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Población Gabriela Mistral ~ Memoria y patrimonio FUNDACIÓN JUNTO AL BARRIO El proyecto surge de la inquietud de vecinos de los barrios Gabriela Mistral y La Palma por conocer y recordar su historia para poder transmitirla a sus hijos, nietos y a nuevos habitantes del barrio. Recogiendo esa inquietud, en Junto al Barrio nos propusimos reconstruir junto a la comunidad la memoria colectiva, identificando y relevando los elementos inmateriales que conforman el valor patrimonial de ambos barrios. Vecinos fundadores, que son protagonistas y portadores de este relato, aún habitan el territorio, por lo que se vuelve urgente rescatar este testimonio antes de que desaparezca, revelando la importancia de sus historias locales en la construcción de una memoria nacional. Rescatar la memoria permite a la comunidad apropiarse de su identidad, como primer paso para salvaguardar el patrimonio. En un contexto donde las fuerzas del mercado inmobiliario amenazan la preservación de este capital social, el proyecto busca levantar las riquezas del barrio para que la comunidad cuente con los elementos para definir colectivamente cómo proyectar el futuro de su territorio. Impreso en Chile Investigación_Fundación Junto al Barrio/ Sergio Caba Montenegro Coordinación_Fundación Junto al Barrio Edición_Justine Graham Diseño y diagramación_ Aribel González Impresión_Andros Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, Fondart, ámbito regional de financiamiento. Convocatoria 2017.

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PoblaciónGabriela

Mistral

~

Memoria y patrimonio

FUNDACIÓN JUNTO AL BARRIO

El proyecto surge de la inquietud de vecinos de los barrios Gabriela Mistral y La Palma

por conocer y recordar su historia para poder transmitirla a sus hijos, nietos y a

nuevos habitantes del barrio. Recogiendo esa inquietud, en Junto al Barrio nos

propusimos reconstruir junto a la comunidad la memoria colectiva, identificando y

relevando los elementos inmateriales que conforman el valor patrimonial de ambos

barrios. Vecinos fundadores, que son protagonistas y portadores de este relato,

aún habitan el territorio, por lo que se vuelve urgente rescatar este testimonio antes de

que desaparezca, revelando la importancia de sus historias locales en la construcción

de una memoria nacional. Rescatar la memoria permite a la comunidad apropiarse

de su identidad, como primer paso para salvaguardar el patrimonio. En un contexto donde las fuerzas del mercado inmobiliario

amenazan la preservación de este capital social, el proyecto busca levantar las riquezas del barrio para que la comunidad cuente con

los elementos para definir colectivamente cómo proyectar el futuro de su territorio.

Impreso en Chile

Investigación_Fundación Junto al Barrio/ Sergio Caba MontenegroCoordinación_Fundación Junto al Barrio

Edición_Justine GrahamDiseño y diagramación_ Aribel GonzálezImpresión_Andros

Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, Fondart, ámbito regional de financiamiento. Convocatoria 2017.

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“El se

ñor Suazo

fue u

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Cooperativ

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“Las

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las co

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a gen

te era

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los veci

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Los veci

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ara co

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s veci

nos y lo

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niños y niñas. 1969: S

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a

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1960

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Entrega de títulos de dominio a vecinos/as de Gabriela Mistral, 1965.

Fiesta familiar, población Gabriela Mistral, 1969. Fiesta de fin de año, población Gabriela Mistral, 1967.

Centro de madres “Lucila”, población Gabriela Mistral, 1968.

Fiesta Club deportivo Carlos Dittborn, población Gabriela Mistral, 1971.

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Celebración de cumpleaños infantil, población Gabriela Mistral, 1962. Malón vecinal, población Gabriela Mistral, 1967. “Cooperativa de Edificación de Viviendas Once de enero limitada”, 1965.

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Vecinas de población Gabriela Mistral, en pasaje 11 de enero, 1970. Jóvenes en el pasaje 11 de enero, población Gabriela Mistral, comienzos años 70.

Detalle del mural ubicado en sede vecinal de Gabriela Mistral. Paseo Club Carlos Dittborn a balneario Cartagena, 1971.

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PoblaciónGabriela

Mistral

~

Memoria y patrimonio

FUNDACIÓN JUNTO AL BARRIO

Sant

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Estación Central

Junta de Vecinos 24-1 Gabriela Mistral

Club Adulto Mayor Gabriela Mistral II

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POBLACIÓN GABRIELA MISTRALMEMORIA Y PATRIMONIO

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La presente investigación se desarrolla gracias a la adjudi-cación del FONDART “Rescate del Patrimonio Cultural de los Barrios Gabriela Mistral y La Palma en la comuna de Estación Central”, proyecto ejecutado por la Fundación Junto al Barrio durante el 2017.  Este proyecto surge a partir de la necesi-dad, por parte de los vecinos, de identificar y registrar los principales acontecimientos de las trayectorias históricas de dichas poblaciones, las cuales nacen en el periodo de mayor relevancia histórica del movimiento de pobladores en Chile, con especial énfasis, en Santiago y que, a la fecha, no se ha escrito con justeza la importancia y relevancia de lo ocurrido hace 60 años atrás. 

Es así como uno de los objetivos de la investigación res-ponde a la necesidad de reconstruir, junto con la comunidad, la historia de las poblaciones, a partir de la identificación y resignificación de los elementos inmateriales que conforman su valor patrimonial inmaterial. Los casos de Gabriela Mistral y de La Palma son producto de la inclusión de nuevos sujetos histórico-sociales que emergieron al calor del siglo XX, con-virtiéndose en protagonista de la historia nacional.

En la actualidad, la mayoría de las veces en que se nombra las poblaciones en Chile es para destacar el desorden y su peligrosidad. De esta manera, la imagen que se ha difundido es la de un territorio caótico y hostil, en el que prosperan todo

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MEMORIA Y PATRIMONIO

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tipo de malas prácticas. Una de las razones de este fenómeno se debe al escaso conocimiento en la historia nacional sobre la importancia de las poblaciones y del movimiento político que se generó en torno a sus demandas, sumiendo la memo-ria local en el olvido, y posicionando el estigma social como protagonista de una historia frágil y manipulable.

La fundación de La Gabriela en 1957 y de La Palma en 1958, marcaron un hito en el ambiente poblacional, evidenciando la capacidad organizativa y la adscripción masiva a proyectos político-culturales por parte de quienes se encontraban en situación de pobreza. Los procesos de cada una de las pobla-ciones son evidencias de la necesidad de miles de personas que clamaban por ingresar a la ciudad y de lograr una solución habitacional definitiva y una vida digna.

Las historias de la Gabriela Mistral y La Palma están profun-damente vinculadas tanto por su proximidad territorial como por sus experiencias compartidas. Sin embargo, cada pobla-ción buscó soluciones pertinentes encauzando a La Gabriela en el camino del cooperativismo para la edificación de viviendas, y La Palma en la oferta institucional estatal de la CORVI.

De ahí en adelante, todo aquello que forma parte de sus historias, es resultado de la creación e imaginación de quienes participaron activamente en sus procesos. Fundadores, curas, dirigentes, juntas de vecinos, clubes deportivos, centros de madres: todos, reunidos en los pozos de La Gabriela, en la Sede de La Palma, teniendo conversaciones en las calles, en los pasajes, salones de la iglesia o en los umbrales de las casas, formaron a pulso las poblaciones que hoy se observan.

Por el desconocimiento de sus prácticas históricas, políticas y sociales, se estimó la necesidad de realizar un levantamiento de información y salvaguardia, el cual tiene por objetivo re-conocer la historicidad de quienes participaron en la forma-ción de sus territorios. Se entiende que los pobladores son la manifestación de una nueva identidad que es mucho más que el habitar un territorio. Son una colectividad que delibera, toma decisiones organizadamente, produciendo simbologías, valo-res, ideologías y ritos en torno a su propia identidad cultural.

La fundación de La Gabriela en 1957 y

de La Palma en 1958, marcaron un hito en el ambiente poblacional,

evidenciando la capacidad organizativa y la adscripción masiva

a proyectos político-culturales por parte de

quienes se encontraban en situación de pobreza.

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POBLACIÓN GABRIELA MISTRAL

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¿Dónde y en qué momento surge aquello que conocemos como identidad nacional? Si se considera que la identidad se encuentra en una permanente relación entre sucesivas trans-formaciones históricas, clases sociales, género, edad, entre otros tantos, emergen entre todo ello verdaderos nichos iden-titarios: las ciudades. En la actualidad, el estudio de la ciudad es uno de los principales ejes para comprender las transfor-maciones de las sociedades, siendo imposible pensarlas sin conocer las historias que se desarrollan en su interior.

Existe una narrativa dominante que ha instaurado, a través de una forma cultural y arquitectónica urbana, una imagen de la ciudad. Sin embargo, también existe una ciudad refractaria, que obliga a replantear tanto la definición del imaginario y empuja redefinir la idea de patrimonio, incorporando también aquellos lugares que la ciudad quiere ocultar como parte del espectro patrimonial.

Atendiendo el caso del patrimonio, su significación está plenamente vinculada con esa narrativa dominante. Estu-diar las poblaciones es una vinculación compleja en que sus habitantes se encuentran en una permanente disputa y redefinición de imaginarios y símbolos, contrastando con esta narrativa dominante patrimonial.

Los pobladores crearon organizaciones y territorios, crean-do una identidad arquitectónica y cultural sin precedentes en el país. Esta ciudad guarda en sus rincones historias y proezas cuyo valor permite comprender aquello que se es: la diversi-dad, calles, pasajes, rincones, laberintos que entregan relatos en los que se forja la chilenidad. Ese Chile profundo, ese país que la televisión no muestra. De esto se trata este trabajo. De ese Chile, de la población marginalizada, “la pobla”, que cobra vida en su memoria.

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POBLACIÓN GABRIELA MISTRAL

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1. La toma

Actualmente, no existe una sistematización de documen-tos y datos sobre la organización de la toma de la población Gabriela Mistral. Por supuesto que cada Comité de Vivienda tenía registro de sus miembros, sin embargo, al poco andar de esta investigación, Juan Ceballos -dirigente durante los 50-, nos confidencia que en los días posteriores al 11 de septiem-bre de 1973 quemó la mayoría de los documentos que lo relacionaban con la organización de la población Gabriela Mistral. No obstante, se ha logrado disponer de una fuente que permite revelar algunos antecedentes de quiénes eran y de dónde provenían los primeros pobladores1.

El 14 de enero de 1957, el diario El Siglo titulaba “Las 11 familias de Santa Teresa siguen durmiendo a la intemperie”. La noticia da cuenta de la toma de los terrenos, destacando el férreo control policial desplegado a pocas horas de la apro-piación del sitio ubicado entre desde Vicente Irarrázabal al sur, que por aquellos años se encontraban abandonados.

Se destaca, además, que “Carabineros montan guardia cerrándoles el paso a las 300 familias que no tienen donde vivir”. La noticia continúa señalando el motivo de la toma: “el gobierno no dio ayer ninguna solución al problema de las 300 familias, víctimas de lanzamientos ocurridos en los últi-mos días en diversos lugares de Santiago y que desesperadas se habían trasladado a un amplio sitio desocupado entre las calles Temuco y Santa Teresa, junto a la población Los Nogales”. 1.

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POBLACIÓN GABRIELA MISTRALMEMORIA Y PATRIMONIO

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Por otro lado, denuncia la escasa ayuda recibida y las promesas incumplidas por autoridades: “como informamos en nuestra edición de ayer, el vicepresidente de la Corporación de Vivienda y candidato a Senador que distribuye promesas por mayor les ofreció a estas familias entregarles un terreno. Se trata de Orlando Latorre, pero especialmente de Ernesto Toro, quiénes en una reunión efectuada en la calle 8 de Enero y Santa Teresa, dos semanas antes de la Navidad, prometie-ron a los 300 allegados a la población que como aguinaldo de Pascua conseguirían los terrenos de la chacra “La Palma” cerca de aquí”.

Efectivamente, a las familias se les había ofrecido un terreno a través de la CORVI. Pero ante el incumplimien-to de las autoridades, los pobladores decidieron realizar la

toma de esta propiedad cuyo uso estaba orientado hacia la extracción de arena, bolones de piedra y quema de ladrillos. Según indican los propios vecinos, por años fue explotado sistemáticamente transformándose en un sitio agreste, lleno de pozos abandonados. Esta misma condi-ción de abandono fue un aliciente para la toma.

En las páginas interiores del diario, se extiende lo siguiente: “Tres noches sin techo. Once familias que llegaron en la mañana del viernes alcanzaron a instalarse en el sitio de Santa Teresa donde los Carabineros las vigilan para que no instalen mejoras. El resto de las 300 familias sin casa, se mantienen distribuidas como allegados en la Población Los Nogales, donde su situación es insostenible, porque no hay cabida para ellas”.

Estos relatos son interesantes pues, entregan un registro de parte de las familias que lograron ingresar a los pozos areneros antes de la llegada de Carabineros; señalando que la mayoría de las personas provenían de una casa ubicada en la calle Chiloé 1487, de la población Los Nogales, cuyo dueño indica que va a demoler esa propiedad.

El acontecimiento de la toma de los terrenos fue una oportunidad para quienes aún se mantenían en cités, pasajes y conventillos cercanos. Sus principales argumen-tos están fundamentados en la necesidad de encontrar un lugar en que pudieran alojarse, solución para superar la condición de inestabilidad, con el fin de iniciar un proyec-to familiar. La vecina Rosa Catalán lo narra de la siguien-te forma: “Nosotros vivíamos en una pieza en Los Nogales, la mitad de esto (3x2 metros). Quedaba la cama, una sillita y pare de contar. Entre tanto, supimos que había un terreno grandísimo. Sabíamos que venía gente, no sé de qué parte, organizada por supuesto, se tomaron el terreno y comenzaron a inscribirse. Mi marido dijo <vamos a ver esta cuestión si tocamos un pedacito>”. La directiva fue solidaria con todas las familias que pedían entrar en el terreno. Rosa Catalán señala que le dijeron: “busquen un terrenito” (…) Puse 4

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POBLACIÓN GABRIELA MISTRALMEMORIA Y PATRIMONIO

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palos y un saco encima, como era verano, pleno enero, había sol pal mundo”.

Otra vecina, María Inés González, también recuerda el proceso: “cuando supimos que venía gente, entonces, noso-tros nos vinimos en la noche. Entonces, nosotros tomamos un pedazo y pusimos una bandera chilena. Se hizo una ruca, con palitos, con alambres, con pasto que había aquí mismo. Estuvimos durmiendo un mes debajo de esta ruca. Mi marido y una de mis hijas se quedaron cuidando el terreno. Aquí mismo, donde estoy, marcamos un pedazo hasta que nos organizamos”.

Cabe mencionar que, en los primeros días de la toma, la presencia de la Iglesia Católica fue crucial para mantener la organización frente a la represión policial. Luis Con-treras recuerda la valiosa contribución del padre Ignacio Vergara, S. J., quien intervino oficiando como portavoz frente a las autoridades. En sus palabras: “… en eso, tam-bién había llegado el padre Vergara y dijo <miren, esta toma, es la casa para nuestros hijos, no es una limosna, es un derecho para todos>”. La algarabía sobre la defensa fue central para motivar y mantener el proceso: “¡Pucha que lo aplaudimos!”, recuerda Luis.

Luego de dos meses de férreo cerco policial, el domingo 3 de marzo de 1957 se realizó la elección parlamentaria, actividad republicana que precisaba la presencia de Carabi-neros. Juan Ceballos recuerda aquel día: “En ese tiempo era Ministro del Interior Bernardo Leighton. Mandó al intendente, quien le dio la orden al Mayor Valderrama de la 11° Comisa-ria que tenía que retirar a los Carabineros a las 12 de la noche de hoy, porque mañana había elección. Entonces, quedaron 2 Carabineros. Para qué le digo lo que pasó ahí, la gente empezó a tirar y a tirar camas”. El aplacible ambiente resultado del re-tiro de Carabineros fue suelo fértil para que la organización lograra captar la atención del proceso y fuera legitimada como instancia representativa de la toma.

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2. Nacimiento de la Cooperativa de Edificación Once de Enero LTDA

Antonia Flores recuerda que la primera directiva estaba compuesta por Luis Farías, José Suazo, Luis Contreras, Sergio Berríos y Juan Ceballos. Es este último, el testimonio que perdura de aquellos tiempos: “Nosotros sabíamos a quién elegir y qué tendencia política tenía. Elegimos cinco personas. A mí me tocó ser secretario de la organización”. Para Ceballos: “La Gabriela, nuestra población, fue la primera toma del país”.

La organización de los pobladores fue fundamental para ofrecer una solución. Si bien las alternativas y los recursos eran limitados, el propósito era comprar el terreno. Se diri-gieron a la CORVI con el objetivo de mostrar la ubicación, pero una vez que observaron las condiciones del terreno, lle-no de escombros y pozos areneros abandonados, desistieron.

La organización, junto con la asesoría del padre Vergara, hizo las averiguaciones correspondientes con el propósito de solucionar el uso ilegal del terreno. El resultado de la investigación acusó que el terreno pertenecía a la Fábrica de Fósforos de Talca. El padre Vergara tuvo la tarea principal de buscar al dueño que, según María Inés, se encontraba en Yu-goslavia. El padre Vergara lo ubicó a través del representante que tenía en Chile. Se pudo hablar con él sobre el sitio di-ciéndole que varias familias se habían tomado el terreno, pero que querían comprarlo, no que se les regalara. En palabras de

Ceballos: “Cconversamos personalmente con el dueño, un sueco y él nos dijo <ese terreno lo tengo abandonado, porque la fábrica la íbamos a trasladar a Santiago, pero la Municipalidad de Talca nos dio muchas garantías y nos quedamos allá para no producir cesantía>”. Ceballos complementa diciendo: “Le planteamos el problema y nos dijo <Les vendo el terreno en 5 millones>”. Ceba-llos sentencia diciendo: “Para la época, era un regalo”.

Según María Inés, el padre Nacho consiguió tres millones con su familia y los dos millones que faltaban con “Techo Vivienda”, organización que dirigía un cura argentino, Alejandro del Corro, S. J.. De este modo, se dirigieron hacia el Hogar de Cristo, institución de asistencia social que, por esos años, entregaba subsidios habitacionales. Según relata Juan Ceballos fue Del Corro quien les recomendó formar una cooperativa, diciéndoles “Nosotros les compramos el terreno a ustedes en esa cantidad, pero deben formar una organización seria, no una Junta de Vecinos que se desarma”.

Pero, aparte de todo lo anterior, se necesitaba que los pobladores se involucraran con la nueva organización. Ma-ría Inés recuerda que: “En la misa del domingo el cura Nacho avisó: <el lunes voy a estar ubicado en la esquina de Gabriela Mistral con Santa Teresa, para el que quiera responder y tener la escritura de su casa vamos a formar una cooperativa>. En la mañana, el padre se puso con una mesita, una silla y un libro grande a inscribir a los nuevos cooperados”. Con la afiliación de los pobladores es que nace, formalmente, la Cooperativa de Edificación de Viviendas Once de Enero LTDA.

Organizaron el pago de cuotas a través de un sistema de crédito. De aquello, María Inés recuerda que: “Sólo íbamos a pagar de 20 pesos mensuales. El terreno salió 100 pesos, era muy barato para la época”. Luis Contreras comenta que: “Teníamos que pagar y había 10 personas que estaban postulando. Así, el que se atrasaba en el pago de la cooperativa podía quedar fuera.

La gerencia de la Cooperativa fue asumida por José Aba-roa, joven que acababa de recibirse de ingeniero calculista.

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María Inés indica que: “Nos ayudó mucho, él hizo el papel de gerente, y nunca nos cobró nada, trabajaba por su voluntad no más. Hacía todos los papeles. Él consiguió todos estos papeles para que salieran luego. Porque esto costó un montón para que salieran, vinieron a medir, ir a SII, cuesta montones, además, éramos hartos. Y después, el padre consiguió todo”.

3. Planificación de la población

El primer acto fue nombrar a la población, Juan Ceballos señala que “le pusimos Gabriela Mistral, porque nos tomamos el terreno justo cuando ella murió. Fue un acontecimiento mun-dial”. Todas las calles tienen relación con el día de la toma, así como con nombres vinculados a la poetisa: Gabriela Mistral, Monte Grande, Tala y Vicuña.

El trabajo colectivo, junto con la capacidad resoluti-va, fueron fundamentales para la transformación de las condiciones de vida. El padre Vergara consiguió ma-quinaria para que se utilizara la tierra que se extraía del trabajo realizado en La Palma para nivelar el terreno. En un documento entregado por José Arteaga, S. J., se seña-la que Vergara habló con los operarios de las máquinas, ofreciéndoles el pago de combustible y almuerzo a cambio de rellenar los hoyos de La Gabriela. Antes de la nivela-ción del terreno, los hoyos fueron ocupados para construir casas precarias y como refugio para realizar reuniones de la organización.

Sobre aquellos tiempos, Antonia González recuer-da que: “No había agua, luz, nada. Mi mamá tenía que ir a buscar agua a Subercaseaux. Había un lugar donde tomaban agua los caballos. Aquí en Gandarilla había otro pilón. Todo esto era un hoyo, al menos esta casa era un hoyo grande, inmenso. En el pasaje Tala era abierto, entonces se transitaba de allá para acá. Esto no era pasaje (pasaje Vergara)”.

La urbanización contó con la asistencia de estudian-tes universitarios. Luis Contreras recuerda lo siguiente: “Había varios estudiantes que vinieron de la Universidad Católica, arquitectos para hacer el levantamiento topográfico, diseñar las calles, los pasajes”.

Luis Farías fue el encargado de la distribución de los terrenos de la población, proyectando los terrenos con una dimensión de 9x15 metros y dando forma al espacio público. Para apoyar el proceso, Alejandro Del Corro recomendó al arquitecto Patricio Stevenson. Ceballos lo recuerda de la siguiente forma: “Luis Farías le mostró el monito, bien hechito. Lo quedó mirando y dijo: <es una cosa muy bonita como dibujo, pero yo no puedo opinar aquí si no estoy en el terreno, para ver si cuadra todo>. Y vino. El arquitecto le dio la mano y le dijo: <Yo hago el plano defini-tivo>”. Así se hizo el plano de la población, con calles y pasajes de tierra, distribuyendo lo que, hasta sólo unos meses, era un terreno baldío.

Luego de la distribución y proyección de los espacios, se comenzó con la urbanización. En un principio, para acceder a los servicios básicos. Recuerda Contreras que: “Los postes habían sido traídos por el padre Nacho. Y seguía sanidad exigiendo el alcantarillado, así también nos presta-ron la plata. Todo lo hicimos nosotros, las veredas, las soleras, con pago a la municipalidad”. Además, la postación, el medidor de la luz y la instalación de agua en cada hogar, estos últimos, reemplazaron los pilones instalados en lugares estratégicos de la población.Pá

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La organización y la democratización de la Cooperativa funcionaron gracias a la dedicación de los vecinos. Con-treras recalca la buena relación que había entre ellos: “Los vecinos eran participativos, éramos hermanos, una gran familia. Se tocaba un riel cuando había que informar algo: <“Ta ta ta ta” ¡Reunión!>. Todos reunidos en una parte, la directiva o coope-rativa informaba los avances que teníamos. Nuestra historia fue muy bonita”.

Otro vecino así también lo recuerda: “Del MINVU vi-nieron a ofrecer construcción y la cooperativa se puso de acuerdo que no. Todo lo demás lo hicimos por nuestra cuenta con nuestras familias, con el Hogar de Cristo, los estudiantes”. De esta ma-nera, cada una de las familias, en virtud de sus posibilidades, comenzó la tarea de construir sus propias casas.

Al final de la planificación de la población, el catastro de familias superaba con creces el espacio disponible, pues, la posibilidad de acceder a un terreno dentro de la organiza-ción tenía un límite. Juan Ceballos, a propósito, señala lo siguiente: “Se había proyectado la distribución de 4 zonas, dis-tribuidos en 184 sitios chicos. Calculamos, además, espacio para una plaza chica y una sede social. La esquina para la plaza, formamos una escuela y trajimos hasta la orquesta filarmónica”. Sin embargo, “teníamos más de 200 aspirantes a quedarse con uno de los terrenos, pero ¿cómo sacarlos, y decirles <Usted no tiene derecho>? Chocábamos, ¿cierto? Nos organizamos entre las poblaciones de Los Nogales, La Palma, Velásquez, y nos junta-mos a conversar que había que organizar otra junta de terreno y lo hicimos.

Juan prosigue el relato con lo siguiente; “movilizamos la gente a la población Santa Adriana. Se llevó gente de Nogales y de aquí mismo se fueron para allá. Y así sacamos la gente que teníamos demás. Mire la capacidad de aquellos tiempos. No era yo no más, era un grupo y cada uno opinaba. Es por eso por lo que aquí la iglesia pensó que íbamos a ampliar eso, como una mancha de aceite”.

4. La década larga en La Gabriela (1960-1973)

Durante la década de los 60 y comienzos de los 70, las poblaciones se consolidan. Al calor de los logros alcanzados en la primera etapa, surge con fuerza una identidad como habitante poblador de La Gabriela. Esto se debe al trabajo desarrollado rebosante de determinación hacia sus objetivos y propósitos, constituyéndose como habitantes protagonis-tas de la ciudad.

En este ambiente, la celebración de fiestas nacionales y locales, navidad y año nuevo, el aniversario de la pobla-ción, entre otras, fortalecieron sus identidades. Todas estas actividades son comprendidas como tiempo único en el que los pobladores fueron inventores de su devenir y dirigieron la construcción de sus proyectos de vida. Señalan, especial-mente, la celebración de la navidad. Juan Ceballos indica que: “Era una fiesta tremenda. Igual que el aniversario de la población, se hacía una elección de reina, el rey feo, orquesta, traíamos un conjunto musical muy bueno de Los Nogales, Los Boca Seca”.

La sede social fue el centro de la vida social. “En su inau-guración el padre Nacho dijo: <no puede haber un grupo sin una sede social, para reunirse, hacer una fiesta>”. María Inés Gonzá-lez señala que se consiguió todos los materiales e indica que: “Comenzó con la construcción del local que está acá al lado del pasaje Padre Vergara con sus propias manos junto con mujeres, jó-

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venes, estudiantes que hicimos nuestra población. Se levantó con la gente. Cada uno de los pobladores llevaba ladrillos para levantar la sede y se acarreaba agua desde el pilón”.

María Inés González señala que: “La primera celebración que vale la pena recordar fue cuando entregaron las escrituras de nuestras casas… En la mañana y por la tarde teníamos todo lis-to para la fiesta. Aquel día terminamos la fiesta y nos fuimos a la casa de una señora que tenía un parrón. La pasamos muy bien, estábamos todos contentos. Ahora estábamos seguros, teníamos papeles con qué defendernos. Posteriormente, nuestra sede, sirvió de escuela, policlínico, vino un médico a trabajar gratuitamente, todo fue alegría y paz para nuestra población”.

Durante este periodo, relativamente breve, se edificó un sorprendente aparato cultural. En dependencias de la sede, se garantizó el acceso a espacios culturales, organizando una biblioteca, música clásica, se proyectaron películas, se or-ganizó un taller de teatro. Además, se realizaron conferen-cias, invitando gente que hablaba sobre la pobreza, artistas populares y se realizaban fiestas.

Antonia Flores recuerda que: “Los jóvenes de mi épo-ca participaban en clubes, Lucila Godoy y Carlos Dittborn. Estaban las poblaciones divididas. La mitad era de uno y del otro. Recuerdo que era bueno, porque les tocaba jugar para los aniversarios de la población, había fechas importantes en que jugaban entre sí”. Relata la preocupación de algunos de los vecinos que asumieron la responsabilidad de organizar estas actividades: “Don Miguel Hidalgo fue una persona muy entregada a su club. La gente se unía a los clubes para hacer cosas…se encargaban de los niños y de las competencias para el 18 y la navidad”.

Las fiestas asumieron un papel fundamental en la formación de las poblaciones, siendo el espacio público fundamental para los vecinos. Cada uno de los pobladores se siente partícipe de las actividades, ya sea decorando su hogar o pasaje, participando de las competencias o, sim-plemente, disfrutando del ambiente: Una asistente de los

5. La capilla yla acción de los jesuitas

De igual forma, la parroquia fue promotora de un clima espiritual y comunitario, acompañando diversos procesos ocurridos en las poblaciones. El involucramiento de los curas en la vida comunitaria de la población terminó por borrar el límite entre la Iglesia y el pueblo, pues el principal espacio de los curas estaba en la calle y en el trabajo cotidia-

talleres de memoria señala lo siguiente “Pal 18 se hacían fiestas muy lindas (…) Se adornaban las poblaciones (…) Un caballero, don Gringo, tenía carreta con caballos... Hacían competencias”. De igual forma, menciona las actividades realizadas por otro recordado vecino de La Gabriela “Don Suazo estuvo años, y durante esos años, estaba él aquí cuando se daban las películas. Más o menos como en el año 62. El cine duró varios años. Las películas que venían a dar aquí, el caba-llero arrendaba la sede, no era de ninguna esta, por eso cobraba”, además, se le atribuyen importantes obras, tales como: el club deportivo Lucila Godoy, la organización de celebracio-nes en la población.

A través de estas prácticas sociales, los pobladores pro-fundizaron su identidad en base al compartir y organizarse, el apoyo mutuo, la solidaridad y la empatía.

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no, espacio y tiempo que ocupaban para evangelizar a través del ejemplo.

Un signo del proceso lo constituye el hecho de que el padre Ignacio Vergara vivió en una de las casas de la población, en una pequeña pieza donde armó una cama con un somier, una mesa y silla. María Inés González recuerda que “El padre vivía en la esquina Veteranos del 79 con Pelayo Bezanilla, en la casa de Sergio Rodríguez. Le pasaron un pedacito, tenía una pieza y hacía la misa en un rinconcito, lugar en que él, además, instaló un pequeño taller de soldadura”. Ahí trabajó comprometido con la gente, sacando adelante la toma. Lejano a cualquier lujo, su voto de pobreza era profundo y sincero. Antonia Flores recuerda al respecto: “Cada vez que le hacían llegar un colchón, el cura Nacho lo regalaba a la familia que tenía más hijos”.

José Arteaga, S. J., señala que: “[Padre Nacho] Fue un cura con acción pastoral intensa, no sólo de obrero. Había algunos que se dedicaron sólo a trabajar, pero él no, ejerció como cura, muy exigente”. A propósito de los sacramentos, Antonia Flores señala que el padre los organizaba para que la población se involucrara: “Bautizaba a los niños por lote y casaba a las nuevas parejas, aduciendo que <el que quiere casar se tiene que casar>, actividad en la que invitaba a los vecinos a acompañar-los en los sacramentos”.

José Arteaga señala que: “Ignacio Vergara es una figura que no se ha repetido aquí. Estuvo en los inicios, marcó mucho. La marca que dejó se debe a que la gente lo vio en situaciones muy difíciles, muy comprometido con ellos. No desde una oficina, sino codo a codo, movilizando influencias con tal persona, incluso fa-miliares pusieron dinero para comprar el sitio, pero era exigente con la gente no era de andar regalando cosas”.

Además de los curas, el ambiente lo completaban se-minaristas y laicos comprometidos con las poblaciones y parroquias distribuidas en el territorio, buscando el buen vivir, basado en el trabajo de quienes buscaban experiencias solidarias y colaborativas, convirtiendo a la Iglesia en un culto popular, carismática y empática.

Por otro lado, para la proyección de los pobladores, los curas consideraban la generación de fuentes laborales que permitiesen la superación de la pobreza. Es así como se optó por la generación de empleos para dueñas de casa, mo-dificando la distribución tradicional de roles entre hombres y mujeres en los hogares, formando en 1967 una cooperati-va. María Inés González lo describe de la siguiente forma: “Cuando mis chiquillas estaban más grandes, entré a trabajar para ayudar a terminar la casa. El padre Alejandro del Corro formó una Cooperativa que se llamaba PRODUCO. Teníamos 8 máquinas de coser, hacíamos ropa de trabajo. Trabajábamos 8 personas, 8 mamás”.

6. La Cruces y las vacaciones de los pobladores

Junto con el desarrollo material, organizativo y espiritual de la población, el padre Vergara construyó espacios de espar-cimiento. Durante los primeros años de los 60, los pobla-dores de La Gabriela recibieron la noticia de la compra de un terreno en Las Cruces, ubicado en el litoral central: un apacible balneario al que los vecinos han viajado sistemáti-camente durante casi 60 años.

Niños y niñas de Gabriela Mistral a fines de los años sesenta En las primeras décadas, Las Cruces fortaleció la

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relación entre los vecinos, capitalizando historias paralelas en que las familias compartieron al calor del goce y disfru-te del tiempo libre. Considerándose uno de los principales puntos de encuentro, María Inés González y Antonia Flores recuerdan algunas facetas de la organización: “Le pasaron un terreno y comenzó a organizar viajes a la playa con gente pobre, humilde, que tuviera niños (…) cada familia tenía derecho para irse de vacaciones por 15 días”.

María Inés González lo recuerda de la siguiente manera el primer viaje a Las Cruces: “trabajé toda la semana arre-glándole la ropa a los niños porque íbamos en carpa. Llevamos los colchones, las camas, dejábamos los catres pelados. Esa fue la primera vez que fuimos a la playa, es un recuerdo muy claro. El padre se conseguía todo, un micro con Caritas Chile que nos iban a buscar y dejar. Nos daban las comidas, el pan y pagába-mos solo $240. Estuve yendo 20 años seguidos”.

Con su esposo, asumieron una de las tareas principales: “Durante muchos años fui la cocinera, estuve a cargo de la co-mida. Con mi marido amasábamos un quintal de harina todos los días. Tengo una hija que todavía va. Le gusta porque va la gente, se reúnen”.

Antonia comenta que todavía viaja a la playa: “Primero iba la gente en carpa. Creo que no sé cuántos años fueron así y, después, le hicieron chocitas de calaminas, de la corteza del árbol, de una pieza de 4x4, como un alerito que era un comedor que era comunitario… Pero hasta de eso se preocupó el padre Igna-cio, tanto en la parte pastoral como en la parte humana y gracias a eso esta población a pesar de todo es solidaria. Él se lo transmi-tió a nuestros papás y ellos, de alguna forma, nos transmitieron a nosotros. Y también viendo la generosidad del padre Ignacio. El padre fue muy importante”. Pá

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7. Golpe militar en La Gabriela

El Golpe militar fue, sin duda, la fractura total de la población. Es así como militantes y simpatizantes de organizaciones sociales terminaron por quebrantar sus relaciones, como asimismo sucedió entre amigos y vecinos, quienes habían compartido fraternalmente durante los años anteriores. Tal como comenta una de las asistentes de los talleres memoria: “Después que vino el golpe fue peor, ahí había que cuidarse las espaldas. Estaban los centros de madres, los clubes deportivos, las juntas de vecinos bien combativas, pero bien polarizadas. Había mucho movimiento social, se luchaba por diferentes cosas, porque gracias a eso es todo el avance que tenemos. Después todo se perdió no más”.

Las historias que narran los protagonistas al respecto son elocuentes. Antonia Flores recuerda con claridad las pri-meras horas del golpe: “Las primeras noticias comenzaron por la madrugada, a las 6 am comenzaron a transmitir. Nosotros no teníamos televisión. Mi papá pone la radio y va a mi pieza. <Hija, despierta. Hay golpe de Estado>. Ahí comenzó todo, la noticia de los bandos”.

El clima de desconfianza entre los vecinos finalmente deterioró sus relaciones, Antonia Flores recuerda que “Sien-to que, cuidándote, sabiendo cosas horribles que estaban pasando, las organizaciones se terminaron todas, porque no quedó mono parao’. Hasta las juntas vecinales las pusieron ellos [Militares]. Se perdieron muchas cosas. Durante 17 años no hubo organiza-ciones reales porque ponían un sapo”.

Aun cuando el clima dentro de la población era de desconfianza, se mantuvieron algunos lazos de amistad y

respeto entre los vecinos. Antonia recuerda: “Aquí, por lo menos, hubo personas buenas que te mandaban a trabajar PET (Programa Exclusivo para Trabajadores). Era una institu-ción en la que te mandaban todo el día a barrer una plaza y te pagaban, una porquería, pero te pagaban. Entonces al cesante, lo hacían exactamente igual.

Todo lo que se había organizado como comunidad se terminó. Una vecina señala la falta de libertad de expresión: “No poder expresarte, decir cosas, organizarte en algo, como decir <hagamos esto>”. Tampoco hubo espacios culturales, “No había bibliotecas, no había nada, nada”, de tal modo “se perdió mucha gente, mucha juventud. No había nada que hacer, ni trabajos, ni institución cultural. No había libertad para algunas cosas, pero sí para que los jóvenes se metieran en la droga. Nos preguntábamos cuándo terminaría esto, porque sabíamos cuando empezó, pero no cuando iba a terminar, ni en qué forma”.

María Inés González, también comparte sus recuerdos de aquella época: “En el barrio la gente se organizaba. Por ejemplo, mi vecino hacía pan amasado. Una vez vinieron los milicos y nos echaron a todos los que estábamos esperando para comprar el pan. Los milicos eran prepotentes”.

En este periodo de 17 años de dictadura, un actor ya protagonista dentro de la población, adquirió un carácter definitivo y fundamental: nos referimos a la iglesia ca-tólica. Como se mencionaba en un apartado anterior, su acción inmediata se orientó hacia la prestación de refu-gios, promovió espacios de encuentro, asistencia espiritual, reconfigurando parte importante de sus tareas en la defen-sa de quienes fueron vulnerados en sus derechos. Antonia Flores señala que “La única instancia que siempre tuve fue la iglesia. Por eso comencé a ir a la iglesia. Siempre fui católica, pero a mi manera. Llegué en 1978 a mi capilla, donde tenías instancia para desahogarte. Se organizaban ollas comunes. Nacieron los retiros juveniles y matrimoniales (los trajo una hermana que se llamaba Anita Gossens, fue la primera en traer este tipo de organización)”.

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Un hito importante durante el periodo de la dictadura fue durante 1983, año en que comenzaron las “22 jornadas de protesta” cuya orientación se enfocaba hacia la finali-zación del periodo de dictadura militar. En el límite entre La Palma y La Gabriela, en el cruce de calles de Veteranos del 79 y Santa Teresa era lugar obligado de fogatas.

En 1986 ocurrió uno de los acontecimientos de mayor trascendencia en el sector. Durante la mañana del 2 de julio, dos jóvenes que habían asistido a una de las ollas comunes organizadas en la capilla Ignacio Vergara de la Población La Palma fueron detenidos por patrullas de militares. Se trataba de los jóvenes Carmen Gloria Quintana y Rodrigo Rojas De Negri, de tan solo 18 y 19 años. Ambos jóvenes fueron quemados por una patrulla militar en la intersección de las calles General Velásquez con Fernando Yungue. Rodrigo Rojas murió a unos po-cos días después, resultado de las graves quemaduras. Sin embargo, Carmen Gloria logró sobrevivir.

Un testigo ocular del acto fue un vecino de La Ga-briela. “Mi marido trabajaba en un pasaje entre Velásquez que está a unos 5 pasos de General Velásquez cuidando un lugar de noche. Todas las mañanas barría la calle para dejar limpio. En ese intertanto que estaba ahí pasaron los militares con los dos prisioneros; él los vio y quedó tieso, no fue capaz de devolverse dentro de recinto. Había una olla común aquí en la parroquia, y esos niños vinieron a esa olla común, enton-ces, de ahí los sacaron los militares y los llevaron a ese pasaje, quemaron primero al chiquillo, eso lo vio mi marido. Cuan-do ellos se dieron cuenta que él estaba ahí, lo echaron para General Velásquez. Yo sabía que a las 8 mi marido venía al desayuno. <¿Por qué no llega?> Así que salí a buscarlo, y ahí venía, parecía mono <¿qué te pasó>? Me dijo <los milicos quemaron unos cabros> y tiritaba. Salgo con él y lo llevo a la Vicaría de la Solidaridad”.

Años después, en 1987, durante la visita del Papa Juan Pablo II, en un acto realizado en el Santuario de San

Alberto Hurtado, Carmen Gloria Quintana tuvo oportuni-dad de reunirse con el sumo pontífice y hablar en público, generando un momento de alta expectación. La joven, a los pocos años, daba testimonio a pocos metros del lugar donde había sido atacada.

8. ¡Viva la democracia!

Los vecinos cuentan con nostalgia que, luego de la vuelta a la democracia, nada de lo que habían hecho en los prime-ros años de la población logró recuperarse. Pareciera que todo lo conseguido había desaparecido completamente. Recuerda Antonia Flores: “Ya no se hace la celebración de la población como antes. En los 70 te despertabas con la canción nacional, con un saludo del presidente de la junta de vecinos deseándole un feliz cumpleaños a la población, o de los clu-bes deportivos. Estaba todo el día prendido el micrófono para saludar al vecino. Eso ya no existe. Lo que más quería yo era que volviera eso”.

Ya no existía ese jolgorio de las fiestas, la amistad y la colaboración. La junta de vecinos comenzó a preocuparse de otro tipo de temáticas como, por ejemplo, la recupera-ción de la Sede. A principios de los 90 se realizó la liquida-ción de la Cooperativa Once de Enero LTDA., traspasando todos los bienes a la junta de vecinos.

Otro tema importante para la junta de vecinos fue la re-cuperación de los espacios públicos. En esta línea, se solicita a la Municipalidad de Estación Central la construcción

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de áreas de entretención, especialmente para los niños, en las zonas que están desocupadas o que han sido ocupadas como basurales ilegales. Así también, solicitan fondos para el mejoramiento de la cancha y la instalación de luminaria en las canchas de fútbol de la población.

Pero, sin duda, el principal proyecto de la Junta de Veci-nos fue gestionar la construcción del Parque Las Américas, en el ex vertedero Lo Errázuriz. En una serie de cartas enviadas a diversas Instituciones Públicas y Organismos Internacionales (OEA), se da cuenta de la necesidad de convertir aquella zona abandonada en un parque para la comunidad. El parque –ahora llamado– Bernardo Leighton fue inaugurado en 1994, cubre una superficie de 6,8 hec-táreas y pertenece a la Red de Parques Urbanos Metropo-litanos. En su interior se encuentran árboles y vegetación nativa, destacando las avenidas de palmas chilenas. Se ha convertido en una importante zona de esparcimiento para la comunidad de Estación Central.

Durante los primeros años del siglo XXI se volvió una constante el crecimiento exponencial de migrantes en la comuna de Estación Central. Recordemos que según consta-ta la página web de la Municipalidad de Estación Central, la comuna ostenta el “Sello Migrante”, certificación que entrega el Ministerio del Interior a aquellas unidades territoriales que mantienen un compromiso por la inclusión de las comunida-des extranjeras en espacios libres de discriminación.

El PLADECO 2016-2022 arroja algunos registros actuales de población. Los datos oficiales indican una cifra cercana a los 6 mil extranjeros residiendo en la comuna, porcentaje que representa un 4.1% de la población total. Sin embargo, los datos de la Ficha de Protección Social de 2011 registran 3.789 no-chilenos, lo que equivale al 4.7% de la población. En 2015, todavía no se registraba el aumento ex-ponencial de haitianos en la comuna; la migración provenía principalmente desde Perú (57%), América Central (12%), Colombia (8%), Argentina y Ecuador con (5%). Esta nueva

migración “sur-sur” presenta en Chile un polo de atracción dentro del escenario latinoamericano: la búsqueda de un país cuya estructura se cimienta sobre una estabilidad polí-tica y económica es, ciertamente, gratificante.

Sin embargo, la caracterización demográfica y socioeco-nómica de la población migrante en la comuna se ha rela-cionado con condiciones de pobreza. En calles y pasajes de la población es posible observar el nacimiento de viviendas en las que sólo se arriendan a migrantes

En el plano cultural, parte importante de la población migrante se ha reunido en comunidades católicas. La for-mación de hermandades religiosas de peruanos y la adscrip-ción de haitianos a comunidades católicas y protestantes es significativa. Es la reactivación de la nacionalidad en la migración lo que constituye una forma de resignificar tanto la comunidad de connacionales, así como una relación con la comunidad receptora.Pá

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En el cierre de este trabajo no podemos dejar de pregun-tarnos ¿cuántas generaciones se necesitan para, finalmente, olvidar? Para eso, justamente, la memoria es clave: nos permi-te reconstruir imaginarios sobre aquello que fuimos, com-plementar aquello que somos y observar con tranquilidad el futuro. Este ejercicio en retrospectiva nos permite el recono-cimiento de todo aquello que han logrado los pobladores y de lo que construyeron con sus propias manos.

Aquello que recordamos nos permite crear una identidad. El tono nostálgico de Juan Ceballos sintetiza parte impor-tante de esta reflexión: “Siento pena, porque no puedo hacer ahora lo que hice en mis tiempos. ¡¿Cómo hacer que la juven-tud sea como antes?!”.

Sólo queda el recuerdo de lo que fueran casas construidas con palos viejos, cartones, latas que trepaban por las laderas de los pozos areneros, hombres y mujeres, ancianos y niños. Así también, las calles de tierra, los pilones de agua son parte

de otras circunstancias de vida. De la espera sin tiempo por la vivienda digna y definitiva.

También las organizaciones que surgieron como resultado de sus condiciones extremas han desaparecido junto con la miseria que vivieron en los primeros años de toma. Queda de manifiesto que las posibilidades de cambio son mucho mayores cuando la masa se organiza en torno a circunstancias de demandas específicas. No obstante, las cuatro generacio-nes que han pasado por estos territorios han ido perdiendo el sentido del tiempo y del sacrificio.

Sin embargo, nuestro propósito va más allá, está más cerca de la reconstrucción o recuperación de su historia. Asistimos a encuentros y entrevistas con los últimos de los primeros pobladores de La Gabriela. Sus testimonios y recuerdos son la fuente principal de estas páginas, sin embargo, sus hazañas se pierden en la vaguedad del tiempo y en la fragilidad de la memoria envejecida.

Según nos relatan, por las poblaciones han pasado cuatro generaciones, cada una con visiones sobre el proyecto, cada una con intensidades y con respuestas pertinentes. Quisiéra-mos finalizar con un profundo sentido de la historia, de una observadora del tiempo que, encarna el sentido de la pobla-ción, Antonia Flores, quien comparte una reflexión con tintes de melancolía, pero rebosante de gratitud, sobre el proceso vivido: “Cruzo en el tiempo y veo un campamento al lado de una villa. Así lo veo yo ahora, con eso me voy a quedar. Cada día la casa va mejorando más. Se hace un arreglo, se pinta. Cada día hay más progreso. Miro para atrás y pienso <yo ahora vivo en un palacio>... Esa es la forma de ver mi casa; mi casa es como un palacio. Porque llegar a estar bajo una frazada ahora es otra cosa. Se comenzaron a arreglar mejor, porque nos vinimos a vivir aquí, por eso éste es mi palacio”.

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Queremos entregar nuestros agradecimientos a todos y todas quienes apoyaron la realización de esta investigación, en especial a los pobladores y pobladores de Gabriela Mistral y La Palma. Gracias a sus testimonios podemos comprender la riqueza y profundidad de sus experiencias culturales que forman parte de nuestra identidad nacional.

Vecinos Gabriela MistralIrma AllendeJuan CeballosRosa CatalánAntonia FloresRodrigo PereaMaría Inés González

AutorSergio Caba Montenegro

EdiciónJacobo Matheu y Daniela Villanueva