Memorias de Un Vigilante

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  • 7/25/2019 Memorias de Un Vigilante

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    MEMORIAS DE UN VIGILANTE

    JOSE S. ALVAREZ (FRAY MOCHO)

    ADMINISTRACIN GENERALBuenos Aires1920

    FRAY MOCHO

    MEMORIAS DE UN VIGILANTE

    I Dos palabras

    II En los umbrales de la vida

    III El vaivn de mundoIV De oruga mariposa

    V De paria a ciudadano

    VI El tufo porteo

    VII Mosaico criollo

    VIII Los bocetos de un miope

    IX Cinematgrafo

    X La linterna de Regnier

    XI Brochazos ministerialesXII Entretelones policiales

    XIII Siempre adelante

    XIV MUNDO LUNFARDO

    EN LA PUERTA DE LA CUEVA

    PERSPECTIVAS

    ENTRE LA CUEVA

    ELLAS

    ELLOS EL CAMPANA

    EL ARTE ES SUBLIME

    EL CAF DE CASSOULET

    EL BURRO DE CARGA

    LOS QUE CARGAN CON LA FAMA

    EL PANAL EN LA LENGUA

    NO LE SALV SER MINISTRO

    CUPIDO Y CACO

    EL PRIMER CLIENTE

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    AL REVUELO

    XV LOS MISTERIOS DE BUENOS AIRES

    XVI EL HOMBRE PROVIDENCIAL

    FRAY MOCHO

    Jos S. Alvarez (Fray Mocho), naci en Gualeguaych, Provincia de Entre Ros, el 26de Agosto de 1858. Su temprana aficin a observar los aspectos ms pintorescos de lavida le encamin por el doble sendero del periodismo y de la investigacin policial. As,entre cuartilla y cuartilla, lleg a ocupar el puesto de Comisario de Pesquisas en laPolica de Buenos Aires, que tanto se adaptaba a las modalidades de su espritu curiosoy novelesco.

    En ese carcter public (1887) su famosa Galera de ladrones de la capital, en 2gruesos volmenes, coleccin de fotografas policiales comentadas con perspicacia;aunque esa obra tena un carcter puramente tcnico, Alvarez demostraba en las msnimias acotaciones esa extraordinaria agudeza de ingenio que ms tarde floreci en susleidsimos cuentos y en su inextinguible pasin de conversar.

    En 1899 se asoci con Bartolito Mitre para fundar una revista ilustrada, que lleg a serla popularsima Caras y Caretas, hoy convertida en magna empresa que coopera aldesenvolvimiento de las artes y las letras.

    Su obra propiamente literaria consta de cinco libros, en los que supo sacar partido de

    sus cualidades de observador y de su estilo lleno de gracia picaresca. El "cuento decostumbres" lleg a ser su especialidad, en lo que tuvo muchos imitadores, sin serigualado.

    Su primer libro,Memorias de un vigilante(1897), vio la luz bajo el pseudnimo deFabio Carrizo; le siguieron Viaje al pas de los matreros(1897) y En el mar austral(1898). En el tercer aniversario de su muerte se reunieron sus cuentos, publicados en larevista Caras y Caretas, bajo el titulo Cuentos de Fray Mocho(1906). Otros no hansido publicados en libro y aparecern con el ttulo Salero Criollo.

    Falleci en Buenos Aires, el 23 de Agosto de 1903.

    I

    DOS PALABRAS

    No abrigo la esperanza de que mis recuerdos lleguen a constituir un libro interesante;los he escrito en mis ratos de ocio y no tengo pretensiones de filsofo, ni de literato.

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    No obstante, creo que nadie que me lea perder su tiempo, pues, por lo menos, sedistraer con casos y cosas que quizs habr mirado sin ver y que yo en el curso de mivida me vi obligado a observar en razn de mi temperamento o de mis necesidades.

    II

    EN LOS UMBRALES DE LA VIDA

    Mi nacimiento fue como el de tantos, un acontecimiento natural, de esos que conabrumadora monotona y constante regularidad se producen diariamente en los ranchosde nuestras campaas desiertas.

    Para mi padre, fui seguramente una boca ms que alimentar, para mi madre, una

    preocupacin que se sumaba a las ocho iguales que ya tena, y para los perros de la casay para los pajaritos del monte que nos rodeaba, una promesa segura de cascotazos ymortificaciones que comenzara a cumplirse dentro de los tres aos de la fecha y durarahasta que los vientos de la vida me arrebataran, como a todos los congregados por lacasualidad bajo aquel techo hospitalario.

    Conclua quizs la primera dcada de mi vida, cuando un buen da lleg a la casa unatropa de carros, que, desvindose del camino que serpenteaba entre las cuchillas, all enla linde del monte, vena a campo traviesa buscando un vado en el arroyo, quedisminua en una mitad el trecho a recorrer para llegar al pueblo ms cercano.

    El capataz habl con mi padre; y ste, de repente, me hizo seas de que me acercara, ydijo:

    Este es el muchacho!... Como obediente y humilde, no tiene yunta[1]... el otro quepoda igualarlo se nos muri la vez pasada!... Como conocedor del monte y del arroyo,lo ver en el trabajo!

    A m me zumbaron los odos, y no pude saber lo que el hombre contest; sin embargo,me di cuenta, as en general no ms, de que ya no podra extasiarme a la sombra de losespinillos florecidos viendo cmo las lagartijas se correteaban sobre la cresta de loshormigueros, haciendo relampaguear sus armaduras brillantes, ni pasarme las horasmuertas, escuchando el contrapunto de las calandrias y de los zorzales, estimulados porel lamento de los boyeros parados al borde de sus nidos, colgados all en la extremidadde los gajos ms altos y flexibles de los molles[2]y coronillos[3].

    Mi padre me sac de mi xtasis con su voz ronca y varonil, esta vez impregnada de unadulzura desconocida.

    Oiga, hijito!... Vaya, traiga su petisito bayo[4]y ensllelo!... Va a acompaar a estehombre, que es su patrn!

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    III

    EL VAIVN DEL MUNDO

    Las corrientes del mundo me arrebataron y luch con ellas con suerte varia; ningunaay! volvi a traerme hasta los montes nativos, y cuando un dadespus de muchosaosvolv a ellos, ya no guardaban sino restos miserables, escapados al hacha delmontaraz; y del pobre rancho y de la familia que lo ocup, ni el recuerdo siquiera.

    Qu fue de los mos?

    Qu fue de las hojas del tala frondoso, en cuyas ramas flexibles mi madre colgaba lacuna de sus hijos, aquel noque[5]de cuero que la brisa meca cariosa?

    Qu fue de los trinos del boyero y del contrapunto de las calandrias y de los zorzales?

    Slo quedan en mi memoria como un recuerdo!

    Sirviendo de gua a las tropas de carretas, picando[6]stas cuando ya mis msculos lopermitieron, de pen aqu, de vago all, lleg un da para m dichoso y bendecidoporque es el origen de mi felicidad actualen que una leva[7]me tom y puso puntofinal a mis correras de vagabundo, perfilando sobre la figura mal pergeada[8]delpobre gaucho ignorante la simptica silueta del soldado.

    Recuerdo, como si fuese ayer, las circunstancias en que fui tomado y voy a tratar depintarlas, no con la pretensin de hacer un cuadro sino con la intencin de presentar una

    escena de nuestros campos, vulgar y corriente en tiempos no lejanos, pero hoy ya casiextica, debido a las exigencias de la vida.

    IV

    DE ORUGA A MARIPOSA

    Tras un galope de algunas leguasandaba de vago y era joven y aficionado al baile y

    las buenas mozasllegu al viejo rancho desmantelado y solitarioveterano de cientormentasdonde se iba a bailar, cosa que no era muy frecuente entonces, dada laescasez de poblacin en aquellos parajes.

    Al acercarme al palenque, ya pude contar cuntos me haban precedido en la llegada yhasta saber quines eran: all estaban sus caballos a modo de tarjeta de visita.

    Primero, el petiso de los mandadosmaceta[9]y mosqueador[10]que buscando verselibre de las sabandijas[11]u obedeciendo a la costumbre de evitarlas, haba idoretrocediendo hasta apartarse del grupo, y sembrando el trayecto recorrido con laspilchas[12]del muchacho a cuyo servicio lo haba condenado la suerte, que nunca le fue

    propicia; luego los mancarrones[13]de algunos gauchos pobres y de los viejos vagosdel pago, con sus aperos formados con prendas de procedencia diversa y de ms diversa

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    fabricacin, con sus riendas peludas y anudadas y con sus cinchas enflaquecidas de purodar tientos para remiendos; y, finalmente, algunos redomones[14]bravos, que alsentirme llegar yerguen las orejas, relinchan y se agitan, indicndome que ya haymocetones que me harn competencia en el corazn de las dueas de esos otros pingos,cuidados y lustrosos, tusados[15]con coquetera, y cuya crin ha servido para dibujar ya

    un arco atrevido, ya una guarda griega caprichosa, y que lucen bozales tan primorosos ycabestros tan llenos nos de bordados y de adornos.

    Son pingos del andar de gente presumida, y hasta con pespuntes de elegantes mozas.

    Previo el consabido ladrido de los perrosarrancados por mi llegada a un sueo plcidoy tranquilo, el relincho de los redomones del palenque, los saludos del dueo de la casay las vichadasde las mozas y mocetones, que, cortos[16]con los forasteros, se hanocultado en el rancho, ech pie a tierra y fui a sentarme en el ancho patio recin barridoy carpido, que a la noche servira de saln de baile, iluminado por la luna plcida yserena, aquella luna de mi tierra que veo al travs del tiempo, quizs embellecida por el

    recuerdo.

    Los preparativos para la fiesta estaban en lo mejor.

    All atrs del rancho, formado por una pieza grande de pajaquinchada[17]haba unremedo de otra, formada por cuatro cueros de potro y algunas ramas mal atadas, quepomposamente se denominaba con el simptico nombre de la cocina.

    A travs del agujero que le serva de puerta, y por entre la nube de humo que vomitaba,vea, desde donde estaba sentado, un hacinamiento de cabezas, alumbradas por la llamatemblorosa del fogn.

    Entre risas ahogadas y cuchicheos, oa el canto montono de la sartn en la que se freanmontones de pasteles dorados, que espolvoreados con azcar rubia, llevados de a seis uochomximum que poda contener el nico plato de loza que haba en la casacondestino al depsito general, que estaba en la pieza de paja, bajo la custodia de una viejavigilante, ta[18]respetada de algunos muchachos greudos y carasucias, que de vez encuando se asomaban por ah, espiando el momento de dar un maln con suerte.

    Eran atrados por el olor apetitoso y agradable de los pasteles, que corra por todo elrancho, y que al penetrar por la nariz pona en juego las glndulas salivales y haca caer

    los estmagos en sueos deleitosos y en xtasis buclicos.Bajo su influencia, uno llegaba hasta a olvidar que los tales pasteles estaban guardadosen un viejo fuentn de lata, bajo la cama, en compaa del antiguo cajn de fideos, hoyhumilde depsito de tabaco para el uso de la patrona, y expuestos a las correrasirrespetuosas de las pulgas matreras[19], que pasan su vida viajando de los perros a susdueos y de stos a los perros, hasta encontrar algn benvolo forastero que, a pesarsuyo, las lleve por ah a tierras lejanas.

    Ya una veintena de mates amargos y sabrosos, o no, que eran cebados por un muchachoroosotodo un maestro en el artehaban pasado a mi estmago, hacindome olvidar

    la fatiga y el cansancio, cuando las mozas y los mozos, que haban andado por ah a

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    salto de mata[20], ya ms familiarizados con los forasteros, empezaron a dejar susescondites poco a poco.

    Ellos se acercaban serios y graves, nos daban la manoa m y a otros convidadosdesconocidos que estbamos como en asamblea, con el brazo rgido como si fueran a

    pegar una pualada o a asigurar un udo, murmuraban algo que no se entenda y luegose sentaban en rueda, con toda simetra, tratando, a fuer de bien criados, de colocar lospequeos bancos de una cuarta de alto y formados por un trozo de madera pulido por eluso y las asentaderas, y con las cabeceras llenas de pequeos cortes producidos por elcuchillo alpicar el naco, de modo a no dar la espalda a nadie.

    Y all se quedaban con las piernas dobladas y el cuerpo encogido en esa posicin en quese encuentran las momias incsicas en sus urnas de barro, pintarrajeadas.

    Ms all, parados, con los pies cruzados, un pucho coronando la oreja, medio perdidoentre una mecha rebelde que se escapa del sombrero descolorido y ajado, estn los

    gauchos pobres y menos considerados, con sus chirips rayados, sus camisetas de percaly sus rebenques colgados en el mango del facn, atravesado en la cintura y que asomapor sobre el culero[21]fogueando por el lazo o por bajo el tirador, cuando ms sujetopor una yunta de bolivianos[22]falsos.

    Ellas, las mozas, venan en grupo, disimulando su turbacin con una sonrisa y haciendosonar sus enaguas almidonadas y sus vestidos de percaltiesos a fuerza de planchado yque cantaban alegremente al rozar el suelo.

    Se sentaban en hilera, graves, por ms que la alegra les rebosaba; se ponan serias, perola risa les chacoteaba entre las pestaas largas y crespas, jugueteaba sobre sus labios yse arremolinaba, all, en las extremidades de la boca.

    Pronto la conversacin se hizo general, la fuente de pasteles se puso al alcance de lasmanos y la familiaridad comenz a desarrugar los ceos adustos y a alejar lasdesconfianzas.

    Ms mozos y ms mozas continuaron llegando, y de recepcin en recepcin y de pastelen pastel, fuimos alcanzando a la noche, que era la aspiracin de todos.

    Al fin lleg y con ella los guitarreros, que eran tres: un viejo tuertoverdadero archivo

    de cicatricesy dos parditos, que eran sus discpulos, los voceros de su fama y futurosherederos de su clientela en el pago.

    Se colocaron los bancos en rueda, destinado el frente que daba al ranchositio dehonorpara los guitarreros, para las mams y para los mosqueteros de msconsideracin; luego seguan las mozas que entraran en danza y la turbamulta demirones y de asistentes.

    El bastonero[23], que era dueo de casa, se situ en un punto cmodo para abarcar elconjunto y hacer la designacin de parejas con la mayor estrictez, y mientras seacordaban las guitarras, empez a estudiar la concurrencia paracon conocimiento de

    causapoder hacer combinaciones que pudiesen satisfacer las aspiraciones de todos:enamorados-bailantes y bailantes solamente.

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    Cmo lata el corazn, en la esperanza de que fuera la moza de su simpata la que letocara a uno en aquel reparto de beldades, que durara lo que durase la pieza!

    Conmover al bastonero con una splica? Pero si eso era un sueo irrealizable!

    Un criollo bastonero era inconmovible, y, sobre todo, tena demasiada admiracin porlas elevadas funciones que desempeaba para entrar en familiaridades con nadie.

    Baste decir que ni a sus sobrinos tuteaba en esos momentos, por no rebajar suautoridad!

    Organizadas las parejas, sonaron las guitarras, y se dejaron or los acordes de una polkaen que trinaban las primas[24]y las segundas[25], y no tanto destinada a ser bailadacuanto a demostrar la habilidad de los ejecutantes: era como un punto de atencinechado por el viejo guitarrero.

    Los mocetones ms empilchados y ladinos fueron los que debutaron. Metidos en susgrandes botas de charol, con el taco como aguja y con todo el frente bordado, dabanvueltas pretenciosas de elegantes, pareciendo muecos movidos por un mismo resorte,tal era la precisin con que seguan el comps que el mistromarcaba con la cabeza.

    El bastoneropara satisfaccin de las mams, que se le dorman[26]a los pasteles y almate, agrupadas alrededor de los guitarreroscirculaba entre las parejas, diciendocuchufletas[27]y haciendo con su frase sacramentalque se vea luz, caballeros!quelas aproximaciones no fueran ms all de lo lcito y honesto.

    Concluida la polka, las parejas se deshicieron: las mozas, despus de sacudirse laspolleras para quitarles la tierra, tomaron asiento y comenzaron a torcer sus pauelos, asacarse mentiraso a alisarse el jopo, para dar ocupacin a las manos, que ociosas lesincomodaban, mientras los mozos volvan sonrientes a nuestras filas, de donde elbastonero los sacaba de uno a uno, para hacerles probar de cierta caa con cscara denaranja, que tena reservada para los preferidos.

    Volvieron a sonar las guitarras, hacindose or un rasgueo, alegre y armonioso; era ungato que se bailaba solo de puro sentido y bien tocado.

    Dos parejas salieron al medio de la rueda. La segunda, que era puramente decorativa,

    pasaba desapercibida: la primera era formada por un mocetn de color bronceadovistiendo amplio chirip de grano de oro, cado hasta el taco de la charolada bota decampana, camiseta de merino negro tableada, pauelo volador de seda punz, sombrerochambergo de felpa con un barbijo lleno de borlas que le castigaban la nariz y labarbay por una moza, no mal parecida, que luca entre el cabello negro, lustroso, unramo de fragantes claveles rojos y que indudablemente era la consentida del mocetn.

    Debut l con un saludo y luego con un zapateado en que luca todas las gracias de suspies adiestrados, siguiendo al mismo tiempo el comps, mientras el guitarrero sedesgaitaba, gritando con voz gangosa: "salta la perdiz madre!" y ella, la consentida, sehaca la que hua de los ataques del animalito que era empecinado y la segua, haciendo

    resonar el suelo con el acompasado golpeteo de sus pies.

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    Iba a terminar la pieza, cuando de all de la ltima fila de mirones y gauchos pobressali una voz que dijo barato![28], mientras avanzaba a reemplazar al mocetnquepareca ceder su puesto de mala ganaotro, que era su rival y que, aunque msdespilchado, tena la habilidad de cantar y no dejaba de ser famoso en el pago.

    Su aparicin fue aplaudida, y la muchacha, encendida, se remilg y trat de lucir toda sugracia al que le daba tal prueba de distincin.

    Cuando lleg el momento del canto, modul con voz llena de dulzura, aunque emitidapor la nariz, unas coplas llenas de sentimiento en que haba una que envolva todo unpiropo, que vena como de molde:

    Las muchachas bonitasSon perseguidasComo la azucareraPor las hormigas!

    Y remat su canto con un escobilleo que arranc voces de admiracin: los pies semovan con tal presteza, mientras el tronco permaneca recto, que era imposibleseguirlos con la vista.

    La muchacha volvi a su asiento, y el mocetn qued gozando de su triunfo, orgulloso ysatisfecho.

    La caa hizo su aparicin, llevando la alegra a todos los corazones, y los guitarreros,despus de tocar un triste, en que palpitaban todos los anhelos de un alma enamorada,comenzaron a puntear un pericn con todas las reglas del arte.

    Salieron las parejas al centro, elegidas con cuidado por el bastonero, entre los mozos ymozas de ms fama.

    Hicieron la demanda, algo como la primera figura de la cuadrillacon mucho garbo ydonaire, rivalizando ellos en gravedad y ellas en sonrojoy vino el alegre que permitia un aficionado, mientras las dos parejas valsaban, lanzar su nota quejumbrosa:

    Las estrellas en el cieloforman corona imperial.

    Mi corazn por el tuyoY el tuyo no s por cul!

    Y concluyeron su danza con el cielopasadas las peripecias de la cadenaen que losbailarines coronaron su esfuerzo, haciendo castaetear los dedos al comps de la msicay con gran habilidad, mientras las guitarras geman con un vals lleno de sentimiento yarmona de esos que, segn la expresin consagrada, levantan de los pelos.

    Y tras el pericn vino un triunfo, donde se flore aquel que fue hroe en el gato y queendilg estas indirectas a su moza:

    Dicen que las heladasSecan los yuyos,

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    Ans me voy secandoDe amores tuyos!Este es el triunfo, madreDuea del alma;Ms quiero dulce muerte

    Que vida amarga!***Ni aunque todos se oponganLos doloridos,No hay dolor que se igualeAl dolor mo!Este es el triunfo, madre,Dame la muerte,Dmela despacito,No me atormente!

    Y as sigui toda la noche la jarana, mientras la caa circulaba y los corazonesanhelosos se buscaban, tratando de fundir en una sola todas sus aspiraciones.

    Con los primeros rayos de la aurora se pens recin en poner punto final a la fiesta, ylos guitarreros echaron el resto en una hueya[29]de aquellas donde se oyen quejidos yrisas, donde se ven lgrimas y alegras, verdadero reflejo del carcter de nuestro gaucho.

    Las guitarras comenzaron a vibrar, mientras uno de los cantores gema con voz gutural:

    Por una ausencia largaMand sangrarme,Hay ausencias que cuestanGotas de sangre!***A la hueva, hueya,Hueya sin cesar,Abras la tierraVuelvas a cerrar!

    Y tras la hueya, la concurrencia comenzaba a despedirse y a dirigirse al palenqueunosen busca de sus pilchas para dormir por ah, en cualquier parte, otros para tomar sus

    caballos y buscar su rancho, solos o acompaando a alguna de las damas que, llevandoen ancas a su mam, volva al suyo,cuando de repente un tropel de caballos despertlos ecos del campo dormido, y coreado por ruidos de latas, pasos precipitados, ladridosde perros y ayes acongojados de las mujeres asustadas, reson estentrea una voz vinosaque, dominando aquel desconcierto, nos dej como clavados en el puesto que cada unoocupaba.

    Alto a la poleca!... No se mueva naides!

    Vino el dueo de casa y se acerc al que gritaba, que no era otro que el sargento depolica que andaba de recorrida:

    Qu busca, mi sargento, por estos pagos? En qu le podemos servir?

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    En nada, amigo!... A ver, caballeros, formensn en ese limpio[30]: vamos a revisarlas papeletas[31]!

    Cinco de los presentes carecamos de semejante documento y algunos de ellos, como yoy el que despus fue el cabo Minuto, que muri en los Corrales[32]en 1880, ni

    habamos odo hablar jams de tal requisito que debieran llenar los ciudadanos.

    Quin se iba a ocupar en ensearnos las leyes?

    Con qu objeto?

    Ya se encargar el castigo de probarnos que no era bueno desobedecer los mandatosdel Gobierno!

    Excuso decir que hasta sin despedirnos del dueo de casa abandonamos el viejo ranchobamboleante, rodeados por la partida y montados de dos en dos en mancarrones

    inservibles a cuyas piernas hubiese sido una locura confiarles una esperanza desalvacin.

    Los fletes nuestros y nuestras pilchas mejores, seran la presa de los piquetanos que noshaban cazado como a chorlos![33]

    Ah quedaban entre sus garras hambrientas!

    Siempre he pensado, despus, que estos procedimientos son el origen de ese odio ciego,de esa invencible antipata que los soldados de lnea sienten por las policas rurales, yque los hombres observadores no alcanzan a explicarse.

    Trata uno de cobrarse las prendas tan injusta como infamemente arrebatadas en unmomento de desgracia?

    Puede ser...

    El hecho es que cada vez que se ve una chaquetilla de infantera puesta sobre unpantaln particular, un sable golpeando sin gracia las canillas de un compadrito y unkep[34]con vivos colorados jineteando sobre una chasca[35]enmaraada y estribandoen los cachetes por medio del barbijo rooso, el alma se subleva: uno recuerda los

    primeros dolores y las primeras humillaciones, y, por las dudas, pela[36]el machetepara vengar, si no los agravios de uno, los de aquellos que ms tarde han recorrido elspero sendero.

    V

    DE PARIA A CIUDADANO

    Fui soldado y me hice hombre.

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    Con el 64 de lnea, adonde me destinaron por cuatro aos, como infractor a la ley deenrolamiento, recorr la Repblica entera, y, llevando en mi kep el nmero famoso,sent abrirse mi espritu a las grandes aspiraciones de la vida.

    All, en las filas, aprend a leer y a escribir, supe lo que era orden y limpieza, me

    ensearon a respetar y a exigir que me respetaran, y bajo el ojo vigilante de los jefes yoficiales se oper la transformacin del gaucho bravo y montaraz.

    Ah!

    Qu da, aquel feliz, en que despus de cuatro aos de rudo aprendizaje tuve en mibrazo la escuadra de cabo 2 de la 4 Compaa!

    Era alguien, y esto es mucho para quien no haba sido nada!

    Ya no era el paria, el desheredado, el caballo patrio[37]que cualquiera ensilla y nadie

    cuida: era el cabo Fabio Carrizo, el principio de aquel sargento 14, que en 1880 recibasu baja absoluta, despus de diez aos de servicios prestados dondequiera que hubieseflameado la vieja bandera, jurada all en la cuesta de una loma en marcha para San Luis.

    Aquel batalln fue mi hogar y fue mi escuela!

    Hoy, cuando lo veo desfilar por las calles, siempre con el aire marcial a que obliga latradicin del nmero, busco en vano el rostro tostado de aquellos que conmigo tiritabanen los fogones de la frontera, y ya no estn!

    Queda slo del tiempo viejo de las miserias sufridas en silencio, la gloriosa banderadeshilachada que tantas veces cuid en largas horas de angustia y cuya vista hace latirtodava mi corazn como en aquellas, dichosas, en que, al regreso de una expedicinarriesgada de la que muchos de los nuestros no volvan, era sacada para que el capellndijera ante ella su misa por el eterno descanso de los que quedaban all entre lassinuosidades de las sierras, en el triste cementerio aldeano o bajo el manto eterno deverdura de la pampa desierta y misteriosa!

    VI

    EL TUFO PORTEO

    Se haba extinguido la ltima chispa de aquel incendio que, comenzando en la Plaza dela Victoria[38]se propag por toda la Repblica y estuvo a punto de hacer revivir laspocas de barbarie que el tiempo y la civilizacin haban muerto en nuestra patria, yauras de paz y de progreso corran desde Jujuy hasta el Estrecho y desde los Andes alAtlntico.

    Cumplido mi servicio, pulido mi espritu hasta donde me haba sido dado lograrlo y

    ansiando mezclarme al mundo de Buenos Aires, que herva a mi alrededor y me atraa

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    como atrae siempre lo desconocido, ped mi baja y me separ del 6; como quien dice,dej mi casa, y en ella todos los halagos de mi juventud, todas mis afecciones de la vida.

    Con mi baja en el bolsillo y con una carta de recomendacin de mi coronel, me presental seor don Marcos Paz[39], que era entonces l Jefe de Polica, en su despacho del

    Departamento viejo[40], que ocupaba lo que hoy es la Avenida de Mayo[41], frente a laPlaza de la Victoria.

    Cmo palpitaba mi corazn al encontrarme en el vasto saln, cuyas ventanas se abranhacia la plaza, en el cual yo contemplaba el hervidero de gentes que me atraa!

    Oh!... Cunta ilusin durante las largas horas de espera!

    Aquellos hombres que pasaban afanosos, secndose el sudor de sus frentes, aquellosque con un cigarro en la boca caminaban despreocupados y tranquilos, yo los conoceraen mi hora, yo sabra de las pasiones que los movan y de las esperanzas que los

    alentaban.

    Y alguna, quizs, de esas preciosas mujeres que como en un relmpago pasaban en suscoches lujosos, deslumbrando mi vista, estaba destinada a apartarse conmigo, all, a unacasita lejana, en cuyo umbral modesto iran a morir sin rumores las olas tempestuosasque me azotaran en las horas de lucha.

    Y luego mi vista recorra con asombro los muros del despacho, empapelados de colorgranate; los muebles tallados de los cuales no tena la menor idea, y comparabaaquelloque yo crea la ltima expresin del lujocon el destartalamiento de la carpadel coronel que, a nosotros, nos pareca suntuosa.

    Era el punto de comparacin que tenamos para darnos cuenta de la magnificencia delos palacios encantados que en sus cuentos nos describa el trompa Gareca, aquel viejoveterano que recibi el Sol del Ecuador a las rdenes de San Martn, que fue asistentedel general Paunero[42]en la guerra del Paraguay y que hoy duerme el sueo del olvidoen las soledades de Las Manzanas![43]

    Cay durante uno de aquellos combates homricos del general Conrado Villegas[44],con el bravo Namuncur[45], y all se qued... como se han quedado tantosmodestosy oscuros, de esos que cumplen el deber por el deber y a quienes los eunucos[46]de la

    accin y del pensamiento les llaman soadores porque no pusieron, sobre todo, lasexigencias de la bestia,sin que la patria les recuerde, por ms que le consagraron lonico que posean: la vida!

    De repente me sac de mis sueos y contemplaciones la voz del ordenanza, quientocndome en el hombro, me deca:

    Ah est el jefe!... aproveche!

    VII

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    MOSAICO CRIOLLO

    Avanza hacia m un hombre alto, delgado, de color plido, ceudo, pero en cuyafisonoma serena se lea algo de bondadoso que atraa:

    Qu se le ofrece, paisano?

    Solamente el Himno Nacional tiene notas comparables a las que yo encontr en estafrase sencilla me pareci ver el sol dentro de aquel saln oscuro.

    Traigo esta carta para Usa...; es de mi coronel!

    Rompi la cubierta, tom la cartulina que contena y luego de recorrerla, exclam:

    Diez aos de servicio sin un arresto, y dos ascensos por accin de mrito!... Qu eslo que desea, sargento?

    Querra servir con Usa en la polica!

    Conoce bien la ciudad?

    No, seor.

    Bueno!... Ya se har a la cancha![47]... Vea, no tengo sino puestos de vigilante;pero aqu, con buena conducta, se asciende pronto.

    Est bien, seor.Y diez minutos despus reciba mi ropa en la mayora[48], y quedaba como vigilante enla guardia del Departamento.

    El principio de mi carrera fue penoso y mortificante. Careca hasta de las nociones mselementales de lo que formaba la vida de la ciudad, y todo era para m motivo deasombro y de curiosidad.

    Las calles, los tramways, los teatros, las tiendas y almacenes lujosos, las jugueteras, lasjoyeras, las, iglesias, no era extrao que me arrastraran hacia ellas con fuerza

    invencible y que no tuviera ojos ni odos para observarlas y asombrarme: era que todome llamaba, todo me atraa.

    No conoca ningn detalle de la vida civilizada, y cada cosa que saltaba ante mi vistaera un motive de sorpresa. No hablo, por cierto, de las maravillas de la electricidad, dela fotografa, de la imprenta e de la medicina, que eran cosas abstractas para m en esetiempo: hablo de los carros, de los carruajes, de los vendedores ambulantes, deladoquinado, del agua corriente, que no poda comprender cmo manaba de una paredcon slo dar vuelta a una llave; del gas, que me produca verdadero delirio cada vez quepensaba en l; de las casas de vistas[49], de las vidrieras lujosas, del sombrero, de laropa y hasta del modo de rer y conversar de las gentes.

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    Durante un mes mi cerebro trabaj como no haba trabajado durante todos los das, demi vida, reunidos, y de noche las paredes desnudas de mi modesto cuarto de conventillome vean caer como borracho sobre mi cama, abrumado bajo el peso de las sensacionesde cada da.

    Me acostaba, y la baranda de las calles zumbaba en mis odos, y desfilaban, en hilerainterminable, las figuras heterogneas que en el da haban pasado ante mi vista.

    Vea las mesitas de hierro de los cafs y confiteras de la Recoba[50], que divida lasplazas de la Victoria y 25 de Mayoque aos ms tarde demoli el intendenteAlvear,rodeadas por borrachines paquetes[51], por otros ya transformados enverdaderos descamisados o que estaban por serlo, por soldados y marineros barajadoscon clases[52], oficiales y hasta jefes, y en las calles laterales y en las veredas, hombrescargados con canastas, que anunciaban en todos los tonos las ms variadas mercancas,gentes apuradas, que se llevaban por delante unas a otras; carruajes, carros, tramways, yms lejos, all abajo, en el puerto, mquinas de tren que cruzaban, vapores que silbaban,

    changadores que corran, carros que andaban entre el agua como en tierra, y sirviendode fondo a la escena el ro imponente con su festn de lavanderas en el primer plano, yen lontananza un bosque impenetrable de mstiles y chimeneas.

    Pero lo que ms me desvelaba eran las ilusiones del odo, aquellas voces pronunciadasen todos los idiomas del mundo y en todos los tonos y formas imaginables.

    Vea venir a un italiano bajito, flaco, requemado, que, con voz de tiple[53], aunquedoliente como un quejido, exclamaba acompasadamente: "Pobre doa Luisa", "Pobredoa Luisa", mientras lo que en realidad haca era ofrecer los fsforos y cigarrillos quellevaba en un cajn colgado al pescuezo; otro alto, rollizo, con un cuello de media vara,y llevando canastas repletas de bananas y naranjas, exclamaba en tono alegre:"arrnqueme esta espina"; mientras un francs que venda anteojos, cortaplumas ybotones, anunciaba con un vozarrn de bajo: "soy un pillo", coronado por un vendedorde requesones, que clamaba intermitentemente: "tres colas negras".

    Luego, de all, del fondo de la memoria, surga la figura de un semigaucho, que conreminiscencias de vidalitas, ofreca su mazamorra batida, y tras l un negro pastelero,que silbaba y muy echado para atrs, muy ventrudo, llevando en la cabeza un gran cajnde factura, soplaba como un fuelle: "ta tapao; met la mano".

    Mi cabeza era un volcn: todo lo oa, todo lo interpretaba y mi cuerpo se debilitaba enaquellas horas de agitacin y de fiebre.

    Buenos Aires entero, con sus calles y sus plazas y su movimiento de hormiguero, bullaen mi imaginacin calenturienta!

    VIII

    LOS BOCETOS DE UN MIOPE

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    Y considerar que a pesar de haber tanta gente a mi alrededor, de tener tantoscompaeros en mi nuevo puesto, yo estaba solo, solo como si me hallara en el desierto!

    No haba en la multitud un alma que armonizara con la ma, y envidiaba de corazn alos cabos y sargentos que de nada se asombraban y parecan saberlo todo, no sabiendo

    nada en realidad, y a los soldados como yo, a quienes no les preocupaba lo queignoraban, sino lo poco que saban y tenan el coraje de estar alegres y de rer!

    Con qu ahinco estudiaba mis obligaciones, y cmo me contraa a mis deberes,circunscribindolos al lmite ms estrecho que era posible, tratando de aislarlos delmundo aquel, que me rodeaba y que tema!

    Pronto aprend lo poco del oficio que tena que aprender, y libre y despreocupado pudeentregarme a la investigacin paciente y minuciosa de todo lo que me rodeaba, a laobservacin metdica y tranquila de todo lo que vea y oa, y cunta conquista pudehacer para mi alma anhelosa de conocer, y sedienta de vivir!

    Tengo grabadas en la retina, y para siempre lo estarn tal vez, las escenas callejeras quems me impresionaron, los cuadros de la vida que primero descifraron mis ojos y lasprimeras letras del abecedario social que aprend a conocer.

    Mi primer servicio en carcter de vigilante fui a prestarlo a los veinte das de miingreso, bajo la direccin del cabo Prez; el teatro elegido fue el Ministerio delInterior[54], donde se requera, por no s qu causa, ayuda de la fuerza pblica.

    El tal servicio consista en estar parado en la puerta de la sala de espera... y en nada ms.

    Quince das pas desempeando mi comisin con toda conciencia, bajo la inmediatavigilancia del cabo, que era flamante, lleno de ardimiento, y crea que las funciones quedesempebamos eran de esas que ni los pueblos ni los gobiernos olvidan, y hacen delos que han tenido la suerte de ocuparse en ellas una especie de dioses chicos,merecedores, no ya de estatuas en las plazas pblicas, sino de ser tenidos comoejemplos en la historia de la humanidad civilizada.

    Pobre Prez!

    Era espaol, como de treinta aos, y se tena por bello, por valiente y por muy

    entendido en achaques de ordenanzas de polica! Casi no haba buena cualidadatribuida por los hombres de una poca a los que vivieron en otra, que l, con unamodestia verdaderamente infantil, no se las atribuyera y tratara de convencer, a lospocos con quienes tena contacto en el mundo, que verdaderamente las posea!

    Era generoso, y una vez casi llor porque lo mandaron al Once de Septiembre y no ledieron dos pesos de los viejos para el tramway; era suertudo en lides de amor, y lamujer se le escap con un sepulturero de la Recoleta, que se iba como administrador delCementerio de Navarro[55]; era sobrio y por lo general lo arrestaban por ebrio; y eravaliente, y hubo que darlo de baja porque desert una consigna, perseguido por unosvendedores de diarios, que le quitaron el machete y el kep.

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    All, en el Ministerio, se daba un corte brbaro, y an me parece ver su figurita, quepareca recortada de una caja de fsforos!

    Con paso reposado meda, contonendose, el ancho corredor, mientras yo estaba defaccin en la puerta del saln de espera, casi al lado de la ventanilla correspondiente a la

    Mesa de Entradas y Salidas.

    Invariablemente llevaba la mano izquierda apoyada en la reluciente empuadura delmachete, la derecha suspendida por el pulgar en la parte delantera del cinturn, jugandocomo al descuido con la cadenavirgen seguramente en poder del cabo, el kepvolteado con aire coqueto sobre la oreja y echando sombra sobre un ojo de colorblanquizco, que pareca hacerle guios a una nariz arremangada y carnuda, que emergade entre unos bigotes semirrubios y enmaraados, que eran el orgullo de su propietario.

    Con esto y con baar su rostro en una sonrisa con pretensiones de picarescamentebonachona, quedaba perfilado el cabo Prez en toda su graciosa majestad.

    Estas impresiones, que son las primeras que tuve en Buenos Aires, puede decirse, lastengo presentes, y las siento como si fueran de ayer; veo an las escenas y las cosas, talcomo se presentaron a m, as en tropel, medio confusas, informes, barajndose de unamanera infernal, figuras, espectculos, dilogos, ruidos y hasta aire de personasabsolutamente desconocidas, que yo encontraba en la calle o vea en las antesalas delMinisterio en las horas de faccin.

    Durante mi corta comisin alcanc a conocer, con slo verlos caminar, a los vagos quepasan la vida en las antesalas, buscando empleo; a los imaginativos que se creen enposesin de los puestos que anhelan porque han llevado al ministro una carta decualquiera que se les antoja de valimiento[56], a los pichuleadores[57], a los amigos deconfianza de los escribientes y auxiliares, a los de otros que vuelan ms alto, a loscomisionistas, a los noticieros de los diarios, a las seoras honestas que buscan pensiny a las ms interesantes aun que gestionan asuntos por cuenta ajena; fueron las queestudi y observ con ms detenimiento, porque eran las que abundaban y las queconstantemente tena ante los ojos.

    Las conoca por el aire de suficiencia que respiraban, por la majestad, que como unperfume se exhalaba de sus personas, y por el amaneramiento de todos sus gestos yademanes.

    No vagaban sin rumbo bajo los largos corredores de la Casa de Gobierno, buscandoaqu y all una oficina desconocida, como cualquiera 19 viuda que busca pensin,empleo para un jovencito que es una monada, o beca para una seorita joven perohonrada; no seor, ellas iban seguras a su objeto, serenas, tranquilas, y no necesitabanindicaciones ni lazarillos.

    No se las vea en las antesalas haciendo esperas, porque conocan las horas deldespacho, y si se adelantaban por un caso fortuito, se paseaban en los corredores conaires de dueas de casa, o formaban en la rueda de los ordenanzas y porteros, dondesalpicaban los comentarios banales o los chismes corrientes, con la observacin mordaz

    o el relato pimentado, recogido de "los mismos labios de los de la presidencia", "de losdel Congreso" o de cualquier otro foco de fama indiscutible.

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    Yo, en mi faccin al lado de la Mesa de Entradas y Salidas, que es su teatro, las vea entoda su magnificencia y gozaba en grande, vindolas desfilar en su opulenta variedad.

    Al principio crea en sus amenazas, en sus cleras, en sus penas y hasta en sus splicas,pero despus me convenc de la realidadcomedia puray al cabo de dos o tres das

    oa los dilogos con curiosidad, pero sin interesarme mayormente ni por el asunto ni porquienes lo trataban.

    IX

    CINEMATGRAFO

    Se acercaba a la ventanilla, tras la cual estaba el empleado encargado del despacho, una

    seora seria, pero con una seriedad de esas que llaman la atencin en dondequiera y acualquier hora y se sucedan los dilogos y las escenas.

    Para servir a usted!... El expediente nmero cuatrocientos veinticinco, letra L, de laserie H?

    Est en Contadura, seora!

    En Contadura?... Pero qu escndalo! Es inaudito! Hace seis meses que est en lamisma oficina! Esa Contadura es una carreta, seor! Seis meses para una simple tomade razn; usted ve que eso habla muy poco en favor de la administracin nacional! A

    Dios gracias tengo buenas relaciones en la prensa y ya ver usted la mosquita que lehar poner[58]al seor contador... Ya ver usted y se reir!... Y no sabe cundovendr el tan clebre expediente?

    No, seora..., no puedo decirle nada al respecto!

    La seora se sonre y exclama, por si acaso, como quien tira un anzuelo por si pica.

    Muchas veces en ustedes pende el despacho!... No me diga usted a m; conozcomuy bien lo que son oficinas!

    Y no teniendo respuesta a su jactancia, se retiraba con aire majestuoso y ceda el puestoa otra dama tambin de fuste[59], aunque bastante vivaracha y nerviosa.

    El expediente nmero mil cuatro, letra P, sobre embargo de sueldo al vigilanteZacaras Machete?..., un guardin que no le gusta pagar casa y que tiene unascostumbres que da vergenza!... Figrese usted que...

    Por orden del seor ministro, seora, esos expedientes dientes estn reservados... Sontantos, que para firmarlos se necesita un mes entero...

    Es decir que el pblico es nadie, y que tenemos que aguantar...

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    Pero seora, es que...

    No me diga usted, no me diga!... Todo es porque el ministro no se incomode!...Cuidado, no se vaya a mancar firmando!

    Pero seora, si es que...

    Yo s bien, s, lo que hay en todo esto; lo que se necesita para mover los asuntos, sonrecomendaciones, cartitas, empeos[60]...y aceite para la mquina!...[61]Pero, djeseusted estar; yo ver al ministro y le contar lo que pasa! Se ponen ustedes a charlar y atomar t, y no llevan los asuntos a la firma! Ya vern ustedes el trote[62]que les voy ameter!

    Pero seora... mire usted que est faltando[63]en la oficina!

    Ahora mismo voy a ver al ministro, y ya sabr usted si estoy faltando!

    El empleado ve que toda reflexin es intil y se retira de la ventanilla.

    La seora se aleja, vociferando y maldiciendo de los empleados, de su falta deeducacin, de su descortesa con las seoras, y jurando que les har ajustar las cuentas,aunque tenga que perder un ojo de la cara.

    Ya vern con su sobrino, noticiero de un diario de oposicin y mozo que tiene unapluma que es un serrucho de reputaciones!

    Y aparece tras ella otra seora, pero sta no es como las anteriores, sino humilde,inocente, y en su fisonoma no hay rasgo revelador de las tempestades que rugen en sualma.

    El expediente sobre concesin de bosques en el Chaco, iniciado por don PalemnTagliarin... podra usted informarme?

    Qu nmero tena, seora?

    El nmero no lo s... pero si usted me hiciera el obsequio de buscar por la letra!...

    Hay una enormidad de expedientes, seora, y me es imposible echarme a buscarentre ellos el suyo... as... sin dato ninguno!...

    Le agradecera, seor, que me lo buscara: es un favor!... Fue presentado ennoviembre...

    El empleado, refunfuando, comienza a remover enormes masas de papel, y al finextrae el codiciado expediente.

    Vaya... aqu est! Hay una reposicin de sellos!

    Qu resolucin tiene, seor?

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    No puedo decrsela hasta que no me traiga usted tres sellos.

    Pero seor, soy una persona...

    Es intil, seora; yo no quiero que me caiga una multa... Traiga usted los sellos y

    sabr la resolucin!

    La seora sale y al rato vuelve, habiendo hecho el desembolso necesario para llenar eldeseado requisito.

    Aqu est, seor! Podra decrmela?...

    S, seora. "Previa reposicin de sellos, no ha lugar y archvese."

    Pero seor, qu escandaloso! En qu tierra vivimos? Es posible que haya gastadotantos pesos para tener semejante resolucin? Esto es una pillera, un robo, una

    judera[64]!!

    Seora, yo no tengo la culpa!... Qu le vamos a hacer?

    Ya ver usted lo que le vamos a hacer! Cmplice! Fariseo[65]! Judas Iscariote!Porque me ve as no crea que soy lo que parezco; ahora mismo ver al ministro!... Noha lugar y archvese!..., y entretanto al seor Mengano y al seor Zutano lesconceden?... Es claro, todos son de una camada!... Pero conmigo se han de ver lascaras, no hay cuidado! Yo no tengo pelos en la lengua, y se las he de cantar!

    El empleado se retira con toda cachaza, y va a ocupar su asiento; la seora sale de laoficina con una rapidez de huracn, gesticulando y tartamudeando improperios contra elgobierno y los empleados, y, todava, al toparse conmigo, me da un encontrn, y comoun relmpago alcanza al cabo Prez que, siguiendo sus paseos coquetos e inofensivos,ignora lo sucedido y le azota con esta frase, cuyo final va a perderse all en losvericuetos del zagun que da salida a la escalera, frente al despacho presidencial:

    Ladrones!... Permita Dios que venga el clera y acabe con todos! Fariseos!...Asesinos!

    X

    LA LINTERNA DE REGNIER

    Fue aqu, en este servicio, donde por primera vez conoc a don Toms Regnier, micompaero desde pocos das despus, y mi maestro siempre. Fue l quienencontrndome perdido en medio de la multitud, sirvi de gua a mi alma, pudieradecirse infantil; fue mi maestro y fue el foco de luz que ilumin mi espritu,proveyndome de armasl que era inerme para emprender con vigor la pesada lucha

    por la vida.

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    Todas las tardes, invariablemente, llegaba a las antesalas un hombre al parecerconvaleciente de larga enfermedad, tal era su extrema palidez y la debilidad de toda supersona, que era desaliada en grado superlativo. Vesta de negro, con levita y sombrerode copa, pero todo en un estado tal de ruindad y falta de higiene, que asombraba cmolas autoridades permitan la exhibicin de miseria semejante. No obstante, era correcto:

    las prendas podan ser como eran, viejas y sucias, pero no le faltaba ninguna de lascorrespondientes al rango de su traje, que l llevaba con toda majestad y respeto,contrastando singularmente con su miseria y la exigidad de su personapues, sobreser enclenque, era de una estatura reducida a la expresin ms mnimala suficiencia, yhasta dira, la importancia que trasudaba.

    Todo en l era altisonante, desde el taco torcido de sus viejos botines deslustradosquel al caminar tena la pretensin de hacer sonar con toda prosopopeya[66]yacompasadamente, pues su andar era cadencioso, y casi pudiera decirse rtmico, hastael lente que colgaba sobre su fina nariz aguilea, y el cual, no conteniendo sino unvidrio, pues el otro se haba cado, daba a su fisonoma una expresin grotesca,

    marcadamente satrica.

    Yo lo vea llegar, avanzando despacio, tranquilo, despreocupado, con su cuello erguido,la cabeza levantada con cierta insolencia de buen tono y con su levita que se caa apedazos, sus pantalones deshilachados y grasientos y su galera y la corbata y hasta elbastn que llevaba bajo el brazo, lo mismo, y trataba de averiguar, aunque fuera pordeduccin, el objeto que lo traa diariamente al despacho.

    Se sentaba en el rincn ms oscuro del saln de espera durante unos veinte minutos,permaneca quieto y silencioso y luego se retiraba tal como haba venido, si por acasono encontraba al mayordomo Luis Morel, persona que haca el servicio especial delministro. Si lo encontraba, la escena tena una variante, pues el mayordomo lo llevaba alcuarto de los ordenanzas, le daba una taza de caf con galletita,que l tomaba ensilencio, y muy despacioy luego se ausentaba con la misma prosopopeya, y la mismaimportancia y el mismo pasito cadencioso y rtmico con que haba venido.

    Los ordenanzas y porteros no lo conocan, y por lo que pude notar lo miraban condesprecio, llegando uno, que abrigaba rivalidades mayordomescas, a decirme consocarronera:

    Es un amigo del hombre de confianza del ministro!... Persona muy bien

    relacionada, como usted lo ve!El cabo Prez no se dignaba bajar la vista hasta l, y cuando le pregunt quin sera elpersonaje me ech una mirada fulminante con su ojo blanquizco que brillaba bajo lavisera del kep, y me dijo:

    Cree que yo voy a conocer eso?... No ve que es un atorrante de levita?

    La respuesta no me satisfizo y me promet interrogar al mayordomo en la primeraoportunidad; pareca ste un buen sujeto, contra la opinin de los murmuradores que sereunan en el cuarto de los sirvientes y ordenanzas, y, a pesar de la actividad que yo le

    vea desplegar y del aspecto de hombre ocupado, que siempre tena y que sus

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    subordinados interpretaban como signo visible de servilismo y adulonera, cosa que aelloshombres altivos e independientes,no les cuadraba.

    No tuve necesidad, no obstante, de recurrir a informaciones de nadie; una tarde, mihombre se acerc espontneamente y, con acento francs muy pronunciado, me dijo

    confidencialmente, y mirndome a medias, pues lo haca con el nico ojo que cubra sulente y entrecerrando el otro, mortificado por la luz:

    Diga, vigilante!... No lo ha visto al mayordomo?

    No, seor..., ayer no lo vi tampoco!

    Tampoco, eh?... Pues, entonces estar enfermo!... Y luego de quedarse un ratopensativo, me dijo con una dulzura infinita:

    Es lstima!... Maana tengo que ir a la Con valecencia...[67]sabe?... porque me va

    a dar el ata que, y... Caramba!... el mayordomo me dijo que me pagara el tramwayporque est lejos y no puedo caminar.

    Si quiere... tome!

    Y metiendo la mano en el bolsillo saqu cinco pesos de la antigua moneda y le di.

    Me mir como asustado, parpade el ojo que quedaba sin vidrio y me dijo, comoalelado:

    Vaya, gracias... amigo vigilante!... Voy a traerle el vuelto... porque, comocomprender, no tengo cambio y, despus, el enano ese que me persigue, sabe?, puedeser que sople en su caracol, y entonces, aunque haya baile me va a comenzar la picaznde la nariz, y no voy a poder ir al Banco, porque lo cierran de miedo al enjambre dehormigas que acompaan al maldito enano ese!...

    Comprend que el hombre era un enfermo y que la alegra que acababa de recibir lehaba quitado el poco seso que sola tener, y dije para distraerlo:

    Deje el vuelto no ms, no se preocupe: otro da me lo da.

    Ah!... S!... Bueno!...

    Y luego, pasndose la mano por la frente, exclam, como quien vuelve de un sueo:

    Ve?... Ya se me iba la cabeza!... Amigo, qu cosa!... No puedo pensar en nada!

    Y me cont con toda lentitud y en voz baja, su enfermedad y cmo cada tantos dastena que ir a recluirse en el Hospicio de Dementes, donde lo asistan con mucho xito,pues, momento a momento, se iba sintiendo en salud.

    Pobre Regnier!

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    Quin me hubiera dicho que l, el pobre enfermo que en esos momentos tena ante misojos, y a quien miraba compasivo, llegara en da no lejanocuando por segunda veznos hallramos en la vidaa tener una influencia tan decisiva en mi destino, como enrealidad la tuvo?

    Fue l quien me puso en el sendero de la dicha, quien abri mi espritu a la luzvivificante del saber y quien despert en mi alma los anhelos y las esperanzas quefortificaron y alentaron mis ambiciones, formndome con la experiencia de su vidaasendereada[68]de bohemio y de vagabundo, una slida plataforma que me permitieraelevarme sobre el nivel vulgar a que me condenaban mis condiciones personales y elmedio en que me agitaba.

    Qu maestro ms amoroso pude tener?

    Con qu pasin de enfermo, con qu persistencia de manitico emprendi la tarea deilustrarme y de educarme!

    En las horas de descanso del da presentecuando en el jardn de la casita en quevivimos lo veo rodeado de mis hijos, que le llaman abuelo, pulcramente vestido denegro, aunque conservando el mismo paso cadencioso y rtmico de los primeros das enque le conocsuelo evocar los viejos recuerdos, y comparando mi existencia de losdas oscuros con los que despus alcanc, comprendo cunto le debo y cul fue misuerte al encontrarlo en el camino de la vida!

    XIBROCHAZOS MINISTERIALES

    Dos das despus, al llegar una tarde al Departamento, tras quince das de faccin en elMinisterio del Interior, se me comunic que deba presentarme al siguiente en lacomisara 2, a cuyo personal quedaba adscripto.

    Adis vida regalona y tranquila!

    Salve das oscuros y brumosos!

    Esa noche vi pasar ante mis ojos, en sueos, la figura plcida del ministro delInterior[69], con sus cuidadas patillas canosas, sus verrugas y lunares, y la eternasonrisa bondadosa con que acompaaba sus saludos graves, correctos y parsimoniosos.

    Tras l iba tambin la turbamulta de buscadores de empleos, que formaban su squitoministerial, y que, segn la voz corriente en antesalas, jams se desengaaba, y rarasveces consegua lo que buscaba, pues si bien el hombre era servicial y generoso, elministro no tena medios cmo satisfacer sus exigencias, siempre crecientes.

    Pas ante m, siguindolo, el viejo sargento del tiempo de Rosas, que se sentaba en lacuarta silla de la izquierda; el seor calvo que se reuna en uno casi invisible, con que

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    quera taparse la oreja, los pocos mechones dispersos que posea; el caballero cordobsque promiscuaba entre esta antesala y la de los dems ministros, y cerrando la marchade la larga fila interminable, los habituales del despacho, los amigos de confianza: unseor, que ms tarde he visto de comerciante de fuste, otro medio francs, que eraperiodista, y que despus he encontrado de librero; un periodista fogoso, que luego ha

    sido orador poltico e historiador de vuelo, y un coronel, quesegn la voz corrientecirculada por El Cascabel, que redactaba esa plyade de inteligencias vigorosas, quedespus ha tenido tanta actuacin en nuestra patria"comand con gran denuedo loslanceros de la Muerte, que se murieron de miedo".

    Y ms lejos, atrs de todos, el mayordomo Luis Morel, siempre apurado, perseguido porel ordenanza, su rival, que iba lanzando pullas agudas contra el ministro, y analizandosu costumbre de tener cigarrillos para su uso y otros para convidar, y de alumbrarse convela durante el da, teniendo el despacho casi a oscuras!

    Este rival del mayordomo era el propagandista ms asidao de las versiones contra el

    ministro, y tengo la seguridad de que la mayor parte de los cuentos que circulaban en laCasa de Gobierno, como una cosquilla, eran hijos de su labio maldiciente.

    Una vez lo vi rodeado de todos los ordenanzas del Congreso, que andaban en no s qugestin ministerial, y se entretenan en contar el modo de ser y de vivir de cadacongresal, en aquilatar sus mritos como oradores y sus probabilidades de reeleccin, encriticar su vestuario y hasta en vituperar su procedimiento dentro de la Cmara.

    se es bueno, dijo uno, refirindose al seor Jos Fernndez, caudillo de la Boca delRiachuelo; cuando puede, sirve: es medio camandulero[70]cuando no puede, pero tienealma!

    Hombreinterrumpi el rival del mayordomo, decile que aprenda de mi ministro,que sirve con palabras desledas en sonrisitas. Mir. Aqu vers siempre las antesalasllenas de la misma gente: son personas que esperan durante meses un man que nuncallega, y... siempre estn contentas!

    No digs!

    No digs?... Pero si es sabido! Y el proceder es sencillo! Cuando hay una vacantede administrador de Correos en algn pueblito de la frontera o de Jujuy, de esos que

    ganan diez pesos, sabs?..., la guarda, y empieza a hacer entrar a los penitentes.Claro!... Y los pobres no agarran!

    Qu van a agarrar!... Y ah empieza l con sus sonrisas y sus disculpas: "No hayms; por esto ver que no lo olvido; otra vez ser"... Y los hombres se retiransatisfechos, y... como vinieron!

    XII

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    ENTRETELONES POLICIALES

    Una maana en que haba llegado a la comisara, y me dispona a salir con el tercio[71]en que formaba, para ir a hacer mi montono servicio de bocacalle, all frente alalmacn de doa Petrona, en la esquina de Lujn 25 y Defensadonde puede decirse

    que no tena ms misin que proteger los intereses de los comerciantes ambulantescontra las travesuras de los estudiantes de medicina y de derecho que, avecindados enaquel barrio, lo constituan casi en una mitado que el oficial escribiente gritaba enmedio del patio desmantelado, donde los ebrios recogidos en la noche anteriorcomenzaban a desperezarse, acostados en los rincones, teniendo por almohada lasbaldosas:

    Agente Carrizo!..., vaya al despacho del comisario!

    Es preciso haber sido vigilante para conocer todo el efecto que puede tener frasesemejante! El comisario!

    Qu lejos se ve su figura, y qu grande, desde el modesto punto de mira que tienen losagentes!

    All, en aquella mano, estn todas las recompensas y estn todos los castigos; ella tienela suerte de cada uno, casi como la de Dios; ella puede dar y puede quitar; puedecondenar a una eternidad de padecimientos lentos, y puede llevarlo a uno hasta lacumbre en un instante: es la omnipotencia.

    Ser llamado por el comisario a su despacho es algo que un agente lo recordar toda su

    vida: podr olvidar a la madre, a los hijos, a la mujer, pero jams olvidar el da y horaen que compareci ante la vista del dispensador de todos los bienes o del causante detodas las desgracias.

    Aquel minuto que uno tarda en atravesar el patio, equivale a una hora de emociones.

    Ser la suerte que se acerca a m?

    Ser el ala negra de la desgracia que bate el aire a mi alrededor y va a proyectar susombra sobre mi frente?

    Qu habr?

    Desfilan ante la vista nublada las copas tomadas a escondidas en la trastienda de losalmacenes de la manzana; las graciosas sirvientas con quienes uno se saluda ms omenos cariosamente en las horas de faccin; los cigarrillos fumados clandestinamenteen el zagun de las grandes casas, durante la recorrida, y todos estos recuerdos se alzanpavorosos y cada uno es un fantasma que aterroriza.

    A la orden, seor comisario!

    Y el comisarioun viejo criollo, de cara bonachona y sonrientealz la vista, me

    mir, y dijo: "Esper", mientras conclua la tarea de poner el sobre escrito a una carta.

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    Decime, che!... Has sido sargento del sexto?

    S, seor!

    Con razn te piden de la quinta!... Claro! Se llevan los mejores agentes y lo dejan a

    uno aqu con puros gallegos!... Mir!... Te vas a quedar conmigo; te voy a ensearpara pesquisa!

    Est bien, seor!

    El comisario de la quinta te ha pedido al jefe, pero voy a contestar que pides seguir elservicio aqu.

    Est bien, seor!

    Sos casado?

    No, seor!

    Bueno!... Llev tus pilchas a casa y decile al sargento Gmez que te acomode conl!

    Est bien, seor!

    Di media vuelta y sal como con alas en los talones. Ir a servir con el sargento Gmez,el agente mejor reputado en la comisara, el crdito de la seccin, era para m la gloria.

    Pedir ms, la verdad, hubiera sido tentar la suerte!

    XIII

    SIEMPRE ADELANTE

    El sargento Servando Gmez, era oriundo de Corrientes, y como soldado del 3 de lnea,haba hecho las campaas del Paraguay y del interior, a las rdenes del generalArredondo. Era, pues, un veterano como yo.

    Su aprendizaje haba sido rudo y tremendo; por eso en sus consejos nunca se olvidabade incluirme este: "Mir, si quers pasar de sargento, aprend la pluma; sin estoymova la mano en el aire como quien escribees al udo[72]forcejear."

    No era un hombre ilustrado ni mucho menos, pero era ms educado, en la verdaderaacepcin del concepto, que muchos que he conocido ocupando posiciones ms elevadas.

    Sus labios nunca se abrieron para una falsedad, ni para cometer una injusticia, y en la

    comisara era como el Evangelio una afirmacin que se le oyera, llegndose a decir queera hasta capaz de declarar en contra suya si a mano vena.

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    Serio, grave, pocos haban visto una sonrisa en su cara angulosa, cubierta por una tezapergaminada y morena, casi negra; no obstante, era decidor y alegre en las horas deocio, y ms de una de sus aventuras, casi novelescas, entretuvieron largas horas deespera en las correras que juntos tenamos que emprender todas las noches, yasiguiendo la pista de algn pcaro que andaba estudiando la seccin, o ya buscando la de

    algn asesino que, despus de cometer una fechora, se nos haba escapado de entre lasmanos.

    Y cmo admiraba yo la sagacidad, la viveza, el fino tacto y la discrecin del viejosargento!

    Cada una de sus pesquisas, a que l llamaba modestamente "trabajos", era una filigranay daban tentaciones de creer que tuviera pacto con el diablo, a cualquiera que, estandoen el secreto del asunto, siguiera con atencin sus procedimientos de investigacin.

    Y quin le ense a trabajar, mi sargento? Porque usted no habr aprendido solo,

    supongo?

    No!... Qu esperanza!... A m me trajeron expresamente un maestro de Inglaterra,uno de esos tigres que conocen por la cabeza a los ladrones y a los asesinos!... Mismaestros, amigo, son los que deben tener ustedes..., si quieren servir para algo: los ojos,los odos y las piernas!

    No digo que no haya, pero yo no los he visto! Vez pasada, hace como diez aos,trajeron uno, y se lo dieron al comisario Wright!... Qu hombre del diablo! No sabanada y pareca que se iba a comer el mundo! Una noche lo hicieron examinar en lacomisara a un coronel que estaba de visita, y que se haba disfrazado de gaucho, ydespus de darle mil vueltas y de hacerle sacar la lengua y blanquear los ojos, dijo queera ladrn, asesino e incendiario.

    Y sera no ms, pues! Hay tantos diablos que parecen santos!

    Ave Mara Pursima!... Si se trata de un coronel de lo mejor!... Lo que haba esque, como despus se supo, el sujeto era un peine de esos que no dejan ni caspa, y queera verdad que haba servido en las policas de Europa..., pero de farolero!

    Mi aprendizaje con el sargento Gmez lo hice pronto, y sus observaciones y los cuentos

    que me contaba son la materia principal de los pocos captulos que voy a consagrar a lagente maleante con que tenamos que bregar y a la cual recin ms adelante conoc,cuando, colocado ya en altura mayor que la de simple agente de pesquisas, me fue dadopenetrar en las profundidades de nuestro organismo social, estudiando casosparticulares.

    MUNDO LUNFARDO

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    XIV

    EN LA PUERTA DE LA CUEVA

    Penetrar en la vida de un pcaro, aqu en Buenos Aires, o, mejor dicho, en lo que enlenguaje de ladrones y gente maleante se llama mundo lunfardo, es tan difcil comoescribir en el aire.

    Aqu se vive a ciegas, con respecto a todo aquello que pueda servir para dar luz sobre unhombre: la polica, para desempear su misin, tiene que hacer prodigios, y pareceimposible que obtenga los resultados que obtiene, dada la clase de gente en que lascircunstancias la obligan a reclutar su personal subalterno y el medio en que acta.

    Las policas de Londres, Pars y Nueva York, dotadas de mil recursos preciosos, notiene nada de extrao que puedan encontrar un delincuente dos horas despus de haber

    cometido el delito: lo admirable sera que pudiesen hacerlo aqu.

    Quisiera ver a esos gravespolicemende que nos hablan los libros, en este escenario, enque no existen registros de vecindad, en que se ignora el movimiento de la poblacin, enque la entrada y salida de extranjeros es un secreto para las autoridades, en que unopuede ser casado diez veces, tener quince domicilios, mil nombres distintos y quinientasprofesiones diferentes, y todo en la mayor reserva, no digo para la autoridad, sino paralos hijos, la esposa, los hermanos y hasta los vecinos, por ms curiosos que sean.

    Aqu nos hemos ocupado del adoquinado y rectificacin de calles, de formacin depaseos, de obras de higiene convencional y de todo aquello que luce a primera vista;

    pero respecto a organizacin social, a medios de conocernos y controlar nuestros actostodos los convecinos, vivimos como en tiempo del coloniaje.

    Por qu no se ha establecido el registro de vecindad y todos sus derivados?

    Que lo diga la Municipalidad, que tiene encarpetadas las notas en que se lo han pedidotodos los jefes de polica habidos hasta hoy!

    Vivindose como se vive aqu, un pillo anda a sus anchas, hasta que un mal paso,demasiado claro, lo pone bajo los ojos de la polica, que es andariega y husmeadora, yque si no lo fuerade lo cual Dios nos libre y nos guardeno faltara quien le robara auno hasta los pelos de la nariz sin que sintiese cundo se los arrancaban.

    Y caer bajo los ojos de un empleado de polica es lo mismo que caer bajo los de toda lareparticin, pues unos a los otros se van enseando el mal hombrecuya filiacin,nombre y costumbres, si no se inscriben en un registro, quedan sin embargo grabadas enla memoria de quienes no lo olvidarn jams y sern capaces de encontrarlo ms tarde,aunque se transforme en pulga.

    Los lunfardosdicen, con ese motivo, cuando dan con algn agente que an tienepaciencia para orles sus disculpas y lamentos:

    Vea, seor!... Ms vale ser caballo de tramway que pillo conocido!

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    PERSPECTIVAS

    Seguir a un pcaro en nuestras calles, tan llenas de movimiento, es un trabajo que novalora sino el que lo realiza.

    Como l siempre est sobreaviso y teme que lo embroquenconozcan, observen,camina una cuadra y la desanda para ver si alguien lo sigue, da quinientas vueltas antesde llegar a un punto deseado, penetra a las casas a preguntar por don Fulano o donZutanoun nombre supuestopara darle el esquinazolo que equivale a despistaraalgn empleado que pasa y lo conoce.

    Cuando van dos colegas juntos, nunca caminan a la par. Uno va delante y el otro unpoco atrs, y si son tomados afectan no conocerse.

    Un da iban dos pillos de estos por una calle: el sargento Gmez conoca a uno y no alotro, y, como a pesar de su seriedad guaran, era chacotn y alegre, ataj al que noconoca y le dijo:

    En qu trabaja usted?

    Soy marmolero, seor!

    El otro pcaro, viendo que no lo conocan, se par a ver en qu conclua el asunto.

    Marmolero... bueno! Conoce a Fulano?

    No, seor!

    Bueno... Fulano es un raspa[73]de la peor clase... es ese que est ah... conzcalo!

    Aqu el pillo se sonre y dice con sorna

    Me ha cachado, seor!... es decir, me ha embromado!...

    Vaya, hombre!... Y ste quin es?

    Ya nos embroc, y le voy a decir: este es Zutano!

    ENTRE LA CUEVA

    Buenos Aires encierra dos clases de pcaros: los naturales y los extranjeros.

    Los primeros son pocos, relativamente, y menos peligrosos que los segundos, pues que,

    desde los primeros pasos, la polica los conoce y les corta las alas, ya no dejndolos al

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    aire sino mientras llevan una vida honrada, que para ellos es la miseria, el hambre, lafalta de queridas y de goces, u obligndoles a emigrar.

    Montevideo, el Brasil, Europa, Mjico y la Amrica del Norte son su salvacin.

    El ladrn argentino es, por lo general, astuto, audaz y emprendedor all donde no leconocen; sus uas le dan rditos fabulosos.

    De tiempo en tiempo se le ve regresar lleno de dinero, bien vestido, y afectandomaneras superiores a la clase en que naci; busca a quienes lo recuerdan en la polica yles dice con toda franqueza:

    Vengo por una temporada a visitar a la familia! Le prometo que no har ningndao!... Ya me he retirado de la vida!... No me persiga y ocpeme en cualquieraveriguacin!

    Y despus se le encuentra en las casas de juego o de prostitucin, derrochandoafanosamente el producto de sus trabajosen el extranjero.

    Cuando se ha agotado el bolsillo, se le ve desaparecer como lleg: sin que nadie losienta.

    Otros hay que, despus de llevar una vida de continuo sobresalto, pues un paso en lacalle es para ellos una semana de arresto, se encierran en sus guaridas, se aslan de suscompaeros y, pasada una temporada, salen transformados, pidiendo a la polica que nolos persiga y declarando que van a trabajar.

    Parapetados detrs de un oficio o empleo cualquiera, se dedican al juego, haciendo de lun instrumento de robo como cualquier otro.

    Viven de los otarios, como llaman a las vctimas que caen entre sus garras, ya por suesfuerzo o por el de los changadoresdel oficioel gremio auxiliar ms importanteque se las venden por un tanto de lo que produzcan.

    Cuando un mocetn empieza a andar en malos tratos, ya los del oficio, al hablar de l,dicen: "jams ser nada" o "es un muchacho de esperanzas y que ir lejos", segn seaque tal pjaro haya salido bien o mal en sus primeros revuelos. En el primer caso, no

    encuentra protectores y tiene que hacerse carne de can, soldado de la gran falange,brazo ejecutor y por lo tanto frecuentador de calabozos y abonado a la tumbadelDepartamento Central.[74]

    Estos desgraciados, cuyas entradas a la polica alcanzan a veces a centenares, son losque el vulgo toma por los ms temibles, ignorando que ellos son piezas insignificantesen una partida en que los jugadores permanecen en la sombra. El ladrn hbil es aquelque sabe permanecer ms desconocido; el que ascendiendo en el gremio presta dineropara los gastos preparatorios de un robo tal como un comerciante lo dara para unaoperacin honesta; el que dirige empresas; el que estudia un golpe y lo combina y luegolo vende para que otro lo realice; en fin, el que pesca... sin mojarse las manos.

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    En el segundo caso, asciende en la consideracin del gremio y su tarea se facilita conventaja personal: se hace changador de otarios, es decir, buscador de vctimas,empresario, director, prestamista, consejero e intermediario entre los capitalistas ygrandes dignatarios de la orden y los pobres ejecutores que pagarn con el martirio desu cuerpo cualquier contrariedad de la suerte.

    El pillo criollo, en sus comienzos, se revela con facilidad al ojo menos observador.

    Le cuesta deshacerse de la cscara del compadrito, origen comn de todos ellos, que songeneralmente muchachos de la ltima clase, vendedores de diarios ascendidos a carreroso sirvientes, y cuya educacin e ilustracin son casi nulas.

    Sin embargo, ellos aprenden a leer y escribir en los meses de reclusin, y luego laemprenden con los libros de leyes, medicina y cualquier otra ciencia til para su arte devivir de gorra[75].

    He visto un ladrn que a fuerza de leer se ha hecho un leguleyo[76]; tiene toda laexterioridad de un hombre de educacin esmerada, se expresa correctamente y no dejatraslucir en su trato que, diez aos atrs, era un compadrito que escupa por el colmillo yse quebraba[77]hasta barrer el suelo con la oreja.

    El pillo extranjero es el ms abundante.

    ste ya viene aleccionado, por lo general, y no deja que se deduzcan reglas paraconocerlo.

    Viste como un caballero, como un compadre o como un artesano, de esos que recorrennuestras calles en las faenas de su oficio: adopta la forma necesaria para cada una de susempresas oscuras y malignas.

    Se cambia de nombre cada vez que cae preso, y es obra de romanos identificar supersonalidad en cada caso, pues recurre a cuanta artimaa puede sugerirle suimaginacin a fin de ocultar su pasado, teniendo como recurso invencible su pococonocimiento del idioma.

    Para probarle un hecho no hay ms remedio que tomarlo con la masa en la mano; con lno valen nada la deduccin ni la induccin, y se le queman los libros al ms listo.

    Sin embargo, no es largo su jolgorio.

    Despus de un perodo de tres o cuatro meses de hazaassi no ha logrado salir de sumsera posicin de instrumentola polica, que no le pierde ojo, lo pilla en unrenuncio[78]y tiene que confesar su vida y milagros, quedando en la categora decriollo.

    Se le acabaron sus privilegios de extranjero!

    ELLAS

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    El complemento del pillo es la mujer.

    Cmo saben educarla para el fin que la necesitan, con qu egosmo judaico explotanlos tesoros de su cario inagotable, cmo la sugestionan y la envilecen, hacindoleperder, o ya el miedo para acompaarlos en sus empresas tortuosas sino la nocin

    elemental del bien y del mal, llegando ellas, en su obsesin por el hombre que lasmartiriza y las deprime, hasta a creerlo un dechado de virtudes, un ejemplo dehonorabilidad, una vctima desgraciada de las injusticias sociales!

    Cuntos poemas de ternura y de amor tienen por teatro diariamente los calabozos!

    He visto madres que no slo abandonan las comodidades que un hijo honorable puedeproporcionarles, sino que hasta cubren de vergenza su nombre por disimular lasbajezas de uno de estos canallas que ha rodado al abismo y que les paga sus sacrificiosimponindoles cada da otros mayores!

    He visto mujeres hambrientas, casi desnudas, vender, no ya su cuerpo si algo valiera,sino lo ms indispensable para su subsistencia, a fin de llevar cigarrillos o bebidas a susmaridos que, cuando estn fuera de la crcel, dilapidan con otras de mala vida el dineroque pueden atrapar, y a ellas les compensan su abnegacin con caricias que dejan sobresus cuerpos indelebles cicatrices que no se borran jams.

    Son las madres, son las mujeres, son esas pobres mrtires que arrastran su cruz a travsdel mundolas minas, como ellos les llamanlas que les sirven de escudo contra losgolpes de la suerte!

    Pueden abandonarlos sus amigos, sus cmplices, los empresarios, por cuenta de quienesemprendieron un trabajo, pero ellas no les faltarn y, sacando fuerza de flaqueza,removern con sus dbiles brazos el mundo entero a fin de hacerles ms llevadera sudesgracia.

    Ellas, las mrtires de los das de luz, sern el rayo de sol de los das de sombra.

    Luego, tras de la fila de mrtires, de las que son escudo simplemente, viene lainterminable de las que no son slo escudo, sino tambin garra. Son stas las queforman la temible falange de espas, de correos, de negociadoras de los robos, deocultadoras y, luego, en los das negros, las que servirn de agentes para corromper a la

    justicia, usando el dinero, si el hombre que necesitan es afecto a l; halagando su lujuria,su gula o cualquiera de los pecados capitales que prime en su espritu; amenazando sutranquilidad si es un timorato, o insinundose prfidamente en su corazn, si es un almafuerte y vigorosa!

    Ellas podrn no saber leer ni escribir, podrn ignorar las sutilezas del espritu y aunhasta la existencia de la palabra psicologa, pero nadie las sobrepasar en el arte difcilde conocer una flaqueza humana y de saber aprovechar y explotar su conocimiento!

    ELLOS

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    Entre reos lunfardoshay cinco grandes familias: lospunguistas, o limpiabolsillos; losescruchantes, o abridores de puertas; los que dan la caramayol[79]o la biaba[80], osea los asaltantes; los que cuentan el cuento, o hacen el scruscho, vulgarmente llamadosestafadores, y, finalmente, los que renen en su honorable persona las habilidades decada especie: estos estuches son conocidos por de las cuatro armas.

    Ms vale toparse con el diablo que con uno de estos prncipes de la ua, de los cualesBuenos Aires cuenta ms de un ejemplar.

    Ellos son, generalmente, los que educan y forman los muchachos, esmerndose enaquellos que revelan mejores facultades: son los que dirigen los golpesde importancia;los que dan el cebo, o sea el dinero necesario para realizar el robo, que hasta para eso seprecisa plata, dada la situacin a que ha llegado el mundo; en fin, son los grandesdignatarios de su orden.

    Cada especie tiene su fisonoma especial, sus costumbres propias y su manera de

    ejecutar un trabajo, por ms que todas tengan siempre un punto de contacto, menos elpunguista, que es siempre el empresario de s mismo.

    EL CAMPANA

    El punto de contacto es el campana, es decir, el que busca la casa o el hombre fcil derobar, el que estudia el medio de efectuarlo, el que est en relaciones con los quecambian lo robado por dinero: la providencia en forma de hombre.

    Bien considerado, estos campanasson los verdaderos ladrones; los que efectan el roboson solamente sus instrumentos.

    Jams se comprometen en nada, y es difcil que la polica los descubra. Adoptan todo elaire de gentes honradas, trabajan, tienen oficio, profesin o industria conocida: sonsirvientes, mozos de hotel, changadores, comerciantes, rentistas y hasta pueden inspirarconfianza y ser honorables, mientras no haya posibilidad de tirar la piedra y esconder lamano.

    Cuntas veces estn protestando honradez y tienen entre los dedos el pedazo de masilla

    o cera con que al menor descuido, moldearn una llave!

    Cuntas veces estn jurando adhesin a sus patrones y ya tienen oculto dentro de unmueble al amigo que va a dar el golpe! Y luego son los ms empeosos en llamar a lapolica y darle cuenta del hecho, suministran datos y noticias, sospechan que al ladrnlo han visto rondando la casa y que es de este porte y del otro!

    Cuntos de ellos han acompaado en sus investigaciones a un comisario y lo hanextraviado con sus mentiras, y cuntos tambin han sido imprudentes y han ido apagarlo en la Penitenciara!

    El campanapresta servicios a los ladrones, pero que digan stos lo que les cuesta:siempre se lleva l lo mejor del toco, o sea del monto de lo atrapado!

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    Sus comisiones son algo de fabuloso!

    Sin embargo, el negocio tiene sus contras. Veces hay que ha hecho efectuar un robovalioso, y cuando va a retirar su parte se encuentra con una pualada o con que,sencillamente, le dicen que no sea zonzo, y se le alzan con el santo y la limosna, accin

    que se llama dar el rostro.

    Al campana robado le queda an como arma la delacin y la usa como venganza; si losladrones son tomados, stos no dejan de envolverlo en sus declaraciones, y se hundecon ellos, y si no lo son, se ve libre y queda aguardando una oportunidad de hacerlescaer en las garras del gallo policial: este es el origen verdadero de ms de una pesquisacuriosa que ha servido para bombo a algn intil.

    Venganzas de campana, o como quien dice, pualadas por la espalda!

    Y los ladrones saben lo que vale un buen campana. Una vez me dijo uno, habindole yo

    preguntado que "a qu se dedicaba por ahora".

    Vea, seor, tengo un campanaque ni de oro..., y trabajo de catlico!

    De catlico?

    S, seor...; es decir, ando con el asunto de las limosnas para el hospital..., y al queme cree lo ensarto!

    EL ARTE ES SUBLIME

    El punguistacomo en lenguaje de ladrones se llaman los pick-pockets, o sea,hablando en espaol, los limpiadores de bolsilloses el ms artista de todos losladrones, y mira con cierto desdn a sus congneres, a los cuales despreciasoberanamente..., tanto como puede despreciarlos un hombre honrado.

    Para l, robar un reloj, una cartera, un rollo de dinero o cualquier otra cosa de valor queuna persona pueda llevar sobre s, no es un delito, sino un trabajo de arte, una hazaa.

    Es por eso que se le ve tan tranquilo, tan seguro de s mismo, meterle a cualquiera lamano en el bolsillo y sustraerle lo que guarda: su nico dolor es ser sentido por suvctima, o tomado infragantipor la polica a causa de su poca habilidad.

    Esto lo desespera, pues le desbarranca su fama, ataca su crdito.

    La gloria de un punguista es serlo y que nadie pueda probrselo: su orgullo es poderdecir en la polica:

    Busque, seor, en los libros!... Yo no tengo ninguna condena! Gracias a Dios, nosoy ladrn!

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    Y luego, su frase la repite con aire modesto a cuanto individuo investido de autoridadencuentra a mano, pegndole a modo de coeficiente: "as le dije el otro da al seor donFulano".

    Tiene por teatro la calle y los parajes donde ocasional o habitualmente hay

    aglomeracin de gente.

    Con frecuencia se le oye decir: yo trabajo en el Banco tal, en la estacin cual, en elpapel sellado, en el correo, en el tramway, en el cementerio, en la plaza, en el remate,dondequiera que haya codazos y apretones.

    Para el trabajojams va solo: lleva dos o tres ayudantes, segn la necesidad.

    Estos ayudantes, que son, por lo general, practicantes-asociados, tienen por misinformar la cadena, es decir, estacionarse detrs del artista, de tal modo que, efectuado elhurto, lo hurtado se encuentra a salvo con la rapidez del rayo, pasando de mano en

    mano.

    Si el golpe es desgraciado y el practicante no puede huir, deja caer lo hurtado, lo echaen el bolsillo de cualquiera de los presentes, en fin, se deshace como puede del cuerpodel delito, y trata de evitarse una condena o ahorrarle un mal rato a su asociado.

    Un comandante del ejrcitocuento al casose hallaba una noche en su casa, y al ir asacar su pauelo, rueda sobre la alfombra un magnfico reloj de oro, con un monogramaen la tapa. Lo recoge y se echa a cavilar sobre cmo haba venido a su poder.

    Y no daba en bola!

    Al da siguiente lee en un diario una noticia que deca:

    Reloj robado.Hallbase ayer en el remate de Constela el seor X. X., y de repentenot que le sacaban su reloj, y que la mano que lo llevaba perteneca al vecino quetena a la derecha.Lo hizo conducir a la comisara 2 y result ser, el tal vecino, nadamenos que ngel Artirel (a) Minga-Minga. El reloj no ha sido encontrado.

    El comandante se dio un golpe en la frente, recordando que se haba hallado en lo deConstela durante el incidente; pero no atinaba a dar en cmo el reloj haba llegado a su

    bolsillo.

    A que le esclareciesen el punto y a devolver la prenda fue a la comisara 2.

    El comisario oy toda la relacin y luego le pregunt si recordaba qu vecinos habatenido durante su estada en la casa de remates.

    No me fij, seor!

    Pues bien, uno de ellos era cmplice del ladrn, y temiendo ser descubierto ocult enusted lo que poda comprometerlo!

    El comandante ha jurado, desde entonces, usar sacos sin bolsillos.

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    Otro cuento, ya que en tal terreno he pisado.

    Uno de estos practicantes fue sorprendido una vez con un reloj en la mano, enmomentos que iba apasarlo, y no bien vio que lo haban sorprendido, se ech a gritar:

    De quin es este reloj? De quin es este reloj? No le vali la artimaa, y fue preso.El juez tuvo que absolverlo, pues se encerr en esta declaracin:

    Yo encontr el reloj, seor, y lo levant; no ha habido ms. Tengo malosantecedentes, es cierto, pero eso no hace al caso..., el decir adis no es dirse![81]

    Estos practicantes llegan a ser unos doctores que dan miedo, y no pasa mucho tiemposin que den vuelta y raya a su maestro!

    El punguista, cuando camina, jams lo hace llevando al lado a sus compaeros.

    stos marchan escalonados a retaguardia, a fin de poder, al menor asomo de unempleado de polica que los descubra, hacerse entre s los perfectamente desconocidos.

    Si suben a un tramway tratan de rodear a la persona que han elegido por vctima, y allson los empujones por el menor motivo, los codazos, los pisotones, con el objeto dedistraer al desgraciado candidato y facilitar la obra del artista.

    ste est en acecho, espiando todas las oportunidades, y a la primera que se presenta,zas!, se apodera del objeto deseado, que desaparece como por arte de magia.

    Para dar el golpe, elpunguistatiene siempre sus dedos ndice y medio prontos para laaccin, y los introduce en el bolsillo ajeno con una suavidad incomparable.

    Cuando es necesario interceptar la vista de alguien, ah se encuentra el practicante, quehar de nube, o si no el brazo que no va a operar y que se baja o se levanta a la alturanecesaria.

    Hay punguistas que son muy hbiles en esta maniobra, que se llama esparo, y que esreputada como uno de los escollos del arte.

    Cuando dos o tres habilidosos se renen y se complementan, las joyas van a ellos como

    el acero atrado por el imn.

    Jams se rene con los que no son de su arte, a no ser cuando entra por el aro del diablo,con tal de hacer plata.

    De lo contrario evita compaas, y dice:

    Los amigos cantan(descubren) y no sirven sino para hacerlo embrocar(conocer) auno!

    Cuando ya son muy conocidos en sus maas, y no pueden trabajar, se dedican a schacar

    escabios, es decir, a robar a borrachos.

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    Este es el atorrantismo, la vejez miserable del arte: son los arrestos frecuentes, los dassin comida, las condenas por cincuenta centavos.

    Sin embargo, un punguista podr robar, jugar y poseer todos los vicios, pero nunca seembriagar ni llevar vida de perro.

    Mira el mundo a travs de los placeres que no embrutecen, y vive lo mejor que puede.

    Un da dije a uno de ellos que hablaba conmigo, en el caf de Cassoulet, esquinaViamonte y Suipacha, un centro de pillos:

    Y t no bebes?... Pide un gin!

    Yo!... Qu esperanza!... El alcohol afloja la lengua y entorpece la mano!

    EL CAF DE CASSOULET

    Este era el paradero nocturno de todos los vagos de la ciudad y famoso entre la gentemaleante, no solamente por la comodidad que, a poco costo, se obtena en l, cuanto porla relativa seguridad que se disfrutaba: en caso de producirse visita de la autoridad, lospropietarios tenan dispuestas las cosas de modo tal, que la clientela tena fcil escape.

    Estaba ubicado en la esquina Viamonte, antes Temple, y Suipacha. Como dependenciadel caf, y formando parte de la planta baja, que daba hacia la primera, haba hasta la

    mitad de la cuadra una veintena de cuartos a la calle, con puertas que se abran a sta yotra interior, que daba al gran patio del caf: eran otras tantas salidas clandestinas delantro misterioso.

    Estos cuartos los ocupaban mujeres de vida airada, que eran como la crema de aquelmundo de vicio, cuyo centro era la famosa calle del Temple, y que extenda sus brazos alas adyacentes, teniendo como encerrado entre ellos el corazn de la ciudad.

    El caf deba ser una mina de plata.

    All los ladrones, con todo su cortejo de corredores y auxiliares, los asesinos, los

    peleadores, los prfugos, toda la gente que tena cuentas que saldar con la justicia otena por qu saldarlas, buscaba un refugio para dormir o vivir con tranquilidad, parahacer con todo sigilo una operacin comercial inconfesable o para ocultarsediscretamente, mientras pasaban las primeras averiguaciones subsiguientes a un delitodescubierto por la polica.

    All todo era cuestin de dinero. Tenindolo, se hallaba desde la pieza lujosamenteamueblada, hasta el tugurio infame, donde poda gozarse de las comodidades de uncatre de los muchos que, en fila y pegados unos a otros, contena un pequeo cuarto demadera, y desde el vino y los manjares exquisitos, hasta las sobras de stos, barajadasen un champurriao[82]indescifrable, y que poda remojarse con el agua turbia delaljibe, donde viboreaban los pequeos gusanitos rojos, descendientes quin sabe de qu

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    putrefaccin y cuyos movimientos rpidos y variados podan servir de diversin alnimo preocupado.

    Tarde de la noche, cuando el caf se cerraba, decenas de desgraciados, sin hogar,tomaban posesin de las mesas del largo saln,bajo la vigilancia de los dependientes,

    que tendan sus colchones sobre las de billar, cuando las otras estaban ocupadasy pordos pesos de los antiguos, encontraban un techo y una tabla para dormir, y por uno, loprimero y el duro suelo de los patios y pasillos.

    Aquello era un verdadero hervidero del bajo fondo social porteo: all se barajabantodos los vicios y todas las miserias humanas, y all encontraban albergue todos losdesgraciados, que an tenan un escaln que recorrer antes de llegar a los caos de lasaguas corrientes que, apilados all en el bajo de Catalinas 20, ofrecan albergue gratuito.

    Cassoulet era, en la noche, la providencia de los mseros desterrados de un mundosuperior, era la ensenada que recoga la resaca social que en su continuo vaivn

    arrastraba hacia playas desconocidas el oleaje incesante.

    Hoy comparten con l los beneficios de la industria protectora los pequeos cafs delRiachuelo y la ribera, que venden marineros borrachos a los buques que necesitancompletar su rol clandestinamente, para borrar las huellas de un crimen o de unaccidentea fin de evitarse las molestias que en nuestro pas acarrea cualquier gestinante la autoridady los tugurios que, con el nombre de posadas o sin nombre alguno,encierran entre sus paredes y alojan, segn el dinero con que cuentan, a los desgraciadosque vagan sin hogar, o a aquellos que legalmente no pueden habitar en parte alguna.

    En aquel tiempo compartan la clientela de Cassoulet, pero slo durante el da, el cafChiavari, en la esquina de Cuyo 80 y Uruguay, y el caf de Italia, en la misma ca