no los haya ledo. Aunque estn sin orden ni concierto, acomodados por tamao (los estantes son muy irregulares) en el aparador de las galletitas. Hay de todo: desde manuales sobre el tratamiento del afsico, hasta cuentos infantiles alemanes. Desde libros de Rusia en la guerra, hasta viejas gramticas del buen decir que despertaron mi hilaridad en su momento. Me angustio con Schopenhauer y me ro con Copi, todo en un mismo estante. Aparecen las poesas de Asuncin Silva al lado de las aberrantes exclamaciones de Frrez, Saussure y Chomsky al lado de mi ta poeta, y sospecho que Foucault debe haber flirteado con ms de un gaucho o un asitico. Y s. Mi biblioteca muestra el sntoma tpico de los desmembrados: no tiene estabilidad. All, en la parte rural, qued todo lo que esperaba de ac: policiales negros de Mac Donald y Hammett, que pintaban a la ciudad trrida; Poe (que cada tanto me lo traigo para que estemos solos los dos un rato); la amargura de Steinbeck, y de haberse ledo todo Los descontentos para acabar igual; el esnobismo de los personajes de Agatha Christie, la extraeza de los de Doyle y Chesterton, y las juiciosas hermanas March. Tambin quedaron los guios compartidos con la biblioteca familiar (mam y Saramago, pap y la gauchesca). Mi biblioteca se desmembr, pero el sentido de la misma se recupera cuando se transparenta su genealoga. Genealoga, no historia. Porque a mi biblioteca la conform un entramado de relaciones, no una historia de pe a pa. No hay tal cosa como una historia de mi biblioteca. Son muchas las historias, y adquieren sentido cuando se cristalizan en ese minsculo agolpamiento de libros, ms o menos maltratados, que me estoy re-presentando en este momento.Mi biblioteca es un fenmeno que todo el tiempo sigue pasando. Recientemente abr una sucursal en un colegio primario. Tengo mis integrantes favoritos, agrupados por grado escolar en que los leo, y algunos aguardando pacientemente un hueco en mis horarios. Con ellos soy ms mala, y los deformo o los recorto para que los chicos sientan el mismo anhelo morboso que yo sent alguna vez; se de tener vetustos estantes abarrotados y conocer casi a la perfeccin lo que hay adentro. Yo hasta ahora no satisfice ese anhelo.

Fotos sacadas de noche. Es mi hora de reencuentro con los libros.Mi cons uelo es comerme, de a cachitos, una biblioteca hereje.