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Memorias del seminario confiar “El amor, la vida y el trabajo a través de la literatura”. Ciclo 2008 1 MEMORIAS DEL SEMINARIO CONFIAR EL AMOR Y LA VIDA Y EL TRABAJO A TRAVÉS DE LA LITERATURA DIRECTOR DEL SEMINARIO: CARLOS MARIO GONZÁLEZ ESCRITORA MEMORIAS DEL SEMINARIO: DANIELA LONDOÑO CIRO CICLO 2008

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Memorias del seminario confiar “El amor, la vida y el trabajo a través de la literatura”. Ciclo 2008

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MEMORIAS DEL SEMINARIO CONFIAR

EL AMOR Y LA VIDA Y EL TRABAJO A TRAVÉS DE LA LITERATURA

DIRECTOR DEL SEMINARIO: CARLOS MARIO GONZÁLEZ

ESCRITORA MEMORIAS DEL SEMINARIO: DANIELA LONDOÑO CIRO

CICLO 2008

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CONTENIDO

AUTOR CUENTOS PAGINAS

Pushkin, Aleksandr El jefe de posta 3 – 4

Gogol, Nikolai El capote 5 – 6

Lermontov, Mijail Bela 7 – 8

Turgueniev, Iván Mumu 9 – 10

Dostoievski, Fiodor El ladrón honrado 11 – 12

Tolstoi, León El padre Sergio 13 – 14

Chejov, Anton El profesor de literatura 15 – 16

Gorki, Máximo El primer amor 17 – 18

Stendhal Victoria Accoramboni 19 – 21

Flaubert, Gustave Los funerales del doctor Mathurin 21 – 23

Flaubert, Gustave Los funerales del doctor Mathurin 24 – 25

Maupassant, Guy de Miss Harriet 26 – 27

Proust, Marcel La muerte de Baldasario Silvande Vizconde de Silvania

28 – 30

Hawthorne, Nathaniel El velo negro del ministro 31 – 32

Poe, Edgar Allan William Wilson 33 – 35

Herman Melville Bartleby El escribiente 36–38

Mansfield, Katherine El garden party 39 –41

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CUENTO LEÍDO Y ANALIZADO: “EL JEFE DE POSTA”, DE ALEXANDR

PUSCHKIN1 Sesión del 8 de abril de 2008 Lugar: Auditorio principal de CONFIAR Horario: 6:30pm-9:00pm Gracias al cuento del ruso Alexandr Puschkin (1793-1837), “El jefe de posta”, nos fue posible conocer troikas, caminos boscosos y rústicos y distantes parajes, a más de la trágica historia de un padre viudo y de su hija, joven hermosa que se marchó un día… en busca de su propio destino. Hace siglos era común que hubiera en Rusia, en medio de escarpados caminos, casas de postas en las que los viajeros reposaban, igual que los cocheros y los caballos; éstas solían ser lugares pobres, oscuros y aburridos, lo mismo que las personas que cumplían allí sus tareas. Pero una cuyo jefe se llamaba Samson Virin era diferente, pues vivía con él su hijita Dunia, que irradiaba toda la casa con su belleza fresca y con su simpatía e inducía a los viajeros, quienes fueran, a ser formales y deferentes en el trato. Cierta vez arribó al lugar Minski, un apuesto y joven húsar. Igual que ocurría con los demás hombres, él sintiose cautivado por Dunia y pese a haber demostrado gran afán al llegar, luego se las ingenió para alargar su estadía e incluso “enfermó” con el propósito de gozar de los cuidados de la joven. Tras varios días de solazo, Minski se dispuso a partir y como casualmente Dunia iba de salida para la iglesia, se ofreció a llevarla en su coche. Ninguno volvió más. El padre enfermó, pero luego emprendió la búsqueda de su hija y alcanzó a verla un instante, encontrándola más bella que nunca, ataviada con preciosas ropas y desmayada de la sorpresa… Tal realidad lo obligó a renunciar a la idea de recuperarla y murió viejo y lúgubre. Pasados los años regresó Dunia con tres pequeños que debían ser sus hijos, pero su padre estaba muerto ya y sólo le quedó, entonces, visitar su tumba.

El tema que sirvió de eje al seminario fue “La pequeña coqueta”. Su expositora resaltó la actitud rozagante de Dunia, la escasa timidez que cabía en sus grandes ojos azules y el ansia de mundo que demostraba su vivacidad. Asimismo, aclaró desde el principio que la coquetería no aludía a una seducción ligera o fútil, sino que era expresión de apertura a la vida, al amor, a la aventura, a algo que trascendiera el monótono y penumbroso ambiente de la casa de postas. Ante esto encontráronse en algún momento el padre y el foráneo Minski como rivales: mientras el primero era un hombre viudo, mayor, que añoraba sin más y por siempre la compañía tierna e inocente de su hija; el otro era un

1 En: Cuentos rusos. De Puschkin a Chéjov. Editorial Vergara, Barcelona, 1961

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seductor que probó su carácter y decisión al hacerse el enfermo para lograr la atención de aquella mujercita; éste no le ofreció un beso o la instantaneidad de un amorío, sino la posibilidad de otra vida, de nuevos encantos y experiencias.

Samson Virin, en fin, no tenía cómo batirse con el destino al que apostara su hija. Y aunque parezca cruel decirlo -según se conversó-, valía más aventurar la vida que pretender que la inmaculada alegría de la niña consolaría eternamente la rutina agobiante del padre. Dunia lloró sin parar al abandonarlo, pues lo quería, y por eso su decisión fue trágica y valiente, porque otro mundo la llamaba y ella debía ir hacia él, pese a la angustia que significaba escabullirse de la bondadosa custodia paterna. El sueño de muchos padres de tener hijos pródigos no se cumplió en este caso porque Dunia no hizo una apuesta falaz o frívola de la cual tuviera que arrepentirse.

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CUENTO LEÍDO Y ANALIZADO: “EL CAPOTE”, DE NICOLAI GOGOL2

Sesión del 22 de abril de 2008 Lugar: Auditorio principal de CONFIAR Horario: 6:30pm- 9:00pm

El ruso Nicolai Gogol, que vivió en la primera mitad del siglo XIX, nos descubre en su cuento “El Capote” la realidad moral y las vicisitudes de un funcionario insignificante y trivial como una mosca cualquiera. Lamábase Akaki Akakievich y el día de su bautizo lloró con tal desconsuelo, que parecía intuir el aciago destino que le esperaba. Era copista en un departamento ministerial y pasaba los días sumergido entre los renglones de los documentos en los que trabajaba y perdíase en ellos con inmensa fruición. Incluso llevaba algunos de los papelotes del departamento a su casa y les dedicaba un buen rato también en la noche. Este tipejo vivía de una manera extraña sumamente alejado de la vida: cuando salía a la calle ni se percataba de que hubiera otros seres, o casas, o caballos con los cuales tropezarse, sino que se dejaba llevar por la rutina de todos los días; cuando comía dábale lo mismo que los alimentos estuvieran buenos o malos o que los insectos se posaran en ellos, y así era en todo. No contaba con el afecto de sus compañeros de trabajo, quienes más bien lo tomaban por objeto de sus burlas, viéndolo siempre mal presentado y patético. Un dolor en su espalda lo hizo notar cierto día que su capote, prenda crucial para sobrevivir al viento helado y penetrante de San Petersburgo, estaba desgastado, razón por la que acudió al sastre. Éste se negó a remendar la prenda y dijo enfáticamente que la única solución era hacer una nueva. La melancolía invadió al pobre Akaki, pues no contaba con el dinero necesario para comprar un capote; pero luego hizo cuanto estaba a su alcance para reunir la cantidad que le pedía el sastre y pasó miles de horas inigualables soñando con su capote y escogiendo las telas y el diseño del mismo. El día que lo estrenó fue para él “una fiesta grande y solemne”; sus compañeros le felicitaron por el nuevo capote y le invitaron a tomar té luego del trabajo. Akaki rompió sus hábitos cotidianos e incluso el mágico capote le hizo ver el mundo, oír el ruido de las calles y las conversaciones de los transeúntes, todo lo cual le parecía un milagro… La misma noche le fue robado el capote y armado de coraje quiso al otro día recuperarlo hablando con las autoridades pertinentes para tal tarea, las cuales –en cabeza de una “alta personalidad” – consideraron risible y sin importancia su drama. Akakí regresó a su casa sin esperanza, llevando encima el viejo capote, que nada le protegía del implacable viento de San Petersburgo, gracias al cual contrajo una angina y se resfrío de muerte: “desapareció un ser humano que nunca tuvo quien le amparara, a quien nadie

2 GOGOL, Nicolai Vasilievich. Obras Completas. Aguilar, Madrid, 1955

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había querido y que jamás interesó a nadie. Ni si quiera llamó la atención del naturalista, quien no desprecia de poner en el alfiler una mosca común y examinarla en el microscopio”. Luego, la ciudad fue acechada largo tiempo por un fantasma que tenía la figura de funcionario y que despojaba de sus capotes a todos los hombres que se lo topaban…

El problema que sirvió de eje a la sesión fue “Un fantasma”, título éste que hizo explícita la paradoja que implicaba que Akaki Akakievich hubiera cobrado existencia después de muerto, quizá como proyección de la compasión y de la mala conciencia de quienes nunca le prestaron atención, mientras que sus exhalaciones y sus días de vil mortal fueron anónimos como los de ningún otro hombre en la tierra. El expositor del problema caracterizó a Akaki como una ser enfundado en «un trabajo petrificante» que lo enajenaba del mundo y lo narcotizaba; un ser cuya existencia había corrido regularmente, bajo cálculo, «sin pena ni gloria», sin deseo, sin riesgo, guarecida por la rutina que le hacía indolente y que significaba su «muerte en vida». Aquellos renglones que transcribía con tanta curia le servían de «trinchera» y su dedicación extrema era ejemplo de una esencial indiferencia frente a sí y frente al mundo. Prófugas razones del más allá explicarán por qué tras morir cobró agallas para robar capotes…

Entre los asistentes al seminario hubo acuerdo en considerar mediocre y gris la vida de Akaki Akakievich, lo cual, empero, no justificaba la humillación que descargaron sobre él semejantes suyos. Pese a todo, también se reconoció con regocijo, de la mano del narrador, que este hombre “divisó, aunque sólo fuera al fin de su vida, el espíritu de la luz en forma de capote, el cual reanimó por un momento su miserable existencia y sobre quien cayó la desgracia, como también cae a veces sobre los privilegiados de la tierra…”. En efecto, la idea del nuevo capote -según se conversó- era ejemplo de lo que en otras vidas puede reconocerse como amor o como deseo, y en tanto despertó en Akaki una chispa que antes no tuviera, lo transformó “como si se hubiera casado o como si otro ser estuviera siempre en su presencia”; ya no estaba solo e incluso se comportaba con criterio y carácter; ahora llevaba el semblante de “un hombre que se ha propuesto un fin determinado”. El capote le dio la vida y habiéndolo perdido, le quedó sólo la muerte… Pero nunca más los hombres de San Petersburgo llevaron impunemente esta prenda, pues un fantasma ávido de ella deambulaba por la ciudad… ¿Un fantasma? ¿Un etéreo espanto a la indiferencia, a esa bestia que yace en los seres y que algo se parece a las finas telas que los resguardan del bramido de las nevascas?

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CUENTO LEÍDO Y ANALIZADO: “BELA”, DE MIJAIL LERMONTOV3 Sesión del 6 de mayo de 2008 Lugar: Auditorio principal de CONFIAR Horario: 6:30pm- 9:00pm

“Bela” es un cuento de amor, de curiosidad, de desencanto y de escarpadas montañas, cuyas letras surgen en gran parte del relato que hizo Maxim Maximich, en medio de las peñas y los abismos caucásicos, a un viajero ávido de historias (…) Maxim Maximich estaba de servicio en un lejano fortín y allí conoció a un joven oficial llamado Grigori Alexándrovich Pechorin, en quien descubrió un carácter algo raro, pero tranquilo y aparentemente incuestionable. Ambos fueron a parar algún día a la fiesta de un príncipe circasiano, donde conocieron a su hija Bela, que era una mujer hermosa, esbelta y de ojos negros “como de gamuza montañesa”, que “parecía que se asomaban al alma”. Pechorin encariñose con la joven y ofreció a su hermano Azamat, quien pecaba del grave defecto de la ambición, el caballo más brioso y bello de la región, propiedad de un bandido llamado Kazbich, el cual había rehusado las ofertas más jugosas e inigualables que le hicieran por él. Y así fue: Azamat tuvo su caballo y Pechorin a la hermosa dama de ojos negros como el carbón. Bela resistió al principio los halagos del joven oficial, pero tras unas semanas cedió a su amor y ambos se quisieron fervorosamente durante algunos meses. Mas luego… los efectos del tiempo, de la rutina, de algo inenarrable, hicieron que la pasión de Pechorin se tornara aburrimiento e indiferencia y que Bela viviera acongojada por el desamor que ahora la abrazaba. La verdad es que Grigori Alexándrovich habíase pasado la vida en goces sucesivos e instantáneos: conoció los placeres proporcionados por el dinero, frecuentó la alta sociedad, se enamoró de “elegantes bellezas”, pero su corazón siempre quedó yermo luego de haber sigo aguijoneados su amor propio y su imaginación; también estudió sin salvarse por ello de la monotonía y fue destinado como oficial al Caúcaso, pero las balas se le hicieron más familiares e imperturbables que los moscos; conoció a Bela y le sucedió igual. Pechorin se sentía desgraciado por esta lógica de su sentir que lo condenaba siempre a la insatisfacción y que hacía de su vida un vagar incesante en busca de consuelos efímeros. Bela fue asesinada por el bandido Kazbich en venganza por el robo de su incomparable caballo.

3 En: Cuentos rusos. De Puschkin a Chéjov. Editorial Vergara, Barcelona, 1961

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La conversación se inauguró con en problema: “Un monstruo insaciable: el deseo”. A través de él exploramos la relación que Pechorin sostenía con los encantos que la vida le deparaba, caracterizada por la primacía de la novedad y por la pretensión de posesión de los “objetos” que llamaban su atención. ¿Por qué luego de la “posesión” era inexorable el desencanto? ¿Por qué el tedio aparecía allí donde algo o alguien se le hacía cercano y cotidiano? ¿De dónde venía esta fatalidad? Aparte de no saberlas a ciencia cierta, las respuestas que buscamos no admiten juicios taxativos o moralizantes, pues aquello sobre lo que indagamos constituye una duda inmensa y humana, muy humana: ¿todo deseo satisfecho se esfuma?, ¿tan fugaz es el impulso de los hombres hacia lo que anhelan?, ¿cuál era la calaña de que estaba hecho ese Pechorin insaciable y errabundo?

Varias personas intervinieron objetando la idea de naturalizar la finitud de todos los deseos humanos, pues si éstos fueran siempre tan fugaces no serían posibles las historias, ni las experiencias, ni el sentido, en tanto manifestaciones del ser que ha permanecido en algo no de una manera sacrificial, sino renovando cada vez su vivencia de eso que le haya detenido en la vida. En este orden de ideas, se afirmó que la gracia de la existencia no es encontrar objetos con los cuales saciarse para luego abandonarlos, sino que consiste en superar el carácter circunstancial de esos objetos a favor de aventuras más significativas y duraderas. Se entendió así el deseo como un arte que no fenece en el impulso desmedido, sino que requiere «saber buscar, saber hallar y saber permanecer», tarea que no dependería de una sola voluntad sino de la calidad de los encuentros y de las relaciones que le fueran posibles a los seres.

Finalmente, es digna de mención la diferencia que logramos vislumbrar entre dos tipos de viajeros que Lermontov nos presenta en este cuento. Mientras uno, Pechorin, padecía “la moda de aburrirse” y decía: “al dolor me acostumbro tan fácilmente como al placer, y mi vida se va haciendo cada día más vacua. No me queda más que un remedio: viajar (…) Me iré a América, a Arabia, a la India. ¡Quizá muera en algún rincón por el camino! Por lo menos estoy convencido de que, con ayuda de las borrascas y de los malos caminos, este postrer consuelo no se agotará rápidamente”; de tal modo que apartaba de sí la responsabilidad de su propio destino y se arrojaba a la fortuna o a la pena que la suerte le ofreciera. El otro, el narrador, enunció bellas palabras sobre el sentido de sus innumerables viajes como aventuras de las cuales sorprenderse y durante las cuales se conocen personas ansiosas de contar sus historias y paisajes exorbitantes, grandiosos y elocuentes, cosas éstas que merecen ser escritas para quienes no las vivieron en carne propia. Pechorin huía de sí y el narrador, en cambio, buscaba la vida, la suya y la de otros, en recónditos lugares nunca exentos de maravillas.

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CUENTO LÉIDO Y ANALIZADO. “MUMÚ”, DE IVAN TURGUENIEV4

Sesión del 20 de mayo de 2008 Lugar: Auditorio principal de CONFIAR Horario: 6:30pm- 9:00pm Una atmósfera de servidumbre, de seres a la sombra de la vida, cobijados por el silencio del abandono o del “ajeno destino”, nos fue proporcionada por el gran Turgueniev en “Mumu”. Entre los personajes del relato, tres sirvieron de eje a nuestra conversación: una viuda “mezquina y aburrida” que envejecía a la manera de un crepúsculo “más negro que la noche”, abandonada por sus fraternos y vanamente consolada con una numerosa servidumbre a la que imponía todos sus caprichos; un hercúleo y sordomudo guardián llamado Guerasim, amante del orden (y quizá sólo del orden, de nada más) y tan obediente como deseara el más tirano de los patronos; y una tierna perrita llamada Mumu, objeto de amor y de odio enigmáticos. La viuda parecía representar en la narración, la absurdidad empoderada, las razones usurpadas por los caprichos, la tiranía de una patrona cuyo único libre albedrío estaba dado por su poder y consistía en dirigir una especie de teatro para sí, el teatro de sus siervos, que no ponían reparo alguno a sus decisiones injustificadas. Para alegría de semejante mujer existen seres como ese Guerasim del que recién hablamos, un hombre aparentemente fortachón, pero tan sumiso como ninguno, al punto de dejarse esquilmar sus dos amores, primero una lavandera, luego su perra Mumú. Y esta última, un animal que no entiende de poder ni de obediencia, embeleso de uno, del desarraigado Guerasim, pero un animalejo que osó mostrar sus dientes a la mandamás, a la vieja viuda, y que por eso mereció condena a muerte, por no entender de las jerarquías humanas ni del debido respeto a ellas.

El problema con que dimos inicio a nuestro seminario fue “los límites de la voluntad”; su expositor afirmó que todos los personajes del cuento podían caracterizarse como faltos de voluntad; además, hizo otras aseveraciones que produjeron contradicciones en algunos; por ejemplo, que si se asume la voluntad como un “acto” que requiere “tomar posición y decidir”, entonces Guerasim mató a su perrita (la patrona aducía que los ladridos de ésta no la dejaban pegar el ojo en la noche y que por tanto merecía destierro o muerte) por un acto volitivo; en este sentido, el expositor enfatizaba en el acto volitivo como un acto “doloroso”, soslayando su talante ético. Otras intervenciones hechas a lo largo de la sesión daban razón a la sumisión de Guerasim más o menos aprobando que es posible que alguien “decida obedecer a ultranza” o, dicho en las palabras de un miembro del seminario, que una persona “tenga el sentido del deber por encima de sí

4 En: Cuentos Rusos. De Pusckin a Chejov. Editorial Vergara, Bacelona, 1961

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mismo”. Ante esto habría que interrogarse qué relevancia cobra el término “elección” cuando su ejecución determina una renuncia a la libertad: ¿se puede decir sin embarazo que alguien es “libre de renunciar a su libertad” o “libre de hacerse esclavo”, que alguien “decide” (con todas las implicaciones de la conciencia de sí y de la responsabilidad) semejantes cosas?

Hubo quienes contradijeron afirmaciones como las reseñadas: ¿Hacía Guerasim lo que le venía en gana? El cuento nos habla de su terrible aburrición al llegar a Moscú, de su desarraigo (no sólo del geográfico, sino del producido por su sordomudez) y de su paulatino acostumbramiento que lo consumía sin más en tres o cuatro rutinas dadas por su trabajo de guardián; además, tampoco se nos dan razones de la extrema obediencia de este hombre que, lejos de ser una actitud conciente, parecía obra de la simple inercia. Si consideramos, entonces, que su actitud servil tenía como fundamental consecuencia (incluso como causa primordial; de lo que no resultaría otra cosa que un triste círculo vicioso) la enajenación de su propio destino, la valoración del personaje puede calar más hondo y, necesariamente, los argumentos antes mencionados se tornan sofísticos, pues ¿Qué gracia tiene decir que un “enajenado de su existencia” es “muy capaz” de obedecer, de resignarse? Y aquello que se decía de la voluntad habría que redefinirlo también.

Sin ánimos de conceptualizaciones complejas, valga decir que la “voluntad” que un ser pueda ejercer no debe reducirse a una determinación irreflexionada a actuar de cierta manera (sea dolorosa o grata, en concordancia con el orden establecido o en rebeldía frente a él), sino que debe implicar como mínimo una “vitalidad”, algo así como un anhelo del espíritu y de la razón de traducirse en acto, de hacerse visibles como en una especie de “política del ser” que se dirima, entre las tensiones y los juegos de poder que nos habitan, como una decisión y una posición existencial que no permitan al ser dormitar al son de mareas ajenas, producidas por los caprichos de la autoridad o de los estigmas teológicos. Cosa seria resulta ser, pues, esa de la voluntad.

Otra senda de interpretación que se ofrecía para el entramado de tiranía, obediencia e indiferencia desplegado en el bello cuento que citamos, era el de la identificación del siervo con el amo, mecanismo éste que opera en los sujetos una inhibición a la rebeldía y que perpetúa una aprobación acrítica del orden establecido. Selva difícil y cenagosa a la que nos vemos lanzados por dicha interpretación, pues hace referencia a unas condiciones inconscientes que váyase a saber cómo se modifican. En todo caso, queda como un enigma aquello de que “ser-siervo” constituya una expresión compacta, en tanto representa la imposible escisión entre una voluntad de ser y una posición social de subordinación y, más todavía, una imposible contradicción entre ambas cosas.

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CUENTO LEÍDO Y ANALIZADO: “EL LADRÓN HONRADO”, DE FEDOR

DOSTOIEVSKI5 Sesión del 3 de junio de 2008 Lugar: Auditorio principal de CONFIAR Horario: 6:30pm- 9:00pm

Dice la leyenda que el ruso Fedor Dostoievski (escritor que vivió entre 1821 y 1881) clavó un puñal en su yugular para que de ella brotara la esencia de lo humano: la sangre vinotinto desprendida de su nuca trazó con suma perfección las letras profundísimas de “El ladrón honrado”. A muy groso modo, este cuento trata de una compleja relación entre un par de hombres: Astafii Ivánich y Yemelia Ilich; el primero, un solitario que vivía en cuartuchos de reducido espacio, que llevaba una vida modesta y se dedicaba algo a la sastrería para solventar sus gastos, y el segundo, “un individuo que se había maleado”, “un borrachín, un holgazán, un gandul”, un tipo de “mala cabeza”. Estos dos construyeron una relación gracias a las facultades de garrapata de Yemelia, que solía colgarse del cuello de buenos hombres con una persistencia increíble. El caso es que se amigaron y al cabo de un tiempo la retorcida cabeza de Yemelia perpetró una traición imperdonable: robó unas calzas de montar que Astafii guardaba celosamente esperando que le dieran un buen dinero por ellas. Yemelia se las bogó en licor en pocos días. Diríase que buscaba la muerte. Y así fue: postrado, sin remedio, y sin atreverse a mirar a los ojos a su bienhechor, devolvió su alma a Dios6. La historia de Astafii y Yemelia fue narrada por aquél al hombre que le arrendaba un cuartito para vivir y a su ama de llaves Agrafena, tras el robo de un abrigo de piel de la casa de éstos; y el complicado recuerdo saltó en medio de una airada conversación sobre la calaña despreciable de los ladrones. La salvedad que hizo Astaffi al iniciar su relato fue que él había sido robado por un individuo honrado…

El problema que dio inicio al seminario fue “La compasión: encuentro de dos soledades”. La expositora mostró en su presentación que la soledad y la compasión tejían la trágica maraña dostoievskiana. En cuanto a la soledad, como ha sido reseñado, Astafii y Yemelia eran un par de seres arrojados a la arbitrariedad del mundo y la gracia de ésta los encontró en una taberna sin más razones que mediaran. Sobre este punto se

5 En: Antología del cuento moderno. Selección de Cesar Cecchi y María Luisa Pérez. Editorial universitaria, Santiago de Chile, 1997.

6 “Devolver el alma a Dios”: expresión usada en la hora de la muerte. De seguro esto puede leerse a la inversa, es decir: mientras se vive el alma no pertenece a Dios, está librada al pecado.

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formuló luego una pregunta: ¿la soledad termina con la compañía? Sin duda Yemelia y Astafii se influían, pero ¿hacían algo juntos, algún sentido los conjugaba?. Respecto a la compasión, sentimiento despertado en Astafii por la situación un tanto decadente de Yemelia, sugeríanos Marta una pregunta fundamental: ¿Cuándo la compasión es un beneficio y cuándo un perjuicio para el otro? ¿A quién compadecemos y por qué?. A esto sumaba alguien más la aseveración de que la “compasión en bruto” de Astafii por Yemelia no ayudaba en nada, sino que contribuía a la continuación de un destino desafortunado. Empero –se interpelaba-, ¿Astafii no hacía todo lo que estaba en su poder a favor de Yemelia? Y podría pensarse también que cuando un ser apuesta a la nada, tal el caso del aludido borrachín, por más solidaridad que se le brinde, no hay posibilidades transformadoras. Liarse con la nada, esa mujer del beso absoluto, implica aventarse a la soledad de la miseria propia y no más7.

Otro asunto fundamental que parece enseñarnos Dostoievski y sobre el que se conversó en nuestra sesión de seminario fue el del idealismo: ¿entendemos algo de lo humano si soslayamos las contradicciones que lo habitan, si despreciamos a nombre de una moral cualquiera el mal, la ruindad, el error? ¿Lo más humano se hace sólo visible en expresiones civilizadas o en formas excelsas del espíritu como el arte o la bondad? Lejos de cualquier bonachonería, Dostoievski dibuja en su cuento la ciénaga de lo humano y nos dice: «¡Queréis humanidad!, pues ahí la tenéis. Ninguna hazaña venerable ni titánica. Sólo pobres gentes tiritando de zozobra».

7 Valga aclarar que no es posible evadir la nada como si fuera un monstruo diferente a nosotros mismos y que tampoco podemos huir de la soledad de la miseria propia. Nada, miseria y soledad laten en nuestro ser, corren por nuestras venas. Aún así, cabe en los laberintos de lo humano la metamorfosis de lo peor.

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CUENTO LEÍDO Y ANALIZADO: “EL PADRE SERGIO”, DE LEV NICOLÁIEVICH TOLSTOI8

Sesión del 17 de junio de 2008 Lugar: Auditorio principal de CONFIAR Horario: 6:30pm- 9:00pm

El ruso León Tolstoi (1828-1910) nos cuenta la historia de un hombre llamado Stepán Kasatski, cuya vida casi puede resumirse en el firme anhelo de “alcanzar la perfección y el éxito en todas las ocupaciones que requerían su concurso hasta ganarse el aplauso y la admiración de las gentes”; el todo era ponerse una meta y persistir en obtenerla de la mejor manera, como un trofeo, “pero, una vez ganada esta meta, un nuevo fin surgía en su conciencia ocupando el lugar del anterior. Este afán de distinguirse y de lograrlo entregándose a la consecución del algún objetivo, llenaban por entero su vida”. Bajo esta lógica Kasatski se hizo cadete admirable y emprendió una carrera militar que lo llevaría a la guardia del zar; luego se enamoró de una joven de clase noble llamada Meri y a poco se casa con ella si no fuera porque el propio zar, hombre que le había merecido hasta el momento sumo fervor y adoración, usurpó su belleza angelical; un desengaño como éste condujo a Kasatski a la fe, lo convirtió en el Padre Sergio: ordenándose sacerdote pretendía demostrar su superioridad ante las dichas y desdichas mundanas. El resto de su vida se desenvolvió entre “la ambición monástica”, la huida de toda tentación y la búsqueda de la verdadera fe, así pasó de simple monje a eremita, luego a peregrino y, finalmente, fue deportado a Siberia como un vagabundo. El esencial llamado a la perfección que impelía a Kasatski valió para sus ambiciones mundanas como para sus búsquedas espirituales; la fama y la alabanza, pero también la humillación y la obediencia cristianas, tenían que ver con aquel llamado.

La sesión de seminario se inauguró con el problema “Ser y Parecer”, a través de esta dualidad la expositora analizó la posición existencial de Kasatski, un hombre al que el deleite en la admiración y el aplauso le hacían obnubilar la pregunta por el sentido de la vida y dejar de de lado la obligación de precisar y encarar sus deseos. El ideal de perfección era un látigo que le exigía ser siempre el mejor entre todos los hombres y un látigo de tal rudeza que lo llevó al obscuro camino de la fe, un verdadero laberinto. El problema “Ser y Parecer” conducía sin mayores rodeos a la crucial pregunta por la autenticidad de la existencia, ante la cual Kasatski mostrábasenos como un desvalido

8 En: Cuentos rusos. De Puschkin a Chéjov. Editorial Vergara, Barcelona, 1961.

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que nunca conquistó algo realmente propio, un hombre extraño a sí-mismo a lo largo de toda su existencia.

Quede apenas mencionado que la pareja ser-parecer admite diversas perspectivas de análisis: en el seminario se privilegió indagar sobre la autenticidad de la existencia, pero en relación al discurso cristiano hubiéramos podido discutir con mucha pertinencia la dicotomía entre verdad y mentira o entre interior y exterior; de igual modo, cabía la posibilidad de esquivar la relación antitética entre el ser y el parecer en la medida en que reconociéramos el carácter aparente y falible de todo lo existente.

La conversación prosiguió haciendo énfasis en la elección cristiana de Kasatski. Su obstinación lo sostuvo en unas paradojas y unos dramas escalofriantes: la opción por la santidad, que implicaba la represión de todo deseo y de toda duda, nutría la fiera de la concupiscencia y las mujeres que se le cruzaron en la vida le cobraron sus pretendidas renuncias mundanas: la tentación que una le produjo lo llevó a amputarse un dedo, y ceder a la voluptuosidad de otra lo lanzó a su renuncia última, lo hizo abandonar la fama de santo ermitaño y hacerse peregrino.

Sin duda el camino del padre Sergio, el de la verdadera fe, compone variadas ambivalencias y profundos dolores del alma que a menudo contrariaron su anhelo de gloria. Como sucede a los héroes trágicos, el Padre Sergio tuvo que vérselas con la peripecia de su búsqueda: lo que en algún momento fue anhelo de fama y distinción mundanas tornóse en la conciencia de su insignificancia. El que fuera un alabado intercesor entre Dios y los hombres terminó, cual vagabundo, exilado en Siberia.

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CUENTO LEÍDO Y ANALIZADO: “EL PROFESOR DE LITERATURA”, DE ANTON CHÉJOV9

Sesión del 20 de mayo de 2008 Lugar: Auditorio principal de CONFIAR Horario: 6:30pm- 9:00pm

Leyendo “El profesor de literatura” conocimos, entre otros personajes, un par de hermanas y dos profesores de liceo: Varia, mujer de unos 23 años, “solterona” pero con esperanza de casarse algún día y amante de la discusión; María, jovencita de 18 años, apasionada por los caballos y rosa fresca para el matrimonio; Hipolito Hipolitich, profesor de geografía e historia, riguroso de los mapas calcados y de las fechas exactas y un conversador de lo más aburrido que siempre hablaba de las cosas que la gente sabe hace mucho tiempo, y Nikitín, profesor de literatura, fervientemente enamorado de María. Los detalles más específicos de cada uno de estos personajes los dejo al lector, pues sólo leyendo al propio Chéjov es posible descubrir través de ellos críticas sutiles y explícitas a la vida mediocre que muchos seres podemos llevar. Tan solo resumiré muy brevemente la relación que emprendieron María y Nikitín: estos dos se casaron con bombos y platillos, ambos rebosaban de felicidad; María se dedicó a las tareas de ama de casa y su marido siguió siendo profesor, aunque esperaba que pasaran rápido las horas de su trabajo en el liceo para llegar adonde su mujer que lo mantenía “al abrigo de la necesidad, amado, mimado”. Quiso el destino que un día cualquiera, saciado de la mermelada de la felicidad, se le cruzara un pensamiento: “toda su dicha, se decía a sí mismo, no le había costado nada, en realidad le había tocado gratuitamente y constituía para él un lujo semejante a un medicamento para un hombre que goza de buena salud…”; Nikitín “había perdido su quietud”; “en la casa de piedras vistas, la felicidad, para él, ya no era posible”; se le ocurrió que fuera de su “plácida felicidad familiar” había otro mundo por conocer, un mundo que prometía apasionantes aventuras.

A través del problema “Un paraíso artificial” Juan Camilo Arias indagó el tema de la felicidad desde dos perspectivas: la primera atendía a la crítica que podía colegirse en el cuento a la concepción burguesa de la felicidad que sitúa a ésta al final de un supuesto camino, oponiéndola así, falsamente, a la lucha y al trabajo tesonero, bajo esta idea la felicidad se define como confort y quietud. La segunda resaltaba el carácter finito de la felicidad en términos de la insatisfacción que tarde o temprano invade los verdes prados del paraíso personal; como diría Juan Camilo: «ese giro tan extraño que acontece en los

9 En: CHÉJOV, Anton. Obras inmortales. Edaf, Madrid, 1965

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hombres que logran la felicidad: hacen todo por destruirla, buscan besar los pantanos antes que dormitar plácidamente en un palacio de cristal». El vórtice de de esta presentación fue el cuestionamiento a las formas convencionales de la felicidad, carne pulpa para los feroces humanos y de tan jugoso sabor que se suele pecar de gula al probarla, de tal modo que tras un banquete desenfrenado no queda sino una indigestión irreparable. Qué se le va a hacer: los hombres, tan sabios como son, no han aprendido bien de la mesura en cuestiones de alimentación.

Gildardo y Julián Vanegas agregaron algunos matices a la interpretación de la sosa felicidad de Nikitín diciendo que ésta era posible en virtud de la ausencia de dudas, de preguntas, que nacía de la mera imitación de «lo que otros habían hecho desde hace mucho tiempo»: crecer, estudiar, conseguir un trabajo y, finalmente, dar el serio paso del matrimonio... Julián enfatizaba el paradójico hecho de que a Nikitín le atediara escuchar a su colega Hipólito Hipolitich, que “hablaba de lo que todo el mundo sabe desde hace mucho tiempo”, pero que esto no se convirtiera en una interrogación sobre sí mismo, sobre la falsedad de su propia vida.

En el correr de la reunión se precisó la gran mentira e insulsez que encubre la concepción burguesa de la felicidad al suponer un punto de llegada o un objeto que por sí solo produciría dicha a los hombres: en el fondo de su corazón, lo único que alberga esta concepción es un vano utilitarismo que pretende que la felicidad puede llegar a tenerse. Contrario a esto, se decía, la felicidad nace del sentido de las cosas que hacemos y de las relaciones que construimos.

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CUENTO LEÍDO Y ANALIZADO: “EL PRIMER AMOR”, DE MÁXIMO GORKI10

Sesión del 29 de julio de 2008 Lugar: Auditorio principal de CONFIAR Horario: 6:15pm- 8:45pm “El primer amor” es un cuento del ruso Máximo Gorki (1868-1936) a través del cual leemos “las tragicómicas emociones” que el destino hizo conocer a un hombre llamado Peshkov cuando su espíritu fue, por primera vez, invadido hasta el tuétano por la mirada azuleja de una mujer, que lo lanzaba a regiones ignotas de ella, del mundo, de sí mismo; la mujer se llamaba Olga y pronto se adueñó de su cabeza y de su corazón; era una parisina de grácil figura y de hermosos ojos; había salido del Instituto de “señoritas nobles”, luego había estudiado pintura y obstetricia y, finalmente, había llevado “una vida medio nómada y medio hambrienta en sótanos y buhardillas de París, San Petersburgo y Viena”, vida que la hizo “un ser divertidamente intrincado e inusitadamente interesante”; cuando se conoció con Peshkov frisaba los treinta años –diez más que él– y estaba casada con un gordinflón de espesa barba en la que solían posarse las moscas. Al intenso enamoramiento, que no llegó a consumarse de inmediato, lo sucedieron tres años de distancia en los que Peshkov erró por toda Rusia a la caza de aventuras que terminaron por endurecer su carácter, pero tres años que no borraron el recuerdo de aquella mujer que le había seducido profundamente por primera vez y que le significaba la promesa de que su amor lo “elevaría, cual si tuviera alas, a la esfera de otros sentimientos e ideas”. Pasado este tiempo se reencontraron y convivieron juntos unos años más que desnudaron diferencias esenciales entre ambos: Peshkov se volvió un hombre serio, filósofo, literato, un hombre cuyo espíritu estaba en constante contradicción con la realidad; su mujer, en cambio, era de un espíritu perezoso, aunque juguetón y alegre, y gozaba más que nada de los trajines de cada día y de las fiestas a las que acudían hombres con los cuales coquetear; ella decía que “‘el amor y el hambre rigen el mundo’, y la filosofía es su desgracia”. La historia entre los dos terminó, no sin tristeza, a causa de tan grandes diferencias: Peshkov estaba acosado por interrogantes etéreos y tendía cada vez más a la vida contemplativa, mientras que Olga era una mujer curiosa y quería conocer sin descanso y sucesivamente seres en los cuales hurgar “como si fueran cajitas”.

10 GORKI, Máximo. Cuentos escogidos. Editorial Progreso, Moscú, s.f.

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El problema que sirvió de eje al seminario fue “¿Qué se busca en el amor?”; su expositor dio algunas posibles respuestas: compañía, huida de la soledad, reafirmación del amor propio, distracción, posibilidad de conocernos, entre otras. Según podía colegirse del cuento, Peshkov se buscaba a sí mismo, buscaba una fuerza titánica que despertaría en él la mujer amada, mientras que Olga, sencilla y jubilosa como era, gustaba de la aventura como una experiencia excitante y pasajera. Con el correr de las intervenciones fueron reconociéndose dos formas de concebir el amor, dos experiencias amorosas, dos seres muy diferentes: Olga buscaba en el amor la ratificación de sí mediante el halago y el deseo de otro hombre; era una habilísima seductora que tuvo numerosos enamorados y relaciones; buscaba también fugarse se sí: divertirse, entretenerse, sosegar con su alegría la rudeza de la vida propia y la de otros: “cada día era para ella la víspera de una fiesta, esperaba siempre que al día siguiente se abrirían en la tierra unas flores nuevas, extraordinarias, llegarían de algún lugar personas inusitadamente interesantes y se producirían acontecimientos maravillosos”. Y Peshkov buscaba respuestas a preguntas propias y esenciales; veía en Olga un camino hacia sí mismo, propiciador de la creación y de la transformación de su ser; su relación amorosa no significaba el sentido completo de su vida, sino que semejaba la puerta de ingreso a un bosque inexplorado, o un abismo que se abría de la piel para adentro tras el abrazo de la mujer amada.

Todo lo dicho nos llevó a la siguiente conclusión, escueta y diáfana: en las relaciones amorosas el encuentro o la unión de dos seres es una dulce y consoladora ficción, pero la realidad suele develar distancias, soledades, búsquedas disímiles.

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CUENTO LEÍDO Y ANALIZADO: “VICTORIA DE ACCORAMBONI.

DUQUESA DE BRACCIANO”, DE STENDHAL11 Sesión del 12 de agosto de 2008 Lugar: Auditorio principal de CONFIAR Horario: 6:30pm- 9:00pm

Stendhal, escritor francés que vivió entre 1783 y 1842, hizo una literatura que oscila entre las encrucijadas de la vida individual de los hombres y una profunda sensibilidad por las dinámicas sociales y políticas en que se inscriben sus historias; esto pudimos comprobarlo en “Victoria de Accoramboni”, relato “muy grave escrito en Padua en 1585”, y del que dice el narrador apenas haberlo traducido de una crónica. Lejano del interés novelesco -según se lee en un pie de página del texto en mención-, que “se pretende enterado de todo lo que pasa en el corazón de los héroes”, el relato intitulado “Victoria de Accoramboni” parece ocuparse estrictamente de unos acontecimientos históricos en cuanto a sus detalles y circunstancias, detalles y circunstancias que, sin embargo, posibilitan “el gran arte de conocer el corazón humano”. He aquí, pues, una historia que tiende hilos multicolores. Victoria de Accoramboni, mujer hermosa y gran conversadora, que “sólo no viéndola era posible no adorarla”, se casó por vez primera con Félix Peretti, quien fue violentamente asesinado. Y no se sabe dónde, talvez en este acontecimiento, se engendró una cadena de hechos horrorosos. Muerto aquel Félix, Victoria desposóse con el príncipe Orsini, duque de Bracciano, quien murió al tiempo por causas naturales, dejándole una inmensa fortuna. Y acaso por la riqueza que poseía, la propia Victoria fue asesinada vilmente “por un hombre que le decía: «¿Os toca mi puñal el corazón?». De la corte se apoderó la sospecha de que otro Orsini, el príncipe Luis, había participado en la muerte de la mujer y se descubrieron pruebas de esta sospecha, razón por la que se sitió el castillo del propio príncipe y no cediendo éste a las peticiones de capitulación de sus justicieros, fue atrapado junto con muchos de sus secuaces. Todos fueron ejecutados poco a poco para satisfacer el hambre de espectáculo, de justicia o de muerte –no se sabe bien de qué- del pueblo.

¿Qué quiere decirnos esta seguidilla de acontecimientos? A primera vista no comportan más que una arbitrariedad, pero todo parece revelarse, aunque no de modo justificable, porque los hombres son incapaces de saciarse con los goces que poseen y siempre quieren más y ambicionan una felicidad que les vendrá de otras cosas, de otras riquezas;

11 STENDHAL. Relatos. Salvat Editores, Madrid, 1970, p.71 a 93

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de suerte que “el deseo insensato de ventajas inmensas e inseguras puede llevar a ideas extrañas, llenas de peligros, a los hombres más colmados de los favores de la fortuna”.

Y justo en esta compleja característica de lo humano ancló el problema que concentró nuestra atención en el seminario: “pasiones desatadas”; éstas referían la insaciabilidad de los hombres y el desenfreno, sea de amor o de odio, que puede asaltar su corazón: de amor, a través de la mujer, de su belleza, y tales cosas representaba Victoria; y de odio, por los anhelos de riqueza, de poder y por las rivalidades que dichos anhelos, o incluso la posesión de una mujer inmensamente deseada, suelen engendrar. El entramado de esas pasiones desatadas se reveló en el cuento como un remolino de violencia, como un deseo de destrucción, de muerte, que poseía a los hombres. Ante esto se preguntaba el expositor del problema: ¿Por qué la búsqueda de la felicidad –si acaso puede entenderse que ésta haya sido el móvil de los horrores cometidos– suele cruzarse con la muerte, con la atrocidad?, ¿el carácter insaciable del ser humano le hace imposible la felicidad?.

Sea cual sea la respuesta a estos interrogantes, lo cierto es que “Victoria de Accoramboni” es un relato oscuro. ¿Hubo causa primera de los asesinatos? ¿Fue Victoria la causa? ¿Fueron las ambiciones rivales de los príncipes? Las intervenciones a lo largo del seminario llevaron a la idea de que si bien Victoria no era la causa única u objetiva de la violencia, sí significaba algo así como la mecha de la dinamita, la excusa para que la violencia hiciera su fiesta; extraña función de la mujer cuyo nombre aparece en el título del relato, pues de ella no leímos que dijera palabra alguna, ni el narrador nos habló de su alma ni de sus pensamientos. Por otra parte, no deja de ser importante en esta historia que un hombre, sólo un hombre, haya simulado contener sus pasiones: éste era cardenal Montalto, tío de Félix Pereti, la primera víctima mortal. El cardenal, distinguido hombre de corte, contuvo cualquier expresión de dolor por la muerte de su sobrino, mostrando siempre una entereza y un carácter imperturbables; en los corrillos de la corte se rumoraba que tal actitud se debía a que Montalto no quería herir susceptibilidades de hombres poderosos, puesto que se encontraba pronto a ser nombrado como papa Sixto V, y así fue. Bajo la circunspección que ostentaba su rostro corrían las negras aguas de su ambición de ser papa; el anhelo de poder le subyugaba, y aunque así lo aparentaba, no eran propiamente sentimientos cristianos y parsimonia lo que corría por sus venas.

Finalmente, para sumar a nuestro horror por la hez que recubren ciertas pasiones humanas, hemos de hablar de la justicia: el final del relato es prolijo en los detalles con los que “la justicia” puede vanagloriarse. Una vez sitiado el castillo del Príncipe Luis, fue largo el desenlace de la batalla y los sitiadores mataban a diestra y siniestra con el delicadísimo cuidado de guardarse las cabezas de las víctimas para cobrar su recompensa; ¡atroz manera de vencer!. Luego, prisioneros cuantos quedaron vivos, gran

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parte de ellos fueron ejecutados como escarmiento para los potenciales criminales y como representación de la justicia para el pueblo, ¡y vaya si la justicia entendida de este modo deleita los parásitos sanguinarios que habitan a los hombres!. Y la vida sigue, y los hombres se hastían de tantas ejecuciones, entonces se aplazan las que restan, y la vida sigue, sí, cruzada ufanamente por la sangre que, debido a extrañas confusiones semánticas de los hombres civilizados, ha decidido llamársela justicia: “Ni los más viejos de esta ciudad de Padua recuerdan que se haya procedido jamás, por una sentencia más justa, contra la vida de tantas personas en una sola vez. Y estos señores (de Venecia) han ganado buena fama y reputación en las naciones más civilizadas”

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CUENTO LEÍDO Y ANALIZADO: “LOS FUNERALES DEL DOCTOR MATHURIN”, DE GUSTAVE FLAUBERT12

Sesión del 26 de agosto de 2008 Lugar: Auditorio principal de CONFIAR Horario: 6:30pm- 9:00pm Si fuéramos a resumir “Los funerales del doctor Mathurin”, tan sólo diríamos que trata de un hombre de setenta años, enfermo, que decide una muerte ebria, rebosante de vino, de palabra, de poesía desesperada; de resto, los detalles innumerables de este cuento, no hacen parte de una historia en sentido cabal, sino que más bien describen uno o varios estados del espíritu que mira los ojos de inescrutable ébano de la muerte, que se deja abrazar por sus zarpas en el paradójico gozo de las contorsiones que éstas le producen y que, finalmente, la besa con labios de vino, al tiempo que ella lo devora con sus fauces exóticas, hechas de toneladas de tierra. ¿Ocultaba aquella noche del 26 de agosto una ominosa verdad? Sí. Moriremos. Y no sólo esa noche, sino todas, y aun todas las auroras y todos los ocasos de nuestra vida, llevan consigo a la aciaga mujer, la monógama reina de los hombres, la señora absoluta que ha de desposarse con cada uno de nosotros. Moriremos. ¿Y eso qué significa? ¿Cómo sucederá? ¿Lo decidimos más allá de que sea una verdad inexorable?. Estas preguntas y el carácter esencial cifrado en el irse muriendo del doctor Mathurin, perturbaron el orden habitual del seminario: esta vez no se conversó a partir de un problema, sino que decidimos analizar fragmentariamente el cuento, buscando en él los sentidos de la muerte, profundizándolos, con el ánimo de merecernos un trágico seminario en la reunión próxima, a los quince días.

La muerte del doctor Mathurin, el camino hacia ella, que semeja la encorvada cola del alacrán y el aguijón venenoso hundido en su mismo cuerpo, supera el carácter de agonía solemne, propio de los enfermos postreros: “Estoy enfermo, ya no hay remedio, quiero morir, pero antes tengo sed, y mucha… No tengo sed de socorros de la religión ni hambre alguna de hostias, así que bebamos para decirnos adiós”. Mathurin invita a la muerte a la orgía última de la vida, abraza a ambas en una especie de tragicomedia, las baña en el vino, su sangre, y vida y muerte, cual plaquetas afiladas, recorren sus venas haciéndole conocer el éxtasis del final. ¿Se imaginan migar una botella de vidrio para luego bogarla a cucharadas? Pues eso hace Mathurin y se retuerce como una serpiente.

12 FLAUBERT, Gustave. Cuentos negros y románticos. Editorial Valdemar, Madrid, 1996

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¿Pertenece esta agonía a un momento de la vida de todos, representa sólo un lapso de tiempo vivido al extremo, o somos, por principio, enfermos terminales, lo que el filósofo de la desesperación llamó estar enfermos de muerte?

Sin más dilaciones, baste decir que lo antedicho nos introduce a una afirmación que fue recurrente entre los contertulios: que la vida y la muerte no son antítesis, que la una no es buena y la otra mala como suele creerse y que, por esta razón, ninguna de las dos es menospreciable por principio. Presenciamos, entonces, una ambivalencia que, además, según expresaron varios de los asistentes al seminario, está tejida con los hilos de la conciencia, que actúan en el doctor Mathurin como asunción de la muerte absoluta y de la nada, asunción seria y existencial, pero también poética, dionisíaca. Parece no haber duda en que Mathurin elige cómo morir, es más, que busca la muerte bajo -en su opinión- el sensato principio de que la vida debe tener un fin cuando pierde su sabor, tal y como sucede a la uva demasiado madura; pero, ¿puede decirse que Mathurin era dueño de su muerte? ¿O era más bien un hombre desgarrado y su sed y su pasión finales no encubrían sino los alaridos de alguien que es succionado por la nada? ¿Y si hubiera tal encubrimiento qué; acaso no consiste en eso la risotada trágica?

Para finalizar, es necesario recordar un par de cuestiones que surgieron respecto a la vida de Mathurin, cuestiones que habría que matizar para hallar su pertinencia en la lógica que nos ofrece el cuento: ¿Mathurin es un hombre ejemplar, un paradigma de la buena-vida? ¿Cómo entendemos su distancia del mundo, del amor hacia las mujeres, de la política; en una palabra, su evasión del sufrimiento? Da la impresión -¿sí?- que Mathurin no es ni cínico ni indiferente, pues él sabe de la infinitud del mundo, de su misterio, e incluso parece inducirnos a gozar estas cosas cuando reconoce la finitud humana y cuando vislumbra la sombra, el silencio, el esqueleto, que yacen bajo la luz, el ruido y las coloreadas pieles que nos son posibles de forma efímera; pero también cuando nos dice: “Coge un grano de arena, hay en él un abismo que sondear durante siglos; pálpate bien para saber si existes, e incluso si sabes que existes, hay ahí un infinito que no podrás explorar”.

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CUENTO LEÍDO Y ANALIZADO: “LOS FUNERALES DEL DOCTOR

MATHURIN”, DE GUSTAVE FLAUBERT13 Sesión del 9 de septiembre de 2008 Lugar: Auditorio principal de CONFIAR Horario: 6:15pm- 8:45pm

“Los Funerales del doctor Mathurin” es un cuento sumamente complejo e indescifrable; una especie de suspiro divino del que emana una densa nube, presagio de borrasca. Mathurin es un personaje insólito y abigarrado. Por un lado, es “doctor” en razón de méritos aún desconocidos, pero, según se nos da a entender, por su saber sobre la vida y el corazón humanos, porque su mirada sobrepasa “todo el ornamento de la virtud que ponemos sobre nuestras arrugas”, porque “a través de la ropa veía la piel, la carne bajo la epidermis, la médula bajo el hueso, y exhumaba de todo esto jirones sangrientos, podredumbre de corazón y, con frecuencia, sobre cuerpos sanos, te descubría una horrible gangrena”. Por otra parte, Mathurin es un escéptico, pues se toma muy a pecho el sinsentido en el que yace la existencia y, por tanto, la inutilidad de las luchas, de los amores, de la política. Y como una consecuencia paradójica de lo anterior, Mathurin resulta ser algo parecido a un hedonista, porque en vez de suicidarse por la podredumbre que le representa la existencia humana, decidió no sufrir a causa de tal “entendimiento”, sino más bien huir hacia la naturaleza, los goces gastronómicos y el vino. Y, en general, Mathurin es un hombre cualquiera, un mortal, que pretende ser consecuente en absoluto con la contingencia de la existencia, es decir, que no hace nada por negar dicha contingencia ni por retar el absurdo de vivir, sino que se abraza a la muerte cual si ésta fuera su único horizonte, diciéndose: “Después de todo, si he vivido, ¿por qué no morir?”

El seminario partió del problema “Las virtudes de la muerte”, mediante el cual su expositor buscaba mostrar que los seres humanos no tenemos un ánimo vital gratuito y que la muerte puede seducirnos por diferentes razones: porque desaparece las difíciles contradicciones que nos constituyen; porque si morimos no le haremos ningún mal al mundo, pues éste seguirá igual en nuestra ausencia; porque muriendo irá con nosotros a la nada cualquier enigma de un mundo venidero y, por último, porque sabiendo de nuestro carácter perecedero y fugaz quizá hallaremos mayor poesía en los regalos de la vida.

13 FLAUBERT, Gustave. Cuentos negros y románticos. Editorial Valdemar, Madrid, 1996

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La conversación prosiguió una vía diferente a la del problema, pues varios de los contertulios sospecharon que hubiera un admirable y diáfano deseo de muerte en Mathurin. Más allá de su actitud ante la nada absoluta, actitud digna en razón de la conciencia de su mundana soledad, de su carencia de Dios redentor; su vida, ¿qué había sido de ella? Parece fácil asumir que morimos, pues ésta es una verdad, una, inexorable, para todos los seres humanos; pero son muy variadas las consecuencias que el saber de la muerte trae a la existencia de cada cual, y esto lo comprobamos en aquel Mathurin.

Alguien dijo que el cuento en mención es “una trampa”, pues expresa con estilo fluido, con el poder seductor de una perfecta belleza, un placer sin límite de la vida y de la muerte; pero un placer que oculta la angustia constitutiva de la existencia y que pretende evadir las contradicciones regodeándose en las frescas y jugosas vides. Una de las enseñanzas supremas de la literatura, a saber, que nada en el ser humano admite una lectura única, que toda conciencia guarda sus reservas, se hizo manifiesta en la felicidad imperturbable de Mathurin: ¿de dónde le venía su exquisita salud?, ¿de dónde si no de la represión de algo propio, del dolor, de la pasión, por no decir que de la mentira sobre sí mismo? ¿Era ésa su sabiduría? ¿Su complacencia con la vida le venía de no creer en nada?, ¿es esto posible o el narrador quería hacernos gozar de algo que nunca viviremos? Este cuento quizá no es otra cosa que una sonrisa irónica…

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CUENTO LEÍDO Y ANALIZADO: “MISS HARRIET”, DE GUY DE

MAUPASSANT14 Sesión del 23 de septiembre de 2008 Lugar: Auditorio principal de CONFIAR Horario: 6:30pm- 9:00pm

“Miss Harriet” es un cuento del escritor francés Guy de Maupassant que trata del amor que conmocionó el ser de una mujer. Un pintor, León Chenal, cuenta la historia que le viene como un vaho de lamento desde su pasado. En una posada hallada en medio de la belleza natural encontráronse por corto tiempo la mujer, una puritana, solterona, de “cierta edad” y fea como una momia, adornada con grises bucles, y el pintor, hombre abandonado al azar de las delicias de la naturaleza, de las cuales esperaba inspiración para su arte, y dispuesto a enamorarse en cada hospedaje. La mujer amaba la naturaleza porque en ella veía a Dios y pasaba los días sumida en la dicha de la contemplación; por su parte, el pintor interpretaba la naturaleza al pintarla, tarea que le mereció la admiración y la compañía amistosa de la solterona. Pero ésta, persona de “moralidad irreprochable”, según decía el cura del pueblo en que se encontraba y, aún así, una “endemoniada”, en opinión de la matrona de la casa en que se alojaba, y que parecíale a Chenal “una criatura interesante”, como “confitada en una inocencia agriada”, enrareció de pronto, se distanció del pintor y, al fin, se suicidó. ¿Por qué? Según dejan traslucir las tristes palabras del narrador porque, siendo una mujer infeliz, sin atractivos, que llevaba “el cuerpo arrastrado como una vergüenza”, desgracia que la hizo amar todas las cosas y seres que veía como irradiaciones divinas y que la alejó del amor carnal, de los hombres, quiso el destino que encontrase uno que conturbara su pureza, que atizara un fuego oculto de su ser al que no era posible hacerle frente. Así, la mujer se arrojó de bruces a un pozo, huyendo de una abrasadora pasión que no podía realizar.

El seminario dio inicio con un problema titulado “La eterna injusticia de la implacable naturaleza”. Su expositora buscó, en primer lugar, aclarar el carácter extramoral y carente de propósito o intención de la naturaleza. Luego dedujo de diferentes pasajes del cuento algunas posiciones diferenciales de los dos personajes mencionados frente a la naturaleza, las cuales cito fiel y escuetamente: el pintor decía sentirse libre gracias a la exuberante e ilimitada naturaleza y consideraba a ésta como una belleza mundana, presta a ser descifrada por medio del arte; Miss Harriet, de una manera algo diferente, sentíase frágil y sola ante la excelsitud de la naturaleza y la admiraba en un sentido trascendente,

14 MAUPASSANT, Guy de. En: Cuentos de mujeres solas. Editorial Punto de Lectura, Madrid, 2004

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místico, como la gracia de Dios posada en las cosas terrenas; la contemplación extática era su dicha, mientras que el pintor trabajaba, esto es, interpretaba a través de la pintura.

Aparte de la relación con el paisaje referida en lo antedicho, era insoslayable hablar de la naturaleza en tanto ésta se hace cuerpo, sobretodo por el inquietante drama personificado en Miss Harriet, por su fealdad de momia, que parecía lanzarla a la desdicha secreta del desamor, al tiempo que le pesaba como un bulto de piedras, las cuales metamorfoseaba en su moral puritana que la resguardaba de su yo de carne y hueso. Así entonces, ella hubiera preferido mil veces sanar las patas heridas de los sapos que acariciar a un hombre que la sedujera. Desde esto último se comprende mejor la infelicidad de aquella mujer que contradecía la ley de Chenal de que “el amor siempre nos encanta”, pues para ella la aparición de un hombre a quien amar terminó por sumirla en un pánico de sí, ¿de qué?...

El cuento de Maupassant es terso como una seda y nos envuelve en el deleite de un corazón noble y religioso como era el de Miss Harriet, pero esa seda se arruga, se descompone, muta en una especie de pantano o algo similar cuando se anuncian las lóbregas regiones del corazón. En este sentido, alguien habló de la mala conciencia que yacía en la castidad de dicha mujer en términos de que el gozo trascendente de la naturaleza no le venía sino de la degradación de su erotismo, asunto éste que suele explicarse como el efecto paradojal de la moral, que deriva de lo malo y oscuro de nuestro ser, el bien y la rosada armonía, pero que luego pretende expropiarnos de aquella fuente mefítica, sin lograrlo nunca de todo. ¿De dónde más podía venir la trágica oscilación que fue desde las ternuras de la puritana arrobada por la naturaleza, hacia la negra conciencia de sí, conciencia repentina que quizá fuera sentida por ella como una furibunda jauría de lobos que la invadían y que la arrojaron a un pozo, lugar propicio para la enajenada realidad sensual de su vida?

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CUENTO LEÍDO Y ANALIZADO: “LA MUERTE DE BALDASARIO SILVANDE”, DE MARCEL PROUST

Sesión del 7 de octubre de 2008 Lugar: Auditorio principal de CONFIAR Horario: 6:30pm- 9:00pm

En “La muerte de Baldasario Silvande” el escritor francés Marcel Proust (1871-1922) narra la historia de un hombre en sus postrimerías llamado Baldasario, y a través de él nos ofrece nuevas perspectivas para pensar el vasto tema del “eterno destierro”. Personajes como el mencionado Baldasario, su sobrino Alexis y Pía (princesa siracusana de la cual estaba enamorado el moribundo), entre otros, tejen una trama melancólica que nos sumerge en un ocaso de aquellos en que rojizas nubes refulgen entre las grises para luego ocultarse todas en el negro inescrutable de la noche. Baldasario era un hombre guapo, inteligente, generoso, al que acaso sólo traicionara la violencia de su ira y su vanidad; todo esto, sumado a su aristocrática vida de ostentación y fiestas, hacía suponerle una salud imbatible; empero, llegó la premonición de que moriría pronto, inevitablemente. Aunque las horas de soledad a que le relegó su enfermedad le hacían conocerse, cosa que antes ni le pasara por la cabeza, pues la enajenación cotidiana le salvaba de ello, y aunque viera con honda tristeza su pasado y el futuro que perdería a morir, bastó un prolongado tiempo de esta lenta agonía para que se olvidase de nuevo de la muerte y de la vida, para que la indiferencia reinara. Algo parecido sucedió a su sobrino Alexis, jovencito de 14 años, quien no pudiera contener en un principio las lágrimas al saber que el conspicuo hombre que era su tío desaparecería para siempre y que igual destino aguardaba a otras personas y él mismo en algún incierto momento; pero su lozanía, “esa sensación de perfecta salud”, la robustez propia de su espíritu joven le distanciaron del dolor y de la muerte, ante los cuales podría creerse por un tiempo invulnerable; además “habíase acostumbrado a la enfermedad de su tío como a todo lo que dura a nuestro alrededor, y aunque todavía viviese, por haberle hecho ya llorar una vez como nos hacen llorar los muertos, se había portado con él como con un muerto, había comenzado a olvidar”. Y Pía, mujer hermosa y altiva que nunca correspondió al amor de Baldasario, ¿cuál era la preocupación que carcomía al pobre a causa de ella? Que lo olvidara, que él desapareciera en su recuerdo,… y por esto lamentábase: “¡ay! ¿Puedo yo esperar que la muerte logre lo que la vida con sus ardores, y nuestras lágrimas y nuestras alegrías y nuestros labios no ha conseguido?”. En pocas palabras, este cuento explora la indiferencia de los hombres ante la muerte, que suele ser correlativa a la vacuidad de la vida, al descuido de sus preciosos regalos, a la ausencia de poesía.

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El problema que dio pie a la conversación entre los miembros del seminario fue “Caminando de espaldas hacia la muerte”; su expositor comenzó señalando que la muerte como temática central de este cuento tenía la intrigante peculiaridad de ser “avisada”: ¿Cuáles son los efectos de una muerte anunciada? A nivel personal e íntimo, ¿qué puede suceder cuándo un hombre toma conciencia de que se encuentra irremediablemente condenado a muerte?, ¿cambia el sentido que la vida tiene para él y precia sus regalos de manera diferente?; y en cuestiones de amor, ¿qué significaba la paradojal ilusión que el moribundo guardaba respecto a Pía; en últimas, en qué consistía el amor que aquel hombre sintiera en sus días postreros?, ¿cómo conjugar la ilimitada fantasía del amor con la realidad finita, inmediata, de Baldasario?; y en lo atinente a la relación con otros seres humanos, ¿cuál es y cuál debe ser la actitud de éstos ante la inevitable muerte? Las personas cercanas a Baldasario modificaron su comportamiento: parecían más indulgentes, complacientes y amorosas; por medio de una “conspiración de dulzura” se reservaban todos los cuidados necesarios para no hacerle sufrir: ¿era esto cinismo, una falacia que no venía sino de que no le tomaran en serio sólo porque pronto moriría?.

Luego de tan difíciles preguntas introductorias vinieron diferentes intervenciones que resaltaron la trágica experiencia de revitalización que embarga a un hombre agonizante, experiencia que nos hace caer en la cuenta de esa especie de letargo en que nos sume la vida saludable y aparentemente sólida que encarnamos: ¿es esto inevitable?, ¿hasta qué punto puede ser constante la conciencia de la muerte y no llegarnos de repente, cuando ya es tarde, cuando ya muchas posibilidades vitales han sido clausuradas? Lo que parece cierto, como se mencionó en la conversación, es que la cercanía de la muerte –sea imaginaria o real– puede contribuir a modificar nuestras relaciones con la vida en términos del valor que atribuimos a sus dones y a sus placeres; además, encontrándonos inermes frente a ella, cabe la posibilidad de que desenmascare soberbias y vanidades que pesaban antes en la vida y que pierden toda su utilidad y significación cuando la tumba, aquella desafecta e impersonal fosa, clama por abrazar nuestro último suspiro.

Por otra parte, como alguien recordó, Baldasario “caminaba de espaldas hacia la muerte”, pero también llegó a extrañar de sí a la vida, no sólo por su superfluidad, sino porque una vez se hubo acostumbrado a la “conspiración de dulzura” en que todos participaban por deferencia hacia él, llegó a entender muy diáfanamente que la enfermedad le guarecía de sufrimientos a los que antes tuviera que hacerle frente y que en cierta medida era agradable y preferible aquel estado próximo a la muerte y no tanto a la dureza de la vida: “resguardado de las intemperies de la vida, en aquella propicia atmósfera de dulzura, de reposo forzado y de libre meditación, había comenzado a germinar en él el deseo de la muerte”.

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Finalmente, era obligatorio decir algunas palabras en torno al escurridizo problema del olvido. Proust sugería claramente por medio de sus personajes que lo familiar y cotidiano, así sea algo terrible o importante, se torna intrascendente. Baldasario se había habituado a la muerte, igual que su sobrino: ¿el olvido, en tanto indiferencia, es consustancial a la costumbre? Una pregunta como ésta, tan sencilla, es de esas que nunca han de responderse de manera absoluta, sino que se hacen para introducir un poco de sospecha a nuestra inadvertida vida…

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CUENTO LEÍDO Y ANALIZADO: “EL VELO NEGRO DEL MINISTRO”, DE

NATHANIEL HAWTHORNE15 Sesión del 11 de noviembre de 2008 Lugar: Auditorio principal de CONFIAR Horario: 6:30pm- 9:00pm “El velo negro del mimistro” es un cuento que tienta el abisal misterio en que estamos sumidos todos los seres humanos y lo hace a través de la historia del reverendo Hooper y del velo negro que cubrío su rostro, excepción hecha de la boca y el mentón, desde un día remoto. Cada ocasión en que el reverendo apareció en público con su velo negro fue visto como un hombre tétrico, loco, pecador, excéntrico, en fin, de maneras que expresaban horror y extrañeza. Los niños se espantaban y las mujeres temían estar a solas con él; se rumoraba sobre toda clase de penas o yerros que quería saldar bajo la penumbra de su velo y hasta llegó a decirse que los muertos se helaban al sentirlo tan cerca en los actos funerarios. ¿Por qué? Era un simple velo. Pero se percibía que el crespón negro que llevaba sobre el rostro se había expandido por todo su ser haciéndolo fantasmal y oscuro, cualidades que los hombres suelen arrojar a los arrabales del espíritu por considerarlas excecrables. Las personas quedaban turbadas ante las afirmaciones de Hooper respecto a que la vida de todos los seres es sombría y lleva un velo que denota el carácter apariencial y falible que rige la existencia. El reverendo habitó el mundo tras el velo, aquella nube que lo ceñía de soledad y melancolía. Jamás, ni en sus minutos postreros ni en la tumba misma, algún viento osó descorrerlo. Su rostro se hizo polvo bajo el velo.

“El velo invisible que todos llevamos” fue el tema elegido para esta sesión de seminario. Su expositor rescató el hecho de que fuera un ministro de la iglesia quien portara el velo, justamente una de las personas a las que suele suponérseles integridad moral e incluso pureza de espíritu; por esto mismo –fuera o no intencional– el mero acto de ponerse un velo produjo efectos formadores y dio a los sermones del reverendo Hooper un poder y una profundidad que antes no tuvieran. Y en esta lógica, lo sugestivo del pedazo de crespón no era tanto lo que ocultaba como lo que develaba: en palabras del expositor, el reverendo buscaba que sus feligreses reconocieran en sí mismos la sospecha sobre el subsuelo y las miserias propias, ante los cuales, por cuestiones de salud moral, es común creerse ajeno. En cierto sentido era posible, entonces, vislumbrar en Hooper un signo de la preciada autenticidad humana, entendiendo ésta no como la expresión de un ser sin contradicciones ni errores, sino como la conciencia (¿qué era el

15 En: HAWTHORNE, Nathaniel. Wakefield y otros relatos. Editorial Longseller, Buenos Aires, 2005.

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velo sino una forma de la conciencia?) de la ambigüedad, del pecado y del secreto, en tanto fenómenos insoslayables del espíritu.

Una de las circunstancias más interesantes del cuento es que el velo negro siempre apareció como algo siniestro a la mirada de la comunidad y a la del propio Hooper. Resultaba aterrador que un caballero de aire digno como él, con sólo ponerse un pedazo de crespón, pasara a ser una figura extraña, casi un fantasma. Y más desconcertante aún que el velo, un simple trozo de tela, tuviera el poder de distorsionar su identidad, a tal punto que cierta vez que el espejo reflejó su rostro oculto, lo hizo estremecerse y repeler su imagen subyugado por el horror. ¿Quién era Hooper? Nadie puede saberlo, ni él. De algun modo, estos sucesos demuestran una faz trágica de la condición humana que consiste en la imposibilidad de conocernos cabalmente, imposibilidad que es usual obnubilar en aras a la normalidad de la cotidianidad, pero que trabaja subrepticiamente en la vida socavando las pétreas seguridades.

El sentido de la conversación esa noche consistió en profundizar la metáfora que Hawthorne nos ofrece en su relato. Una interpretación que surgió cuestionaba la idea de que “llevar un velo” sea un acto premeditado y más bien consideraba que es propio de los humanos hallarse envueltos en un halo indescible que hace oscilar la realidad entre lo esotérico y lo expreso, sin que ello deba ser causa de enervación. Es sin duda paradójico que digamos que todos los hombres llevan un velo y que así lo vivenciemos, pero que esto siga causando revuelo entre nosotros. Acaso el rumor, la sospecha y la imaginería a que dio pie la excentricidad de Hooper, deban ser transformados en una apreciación de los sentidos variopintos de la existencia, que encuentre en la distorsión de nuestra identidad y de la realidad un mundo infinito, ávido de interpretaciones y de pensamientos.

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CUENTO LEÍDO Y CONVERSADO: “WILLIAM WILSON”, DE EDGAR ALLAN POE16

Sesión del 18 de noviembre de 2008 Lugar: Auditorio de CONFIAR Horario: 6:30pm- 9:00pm

Un lóbrego laberinto de infinitos recovecos, de marañosas paredes y pisos cenagosos, cuya ubicación precisa se deja a la imaginación de los lectores, fue la casa del literato norteamericano Edgar Allan Poe (1809 y 1849). Aquella tétrica morada -que, valga aclarar, no era sólo la suya- le inspiró para que escribiera enigmáticos y corrosivos relatos, entre los que se cuenta “William Wilson”. Éste trata de un hombre que narra “la más extraña de las visiones sublunares”, surgida –según él– de su hereditario “temperamento imaginativo”. Su nombre era William Wilson y el destino le puso en frente desde la infancia un homónimo bastante peculiar: en la escuela, en la universidad, en sus travesías de hombre adulto nunca lo abandonó. Se caracterizaba por el curioso defecto de que su voz era un susurro. Siendo William Wilson apenas un niño gozó del derecho de moverse a su capricho y era reconocido por su inteligencia y carácter, cualidades que utilizaba como un arma de mando ante a sus compañeros menos dotados; pero uno de éstos le seguía el paso cual si fuera su sombra, y en verdad era algo parecido: su tocayo. Éste rehusaba someterse ciegamente a su voluntad y a sus afirmaciones; era más sensato y virtuoso que él y contrariaba a menudo sus propósitos despóticos y sus maldades; lo hacía como si quisiera protegerlo y mostrando, según nos comunica el perseguido, “cierta inapropiada e intempestiva afectuosidad”. Estas injerencias generaban en William Wilson un torbellino de sentimientos: estima, odio, vergüenza y miedo se entremezclaban en una relación que por poco llega a ser amistosa, pero que al fin sólo consistió en una acérrima lucha, en un duelo a muerte. En cuanto fue testimoniado por los sentidos, el tocayo era idéntico en su fisonomía a William Wilson y lograba imitarlo sarcásticamente con tal agudeza y talento que llegaba a superarlo. Luego de un trato cotidiano en la escuela, William Wilson creyó alejarse de este molesto vigía convencido de que “la verdad y la tragedia de aquel drama no existían ya”, e hizo una vida extravagante, ociosa y mezquina; no obstante, el otro Wilson se le aparecía de súbito en los momentos en que se aprestaba a cometer vilezas y asimismo se esfumaba, dejando una estela de duda y angustia. Aquella suerte de alma gemela que le acechaba con su susurro, de la cual huía, pero en vano, llevó William Wilson al más aciago error

16 POE, Edgar Allan. Cuentos I. Alianza Editorial, Madrid, 1970.

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de su vida: al asesinato de su homónimo; de esta manera se condenó a sí mismo a la culpa insalvable de haber matado la humanidad propia.

La trama tejida entre William Wilson y el desconocido homónimo, cuyo rostro estuvo siempre en la penumbra, fue analizada a la luz del problema “El susurro de la conciencia moral”, a través del cual se expresaba la inquietud por la trascendencia de la infancia y de instituciones como la familia y la escuela en la constitución de la moralidad de los seres humanos. El infante William Wilson, librado al gobierno de los caprichos, se encontró con la mirada de lince que le asestaba su tocayo, el cual –en la lógica del problema que se reseña– personificaba aquella instancia del ser que reclama sujeción a la norma y al bien. Aunque se diga que la moralidad se inscribe de manera inconsciente, el cuento de Poe y las interpretaciones que emergieron en el seminario mostraron cómo es posible desvariar y errar cuando cobra entidad, así sea alucinada, alguno de nuestros etéreos yoes; y es justo este acontecimiento de la sicología el que puede desatar imaginarias rivalidades que son en el fondo una destrucción de sí mismo, a veces real, a veces metafórica. Tales cosas sucedieron a William Wilson, quien vio en la moral la más detestable obstrucción de la vida licenciosa a la que apostó sus años juveniles y adultos. En consecuencia, se decía, William Wilson pretendió escabullirse del asedio de su conciencia moral, que se manifestaba como espanto y vergüenza de sí, y selló un pacto con el mal, con el goce de trasgredir y de tiranizar al otro.

Hasta aquí comprendíamos que el personaje contenía en sí una especie de guerra de imperios que lo agobiaba: ¿no es el sujeto algo que se define a partir de la contradicción y la lucha de poderes (la moral, el deseo, la voluntad y otros) que pujan por gobernarlo, de tal modo que sólo por gracia de la fortuna éstos se equilibran, haciendo posible la cordura, pero que también pueden no llegar sosegarse y atravesar de malestar y sufrimiento la existencia de un individuo? Con todo y el fracaso que significaba para Wilson haber vencido a su tocayo y haber muerto él mismo “para el mundo, para el cielo y para la esperanza”, narró su vida: ¿No es esto una forma de recobrarse, de erigirse entre las ruinas de la realidad para sobrevivirlas? ¿No era William Wilson el bullir de la lava en el cráter del volcán, lava que al fin habría de derramarse en forma de verdad poética para los lectores?

De todo lo anterior cabe concluir que el ser humano no comprende una unidad de sentido sino que, al contrario, está habitado por innumerables paradojas y conflictos que lo hacen existir. Pese a parecer sencilla, esta conclusión nos permite avanzar un poco algunos asuntos insinuados tangencialmente en la discusión: en tanto contradictorio, el ser humano es indefinible e inaprehensible; y así como no es factible unificarlo en una significación terminante, tampoco es posible comprenderlo bajo una concepción lineal del tiempo: William Wilson hace mención recurrente de este asunto. He aquí tres perspectivas: en algunos pasajes se lee que los años implican una degeneración de la virtud (lenta o apresurada según el caso), un cambio en la naturaleza de las cosas, igual

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que los libros de la escuela, “harto hojeados, y tan llenos de cicatrices e iniciales, nombres completos, figuras grotescas y otros múltiples esfuerzos del cortaplumas, que habían llegado a perder lo poco que podía quedarles de su forma original en lejanos días”. En otras líneas se habla del pasado como la prefiguración de un destino fatal e insoslayable de ahí en más: ¿Qué el tiempo corre y ya como un río que nunca ofrece las mismas aguas al bañista? Eso no dice Wilson; si fuera así, ¿por qué el tocayo nunca dejó de cruzarse en su camino?. Asimismo, él diferenciaba formas del recuerdo, entendido como una acción –intencional o no– que implica la identificación de sí a lo largo de una historia: puede ser difuso y fantasmagórico, o vívido y duradero como “los exergos de las medallas cartaginesas”, o tumultuoso y confuso, aquel que corresponde a los remotos tiempos en que “la memoria aún no había nacido”. En términos del tiempo, pues, estamos ante una dispersión análoga a la del sentido y comprobamos la sempiterna condición inactual del hombre; dicho en otras palabras, en lo que respecta a la urdimbre entre el pasado y el presente manifestada en el cuento, se diría que el hombre “de hoy” hospeda vestigios del “de otrora” que las circunstancias y los azares harán presentes de nuevo, inesperadamente… “¿Quién era, qué era ese William Wilson? ¿De dónde venía? ¿Qué propósitos abrigaba?”

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CUENTO LEÍDO Y ANALIZADO: "BARTLEBY EL ESCRIBIENTE", DE

HERMANN MELVILLE17 Sesión del 25 de noviembre de 2008 Lugar: Auditorio principal de CONFIAR Horario: 6:30pm-9:00pm

En un piso cualquiera ubicado en Wall Street hallábase el despacho de un abogado de buen temperamento, quien contaba con tres ayudantes: dos copistas, Turkey y Nippers, y un joven recadero llamado Ginger Nuts; cada uno tenía peculiares manías, pero el paternal abogado sabía arreglárselas con ellas. En una época en que aumentaron las obligaciones del despacho se hizo necesario conseguir otro escribiente y éste fue Bartleby, personaje de apariencia "pálida y pulcra, respetable hasta inspirar compasión, con un aire irremediable de desamparo". Bartleby trabajó sin descanso los primeros días, pero luego evitó de continuo sus tareas, diciendo que “preferiría no hacerlo”. Con el tiempo y sin razón evidente, prefirió no volver a escribir; ante las advertencias de despido de su jefe se quedó impertérrito y enunciaba la preferencia de no dejar el despacho. En últimas, Bartleby prefería no hacer nada: se pasaba los días mirando por una ventana que ofrecía a tres metros “la vista de una pared de ladrillo, negra por la edad y por la sombra permanente” y su único alimento eran unos modestos pastelillos de nueces y jengibre. Nada lo alteraba: ni los halagos, ni las amenazas, ni la compasión; su impavidez era inhumana. Si nos encontrásemos un hombre así, de seguro creeríamos estar en un desierto infinito y caminaríamos sin rumbo, sin esperanza. Un desierto, su ser semejaba un desierto. Nada se conocía de su pasado y su actitud era inexplicable. El abogado narra que este hombre le producía melancolía y miedo, piedad y repulsión; hizo cuanto pudo por sacarlo del silencio, pero sus esfuerzos eran infructuosos. Mudó su despacho y Bartleby permaneció en el antiguo; fue exiliado a los corredores del edificio por los nuevos propietarios y, finalmente, lo llevaron a la cárcel sin que opusiera resistencia alguna. Murió allí de inanición, de desolación,… murió y ya. El abogado comunica al final de esta historia un rumor sobre el pasado de Bartleby: que había trabajado en la “Oficina de Cartas Muertas de Washington”, lugar al que llegaban para ser incineradas cantidades inmensas de cartas, cuyos destinatarios fallecieron antes de recibirlas: “perdón para los que murieron desesperados, esperanzas para los que murieron sin esperanza, buenas noticias para los que murieron ahogados por las calamidades… Con sus mensajes de vida, estas cartas van directas a la muerte”.

17 En: Preferiría no hacerlo. Editorial Pre-Textos, Madrid, 2000.

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Las interpretaciones del seminario se tejieron a partir del problema "Un muro

ciego"; su expositor argumentó el título y su aterradora similitud con Bartleby: ¿Cuáles son los atributos de un muro? Antes que nada, que es infranqueable, inamovible e inerte; además, el adjetivo “ciego” era alegoría de la inexistencia de posibilidades y del eterno misterio que representaba para la inteligencia humana aquel escribiente. Igual que un muro, Bartleby existía como una especie de obstáculo para los otros y sostenía una “resistencia pasiva” ante las órdenes de su jefe; no se negaba nunca por entero a hacer algo, pero decía sin sonrojo que “preferiría no hacerlo”; no era posible ejercer sobre él influencia o autoridad alguna; ¿por qué? En palabras del expositor, porque sólo es aplicable la autoridad sobre las acciones de alguien y no sobre su cuerpo, ¿de qué hubieran valido policías o golpes? Bartleby era una piedra, un ser imperturbable y asombrosamente indiferente al mundo. La paradoja en la que revertía todo esto era que, pese a su silencio y pasividad, aquel escribiente no era propiamente insignificante, al contrario: interrogaba las formas de poder establecidas, desconcertaba y despertaba sentimientos que oscilaban entre la ira y la caridad.

Luego de la exposición introductoria la pregunta sobre si era Bartleby inhumano

concentró el debate. Nunca supimos qué pensaba o sentía; su ser fue visto como algo siniestro; “su cadavérico aplomo caballeresco” hacía pensar en una momia, en un muerto viviente: ¿albergaba en sí algún sentimiento, deseaba algo? Cierta ocasión el abogado pensó que si suponía su inexistencia y se tropezaba con él como si fuese aire, lo llevaría a la determinación de marcharse, pero la lógica cotidiana del escribiente le hizo pronto concluir que no produciría ningún efecto ignorándolo, de igual manera que una escala no nos reprocha que nos choquemos con ella. Bartleby aparecía así cruel e inocente y daba la impresión, por su absoluta inmutabilidad, de no ser consciente de su soledad y su desamparo, que tanto conmovían al abogado. El alma de Bartleby estaba en un lugar ignoto e inaccesible: ni el juicio ni la piedad podían siquiera rozarla. Se juzgaba que su actitud era ejemplo de inhumanidad porque no demostró miedo ni consideración de los otros, porque su contumacia derrotaba el vínculo humano, porque más allá de que siempre supusiéramos razones desconocidas para su comportamiento, él no hizo nada: ni se explicó, ni trabajó, ni se marchó. Su silenciosa inacción tenía esta faz maldita.

No obstante, según se dijo, ante los indiscernibles sentimientos de un hombre no

debemos apresurar el juicio de su carencia de humanidad. Se especuló que quizá el oficio en el Ministerio de Cartas Muertas había dejado en el escribiente el aura de la muerte y se entendía así que su “resistencia pasiva” era un “actuar” en concordancia con el trágico abismo al que van a parar sinnúmero de palabras y actos humanos… Así como hay sepulcros para los muertos, Bartleby era la fosa de la palabra; como si fuera el representante en la tierra de innumerables destinatarios extintos; ¿de ahí venía su cadavérico silencio? No se sabe a ciencia cierta. De todas maneras, parecían más cuerdas

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las exhortaciones del abogado en cuanto a las obligaciones en el despacho: “¿Qué derecho tiene a quedarse?” “¿Va a hacer algo que justifique su negativa a marcharse de este lugar?”. ¿Asimismo podría interrogársele por el sentido de su vida?

Otras intervenciones que se hicieron a lo largo del seminario (paralelas, mas no incompatibles con las ya reseñadas) coincidieron en reconocer que el valor de este relato radica en gran medida en que sostiene la duda y el enigma en lo que respecta a las explicaciones de la insólita singularidad de Bartleby: uno siempre quiere saber por qué es así, de dónde le viene su extrañeza y está convencido de que debe haber alguna razón inexplorada, pero nunca se nos descubre el misterio que acaso justificaría su existencia mediocre y nos haría indulgentes con él. Este personaje, inescrutable e inaudito, se escurre al poder, al abrigo de la moral y de los afectos y nos deja solos y a veces exasperados. Nos seduce como si fuera un secreto remoto que se guarda con celo (¿No es éste el principio de la filosofía, de la literatura?). ¡Quién hubiera creído que vivía en Wall Street y no en los confines del universo!.

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CUENTO LEÍDO Y ANALIZADO: "EL GARDEN PARTY", DE KATHERINE

MANSFIELD18 Sesión del 2 de diciembre de 2008 Lugar: Auditorio principal de CONFIAR Horario: 6:30pm-9:00pm

“El Garden Party”, cuento de la joven escritora neozelandesa Katherine Mansfield (1888-1923), produce al espíritu lo que la miel al fino paladar de un niño goloso. Trata de dos realidades opuestas escenificadas un día en que el sol lucía su dorado resplandor, sin viento, sin nubes. En casa de la familia Sheridan se tenía por un hecho que el buen tiempo estaba congeniado con la fiesta que se realizaría en el jardín: la madre, su hijo Hans y las hijas Meg, Jose, Laurie y Laura, hallábanse atareados en los preparativos: las flores, el entoldado, los vestidos, los sombreros, el piano, los emparedados y los bollos de nata concentraban las energías de la familia. No muy lejos de allí había un callejón pobre y sucio en el que se alzaban casuchas sombrías y humeantes, donde en ese momento se penaba por la muerte de un vecino, quien había dejado una esposa y seis hijos. La noticia llegó a casa de los Sheridan y fue recibida de maneras disímiles: Laura la comunicó a su hermana Jose y a su madre, sugiriendo cancelar la fiesta como un acto de cortesía y de solidaridad con la aflicción de la familia del muerto, pero ambas tomaron su gesto como una extravagancia y consideraron que la congoja de los otros no les atañía ni tenía por qué perturbar sus planes: Jose extremó el suceso diciendo que si cada que alguien muriera se suspendiese la diversión, la vida sería “muy dura”, y la madre arguyó que “esa gente” no esperaba sus condolencias, razón por la que era mejor evadir la noticia que les había llegado sólo por casualidad; regaló a Laura un precioso sombrero y la indujo al olvido del lamentable hecho. La fiesta se dio y fue inigualable: las personas “eran como aves deslumbrantes que hubiesen ido a posarse en el jardín de los Sheridan por una tarde, antes de proseguir camino hacia… hacia ¿dónde? ¡Ah, qué felicidad hallarse con gente que rebosa de felicidad, estrechar la mano, rozar las mejillas, sonreír a los ojos!”. Con la noche regresó la noticia del muerto comentada por el señor Sheridan; la esposa se desembarazó del tropiezo que significaba el dolor de los otros para el curso confortable de su vida y envió a Laura con abundantes sobras de la fiesta. Laura visitó el callejón de las míseras casas, dio sus condolencias a la viuda y contempló al muerto, quien parecía dormir profunda, apacible, lejanamente, sumido en el profundo sueño del que no despertaría nunca más. Todo esto fue para ella una vivencia onírica,

18 MANSFIELD, Katherine. El Garden Party y otros cuentos. Editorial Seix Barral, Madrid, 1985

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maravillosa, que le produjo cálido llanto y que dejó posada en el umbral de su espíritu la idea de que la vida era algo… algo que no alcanzaba a explicar.

El tema que abrió la conversación fue “La educación de Laura, la sensibilidad de Laura”; a través de él se resaltaron diferencias entre personajes de la familia Sheridan. La madre fue caracterizada como una mujer cuyo hálito vital era la almidonada teatralidad de la distinción, los cánones y la etiqueta; al tiempo, se afirmó que era incapaz de sentir compasión, sentimiento que implicaría ir más allá de las propias contingencias e identificarse con el dolor del otro, lo cual es muy diferente a la lástima y a la caridad manifestadas al enviar a la viuda las sobras de la fiesta. En suma, la señora Sheridan entraba en trágica conmoción ante la pérdida de una lista de emparedados para la fiesta y dejaba de lado, como un hecho anodino y ajeno, la muerte de un semejante. Asimismo fue vista Jose, niña siempre “práctica” en la que habían calado ya rasgos de la madre. En cuanto a Laura, era imposible no apreciarla de una manera diferente y singular, pues gozaba de una sensibilidad que trascendía el universo de frivolidades en el que se estaba formando: se habló de su «sed de mundo», de su juventud que la hacía un ser informe y permeable, y de la confusión en que ingresó a causa de realidades contrastantes con su «burbuja de cristal». El ejemplo de Jose y Laura daba pie a una interpretación del asunto de la educación que señalaba el incierto destino que engendran las enseñanzas, del padre o de la madre, en sus diferentes hijos.

En adelante, las intervenciones hicieron hincapié en la diferencia de clase y en la “educación clasista”. La vida burguesa de los Sheridan –que alguien llamó «gramática de las trivialidades»– parecía implicar no sólo hábitos, sino también ideas y sentimientos sumamente reducidos y excluyentes. A la madre le bastaba que la muerte no hubiera sido en su jardín y así lo transmitía a sus hijas; de algún modo, su posición demostraba que reconocía a los semejantes en tanto pertenecientes a su círculo social, mientras que las personas que se hallaban fuera de él poco o nada le importaban. De aquí no ha de deducirse, sin embargo, que haya una determinación inexorable de la clase sobre los individuos, ya que esta concepción simple sometería el análisis a los prejuicios, descuidando explorar en profundidad las ideas latentes en este bello relato de Katherine Mansfield.

En este sentido, no está de más recordar que el cuento se titula “El Garden Party”, pues la belleza y jovialidad de la fiesta de los Sheridan es innegable y convoca, como todas las fiestas, al olvido de infinidad de miserias humanas que siempre nos circundan y a esa extraña sensación de compañía y alegrías recíprocas. De otro lado, así como no hacía parte del título, aparecía en la bruma, arrastrado densamente por el silbido del viento, el duelo, el funeral, la reunión de seres cuyo desconsuelo es inalcanzable e insalvable, la reunión de soledades indecibles. Pero quizá lo más importante y sublime eran las dudas de Laura, que se desenvolvían delicadas y melancólicas entre las líneas impresas: sólo

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por degustarlas, por reconocer la dulzura e inocencia del asombro de aquella niña frente a la muerte, este cuento merece nuestra complicidad remota, íntima.