Melmoth el errabundo - Charles Robert Maturin.pdf

download Melmoth el errabundo - Charles Robert Maturin.pdf

of 374

Transcript of Melmoth el errabundo - Charles Robert Maturin.pdf

  • 8/13/2019 Melmoth el errabundo - Charles Robert Maturin.pdf

    1/373

    (Ch.R. Maturin)

  • 8/13/2019 Melmoth el errabundo - Charles Robert Maturin.pdf

    2/373

    2

    Melmoth el errabundo, publicada en 1820, lleva a una cima la representacin de laconcepcin gtica de la existencia. En esta obra se subrayan los aspectos terribles yproblemticos de la vida humana, sin concesiones. Su protagonista, una especie deFausto y Mefistfeles, simboliza una visin oscura y angustiosa de la experiencia delhombre en su deambular por la tierra. Melmoth, despus de haber sellado un pacto conel diablo, logra que su vida se prolongue en el tiempo por encima de lo que cabraesperar en un hombre ordinario; el resultado de semejante imaginacin sirve parapresentar ante la mirada del lector la condicin del hombre con ms claridad y nitidez.El haber prolongado la extensin de la vida no conduce al villano, que por ello se hacetambin vctima, a un aumento de su felicidad; al contrario, le arrastra de un modo msevidente a la esencia de la existencia: el dolor, el sufrimiento, la desesperacin. Slopodr liberarse de la condena cuando encuentre a alguien que est dispuesto a asumir sudestino. Esta bsqueda es el hilo argumental de la novela, cuyos episodios estn unidosy encajados unos dentro de otros, logrando su unidad por la aparicin del errabundo ensu bsqueda incesante de almas tan desesperadas como l. Su errancia le conduce a loslugares ms siniestros creados por los hombres: crceles, manicomios, los tribunales de

    la Inquisicin; en todos ellos se revelan la crueldad y la persecucin a la que unoshombres someten a otros. El curso de la vida humana se presenta a la mirada del lectorcomo una repeticin obsesiva del sufrimiento, la tortura fsica y moral, como undeslizarse irremediable hacia la catstrofe. Los diversos episodios que componen lanovela vuelven siempre a la realidad nica de la tragedia humana, en la que lospersonajes se muestran como vctimas sin posibilidad de redencin. Vivir se resuelve,as, en sufrir, en soportar la persecucin, en hundirse en el abismo de la desesperacin,y, para que esta concepcin paranoica de la vida impresione ms la sensibilidad dellector, Maturin adorna muchas de estas escenas con descripciones detalladas de torturasde toda clase.Los laberintos subterrneos y lgubres, donde a veces se desarrolla la accin, tienen su

    correspondencia en la descripcin de los estados mentales y emociones a los que lassituaciones insoportables precipitan a los personajes del drama. Su irremediable cadapermite al autor sondear los profundidades abismales de la subjetividad, los espacios sinluz donde anidan los fantasmas del miedo, el delirio, la locura.El episodio central de la novela narra los amores de Melmoth que, como demonioenamorado, persigue a la inocente Immalee. El amor tampoco se muestra como unremedio a la existencia y, como no poda ser de otra forma, termina tambin de formatrgica. Si al principio Melmoth siente cierto alivio con la pasin amorosa, enseguidacae presa de su odio por la existencia y tortura a la muchacha educada en la naturaleza.El amor se hace tambin tormento, que se erige en el verdadero lmite de laperegrinacin humana. Todo cae bajo la sombra del tormento interior del errabundo, de

    modo que el dolor no se alimenta de causas exteriores sino de la propia constitucinsubjetiva del villano. De esta manera, concibiendo el mal como algo interior, como la

  • 8/13/2019 Melmoth el errabundo - Charles Robert Maturin.pdf

    3/373

    3

    propia constitucin psicolgica del personaje central, difcilmente es posible hallar unasalida a la situacin tormentosa en que todo movimiento del alma acaba pordesembocar. Melmoth el errabundo se levanta como un monumento a una visininfernal del destino humano, en el que slo existe un acto eternamente repetido: eldescenso y hundimiento en el abismo.

    La idea de esta novela (o relato) est sacada de un pasaje de uno de mis sermones, elcual (como es de suponer que lo han ledo muy pocos) me tomo la libertad de citar. Elpasaje es ste:Hay en este momento alguno entre los presentes - aunque nos hayamos apartado delSeor, hayamos desobedecido su voluntad y desodo su palabra -, hay alguno entrenosotros que estara dispuesto a aceptar, en este momento, todo cuanto el hombre puedaotorgar o la tierra producir, a cambio de renunciar a la esperanza de su salvacin? No;

    no hay nadie... no existe un loco semejante en toda la tierra, por mucho que el enemigodel hombre la recorra con este ofrecimiento!Este pasaje me sugiri la idea deMelmoth el Errabundo. El lector encontrar dicha ideadesarrollada en las pginas que siguen; a l le corresponde juzgar con qu fuerza oxito.El Relato del Espaol ha sido criticado por un amigo a quien se lo he ledo, quienafirma que hay en l demasiado empeo en revivir los horrores de la novela gtica a loRadcliffe, de las persecuciones de los conventos y los terrores de la Inquisicin.Yo me defend, tratando de explicar a mi amigo que haba hecho depender la desventurade la vida conventual menos de las espantosas aventuras que uno encuentra en lasnovelas, que de la irritante serie de pequeos tormentos que constituyen el suplicio de la

    vida en general, y que, en medio del estancamiento de la existencia monstica, lasoledad proporciona a sus huspedes ocio para inventar, y poder mezclado demalignidad, con la plena disposicin para llevarlos a la prctica. Confo en que estadefensa convenza al lector ms de lo que convenci a mi amigo.En cuanto al resto de la novela, hay algunas partes que he tomado de la vida misma.La historia de John Sandal y Elinor Mortimer est basada en la realidad.El original, del que la esposa de Walberg es un bosquejo imperfecto, es una mujer viva,y an puede que siga viviendo mucho tiempo.No puedo aparecer nuevamente ante el pblico bajo la tan inapropiada imagen deescritor de novelas sin lamentar la necesidad que me impulsa a ello. De proporcionarmemi profesin medios de subsistencia, me considerara culpable, efectivamente, de

    valerme de otra; pero acaso puedo elegir?

    Dubln, 31 de agosto, 1820

    Alive again? Then show me where he is.

    Ill give a thousand pounds to look upon him.

    SHAKESPEARE

  • 8/13/2019 Melmoth el errabundo - Charles Robert Maturin.pdf

    4/373

    4

    En el otoo de 1816, John Melmoth, estudiante del Trinity College (Dubln), abandondicho centro para asistir a un to moribundo en el que tena puestas principalmente susesperanzas de independencia. John era el hurfano de un hermano menor, cuya pequeapropiedad apenas sufragaba los gastos de enseanza de John; pero el to era rico, solteroy viejo, y John, desde su infancia, haba llegado a concebir por l ese confuso

    sentimiento, mezcla de miedo y ansiedad sin conciliar - sentimiento a la vez deatraccin y de repulsin -, con que miramos a una persona que (como nos han enseadoa creer nieras, criadas y padres) tiene los hilos de nuestra propia existencia en susmanos, y puede prolongarlos o romperlos cuanto le plazca.Al recibir esta llamada, John parti inmediatamente para asistir a su to.La belleza del campo por el que viajaba - era el condado de Wicklow - no conseguaimpedir que su espritu se demorara en infinidad de pensamientos dolorosos, algunosrelativos al pasado, y los ms al futuro. El capricho y mal carcter de su to, las extraasreferencias sobre el motivo de esa vida retirada que haba llevado durante largos aos,su propia situacin de dependencia, martilleaban dura y pesadamente en su cerebro. Sedespabil para alejarlos...; se incorpor, acomodndose en el asiento del correo, en el

    que era pasajero nico; mir el paisaje, consult su reloj; luego crey por un momentoque los haba conjurado..., pero no haba nada con qu sustituirlos, y se vio obligado allamarlos otra vez para que le hiciesen compaa. Cuando el espritu se muestra as dediligente en llamar a los invasores, no es extrao que la conquista se efecte conpresteza. A medida que el carruaje se iba acercando a Lodge - as se llamaba la viejamansin de los Melmoth -, senta lohn el corazn ms oprimido.El recuerdo de este temible to de su infancia, al que jams le permitieron acercarse sinrecibir innumerables recomendaciones - no ser molesto, no acercarse demasiado, noimportunarle con preguntas, no alterar bajo ningn concepto el orden inviolable de sucaja de rap, su campanilla y sus lentes, ni exponerse a que el dorado brillo del plomode su bastn le tentase a cometer el pecado mortal de cogerlo... y por ltimo, mantenerdiestramente su peligroso rumbo zigzagueante por el aposento sin estrellarse contra laspilas de libros, globos terrqueos, viejos peridicos, soportes de pelucas, pipas, latas detabaco, por no hablar de los escollos de ratoneras y libros mohosos de debajo de lassillas... junto con la reverencia final, ya en la puerta, la cual deba ser cerrada concautelosa suavidad, y bajar la escalera como si llevase calzado de fieltro -. A esterecuerdo sigui el de sus aos escolares, cuando, por Navidades y Pascua, enviaban eldesastrado jamelgo, hazmerrer del colegio, a traer al renuente visitante a Lodge...donde su pasatiempo consista en permanecer sentado frente a su to, sin hablar nimoverse, hasta que los dos se asemejaban a Raimundo y el espectro de Beatriz, de El

    Monje...; luego le observaba sacar los huesos de flaco carnero de su plato de caldo

    insulso, del que serva a su sobrino con innecesaria cautela, para no darle ms del quequera; despus corra a acostarse todava de da, incluso en invierno, para ahorrar unapulgada de vela, y all permaneca despierto y desasosegado a causa del hambre, hastaque el retiro de su to a las ocho en punto indicaba al ama de la racionada casa que era elmomento de subirle furtivamente algunos trozos de su propia y escasa comida,recomendndole con susurros, entre bocado y bocado, que no se lo dijera a su to.Luego, su vida en el colegio, transcurrida en un tico del segundo bloque, ensombrecidapor una invitacin al campo: pasaba el verano lgubremente, deambulando por lascalles desiertas, ya que su to no quera costear los gastos de su viaje; las nicas sealesde su existencia, recibidas trimestralmente en forma de epstolas, contenan, junto a lasescasas pero puntuales asignaciones, quejas acerca de los gastos de su educacin,

    advertencias contra el despilfarro y lamentaciones por los incumplimientos de losarrendatarios y la prdida de valor de las tierras. Todos estos recuerdos le venan; y con

  • 8/13/2019 Melmoth el errabundo - Charles Robert Maturin.pdf

    5/373

    5

    ellos, la imagen de aquella ltima escena en que los labios de su padre moribundograbaron en l su dependencia respecto a su to:-John, voy a dejarte, mi pobre muchacho; Dios quiere llevarse a tu padre antes de quehaya podido hacer por ti lo que habra hecho esta hora menos dolorosa. John, debesrecurrir a tu to para todo. l tiene sus rarezas y sus debilidades, pero tienes que

    aprender a soportarle con ellas, y con muchas otras cosas tambin, como no tardars enaveriguar. Y ahora, hijo mo, pido al que es padre de todos los hurfanos que consideretu desventurada situacin y abogue en tu favor a los ojos de tu to - y al evocar estaescena en su memoria se le llenaron los ojos de lrimas, y se apresur a enjugrselos enel momento en que el coche se detena para que l bajase ante la verja de la casa de suto.Se ape y, con una muda de ropa envuelta en un pauelo (era su nico equipaje), seacerc a la verja. La casa del guarda estaba en ruinas, y un muchacho descalzo saliapresuradamente de una cabaa contigua para hacer girar sobre su nico gozne lo queen otro tiempo fuera verja y ahora no consista sino en unas cuantas tablas unidas de tanprecaria manera que claqueteaban como sacudidas por un ventarrn. El obstinado poste

    de la verja, cediendo finalmente a la fuerza conjunta de John y de su descalzo ayudante,chirri pesadamente entre el barro y las piedras, donde traz un surco profundo yfangoso, y dej la entrada expedita. John, tras buscar intilmente en el bolsillo algunamoneda con que recompensar a su ayudante, prosigui su marcha, mientras el chico, deregreso, se apart del camino de un salto, precipitndose en el barro con todo elchapoteo y anfibio placer de un pato, y casi tan orgulloso de su agilidad como de servira un seor.Mientras avanzaba John lentamente por el embarrado camino que un dafuera paseo, iba descubriendo, a la dudosa luz del atardecer otoal, signos de crecientedesolacin desde la ltima vez que haba visitado el lugar..., signos que la penuria habaagravado y convertido en clara miseria. No haba valla ni seto alrededor de lapropiedad: un muro de piedras sueltas, sin mortero, en cuyos numerosos boquetescrecan la aliaga o el espino, ocupaba su lugar. No haba un solo rbol o arbusto en elcampo de csped; y el csped mismo se haba convertido en terreno de pasto donde unascuantas ovejas triscaban su escaso alimento en medio de piedras, cardos y tierra dura,entre los que hacan rara y esculida aparicin algunas hojas de yerba.La casa propiamente dicha se recortaba an vigorosamente en la oscuridad del cielonocturno; pues no haba pabellones, dependencias, arbustos ni rboles que la ocultaran ola protegieran y suavizaran la severidad de su silueta. John, tras una melanclica miradaa la escalinata invadida de yerba y a las entabladas ventanas, se dirigia llamar a lapuerta; pero no haba aldaba; piedras sueltas, en cambio, las haba en abundancia; yJohn llam enrgicamente con una de ellas, hasta que los furiosos ladridos de un mastn,

    que amenazaba con romper la cadena a cada salto y cuyos aullidos y gruidos, unidos aunos ojos relucientes y unos colmillos centelleantes, sazonados tanto por el hambrecomo por la furia, hicieron que el asaltante levantara el sitio de la puerta y emprendierael conocido camino que conduca a la cocina. Una luz brillaba dbilmente en la ventana,al acercarse alz el picaporte con mano indecisa; pero cuando vio la reunin que habaen el interior, entr con el paso del hombre que ya no duda en ser bien recibido.En torno a un fuego de turba, cuya abundancia de combustible daba testimonio de laindisposicin del amo, quien probablemente se habra echado l mismo sobre elfuego si hubiera visto vaciar el cubo de carbn de una vez, se hallaban sentados la viejaama de llaves, dos o tres acompaantes - o sea, personas que coman, beban yharaganeaban en cualquier cocina que estuviese abierta a la vecindad con motivo de

    alguna desgracia o alegra, todo por la estima en que tenan a su seora, y por el granrespeto que sentan por su familia -, y una vieja a quien John reconoci inmediatamente

  • 8/13/2019 Melmoth el errabundo - Charles Robert Maturin.pdf

    6/373

    6

    como la curandera de la vecindad..., una sibila marchita que prolongaba su esculidaexistencia ejerciendo sus artes en los temores, ignorancia y sufrimientos de seres tanmiserables como ella. Entre las gentes de buena posicin, a las que a veces tena accesopor mediacin de los criados, aplicaba remedios sencillos, con los que su habilidadobtena a veces resultados productivos. Entre las de clase inferior, hablaba y hablaba de

    los efectos del mal de ojo, contra el que ponderaba las maravillas de algn remedio deinfalible eficacia; y mientras hablaba, agitaba sus grises mechones con tan brujerilansiedad, que jams dejaba de transmitir a su aterrado y medio crdulo auditorio ciertacantidad de ese entusiasmo que, en medio de su conciencia de la impostura, sentaprobablemente ella misma en gran medida; ahora, cuando el caso se revelaba finalmentedesesperado, cuando la misma credulidad perda la paciencia, y la esperanza y la vida seescapaban conjuntamente, instaba al miserable paciente a que confesara que tena algoen el corazn; y cuando arrancaba tal confesin del cansancio del dolor y la ignoranciade la pobreza, asenta y murmuraba misteriosamente, como dando a entender a losespectadores que haba tenido que luchar con dificultades que el poder humano no eracapaz de vencer. Cuando no haba pretexto alguno de indisposicin, entonces visitaba la

    cocina de su seora o la cabaa del campesino; si la obstinacin y la persistenteconvalecencia de la comarca amenazaba con matarla de hambre, an le quedaba unrecurso: si no haba vida que acortar, haba buenaventuras que decir; se vala dehechizos, orculos, levantar figuras y patraas por el estilo que sobrepujan a nuestros

    alcances. Nadie torca tan bien como ella el hilo mstico que deba introducir en lacueva de la calera, en cuyo rincn se hallaba de pie el tembloroso consultante delporvenir, dudando si la respuesta a su pregunta de quin lo sostiene? iba a serpronunciada por la voz del demonio o del amante.Nadie saba averiguar tan bien como ella dnde confluan los cuatro arroyos en los que,llegada la ominosa estacin, deba sumergirse el camisn, y tenderlo luego ante el fuego- en nombre del que no nos atrevemos a mencionar en presencia de odos educados-para que se convirtiese en el malogrado marido antes del amanecer. Nadie como ella deca - saba con qu mano haba que sostener el peine, a la vez que utilizaba la otrapara llevarse la manzana a la boca, durante cuya operacin la sombra del marido-fantasma cruzara el espejo ante el cual se ejecutaba. Nadie era ms hbil y activa enquitar todos los utensilios de hierro de la cocina donde las crdulas y aterradas vctimasde su brujera ejecutaban habitualmente estas ceremonias, no fuera que, en vez de laforma de un joven apuesto exhibiendo un anillo en su blanco dedo, surgiese una figurasin cabeza, se llegase a la chimenea, cogiese un asador largo o, a falta de l, echasemano de un atizador del hogar, y tomase al durmiente, con el largo de ese hierro, lamedida para su atad. Nadie, en fin, saba mejor que ella atormentar o amedrentar a sus

    vctimas hacindolas creer en esa fuerza que puede reducir y de hecho ha reducido lasmentalidades ms fuertes al nivel de las ms dbiles: y bajo el influjo de ella, elcultivado escptico lord Lyttleton aull un da, y rechin y se retorci en sus ltimashoras; como aquella pobre muchacha que, convencida de la horrible visita del vampiro,chillaba y gritaba que su abuelo le chupaba la sangre mientras dorma, y falleci a causadel imaginario horror. se era el ser al que el viejo Melmoth haba confiado su vida,mitad por credulidad, y - como diceHibernic - ms de la mitad por avaricia. Johnavanz entre este grupo, reconociendo a unos, desaprobando a muchos, y desconfiandode todos. La vieja ama de llaves le recibi con cordialidad; l era siempre su niorubio, dijo (entre parntesis, el joven tena el pelo negro como el azabache); y trat dealzar su mano consumida hasta su cabeza en un gesto entre bendicin y caricia, hasta

    que la dificultad de su intento le hizo ver que esa cabeza estaba unas catorce pulgadasms arriba de lo que ella alcanzaba, desde la ltima vez que la acarici. Los hombres,

  • 8/13/2019 Melmoth el errabundo - Charles Robert Maturin.pdf

    7/373

    7

    con la deferencia del irlands hacia una persona de clase superior, se levantaron todos alverle entrar (sus taburetes chirriaron sobre las losas rotas), y desearon a su seora milaos de larga y dichosa vida; y si su seora no iba a tomar alguna cosa para aliviar la

    pena del corazn; y al decir esto, cinco o seis coloradas y huesudas manos le tendieronsendos vasos de whisky a la vez. Durante todo este tiempo, la sibila permaneci en

    silencio sentada en un rincn de la espaciosa chimenea, soltando espesas bocanadas desu pipa. John declin, amable, el ofrecimiento de la bebida, acept las atenciones de lavieja ama cordialmente, mir de reojo a la vieja arrugada del rincn ya continuacinech una ojeada a la mesa, la cual exhiba un banquete muy distinto del que l estabaacostumbrado a ver en tiempos de su seora.Haba un cuenco de patatas que el viejoMelmoth habra considerado suficiente para el consumo de una semana. Haba salmnsalado (lujo desconocido incluso en Londres. Vanse los cuentos de Mrs. Edgeworth:The Absentee).Haba ternera de lo ms tierna, acompaada de callos; por ltimo, haba tambinlangosta y rodaballo frito en cantidad suficiente como para justificar que el autor de estahistoria afirme, suo periculo, que cuando su bisabuelo, el den de Killala, contrat

    criados para el deanato, estos pusieron como condicin que no se les exigiera comerrodaballo o langosta ms de dos veces a la semana. Adems, haba botellas de cervezade Wicklow, amplia y subrepticiamente sacadas de la bodega de su seora, y queahora hacan su primera aparicin en el hogar de la cocina, y manifestaban suimpaciencia por volver a ser taponadas siseando, escupiendo y rebullendo delante delfuego, que provocaba su animosidad. Pero el whisky (genuinamente falsificado, confuerte olor a yerbajo y a humo, y exhalando desafo a la aduana) pareca el verdaderoanfitrin del festn: todo el mundo lo alababa, y los tragos eran tan largos como lasalabanzas.John, viendo la reunin y pensando que su to estaba en la agona, no pudo por menosde recordar la escena de la muerte de don Quijote en la que, a pesar de la pena queproduca la disolucin del esforzado caballero, sabemos que con todo, coma lasobrina, brindaba el ama y se regocijaba Sancho Panza. Despus de correspondercomo pudoa la cortesa de la reunin, pregunt cmo estaba su to . Todo lo mal quese puede estar. Ahora se encuentra mucho mejor, gracias seora, contest lareunin en tan rpido y discordante unsono, que John mir a uno tras otro, no sabiendoa quin o qu creer. Dicen que su seora ha recibido un susto,dijo un individuo dems de seis pies de estatura, acercndose a modo de susurro, y rugiendo las palabrasseis pulgadas por encima de la cabeza de John. Pero luego su seora ha tenido un

    pasmo, dijo un hombre que se estaba bebiendo tranquilamente lo que John habarechazado. A estas palabras, la sibila, que segua en el rincn, se quit lentamente la

    pipa de la boca, y se volvi hacia la concurrencia; jams suscitaron los movimientosoraculares de una pitonisa en su trpode ms terror ni impusieron ms profundo silencio.No est aqui,dijo apretando su dedo marchito contra su arrugada frente, ni aqui... niaqui;y extendi la mano hacia las frentes de los que estaban cerca de ella, todos loscuales inclinaron la cabeza como si recibiesen una bendicin, aunque inmediatamenterecurrieron a la bebida como para asegurarse sus efectos. Todo est aqui... todo est enel corazn; y al tiempo que lo deca, separ y apret los dedos sobre su cavernosopecho con tal vehemencia que hizo estremecer a sus oyentes. Todo est aqui,aadi,repitiendo el gesto (probablemente, alentada por el efecto que haba producido); luegose hundi en su asiento, volvi a coger su pipa, y no dijo ya nada ms. En este momentode involuntario temor por parte de John, y de aterrador silencio por parte del resto de los

    presentes, se oy un ruido inslito en la casa, y toda la reunin dio un respingo como sihubieran descargado en medio de ellos un mosquete: fue el desacostumbrado sonido de

  • 8/13/2019 Melmoth el errabundo - Charles Robert Maturin.pdf

    8/373

    8

    la campanilla de Melmoth. Sus criados eran tan pocos, y se hallaban tan asiduamentejunto a l, que el sonido de la campanilla les sobresalt como si doblase por su propioentierro. Siempre la haca sonar con la mano para llamarme a m, dijo la vieja amade llaves, saliendo apresuradamente de la cocina; l deca que hacerlo con el tiradorestropeaba el cordn.

    El sonido de la campana hizo pleno efecto. El ama entr atribulada en la habitacinseguida de varias mujeres, las plaideras irlandesas, dispuestas todas a recetar almoribundo o a llorar al muerto, todas dando palmadas con sus manos callosas oenjugndose sus ojos secos. Estas brujas rodearon el lecho; y viendo su sonora, violentay desesperada afliccin, y oyendo sus gritos de Ay, se nos va, su seora se nos va, suseora se nos va!,uno habra imaginado que sus vidas estaban unidas a l como las delas esposas de la historia de Simbad el Marino, que eran enterradas vivas con el cadverde sus maridos. Cuatro de ellas se retorcan las manos y geman alrededor de la cama,mientras otra, con toda la destreza de una Mrs. Quickly, palpaba los pies de su seora,y ms y ms arriba, y todo estaba fro como una piedra.El viejo Melmoth apart los pies de la zarpa de la bruja, cont con su aguda mirada

    (aguda, teniendo en cuenta el inminente ofuscamiento de la muerte) el nmero de lasque se haban congregado alrededor de su lecho, se incorpor apoyndose en su afiladocodo y, apartando al ama de llaves (que trataba de arreglarle el gorro de dormir que se lehaba ladeado con el forcejeo y daba a su rostro macilento y moribundo una especie degrotesca ferocidad), bram en un tono tal que hizo estremecer a los presentes: Quindiablos os ha trado aqu? La pregunta dispers la reunin por un momento; peroreagrupndose instantneamente, conferenciaron en voz baja; y tras santiguarse variasveces, murmuraron: El diablo... el Seor nos asista; lo primero que ha dicho ha sido elnombre del diablo.

    -S -rugi el invlido-, y el diablo es lo primero que ven mis ojos!-Dnde, dnde? -exclam la aterrada ama de llaves pegndose al invlido, y medioocultndose en la manta que arranc sin piedad a las agitadas y descubiertas piernas desu seor.-Ah, ah -repeta l (durante la batalla de la manta), sealando a las agrupadas yaterradas mujeres, presas de horror al verse tratadas como los mismos demonios a losque haban venido a conjurar.-Oh!, el Seor le conserve la cabeza a su seora -dijo el ama de llaves en un tono msconciliador, cuando se le hubo pasado el miedo -; estoy segura de que su seora lasconoce a todas, sta se llama... y sta... y sta... - fue sealando a cada una de ellas,aadiendo su nombre, que nosotros pasamos por alto para ahorrar al lector la tortura deeste recitado (como prueba de nuestra lenidad, incluiremos solamente el ltimo,

    Cotchleen O'Mulligan).-Mientes, perra! -gru Melmoth-: el nombre de stas es Legin, pues son muchas...scalas de esta habitacin... aljalas de la puerta; si allan a mi muerte, aullarn deveras..., pero no por mi muerte (pues me vern muerto, y condenado tambin, con losojos secos), sino por el whisky que habran robado si hubiesen podido - y el viejoMelmoth sac una llave que tena debajo de la almohada y la agit en un intil triunfoante la vieja ama, la cual posea desde mucho tiempo atrs un medio de acceder a labebida que su seoraignoraba -, y por la falta de provisiones con que las mimas.-Mimarlas, Jess! - exclam el ama.-S; adems, por qu hay tantas velas encendidas, todas de a cuatro lo menos; y lomismo abajo, estoy seguro. Ah!, eres... eres un demonio derrochador.

    -La verdad, seora, es que todas son de a seis.

  • 8/13/2019 Melmoth el errabundo - Charles Robert Maturin.pdf

    9/373

    9

    -De a seis... y por qu diablos has encendido de a seis?; es que crees que estisvelando al difunto ya? Eh?-Oh!, todava no, seora, todava no - corearon las brujas -, eso cuando llegue la horadel Seor, seora - aadieron con mal reprimida impaciencia por que talacontecimiento sucediera.

    -Su seora debera pensar en poner en paz su alma.-sa es la primera frase razonable que has dicho - dijo el moribundo -, treme midevocionario; est debajo de ese viejo sacabotas... sacdele las telaraas; no lo heabierto desde hace aos - se lo tendi la vieja administradora, a la que dirigi unamirada de reproche -. Quin te ha mandado encender velas de a seis en la cocina,acmila dilapidadora? Cuntos aos hace que vives en esta casa?-No lo s, seora.- Y has visto alguna vez un solo derroche o dispendio en ella?-Oh, nunca, nunca, seora!-Y se ha derrochado alguna vez una sola vela en la cocina?-Nunca, nunca, seora.

    -Y no has sido siempre todo lo ahorrativa que te han permitido la mano y la cabeza y elcorazn?-Oh, s, desde luego, seora!; cualquier alma a nuestro alrededor lo sabe..., todo elmundo piensa con justicia, seora, que tenis la casa y la mano ms cerradas de laregin... Su seora ha dado siempre buena prueba de ello.-Entonces, cmo te atreves a abrir mi puo antes de que me lo haya abierto la muerte?- dijo el avaro moribundo agitando hacia ella su flaca mano -. Huelo a carne en la casa...y he odo voces... he odo girar la llave de la puerta una y otra vez. Ah, si pudieralevantarme! - dijo, derrumbndose en el lecho con impaciente desesperacin -. Ah, sipudiera levantarme para ver el dispendio y la ruina que se est cometiendo! Pero estome matar - prosigui, hundindose en el flaco cabezal, pues nunca se permiti el lujode emplear una almohada como Dios manda -, me matar... slo el pensarlo me estmatando ya.Las mujeres, decepcionadas y frustradas, tras varios guios y susurros, salieronprecipitadamente de la habitacin, pero fueron llamadas por las voces vehementes delviejo Melmoth.-Adnde vais ahora? A la cocina a hartaros de comer y de empinar el codo? Noquiere ninguna quedarse a escuchar, mientras se lee una oracin por m? Algn da oshar falta tambin, brujas.Aterrada por esta reconvencin y amenaza, la comitiva regres en silencio; y se fueroncolocando todas alrededor de la cama, mientras el ama, aunque catlica, pregunt si su

    seora deseaba que viniera un pastor a administrarle los derechos (ritos) de su Iglesia.Los ojos del moribundo chispearon de enojo ante tal proposicin.-Para qu? ...para que le den una bufanda y una cinta de sombrero en el funeral?Anda, leme las oraciones, vieja... algo salvarn.El ama hizo el intento, pero no tard en renunciar, alegando, con justicia, que tena losojos llorosos desde que su seora cayera enfermo.-Eso es porque siempre andas bebiendo - dijo el invlido con un gesto de malevolenciaque la contraccin de la cercana muerte convirti en rictus espantoso-. Eh!... no hayninguna, entre las que rechinis y gems ah, que pueda coger un devocionario por m?Imprecadas de este modo, una de las mujeres ofreci sus servicios; y de ella habrapodido decirse con toda justicia, como del muy habilidoso hombre del reloj de los

    tiempos de Dogberry, que saba leer y escribir por naturaleza;pues jams haba idoa la escuela, y no haba visto ni abierto un devocionario protestante en su vida; sin

  • 8/13/2019 Melmoth el errabundo - Charles Robert Maturin.pdf

    10/373

    10

    embargo, sigui adelante y, con ms nfasis que discrecin, ley casi todo el serviciode parida, el cual, como viene en los devocionarios despus del de los entierros,quiz crey que tena relacin con el estado del invlido.Lea con gran solemnidad... Fue una lstima que la interrumpieran dos veces durante sudeclamacin, una el viejo Melmoth, quien, poco despus del comienzo de los rezos, se

    volvi hacia la vieja ama y le dijo en un tono escandalosamente audible: Baja a lacocina y cierra el tiro de la chimenea para que no gaste; y cierra la puerta con llave, yque te oiga yo cerrarla. No puedo pensar en otra cosa mientras no me hagas eso. Laotra corri a cargo del joven John Melmoth, quien haba entrado sigilosamente en lahabitacin al or las inadecuadas palabras que recitaba la ignorante mujer: tomndole eldevocionario de las manos, al tiempo que se arrodillaba junto a ella, ley con vozcontenida parte del servicio solemne que, de acuerdo con las normas de la Iglesiaanglicana, est destinado a reconfortar a los que estn a punto de expirar.-sa es la voz de John - dijo el moribundo; y el poco afecto que haba manifestadosiempre por el desventurado muchacho inund en este momento su duro corazn, y loconmovi. Se senta, tambin, rodeado de sirvientes desalmados y rapaces; y por escasa

    que hubiese sido su confianza en un pariente al que haba tratado siempre como a unextrao, comprendi que en esta hora no era ningn desconocido; y se aferr a esteapoyo como a una paja en medio de un naufragio -. John, mi pobre muchacho, ests ah.Te he tenido lejos de m cuando estaba vivo, y ahora eres quien ms cerca est de m enmi ltima hora... John, sigue leyendo.John, profundamente conmovido por el estado en que vea a este pobre hombre, contoda su riqueza, as como su solemne peticin de consuelo en sus ltimos momentos,sigui leyendo; pero poco despus su voz se hizo confusa, por el horror con queescuchaba el creciente hipo del paciente, el cual, sin embargo, se volva de cuando encuando, con gran trabajo, a preguntarle al ama si haba cerrado el tiro. John, que era un

    joven sensible, se levant un poco nervioso.-Cmo!, me dejas como los dems? - dijo el viejo Melmoth, tratando de incorporarseen la cama.-No, seor - dijo John, observando el alterado semblante del moribundo -; es que meparece que necesitis algn refrigerio, algn remedio, seor.-S; lo necesito, lo necesito, pero en quin puedo confiar para que me lo traiga? stas(y sus ojos macilentos vagaron por el grupo), stas me envenenarn.-Confiad en m, seor - dijo John -; yo ir a casa del boticario, o a quienquiera queacostumbris acudir.El viejo le cogi la mano, le atrajo a la cama, lanz a los presentes una miradaamenazadora y, no obstante, recelosa, y luego susurr con una voz de agnica ansiedad:

    -Quiero un vaso de vino; eso me mantendr vivo unas horas. Pero no hay nadie en quienpueda confiar para que me lo traiga... me robaran una botella y me arruinaran.John se qued estupefacto.-Seor, por el amor de Dios, permitidme a m traeros un vaso de vino.-Sabes dnde est? - dijo el viejo con una expresin en el rostro que John no logrentender.-No, seor; sabis que yo he sido ms bien un extrao aqu.-Toma esta llave - dijo el viejo Melmoth, tras un espasmo violento -; toma esta llave; elvino est en ese cuarto: Madeira.Yo siempre les he dicho que no haba nada ah, peroellos no me crean; de lo contrario, no me habran robado como lo han hecho. Una vezles dije que era whisky, pero eso fue peor, porque entonces empezaron a beber el doble.

  • 8/13/2019 Melmoth el errabundo - Charles Robert Maturin.pdf

    11/373

    11

    John cogi la llave de su to; el moribundo le apret la mano. Y John, interpretndolocomo un gesto de afecto, le devolvi el apretn. Pero se sinti decepcionado al orlesusurrar:-John, muchacho, no bebas t mientras ests ah dentro.-Dios Todopoderoso! - exclam John, arrojando indignado la llave sobre la cama;

    luego, recordando que el miserable ser que tena delante no poda ser ya objeto deresentimiento alguno, le prometi lo que le peda, y entr en el cuarto jams hollado porotros pies que los del viejo Melmoth por espacio de casi sesenta aos.Tuvo dificultad en encontrar el vino, y tard lo bastante como para despertar sospechasen su to..., pero su espritu se senta turbado y su mano insegura. No pudo por menos deobservar la singular expresin de su to, en la que a la palidez de la muerte vena asumrsele el temor a concederle permiso para entrar en dicho cuarto. Ni le pasaroninadvertidas las miradas de horror que las mujeres intercambiaron al verle dirigirse a lapuerta. Y, finalmente, cuando entr, su memoria fue lo bastante malvola como paraevocar vagos recuerdos de una historia, demasiado horrible para la imaginacin,relacionada con este cuarto secreto. Record que, durante muchsimos afios, no se saba

    que hubiese entrado nadie en l, aparte de su to.Antes de salir, levant la mortecina luz y mir en torno suyo con una mezcla de terror ycuriosidad. Haba infinidad de trastos viejos e intiles, tal como se sabe que sealmacenan y se pudren en el gabinete de un avaro; pero los ojos de John se sintieronatrados durante un instante, como por arte de magia, hacia un retrato que colgaba de lapared. Y le pareci, incluso a su mirada inexperta, que era muy superior en calidad a lamultitud de retratos de familia que acumulan polvo eternamente en las paredes de lasmansiones familiares. Representaba a un hombre de edad mediana. No haba nadanotable en su ropa o en su semblante; pero sus ojos, le dio la impresin, tenan esamirada que uno deseara no haber visto jams, y que comprende que no podr olvidar yanunca. De haber conocido la poesa de Southey, habra podido exclamar a menudo,despus, a lo largo de su vida:

    Slo los ojos tenan vida,

    Brillaban con la luz del demonio.

    Thalaba

    Movido por un impulso a la vez irresistible y doloroso, se acerc al retrato, sostuvo lavela ante l, y pudo distinguir las palabras del borde del cuadro: Jno. Melmoth, anno1646. John no era ni de naturaleza tmida, ni de constitucin nerviosa, ni de hbitosupersticioso; sin embargo, sigui mirando con estpido horror este singular retrato

    hasta que, despertado por la tos de su to, volvi apresuradamente al aposento. El viejose trag el vino de un sorbo. Pareci revivir un poco; haca tiempo que no probaba uncordial de esta naturaleza..., su corazn se anim en una momentnea confianza.-John, qu has visto en ese cuarto?-Nada, seor.-Eso es mentira; todo el mundo quiere engaarme o robarme.-Seor, yo no pretendo hacer ninguna de esas dos cosas.-Bueno, qu has visto que... que te haya chocado?-Slo un retrato, seor.-Un retrato, seor...! Pues yo te digo que el original est vivo todava!John, aunque se hallaba an bajo el efecto de sus recientes impresiones, no pudo por

    menos de mirarle con incredulidad.

  • 8/13/2019 Melmoth el errabundo - Charles Robert Maturin.pdf

    12/373

    12

    -John - susurr su to -; John, dicen que me estoy muriendo de esto y de aquello; unosdicen que por falta de alimento y otros que por falta de medicinas... pero, John - y surostro se puso espantosamente lvido -, de lo que me estoy muriendo es de terror. Esehombre - y extendi su flaco brazo hacia el cuarto secreto como si sealara a un ser vivo-, ese hombre, y tengo mis buenas razones para saberlo, est vivo todava.

    -Cmo es posible, seor - dijo John involuntariamente -. La fecha del cuadro es de1646.-La has visto... has reparado en ella - dijo su to -. Bueno... - se arrebuj y asinti con lacabeza, en su cabezal, por un momento; despus, agarrando la mano de John con unaexpresin indescifrable, exclam-: Le vers otra vez; est vivo - luego, hundindosenuevamente en el cabezal, cay en una especie de sueo o estupor, con los ojos abiertosan, y fijos en John.La casa se encontraba ahora completamente en silencio, y John tuvo tiempo y espaciopara reflexionar. En su mente se agolpaban pensamientos que no deseaba tener, peroque tampoco rechazaba. Pensaba en los hbitos y el carcter de su to, y le daba vueltasuna y otra vez al asunto; y se dijo a s mismo: Es el ltimo hombre de la tierra que

    caera en la supersticin. Jams ha pensado en otra cosa que en la cotizacin de losvalores y las variaciones de la bolsa, y en mis gastos de colegio, que es lo que ms lepesaba en el corazn. Y que este hombre se muera de terror... de un terror ridculo a queun hombre de hace ciento cincuenta aos viva todava; sin embargo... sin embargo, seest muriendo. John se interrumpi; porque la realidad confunde al lgico msobstinado. Con toda su dureza de espritu y de corazn, se est muriendo de miedo. Lohe odo en la cocina, y lo he odo de l mismo... no pueden engaarle. Si me hubierandicho que era nervioso, o imaginativo, o supersticioso..., pero una persona tan insensiblea todas esas impresiones..., un hombre que, como dice el pobre Butler en el Anticuario,de sus Remaim, habra vendido a Cristo otra vez por las monedas de plata que Judasobtuvo... que un hombre as se muera de espanto! Pero lo cierto es que se estmuriendo, se dijo John clavando sus ojos temerosos en el hocico contrado, ojosvidriosos, mandbula cada, y todo el horrible aparato de la facies hippocratica quemostraba, y que no tardara en dejar de mostrar.El viejo Melmoth pareca en este momento sumido en un profundo estupor; sus ojoshaban perdido la poca expresin que haba revelado antes, y sus manos, que haca pocoagarraron convulsivamente las mantas, haban aflojado su breve y temblonacontraccin, y permanecan ahora extendidas a lo largo de la cama como garras dealguna ave que hubiese perecido de hambre... as de flacas eran, as de amarillas, as derelajadas. John, poco acostumbrado a la visin de la muerte, crey que slo era sntomade que se iba a dormir; y, movido por un impulso que no se atreva a confesarse a s

    mismo, cogi la miserable luz y se aventur una vez ms a entrar en el cuarto prohibido:la cmara azul de la morada. El movimiento sac al moribundo de su sopor, que seincorpor como por un resorte en la cama. John no pudo verle, pues se hallaba ahora enel cuarto; pero le oy gruir, o ms bien oy el farfullar ahogado y gutural que anunciael horrible conflicto entre la convulsin muscular y la mental. Se sobresalt; dio mediavuelta; pero al hacerla, le pareci percibir que los ojos del retrato, en los que habafijado los suyos, se haban movido, y regres precipitadamente junto al lecho de su to.El viejo Melmoth expir en el transcurso de esa noche, y lo hizo como haba vivido, enuna especie de delirio de avaricia. John no poda haber imaginado escena ms horribleque la que le depararon las ltimas horas de este hombre. Juraba y blasfemaba apropsito de tres monedas de medio penique que le faltaban, segn deca, en una cuenta

    que haba sacado con su moro de cuadra, unas semanas atrs, a propsito del heno parael famlico caballo que tena. Luego agarr la mano de John y le pidi que le

  • 8/13/2019 Melmoth el errabundo - Charles Robert Maturin.pdf

    13/373

    13

    administrara el sacramento. Si mando venir al pastor, me supondr algn gasto que nopuedo pagar... no puedo. Dicen que soy rico... mira esta manta; pero no me importara,si pudiera salvar mi alma. y delirando, aada: La verdad, doctor, es que soy muypobre. Nunca he molestado a un pastor, y todo lo que necesito es que me concedis dosinsignificantes favores, muy poca cosa para vos: que salvis mi alma, y (susurrando)

    que me consigis un atad de la parroquia... no me queda bastante dinero para unentierro. Siempre he dicho a todo el mundo que soy pobre; pero cuanto ms lo digo,menos me creen.John, profundamente disgustado, se apart de la cama y se sent en un rincn. Lasmujeres estaban otra vez en la habitacin, ahora muy oscura. Melmoth se haba calladoa causa de la debilidad, y durante un rato rein un silencio mortal. En ese momento,John vio abrirse la puerta y aparecer en ella una figura que mir por toda la habitacin;luego, tranquila y deliberadamente, se retir; aunque no antes de que John descubrieraen su rostro el mismsimo original del retrato. Su primer impulso fue proferir unaexclamacin; pero se haba quedado sin aliento. Iba, pues, a levantarse para perseguir ala figura, pero una breve reflexin le contuvo. Nada ms absurdo que alarmarse o

    asombrarse por el parecido entre un hombre vivo y el retrato de un muerto! Lasemejanza era, desde luego, lo bastante grande como para que le chocara, aun en estahabitacin a oscuras; pero sin duda se trataba de un parecido tan slo; y aunque podaser lo suficientemente impresionante como para aterrar a un anciano de hbitossombros y retrados, y de constitucin endeble, John decidi que no deba producir elmismo efecto en l.Pero mientras se felicitaba por esta decisin, se abri la puerta, apareci en ella lafigura, y le hizo seas afirmativas con la cabeza con una familiaridad en cierto modosobrecogedora. John se levant de un salto esta vez, dispuesto a perseguirla; pero lapersecucin qued frustrada en ese momento por unos dbiles aunque escalofrianteschillidos de su to, quien forcejeaba a la vez con la vieja ama y con las ansias de lamuerte. La pobre mujer, preocupada por la reputacin de su seor y la suya propia,trataba de ponerle un camisn y un gorro de dormir limpios; y Melmoth, que tena la

    justa sensacin de que le estaban quitando algo, gritaba dbilmente:-Me estn robando... robndome en mi ltima hora... robando a un moribundo. John...no me ayudas?.. morir como un pordiosero; me estn quitando mi ltimo camisn...morir como un pordiosero...Y el avaro expir.

    You that wander; scream, and groan,Round the mansions once you owned

    ROWE

    Pocos das despus del funeral, se abri el testamento en presencia de loscorrespondientes testigos, y John se encontr con que era heredero nico de lapropiedad de su to, la cual, aunque originalmente moderada, debido a la avaricia y a lavida mezquina de su to, se haba incrementado considerablemente.Al concluir la lectura del testamento, el abogado afiadi:-Hay unas palabras aqu, en la esquina del pergamino, que no parecen formar parte deltestamento, ya que no tienen forma de codicilo ni llevan la firma del testador; pero, a mientender, son de puo y letra del difunto.

  • 8/13/2019 Melmoth el errabundo - Charles Robert Maturin.pdf

    14/373

    14

    Mientras hablaba, le mostr las lneas a Melmoth, quien inmediatamente reconoci laletra de su to (aquella letra perpendicular y tacaa que pareca decidida a aprovechar elpapel al mximo, abreviando ahorrativamente cada palabra y dejando apenas un tomode margen), y ley, no sin emocin, lo siguiente: Ordeno a mi sobrino y heredero,

    John Melmoth, que quite, destruya o mande destruir, el retrato con la inscripcin J.

    Melmoth, 1646, que cuelga de mi cuarto. Asimismo, le insto a que busque unmanuscrito, que creo hallar en el tercer cajn, el de ms abajo, de la izquierda de la

    cmoda de caoba que hay bajo dicho retrato; est entre unos papeles sin valor, tales

    como sermones manuscritos y folletos sobre el progreso de Irlanda y cosas as; lo

    distinguir porque est atado con una cinta negra, y el papel se encuentra muy

    estropeado y descolorido. Puede leerlo si quiere; pero creo que es mejor que no lo

    haga. En todo caso, le insto, si es que queda alguna autoridad en un moribundo, a que

    lo queme.

    Despus de leer esta nota singular, prosiguieron con el asunto de la reunin; y como eltestamento del viejo Melmoth estaba muy claro y legalmente redactado, todo quedsolucionado en seguida; y se disolvi la asamblea y John Melmoth se qued a solas.

    Debamos haber mencionado que los tutores designados por el testamento (ya que anno haba alcanzado la mayora de edad) le aconsejaron que regresara al colegio ycompletara puntualmente su educacin; pero John adujo la conveniencia de tributar eldebido respeto a la memoria de su to permaneciendo un tiempo decoroso en la casa,despus del fallecimiento. No era ste el verdadero motivo. La curiosidad, o quiz,mejor, la feroz y pavorosa obsesin por la persecucin de un objeto indeterminado, sehaba apoderado de su espritu. Sus tutores (hombres respetables y ricos de la vecindad,y a cuyos ojos haba aumentado rpida y sensiblemente la importancia de John desde lalectura del testamento), le insistieron para que se alojase temporalmente en susrespectivas casas, hasta que decidiera regresar a Dubln. John declin agradecido, perocon firmeza, estos ofrecimientos. Pidieron todos sus caballos, le estrecharon la mano alheredero y se marcharon..., y Melmoth se qued solo.El resto del da lo pas sumido en lgubres y desasosegadas reflexiones, registrando laalcoba de su to, acercndose a la puerta del cuarto secreto para, a continuacin,retirarse de ella, vigilando las nubes y escuchando el viento, como si la oscuridad de lasunas o los murmullos del otro le aliviaran en vez de aumentar el peso que gravitabasobre su espritu. Finalmente, hacia el anochecer, llam a la vieja mujer, de quienesperaba alguna explicacin sobre las extraordinarias circunstancias que habapresenciado a su llegada a la casa de su to. La anciana, orgullosa de que se la llamara,acudi en seguida; pero tena muy poco que decir. Su informacin discurri ms omenos en estos trminos (ahorramos al lector sus interminables circunloquios, sus giros

    irlandeses y las frecuentes interrupciones debidas a sus aplicaciones de rap y al ponchede whisky que Melmoth tuvo buen cuidado de servirle). Declar que su seora (comollamaba siempre al difunto) entraba a menudo en el pequeo gabinete del interior de sualcoba, a leer, durante los dos ltimos aos; que la gente, sabedora de que su seoratena dinero, y suponiendo que lo guardaba en ese sitio, haba entrado en el cuarto (enotras palabras, haba habido un intento de robo), aunque no haban encontrado ms quepapeles, y se haban marchado sin llevarse nada; que l se asust tanto que mand tapiarla ventana, pero ella estaba convencida de que habla algo ms, pues cuando su seoraperda tan slo medio penique, lo proclamaba a los cuatro vientos, y, en cambio, unavez que estuvo tapiada la ventana, no volvi a decir ni media palabra; que despus suseora sola encerrarse con llave en su propia habitacin, y aunque nunca fue

    aficionado a la lectura, le encontraba siempre, al subirle la cena, inclinado sobre unpapel, que esconda tan pronto como alguien entraba en su habitacin, y que una vez

  • 8/13/2019 Melmoth el errabundo - Charles Robert Maturin.pdf

    15/373

    15

    hubo un gran revuelo por un cuadro que l trataba de esconder; que sabiendo que habauna extraa historia en la familia, hizo lo posible por enterarse, y hasta fue a casa deBiddy Branningan (la sibila curandera antes mencionada) para averiguar la verdad, peroBiddy se limit a mover negativamente la cabeza, llenar su pipa, pronunciar algunaspalabras que ella no logr entender, y a seguir fumando; que tres das antes de que su

    seora cayera (es decir, enfermara), estaba ella en la entrada del patio (que en otrotiempo se hallaba rodeado por los establos, el palomar y todos los etcteras habitualesde la residencia de un hacendado, pero que ahora era tan slo una ruinosa fila dedependencias desmanteladas, techadas con albarda y ocupadas por cerdos), cuando suseora le grit que cerrara la puerta con llave (su seora estaba siempre ansioso porcerrar las puertas temprano), e iba a hacerlo ella apresuradamente cuando le arrebat lla llave de una manotada, espetando una maldicin (pues andaba siempre preocupadopor cerrar con llave, aunque las cerraduras se hallaban en muy mal estado, y las llavesestaban tan herrumbrosas que al girar sonaban en la casa como quejido de muerto); quese qued un minuto de pie, viendo lo furioso que estaba, hasta que l le devolvi lallave, y luego le oy soltar un grito y le vio desplomarse en la entrada; que ella se

    apresur a levantarlo, esperando que fuera un ataque; que lo encontr tieso y sinsentido, por lo que grit pidiendo ayuda; que la servidumbre de la cocina acudi aayudarla; que ella estaba tan asustada y aterrada que no saba lo que haca ni deca; perorecordaba, con todo su terror, que al recobrarse, su primer signo de vida fue alzar elbrazo sealando hacia el patio, y en ese momento vio la figura de un hombre alto cruzarel patio, y salir, no supo por dnde ni cmo, pues la verja de entrada estaba cerrada conllave y no haba sido abierta desde haca aos, y ellos se encontraban reunidos todosalrededor de su seora, junto a la otra puerta; ella vio la figura, su sombra en el muro, yla vio avanzar len- tamente por el patio; y presa de terror, haba exclamado:Detenedle!; pero nadie le haba hecho caso porque estaban ocupados en atender a suseora; y cuando le trasladaron a su alcoba, nadie pens sino en hacerle volver en sotra vez. y no poda decir nada ms. Su seora (el joven Melmoth) saba tanto comoella, haba conocido su ltima enfermedad, haba odo sus ltimas palabras, le habavisto morir... as que cmo iba a saber ella ms que su seora.-Cierto - dijo Melmoth -; es verdad que le he visto morir; pero... usted ha dicho quehaba una extraa historia en la familia: no sabe nada sobre el particular?-Ni una palabra; es de mucho antes de mi poca, de antes de que naciera yo.-S, quiz sea as; pero fue mi to alguna vez supersticioso, imaginativo?Y Melmoth se vio obligado a emplear muchas expresiones sinnimas, antes de hacersecomprender. Cuando lo consigui, la respuesta fue clara y decisiva:-No, nunca. Cuando su seora se sentaba en la cocina, durante el invierno, para

    ahorrarse el fuego de su propia habitacin, jams soportaba las charlas de las viejas quevenan a encender sus pipas a las veces (de vez en cuando). Sola mostrarse tanimpaciente que se limitaban a fumar en silencio, sin el consolador acompaamiento deun mal chismorreo sobre algn nio que sufra mal de ojo, o algn otro que, aunque enapariencia era un mocoso llorn, quejica y lisiado durante el da, por la noche ibaregularmente a bailar con la buena gente a la cima del monte vecino, atrado con estemotivo por el sonido de una gaita que indefectiblemente oa a la puerta de su cabaatodas las noches.Los pensamientos de Melmoth comenzaron a adquirir tintes algo ms sombros al oresta informacin. Si su to no era supersticioso, puede que su extraa y repentinaenfermedad, y hasta la terrible visita que la precedi, se debiera a alguna injusticia que

    su rapacidad haba cometido con la viuda y el hurfano. Pregunt indirecta ycautamente a la vieja al respecto... y su respuesta absolvi por entero al difunto.

  • 8/13/2019 Melmoth el errabundo - Charles Robert Maturin.pdf

    16/373

    16

    -Era un hombre dijo - de mano y corazn duros, pero tan celoso de los derechos de losdems como de los suyos propios. Habra matado de hambre al mundo entero, pero nohabra estafado ni medio penique.El ltimo recurso de Melmoth fue mandar llamar a Biddy Brannigan, que an seencontraba en la casa, de la que esperaba or al menos la extraa historia que la vieja

    confesaba que haba en la familia. Lleg, pues, y al presentarse a Melmoth, fue curiosoobservar la mezcla de servilismo y autoridad de su mirada, resultado de los hbitos desu vida, que eran, alternativamente, uno de abyecta mendicidad y otro de arrogante perohbil impostura. Al hacer su aparicin, se qued en la puerta, temerosa, y con unainclinacin reverencial, murmurando palabras que, con la posible pretensin debendiciones, tenan, sin embargo, por el tono spero y el aspecto brujeril de la quehablaba, toda la apariencia de maldiciones; pero al ser interrogada acerca de la historia,se infl de importancia: su figura pareci dilatarse espantosamente como la de Alecto deVirgilio, que en un momento cambia su apariencia de dbil anciana por la de una furiaamenazadora. Entr decidida en la habitacin, se sent, o ms bien se acuclill junto alhogar de la chimenea como una liebre, a juzgar por su silueta, extendi sus manos

    huesudas y secas hacia el fuego, y se meci durante largo rato en silencio, antes decomenzar su narracin. Cuando la hubo terminado, Melmoth sigui, atnito, en elestado de nimo en que le haban sumido las ltimas circunstancias singulares...escuchando con variadas y crecientes emociones de inters, curiosidad y terror unahistoria tan disparatada, tan improbable o, mejor, tan realmente increble, que de nohaberse dominado se habra ruborizado hasta la raz del cabello. Resultado de estasimpresiones fue la decisin de visitar el cuarto secreto y examinar el manuscrito esamisma noche.Pero de momento era imposible llevar a cabo tal resolucin porque, al pedir luces, elama le confes que la ltima haba ardido en el velatorio de su seoria; as que se leencarg al muchacho descalzo que fuese corriendo al pueblo vecino y trajese velas; y sipueden, que te dejen un par de palmatorias, aadi el ama.-No hay palmatorias en la casa? -pregunt Melmoth.-Las hay, cario, y muchas, pero no tenemos tiempo para abrir el viejo , arcn, pues lasplateadas estn en el fondo, y las de bronce, que son las que andan por ah (en la casa),una no tiene el casquillo de encajar la vela, y la otra no tiene pie.- Y cmo ha sujetado la ltima? - pregunt Melmoth .-La encaj en una patata -precis el ama.Conque ech a correr desalado el mozo, y Melmoth, hacia el anochecer, se retir ameditar.Era una noche apropiada para la meditacin, y Melmoth tuvo tiempo de sobra, antes de

    que el mozo regresara con el recado. El tiempo era fro y oscuro; pesadas nubesprometan una larga y lgubre sucesin de lluvias otoales; pasaban rpidas las nubes,una tras otra, como oscuros estandartes de una hueste inminente cuyo avance significarala devastacin. Al inclinarse Melmoth sobre la ventana, cuyo desencajado marco, aligual que sus cristales rajados y rotos, temblequeaba a cada rfaga de viento, sus ojos nodescubrieron otra cosa que la ms deprimente de las perspectivas: el jardn de un avaro.Muros derruidos, paseos invadidos por la maleza y una yerba baja y desmedrada que nisiquiera era verde, y rboles sin hojas, as como una lujuriante cosecha de ortigas ycardos que alzaban sus desgarbadas cabezas all donde un da hubo flores, oscilando ymecindose de manera caprichosa y desagradable al azotarlos el viento. Era un verdorde cementerio, el jardn de la muerte. Se volvi hacia la habitacin en busca de alivio,

    pero no haba alivio all: el enmaderado estaba negro de mugre, y en muchos sitios sehallaba rajado y despegado de la pared; la herrumbrosa parrilla del hogar,

  • 8/13/2019 Melmoth el errabundo - Charles Robert Maturin.pdf

    17/373

    17

    desconocedora desde haca aos de lo que era un fuego y entre cuyas barras deslucidasno sala sino humo desagradable; las sillas desvencijadas con los asientos desfondados,y la gran butaca de cuero exhibiendo el relleno alrededor de los bordes gastados,mientras los clavos, aunque en su sitio, haban dejado de sujetar lo que un daaseguraran; la repisa de la chimenea, que, sucia ms por el tiempo que por el humo,

    mostraba por todo adorno la mitad de unas despabiladeras, un andrajoso almanaque de1750, un reloj enmudecido por falta de reparacin y una escopeta oxidada y sin llave.Evidentemente, el espectculo de desolacin hizo que Melmoth volviera a suspensamientos, pese a lo inquietos y desagradables que erar Recapitul la historia de lasibila, palabra por palabra, con el aire del hombre que est interrogando a un testigo ytrata de que se contradiga.El primero de los Melmoth, dice ella, que se estableci en Irlanda fue un oficial delejrcito de Cromwell, que obtuvo una cesin de tierras, propiedal confiscada a unafamilia irlandesa adicta a la causa real. El hermano mayor d este hombre haba viajadopor el extranjero y haba residido en el continent durante tanto tiempo que su familiahaba llegado a olvidarlo por completo. No haba ayudado el afecto a tenerle en la

    memoria, pues corran extraas historias acerca del viajero. Se deca que era como el"mago condenado del gra: Glendower", "un caballero que posea singulares secretos".Tngase en cuenta que, en esta poca, e incluso ms tarde, la creencia en la astrologay la brujera estaba muy generalizada. Incluso durante el reinado de Carlos II, Drydencalcul el nacimiento de su hijo Carlos, los ridculos libros de Glanville estaban enboga, y Del Ro y Wierus eran tan populares que hasta un autor dramtico (Shadwell)lleg a citarlos abundantemente en notas anejas a su curiosa comedia sobre las brujas deLancashire. Se deca que en vida de Melmoth, el viajero lleg a hacerle una visita; yaunque por aquellas fechas deba de ser de edad considerablemente avanzada, paraasombro de su familia, su persona no denotaba el ms ligero indicio de tener un ao msque la ltima vez que le vieron. Su visita fue corta, no habl para nada del pasado ni delfuturo, ni su familia le alent a hacerlo. Se dijo que no se sentan a gusto en presenciasuya. Al marcharse, les dej su retrato (el mismo que Melmoth haba visto en el cuartosecreto, fechado en 1646); y no le volvieron a ver. Aos aos m tarde, lleg unapersona de Inglaterra, se dirigi a la casa de los Melmoth preguntando por el viajero ydando muestras del ms maravilloso e insaciable deseo de obtener alguna noticia de l.La familia no pudo facilitarle ninguna, tras unos das de inquietas indagaciones y denerviosismo, se march dejando ya por negligencia, ya con toda intencin, unmanuscrito que contena un extraordinaria relacin de las circunstancias bajo las cualeshaba conocido John Melmoth el Viajero (como l le llamaba).Guardaron el manuscrito y el retrato, y corri el rumor de que an viva, que le haban

    visto a menudo en Irlanda, incluso en el presente siglo..., pero que no se saba queapareciese sino cuando le llegaba la ltima hora a algn miembro de la familia; y ni aunentonces, a menos que las malas pasiones o hbitos del miembro en cuestin arrojaranuna sombra de tenebroso y horren do inters sobre su ltima hora.Por consiguiente, se consider un augurio nada favorable para el destino espiritual delltimo Melmoth el que este extraordinario personaje hubiera visitado, o hubieranimaginado que visitaba, la casa antes de su fallecimiento.sta fue la informacin facilitada por Biddy Brannigan, a la que ella aadi su propia ysolemne conviccin de que John Melmoth el Viajero no haba cambiado ni en un pelohasta ese mismo da, ni se le haba encogido un solo msculo de su armazn; que ellaconoca a quienes le haban visto, y que estaban dispuestos a confirmar lo que decan

    mediante juramento si era necesario; que nunca se le haba odo hablar, ni se le habavisto panicipar en ninguna comida, ni se saba tampoco que hubiese entrado en otra casa

  • 8/13/2019 Melmoth el errabundo - Charles Robert Maturin.pdf

    18/373

    18

    que en la de su familia; y, finalmente, que ella misma crea que su ltima aparicin nopresagiaba nada bueno para los vivos ni para los muertos.John se hallaba meditando todava sobre todo esto cuando llegaron las velas; y haciendocaso omiso de los plidos semblantes y de los susurros admonitorios de los sirvientes,entr resueltamente en el gabinete secreto, cerr la puena y procedi a buscar el

    manuscrito. Lo encontr en seguida, ya que estaban claramente explicadas lasinstrucciones del viejo Melmoth, y las recordaba muy bien. El manuscrito, viejo,deteriorado y descolorido, estaba exactamente en el cajn que el anciano deca. Lasmanos de Melmoth sintieron tanto fro como las de su to muerto, cuando extrajeron laspginas de su escondrijo. Se sent a leerlas... Un mortal silencio reinaba en la casa.Melmoth mir inquieto las velas, las aviv y sigui parecindole que estaba muy oscuro(tal vez le pareca que la llama era un poco azulenca, pero se guard para s esta idea).Lo cierto es que cambi varias veces de postura, y hasta habra cambiado de silla, dehaber habido alguna ms en el aposento.Durante unos momentos, se sumi en un estado de sombra abstraccin, hasta que lesobresalt el ruido del reloj al dar las doce: era lo nico que oa desde haca algunas

    horas; y los ruidos producidos por las cosas inanimadas, cuando todos los seres vivosalrededor parecen muertos, poseen en esa hora un efecto indeciblemente pavoroso. Johnmir su manuscrito con cierto desasosiego, lo abri, se detuvo en las primeras lneas y,mientras el viento suspiraba en torno al desolado aposento, y la lluvia tamborileaba conlgubre sonido contra la desguarnecida ventana, dese (por qu lo deseara?), deseque el gemido del viento fuera menos lgubre, y el golpeteo de la lluvia menosmontono... Se le puede perdonar; era medianoche pasada, y no haba otro ser humanodespierto, aparte de l, en diez millas a la redonda cuando comenz a leer.

    parebat eidolon senex

    PLINIO

    El manuscrito estaba descolorido, tachado y mutilado ms all de los lmites alcanzadospor ningn otro que haya puesto a prueba la paciencia de un lector. Ni el propioMichaelis, al examinar el supuesto autgrafo de san Marcos en Venecia, tuvo msdificultades: Melmoth slo pudo ver clara alguna frase suelta aqu y all. El autor, alparecer, era un ingls llamado Stanton que haba viajado por el extranjero poco despusde la Restauracin. Para viajar en aquel entonces, no se contaba con los medios que eladelanto moderno ha introducido, y los estudiosos y literatos, los intelectuales, los

    ociosos y los curiosos, vagaban por el continente durante aos como Tom Coryat,aunque tenan la modestia, a su regreso, de titular meramente apuntes el producto desus mltiples observaciones y trabajos.Stanton, all por el ao 1676, estuvo en Espaa; era, como la mayora de los viajerosde aquella poca, hombre de erudicin, inteligencia y curiosidad, pero ignoraba lalengua del pas y andaba trabajosamente de convento en convento en busca de lo quellamaban "hospitalidad", es decir, de cama y comida, a condicin de sostener un debateen latn acerca e alguna cuestin teolgica o metafsica con un monje que acabarasiendo el campen en la disputa. Ahora bien, como la teologa era catlica, y lametafsica aristotlica, Stanton deseaba a veces encontrarse en la miserable posada decuya suciedad y famlica racin haba luchado por escapar; pero aunque sus reverendosantagonistas denunciaban siempre su credo, y se consolaban, si eran derrotados, con lacerteza de que se iba a condenar por su doble condicin de hereje e ingls, se vean

  • 8/13/2019 Melmoth el errabundo - Charles Robert Maturin.pdf

    19/373

    19

    obligados a reconocer que su latn era bueno y su lgica irrebatible; y en la mayora delos casos se le permita cenar y dormir en paz. No fue ste su sino la le del 17 de agostode 1677, cuando se encontraba en las llanuras de Valencia, abandonado cobardementepor su gua, el cual, aterrado ante la visin de una cruz erigida en memoria de unasesinato, se escurri de su mula calladamente y, santigundose a cada paso mientras se

    alejaba del hereje, dej a Stanton en medio de los terrores de una tormenta que seavecinaba, y de los peligros de un pas desconocido. La sublime y suave belleza delpaisaje que le rodeaba haba colmado de deleite el alma de Stanton, y goz de esteencanto como suele hacerlo un ingls: en silencio.Los esplndidos vestigios de dos dinastas desaparecidas: las ruinas de los palaciosromanos y de las fortalezas musulmanas, se alzaban a su alrededor y por encima de l;las negras y pesadas nubes de tormenta que avanzaban lentamente parecan los sudariosde estos espectros de desaparecida grandeza; se acercaban a ellos, pero no los cubran nilos ocultaban, como si la misma naturaleza se sintiera por una vez temerosa del poderodel hombre; y all lejos, el hermoso valle de Valencia se arrebolaba e incendiaba contodo el esplendor del crespsculo, como una novia que recibe el ltimo y encendido

    beso del esposo ante la proximidad de la noche. Stanton mir en torno suyo. Leimpresionaba la diferencia arquitectnica entre las ruinas romanas y las musulmanas.Entre las primeras estaban los restos de un teatro y algo as como una plaza pblica; lassegundas consistan slo en fragmentos de fortalezas almenadas, encastilladas,fortificadas de pies a cabeza, sin una mala abertura por donde entrar con comodidad...,las nicas aberturas eran slo aspilleras para las flechas; todo denotaba poder militar, ydesptico sometimiento a l'outrance.El contraste habra encantado a un filsofo, quiense habra entregado a la reflexin de que, si bien los griegos y los romanos fueronsalvajes (como dice acertadamente el doctor Johnson que debe ser todo pueblo quequiere apoderarse de algo), fueron unos salvajes maravillosos para su tiempo, ya queslo ellos han dejado vestigios de su gusto por el placer en los pases que conquistaron,mediante sus soberbios teatros, templos (igualmente dedicados, de una manera o deotra, al placer) y termas, mientras que otras bandas salvajes de conquistadores nodejaron jams tras ellos otra cosa que las huellas de su avidez por el poder. En esopensaba Stanton mientras contemplaba, vigorosamente recortado, aunque oscurecidopor las sombras nubes, el inmenso esqueleto de un anfiteatro romano, sus gigantescosperistilos coronados con arcos, recibiendo unas veces un destello de luz, otras,mezclndose con el prpura de la nube cargada de electricidad; y luego, la slida ypesada mole de una fortaleza musulmana, sin una luz entre sus impermeables murallas,una oscura, aislada, impenetrable imagen del poder. Stanton se olvid de su cobardegua, de su soledad, de su peligro en medio de la tormenta inminente y del inhspito

    pas, donde su nombre y su tierra le cerraran todas las puertas, ya que toda descarga delcielo se supondra justificada por la atrevida intrusin de un hereje en la morada de uncristiano viejo, como los catlicos espaoles se llaman absurdamente a s mismos paradiferenciarse de los musulmanes bautizados. Todo esto se le borr del pensamiento alcontemplar el esplendoroso e impresionante escenario que tena ante s: la lucha de laluz con las tinieblas, y la oscuridad amenazando a una claridad an ms terrible, yanunciando su amenaza en la azul y lvida masa nubosa que se cerna en el aire como unngel destructor con sus flechas apuntadas, aunque en una direccin inquietantementeindefinida. Pero ces de tener en olvido estos locales e insignificantes peligros, como lasublimidad de la ficcin podra definirlos, cuando vio el primer relmpago, ancho y rojocomo el pendn de un ejrcito insolente con la divisa Vae victis!, reducir a polvo los

    restos de una torre romana; las rocas hendidas rodaron monte abajo y llegaron hasta lospies de Stanton. Se sinti aterrado y, aguardando el mandato del Poder, bajo cuyos ojos

  • 8/13/2019 Melmoth el errabundo - Charles Robert Maturin.pdf

    20/373

    20

    las pirmides, los palacios, y los gusanos que edificaron unas y otros, y los que arrastransu existencia bajo su sombra o su opresin, son igualmente despreciables, sigui de pie,recogido en s mismo; y por un momento sinti ese desafo del peligro que el peligromismo suscita, y con el que deseamos medir nuestras fuerzas como si se tratase de unenemigo fsico, instndole a hacer lo peor, conscientes de que lo peor que l haga ser

    en definitiva para nosotros lo mejor. Sigui inmvil, y vio el reflejo brillante, breve ymaligno de otro relmpago por encima de las ruinas del antiguo podero, y laexuberancia de toda la vegetacin. Singular contraste! Las reliquias del arte enperpetuo deterioro... y las producciones de la naturaleza en eterna renovacin. (Ah, conqu propsito se renuevan, sino para burlarse de los perecederos monumentos con quelos hombres tratan de rivalizar!) Las mismas pirmides deben perecer; en cambio, layerba que crece entre sus piedras descoyuntadas se renovar ao tras ao. EstabaStanton meditando en todas estas cosas, cuando su pensamiento qued en suspenso alver dos personas que transportaban el cuerpo de una joven, aparentemente muyhermosa, que haba muerto vctima de un rayo. Se acerc Stanton y oy las voces de losque la llevaban, que repetan: "Nadie la llorar!" "Nadie la llorar!"y decan otras

    voces, mientras otros dos llevaban en brazos la figura requemada y ennegrecida de loque haba sido un hombre apuesto y gallardo: "Nadie llorar por l ahora!" Eranamantes, y l haba muerto carbonizado por el rayo que la haba matado a ella, al tratarde interponerse para protegerla. Cuando iban a cargar con los muertos otra vez, seacerc una persona con paso y gesto tranquilos, como si no tuviera conciencia algunadel peligro y fuese incapaz de sentir miedo; y despus de mirar a los dos desventuradosun momento, solt tan sonora y feroz risotada, al tiempo que se incorporaba, que loscampesinos, sobrecogidos de horror tanto por la risa como por la tormenta, echaron acorrer, llevndose los cadveres con ellos... Incluso los temores de Stanton quedaroneclipsados por su asombro; y volvindose hacia el desconocido, que segua en el mismolugar, le pregunt el motivo de tal injuria a la humanidad El desconocido se volvilentamente, revelando un semblante que... (aqu el manuscrito tena unas lneasilegibles)... dijo en ingls... (aqu segua un grar espacio en blanco; y el siguiente pasajelegible, aunque era evidentemente con tinuacin del relato, no era ms que unfragmento) [...].Los terrores de la noche hicieron de Stanton un enrgico e insistente suplicante; y lavoz chillona de la vieja, repitiendo: "Herejes, no; ingleses, no!Protgenos, Madre de

    Dios! Vade retro, Satans!", seguida del golpazo de la puertaventana (tpica de lascasas de Valencia) que haba abierto para soltar su andanada de anatemas, y que cerrcomo un relmpago, fueron incapaces de rechazar su inoportuna peticin de amparo enuna noche cuyos terrores debieron de ablandar todas las mezquinas pasiones locales,

    convirtindose en un terrible sentimiento de miedo hacia el poder que los causaba, y decompasin por quienes a ellos se exponan. Pero Stanton intua que haba algo ms queur mero fanatismo nacional en las exclamaciones de la anciana; haba un extrao ypersonal horror por el ingls... y estaba en lo cierto; pero esto no disminuy lo acuciante de su [...].La casa era hermosa y espaciosa, pero el melanclico aspecto de abandono [...].Los bancos estaban junto a la pared, pero no haba nadie que se sentara en ellos; lasmesas se hallaban extendidas en lo que haba sido el saln, aunque pareca como sinadie se hubiese sentado en torno a ellas desde haca mucho aos; el reloj latadbilmente, no se oan voces alegres u ocupadas que ahogaran su sonido; el tiempoimparta su tremenda leccin al silencio solamente los hogares estaban negros de

    combustible largo tiempo consumido; los retratos de familia eran los nicos moradoresde la mansin; parecan decir desde sus marcos deteriorados: "No hay nadie que se mire

  • 8/13/2019 Melmoth el errabundo - Charles Robert Maturin.pdf

    21/373

    21

    en nosotros";y los ecos de los pasos de Stanton y de su dbil gua eran el nico sonidoaudible entre el estrpito de los truenos que an retumbaban terriblemente, aunque msdistantes..., cada trueno era como el murmullo apagado de un corazn consumido. Alproseguir, oyeron un grito desgarrado. Stanton se detuvo, y le vinieror al pensamientoimgenes espantosas de los peligros a que se exponen los viajeros del continente en las

    moradas deshabitadas y remotas.-No hagis caso - dijo la vieja, encendiendo una lmpara miserable - no es ms que el[...].Satisfecha ahora la vieja, por comprobacin ocular, de que su invitado ingls, aunquefuese el diablo, no tena cuernos, pezuas ni rabo, soportaba la seal de la cruz sincambiar de forma, y de que, cuando hablaba, no le sala de la boca ni una sola bocanadasulfrea, empez a animarse; y al final le cont su historia, la cual, pese a lo incmodoque Stanton se senta [...].- Entonces desapareci todo obstculo; los padres y los familiares dejaron de oponerse,y la joven pareja se uni. Jams hubo nada tan hermoso: parecan ngeles que hubierananticipado slo unos aos su celestial y eterna unin. Se celebraron con gran pompa las

    bodas, y pocos das despus hubo un banquete en esta misma cmara enmaderada en laque os habis detenido al ver lo lgubre que es. Aquella noche se colgaron ricos tapicesque representaban las hazaas del Cid; en especial, aquella en la que quem a unosmusulmanes que se negaron a renunciar a su execrable religin. Se les representabahermosamente torturados, retorcindose y aullando, y sala de sus bocas: Mahoma!Mahoma!, tal como le invocaban en la agona de la hoguera; casi poda orseles gritar.En la parte de arriba de la habitacin, al pie de un esplndido estrado, sobre el que habauna imagen de la Virgen, se hallaba doa Isabel de Cardoza, madre de la novia; y juntoa ella estaba doa Ins, la novia, sentada sobre ricos cojines; el novio se hallaba sentadofrente a ella; y aunque no hablaban entre s, sus ojos, que se alzaban lentamente paraapartarse de sbito (ojos que se ruborizaban), se contaban el delicioso secreto de sufelicidad. Don Pedro de Cardoza haba reunido gran nmero de invitados en honor delas nupcias de su hija; entre ellos estaba un ingls llamado Melmoth, un viajero; nadiesaba quin le haba trado. Estuvo sentado en silencio, como el resto, mientras seofrecan a los invitados refrescos y barquillos azucarados. La noche era muy calurosa, yla luna resplandeca como un sol sobre las ruinas de Sagunto; los bordados cortinajes seagitaban pesadamente, como si el viento hiciese un vano esfuerzo por levantarlos, ydesistiera a continuacin.(Aqu haba otro tachn del manuscrito, aunque muy breve.)La reunin se dispers por los diversos senderos del jardn; el novio y la noviapasearon por uno de ellos, en el que el perfume de los naranjos se mezclaba con el de

    los mirtos en flor. Al regresar al saln preguntaron los dos si haba odo alguien losexquisitos sones que flotaban en el jardn, justo antes de entrar. Nadie los haba odo.Ellos se mostraron sorprendidos. El ingls no haba abandonado el saln; dicen quesonri, de manera extraordinaria y peculiar al or tal observacin. Su silencio habachocado ya anteriormente; pero lo atribuyeron a su desconocimiento de la lenguaespaola, ignorancia que los espaoles no desean comprobar ni disipar dirigindole lapalabra a un extranjero. En cuanto a la cuestin de la msica, no volvi a suscitarsehasta que los invitados se hubieron sentado a cenar, momento en que doa Ins y su

    joven esposo, intercambiando una sonrisa de complacida sorpresa, manifestaron haberodo los mismos deliciosos sones a su alrededor. Los invitados prestaron atencin, peroninguno consigui orlos; todo el mundo lo consider extraordinario. Chisst!,

    exclamaron todas las voces casi al mismo tiempo. Se hizo un silencio mortal...; podrahaberse pensado, por sus miradas atentas, que escuchaban hasta con los ojos. Este

  • 8/13/2019 Melmoth el errabundo - Charles Robert Maturin.pdf

    22/373

    22

    profundo silencio, en contraste con el esplendor de la fiesta y la luz que difundan lasantorchas que sostenan los criados, produca un efecto singular: durante unosmomentos, pareci una asamblea de muertos. El silencio fue interrumpido, aunque nohaba cesado la causa del asombro, por la entrada del padre Olavida, confesor de doaIsabel, el cual haba sido requerido antes del banquete para que administrase la

    extremauncin a un moribundo de la vecindad. Era un sacerdote de santidad pococomn, muy querido en la familia y respetado en el pueblo, donde manifestaba un gustoy talento poco frecuentes por el exorcismo: de hecho, era el fuerte del buen padre, delque l mismo se vanagloriaba. El diablo no poda caer en peores manos que en las delpadre Olavida; pues cuando se resista contumaz al latn, e incluso a los primerosversculos del Evangelio de san Juan en griego, al que no recurra el buen padre si noera en casos de extrema obstinacin y dificultad (aqu Stanton se acord de la historiainglesa del Muchacho de Bilsdony aun en Espaa se avergonz de sus compatriotas),apelaba siempre a la Inquisicin; y si los demonios seguan tan obstinados como antes,luego se les vea salir volando de los posesos, tan pronto como, en medio de sus gritos(indudablemente de blasfemia), se les ataba al poste. Algunos persistan hasta que les

    rodeaban las llamas; pero hasta los ms porfiados eran desalojados cuando conclua eltrabajo, pues ni el propio diablo poda ya habitar un ennegrecido y pegajoso amasijo decenizas. As, la fama del padre Olavida se extendi por todas partes, y la familiaCardoza puso especial empeo en lograr que fuese su confesor, cosa que consigui. Lamisin que vena ahora de realizar haba ensombrecido el semblante del buen padre,pero esta sombra se disip tan pronto como se mezcl entre los invitados y fuepresentado a todos. Inmediatamente le hicieron sitio, y se sent casualmente frente alingls. Al serle ofrecido el vino, el padre Olavida (que como he dicho antes, era hombrede singular santidad), se dispuso a elevar una breve oracin interior. Dud, tembl ydesisti; y, apartando el vino, se enjug unas gotas de la frente con la manga de suhbito. Doa Isabel hizo una sea a un criado, y ste se acerc a ofrecer otro vino dems calidad al padre. Movi los labios como en un esfuerzo por pronunciar unabendicin sobre l y los all reunidos, pero su esfuerzo volvi a fracasar; y el cambioque experiment su semblante fue tan extraordinario que todos los invitados repararonen l. Tuvo conciencia de lo alterado de su expresin, y trat de disiparla esforzndoseen levantar la copa hasta los labios. Y tan fuerte era la tensin con que los reunidos leobservaban que el nico rumor que se oy en la espaciosa y poblada sala fue el susurrodel hbito, al intentar levantar la copa de nuevo... en vano. Los invitados permanecieronsentados en atnito silencio. Slo el padre Olavida estaba de pie; pero en ese momentose levant el ingls, que pareci decidido a atraer la atencin de Olavida mediante unamirada como de fascinacin. Olavida se tambale, vacil, se agarr al brazo de un paje

    y, finalmente, cerrando los ojos un momento como para escapar a la terrible fascinacinde esa mirada terrible (todos los invitados haban notado, desde que hizo su entrada, quelos ojos del ingls despedan un fulgor pavoroso y preternatural) , exclam:-Quin hay entre nosotros? Quin? No puedo pronunciar una bendicin mientras lest aqu. No puedo invocar una jaculatoria. Donde pisa, la tierra se abrasa! Donderespira, el aire se vuelve fuego! Donde come, el alimento se envenena! Donde mira, sumirada se hace relmpago! Quin est entre nosotros? Quin? - repiti el sacerdote enla angustia de la imprecacin, al tiempo que se le caa hacia atrs la cogulla y se leerizaban los endebles cabellos que rodeaban su afeitado crneo, a causa de la terribleemocin, al tiempo que sus brazos abiertos, emergiendo de las mangas del hbito yextendidos hacia el extranjero, sugeran la idea de un inspirado, en un rapto tremendo de

    denuncia proftica. Estaba de pie..., completamente inmvil, mientras el inglspermaneca sereno y esttico frente a l.

  • 8/13/2019 Melmoth el errabundo - Charles Robert Maturin.pdf

    23/373

    23

    Hubo un agitado revuelo en las actitudes de quienes les rodeaban que contrastnotablemente con las posturas inmviles y rgidas de los dos, que seguan mirndose ensilencio.-Quin le conoce? - exclam Olavida, recobrndose aparentemente del trance -;quin le conoce?, quin le ha trado aqu?

    Los invitados negaron uno por uno conocer al ingls, y cada cual preguntaba a suvecino en voz baja quin le habra llevado all. Entonces el padre Qlavida seal con elbrazo a los presentes, y les pregunt por separado:-Le conoces?-No!, no!, no!, -le fueron contantando todos.-Pues yo s le conozco - dijo el padre Olavida - por este sudor fro- y se sec la frente-, y por estas articulaciones crispadas! - y trat de santiguarse, aunque no pudo. Alz lavoz, hablando con creciente dificultad-: Por este pan y por este vino, que recibe el fielcomo el cuerpo y la sangre de Cristo, pero que su presencia convierte en sustancias tanvenenosas como los espumarajos del agonizante Judas...; por todo eso, le conozco, Y leordeno que se vaya! Es... es...

    Y se inclin hacia adelante mientras hablaba, y clav la mirada en el ingls con unaexpresin que era mezcla de clera y de temor, y le daba un aspecto terrible. A estaspalabras, los invitados se levantaron... y los reunidos formaron ahora dos gruposdiferentes, el de los sorprendidos, que se juntaron a un lado repetan: Quin es, quines?, y el del ingls, inmvil, y Olavida, que haba quedado en una actitud mortalmentergida, sealndole. [...] Trasladaron el cuerpo a otra habitacin, y nadie advini que el ingls haba ido hastaque los invitados regresaron a la sala. Se quedaron hasta ms tarde comentando tanextraordinario incidente, y por ltimo acordaron continuar en la casa, no fuese que elespritu maligno (pues no crean que el ingls fuera nada mejor) se tomara con elcadver libertades nada agradables para un catlico, sobre todo habiendo muertoevidentemente sin el auxilio de los ltimos sacramentos. Y acababan de adoptar estaloable resolucin, cuando estremecieron al or gritos de horror y agona procedentes dela cmara nupcial, adonde la joven pareja se haba retirado.Echaron a correr hacia la puerta, pero el padre lleg primero. La abrieronviolentamente, y descubrieron el cadver de la novia en brazos del esposo. [...]Nunca recobr el juicio; la familia abandon la mansin, tan terrible para ellos portantas desventuras. Uno de los aposentos lo ocupa an el desdichado loco; eran suyoslos gritos que hemos odo al cruzar las desiertas habitaciones. Se pasa el da callado;pero cuando llega la medianoche, grita siempre con voz penetrante y apenas humana:"Ya vienen!, ya vienen!";y luego se sume en un profundo silencio.

    El funeral del padre Olavida estuvo acompaado de una circunstancia extraordinaria.Fue enterrado en un convento vecino; y la reputacin de santidad, unida al inters quedespert su singular muerte, atrajo a la ceremonia gran nmero de asistentes. El sermndel funeral corri a cargo de un monje de destacada elocuencia, contratadoexpresamente con ese fin. Para que el efecto de su discurso resultara ms intenso, secoloc el cadver en la nave, tendido en el fretro, con el rostro descubierto. El monjetom su texto de uno de los profetas: "La muerte ha subido a nuestros palacios".Seextendi sobre muerte, cuya llegada, repentina o gradual, es igualmente espantosa parael hombre. Habl de las vicisitudes de los imperios con profunda elocuencia yerudicin, pero su auditorio no pareca mostrarse muy afectado. Cit varios pasajes delas vidas de los santos, describi las glorias del martirio y el herosmo de los que haban

    derramado su sangre o muerto en la hoguera por Cristo y su antsima madre; pero lagente pareca esperar que dijera algo que les llega ms hondo. Cuando prorrumpi en

  • 8/13/2019 Melmoth el errabundo - Charles Robert Maturin.pdf

    24/373

    24

    invectivas contra los tiranos bajo cuyas sangrientas persecuciones sufrieron estoshombres santos, sus oyentes se enderezaron un instante, pues siempre resulta ms fcilexcitar una pasin que un seentimiento moral. Pero cuando habl del muerto, y sealcon enftico gesto hacia el cadver que yaca fro e inmvil ante ellos, todas las miradasse clavaron en l, y todos los odos permanecieron atentos. Incluso los enamorados que,

    so pretexto de mojar sus dedos en el agua bendita, intercambiaban billetes amorosos,suspendieron un momento tan interesante correspondencia para escuchar al predicador.ste hizo hincapi en las virtudes del difunto, de quien dijo que era especial protegidode la Virgen; y enumerando las diversas prdidas que su fallecimiento representaba parala comunidad a la que perteneca, para la sociedad, y para la religin en general, seinflam finalmente, en una encendida reconvencin a la deidad a este propsito.-Por qu? -exclam-, por qu, Dios mo, nos has tratado as? Por qu has arrancadode entre nosotros a este glorioso santo, cuyos mritos, adecuadamente aplicados,habran sido sin duda alguna suficientes para expiar la apostasa de san Pedro, lahostilidad de san Pablo (antes de su conversin), y aun la traicin del propio Judas?Por qu, oh, Dios, nos lo has arrebatado?

    Y una voz profunda y cavernosa, entre los asistentes, contest.-Porque mereca su destino.

    Los murmullos de aprobacin con que todos alababan la increpacin del orador medioahogaron tan extraordinaria interrupcin; y aunque hubo algn revuelo en la inmediatavecindad del que haba hablado, el resto del auditorio sigui escuchando atentamente.-Qu es? -prosigui el predicador, sealando hacia el cadver-, qu es lo que hasdejado aqu, siervo de Dios?-El orgullo, la ignorancia, el temor -contest la misma voz en un tono an mspattico.El tumulto se hizo ahora general. El predicador se detuvo; y abrindose la multitud encrculo, dej aislada la figura de un monje que perteneca al convento, el cual habaestado de pie; entre ellos [...].Tras comprobar la inutilidad de toda clase de admoniciones, exhortaciones ydisciplinas, as como de la visita que el obispo de la dicesis hizo personalmente alconvento al ser informaqo de estos extraordinarios incidentes para obtener algunaexplicacin del contuptaz monje, se acord, en captulo extraordinario, entregarlo albrazo de la Inquisicin. El monje manifest gran horror cuando le comunicaron estadecisin, y se ofreci a declarar una y otra vez cuanto pudiera contar sobre la causa dela muerte del padre Olavida. Su humillacin y sus repetidos ofrecimientos de confesarllegaron demasiado tarde. Fue transferido a la Inquisicin. Los procedimientos de esetribunal se revelan muy raramente, pero hay un informe secreto (no puedo garantizar su

    veracidad) sobre lo que dijo y sufri all. En su primer interrogatorio, dijo que referiracuanto poda. Se le dijo que eso no bastaba, que tena que decir todo lo que saba [...].-Por qu mostraste ese horror en el funeral del padre Olavida?- Todo el mundo dio muestras de horror y pesar ante la muerte de ese venerableeclesistico que muri en olor de santidad. De haber hecho yo lo contrario, podahaberse utilizado como prueba de culpabilidad.-Por qu interrumpiste al predicador con tan extraordinarias exclamaciones?A esto no hubo respuesta.-Por qu persistes en ese obstinado y peligroso silencio? Te ruego, hermano, quemires la cruz que cuelga de ese muro - y el inquisidor seal el gran crucifijo negro quehaba detrs de la silla donde estaba sentado -; una gota de sangre derramada puede

    purificarte de todos los pecados que hayas cometido en vida; pero toda la sangre,sumada a la intercesin de la Reina del cielo y a los mritos de todos sus mrtires, y ms

  • 8/13/2019 Melmoth el errabundo - Charles Robert Maturin.pdf

    25/373

    25

    an, a la absolucin del Papa, no pueden liberarte de la condenacin si mueres enpecado.-Pues, qu pecado he cometido?-El ms grande de todos los posibles: negarte a contestar a las preguntas que te hace el

    tribunal de la sagrada y misericordiosa Inquisicin; no quieres decirnos lo que sabes

    referente a la muerte del padre Olavida.- Ya he dicho que creo que pereci a causa de su ignorancia y su presuncin.-Qu pruebas puedes aducir?-Ansiaba conocer un secreto inalcanzable para el hombre.- Cul ?-El secreto para descubrir la presencia o al agente del poder maligno.-Posees t ese secreto?Tras larga vacilacin, dijo claramente el prisionero, aunque con voz muy dbil:-Mi seor me prohbe revelarlo.-Si tu seor fuese Jesucristo, no te prohibira obedecer los mandamientos ni contestar alas preguntas de la Inquisicin.

    -No estoy seguro de eso.Hubo un clamor general de horror ante estas palabras. El interrogatorio prosigui:-Si creas que Olavida era culpable de investigaciones o estudios condenados pornuestra Santa Madre Iglesia, por qu no lo denunciaste a la Inquisicin?-Porque no cre que le fueran a reportar ningn dafio; su mente era demasiado dbil